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NUEVA SOCIEDAD NRO.74, SEPTIEMBRE- OCTUBRE DE 1984, PP. 58-68 De la ideología a la política. El APRA y la Socialdemocracia en Acción Democrática Américo Martín Américo Martín: Abogado y político venezolano, ex-candidato a la Presidencia de la República, dos veces diputado, dos veces presidente de la Federación de Centros Universitarios de la UCV, Secretario Juvenil de AD en el último año de Pérez Jimé- nez, fundador del MIR y de Nueva Alternativa, actualmente independiente. El análisis de las bases político-ideológicas de los dos partidos más arraigados en sus respectivas realidades, APRA del Perú y Acción Democrática de Venezuela, pone especial énfasis en el caso adeco, buscando sobre todo las relaciones de AD con las grandes corrientes del pensamiento político de su tiempo. Mientras el desa- rrollo del APRA está descrito desde el marxismo al aprismo y desde la resistencia a la oposición y de allí al poder, AD por su parte está percibida en su proceso históri- co desarrollándose desde la ideología a la política y desde la resistencia al poder. Así niega el hecho de que AD surgiera inicialmente del marxismo para luego deri- var hacia la socialdemocracia, que su nacimiento se hubiera inspirado en el APRA y, mucho menos, que derive directamente de la socialdemocracia. Y sin embargo, se detectan rasgos leninistas en AD en lo que se refiere al modelo organizativo del partido, una huella más indeleble aprista en lo relacionado con su índole sociológi- ca, su raigambre cultural, la priorización de lo nacional y lo sustantivo latinoameri- cano, y por último una huella de la socialdemocracia moderna alusiva a ciertas re- formas sociales sobre la base de la preservación del sistema político institucional democrático. Esa lucha por la democracia y el problema de la cogestión como parte de un mode- lo alternativo frente al capitalismo, deben ser considerados como problemas princi- pales para el encuentro de AD con la socialdemocracia. Acción Democrática y el APRA han sido los partidos más consistentes y arraigados de sus respectivas realidades. El APRA, fundado después de la Conferencia An- timperialista de Bruselas de 1927, pero preludiado ya en 1924 como agrupación o frente latinoamericano en México y siempre por el peruano Haya de la Torre, viene a ser 11 años mayor que AD y sin embargo no ha podido alcanzar el gobierno en

AMERICO MARTIN-Apra y Socialdemocracia

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  • NUEVA SOCIEDAD NRO.74, SEPTIEMBRE- OCTUBRE DE 1984, PP. 58-68

    De la ideologa a la poltica. El APRA y la Socialdemocracia en Accin Democrtica Amrico Martn

    Amrico Martn: Abogado y poltico venezolano, ex-candidato a la Presidencia de la Repblica, dos veces diputado, dos veces presidente de la Federacin de Centros Universitarios de la UCV, Secretario Juvenil de AD en el ltimo ao de Prez Jim-nez, fundador del MIR y de Nueva Alternativa, actualmente independiente.

    El anlisis de las bases poltico-ideolgicas de los dos partidos ms arraigados en sus respectivas realidades, APRA del Per y Accin Democrtica de Venezuela, pone especial nfasis en el caso adeco, buscando sobre todo las relaciones de AD con las grandes corrientes del pensamiento poltico de su tiempo. Mientras el desa-rrollo del APRA est descrito desde el marxismo al aprismo y desde la resistencia a la oposicin y de all al poder, AD por su parte est percibida en su proceso histri-co desarrollndose desde la ideologa a la poltica y desde la resistencia al poder. As niega el hecho de que AD surgiera inicialmente del marxismo para luego deri-var hacia la socialdemocracia, que su nacimiento se hubiera inspirado en el APRA y, mucho menos, que derive directamente de la socialdemocracia. Y sin embargo, se detectan rasgos leninistas en AD en lo que se refiere al modelo organizativo del partido, una huella ms indeleble aprista en lo relacionado con su ndole sociolgi-ca, su raigambre cultural, la priorizacin de lo nacional y lo sustantivo latinoameri-cano, y por ltimo una huella de la socialdemocracia moderna alusiva a ciertas re-formas sociales sobre la base de la preservacin del sistema poltico institucional democrtico. Esa lucha por la democracia y el problema de la cogestin como parte de un mode-lo alternativo frente al capitalismo, deben ser considerados como problemas princi-pales para el encuentro de AD con la socialdemocracia. Accin Democrtica y el APRA han sido los partidos ms consistentes y arraigados de sus respectivas realidades. El APRA, fundado despus de la Conferencia An-timperialista de Bruselas de 1927, pero preludiado ya en 1924 como agrupacin o frente latinoamericano en Mxico y siempre por el peruano Haya de la Torre, viene a ser 11 aos mayor que AD y sin embargo no ha podido alcanzar el gobierno en

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    Per. Su hora parece haber llegado, slo que debiendo gerenciar la peor crisis en la historia de su pas y ya sin la presencia, ms necesaria que nunca, del fundador. AD accedi al poder apenas cuatro aos despus de su fundacin en 1941, retorn a l en 1959, se mantuvo en 1963, recuper nuevamente la direccin del pas en 1973, para perderla seguidamente y rescatarla en 1983. Ha sido el partido gober-nante por excelencia despus de la cada de la dictadura de Prez Jimnez en 1958 y el principal responsable de los xitos y fracasos de ms de 25 aos de democra-cia. EL APRA: DEL MARXISMO AL APRISMO, DE LA RESISTENCIA A LA OPOSICIN Y DE LA OPOSICIN AL PODER

    Haya de la Torre fue, podramos decir, el fundador, lder mximo de masas, teri-co por excelencia y organizador del APRA. Es difcil encontrar semejante impor-tancia de un hombre en la gnesis y desarrollo de un movimiento. Cuando se con-sulte la bibliografa del APRA, se encontrar que la presencia de Haya es casi un-nime. No ocurre lo mismo con Betancourt y AD, mucho menos con Willy Brandt y la socialdemocracia europea y ni siquiera con Lenin y el movimiento comunista in-ternacional. Y no por insuficiencia de otros dirigentes sino ms bien por exceso de Haya, un in-telectual incansable, dinmico, coherente y reiterativo hasta el cansancio. Su obra pstuma 130 artculos y una sola idea sobre el APRA nos lo evidencia como un hombre que batall hasta el ltimo da, siempre recayendo en los temas cardinales que ya haba expuesto en su obra inicial y ms famosa: El Antiimperialismo y el APRA , escrita en 1928. Existe en Haya de la Torre una doble condicin. Es idelogo y es poltico. El desa-rrollo de su partido resulta de la simbiosis entre la reflexin ideolgica y la elabora-cin poltica, de modo que aqulla sirva a sta. La ideologa atae a los principios ms generales, a los fundamentos filosficos. La poltica se refiere al diagnstico de la realidad en un momento dado, al programa que emana de l, la estrategia y tc-tica, el modelo organizativo, las alianzas y la conduccin de las organizaciones y movimientos sociales. La ideologa1 tiende a ser esttica y pura an si se postula dialctica. Siendo el fundamento general, no puede contaminarse de las fluctuacio-

    1Entiendo y comparto el punto de vista de que la ideologa no es sino la falsificacin de la realidad por quienes ejercen su monopolio. Ludovico Silva atribuye, no sin razn, tal criterio al propio Marx. Como no es esta la cuestin principal del ensayo, slo indirectamente se alude a ella. Por eso, para entendernos, aqu hablo de ideologa en el sentido ms corrientemente aceptado.

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    nes que impone la realidad poltica. Por eso, de la ideologa a la ideologa oficial y nica y de aqu al dogmatismo y la lucha por la llamada "preservacin" frente a la "irrupcin" de ideologas extraas hay una distancia muy corta. Quienes no entren en el molde ideolgico oficial, cuyos intrpretes tambin lo son, resultan, por decir lo menos, apartados. En lugar de fundamento o "primer principio" de la proteica accin poltica, la ideo-loga pasa a ser un "zapato chino", un cauce estrecho de ndole conservadora que coloca bajo sospecha a librepensadores, polticos pragmticos, audaces, y muy par-ticularmente a quienes comprenden que para alcanzar el poder las condiciones que deben ser respetadas son ticas y programticas pero no talmdicas. Haya de la Torre inici el discurso ideolgico y qued atado a l hasta su muerte. Trat, sin embargo, que su visin ideolgica fuera un fundamento de la poltica y no un freno, cosa que logr en buena medida, pero no por ello dej de impregnar de rigidez la accin de su partido. Dentro de la aceptacin general del aprismo, la realidad fue abriendo paso a polticas encontradas en el seno de la organizacin, que se reclamaban todas ellas la "verdadera" expresin de la filosofa aprista. En vida de Haya ste pudo ejercer el control de tales expresiones. A su muerte, la es-cuela original ha conocido las tensiones de la exigencia poltica que pretende adap-tar (y no someterse a) la dogmtica aprista. El debate ideolgico aprismo-leninismo comienza en la Conferencia de Bruselas de fines de la dcada del 30. Ms tarde se produce la polmica Haya-Mella, donde el leninismo somete al fuego de la crtica la tesis aprista. El Antiimperialismo y el APRA es la primera consistente diferenciacin de Haya en relacin con el marxis-mo-leninismo. El nexo con la dimensin poltica se manifiesta en el aprismo sobre todo en el or-den cultural, pero tambin en el poltico. Haya se sita ya en aquella poca en una visin americana del marxismo contra la ptica euro-marxista del propio Marx. Pero adems: pone a su servicio la teora de los quanta y de la relatividad (Planck y Einstein) Marx, dice, estaba inmerso en la ciencia de su poca, euclidiana y newto-niana. La relatividad, extendida a la historia, nos ensea que todos los fenmenos estn sometidos a la ley del espacio y el tiempo. El marxismo, referido a Indoam-rica, resultara dialcticamente superado por el aprismo, del mismo modo que la dialctica marxista super a la hegeliana.

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    Con semejante inmersin ideolgica, Haya arriba a conclusiones polticas obvias que tal vez no hubieran necesitado de las anteriores especulaciones. En cualquier caso ha de reconocrsele que, en mayor medida que Maritegui, estaba echando las bases de un movimiento autctono, con races culturales propias, independiente de tutelajes europeos o euroasiticos y, en consecuencia, responsable nico frente a su propia realidad. En la bsqueda de races destaca el componente indio del mestiza-je americano y sigue al mexicano Jos Vasconcelos al proponer el nombre de Indo-amrica para nuestro subcontinente, que no ces de utilizar y dej como legado al lxico de todos los apristas. Conectadas directamente a sus postulados ideolgicos, nacen varias conclusiones polticas que liberan las ataduras del ncleo inicial y facilitan audaces operaciones, como la organizacin del pueblo y trabajadores azucareros en Trujillo y la precoz y sorprendente candidatura del joven lder, que slo pudo ser frenada por vas frau-dulentas. Las ms novedosas de estas conclusiones fueron, a mi juicio, las tres siguientes: El imperialismo, que en Hobson, Bujariin y Lenin constituye la etapa final y ltima del capitalismo, en la Amrica subdesarrollada vendra a ser la primera. Conclu-sin: si en Lenin es un fenmeno agonizante sin capacidad progresiva alguna, en Haya e Indoamrica tiene una doble naturaleza: es explotador y fuente de gnesis industrial, es decir, progresista . Con la expoliacin viene tambin la revolucin tcnica y la civilizacin industrial an con el saqueo de los enclaves. En fin: el capi-talismo en estas regiones recibi su impulso inicial por el imperialismo. Era posi-ble esperar que de las atrasadas relaciones de produccin subhemisfricas se avan-zara, como en Europa, al capitalismo industrial? Slo en un sentido lgico, muy di-fcil en sentido histrico. El factor revolucionante si no revolucionario vino a ser aqu lo que en Europa y el norte desarrollado agonizaba 2. Ms all de la discusin ideolgica misma, en el orden poltico, la consecuencia de aquella tesis es notable: frente a los Estados Unidos no puede procederse en recha-zos irracionales. Hay que tratar y lo esencial es saber sobre qu bases hacerlo.

    2En Relectura de Marx, Haya crey encontrar, no sin razn, que el autor de El Capital haba seala-do la ambivalencia del imperialismo. Al efecto cita un artculo del 22 de julio de 1853 en New York Daly Tribune, Donde Marx escribe :Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misin: des-tructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asitica y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia.

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    Ms tarde, pero en cierto modo en plan de precursor, Haya se aleja de la valoracin que de la sociedad sovitica haba hecho en El Antiimperialismo y el APRA y pro-cede a formular la tesis del imperialismo sovitico. Siempre dentro de su discurso ideolgico, Haya no se conforma con mencionar ejemplos de la conducta sovitica en el panorama internacional. Necesita someter tales ejemplos a examen en el labo-ratorio ideolgico aprista. En la tierra no hay tres mundos sino dos: los pases sub-desarrollados, que somos los del mal llamado Tercer Mundo, y los pases capitalis-tas, trtese del capitalismo privado - como en EEUU - o del estatal como en la URSS -. El imperialismo sovitico resulta de la evolucin - aplicando a Hobson y Lenin - del capitalismo de Estado, as como el norteamericano de la evolucin del capitalismo libreconcurrencial del pasado siglo. Puestas las cosas en tales trminos, el aprismo acenta su lnea en cierto modo ter-cermundista o cuando menos integracionista. Pero lo esencial es que polticamente el APRA no encuentra razones para procla-mar los frentes nicos de izquierda o las alianzas con el partido comunista que siempre se proponen como partiendo del supuesto de que la izquierda es una, aun-que muchos son sus matices. El APRA marc una clara distincin con ese campo, cosa que le dio un gran margen de accin independiente. En la actualidad peruana, frente al fracaso de Belande Terry, el asedio de Sendero Luminoso y la imagen contradictoria, incoherente, de la Izquierda Unida, el APRA emerge como el parti-do del momento3. En Indoamrica la lucha no es de clases sino de pueblos. La consecuencia poltica de ello es tambin trascendental. El elemento unificador de su poltica es la nacin y ms: Indoamrica como nacin . Todo aquello que contribuya a promoverlas no es que sea un aliado de la clase obrera como dirn los comunistas, sino que es "sus-tancia" misma del proyecto, es agente, parte integrante y no compaero de ruta. Este punto de vista sera tambin una originalidad indoamericana o del mundo subdesarrollado. Por encima de los intereses de clase, hay un factor sobredetermi-nante: la nacin, la independencia nacional, la posibilidad de ser un pas y no un furgn de cola.

    3No hay necesidad de decir que no obstante el peso de la tradicin aprista, el arraigo cultural y la eficacia organizativa y disciplinaria, el carcter ambivalente de sus postulados ha originado pensa-mientos enfrentados a lo interno y luchas por el liderato del partido, sobre todo despus de la muerte de Haya. Por ejemplo, si la lucha es de pueblos y no de clases, cul es el papel relativo de cada una de ellas? Se puede responder de diversas maneras, lo que es un riesgo. Pero parece prefe-rible correr tales riesgos a cambio de no tener una ideologa de interpretacin nica e infalible. Ms cuando ha muerto el papa y no hay humo blanco todava.

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    Estrechamente unido al punto anterior est la tesis aprista del "Frente de trabajado-res manuales e intelectuales" . El APRA original, el de 1924 en Mxico, no fue pos-tulado como partido sino como frente, frente de naciones y de clases sociales. Pero luego el frente ser el partido que ya no ser partido clasista sino "pluriclasista", ex-presin del pueblo y de la nacin. Toda esta importantsima reflexin est en la base de la implantacin histrica del APRA y ser su contribucin ms notable a la formacin de Accin Democrtica en Venezuela. ACCIN DEMOCRTICA: DE LA IDEOLOGA A LA POLTICA, DE LA RESISTENCIA AL PODER

    Contra lo que suele asentar una cmoda interpretacin histrica, no es verdad que Accin Democrtica hubiera sido inicialmente marxista para luego derivar hacia la socialdemocracia. Tampoco que naciera bajo la inspiracin del APRA ni mucho menos que derivara directamente de la socialdemocracia. Y sin embargo, hay una huella leninista en AD en lo concerniente al modelo organizativo de partido, una huella ms indeleble aprista en lo relacionado con su ndole sociolgica, su raigam-bre cultural, la prevalencia de lo nacional y la sustancia latinoamericana y, por lti-mo, una huella socialdemcrata alusiva a ciertas reformas sociales sobre la base de la preservacin del sistema poltico institucional democrtico, pero con la aclarato-ria de que tal influencia proviene de la socialdemocracia de posguerra y no de an-teguerra4. La Segunda Internacional, despus de la Primera Guerra Mundial, se desprende progresivamente del marxismo y reduce hasta casi suprimir la reflexin ideolgica concebida en los sofsticos trminos que menciono antes. Fue el camino del retorno al poder para el cual las ideologas talmdicas eran un lastre. La verdad es que Accin Democrtica resulta de la integracin, en una coyuntura histrica propicia de, por lo menos, dos vertientes fundamentales: - El ncleo dirigido por Rmulo Betancourt (Valmore Rodrguez, Ral Leoni, Gon-zalo Barrios, Luis Beltrn Prieto, Ricardo Montilla, Carlos D'Ascoli y otros) que se inici en la actividad poltica durante la dictadura de Gmez y organiz en suce-sin ARDI, ORVE y el PDN para luego "insertarse" en el gran movimiento nacido al calor de la candidatura simblica de Rmulo Gallegos, cuando ms tarde ese movimiento decidi constituirse en un partido llamado Accin Democrtica.

    4La socialdemocracia de anteguerra era todava muy tributaria de las grandes polmicas desencade-nadas por Bernstein y por Kautsky, Luxemburg, Lenin y otros alrededor del socialismo como meta y del socialismo, terrorismo y democracia.

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    - El movimiento galleguiano. La candidatura del para entonces ms universal de los escritores venezolanos fue propuesta por un grupo de personalidades apureas y a ella adhiri la aplastante mayora de quienes pedan cambios democrticos pro-fundos, erradicacin de los residuos gomecistas, modernizacin de Venezuela, de-sarrollo nacional, educacin, salud, techo y pan. Agradezco al lector que tenga muy presente lo que arriba se dice sobre la influen-cia recproca de las dimensiones ideolgica y poltica para apreciar lo que tratar de explicar en lo sucesivo. La dictadura de Juan Vicente Gmez aisl a los venezolanos de los acontecimientos y las nuevas ideas en el mundo. Pero cuando se tiene noticia de la revolucin rusa, el sentimiento democrtico que se extenda en los medios intelectuales y universi-tarios5 , en la vanguardia juvenil ms combativa, ancl en el triunfante leninismo. Tiene una importancia muy grande el hecho de que el primer contacto con el mar-xismo ocurre en Venezuela despus que Stalin ha implementado su jefatura nica en la Tercera Internacional y su dominio unipersonal sobre la sociedad y el Partido Comunista sovitico. Para la corriente leninista, el ao 1924 fue de importancia histrica. De hecho, all naci el leninismo como doctrina. En lucha por el liderazgo y tratando de resolver la cuestin de industrializacin acelerada con "explotacin" de los campesinos (Trotsky y Preobrajensky) o industrializacin a paso de morrocoy en alianza de la ciudad y el campo (Bujarin seguido por Stalin), y revolucin permanente ininte-rrumpida que se extiende a toda Europa (Trotsky) o revolucin en un solo pas (Bujarin seguido por Stalin), cada uno de los contendientes encubri su posicin bajo el manto de Lenin. Cada uno dijo: leninismo es lo que yo sostengo. En reali-dad el leninismo no es sino un ardid . Si Bujarin, Zinoviev o Trotsky hubieran ven-cido, tambin hablaran de marxismo leninismo, pero tal no sera sino la fachada del trotskismo, zinovievismo o bujarinismo como histricamente lo fue el estalinis-mo. No hay algo sustantivo que pueda llamarse leninismo . Slo hay tal o cual po-sicin poltica y tal o cual aspiracin dirigente. Pero tanto la proposicin poltica como la aspiracin dirigente se disfrazan ideolgicamente de "leninismo" para dar-le connotacin mstica, cuasi religiosa a una plebeya postura y una prosaica aspira-

    5En la oscura noche del gomecismo, los universitarios tenan cuando menos contacto con las fuentes del saber. Contaban con medios para recibir los "navos de la ilustracin". Algo similar ocurri du-rante la Colonia. Las ideas de las revoluciones norteamericana y francesa slo estuvieron al alcance de la aristocracia criolla iluminada, con un papel anlogo al de los salones aristocrticos de la Fran-cia revolucionaria, cuyo extraordinario rol resalta recientemente nuestro culto y agudo Arturo Uslar Pietri.

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    cin. As y no de otra manera nace eso que se ha llamado leninismo y cuyo conteni-do es puro aire. Con la liquidacin de Bujarin el leninismo que se adue del terreno fue el estali-nista. Fue ese el que se difundi mundialmente. Tal hecho ocurri histricamente desde 1928 cuando en Venezuela los estudiantes coronaban a Beatriz I. Por eso, todas las corrientes marxistas venezolanas se formaron dentro de la unani-midad estalinista y sin contacto con las proscritas y tachadas polmicas anteriores. No ocurri as en Per, Chile y otras partes. Haya y Maritegui vivieron las con-frontaciones pre-estalinistas, tuvieron la posibilidad de comparar y pensaron den-tro de un universo de ideas amplio, variado, vivo y polmico. Para las generaciones emergentes en Venezuela estaba totalmente cortada cual-quier relacin con el pensamiento socialdemcrata e incluso con las corrientes re-volucionarias no estalinistas. Si queran relacionar el deseo democrtico nacional con lo que aconteca en Rusia, deban aceptar sin crtica el leninismo, el nico leni-nismo vivo, el armado con arreglo a los intereses de la burocracia que presida Jos Stalin. Esa cndida identificacin de lo "social" con la gesta revolucionaria rusa arrastr a los jvenes luchadores democrticos del pas a las playas del leninismo. Haba des-de luego otra causa. La forma tradicional de resistir la dictadura era la de repetir la rebelin montonera. Muchos grandes intelectuales, como Pocaterra, se doblaron en complotistas dentro de la tradicin golpista de nuestro pas. Pero lo notable es que Jos Rafael Pocaterra, nuestro gran escritor, escribe a Rmulo Betancourt en Costa Rica y le propone que se una a la invasin montonera en preparacin. Joven con vocacin de poder, Rmulo Betancourt no puede disimular la emocin que esa car-ta le provoca, pero tampoco puede prescindir de su grupo all en Venezuela, al cual se apresura a transmitir las proposiciones recibidas de Pocaterra. La operacin no cristaliz, pero, con el incentivo del poder, abri una grieta en la muralla china que separaba la resistencia montonera de la novsima resistencia principista o pro-gramtica de la juventud emergente. No quiero que se descubra sombra de irona en lo anterior. Por el contrario, se preludia aqu la vocacin de poder que llevar a la corriente betancourista a histricas audacias sin las cuales todo el esfuerzo se hu-biera perdido en el tiempo. De modo que el deseo de sepultar a los caudillos, a todos ellos juntos con Juan Vi-cente Gmez, y la necesidad de fundamentar en programas e ideologas una resis-

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    tencia que no puede limitarse a pedir democracia poltica, desliza a gran parte de la nueva generacin a adherir al leninismo y tomar como modelo la revolucin ru-sa. Haya de la Torre no desdeaba la revolucin dirigida por Lenin, pero reivindicaba la revolucin mexicana con su Constitucin de Quertaro y la Reforma Universita-ria de Crdoba, en Argentina. Rmulo Betancourt se incorpora al Partido Comunista de Costa Rica mientras sus compaeros en Venezuela estn sentimentalmente ligados al movimiento comunis-ta. Por eso, cuando Betancourt les enva, en 1932, el folleto Con quin estamos y contra quin estamos , Valmore Rodrguez escribe a Ral Leoni quejndose de la influencia aprista de Betancourt. Pero en ese ensayo y en las cartas particulares de Betancourt hay un tpico que se repite mucho: ninguna vinculacin con la Tercera Internacional, el Bur del Caribe o cualquier Internacional. Los problemas americanos hay que abordarlos con pti-ca americana. Es un planteamiento poltico, pero que Betancourt fundamenta en la ms pura ideologa marxista y leninista. Betancourt ha muerto y no se sabe que haya aclarado si en su exilio costarricense, mientras militaba en el Partido Comunista de Costa Rica, estudiara las tesis apris-tas. En sus cartas dice que ley El Capital y diriga un curso de formacin marxis-ta, pero ni una vez menciona a Haya de la Torre6. En un lector asiduo como l, tal omisin resulta sospechosa. Haya era ampliamente conocido en Mxico y en Costa Rica, donde existan seccionales apristas. En su reivindicacin americana y mexica-na la coincidencia con el APRA es inocultable, como con mucha perspicacia descu-bri su compaero Valmore Rodrguez en Venezuela. Se puede arriesgar la interpretacin de que a Betancourt pudo seducirlo la implica-cin poltica del ideario aprista reseado antes, pero no vea condiciones de retar el efecto deslumbrante de la Revolucin de Octubre en el estricto plano de la ideolo-ga, sin perder la simpata de valiosos compaeros; estaba, en sus poco ms de veinte aos, preparado para ello; no pensaba que su propia ptica poltica poda ser la mejor expresin del leninismo frente a sus escasamente originales represen-

    6Personalmente quise desentraar la incgnita y al efecto, por medio de mi amigo Alejandro Izagui-rre, solicit una entrevista a Betancourt. Me respondi positivamente, pero desgraciadamente se atraves la enfermedad y muerte, lo que me impidi esclarecer la cuestin. Curiosamente, me ocu-rri lo mismo con Haya de la Torre.

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    tantes oficiales en Amrica; o, lo que es bastante probable, era ms un terico del dominio poltico que un idelogo. Prefiri entonces desarrollar una aptitud que marcar su conducta para siempre y le permitir lograr resultados ms amplios que los de Haya de la Torre sin necesi-dad de atarse al poste de un largo y elaborado discurso ideolgico. Me refiero a la cuestin del estilo. Por estilo entiendo el lenguaje, la habilidad para unir, la capacidad para solventar aspiraciones ideolgicas o de otro orden entre quienes por otra parte pueden lo-grar amplios y profundos acuerdos programticos y organizativos7. Desde muy temprana edad comienza a mostrar Betancourt esa rara habilidad. En sus cartas del exilio gomecista hay muchas pruebas de ello. Recomienda, por ejem-plo, atraerse a las mujeres como fuerza poltica de primer orden, pero el lenguaje debe ser muy "patritico", muy "semana del estudiante", porque si se expusieran los fines ltimos y las convicciones comunistas se frustrara el intento. Con todo su radicalismo, su ensayo Con quin estamos y contra quin estamos , que pretende tomar distancia (y la toma) de los caudillos, desprende una esencia latinoamerica-na y denota una tal inclinacin a la accin que ocasiona la carta de Jos Rafael Po-caterra ofrecindole un lugar de direccin en la invasin caudillista. Ninguno de los grupos de izquierda que florecieron a la muerte del dictador Juan Vicente Gmez lleg no obstante a alcanzar un significativo poder poltico y de masas. Ni siquiera obtuvieron la legalidad, limitados como estaban por la mediati-zacin constitucional8. En 1937, los ms connotados lderes son expulsados del pa-s. Betancourt evade la medida y permanece en la clandestinidad desde donde es-cribe artculos diarios en el peridico Ahora y organiza ncleos del PDN. Dos hechos producen el salto de calidad. La integracin, como ya se ha dicho, al movimiento de Gallegos y la denominada revolucin de octubre, precedida por una tenaz, vigorosa y extraordinariamente calificada oposicin al gobierno de Me-dina.

    7Slo muy ocasionalmente AD, en 43 aos de existencia, ha reconocido su deuda aprista. En gene-ral, se ha abstenido de hacerlo. En 1944 los comunistas, en ardiente polmica, llamaban a los milita-res de AD "aprotrotskistas". Apro por el APRA y trotskista, en aquella poca, como smbolo de to-das las traiciones. Betancourt no contestaba precisamente con flores.8La Constitucin prohiba la propaganda comunista y anarquista. No obstante insistentes esfuerzos de diferenciacin, tal norma daba lugar a innumerables abusos. Por ms que argument su condi-cin accindemocratista, Inocente Palacios, por ejemplo, no pudo impedir la anulacin de su cre-dencial parlamentaria.

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    Con la fundacin de Accin Democrtica (1941), ya no resulta necesario rendir tri-buto a la cuestin de las ideologas. Si ya antes las complicadas condiciones polti-cas obligaban a reiterar la condicin democrtica del movimiento (incluso hasta los comunistas tenan que hacerlo) y al desestimar especulaciones en torno al marxis-mo y el leninismo, la formacin del nuevo partido borraba cualquier tentacin en tal sentido. El ncleo dirigido por Betancourt, de hecho renuncia a lo que ya haba renunciado y se vuelca en la tarea de dar un fundamento poltico y programtico al partido. Ser, pues, un partido sin ideologa oficial pero sin prohibiciones en tal sentido. Ms bien se pierde inters en tal cuestin, el asunto permanece en la va-guedad e indecisin 9. Lo que en el APRA es una directa propuesta ideo-poltica, premisa de la fundacin del partido, en AD es una gradual cristalizacin poltica, posterior al nacimiento mismo del partido. Ello es un homenaje a la habilidad de Haya y de Betancourt. En la literatura de AD hasta el ascenso del poder en 1945 10 , se va configurando el pro-yecto poltico en nombre del cual el partido asume la direccin del pas. Todo lo que de esencial pueda extraerse de esa variada documentacin nos permite adver-tir que se han retomado muchos de los temas polticos del aprismo, aunque sin una clara conciencia en varios dirigentes, y dentro de la originalidad venezolana. AD configura un programa de modernizacin econmica, institucional y democr-tica. Cultiva el intervencionismo estatal que en aos recientes ha sido tan duramen-te cuestionado por sectores empresariales, pero con gran realismo se abstiene de proponer la nacionalizacin del petrleo, tarea que consideraba muy prematura. Reforma fiscal, reforma petrolera, reforma agraria, industrializacin, control de ca-pital inversionista extranjero, reforma y democratizacin de la enseanza, eleccio-nes universales, directas y secretas y reforma del censo y de la ley electoral, auto-noma municipal y un sugerente conjunto de medidas sociales. Se trata de un programa sorprendentemente realista y susceptible de recoger vo-luntades mayoritarias. Pero adems se alude en general a proposiciones viables, varias de los cuales se aplicaron desde el gobierno. Lo que Betancourt, D'Ascoli, Inocente Palacios, Gonzalo Barrios, Luis Beltrn Prieto, Luis Lander y Juan Pablo

    9Slo condiciones muy particulares pudieron explicar que este abandono de definiciones ideolgi-cas no provocara los episodios cismticos tan propios de la izquierda. Sin embargo, en otro momen-to histrico, la ausencia de prohibiciones en tal sentido dar lugar al surgimiento de una tendencia marxista y a la primera divisin de AD en 1960. Fue la primera y la ltima de tipo ideolgico. Las siguientes divisiones no fueron "cismticas" sino "polticas". Fue siempre una cuestin de mala pol-tica la causa inductora.10Cartas, artculos en El Pas y el semanario oficial del partido, discursos parlamentarios, documen-tos internos y pblicos.

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    Prez Alfonzo defienden en la oposicin aparece como racional y viable. No es un salto al vaco, no hay rastros de maximalismo, a veces a una exagerada moderacin en obsequio a la correlacin de fuerzas, como D'Ascoli con la reforma tributaria. Pero ello, equivocado o no, habla de un estilo medio destinado a brindar confianza colectiva. Son las consideraciones de estilo en la bsqueda de amplios espacios! En ltima instancia, es la estrategia general lo que da sentido a cada paso y permitir decir si la concesin fue excesiva o indispensable. "La estrategia general", es decir, la polti-ca y no el arcano de la ideologa11. Como el APRA, adems, AD se concibe partido policlasista y terminar buscando su propio campo de accin y desoyendo las proposiciones de unidad nacional (Unin Popular-Partido Comunista) con el gobierno de Medina contra la reaccin lopecista. Tal poltica unitaria, por cierto, estaba influida por las decisiones de la Komintern que proyectaban a todas partes la alianza contra el eje nazi-fascista. De modo que mientras el PCV arriaba algunas sentidas banderas (anulacin del frau-dulento censo electoral, reforma de la ley electoral para dar participacin a todos en los organismos electorales, persecucin de la corrupcin y el fraude) para confi-gurar la unidad con el partido de gobierno, AD marc la diferencia y se erigi en la alternativa de poder, que si no por las buenas alcanz por las malas en 1945. LA HUELLA LENINISTA

    Los partidos de izquierda organizados despus de 1936 tomaron como referencia el modelo leninista. COPEI, a su vez, tom como paradigma la falange de Jos An-tonio Primo de Rivera. En definitiva, los partidos que sobrevivieron se encauzaron organizativa y funcionalmente de acuerdo a los criterios verticales y semi-militari-zados de las organizaciones leninista y falangista. Lo cual no deja de ser curioso. Cabe preguntarse por qu no se constituy en el pas ningn partido importante segn el modelo norteamericano de agrupacin abierta y peculiar forma de disci-plina, cuando en otros rdenes las ideas de aquel pas eran ampliamente acepta-das. Dependencia significa tambin imitacin. Y sin embargo los modelos Dem-

    11En este punto, convendra recordar que un conjunto coherente de polticas podra enmarcarse dentro de una concepcin ideolgica, lo que dara unidad y racionalidad. Lo que hemos dicho y re-petido es que una ideologa previa, mucho ms si es oficial, puede representar un molde apriorsti-co que no deje lugar alguno a las infinitas posibilidades de la experiencia real. Si ello ocurre, la pol-tica se sacrificar a la ideologa, la praxis al dogma.

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    crata y Republicano, tan prximos, carecieron de adherentes en Venezuela y en toda la regin. Probablemente ello ha tenido que ver con la inestabilidad poltica secular de nues-tra regin y la necesidad consecuencial de organizaciones funcionales, centralistas ms que democrticas, de militancia profesional y reducida, aptas para saltar de la ilegalidad a la resistencia y de sta a la lucha legal. Partidos de minoras diestras, frreamente conducidos, sin el lastre de una amplia participacin ya no del pueblo sino de la propia militancia. Organizaciones de disciplina y conduccin militariza-das. En la sucesin de dictaduras, con la ausencia de tradiciones democrticas, los partidos que podan abrirse paso deban ser verticales, disciplinados y giles12 . Por eso, AD, al igual que los restantes movimientos, procedi a impulsar la orga-nizacin con base en los criterios leninistas. Necesito recordar ahora que la creatura leninista no fue obra de Lenin, como se seala pginas atrs. Para la dcada de los aos 30, es la idea partidista de Stalin la que se impuso mundialmente, engalanada con el nombre de un endiosado Lenin. Y en la dcada de los aos 40, la exitosa par-ticipacin del ejrcito rojo en la guerra mundial haba elevado notablemente el prestigio de la Unin Sovitica con Stalin al frente. Es en tal atmsfera que surgen los partidos. De modo que si haba una razn objeti-va en la inestabilidad poltica y la ausencia de tradiciones democrticas para la constitucin de partidos verticales, tambin hubo una razn subjetiva - cuando me-nos en la izquierda - por el prestigio avasallante de la Revolucin de Octubre y el ejemplo del herosmo de los fusileros de Stalingrado. Pero AD, no lo olvidemos, renunciaba a una ideologa pura y oficial, postulaba el policlasismo y asuma la representacin nacional. Cmo obtener amplios resulta-dos en esta direccin cuando al propio tiempo se adoptaba un modelo organizativo cerrado y vertical?

    12Es quizs por eso que poco menos de 30 aos de juego democrtico, a partir de 1958, han comen-zado a desgastar este tipo de organizacin poltica. No es casual que la crisis de la institucin parti-dista hoy en Venezuela se manifieste sobre todo como un anhelo de democratizacin interna y de participacin pblica en el terreno de la direccin poltica, antes reservado a lites. Sorprende que el lenguaje de la renovacin en todos los partidos sea el mismo. Incluso, corresponde a un perodo como el que vivimos la inteligente tentativa masista de postular un tipo de partido que rompa la matriz leninista. Por desgracia, el interesante ensayo masista parece apresado en graves contradic-ciones que debera previamente resolver a fin de abrirse paso hacia el futuro. En un sentido muy pertinente, el MAS ha sido una propuesta propia del nuevo contexto histrico, hija directa de la ma-yor estabilidad democrtica de Venezuela. Esperemos que el partido de Teodoro Petkoff y Pompe-yo Mrquez pueda sobreponerse a sus lamentables dificultades.

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    Puede decirse que la peculiar conformacin de AD, sobre la base de un emotivo to-rrente popular, lo seal para siempre con el signo de una suerte de "dualismo" or-ganizativo. En la estructura dirigente se reproduca el modelo leninista: Comit Ejecutivo Nacional, Comit Directivo Nacional con el poder concentrado en un se-cretario general. El criterio funcional de los organismo se expresa en el centralismo democrtico y la figura del secretario general concentra el grueso del poder. Las es-feras superiores retienen en su seno el proceso de elaboracin poltica y, lo que es ms importante, las decisiones. Los organismos deliberativos amplios: Convencin Nacional y Comit Directivo Nacional, difcilmente podrn contradecir la orienta-cin poltica y las proposiciones presentadas por el CEN. Esta idea de pirmide con una poderosa gravitacin del vrtice sobre la base se reproduce, con slo un cam-bio de nomenclatura, en el Partido Comunista y en todas las formaciones polticas actuantes. Pero en AD coexistieron ad initio las asambleas de base con aquella estructura diri-gente, cosa que obligaba a los lderes a legitimarse constantemente en el amplio de-bate de las asambleas. Estas eran en todo caso ms vivas y participativas que las "clulas", las cuales estn radialmente vinculadas al "centro" y dbilmente conecta-das entre s. AD se extendi desde el poder y consolid el control de los movimientos de masas. Todo ello haca crujir en muchas partes la organizacin cerrada y rgida. Pasado el decenio dictatorial, en 1958 se reorganiza AD. Difcil hubiera sido hacer entrar el alud de militantes en un cauce organizativo estrecho. La lucha interna alienta estas formas amplias de agrupacin de base y ms recientemente el policentrismo, pro-vocado por la confrontacin de liderazgos, en el clima general de la democratiza-cin, consolida el "dualismo" porque la apelacin a la democracia, a fin de conser-var y ampliar influencias, se ha convertido en un legtimo recurso. Sin embargo, estas realidades no han sido formuladas hasta el presente como tesis organizativa y estatutaria, lo que sin duda es una grave limitacin precisamente en momentos en que el sentimiento democrtico general de la poblacin tiende a re-cusar la institucin partidista misma en la cual no se siente representada. LA HUELLA SOCIALDEMCRATA

    El socialismo europeo retorna al poder en plena crisis capitalista. La causa de su victoria es tambin la fuente de su moderacin. Forzado a gerenciar la crisis, es el socialismo el que carga con la responsabilidad de las polticas de austeridad y re-

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    conversin industrial y se obliga a renunciar a programas de promocin social que en este momento lucen incosteables. La realidad le obliga a hacer la poltica posible a la espera de que la recuperacin permita financiar amplios proyectos sociales. Pero ya desde algunos aos atrs, en el socialismo se cobraba conciencia de que la diferencia con las opciones conservadoras no poda limitarse al mayor o menor pa-ternalismo social. Si el socialismo no planteaba la subversin social, tesis con la cual jams habra podido acceder al poder, cmo legitimarse histricamente? Aca-so aumentando las partidas presupuestarias del gasto social? En estricto sentido, a lo sumo dicha poltica podra reconocerse como keynesiana y ya sabemos que Key-nes fue - y as quiso ser reconocido - uno de los reconductores del capitalismo. La respuesta al dilema ha ido conformndose alrededor de las orientaciones inter-nacionales y de ciertas formas estructurales. La Segunda Internacional ha pasado a jugar un rol ms activo en defensa de la democracia y el desarrollo del Tercer Mun-do. Partidarios del dilogo Norte-Sur y del robustecimiento de la relacin Sur-Sur, sus lderes ms connotados han incrementado su prestigio en nuestro hemisferio, donde se proponen aumentar su influencia. Pero la sustancia terica de la socialdemocracia es elusiva en lo concerniente al tipo de sociedad misma que postula. No basta con la defensa de la democracia. Sera preciso plantear una alternativa frente al capitalismo. La ms importantes de las re-flexiones en este sentido y la que ha sido ampliamente ensayada, cuando menos en Alemania Occidental, es la idea de la cogestin . Se ha sostenido en abundante literatura que la cogestin no es sino una forma de integrar a los trabajadores al sistema capitalista (sobre todo Andr Gorz y Ernest Mandel). Pero, tal integracin permitira suponer que los empresarios reciben o alientan entusiasmados este gnero de reformas estructurales. Y lo que ocurre es exactamente lo contrario. El solo hecho de que el tema haya sido planteado y que incluso trascendiera el m-bito de la directa relacin obrero-patronal para convertirse en materia de decisin legal, tiene una significacin difcil de ocultar: el movimiento obrero hasta ahora no se ocupa exclusivamente de solicitar reivindicaciones en el orden del consumo y las condiciones de labor, sino que, con arreglo a la madurez alcanzada, ha comen-zado a plantear su participacin en la poltica misma de las empresas, particular-mente las grandes.

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    El movimiento obrero venezolano, dirigido fundamentalmente por Accin Demo-crtica, ha hecho de la cogestin una de sus reivindicaciones ms sentidas. El Con-greso de la CTV avanz en esta materia, insinuando de paso que la cogestin po-dra ser hasta una forma de direccin de la sociedad misma. Cuando se establezca la relacin entre la socialdemocracia y Accin Democrtica, debern considerarse, en primer lugar, la ms activa participacin de la Segunda Internacional en la lucha por la democracia y el mejoramiento de la calidad de la vida en Amrica Latina, y en segundo lugar el problema de la cogestin, sus posi-bilidades y futuro, que no puede ser despachado con altisonantes especulaciones sobre la "integracin", tan en boga durante algunos aos en Europa y el mundo. Referencias

    *Marx, Carlos, EL CAPITAL. - 1853; *Haya de La Torre, NEW YORK DAILY TRIBUNE. 22/07 - *Annimo, EL PAIS-PRENSA. -

    Este artculo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad N 74, Sep-tiembre- Octubre de 1984, ISSN: 0251-3552, .