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Análisis de Abel Sánchez , desde la historia de las mentalidades Autor: Jose Manuel Corrales Castilla Programa de Doctorado: La literatura española en relación con las literaturas europeas La novela desde la historia de las mentalidades Curso 2006-2007 Universidad Nacional de Educación a Distancia Índice 0. Introducción 1. Contexto, argumento y tema de Abel Sánchez 2. El concepto de intrahistoria y el cainismo en M. de Unamuno 3. Libertad y contradicción, características principales del pensamiento de Unamuno y la filosofía noventayochista. La libertad y la conciencia de finitud en Abel Sánchez. 4. Aspecto formal. El predominio del diálogo en la novela, en relación con la concepción de la dialéctica en Unamuno. 5. Conclusiones 6. Bibliografía consultada

Análisis de Abel Sánchez- Trabajo definitivo

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Análisis de Abel Sánchez , desde la historia de las mentalidades

Autor: Jose Manuel Corrales CastillaPrograma de Doctorado: La literatura española en relación con las literaturas europeas La novela desde la historia de las mentalidadesCurso 2006-2007Universidad Nacional de Educación a Distancia

Índice

0. Introducción

1. Contexto, argumento y tema de Abel Sánchez

2. El concepto de intrahistoria y el cainismo en M. de Unamuno

3. Libertad y contradicción, características principales del pensamiento de Unamuno y la filosofía noventayochista. La libertad y la conciencia de finitud en Abel Sánchez.

4. Aspecto formal. El predominio del diálogo en la novela, en relación con la concepción de la dialéctica en Unamuno.

5. Conclusiones

6. Bibliografía consultada

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0. Introducción

La obra de Miguel de Unamuno se muestra como heterogénea y polifacética,

pero a la vez coherente con una constante intención crítica dirigida a la comprensión y

renovación de la sociedad española.

A pesar de que el mismo autor se mostró en numerosas ocasiones incómodo ante

la idea de organizar y desarrollar programáticamente su pensamiento, no resulta difícil

distinguir unas directrices o principios básicos que vertebran su pensamiento. En esta

línea, Unamuno, no obstante su carácter introspectivo, mantuvo siempre una actitud

crítica y un afán de comprensión hacia la realidad que le circundaba, hurgando

constantemente en sus raíces culturales y filosóficas, donde el autor acabará reflejando

sus propios sentimientos e inquietudes intelectuales.

Por esta misma razón, es el afán de conciliación de opuestos, de encontrar un

asidero moral y espiritual en medio de un contexto contradictorio lo que va a marcar la

personalidad de Unamuno, así como sus opiniones acerca de la sociedad.

Tal y como defiende Eloy Gómez Pellón1, si bien no podemos considerar a

nuestro autor como un antropólogo en el sentido estricto del término, su afán de

onmicomprensión de los fenómenos sociales y culturales, le convierte en uno de los

principales personajes de las ciencias humanas españolas durante los últimos decenios

del siglo XIX y primeras décadas del XX. De esta manera, novelas San Manuel Bueno,

mártir y Abel Sánchez, pueden llegar a considerarse dos de las principales expresiones

del pensamiento unamuniano, dos ejercicios literarios en los que el autor noveliza los

movimientos sociales de que estaba siendo testigo.

A diferencia de lo que habían practicado otros autores del siglo XIX, seguidores

del Realismo y el Naturalismo, Unamuno no va a intentar una descripción intensa y

1 Gómez Pellón, E.: “Unamuno y la antropología social”, 1998, Revista de antropología social, nº7 (versión electrónica)

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minuciosa de lugares, caracteres y las expresiones externas de estos últimos, sino que va

a introducirse en el propio personaje. Desde el interior de estas figuras literarias, el autor

irá desentrañando sus pensamientos y emociones, sus manías y sus pasiones, como

modelo paradigmático de otras figuras de la sociedad, conocidas y anónimas, ejemplos,

a su vez, de la mentalidad imperante, según el autor, en la España de la época.

Asistimos, de esta manera, a una evolución que arranca en el pensamiento

positivista, propio de la sociedad decimonónica, para dar paso a una percepción nueva:

se deja atrás afán meramente descriptivo y analítico propio del Realismo, para dar paso

a una mentalidad creadora y deconstruccionista centrada en el individuo. El hombre es

digno de estudio en si, y no como un mero componente del constructo social.

1. Contexto, argumento y tema de Abel Sánchez

Abel Sánchez se publica en el año 1917, poco tiempo después de la destitución

de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca, decisión que el

novelista achacó a su incuestionable convicción política, que había cristalizado en una

sostenida lucha contra la arbitrariedad gubernamental y los sectores retrógrados del

país.

El ambiente nacional, ya envenado por el odio recíproco entre aliadófilos y

germanófilos, se vio agravado por dificultades económicas y tensiones políticas, que a

la larga se vieron reflejadas en el ambiente social, en forma de protestas, huelgas y

hambres.

Estas circunstancias externas van a tener un reflejo claro e inmediato en la

novela objeto de este estudio, como el mismo Unamuno confesó al prologar la segunda

edición:

[...] he sentido revivir en mí todas las congojas patrióticas de que quise librarme al escribir esta

historia congojosa

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A la vez que insiste en su fondo histórico, fruto de la aguda observación de la

sociedad aludida anteriormente, declarando que Abel Sánchez no es historia libresca,

sino que está sacada

de la vida social que siento y sufro –y gozo- en torno mío, y de mi propia vida

(Introducción a Abel Sánchez, ed. Cátedra. 2003, Pág. 14)

El argumento central de Abel Sánchez gravita sobre el pecado capital de la

envidia, tema sobre el que ya Unamuno, con una larga y profusa carrera literaria, había

meditado abundantemente. En ese tema ve Unamuno el nervio, la causa fundamental, de

la conflictividad histórica y social que ha vivido nuestro país de forma continua y

apasionada, aunque no deje de reflejar, a la vez, el fondo universal de la convivencia

humana. Una envidia que es expresión del conflicto exterior e interior que don Miguel

vivió intensamente a lo largo de su existencia, diatriba que vio reflejada en los

acontecimientos sociales de la época y que alcanza su máxima expresión simbólica y

paradigmática en la Guerra Civil de 1936.

Se trata de un tema que hunde profundamente sus raíces en la tradición

filosófica europea. Platón ya había definido la envidia como “la falsa opinión de su

sabiduría y mérito (de los amigos)” (Filebo, 49d). En este sentido, el lector se encuentra

ante la novelización de un impulso, una característica humana de la que tempranamente

tuvieron conciencia los pensadores de occidente, hasta el punto de ser asumido como

algo deleznable por parte de la ética cristiana, mediante el mito de Caín y Abel.

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El objetivo de este estudio es, por tanto, desentrañar la forma particular, si

existe, en que este sentimiento y otras características consideradas propias de la

mentalidad española se manifiestan en la sociedad contemporánea a Unamuno y, en

concreto, en la obra Abel Sánchez

En la novela que nos ocupa, Abel Sánchez es el personaje que da título a la

obra, pero en realidad es Joaquín quien otorga al lector su visión subjetiva de la

narración. Esta transposición del sujeto y el objeto de la envidia puede evocar, en primer

término, lo asumido y latente de este sentimiento en la sociedad que le era

contemporánea al autor, que vivía alrededor de él. Quizás se trata de un primer intento

de objetivar, de distanciarse del problema, para no tomar parte por ninguno de los dos

bandos.

Por este motivo, la envidia de Joaquín Monegro no se presenta como un simple

caso de celos. Desde el principio, el personaje proyecta su situación hacia la sociedad, la

boda entre Abel y Helena es entendida como una humillación pública que le incita a una

obsesión constante por demostrar una y otra vez su superioridad sobre su amigo.

En este momento cabe preguntarse hasta qué punto la actitud, los sentimientos

de Joaquín pueden considerarse como asumidos, aunque de manera inconsciente por un

grupo social mayor. Unamuno estudia en esta obra, como en otras, un caso

paradigmático, prototípico de una circunstancia social que se retroalimenta de los

sentimientos individuales. De esta manera, el autor va mucho más allá que los autores

del Realismo literario, quienes, influidos por el pensamiento positivista, pretendieron

comprender al hombre de manera individual, desentrañar los mecanismos de actuación

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de personajes concretos. No es sólo esto lo que importa ahora, sino identificar estos

comportamientos individuales con valores y patrones de actuación colectivos.

2. El concepto de intrahistoria y el cainismo en M. de Unamuno

El de intrahistoria se presenta como uno de los principales conceptos que hay

que manejar, si se quiere efectuar un acercamiento eficaz a la apasionada meditación

sobre España llevada a cabo por Unamuno. El mismo autor lo expresaba de esta manera

"... los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a

todas horas del día... se levantan a una orden del sol, y van a sus campos a proseguir la silenciosa

labor cotidiana y eterna...esa vida intrahistórica, silenciosa y continua...es la sustancia misma del

progreso, la verdadera tradición eterna".

(En torno al casticismo, 42, en Cruz Cruz J.: “Tradición histórica y tradición

eterna de Ganivet y Unamuno”, Anuario filosófico, 1998 (31), págs. 245 – 268)

En esta línea, junto a la creación cultural oficial, constituida por una gran

cantidad de aportaciones individuales al acervo cultural, que son valoradas y asimiladas

conscientemente, se pueden rastrear aquellos hechos cotidianos que, tal y como señala

Juan Cruz Cruz, acaban fraguando un sistema de verdades permanentes que conforman

la mentalidad2, a la vez que coadyuvan a constituir lo que Sánchez Albornoz3 denomina

“herencia temperamental” y se define como un operativo que brinda posibilidades y

señala limitaciones de acción..

2 J. Cruz Cruz art. Cit. Pág. 2553 Abad, Francisco: Literatura e historia de las mentalidades, Madrid, 1987, edics. Cátedra. Pág. 194

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Con todo, si se aplica esta definición a la novela que estudiamos, las actitudes

de Joaquín Monegro hacia su amigo podrían ser, no sólo esperables, sino excusables, en

tanto que son parte de una personalidad heredada, un distintivo temperamental que está

presente en todos los españoles, aunque, según Unamuno, no por ello sea del todo

justificable.

Por otro lado, esta envidia a la larga produce el rencor, que no es otra cosa que

un sentimiento abigarrado en la intimidad del ser, un recuerdo permanente que acaba

dando razón de ser al personaje.

Ya en el Sentimiento trágico de la vida Unamuno había señalado la importancia

de la memoria en la conformación de la personalidad, a la vez que abogaba por la

tradición como modo de preservar la personalidad de un pueblo:

La memoria es la base de la personalidad individual, así como la tradición, lo es de la

personalidad colectiva de un pueblo

(Sentimiento trágico de la vida, 721, en Cruz Cruz J. 1998. art. Cit. Pág. 255. Nota 29)

En muchos puntos de su obra, Unamuno achaca a la envidia muchos de los

problemas de la nación, llegando a sentenciar:

“Es la envidia, más que otra cosa, la que nos ha hecho descontentos insurrectos y belicosos… somos colectivamente unos envidiosos … vívese en franca lucha sin permitir que nadie –fuera de los que en política medran- se sobreponga, y al que tiene la desgracia de llegar sin haber descendido al terreno en que con convulsiones de larvas se agitan las malas pasiones, se le deja solo en la alturas en la cucaña, para que pronto se resbale y se caiga”

(Unamuno, M. de: “La envidia hispánica” citado en Fernández Sanz, A.: “El problema de España entre dos Siglos”, Ponencia del VIII Seminario de Filosofía Española, Madrid, 1997. Departamento de Filosofía III, U.C.M. Anales del Seminario de Historia de la Filosofía)

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Estamos, pues, ante una cuestión radical en la configuración de la cultura

hispánica, cristiana y occidental. En el diálogo platónico Filebo se apunta que “es la

envidia la que provoca placer por las desgracias ajenas”(50a), noción que ampliará

luego Aristóteles, al matizar que no sólo el placer por el mal ajeno sino también el pesar

ante los éxitos de otros pueden ser consecuencias o características propias del

sentimiento envidioso. Es está última concepción la que parece tomar Unamuno –

probablemente a través de Tomás de Aquino- y la que considera más asimilable a la

forma de ser de los españoles. El Aquinate se preguntaba cómo un bien podía provocar

el mal en otras personas y a la inversa. La respuesta está, según este autor en la mirada

torcida, en el desequilibrio que padece el sujeto de la envidia, que a la larga le hace

trastocar su escala de valores:

“el temor de que mis recuerdos, de que mi historia, me acompañen más allá de la muerte” – Se plantea Abel

(Abel Sánchez: Capítulo XXVIII, final)

3. El afán de inmortalidad y perpetuación, a la luz del pensamiento trágico. En la obra

y en los hechos: Abel frente a Joaquín.

Una vez que Abel anuncia su boda con Helena, asistimos a un conato de

evolución de olvido por parte de Joaquín.

Pero la envidia de Joaquín es fatal. Surge justificadamente frente al rival vacuo e

insignificante, pero mimado por todos los éxitos, frente a la conciencia de superioridad

que, no obstante, lleva aparejadas la indiferencia e, incluso, la antipatía. De tal modo,

Joaquín, pese a sus odios, llega a despertar la comprensión del lector. Si ahondamos en

el espíritu de Joaquín podemos descubrir que su envidia no es tal, sino amargura y

decepción legítimas. Acaso la victima de la envidia de los demás sea Joaquín, pues la

verdadera envidia nace de la superioridad real y Joaquín es en todo muy superior a

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Abel. Su decepción, por tanto, nace de la carencia de reconocimiento, es una lucha

contra el olvido, como el mismo personaje arguye en el capítulo V

Tenía que aplastar con la fama de mi nombre la fama, ya incipiente, de Abel; mis descubrimientos científicos, obra de arte, de verdadera poesía, tenían que hacer sombra a sus cuadros. Tenía que llegar a comprender un día Helena que era yo, el médico, el antipático, quien habría de darle aureola de gloria, y no él, no el pintor. Me hundí en el estudio. ¡Hasta llegué a creer que los olvidaría! ¡Quise hacer de la ciencia un narcótico y a la vez un estimulante!»

(Abel Sánchez, Fuenlabrada (Madrid), 2003 (1995), edición de Carlos A. Longhourst ed. Cátedra, pág. 102)

La avidez por la fama, como apunta Pedro Cerezo Galán, suele ir así unida a la

conciencia moderna de que la historia es el reino del hombre, donde éste alcanza la

integridad de su figura4. Esta idea se deriva, precisamente, de la falta de fe en una vida

espiritual posterior a la muerte carnal, diatriba que constituyó uno de los principales

motivos de la crisis de fe sufrida por Unamuno en 1897. La crisis supuso para Unamuno

la falta de la creencia en un más allá y la reconducción hacia un mundo no dominado

por la fe, sino por la razón, en el que sólo tenía cabida la realidad terrena, en el que la

fama se presenta como el único medio de sobrevivir a la propia muerte.

Pero ésta es una fama a veces injusta e inmerecida, como en el caso de estos

“casi hermanos”: Abel, creador de producciones caducas, que a pesar de todo perviven

en la memoria nacional como recipientes de unos valores éticos y estéticos populares,

frente al afán de Joaquín por estudiar la realidad biológica del hombre, del individuo

como especie animal, cuyos hechos corren el riesgo de no merecer un lugar en la

memoria colectiva, a pesar de su cualidad permanente.

4 Cerezo Galán, P.: Las máscaras de lo trágico: filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Madrid, 1996 ed. Trotta. Pág. 262

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Esta circunstancia crea en Joaquín un sentimiento de inferioridad, contra el que

lucha durante toda la obra y que sólo supera –aparentemente- en el capítulo XIV, donde

alaba un cuadro de Abel, cuya fama acabó debiendo más al discurso de su amigo que a

la propia técnica pictórica.

Y abrazáronse llorando los dos amigos de siempre entre los clamorosos aplausos y vivas de la concurrencia puesta en pie. Y al abrazarse le dijo a Joaquín su demonio: «¡Si pudieras ahora ahogarle en tus brazos...!»

(Ed. Cátedra, Fuenlabrada, 2003, pág. 133)

En este punto cabe observar cómo uno de los momentos en que Joaquín se

muestra más simpático al público es precisamente cuando alaba la obra de Abel. Se trata

en última instancia de una muestra de superioridad, de hacer que la palabra hablada,

ejemplo por excelencia de lo momentáneo y caduco, cobre preeminencia sobre el

producto estético material, acabado. Con ello se alcanza una dicotomía que supone un

reflejo de la misma actitud con que Unamuno aborda su quehacer literario. Una actitud

comprometida, que le llevaba a ir siempre a la contra, con un individualismo

exacerbado, lejos de cualquier adscripción o prescripción política.

Joaquín, como Unamuno, intenta que su postura no se confunda con la de la

masa. Aunque para ello tenga que crear un elogio hiperbólico de la obra de Abel. En

definitiva, se trata de ampararse en la opinión común, de la mayoría, para luego

sobresalir por encima de ella, aun a riesgo de emprender una lucha encarnizada y trágica

consigo mismo. En este punto se observa una de las principales características que la

psiquiatría actual (Castilla del Pino) ha notado en el concepto que nos ocupa: no se

envidia el bien que posee el otro (sensibilidad artística, simpatía, ser amado por Helena

… en el caso de Joaquín) sino la imagen que el otro, Abel en este caso, posee como

poseedor de ese bien.

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3. Libertad y contradicción, características principales del pensamiento de Unamuno y

la filosofía noventayochista. La libertad y la conciencia de finitud en Abel Sánchez .

Antes se ha aludido al carácter descriptivo –y no prescriptivo- del pensamiento

unamuniano. Nuestro autor, como apunta González Palencia5, se afanó en busca de un

método de conocimiento adecuado ontológica y antropológicamente, es decir, que le

permitiese elaborar su propia visión del mundo y, dentro de ésta, de los

comportamientos humanos.

En este sentido, a menudo se ha considerado que el sistema de pensamiento de

Unamuno adolece de ciertas posturas contradictorias. Por ejemplo, si anteriormente se

hablaba de las alusiones a la “memoria colectiva del pueblo”, observamos, con Pedro

Cerezo Galán6 que a partir de 1900 Unamuno pone su énfasis en el yo como individuo,

con su secreto y su historia, diferenciada de la del resto de la humanidad. Es el yo

“como obra de libertad y fruto de autoelección originaria”, una obra que, ya sea artística

(Abel) o científica (Joaquín) cobra valor siempre en relación a los demás: el médico

debe curar, el artista debe agradar.

¿Dónde está, por tanto, esa libertad tan ansiada? Dezsö Csejtei7 defiende que es

precisamente la conciencia de finitud, la presencia constante de la muerte, la que otorga

sentido a la vida. En la novela que nos ocupa, se observa cómo Joaquín existe

precisamente por su sentimiento destructor, que le hace aborrecer a su amigo y

aborrecerse a si mismo. La libertad, por tanto, del hombre trágico, representado

paradigmáticamente en Joaquín, es la confrontación con el propio sentimiento de si8,

5 González Palencia, O.: “El tema de la personalidad en la obra narrativa de Miguel de Unamuno: un estado de la cuestión”. Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Nº. 48, 2002 , Págs. 467-4986 Cerezo Galán, P.: ob. Cit. Pág. 2477 Csejtei, D.: Muerte e inmortalidad en la obra filosófica y literaria de Miguel de Unamuno, 2004, ediciones Universidad de Salamanca. Pág. . 45. “ […] en la concepción cualitativa de la vida se observa la presencia continua de la finitud”

8 Cerezo, P.: ob. Cit. Pág. 68

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una lucha constante entre el ensimismamiento y la tentación nadista. Esta llamada a la

interioridad representa una de las principales características del pensamiento

unamuniano y la mentalidad contemporánea, un afán de individualidad que, más allá de

pretender aislarse de la realidad, busca aislarse de uno mismo, en ese estado de no-ser

que se presenta como única vía para la paz del hombre.

En el mismo trabajo, Csejtei llama la atención sobre el carácter interpersonal que

tiene la muerte en la obra filosófica y literaria de Unamuno. La fama que persigue

Joaquín (apartado anterior) se convierte de esta manera en un afán de inmortalidad, que

bajo distintas máscaras se presenta en varios lugares de la obra unamuniana. Pero, tanto

en la obra filosófica de Unamuno, en general, como en la novela Abel Sánchez,

particularmente, no se observa un afán de inmortalidad efectiva, de supervivencia de la

carne, sino como una inmortalidad de sentido9. Un afán que puede derivar de una

especial disposición del ánimo de los españoles para la muerte, sobre la que ya Trogo

Pompeyo (s. I a.C.) había llamado la atención10.

No es posible señalar con certeza si Unamuno pudo tomar este juicio del autor

hispanorromano, lo que sí parece demostrado es la atracción que nuestro autor siente

por el pensamiento protestante liberal. En esta línea, se puede rastrear en varias parte de

su obra la concepción de equivalencia entre ser bueno=hacer el bien, que en última

instancia deriva en la oposición fe/creencia creadora, tomada, según opina Cerezo, del

pensamiento de Rischtl11.

La avidez por la fama, por el rastro que dejan las obras del individuo tras su

muerte, va de esta manera unida a la conciencia moderna de que la historia es el reino

del hombre. Una historia formada a golpe de creaciones individuales, que se aúnan en la

producción colectiva. De esta idea se deduce la frustración que siente Joaquín Monegro

9 Csejtei, D.: ob. Cit. pág. 10310 Abad, Francisco: ob. Cit. Pág. 19611 Cerezo P.: ob. Cit. Pág. 242

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al no ver fraguado materialmente su trabajo intelectual, lo que sí consigue Abel

mediante el arte. Se trata de una necesidad de hacer efectiva la unión del individuo con

el resto de la sociedad, incluso con el resto de la humanidad, a pesar de la evidente

dificultad de que no existe un vínculo real entre los individuos. En esta misma línea,

resulta plausible pensar que quizás lo que siente Joaquín no es amor por Helena, sino

sed de reconocimiento.

En definitiva, bajo esta idea subyace la concepción interpersonal de la muerte,

que Unamuno toma de Schopenhauer12, según la cual no es tan trágico el fin de la

existencia como la posibilidad de no perdurar en el espíritu de la humanidad, de no

hacer que una idea cale en la mentalidad social. Todos los esfuerzos del individuo están

animados, en ese caso, por la esperanza de una inmortalidad interpersonal.

El mismo problema, desde otra perspectiva, subyace cuando Abel, habiendo

enfermado de cierta gravedad, requiere la ayuda de Joaquín (Capítulo VI). Más allá de

la diatriba ética que supone ayudar o no al prójimo, en este caso estamos ante la

necesidad íntima de contraposición, de consciencia de individualidad y otredad que

anima a todo hombre. Joaquín necesita que Abel siga existiendo, para reafirmar su

personalidad, como la sociedad española necesita oponer ideologías y mentalidades

para dar cuenta de su estado constantemente cambiante, de su vida como grupo humano

en evolución permanente.

4. Aspecto formal. El predominio del diálogo en la novela, en relación con la

concepción de la dialéctica en Unamuno.

En esta adaptación del tema bíblico, Unamuno amplia el tema de la envidia, al

reconocer una dialéctica entre el envidiado y el envidioso, que se necesitan mutuamente.

12 Id.: Id.: pág. 263

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No es que haya víctimas y verdugos, sino que todos llevamos dentro un Caín y un Abel

luchando en íntima tragedia.

Tanto en Hegel como en Unamuno, observamos que entre mundo e individuo se

establece una oposición dialéctica, equivalente a la de objeto y sujeto. La diferencia

entre ambas concepciones estriba en que mientras en Hegel esta oposición se solventa

cuando el individuo incorpora lo ajeno a lo propio, cuando convierte el mundo exterior

en interior, salvando así su ansia de eternidad (espíritu absoluto), Unamuno busca esa

eternidad a través de la creación. El individuo llega entonces a eternizarse en tanto ser

de su obra el mundo.

El diálogo, se convierte, de esa forma, en un recurso para oponer personajes en

lo que éstos suponen de representación de actitudes vitales. Cada carácter se va

configurando a si mismo en sus palabras, lo que supone una notable diferencia con la

omnisciencia narrativa propia de los autores realistas decimonónicos. La palabra se

erige así como el medio más adecuado para alcanzar el ser pleno, para establecer una

relación con el mundo, salvando esa fatal individualidad que observaba Schopenhauer y

que tanto preocupaba a Unamuno.

De esta manera, el autor se presenta alejado de las anteriores novelas “de tesis”

en las que la trama llegaba convertirse en un pretexto para exponer la ideología del

autor. Crea personajes complejos que se van configurando en sus propias actuaciones y

opiniones, a menudo tan incongruentes como las de cualquier ser humano. Es la novela

como experimento antropológico.

Un ejemplo de estos experimentos, son las conversaciones entre Joaquín y su

esposa Antonia, reflejos respectivamente del sentir del hombre trágico y la mentalidad

conservadora, tradicionalista. He aquí la verdadera función de este personaje femenino:

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la creación del diálogo, la confrontación de la vida insulsa y tradicional de Antonia, y el

drama interior de Joaquín Monegro, en lucha constante consigo mismo.

A pesar de que Unamuno privilegia en sus personajes femeninos el rol de

madre, por otro lado, en su misma simplicidad de pensamientos, en el carácter sencillo

de sus personajes, viene a evocar la creencia, el juicio popular de la seguridad,

confianza y abnegación como propias de las mujeres, que muy probablemente quisiera

para sus personajes femeninos, que quisiera para si mismo13.

5. Conclusiones

En conclusión, se puede observar que Joaquín Monegro se convierte en un

personaje ensimismado, que se limita a regodearse en su propia pasión y su sentir

trágico, a veces ajeno a realidad, a la vez que asume en si mismo el sentimiento de

soledad y concentración hacia dentro que había aflorado en la sociedad española en

vista de los desastres coloniales14.

No obstante, este ensimismamiento resulta contradictorio, toda vez que se basa

en un sentimiento como la envidia, que requiere ineludiblemente una proyección

exterior, otra persona –en este caso, Abel- que sea objeto de esa envidia. Bajo este

prisma, puede entenderse uno de de los puntos culminantes de la novela, en el que

Joaquín, tomando consciencia plena de sus sentimientos, consigue darles una nueva

interpretación

«Mas ¿no es eso -se dijo luego- que me odio, que me envidio a mí mismo? ...»Fuese a la puerta, la cerró con llave, miró a todos lados, y al verse solo arrodillóse murmurando con lágrimas de las que escaldan en la voz: «Señor, Señor. ¡Tú me dijiste: ama a tu prójimo como a ti mismo! Y yo no amo al prójimo, no puedo amarle, porque no me amo, no sé amarme. (Capítulo XXI)

13 Pacheco B.: “La concepción de lo femenino en Unamuno”. Contexto. Nº 10, 2004, Págs. 217-228 (http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1252822)14 Fernández Sanz, A. “El problema de España entre dos siglos (XIX y XX)”, Anales del Seminario de Historia de la Filosofía (1997), núm. 14, pág. 217. Servicio de Publicaciones de la UCM

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Por tanto, la extrapolación de este pensamiento al problema social, de

mentalidad popular, aparece clara: según Unamuno, la conflictividad constante de la

nación deriva, en sentido último, de una incapacidad para la aceptación propia y ajena,

de una cierta aversión a la heterogeneidad. Una política aborregadora contra la que

nuestro autor lucha a lo largo de toda su vida.

De esta manera, en un primer momento los sentimientos de Joaquín le conducen

al sentimiento de la abulia, tan característico en algunos autores, obras y personajes de

esta generación literaria, pero luego acaba resolviéndose en un estallido creador

incesante, en un afán casi maniático por investigar y obtener logros académicos.

Estamos, pues, ante un sentimiento de contradicción interna, de tragedia interior

constante, que en realidad sirve para animar su actividad, la posibilita. Es por ello por lo

que Joaquín muere en el momento en que aniquila ese sentimiento o, al menos, en que

no es capaz de seguir alimentándolo.

El conflicto interior, trágico, se convierte, de esta manera, en el motor interno

de Joaquín, trasunto de Caín, el primer hijo de la humanidad en la mitología cristiana,

así como, por tanto, arquetipo de todos los demás hombres. En este sentido, la ausencia

de referencias temporales explícitas en la novela permite la universalización del tema y

la ubicación de situaciones paralelas en momentos anteriores y posteriores de la historia

española: los más evidentes, las guerras civiles de 1872-1879 y de 1936-1939.

Esta interpretación conduce a una visión mucho más radical, íntima: el tema de

la personalidad innatamente dividida o divisible, que ha servido de inspiración a tantas

obras de la literatura occidental15. Bajo este prisma, es posible establecer un linaje de

parejas de hermanos emparentadas entre si por este lazo común de la oposición

15 Jurkevic, G.: “Archetypal Motifs of the Double in Unamuno's Abel Sánchez”. Hispania vol. 73, núm.2. Mayo 1990

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dicotómica: Cástor y Pólux, los mismos Caín y Abel, Satán y Cristo16, entre otros.

Precisamente esta pareja Cristo/ Satán fue la utilizada como modelo por los autores del

naciente psicoanálisis, en concreto por C. G. Jung, para quien ambos personajes

simbolizan los dos polos opuestos de la personalidad en necesidad constante de

concordia. Una necesidad que, según Unamuno, representa una de las primeras

imágenes contenidas en la inconsciencia colectiva de la humanidad y, más

concretamente, de la sociedad española.

Como conclusión, lo que Joaquín Monegro persigue es todo aquello que la

sociedad acepta tácitamente como positivo: el éxito, la simpatía, el amar y ser amado,

pero no tiene o cree no tener - Joaquín es amado incondicionalmente por Antonia-

todos los valores que están instalados inconscientemente en la mentalidad colectiva y

que sólo se ve capaz de perseguir proyectándolos en la figura de Abel y haciendo nacer

en si mismo un sentimiento de envidia y aversión, que acaba autodestruyéndolo.

6. Bibliografía consultada

Se citan a continuación algunas obras y artículos consultados durante la redacción de este trabajo, que me han servido para confrontar las propias opiniones o matizar aspectos que se presentaron como sugeridos a mi propia sensibilidad.

16 Tema utilizado por Milton en Paradise regarded, cuya lectura sirvió muy probablemente de modelo a Unamuno.

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