Angel Ortega - Tierra Incógnita

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    Terra Incognita

    ngel Ortega - 1997

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    ngel Ortega, en S. Agustn de Guadalix a 18 de diciembre de 2004

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    Terra Incognita

    Slo soy un soldado. Con esta afirmacin quiero disculpar las mltiplescarencias que tiene mi relato y algunas de las cosas que hice (o no hice) y que enl se cuentan. Antes de empezar, quiero describir un poco la situacin en que se

    encontraba mi entorno cuando comenz el viaje, pese a que la gente del puebloapenas sabemos nada de lo que en realidad pasa.

    Mi pas mantiene una estpida guerra con la Repblica del Pas Africanodesde un tiempo que nadie recuerda. Comenz antes de que yo, mi padre o miabuelo naciramos, probablemente cuando el mundo era distinto, poblado pormltiples razas, especies y culturas. Nadie que yo conozca sabe cul es el motivode esta guerra, y quiz no importe, porque se ha convertido en una razn de serpara todo lo que se hace o se planea. Los hombres somos educados para elcombate o para la produccin industrial en retaguardia, y las mujeres para la

    formacin de familias. Todo se hace por y para la guerra. La gente odia con todasu alma a nuestro adversario, pese a que muy pocos saben siquiera dnde estfrica.

    Antes del cambio climtico, todo era mucho ms fcil. Pero ahora hay nievesperpetuas en casi toda la superficie habitable del globo y la bsqueda de recursosenergticos y alimenticios se ha convertido en un objetivo prioritario. Que yosepa, se ha intentado todo. Los boletines del gobierno insisten en que nuestratecnologa avanza a pasos agigantados, pese a que hace dcadas que nadie ve un

    coche que funcione o un barracn con luz elctrica. Tambin se habla de labonanza econmica. Se puede interpretar por lo que dicen que somos la primerapotencia mundial, pero la gente muere por las calles de hambre y de fro. Detodas formas, no tengo otra fuente de informacin para contrastar lo que se diceen los boletines, quiz sea cierto que somos la vanguardia del mundo y haya sitiosdonde se est peor.

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    La tecnologa y la economa son importantes, pero comer es prioritario. Y enlos ltimos aos esto se ha vuelto ms difcil. Apenas hay cosechas (y cuando yonac era algo habitual, incluso mi hermano trabaj de recolector) y tampoco hay

    ganadera desde hace lo menos veinte aos. Esto es realmente grave, pienso yo.Quiz irrecuperable, si ha muerto la ltima gallina ya no podremos hacer nada.No obstante, el que tiene una ocupacin tiene qu comer: con nuestra cartilla deracionamiento podemos obtener nuestra comida diaria, a base de pan y patatas.

    He dicho que soy soldado, y eso no es del todo cierto. Antes era maestro ytrabajaba en una escuela para nios (las nias ya no van a la escuela desde antesde que naciera mi madre). Cuando me llamaron a filas, tem que me llevasen alfrente. Cuentan cosas horribles de all, y yo no soy un hombre de combate. No ssi hubiese sido mejor aquello, ir al frente, matar y morir. Sin duda habra sido

    menos complicado.Esper una interminable cola a la puerta de la agencia de reclutamiento (un

    edificio gris, marrn donde los ladrillos asomaban, sin cristales) y durante todoese tiempo la nieve se sucedi con la lluvia varias veces. Vi pasar algunos policasa caballo por la avenida, vigilando el orden de la gente que esperaba. La presenciapolicial, antes tan habitual y tan temida, ya no era la misma. Antes no se podadiscrepar con lo que se deca en los boletines porque te jugabas la vida. Ahora no,apenas se ven agentes de polica. No es libertad, opino, es miseria.

    Al fin me atendi, ya dentro del edificio, un tipo con bigote medio calvo,vestido con un rado uniforme militar. Me pregunt varias cosas nimias y meacompa a una sala interior, oscura y fra, sin ventanas.

    Me habl de un excepcional hallazgo que revolucionara la humanidad tal ycomo la conocemos. Yo no soy hombre de ciencias, y los tecnicismos que utilizno significaban nada para m (l tampoco era un hombre de ciencias, por lo quedudo que en realidad hubieran significado nada para nadie tal y como l los us).Lo llamaban Terra Incognita. Cuando dijo estas palabras record haberlas odo enlos boletines radiados repetidas veces en los ltimos das, aunque reconozco nohaberles prestado atencin. Haba sido reclutado para ir a Terra Incognita, fueralo que fuese eso.

    Me tendi unos papeles que me hizo rellenar (eran cosas inconexas, supongoque la prueba era realmente ver si yo saba leer y escribir) y me condujo a travsde interminables pasillos a un sitio donde me proporcionaran mi uniforme ydesde el que me llevaran a los barracones de instruccin. Por qu yo, le pregunt.

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    Por supuesto, l no saba nada. Alguien tena que ir y me haba tocado a m.

    Entregu mis pertenencias a un funcionario (mi abrigo, mi documentacin yalgn recuerdo de familia), me dieron un uniforme de mi talla y me condujeron a

    un pabelln que terminaba en un gran patio donde la nieve me cubra hasta lasrodillas. All haba, en formacin, un montn de gente encogida, vestida an depaisano, cogiendo trabajosamente la vieja bolsa que contena sus nuevosuniformes. Sin mi abrigo el fro era insoportable.

    Al rato lleg un militar. Era bajo, algo gordo, de mejillas congestionadas,sudoroso y de labios obscenamente gruesos, que pese a estar recin afeitado tenala cara azulada por la barba deseando salir. Se present por su nombre (fue lanica vez que lo o y no consigo recordarlo) y nos indic que a partir de ahora lera nuestro jefe en una misin de suma importancia. S recuerdo que mesorprendi el hecho de identificarse como jefe y no con su rango militar. Yo nosaba nada de jerarquas castrenses y nunca supe identificar por sus galones culera su grado. Quiz no era en realidad un militar, sino un tipo como yo cogido dealgn sitio, pero nunca lo supe. Volvi a nombrar Terra Incognita, de una formaan ms farragosa que el primer hombre que me atendi. Algunos de los que merodeaban se miraban entre s con gesto de duda, otros asentan como sicomprendieran.

    De ah nos condujeron al barracn donde dormiramos mientras durase la

    instruccin, que se anunciaba como muy breve.

    Tres semanas despus, formadas por das imposibles de diferenciar, de fatiga yfalta de sueo, anunciaron que haba llegado el momento. Nos condujeron a todos(no se cuntos ramos, pero s que haba habido bajas de gente que no habasoportado el entrenamiento o que haban encontrado algn contacto que les

    permitiese evitar su permanencia en la misin) a una gran sala donde haca unatemperatura agradablemente clida, pero cuyas paredes carcomidas por lahumedad mostraban el signo inequvoco de decadencia de todo lo que yo habaconocido hasta el momento. En las paredes haba cuadros de gente que yo noconoca, probablemente prceres, y mapas amarillentos. Se nos pidi silencio.

    Entr mi jefe portando una carpeta y luciendo en su rechoncho cuerpo un

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    uniforme nuevo. Habl y habl, sobre nuestra incompleta pero suficientepreparacin, y nos present al doctor, un hombre joven pero canoso, con gestolastimero y grisceo. l tambin dijo unas palabras y trat de darnos aliento. Nos

    advirti de que nos enfrentbamos a algo realmente nuevo, que podraacarrearnos problemas de salud, pero que debamos sentirnos orgullosos porquede nosotros dependa la explotacin de una nueva fuente de recursos tantoenergticos como alimenticios. l estaba all para cuidar de nuestra salud. Yo medistraje y me perd en pensamientos vacos, medio aturdido por el cansancio y porel aburrimiento, y un hombre a mi lado, que conoca de haberle visto en elbarracn, me pregunt qu era un cartgrafo. Un hombre que hace mapas, lerespond, e inmediatamente despus el jefe se acerc por detrs de m y mecondujo con empujones fuera de la sala.

    - Qu hablas, estpido? - me dijo, ya a la intemperie.Yo no supe qu responderle. Tampoco me habra dejado decir nada. Me

    orden dar diez vueltas al patio a paso ligero. No se qued a comprobar que lohaca y yo d slo tres vueltas y me sent a refugiarme de la nieve que caa debajode uno de los arcos del soportal.

    Cuando estim que era el momento de haber cumplido mi castigo, entr en lasala y la gente estaba hablando entre s de forma catica. Ya no haba nadie en laparte delantera, y por tanto deduje que haban ordenado romper filas. Pregunt a

    un hombre moreno qu se haba dicho despus, y me contest que nada, que lomismo de antes, pero que nos haban presentado al gua que nos iba a conducirall. No habl ms, y en vano intent averiguar ms sobre lo dicho, ni sobre TerraIncognita en concreto. Es un pas, dijo uno, es una isla, dijo otro, es un viajeplanetario, dijo un tercero. Qu tontera, me dije. Yo saba que en el pasado sehaban hecho viajes planetarios, que el hombre haba pisado la Luna y quiz hastaMarte, pero ahora era imposible.

    Nos retiramos por ltima vez a nuestros barracones esperando madrugar parainiciar el viaje. Me cost conciliar el sueo, yo estaba nervioso, y algunoscantaban al fondo del barracn. Quiz haban suavizado la disciplina militaraquella noche y se nos permita un poco de expansin.

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    A la maana siguiente tocaron diana demasiado pronto. Todos nos levantamoscon gran dificultad, y al formar en el patio descubrimos que era an nochecerrada. Ajustndose el cinturn apareci el jefe, con el doctor y con un tipo mal

    encarado, de mejillas hundidas, delgado como la muerte y vestido con ropaandrajosa de color indefinido. Supuse, correctamente, que era el gua. El doctordesapareci detrs de las ltimas filas de hombres y los otros dos quedaronenfrente del pelotn. El jefe comenz a separarnos por grupos de cuatro a seishombres, encomendndonos tareas. Grit el nombre de dos personas, queaparecieron a paso ligero, vestidos con unos gruesos abrigos negros y unos cascosverde oscuro con gafas de cristal ahumado, a los que voceando present como losingenieros. Algunos, con su misin ya asignada, corran de un lado a otro,portando cajas, extraos artilugios, lmparas de aceite, bidones, como presos de

    una indescriptible locura transitoria. El jefe pas a mi lado y me mir con gestotorvo; sin dejar de clavar sus ojillos en los mos, pregunt quin saba algo decaballos. El hombre que estaba a mi derecha se identific como tal y se puso enmanos de los ingenieros, que le llevaron hasta el establo, donde le perd de vista.Todo el mundo pareca tener su tarea, excepto yo. Al final, y cargando con unpetate enorme, se acerc mi jefe y me dijo:

    - Ya tengo una obligacin para ti, calamidad - y me arroj el petate a los pies- T debers llevar en toda ocasin este uniforme. Cudalo bien porque t eres elresponsable y se te caer el pelo como le ocurra lo ms mnimo.

    No saba si abrir el petate y mirar dentro o esperar. Tras unos brevessegundos, mi jefe mont en clera y me dio un fuerte empujn. Trastabill y caal suelo.

    - Espabila! - Se acerc como para golpearme, pero me levant deprisa. Separ en seco, quiz al comprobar que yo era ms alto que l. Apenas haba tratadocon l dos o tres veces y la violencia que aquel tipo destilaba hacia m meresultaba incomprensible y contagiosa. Deseaba pegarle, pero me contena -Abre el petate!

    Lo abr y extraje su contenido. Era un traje extrao, abultado, de un materialesponjoso. Tambin haba unas botas negras de cuero y un casco completo, negroy redondo como una sanda, con un visor en el centro. Pareca una especie detraje de inmersin.

    - Este traje es ahora como tu novia - dijo - Cudalo y mmalo, porque como leocurra el ms mnimo dao, te cortar las manos.

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    - S, seor - le dije, y creo que me cuadr.

    Mi mir con gesto duro y despus me espet:

    - A qu esperas?

    No saba qu responder.

    - Debo ponrmelo ahora?

    - Claro, imbcil! Siempre! Haga fro o calor, debers llevarlo puesto.Deberas estarme agradecido, porque este traje servir para una de las fases msimportantes de nuestra misin. Aunque quiz cuando llegue la hora le cedo elhonor a otro.

    Yo no crea en honores, as que no dije nada y empec a desempaquetar eltraje.

    - Desndate, no puedes llevar eso debajo!

    - Ahora? - pregunt. La nieve caa despacio y haca un fro que me hacatiritar.

    Volvi a empujarme, pero a pesar de tener las manos ocupadas no llegu aperder el equilibrio. El casco s cay, y rod por el suelo varios metros.

    - Estpido! - Y me dio un puetazo en la mandbula, afortunadamente nodemasiado fuerte - Recoge eso!

    Apenas termin su frase porque una sirena ensordecedora empez a sonar.Todo el mundo se revolvi, y el jefe se olvid de m mientras gritaba a suspuestos, que nos vamos y cosas as. No me desnud y me puse el traje encimadel uniforme. Me ce el casco con fuerza y comprob que era hermtico porqueno me llegaba ningn sonido del exterior. Descubr unos pequeos respiraderos ala altura de las orejas que poda abrir y al menos or algo de lo que pasaba a mialrededor.

    Corrimos por los patios (sin ir en formacin, sino casi como un gentohuyendo) hacia un enorme barracn. Dentro del barracn haba, en el techo,varias lmparas de luz elctrica, encendidas. Escuch comentarios al respecto,porque aquello era algo realmente raro. En el suelo haba una enorme trampillaredonda con un ventanuco de cristal, rodeada de grandes artilugios roosos ycomunicados entre s por cables. El sol an no tena fuerza para iluminar, y poruna de las ventanas rotas entraba nieve con los soplidos del viento. Mientrasformbamos o un sonido de cascos. Por nuestra izquierda lleg el hombre que

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    haba dicho que saba de caballos, tirando de las riendas de tres de ellos, uno deellos negro, otro blanco y otro gris, que remolcaban un pesado carro de hierrocargado de instrumentos de todo tipo. Tambin estaban los dos ingenieros, con

    sus casacas y sus gafas negras, hablando entre s a voces. Uno de ellos se dirigi auna especie de panel herrumbroso y manipulndolo hizo alzarse la trampilla.Tanto despliegue tecnolgico hizo que se oyera algn comentario de asombro. Elotro ingeniero hizo una sea al de los caballos para introducirlos por la trampilla.Pese a que del interior surgi una especie de plataforma, cost casi un cuarto dehora convencer a los animales de que entraran. Al final, ruidosamente, el carropas rozando con los bordes de la entrada.

    Una vez estuvo dentro se nos orden avanzar a paso ligero. El interior eracomo el de un enorme bidn, formado de chapas claveteadas manchadas de xido

    y rematado a lo largo por muchas tuberas, estrechas y gruesas, con mltiplesramificaciones y llaves. Haba tambin luz elctrica all, pero muy dbil ytemblorosa, lo que unido al retumbar del hierro y el continuo murmullo de vocesconverta el ambiente en algo tan febril como un mal sueo.

    Haba muchos asientos, en los que la gente haba empezado a sentarse. Yohice lo mismo. Los caballos con el carro permanecan en el centro, nerviosos pesea los esfuerzos de su cuidador. Alguna vez fall el fluido elctrico y nosquedamos sin luz durante varios segundos, en los que el ruido de fondo

    aumentaba y los animales resoplaban. El hombre sentado a mi izquierda comentvarias cosas en repetidas ocasiones, pero yo no le escuchaba.

    Por ltimo entraron el doctor y el gua, y en el umbral de la trampilla quedel jefe despidindose de los ingenieros. Se saludaron con marciales frases hechasy el jefe se retir para que la trampilla se cerrara. Dijo algo como nos esperarnaqu para recogernos a un tipo que tena a su lado y se dirigi hasta el fondo.Desde all nos solt una torpe arenga y se sent en uno de los bancos.

    Un zumbido empez a crecer y crecer. Iba acompaado de un vibrar en elsuelo y las paredes y de frecuentes interrupciones en el alumbrado. Todo merecordaba a un terremoto que viv de nio. As estuvimos mucho tiempo, quizhoras. Supuse que estbamos viajando, bajo tierra o por el aire en algn artilugiovolador. O quiz era algn mecanismo de teletransporte, quin sabe. Lo cierto esque esta parte me resulta confusa, y es probable que esas suposiciones sobre eltipo de traslacin las hubiese hecho despus y no segn ocurran, porque srecuerdo un demoledor aturdimiento y sopor. Al final, como muchos, me qued

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    dormido. Tuve sueos de violentas explosiones y sacudidas, de gritos, de fuego yde lamentos.

    Cuando despert, estaba tumbado a cielo abierto. A travs del visor de mi cascopude ver un cielo tan azul como no haba visto en muchos aos. Me incorpor deun salto para contemplarlo. En el cenit era azul y funda hacia violeta en elhorizonte, poblado de rboles muy altos y frondosos. A mi alrededor habamatorrales, piedras, flores, todo sobre un manto de hierba, y al fondo cadenasmontaosas coronadas de nieve. Por el suelo estaban tendidos muchos de mis

    compaeros, mientras otros iban de un sitio a otro, cargando cajas y cosas. A miderecha haba algo enorme, como un pequeo edificio, todo ennegrecido yenvuelto en humo. El jefe y el gua discutan al lado, mientras algunos hombresintentaban apagar las escasas llamas que an quedaban. Pregunt qu habaocurrido y alguien me dijo que haba habido una avera, que no estbamosexactamente donde deberamos, sino mucho ms al sur, y que algo haba fallado.Haba habido varios muertos y un par de casos de tmpanos estallados.

    Aprovech el aparente desorden para recorrer un poco la zona. Era naturalezaen estado puro, como todo el mundo soaba y algn viejo recordaba. Las floreseran grandes y hervan de insectos raros, como no haba visto nunca en los libros.Muy pequeos, muy articulados, con muchas patas. Algunos se peleaban. Lejoshaba un ro del que me llegaba de vez en cuando el batir del agua, y en la faldade las montaas algo se mova, como enormes rebaos de reses de las que nopude discernir la forma. En el cielo, bajo iridiscentes cirros alargados, se vea lasilueta de bandadas de pjaros de alas puntiagudas.

    Pero no sent lo que esperaba sentir, libertad, riqueza, frescura, sino algoopresivo, amenazador, como una hostilidad latente. El miedo de enfrentarme a

    algo absolutamente nuevo me recorra la espalda como un escalofro.Mi tregua contemplativa dur poco. Nos llamaron a formar para

    comunicarnos el estado de la misin. Lejos de aparentar el pesimismo quemanifest el que me inform, del jefe pareca desprenderse que slo haba habidopequeos contratiempos y que en seguida nos pondramos en marcha paraalcanzar el primer punto. No s si alguien saba a qu primer punto se refera,probablemente no, pero inmediatamente empezamos a movernos siguiendo al

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    gua. ste pareca eufrico, y en realidad su aspecto era ms el de un morador dealguna de aquellas praderas que el de alguien proveniente de nuestro entorno.Caminaba con paso firme, muy adelantado, con una vara en la mano, haciendo

    comentarios al jefe sobre esta planta o aqul fruto.Pero desde el primer momento la hostilidad de aquella tierra para con

    nosotros se hizo patente.

    Los caballos empezaron a hacerse reticentes a continuar, pese a que la llanuraera cmoda, sin desniveles ni grietas. Al final se quedaron quietos, comonerviosos, pero inmviles. El pelotn se detuvo a una orden del jefe, que pregunten vano al encargado de los animales, que no entenda en absoluto qu ocurra.

    Uno de los caballos babe sangre, y cay de rodillas, pese a todos los

    intentos de mantenerle en pie. El caballo gris se sobresalt de repente, comoenloquecido, y arranc al galope. Los otros dos tropezaron y el carro casi volcdel brusco empelln, mientras aqul segua tirando con violencia. Comenz adefecar borbotones de sangre y a cabecear hasta que de forma tan brusca comoempez se desplom al suelo de costado. Los otros dos fueron perdiendo fuerzaslentamente y al final se tendieron al suelo y murieron. En su estertor, uno de ellosvomit una gran cantidad de sangre medio coagulada de olor pestilente. Enmenos de un minuto los tres caballos estaban muertos por alguna razninexplicable.

    Todo el mundo enmudeci. El jefe preguntaba al gua y al doctoralternativamente, y el gua gesticulaba insistiendo en que l no saba nada, que erala primera vez que se traan caballos a Terra Incognita. El doctor deca que tenaque ser algo infeccioso y que nunca haba visto algo tan fulminante, pero claro, lno era veterinario. Alguno comentaba en voz baja si a nosotros nos pasara lomismo, y otro le responda que los caballos tenan enfermedades distintas a lasnuestras. La confusin dur varias horas, hasta que el jefe asign a ocho o nuevede nosotros para llevar el carro de las herramientas hasta que no tuvisemos otracosa mejor. Me result extrao que no me eligiese a m para aquello, dado el odioincomprensible que me haba tomado. Quiz para no estropear el uniforme.

    Haba tres heridos con rotura de tmpano que iban en el carro. Ahora, sinmontura que los remolcase, eran un verdadero problema, y los elegidos paraempujar el carro se negaban a llevarlos. Entre discusiones el doctor decidi hacerunas parihuelas para llevar a dos de ellos que no podan moverse, mientras que eltercero se empe en seguir a pie l slo. Reanudada la caminata, muy de

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    atardecido, ste se desmay. El doctor retir sus vendajes y haba perdido muchasangre. Escuch a un hombre calvo decir que ya estaba harto de ver sangre, yotros le apoyaron. El gua, que no se haba involucrado en las discusiones hasta

    ese momento, habl para todos con un lenguaje spero e inculto animndonos aseguir. Esto ha empezado mal, dijo alguno. En varias ocasiones estuvimos apunto de llegar a las manos, mientras el jefe insista en que aplastara severamenteun motn. En plena discusin, el herido muri. Cuando el doctor comunic lamuerte algo de razn volvi al grupo y el ambiente se seren. Se decidi acamparall mismo, bajo una gran pea con forma de flecha. Hicimos hogueras ydescansamos. A m me toc el segundo turno de guardia, en que aprovech paraquitarme el casco. Me haca sudar mucho y me sent renacer. Saba que el jefe nodeba verme as, pero l estara en aqul momento en el ms reparador de los

    sueos. Cuando despert a mi relevo y volv a mi saco de dormir, llegu a l yadormido del cansancio que tena.

    A la maana siguiente, los otros dos heridos haban muerto. El doctor estabaaterrorizado, quiz an ms que el resto. Senta que su materia se le escapaba delas manos, y que aqu las leyes biolgicas eran muy otras. Tras enterrar a los tresreemprendimos la marcha por la llanura. El bosque hacia el que caminbamos sehaca ms y ms grande, y los rboles parecan ser realmente gigantescos.

    A media maana descubrimos un ser inslito. Alguien sinti movimiento

    enfrente, a la izquierda; inmediatamente varios se adelantaron, blandiendo lasarmas cortantes que habamos trado, demasiado escasas debido a unaincomprensible falta de previsin. La hierba era alta como el trigo, y no sedistingua claramente qu ocurra desde donde nosotros estbamos. La lucha durlargos minutos y al final nuestros hombres volvieron con slo un herido leve conun rasguo en un brazo.

    Arrastraron consigo una especie de cerdo enorme, casi del tamao de unavaca, con una cara huesuda, un par de ojos alarmantemente inteligentes y otro parde rganos semejantes a ojos a una pulgada por encima de ellos. Su hocico, ms

    que de cerdo, era como el de un perro o un lobo, con colmillos agudos y brillantescomo si fueran de ncar. Su gesto era realmente amenazador, pero slo era fieroen apariencia, dada la relativa facilidad con que se le haba cazado. Sus patastenan pezuas y eran bastante parecidas a lo que nosotros conocamos, aunque laformacin de la cadera era extraa y daba la impresin de ser doble y articuladapor el centro. El lomo estaba erizado de pas negras y brillantes, como si fuerande un mineral oscuro e iridiscente, y una cola ms larga de lo que caba esperar

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    remataba un cuerpo masivo y musculoso.

    Yo me fij en las caractersticas del animal porque me sorprendi mucho,pero la mayora slo vio alimento. Desordenadamente se empez a descuartizar al

    animal, y all mismo se hicieron hogueras para probar aquella carne. El doctordesaconsej aquello por prudencia, pero muchos de los all presentes slo habancomido carne dos o tres veces en toda su vida. El manjar fue muy apreciado, y yoal final lo prob, vencido por la tentacin en forma de olor y color rosado.Ciertamente era sabroso, algo dulce y muy magro. El animal, an enorme, duren nuestra mesa improvisada apenas dos horas. Alguno comi las vsceras, yaunque hubo alguna queja de dolores de estmago, fue ms causa del empachoque del posible envenenamiento que el doctor auguraba. l fue el nico que nocomi.

    El jefe nos dej descansar durante un par de horas ms, sentados o tumbadosen la pradera. Algunos fuimos a proveernos de estacas para usarlas a modo delanzas, y nos entretuvimos mucho tiempo afilndolas. Al final, a media tarde, lacolumna se puso en marcha, pues era intencin llegar al bosque antes de quellegara la noche. Los das me parecan ms largos de lo normal, quiz hasta tres ocuatro horas, aunque no o a nadie hacer ningn comentario al respecto. A lo lejospudimos ver entre las espigas los lomos erizados de algn otro animal como elque habamos comido, y pudimos or sus gruidos y chillidos. Pareca como si se

    comunicaran, porque a cada ruido gutural le segua un acercamiento oalejamiento de otros individuos u otros ruidos a modo de contestacin. Antes deque la luz se fuese del todo el cielo se cubri de nubes oscuras y dejamos de ver uor ms animales, excepto el ulular de alguna especie de bho.

    De noche llegamos al bosque y el jefe insisti en adentrarnos ms hasta quevimos un claro. Los rboles eran columnas negras y speras, que se extendanhasta lo invisible. La hierba era mullida y como si fuera pelo de gato. De nuevohicimos la hoguera pertinente y mientras intentaba dormir escuch discutir al jefey al doctor, ms all de la luz de la hoguera, donde no poda verlos.

    Despertamos pronto, a la salida del sol. La maana era algo fra, pero no resultabadesagradable. El jefe me envi junto al gua y dos ms a la vanguardia, mientrasel resto del equipo se preparaba. El gua nos indic con un gesto la direccin a

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    seguir y los tres le seguimos. La vegetacin era frondosa y extraa, formada porrboles grandes de hojas anchas como un hombre. Caminaba el gua a unos veintemetros por delante de nosotros y nos orden, en silencio, que nos detuviramos.

    Yo bland mi estaca con fuerza preparndome para un ataque, y los otros hicieronlo mismo.

    Se oy un estrpito de ramas y hojas rompindose, y el gua ech a correrhacia delante. Los dems titubeamos, y en cuestin de segundos, nada msperderle de vista, escuchamos un grito horrible. Corrimos hacia l y le vimostendido boca abajo en el suelo, mientras segua sonando el crujir de ramas portodas partes a nuestro alrededor. Le dimos la vuelta y vimos una expresin deterror en su rostro, los ojos casi en blanco y un hilillo de sangre en la comisura dela boca. Tena en el pecho una perforacin de unos diez centmetros, redonda y

    limpia, en cuyo interior an palpitaba algn rgano vivo. Intentaba chillar pero suvoz rota se mezclaba con un borboteo. Al final dijo:

    - He escuchado unos chirridos arriba, en las copas... un chirrido...

    Intentando entender, todos alzamos la cabeza, esperando ver algo u oraquellos chirridos. El bosque estaba en silencio, como veinte segundos antes.

    El agujero en su pecho era escalofriante. Tena que haber sido provocado porun cuerno recto o un pico como de grulla, pero mucho ms ancho. Alguiencoment que poda haber sido una rama, pero nadie lo crey.

    El ms fuerte cogi al gua a hombros y corrimos hacia donde habamosvenido. De nuevo en el claro, con los dems, cuando el doctor pudo verle, yahaba muerto.

    El jefe estaba completamente aturdido, y casi haba perdido el control, peroal final consigui serenarnos e improvis varias normas de seguridad que bamosa seguir de ahora en adelante. El hombre fuerte que haba cargado con el guacoment a todo el mundo las ltimas palabras del muerto sobre sonidoschirriantes sobre su cabeza, y un pavor sordo se apoder del grupo. De nuevo el

    jefe tuvo que hablar para hacernos recuperar la calma.Algunos cavaron un hoyo y enterraron al gua. Nadie lo comentaba, pero

    todos sentamos que aquella prdida iba a provocar graves problemas para eldesarrollo de la misin. Al final, como medida de precaucin, el jefe decidi salirdel bosque y rodearlo. Nos cost todo el da atravesar la vegetacin hacia el este,y al final, ya en la llanura, acampamos para hacer noche.

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    Cmo negarlo, tuve miedo y no dorm. Y muchos ms tambin lo tuvieron.

    Al da siguiente, echando a alguien en falta, el jefe nos hizo formar e hizo unrecuento. Faltaban ocho personas, entre ellos los que haban llevado el peso de la

    discusin de das anteriores. La desercin, en mi opinin suicida, encoleriz detal forma al jefe que comenz a dar rdenes absurdas sobre disciplina yresponsabilidades. Aunque no estbamos organizados mediante una jerarquamilitar, nombr cabos a seis o siete y los hizo responsables de grupos de siete uocho soldados a su cargo. Aquello no gust, y contrariamente contribuy a unmayor desorden y mal ambiente. Cada cierto tiempo, reanudada la marcha, sesucedan peleas y encontronazos que a veces terminaban con algn herido. Lamisin en su totalidad se nos haba ido de las manos, y una sombra de tragediaplaneaba sobre nosotros. El jefe miraba constantemente sus planos incompletos y

    se mesaba sus escasos cabellos, insultando a todos los que se cruzasen con l. Eldoctor, ms introvertido, caminaba con la cabeza gacha, como cargando con unapena imperdonable. Para colmo, son un trueno ensordecedor con maticesmetlicos y una lluvia torrencial comenz a caer sobre nuestras cabezas,acompaada de un calor asfixiante. No se vea a cuatro pasos, y aunque todo elgrupo sinti mermadas sus facultades, el tamborileo de las gotas de lluvia sobremi casco me volva loco. El visor se me empaaba con el vaho de mi propioaliento. La llanura pareca interminable con el suelo enfangado y el crepsculoformado por las nubes nos suma en una noche perpetua. As pas un da y otro,indiferenciados, descansando cada seis o siete horas. En algn momento, medioenloquecido por el ruido, solicit al jefe que ordenara que alguien me relevara enllevar el uniforme. Se limit a mirarme, y tras un instante me golpe fuertementeen el estmago con el puo. Se me nubl la vista por un instante y ca al suelo.Creo que perd el conocimiento por unos segundos, en que me vi medio enterradoen el barro. Alguien me sac de all y me cedi su hombro para apoyarme duranteuna parte del camino. Al final me desmay.

    Mi despertar fue largo y fatigoso, y me senta peor que el da anterior. La

    lluvia segua cayendo con furia, y pareca de un color ms amarillento que antes.Entre brumas vi a mis compaeros, an durmientes, agazapados unos contraotros, como cachorros de perro. Alguno se desperezaba, entre ellos nuestro jefe.

    - La lluvia ha cambiado - le dije, y tras mirarme, me ignor. Si la tensinentre l y yo iba a mantenerse igual que los das anteriores, dudaba que pudierasoportarlo.

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    Se levant, y mientras daba gritos a todo el mundo para que se levantara,estir los brazos y ech la cabeza hacia atrs, abriendo la boca para dejar pasar latibia lluvia hacia su garganta.

    Con el cambio de la lluvia, el ruido de las gotas sobre mi casco era an msinsoportable que en los das anteriores. Estuve a punto de volver a pedir el relevopara que otro lo llevara puesto, pero slo de pensar en un nuevo conflicto con mi

    jefe, sent desfallecer. Alguien por detrs, al que no conoca, debi notar miangustia y me coment:

    - No s qu tiene contra ti, pero nunca te va a relevar de llevar el uniforme.

    - Voy a volverme loco con este ruido - le contest sin mirarle.

    Reanudamos la marcha lenta y dolorosa bajo la lluvia, y dentro de mi traje

    senta un calor insoportable, que unido al repiqueteo interminable me haca sentirfebril. Vea a todo el mundo con las cabezas empapadas de lluvia y les envidiaba.

    Recorrimos el desfiladero hasta llegar a un pequeo barranco embarrado quenos toc bajar, aproximadamente a la mitad de la jornada. Fue entonces cuandoalgunos empezaron a sentir los primeros sntomas.

    - Me pica todo el cuerpo - En las manos y la cara aparecan rojeces comosabaones.

    El jefe decidi ignorarlo y orden a todo el mundo bajar el barranco, pues en

    l estbamos demasiado expuestos. Hubo problemas para los que acarreaban elcarro del material, pues las ruedas se clavaron en el fango y fue necesario quetodos empujsemos para desatascarlo.

    Cruzamos un bosque de rboles ms altos y ms rojizos de lo que hastaentonces habamos visto y un pequeo riachuelo de un agua tambin ms rojiza yms densa. Alguien escuch en las copas de los rboles los mismos ruidoschirriantes a los que se refera el gua antes de morir, pero no pudimos ver nada.Otro se desmay y el jefe orden acampar un tiempo para descansar. Yo me alejun poco del improvisado campamento y me apoy en el tronco de un rbolenorme que se torca sobre m y me resguardaba algo del infernal goteo. Aunqueno desapareci del todo, me pareci recobrar una calma perdida haca siglos.Cerr los ojos que me ardan y me sum en un duermevela del que apenasrecuerdo nada.

    Cuando abr los ojos vi que el color del cielo se haba tornado ms verdoso yalgo ms oscuro. Repentinamente pens que haban levantado el campamento y

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    se haban ido sin m, pero al volverme vi a todos an all. Haba una especie defebril actividad entre ellos, gritos y pasos apresurados por todas partes.

    - Qu pasa? - pregunt al doctor.

    Me mir con ojos de terror.

    - No s, no s, nunca haba visto una cosa igual - y desapareci por miderecha.

    Entre la gente yendo y viniendo, haba varias decenas de hombres tendidosen el suelo, retorcindose. Me acerqu y vi lo que les ocurra. Tenan el cuerpocubierto de unas llagas horribles, la cara, los brazos, todo. Algunas de las llagasparecan moverse; mirndolas ms fijamente, poda verse como una especie decabeza de gusano. Con el corazn en un puo, fui recorriendo las filas de

    enfermos, con su enfermedad avanzada de diversas formas, algunos no se movan,slo se apreciaba en ellos una especie de oleaje, como el viento cuando mece uncampo de trigo, de tan agusanados como estaban. Algunos secaban con trapos lasheridas de los enfermos; otros especulaban si era la alimentacin, si era un virus,si era algn insecto que no conocamos.

    Me dediqu a atender a uno de los enfermos, que me peda que le matase.Sus ojos eran apenas cuencas hirvientes de cosas blandas y mviles; sus manostemblaban como si corrieran lampreas por sus venas. El jefe haba cado tambinenfermo de aqul mal horrible, por lo que la organizacin haba desaparecido porcompleto. Unos se peleaban; un grupo de cuatro o cinco decidi irse. Lo cierto esque nadie pareca libre, de pronto escuchaba a alguien quejarse de picores y uncuarto de hora ms tarde estaba en el suelo retorcindose y cubierto de sangre.Cuando el doctor se desplom, el caos fue absoluto. Se iban corriendo, sesuicidaban, mientras la lluvia incesante baaba los cuerpos lacerados como sinada ocurriera.

    Hacia el crepsculo muri el ltimo de mis compaeros entre doloresatroces. Unas horas antes, yo haba comprendido lo que ocurra. Era la lluvia,

    esta extraa lluvia de color amarillento y de consistencia aceitosa. Mi particularinfierno de tamborileo estruendoso me haba salvado.

    Me incorpor y mis rodillas se quejaron de haber estado tanto tiempoencogido. Mir a mi alrededor y el paisaje era un entramado de cadveresretorcidos. Los primeros afectados apenas parecan cadveres ordinarios sinomasas esponjosas y dilatadas apenas antropomrficas, y haban sido abandonadosya por sus parsitos, probablemente por carecer de utilidad para ellos.

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    El carro con el instrumental, abandonado a su suerte, se haba ido deslizandolentamente por el barro y apareca medio sumergido en el riachuelo. Era absurdointentar sacarlo de ah, o incluso pretender seguir yo solo con la misin. Ech a

    andar hacia adelante acompaado del eterno golpeteo en mi cabeza y ya era casinoche cerrada cuando encontr varias masas esponjosas muy juntas entre s,probablemente algunos de mis compaeros que haban pretendido huir de lacondena. Mir hacia atrs y ya no vea el carro, el riachuelo o los muertos.

    No deseaba pararme y casi a ciegas segu manteniendo el mismo rumbo.

    La lluvia ponzoosa dur varios das, en los que no com ni apenas dorm.Durante todo ese tiempo camin por la llanura en penumbra, con nochessucedindose a das crepusculares. No vi ningn ser vivo por ninguna parte.Supuse que, en esta tierra olvidada por Dios, cuando este horrible agenteatmosfrico se manifestaba, la vida enmudeca y lata escondida en madrigueras ocovachas. Adems, al ser esta lluvia ms espesa que el agua, no era absorbida porel terreno de la misma forma, por lo que se almacenaba en charcas pestilentes yen arroyuelos infectos.

    Aprovech aquellos das para pensar. Mi situacin era en verdad difcil. Nosaba si deba volver sobre mis pasos para localizar el lugar de llegada y esperar aque alguien volviera a recogerme (crea haber escuchado algo sobre una recogidacuando partimos), o seguir hacia adelante, en una especie de viaje suicida enbusca de alguna razn para todo aquel absurdo, como si en algn punto hubieseun lugar donde se me explicase qu pintaba yo all, qu era aquel lugar, por qutodas esas muertes. Lo que hasta entonces haba visto no me gustaba, retrocederera una idea que me produca nuseas. Era posible, o al menos as quera creerlo,que ms adelante encontrara un refugio contra tanta hostilidad, alimentos

    abundantes y tiempo favorable. Aquello no era frecuente en m; nunca he sidosuficientemente valiente como para asumir riesgos. Ni siquiera en una huida haciaadelante como aqulla. Pero esa fue la decisin que tom.

    El cielo all era casi igual al que yo conoca, excepto por algunas anomalasen los colores de los atardeceres y en el tamao y forma de la luna. Tampoco,como ya coment, los das duraban lo mismo. Y por supuesto, los animales, lasplantas y el clima eran distintos. No poda ser una isla ni una tierra desconocida.

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    No poda ser la misma tierra en otro tiempo, no poda ser el pasado, ni el futuro.No poda ser otro planeta porque era todo demasiado parecido. No poda ser otradimensin (sea lo que fuere eso de las dimensiones) ni poda ser una tierra de

    sueos o de alucinacin. No poda ser el infierno, ni el cielo, ni el limbo, o almenos me resista a creerlo. Me odi por no entender, por no tener el nivel deconocimientos suficientes como para saber cmo me haban llevado hasta all, porno haber intentado averiguar ms sobre el destino y la misin cuando an estabaen el campo de adiestramiento, por haber sido tan condenadamente indiferente ytan endiabladamente estpido. Ahora me vea inmerso en una naturaleza brutalque me sobrepasaba, en un frenes salvaje al que era completamente ajeno y en elque cada minuto de prolongacin de vida era un regalo.

    Huir hacia adelante.

    Un poco ms tarde del medioda, la lluvia empez a perder espesor y ces decaer. Las nubes, poco a poco, se fueron retirando, y mientras los rayos del solcaan sobre la tierra lacerada, la vida fue despertando. A lo lejos volv a ver lamancha oscura de algn enorme rebao, bandadas en forma de ngulo volvieron acruzar el cielo y de nuevo una riqueza de sonidos, desde pidos a rechinar de patasde insectos, sustituy al montono golpetear de la lluvia. Algunas bestias,pequeas como ratones, chapoteaban en lo que unos minutos antes era veneno.Aparentemente, el agua de gusanos ya era inocua. En ella pareca flotar una

    especie de espuma amarilla, sin duda las larvas que infectaron a mis compaeros,que haban pasado de horribles depredadores a presas del resto de los seres vivos.Animales peludos e insectos enloquecidos se alimentaban con fruicin del caldoflotante, peleando entre s por obtener la mayor cantidad posible, como si de unmanjar se tratase.

    El final de la lluvia me trajo un silencio grueso, zumbn, ensordecedor. Mequit el casco. Me hice dao en el cuero cabelludo, porque debido al sudor el pelose me haba apelmazado y pegado al recubrimiento interior de plstico. Pese aldolor, la brisa lleg a m como un sueo largamente esperado. El aire invada mis

    pulmones, y me sent renacer, como las criaturas que me rodeaban.Casi inmediatamente, me pareci escuchar una serie de sonidos que se

    articulaban como voces. Cuando intent esforzarme, desaparecieron, para volvermedio minuto despus. As se fueron sucediendo murmullos y silencios, sin queen realidad pudiese afirmar que fueran conversaciones. Corr por los montculosen busca de la fuente de aquel sonido en vano; parecan, aunque despacio,

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    alejarse.

    Al final, atraves un pequeo riachuelo y tras una enorme pea lo vi: un ro,bastante ancho, que reflejaba el sol de forma cegadora, baaba la ladera de lo que

    pareca un primitivo pueblo, con chozas hechas con piedras disformes apiladas ytechos de unas hojas enormes de color morado oscuro. Me sent estremecer. Siaquello era un poblado, y lo era, estaba sin duda habitado por seres inteligentes,no humanos, a juzgar por la extraa forma de los umbrales de las oquedades quehacan de puertas.

    Casi en respuesta a mi pregunta, apareci un grupo de cuatro seres extraos,de poco ms de un metro de altura pero ms anchos que yo, con rostros angulososy una piel que pareca cuero, los colmillos superiores asomando sobre el labioinferior, vestidos con unas ropas desiguales en tejido y forma, y una asimetrageneral en todo el cuerpo, leve pero patente, que les haca caminar de formaextraa y torpe. Uno de ellos tena uno de los brazos considerablemente ms largoque los dems, rematado por un apndice irreconocible, que poda ser una manohipertrofiada o algo an ms raro. Otro de ellos tena el crneo como aplastadohacia un lado, con un ojo seguramente inservible. Otro tena un maxilar inferiorligeramente ms grande de lo que caba esperar, y sus colmillos se curvaban haciaadelante para dejarle sitio. Los cuatro, al verme, se sobresaltaron y me mostraronsus manos, casi humanas pero de uas retrctiles como las de un gato, que hacan

    entrar y salir de sus alveolos acompasadamente. Tras unos angustiosos segundosque se me hicieron eternos, abandonaron su pose defensiva casi al tiempo y semiraron entre s. Uno emiti una serie de vocablos articulados, que debido a suaspecto de bestezuelas me sorprendieron por lo elaborados y claros. Los demsrespondieron, cedindose la palabra, mirando los dems al que en cada turnohablaba.

    Poco a poco, un gran nmero de seres parecidos (nunca exactamente iguales)fueron llegando, unos salieron de las chozas, otros salieron del ro, otrosaparecieron detrs de una enorme duna que haba en la otra orilla. Algunos se

    unan a la conversacin, otros miraban a los conversadores, y aunque pareca quetodo aquello era por m, pocos me miraban directamente. Al final me sent, elagotamiento me venca. Dos o tres trotaron hacia m, asustndome, y al intentarlevantarme me ca. Todos callaron y se acercaron lentamente. Dos de ellos metendieron manos deformes y les segu.

    Me llevaron al centro del pueblo. Sus conversaciones me abrumaban y me

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    mareaban. All unos cuantos, con sus cmicos andares, comenzaron a agruparpiedras de un gran montn en un claro, de forma que en cuestin de minutoshaban construido una especie de choza para m. No saba si me acogan con una

    hospitalidad sorprendente o si me guardaban para la cena, pero como apenas tenafuerzas, ced. Alguno trajo un lecho de hojas secas y lo puso en el interior. Yoquise entender que se me invitaba a entrar y as lo hice. Mientras unos cuantostapaban el techo, pese a sus fluidas y ruidosas conversaciones, me recost ydorm.

    Al da siguiente me despert un enano de cabeza lobulada vestido de verde.Me traa en un gran recipiente cncavo un montn de frutas junto con un alimentohumeante que despeda un olor fresco como de hierba recin cortada. Comagradecido, pues no haba probado bocado durante los das que haba durado la

    lluvia. Las frutas y el objeto caliente me reconfortaron en un principio y me sentvigorizarme, pero al cabo de unas horas me atac un dolor de estmago eintestinos que me impeda siquiera andar derecho. Creo que hasta tuve fiebre, yno pude moverme durante el resto del da. Achaqu la indigestin a la comidahumeante que me haban servido, y s debi ser aquello, porque no volv acomerlo nunca ms (aunque no dejaron de servrmelo mientras estuve all) y nose repitieron aquellos dolores.

    El tiempo que permanec con ellos me limit a vagar de un sitio a otro

    contemplando sus actividades y pensando. Pensaba en m, en lo absurdo de misituacin, en la impotencia que senta por no poder resolver ninguno de losobstculos que se me planteaban. Tambin pensaba en mis anfitriones, un pobladode enanos parlanchines deformados que me haban adoptado sin hacer preguntas(o quiz s las hicieron, quin sabe) y me permitan una vida de holganzamantenida. Me alimentaban, me daban cobijo, y ni siquiera me forzaban acolaborar en nada. Quiz me tomaron como animal domstico, quiz les resultabacurioso mi tamao, o mi color, o mi simetra, de la que ellos carecan. Quiztambin la hospitalidad era una ley ancestral que deban cumplir a rajatabla. De

    vez en cuando un grupo se me acercaba, me examinaban de arriba abajo con surostros desagradables, discutan entre s acaloradamente y luego se iban. suidioma era sorprendente, como ya he dicho, sobre todo comparando su fluidez yclaridad con el aspecto fsico de animal que tenan. Bien podan haber hablado enun idioma humano que yo no conoca, porque se articulaba en fonemas que yopoda reconocer, aes, efes, jotas. Pero nunca entend nada, ni reconoc patrones, niasoci vocablos a actividades concretas.

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    Les sorprenda mi casco. Nunca lo llevaba puesto, pero cargaba con l,temeroso de que la lluvia volviese. Quiz pensaban que formaba parte de m, yalgn curioso se acercaba a estudiarlo y se sorprenda al verse reflejado, ahuevado

    y estirado, en su superficie pulida.Tampoco consegu explicarme ninguna de las extraas costumbres sociales

    de los habitantes del ro, fuera de las obvias de la alimentacin. Pero incluso entemas de alimentacin hacan cosas raras. Era un pueblo eminentementepesquero: siempre haba varios grupos metidos en el agua, con extraos enseres ylanzas puntiagudas, y entre parloteo y parloteo (eran febrilmente locuaces entodas sus actividades) sacaban una especie de moluscos grandes sin formadefinida, llenos de tentculos gordezuelos como dedos.

    De estas jornadas de pesca no todo el botn se empleaba en alimentacin.Cada cierto tiempo, un grupo almacenaba los palpitantes moluscos en un granmontn, algo alejado del poblado, y all lo abandonaban. Durante das el montnse pudra y se reduca de tamao al secarse, inundando el poblado de oloresrepulsivos cuando el viento era favorable. Luego, tras un perodo de tiempo queno pude medir, alguien llegaba all y devolva el asqueroso material al ro.Siempre haba seis o siete montones de materia en descomposicin tanto haciaarriba como hacia abajo de la ribera del ro. Qu pretendan con aquella labor tanaparentemente ftil, nunca lo supe.

    Una maana, sentado en la orilla, contemplaba como un grupo de aquelloshabitantes del ro trabajaban en algo, con el agua por la cintura. Parecanafanados en algo parecido a la pesca, y no pude evitar preguntarles Quhacis?. Mi propia voz me son ronca y desigual, y en ese preciso instante me dcuenta de que era la primera vez que hablaba desde que murieron miscompaeros. Todos se volvieron, y en un principio supuse que su sorpresa sedeba a que no saban que yo tambin poda hablar. Uno de ellos se me acerc,girando la cabeza. Era feo, ms que los dems: su rostro estaba arrugado enespiral, como tragado por un remolino. Lo repet: Qu hacis?, quiz para

    alimentar su curiosidad, o para aclararme la garganta. Se volvi y grit algo a suscompaeros, que ya se acercaban. Me rodearon, y la situacin perdi lo poco quetena de divertida. Me molestaba su inters, o su descaro, o su obscena fealdad. Oenvidiaba que tuviesen con quin hablar, o me asqueaba que fuesen tanabsurdamente hospitalarios conmigo. Me incorpor, y empec a vocear, cada vezms fuerte: Qu hacis!, Qu hacis!. Quiz perd el control, y grit hastaque la garganta me doli y me asalt una tos dolorosa. Sent un mareo y volv a

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    sentarme sobre la fina arena. No quera verles y escond mi cara entre mis manos,y as permanec largo tiempo. Poco a poco, todos volvieron a sus tareas.

    Das despus, una de aquellas criaturas, mutilada (en este caso no pareca una

    de sus habituales malformaciones congnitas, sino ms bien el resultado de algncombate o ataque de alguna bestia feroz), se acerc a m portando un objeto demadera, como un libro. Con recelo fue poco a poco llegando hasta m, y con unmovimiento brusco, me tendi aquella cosa. No era un libro, como me habaparecido inicialmente, sino una caja como si fuera un joyero, de una maderaquebradiza y vieja, con un cierre metlico. El objeto pareca remotamentehumano. Con precipitacin manipul aquel cierre, que no cedi en seguida. Alfinal abr la tapadera, y con un crujido y una nubecilla de astillas me mostr sucontenido: un trozo de papel antiguo, amarillento, con el texto ...enido del

    alamb... escrito con letra a mano alzada.El corazn me dio un vuelco. Cmo era aquello posible? Indudablemente,

    era un fragmento de algo escrito en mi idioma. Un texto humano, sin duda.Cuando mir al individuo, ste haba tomado una rama y me pintaba algo en laarena. Por ms que se esforzaba, no consegua entender lo que pintaba. Unaespecie de cuadrado, una elipse, y una lnea curva que la rodeaba. Me miraba,deca algo precipitadamente, y volva a repasar el dibujo una y otra vez, hasta queya no se reconoca nada. Me sealaba ms all de las montaas, detrs de las que

    ya se haba escondido el sol, y haca gestos con su nica mano, girndola,retorcindola. Por ms que lo intentaba, no consegua entenderle. No conseguaentender a nadie all, y eso me fatigaba. De su boca salan aquellas palabras tanincomprensibles y tan definidas, y sin embargo sus labios y encas, con dientesamarillos y babas, me parecan tan animales y tan repulsivas como el primer da,si no ms. Quiz me deca que aquel objeto provena de las montaas, o del sol, oque hacia poniente vivan hombres, o que le gustara que le llevase all, o que elsol era el causante de que slo quedase un trozo de papel escrito, o que me fueravolando en la primera rfaga de viento. Era imposible. Le d la espalda y me alej

    hasta unos matorrales bajos, que empec a arrancar a patadas.Una maana, decid irme. Aunque fue una decisin repentina, pareca que

    todo el mundo lo esperaba. Recog lo poco que llevaba en mi mochila y abandonla choza que amablemente me haban construido. Unos cuantos llamaron a losdems, y todo el poblado se fue agolpando en la plaza central. Todo un ejrcito decaprichos me contemplaba con curiosidad y, por primera vez, en silencio.Diseminados por toda la orilla del ro, ninguno igual a otro.

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    Tal vez su disformidad era debida a algn mal, alguna enfermedad o errorgentico, alguna debilidad heredada que evitara que la reproduccin engendraracopias exactas de sus padres. O tal vez eran extremadamente sensibles a las

    mutaciones. O quiz era esa su forma de entender la existencia, mediante unadistincin formal notoria, mediante un pice de monstruosidad en cada individuo.

    He hablado de reproduccin, pero quiz fue un error mo al aplicar losparmetros que conoca a los habitantes del ro. Durante todo el tiempo quepermanec con ellos, no vi en ningn momento cras (o nios, como se prefiera),ni relaciones familiares, ni actos de flirteo o de pareja, ni siquiera rasgos sexualesdiferenciados (o al menos, no los supe interpretar como tales). quiz su forma deperpetuar la especie era otra que no alcanzo a vislumbrar.

    Uno de ellos, cuando me alejaba, corri hacia m y me tendi una manocoricea. En ella haba una raz, tallada toscamente, con una forma levementehumana. Quiz aquel ser, al que ni siquiera conoca, me haba apreciado losuficiente como para construirme una estatuilla. Se qued all unos instantes,haciendo un gesto raro con su cara. Yo, por supuesto, no supe qu decirle ni conqu gesto responder para demostrarle gratitud. En cierto modo, me sent mal,porque en el fondo yo me iba por no haber superado mi incapacidad paracomunicarme con ellos ni la repugnancia que me producan, porque no habasabido valorar suficientemente su hospitalidad como para dejar de verlos como

    monstruos o bestias. Al final se fue, no s si decepcionado o comprendiendo mislimitaciones. Alc la mano y alguno, en respuesta, hizo algn movimiento. Me dla vuelta y segu la ribera del ro, con un nudo en la garganta, desprecindome am mismo por mi ingratitud, pero incapaz de darme la vuelta y afrontar el asco.Me vi como un condenado arrastrando su condicin de ser humano como unacruz, y en aquella autocompadecencia sent cierto alivio. Durante el camino sentvarias veces ganas de tirar aquel regalo al ro, porque me pesaba en el alma comouna losa, pero no lo hice.

    Atraves lomas y montes de arbustos bajos, hacia poniente. El individuo que meense el trozo de papel seal en repetidas ocasiones hacia este lado y a falta deun objetivo mejor fij mi rumbo hacia ah. Recoga frutas, no tan sabrosas comolas que com cuando mis compaeros vivan ni en el poblado de los habitantes del

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    ro, y de ellas me alimentaba, pese a que tena un miedo permanente a encontrarla muerte con algn fruto venenoso o en mal estado. Afortunadamente, lanaturaleza que se mostraba con tan poca piedad en otros aspectos me fue piadosa

    con la comida.En das subsiguientes, tuve sueos extraordinariamente claros. Algunos eran

    meras pesadillas de persecucin, que me hacan despertar muchas veces durantela noche. En otros soaba que haba vuelto a mi ciudad, y volva a ver la nievecolor ceniza cayendo perpetuamente en las calles, y daba clases de nuevo a ungrupo de alumnos, de rasgos definidos, ms claros de lo que jams habaconseguido recordar en rostros reales. Otro da tuve un sueo inquietante, en elque haba encontrado a los que haban escrito el trozo de papel que vi. Ocurrims o menos as:

    Caminando por un bosque brumoso, sobre un cielo de luminosidad extraa,trazada de espirales de luz, encontr oculto tras un manto de vegetacin untemplo de piedra. Entr por una abertura en uno de los muros, y atravesinterminable pasillos oscuros como en un laberinto. Al final, tras un recodo, hallun extrao ser, de aspecto reptiliano, de enorme talla. Se me identific con unnombre que ahora he olvidado pero que record al despertar y me dijo que lhaba escrito el papel. Su mirada era increblemente real, y sus ojos eran tandefinidos que recuerdo perfectamente cada uno de los brillos y giros que haca su

    iris caleidoscpico.Me hizo seguirle y me llev a una gran sala abovedada, donde sentados a una

    mesa haba un conjunto de seres indescriptibles, de mltiples brazos y cabezashocicudas, que parecan jugar a algo. Uno de ellos me invit a unirme al juego;sobre la mesa haba muchas cosas complejas.

    - El juego consiste - dijo el ser de mirada penetrante - en lanzar esas piezassobre el tablero. Segn la cara sobre la que caigan, el smbolo pintado en ellasdecidir qu pieza has de mover.

    - Y eso es todo? Dnde est el reto? Slo cuenta el azar?Las criaturas se miraron entre ellas con duda, para al final mirarme todas am. Me senta absolutamente aterrado por su aspecto, y aunque me hubieranmostrado sus intenciones pacficas estaban muy lejos de inspirarme confianza.

    - En este juego tienes que asumir las cosas tal como te vienen - dijo miinterlocutor al fin - No tienes que decidir nada. Slo lanza tus piezas y muevesegn te ordenen.

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    - Slo lanza tus piezas - Murmur para m, y tom los tres poliedros.

    Sent un escalofro. Las piezas estaban extraamente calientes, y vibrabancon un zumbido apenas audible, como si cada una de ellas tuviese dentro un

    moscardn enloquecido. El tacto era profundamente desagradable, as que laslanc con repugnancia sobre el tablero.

    Con un sonido como de madera fueron rebotando hasta parar. Los dadosanmalos mostraron un cono, un prisma trapezoidal y un cubo con agujerostriangulares en las caras. Algo en mi jugada hizo regocijarse a uno de ellos, o asinterpret el movimiento exagerado y repentino de sus muchos brazos.

    Mov hacia adelante las piezas representadas en los dados, y mi ejrcito depalo se aproxim un poco a sus supuestos enemigos.

    As pas mucho tiempo y apenas haba ocurrido nada en el combate, ymientras mis compaeros de juego permanecan apasionados, yo me aburramortalmente. No saba cmo poda librarme de aquello, hasta que al fin dije:

    - Tengo que irme - Todos volvieron sus aparatosas cabezas hacia m.

    - Entonces debes dejar algo tuyo, si quieres abandonar el juego - dijo el queestaba a mi derecha, que no haba hablado hasta entonces.

    Mal asunto, pens. Qu puedo dejar? Lo nico que tena era la toscaescultura que me regalaron los habitantes del ro. Abr mi traje y apenas la

    mostr, la ms alta de las criaturas me espet:- Pretendes ofendernos con eso? Gurdatelo y vete para siempre.

    La profunda voz de aqul ser me produjo un estremecimiento. No sabacmo, pero les haba ofendido profundamente, y no pareca interesante verlosenfurecidos. Me d media vuelta confundido y avergonzado y desanduve losinfinitos corredores de piedra hmeda hasta volver a ver la luminiscencia borealsobre mi cabeza.

    Cuando despert, estaba de pie, en un paraje que desconoca, batido por un

    viento salvaje que ululaba en los rboles, tiritando de fro. Mi improvisado catrede hojas y palos estaba muy lejos, no saba dnde. Estaba al pie de un barrancorecto como un muro, cuya parte superior se perda entre las copas de los rbolesaltos. De alguna parte caa una pequea cascada, retorcida sin piedad por elviento, que algunas veces me empapaba la cara de gotitas glidas. Nunca supecmo llegu all, pues aunque hubiese andado varias horas sonmbulo, mi entornono se pareca en absoluto a donde haba estado y no poda encontrar el camino de

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    vuelta. Dudo que hubiese cado mientras dorma por el barranco, porque la paredrocosa pareca suficientemente alta como para haberme roto algo, o al menostener contusiones notables. Vagu aturdido durante un tiempo hasta que decid

    tranquilizarme y guarecerme en alguna oquedad de la roca hasta que el davolviese o al menos la tormenta cesara.

    Apenas llevaba unos minutos durmiendo cuando un pensamiento horrible medespert con violencia: mi casco. Haba perdido mi casco. Si la lluvia ponzoosavolva, estaba perdido. Me levant casi sin fuerzas y camin en la noche,zarandeado por el viento, herido por las ramas restallando violentamente, dandocon toda probabilidad vueltas en crculo. No recuerdo cundo volv a tenderme adescansar o si es que perd el conocimiento.

    Despert con el sol sobre mi cabeza, con el cuerpo dolorido. La cabeza mereventaba y tena la garganta seca y dolorida. Estornud varias veces: sin duda mehaba resfriado, o algo peor.

    Me incorpor trabajosamente, con la nariz tapada y escozor en los ojos.Tratando de hacer memoria, me cost distinguir qu haba soado y qu era real.Entend que, definitivamente, haba perdido el casco. Tambin haba perdido lafigura de madera de los habitantes del ro, que haba manejado durante mi sueo.En aquella tierra de reglas arbitrarias, no estaba (ni estoy ahora) seguro de quehaber aparecido en el sueo y haberla perdido no tuviese alguna relacin.

    Mi resfriado, o pulmona, o lo que fuese, me dur mucho tiempo. Tuvemomentos de fiebre intensa en que sufr alucinaciones, arranques de tos que mehacan vomitar, un goteo continuo desde mi nariz y una perpetua sensacin depresin en las sienes, todo esto durante casi un mes y medio. An en milamentable estado, tuve la firmeza de construirme, junto a una gran roca al pie delbarranco vertical, una rudimentaria cabaa de troncos estrechos y unas enormeshojas moteadas como techo, que ha sido lo ms cercano a un hogar que nuncahaya tenido. Durante ese tiempo mi cabeza se seren y tuve tiempo de reordenarmis recuerdos y construir mentalmente un esquema de lo que luego est siendo elrelato que ahora cuento, recapitulacin que ms tarde tuve que volver a hacerdebido a una horrible experiencia que contar cuando corresponda.

    Un da, no repuesto del todo de mi enfermedad, escuch un ululante sonido,como el de un enorme cuerno de caza, que pareca provenir de la cima de la paredde piedra. Esper durante varios das hasta volverlo a or, ms ntido, como si sufuente estuviese ms cerca. No pareca, casi con toda seguridad, un sonido hecho

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    por ningn animal salvaje, sino algn mensaje acstico de un ser inteligente.Pareca repetirse a intervalos cada vez ms cortos, inicialmente durante das,finalmente cada una o dos horas. No siempre pareca ms cercano; se alejaba, se

    acercaba. Lo escuch por ltima vez ya de anochecido y por nica vez me pareciel barritar de una especie de elefante o rinoceronte, con un timbre nasal declarinete bajo que resonaba con tardas repeticiones del eco del valle.

    Ahora estoy convencido que el sonido era una seal de alguien previniendo aotros de lo que apareci despus.

    Me despert un bramido continuo, como el de un temblor de tierra. Aspermaneci durante minutos, y cuando empezaron a rodar las primeras piedrassal fuera de mi choza por miedo de quedar sepultado por algn desprendimientode la montaa. Junto al montono zumbido aparecan, cada vez ms cercanos,estampidos como de rboles de caen con grandes crujidos. Sent miedo, y aunqueestaba empezando a esperar cualquier cosa de aquel lugar, el pnico se apoderde m cuando llegaron.

    Al principio vi un grupo de dos o tres, e inmediatamente otro de seis o siete.Eran una especie de insectos, del tamao de una mano abierta, con forma decangrejo o escarabajo, de un sorprendente aspecto dorado o metlico, comodelicadas joyas articuladas. Avanzaban emitiendo reflejos cegadores, palpandotodo con sus pequeas antenas como agujas. Su nmero aumentaba

    repentinamente y empec a asustarme. En minutos el suelo se alfombr deaquellos bichos raros, y decid huir cuando uno de ellos estuvo a mis pies eintent atacarme con sus afiladas pinzas.

    Trot siguiendo la pared rocosa, sin dejar de mirar atrs. Ciertamente no eranrpidos, pero se extendan como una inundacin de cobre lquido. Al fondo, entrela bruma, vea caer rboles enteros, rodos desde sus bases, entre profundosestruendos y el intenso zumbido que iba en aumento. No estaba seguro de si eranslo herbvoros o si acababan con todo, pero no quera comprobarlo en miscarnes. Continu hasta que llegu a un altsimo barranco, al que nunca haballegado, que se alzaba sobre una enorme planicie de bosque verde. No podaseguir por ah; volv sobre mis pasos hasta una parte del muro que me habaparecido practicable y trep, no sin dificultad, hasta una cornisa casi plana y ahme sent a mirar.

    Hasta donde alcanzaba mi vista, y aunque desdibujado por la fina niebla, todoera un manto vibrante de color amarillo oscuro, rugiente, que fue carcomiendo la

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    vegetacin poco a poco, hasta que slo alcanc a ver unos pocos rboles que porsu gran dimetro resistieron el ataque. Muchos insectos continuaron por elcamino que yo haba tomado antes y cayeron por el barranco; desde el otro lado

    deba divisarse, imagin, una catarata de patas, litros y antenas en oro viejo, quese remansara en un enorme charco de inmundicias malolientes al fondo. Algunode ellos lleg a trepar por la pared, casi vertical, aunque siempre acababa cayendosobre sus congneres y desapareca entre la lenta estampida.

    Cuando empec a sentir hambre (unas horas despus), la plaga comenz aperder espesor y volv a ver el suelo en algunas partes. El espectculo eraescalofriante: el bosquecillo se haba convertido en un erial, el mantillo de hierbadevastado, los troncos desnudos desparramados por el suelo, todo ennegrecidocomo despus de un incendio, exhalando un fino vapor o humo. Nunca se fueron

    del todo; aunque permanec all medio da ms, siempre quedaba algn rezagadoroyendo el codo de alguna rama cada.

    Cuando me sent seguro, baj. Recorr el desierto durante largo tiempo,intentando entender cmo an existan bosques en aquella tierra esquizoide queresistan la invasin de aquellas bestezuelas que todo lo arrasaban. El suelomismo pareca calcinado, como cubierto de una capa de ceniza blanca.Semioculto entre unas piedras encontr el sanguinolento esqueleto de algnanimal, que no pude identificar, que en vano haba tratado de escapar de una

    muerte seguramente horrible. Eran predadores, horribles como una marabunta detarntulas, y sent un escalofro al pensar la suerte que haba podido correr. Aunos metros vi uno de ellos. Pareca inofensivo all, tan brillante y delicado comoun brazalete. Envalentonado, le pis.

    Pero lo ms sorprendente de todo fue lo que sent entonces. Era muchsimoms duro de lo que haba pensado; fue como pisar una piedra y me hice dao. Dun par de pasos en crculo, a la pata coja, frotndome el tobillo. Y aunque elinsecto haba quedado medio enterrado en el suelo reblandecido, con varias patasquebradas, se ergua como poda blandiendo sus antenas enloquecidas y sus

    relucientes mandbulas, emitiendo un ruido desagradable como un castaeteo.Volv a la carga y continu patendole y pisotendole hasta que se mantuvo

    inmvil. Pese a su aspecto, no era un insecto, sin duda alguna. Tena las mismaspatas y antenas tubulares, un cuerpo segmentado con cabeza y un abdomenrechoncho, pero era anmalamente resistente, como si fuese realmente de metal.

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    Movido por la curiosidad, intent abrirlo, para ver cmo era por dentro. Loconsegu despus de muchos intentos, y casi despus de destrozarlo casicompletamente. No era metlico porque ejerciendo la fuerza suficiente su

    caparazn no se doblaba, sino que se parta, y se poda percibir una especie detelilla fibrosa que pareca tejer su armadura. Por dentro, donde deba haberintestinos y vsceras, era todo una extraa masa esponjosa de aspecto hmedo,que ceda a la presin de un palo y que lentamente recuperaba su forma original.Las patas, en su exterior, eran del mismo material que el caparazn del cuerpo, yparecan rellenas slo de un gran nervio elstico, cubierto de un lquido espeso ymaloliente como sangre coagulada, de color parduzco. Las antenas no parecanrematadas de ningn rgano tctil, sino que acababan en una punta afilada, quecalaba la madera sin ningn esfuerzo. Al presionar una parte de la esponja

    interior, algo ms densa que el resto, las antenas parecan reaccionar y recogerse,para volver a su estado anterior al cesar la presin. Todo el animal pesaba menosde lo que pareca, y al tacto tambin tena el fro del metal.

    Despus de vagar por all, al atardecer, decid volver a la pared donde mehaba refugiado y trepar ms all, ya que no haba quedado nada de lo que mepudiese alimentar. Recuper mi posicin sobre la cornisa y all contempl unanochecer rojizo y entristecedor, hasta que el sueo me venci con calma, comohaca mucho que no me llegaba. Una vez despert en esa noche y encontr uno delos insectos trepando por mi pierna; de un manotazo le tir por los peascosabajo. Creo que no lo so.

    A la maana siguiente me encontr envuelto en niebla. El da anterior yahaba estado empaado con una neblina tenue, pero apenas haba reparado en elladurante la invasin de los insectos. Ese da, no se poda ver a diez pasos. Sentuna especie de desasosiego al pensar que si en aquel mundo la lluvia poda ser tanletal, qu no ocurrira con la niebla. Afortunadamente, no slo no me trajo nadamalo, sino unas extraas presencias no hostiles en las que tard en reparar.

    Comenc a trepar por la montaa, y excepto en algunos puntos conflictivos,

    la subida fue ms cmoda de lo que caba esperar. La niebla lechosa me ayudabaa superar el vrtigo ocultndome la visin del vaco que haba a mi espalda, yaunque tena hambre, tena una sensacin general de satisfaccin al ver que subacon aparente facilidad.

    Cuando par a descansar, me d cuenta de que la niebla no era absolutamentehomognea. En algunas partes pareca arremolinarse y formar zonas definidas

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    ms espesas, que iban y venan como mudos torbellinos. Poco a poco, fuipercibiendo con mayor claridad aquellas imperfecciones, y me d cuenta de quesu comportamiento era el de un ser vivo. Se acercaban entre s, corran hacia un

    lado, volvan a juntarse, como un grupo de nios curiosos que cuchichearan. Devez en cuando, y coincidiendo con las agrupaciones, poda escuchar como unossonidos muy leves y extremadamente agudos, que bien podan serconversaciones. As conoc a los que llam Habitantes de las Brumas.

    Eran huidizos y casi incorpreos. Cuando queran, y supongo que venciendosu natural timidez, se materializaban ante m como unos seres casiantropomorfos, con un aparente punto de luz en el centro de lo que pareca unacabeza casi esfrica. Supongo que se manifestaban as intentando parecerse a m,porque no creo que un ser hecho de humo necesite realmente una cabeza sin sesos

    ni boca, o unos brazos que no pueden ni necesitan asir nada. Lo cierto es que asaparecan, brotaban de una especie de torbellino y se formaban cuidadosamenteante m, agitndose vaporosamente e inspeccionndome.

    Continu subiendo y llegu a una meseta. Durante varios das estuve all,acompaado por aquellos misteriosos seres. La primera noche la pas casi envela, temeroso de que su pacfica actitud se tornara agresiva en cuanto mequedase dormido. Casi amaneciendo no pude aguantar ms y dorm varias horas.No me hicieron nada, al despertar encontr a dos de ellos delante de m,

    observndome con su silencio perpetuo. Un da amaneci soleado y ellos ya noestaban. No obstante, volv a verlos varias veces despus, siempre con su actitudescrutadora y curiosa, como exentos e ignorantes de las crudas leyes de aquellatierra rara.

    La meseta era un erial. No haba, en apariencia, ms seres vivos que unosescasos y dispersos matorrales de los que brotaban unas bayas rojas inspidaspero jugosas que me sirvieron de alimento. Excepto esto, todo era un cuadroconfuso de marrones, dorados y amarillos, aglutinados en piedras quebradizas,riscos redondeados y montaitas grotescas con forma de tmulos.

    Camin por el desierto durante varias semanas, protegindome del calor almedioda refugiado bajo las piedras que reposaban en equilibrio casi imposible, yoculto en oquedades durante la noche para huir del fro. Durante todo aqueltiempo el clima no cambi un pice; ni llovi, ni vi nube alguna, ni sopl elviento. A menudo poda escuchar el sonido de mi propio torrente sanguneo, mispasos, mi respiracin. Todo estaba envuelto en una calma espesa, acentuada por

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    una perpetua capa de polvo apenas perceptible flotando hasta un metro del suelo,como una neblina, que desdibujaba los objetos lejanos. Una sensacin de levesopor me invadi todo el tiempo. No s si haba algo en la atmsfera que me

    provocaba aquel adormecimiento, y por eso no puedo decir con seguridad eltiempo que permanec all, pero no sera menor a, como he dicho, varias semanas.

    El terreno, aunque generalmente plano, estaba cruzado a menudo porprofundas grietas rectas, de bordes escarpados, con aspecto de ser causa de algncataclismo. Eran profundas simas, a menudo de unos cien metros de anchas, congarg antas oscuras y amenazadoras. Desde que vi la primera las tem; no imaginque luego acabase arrojndome a una de ellas.

    Uno de aquellos das, sin previo aviso, escuch un enorme estruendo detrsde una pared rocosa. El ruido era raro, como un chirrido con algo de trueno; deimproviso surgi, con la rapidez de un reptil, un horrible ser gigantesco, como unedificio mediano.

    Su estructura era casi indescriptible y de pesadilla, tanto que cre que elcerebro se me iba a destrozar y salrseme por las orejas. Era una especie de masacon patas gigantes, altas como rboles, dispuestas en forma radial como una araao un cangrejo. Cada una de estas patas era disforme, unas ms carnosas, otras msquitinosas, con dos articulaciones. Se hundan en un cuerpo masivo, como unenorme pegote de tejidos y colores heterogneos, pulsante y hmedo, cubierto por

    todas partes de palpos pequeos con una actividad febril. Dispuestos a lo largo dela estructura de aquel cuerpo haba agujeros, en todo semejantes a anos, queemitan continuos estampidos malolientes, rodeando otros ms alargados yrecubiertos de pelo, alarmantemente parecidos a vaginas. Tambin vi ojos, norecuerdo realmente dnde, y bocas, dispuestas de igual modo en ubicacionesanmalas. Al percibir mi presencia emiti un grito agudo y escalofriante.

    Aun con su monstruoso y animal aspecto, algo en mi interior me lo haca anms horrible: tena la inexplicable sensacin de que, de algn modo, aquello eraun ser humano modificado.

    Carg contra m casi inmediatamente; el golpeteo frentico de sus enormespatas haca temblar el rgido suelo. Tan aterrado estaba que no reaccion enseguida; dos de sus garras o quelceros se me echaron encima y me atraparon porlos costados. Pude sentir, sin dolor inicialmente, cmo se clavaban en mi carne ytropezaban con mis costillas, mientras sin esfuerzo me elevaron a unos cuatrometros del suelo.

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    Intent zafarme como pude de su abrazo mortal, aturdido por sus chillidos, ytras desclavarme de sus garras ca al suelo. Pese a que intent tomar tierracorrectamente sent como si mi rodilla izquierda se astillara. Un dolor agudo salt

    hasta mis sienes; por mis costados la sangre brotaba como una fuente. Una pinza,surgida de quin sabe dnde, trat de atraparme, pero rod por el suelo y logresquivarla. Desde ah pude ver la parte inferior del monstruo: era un amasijoirreconocible de estructuras orgnicas en puro caos, tubos, pelos, incluso cre veralgunos penes atrofiados.

    La pinza oscilaba de un lado a otro a una velocidad endiablada, y variasveces me roz hirindome. Algo duro y espinoso me golpe en la cara,impidindome ver claramente. En unos cuantos pasos muy rpidos se situ sobrem y volv a ver su vientre infecto, lleno de ruidos vibrantes y de alientos

    hediondos, esta vez sobre m. Saqu fuerzas del terror, me arrastr, me incorpory salt a la sima ms cercana, prefiriendo una muerte rpida a continuar conaquello. Deb golpearme en la cabeza y me sum en las sombras.

    Llevaba, al parecer, varios meses cuando empezaron a curarse mis heridas. Puedorecordar de entonces retazos de imgenes, seres escrutndome, lluviastorrenciales y grandes transiciones de temperatura, pasando de un calor abrasadora un fro paralizante.

    Lo primero que recuerdo con cierta nitidez eran unas inmensas frutas quecolgaban sobre mi cabeza, de colores vivos, del verde esmeralda al rojo ladrillo,que rezumaban un lquido denso que pareca gustar mucho a los insectos, dadaslas nubes de ellos que revoloteaban a su alrededor. Algunos pjaros tambin sesentan atrados por los frutos, pero slo pareca ser curiosidad lo que lesmotivaba a posarse sobre las ramas y olisquear, para marcharse inmediatamente

    despus.Recuerdo tambin haber tenido mucha sed cuando despert. Este despertar

    fue gradual, y quiz formado por perodos de recada, pues estos momentos desed desesperante parecan alternarse con otros de mejora, en que casi deseabalevantarme, pese a resultarme completamente imposible.

    Alguien cuid de m en el vergel. Como dije, recuerdo seres mirndome con

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    sorpresa, pero apenas los recreo como sombras difusas; quisiera poder saber queran, al menos para saber con quin sentirme agradecido. No habra aguantadomucho en mi estado, y a ellos les pareci pertinente por alguna razn que yo no

    muriera. S podra afirmar casi sin dudarlo que eran varios, pero no estoyabsolutamente seguro.

    El da en que consegu incorporarme era por la tarde. No era mi primerintento, desde luego, pero s el definitivo. Sujetndome a un tronco sarmentosoque haba estado siempre a mi derecha me puse en pie, mientras un dolorespantoso en las piernas, rodillas y espalda intentaba hacerme desistir. Al adoptarla posicin erguida, mir a mi alrededor, intentando mover la cabeza lentamentepara no perder el equilibrio; ante m slo haba floresta, una maraa de rboles demuy diversas formas dispuestos de forma asimtrica. A mi izquierda haba una

    grieta en el lecho de lo que tom por las grandes races en las que haba estadotumbado, pero que al asomarme descubr no eran tales, sino unas gruesas ramassuspendidas a una altura que no pude determinar. Hacia abajo vea copas derboles ms bajos, ramas, nidos de pjaros y frutas de diversas formas, de igualforma que hacia arriba. Era una interminable pila de rboles con las races en lascopas de otros. En mi estado no pude adivinar en qu parte de esa serie de rbolesestaba; no poda ver ni el suelo ni el cielo, aunque una luz fosforescente,ocasionada seguramente por la luz filtrndose a travs de cientos de hojas dedistintos colores, me permita distinguir el da de la noche.

    Junto a m, y enclavado sobre las ramas que haban sido mi catre durantetanto tiempo, brotaba un rbol muy recto de proporciones gigantescas, de cortezadura y de tono grisceo, con la lejana copa coronada por una serie de rbolesretorcidos parecidos a encinas, que hacan confusa toda la techumbre devegetacin.

    Salvo los pjaros y los insectos, no poda ver ninguna otra traza de vidaanimal. Quin me haba llevado hasta all y porqu, nunca lo supe. Cuando recibel ataque de aquella horrible bestia, que me provoca sudores fros cada vez que

    intento recordarlo, no haba en derredor ningn bosque, y mucho menos un vergelcomo aqul. El transporte de mi cuerpo tan lejos y a aquella altura deba habersido algo tremendamente trabajoso para cualquiera, por gil y fuerte que fuera;slo intentar imaginar la respuesta a estas preguntas tan impertinentes meprovocaba nuseas.

    Tena hambre, pero tambin tena que haber sido alimentado de alguna

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    forma, y no con los frutos que colgaban sobre m, pues no haban sido tocadosdurante mi convalecencia. No obstante, si alguien haba decidido mantenermevivo, era lgico que me hubiese ubicado en algn lugar donde darme de comer no

    implicara grandes viajes.Caminando por la rama (que salvo las ocasionales grietas, poda haberme

    parecido suelo firme), llegu a una zona donde otras ramas, de marrones msoscuros, se cruzaban sobre m. De algunos tallos menos leosos que de ellasnacan colgaban una especie de albaricoques tan grandes como mi cabeza. Alverlos sent la impresin de que me eran familiares; confi en que aquello fuese elrecuerdo de haberlos comido durante mi cura y no sin gran esfuerzo arranqu unode ellos. Tras pelarlo trabajosamente, lo prob; aunque era cido y un poco agrio,me pareci dulce y jugoso y fui comindolo a trozos pequeos. De inmediato me

    sent vigorizado, y tomando un pedazo y dejando el resto al pie de donde lo habatomado, segu recorriendo la rama, pues mi intencin no era en absolutoquedarme toda la vida colgado de las alturas.

    La rama se fue estrechando hasta que tom la anchura de unos seis o sietecuerpos humanos, en que pude ver dnde terminaba. A varios pies por debajocruzaba otra rama, que pareca llevarme ms hacia la izquierda y perderse en laespesura. Opt por seguirla, pero no en ese momento, pues los varios cientos depasos que haba dado me parecan varias jornadas de viaje. Retroced hasta

    donde no vea el vaco a ambos lados (no muy lejos) y apoyado en una paredarbrea me recost.

    Trat de ordenar mis ideas recordando las distintas etapas de mi viaje, por sialguna vez me vea obligado a contarlo. De algunas de ellas apenas podarecordar nada; otras en cambio estaban frescas en mi memoria. Cunto tiempohaba pasado? Imposible saberlo. Slo me senta enormemente estpido, como sitodo lo malo que haba ocurrido fuera culpa ma.

    La noche me asalt con una fiebre convulsiva y unos sueos cclicos, en queme senta sujeto precariamente por unas lianas pendido en el vaco, mecido sinpiedad por un viento caliente y furioso. Estos sueos se sucedieron casi hasta elalba, en que envuelto en sudores fros sent que la calma me iba dominando.

    El sol deba estar en el cenit cuando despert, por cmo incida la luz sobrelos troncos que me rodeaban. Me senta mucho peor que el da anterior (si es quehaba pasado slo un da, que no estaba seguro), pero intent seguir el plan queme haba trazado, intentar alcanzar aquella rama que pasaba por debajo de m

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    varios metros ms all.

    Me acerqu hasta all y me pareci una hazaa mucho ms heroica que la vezanterior. La rama pareca estar increblemente lejos, y al contrario que las

    actuales, era bastante ms redondeada, mostrndome una superficiepeligrosamente curva, sobre todo para saltar sobre ella en el estado en que meencontraba. Pero de ninguna manera pensaba quedarme all, y estaba realmenteharto para ponerme a buscar un camino alternativo.

    Me sent a horcajadas sobre la rama, y me apoy entero sobre ella, reposandola cara, sintiendo rezumar la humedad. Poco a poco me fui girando hacia laizquierda y separando esa pierna de la rama intentando alcanzar la inferior. Lamano derecha me fue doliendo cada vez ms segn iba volcando todo mi pesosobre ella. La rama inferior se acercaba centmetro a centmetro, pero cada vezdudaba ms poder aguantarlo. Intent sacar fuerzas de flaqueza y que mi manoaguantara, pero no las tena. Tuve la sensacin apremiante de que era mejorvolver arriba; tena que intentar recuperar mi posicin anterior, ya no poda ms.

    Intent con el pie derecho, clavndolo en el tronco, aliviar la presin de mimano, que ya apenas senta. Angustiado cambi de idea; si no poda volver asentarme sobre la rama, no quedaba ms remedio que jugrmelo a una carta eintentar alcanzar la rama inferior. Todas estas dudas resultaron fatales.

    Rozaba ya mi destino con la punta del pie izquierdo cuando mi brazo derecho

    fall. Me sent como un peso muerto en el aire y vi pasar como una manchaborrosa mi rama deseada. Caa.

    Quiz la adrenalina me hizo alcanzar una sensacin de percepcin muysuperior a la que haba tenido en mucho tiempo. An rpido, poda ver conclaridad cmo cada una de las hojas quedaban ms arriba, rodeado de crujidos deramas rompindose y de graznidos de pjaros que huan despavoridos delestruendo. Sent golpes por todas partes, casi simultneos, pinchazos y latigazos.

    El impacto final me lleg como ruido y no como dolor; ste lleg instantes

    despus, probablemente cuando mi cuerpo se dio cuenta realmente de que eraahora cuando tena que doler. Mir mis brazos y los vi cubiertos de sangre, y dosdedos de mi mano izquierda ya no estaban, aunque an los senta. No podamoverme, y me senta como ensartado en un colchn de clavos, hecho queconfirm, al ver que haba cado boca arriba sobre una rama extraordinariamenterugosa, cubierta de unas pas como de medio centmetro de largas. Quizconsciente de la gravedad de la cada, primero me alegr por seguir vivo y

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    despus por no haber perdido la vista.

    Pero segundos despus me lleg la desesperacin y llor. Estuve llorandovarios minutos, hasta que creo que perd el conocimiento.

    Ya despierto, despus de otros agitados sueos febriles, decid volver a lucharpor la vida, o por lo que me quedara de ella. Repasando el estado de mi cuerpocomo lo hace un capitn al estudiar su barco tras una terrible tormenta, descubrque no poda mover la pierna derecha, aparte de la horrible comezn que sufra enla espalda por los pinchazos y de los dedos de la mano que haba perdido. Meconsol pensando que al menos eran el meique y el anular, que no se usabandemasiado, y que la herida pareca haberse cerrado, pese a lo traumtico dehaberlos perdido de cuajo.

    Haciendo fuerza con mi pierna izquierda me desclav del tronco, con el dolorde mil piraas mordindome la carne. Ciertamente mi otra pierna no responda,como si no fuese ma. Estara rota, o algo peor. Arrastrndome llegu hasta otrarama, que pareca fundida a la primera, pero cuya superficie era mucho ms lisa ymenos dolorosa.

    Decid tomarme mi recuperacin con calma, como quien nace y crece. Paramantener mi cabeza serena me propuse marcar los das y las noches transcurridosy cantar canciones todas las maanas.

    Mi pierna comenz a poder moverse entre la noche del da dieciocho y latarde del diecinueve. Al contrario de lo que me haba ocurrido siempre, mepareca que contando los das pasaban ms deprisa. Algunos pjaros condesfachatez se posaban delante de m casi todas las tardes, me miraban y luego semiraban entre ellos, como esperando que alguno diera con la razn por la que yoestaba all. Siempre eran los mismos, de colores amarillos y rojos, con picoscolorados. Llegu a tomarles cario y les echaba de menos en las tardes que novenan. Les puse un nombre a cada uno que ahora he olvidado, pues podadistinguirlos, tenan rasgos en sus caras, unos ms regordetes, otros ms serios,

    otros ms inteligentes.El vergel era honesto contigo si t lo eras con l; poda ser muy injusto sipedas cosas que no te correspondan. Pero tena presente que algn da solicitarabajar y me sera concedido.

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    La esperanza me lleg con la forma de un globo de gas.

    Un da, errando por las ramas ms altas y contemplando el horizonte, algoesfrico, enorme, surgi ante mis ojos. Era como una enorme cebolla, medio

    translcida, con largas tiras verdes que colgaban, flotando en el aire arrastrada porel viento. Contempl cmo se deslizaba y suba segn las corrientes de aire;cuando casi desapareca por la izquierda, otra, ms grande, surgi casi del mismositio, e inmediatamente dos ms.

    No tena ni idea de qu eran aquellos objetos; parecan grandes globos omedusas. La tarde entera estuve contemplndolas ir y venir, y durante todo el dasiguiente tambin. Inicialmente pens que se trataba de animales y recel de ellos,ocultndome cuando su proximidad era peligrosa, pero ms tarde desech esaidea. Parecan ms bien semillas o polen de algn rbol que an no haba visto,esparcidas por el aire a modo de reproduccin como el diente de len o como loscocos que viajan flotando de isla en isla.

    Su tamao aparente (no poda