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ANTHONY HOROWITZ

Anthony Horowitz - Alex Rider 06 - Ark Angel

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ANTHONY HOROWITZ

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AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSccoorrppiiaa

FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~22~~

MMooddeerraaddoorraa::

cYeLy DiViNNa

TTrraadduuccttoorraass::

Akanet, Anne_Belikov, Cami.Pineda, Emii_Gregori,

Hillary_Stone, Ilimari Cipriano, LizC, Kuami, Masi,

~NightW~, Rihano, Roo Anderson,

_TheNightPrincess_ y Xhessii.

SSttaaffff ddee CCoorrrreecccciióónn::

Anne_Belikov, Dianita, Nanis, Silvery y Xhessii.

RReeccooppiillaacciióónn::

NNaanniiss

DDiisseeññoo::

AAnnjjhheellyy

GGrraacciiaass aa TTooddaass ppoorr ssuu aayyuuddaa ppaarraa

ppooddeerr rreeaalliizzaarr eessttee pprrooyyeeccttoo..

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Índice

Sinópsis 5

Capítulo 1 6

Capítulo 2 11

Capítulo 3 19

Capítulo 4 28

Capítulo 5 34

Capítulo 6 44

Capítulo 7 51

Capítulo 8 58

Capítulo 9 66

Capítulo 10 74

Capítulo 11 81

Capítulo 12 88

Capítulo 13 94

Capítulo 14 101

Capítulo 15 110

Capítulo 16 121

Capítulo 17 127

Capítulo 18 135

Capítulo 19 146

Capítulo 20 153

Capítulo 21 166

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Sinópsis

Desde Cornwall hasta Cuba, desde Venecia hasta Francia, Alex ha

viajado a lo largo y ancho del mundo como espía del MI6, enfrentando el peligro y

la muerte en cada ocasión. Pero en su última misión, luchando contra Scorpia, fue

herido de gravedad. Mientras él se encuentra en el hospital, sólo una pregunta

está en los labios de todos: ¿Vivirá Alex para luchar un día más?

Traducida por: Anne_Belikov

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Capítulo 1

Fuerza Tres

Traducido por Akanet

Corregido por Nanis

La bomba había sido programada para estallar exactamente a las tres y media.

Extrañamente, el hombre para quien había sido diseñada la bomba probablemente sabía

más sobre bombas y terrorismo que nadie en el mundo. Él hasta había escrito libros sobre

la materia. Cuidándose del Número Uno: Cincuenta Maneras de Protegerse en Casa y en el

Exterior podría no ser el más conciso de los títulos, pero el libro había vendido veinte mil

copias en Estados Unidos, y se decía que el propio Presidente mantenía una copia al lado

de su cama. El hombre no pensaba en sí mismo como un objetivo, pero aún así siempre

fue cuidadoso. Como a menudo bromeaba, sería malo para el negocio si hiciera explosión

cruzando la calle.

Su nombre era Max Webber, y era bajo y regordete con gafas de concha de tortuga y pelo

negro azabache que estaba realmente teñido. Le dijo a la gente que había estado una vez

en el SAS, lo cual era cierto. Lo que no les dijo fue que había sido echado después de su

primera misión. En sus cuarentas había abierto un centro de entrenamiento en Londres,

asesorando a ricos empresarios sobre cómo cuidarse ellos mismos. Se había convertido en

un escritor y periodista, apareciendo frecuentemente en televisión para discutir la

seguridad internacional.

Y ahora era el orador invitado en la cuarta Conferencia de Seguridad Internacional, siendo

celebrada en el Salón Reina Elizabeth en la orilla sur del Támesis en Londres. Todo el

edificio había sido acordonado. Los helicópteros habían estado volando en lo alto toda la

mañana y la policía con perros rastreadores había estado esperando en el vestíbulo.

Maletines, cámaras y todos los dispositivos electrónicos habían sido prohibidos dentro de

la sala principal, y a los Delegados los habían hecho pasar por un riguroso sistema de

detección antes de permitirles entrar. Más de ochocientos hombres y mujeres de diecisiete

países se habían presentado. Entre ellos se encontraban Diplomáticos, Empresarios,

Políticos de alto nivel, Periodistas y miembros de varios servicios de seguridad. Ellos

tenían que sentirse seguros.

Alan Blunt y la Sra. Jones estaban en la audiencia. Como Director y Vicepresidente de

Operaciones Especiales del MI6, era su responsabilidad mantenerse al día con las últimas

novedades, aunque en la medida de lo que a Blunt se refiere, todo este asunto era una

pérdida de tiempo. Hubo conferencias de seguridad todo el tiempo en cada ciudad

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importante pero nunca lograron nada. Los expertos hablaron. Los Políticos mintieron. La

prensa lo anoto todo. Y entonces todo el mundo se fue a casa y no cambió nada. Alan

Blunt se aburría. Observaba medio dormido.

Exactamente a las dos y cuarto, Max Webber comenzó a hablar.

Estaba vestido con un traje caro y corbata y habló lentamente, su voz chasqueaba llena de

autoridad. Tenía notas delante de él pero se refirió a ellas sólo de vez en cuando, sus ojos

fijos en la audiencia, hablando a cada uno de ellos directamente. En una sala de

proyección con fachada de cristal con vista al escenario, nueve traductores hablaban en

voz baja en los micrófonos, sólo uno o dos segundos atrás. Aquí y allá en la audiencia, se

podía ver a hombres y mujeres con una mano apretada contra su auricular,

concentrándose en lo que se decía.

Webber pasó una página. —A menudo me preguntan cuál es el grupo terrorista más

peligroso del mundo. La respuesta no es la que podrían esperar. Es un grupo que puede

que no conozcan. Pero les puedo asegurar que es uno que hay que temer, y deseo hablar

brevemente sobre él ahora.

Presiono un botón de su atril y dos palabras aparecieron, proyectadas en una pantalla

gigante detrás de él.

FUERZA TRES

En la quinta fila, Blunt abrió los ojos y se volvió a la Señora Jones. Él se quedó perplejo.

Ella negó con la cabeza brevemente. Ambos estaban alerta repentinamente.

—Ellos se hacen llamar Fuerza Tres —Webber continuo—. El nombre se refiere al hecho

de que la tierra es el tercer planeta desde el sol. Estas personas no se describen a sí mismas

como terroristas. Probablemente preferirían que pensaran en ellos como eco-guerreros,

luchando para proteger a la tierra de los males de la contaminación. En términos

generales, están protestando contra el cambio climático, la destrucción de las selvas

tropicales, el uso de la energía nuclear, la ingeniería genética y el crecimiento de las

empresas multinacionales. Todo muy loable, usted podría pensar. Su programa es similar

al de Greenpeace1. La diferencia es que estas personas son fanáticos Ellos matarán a

cualquiera que se interponga en su camino; ya han matado muchas veces. Ellos

demandan respeto por el planeta pero no tienen ningún respeto por la vida humana.

Webber chasqueo de nuevo y una fotografía brilló en la pantalla. Hubo un gran revuelo

en el auditorio mientras el público la examinó. A primera vista, parecía que estaban

mirando una imagen de un mundo. Entonces vieron que era un mundo montado en un

par de hombros. Finalmente se dieron cuenta de que era un hombre. Tenía una cabeza

muy redonda que estaba completamente rapada —incluyendo las cejas. Y había un mapa

del mundo tatuado en su piel. Inglaterra y Francia cubrían su ojo izquierdo. Terranova

asomaba por encima del derecho. Argentina flotaba alrededor de un lado de su cuello. Un

grito de asco se disemino por toda la habitación. El hombre era un monstruo.

—Este es el oficial al mando de la Fuerza Tres —explicó Webber—. Como pueden ver, se

preocupa mucho por el planeta, él, mejor dicho, dejo que se le subiera a la cabeza. Su

1 Greenpeace: Organización ambientalista.

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nombre —o por lo menos el nombre por el que se le reconoce— es Kaspar. Muy poco se

sabe de él. Se piensa que podría ser francés, pero ni siquiera sabemos a ciencia cierta

donde nació. Tampoco sabemos cuando adquirió estos tatuajes. Pero puedo decirles que

Kaspar ha estado muy ocupado en los últimos seis meses. Él fue responsable del asesinato

de Marjorie Schultz, una periodista viviendo en Berlín, en Junio; su único delito fue

escribir un artículo criticando la Fuerza Tres. Planeó el secuestro y asesinato de dos

miembros de la Comisión de Energía Atómica en Toronto. Ha organizado explosiones en

seis países, incluyendo Japón y Nueva Zelanda. Destruyó una fábrica de automóviles en

Dakota. Y tengo que decirles, señoras y señores, le gusta su trabajo. Siempre que sea

posible, a Kaspar le gusta pulsar el botón por sí mismo.

En mi opinión, Kaspar es ahora el hombre vivo más peligroso, por la sencilla razón que él

cree que todo el mundo está con él. Y en cierto sentido tiene razón. Estoy seguro de que

hay mucha gente en esta sala que creen en la protección del medio ambiente. El problema

es, que él mataría a todos y cada uno de ustedes si pensara que le ayudaría a alcanzar sus

objetivos. Es por eso que estoy emitiendo esta advertencia. Buscar a Kaspar. Buscar a

Fuerza Tres antes que ellos puedan hacer más daño. Porque con cada día que pasa, creo

que se están convirtiendo en una amenaza más seria y mortal.

Webber hizo una pausa mientras giraba otra página de sus notas. Cuando empezó a

hablar de nuevo, el tema había cambiado. Veinte minutos más tarde, exactamente a las

tres en punto, terminó. Hubo aplausos corteses.

Café y galletas estaban siendo servidos en el vestíbulo después de que la sesión terminó,

pero Webber no se estaba quedando. Estrechó manos brevemente con un Diplomático que

conocía e intercambiaron algunas palabras con algunos Periodistas, luego siguió su

camino. Se dirigía hacia la salida del auditorio cuando encontró su camino bloqueado por

un hombre y una mujer.

Eran una pareja extraña. No había manera de que los hubiera confundido con un marido

y su mujer, a pesar de ser de la misma edad. La mujer era delgada, con pelo negro corto.

El pelo del hombre era más corto y gris por completo. No había nada interesante acerca de

él.

—¡Alan Blunt! —Webber sonrió y asintió con la cabeza—. ¡Sra. Jones!

Muy pocas personas en el mundo habrían reconocido a estas dos personas, pero Webber

los reconoció al instante.

—Disfrutamos su charla, Señor Webber —dijo Blunt, aunque había poco entusiasmo en su

voz.

—Gracias.

—Estábamos particularmente interesados en sus comentarios sobre la Fuerza Tres.

—¿Usted sabe acerca de ellos, por supuesto?

La pregunta estaba dirigida a Blunt, pero fue la Señora Jones quien respondió. —Hemos

oído hablar de ellos, sin duda —respondió—. Pero el hecho es, que sabemos muy poco

acerca de ellos. Hace seis meses, por lo que podemos ver, ni siquiera existían.

—Eso es correcto. Fueron fundados recientemente.

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—Usted parece saber mucho acerca de ellos, Señor Webber. Estaríamos interesados en

saber de dónde sacó su información.

Webber sonrió por segunda vez. —Usted sabe que no puedo revelar mis fuentes, Señora

Jones —él dijo ágilmente. De repente estaba serio—. Pero me parece muy preocupante

que los Servicios de Seguridad de nuestro país sean tan ignorantes. Pensé que ustedes

deberían estar protegiéndonos.

—Es por eso que estamos hablándole ahora —respondió la Señora Jones—. Si sabe algo,

creo que debería decirnos...

Webber la interrumpió. —Creo que les he dicho suficiente. Si quieren saber más, les

sugiero que vengan a mi próxima conferencia. Estaré hablando en Estocolmo en un par de

semanas a partir de ahora, y es muy posible que tenga más información sobre la Fuerza

Tres para entonces. Si es así, voy a estar feliz de compartirla con ustedes. Y ahora, si no les

importa, les deseo un buen día.

Webber se abrió paso entre ellos y se dirigió hacia el guardarropa. No pudo evitar sonreír

para sus adentros. Todo había ido perfectamente —y la reunión con Alan Blunt y la mujer

Jones había sido un regalo inesperado. Rebuscó en su bolsillo y sacó un disco de plástico

que le entregó al encargado del guardarropa. La habían quitado su teléfono móvil cuando

entró: una medida de seguridad que él mismo había recomendado en su libro. Ahora se lo

devolvieron.

Noventa segundos después salió a la ancha acera frente al río. Eran principios de octubre

pero el clima estaba todavía caliente, el sol de la tarde convirtiendo el agua en un azul

profundo. Había sólo unas pocas personas alrededor —sobre todo los niños rápidamente

de ida y vuelta en sus patinetas— pero Webber aún así los verifico, sólo para asegurarse

de que ninguno de ellos tenía algún interés en él. Decidió caminar hasta su casa en vez de

tomar el transporte público o parar un taxi. Esa era otra cosa que había escrito en su libro.

En cualquier gran ciudad, estás siempre más seguro a la intemperie, en tu propio pie.

Él había dado sólo unos pasos cuando su móvil sonó, vibrando en el bolsillo de su

chaqueta. Lo saco. En algún lugar en el fondo de su mente parecía recordar que el teléfono

había sido apagado cuando se lo entregó al encargado del guardarropa. Pero se sentía tan

satisfecho de sí mismo, con la forma en que su discurso había ido, que hizo caso omiso de

este único vestigio de duda.

Eran las tres y veintinueve minutos.

—¿Hola?

—Señor Webber. Llamo para felicitarte. Estuvo muy bien.

La voz era suave y de alguna manera artificial. No era alguien de habla inglesa. Era

alguien que había aprendido el idioma cuidadosamente. La pronunciación era demasiado

prudente, demasiado precisa. No hubo ninguna emoción en la voz.

—¿Me escucho? —Max Webber seguía caminando, hablando al mismo tiempo.

—Oh sí. Yo estaba entre el público. Estoy muy contento.

—¿Sabía usted que el MI6 estaban allí?

—No.

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—Hablé con ellos después. Estaban muy interesados en lo que tenía para decir. —Webber

se rió en voz baja—. Tal vez debería aumentar mi precio.

—Creo que vamos a seguir con nuestro acuerdo original —respondió la voz.

Max Webber se encogió de hombros. Doscientos cincuenta mil libras era todavía una gran

cantidad de dinero. Pagados en una cuenta bancaria secreta, llegaría libre de impuestos,

sin preguntas. Y había sido una cosa fácil de hacer. ¡Un cuarto de millón por un trabajo de

sólo diez minutos!

El hombre al otro lado habló de nuevo y de repente su voz era triste. —Sólo hay una cosa

que‖me‖preocupa,‖Señor‖Webber…

—¿Qué es? —Webber pudo oír otra cosa, en el fondo. Algún tipo de interferencia.

Apretó el teléfono con más fuerza contra su oído.

—En su discurso de hoy, usted hizo a Fuerza Tres un enemigo. Y como usted mismo ha

señalado, son completamente despiadados.

—No creo que ninguno de los dos tenga que preocuparse por la Fuerza Tres.

Webber miró a su alrededor para asegurarse de que no estaba siendo escuchado. —Y creo

que usted debería recordar, mi amigo, que trabaje con el SAS. Sé cómo cuidar de mí

mismo.

—¿En serio?

¿Estaba la voz burlándose de él? Por razones que Webber no entendía muy bien, estaba

empezando a sentirse incómodo. Y la interferencia era cada vez más fuerte; podía oírla en

su teléfono móvil. Una especie de tic-tac.

—No tengo miedo de Fuerza Tres —bramó él—. No le tengo miedo a nadie. Sólo

asegúrese de que el dinero llegue a mi cuenta.

—Adiós, Señor Webber —dijo la voz.

Hubo un clic.

Un segundo de silencio.

Entonces el teléfono móvil explotó.

Max Webber había estado sosteniéndolo con fuerza contra su oído. Si oyó la explosión,

estaba muerto antes de que la registrara. Un par de corredores se acercaban desde la otra

dirección, y ambos gritaron cuando la cosa que justo unos momentos antes había sido un

hombre se volcó en su camino.

La explosión fue sorprendentemente fuerte. Se oyó en el centro de conferencias donde los

Delegados seguían bebiendo café y felicitándose unos a otros por sus contribuciones.

También escucharon el ulular de las sirenas de la ambulancia y los carros de policía llegar

poco después.

Esa tarde, la Fuerza Tres llamo a la prensa y se atribuyó la responsabilidad por el

asesinato. Max Webber le había declarado la guerra a ellos, y por esa razón tenía que

morir. En la misma llamada emitieron una severa advertencia. Que ya habían elegido su

próximo objetivo. Y que estaban planeando algo que el mundo no olvidaría.

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Capítulo 2

El Chico de la Habitación Nueve

Traducido por masi

Corregido por Nanis

La enfermera tenía veintitrés años, era rubia y nerviosa. Esta era sólo su segunda semana

en St. Dominic, uno de los hospitales privados más exclusivos de Londres. Las estrellas de

rock y celebridades de la televisión venían aquí, le habían dicho. También había

personalidades del extranjero. Ser VIP aquí significaba ser paciente muy importante.

Incluso la gente famosa se ponía enferma, y los que querían recuperarse en la comodidad

de cinco estrellas elegían St. Dominic. Los cirujanos y terapeutas eran de clase mundial. La

comida del hospital era tan buena que se había sabido que algunos pacientes fingían que

estaban enfermos para poder disfrutar de ella durante un tiempo más largo.

Esa noche, la enfermera estaba haciendo su camino por un pasillo ancho y brillantemente

iluminado, con una bandeja de medicamentos. Llevaba un vestido blanco recién lavado.

Su nombre —D. MEACHER— estaba impreso en una insignia prendida en su uniforme.

Varios de los médicos en formación ya habían hecho apuestas sobre cuál de ellas sería

persuadida para salir con ellos primero.

Ella se detuvo frente a una puerta abierta. Habitación nueve.

—Hola —dijo—. Soy Diana Meacher.

—Tengo muchas ganas de conocerte también —contestó el chico de la habitación nueve.

Alex Rider estaba sentado en la cama, leyendo un libro de texto de francés que debería

haber estado estudiando en la escuela. Vestía un pijama que se había abierto en el cuello y

la enfermera sólo podía ver las vendas que cruzaban su pecho. Era un muchacho muy

guapo, pensó. Tenía el pelo rubio y ojos marrones serios que parecían como si hubieran

visto demasiado. Sabía que sólo tenía catorce años, pero parecía mayor. El dolor se había

ido. La enfermera Meacher había leído su expediente médico y comprendido lo que había

pasado.

En verdad, debería estar muerto. Alex Rider había sido alcanzado por una bala disparada

desde un rifle calibre 22 a una distancia de casi setenta y cinco metros. El francotirador

había tenido como objetivo su corazón —y si la bala le hubiera dado en su objetivo, Alex

no habría tenido ninguna posibilidad de sobrevivir.

Pero nada es seguro —ni siquiera el asesinato. Un pequeño movimiento le había salvado

la vida. Mientras él había salido de la sede del MI6 en Liverpool Street, había bajado de la

acera, su pie derecho llevando su cuerpo hacia abajo para llegar al nivel de la carretera.

Fue en ese momento exacto en que la bala le había golpeado, y en vez de impactar en su

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corazón, había entrado en su cuerpo medio centímetro más alto, rebotando en una costilla

y saliendo horizontalmente por debajo de su brazo izquierdo.

La bala no había tocado las estructuras vitales del corazón, pero aún así había hecho

mucho daño, derrame a través de la arteria subclavia, que lleva la sangre sobre la parte

superior del pulmón y hacia el brazo. Esto fue lo que Alex había sentido cuando fue

golpeado. Cuando la sangre se había derramado de la arteria cortada, llenando el espacio

entre el pulmón y la caja torácica, se había encontrado a sí mismo incapaz de respirar.

Alex fácilmente podría haber muerto por el shock o la pérdida de sangre. Si hubiera sido

un hombre ciertamente lo habría hecho. Pero el cuerpo de un niño es diferente al de un

adulto. La arteria de un joven, automáticamente, se cierra si se corta —los médicos no

pueden explicar cómo o por qué— y esto limita la cantidad de sangre perdida. Alex estaba

inconsciente pero aún respiraba, cuatro minutos más tarde, cuando la primera ambulancia

llegó.

No había mucho que los paramédicos pudieran hacer: líquidos por vía intravenosa,

oxígeno y alguna compresión suave alrededor del punto de impacto de la bala de entrada.

Pero eso fue suficiente. Alex había sido llevado rápidamente a St. Dominic, donde los

cirujanos le habían quitado los fragmentos de hueso y le habían puesto un injerto en la

arteria. Había estado en el quirófano durante dos horas y media.

Y ahora estaba mirando como si nada hubiera pasado. Cuando la enfermera entró en la

habitación, cerró el libro y se acomodó en su cabecera. Diana Meacher sabía que esta era

su última noche en el hospital. Había estado aquí durante diez días y mañana se iba a

casa. Ella también sabía que no se le permitía hacer demasiadas preguntas. Estaba allí, en

letras grandes en su archivo:

PACIENTE 9/75958 RIDER / ALEX: ESTATUTO ESPECIAL (MISO). NADA DE

VISITANTES NO AUTORIZADOS. NO PRESIONES. MANDAR TODAS LAS

CONSULTAS AL DR. HAYWARD.

Todo era muy extraño. Ella había dicho que se reuniría con alguna gente interesante en St.

Dominic, y que había sido obligada a firmar una cláusula de confidencialidad antes de

que comenzara a trabajar. Pero nunca había esperado algo como esto. MISO es sinónimo

de inteligencia militar: Operaciones Especiales. Pero, ¿qué estaba haciendo el servicio

secreto con un adolescente? ¿Cómo había conseguido Alex pegarse un tiro? ¿Y por qué

habían estado allí dos policías armados, sentados afuera de su habitación durante los

primeros cuatro días de su estancia? Diana trató de alejar estos pensamientos de su mente

mientras ponía la bandeja. Tal vez debería haberme unido al NHS2.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.

—Estoy bien, gracias.

—¿Deseando volver a casa?

—Sí.

Diana se dio cuenta de que estaba mirando a Alex y volvió su atención a las medicinas. —

¿Sientes algún dolor? —preguntó—. ¿Te puedo conseguir algo para ayudarte a dormir?

2 NHS: Servicio Nacional de Salud.

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—No, estoy bien. —Alex sacudió la cabeza y por un momento, algo brilló en sus ojos. El

dolor en el pecho se había desvanecido poco a poco, pero sabía que nunca lo abandonaría

por completo. Podía sentirlo ahora, vago y distante, como un mal recuerdo. —¿Quieres

que regrese más tarde?

—No, está bien, gracias. —Sonrió—. No necesito que nadie me entretenga.

Diana se ruborizó. —Eso no es lo que quise decir —dijo—. Pero si me necesitas, estaré al

final del pasillo. Puedes llamarme en cualquier momento.

―Puede‖que‖lo haga.

La enfermera cogió la bandeja y salió de la habitación. Dejó atrás el olor de su perfume —

brezo y flores primaverales— en el aire. Alex olfateó. Le parecía que, desde su lesión, sus

sentidos se habían agudizado.

Alcanzó su libro de francés, pero cambió de parecer. Al diablo con ello, pensó. Los verbos

irregulares podían esperar. Era su propio futuro lo que le preocupaba más.

Miró a su alrededor a la sala limpia y suavemente iluminado que intentaba fingir que

pertenecía a un hotel caro en lugar de a un hospital. Había un televisor en una mesa en la

esquina, controlado por un mando situado junto a la cama. Una ventana daba a una

amplia calle de Londres al norte delineada por árboles. Su habitación estaba en el segundo

piso, uno de una docena dispuestas en un anillo alrededor de un área de recepción

luminosa y moderna. En los primeros días después de su operación, había flores por todas

partes, pero Alex había pedido que se las quitaran de inmediato. Le recordaban a una

funeraria y había decidido que prefería estar vivo.

Pero todavía había tarjetas. Había recibido más de veinte y había sido sorprendido de

cuánta gente había oído que él había sido herido —y cuántos habían enviado una carta.

Habían habido una docena de la escuela: una de la dirección, una de la Señorita

Bedfordshire, la secretaria de la escuela, y varias de sus amigos. Tom Harris le había

enviado algunas fotos tomadas en su viaje a Venecia y una nota:

“Ellos‖nos‖han‖dicho‖que‖es‖apendicitis‖pero‖apuesto‖a‖que‖no‖lo‖es.‖Que‖te‖mejores‖pronto‖

de‖todos‖modos”.

Tom era la única persona en Brookland que sabía la verdad sobre Alex.

Sabina Pleasure había descubierto, de alguna manera, que estaba en el hospital y le había

enviado una carta desde San Francisco. Ella estaba disfrutando de la vida en los Estados

Unidos, pero echaba de menos Inglaterra, decía. Tenía la esperanza de venir para

Navidad. Jack Starbright le había enviado la tarjeta más grande de la habitación y le había

traído chocolates, revistas y bebidas energéticas, visitándole dos veces al día. Había

incluso una carta de la oficina del Primer Ministro —a pesar de que parecía que el Primer

Ministro había estado demasiado ocupado para firmar el documento.

Y había habido tarjetas del MI6. Una de la Sra. Jones, otra de Alan Blunt (un mensaje

impreso con una sola palabra —ROMA— firmado en tinta verde, como si se tratara de un

memorándum que no se hubiera mandado bien). Alex se había sorprendido y encantado

de recibir una tarjeta de Wolf, el soldado que había conocido durante el entrenamiento

con el SAS. El matasellos mostraba que había sido enviada desde Bagdad. Pero su favorita

había sido enviada por Smithers. En la parte frontal era un oso de peluche. No había

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mensaje dentro, pero cuando Alex abrió la tarjeta, los ojos del peluche parpadearon y

empezó a hablar.

—Alex, siento mucho el saber que has sido herido. —El oso estaba hablando con la voz de

Smithers. —Espero‖ que‖ te‖ mejores‖ pronto,‖ viejo‖ amigo.‖ Tómatelo‖ con‖ calma…‖ Estoy‖

seguro de que te mereces un descanso Ah, y por cierto, esta carta se autodestruirá en cinco

segundos.

Efectivamente, para el horror de las enfermeras, la tarjeta había, inmediatamente,

estallado en llamas.

Tanto como tarjetas, se habían presentado visitantes. La Sra. Jones había sido el primera.

Alex acababa de llegar después de la cirugía, cuando ella apareció. Nunca había visto al

Jefe Adjunto de Operaciones Especiales pareciendo tan insegura de sí misma. Llevaba un

impermeable gris carbón que estaba abierto, revelando un traje oscuro por debajo. Tenía

el pelo mojado y gotas de lluvia brillaban sobre sus hombros.

―No‖sé‖muy‖bien‖qué‖decirte,‖Alex‖—empezó a decir. No le preguntó cómo estaba. Se

habría informado ya a través de los médicos—. Lo que te pasó en Liverpool Street fue un

lapso imperdonable de seguridad. Mucha gente conoce la ubicación de nuestra sede.

Vamos a dejar de usar la entrada principal. Es muy peligrosa.

Alex se movió incómodo en la cama, pero no dijo nada.

—Tu condición es estable. No puedo decirte lo aliviada que estoy personalmente. Cuando

me enteré de que habías recibido un disparo, yo... —Se quedó callada. Sus ojos negros

miraban hacia abajo, deteniéndose en los tubos y cables conectados al chico acostado en

frente de ella, alimentando su brazo, su nariz, su boca y su estómago—. Sé que no puedes

hablar ahora —prosiguió—. Así que seré breve.

—Estás a salvo aquí. Hemos utilizado St. Dominic antes, y hay ciertos procedimientos que

están siendo seguidos. Hay guardias fuera de tu habitación. Habrá alguien allí

veinticuatro horas al día mientras sea necesario.

—El tiroteo en Liverpool Street fue informado a la prensa, pero tu nombre se mantuvo al

margen. Tu edad también. El francotirador que te disparó había tomado posición en el

lado opuesto del techo. Todavía estamos investigando cómo se las arregló para subirse allí

sin ser detectado—y me temo que hemos sido incapaces de encontrarlo. Pero en este

momento, tu seguridad es nuestra principal preocupación. Podemos hablar de Scorpia.

Como sabes, hemos tenido tratos con ellos en el pasado. Estoy segura de que puedo

convencerlos de que te dejen en paz. Destruiste su operación, Alex, y te castigaron. Pero

ya es suficiente.

Ella se detuvo. El monitor de pulsaciones del corazón de Alex sonaba suavemente en la

penumbra.

—Por favor, trata de no pensar demasiado mal de nosotros —añadió—. Después de todo

lo que has pasado... Scorpia, tu padre... Nunca me perdonaré lo que pasó. A veces pienso

que fue un error por nuestra parte hacer que participaras en primer lugar. Pero podemos

hablar de eso en otro momento.

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Alex estaba demasiado débil para responder. Vio que la Señora Jones se levantó y se fue, y

supuso que Scorpia había decidido dejarlo en paz, porque a los pocos días los guardias

armados afuera de su habitación desaparecieron silenciosamente.

Y ahora, en poco más de doce horas, estaría fuera de aquí también. Jack había estado ya

planeando las próximas semanas. Quería llevarlo de vacaciones a Florida o quizás al

Caribe. Era octubre y el verano estaba, definitivamente, acabado, las hojas que caían y la

brisa fría que llegaba con la noche. Jack quería que Alex descansara y recuperar su fuerza

en el sol —pero, en secreto, no estaba tan seguro. Cogió el libro de texto nuevamente. Él

nunca pensó oírse decir esto, pero la verdad era que sólo quería volver a la escuela.

Quería ser normal otra vez. Scorpia le había enviado un mensaje simple e inolvidable. Ser

un espía podría conseguir que lo mataran. Los verbos irregulares eran menos peligrosos.

Hubo un movimiento en la puerta y un muchacho miró hacia adentro —Hola, Alex.

El muchacho tenía un acento extraño —Europa del Este, posiblemente Rusia. Tenía

catorce años, con el pelo corto y rubio y los ojos azules. Su rostro era delgado, su piel

pálida. Llevaba puesto el pijama y una gran bata que le hacía parecer más pequeño de lo

que era. Se estaba quedando en el cuarto de al lado de Alex y en realidad había sido

tratado por apendicitis, con algunas complicaciones. Su nombre era Paul Drevin —el

apellido era, de algún familiar— pero Alex no sabía nada más de él. Entre ellos habían

hablado brevemente un par de veces. Eran casi de la misma edad, y los únicos

adolescentes en el pasillo.

Alex levantó una mano en señal de saludo. —Hola.

―He‖oído‖que‖vas‖a‖salir‖de‖aquí‖mañana‖—dijo Paul.

—Sí. ¿Y tú?

—Otro día, peor suerte. —Inclinado en la puerta. Parecía querer entrar, pero al mismo

tiempo algo lo detuvo—. Estaré contento cuando me vaya —admitió—. Quiero ir a casa.

—¿Dónde está tu casa? —preguntó Alex.

—No estoy seguro. —Pablo estaba completamente serio—. Vivimos en Londres gran

parte del tiempo. Pero mi padre siempre se está mudando. Moscú, Nueva York, el sur de

Francia...ha estado demasiado ocupado, incluso por venir a verme. Y tenemos tantas

casas, que a veces me pregunto cuál es mi casa.

—¿Dónde vas a la escuela? —Alex había recogido la mención de Moscú y asumió que

Paul debía ser de Rusia.

—No voy a la escuela, tengo tutores. —Paul se encogió de hombros—. Es difícil. Mi vida

es algo rara, a causa de mi padre. A causa de todo. De todos modos, estoy celoso de que

salgas antes que yo. Buena suerte.

—Gracias.

Paul vaciló una fracción de segundo más, y luego se fue. Alex se quedó mirando

pensativamente a la puerta vacía. Tal vez su padre era una especie de Político o Banquero.

En las pocas ocasiones que habían hablado, había tenido la impresión de que el otro

muchacho no tenía amigos. Se preguntaba cuántos niños eran ingresados en este hospital

cuyos padres estarían dispuestos a gastar miles de dólares por ponerles mejor, pero no

tenían tiempo para visitarlos mientras ellos estaban allí.

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Eran las nueve en punto. Alex hizo zapping a través de los canales de televisión, pero no

había nada. Ahora, deseaba haber aceptado la pastilla para dormir de la enfermera. Un

pequeño sorbo de agua y habría estado dormido durante la noche. Y fuera del hospital al

día siguiente. Alex estaba más esperando que otra cosa. Necesitaba comenzar su vida de

nuevo.

Observó media hora de una comedia que no le hizo reír. Luego apagó la televisión, apagó

la luz y se acurrucó en la cama por última vez. Casi deseaba que Diana Meacher hubiera

vuelto a verlo. Brevemente recordó el olor de su perfume. Y entonces se quedó dormido.

Pero no por mucho tiempo.

La siguiente cosa que Alex supo, es que eran las doce y media. Había un reloj junto a la

cama, sus números brillaban en la oscuridad. Se despertó de mala gana, tratando de

regresar de nuevo hacia abajo al pozo de donde había venido. La verdad es que era difícil

dormir cuando no había hecho nada para que estuviera cansado. Todo el día había estado

allí tumbado, respirando el ambiente limpio y acondicionado que pasaba por el aire de St.

Dominic.

Se quedó tumbado en la penumbra, sin saber qué hacer. Luego se levantó y se puso la

bata. Esto era lo peor de estar en el hospital. No había manera de salir, ni a dónde ir. Alex

no podía acostumbrarse a ello. Todas las noches durante una semana, se había despertado

a la misma hora, y finalmente había decidido romper las reglas y escapar de la caja estéril

que era su habitación. Quería estar afuera. Necesitaba el olor de Londres, el ruido del

tráfico, la sensación de que todavía pertenecía al mundo real.

Se puso un par de zapatillas y salió de la habitación. Las luces se habían atenuado,

dejando no más que un brillo discreto fuera de su habitación. Había una pantalla de

ordenador brillante detrás del puesto de las enfermeras, pero ninguna señal de Diana

Meacher o de cualquier otra persona. Alex dio un paso adelante. Hay pocos lugares más

silenciosos que un hospital en medio de la noche y sentía casi miedo de moverse, como si

estuviera rompiendo una especie de ley no escrita entre los sanos y los enfermos. Pero

sabía que permanecería despierto durante horas si se quedaba en la cama. No tenía nada

de qué preocuparse. La señora Jones estaba segura de que Scorpia ya no era una amenaza.

Casi estaba tentado de salir del hospital y coger el autobús nocturno para ir a casa.

Por supuesto, que eso estaba fuera de cuestión. No podía ir tan lejos. Pero estaba decidido

todavía a llegar a la recepción principal con las puertas correderas de cristal y —justo más

allá— una calle real con gente, coches, ruido y suciedad. Durante el día, tres

recepcionistas respondían teléfonos y trataban con consultas. Después de las ocho sólo

había uno. Alex ya lo había conocido —un irlandés alegre llamado Conor Hackett. Los

dos se habían convertido en amigos rápidamente.

Conor tenía sesenta y cinco años y había pasado la mayor parte de su vida en Dublín.

Había tomado este trabajo para ayudar a sus nueve nietos. Después que hubieran hablado

durante un tiempo, Alex había convencido a Conor para que lo dejara salir, y él había

pasado unos felices quince minutos en la acera delante de la entrada principal, mirando el

paso del tráfico y respirando el aire de la noche. Haría lo mismo ahora. Tal vez podría

estirarlo hasta media hora. Conor se quejaría, amenazaría con llamar a la enfermera. Pero

Alex estaba seguro de que lo dejaría salirse con la suya.

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Evitó el ascensor, temiendo el ruido de la campana que mientras llegaba le delataría. Bajó

por las escaleras al primer piso, y continuó andando a lo largo de un pasillo. Desde allí

podía mirar hacia abajo al pulido suelo de la recepción y a las puertas de entrada de

vidrio. Podía ver a Conor sentado tras su escritorio, leyendo una revista. Incluso aquí

abajo las luces estaban atenuadas. Era como si el hospital quisiera recordar a los visitantes,

donde estaban en el momento en que entraran.

Conor volvió una página. Alex estaba a punto de bajar las últimas escaleras, cuando de

repente las puertas se abrieron.

Alex estaba, tanto sorprendido como un poco avergonzada. No quería ser atrapado aquí,

con su bata y pijama. Al mismo tiempo, se preguntaba quién podría, posiblemente,

visitando St. Dominic en este momento de la noche. Dio un paso hacia atrás,

desapareciendo entre las sombras. Ahora podía ver todo lo que estaba ocurriendo, sin ser

visto.

Cuatro hombres entraron Estaban en la treintena, y todo parecía encajar. El líder llevaba

puesta una chaqueta de combate y una camiseta del Che Guevara. Los otros iban vestidos

con pantalones vaqueros, sudaderas con capucha y deportivos. Desde donde estaba

escondido, Alex no podía ver sus rostros con mucha claridad, pero ya supo que había algo

extraño en ellos. La forma en que se movían, de alguna manera era demasiado rápida,

demasiado enérgica. La gente se mueve con más cautela cuando entran en un hospital.

Después de todo, nadie realmente quiere estar allí.

—Hola…‖¿cómo‖est{?‖—preguntó el primer hombre. Las palabras cortaban la penumbra.

Tenía una voz alegre y cultivada.

—¿Cómo puedo ayudarle? —preguntó el recepcionista. Sonaba tan confundido como

Alex se sentía.

—Nos gustaría visitar a uno de sus pacientes —explicó el hombre—. Me pregunto si nos

puede decir dónde está.

—Lo siento mucho. —Alex no podía ver la cara de Conor, pero podía imaginarse la

sonrisa en su voz—. No es posible visitar a nadie ahora. ¡Es casi la una! Tendrá que volver

mañana.

—Creo que usted no entiende.

Alex sintió los primeros indicios de nerviosismo. Una nota de amenaza se había deslizado

en la voz del hombre. Y había algo siniestro en la forma en que los otros tres hombres

estaban posicionados. Estaban repartidos entre la recepción y la entrada principal. Era

como si no quisieran que saliera. O que cualquier otra persona entrara.

—Queremos ver a Paul Drevin.

Alex oyó el nombre con un estremecimiento de incredulidad. ¡El chico de la habitación

contigua a la suya! ¿Por qué estos hombres querrían verlo tan tarde en la noche?

—¿En qué habitación está? —preguntó el hombre de la chaqueta de combate.

Conor negó con la cabeza. —No puedo darle esa información —protestó—. Vuelva usted

mañana y entonces alguien estará encantado de ayudarle.

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—Queremos saberlo ahora —insistió el hombre. Metió la mano en su chaqueta y Alex

sintió que el suelo resbalaba debajo de él cuando el hombre sacó una pistola. Estaba

equipada con un silenciador. Y apuntaba a la cabeza del recepcionista.

—¿Qué está...? —Conor se había puesto rígido, su voz se había elevado a un chillido

agudo—. ¡No puedo decírselo! —exclamó—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Qué quiere?

—Queremos el número de habitación de Paul Drevin. Si no me lo da en los próximos tres

segundos, apretaré el gatillo y la única parte de este hospital que necesitarás otra vez será

el depósito de cadáveres.

—¡Espere!

—Uno...

—¡No sé dónde está!

—Dos...

Alex sintió que su pecho se retorcía. Se dio cuenta de que estaba conteniendo la

respiración.

—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Déjeme encontrarlo para usted!

El recepcionista empezó a presionar a toda prisa el teclado oculto debajo de la parte

superior de su escritorio. Alex oyó el ruido de las teclas.

—¡Está en el segundo piso! Habitación ocho.

—Gracias —dijo el hombre, y le disparó.

Alex oyó el furioso chasquido de la bala mientras era escupida por el silenciador. Vio un

spray negro delante de la frente del recepcionista. Conor cayó hacia atrás, sus manos

levantadas por un momento.

Nadie se movió.

—Habitación ocho. Segundo piso —murmuró uno de los hombres.

—Te dije que estaba en la habitación ocho —dijo el primer hombre.

—Entonces, ¿por qué lo preguntaste?

—Sólo quería estar seguro. —Se burló uno de ellos.

—Vayamos y cojámosle —dijo otro.

Alex se quedó congelado en el lugar. Podía sentir su herida ardiendo furiosamente. Esto

no podía estar pasando, ¿verdad? Pero estaba ocurriendo. Lo había visto por sí mismo.

Los cuatro hombres se movieron.

Alex se dio la vuelta y echó a correr.

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Capítulo 3

Tratamiento de Emergencia

Traducido por Anne_Belikov

Corregido por Nanis

Alex subió las escaleras de dos en dos, un centenar de diferentes pensamientos

retumbando a través de su mente. ¿Quiénes eran los cuatro hombres y por qué

estaban aquí? ¿Qué querían con Paul? El nombre Drevin significaba algo para él,

pero no era tiempo de ponerse a averiguarlo. ¿Qué podía hacer para detenerlos?

Llegó hasta una alarma de incendios en una caja roja en la pared y se detuvo a su

lado. Durante unos segundos su puño se cernió sobre el cristal. Pero sabía que

activar la alarma no serviría de nada. Por el momento, el factor sorpresa era todo

lo que tenía de su lado. La alarma de incendios sólo les diría a los hombres que

habían sido vistos y entonces trabajarían más rápido, matando o secuestrando al

chico antes de que la policía o los bomberos llegaran.

Alex no quería enfrentar a cuatro hombres por su propia cuenta. Estaba

desesperadamente tentado a llamar por ayuda. Pero sabía que esta vendría

demasiado tarde.

Continuó por las escaleras, una pequeña porción de conocimiento estimulándolo.

Los hombres se habían mostrado a sí mismos como mentes simples e implacables.

Pero ellos ya habían cometido un error.

Cuando se habían marchado, cuando se habían estado moviendo en dirección al

ascensor, Alex sabía algo que ellos no. Los elevadores que estaban en St. Dominic

eran originales, de acaso veinte años de antigüedad. Habían sido diseñados para

llevar pacientes arriba desde la sala de operaciones del primer piso y tenían que

detenerse sin el más mínimo temblor. Por esta razón siempre iban muy, muy

despacio. Le tomaría a Alex menos de veinte segundos llegar al segundo piso; a

los hombres les tomaría casi dos minutos. Eso le daba un minuto y cuarenta

segundos para hacer algo. Pero, ¿qué?

Golpeó a través de las puertas y entró al área de enfermeras en frente de su

habitación. Todavía no había nadie alrededor, lo que era extraño. Tal vez los

cuatro hombres habían creado algún tipo de distracción. Eso tendría sentido.

Podrían haber hecho que la enfermera se fuera con una simple llamada telefónica

y ahora ella estaría en cualquier lugar del hospital. Alex permaneció jadeando en

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la penumbra, intentando que su cerebro trabajara. Podía imaginar al elevador

haciendo su camino pulgada por pulgada, hacia él.

Era muy consciente de la desigualdad de la competencia. Los hombres eran

asesinos profesionales. Alex lo habría sabido incluso si no los hubiera visto

asesinar al recepcionista de noche. Era obvio por su lenguaje corporal, la forma en

que sonreían, la conversación que había oído. Matar era una segunda naturaleza

para ellos.

Alex no tenía posibilidad de luchar contra ellos. Estaba desarmado. Peor aún,

estaba en pijama y con pantuflas, con una herida en el pecho que se mantenía

unida por puntos de sutura y vendajes. Nunca había estado más indefenso. Una

vez que fuese visto, habría terminado. No tenía oportunidad.

Y aún así tenía que hacer algo. Pensó en el extraño, solitario chico en la habitación

contigua a la suya. Paul Drevin tenía sólo catorce años, era ocho meses más joven

que Alex. Estos hombres habían venido por él. Alex no los dejaría llevárselo.

Miró a la puerta abierta de su propia habitación, la número nueve. Estaba

exactamente al lado opuesto del ascensor, y era la primera cosa que verían los

hombres cuando salieran. Paul Drevin estaba durmiendo en la habitación

contigua. Su puerta estaba cerrada. Sus nombres eran visibles en la penumbra:

ALEX RIDER y PAUL DREVIN. Habían sido impresos en tiras de plástico que

cabían en la ranura de la puerta. Debajo de ellas, también en pequeñas etiquetas,

estaban los números de habitación.

De pronto, de la nada, un plan comenzó a formarse en la mente de Alex. Se

preguntó si tendría suficiente tiempo, se lanzó hacia adelante y arrebató una

cuchara que estaba sobre la taza y el platito que la enfermera había dejado sobre

su escritorio. Con el mango de la cuchara, quitó su nombre y número de

habitación de la ranura y luego hizo lo mismo con la puerta contigua. Le tomó

unos pocos segundos poner las tiras de plástico en su lugar. Ahora era Alex Rider

quien dormía en la habitación nueve. La puerta de la habitación ocho estaba

abierta y Paul Drevin no estaba ahí.

Alex corrió dentro de su habitación, abrió el armario y tomó una camisa y unos

pantalones. Sabía que lo que había hecho no era suficiente. Si los hombres miraban

las puertas más de cerca, serían capaces de ver el truco que había hecho, porque la

secuencia era equivocada: seis, siete, nueve, ocho, diez. Alex tenía que asegurarse

de que ellos no tuvieran tiempo para examinar nada.

Tenía que hacerlos venir tras él. No se atrevió a vestirse a la vista del elevador. Se

apresuró a salir con la ropa, pasando la recepción de enfermeras, más allá de las

dos habitaciones. Llegó al corredor que se inclinaba noventa grados. Corrió cerca

de treinta metros hacia un par de puertas giratorias y otra escalera. Ahí había un

mostrador en cada lado del corredor y al lado un carrito con algún tipo de

máquina: una baja y plana, con una serie de botones pequeños, una pantalla de

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televisión rectangular que parecía haber sido aplastada. Alex reconoció la

máquina. También había dos cilindros de oxígeno. Podía sentir su corazón

latiendo por debajo de los vendajes. El silencio en el hospital era desconcertante.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que Conor había sido asesinado?

Rápidamente se quitó la pijama y se puso su propia ropa. Se sentía bien estar

vestido de nuevo después de diez largos días y noches. Ya no era un paciente.

Estaba comenzando a tener su vida de vuelta.

Las puertas del elevador se abrieron, rompiendo el silencio con un traqueteo

metálico. Alex observó a los cuatro hombres salir. Rápidamente los examinó. Dos

eran negros, dos blancos. Se movían como una sola unidad, como si estuvieran

acostumbrados a trabajar juntos. Les dio nombres basado en sus apariencias. El

hombre que había disparado a Conor era el líder. Tenía una nariz rota que parecía

dividir su cara como la grieta de un espejo. Alex pensó en él como Chaqueta de

Combate. El segundo era delgado, con mejillas arrugadas y gafas de color naranja.

Anteojos. El tercero era bajo y musculoso, obviamente había pasado una buena

cantidad de tiempo en el gimnasio. Él tenía un pesado reloj de metal en su muñeca

y fue eso lo que le dio su nombre: Reloj de Acero. El último hombre estaba sin

afeitar, con el pelo negro desordenado. En algún momento había visitado a un

dentista muy malo, quien le había dejado su huella muy visible. Él sería Diente de

Plata.

Los cuatro se movieron rápidamente, impacientes después de la larga espera en el

elevador. Era el momento de la verdad.

Chaqueta de Combate registró la puerta abierta y la habitación vacía. Leyó el

nombre. En ese momento, Alex apareció, caminando hacia abajo por el corredor

como si hubiera estado en el baño y estuviera regresando a su habitación. Se

detuvo y dio un pequeño grito de sorpresa. Los hombres lo miraron. E

inmediatamente asumieron que Alex había imaginado que vendrían. Incluso si

sabían cómo se supone que su objetivo luciría, no podían ver su rostro en la suave

luz. Él era Paul Drevin. ¿Quién más podría ser?

—¿Paul? —Chaqueta de Combate pronunció una sola palabra.

Alex asintió.

—No vamos a herirte. Pero tienes que venir con nosotros.

Alex dio un paso hacia atrás. Chaqueta de Combate sacó una pistola. La misma

pistola que había usado para matar al recepcionista de noche. Alex se volvió y

corrió.

Mientras sus pies descalzos golpeaban la alfombra del hospital, tenía miedo de

haberse ido demasiado tarde, de que iba a sentir el calor de una bala entre sus

omoplatos. Pero el corredor estaba justo enfrente de él. Con una sensación de

alivio, se lanzó para dar vuelta en la esquina. Ahora estaba fuera de vista.

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Los cuatro hombres fueron lentos al reaccionar. Esta era la última cosa que habrían

esperado. Paul Drevin debería haber estado durmiendo en su cama. Pero los había

visto. Había corrido. Como uno, ellos se lanzaron hacia adelante. Sus movimientos

parecían torpes (ellos no querían hacer ruido) pero aún así estaban avanzando

rápidamente. Alcanzaron el corredor y vieron las puertas batientes. Una de ellas

estaba todavía cerrada. El chico obviamente había pasado a través de ellas

segundos antes. Con Chaqueta de Combate a la cabeza, siguieron adelante.

Ninguno de ellos se dio cuenta del mostrador a su izquierda. Chaqueta de

Combate empujó las puertas; Reloj de Acero y Anteojos lo siguieron. Diente de

Plata estaba detrás y entonces fue cuando Alex hizo su movimiento.

Alex corrió toda la longitud del corredor, abrió las puertas y luego volvió al

mostrador. Ahí era donde estaba ahora. Moviéndose de puntillas se deslizó hacia

afuera. Ahora él estaba detrás de Diente de Plata. Estaba sosteniendo algo en cada

una de sus manos, un disco circular, acolchado, con cables eléctricos.

La máquina que Alex había visto en el auto era un desfibrilador Lifepak 300, una

pieza estándar de equipo que se usaba en la mayoría de los hospitales británicos.

Alex había visto suficientes desfibriladores en los dramas de televisión para saber

cómo funcionaban. Cuando el corazón de un paciente se detenía, el Doctor

presionaba los aparatos contra su pecho y usaba la carga eléctrica para traerlo de

regreso a la vida. Alex había conectado este desfibrilador en los últimos segundos

antes de que el elevador llegara. Había sido diseñado para ser fácil de usar y estar

listo al instante; las baterías siempre estaban completamente cargadas. Apretando

los dientes, cerró de golpe los aparatos contra el cuello del hombre enfrente de él y

presionó los botones. Diente de Plata gritó y saltó en el aire cuando la corriente

eléctrica corrió a través de él. Estaba inconsciente antes de caer al suelo.

Las puertas se abrieron de nuevo: Anteojos había escuchado el grito. Regresó,

medio inclinado, medio corriendo hacia adelante, con una navaja en la mano. Su

rostro estaba torcido en una horrible mueca de ira. Algo había salido mal pero

¿cómo? ¿Por qué no había estado el niño durmiendo?

Él ni siquiera hizo la mitad del camino por el corredor. La plena fuerza de un

cilindro de oxígeno de diez kilogramos le golpeó entre las piernas. Su rostro se

puso malva y dejó caer el cuchillo. Intentó respirar, pero irónicamente el oxígeno

fue la única cosa que no pudo encontrar. Cayó, con los ojos hinchados.

Alex soltó el tanque. Había tomado toda su fuerza el blandirlo y pasó una mano a

través de su pecho, preguntándose si se había hecho daño a sí mismo. Pero las

puntadas parecían mantenerse intactas.

Dejando a dos hombres inconscientes detrás de él, corrió de vuelta a su habitación

y pasó por las escaleras principales. Escuchó las puertas batientes golpear contra la

pared mientras los otros venían por él. Al menos había reducido a la mitad

contraria, aunque iba a resultarle más difícil de ahora en adelante. Los dos

hombres sabían que era peligroso; no se dejarían sorprender de nuevo. Alex

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consideró desaparecer. Había docenas de lugares donde esconderse. Pero ese no

era el punto. Se obligó a reducir la velocidad. Tenía que llevarlos lejos de las

habitaciones ocho y nueve.

Ellos lo vieron. Escuchó a uno jurar, un solo susurro, lleno de odio. Eso era bueno.

Entre más enfadados estuvieran, más eran los errores que cometerían. Alex corrió

hacia abajo por las escaleras. Se sintió mareado y por un momento pensó que iba a

desmayarse. Después de pasar tanto tiempo en una cama, su cuerpo no estaba

listo para esto. Su brazo izquierdo le dolía demasiado.

El brazo le recordó a dónde se dirigía. El departamento de fisiología estaba en el

primer piso. Alex había estado ahí muchas veces; había sido una parte necesaria

de su tratamiento.

La bala que había cortado a través de sus arterias también había hecho serio daño

a su plexo braquial. Esto era una complicada red de nervios de la médula espinal

que se encontraba dentro de su brazo izquierdo. Los doctores le habían advertido

que el brazo permanecería doliéndole; tendría rigidez y hormigueo, quizá por el

resto de su vida. Pero una vez más, Alex tenía la juventud de su lado. Después de

unos pocos días de terapia, la mayor parte del dolor había desaparecido. En ese

tiempo, lo habían puesto a hacer una serie de ejercicios, de resistencia,

estiramiento, reacción y rapidez. Para el final de la semana, Alex conocía el

departamento de fisiología mucho más que cualquier otro departamento del

hospital. Eso era el por qué estaba dirigiéndose ahí ahora.

Medio tropezó a través de las puertas y se quedó quieto por un momento,

atrapando su próximo aliento. Al principio vio dos cubículos con camas donde los

pacientes estarían acostados mientras pasaban a través de las series de ejercicios.

Un esqueleto humano (muy realista pero hecho de plástico) colgaba de un marco

de metal. El corredor se extendía a través de una serie de puertas y mostradores e

iba más allá de otro par de puertas batientes al otro extremo de la habitación. Alex

sabía exactamente lo que encontraría en los mostradores. Una de las habitaciones

fuera del corredor era un gimnasio completamente equipado, con bicicletas,

campanas, pesas y cintas para correr.

Los mostradores contenían más equipo, incluyendo expansores de pecho y rollos

de elástico. Todos los días, el fisioterapeuta había cortado un trozo de elástico y se

lo había dado a Alex para los ejercicios de estiramiento. Estos habían sido sencillos

al principio, pero se habían vuelto más intensos usando trozos de elástico cada vez

más gruesos, hasta que sanó.

Abrió el primer mostrador. Había estado trabajando en lo que iba a hacer. La

pregunta era la misma que antes. ¿Tenía suficiente tiempo?

Cuarenta segundos después, las puertas se abrieron y Chaqueta de Combate entró.

Estaba respirando pesadamente. Él estaba al comando de la operación y un día

tendría que responder por ello. Dos de sus hombres estaban inconscientes

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escaleras arriba, uno de ellos electrocutado. Y lo que era peor (lo que parecía

increíble) ¡era que ambos habían sido noqueados por un niño! Ellos habían estado

diciendo que sería simple. Tal vez era el por qué habían cometido tantos errores.

Bueno, no iba a cometer ninguno más.

Se arrastró lentamente hacia adelante, su puño enroscado alrededor de una fea,

cuadrada arma. Era una FP9, una pistola de acción simple manufacturada en

Hungría, una de docenas que venía ilegalmente desde el este de Europa. No había

luces en esta parte del hospital. La única iluminación venía de la luz de luna

golpeando a través de las ventanas. Miró hacia un lado y vio el esqueleto de pie

que parecía como sacado de una feria barata. Los zócalos vacíos de los ojos

parecían mirarlo. ¿Advertirle? El hombre apartó la mirada con disgusto. No iba a

dejar que lo asustaran.

Miró dentro de los dos cubículos. Las cortinas estaban corridas y era obvio que el

chico no estaba escondido ahí. Chaqueta de Combate pasó el esqueleto y dio

vuelta en la esquina. Ahora se encontraba mirando la longitud del corredor.

Estaba muy oscuro pero mientras sus ojos se acostumbraban, vio una sombra de

pie al final. Sonrió. ¡Era el chico! Él parecía estar sosteniendo algo contra su pecho.

¿Qué era? Algún tipo de pelota. Bueno, esta vez había cometido un gran error. No

le daría oportunidad de lanzarla. Si él se movía, Chaqueta de Combate le

dispararía en la pierna y lo arrastraría hacia el auto.

—¡Suéltala! —Ordenó Chaqueta de Combate.

Alex dejó ir la pelota.

Era una pelota medicinal del gimnasio. Pesaba cinco kilogramos y por segunda

vez, Alex había temido que sus puntadas se abrieran. Pero lo que Chaqueta de

Combate no había visto era que Alex también había tomado cierta longitud de

elástico del mostrador. Lo había atado a través del corredor, de la manivela de una

puerta a la otra y luego estirado de regreso a la pelota medicinal. La pelota era

ahora un misil en una gigantesca catapulta y cuando Alex la soltó, salió disparada

a todo lo largo del corredor como si hubiera sido disparada por un cañón.

Chaqueta de Combate estaba sólo vagamente consciente del peso real que salía de

las sombras antes de que lo golpeara en el estómago, haciéndolo caer. La pistola

voló fuera de su mano. Su respiración salió de sus pulmones. Sus hombros

golpearon el suelo y se resbaló cinco metros antes de golpearse contra la pared.

Sólo había tenido tiempo para decirse a sí mismo que este no era Paul Drevin (este

no era un ordinario chico de catorce años) antes de desmayarse.

Reloj de Acero apenas había entrado en el departamento de fisiología. Había

escuchado el impacto y se había puesto en posición de combate, su propia arma

lista para disparar. No entendía lo que estaba pasando, pero sabía que había

perdido la iniciativa. Lo que parecía como una captura simple se había vuelto

horriblemente difícil. Había una figura tendida en el suelo enfrente de él, su cuello

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torcido y su rostro drenado de color. Una larga pelota medicinal descansaba a su

lado.

Reloj de Acero parpadeó en incredulidad. Había visto una de las puertas al final

del corredor cerrarse. Eso le dijo todo lo que necesitaba saber. Continuó.

Veinte pasos delante de él, Alex estaba una vez más haciendo su camino escaleras

abajo. Parecía la única manera de salir de ahí. Las escaleras lo condujeron de

vuelta a la planta baja, donde había comenzado todo. El área de recepción estaba

innaturalmente silenciosa además del zumbido suave de un dispensador de

bebidas heladas. Luces blancas se extendían por las filas de Coca-Colas y Fantas,

lanzando sombras a través del piso. Tres escritorios quedaban frente a frente a

través del espacio vacío. Alex sabía que había un hombre muerto detrás de uno de

ellos, pero no podía atreverse a mirar. Podía ver la calle al otro lado de las puertas

de vidrio. ¿Debería hacer una pausa? ¿Salir y llamar por ayuda? No había tiempo.

Escuchaba a Reloj de Acero viniendo por las escaleras y se zambulló detrás del

escritorio más cercano, buscando cubrirse.

Un minuto después, Reloj de Acero arribó. Mirando alrededor de su escondite,

Alex pudo ver el reloj brillando en su muñeca. Era una enorme, gruesa cosa, del

tipo que usan los buceadores. El hombre tenía una muñeca inusualmente gruesa.

Su cuerpo entero estaba sobre desarrollado, los varios grupos de músculos casi

luchando contra los otros mientras caminaba. A pesar de que era el último

sobreviviente, no estaba en pánico. Llevaba una segunda FP9. Parecía intuir que

Alex estaba cerca.

—¡No voy a herirte! —gritó él. No sonó convincente y debió haberlo sabido

porque un segundo después agregó—: Sal con las manos en alto o pondré una

bala en tu rodilla.

Alex programó sus movimientos exactamente, corriendo a través de la recepción

principal. Alguien tosió dos veces y la alfombra se hizo pedazos bajo sus pies. Fue

entonces cuando se dio cuenta de que las reglas habían cambiado. Reloj de Acero

había decidido atraparlo vivo o muerto. Y parecía preferir muerto. Pero Alex ya

estaba fuera de su vista. Había encontrado otro corredor con una señal en la que se

leía RADIOLOGÍA y sabía exactamente a dónde estaba yendo. Había estado aquí

dos veces desde el comienzo de su estadía en el hospital.

Había una puerta cerrada a su lado, pero Alex había observado el código ser

introducido sólo unos pocos días antes. Tan rápido como pudo, presionó el

número de cuatro dígitos, no permitiéndose cometer un error. Empujó y la puerta

se abrió. Esta parte del hospital estaba desierta de noche pero sabía que las

máquinas al otro lado nunca dormían. Se mantenían activadas todo el día si era

necesario. Y nunca lo había necesitado más que ahora.

Alex podía escuchar a Reloj de Acero viniendo detrás de él, pero se forzó a

guardar la calma. Había otra cerradura con la que lidiar, esta vez tropezó con un

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interruptor oculto bajo uno de los escritorios de las enfermeras. Alex exhaló una

plegaria silenciosa de agradecimiento hacia el enfermero que había hecho una

broma sobre ello cuando había estado llevándolo. Había una larga, pesada puerta

a su lado. Estaba cubierta con señales de peligro debajo de una sola palabra:

MAGNETOM.

Alex sabía lo que las advertencias significaban. El enfermero se lo había dicho.

Abrió la puerta y entró. Había un estrecho banco enfrente de él. Conducía a una

larga máquina que recordaba a una secadora, una nave espacial y una dona

gigante al mismo tiempo. Tenía un agujero en medio, el borde interno girando

lentamente. El asiento estaba diseñado para ser elevado y pasado lentamente a

través del agujero. Alex se había sentado en el asiento cuando había venido por

primera vez a St. Dominic y el doctor le había dicho exactamente lo que hacía.

Se trataba de una máquina de resonancia magnética. Las cartas estaban llenas de

imágenes de resonancias magnéticas. Cuando Alex había pasado a través del

agujero, un escáner había tomado una imagen tridimensional de su cuerpo,

revisando el músculo dañado en su pecho, brazo y hombro. Recordaba lo que el

doctor le había dicho. Necesitaba ese conocimiento ahora.

Hubo un movimiento en la puerta. Reloj de Acero lo había seguido dentro.

—No te muevas. —Ordenó Reloj de Acero. Estaba sosteniendo su arma a la altura

del pecho. El silenciador estaba apuntando hacia la cabeza de Alex.

Alex dejó que sus hombros cayeran. —Parece como si hubiera venido por el

camino equivocado —dijo.

—Bueno, ahora estás viniendo conmigo, despreciable niño. —Replicó el hombre.

Pasó su lengua sobre su labio—.‖Los‖otros…‖tal vez no hayan querido herirte. Pero

si intentas algo, te dispararé.

—No puedo moverme.

—¿Qué?

—Estoy‖herido…

Reloj de Acero miró a Alex, intentando ver qué estaba mal. Dio un paso hacia

adelante. Y fue entonces cuando sucedió.

El arma voló fuera de su control.

Había pasado tan rápido que no comprendía lo que estaba sucediendo. Era como

si un par de manos invisibles le hubieran arrebatado el arma. Fue batido en la

oscuridad, distorsionándose como un borrón. Reloj de Acero gritó de dolor. El

arma había dislocado dos de sus dedos, casi rompiéndolos de inmediato. Hubo un

fuerte ruido cuando golpeó la máquina y se quedó ahí, pegada a la superficie.

Una máquina de resonancia magnética usa un campo magnético muy fuerte para

analizar los tejidos blandos. La fuerza de esta máquina era de 1.5 Teslas y los

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avisos en la puerta habían advertido que nadie se acercara a la sala sin haberse

deshecho de todos los artículos de metal. Una resonancia magnética podía sacar

un juego de llaves de un bolsillo; podía eliminar una tarjeta de crédito. Reloj de

Acero había sentido su enorme poder pero aún así no lo entendía. Estaba a punto

de averiguarlo.

Alex Rider había adoptado la posición conocida como daichi zenkutsu en karate,

con los pies separados y las manos elevadas. Cada fibra de su ser estaba

concentrada en el hombre enfrente de él. Fue un reto llevar a Reloj de Acero hacia

adelante con sus propias manos y Reloj de Acero no pudo resistirse. Dio un paso

hacia adelante.

Y gritó cuando su pesado reloj de acero entró en contacto con el campo magnético.

Alex observó con asombro lo que se conoce como el efecto misil. El hombre fue

levantado de sus pies y arrojado por el aire, arrastrado por el reloj en su muñeca.

Hubo un ruido enorme cuando se estrelló en la máquina de resonancia magnética.

Él había aterrizado con torpeza, su brazo y su cabeza enredados. Se quedó donde

estaba, medio de pie, medio tumbado, con las piernas inútiles tras él.

Se había terminado. Cuatro hombres habían entrado en el hospital y cada uno de

ellos estaba inconsciente o algo peor. Alex estaba todavía convencido de que en

cualquier segundo se despertaría en la cama. Tal vez había visto demasiados

asesinos. Seguramente la cosa entera no era más que algún tipo de pesadilla

propiciada por el medicamento sedante.

Pero no lo era. Alex regresó a la recepción y ahí estaba Conor, desparramado

detrás de su escritorio, una simple bala en su cabeza. Alex sabía que tenía que

llamar a la policía. Estaba sorprendido de no haber visto a una sola enfermera

durante toda la experiencia. Se inclinó sobre el escritorio, alcanzando el teléfono.

Una fresca brisa golpeó contra su cuello.

Eso debería haberle advertido.

Cuatro hombres habían entrado al hospital pero cinco habían sido asignados al

trabajo. Había otro hombre: el conductor. Y si las puertas no acabaran de abrirse,

no se habría sentido una brisa.

Demasiado tarde Alex se dio cuenta de lo que eso significaba. Se enderezó tan

rápido como pudo, pero no fue lo suficientemente rápido. No escuchó nada. Ni

siquiera sintió el golpe en la parte posterior de la cabeza.

Sólo cayó al suelo y se quedó inmóvil.

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Capítulo 4

Kaspar

Traducido por ilimari Cipriano

Corregido por Anne_Belikov

Te duele. Eso es todo lo que sabes. Tu cabeza está latiendo; tu corazón está punzando y te

preguntas si alguien te hizo un nudo en el cuello.

Era una sensación que Alex Rider conocía muy bien. El Sr. Grin lo había dejado

inconsciente cuando él estaba en la planta de asamblea de Stormbreaker; la Sra.

Stellenbosch también lo había dejado inconsciente en la Academia Point Blanc y Nile lo

había dejado inconsciente en el Palacio de la Viuda en Venecia. Hasta Alan Blunt hizo que

uno de sus hombres le disparara un dardo tranquilizador la primera vez que se infiltró en

el cuartel general del MI6.

Esta vez no era diferente; el lento regresar de la inconsciencia al mundo de aire y luz. Alex

sabía que estaba acostado bocabajo y su mejilla estaba presionada contra el polvoriento

piso de madera. Había un desagradable sabor en su boca. Con esfuerzo abrió sus ojos y

luego los volvió a cerrar porque la luz de la bombilla que colgaba de la pared le lastimaba.

Esperó y luego los volvió a abrir por segunda vez. Lentamente enderezó sus piernas,

estiró sus brazos y pensó lo que siempre pensaba cada vez que le pasaba esto.

Todavía estás vivo. Te tienen prisionero, pero por alguna razón no te han matado aún.

Alex se arrastró hasta quedar sentado y miró alrededor de él. Estaba en una habitación

que estaba completamente vacía. No había alfombras, cortinas, muebles, ni ninguna

decoración. Nada. Había una puerta de madera, seguramente cerrada, y una sola ventana.

Estaba sorprendido de ver que no tenía barrotes, pero cuando se acercó a ella comprendió

por qué.

Estaba muy alto, como a siete u ocho pisos. Apenas estaba amaneciendo y era difícil ver a

través del cristal sucio, pero calculó que había estado inconsciente por unas cuantas horas

y que todavía estaba en Londres. Parecía como si lo tuvieran prisionero en un edificio

abandonado.

Había otro edificio en el lado opuesto y Alex podía ver un letrero enorme que colgaba de

dos cables que estaban atados del último piso de ambos edificios. No podía leer las

primeras palabras porque estaban fuera de su campo de visión, pero sí podía leer el resto:

TORRES PRONTO SERÁ UN EMOCIONANTE Y NUEVO COMPLEJO EN EL ESTE DE

LONDRES.

Fue hacia la puerta y la intentó abrir nada más que para probar. No se movió.

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Su brazo izquierdo le dolía mucho y lo masajeó preguntándose cuánto daño se había

hecho. ¡Se supone que esta noche iba a ser su última noche en el hospital! ¿Cómo se

permitió‖enredarse‖con‖una‖ganga‖de‖asesinos…?‖¿Y‖para‖qué?

Alex recostó sus hombros contra la pared y se deslizó hasta el piso cruzando sus brazos

sobre el pecho. Aún seguía sin zapatos y le dio un escalofrío. La única camisa que tenía

puesta no era suficiente contra el frío de la mañana. Sentado allí, repitió en su mente los

eventos que lo habían llevado a su situación actual.

Cuatro hombres habían ido a St. Dominic, pero ellos no estaban interesados en él. Habían

preguntado por Paul Drevin, el muchacho del cuarto de al lado. Súbitamente Alex

recordó en dónde había escuchado ese nombre. Lo había visto en los periódicos, pero no

era Paul, era Nikolei. Ese era. Nikolei Drevin era algo así como un ruso multimillonario.

Bueno, eso lo explicaba todo. Los hombres debieron haber querido a su hijo por la más

obvia razón, dinero, pero accidentalmente lo habían secuestrado a él en lugar de al otro.

¿Qué harán cuándo se enteren? Alex intentó sacar ese pensamiento de su cabeza. Había

visto cómo ellos lidiaron con Conor, el recepcionista nocturno. No pensaba que ellos

fueran a disculparse y ofrecerle pagar el taxi que lo llevaría a casa. Pero no había nada que

él pudiera hacer. Se quedó sentado dónde estaba y se desplomó contra la pared,

observando al cielo cambiar de gris a rojo y luego a un opaco azul.

Debió haberse quedado dormido porque lo próximo que supo, fue que la puerta se abrió

y Anteojos estaba parado frente a él con una expresión de puro odio en su rostro. Pero

esto no sorprendió a Alex. La última vez que se habían visto, Alex le había lanzado a la

ingle un tanque de oxígeno de diez kilogramos. Lo que sí le había sorprendido era que

sólo unas cuantas horas después, él había reunido la fuerza para levantarse.

Anteojos estaba sosteniendo una pistola. Alex miró al hombre a los ojos. Ellos destellaban

naranja detrás del tinte de las gafas y lo miraban fijamente, llenos de puro veneno. —

¡Levántate! —Soltó él—. Vendrás conmigo.

—Como ordenes —Lentamente Alex se puso en pie—. ¿Es mi imaginación? — preguntó

él—, ¿o tu voz es más chillona de lo que solía ser?

La mano que sostenía la pistola se movió. —Por aquí —dijo Anteojos entre dientes.

Alex lo siguió por un pasillo que estaba tan destartalado como la habitación en dónde

había sido encerrado. Las paredes estaban húmedas y descascaradas. En algunas partes

los paneles del techo se habían caído y revelaban enormes huecos llenos de cables y

tuberías. Había puertas a cada diez o quince metros y algunas de ellas colgaban de los

goznes. En el pasado, hubieran servido de entrada a los apartamentos, pero era obvio que,

aparte de ratas y cucarachas, nadie había vivido allí por años.

Chaqueta de Combate estaba esperándolos afuera. Se había recuperado de su encuentro

con la bola medicinal, pero había un feo moretón en el lado de la cabeza en dónde se

había golpeado con la pared.

—¡Entra! —dijo Anteojos.

Alex abrió la puerta, entró y se encontró en un enorme espacio abierto con basura tirada

por el suelo y graffiti por todas partes. Había ventanas en dos lados y algunas de ellas

estaban cubiertas por persianas rotas. Alex supuso que estaba adentro de uno de los

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apartamentos, pero las paredes habían sido derribadas para crear un solo espacio. Podía

ver un baño abandonado en una esquina. En el medio había una mesa y dos sillas. Un

hombre estaba sentado allí esperando por él. Anteojos presionó su pistola contra su

espalda para hacerlo avanzar y Alex caminó hacia delante y se sentó.

Con un escalofrío, él examinó al hombre sentado frente a él. Estaba vestido en lo que

alguna vez podría haber sido un uniforme, pero la chaqueta estaba desgarrada y le

faltaban botones. El hombre debía tener unos treinta años, pero era imposible estar

seguro. Su cabeza y cara estaba toda tatuada. Alex vio que tenía tatuado a Estados Unidos

de América en una mejilla y a Europa en la otra. Su nariz y la piel sobre su labio eran azul

como el Océano Atlántico. Brasil y el este de África tocaban las comisuras de su boca. Si el

hombre se daba la vuelta, Alex estaba seguro de que vería a Rusia y a China. Él nunca

había visto algo tan extraño (o tan desagradable) en su vida.

Con dificultad, Alex apartó la mirada y observó a su alrededor. Chaqueta de Combate y

Anteojos estaban parados en cada lado de la puerta. Diente de Plata estaba al acecho en

una esquina. Alex no lo había visto en la oscuridad, pero ahora había caminado hasta

quedar bajo la luz y Alex vio que su cuello estaba hinchado y dos inflamadas marcas

yacían en su piel. No veía por ninguna parte a Reloj de Acero. Quizá fueron incapaces de

despegarlo del magnetom.

El hombre con los tatuajes habló: —Nos has causado un montón de molestias —dijo él—.

Honestamente, deberías estar muerto.

Alex se mantuvo callado. Todavía no estaba seguro de qué decir.

—Mi nombre es Kaspar —continuó el hombre.

Alex se encogió de hombros. —¿Cómo Casper, el fantasma amistoso?

El hombre no sonrió. —¿Por qué anoche estabas fuera de tu habitación?

—Necesitaba un poco de aire.

—Hubiera sido mejor si simplemente hubieras abierto la ventana —dijo Kaspar. Cuando

habló, todos los continentes se movieron y Alex pensó que si estornudaba causaría un

terremoto global—. ¿Sabes quién soy? —preguntó él.

—No —respondió Alex—. Pero sería muy útil tenerte cerca durante un examen de

geografía.

—No creo que estés en posición de hacer bromas —La voz de Kaspar no mostraba

ninguna emoción. Señaló con la mano a los otros hombres—. Les has causado a mis

colegas gran dolor e inconveniencias. A ellos les encantaría que te matara. Quizá lo haga.

—¿Para qué me quieres? —Demandó Alex.

—Te lo diré —Kaspar rozó su dedo por un lado de su cara. Viajó desde Noruega hasta

Algeria—. Puedo ver que te sorprende mi apariencia. Puede que pienses que es extrema,

pero estas marcas representan quién soy y en qué creo. Todos nosotros somos parte de

este mundo y yo he hecho al mundo parte de mí —se detuvo por un momento—. Soy lo

que podrías llamar un luchador por la libertad, pero la libertad en que creo es un mundo

libre de la explotación y polución causada por los empresarios ricos y multinacionales

quienes destruyen toda la vida simplemente para enriquecerse ellos mismos. Tenemos un

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calentamiento global. La capa de ozono se está destrozando. Nuestros valiosos recursos se

están acabando rápidamente. Pero aún así estos gatos gordos continúan llenando sus

bolsillos hoy en día sin pensar y sin importarles el mañana. Tu padre es uno de ellos.

—¿Mi padre? Te has equivocado —El hombre se movió increíblemente rápido, se puso en

pie y con la parte de atrás de su mano golpeó un lado de la cabeza de Alex, quién se echó

para atrás más por la sorpresa que por el dolor.

—¡No interrumpas! —Ordenó Kaspar—. Tu padre hizo su fortuna a base del aceite. Sus

oleoductos han destrozado a tres continentes y ahora, no contento con dañar la tierra, está

centrando su atención en el espacio exterior. Cuatro especies de aves salvajes han sido

extintas por el lanzamiento de sus cohetes desde el Caribe. Simios y Chimpancés han sido

las víctimas inocentes de estos vuelos. Él es un enemigo de la humanidad y por lo tanto se

ha convertido en un blanco legítimo de Fuerza Tres.

Kaspar se sentó otra vez.

—Hay gente que nos ve como criminales —Siguió él—. Pero es tu padre quién es el

verdadero criminal y él nos ha obligado a actuar de la manera en que lo hacemos. Ahora

hemos decidido que él tiene que pagar. Nos va a tener que dar un millón de libras para

que te regresemos sano y salvo. Ese dinero será utilizado para continuar con nuestra

batalla para proteger al planeta. Si él se niega, nunca te volverá a ver.

—Por eso fue que anoche te sacamos del St. Dominic y continuarás con nosotros hasta que

pague el rescate. Personalmente no deseo hacerte daño, Paul, pero tenemos que probarle a

tu padre que te tenemos. Tenemos que enviarle un mensaje que no podrá ignorar y me

temo que demandará un pequeño sacrificio de parte tuya.

Alex intentó hablar, pero su cabeza daba vueltas. Todo estaba pasando demasiado rápido.

Antes de que pudiera reaccionar, su brazo derecho fue agarrado desde atrás. Chaqueta de

Combate se había acercado sigilosamente a él mientras Kaspar hablaba. Alex intentó

resistir, pero el hombre era demasiado fuerte. El puño de su camisa fue abierto de un tirón

y le subieron la manga. Luego su mano fue puesta a la fuerza sobre la mesa y sus dedos

fueron separados uno a uno. No había nada que él pudiera hacer. Chaqueta de Combate

lo estaba aguantando tan fuerte que sus dedos se estaban poniendo blancos. Diente de

Plata se acercó por el otro lado, sacó su cuchillo y se lo dio a Kaspar.

—Le podríamos enviar a tu padre una foto —explicó Kaspar—. ¿Pero qué lograríamos

con eso? Ya a estas alturas él debe saber que fuiste tomado a la fuerza. Hay otras maneras

más eficaces para hacer que nuestras demandas sean escuchadas, maneras que puede que

las encuentre más persuasivas —levantó la cuchilla y la puso cerca de la barbilla de Alex,

como si lo fuera a afeitar. La hoja de la cuchilla tenía quince centímetros de largo y el

borde era dentado. Él observó su reflexión en el acero—. Podríamos enviarle un mechón

de tu cabello. Estoy seguro de que reconocería tu pelo. Pero entonces podría tomar eso

como una señal de debilidad, de compasión, de nuestra parte.

—Y por eso me disculpo, Paul Drevin, porque no me causa placer alguno el lastimar a un

niño incluso cuando se trata de un niño rico y engreído como tú, pero lo que planeo

enviar‖a‖tu‖padre‖es‖un‖dedo‖de‖tu‖mano‖derecha…

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Automáticamente Alex intentó apartarse, pero Chaqueta de Combate lo había previsto y

puso todo su peso sobre la mano de Alex. Sus dedos estaban separados, indefensos, sobre

la mesa.

—El dolor va a ser enorme, pero hay niños por todo el mundo que sólo han conocido

dolor y hambre, mientras que niños como tú pierden el tiempo en los patios de los ricos.

¿Sabes tocar el piano, Paul? Espero que no. No será fácil después de hoy.

Él estiró la mano y agarró el dedo meñique de Alex. Ese era el que había escogido. El

cuchillo comenzó su viaje hacia abajo.

—¡Yo no soy Paul Drevin! —Alex escupió las palabras con urgencia. Sus ojos estaban

abiertos como platos. Podía sentir la falta de sangre en su rostro. El cuchillo se seguía

moviendo—. ¡Has cometido un error! —Insistió él—. Mi nombre es Alex Rider. Yo estaba

en el cuarto nueve. No sé nada sobre Paul Drevin.

El cuchillo se detuvo. Estaba a sólo milímetros de su dedo meñique.

—¡Hazlo! —Bufó Chaqueta de Combate.

—Yo estaba despierto anoche —Insistió Alex y las palabras salían rápidamente de su

boca—. Regresaba del baño. Los vi a ustedes afuera de mi cuarto. Uno de ellos sacó una

pistola y luego comenzaron a perseguirme. No sabía qué estaba pasando. Tenía que

defenderme…

—Está mintiendo —gruñó Chaqueta de Combate—. Yo le pregunté su nombre — Él se

dirigió a Anteojos—. Díselo.

—Es cierto —dijo Anteojos—. Vimos su cuarto. El número ocho. Estaba vacío y luego él

apareció. Le llamamos por su nombre y él contestó.

Kaspar sostuvo el cuchillo con más fuerza. Se había decidido.

—¡Yo estaba en el cuarto nueve, no en el ocho! —Ahora Alex estaba gritando. Su cabeza se

sentía bajo el agua. Podía casi sentir el chuchillo cortar su carne y huesos. Podía imaginar

el dolor. Luego súbitamente se le ocurrió algo—. ¿Por qué piensas que yo estaba en el

hospital? —demandó él.

—Sabemos por qué estabas allí —contestó Kaspar—. Apendicitis.

—Apendicitis. Claro. Entonces mira mis vendajes. No están por ninguna parte cerca de mi

apéndice.

Hubo una larga pausa. Alex podía sentir a Chaqueta de Combate todavía presionándolo

con fuerza, deseando que comenzaran a cortarlo, pero Kaspar no estaba tan seguro. —

Abran su camisa —ordenó él, pero nadie se movió—. ¡Háganlo!

Chaqueta de Combate seguía sosteniendo a Alex más fuerte que nunca pero Diente de

Plata se acercó. Estiró la mano y agarró la camisa de Alex, desabotonando de un tirón los

primeros dos botones. Kaspar observó los vendajes que le cruzaban el pecho. Alex podía

sentir su corazón galopar bajo ellos. —¿Qué es esto? —demandó Kaspar.

—Tuve una herida en el pecho.

—¿Qué clase de herida en el pecho?

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—Un accidente en mi bicicleta —Era la única mentira que Alex había dicho. No podía

decirles qué había pasado en realidad. No quería que ellos supieran quién era él—. Yo

conocí a Paul Drevin —admitió—. Tiene la misma edad que yo, pero no se parece en nada

a mí. Simplemente has una llamada telefónica. Podrás verificar fácilmente —respiró

profundamente—. Puedes cortar todos mis dedos si quieres, pero su papá no te va a pagar

ni un centavo. ¡Él ni siquiera sabe que existo!

Hubo otro momento de silencio.

—¡Está mintiendo! —insistió Chaqueta de Combate.

Pero ya Kaspar se había decidido. Había escuchado hablar a Alex. Paul Drevin tenía un

leve acento ruso y este chico obviamente había vivido toda su vida en Inglaterra. Kaspar

maldijo y enterró el cuchillo en la mesa a sólo un centímetro de distancia de la mano de

Alex y la empuñadura tembló cuando la soltó.

Alex vio la decepción en los rostros de Anteojos y Diente de Plata, pero Kaspar ya había

tomado su decisión.

—Déjenlo ir.

Chaqueta de Combate lo sostuvo con fuerza por un momento y luego lo soltó y se echó

para atrás maldiciendo en voz baja. Alex apartó el brazo. Ahora su mano derecha le dolía

tanto como la izquierda y se preguntó si Kaspar lo enviaría de vuelta al hospital porque lo

iba a necesitar para cuando saliera de allí.

Pero todavía no se había acabado.

Anteojos y Diente de Plata estaban esperando para escoltarlo afuera, pero Kaspar les

indicó que esperaran. Él estaba examinando a Alex por segunda vez, re-evaluándolo. Era

imposible ver más allá de los tatuajes en su rostro para saber qué estaba pasando por su

cabeza. —Si de verdad eres quién dices ser —comenzó él—, si de verdad no eres Paul

Drevin, entonces no nos sirves para nada. Te podemos matar de la manera que queramos

y creo que a mis hombres les complacerá matarte de una manera lenta. Así que quizá,

amigo, hubiese sido mejor si no hubiese habido ningún error. Quizá la pérdida de un

dedo hubiese sido más fácil.

Diente de Plata sonreía de oreja a oreja y Anteojos asintió con entusiasmo.

—Llévenlo de vuelta a su habitación —ordenó Kaspar—. Voy a hacer los arreglos

necesarios y después nos volveremos a ver.

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Capítulo 5

Escape contra Incendios

Traducido por *Nightwalker2711*

Corregido por Xhessii

Ya había caído la tarde cuando la puerta se abrió y Chaqueta D Combate entró. Alex

suponía que había estado en la habitación durante ocho horas. Se le había permitido usar

el baño una vez, y cerca del medio día se le había dado un sándwich y una bebida con un

gran espectáculo de seriedad. El sándwich se había pasado dos días de su fecha de

caducidad y aún estaba en su envoltorio de plástico, comprado en una tienda de

conveniencia. Pero Alex lo había devorado con avidez.

Chaqueta de Combate había sido enviado en su búsqueda. Llevó a Alex de vuelta por el

pasillo hasta el piso donde el interrogatorio había tenido lugar, con el rostro y con la nariz

fea, rota sin dejar pasar nada. Había algo sobre toda la trampa que Alex no entendía.

Kaspar le había dicho que eran eco-guerreros luchadores por la libertad o algo parecido.

Eran ciertamente fanáticos. Los tatuajes eran prueba suficiente de ello. Pero la forma en

que lo estaban tratando, las amenazas, las demandas de dinero parecía pertenecer a un

mundo diferente. Hablaban sobre contaminación y la capa de ozono, pero actuaban como

matones y delincuentes comunes. Habían matado a la recepcionista del turno de la noche

sin una buena razón. Parecían no tener ningún remordimiento en lo que se refiere a la

vida humana.

Para esta hora, Alex suponía, debían saber la verdad. Entonces, ¿Qué iban a hacerle?

Recordaba lo que Kaspar le había dicho y se había quedado grabado en su imaginación.

En lugar de eso, busco una forma de escapar de allí. No iba a ser fácil. Los cuatro hombres

ya lo habían probado una vez. Sabían de lo que él era capaz. No le iban a dar una segunda

oportunidad.

Kaspar lo estaba esperando. Había un periódico en la mesa frente a él, pero ninguna señal

de un cuchillo. Anteojos y Dientes de Plata estaban de pie detrás de él mientras Alex se

sentaba, Kaspar le daba la vuelta al periódico. Era el Evening Estándar y el titular de la

primera página contaba toda la historia‖ en‖ solo‖ tres‖ palabras.‖ “Secuestraron‖ al‖ Chico‖

Equivocado”.

Nadie hablaba, así que Alex pudo leer rápidamente el artículo. Había una fotografía del

Hospital St. Dominic pero ninguna fotografía de él o Paul Drevin. Lo que no lo

sorprendió. Recordó haber leído en algún lado como el padre de Paul (Nikolei Drevin)

había resuelto un embargo de cualquier fotografía publicada de su familia, alegando que

era arriesgar su seguridad. Y, por supuesto, el MI6 habría impedido el uso de cualquier

fotografía de Alex. Ni siquiera mencionaban su nombre.

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Un guardia de seguridad fue asesinado a tempranas horas de la mañana durante un rudo ataque al

hospital del norte de Londres.

Era casi seguro que el objetivo que la banda tenía previsto era Paul Drevin de catorce años de edad,

hijo de uno de los hombres más ricos del mundo, el empresario Nikolei Drevin.

Drevin apareció en los titulares a principios de ese año, cuando compró el Club de Futbol de

Stratford East. Es también la luz guía del proyecto de cientos de millones de libras: Ark Angel, el

primer hotel en el espacio.

En un desarrollo impresionante, la policía ha confirmado que la banda logro secuestrar al chico

equivocado. Este otro chico, quien no ha sido nombrado, fue descubierto por haber desaparecido de

su habitación después de una importante cirugía.

Hablando de hospitales, el doctor Roger Hayward hizo un llamado urgente para el rápido retorno

del niño. Se dice que su condición es estable pero seria.

Alex miró hacia arriba. Kaspar parecía estar esperando a que hablara. —Te lo dije —dijo—

. Entonces, ¿por qué no me dejas ir? No tengo nada que ver en esto. Estaba justo en la

puerta de al lado.

—Te involucraste a propósito —dijo Kaspar.

—No —Negó Alex, pero su boca estaba seca.

—Cambiaron los números de la habitación. Respondiste al nombre de Paul Drevin.

Cogiste a uno de mis hombres y heriste a los otros.

Alex no dijo nada, esperando que el hacha callera.

—No entiendo por qué elegiste involucrarte —continuó Kaspar—. No sé quién eres. Pero

tomaste tu decisión. Elegiste convertirte en enemigo de Fuerza Tres y debes pagar.

—No elegí nada.

—No voy a discutir contigo. Estoy peleando una batalla y en cualquier guerra hay

víctimas; inocentes víctimas que se atraviesan en el camino. Si se te hace más fácil, piensa

en ti como una más de ellas —Kaspar suspiró, pero no había ni una pizca de tristeza en su

cara—. Adiós Alex Rider. Fue una pena que nos hayamos conocido. Me ha costado un

millón‖de‖libras‖el‖dinero‖del‖rescate.‖Y‖te‖costar{‖mucho‖m{s…

Antes de que Alex pudiera reaccionar, fue agarrado desde atrás y arrastrado de los pies.

No habló en lo que era forzado de vuelta hasta la habitación en el pasillo. Pero esta vez, lo

colocaron en otra habitación, más pequeña que la anterior. Alex apenas y tuvo tiempo de

ver una silla, una ventana con barrotes y cuatro paredes desnudas antes de ser duramente

empujado hasta la parte de atrás, para caer al suelo.

Chaqueta de Combate se paro frente a él. —Ojalá me dejara un poco de tiempo contigo —

dijo con voz áspera—. Si fuera por mí, lo haríamos‖diferente…

—¡Muévanse! —La voz vino de afuera. Uno de los otros hombres estaba esperando.

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Chaqueta de Combate escupió contra la chaqueta de Alex y se fue. La puerta se cerró y

casi al mismo tiempo Alex escucho un inconfundible sonido de martillo. Sacudió su

cabeza con incredulidad. No era que sólo lo estuvieran encerrando. Estaban clavando la

puerta al marco.

Una vez más, examino su entorno. Se preguntó por qué habían elegido esa habitación en

particular.

Las barras en las ventanas no hacían una diferencia real. Aún si las ventanas hubieran

estado completamente abiertas, estaba por lo menos en un séptimo piso. No habría sido

capaz de escapar de ese lugar. Y en todo caso, ¿Exactamente qué era lo que se proponían

hacer? Obviamente no estaban planeando regresar a buscarlo. ¿Iban simplemente a

dejarlo ahí morir de hambre?

La respuesta llegó una hora después. El sol comenzaba a ponerse y las luces que

iluminaban todos los edificios del este de Londres empezaban a colarse. Alex se estaba

empezando a poner ansioso. Estaba escalando por su cuenta hacia lo alto de una torre en

ruinas.

Tenía la sensación de que Kaspar y los demás habían desaparecido; no podía oír nada en

absoluto al otro lado de la puerta. El silencio era inquietante. Sabía que el MI6 estaría

haciendo todo lo posible, buscándolo en la ciudad, pero ¿qué esperanzas tenían de

encontrarlo aquí? No podía abrir la ventana. La habitación estaba vacía. No había forma

de atraer la atención de nadie. Por una vez parecía estar completamente indefenso.

Y luego lo sintió. Se filtraba a través de las tablas del suelo, procedente de algún lugar

profundo en el corazón del edificio. Calor.

Le habían prendido fuego al edificio. Alex lo supo incluso antes de ver las primeras

volutas de humo colándose por debajo de la puerta. Habían rociado el lugar con gasolina,

le prendieron fuego y lo dejaron encerrado en el interior de lo que pronto seria la pira

funeraria más grande del mundo. Por un momento sintió pánico (negro e irresistible) que

lo envolvió.

Más humo se colaba por debajo de la puerta. Alex se puso de pie y retrocedió hasta la

ventana, preguntándose si había alguna manera de romper el vidrio.

Pero eso no lo ayudaría. Se forzó a sí mismo a reducir la velocidad para poder pensar. No

iba a dejar que lo mataran. Hace tan solo once días, un asesino a sueldo le había disparado

una bala calibre 22 en el corazón. Y todavía estaba vivo. No era fácil de matar.

Sólo había dos maneras de salir de la habitación: la puerta y la ventana. Ninguna de las

dos presentaba esperanza alguna. Pero, ¿qué pasa con las paredes? Estaban hechas de

madera prensada y yeso. En el piso donde había sido interrogado, la habían atravesado.

Tal vez podría hacer lo mismo. Experimentalmente, paso las manos sobre ellas,

empujando y sondeando en busca de cualquier punto débil. Tenía la garganta dolorida y

sus ojos comenzaban a aguarse. Más y más humo se seguía colando. Se puso de pie una

vez más, y a continuación dio una patada de estilo karate, estrellando su pie en el centro

de la pared. El dolor se disparó por la pierna hasta todo su cuerpo. La pared ni si quiera se

agrietó.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~3377~~

En ese momento, Alex recordó el corredor de afuera. Se había perdido algunos de los

cuadros del techo y había visto un hueco debajo de las tuberías y los cables que pasaban

por encima. El techo de la sala estaba cubierto de las mismas baldosas.

Y le habían dejado una silla.

La arrastró hasta la esquina más cercana a la puerta y se colocó en ella de pie. El piso casi

había desaparecido debajo de la alfombra de humo que se estaba formando. Parecía como

si quisiera levantarse y devorarlo. Alex probó su equilibro, y luego lanzo un puñetazo

hacia arriba con la palma de la mano. Las baldosas estaban hechas de algún tipo de

tableros de fibra y pudo romperla fácilmente.

Golpeó de nuevo, para luego arrancar los bordes del agujero que había hecho. La

suciedad y la lluvia de escombros que cayeron, lo dejaron ciego por un momento. Pero

cuando levantó la vista hacia un lado, vio que había un espacio por encima de él. Si

pudiera llegar, podría transportarse hacia arriba, por encima de la puerta y saltar hacia el

otro lado.

Arrancó más escombros del agujero para que fuera lo suficientemente ancho como para

atravesarlo.

Podía escuchar algo unos cuantos pisos por debajo de él, un crujido leve. El sonido hizo

que se le pusiera la piel de gallina. Significaba que el fuego se acercaba. Se obligó a

concentrarse en lo que estaba haciendo. La silla tambaleó debajo de él. Si se caía y se torcía

un tobillo, estaba acabado.

Al fin estaba listo. Se puso tenso y luego saltó. Sintió que la silla tambaleó y luego cayó al

suelo…‖ ¡pero‖ lo‖había‖hecho!‖ Sus‖manos‖agarraron‖ con‖ fuerza‖un‖ tubo‖viejo‖de‖agua‖y‖

ahora estaba colgando justo debajo del techo. Una vez más fue consciente de los puntos de

sutura en su pecho y se preguntó si aguantaría. ¡Dios! Los fisiatras le habían dicho que

debía mantener sus ejercicios de estiramiento, pero dudaba que hubieran tenido en cuenta

este tipo de situaciones.

Apretando los dientes, Alex convocó todas sus fuerzas para levantarse hasta el techo. Su

rostro pasó a través de una telaraña e hizo una mueca por todos los hilos que quedaron en

su nariz y boca. Su estómago tocó el borde del agujero. Estaba mitad dentro y mitad fuera

de la habitación. El sótano estaba justo delante de él. La pared con la puerta estaba debajo.

Decenas de cables y tuberías aisladas corrían por encima de su cabeza y se extendían en la

distancia. El polvo hacia que le picaran los ojos. ¿Y ahora qué?

Se arrastró a lo largo de la tubería, y por fin pudo colocar los pies en el techo.

Dio una patada con los talones. Más tejas del techo cayeron y vio por debajo hacia el

corredor. Era una caída de unos cuatro metros. Torpemente, se guió hacia adelante, para

dejar colgando sus piernas y torso. Finalmente se dejo ir. Se dejó caer, aterrizando en

cuclillas. Estaba en el pasillo, al otro lado de la puerta cerrada. Con un suspiro de alivio,

se incorporó. Estaba fuera de la habitación, pero por lo menos siete pisos arriba en el

edificio abandonado que se estaba incendiando. Aún no estaba a salvo.

El crepitar de las llamas era más fuerte en el pasillo. El bloque de apartamentos se veía

húmedo y mohoso para Alex, pero ahora parecía una antorcha. Podía sentir el calor en el

aire.

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El final del corredor (la habitación en la que había sido interrogado) ya era una brillante

bruma de calor. ¿Dónde estaba el cuerpo de bomberos? Seguramente alguien debía haber

visto lo que estaba sucediendo. Alex se dio cuenta que había una alarma de incendios en

la pared, pero el vidrio había sido roto, y el botón de la alarma no funcionaba. Tendría

que salir de aquí por su cuenta.

¿Hacia dónde? Solo tenía dos opciones (a la izquierda o a la derecha) y se decidió por ir lo

más lejos de la sala de interrogatorios. No había visto una escalera cuando lo habían

llevado allí para ver a Kaspar, pero a lo mejor había una en la otra dirección. El humo se

filtraba a través de las tablas del suelo. Se colaba misteriosamente por detrás de las

puertas. Pronto sería imposible ver algo. Muy pronto sería imposible respirar.

Corrió mas allá de la primera sala donde había sido retenido y continuó corredor abajo

pasando una serie de puertas. Ni siquiera había pensado intentar con el ascensor. Nada en

el edificio funcionaba y las puertas estaban soldadas. Pero al lado del ascensor encontró lo

que buscaba: una escalera que llevaba hacia arriba y hacia abajo. Los escalones estaban

hechos de concreto, zigzagueando detrás del ascensor. Apoyó brevemente la mano en la

barandilla de metal.

Estaba caliente. El fuego estaba cerca.

Pero no tenía otra opción. Empezó a correr hasta abajo, golpeando sus pies descalzos

contra el cemento. Solo esperaba que no hubiera vidrio roto. Habían veinticinco pasos

entre cada piso; los contó sin siquiera darse cuenta. Dobló una esquina y vio una puerta

que llevaba a un corredor lleno de humo. Definitivamente esa no era una salida.

Siguió bajando, y las cosas se ponían cada vez peor. Veinticinco escalones más y llego a

otra puerta. El corredor del otro lado estaba bien encendido. Había llamas de un rojo y

naranja brillante alzándose por las paredes, devorando todo a su paso. Alex se sorprendió

por la fuerza y la velocidad. Tuvo que alzar su brazo para protegerse a sí mismo, y

proteger sus mejillas del calor.

Continuó bajando. Fuerza Tres había comenzado el incendio en la planta baja,

permitiendo que el aire llevara las llamas hasta arriba.

En cuanto Alex llego al tercer piso y comenzó el siguiente tramo de escaleras, apenas

podía respirar. El humo lo estaba asfixiando. Deseo haber pensado en remojar la camisa,

para cubrirse los ojos y la boca. Pero, ¿dónde hubiera encontrado agua en el edificio, de

todos modos? Otros veinticinco escalones. Luego otros. Alex se estaba ahogando. Podía

sentir el sudor goteando en sus costados. Era como estar dentro de un horno gigante.

¿Cuánto más podría soportar?

Vio la luz del día. Una puerta que daba a la calle.

Y fue entonces cuando apareció Chaqueta de Combate, una criatura de pesadilla, saliendo

de la nada como si estuviera en cámara lenta, con su arma levantada hacia él. Alex vio el

fogonazo y se echó hacia atrás mientras una bala disparada pasaba a solo centímetros por

encima de él. Aterrizó torpemente sobre las escaleras y ya había una segunda bala

estrellándose sobre el concreto, dispersando fragmentos de cemento en su cara. De alguna

manera logró colocarse en pie y comenzó a subir de nuevo. Chaqueta de Combate disparó

dos veces más pero por un breve instante, el humo estuvo justo al lado de Alex, y las balas

fallaron. Dobló la esquina. No se detuvo hasta que estuvo de vuelta en el primer piso.

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Se sentía enfermo: una mezcla de furia y desesperación. Casi lo había logrado. ¿Qué

estaba haciendo Chaqueta de Combate allí, esperándolo? ¿Había adivinado que Alex de

alguna forma lograría escapar? No tenía sentido. Pero ahora no podía pensar en nada.

Aún estaba atrapado en el interior de un edificio en llamas y se le estaba acabando las

opciones rápidamente. Cada vez se le hacía más y más difícil respirar. Miró hacia el

corredor. Era un horno. No podía ir por ahí. No podía bajar. Eso lo encerraba.

Con cansancio, empezó a subir. Llegó a la segunda planta con sólo segundos para

respirar. A medida que continuaba, hacia arriba, hubo una repentina oleada de llamas y

parte del techo se derrumbó. Una lluvia de madera quemada, metal y vidrios que por

poco le caen encima. El fuego había llegado hasta las escaleras: ahora el camino hacia

abajo estaba bloqueado permanentemente. Tendría que tratar de llegar hasta la azotea. Tal

vez tuviera suerte. Los policías y los bomberos ya debían de estar en camino. Es posible

que hubiera helicópteros.

Alex siguió subiendo. Sus manos estaban negras, su rostro estaba surcado con lágrimas.

Pero no se detuvo. En el peor de los casos, iba a morir al aire libre. No iba a dejar que el

fuego lo acabara allí.

Ya no estaba contando los pasos. Le dolían las piernas y las vendas alrededor de su pecho

se habían soltado. Llego más allá del octavo piso, con una creciente sensación de

desesperación. Este era el lugar donde había empezado. Se forzó a sí mismo a seguir

subiendo,‖paso‖el‖noveno,‖el‖decimo…‖undécimo…‖duodécimo…‖

Era consciente de las llamas que lo perseguían, llenando el hueco de la escalera, pegadas a

sus talones. Era como si el fuego supiera que estaba allí y tuviera miedo de perderlo. Al

fin llegó a una puerta solida con un mecanismo a presión de metal. La golpeó con la

palma de la mano, aterrorizado de que estuviera bloqueada. Pero la puerta se abrió. El

aire fresco de la noche lo saludó. El sol se había puesto pero el cielo estaba de un rojo

brillante, el mismo color que tenía el fuego que estaría con el muy pronto.

Alex estaba cerca del agotamiento. Apenas y había comido algo durante todo el día.

Debería estar en una cama. Estuvo a punto de llorar, pero en lugar de eso, maldijo,

usando la palabra fea. Luego se limpio con la manga sucia la cara y miro a su alrededor.

Estaba en el techo, quince pisos arriba. Podía ver un depósito de agua delante de él, y un

edificio de ladrillos que albergaba los cables de los ascensores. Bueno, no había ascensores

funcionando y probablemente tampoco había agua, así que ninguno de ellos ayudaría. A

algunos de los constructores deberían de haberle asignado un trabajo allí. Habían dejado

algunos andamios y tuberías de plástico, así como una mezcladora de cemento y dos

baldes de acero, uno que habían dejado con cemento hasta la mitad, se había solidificado

con el tiempo.

Corrió hasta el borde del tejado en busca de la escalera de incendios que lo llevara hasta

abajo. Podía sentir el asfalto contra la planta de los pies. Ya estaba caliente. Pronto

comenzaría a derretirse.

No había escalera de incendios. No había forma de bajar.

Podía ver la calle a lo lejos no había coches. No había peatones. Estaba en una especie de

zona industrial en el este de Londres. Toda la zona parecía estar acordonada, a la espera

del dinero que haría posible la reurbanización. El edificio de enfrente era idéntico a ese,

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similarmente condenado. Estaba al menos a cincuenta metros, conectados por una

bandera que Alex había visto cuando se despertó.

«TORRES HORNCHURCH»

PRONTO UN EMOCIONANTE NUEVO DESARROLLO

PARA EL ESTE DE LONDRES.

Si hubiera venido dentro de un año, se hubiera encontrado a sí mismo en el balcón de un

penthouse fabuloso. Alex miró la vista. Podía ver el río Támesis frente a él. La Cúpula del

Milenio, poco querida y poco amada, asentada en una estribación de tierra con agua

rodeándola. Un avión cruzó el cielo, dirigiéndose hacia el aeropuerto de la ciudad, el cual

podía ver por encima de su hombro.

Levantó el brazo, agitándose por atención, pero de inmediato supo que no era bueno. El

avión estaba demasiado alto. Ya estaba muy oscuro. Y el humo se estaba espesando.

Se apresuró hacia la puerta. Tendría que dirigirse hacia abajo nuevamente y esperaba que

los corredores estuvieran aún transitables. Tal vez podría intentar con el otro lado del

edificio.

Empujo la puerta con cuidado. Parecía imposible que Chaqueta de Combate lo hubiera

seguido por todo el camino, pero no iba a tomar ningún riesgo. Pero en lo que la puerta se

abría de par en par, se dio cuenta que Chaqueta de Combate era el menor de sus

problemas.

Un puño de fuego lo golpeó. Las escaleras se habían convertido en un infierno. En ese

mismo momento, hubo una explosión y Alex fue lanzado hacia atrás por un puñado de

fragmentos ardiendo, astillas que habían sido lanzadas desde abajo. Aterrizó

dolorosamente sobre su espalda, y cuando levanto la vista hacia un lado, vio que la puerta

estaba en llamas.

Esa era la única manera de llegar a la azotea. Estaba atrapado.

Se puso de pie. El asfalto estaba definitivamente cada vez más caliente. Ya no podría

permanecer más tiempo sobre los pies. El humo negro salía de las escaleras, ondeando

hacia el cielo. Ahora escucho el sonido que había estado esperando. El sonido de las

sirenas. Pero sabía que para cuando llegaran por él, sería demasiado tarde. Hubo otra

explosión debajo de él. Las ventanas estaban empezando a romperse. No podían soportar

el calor. No había camino hacia abajo. ¿Qué podía hacer? La bandera.

Tenía veinte metros de largo, alrededor de un centenar de metros sobre el suelo, una línea

de vida entre ese edificio y el siguiente. El anuncio de las Torres Hornchurch estaba

suspendido entre los dos cables de acero, el cable superior estaba al nivel del techo,

atornillado en el ladrillo. Alex pasó por encima de ella. ¿Podría apoyarse sobre el cable

inferior y colgarse del cable superior? Sería como un puente giratorio en la selva.

Lentamente pudo abrirse camino y encaminarse hasta al otro lado, seguro. Pero los cables

estaban‖demasiado‖lejos… y ondeaban con el viento. Se caería antes de llegar siquiera a la

mitad del camino.

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¿Podría de alguna manera arrastrarse sobre sus manos y rodillas? No. El cable tenía dos

centímetros de espesor. No era lo suficientemente ancho para soportarlo. Perdería el

equilibrio y caería. Eso era seguro. ¿Entonces cómo? La respuesta vino a él en un instante.

Todo lo que necesitaba estaba justo frente a él. Pero solo funcionaria cuando lo juntara

todo.

¿Podría hacerlo?

Otra ventana estalló. Detrás de él, la salida había desaparecido en un torbellino de llamas

y humo. Estaba de pie sobre un gigante plato caliente y cada segundo que pasaba era cada

vez más insoportable. Alex podía ver los coches de bomberos, de tamaño de los juguetes,

estaban a medio kilometro de distancia. Tenía que intentarlo. No había otra forma.

Cogió una de las tuberías de plástico, con un peso en sus manos. Tenía alrededor de seis

metros de largo y lo suficientemente delgado para él como para llevarlo sin sentir ninguna

presión. Tenía que hacerla más pesada. Moviéndose rápidamente, examinó los tubos de

acero. Estaban medio llenos de cemento endurecido, pesaban casi lo mismo. De alguna

manera tenía que unirlos a las tuberías. Pero no había cuerda. Se atragantó y se limpio el

sudor. ¿Qué podría utilizar? Entonces miró hacia abajo y vio las vendas aleteando en su

pecho. Al fin las soltó. Sesenta segundos más tarde ya estaba listo. Tendría que

agradecerle a Ian Rider, por supuesto. Una visita a un circo en Viena hacia seis años

cuando Alex tenía tan solo ocho años. Había sido en su cumpleaños. Y aun recordaba su

acto favorito. Los equilibristas.

—Funambulismo —dijo Ian Rider

—¿Qué es eso?

—Es latín, Alex. Funis significa cuerda. Y Ambulare es caminar. Funambulismo es el arte

de caminar sobre cuerdas.

—¿Es difícil?

—Bien, es mucho más fácil de lo que parece. No mucha gente se da cuenta, pero hay un

truco‖involucrado…

Alex levantó el poste de plástico, la mitad presionada contra su pecho, cerca de tres

metros colgando de cada lado. Cada cubo estaba atado en su lugar con vendaje roto. Cada

segundo que esperaba podía sentir el calor en aumento. Sentía ampollas en las plantas de

los pies y sabía que no podía esperar más. Caminó hasta el borde del tejado. El cable de

metal de la publicidad que corría por encima se extendía en la distancia. De pronto el otro

bloque del otro lado parecía estar muy lejos. Trató de no mirar hacia abajo. Sabía que era

imposible para él, incluso comenzar.

Así era como debía funcionar. Eso era lo que Ian Rider le había explicado:

—El cable actúa como un eje. Si tratas de caminar a través del cable, caerás en el momento

en que tu centro de masa no esté directamente sobre él. Un bamboleo, y la gravedad hará

el resto. Pero un poste largo hará lo que se llama inercia de rotación del artista de cuerda.

Te hace más difícil caer. Y si añades suficiente peso en cada extremo, cambiaras tu centro

de gravedad hacia abajo del alambre.

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Eso era lo que Alex había hecho con los cubos. Siempre que no dejara caer el poste, le

resultaría casi imposible perder el equilibrio. Había visto juguetes que trabajaban con el

mismo principio. Debería ser fácil.

Al menos, esa era la teoría. Alex dio un paso. Tenía un pie en el borde de la fábrica de

ladrillos y un pie en el cable metálico. Todo lo que tenía que hacer era inclinarse hacia

adelante, transferir su peso de un pie a otro y estaría caminando por la cuerda. Si las leyes

de la física funcionaban, podría cruzar. Si no lo hacían, moriría. Así de simple.

Respiró hondo y se lanzo fuera del edificio. Podía sentir como se doblaba el tubo con los

cubos colgando hacia abajo, uno a cada lado. Por un aterrador momento, se balaceó hacia

un lado y estuvo seguro de que iba a caer. Pero se obligó a no entrar en pánico. Estrecho

aún más el soporte contra su pecho y se centró en el cable delante de él. En pocas

palabras, cerró los ojos disponiéndose a sí mismo para no pelear por el equilibrio, para

dejar que las leyes de la física lo guiaran.

Y funcionó. No se había caído. Podía sentir el cable en sus pies, y milagrosamente se

mantuvo‖ estable.‖ Ahora…‖ ¿A‖ cu{ntos‖ pasos‖ hasta‖ el‖ otro‖ lado?‖ Las‖ llamas‖ estaban‖

calentándole la espalda. Era tiempo de moverse. Un paso tras otro, atravesando. Quería

mirar hacia abajo. Cada nervio de su cuerpo estaba gritándole que lo hiciera y su cuello y

columna estaban rígidos por la tensión. Pero eso era lo único que no debía hacer. Trató de

imaginar que estaba de vuelta en los deportes de campo de la escuela Brookland. Había

caminado por las líneas pintadas de blanco lo suficiente. Esto era exactamente lo‖mismo…‖

sólo un poco más alto.

Estaba casi a mitad de camino cuando las cosas empezaron a salir mal. Y empeoraban de

una manera espectacular.

Primero, la policía y los bomberos llegaron. Alex escuchaba los chillidos de las sirenas

directamente debajo de él y, antes de que pudiera detenerse, miró hacia abajo. Fue un

error. Ya no estaba caminando sobre el campo de deportes. Estaba de pie sobre un cable,

locamente muy por encima del piso. Vio gente con uniforme apuntándole y gritando;

apenas podía oír sus voces. Uno de los camiones de bomberos estaba extendiendo su

escalera hacia él pero dudaba que pudieran alcanzarlo para ese entonces.

El mundo entero comenzó a girar. Sintió una oleada de pánico que pareció disolver todos

los músculos de su cuerpo y lo dejo tan débil que pensó que se iba a desmayar. Al mismo

tiempo, el viento sopló y la bandera comenzó a ondear como la vela de un yate, el cable

balanceándose de lado a lado. Alex sabía que sólo los pesos de los extremos lo mantenían

en posición vertical. Estaba paralizado. No había nada que pudiera hacer. Y fue entonces

cuando estalló la azotea. Las llamas finalmente habían salido libres. Una bola de fuego

estalló a través de la plataforma. La policía y los bomberos se zambulleron para

protegerse de los ladrillos y los pedazos de metal que caían.

La torre estaba al borde del colapso. Alex sintió una vibración viajar a través de su cuerpo

y se dio cuenta con horror que el pedazo de metal que sostenía el cable sobe el cual estaba

parado estaba a punto de soltarse. No podía esperar a que los bomberos llegaran hasta él.

Sólo tenía segundos para jugársela. El choque de la explosión rompió su parálisis.

Corriendo, empujó el poste, como un corredor hacia la línea de meta. Los cubos saltaban

como locos, manteniéndose apenas por el vendaje. Otra explosión, esta vez más fuerte. No

se atrevió a mirar.

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El otro edificio se estaba acercando, pero todavía no estaba lo bastante cerca. Sus brazos

estaban doloridos, apenas y eran capaces de sostener el peso. El cable le estaba cortando

los pies. Estaba siendo maltratado por el viento. No iba a lograrlo. Y luego el cable se

rompió. Alex oyó un ruido, como un chasquido de látigo, y sabía que su línea de vida se

había roto.

Con un grito, dejó caer el palo y se lanzó hacia adelante, extendiendo la mano hacia el

techo a pocos metros de distancia. El cable y la bandera se arrugaban bajo sus pies. Sus

manos perdieron el borde del edificio y comenzó a caer.

Pero estaba enredado con la bandera, que se enrolló a su alrededor. Agarró el material y

jadeó cuando se estrelló contra la pared. Tenía los pies colgando. Pero aún estaba sujeto a

la azotea a pocos metros por encima de su cabeza. Alex esperó hasta estar seguro de que

nada se movía. Entonces, dolorosamente, comenzó a levantarse. Dos de los bomberos

habían logrado llegar a la azotea. Estaban allí viendo como el edificio de enfrente

completaba su espectacular colapso. Oyeron un ruido y miraron hacia abajo. Un chico se

estaba arrastrando por el borde, justo a sus pies. Su camisa estaba en harapos, y un

vendaje rasgado colgaba de su pecho. Su cara y sus manos estaban cubiertas de hollín.

Tenía el cabello negro con el sudor.

—¿Qué‖ray…?‖—Lo agarraron y tiraron de él para ponerlo seguro.

Alex se sentó con dificultad. Observó los restos del edificio donde lo habían retenido

prisionero.

Quedaba muy poco. Las chispas saltaban hacia el suelo oscuro.

—Buena noche para un paseo —dijo,‖y‖se‖desmayó…

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Capítulo 6

R & R

Traducido por Xhessii Corregido por Nanis

Jack Starbright hacía los mejores huevos revueltos del mundo. El secreto, decía ella, era

usar únicamente huevos de gallinas camperas, revolverlos con mantequilla sin sal y un

poquito‖ de‖ leche…‖ y‖ poner‖ todo‖ junto‖ a‖ cocinar‖ lo‖ m{s‖ r{pido‖ posible.‖ A‖ ella‖ no‖ le‖

gustaba cocinar y sólo usaba recetas que pudiera preparar en menos de diez minutos. Este

desayuno, por ejemplo, iría del refrigerador a la mesa en exactamente ocho minutos y

medio.

Amontonó los huevos en dos platos, le agregó tocino a la plancha, tomates y pan tostado,

y los cargó de la mesa de la cocina hasta la mesa donde Alex Rider la estaba esperando.

Eran las once en punto de la mañana y ambos estaban de regreso en la casa de Chelsea

donde Alex había vivido con su tío. Jack había llegado primero como estudiante, pagando

su habitación con cuidar a Alex cuando Ian Rider se iba. Gradualmente se convirtió en

una clase de ama de llaves.

Ahora era la tutora legal de Alex y también su mejor amiga.

Alex estaba usando unos pantalones de chándal y una playera algo suelta; su cabello

todavía estaba mojado por la regadera. Dos días habían pasado desde su confrontación

con la Fuerza Tres y ya se miraba como su antiguo yo, aunque Jack se dio cuenta de que

todavía estaba masajeando su brazo izquierdo. Bajó los platos y sirvió dos tazas de té.

Ninguno de ellos habló.

Alex había regresado directo al hospital después de su escape dramático. Ninguno de los

bomberos podía creer lo que habían visto, y asumieron que habían sido enviados a

rescatar a alguien que había entrenado en un circo. Una vez más, la MI6 fue forzada a

sujetar a los reporteros de la prensa. Fotografías de Alex en el alambre habían aparecido

en los periódicos de todo el mundo, pero había ido demasiado lejos para ser reconocido y

su nombre había sido quitado. Una ambulancia se lo había llevado antes de que cualquier

periodista arribara, y para las diez en punto de la noche estaba de regreso en su vieja

cama de St. Dominic. Se durmió al instante.

La siguiente mañana, fue despertado por la enfermera (Diana Meacher) que fue a su

habitación.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó.

—Cansado —contestó Alex.

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—¿En verdad eras tú el que estaba en el techo? Vi las noticias ayer en la noche —fue hacia

la ventana y levantó las persianas—.‖Todos‖est{n‖hablando‖de‖eso…‖aunque‖hemos‖dicho‖

que no podemos hablar de eso —regresó a la cama y deslizó el termómetro a la boca de

Alex—. ¡Y los hombres que irrumpieron! Todos sabemos lo que hiciste y pensamos que

eres increíblemente valiente.

—Gracias —dijo Alex con dificultad.

—Aunque vigilaría si fuera tú. El Dr. Hayward está quedando enfadado. Él dice que no

va a gastar horas en operarte para que tú simplemente estés cercano a morir una segunda

vez. Estará aquí brevemente —quitó el termómetro y lo examinó—. Tu temperatura está

normal, ¡Aunque diré que lo único normal en ti es eso!

Más tarde esa mañana, el Dr. Hayward entró y ciertamente se miraba menos alegre. Le

dio a Alex una minuciosa revisión, empezando con la presión de su sangre, su pulso y se

movió para revisar su herida. Apenas habló mientras lo hacía.

—Es afortunado que todavía estés en forma —remarcó al final. Se veía y hablaba como un

director con un sufrimiento prolongado—. Todas ésas travesuras pudieron haber causado

un serio daño, pero se ve como su todas tus puntadas han aguantado y te han mantenido

de una sola pieza.

—¿Cuándo me puedo ir a casa?

—Sólo te mantendremos aquí hasta el final del día. Me temo que la gente para la que

trabajas quiere hablar contigo.

—Ya no trabajo —dijo Alex.

—Bueno…‖ ya‖ sabes‖ a‖ lo‖ que‖ me‖ refiero.‖ De‖ cualquier‖ manera, siempre hay una

posibilidad de que tu cuerpo reaccione contra la paliza que le diste. Entonces, quiero que

te quedes en cama hoy y vendré a darte otra revisión después del té. —Se puso de pie—.

Una última cosa, Alex. Voy a prescribirte por lo menos dos semanas de descanso y

recuperación. Absolutamente insisto en eso.

—¿Puedo regresar a la escuela?

—Me temo que no. Estás apenas de una semana atrás de que tuviste una cirugía mayor.

Sé que has tenido una maravillosa recuperación pero todavía hay clase de riesgos de una

infección y todo lo demás. Dos semanas de vacaciones, Alex. ¡Y sin discutir!

El Dr. Hayward se fue y Alex se quedó solo. Para matar el tiempo, caminó en un recorrido

de‖ “V”,‖ pasando‖ la‖ habitación‖ ocho.‖ Estaba‖ vacío.‖ Nadie‖ mencionó‖ a‖ Paul‖ Drevin y

parecía que el otro chico se había ido.

No había nada peor que estar en un hospital donde sientes que no necesitas estar, y para

las once de la mañana Alex estaba de mal humor. Jack le habló y él le dijo que no entrara;

la vería cuando ella llegara para que se fueran. Su siguiente visitante llegó justo antes del

almuerzo.

No era la persona que esperaba.

Se dio cuenta que el MI6 quería saber que había pasado en las Torres Hornchurch y que

enviarían a alguien para interrogar. Esperaba que fuera la Señora Jones. Pero en su lugar

era John Crawley el que llegó, vestido con una americana de un azul serio con una cresta

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en el bolsillo y detenía una caja de chocolates Roses. Crawley había dicho que era un

supervisor de Personal, y Alex todavía no estaba del todo seguro lo que él hacía en el MI6.

Estaba en los treinta tardíos con cabello delgado y una cara aparentemente preocupada.

Se veía como la clase de hombre que contaba clips y que mantenía sus lápices en su cajón

especial.

Se sentó en la cama. —Te traje estos —dijo, dándole los chocolates.

—Gracias, Señor Crawley —Ahora que estaba cerca, Alex podía ver que la insignia de su

chaqueta pertenecía al Club de Golf y Croquet Royal Tunbridge Wells.

—La Señora Jones te manda sus disculpas por no poder venir. Está en Berlín. Me pidió

que averiguara que estaba pasando. La policía también quiere hablar contigo, pero hablé

con ellos y no te van a molestar. De todas maneras, ¿cómo te sientes? Todos estamos muy

impresionados por todo lo que pasó. Tuve un encontronazo con Scorpia hace diez años y

casi me dieron. De cualquier manera, regresemos a Fuerza Tres. ¿Exactamente qué pasó?

Crawley sacó una grabadora en miniatura y la puso en la cama. Rápidamente, Alex le

contó todos los eventos, empezando con el momento en que cuatro hombres entraron en

el hospital. Se le ocurrió que Crawley había dejado una pequeña pista de su pasado. Él

también había luchado contra Scorpia. ¿Había sido un agente de campo? Alex describió la

pelea en el hospital, su encuentro con Kaspar en el apartamento en ruinas, la demanda de

rescate y su escape del fuego. Crawley parpadeó varias veces mientras Alex hablaba pero

no lo interrumpió.

—Bueno, eso es completamente una aventura —comentó, cuando Alex terminó—. Me

acuerdo cuando tú y yo nos vimos por primera vez. Podía ver desde lejos que eras alguien

especial. Conocí a tu padre. Antes no tenía permitido contarte de esto. Trabajé con él un

par de veces.

—¿En el campo?

—Sí.‖ Eso‖ fue‖ antes‖ de…‖ —Crawley corrió una mano por su cabello—. Bueno, quedé

herido y tuve que parar. Pero eres como él. Extraordinario. De cualquier manera, tengo

unas cuantas preguntas y luego te dejaré en paz —Apagó la grabadora y luego la volvió a

encender—. El hombre que te interrogó. Dijiste que se llamaba a sí mismo Kaspar.

¿Puedes describirlo?

—Eso es fácil, Señor Crawley. Él no era el tipo de cara que puedes olvidar.

—¿Tatuajes?

—Sí —Alex describió al hombre que estuvo a punto de quitarle su meñique.

—Y te dijo con certeza que él representaba a la Fuerza Tres.

—Sí. Habló un montón acerca del calentamiento global y ésa clase de cosas.

—Y debo decir que el también agregó que estaba incendiando el edificio.

—Eso pienso.

—¿Qué más me puedes decir de él? ¿Habló con acento?

Alex lo pensó. —No creo que sea inglés. Tal vez tiene un ligero acento Francés. Pero no

estoy seguro.

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Crawley asintió. —Sólo una pregunta más. Los otros tres hombres en la torre. Los

llamaste Chaqueta de Combate, Anteojos y Diente de Plata. ¿Escuchaste algún nombre?

—No, me temo que no.

—Gracias, Alex —Crawley apretó un botón en la grabadora. Hubo un clic que indicaba

que dejó de girar.

—Entonces, ¿quién es Kaspar? ¿Quiénes son la Fuerza Tres? ¿De qué trata todo esto?

—Es una larga historia.

—No voy a ir a ningún lado.

—Bueno —empezó Crawley—, empecemos con Nikolei Drevin. Supongo que sabes quién

es.

—He escuchado de él. Es un multi-millonario Ruso.

—Nacido en Rusia, sí. Pero es un hecho, que es mucho más que un multi-billonario. Es

absolutamente un hombre asombroso. Vive en Inglaterra la mayoría del tiempo, y dejó

claro que le gusta pensar que es inglés.

—Compró un club de fútbol.

—Stratford East. Eso es cierto. Nadie ha oído hablar de ellos, pero los ha sacado de los

mejores jugadores del mundo y ahora ya están en las Premiership. Tiene un enorme lugar

en Oxfordshire, un penthouse cercano a la Torre Bridge y casas por todo el mundo.

Incluso tiene su propia isla en el Caribe. Bahía Flamingo. Ahí es donde los lanzamientos

empiezan a tomar lugar.

—Ark Angel 3—dijo Alex

—Ark Angel es el nombre del hotel espacial que él está construyendo. Está juntando pieza

por pieza, y ha enviado cohetes con el siguiente componente. Tal vez no sepas esto, Alex,

pero el Gobierno Británico es un compañero en el proyecto y eso significa un gran trato

para ellos. ¡El primer hotel en el espacio llevará una bandera Británica! En diez años, el

comercio espacial será una realidad. De hecho, ya lo es. Un hombre de negocios

Estadounidense ya se fue al espacio exterior. Pagó veinte millones de dólares por ése

privilegio. Una vez que Ark Angel esté arriba y funcionando, otros más lo seguirán. La

gente más poderosas e influyente en el mundo harán fila para conseguir los boletos, y

nosotros seremos los que se los suministremos.

—Kaspar mencionó el espacio exterior —dijo Alex—. No se veía feliz con ésa idea.

—Kaspar es un fanático —contesto Crawley—. Es cierto que algunas aves silvestres

fueron eliminadas en Bahía Flamingo cuando la plataforma de lanzamiento fue creada. De

hecho, ya no hay más flamencos allí. La fundación: «Friends of the Earth and the World

Wildlife Fund4» están un poco molestos al respecto, pero no los veo va alrededor de la

gente asesinar. La Fuerza Tres es otra cosa.

—¿Qué sabes sobre ellos?

3 Arca del Ángel.

4 Fundación Amigos de la Tierra y del Mundo de la Vida Salvaje.

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Crawley frunció el ceño. —No mucho. Antes de este año, nadie había oído hablar de ellos.

Luego, una mujer en Alemania escribió un artículo acerca de ellos en Der Spiegel y unos

días más tarde recibió un disparo en la calle. Lo mismo ocurrió en Londres hace poco más

de una semana. Un artículo por alguien con el nombre de Max Webber, quien los

denunció en una conferencia sobre seguridad internacional, y el resultado: fue disparado.

Estamos buscando la conexión de las muertes en este momento: ésa es la razón por la que

la Señora Jones está en Berlín. Fuerza Tres parece ser algo bastante nuevo. Eco-

terroristas…‖Supongo‖que‖así‖es‖como‖tú‖los‖llamarías.‖Todo‖esto‖es‖muy‖alarmante.

—¿Qué hay de Kaspar?

—Aparte de lo que tú nos has dicho, apenas sabemos de él.

—Bueno, él debe ser bastante fácil de capturar. —Era algo que había confundido a Alex

desde el principio. Los tatuajes—. Con una cara como la suya, serán capaces de detectarlo

un kilómetro de distancia.

—Por lo menos sabemos lo que estamos buscando. En cuanto a Drevin, me imagino, que

puede cuidarse por sí mismo. Tiene un montón de seguridad en Bahía Flamingo. Nuestra

verdadera preocupación es que la Fuerza Tres pueda hacer una grieta en Ark Angel. Ya

han volado una planta de fabricación de automóviles, un centro de investigación y otras

cuantas instalaciones. Por supuesto, tienen que trabajar muy duro. Después de todo, Ark

Angel está a trescientos kilómetros de altura en el espacio exterior. Pero nada de esto es

preocupación tuya.

Crawley se puso de pie. —Hiciste un trabajo excelente, Alex —dijo—. Estoy seguro de que

Drevin está enormemente agradecido. No me sorprendería si un gran cheque estuviera en

tu buzón. Por lo menos, podrías obtener un par de boletos para ver jugar Stratford East.

—No quiero un cheque —dijo Alex—. Sólo quiero ir a casa.

—He oído que el médico dijo que te puedes ir ésta noche —Crawley deslizó la grabadora

en el bolsillo—. He estado bastante tiempo —dijo—. Fue muy bueno verte, Alex. Estoy

seguro de que nos volveremos a ver.

Estoy seguro de que nos volveremos a ver.

Alex recordó las palabras ahora que se comía su huevo revuelto. ¿En realidad Crawley

creía que nunca más iba a trabajar para la MI6? Si es así, estaba muy equivocado. Lo

extraño era, que no podía dejar de pensar en docenas de niños de la escuela Brookland

que probablemente soñaban con ser un espía. Imaginarían que sería divertido. Alex había

descubierto la realidad, y era desagradable.

Había sido herido, amenazado, manipulado, disparado, golpeado y casi asesinado. Se

encontraba en un mundo en el que no podía creerle a nadie y donde nada era lo que lo

que parecía. Y había tenido suficiente. En dos años estaría tomando su GCSE. A partir de

ahora iba a mantener la cabeza baja, y ¡luego cuatro secuestradores terroristas

irrumpieron en un hospital donde simplemente se dio vuelta y volvió a dormir!

Jack Starbright había casi terminado de comer y Alex se dio cuenta que no había dicho

una palabra desde que se había sentado. También, había estado muy tranquila cuando lo

recogió del hospital.

—Jack, ¿estás enojada conmigo? —le preguntó.

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—No —dijo ella. Sin embargo, la sola palabra le dijo exactamente lo contrario.

Alex dejó el cuchillo y el tenedor.

—Lo siento —Jack suspiró—. No sé qué decirte, Alex —dijo—. No estoy segura de poder

cuidarte más.

—¿Te vas a Estados Unidos?

—¡No! No me voy —lo miró con tristeza—. No tienes ni idea de lo que ha sido para mí

todo lo reciente. Primero me dices que te vas de vacaciones a Venecia. Lo siguiente que sé,

es que te enredaste con una banda internacional de criminales y que te dispararon. ¿Cómo

crees que me sentí cuando me lo dijeron? Sin embargo, de alguna manera saliste adelante

y estabas en el hospital, donde cualquier otro niño se quedaría ahí y mejoraría. ¡Pero no

tú! Tienes que involucrarte con una banda de secuestradores y estuviste cerca de morir

otra vez.

—No fue mi culpa —protestó Alex—. Sólo sucedió.

—Ya lo sé. Eso es lo que me sigo diciendo. Pero el hecho es que me siento completamente

inútil —cayó en silencio—. Y yo no quiero estar sentado aquí la próxima vez cuando me

digan que no lo lograste. No podría soportar eso.

Alex se acercó a ella. —No va a haber una próxima vez —dijo—. Y si no estás aquí no sé

qué haría sin ti. No hay nadie más que pueda cuidar de mí. Y no sólo eso. Algunas veces

pienso que eres la única persona que realmente me conoce. Sólo me siento normal cuando

estoy contigo.

Jack se puso de pie y le dio un abrazo. —Sólo es mi suerte —dijo con tristeza—. De todos

los chicos de catorce años de edad en el mundo, y termino cuidándote a ti.

El teléfono sonó en la sala.

—Yo atiendo—dijo.

Alex llevó los platos al lavavajillas y empezó a acomodarlos. Dos minutos después, Jack

regresó. Había una mirada extraña en su rostro.

—¿Quién era? —preguntó Alex.

—Era para ti. ¡No puedo creerlo! Era Nikolei Drevin.

—¿Llamó él mismo?

—Sí. Te está invitando a tomar té con él esta tarde. Está dando una conferencia de prensa

en el Hotel Waterfront y quiere saber si puedes ir y conocerlo después.

—¿Qué le dijiste?

—Bueno, le dije que te preguntaría y él dijo que te enviaría un automóvil —Se encogió de

hombros—. Supongo que creyó que ibas a decir que sí.

Alex lo pensó por un momento. El Señor Crawley había dicho que Drevin tal vez se

pondría en contacto. —¿Crees que debería ir?

Jack suspiró. —No lo sé. Supongo que quiere agradecerte. Después de todo, le salvaste un

millón de libras. Y evitaste que su hijo se lastimara.

Alex recordó a Paul Drevin. Se preguntó si el chico estaría en el hotel.

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—Puedo llamarlo y decirle que estás muy cansado —agregó Jack.

Por un momento, Alex se sintió tentado. La última vez que conoció a un multimillonario,

había sido‖Damian‖Cray…‖y‖la‖experiencia‖casi‖lo‖había‖matado.‖Por‖otra‖parte,‖ésta‖vez‖

era diferente. Drevin era el objetivo. Y era el hombre que se llamaba Kaspar su enemigo. Y

era casi seguro que Drevin quisiera conocerlo después de lo que había pasado. Alex sentía

raro decir que no.

Algunas veces son cosas pequeñitas las que hacen una diferencia entre la vida y la muerte.

Unos cuantos centímetros más de acera lo habían salvado a Alex cuando se paró en el

pavimento de la Calle Liverpool justo cuando un francotirador le había disparado. Ahora

dos palabras lo iban a llevar de regreso al mundo que él pensó que había dejado atrás. —

Vayamos.

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Capítulo 7

El Waterfront

Traducido por LizC

Corregido por Dianita

El Hotel Waterfront era una torre nueva de plata y cristal que se elevaba sobre el Támesis,

en el Muelle de St. Katharine. Mirando hacia arriba del río, Alex podía ver el Tower

Bridge con el HMS Belfast5 amarrado cerca. No miró hacia otro lado. Estaba a sólo unos

kilómetros de donde había estado preso. No necesitaba un recordatorio de eso.

Detrás de él, Jack Starbright dio un paso fuera del taxi común de Londres que los había

traído hasta aquí. Al principio había estado un poco descontenta. —Entonces, ¿qué pasó

con el Rolls Royce? —preguntó en voz alta. Sin embargo al final reconocía que Drevin

había tomado la decisión correcta. Lo último que cualquiera de ellos deseaba era hacer

una gran entrada.

Entraron a un vestíbulo donde todo parecía ser blanco o de cristal. Una joven mujer estaba

esperando recibirlos.

—Hola —dijo—. Deben ser Alex Rider y Jack Starbright. El Sr. Drevin me pidió que los

esperara. —Hablaba con un acento americano—. Mi nombre es Tamara Knight. Soy la

asistente personal del Sr. Drevin.

Alex le echó un vistazo mientras se daban la mano. Tamara Knight tenía veinticinco años,

a pesar de que parecía mucho más joven. No era mucho más alta que él, con el pelo

castaño claro recogido, y atractivos ojos azules. Alex sentía que el traje formal y los

brillantes zapatos de charol no encajaban con ella. También desea que sonriera un poco

más. No parecía en absoluto contenta de verlo.

—El Sr. Drevin sigue atrapado en su rueda de prensa —explicó mientras cruzaba el atrio

central del hotel. Los ascensores de plata y cristal subían y bajaban a su alrededor,

viajando silenciosamente con los cables ocultos. Un grupo de hombres de negocios

japoneses cruzaron el suelo de mármol—. Dijo que eran bienvenidos a mirar si querían. O

bien, pueden esperarlo en su suite privada.

—Me gustaría saber cuánto cuesta una suite aquí —murmuró Jack.

Tamara Knight sonrió con frialdad. —No le cuesta nada al Sr. Drevin. Es el dueño del

hotel.

—Vamos a echar un vistazo a la rueda de prensa —dijo Alex.

5 Es una nave de exhibición, originalmente era un crucero ligero de la Marina Real, ahora, amarrado permanentemente en

Londres sobre el río Támesis, y operado por el Museo Imperial de Guerra.

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—Por supuesto. Está hablando sobre el Ark Angel. Estoy segura que lo encontrará

interesante.

Los condujo hasta un ancho tramo de escaleras y a lo largo de un corredor hasta que

llegaron a un par de puertas de cristal ahumado. Dos grandes hombres en traje

custodiaban la entrada. —Vamos a sentarnos al final —susurró Tamara—. Sólo tomen

asiento. Nadie se fijará en ti.

Ella asintió y uno de los hombres abrió las puertas.

Alex pasó y se encontró en una amplia e imponente sala con grandes ventanales que

daban una vista panorámica del río. Había cerca de un centenar de periodistas sentados

en filas frente a una larga mesa en una plataforma. Las palabras ARK ANGEL estaban

escritas con letras de acero sólido, cada una de dos metros de altura, y había fotografías de

la tierra, tomada desde el espacio, suspendidas por finos cables. Tres personas estaban

sentadas detrás de la mesa. Uno de ellos era el ministro de ciencia e innovación. El otro

parecía una especie de funcionario público. Alex no lo reconoció. El hombre en el medio

era Nikolei Drevin.

Drevin no era impresionante. Ese fue el primer pensamiento de Alex. Si se hubiera topado

con él en la calle podría haberlo confundido con un gerente de banco o un contador.

Drevin era un hombre de aspecto serio, de unos cuarenta años con ojos grises llorosos, y el

cabello que una vez había sido abundante ahora se desvanecía a gris. Tenía mala piel;

había una erupción alrededor de su barbilla y cuello como si hubiera tenido problemas

para afeitarse. Toda su ropa —su traje, su camisa con botones hasta el cuello, su corbata

de seda lisa— parecía nueva y costosa. Pero no hacían nada por él. Las llevaba con tanto

estilo como un maniquí en un escaparate. Alex notó un reloj de oro en una mano. Tenía

un anillo de platino u oro blanco en la otra.

Drevin parecía pequeño respecto a su entorno. Físicamente era más pequeño que los dos

hombres con los que estaba compartiendo la plataforma. El ministro estaba respondiendo

una pregunta cuando Alex entró. Drevin estaba nerviosamente inquieto, girando el anillo

en su dedo. Tamara hizo un gesto a un asiento y Alex se sentó. El ministro terminó de

hablar y el otro hombre miró a su alrededor esperando otra pregunta.

Uno de los periodistas levantó una mano. —Entiendo que el Ark Angel lleva dos meses

de retraso y está trescientos millones de dólares por encima del presupuesto —dijo—. Me

gustaría preguntarle al Sr. Drevin si ahora se arrepiente de involucrarse.

—Te equivocas —respondió Drevin, y de inmediato Alex pudo oír el acento en su voz.

Era más pronunciado que el de su hijo. Hablaba despacio, acentuando cada palabra—. En

realidad el Ark Angel está trescientos millones de libras por encima del presupuesto. Este

es un proyecto británico, como debería recordar. —Hubo un murmullo de risas alrededor

de la habitación. Drevin se encogió de hombros—. Algunas de las dificultades eran de

esperarse —añadió—. Este es el proyecto de construcción más ambiciosos del siglo XXI.

¡Un hotel en pleno funcionamiento en el espacio! ¿Pero me arrepiento? Por supuesto que

no. De lo que estamos hablando es del inicio del turismo espacial, la mayor aventura de

nuestras vidas. A cien años a partir de ahora, no sólo será posible viajar a los confines del

universo, sino que ¡será barato! Tal vez algún día sus bisnietos puedan caminar en la luna.

Y recordaran que todo empezó con el Ark Angel. Todo empezó aquí.

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Otra mano se levantó. —¿Cómo está su hijo? ¿Le preocupa que las personas que trataron

de secuestrarlo sigan en libertad?

Jack le dio un codazo a Alex. Habían llegado en el momento adecuado.

—No suelo hablar de mi familia —respondió Drevin—. Pero voy a decir esto. Estas

personas‖“La‖Fuerza‖Tres”‖dicen‖estar‖ luchando‖por‖el‖medio‖ambiente.‖Es‖cierto‖que‖la‖

vida silvestre en Bahía Flamingo fue perturbada cuando lanzamos nuestros primeros

cohetes, y de verdad lamento eso. Pero solamente siento desprecio por estas personas.

Trataron de extorsionarme por dinero. Son delincuentes comunes y tengo plena confianza

en que la policía británica o europea pronto los llevará ante la justicia.

—¡Por supuesto! —acordó el ministro.

—Tenemos tiempo para una pregunta más —dijo el segundo hombre.

Un hombre con barba sentado en la primera fila, levantó un dedo manchado de nicotina.

—Tengo una pregunta —dijo—. He oído rumores de que el gobierno federal de los

Estados Unidos está investigando actualmente al Sr. Drevin. Parece ser que están

investigando algunas irregularidades financieras. ¿Hay algo de cierto en eso?

—El Sr. Drevin no está aquí para responder preguntas acerca de sus asuntos personales.

—El funcionario civil frunció el ceño y asintió con la cabeza al ministro.

Drevin lo interrumpió. —Está bien. —No parecía estar preocupado. Miró al periodista

directamente a los ojos—. Soy un hombre de negocios —dijo—. Soy, podrías estar de

acuerdo, un muy exitoso empresario. —Eso produjo unas cuantas sonrisas. Todos en la

sala eran conscientes de que estaban siendo tratados por una de las personas más ricas del

mundo—. Es absolutamente cierto que la CIA está buscando en mis asuntos. Sería

sorprendente que no lo hicieran. Es su trabajo. Pero... —extendió las manos—... no tengo

nada que ocultar y, de hecho, estoy dispuesto a ofrecerles plenamente mi cooperación. —

Hizo una pausa—. Es posible que encuentren algunas irregularidades. Salí a almorzar la

semana pasada y olvidé guardar el recibo. Si deciden enjuiciarme por eso, me aseguraré

de que seas el primero en saberlo.

Esta vez hubo una verdadera carcajada e incluso sonoros aplausos. El hombre de la barba

se sonrojó y se encerró en su cuaderno. Los otros periodistas se pusieron de pie y

comenzaron a salir en filas. La conferencia de prensa había terminado.

—Es un orador brillante —dijo Tamara Knight, y Alex no dudaba del entusiasmo en su

voz. Llevó a Alex y Jack de regreso por donde habían venido, después a través del atrio y

otra vez a uno de los ascensores. Una vez dentro, extrajo una llave. El edificio tenía

veinticinco plantas; la llave activaba el botón de la planta superior.

Las puertas se cerraron y fueron trasladados hacia arriba a gran velocidad. Alex sintió que

su estómago caía mientras el atrio desaparecía debajo de ellos. Veinte pisos más arriba, el

ascensor entró en un eje sólido y la vista se bloqueó. Unos segundos más y empezaron a

reducir. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.

Habían llegado.

Estaban en una enorme sala con ventanas a ambos lados que ofrecían impresionantes

vistas del Muelle de St. Katharine, yates y cruceros descansaban en sus amarres muy por

debajo. El Tower Bridge estaba muy cerca. Parecía irreal, una réplica de juguete, asentada

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en el sol de la tarde. Alex miró a su alrededor. La habitación era sencilla pero

costosamente amueblada con tres alfombras persas, repartidas en suelos de madera clara.

Los muebles eran modernos. Por un lado había una mesa de comedor con una docena de

sillas de cuero. Un corredor pasaba junto a un piano negro Bechstein de cola hasta una

puerta cerrada al final. Había una zona hundida en el centro de la sala con tres sofás de

gran tamaño y una mesa de café de cristal. Té —sándwiches y galletas— ya estaban

servidos.

—¡Que buen lugar! —dijo Jack.

—Aquí es donde el Sr. Drevin permanece cuando está en Londres. —Tamara Knight

señaló una ventana—. ¿Ve el tercer barco de la izquierda? La Estrella de Crimea. Ese

también le pertenece.

Jack se quedó sin aliento. El buque era de un blanco brillante, del tamaño de un

trasatlántico pequeño. —¿Has estado a bordo? —preguntó.

—Por supuesto que no. Mi trabajo con el Sr. Drevin no me permite entrar a sus

habitaciones privadas —explicó remilgadamente.

En ese momento la puerta al final del pasillo se abrió y entró Nikolei Drevin. Se le ocurrió

a Alex que debía haber un segundo ascensor, trayéndolo desde otra parte del penthouse.

Estaba solo, con las manos cruzadas delante de él, sus dedos tirando del anillo. —Muchas

gracias, Señorita Knight —dijo—. Puede retirarse ahora.

—Sí, señor Drevin.

—¿Hiciste los arreglos para el sábado?

—Dejé el archivo en su escritorio, Sr. Drevin.

—Muy bien. Hablaré más tarde con usted.

Tamara Knight asintió con la cabeza a Alex. —Fue un placer conocerte —dijo. Sin mucho

entusiasmo. Luego dio la vuelta y volvió a entrar al ascensor. Las puertas se cerraron y

ella se había ido.

Por primera vez, Nikolei Drevin pareció relajarse. Se acercó a Alex y apoyó una mano en

cada hombro, y por un segundo Alex se preguntó si iba a darle un beso. En lugar de eso,

Drevin lo sostuvo con firmeza en lo que casi fue un abrazo. —Eres Alex Ryder —dijo—.

Estoy muy, muy feliz de conocerte. —Dejó ir a Alex y se volvió hacia Jack—. Señorita

Starbright. —Estrechó su mano—. Estoy tan contento de que pudiera venir. Por favor,

¿quieren sentarse? —los llevó a los sofás y tomó la tetera—. ¿Té? —preguntó.

—Gracias.

Nadie habló mientras lo vertía. Finalmente se sentó y estudió a sus dos invitados. —No

puedo decirte lo agradecido que estoy, Alex —dijo—. Aunque espero que me permita

probarlo. Es muy posiblemente que salvaras la vida de mi hijo. Ciertamente lo salvaste de

una terrible experiencia. Estoy muy en deuda contigo.

—¿Cómo está? —preguntó Alex.

—Paul‖est{‖bien,‖gracias.‖Por‖favor,‖sírvanse…

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Jack tomó un bocadillo, pero Alex no tenía hambre. Se sentía un poco incómodo estando

tan cerca de Drevin. El hombre era sólo unos cuantos centímetros más alto que él, y

todavía parecía muy normal. Sin embargo, irradiaba poder. Era lo mismo con todos los

ricos con los que Alex se había reunido. Su dinero, los miles de millones de libras en sus

cuentas bancarias, hablaban antes que ellos.

—Debería estarle preguntándole cómo está usted, Alex —soltó Drevin—. Tengo

entendido que se está recuperando de una lesión en el pecho. ¿Un accidente en moto?

—Sí. —Alex odiaba mentir, pero esa era la historia que se había concertado.

—Alex es muy propenso a los accidentes —murmuró Jack, sosteniendo su sándwich.

—Bueno, fue muy afortunado para mí que terminaras en la habitación junto a Paul.

Todavía me resulta difícil creer que actuaras de la manera que lo hiciste. Pero déjame ir

directo al punto. Estoy seguro que sabes quién soy yo. No busco atención, pero a los

periódicos les gusta escribir sobre mí, sobre todo cuando mi equipo pierde. Soy un

hombre muy rico. Si hay algo que quieras en el mundo, Alex, puedo hacer que suceda. No

digo esto como un alarde. Lo digo en serio. Me has hecho un gran servicio y me gustaría

pagártelo.

Alex pensó un momento. —No hay nada que realmente quiera, gracias —dijo—. Estoy

contento de haber podido ayudar a su hijo. Pero eso sólo fue algo que paso. No necesito

ninguna recompensa.

Drevin asintió. —Tenía la sensación de que podrías decir eso, y me temo que no puedo

aceptarlo como respuesta. Así que me gustaría hacerte una propuesta. —Hizo una

pausa—. Hablé con tu médico esta mañana. El Dr. Hayward. Es posible que te guste saber

que hice una donación de dos millones de libras en su nombre para un ala nueva de

cardiología en St. Dominic.

—Eso es muy amable de su parte —dijo Alex—. Mientras no le pongan mi nombre.

Drevin sonrió. —¡No te preocupes! El Dr. Hayward me dijo que no ibas a regresar a la

escuela durante un par de semanas. Lo que me gustaría proponerte es que te quedes

conmigo, como mi invitado. Estaría muy contento de cuidar de ti mientras te recuperas.

Voy a emplear un personal médico a tiempo completo, por lo que estará en buenas manos

si se presentan algunas complicaciones. Es más, mi jefe de cocina es de clase mundial.

Todo lo que quieras te será dado. La Señorita Starbright es también bienvenida.

—No‖estoy‖seguro‖de…‖—comenzó Alex.

—¡Por favor, Alex! —interrumpió Drevin—. Hay algo que no he mencionado. Mi hijo,

Paul. Casi es de tu edad y me dijo que habló contigo un par de veces en el hospital. Sé que

le gustaría tu compañía. Paul no conoce a muchos otros chicos, en gran parte por mi

culpa. Me preocupo por él. Siempre está el peligro de que alguien trate de llegar a mí a

través de él. Lo que pasó en St. Dominic es una prueba de eso. Te conoció y le agradaste, y

sería bueno que tuviera a alguien más alrededor por un tiempo. Me estarías haciendo un

favor si estuvieras de acuerdo en venir.

Hizo una pausa. Alex sentía los ojos grises examinándolo.

—Te ofrezco las dos semanas más lujosas que hayas tenido en tu vida. Vamos a empezar

aquí en Inglaterra. No puedo salir hasta el fin de semana; tengo negocios y, más

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importante aún, el Chelsea estará jugando el sábado y no puedo perdérmelo. Después de

eso volaremos a New York. Tengo un apartamento allí, y de nuevo hay algunos negocios

que tengo que cuidar. ¿Lo ves? Paul siempre estará por su cuenta.

Dejó la taza y se inclinó hacia delante. Aunque su tono no había cambiado, Alex podía

sentir su energía y entusiasmo.

—Pero en poco más de una semana, hay algo que realmente no te puedes perder.

Tendremos un lanzamiento en Bahía Flamingo. ¿Alguna vez has visto un cohete ser

lanzado? Es una experiencia inolvidable. Si el clima lo permite, despegará exactamente a

las nueve de la mañana hora local del miércoles. Va a llevar el módulo de observación de

Ark Angel. Nos ha tomado tres años construirlo. Será el corazón del Ark Angel; el centro

de comunicaciones, una ventana como ninguna otra ventana en el mundo. Paul, por

supuesto, estará ahí, y quiero que tú estés allí con él. Tengo una casa en la isla y las playas

son espectaculares. Después del lanzamiento, puedes quedarte durante el tiempo que

gustes.

Alex no dijo nada. Quería ir. Nunca había visto un lanzamiento de cohete y sonaba como

el tipo de aventura que podría realmente disfrutar, sin nadie intentando matarlo. Sin

embargo...

Drevin parecía sentir su incertidumbre. —Estoy seguro que el Dr. Hayward estará de

acuerdo en que un poco de sol del Caribe te hará bien —dijo—. ¡Por favor! No me

rechaces. Tengo que decirte, ya he tomado mi decisión y soy del tipo de persona que está

acostumbrado a salirse con la suya.

Alex se volvió hacia Jack. Todavía no estaba seguro. Y era vagamente consciente de que

algo le molestaba. Algo que Drevin había dicho. No tenía sentido. —¿Qué te parece? —le

preguntó.

Los ojos de Jack eran brillantes. Obviamente estaba impresionada por Drevin, el

penthouse, la Estrella de Crimea. —Creo que es una gran idea —dijo—. Un par de

semanas de sol es exactamente lo que necesitas. Y estoy segura que el Sr. Drevin cuidará

de ti.

—Tienes mi palabra.

Alex asintió. —Está bien. Gracias. —Tomó un sándwich—. Pero creo que debo advertirte:

soy un seguidor del Chelsea.

Drevin sonrió. —Eso está bien. Nadie es perfecto. Enviaré a un conductor para que te

recoja, ¿podría ser pasado mañana? Te llevará a Neverglade, es mi casa en Oxfordshire.

Paul está allí ahora. Lo llamaré y la haré saber que vas. —Miró su reloj—. Ahora, si me

perdonas, tengo que dejarte. Tengo una reunión en el Banco de Inglaterra.

—¿Ahí es donde tiene su cuenta? —preguntó Jack.

—Una de ellas. —Se puso de pie—. La Señorita Knight les mostrará la salida cuando

hayan terminado y también arreglará un coche que los llevé a casa. Gracias de nuevo,

Alex. Sé que no vas a arrepentirte de esto.

Otro giro del anillo. Alex se había dado cuenta que sus manos nunca estaban quietas.

Drevin se fue por donde había venido.

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Hubo un largo silencio.

—¡Vaya! —exclamó Jack.

—Bahía Flamingo... —murmuró Alex.

—Es exactamente lo que te recetó el doctor, Alex. —Se sirvió otro sándwich—. No podría

haber llegado en mejor momento.

—Claro…

Pero Alex no estaba seguro. ¿Qué era lo que le estaba molestando?

Sí. Eso era.

Paul Drevin era un objetivo. Eso era lo que había dicho Drevin. Siempre estaba en peligro.

Así que, ¿por qué estaba sólo por su cuenta? Esa noche en el hospital, cuatro hombres

habían irrumpido para secuestrarlo. Sabían que él estaba allí.

Pero no había ni un solo guardia a la vista.

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Capítulo 8

La Vuelta de Lujo

Traducido por rihano

Corregido por Dianita

—Bienvenido a Neverglade —dijo Paul Drevin.

Alex salió del lujoso coche que lo había traído y miró a su alrededor. Antes había visto

riqueza. Había ido una vez encubierto como el hijo de un magnate de los supermercados,

lo que había significado pasar una semana en una mansión en Lancashire. Pero este lugar

era otra cosa.

Su primera visión de la mansión campestre de Drevin había sido una entrada muy pero

muy ordinaria en un camino rural cerca de veinte millas al norte de Oxford. Pero incluso

aquí, Alex se había dado cuenta de los altos muros y bosques rodeando la finca, y las

cámaras de televisión de circuito cerrado rotando discretamente entre los árboles. El

camino de entrada debía haber tenido una milla de largo, saliendo de los bosques hacia

los campos tan perfectamente cortados que era difícil de creer que eran de hierba. Por un

lado había un lago con dos motos de agua y un barco de vela Lapwing de madera

amarrado junto a un embarcadero. Por el otro lado, en parte oculto en una pequeña

depresión, un circuito de carreras en miniatura daba vueltas y vueltas, con su propia

tribuna para los espectadores. Cuatro de los caballos más bellos que Alex había visto en

su vida pastaban en un potrero. El sol estaba brillando. Era como si el verano hubiera

regresado.

Y ahí estaba Neverglade. No era una casa sino un castillo del siglo XIV, con su propio

foso, almenas, torres y la aislada iglesia. Fue construido en piedra gris, con hiedra verde

oscuro extendiéndose diagonalmente a través de la fachada. Alex contuvo la respiración

mientras se dirigían hacia allí y cruzaban el puente levadizo. El castillo no parecía real.

Era como algo salido de un libro ilustrado. ¿Y por qué había sido construido aquí de todos

los lugares? Se preguntó por qué nunca antes había oído o visto fotografías de esto.

Alex ahora deseaba que Jack Starbright hubiera decidido venir.

Ella parecía inquieta y pensativa en el taxi a casa desde la costa, pero no fue hasta más

tarde en la noche que anunció su decisión.

—Me encantaría ir contigo, Alex —dijo—. Y me encantaría ver este cohete siendo lanzado.

Pero no puedo. No he visto a mamá y papá desde hace casi un año, y tengo que volver a

casa, a Washington DC. La próxima semana es su aniversario de boda, y esta sería una

buena oportunidad para tomarme unas vacaciones. Estás a salvo, y vas a estar bien

cuidado. De todas formas, tienes a Pablo Drevin. Tiene tu edad y no me querrías dando

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vueltas. Así que ve y disfruta. Y solo asegúrate de no meterte en más líos. Descanso y

recuperación. Eso es lo que dijo el doctor.

Nikolei Drevin había enviado un chofer uniformado para recoger a Alex, y esta vez había

llegado en un Rolls Royce, un Corniche azul claro con una campana retráctil. Habían

viajado fuera de Londres y hasta la M40, el motor V8 de 6,75 litros se deslizaba sin

esfuerzo entre el tráfico, como si las carreteras se hubieran construido exclusivamente

para su uso. Ahora el coche desapareció por el lado de la casa mientras Paul Drevin salía a

saludarlo.

La última vez que Alex había visto al otro muchacho, había estado usando una bata y

pijama. Ahora estaba vestido con pantalones vaqueros y una camiseta holgada. Parecía

más saludable de lo que había estado en el hospital, pero había más que eso. Tenía más

confianza. Esta era su casa, su territorio, y un día lo heredaría. Alex tuvo que recordarse

que este muchacho probablemente era un multimillonario. Su asignación semanal

probablemente llegaba en una camioneta de seguridad. De repente Alex se preguntó si

venir aquí había sido una buena idea.

—Un buen lugar —dijo mientras caminaban hacia la puerta principal, sus pies crujiendo

sobre la gravilla.

—Mi padre tuvo que construirlo aquí. El castillo solía estar en algún lugar de Escocia. Se

estaba cayendo por lo que lo compró y lo envió aquí, pieza por pieza, y luego lo volvieron

a armar de nuevo. Ven, te mostraré tu habitación.

Alex, siguió a Paul hasta un vestíbulo con losas de piedra, tapices y una chimenea lo

suficientemente grande como para quemar un autobús. Mientras subían por una

majestuosa escalera, pasaron pinturas de Picasso, Warhol, Hockney y Lucían Freud. A

Nikolei Drevin, obviamente, le gustaba el arte moderno.

—Lo que hiciste en el hospital fue increíble —dijo Paul—. ¿De verdad ibas a tomar mi

lugar?

—Bueno, eso solo fue algo que sucedió...

—¡Si esos hombres me hubieran secuestrado, iban a cortarme el dedo! —Paul se

estremeció y Alex se preguntó cómo lo sabía. Los detalles exactos de lo que había

sucedido en Hornchurch Towers no habían salido en los periódicos. Pero supuso que para

un hombre como Drevin, incluso la información más clasificada no sería difícil de

conseguir—. Ellos casi te matan por mí culpa —prosiguió Paul—. No sé qué decir.

—No hay necesidad de decir nada.

—Me alegra que hayas aceptado venir.

Alex se encogió de hombros. —Tu padre me lo hizo difícil de rechazar.

—Sí. Él es así. —Habían llegado a la parte superior de las escaleras. Paul sacó un

inhalador y aspiró dos veces—. Tengo asma —explicó.

—Que mala suerte.

—Por este camino... —Caminaron por un pasillo adornado con puertas de madera

separadas a uno y otro lado.

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—Hay treinta habitaciones —le dijo Paul—. No sé por qué necesitamos tantas. Nunca se

llenan. Te he puesto a mi lado. Si quieres algo, sólo levantas el teléfono. Es como vivir en

un hotel, excepto que no tienes que pagar.

Llegaron a una puerta abierta y entraron en una habitación donde las ventanas tenían

vista al lago. El chofer debió haber venido a través de otra entrada, porque el equipaje de

Alex estaba en la cama. La habitación era moderna. Alex tenía televisión con pantalla de

plasma montado en la pared, consola con DVD, vídeo y PlayStation, el teléfono con cerca

de una docena de botones para los diferentes servicios que proporcionaba, un estante de

libros, aparentemente todos nuevos, cuarto de baño con bañera, ducha de hidromasaje y

jacuzzi. Drevin le había prometido un lujoso estilo de vida y ciertamente había sido fiel a

su palabra.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Paul.

—Tú me dices.

—Bueno, podemos ir a cabalgar si lo deseas Tenemos dos piscinas: una cubierta y otra

exterior. Más tarde podemos ver una película. Hay un cine y papá consigue todos los

estrenos nuevos. Podemos jugar al tenis o al golf... o tiro al plato. Viste el lago podemos ir

en jet-ski, navegar o pescar o lo que sea. Supongo que será mejor empezar por enseñarte

los alrededores. Eso tomará casi todo el día, y vas a cenar con nosotros esta noche.

Depende de ti.

Alex no sabía qué decir. —No me importa.

—Bueno, te voy a mostrar la casa, así podemos tomar un par de bicicletas y te llevaré

alrededor de los terrenos. Hay alrededor de doscientas hectáreas. ¿Tienes hambre?

—No, estoy bien.

—Entonces vamos.

—Bien. —Alex trató de parecer entusiasta, pero por alguna razón no pudo.

Paul había captado esto. —Supongo que esto debe ser muy raro para ti —dijo—. No me

conoces, y probablemente ni siquiera te agrado. No mucha gente lo hace. Piensan que soy

un mocoso rico, mimado y si después de todo vienen aquí es sólo porque todas las cosas

son gratis. Mi padre te invitó porque quería darte las gracias por lo que hiciste en el

hospital. Pero era más que eso. Tiene la esperanza de que seamos amigos y en realidad es

lo único que no puede comprar. Amistad. Pero entenderé si quieres tomar tus maletas y

largarte de aquí. A veces me siento igual.

Alex pensó un momento. —No —dijo—. Estoy contento de estar aquí. No puedo volver a

la escuela y estoy destinado a estar de descanso por el próximo par de semanas, y para ser

honesto, no tengo a donde ir. Así que si tu papá quiere tratarme como un multimillonario,

no me voy a quejar.

—Está bien. —Paul pareció aliviado—. Vamos a Nueva York el domingo y eso estará bien.

Y luego está la Bahía Flamingo. ¿Has probado el kite-surfing?

Alex sacudió la cabeza.

—Puedo mostrarte cómo hacerlo. Estamos al lado del Atlántico por lo que tenemos

enormes olas. —De repente Paul se veía más animado y Alex se encontró así

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entusiasmándose—. Vamos a empezar en el cine —dijo—. Podemos empezar nuestro

camino...

Dos horas más tarde, aún no habían terminado. Alex había visto más riqueza de la que

posiblemente podía imaginar. Así no era como la otra mitad vivía. Probablemente sólo

había un puñado de personas en el mundo con los recursos de Nikolei Drevin. Todo lo

que quería lo podía obtener, desde la armadura medieval fuera del comedor hasta los dos

jet-ski Polaris MSX en el lago. También había aprendido un poco más sobre los

antecedentes de Paul. Era hijo único. Sus padres se divorciaron cuando tenía seis años y

su madre ahora estaba viviendo en Estados Unidos. La veía un par de veces al año, pero

ella y su padre nunca hablaban. Cuando Paul era más joven había ido a un colegio

normal, pero al final tuvo demasiados problemas de seguridad y ahora estaba siendo

educado por tutores privados. Parte de la casa se había convertido en una escuela. Alex la

había visto y se sintió triste. Había libros y pizarras, escritorios y computadores. Pero no

niños de edad escolar. Ni gritos. Ni vida real.

A las cinco volvió a su habitación y durmió durante una hora, a continuación, se duchó y

cambió para la cena. Había visto el gran comedor en Neverglade con sus luces de arañas y

mesa de roble antiguo lo suficientemente grande para sentar veinte personas, y se sintió

aliviado porque estarían comiendo en el invernadero junto a la cocina. Esta era una

habitación bonita con columnas de mármol, azulejos italianos y plantas exóticas en

enormes macetas terracota. Nikolei Drevin ya estaba allí cuando llegó.

—Por favor entra, Alex. Toma asiento. —Drevin estaba bebiendo vino. Se había cambiado

a pantalones vaqueros y una chaqueta de mezclilla, y Alex no podía dejar de pensar que

la ropa no era acorde. De alguna manera era demasiado viejo para ellas. Era un hombre

nacido para llevar un traje.

—¿Vas a tomar un poco de vino? —preguntó Drevin—. ¿O tal vez una cerveza?

—Agua estaría bien —respondió Alex.

—En Rusia, los niños beben alcohol desde temprana edad.

La puerta se abrió y una mujer joven entró, llevando el primer plato en una bandeja:

melón y jamón serrano. Alex no tenía idea de cuántas personas trabajaban en Neverglade;

los sirvientes tenían la habilidad de permanecer invisibles, excepto cuando se les

necesitaba. Se sirvió agua helada. Paul llegó y se sentó sin hablar. El sirviente se fue y los

tres quedaron solos.

—¿Paul te ha mostrado todo? —preguntó Drevin.

—Sí. Es un buen lugar.

—Lo compré cuando llegué por primera vez a tu país. El Neverglade original era una casa

señorial del siglo XVI. Hay una historia que la reina Isabel I se quedó allí y vio una

producción de Noche de Reyes en la gran sala. Pero no estaba apegado al estilo

arquitectónico. La casa era muy oscura, y sólo tenía once dormitorios. Era demasiado

pequeña.

—¿Qué pasó con ella?

Drevin suspiró. —Un terrible accidente. Se quemó. Este castillo actual se levantó de las

cenizas, o más bien, lo traje aquí. Me gustó al momento en que lo vi. El único problema

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era que estaba en Escocia. Pero felizmente fui capaz de hacer algo al respecto. ¿Han

decidido lo que van a hacer mañana?

—Pensé que podríamos dar un paseo —dijo Paul.

Drevin se volvió hacia él y Alex vio relampaguear algo en sus ojos grises. Fue muy breve

y no estaba seguro, pero era casi una mirada de desprecio. —¡Seguramente puedes pensar

en algo más aventurero que eso! —dijo—. ¿Por qué no sacan los caballos? ¿O las

motocross? Por supuesto, ambos están recuperándose. Paul de su operación de apéndice.

Y tú, Alex —los ojos se posaron sobre él— de tu accidente en bicicleta.

—Sí. —¿Drevin estaba cuestionando su historia?— Me fui por encima del manubrio y me

golpeé contra un muro.

—Debiste haber ido muy rápido.

—Iba, hasta que llegué a la cerca.

—Entonces, tal vez las motocross no son la mejor idea. —Drevin pensó por un momento.

Sus dedos estaban tirando de su anillo, pero su rostro no mostraba nada. Este era un

hombre que solía mantener sus secretos para sí mismo—. Te diré que —dijo—. Tengo una

llamada en conferencia mañana por la mañana. Con el lanzamiento a poco más de una

semana, tengo que estar en constante contacto con mi propia gente, así como con la NASA

y, por supuesto, el gobierno británico. Pero en la tarde, ¿te gustaría competir contra mí?

—¿En los caballos?

—Go-karts. Debes haber visto que tengo una pista aquí. La construí para Paul, aunque me

temo que pocas veces la usa.

—Hago uso de ella —protestó Paul—. Pero no es divertido cuando no tienes a nadie

contra quien correr.

Drevin no le hizo caso. —Tengo varios karts —añadió—. Encontrarás que es muy

estimulante, Alex. Tú contra mí. ¿Qué dices?

—Claro. —A Alex no le gustó mucho como sonaba eso, pero había algo en la forma en

que se lo estaba pidiendo. Había sentido lo mismo cuando Drevin lo había invitado a

quedarse. No estaba realmente dándole a elegir.

—Y para hacerlo más divertido, ¿por qué no hacemos una apuesta? Si tú me ganas, te doy

mil libras.

—No estoy seguro de querer mil libras —dijo Alex. No era el dinero lo que le molestaba,

solo que no estaba seguro de querer tomarlo de este hombre.

—Bueno, en ese caso se lo daré a alguna caridad que nombres. Pero no necesitas

preocuparte. No hay absolutamente ninguna posibilidad de que me ganes. Paul puede ser

el abanderado. ¿Digamos a las dos en punto?

—Muy bien.

Drevin cogió el cuchillo y el tenedor y comenzó a comer. Alex notó que su hijo no había

tocado su comida. Ya podía sentir el abismo entre ellos. Esto era obvio con cada palabra

que se decía, cada momento que pasaron juntos. Una vez más, se preguntó qué estaba

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haciendo aquí. Y una vez más se encontró preguntándose si había sido una buena idea

venir.

Dos horas más tarde, Alex se dirigía a su habitación por su cuenta. Nikolei Drevin había

salido al jardín a fumar un cigarro. Paul había anunciado que estaba cansado y ya se había

ido a la cama.

Estaba caminando por el pasillo principal de la planta baja. Había un gimnasio

completamente equipado y una piscina olímpica cubierta en el otro extremo, y Alex tuvo

la tentación de darse un baño antes de acostarse. Ya no estaba cansado. Quería sumergirse

en el agua tibia y alejar algunos de los recuerdos de su primer día en Neverglade. Estaba

tentado de llamar a Jack Starbright. Ella ya habría llegado a América. Todavía estaba

sentido porque ella hubiera decidido no venir con él, y estaba preocupado de que la

hubiera decepcionado. Tal vez debería haber ido con ella.

Su camino lo llevó más allá de las puertas dobles del estudio de Drevin. Paul se lo había

señalado antes, pero no habían entrado. En un impulso se detuvo y miró a la izquierda y

la derecha. El corredor se extendía vacío, en ambas direcciones, sus azulejos blancos y

negros dándole la apariencia del tablero de ajedrez más grande del mundo. Volvió la

manija. La puerta se abrió. Sin saber muy bien lo que estaba haciendo, Alex encendió la

luz y entró.

El estudio era enorme, dominado por un enorme escritorio de acero y vidrio con forma de

luna creciente. El piso de madera estaba cubierto en parte por una alfombra persa que

debía haber tomado años tejer. Detrás del escritorio estaban las puertas de cristal que

daban al jardín delantero. Alex contó cuatro teléfonos en el escritorio, así como dos

computadoras, una impresora, varias pilas de documentos y una serie de relojes

mostrando las zonas horarias de todo el mundo. Había una pequeña foto de Paul en un

marco de plata.

Si Alex había esperando que esta sala le diría un poco más acerca de su anfitrión, estaba

decepcionado. Nikolei Drevin era muy rico y muy poderoso, pero no necesitaba un

escritorio amplio y un montón de costosos equipos para decir eso. Una de las paredes

estaba cubierta con fotos y Alex se acercó a ellas. Esto era más como él. Había por lo

menos encontrado una pequeña grieta en la impresionante armadura del hombre.

Vanidad. La pared era una galería de celebridades.

Había fotografías de Drevin con estrellas pop y actores, fotografías tomadas en

deslumbrantes fiestas y lujosos hoteles. Mostraba poca emoción en algunas de ellas, pero

aun así Alex podía decir que estaba silenciosamente contento de estar ahí. Aquí estaba

Drevin con Tom Cruise, Drevin con Julia Roberts, Drevin hablando con Steven Spielberg

en el rodaje de su última película. Estaba en Whitehall con el primer ministro (quien

estaba sonriendo falsamente) y en Washington con el presidente de los Estados Unidos.

Aquí estaba estrechando manos con el Presidente ruso, Alex se sorprendió de encontrarse

mirando la cara hinchada de Boris Kiriyenko. Los dos se habían conocido cuando Alex

había sido un prisionero en la isla de Skeleton Key.

El Papa le había dado a Drevin una audiencia. Así lo había hecho Nelson Mandela en

Ciudad del Cabo. Algunas de las imágenes habían sido tomadas de periódicos, y los

titulares contaban la historia de su vida en audaces declaraciones, simples:

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DREVIN SE MUDA AL REINO UNIDO.

DREVIN MAS RICO QUE LA REINA.

DREVIN CONSTRUYE UNA CASA DE 50 MILLONES DE LIBRAS EN OXFORDSHIRE.

DREVIN COMPRA STRATFORD EAST.

Este último título estaba acompañado por una fotografía de Drevin con Adam Wright, el

delantero inglés que había sido la primera compra importante para su nuevo equipo. Alex

miró los demás artículos.

DREVIN ANUNCIA PLANES ARK ANGEL.

DREVIN ADQUIERE HOTEL EN LA COSTA.

DREVIN MUEVE EN LONDRES EL MERCADO INMOBILIARIO

Hubo un movimiento a su espalda.

Nikolei Drevin había entrado al estudio a través de las ventanas francesas. Seguía con su

cigarro y examinaba con curiosidad a Alex. —¿Alex? ¿Qué estás haciendo aquí? —no

había rabia en su voz. En todo caso, sólo, parecía un poco perplejo.

—Lo siento. —A Alex le tomó unos segundos encontrar las palabras. Sabía que estaba

invadiendo. Por otro lado, no había cerrado la puerta—. Estaba de camino a la cama. No

había estado aquí y pensé en echar un vistazo.

—Este es mi estudio personal, preferiría que no vinieras aquí.

—Por supuesto. Estaba a punto de irme, pero vi estas fotos. —Alex hizo un gesto a una de

ellas—. Usted conoció a la Reina.

—De hecho. Varias veces, habló mucho sobre sus caballos. No la encontré muy

interesante.

—Y Nelson Mandela.

—Ah, sí. Un gran hombre. Me dio una copia firmada de su libro.

El silencio y la sospecha flotaban en el aire entre ellos.

—Bueno, será mejor que me vaya —dijo Alex.

—¿Puedes encontrar tu camino?

—Sí. Gracias. —Sonrió Alex—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Alex se sentía mareado. Su brazo izquierdo estaba palpitando.

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Dejó el estudio tan casualmente como pudo y no paró hasta que llegó a su habitación en el

segundo piso. Se dejó caer pesadamente sobre la cama. Sabía lo que acababa de ver. Pero

no podía encontrarle sentido.

El último recorte del periódico había mostrado a Drevin llevando un chaleco fluorescente

y casco, de pie a las afueras de un edificio abandonado al este de Londres. Alex lo

reconoció de inmediato y no necesitó el estandarte, extendiéndose alto en el fondo, para

que le dijera su nombre.

Las Torres Hornchurch.

El edificio que se había incendiado. La foto había sido tomada solo pocos días antes de

que casi hubiera muerto allí.

O bien se trataba de una increíble coincidencia o Kaspar y sus hombres, el grupo que se

hacía‖llamar‖“La‖Fuerza‖Tres”,‖deliberadamente‖lo‖había‖llevado‖a‖un‖bloque‖de‖pisos‖que‖

Drevin acababa de comprar. Habían pensado que él era Paul Drevin. Habían estado

planeando pedir un rescate por él por la suma de un millón de libras. Así que ¿por qué lo

habían llevado a un edificio del que su padre era dueño?

Alex se desnudó y se metió en la cama. No podía dormir. Había pensado qué sería tener

dos semanas envueltas en el lujo. Cuidado y seguro, eso era lo que Jack había dicho.

Estaba empezando a sentir que ambos podríamos estar equivocados.

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Capítulo 9

Corto Circuito

Traducido por masi

Corregido por Anne_Belikov

El edificio estaba en el Soho, en el extremo sur de Manhattan. Estaba situado entre una

tienda de delicatesen y un aparcamiento en una calle llena de almacenes transformados

con escaleras de incendios de metal, y boutiques que no sentían ninguna necesidad de

publicitarse. No había rascacielos en esta parte de Nueva York. El Soho se enorgullecía de

su ambiente de pueblo, aunque se necesitaba un sueldo de ciudad para pagar un

apartamento aquí. El barrio entero era relajado. La gente paseaba a sus perros o comía sus

sándwiches en el sol de otoño. Había poco tráfico. Era fácil olvidar el ruido y el caos de a

sólo veinte cuadras al norte.

Ideas Creativas de Animación encajaba perfectamente. Vendía dibujos animados: las

figuras de los Simpson y Futurama, dibujos originales de Disney y DreamWorks. Sólo

había una pequeña ventana en el frente y no había muchas fotos en la pantalla. A

diferencia de las otras galerías de la zona, su puerta de entrada estaba cerrada con llave.

Los visitantes tenían que hacer sonar una campana. Aun así, la gente de vez en cuando

deambulaba por la calle, pero una vez que estaban en el interior se encontrarían con que

la chica que trabajaba allí era inútil, los precios eran ridículos y había las mejores

selecciones de otros países. En los veinte años que la galería había estado ahí, nadie había

comprado nunca nada.

Lo cual era precisamente la idea. La gente que trabajaba en Ideas Creativas de Animación

no tenía ningún interés en arte de ningún tipo. Ellos necesitaban una base en Nueva York

y esta era la que habían elegido. El Soho se les adaptaba muy bien. Nadie se daba cuenta

de quien entraba o salía. No es que eso importara de todos modos. Eran dueños de la

puerta del garaje de al lado y utilizaban la entrada secreta girando al lado.

A las seis de la tarde, cinco hombres y dos mujeres estaban sentadas alrededor de una

mesa de conferencias, en una sala, sorprendentemente, amplia y bien equipada, en el

primer piso justo encima de la galería. La mesa era un rectángulo de vidrio pulido con un

marco cromado. Las sillas también estaban hechas de cromo, con asientos de cuero negro.

Los relojes que mostraban las zonas horarias de todo el mundo estaban alineados en dos

de las paredes. Una gran pantalla de plasma cubría una tercera parte. La cuarta era una

ventana independiente de vidrio calado frente a un restaurante al otro lado de la calle. El

vidrio sólo era por un lado. Nadie en el restaurante podía ver el interior.

Toda la gente en la sala estaba vestida formalmente de traje oscuro y camisa blanca

almidonada. Seis de ellos eran jóvenes y estaban en forma, ya que podrían acabar de salir

de la universidad. El séptimo, en la cabecera de la mesa, era el más mayor. Era un hombre

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negro de sesenta años de edad, con los ojos hundidos, el pelo canoso blanco y con bigote,

y una mirada de cansancio perpetuo.

Uno de los hombres más jóvenes estaba hablando.

—Tengo que informar de un progreso en Inglaterra —estaba diciendo—. Puede no ser

relevante, pero como ustedes saben, hace seis días Nikolei Drevin fue atacado por el

grupo ecologista Fuerza Tres. Planeaban secuestrar a su hijo y pedir su rescate, pero

capturaron al chico equivocado. Parece que este otro chico se puso en el camino a

propósito. En realidad consiguió que lo secuestraran por sí mismo. ¿Pueden creer eso? —

tosió—. Lo que pasó después no está claro, pero de alguna manera el chico logró escapar y

Drevin decidió premiarlo haciéndolo parte de la familia. Así que ahora él se dirige hacia

aquí. Va a viajar con el hijo de Drevin y Drevin hasta la Bahía Flamingo.

—¿Este chico tiene nombre? —preguntó alguien.

—Alex Rider —Era el hombre de más edad el que había hablado—. Creo que deberías

echarle un vistazo. —Había un archivo sin marcar en la mesa frente a él. Se inclinó hacia

adelante, lo abrió y sacó una fotografía. Se la pasó al hombre que estaba sentado a su

lado—. Esto me fue enviado ayer por la noche —explicó—. Este es el chico del que estás

hablando. La mujer con él es su tutora. No tiene padres. —Uno tras otro, los cuatro

hombres y las dos mujeres examinaron la foto. Esta mostraba a Alex Rider y a Jack

Starbright mientras entraban en el Hotel Waterfront, y había sido tomada por una cámara

oculta en el suelo.

—El hecho de que Alex Rider se haya metido lo cambia todo —continuó el hombre de

más edad—. Me sorprende que Drevin no lo haya investigado. Podría ser su primer... y

más grande error.

Una de las mujeres sacudió la cabeza. —No lo entiendo. ¿Quién es Alex Rider?

—No es un chico común. Y déjame decir, directamente, que esto no va más allá de esta

habitación. Lo que te estoy contando es clasificado, pero parece que necesitamos conocer

la situación. —Hizo una pausa—. Alex es un agente que trabaja con Operaciones

Especiales del MI6.

Un murmullo de incredulidad recorrió toda la mesa.

—Pero, señor... —la mujer protestó—…‖Eso‖es‖una‖locura.‖No‖puede‖tener‖m{s‖de quince

años.

—Tiene catorce años. Y tienes toda la razón. Confío en el MI6 para tratar de hacer

funcionar una idea como esta. Pero ha funcionado. Alex Rider es lo más parecido a lo que

los británicos tienen como un arma letal.

—Así que ¿cómo es que él ha conseguido mezclarse con Drevin? —preguntó otra mujer.

El anciano sonrió para sí mismo como si supiera algo que ellos no sabían. De hecho, él

estaba empezando a solucionarlo. —Tal vez fue una coincidencia, o tal vez no lo fue —

murmuró—. Pero de cualquier manera se convirtió en un juego totalmente nuevo. Alex

Rider conoció a Kaspar. Ha estado en el núcleo de la Fuerza Tres. Y ahora está cerca de

Drevin.

—¿Crees que nos puede ayudar?

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—Él nos ayudará tanto si quiere como si no —El hombre miró la foto y de repente se

formó una dureza en sus ojos—. Si Alex Rider llega a Nueva York, quiero verlo.

¿Entienden? Es la prioridad número uno. Utilicen cualquier medio necesario para

conseguir atraparlo. Quiero que me traigan a ese chico.

* * *

A más de tres mil kilómetros de distancia, en Neverglade, Alex acababa de terminar dos

juegos de tenis con Paul Drevin. Para su sorpresa, había recibido una paliza.

Paul era un jugador brillante. Si él hubiera querido, podría haber servido ace tras ace y

Alex ni siquiera hubiera tenido una oportunidad. A propósito él había ralentizado su

servicio, pero a pesar de los esfuerzos de Alex, la puntuación había sido tres y seis en el

primer juego, cuatro y seis en los siguientes. Alex habría seguido jugando felizmente, pero

Paul sacudió la cabeza. Se había derrumbado en el césped con una botella de agua. Alex

se percató de que también había traído su inhalador de nuevo. Al final del último juego

había estado luchando por respirar.

—Deberías unirte a un club o algo así —comentó Alex, sentándose a su lado—. ¿Podrías

jugar en competiciones?

Paul negó con la cabeza. —Dos juegos es todo lo que puedo manejar. Después de eso mis

pulmones se resienten.

—¿Desde cuándo tienes asma?

—Lo he tenido toda mi vida. Por suerte no es demasiado malo, excepto cuando empieza y

eso es todo. Mi padre se harta bastante.

—No puedes evitar ponerte enfermo.

—Así no es como él lo ve —Paul miró su reloj—. Estará en la pista justo ahora. Vamos. Iré

contigo.

Dejaron las raquetas detrás y cruzaron el césped juntos. Un hombre pasó por delante en

un tractor y asintió con la cabeza hacia ellos. Alex se había dado cuenta de que nadie del

personal hablaba con Paul; se preguntó si lo tenían permitido.

—¿No vas a correr? —preguntó.

—Tal vez más tarde. Si fuéramos sólo tú y yo, no me importaría. Pero papá... —Paul se

quedó en silencio, como si hubiera dicho algo que no quería decir—…‖Pap{‖se‖ lo‖ toma‖

muy en serio —murmuró.

—¿A qué velocidad van los karts?

—Ellos pueden ir a ciento sesenta kilómetros por hora —Paul vio que los ojos de Alex se

ampliaban—. No son juguetes, si eso es lo que estabas esperando. Mi padre tenía unos

amigos de negocios que se quedaron hace unos meses. Uno de ellos perdió el control en

un giro y el kart salió volando. Puede pasar eso. Vi como ocurrió. Debió haber girado

unas seis o siete veces. Tuvo suerte de que llevara un casco, de lo contrario se habría

matado.

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—¿Cómo de malamente se hirió?

—Se rompió la muñeca y la clavícula. Su rostro tenía demasiados cortes. ¡Y deberías haber

visto el kart! Un total desastre —Paul negó con la cabeza—. Ten mucho cuidado Alex —

advirtió—. A mi padre no le gusta perder.

—Bueno, no creo que tenga alguna posibilidad de ganar.

—Si quieres mi consejo, ni siquiera lo intentes.

Había una pregunta que Alex se había estado muriendo por preguntarle toda la mañana y

decidió que este era probablemente el momento adecuado. —¿Por qué vives con él y no

con tu madre?

—Él insistió.

—¿Tus padres realmente se odian?

—Él nunca habla de ella. Y ella se enoja si le pregunto sobre él —Paul suspiró—. ¿Qué

pasa con tus padres?

—No tengo ninguno. Murieron cuando era pequeño.

—Lo siento —caminaron un rato en silencio—. Me gustaría tener un hermano —dijo Paul

de repente—. Eso es lo peor de todo. Siempre estar por mi cuenta.

—¿No puedes ir a la escuela?

—Lo hice durante un tiempo, pero causó todo tipo de problemas. Tenía que tener un

guardaespaldas. Papá insistió, por lo que en realidad nunca me adapté. Al final decidió

que era más fácil para mí que tomara clases en casa —Paul se encogió de hombros—. Sigo

pensando que un día tendré dieciséis años y tal vez pueda salir de aquí. Papá no es tan

malo, pero me gustaría tener mi propia vida.

Habían atravesado el césped y allí estaba la pista, delante de ellos: un kilómetro de asfalto

intrincado, con asientos para alrededor de cincuenta y seis espectadores, seis karts

esperando en una nave lateral. Nikolei Drevin ya estaba allí, comprobando uno de los

motores. Había un par de mecánicos a mano, pero nadie más. Esta carrera iba a llevarse a

cabo sin una audiencia.

—Buena suerte —dijo Paul en voz baja.

—¡Ah Alex! —Drevin les había oído acercarse. Él levantó la mirada—. ¿Has hecho esto

antes?

—Un par de veces —Alex había estado en la pista cubierta en King's Cross en Londres—.

No creo que los karts fueran tan potentes como estos.

—Estos son los mejores. Construidos por mí mismo. Marcos de Molly Chrome y motores

Rotax Fórmula E; 125 cc, arranque eléctrico, refrigerador de agua —señaló—. Los inicias

presionando el botón próximo al volante. Espero que tengas cabeza para la velocidad.

Ellos van de cero a cien en 3,8 segundos. Eso es más rápido que un Ferrari.

—¿Cuántas vueltas tiene en mente?

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—¿Diremos tres? Si cruzas la línea de meta en primer lugar, tu organización de caridad

preferida será más rica por mil libras —Drevin recogió dos cascos y entregó uno a Alex—.

Espero que este sea de tu tamaño.

El casco de Alex era azul; Drevin vestiría de negro.

Alex se lo puso y lo cerró bajo su barbilla. El casco tenía una visera que se deslizaba por el

rostro, y almohadillas de protección para el cuello y los lados de su cabeza.

—Esta es tu última oportunidad, Alex —dijo Drevin—. Si estás nervioso, ahora es el

momento para echarse atrás...

Alex examinó los karts. No eran más que estructuras, una maraña de cables y tubos con

un asiento de plástico en el medio y dos tanques de combustible detrás. Cuando se

sentara, estaría a unos pocos centímetros del suelo. Y había otra cosa que faltaba, además

del suelo. Había notado que a diferencia de los karts que había conducido en King's

Cross, estos no tenían parachoques envolventes. Ahora comprendía lo que Paul le había

dicho. Los coches eran letales... El circuito estaba limitado por balas de paja, pero si perdía

el control, si uno de sus neumáticos entraba en contacto con Drevin, podía muy fácilmente

voltearse, al igual que le pasó al amigo que Paul había mencionado, y si el motor raspaba

a lo largo del asfalto y las chispas golpeaban los tanques de gasolina, todo iba a explotar.

Drevin estaba esperando su respuesta. Parecía tan tranquilo sujetando su casco, con un

pulgar enganchado en sus pantalones vaqueros de diseñador, que Alex sintió una

sensación de molestia. Iba a correr con este hombre. E iba a ganar. —No estoy nervioso —

dijo.

—Bien. Vamos a hacer dos vueltas al circuito de práctica antes de empezar. Paul puede

señalar la primera y la última vuelta con una bandera.

Alex examinó el circuito. Era una serie de giros y curvas cerradas, con dos tramos rectos

donde sería capaz de coger velocidad. Parte del camino subía abruptamente sobre unas

patas de metal y luego descendía por el otro lado, se formaba un puente sobre otra sección

de la pista más adelante. Alex se dio cuenta de que tendría que reducir la velocidad

mientras lo tomaba. Estaría a unos seis metros de altura, y aunque los lados del puente

estaban bordeados por un muro de protección de neumáticos, no le gustaba pensar qué

pasaría si perdía el control y chocaba contra ellos. Después del puente, había un largo

túnel con la línea de meta en el otro lado.

Se subió a su kart y pulsó el botón de encendido. De una vez el motor ronroneó a la vida

ruidosamente. Alex ya se sentía horriblemente expuesto. El kart no tenía laterales, ni

techo. Estaba sentado con las rodillas dobladas, sus pies se extendían delante de él. Tiró

del cinturón de seguridad por encima del hombro y lo ató. Era demasiado tarde para

echarse atrás. Drevin había encendido su kart y se movía suavemente. Alex probó los

pedales en ambos lados de la columna de dirección. Había sólo dos. El pie izquierdo

operaba el freno, el pie derecho el acelerador. Su kart se precipitó hacia delante, el motor

ansioso por tomar la pista. Drevin ya estaba muy por delante. Alex apretó los dientes y

presionó los pies hacia abajo.

De cero a sesenta en 3,8 segundos. Alex no iba tan rápido como eso en la primera práctica

del circuito, pero, aun así, la potencia del motor lo tomó por sorpresa. No había ningún

marcador de velocidad y estando tan bajo era difícil juzgar lo rápido que realmente iba.

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Supuso que estaba haciendo sobre unos sesenta y cinco kilómetros por hora, aunque

parecía ir mucho más rápido. La pista era un borrón. El circuito entero parecía haberse

encogido mientras su visión se volvía telescópica. Él vio la tribuna pasar rapidísimo. Los

mecánicos habían dejado lo que estaban haciendo y estaban viendo su progreso. Su total

concentración estaba enfocada en las manos aferradas al volante. Sus brazos estaban

temblando. Llegó a una esquina y giró el volante a la derecha. Sintió los neumáticos

deslizarse detrás de él y casi perdió el control. Estaba sobrevirando su eje. Rápidamente

corrigió el rumbo. El kart entró en la sección elevada y se encontró a si mismo elevándose.

A mitad de camino sobre el puente, la pista giraba bruscamente a la izquierda. Alex giró

bruscamente el volante y el muro de neumáticos negros centelleó al pasar. Casi los había

chocado. Ya estaba lamentando aceptar este absurdo reto. Acababa de salir del hospital.

Un error a esta velocidad y estaría justo de vuelta.

Completó su primera vuelta al circuito y comenzó otra. No había señales de Drevin, y

Alex se preguntaba si se había salido de la pista. Entonces hubo un ruido detrás de él y el

ruso le superó, con el rostro oculto bajo el casco de color negro. Había conseguido hacer

dos circuitos completos en el momento en que Alex había hecho uno y medio. Estaba

claro que no iba a haber competencia si Alex no pisaba con el pie el acelerador. ¿Cómo de

rápido había dicho Paul que los karts podrían ir? A ciento sesenta kilómetros por hora.

¡Una locura!

Y allí estaba Paul, colocado en la tribuna, con una bandera a cuadros en la mano. Drevin

había reducido, esperando que Alex le alcanzara. La carrera estaba a punto de comenzar.

Bueno, al menos Alex había tenido la oportunidad de probar las peores esquinas y curvas.

Había comenzado a elaborar su estrategia de carrera. Y se le ocurrió que podría tener una

gran ventaja sobre Drevin. Pesaba mucho menos que él. Eso le daría ventaja a la hora de la

velocidad.

Pero no había tiempo para pensar mucho más. La bandera cayó. Ellos salieron disparados.

Sesenta y cinco kilómetros por hora, setenta, ochenta. A pocos centímetros sobre el

aspecto borroso de la pista, Alex apretó el pie derecho como tenía que hacer y sintió la

explosión de potencia detrás de él. Rápidamente se encontró con Drevin. Llegaron a una

curva. Drevin la tomó firmemente, por el interior. Alex se lanzó por el exterior y de pronto

se encontraba encabezando la carrera mientras gritaba a través del túnel. Así que él tenía

razón: su peso sería la diferencia fundamental. Ahora todo lo que tenía que hacer era

mantenerse a la cabeza durante las próximas dos vueltas y ganaría.

Él acababa de comenzar la segunda vuelta cuando su kart se tambaleó. Por un momento,

Alex pensó que el motor había fallado. Luego pasó otra vez, más fuertemente esta vez. Se

sintió siendo empujado hacia atrás en su asiento y los huesos de su cuello se sacudieron.

Los neumáticos se torcían y tenía que luchar por mantener el control. Una tercera

sacudida. A esta velocidad se sentía como si hubiera sido golpeado por un martillo. Miró

hacia atrás y se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Drevin lo estaba golpeando por

detrás. Estaba siendo muy metódico con ello, él no estaba tratando de adelantarlo. Iban a

más de ciento diez kilómetros por hora, suspendidos en medio de un marco de acero

descubierto que no ofrecía protección alguna. ¿Quería Drevin matarlos a ambos?

Alex frenó e inmediatamente Drevin se disparó hacia delante, impulsándose hacia la

sección elevada de la pista, seguido de Alex, buscando una oportunidad de deslizarse por

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delante de él. Pero Drevin estaba arriesgándose otra vez, zigzagueando a la izquierda y a

la derecha, negándose a darle cualquier espacio. Ellos bajaban rugiendo por la pendiente

y hacia la recta, y luego se sumergieron en el túnel. Después de la brillante luz del sol,

estaba muy oscuro en su interior. Alex aceleró y se equiparó con Drevin. Drevin torció el

volante y se estrelló hacia el lado de Alex.

El mundo entero saltó. Las chispas explotaron en la oscuridad mientras el metal

destrozaba el metal. Las paredes del túnel pasaban rápidamente. Desesperadamente Alex

luchó por obtener el control, y cuando los dos karts se precipitaron en la luz del día, se

quedó atrás. Una vez más Drevin tenía la delantera.

Por el rabillo del ojo, Alex vio que Paul ondeaba la bandera, señalando la tercera y última

vuelta. La carrera parecía haber durado sólo unos segundos, y parecía como si Drevin la

tuviera en el bolsillo. Alex pensó en dejarlo ir. ¿Qué importaba quién ganara? Después de

todo, esto era un juguete de Drevin. Drevin pagaba las cuentas. Podría ser educado el

perder.

Pero algo dentro de él se rebeló contra la idea. Aplastando el acelerador, instó a su kart

hacia adelante. Una vez más superó la distancia con su oponente. Ahora los dos karts

estaban uno al lado del otro, subiendo por la rampa por última vez. Alex vio a Drevin

echarle un vistazo y luego a su volante. Alex comprendió de inmediato lo que estaba

haciendo: ¡Drevin estaba tratando de golpearlo en los neumáticos y llevarlo hasta el

borde! Fue un momento horrible, Alex se vio a sí mismo dando un salto mortal hacia los

lados en su kart. Vio el mundo que giró al revés y oyó el chirrido del metal al golpear el

suelo de la pista. ¿Realmente le mataría Drevin sólo para ganar una carrera? Sus nervios le

gritaron. ¡Detente ahora! Esta era una estupidez. No tenía nada que demostrar.

Drevin se estrelló contra él. Eso fue todo. No había manera de que Alex fuera a dejar que

el multimillonario ruso ganará. Tocó el freno, como si aceptará la derrota. Drevin se

disparó hacia delante, girando en la esquina. Entonces Alex aceleró. Pero no giró el

volante. En su lugar, se dirigió directamente al muro de neumáticos. Los golpeó de frente

y, gritando en voz alta, se elevó en el aire. Por un breve momento estuvo suspendido en el

espacio. Neumáticos negros cayendo en cascada a su alrededor, girando como monedas

de gran tamaño. Luego él estaba cayendo. El asfalto se apresuraba a darle la bienvenida.

Hubo un crujido de huesos mientras salía a la pista más adelante, y Alex se estrelló contra

su asiento. El volante se retorcía en sus manos, tratando de alejarse mientras luchaba por

mantener el control. De alguna manera el kart siguió su camino. Los neumáticos

rebotaron por todos lados y se vio obligado a girar bruscamente. Pero lo había hecho.

Había pasado la esquina y ahora estaba diez metros por delante de Drevin.

El túnel se extendía frente a él. Él gritó en la oscuridad y salió por el otro lado,

atravesando la línea de meta de la carrera. Apretó los frenos. Demasiado duro. El kart viró

en redondo en un giro incontrolable y se detuvo. El motor se paró. Pero la carrera había

terminado.

Alex había ganado.

Unos segundos más tarde, Drevin se detuvo junto a él. Se arrancó el casco. Sudaba

intensamente, tenía el pelo pegado a su cuero cabelludo. Estaba furioso.

—¡Hiciste trampa! —exclamó—. Te has saltado parte de la pista.

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—Usted me empujó —protestó Alex—. No fue mi culpa.

—¡Corramos de nuevo!

—No, gracias —Alex se había quitado el casco, contento de sentir la brisa en su rostro—.

Fue muy divertido, pero creo que ya he tenido bastante —Salió del kart. Los mecánicos

apostados al lado de la pista, se preguntaron si debían acercarse.

Paul llegó, todavía llevando la bandera. —¡No puedo creer lo que acabo de ver! Eso fue

increíble, Alex. ¡Pero podría haberte matado!

—La carrera no es válida —dijo Drevin—. ¡No perdí!

—Bueno, no ganaste tampoco —murmuró Alex.

Paul se quedó allí sin poder hacer nada, pasando su mirada de uno a otro. Drevin lo

consideró por un momento, luego sacudió la cabeza lentamente. —Fue un empate —

murmuró. Luego se volvió y se alejó.

Alex lo vio alejarse. —Veo lo que quieres decir —murmuró—. A él realmente no le gusta

perder.

Paul se volvió hacia Alex, su expresión era seria. —Debes tener cuidado, Alex —

advirtió—. No lo hagas tu enemigo —corrió detrás de su padre.

Alex se quedó de pie, solo.

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Capítulo 10

Tiempo de Compensación

Traducido por Anne_Belikov

Corregido por Xhessii

Para el sábado, la carrera parecía haber sido olvidada. Nikolei Drevin estaba de buen

humor mientras esperaba por otro de sus Rolls Royce (éste era uno plateado) para ser

llevado a la ronda de la puerta principal. Era un día importante para él. Stratford East, el

equipo que había comprado por veinte millones de libras, estaría jugando contra el

Chelsea en la Liga Premier y, aunque habían sido derrotados tres a cero por el Newcastle

la semana pasada, Drevin estaba de buen humor.

—¿Siempre apoyaste al Chelsea? —le preguntó a Alex mientras dejaban la casa.

—Sí —Era verdad. Alex había vivido sólo a veinte minutos del Stamford Bridge y había

ido frecuentemente a los juegos con su tío.

—El club estaba casi en bancarrota cuando fue comprado por Roman Abramovich —

Drevin parecía pensativo—. Me reuní con él unas pocas veces en Moscú. No nos llevamos

bien. Espero no decepcionarlos a ustedes dos hoy.

Alex no dijo nada. Había una intensidad en la voz de Drevin que sugería que, tan

preocupado como estaba, esto era más que un juego. El Rolls Royce llegó y los dos

entraron.

Paul Drevin no vendría. Él había tenido un feo ataque de asma la noche anterior, y su

doctor, quien estaba establecido las veinticuatro horas al día en Neverglade, había dicho

que necesitaba un día de descanso. Y así Alex se encontró solo con Drevin en la parte

trasera de un auto mientras eran llevados por la autopista de Londres.

—No tienes padres —dijo Drevin de pronto.

—No. Ambos murieron cuando era muy pequeño.

—Lo siento. ¿En un accidente?

—Un choque de avión —Era tan fácil para Alex repetir la mentira que el MI6 le había

dicho toda su vida.

—¿No tienes parientes?

—No. Sólo a Jack. Ella me cuida.

—Eso es muy inusual. Pero me parece que eres un chico inusual. Sería interesante, creo,

tener un hijo como tú —Drevin miró hacia fuera de la ventana—. ¿Cómo te llevas con

Paul? —preguntó.

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—Bien.

—A él le agradas —Drevin todavía estaba mirando hacia afuera, evitando los ojos de

Alex—.‖Desearía‖que‖fuera‖un‖poco‖m{s‖como‖tú.‖Parece‖tan…‖desorientado.

—Tal vez sería más feliz si le dejaras ir a una escuela normal —dijo Alex.

—Eso no es posible.

—¿Realmente crees que estaría en peligro?

—Es mi hijo —Drevin pronunció las palabras sin emoción alguna. Había traído a Paul a la

conversación. No había nada más que decir. Él forzó una delgada sonrisa a sus labios—.

Bueno, suficiente de eso —Continuó—. Mi equipo derrotará a tu equipo. Es todo lo que

importa hoy.

Una hora después, giraron en el Fulham Road y se vieron forzados a circular a paso de

tortuga a través de las miles de personas que llegaban para el juego; los fans del Chelsea

en azul, los del Stratford East en rojo y negro. Alex estaba contento de que el Rolls Royce

de Drevin tuviera ventanas polarizadas. Nadie podría mirarlos. Él había tenido que venir

al Stamford Bridge cientos de veces por sus propios pies y siempre había amado la

sensación de pertenencia, el momento en que se convertía en parte de la multitud

luchando su camino a través de la lluvia o la nieve con la esperanza de ver ganar a la casa.

Era demasiado cómodo, demasiado aislado. Se sentiría avergonzado si alguien lo veía.

Ellos giraron en un complejo de hoteles, restaurantes y clubes que habían llegado a ser

conocidos como el Chelsea Village, luego barrieron hacia los fans, siguiendo por un

estrecho pasillo en el extremo oeste. El auto se detuvo enfrente de una puerta con las

palabras: RECEPCIÓN MILENIO en plateado. Salieron.

Drevin se había puesto más tenso cuanto más se acercaban a Londres. Sus ojos y su boca

eran tres rendijas estrechas y estaba girando su anillo con bruscos, y cortos movimientos.

—Aquí está la Señorita Knight —dijo él, y Alex vio a Tamara Knight, la eficiente secretaria

personal que había conocido en el Hotel Waterfront. Estaba vestida elegantemente con

una chaqueta y una camisa, incluso aunque estaba en un encuentro de fútbol. Alex se dio

cuenta de que estaba usando aretes negros y rojos: al menos ella no había olvidado

completamente los colores de su equipo.

—Buenas‖tardes,‖Sr.‖Drevin,‖Alex…‖—asintió a ambos—. El almuerzo será servido en el

tercer piso. Tengo sus entradas —les dio dos entradas marcadas como ACCESO TOTAL +

T.

—¿Qué es la T? —preguntó Alex.

—Presumo que significa que pueden ir a través del túnel —explicó Tamara. Sonaba

desinteresada—. En realidad pueden ir a donde quieran, excepto al campo —se volvió

hacia el Sr. Drevin—. Buena suerte esta tarde —dijo.

—Gracias, Señorita Knight.

Entraron en lo que podía haber sido el vestíbulo de un club muy elegante, con un

escritorio de madera oscura y un amplio corredor con dos elevadores de gran tamaño. Un

guardia de seguridad uniformado y una recepcionista los miró mientras Tamara llamaba

al elevador. Viajaron en silencio hasta el tercer piso.

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Alex se dio cuenta de que estaba entrando en terreno sagrado. Aquí era donde los

directores, presidentes y patrocinadores venían. Normalmente a él no se le habría

permitido acercarse.

Sin embargo, todavía se sentía disgusto. Drevin podría haber olvidado la carrera de go-

carts, pero no lo había hecho. Le parecía a Alex que cuanto más conocía sobre él, menos

atractivo se volvía. Un hombre absolutamente maravilloso. Así era como Crawley lo había

descrito. Bueno, el MI6 había dicho lo mismo sobre Damian Cray. Alex sabía que Drevin

era un mal perdedor, y que tenía sentimientos oscuros sobre el encuentro que no podía

quitarse de encima.

—¿Qué te está pareciendo tu estadía con el Señor Drevin? —preguntó Tamara.

—Está bien.

—Espero que te estés manteniendo lejos de los problemas.

¿Estaba ella tratando de decirle algo? Alex examinó los atractivos ojos azules, pero no

había nada en ellos.

Las puertas del elevador se abrieron y ellos caminaron dentro de un corredor con paneles

de madera oscuros y en un comedor con un buffet a un lado. Los meseros circulaban

alrededor con champaña. A diferencia del resto del complejo, la habitación estaba pasada

de moda, con una serie de ornamentadas ventanas de cristal ahumado. Las dos

televisiones de pantalla ancha montadas en los muros, podrían pertenecer al siglo

diecinueve.

Drevin aceptó una copa de champaña y se sentó en una de las mesas donde había cerca de

doce personas, incluyendo al presidente del Stratford East y a un par de esposas de los

futbolistas, quienes ya estaban sentadas. Había cerca de cincuenta personas en la

habitación.

Alex reconoció a un par de actores de televisión platicando con el presidente del Chelsea,

quien (a diferencia de Drevin) lucía completamente tranquilo. Una mesera le dio a Alex

un vaso de limonada y él sorbió en silencio.

Se encontró a sí mismo al lado de Tamara Knight. —¿Eres una fan del fútbol? —preguntó

él.

—No —Lucía aburrida—. Nunca he realmente entendido la obsesión de los británicos con

el fútbol. Por supuesto, quiero que gane el Señor Drevin. Pero por otro lado, no me

importa.

Alex se encontró a sí mismo irritado. Tamara parecía una modelo o una actriz. Pero estaba

determinada a actuar como una mujer de negocios de sangre fría. —¿Cómo fue que

terminaste trabajando para el Señor Drevin? —preguntó.

—Oh, una agencia me recomendó.

—¿Y lo disfrutas?

—Por supuesto. El Señor Drevin es un hombre muy interesante. —Ella no estaba

dispuesta a decir nada más y parecía aliviada cuando la puerta se abrió de repente, y una

mujer joven entró caminando. Alex tomó nota del cabello rubio, el bronceado permanente,

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el collar de diamantes y la perfecta dentadura. La reconoció al instante. Su rostro estaba

raramente ausente de los tabloides o de la pantalla de televisión.

Su nombre era Cayenne James y había sido una vez modelo y actriz. Entonces se había

casado con Adam Wright, uno de los más famosos delanteros y miembro del equipo de

Inglaterra. Wright se había apropiado de los titulares cuando Drevin había pagado

veinticuatro millones de libras para comprárselo al Manchester United; ahora era el

capitán del Stratford East. Alex no estaba sorprendido de que su esposa hubiera venido

para verlo jugar.

Él la observó mientras ella iba hacia Drevin y besaba el aire próximo a sus mejillas, luego

se sentó y pidió champaña. La conversación en la habitación se había detenido cuando

ella entró y Alex era capaz de oír su primer intercambio.

—¿Cómo estás, Niki? —Ella tenía una alta voz de colegiala—. Perdón, he llegado tarde.

Acabo de hacer estallar Harrods mientras estaba de camino.

—¿Estaba tu esposo contigo?

—¡No, no te preocupes! —Ella se rió—. Adam ha estado concentrándose en el gran juego.

Nunca me acompaña de compras cuando hay un juego en camino…

Más comida fue servida. Alex se sentía increíblemente fuera de lugar. Lamentaba que

Paul no hubiera podido venir. Eran las dos y media. Él deseaba que el juego comenzara.

Media hora más tarde lo hizo. Las ventanas de vidrio y las puertas se abrieron y todo el

mundo salió. Alex fue con ellos, emergiendo en un stand con cerca de cien asientos, uno

muy alto, exactamente opuesto al túnel. Y en ese momento fue capaz de olvidarse de

Drevin, Neverglade, los go-carts y el resto de ello. La magia del estadio, momentos antes

de que se pateara el balón, lo abrumó.

El Stamford Bridge tenía lugares para más de cuarenta y dos mil espectadores y hoy, en la

brillante luz de la tarde, todos los asientos estaban llenos. La música golpeaba fuera de las

bocinas, luchando con los fans, quienes ya estaban de buen humor. Alex observó como un

mexicano comenzaba la ola en un enorme círculo enfrente de él. Él había estado sentado

en el asiento A10, perfectamente situado entre las dos porterías. No había policías a la

vista. El Chelsea tenía su propio ejército pero no parecía que nadie estuviera de humor

para los problemas.

Hubo un rugido y los dos equipos emergieron, formando dos líneas, cada uno de ellos

acompañado por un niño pequeño. El árbitro y los dos asistentes se unieron a ellos.

—Estarás a mi lado —anunció Tamara.

Alex se sentó. Estaba determinado a disfrutar la siguiente hora y media.

Pero era obvio, casi desde antes de que el balón fuera puesto en marcha, que este iba a ser

un juego rudo y no uno amistoso. Después de sólo diez minutos, uno de los jugadores del

Chelsea estaba en el suelo por una fea tacleada que inmediatamente le dio al Stratford

East una tarjeta amarilla. Era la primera de muchas. El Chelsea dominó la primera mitad,

y de no ser por el trabajo duro del portero del Stratford pronto habría tomado la

delantera. Luego, media hora después, el extremo derecho tomó el balón y lo envió en un

centro perfecto al área de penaltis, un segundo después se había dirigido a la portería. La

multitud rugió, los altavoces sonaban. Uno a cero para el conjunto local, y sólo cinco

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minutos después el capitán del Chelsea batió a dos defensas y lanzó el balón al fondo de

la red.

Stratford East se fue al descanso con dos goles en contra.

Había más tragos servidos en el comedor durante el medio tiempo, pero Alex tuvo

cuidado de evitar a Nikolei Drevin. Recordaba cómo había estado de molesto al final de

su carrera. Esto era mil veces más humillante. El juego estaba siendo televisado en todo el

país. Drevin había gastado una fortuna considerable construyendo su equipo. Y el hecho

de que estaba siendo derrotado por el Chelsea (propiedad de otro ruso) lo hacía todo

peor.

Cayenne James no ayudó. —Olvídalo, Niki —dijo ella en su voz tonta y muy ruidosa—.

No está terminado todavía. Estoy segura de que Adam estará hablando con los chicos en

los vestidores.

—Sería genial si tu esposo tocara el balón —replicó Drevin. Tenía una copa de champaña,

pero estaba sosteniéndola como si fuera veneno.

—Parece un poco cansado hoy. Tal vez esté guardando su fuerza para la segunda mitad.

En realidad, Adam Wright era apenas visible cuando el juego regresó, y Alex se preguntó

por qué el entrenador no lo sacaba. Él estaba jugando en el mediocampo pero nunca

pareció acercarse al balón, y cuando tomó posesión de él no creó ni una sola oportunidad.

Alex sabía que el capitán del Stratford East había tenido mala publicidad con la prensa.

Nunca debió haber salido del Manchester United. Pasaba más tiempo modelando ropa y

promocionando cremas de afeitar que jugando fútbol. Sus últimas actuaciones para

Inglaterra habían sido lamentables. La mitad del país estaba en su contra y quizá ahora

eso estaba afectando su juego.

El próximo gol, cuando vino, fue más casualidad que otra cosa. Hubo un enfrentamiento

desordenado enfrente de la portería del Chelsea y por un momento la pelota fue invisible.

Entonces un jugador del Stratford East la empujó con su pie. La pelota rebotó en el muslo

de otro jugador y navegó pulgadas lejos de los dedos extendidos del portero del Chelsea.

No fue bonito, pero hizo que el marcador estuviera dos a uno con quince minutos por

jugar.

Después de eso, el Chelsea raramente perdió el control del balón y Alex se encontró

deseando que mantuvieran su ventaja hasta el pitido final. Sabía que no era agradecido

por su parte; estaba aquí como invitado de Drevin. Pero el Chelsea era el mejor equipo y

él‖ había‖ sido‖ un‖ “azul”‖ toda‖ su‖ vida.‖Mantuvo‖ sus‖ emociones‖ para‖ sí‖mismo,‖ aunque‖

resistiendo la tentación de unirse a los fans que apoyaban a su equipo.

Tiempo completo. Parecía que el Chelsea tenía el triunfo en la bolsa. Pero entonces, de

ninguna parte, tres minutos dentro del tiempo de reposición vino una oportunidad para

igualarse: una falta dentro del área de penalti del Chelsea. Uno de los jugadores del

Stratford cayó, agarrando su pierna en agonía y a pesar de que Alex sospechaba que

estaba fingiendo, el árbitro le creyó. Hubo un estallido de silbato. Otra tarjeta amarilla. El

rugido de incredulidad de la multitud. Pero Stratford East había conseguido el penalti.

Tendría que ser el último disparo del juego.

Adam Wright se adelantó para cobrarlo.

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No podía fallar. Había cobrado penaltis para Inglaterra incontables veces. Alex lo había

observado cobrarlos brillantemente contra Portugal en la pasada Copa de Europa,

disparando la pelota dentro de la red con una facilidad asombrosa. Seguramente haría lo

mismo ahora.

Un peculiar silencio había descendido sobre el estadio. Después de hacer mucho ruido,

era sorprendente que más de cuarenta y dos mil personas pudieran quedarse tan

tranquilas. Alex miró a Drevin sentado a cuatro asientos de distancia. El cuerpo entero del

hombre estaba tenso pero tenía algo cercano a una sonrisa en su rostro. Él sabía que no

había forma de que Stratford East pudiera ganar este juego. Pero un empate sería

suficiente. No había humillación en un empate.

Adam Wright puso la pelota en la línea de penalti.

Los otros jugadores del Stratford East se alinearon detrás de él. El portero del Chelsea

estaba en cuclillas, frotándose las manos. El momento parecía estirarse una eternidad. La

multitud contuvo su aliento colectivo.

Adam Wright pasó sus manos por su cabello. No había pasado mucho de esta temporada

con sus luces rubias. El árbitro hizo sonar su silbato. Hubo un solo, cortó disparo. Wright

corrió hacia adelante casi perezosamente y pateó.

Alex observó con incredulidad.

Algo había ido terriblemente mal. El portero se había equivocado y se había tirado a la

izquierda, pero el balón no había ido cerca de la portería. Una porción de hierba y lodo

navegó en una dirección mientras la pelota se elevaba en otra, pasando por lo menos un

metro encima del arco. Adam Wright se dio cuenta de lo que había pasado e, incluso en la

distancia, Alex pensó que podía ver el shock en sus ojos. Entonces, lentamente, todos

parecieron descongelarse. El portero se levantó, golpeando el aire con ambos puños. Los

otros jugadores del Stratford East se quedaron de pie donde estaban, atónitos. Los fans

del Chelsea rugieron de alegría; los visitantes se sentaron en paralizado silencio.

¿Y Drevin? Se había vuelto pálido. Sus manos se apretaron; sus ojos estaban vacíos.

A pocos asientos de él, Cayenne James rió nerviosamente. —¡Oh, querido! —chilló.

Drevin se volvió para mirarla y Alex pudo ver que él trataba de no mostrar el disgusto en

su rostro.

Y eso fue todo. El árbitro ni siquiera se molestó repitiendo el tiro. Sopló el silbato y los dos

equipos se reunieron, estrechando sus manos e intercambiando camisetas. Más música

golpeó las pantallas brillando con el resultado final. 2-1 Chelsea. Los guardias

reaparecieron y la multitud comenzó a abandonar el estadio.

Drevin de pronto estaba demasiado solo. Cuando Alex miró, él hundió una mano en el

bolsillo de su pantalón y sacó un celular. Presionó el botón de marcación automática y

habló brevemente. Alex tuvo la sensación de que estaba hablando en ruso, pero aunque

hubiera estado hablando en inglés, no habría sido capaz de oírlo por encima del bullicio

general. El rostro de Drevin no tenía color. Lo que sea que estuviera diciendo, Alex

dudaba que estuviera enviando un mensaje de felicitación a su equipo.

Drevin dejó el celular y se levantó. Pareció ver a Alex por primera vez.

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—Lo siento —murmuró Alex. No sabía qué decir.

—Habrá otros juegos. —La voz de Drevin era grave—. Si no te importa, Alex, le pediré a

la Señorita Knight que te acompañe a casa. El chofer está esperando afuera. Tengo

algunos negocios que atender.

Tamara asintió. —Como usted diga, Señor Drevin.

Drevin regresó al comedor. Alex dio una última mirada al estadio, al gran rectángulo de

brillante césped verde, a los espectadores saliendo. Sabía que era poco probable que

obtuviera esta vista del Stamford Bridge otra vez.

Algo captó su atención.

El sol brillando sobre alguien. Alguien de la multitud.

No. Era imposible.

Alex miró de nuevo, a continuación se apresuró escaleras abajo hacia el borde de la

terraza y miró más detenidamente, buscando con los ojos en la multitud. Sabía lo que

había visto. Aunque esperaba estar equivocado.

No lo estaba.

Diente de Plata estaba de pie en el borde del terreno de juego. Alex lo miró, sorprendido.

El hombre que había noqueado con el desfibrilador y que había estado con Fuerza Tres

cuando había sido interrogado estaba ahí ¡en la multitud! Había estado viendo el partido

como si fuera lo que hiciera el sábado por la tarde cuando no estaba secuestrando gente.

Alex vio como deslizó algo en el bolsillo de su chaqueta y se movió lentamente hacia la

tribuna sur.

Tamara Knight lo llamó. —¿Alex?

¿Qué debía hacer? Alex no quería involucrarse más con Fuerza Tres. Él quería un día de

descanso, de recuperación. Pero no podía sólo dejar que el hombre se fuera.

Tomo su decisión. Se volvió y corrió pasando a Tamara. —¡Te veo en el auto! —gritó.

Y entonces se había ido, a través de las puertas del comedor, buscando el camino de

regreso hacia abajo.

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Capítulo 11

El Asesino Azul

Traducido por TheNightPrincess

Corregido por Silvery

La Fuerza Tres estaba aquí, en Stamford Bridge. Cuando Alex salió al aire libre, supo que

no habían venido a ver el partido de fútbol. Ya habían atacado a Drevin una vez, a través

de su hijo. ¿Era posible que fueran a intentarlo de nuevo, esta vez centrándose en su

equipo de fútbol?

Alex llegó al borde del terreno de juego y miró a su alrededor. La multitud iba

desapareciendo poco a poco a través de las diferentes salidas, como la arena goteando de

un cubo con fugas, pero todavía debía haber por lo menos diez mil personas en el estadio.

Ahora que estaba al nivel del suelo, se preguntó si habría alguna posibilidad de detectar

de nuevo al hombre que conocía sólo como Diente de Plata.

Arriba en las pantallas de televisión gigantes, Adam Wright fue entrevistado sobre el

penalti fallado. El capitán del Stratford East tenía un rostro juvenil, podría haber pasado

por unos diecinueve años. Parecía y sonaba como si estuviera enfadado.

—... así que no sé realmente lo que pasó —decía—. Pensé que el balón se movía justo

antes de chutarlo. El suelo estaba un poco blando alrededor del punto de penalti. No sé.

Es una de esas cosas, supongo. Siempre hay una próxima vez...

Alex desvió la mirada de la imagen y fue entonces cuando lo vio. Diente de Plata llevaba

una chaqueta de color naranja de Gore-Tex. Tal vez pensó que iba a llover. Había una

gran brecha entre las gradas y el campo, y Alex vio a Diente de Plata separarse de la

multitud. Estaba caminando a propósito alrededor del frente de la tribuna Sur, no hacia

cualquiera de las salidas. Alex fue capaz de analizarle correctamente por primera vez.

Tenía unos veinte años. No era inglés. Sus ojos eran de Oriente Medio. Tenía el pelo largo

y sucio. No sólo sus dientes necesitaban atención. Alex lo siguió por detrás de la portería

y hacía el túnel de los jugadores. ¿Qué estaba haciendo ese hombre aquí? Le dio la vuelta

a la cuestión una y otra vez en su mente.

Diente de Plata alcanzó el túnel y desapareció de la vista. Alex apretó el paso, agradecido

por el pase de seguridad alrededor de su cuello. Un par de delegados le miraron mientras

pasaba pero ninguno de ellos trató de detenerlo. Se le ocurrió que Diente de Plata también

debía tener un pase. Si es así, ¿cómo lo había conseguido? ¿O simplemente lo ignoraron?

Llegó al túnel, que estaba rodeado por un mar de asientos vacíos de color azul con la sala

de prensa justo por encima. Nueve pasos conducían a una puerta de metal antiguo y

alambre. En circunstancias normales, Alex habría dado cualquier cosa por estar aquí.

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Había visto a su equipo salir infinidad de veces justo por donde estaba él de pie. Podía

imaginar los miles de espectadores, oír los cantos y las palmas hinchándose en un rugido

de entusiasmo mientras los jugadores aparecían. Esto era realmente la boca del león. Pero

no podía sentir ninguna emoción. A pesar de todas sus resoluciones, Alex sabía que

estaba en problemas una vez más. Los problemas, al parecer, simplemente no lo dejaban

ir.

Alex entró en una zona moderna, sorprendentemente vacía con un techo tan bajo que era

opresivo, y baldosas de color gris en el suelo. No había ni rastro de Diente de Plata. Había

un par de relucientes bandejas de plata y un banco donde los jugadores lesionados podían

recibir fisioterapia inmediata. El aire era frío y estéril, reciclado sin cesar por un potente

sistema de aire acondicionado. Todo olía a nuevo, y Alex recordó que el propietario del

Chelsea había gastado cientos de miles de libras reformando el lugar. Abrió una puerta y

se encontró mirando a la sala de prensa, un espacio rectangular con una veintena de

asientos frente a una estrecha plataforma. Los periodistas ya se habían ido. Había una

habitación exterior con dos paredes cubiertas de anuncios colocados cuidadosamente y

reconoció el lugar donde Adam Wright había sido entrevistado sólo unos pocos minutos

antes.

Lo intentó con otra puerta. A medida que la entreabría, escuchó voces que venían desde el

interior. Una de ellas le era muy familiar. Aguantó la puerta entreabierta y miró dentro.

Sí. Chaqueta de Combate estaba allí. La última vez que Alex le había visto, le había estado

disparando con una pistola FP9 una sola vez, bloqueando su fuga de un edificio en

llamas. Ahora estaba de pie, de espaldas a la puerta, con las manos en las caderas. Diente

de Plata y Anteojos estaban con él. Estaban rodeando a un cuarto hombre que estaba

sentado en un banco, con una toalla envuelta alrededor de la cintura.

Era Adam Wright. Este era el vestuario del equipo visitante. Mirando a través de la

estrecha grieta (Alex no se atrevió a abrir la puerta más ampliamente) vio los bancos

acolchados azules, los armarios, la máquina expendedora llena de agua y Lucozade, las

duchas ultra-modernas y los aseos al otro lado. El techo era bajo también en este caso.

Alex casi podía sentir el peso de los asientos situados directamente sobre su cabeza.

El capitán del Stratford East era el único jugador en la sala. Los demás debían haberse ido

mientras él estaba siendo entrevistado, saliendo tan rápido como podían, después de

perder el partido. Adam Wright estaba mirando a los tres hombres elevándose sobre él.

Estaba claramente sorprendido de verlos.

—Si no les importa —dijo—, estaba a punto de darme una ducha. No solemos tener

visitas en los vestuarios de los jugadores.

—Nosotros representamos a los fans del Stratford East Club —dijo Chaqueta de

Combate—. Y tenemos algo para ti.

—Un regalo de agradecimiento — agregó Anteojos—. Eso es. Para darte las gracias por

todo lo que has hecho por el equipo.

Chaqueta de Combate sacó una caja de plástico sellada de su bolsillo y se la tendió.

Adam Wright la tomó.

—Bueno, eso es muy amable de su parte. Pero si no les importa, lo abriré más tarde.

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—Preferiríamos que lo abrieras ahora.

Alex estaba a sólo unos metros de distancia del capitán del Stratford East, que estaba

sentado frente a él. Vio cómo el jugador abría la caja y sacaba un medallón de oro con una

cadena. Era un regalo apropiado. Adam Wright llevaba más joyas que la mayoría de las

mujeres: pendientes, pulseras y un collar diferente cada día de la semana. Pero nada de

esto tenía sentido. Los tres hombres en el vestuario eran asesinos. ¿Qué estaban haciendo

ofreciendo regalos a un futbolista que había jugado sólo un juego?

—Es muy bonito —dijo el capitán del Stratford East, sosteniendo el medallón. Era

redondo y grueso, del tamaño de un mini disco. Había una figura grabada en la parte

delantera. Él mismo, llevando un balón a la red—. ¡Es genial! —exclamó—. ¿Pueden

decirle a los fans que, ya saben, lo agradezco mucho?

—¿No te lo vas a poner? — le preguntó Chaqueta de Combate.

—¡Claro! —Wright lo deslizó sobre su cabeza. El medallón se apoyaba en su pecho

musculoso—. Es bastante ligero. ¿De qué está hecho?

—Cesio —dijo Chaqueta de Combate.

Adam Wright se quedó en blanco.

—¿Es eso raro?—le preguntó.

—Oh, sí. Adquirirlo puede ser un asesinato...

Algo dio un empujón a la parte posterior del cuello de Alex. Alex dio un paso hacia atrás,

permitiendo que la puerta del vestuario se cerrase, y no oyó nada más de la conversación.

Hay algo en el toque de un arma que es inconfundible. No es sólo la frialdad del metal, es

el susurro de la muerte que viene con él. Muy lentamente, Alex se dio la vuelta. Vio el

arma en dos manos juntas, una de ellas envuelta en vendas. Sabía que el hombre que la

aguantaba se había roto por lo menos un par de dedos. Alex le recordaba de la cámara de

resonancia magnética en St. Dominic. Era bajito y fuerte. Alex le había apodado Reloj de

Acero, pero el reloj ya no estaba allí. Debió romperse cuando el hombre se estrelló contra

la máquina de MRI. Alex estaba un poco sorprendido de que no hubiera sucedido lo

mismo a su cuello.

—¡Tú! —Reloj de Acero se sorprendió al ver a Alex.

Alex levantó las manos.

—¿No creo que usted tenga la hora? —le preguntó.

Reloj de Acero hizo una mueca. Él parecía inseguro sobre qué hacer. Había estado a punto

de entrar en el vestuario, los demás miembros de la Fuerza Tres estaban esperándole. Pero

tenía una cuenta personal que saldar con Alex.

Él tomó una decisión.

—Tú y yo vamos a salir en silencio juntos —ordenó—. Voy a caminar detrás de ti. El arma

nunca estará a más distancia que unos pocos centímetros de ti. No vas a hablar, ni te

detendrás. Si intentas algo, lo que sea, te pondré una bala en la columna. ¿Lo entiendes?

—¿A dónde vamos?

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—Hay una furgoneta. Te la voy a enseñar. Ahora muévete.

Alex no tenía otra opción. Podía ver que Reloj de Acero quería decir exactamente lo que

dijo. Iba a obligarlo a salir del estadio y a convertirlo en un prisionero por segunda vez.

Alex sabía que si se metía en la camioneta, estaba muerto de todos modos. Ambos,

Chaqueta de Combate y Reloj de Acero, tenían una cuenta pendiente con él. Eran adultos.

Asesinos profesionales. Él era un niño. Pero les había golpeado dos veces. Iban a disfrutar

haciéndoselo pagar.

Reloj de Acero hizo un gesto con su arma y Alex caminó por un pasillo que se alejaba del

túnel. Se había dado cuenta de que el hombre llevaba un pase de seguridad como el suyo.

Tenía que ser falso. No había nadie alrededor, pero incluso si uno de los comisarios

hubiera aparecido, no había nada que Alex pudiera hacer. Si pidiera ayuda, Reloj de

Acero lo mataría y después correría. Todavía había cientos de personas alrededor de

Stamford Bridge, y sería fácil desaparecer en la multitud.

Brevemente Alex pensó en Adam Wright y se preguntó qué estaba pasando en el interior

del vestuario. Pero no había nada que pudiera hacer por el jugador de fútbol. Estaba más

preocupado por sí mismo.

Salieron del edificio. El soporte del este estaba detrás de ellos, las gradas inclinadas en un

ángulo del suelo. Había un muro alto delante. Alex sabía que el tren corría detrás de la

pared, que se había construido para protegerse del ruido. Al otro lado de las pistas había

un cementerio. Alex había estado allí cuando su tío, Ian Rider, fue enterrado. Tenía que

pensar. Si no hacía algo pronto, bien podría terminar uniéndose a él.

Reloj de Acero clavó la pistola en la parte baja de su espalda, haciéndole daño

deliberadamente. Había visto a un par de los policías de pie al otro lado de la puerta que

conducía a Fulham Road. Había una cola interminable de gente filtrándose lentamente

por las puertas. Los bares, restaurantes y hoteles estaban abiertos. Alex hizo una pausa.

No podía creer que fueran a caminar por el centro de todo.

Reloj de Acero sintió su vacilación.

—Vamos a empezar a caminar ahora —siseó—. Recuerda. La pistola está fuera de la vista.

Habrá un tiro y nadie sabrá de dónde vino. Estarás acostado en la cuneta y me habré ido.

Atraviesa la puerta y a través de la carretera. Te diré dónde ir después de eso.

Alex comenzó a caminar con la pared a su izquierda. Dio la vuelta a la esquina y vio las

taquillas y la tienda de suvenires, justo delante. Los fans del Stratford East parecían haber

desaparecido, llevándose su decepción con ellos. Pero los seguidores del Chelsea no

tenían prisa. Era una tarde templada y éste era un lugar para ir, encontrándose con

amigos, saboreando la victoria. Alex sabía que su situación podría empeorar con cada

paso que daba. Aquí mismo, ahora, debía haber algo que pudiera hacer. Allí estaban los

dos policías, charlando juntos, sin saber que algo estaba mal. Habría decenas más en la

calle Fulham. Pero una vez que Alex se alejase de la multitud, estaría totalmente expuesto.

Reloj de Acero había mencionado una camioneta. Alex imaginó la puerta de acero

cerrándose detrás de él. En ese momento estaría tan bien como un muerto.

Tenía que hacer algo ahora, antes de que fuera demasiado tarde. Miró por encima del

hombro. Reloj de Acero estaba siendo cuidadoso, manteniendo una distancia segura entre

ellos. El hombre tenía las manos metidas debajo de su chaqueta. Ni siquiera parecía que

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los dos estuvieran juntos, pero Alex sabía que el arma estaba apuntándole a él. Si

intentaba algo, Reloj de Acero dispararía a través de la tela. No podía hablar, no podía

girarse. Tenía que mantenerse en movimiento.

Las puertas estaban cada vez más cerca. Fulham Road estaba más allá. Uno de los policías

estaba dando instrucciones a alguien. Pero ellos no iban a ayudarle. ¿Y la gente? Delante

de él, junto a la salida, alcanzó a vislumbrar un destello de rojo y negro. Dos hinchas del

Stratford East con las camisetas del equipo. Uno de ellos era un cabeza rapada con

pequeños ojos rojos, y la cara ruborizada y con marcas de viruela. Estaba frunciendo el

ceño a los aficionados del Chelsea que salían y Alex pudo ver que le encantaría causar

problemas. Él se balanceaba sobre sus pies. Probablemente había estado bebiendo. Pero

había muchos policías alrededor. Lo único que tenía era la actitud, y él la estaba

mostrando tanto como podía.

Alex se dirigía directamente hacia él con Reloj de Acero muy cerca. Y de repente tuvo una

idea. Reloj de Acero mantenía un ojo en cada uno de sus movimientos. Pero no podía ver

su rostro. No podía ver lo que hizo con sus manos.

Pero el hincha del Stratford East sí podía.

Alex ralentizó su paso.

—Mantente en movimiento —ordenó Reloj de Acero en voz baja, fea.

Alex se quedó mirando al cabeza rapada. Una vez había leído en alguna parte que si

miras fijamente a otra persona lo suficientemente fuerte, te notará. Lo había intentado con

bastante frecuencia cuando se aburría en clase. Ahora centró toda su atención en el

hombre incluso mientras seguía caminando hacia adelante, zigzagueando a través de la

multitud.

El hombre levantó la vista. No era telepatía; no había ninguna manera real de que pudiera

evitarlo. Alex estaba a unos quince metros de distancia, acercándose a cada momento. La

gente se cruzaba por delante de ellos (padres con sus hijos, parejas, aficionados vestidos

con la franja azul del Chelsea) pero Alex los ignoró. Sus ojos taladraron al fan de Stratford

East.

El cabeza rapada se fijó en él. Sus propios ojos se estrecharon.

La mano de Alex estaba apoyada en su pecho. Con su mirada fija en el hombre, levantó

dos dedos lenta y deliberadamente, a continuación, bajó uno de ellos. Sin ser visto por

Reloj de Acero, había indicado la puntuación: dos a uno. Y él había dejado su dedo del

medio levantado ofensivamente. Alex se burló del hincha, tratando de parecer tan

agresivo como podía. El hincha le miró fijamente. Alex repitió el signo. Este era el peor

insulto que podía lanzarle al hombre sin abrir la boca.

Alex había acertado. El seguidor del Stratford East estaba borracho. Había visto a su

equipo perder con casi tanto disgusto como Drevin mismo, y el penalti fallado en los

últimos segundos le había enfurecido. ¡Y aquí estaba un pequeño chulo cabrón, un

partidario del Chelsea, burlándose de él! Bueno, al infierno con la policía. Al infierno con

la gente. Él no se iba a quedar aquí y aguantarlo. Iba a atizarle.

Avanzaba pesadamente hacia adelante. Alex sintió un chorro de emoción al ver que su

táctica había funcionado. Detrás de él, Reloj de Acero no se había dado cuenta de lo que

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pasaba. Las cosas tenían que pasar muy rápidamente; Alex necesitaba el elemento

sorpresa.

El hincha del Stratford East se detuvo frente a él, bloqueando su camino.

—¿Cuál es tu problema? —preguntó.

Alex se detuvo, no tenía otra opción, y sintió que Reloj de Acero lo golpeaba. Ya no había

ninguna distancia entre ellos.

—Te digo que ¿cuál es tu problema?

Alex no dijo nada. Había recibido instrucciones de no hablar. En su lugar, torció el rostro

en una mueca de diversión, burlándose del hombre que estaba delante de él.

Funcionó. El seguidor lo insultó y atacó con su puño derecho. Alex se agachó. El puño

pasó cerca de su cabeza y se estrelló contra la garganta de Reloj de Acero, que había

estado de pie justo detrás de él. El arma se disparó. La bala golpeó al hincha de Stratford

East en el brazo, haciéndole girar alrededor. El pánico estalló. De repente todo el mundo

estaba gritando y corriendo, consciente de que alguien había disparado, pero sin saber

quién había disparado. Los dos policías cargaron por las puertas. Detrás de ellos apareció

un tercer policía a caballo. El caballo relinchó y se puso a empujar a través de la multitud

que se dispersaba.

El hincha del Stratford East estaba sentado en el suelo, agarrándose el brazo herido. Alex

sintió pena por él, pero no podía esperar. En el instante en que el arma se disparó, se

había lanzado, zambulléndose en la multitud, zigzagueando de izquierda a derecha, con

la esperanza de que Reloj de Acero no tuviera la oportunidad de disparar de nuevo.

Lo había calculado perfectamente. Reloj de Acero no se atrevió a probar con otro disparo.

Había demasiada gente entre él y Alex. Y no podía sacar la pistola sin llamar la atención

sobre sí mismo. Había policías por todas partes. No había nada más que pudiera hacer.

Alex siguió corriendo, más allá de la tienda del Chelsea, y en dirección a la entrada donde

el coche le había dejado antes del partido. Tamara Knight estaba allí de pie. Parecía

alarmada, y Alex se preguntó si había oído el disparo. Entonces se dio cuenta que ella lo

miraba fijamente. Ella podía deducir por su cara que algo andaba mal.

—¿Alex? ¿Qué pasa? —preguntó.

—¡Consigue ayuda! —exclamó—. Llama a la policía. Lo que sea. —Él respiró hondo—.

Tienes que enviar a alguien a los vestuarios. Adam Wright. Creo que está en problemas.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Fuerza Tres. —Era demasiado complicado de explicar. La asistente personal de Drevin

le miraba como si estuviera loco. ¿Por dónde pensaba empezar?—. Sólo confía en mí —le

rogó—. Tienes que conseguir que seguridad vaya a los vestuarios. ¡Por favor! Créeme...

Tamara le miró durante unos segundos más, resumiendo lo que él dijo. No parecía que

ella le creyera. Pero entonces asintió.

—Bueno, muy bien. Hay un mayordomo en el interior. — Se volvió y corrió de nuevo

dentro del soporte oeste.

Pero ya era demasiado tarde.

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* * * Los tres hombres habían abandonado el vestuario. Adam Wright fue por su cuenta. Tocó

el medallón nuevo que le habían dado. Tenía más de una docena de ellos, de oro y

platino. Siempre le gustaron los medallones, incluso cuando era un niño que crecía en

Essex. Pensaba que le quedaban bien.

Sin embargo, era extraño. Recibir un regalo después de un partido como este. Adam

Wright pensó en el penalti fallado mientras iba a las duchas. Por más que lo mirara, no

estaba teniendo una buena temporada. Tal vez era el momento de pensar en otra

transferencia. Tenía que ser cuidadoso. Si su juego empezaba a caer, podría perder parte

de sus contratos de publicidad y patrocinio. Y si eso sucediera, ¿cómo iba a pagar por su

próximo Ferrari?

Dejó caer su toalla. Vislumbrándose en un espejo, sonrió. Tenía un cuerpo perfecto y le

gustaba la forma en que el nuevo medallón descansaba contra su pecho. Estaba esperando

el momento de mostrárselo a Cayenne.

Encendió la ducha a tope. Agua caliente cayó hacia abajo. Entró en la ducha y el agua

golpeó su cuello y hombros. Se dio la vuelta.

Los hombres que le habían dado a Adam Wright el medallón le habían dicho que estaba

hecho de cesio. Lo que no le habían dicho era que el cesio es un metal alcalino que se

encuentra en un grupo de la tabla periódica. No se produce de forma natural. Tiene un

solo electrón en su capa externa. Y, como todos los metales alcalinos, reacciona muy

violentamente cuando se expone al agua. Al medallón se le había dado una capa de cera

para protegerlo de la atmósfera, pero la cera se estaba fundiendo en la ducha.

Adam Wright sabía que algo iba mal cuando sintió un ardor intenso. Por un momento,

pensó que el agua estaba demasiado caliente. Luego miró hacia abajo y, para su asombro,

vio una llama brillante estallando frente a él. Abrió la boca para gritar, y en ese momento

explotó el medallón de cesio. El grito murió en su garganta. Con el agua corriendo hacia

abajo, cayó de rodillas, con las manos extendidas, y por un breve instante se parecía a un

portero unos segundos después de haber dejado entrar al balón en el fondo de la red.

Luego se lanzó hacia delante y se quedó inmóvil.

Dos minutos más tarde, la puerta del vestuario se abrió de golpe y un grupo de hombres

de seguridad penetraron en él. No había nada que pudieran hacer. Adam Wright estaba

tendido en el suelo con el agua a su alrededor. El humo se elevaba por debajo de su

pecho, arrastrándose a través de sus axilas.

El capitán del Stratford East y delantero de Inglaterra había lanzado su último penalti.

Y la gente que había venido por él no había perdido.

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Capítulo 12

Fecha de Expiración

Traducido por *Nightwalker2711*

Corregido por Silvery

Al siguiente día, Alex estaba jugando al tenis de mesa con Paul Drevin. Una vez más Paul

lo estaba venciendo. La puntuación iba quince-dieciocho y era su servicio. Lanzó la bola a

la mesa, tratando de poner un poco las cosas a su favor. Paul la lanzó de vuelta. Alex fue

por el golpe y lo consiguió. La pelota pegó en la esquina de la mesa y rebotó en el palo de

Paul. Dieciséis-dieciocho. Tenía una oportunidad.

Los dos chicos estaban jugando en la habitación más extraordinaria en la que Alex había

estado. Tenía más de sesenta metros de largo y sólo seis metros de ancho, un gran tubo en

forma de cigarro con ventanas que iban en toda su extensión. Parte de la habitación estaba

alfombrada, con sillas de cuero de lujo dispuestas alrededor de una mesa de café, un

mueble bar y un televisor de pantalla plana. Luego estaba la zona de juegos: con mesa de

ping-pong, billar, PlayStation y gimnasio. Junto a ella, una pequeña pero bien equipada

cocina y, por otro lado, un área cerrada de estudio con una biblioteca, y una mesa de

conferencias donde Nikolei Drevin se encontraba trabajando.

Y todo se elevaba treinta y seis mil pies sobre el suelo.

Alex y Paul estaban camino a América, volando en el 747 privado de Drevin que había

sido adaptado a sus propias necesidades. Olvídense de estar apretados y con alimentos

cocinados en el microondas en bandejas de plástico. El interior de este avión era increíble.

Excepto por el ruido de los motores y la turbulencia ocasional, habría sido difícil para

Alex creer que estaba en el aire.

Estaba contento de estar fuera de Inglaterra.

La muerte de Adam Wright estaba en la primera página de cada periódico. También había

sido la noticia principal en todos los programas de noticias en la televisión. Esta vez, Alex

no había participado, y por eso tenía que agradecer a Tamara Knight. Sólo ella sabía que

él había visto y seguido a uno de los asesinos en Stamford Bridge, y cuando el cuerpo en

la ducha había sido descubierto, había decidido mantener esta información para sí misma.

Lo que le había dicho a Alex, había sido suficiente. Fuerza Tres ya había reclamado la

responsabilidad por el asesinato, explicando que el futbolista había sido una víctima más

en su guerra contra Drevin. ¿Qué diferencia había si Alex era arrastrado una vez más?

Tamara también iba en el avión, sentada en una de las sillas de cuero, leyendo un libro.

Alex había mirado la portada y visto el título. Estaba leyendo una historia de viajes

espaciales, obviamente, preparándose para el lanzamiento que iba a tener lugar en apenas

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tres días. Ella levantó la vista brevemente mientras él se preparaba para tomar su

siguiente servicio, luego pasó la página.

Alex perdió el saque y, dos puntos más tarde, perdió el juego. Se preguntó si ya habían

llegado a la costa de Canadá. Había pasado casi cinco horas desde que salieron de

Heathrow, y aun con todas las comodidades del 747, se dio cuenta de que estaba en un

espacio extraño, vacío, flotando en el borde del mundo entre dos zonas horarias.

—¿Tienes hambre? —preguntó Paul.

—No, gracias —respondió Alex. En el avión había un cocinero y dos azafatas, que habían

servido un desayuno de frutas frescas, café y croissants justo después de que hubieran

despegado.

—Podemos ver una película, si quieres.

—Muy bien.

Paul bajo su bate y se dejó caer en una de las sillas más cercanas.

—Es una pena que no pasemos más tiempo en Nueva York —dijo—. Realmente quería

mostrártelo. Es una excelente ciudad para pasear. Y hay buenas tiendas. Yo iba a comprar

un montón de arte.

—¿Por cuánto tiempo estaremos ahí? —preguntó Alex.

—Papá dijo que solo un día. Tiene que ver a alguna gente, e iremos directo a Bahía

Flamingo. —Paul presionó un botón en el brazo de su silla y un momento después una de

las azafatas apareció.

—¿Podemos ver una película? —preguntó.

—Por supuesto —sonrió la azafata—. Les traeré el menú. ¿Les gustaría algo de beber?

—Me gustaría una Coca-Cola. ¿Alex?

—No, estoy bien.

Alex se sentó al otro lado de Paul, evitando la vista del otro chico. Le parecía que Paul se

parecía más a su padre de lo que quizás se había percatado. A pesar de las protestas, se

había instalado perfectamente en el estilo de vida multimillonario, viajando en avión

privado, con casas alrededor del mundo y completa libertad garantizada. En ese momento

ambos deberían estar en la escuela. Alex pensó en Brookland y una gran parte de él

anhelaba estar con sus amigos, divirtiéndose y metiéndose en problemas, de vuelta al

mundo real.

Se estaba sintiendo culpable porque, aunque no le había dicho nada a Paul, ya había

tomado se decisión. Tan pronto como llegaran a Nueva York, iba a abandonar el hogar

Drevin. Sentía lastima por Paul. Poco a poco el chico parecía estar confiando en su

amistad, dándola por sentado como todo lo demás. Paul no había elegido nada eso pero

estaba atascado en ese mundo, y un día sería él quien estaría viajando alrededor del

mundo, tomando las decisiones importantes.

Pero Alex ya había tenido suficiente. Nikolei Drevin no tenía nada de lo que quería. Más

que eso, Alex se estaba poniendo cada vez más inquieto, consciente del próximo

acercamiento. Ya se había encontrado con los de Fuerza Tres dos veces. Puede que no

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fuera tan afortunado en una tercera. Lo que sea que tuvieran contra Drevin, no quería ser

parte de eso.

Y luego estaba la cuestión del mismo Drevin. Había demasiadas cosas sobre el hombre

que no cuadraban. Si estaba tan preocupado por la seguridad de Paul, ¿por qué no

colocaba algunos guardias en St. Dominic? Y, ¿era sólo coincidencia que los

secuestradores hayan llevado a Alex al edificio que Drevin, o una de las muchas

compañías de Drevin, actualmente poseía? Alex pensó en su reunión con Kaspar. El líder

de Fuerza Tres había estado a punto de cortarle uno de sus dedos, y lo hubiera hecho si

Alex no lo hubiera convencido de quien era realmente. Si Paul Drevin hubiera sido

secuestrado, lo habrían mutilado. ¿Por qué? ¿Había algún tipo de venganza privada entre

Nikolei Drevin y Kaspar que ambos hombres mantenían oculta?

Alex no confiaba en Drevin. Esa era la simple verdad. Cuando había competido con él,

Drevin había intentado matarlo. Si Alex se hubiese volcado al interior del túnel, hubiera

sido aplastado, y todo porque al ruso no le gustaba perder. Había perdido contra Chelsea,

y como resultado un hombre había muerto. ¿Era Drevin responsable por eso también?

Alex recordó verlo hablando por su móvil segundos después de que el juego haba

terminado. Y cuando Alex había visto a Diente de Plata, había estado metiendo algo en su

bolsillo. ¿Habría sido un teléfono?

¿Era posible que hubiera estado recibiendo órdenes directamente de Drevin?

Bien, lo había decidido. Tan pronto como llegaran a Nueva York, iba a llamar a Jack

Starbright, quien estaba a solo unas horas en Washington. Él sabía que estaría feliz porque

se le uniera, especialmente si ella pensaba que él estaba en peligro. Le diría a Nikolei

Drevin que tenia nostalgia por su hogar. No importaba la excusa que se inventara.

Cuando Drevin y su hijo volaran a Bahía Flamingo, estarían viajando sin él.

—¿Está todo bien, Alex?

Alex miró hacia arriba y se dio cuenta que Tamara Knight había estado examinándolo.

Todavía no la había analizado. Ella nunca había sido particularmente amigable con él y

parecía completamente devota a Nikolei Drevin. Por otra lado, por lo que él sabía, nunca

le había dicho a Drevin sobre su relación con la muerte de Adam Wright. En ese momento

ella estaba estudiándolo con recelo. Tal vez ella también estaba tratando de analizarlo.

—Estoy bien, gracias —dijo Alex.

—¿Estás esperando el almuerzo?

Alex se encogió de hombros.

—Supongo que sí.

Paul había escogido la película. Las luces en el centro de la cabina se apagaron unos

minutos después de que empezara.

Fue justo después de la una en punto, hora de Nueva York, cuando llegaron al

Aeropuerto JFK. Nikolei Drevin había salido de su estudio durante la última hora del

vuelo, dictando una carta a Tamara y charlando con Paul. Parte de la conversación fue en

ruso y Alex tuvo la sensación de que el padre y el hijo estaban hablando de él.

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El 747 llegó a la zona de espera. Mirando hacia afuera por la ventana, Alex vio una

limusina con el chofer a la espera de su encuentro. Suponía que un hombre tan rico e

influyente como Drevin no tendría que hacer cola en inmigración como todos los demás, y

tenía razón. La puerta del avión se abrió por vía electrónica y dos hombres de traje, de

aduana e inmigración, aparecieron, uno de ellos tenía un maletín de metal que contenía

un ordenador y un pasaporte con un sello antiguo.

—Buenas tardes, Señor Drevin —dijo el hombre. Era joven, bien afeitado, con cabello

corto, rubio y gafas oscuras—. Bienvenido a nueva York. —Drevin mostró su pasaporte.

El hombre lo pasó por el escáner de su ordenador sin ni siquiera mirarlo, luego selló una

de las páginas. Hizo lo mismo con Paul y Tamara. Tomó por último a Alex, miró la

fotografía y la bajó detrás de la tapa de su maletín. Por un momento quedó fuera de vista

mientras era explorada, pero luego apareció nuevamente con una cortés mirada de

asombro.

—Lo siento Señor —le dijo a Drevin—. Tenemos problemas aquí.

—¿Qué problema? —preguntó Drevin molesto.

—Este pasaporte no está actualizado. Expiró hace dos días.

—Eso no es posible. —Drevin tomó el pasaporte en sus manos. Miró la fecha de

expiración, luego a Alex—. El hombre está en lo correcto —dijo.

—No. —Alex estaba sorprendido. Era cierto que no le había echado un vistazo a su

pasaporte durante un largo tiempo, pero sólo lo había tenido por cuatro años. Había una

absurda fotografía suya de cuando tenía diez años; recordaba haber ido con Jack cuando

se la tomaron—. ¡No puede ser! —protestó.

Drevin sostuvo su pasaporte. Alex lo estudió. Era la misma foto. El terrible corte de

cabello lo avergonzó como siempre lo hacía. Estaba su firma, y el nombre y la dirección de

Ian Rider como familiar. Pero el hombre de inmigración estaba en lo correcto. Su

pasaporte había expirado el día antes de que dejara Londres.

—¿Pero cómo pudo pasar? —preguntó Alex. No podía creer que hubiera sido tan

estúpido—. ¿Por qué no lo notaron en Heathrow?

—Supongo que no lo miraron lo suficientemente cerca —dijo el americano.

—¿Qué significa eso? —preguntó Drevin. Su voz era fría.

—Bueno, Señor, de verdad lo lamento pero no podemos permitir que su invitado ingrese

en los Estados Unidos. En circunstancias normales sería enviado de vuelta a su casa, pero

supongo que podemos solucionarlo de alguna manera. ¿Por cuánto tiempo planean estar

aquí?

—Menos de veinticuatro horas —respondió Drevin—. Nos vamos mañana.

—En ese caso, podemos retener al señor Rider aquí en el aeropuerto. Será como si

estuviera en tránsito. Pueden recogerlo cuando se marchen.

—Pero el chico solo desea quedarse aquí por una noche. ¡Seguramente no puede ser una

amenaza a la seguridad Americana para que no le permitan quedarse conmigo!

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—Lo lamento mucho Señor Drevin. Es como le dije. Realmente debería estar en camino de

vuelta al Reino Unido. Le estoy diciendo las cosas como son. Pero no puedo permitir que

entre.

—No lo entiendo —dijo Alex—. Sólo lo saqué hace cuatro años. Estoy seguro. —Se estaba

sintiendo miserable. Tanto Drevin como su hijo lo miraban como si todo fuera su culpa, lo

que, suponía, era así.

—Parece que no tenemos opción en el asunto, Alex —dijo Drevin. Se volvió al oficial de

inmigración—. ¿Dónde lo retendrán?

—Tenemos habitaciones aquí en el aeropuerto, Señor. Tendrá televisión y ducha. Le

puedo asegurar que estará bien.

—Entonces parece que tendremos que recogerte mañana, Alex.

Drevin se levantó y dejo el avión. Paul y Tamara lo siguieron. La asistente no dijo nada

durante toda la discusión. Alex miró fuera de la ventada mientras entraban en la limusina.

Un momento después conducían y se encontró a sí mismo sólo con dos americanos.

—¿Tiene algún equipaje de mano? —preguntó el hombre de inmigración.

—No.

—Ok. Mi nombre es Shulsky, por cierto. Ed Shulsky. Será mejor que vengas conmigo.

Alex siguió al americano fuera hacia el asfalto, con los otros oficiales cerca de él. Había

otro auto esperándolos y Alex se subió en el asiento trasero. Shulsky tomó el asiento de

enfrente. El otro hombre se quedo atrás.

—Solo relájate. Esto no llevará mucho —dijo Shulsky.

Condujeron fuera del aeropuerto, pasando a través de una barrera doble y una puerta. Ya

lo trataban como extraño. ¿No había dicho Shulsky que iba a pasar la noche en el JFK?

Pero parecía como si se estuvieran dirigiendo a Manhattan. El conductor se unió al tráfico

de la autopista que llevaba al Puente Brooklyn y repentinamente Alex se encontró a si

mismo mirando a través del agua da la más famosa silueta del mundo. Incluso ahora, aun

en esas circunstancias, la vista no podía dejar de conmocionarlo, la magnífica arrogancia

de los rascacielos juntándose en la hacinada y caótica isla, monumento de poder y éxito

del estilo de vida americano.

Alex se inclino hacia adelante.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

—Estaremos allí pronto —respondió Shulsky.

—Pensé que había dicho que nos quedaríamos en el aeropuerto.

—Relájate, Alex. Te cuidaremos muy bien.

Alex supo que algo estaba pasando. No había nada malo con su pasaporte. Estaba seguro

de eso. Pero no había nada que pudiera hacer. Estaba encerrado en un coche al otro lado

del mundo y podría sentarse y (como dirían los americanos) disfrutar del viaje.

Miró hacia afuera por la ventana mientras cruzaban el puente y doblaban al norte,

pasando el terrible espacio vacío donde el World Trade Center estuvo una vez. Había

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visitado Nueva York un par de veces y tenia recuerdos felices de la ciudad. Ahora estaba

siendo llevado a través de Soho, en el sur de Manhattan.

El coche disminuyó la velocidad y notó una galería de arte con ventanas llenas de dibujos

animados, su nombre pintado con letras doradas sobre los vidrios. Doblaron hacia el

estacionamiento. Alex suspiró y sacudió la cabeza. Ahora sabía exactamente dónde

estaba.

En Miami se habían llamado a sí mismos Centurion International Advertising. La galería

de Nueva York se llamaba Creative Ideas Animation. Dos nombre diferentes pero las

mismas tres letras.

CIA.

El coche se acercó hasta la primera planta del garaje y se detuvo. Shulsky bajo y abrió la

puerta de Alex.

—Por aquí —anunció.

Alex lo siguió hasta una puerta de grueso metal que podría haber llevado hasta un

armario o a una sala de generadores eléctricos. Había un teclado incrustado en la pared y

Shulsky introdujo un código de siete dígitos. Hubo un zumbido y se abrió la puerta. Alex

caminó a través de un pasillo vacio con una cámara de circuito cerrado de televisión

apuntando hacia él desde arriba y hasta otra puerta al final. Se abrió mientras se acercaba.

Había una cómoda área de recepción al otro lado, y más allá de eso, las oficinas abiertas

llenas con teléfonos y ordenadores. Dos telefonistas se ubicaban detrás del escritorio

principal, y los hombres y las mujeres de traje caminaban a través de los corredores

alfombrados. Un hombre negro de cabello blanco y bigote estaba esperando para

saludarlo. Alex lo reconoció inmediatamente. Su nombre era Joe Byrne. Era el director

adjunto de operaciones en la sección de Acción Encubierta de la Agencia Central de

Inteligencia de los Estados Unidos.

—Es bueno verte de nuevo, Alex —dijo.

—No estoy tan seguro —respondió Alex. Recordó cómo su pasaporte había desaparecido

brevemente en el maletín de mano de Shulsky—. Ustedes cambiaron mi pasaporte —

dijo—. El que le mostraron a Drevin era falso. —Joe Byrne asintió.

—Ven por aquí. Déjame mostrarte mi oficina. Creo que es tiempo de que tú y yo

tengamos una pequeña conversación.

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Capítulo 13

El más Grande Criminal del Mundo

Traducido por Xhessii

Corregido por Nanis

La oficina de Dyrne era idéntica a la que había visitado Alex en Miami. Tenía los mismos

muebles ordinarios, las mismas paredes blancas, el mismo aire acondicionado encendido

en una temperatura demasiado baja. Lo único diferente era la vista. Alex se imaginó que

probablemente tenía algo similar con la más grande ciudad de Estados Unidos.

—¿Te apetece una bebida? —preguntó Byrne mientras se sentaba detrás de su escritorio.

—Un poco de agua, gracias —Había un par de botellas en el aparador. Alex la tomó.

—Es bueno verte otra vez, Alex —Byrne sonaba cansado. Se miraba como si no hubiera

dormido por una semana—. Nunca fui capaz de agradecerte por el trabajo que hiciste

para nosotros en Skeleton Key.

—Siento lo que les pasó a tus agentes.

—Tom Turner y Belinda Troy. Sí, fue muy malo. Lamenté mucho perderlos. Pero no fue

tu culpa. Hiciste un excelente trabajo —Byrne corrió sus ojos por Alex—. Te ves en buena

forma —continuó—. Lamenté mucho escuchar que fuiste herido en Londres. Le dije a tu

Jefe, Alan Blunt, que no era una buena idea que un chico estuviera involucrado en ésta

clase de trabajo. Por supuesto, nunca me escuchó. Nunca lo hace. De cierta manera, ése es

el por qué de que estés aquí.

—¿Por qué estoy aquí?

—Tenemos que alejarte de Drevin sin alertarlo del hecho de que la CIA está involucrada

—explicó Byrne—. Como dijiste, el cambió tu pasaporte, así que ahora cree que estás

atrapado por la aduana e inmigración. Eso nos da una oportunidad de hablar. De hecho,

esperaba bastante que fueras capaz de ayudarnos.

—Olvídelo, Señor Byrne —Alex sacudió su cabeza—. Ya tomé una decisión desde antes

que aterrizáramos. No quiero hacer nada con Drevin. Así que si no le molesta ponerme en

un avión para Washington, le diré adiós.

—¿Washington? —Byrne alzó una ceja—. Es gracioso que menciones eso. Me temo que no

puedes simplemente salir caminando de aquí, Alex. Aparte de todo lo demás, eres un

inmigrante ilegal, ¿lo recuerdas? —Rápidamente alzó una mano con un gesto

conciliatorio—. Sólo escúchame. Lo que tengo que decir probablemente sea de interés

genuino para ti. Y cuando haya terminado, puedes decirme lo que pienses. La verdad es,

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que ahora estás en una singular situación. Puedes ser muy útil para nosotros. Y no tienes

idea de que tan grande es la apuesta.

Alex suspiró. —¿Dónde había escuchado eso antes? —Abrió la botella de agua y se sentó

del lado opuesto del hombre de la CIA—. Bien. Continúe.

—Bueno, como seguramente te imaginas, todo esto es por Drevin —comenzó Byrne—.

Nikolei Vladimir Drevin. Por nuestra cuenta, él es el cuarto o quinto hombre vivo más

rico y, por supuesto, los británicos simplemente lo aman. Compró un equipo de fútbol; es

un gran hombre de negocios; le da dinero a la caridad. Y está Ark Angel. Gracias a él,

ustedes los británicos van a monopolizar el Mercado del turismo especial, y ése es un

premio que vale la pena tener. Pero me temo que no es tan fácil como eso. Como ves, por

los últimos dieciocho meses la CIA y el Ministerio del Estado ha estado investigando a

Drevin, y hemos descubierto que él no es lo que parece. Estoy hablando de crimen

organizado, Alex. Y todo conduce directamente hacia él. Para ponerlo en una palabra,

creemos que es el más grande criminal del mundo.

Byrne hizo una pausa. Alex no mostró reacción alguna. Después de todo lo que había

pasado, no era tan fácil de sorprender.

—Es complicado —continuó Byrne—. Y aunque has volado hasta aquí en el palacio

celestial de Drevin, creo que estás desfasado por el horario. Así que te lo daré en líneas

generales. Para entender a Drevin, tienes que volver a la caída de la Unión Soviética a

inicios de los noventas. El Comunismo había finalizado y todo el país estaba buscando un

nuevo inicio. Pero había un problema. El nuevo Gobierno Ruso estaba en bancarrota.

Necesitaba seriamente dinero y decidió vender todos sus activos, es decir, sus centros de

manufactura de automóviles, sus plantas hidroeléctricas, sus aerolíneas y (lo más crucial

de todo) sus yacimientos petrolíferos. Los vendieron baratos, incluso por una fracción de

su valor real. No tenían opción, porque necesitaban dinero rápido y lo necesitaban tener

en sus manos. Los siguientes años un nuevo grupo de hombres de negocios aparecieron.

Estaban en el lugar correcto, a la hora correcta y vieron que ésta era una fantástica

oportunidad. Esta gente no se iba a convertir en millonarios por la noche. Mientras que

los precios de intercambio aumentaran, ellos se convertirían‖ en‖ billonarios…‖ y‖ eso‖ es‖

exactamente lo que pasó.

—Nicolei Drevin era uno de esta gente, pero él era diferente al resto. No sabemos mucho

de su pasado. Es difícil encontrar lo que pasó en Rusia durante los últimos veinte años.

Creemos que Drevin empezó en el ejército. Claramente era una figura de rango superior

en‖el‖KGB‖[Abreviación‖para:‖Komitet‖Gosudarstvennoĭ‖Bezopasnosti,‖palabras‖rusas‖que‖

significan Comité de la Seguridad del Estado]. Entonces perdimos el rastro de él hasta que

reaparece como una empresa exitosa de venta (de toda clase de cosas) de equipo de

jardinería. También es aficionado en los intercambios, principalmente de petróleo. Estaba

haciéndolo bien, bueno no tan bien, y cuando la venta del siglo inicia, él no tenía la

suficiente liquidez en dinero para cortarse el mismo un pedazo.

—Y es cuando él tiene ésta gran idea. Su trabajo con el ejército y con la KGB lo ha llevado

a tener contacto con el Hampa [Submundo del delito, conjunto de delincuentes que

cometen delitos y tienen un determinado‖lenguaje‖llamado‖jerigonza]‖Rusa…‖me‖refiero‖a‖

la mafia. Sabía todos los nombres importantes y fue con ellos por un préstamo. Como

puedes ver, era un hombre de negocios respetable. Él vio el futuro, y con su apoyo pudo

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comprar en la gran ocasión. Necesitaba como ochenta millones de dólares, suficiente para

comprar unas acciones que le dieran el control en Novgerol, una de las más grandes

compañías petroleras rusas. La mafia tuvo un encuentro con él y decidieron que les

gustaba, pero no tenían el dinero suficiente, así que le enviaron con sus amigos en Japón.

¿Has oído hablar de los Yakuza? Bueno, ellos también estuvieron interesados, y sólo para

hacer las cosas redondas, las Tríadas Chinas también se unieron a la fiesta. Entre los tres

financiaron y Drevin ya estaba adentro. De repente él era el mejor postor.

—Así que compró Novgerol. La tuvo por una canción y la gente que al final sufrió fueron

los rusos. Era su petróleo y fue más o menos robado de ellos. Dudo que Drevin no haya

podido dormir por eso. Sus intercambios doblaban y triplicaban y se multiplicaban por

cientos y fue capaz de pagar a sus amigos criminales con intereses, y fue el fin de eso. Por

supuesto, hubo gente que encontró su propio camino. Hubo protestas. La policía lanzó

una consulta. ¿Y sabes qué? Fueron asesinados. Sólo tienes que estornudar Drevin y

alguien más llamará a la puerta de tu casa con una metralleta. Te matará. Matará a tu

familia. Matará a todos los que te conozcan. Era más fácil mantenerse callado, y créeme,

después de un tiempo, eso hizo la gente.

—Así es como Drevin está con la mafia. Está con los Yakuza. Y está en las Triadas. Y por

supuesto, una vez que estas personas lo conocen, no lo dejarán solo. Y no es que a Drevin

le importe. Tiene tanto dinero como cualquiera quisiera tener; pero lo chistoso es, que

gente‖como‖él…‖siempre‖quiere‖m{s.‖Así‖que‖sigue‖trabajando‖con‖ellos.‖Se‖convierte,‖si‖lo‖

quieres ver así, como el banquero de la mitad de las organizaciones criminales del mundo.

Los Yakuza están vendiendo armas energéticas Rusas a los grupos terroristas; las Triadas

están sacando drogas de Burna y de Afganistán; la Mafia está trasladando drogas y la

prostitución por el Oeste: y Drevin brinda el flujo de dinero. Y puedo decir que alrededor

del mundo hay cientos de tratos sucios cada día y el dinero de Drevin está justo detrás de

ellos.

—Si saben mucho acerca de él, ¿por qué no lo arrestan? —preguntó Alex. Su cabeza

estaba girando. Casi había pasado una semana viviendo con éste hombre y estaba

tratando de casar la idea de lo que Byrne estaba diciendo con lo que había observado. Se

había imaginado que Drevin no era un santo; pero nunca sospechó algo como esto.

—Vamos a arrestarlo —contestó Byrne—. Te lo dije. Hemos estado investigando por más

de un año. Pero cuando estás tratando con verdaderamente grandes criminales, Alex, no

es tan fácil como tal vez piensas. Me refiero, mira a Al Capone. Es uno de los peores

gánster de Estados Unidos. Nadie sabe cuánta gente ha muerto. Pero a pesar de todo el

trabajo del FBI, al final ellos pudieron atraparlo porque estaba enredado con los

impuestos de sus ingresos. Es lo mismo con Drevin.

—Él‖es‖inteligente,‖cubre‖su‖espalda.‖Un‖trato‖por‖aquí,‖un‖trato‖por‖all{…‖no‖deja‖rastros.‖

Tenemos rumores y pistas de que está involucrado, pero es como tratar de construir un

castillo de granos individuales de arena. Los testigos tienen miedo de hablar. Cualquiera

que quiera seguir es asesinado. Incluso así, despacio pero seguro, hemos construido un

caso con razones fundadas en contra de él. El Ministerio del Estado ha coleccionado más

de doscientos documentos. Hay transcripciones, cintas, vídeos, fotografías. Hay cerca de

un equipo de treinta personas trabajando alrededor del reloj por meses; todavía lo están.

Y todos ellos necesitan estar protegidos. Desde el principio, hemos tenido miedo de que

Drevin quiera atraparlos. Tal vez mande gente a destruir la evidencia. Mercenarios.

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Terroristas suicidas. No podemos subestimarlo. Así que lo hemos puesto en un lugar

seguro.

—¿Dónde?

—Ése es el por qué estoy interesado justo cuando mencionaste Washington. Las

evidencias en contra de Drevin están guardadas en el lugar probablemente más seguro de

los Estados Unidos. Dentro del Pentágono.

Byrne se levantó y tomó una botella de agua. Toda la conversación lo hacía ver más

cansado que nunca.

—Planeamos arrestar a Drevin dentro de una semana. No te tengo que decir que ésta

información es de alta confidencialidad. El verdadero problema es Ark Angel. El

Gobierno Británico ha invertido billones en la estación espacial, y cuando arrestemos a

Drevin, tal vez el proyecto colapse. Ése es el porqué debemos esperar. Tenemos que

asegurarnos que hemos amarrado todos los extremos sueltos antes de que hagamos

nuestra movida.

—Por supuesto que, la MI6 sabe lo que estamos haciendo. No había manera de evitar que

ellos se enteraran. Les mostramos la evidencia pero ellos no quieren creerla. No pueden

permitirse creerlo. Cuando Drevin caiga, va a ver un escándalo que tal vez rompa todo el

mercado financiero. Pero eso es muy malo. El hombre es un granuja, pertenece a la cárcel.

—Entonces, ¿para qué me necesitan? —preguntó Alex.

Byrne se sentó. —Porque ha pasado algo —admitió—.‖Algo‖que‖no‖podemos‖entender…‖y‖

tú te ves involucrado en medio de eso.

—Fuerza Tres.

—Exactamente. Hay un grupo de gente que se llama a sí misma los: eco-guerreros y que

han tomado pelea con Drevin, supuestamente porque exterminó unas cuantas especies de

aves de Bahía Flamenco. Pero no sabemos de dónde vienen. No sabemos quiénes son. Nos

hemos preguntado si Drevin no los está usando para crear una clase de diversión para

distraernos de nuestra investigación. Tu Sra. Jones está intentando descubrir el fondo de

todo‖esto‖en‖este‖momento…‖pero‖nos‖estamos‖quedando‖sin‖tiempo.‖Estoy‖preocupado‖

de que Drevin vaya a llamar alguna clase de truco en los siguientes siete días y que se

resbale de nuestros dedos. Tal vez va a desaparecer. Podría irse a Sudamérica, o a algunas

partes de Australia en donde nunca lo encontraríamos. A un hombre con sus conexiones

no le sería difícil conseguirse una nueva identidad. Necesitamos saber si está planeando

irse y, si lo hace, a dónde va a ir. Aquí es donde tú entras.

—Tengo a un agente dentro de su organización, pero no es suficiente. Drevin es muy

cuidadoso. No deja escapar nada. Pero tú eres diferente. Estás en medio de la familia. Eres

amigo de Paul Drevin. Y lo mejor es, que no saben nada de ti. Estás por encima de las

sospechas. Ciertamente, no saben de tu conexión con nosotros.

—Mañana te van a llevar con ellos a Bahía Flamenco. Es como empezar de nuevo Skeleton

Key. No podemos meter a nadie ahí. Tiene una base de cohetes en el sur de la isla y todo

el lugar está protegido por su propia fuerza privada de seguridad. Ni siquiera es suelo

Estadounidense. La isla está a diez millas de la costa de Barbados y sucede que le

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pertenece a los británicos. Drevin la arrendó de tu gobierno cuando construyó su propio

centro espacial ahí. Así que no podemos meternos.

—Todo lo que te pido es que sigas ahí por una semana más y que nos reportes lo que ves.

Por‖lo‖que‖a‖ti‖concierne‖sólo‖ser{n‖unas‖vacaciones.‖Eres‖el‖invitado‖de‖Drevin…

—Era el invitado de Drevin —Lo cortó Alex—. Te lo dije. Me voy.

—¿Por qué?

Alex se encogió de hombros. —Lo‖ que‖ me‖ contaste‖ de‖ él…‖ de‖ todas‖ maneras‖ no‖ me‖

agradaba. Y ahora no quiero ir a ningún lugar cercano a él.

—Pero‖no‖estar{s‖en‖peligro…

—Es lo que dijo la última vez, Señor Byrne. Y casi me mataron. Dos de sus agentes fueron

asesinados.

—Y si no nos hubieras ayudado, cientos de personas también hubieran muerto —Byrne se

miraba genuinamente desconcertado—. ¿Cuál es el problema Alex? ¿Tienes miedo? ¿Es

por lo que pasó con el francotirador?

Alex sintió una punzada de dolor en su pecho. Pasaba cada vez que alguien le recordaba

su herida de bala. Quizás siempre sucedería. —No tengo miedo —dijo—. Es sólo que no

me gusta ser usado.

—Sólo te usamos porque eres malditamente bueno —contestó Byrne—. Y esta vez no te

estoy mintiendo. No estás trabajando para la MI6 ni para nosotros. Sólo quiero que

continúes con tus vacaciones y que veas si Drevin está empacando sus maletas o si un

submarino sale a flote a mitad de la noche, y si es así que nos llames. Ya te lo dije, hay un

agente en la isla y hay un equipo de refuerzo a sólo diez millas en Barbados. Serás

vigilado todo el tiempo. Nada te va a suceder. Sólo tengo miedo de que de alguna manera

Drevin se salga del alambre. Sólo siete días más, Alex. Luego podremos hacer el arresto y

tú podrás ir a casa.

—¿Y qué pasa con Paul? —Fue hasta ahora que Alex pensó en Paul Drevin. Se preguntó si

sabría la verdad sobre su padre.

—Nada le pasará. Será vigilado. Supongo que regresará con su madre.

Alex no habló. Quería negarse pero algo lo detenía. No quería que Byrne pensara que

tenía miedo. Tal vez era así de simple.

—Una semana —prometió Byrne—. Drevin no sospechará nada. Y sólo en caso de que te

metas en problemas, tenemos a alguien que será capaz de ayudarte.

—¿Quién?

—Está esperándote afuera.

Se puso de pie y Alex lo siguió hasta afuera de la oficina y por un corredor hacia un área

de planta abierta. Había un hombre sentado en la mesa y Alex lo reconoció

instantáneamente. Hubiera sido difícil no hacerlo. El hombre estaba enormemente gordo.

Estaba calvo con un bigote negro y con una cara redonda y sonriente. Estaba usando una

camisa hawaiana de colores brillantes que no se podía ver más inapropiada entre los trajes

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oscuros de los agentes de la CIA. Alex nunca había visto tantas flores juntas en una sola

pieza.

—¡Hola, Alex! —gritó el hombre.

—Hola, Señor Smithers —contestó Alex.

—Es un placer volverte a ver. Te ves tremendamente bien, si me permites decirlo. La Sra.

Jones te envía sus mejores deseos.

—¿Sabe que estoy aquí?

—Oh sí. Hemos mantenido un ojo en ti. De hecho, fue la que me envió aquí —Smithers

bajó su voz, aún así se podía escuchar en toda la habitación—. Creímos que necesitarías

uno o dos nuevos gadgets, y aunque los estadounidenses producen unos cuantos por ellos

mismos, creemos que lideramos este campo. ¡Claro que ellos no están de acuerdo!

—Gadgets…‖—Alex miró mientras Smithers alcanzaba y subía un maletín a la mesa.

—Absolutamente. No habría diversión sin gadgets, ¿o sí? Y he venido con unas cuantas

interesantes‖ ideas.‖ Est{,‖ por‖ ejemplo…‖ —Tomó un objeto que Alex reconoció

inmediatamente. Era un inhalador, idéntico al que usaba Paul Drevin—. Ahora, supimos

que el hijo de Drevin tenía uno de éstos —explicó Smithers—. Así que si alguien reconoce

que está en tu equipaje, simplemente asumirán que es de él. Pero es sensible a las huellas

dactilares y lo he programado para tu uso personal. Cuando presiones el cilindro, enviará

una racha de gas arrollador. Efectivo en un radio de cinco metros. Alternativamente

puedes torcer el cilindro dos veces en el sentido de las agujas del reloj; y se convierte en

una granada. Explotando a los cinco segundos. Lo probé con uno de mis asistentes. Pobre

del‖viejo‖Bennett…‖debe‖salir‖del‖hospital‖en‖un‖par‖de‖meses.

Lo pasó y siguió buscando en el maletín.

—El escuchador a escondidas —continuó—. Parte de tu misión es escuchar cualquier cosa

interesante que el Señor Drevin esté diciendo, y para eso necesitas esto —Sacó una

delgada caja blanca con un juego de audífonos. Alex lo levantó. Era un iPod. Por lo

menos, se veía como uno—. Éste utiliza la tecnología de las microondas —explicó

Smithers—. Presiona la pantalla a cualquiera hasta cincuenta metros de distancia y

escucha por los audífonos. Escucharás cada palabra que dicen. También lo puedes usar

para contactar a la CIA. Gira la rueda de clic tres veces en sentido contrario del reloj y

habla a través de él. Por cierto, tengo otra versión, empacada con suficiente plástico

explosivo para volar un edificio, pero el Señor Blunt dijo que no lo necesitarías. En

verdad, una pena. Lo llamaba el i-x-Plod…

—Una última cosa. Bahía Flamenco es una isla tropical con un montón de insectos

espeluznantes.‖Así‖que‖tal‖vez‖esto‖ayude…‖—Una vez más buscó en el maletín y esta vez

sacó una botella de cristal marcada con: STINGO «Loción para los mosquitos fuertes de la

selva».

—Repelente para mosquitos —dijo Alex.

—Absolutamente no —contestó Smithers—. Esta es una fórmula muy poderosa y de

hecho hace exactamente lo contrario. Atrae mosquitos. De hecho, una vez que abras la

botella, atraerá a cada insecto de la isla. Tal vez le encuentres un uso útil si necesitas

diversión —Cerró el maletín y se puso de pie—. Me voy a Santa Lucía —anunció—. Unas

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pequeñas vacaciones (que me darán una oportunidad de probar mi repelente de tiburones

para los bañistas y los nadadores). Así que no estaré demasiado lejos si me necesitas,

aunque estoy seguro que no lo harás. ¡Chin - chin!

Smithers caminó por el otro corredor. Alex se quedó con Joe Byrne.

—¿Lo harás? —preguntó Byrne.

Alex miró a los tres gadgets que estaban sobre la mesa. —Parece que todos han tomado la

decisión por mí.

—Eso es genial, Alex. Gracias —Byrne le hizo gestos al hombre de pelo rubio que trajo a

Alex del aeropuerto para que se acercara—. Ya conoces al Agente Especial Shulsky —dijo.

—Llámame Ed —dijo el Agente. Sin gafas oscuras y la actitud intimidatoria, se veía

mucho más agradable. Alex pensó que todavía estaba en los veintes; se veía como si

todavía no se había graduado de la Universidad.

—El Agente Shulsky encabeza la operación encubierta —explicó Byrne—. Él y una docena

de personas están de base en Barbados. Por cierto, ahí es donde aterrizarás. Bahía

Flamenco no cuenta con su propio aeropuerto. En el momento en que llames, ellos

vendrán corriendo.

Shulsky sonrió. —Es un verdadero placer trabajar contigo, Alex —dijo—. Nos mostraron

tu expediente. Tengo que decir, es más que impresionante.

—¿Hay algo más que quieras saber? —preguntó Byrne.

—Sí. Sólo una cosa —dijo Alex—. Todo esto sucedió porque pasó que estuviera en la

habitación contigua a la de Paul Drevin en el Hospital St. Dominic. Pero no hubo

coincidencia, ¿o sí? El Señor Blunt me puso ahí porque esperaba que conociera a Paul y

me volviera su amigo.

Byrne dudó. —No puedo contestarte eso certeramente, Alex —dijo—. Pero diré esto: Alan

Blunt tiene la habilidad de que las cosas salgan a su manera.

Así que era verdad. Alex pudo haber tomado cualquier hospital en Londres. Pero

inclusive cuando estaba tirado y sangraba por tener una bala en su pecho, el jefe del MI6

seguía planeando, como un ingeniero en su siguiente asignación. Iba más allá de su

entendimiento. No. Donde Blunt se preocupaba, era porque esperaba algo.

—Shulsky te llevará de regreso al aeropuerto –agregó Byrne—. Te ordenaremos un

pasaporte temporal y Drevin te recogerá mañana. Buena Suerte en Bahía Flamenco.

—Sólo no esperes ninguna postal —dijo Alex.

Él y Ed Shulsku se fueron juntos. Byrne sacudió su cabeza y caminó lentamente por el

camino contrario.

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Capítulo 14

Bahía Flamenco

Traducido por masi

Corregido por Xhessii

El hidroavión Cessna 195 de seis plazas dio la vuelta a la isla casi perezosamente antes de

aterrizar. Alex, junto con Paul y su padre, habían sido trasladados desde Nueva York

hasta el Aeropuerto Internacional Grantley Adams, en la esquina sudeste de Barbados. De

allí habían hecho en coche unos cuantos kilómetros por la costa de Ragged Point, donde el

hidroavión había estado esperando para hacer un vuelo final de dieciséis kilómetros a la

isla privada de Drevin.

Alex podía ver ahora, con su rostro presionado contra la ventana con la hélice individual

zumbando ruidosamente y el ala de estribor extendiéndose por encima de su cabeza.

Desde el aire, Bahía Flamenco parecía ridículamente hermosa como todas las islas del

Caribe, los colores casi demasiado intensos para ser ciertos. Allí estaba el azul

deslumbrante del mar, las inmaculadas playas de arena blanca, el verde intenso y

elemental de los pinos y la selva. El clima no podía haber sido más perfecto para el

próximo lanzamiento. Cuando el avión se arqueó por segunda vez, inclinándose hacia la

extensión de agua que sería la pista de aterrizaje, un sol radiante brillaba a través de la

ventana.

—¡Allí está! —Paul Drevin se inclinó sobre Alex y señaló—. ¡Puedes ver el sitio de

lanzamiento! —exclamó.

La isla estaba era de unos 3 kilómetros de largo y tenía la forma de un pez saltando. Los

pórticos de los cohetes estaban colocados donde el ojo debería haber estado. Había dos de

ellos, justo al lado del mar, con cerca de una docena de edificios de ladrillo, muchos de

ellas coronados con antenas parabólicas, alejados sobre unos cuatrocientos metros. El

suelo en esta zona era bastante árido, toda la vegetación estaba quemada,

presumiblemente por los gases de un cohete al ser lanzado. Alex recordó lo que Kaspar le

había dicho cuando él había sido un prisionero de Fuerza Tres. Cuatro especies de aves se

habían extinguido en la isla. Estaba sorprendido de que no hubieran sido más.

Si la cabeza del pez estaba desnuda, el resto de ello estaba cubierto con una densa selva

tropical separada por un estrecho sendero que recorría la isla por completo. La pista

llevaba a una alta valla que se extendía de norte a sur, con un puesto de control y una

serie de cabañas de madera cerca. Esta era la única forma en el lugar de lanzamiento.

Había torres de vigilancia en toda la isla, asegurándose de que nadie pudiera acercarse sin

ser visto por el mar.

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La casa de Drevin había sido construida sobre lo que Alex consideraba como la cola del

pez. Era una sencilla estructura blanca, e incluso desde esta distancia podía ver que era

ultra moderna con ventanas de cristal gigantes mostrando vistas panorámicas del mar. El

vientre del pez arco era una playa larga con palmeras inclinándose hacia el agua. Mientras

el avión aterrizaba, Alex vio un embarcadero de madera pintadas de intensos colores, tres

lanchas y un par de veleros anclados en las aguas poco profundas. No podía oír la música

de los tambores de acero o el olor del ron: pero era fácil imaginárselos.

—Abróchense los cinturones de seguridad —dijo Drevin—. Estamos a punto de aterrizar.

Drevin estaba sentado al otro lado del pasillo, vestido con una camisa color amarillo

pastel de cuello abierto. No había hablado mucho en el viaje desde Nueva York, ni

siquiera cuando había ido a buscar a Alex a la sala de embarque en el aeropuerto JFK.

Alex tenía la impresión de que Drevin lo culpaba personalmente por la confusión sobre el

pasaporte. O tal vez estaba molesto con las autoridades estadounidenses por incomodar a

uno de sus invitados. Ahora estaba sumido en sus pensamientos, moviendo su anillo. Con

la luz brillante del sol su rostro parecía más pálido que nunca.

Alex estaba agradecido por el silencio. No estaba seguro de cómo comportarse con

Drevin. Todo lo que Joe Byrne le había dicho estaba rondando por su cabeza. En el

espacio de sólo unos pocos días, Drevin había pasado de ser un multimillonario solitario

al que no le gustaba perder, a ser el mayor criminal del mundo. Estaba involucrado con la

mafia y las tríadas, que (hace sólo unos meses) habían tratado de matar a Alex. La gente

que se ponía en su camino moría. Era otro monstruo y allí estaba él, sentado solo a unos

pocos asientos de distancia.

El Cessna viró hacia abajo y aterrizó sin problemas, pulverizando agua hacia las ventanas.

Se desplazó hacia el muelle y se detuvo. Paul Drevin fue el primero en ponerse de pie,

seguido por Tamara, que había estado sentada justo detrás de Alex. Ellos hicieron su

camino hacia el calor suave de la tarde del Caribe.

Había un buggy eléctrico esperándoles, del tipo que se utiliza normalmente en los campos

de golf. Drevin ya había explicado que había muy poca gasolina en la isla, los vehículos

eléctricos eran más fáciles de mantener. Ahora que estaba de vuelta en tierra, parecía más

alegre.

—Vamos a ir a la casa primero y cambiarnos —anunció—. Alex, estoy seguro que te

gustaría ver los alrededores de la isla. Podemos hacer eso antes de la cena. Mañana estaré

ocupado con los preparativos del lanzamiento, por lo que ustedes dos tienen que

divertirse solos. Pero hay mucho para hacer. Piscina, submarinismo, vela... Bienvenido, se

podría decir, al paraíso.

Drevin les condujo una corta distancia hasta Little Point, la esquina de la isla donde estaba

la casa. El edificio era tan impresionante a su manera, como todas las propiedades de

Drevin. Era casi futurista, blanco con grandes ventanales que se replegaban en los muros,

de modo que con sólo pulsar un botón podían abrirse y cerrarse. Se había levantado

alrededor de medio metro sobre el suelo, presumiblemente para permitir que el aire

circulara. Gruesas patas de madera soportaban una plataforma rocosa que se encaraba

hacia el oeste. Alex supuso que las puestas de sol serían espectaculares. Sólo había tres

habitaciones. Tamara se quedaría en el otro lado de la isla. Alex estaba al lado de Paul. Su

habitación tenía dos camas individuales, un baño y un montón de espacio.

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Diez minutos más tarde, vestido con una camiseta, pantalones cortos hasta la rodilla y

unas sandalias, Alex estaba de vuelta en el buggy junto a Paul. Era temprano en la tarde y

el sol era todavía fuerte. Drevin los llevó a lo largo de la pista. A pesar de que la isla no

podía haber tenido más de un kilómetro de ancho, el mar había desaparecido de la vista,

perdido detrás de una pantalla aparentemente impenetrable de vegetación. Aquí el

ambiente era húmedo y denso, y Alex podía escuchar miles de insectos zumbando entre

las hojas.

Pasaron junto a las cabañas que Alex había visto desde el aire, e inmediatamente después

llegaron a una entrada eléctrica con un puesto de control y tres guardias patrullando.

Eran los primeros guardias que Alex había visto. Iban vestidos con monos de color gris

pálido con un logotipo: un par de alas y un rayo de luz impresos en el lado izquierdo de

su pecho. Llevaban botas de combate y portaban ametralladoras de 19 mm Mini UZI

negras. Al ver las armas atroces, Alex sintió una punzada de inquietud. Joe Byrne había

hecho parecer esta visita a Bahía Flamenco muy segura y sencilla. Él estaba allí para

asegurarse de que Drevin no huía. Nada más que eso. Pero si algo salía mal, si Drevin se

enteraba de que Alex había estado en contacto con la CIA, sería apresado. No tenía duda

de que los barcos de motor serían neutralizados por la noche. El avión ya había salido.

Barbados y el equipo de respaldo de la CIA estaban a kilómetros de distancia. Una vez

más Alex se encontraba rodeado por un ejército enemigo y, como siempre, estaba solo.

El buggy se detuvo y apareció un hombre, vestido con el uniforme gris igual que los

guardias. Era un hombre feo, dentro de la treintena de edad, con mejillas regordetas,

labios gruesos y pelo rizado de color castaño claro. Había algo en su rostro que no parecía

muy real. Su piel era pálida, como si nunca saliera al sol. Alex podía ver la barriga del

hombre presionando contra su traje de trabajo. No sólo parecía poco deportista. Parecía

enfermo.

—Buenas tardes, señor Drevin —dijo. Su voz concordaba con su apariencia. Las palabras

salieron en un susurro tenso, desagradable, como si tuviera algo en la garganta.

—Buenas tardes —Drevin se giró hacia los dos muchachos—. Esta es una de las personas

más importantes de la isla —explicó—. Su nombre es Magnus Payne y él es el jefe de

seguridad —Miró a Payne—. No has conocido a mi hijo, Paul. Y su amigo, Alex Rider.

El hombre de seguridad asintió con la cabeza a Alex. —Encantado de conocerte, Alex —

dijo, y en ese momento Alex era consciente de dos cosas. A pesar de que sabía que era

imposible, se preguntaba si había conocido a Payne antes. Y había algo más. Algo que se

sentía mal. Pero, ¿qué?

—Debo advertirles que Payne tiene el control completo sobre este lado de la isla —estaba

explicando Drevin—. Deben hacer lo que él les diga. Y por favor no traten de pasar aquí

sin su autorización.

—¿Cuál es el la razón de una barrera de seguridad? —preguntó Alex—. Esta es una isla.

Si alguien quisiera entrar, podrían simplemente nadar alrededor.

—Alambre rasurador —dijo Magnus Payne con voz áspera—. Bajo el agua. Lo podrían

intentar, pero sería muy doloroso.

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Levantó una mano y la puerta se abrió, activada desde el interior del puesto de control.

Payne se metió en el coche junto a Drevin y los cuatro siguieron hacia la zona de

lanzamiento.

Alex había visto muchas cosas maravillosas en su vida, pero la vista por delante era algo

que sabía que nunca olvidaría.

El cohete estaba justo en frente, en el borde de un área lisa, vacía, apuntando hacia el cielo

y apoyándose en dos brazos de acero que se extendían hacia el gran pórtico. Era por lo

menos de cincuenta metros de altura, esbelto y más hermoso que cualquier cosa que Alex

pudiera haber imaginado. Había visto los cohetes en los museos, había visto los

lanzamientos en la televisión. Pero esto era diferente. Estaba rodeado por un vasto cielo

azul que parecía, repentinamente, no tener fin. Y, sin embargo, asentado allí, parecía

irradiar el poder que contendrían cuatro cohetes impulsores sólidos que, muy pronto,

saldrían disparados hacia el espacio. Una veintena de personas trabajaban a su alrededor.

El cohete les empequeñecía, haciéndoles verse más pequeños.

—Nosotros lo llamamos Gabriel 7 —dijo Drevin, y no podía ocultar el entusiasmo de su

voz—. Es un cohete Atlas 2AS. Sólo puede funcionar con una carga explosiva —Señaló

hacia una forma abultada cerca de la punta del cohete—. Está cubierto con un compuesto

aerodinámico —añadió—. Tiene que sobrevivir en el ascenso a través de la atmósfera.

Pero por debajo, hay un módulo de observación de cristal y acero que pesan 1.8 toneladas.

Le llevará al Atlas sólo quince minutos llegar al espacio, y el día después de mañana

estará ahí arriba a unos 500 kilómetros por encima de nuestras cabezas. ¡El corazón del

Ark Angel!

Paul sacudió su cabeza. —¡Es realmente cool!

—¿Cool? —espetó Drevin—. ¡Desprecio esta jerga adolescente moderna! Se utiliza el

idioma del ghetto para describir lo que no puede ni siquiera comenzar a imaginar. ¿Cool?

¿Es todo lo que puedes decir?

—¿Qué pasa con el otro cohete? —preguntó Alex.

Él había visto el segundo pórtico desde el avión. Estaba más allá de la costa, a una gran

distancia del Atlas. El segundo cohete, un poco más pequeño, también parecía estar

esperando a su despegue. Más gente lo rodeaba, trabajando en los preparativos finales.

—¿Señor Payne? —Drevin giró su cabeza hacia su jefe de seguridad.

—Hemos adelantado el lanzamiento —explicó Payne en su voz ronca—. Tenemos la

intención de lanzarlo inmediatamente después del Gabriel 7.

—¿Por qué? —preguntó Alex.

—Estamos implicados en una serie de experimentos a largo plazo —dijo Drevin—.

Necesitamos saber más sobre los efectos de la ingravidez en el cuerpo humano. El

segundo es un cohete Soyuz-Fregat. Llevará un modelo del sistema humano hacia el

espacio.

—¿Qué significa eso? —preguntó Alex.

—Un simio.

—No sabía que estaba todavía permitido el uso de animales.

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Drevin se encogió de hombros. —No es lo ideal. Pero no hay otra manera.

Se dirigieron al primero de los edificios de ladrillo. Era el más grande del recinto, con tres

antenas apuntando hacia el cielo. —Este es el centro de control —les dijo Payne—. Los

otros edificios son para el almacenamiento y la construcción. También contamos con

dormitorios e instalaciones recreativas. Hay más de sesenta personas trabajando en la isla.

Entraron, pasaron a lo largo de un corredor y fueron hacia una gran habitación con

ventanas desde donde se veía el lugar de lanzamiento. Por encima de las ventanas había

una pantalla gigante.

En blanco en este momento, pero lista para transmitir imágenes del lanzamiento en sí.

Había alrededor de veinte equipos, dispuestos en dos grupos, uno frente al otro. Un

grupo estaba rotulado como COMANDO, el otro como TELEMETRÍA. En el lateral Alex

observó una mesa de conferencias, una docena de sillas y otra pantalla. Un enorme

tablero con cientos de bombillas de luz detallando información incluyendo LTST6 el

equivalente en el espacio a la hora GMT. Había menos de típico centro de control de lo

que Alex había imaginado. En muchos aspectos era como una sala de gran tamaño.

Un hombre se había levantado, cuando nosotros entramos. Era bajo pero corpulento, y

parecía chino o coreano con el pelo negro bien cuidado, un rostro bien enmarcado y un

bigote. Estaba vestido como un hombre de negocios, llevaba una elegante chaqueta y

corbata. La ropa no podía ser menos apropiada para una isla del Caribe, pero por

supuesto el clima en la sala de control tenía aire acondicionado. Alex podía sentir el aire

frío y estéril que llegaba a sus brazos y piernas desnudas.

Drevin lo presentó. —Esta es profesor Sing Joo-Chan, el director de vuelo aquí en Bahía

Flamenco. Tuvimos mucha suerte de poder contratarle desde el Centro Espacial

Khrunichev.

—¿Cómo estás? —Sing hablaba con acento Inglés cultivado. Estrechó la mano a Alex y a

Paul, pero los ojos de color marrón oscuro detrás de los cristales no mostraban ningún

interés en ellos después todo. Ellos eran niños. No tenían lugar aquí. Eso fue lo que los

ojos parecían decir.

—Aquí es donde todo sucede —continuó Drevin—. Vamos a controlar tanto el

lanzamiento como el procedimiento de acoplamiento desde aquí. Por supuesto, la mayor

parte del procedimiento está informatizado. Pero tenemos una cámara adaptada en la

proa del Gabriel 7. Al viajar a unos 500 kilómetros a la velocidad de la luz, se tarda unos

0.001 segundos el que las imágenes que se retransmitan aquí. Es un poco como manejar

un ordenador gigante, excepto cuando se presiona un botón aquí, tú estás maniobrando

alrededor de cuatro toneladas de material en el espacio ultraterrestre. No te puedes

permitir errores.

Sing sacudió su cabeza. —No habrá errores —les aseguró.

—¿Hemos obtenido los últimos informes de tiempo? —preguntó Drevin.

—Sí, señor Drevin. He revisado las tablas meteorológicas yo mismo y las condiciones son

exactamente como se predijeron.

6 Verdadera hora local solar.

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—Bien —Drevin estaba satisfecho—. Nueve en punto el miércoles por la mañana. Es un

espectáculo que los chicos no olvidarán.

—¿No podemos acercarnos más? —preguntó Paul.

El Profesor Sing apartó la mirada, como si la pregunta fuera demasiado estúpido para

responderla. Alex se preguntó qué había en el hombre que no le gustaba. Tal vez era su

absoluta falta de entusiasmo. No había‖ emoción‖ en‖ su‖ rostro…‖ y‖ ninguna‖ en‖ su‖ voz.‖

¿Cómo podía estar a cargo de un proyecto tan enorme y no sentir emoción ante ello?

—Si estuvieras más cerca estarías ensordecido.

Drevin dijo: —Cuando Gabriel 7 se ponga en marcha, los niveles de vibración serán

inmensos. Destruirían sus tímpanos si estuvieran demasiado cerca. Incluso aquí

tendremos que estar completamente aislado.

—Me temo que tengo que pedir un poco de tiempo con usted, señor Drevin —

interrumpió Sing—. Tengo que hablar de las dispersiones de trayectoria del lanzamiento.

Drevin se dirigió a Alex y Paul. —Magnus les mostrará el resto de la base si hay algo más

que deseen ver. Nos encontraremos de nuevo en la cena.

—Claro —Alex trató de sonreír, pero no levantó la vista. Ya no podía confiar en sí mismo

para reunirse con la mirada de Drevin. Y había algo más que le preocupaba. Cuanto más

veía de la isla (los cohetes, la plataforma de lanzamiento, el centro espacial) sentía más

una sensación de temor. Era difícil de explicar, pero Alex estaba empezando a pensar que

Joe Byrne y la CIA habían averiguado todo mal. Drevin no se comportaba como un

hombre a punto de huir. Tenía algo más en mente. Alex estaba seguro de ello.

Quedaban menos de cuarenta y cinco horas hasta el lanzamiento. Eso debería ser todo el

tiempo que le quedaba para averiguar lo que era.

Pero después, esa tarde, Alex no fue capaz de olvidar algunas de sus preocupaciones.

Paul lo llevo hasta la playa y, como había prometido, dio a Alex su primera lección de

kite-surf.

El deporte, simplemente, combinaba el surf y el vuelo de cometas. Como dijo Paul, estás

de pie sobre una tabla y volabas una cometa y el viento hacia el resto. Por supuesto, había

más que eso. La cometa era, en realidad, un ala gigante de poliéster (de nueve metros de

diámetro) que tenía que ser inflada con una bomba. Estaba conectada a Alex por cuatro

cuerdas, las cuales estaban sujetas por un arnés de goma alrededor de su cintura. Luego

estaba la tabla, similar a una tabla de surf, pero con cuatro aletas y boquillas iguales,

haciéndola bidireccional. Y finalmente, había una barra de control, que tenía frente a él. La

mecánica era bastante simple. La barra de control era el volante, que podía subir y bajar,

girar a la izquierda y a la derecha. El resto era el equilibrio y el valor.

Alex tuvo suerte. No había mucho viento y el mar estaba bastante tranquilo. Pero aún así,

pronto sintió el poder del nuevo deporte. Comenzó en el borde del agua con Paul unos

veinte metros detrás de él, sujetando la cometa. Paul lo liberó y Alex rápidamente lo

impulsó hasta que alcanzó el cenit, directamente sobre su cabeza. Mientras estaba allí, la

cometa estaba, esencialmente, en punto muerto. Dirigiendo la tabla, Alex se metió en el

mar hasta que el agua subió hasta los tobillos. Puso un pie sobre la tabla. Luego inclinó la

cometa hacia el viento.

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Y él se disparó hacia arriba. Fue una sensación increíble. Podía sentir sus brazos

estirándose de sus articulaciones, tensando su cuerpo contra el tirón de la cometa. Antes

de darse cuenta, se estaba moviendo muy rápido, deslizándose sobre la superficie con la

espuma volando hacia sus ojos. La tabla era increíblemente flexible. Todo lo que el cuerpo

de Alex tenía que hacer era tirar de la barra de control y podía cambiar de dirección al

instante. Con el sol de la tarde cayendo sobre él y las palmeras pasado rápidamente, todas

sus preocupaciones acerca de Drevin, la CIA, Ark Angel y Fuerza Tres fueron olvidadas.

Durante las próximas dos horas estuvo feliz, finalmente disfrutando de las vacaciones que

se había prometido.

Después de que los dos muchachos se hubieran quedado agotados con la cometa, se

dejaron caer sobre la arena y observaron cómo el sol comenzaba su descenso. Todavía

hacía mucho calor. La brisa que sopla ligeramente sobre la playa, transportaba el aroma

de pinos y eucaliptos. Desde esta parte de la isla, era imposible ver la plataforma de

lanzamiento y los dos cohetes en espera. Una sola garza gris se posaba tranquilamente en

el extremo del muelle, con los ojos fijos en el agua, buscando peces. Los veleros y lanchas

se balanceaban arriba y abajo, empujadas por las olas.

Alex estaba acostado sobre su espalda, disfrutando de la calidez del sol poniente. Miró de

reojo y se dio cuenta de que Paul estaba mirando su pecho desnudo. La cicatriz dejada por

la cirugía se había curado rápidamente, pero todavía estaba muy roja.

—Te debes, realmente, haber hecho daño —dijo Paul.

—Sí —Alex era reacio a hablar de su falso accidente de bicicleta.

—Tienes un montón de otros cortes y moretones también.

Alex ni siquiera miró. Cada vez que el MI6 le había enviado a una misión, su cuerpo había

vuelto con más recuerdos. Se incorporó y tomó la camiseta. —Me muero de hambre —

dijo, cambiando de tema—. ¿Cuándo es la cena?

—Falta una hora más. Sin embargo, podemos tomar un aperitivo, si quieres.

—No. Esperaré.

Alex se puso la camisa. El sol era un disco perfecto, cortado por la mitad por el filo del

mundo. El mar se había vuelto de color rojo sangre.

—¿Te gusta este lugar? —preguntó Paul.

—Es fantástico. Realmente genial —Alex hizo su mejor esfuerzo para inyectar algo de

entusiasmo en su voz.

—Es un verdadero cambio el tener a alguien como tú aquí —Paul se quedó mirando el

horizonte como si buscara las palabras adecuadas—. Debe ser terrible no tener padres —

añadió—. Pero no sabes lo que es tener un padre como el mío. Él tiene tanto dinero, y

todo el mundo sabe quién es. Pero a veces creo que ni siquiera lo conozco.

—¿Disfrutas cuando estas con tu madre? —preguntó Alex. No quería hablar sobre Drevin.

Paul asintió con la cabeza. —Sí. Me gustaría que me dejara verla más. Y no ayuda el estar

solo todo el tiempo. A veces me pregunto qué estoy haciendo en medio de todo esto. Sería

mucho más fácil si hubiera alguien más alrededor.

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Alex se sentía cada vez más inquieto. Paul no tenía idea de que toda su vida estaba a

punto de autodestruirse y que él (Alex) había sido enviado aquí para ayudar a hacer que

eso sucediera. En menos de una semana, la CIA arrestaría a su padre. Todos los activos de

Drevin, presumiblemente, serían confiscados por el gobierno estadounidense. Drevin iría

a la cárcel.

¿Y qué pasaría con Paul? La historia estaría en la primera página de todos los periódicos

de todo el mundo. Tendría que cambiar su nombre. Tendría que comenzar todo de nuevo,

adaptándose a una vida completamente diferente. De alguna manera tendría que

acostumbrarse al hecho de que él era el hijo de un criminal despiadado. Un asesino. Pero

nada de esto era culpa de Alex. Se obligó a recordar eso. Y Paul tenía una madre que iba a

estar allí para cuidarle cuando todo esto explotara. Lo superaría.

El sol casi había desaparecido. Una gran sombra parecía extenderse por todo el mar, y

Alex observó como la garza voló, elevándose sin esfuerzo sobre las palmeras. ¿Paraíso?

Tal vez el ave sabía otro camino.

Alex se puso de pie. —Entremos —dijo.

Caminaron juntos por la playa, las olas rompiendo en la orilla, suavemente, a su lado.

* * * En el otro lado de la isla, otra conversación se llevaba a cabo.

El jefe de seguridad, Magnus Payne, se encontraba en una oficina con vistas al sitio de

lanzamiento.

Drevin estaba sentado en un sofá de cuero, leyendo el correo electrónico que Payne le

acababa de entregar.

—Alex Rider es un agente del MI6 —estaba diciendo Payne—. Él no puede estar

trabajando para ellos ahora, pero ciertamente‖ha‖trabajado‖para‖ellos‖en‖el‖pasado…‖y‖una‖

vez no, sino varias veces. Si ellos saben que está aquí, es muy posible que ya se le hayan

acercado y le hayan pedido que te espíe. He buscado en su equipaje y no encontré nada.

Pero eso no quiere decir que no esté equipado de alguna manera.

Drevin bajó el correo electrónico. —¡No es posible! —Sus dedos comenzaron a jugar con

su anillo—. ¿Un espía? ¡Tiene catorce años!

—Estoy de acuerdo, por supuesto, que no es habitual. —Los labios de Payne se torcieron

en una mueca—. Pero puedo asegurarle, señor Drevin, que mi contacto es totalmente

fiable. Después de lo sucedido en el hospital, luego en Hornchurch Towers y una tercera

vez en Stamford Bridge, sentí que el muchacho era, simplemente, demasiado bueno para

ser verdad. Había algo en él... así que hice averiguaciones —hizo un gesto hacia el correo

electrónico—. Ese es el resultado.

—¿La herida del accidente en bicicleta?

—De hecho, una herida de bala de su última misión. Eso es lo que mi contacto me dice.

Drevin se quedó en silencio. Payne podía ver su mente trabajando, girando en torno a las

posibilidades, haciendo evaluaciones. Era todo lo que había en los húmedos ojos grises.

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—Ese asunto con el pasaporte en Nueva York —dijo. Él chasqueó los dedos con ira y

maldijo brevemente en ruso—. Deben haber querido ponerse en contacto con él. Estuvo

fuera de mí vista durante casi veinticuatro horas. Podrían haberle dado instrucciones,

diciéndole qué hacer.

—¿Ellos?

—La Agencia Central de Inteligencia —Drevin pronunció las palabras con odio—. Están

junto con el MI6. El chico podría estar trabajando para cualquiera de ellas. O para ambas.

—La pregunta es, ¿qué quieres hacer con él?

—¿Qué sugieres?

—Él es peligroso. No debería estar aquí. Ahora no.

—Podríamos mandarlo lejos.

—O podríamos matarlo.

Drevin pensó un poco más de tiempo. Él apenas parecía respirar. Magnus Payne esperaba

pacientemente.

—Tienes razón —dijo Drevin de repente—. Paul no estará muy feliz con eso, pero no se

puede evitar. Lo vemos mañana, Sr. Payne.

Él se puso de pie.

—Mátalo.

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Capítulo 15

Serios Problemas

Traducido por rihano

Corregido por Nanis

Era otro día perfecto. Alex Rider estaba desayunando con Drevin y su hijo en una terraza

colocada en el borde del mar, las olas por debajo de ellos. Un sirviente, todo el personal

había sido traído de Barbados, les había servido carne fría, frutas, queso y pan recién

horneado. Había una jarra de café Blue Mountain de Jamaica, una de las mezclas más

deliciosas y caras del mundo. Este era el estilo de vida millonario, está bien. Una casa

impresionante, una isla privada, el sol del Caribe... una instantánea de otro mundo.

Drevin estaba en un estado de ánimo inusualmente bueno. Era el día antes del

lanzamiento y Alex podía sentir su emoción. —¿Qué tienen ustedes muchachos planeado

para hoy?

—¿Quieres sacar el kite7 de nuevo? —Paul le preguntó a Alex—. Podría haber un poco

más de viento.

Alex asintió con la cabeza. —Claro.

—¿Por qué no hacen algo de esquí acuático? —sugirió Drevin.

—Podríamos hacer eso también. —Paul estaba obviamente contento de que su padre

estuviera tomando interés. Le parecía a Alex que si Drevin hubiera sugerido un concurso

de castillos de arena, el otro chico habría estado de acuerdo.

Drevin se volvió a Alex. —¿Alguna vez has buceado?

—Sí. —Alex había sido un buzo calificado desde que tenía doce años.

—Entonces, ¿por qué no salir esta tarde? Tenemos todo el equipo que necesitas y puedes

visitar el Mary Belle. —Alex se quedó perplejo. Drevin continuó—. Es un antiguo barco de

transporte; fue hundido en la Segunda Guerra Mundial mientras llevaba suministros a las

bases estadounidenses en el Caribe. Ahora es un excelente sitio de buceo. Puedes nadar en

algunas de las bodegas.

7 El kite surfing o kite surf (llamado también a veces kiteboarding, o flysurfing), es un deporte de deslizamiento que

consiste en el uso de una cometa de tracción (kite, del inglés), que estira al deportista (kiter) por 4 (rara vez 2) cuerdas, dos

fijas a la barra, y las 2 ó 3 restantes pasan por el centro de la barra y se sujetan al cuerpo mediante un arnés, permitiendo

deslizarse sobre el agua mediante una tabla de esquí del tipo Wakeboard diseñado para tal efecto.

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Alex había estado buceando en barcos hundidos antes. Sabía que no había belleza más

extraña, más misteriosa, que el fantasma de un viejo barco. Se volvió hacia Paul. —

¿Quieres venir?

—No puedo —dijo Paul—. Mi asma...

—El buceo es una de las muchas cosas que Paul no es capaz de hacer —dijo Drevin—.

Pero puedo pedirle a uno de los guardias que sea tu compañero. Sería una pena no verlo.

—No dejes que te detenga, Alex —agregó Paul—. Todo el mundo dice que el Mary Belle

es increíble, y tengo un poco de tarea que se supone que debo hacer. Así que adelante.

En ese momento, Tamara Knight apareció en la terraza, vestida con una chaqueta de lino

y pantalones con un par de gafas de sol colgando de su cuello. Llevaba un abultado

archivo.

—Usted tiene cierta correspondencia importante con la que tratar, Sr. Drevin —dijo ella.

—Gracias, Señorita Knight. Estaré con usted en unos minutos. —Drevin asintió con la

cabeza a Alex—. Disfrute la inmersión —dijo, y entró en la casa.

—¿Vas a bucear? —preguntó Tamara. Parecía sorprendida.

—Sí. —Alex no estaba seguro de qué decir.

—¿Dónde?

—El Mary Bella.

—Oh, sí. —Tamara todavía no estaba sonriendo—. Sería mejor que fueras cuidadoso.

Entiendo que es muy profundo. Y espero que no veas tiburones.

Después del desayuno, Alex volvió a subir a su cuarto a buscar sus calzoncillos. Las

persianas habían sido levantadas y las ventanas estaban abiertas de par en par. Tenía una

vista espectacular de todo Little Point. Mirando hacia fuera, Alex vio a Drevin parado en

su silla, hablando en una especie de teléfono. Alex pensó por un momento, luego se

acercó a su maletín y sacó el iPod Smithers que le habían dado. Se puso los auriculares, lo

prendió, luego apuntó la pantalla en dirección de Drevin. Casi al mismo tiempo, oyó la

voz de Drevin. Era tan clara, que podría haber estado de pie junto a él.

—... para los preparativos finales. Voy a estar encima de todo, de nuevo, hoy. Quiero que

toda la programación se verifique por duplicado. —Una pausa—. El barco viene esta

noche a las once. No en Little Point. El extremo occidental de la isla, detrás del sitio de

lanzamiento. Voy a estar esperando allí...

Hubo un movimiento en la puerta. Era Paul. —¿Qué estás haciendo, Alex? —le preguntó.

Alex se quitó los auriculares. —Nada.

Paul vio el iPod. —¿Estás llevándote eso a la playa?

—No. Simplemente estoy comprobando que funciona. —Los dos se fueron juntos. Por el

resto de la mañana nadaron y bucearon y salieron con el kite. Esta vez había un poco más

de viento y Paul le enseñó a Alex algunos trucos, saltos y el handle pass8. Pero a Alex le

costaba concentrarse. Todo lo que podía pensar era en la conversación que había oído. Un

8 En kitesurf es la maniobra que consiste en pasar la barra por la espalda.

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barco iba a llegar esa noche a las once. ¿Por qué? Drevin obviamente no quería ser visto.

Ese era el por qué no estaba usando el muelle cerca de la casa. ¿Podría ser que él estuviera

planeando irse, y, en caso afirmativo, debería Alex alertar a la CIA ahora? No. Era

demasiado pronto. Mejor llegar al otro lado de la isla una vez hubiera caído la oscuridad y

ver por sí mismo. Esa era la razón por la que estaba aquí. Esto significaría deslizarse más

allá del punto de control, pero por supuesto, él no podía nadar alrededor.

Alex recordó lo que el jefe de seguridad le había dicho. Había alambre de púas oculto en

el agua. Tenía que haber otra manera.

El almuerzo fue a la una en punto: deliciosos camarones roti9 servidos con ensalada y

arroz. Luego descansaron por una hora, evitando el peor calor del sol. A las tres y media

alguien llamó a la puerta de Alex y un joven negro apareció, vestido con el mono gris del

personal de seguridad.

—¿Sr. Rider? —le preguntó.

Alex se puso de pie. —Soy Alex.

—Mi nombre es Kolo. El Sr. Drevin dijo que necesitaba un compañero de buceo.

—Eso es correcto.

—¿Es usted un buzo certificado?

—Sí.

—¡Entonces, vamos!

Paul no estaba cerca. Alex siguió a Kolo fuera y hacia abajo a un almacén de equipos

debajo de la casa. Era una habitación grande, un cruce entre un garaje y un embarcadero.

Aquí había equipos de repuesto para los diferentes barcos, unas pocas redes y, en un área

separada, tanques de buceo, chalecos, trajes de neopreno, aletas y todo lo necesario para ir

a bucear.

—El agua está tibia —dijo Kolo mientras sacaba un par de tanques—. Pero el Mary Belle

está profundo, a unos veintidós metros. Así que voy a darle un traje de medio cuerpo y

voy a revisar algunos pesos.

Media hora más tarde, Alex estaba usando un traje de neopreno de color azul brillante

que le llegaba hasta los muslos y los brazos hasta la mitad. Kolo estaba vestido de negro.

Llevando su equipo, Alex salió tambaleándose a la playa, donde un barco con un capitán

Bajan estaba esperando para llevarlos al mar.

—¡Buena suerte, Alex!

Alex se volvió para ver a Paul Drevin de pie en la terraza por encima de él, agitando la

mano. Él le devolvió el saludo, luego subió a la barca.

El viaje sólo tardó unos minutos. En ese momento, Alex se acercó a su equipo, pasando a

través de los controles habituales. Su mascarilla puesta. El BCD era nuevo. Se volvió a su

9 El roti está hecho de harina de trigo cocinada sobre una superficie plana o ligeramente cóncava de hierro denominada

tawa, se emplea siempre como acompañamiento y admite cualquier alimento dentro de él ya que a veces se enrolla, a veces

se suele tomar con ghee (mantequilla clarificada).

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suministro de aire y comprobó su calibre. Le habían dado un poco menos de 3.000 psi10.

Alex hizo un cálculo rápido. Cuanto más profundo fuera, más aire tendría que utilizar.

Pero él era un respirador ligero. A los veintidós metros, la profundidad del Mary Belle,

suponía que tendría un tiempo de fondo de por lo menos media hora.

Se dio cuenta que Kolo lo observaba mientras terminaba su preparación. Alex había

estado esperando para visitar los restos del naufragio, pero de repente se sintió incómodo.

Había estado buceando muchas veces con su tío y una vez con los amigos, y cada vez

había sido un asunto feliz, sociable. Ahora estaba en un barco con un capitán que no había

dicho una palabra y un compañero quien apenas había hablado. Dos peones llevando al

niño rico para un paseo. Por un momento, comprendió la soledad que Paul debía haber

sentido toda su vida.

El barco fue más lento y el ancla fue bajada. El capitán levantó una bandera, roja con una

franja blanca, la señalización de que había buzos en la zona. Kolo ayudó a Alex a ponerse

el equipo. Luego fue el momento para la reunión.

—El Mary Belle está justo debajo de nosotros —le dijo Kolo—. Vamos a entrar en el agua

sobre este lado y luego, si todo va bien, vamos a ir hacia abajo. El mar está hoy un poco

picado y la visibilidad no es tan buena, pero pronto verá los restos del naufragio.

Empezaremos en la popa. Usted puede ver el timón y la hélice. Luego vamos a nadar

hasta la cubierta y hacia la segunda bodega. Hay un montón de peces allí. Pez cristal,

meros, pez hacha, tal vez tenga suerte y vea un tiburón. Voy a indicar cuándo sea el

momento para volver arriba. ¿Alguna pregunta?

Alex sacudió la cabeza.

—Entonces vamos a hacerlo.

Alex puso la máscara sobre su rostro, miró el respirador por última vez, luego se sentó en

el borde de la barca con sus manos cruzadas sobre el pecho. Kolo le dio un pulgar hacia

arriba y se lanzó hacia atrás, salpicando hacia el mar. Este era un momento que siempre

disfrutaba, sintiendo sus hombros empujando a través del agua caliente, rodeado en un

capullo de burbujas de plata con la luz fracturada muy por encima. Entonces su BCD,

parcialmente inflado, lo arrastró de nuevo a la superficie. Estaba flotando en el agua, cara

a cara con Kolo. El capitán los estaba observando por la barandilla del púlpito.

—¿Todo bien? — gritó Kolo.

Alex le dio el signo universal del buzo: dedo índice y pulgar formando un 0, los otros tres

dedos apuntando hacia arriba. Todo bien.

Kolo respondió con un puño cerrado, el pulgar hacia abajo. Descenso.

Alex liberó el aire en su chaleco y dejó que su cinturón de peso lo arrastrara hacia abajo. El

agua subió por encima de su mentón, más allá de su nariz y los ojos. Suavemente

comenzó un descenso controlado, escuchando el sonido de su propia respiración

amplificada en sus oídos. Fue solo ahora que se acordó de que había sido operado hace

10 La libra-fuerza por pulgada cuadrada, más conocida como psi (del inglés pounds per square inch) es una unidad de

presión en el sistema anglosajón de unidades.

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apenas tres semanas. ¿Qué pensaría el Dr. Hayward acerca de él buceando? Bueno, al

menos no era algo que había sido prohibido.

Una ballesta, de color verde brillante con rayas amarillas y una cola de color amarillo,

pasó nadando, haciendo caso omiso de él. El agua era de un profundo azul tropical que se

hizo más oscura y más oscura mientras más descendía. Miró a su medidor de

profundidad. Once metros, doce, trece... Estaba cómodo, en pleno control. Kolo estaba a

pocos metros por encima de él con las piernas cruzadas. Grandes burbujas, cada una con

una perla de aire usado, se levantaban en grupos a la superficie.

Y de repente el Mary Belle estaba allí, apareciendo delante de él como si se proyectara

sobre una pantalla. Era siempre lo mismo bajo el agua. Objetos, incluso tan grandes como

un barco de carga hundido, parecían surgir de la nada. Alex exprimió un poco de aire en

su BCD para frenar su descenso. Comprobó que había flotabilidad neutra, luego dio una

patada hacia adelante y nadó hasta este testigo silencioso de la Segunda Guerra Mundial.

El Mary Belle estaba en la arena, inclinado hacia un lado. Estaba en dos mitades,

separadas por una zona irregular, un área rota que podía haber sido hecha por un torpedo

alemán. Tenía unos ciento treinta metros de largo, veinte metros de ancho, el barco entero

cubierto de algas y corales de colores brillantes que un día se convertiría en un arrecife

artificial extraordinario. Mientras nadaba sobre la cubierta, en dirección a la popa, Alex

miró hacia abajo a las superficies de color verde oscuro, las escaleras y barandillas

torcidas, los molinetes del ancla y el techo explotado. Pasó dos vagones de ferrocarril de

mercancía extendidos lado a lado. Parte de una locomotora estaba destrozada, a pocos

metros sobre la arena. En el otro extremo vio lo que tenía que ser un cañón antiaéreo,

ahora apuntaba sin poder hacer nada en el fondo del mar. Una vez, la cubierta había

estado llena de vida, con jóvenes infantes de marina corriendo hacia atrás y adelante, el

sistema de megafonía ladrando órdenes, el viento y el rocío de la espuma del mar

soplando en la cara. Sin embargo, el Mary Belle había sido golpeado. Había permanecido

aquí durante más de medio siglo. No había nada en el mundo más silencioso. Era la

propia definición de la muerte.

Alex se dio cuenta que Kolo le hacía señas y él nadó por debajo de la popa. Había

perturbado un banco de pargos los cuales se alejaron, zigzagueando rápidamente fuera de

la vista. La hélice estaba directamente encima de él. Cuando el barco se había partido en

dos, la popa se había volteado sobre su lado, sino habría sido enterrada en la arena. Kolo

señaló de nuevo. ¿Te encuentras bien? Alex miró su suministro de aire. Había usado 500

psi. Señaló de regreso. Bien.

Lentamente nadaron alrededor del costado de los restos del naufragio. Alex tenía los

brazos cruzados sobre el pecho, cada mano apretando el brazo contrario. Así era como

siempre se zambullía. Ayudaba a mantener el calor corporal y detenía la tentación de

tocar nada. Ellos se elevaron sobre el puente y siguieron una escalera, cada peldaño

incrustado con nueva vida, regresaron a la cubierta superior. Kolo señaló una abertura al

lado de uno de los vagones de carga que Alex había notado. Una escotilla, con una

escalera descendente. Era la entrada a la segunda bodega.

Parecía que Kolo quería que él fuera adelante. Alex sacó su linterna, y luego pateó hacia

abajo y con cautela nadó a través de la apertura, la cabeza y los hombros primero. Bucear

en barcos hundidos es totalmente seguro siempre y cuando sepas lo que estás haciendo, y

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Alex sabía que el único peligro real era conseguir sus tubos de aire atrapados o rozarlos

en un borde afilado. La solución era hacer todo muy lentamente, revisando por cualquier

obstrucción. Pero la escotilla era fácilmente lo suficientemente amplia como para él. Siguió

la escalera bajando, encendió la linterna y miró a su alrededor.

Era un espacio grande, cavernoso, que corría a todo lo ancho de la nave y cerca de unos

veinticinco metros de su longitud. Una luz verde fantasmal brotaba a través de una serie

de pequeños ojos de buey y Alex apagó la linterna, al darse cuenta de que no la

necesitaría. La luz iluminaba una matriz de objetos reconocibles al instante, incluso

después de sesenta años bajo el mar. Había un jeep, estacionado frente a una pared, un

arsenal de rifles Winchester, una fila de botas, un par de motocicletas. Se le ocurrió a Alex

que si él hubiera llevado estas a tierra, habrían estado oxidadas y feas, nada más que

basura. Pero su larga estancia bajo el agua les había dado una extraña belleza. Era como si

la naturaleza estuviera tratando de reclamarlas y mágicamente transformarlas en algo que

ellas nunca habían sido.

El sonido es también diferente bajo el agua.

Alex oyó el estruendo de metal golpeando metal, pero por un momento no estuvo seguro

de donde había venido, o incluso lo que era. Miró a derecha e izquierda, pero nada se

estaba moviendo. Luego volvió a mirar el camino por el que había venido. No había

señales de Kolo. ¿Por qué no había nadado el otro hombre hacia la bodega? Entonces Alex

se dio cuenta. La escotilla por la que había llegado había sido cerrada. Había girado

cerrándose, ese fue el sonido que había escuchado.

Se dio la vuelta y nadó de regreso a la escalera. No estaba usando guantes y tenía miedo

de cortarse, pero cuando llegó a la escotilla puso la mano en contra de esta y empujó. No

se movió.

Estaba tan bien sujeta que podría haber sido cementada en su lugar.

¿Qué demonios estaba pasando? Alex sintió los primeros indicios de malestar los cuales

podrían fácilmente convertirse en pánico. Pero sabía que la regla más importante de la

práctica del buceo era mantener la calma, y se obligó a respirar lentamente, para tomar

sólo un paso a la vez. El soporte que agarraba la escotilla debía haberse roto. Pero no

importaba. Kolo sabía que estaba aquí. Había un barco de buceo directamente sobre su

cabeza. Sólo tenía que encontrar otra salida.

Alex se alejó de la escotilla y nadó a lo largo de la bodega. Llegó a un muro de acero en el

otro lado de la camioneta, y aunque estaba ahuecado con agujeros, algunos lo

suficientemente grande para conseguir pasar un brazo, no había manera de que el resto de

su cuerpo fuera capaz de pasar. Pero había una puerta, y estaba entreabierta. Una vez está

habría permitido el acceso de la tripulación de una bodega a otra. Ahora esta era la salida

que Alex necesitaba. Nadó hasta ella y la empujó. La puerta se abrió alrededor de cinco

centímetros, pero nada más. Había sido encadenada cerrándola en el otro lado. Alex vio

algo destellar. La cadena era nueva. Fue entonces cuando realmente empezó a

preocuparse.

Una nueva cadena de una puerta vieja. Sólo podía estar allí por una razón. De alguna

manera Drevin había descubierto quién era. Alex había pensado que era tan inteligente,

escuchando con su iPod y espiando alrededor de la isla. Pero él los había dejado ponerlo

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en un barco y llevarlo hacia el mar. Él había hecho exactamente lo que querían, nadando

hacia esta trampa mortal. Y ahora habían asegurado la puerta. Ellos iban a dejarlo aquí

para que se ahogara.

La furia, negra e irresistible, se apoderó de él. Su corazón estaba tronando, no podía

respirar. Por un breve momento estuvo tentado de sacar el regulador de la boca y gritar.

Él no podía hacer nada. A merced de una sola tubería y una disminución de los

suministros de aire.

Los siguientes noventa segundos fueron posiblemente los más difíciles de la vida de Alex.

Tuvo que luchar por el control, veintidós metros bajo el nivel del mar, consciente de que

estaba muy probablemente en su tumba. De algún modo tenía que canalizar su ira lejos de

sí mismo, de vuelta a Drevin, quien había tratado con él tan despiadadamente como

cualquier otra persona que había cruzado alguna vez su camino.

Otro sonido. Una motor acelerando. Alex sintió un destello de esperanza, pero

rápidamente se cerró a éste. No era el sonido de alguien viniendo a rescatarlo. Kolo había

regresado a la superficie. Él había hecho su trabajo y ahora se estaba alejando.

Efectivamente, el ruido se desvaneció y murió de inmediato.

Alex estaba solo.

Hubo una cosa que tenía que saber, aunque temía mirar. Se agachó por su consola de

instrumentos. ¿Cuánta cantidad de aire había usado? La aguja le dijo lo peor. Le

quedaban 1.750 psi. A 500 psi, el indicador se pondría rojo. En ese momento, un resorte de

accionamiento de cierre de válvula en el interior de la válvula J del tanque se cerraría. Le

quedarían unos pocos minutos. Y entonces moriría.

Cuando estuvo seguro que estaba controlado, nadó de nuevo hacia delante. Alex sabía

que a está profundidad, no tardaría en gastar el aire que le quedaba. Pero moviéndose

demasiado rápido, usando mucha energía, sólo aceleraría el proceso. ¿Cuánto tiempo

tenía? Quince minutos como máximo. Ya sabía que su situación era desesperada, y se

obligó a ignorar los susurros oscuros en su mente. Nadie sabía que estaba aquí. No había

manera de salir. Pero aún tenía que intentarlo. Peor para la gente que Drevin había

tratado de matarlo y fallado. Él iba a encontrar una salida.

La escotilla estaba sellada. Las ventanas eran demasiado pequeñas. El piso, el techo y las

paredes eran sólidos. Solo había una única puerta que podría llevarlo a la seguridad, y

estaba encadenada. Alex miró a su alrededor, a continuación, cogió uno de los

Winchester. No había posibilidad de que disparara después de tantos años bajo el agua,

pero aún podría usarlo. Llevando el viejo rifle, nadó hacia la puerta y, atravesando el

almacén, deslizó el cañón a través. Lo utilizaría como una palanca. Tal vez pudiera

separar la puerta abriéndola, la cadena era nueva, pero estaba atada a un mango que era

viejo y podría estar podrido. Usando toda su fuerza, Alex empujó. Brevemente pensó que

podía sentir el metal cediendo. Empujó más duro y saltó atrás mientras algo se rompía. El

rifle. Se había roto el cañón a la mitad.

Nadó hacia la pila y tomó otro. Podía sentir sus indicadores arrastrándose detrás de él,

pero no los miró de nuevo. Tenía demasiado miedo de lo que iba a ver. Podía escuchar

cada respiración, haciendo eco en sus oídos. Y cada vez que abría la boca podía ver su

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valiosa reserva de aire desapareciendo en una nube de burbujas. Estaba escuchando y

viendo su propia muerte. Estaba siendo cuidadosamente medida a su alrededor.

El segundo rifle se rompió al igual que el primero lo había hecho. Por un momento, Alex

se volvió loco. Agarró la puerta con las manos y se retorció como si pudiera arrancarla de

sus goznes. Las burbujas explotaron alrededor de su cabeza. La negrura se arremolinaba

alrededor de sus ojos. Cuando se calmó, poco había cambiado. Sus dedos estaban blancos,

y se había cortado la palma de una mano.

Y su suministro de aire se había reducido a 900 psi. Sólo le quedaban unos minutos.

Tenía que moverse con rapidez. No, moverse rápido sólo lo llevaría más cerca del fin.

Pero tenía que haber otra salida. Examinó las ventanas de nuevo. La más grande de ellas

era de forma irregular, algunos de los metales se habían desgastado. Alex podría sacar

casi la cabeza y la mitad de su hombro a través de la brecha. Pero eso era todo. Aún si se

quitaba el tanque, la cintura y las caderas nunca pasarían a través. Se echó hacia atrás,

temeroso de que fuera a quedar estancado y cortar a través de su propio tubo de aire. No

había conseguido nada.

Y su suministro se había reducido a 650 psi. La aguja estaba sólo a un milímetro por

encima del rojo.

Alex estaba frío. Nunca había estado tan frío en su vida. El traje debería haber estado

reteniendo un poco de calor para él, pero sus manos y brazos se estaban volviendo azules.

No había luz de sol en la bodega. Estaba en el fondo del mar. Pero era más que eso. Alex

sabía que iba a morir. Sería encontrado flotando en este lugar infernal, rodeado por

maquinaria oxidada y los recuerdos de una larga guerra. Esta vez no había manera de

salir.

500 psi.

¿Cómo había ocurrido? ¿De alguna manera había perdido los últimos dos minutos, dos

preciosos minutos cuando le quedaban tan pocos? Alex se obligó a pensar. ¿Había algo

más en la bodega que podría utilizar? Tal vez el barco había estado llevando proyectiles

de artillería. Había visto un cañón antiaéreo en la cubierta. ¿Podría tal vez explotar su

camino para salir de aquí?

Empezó a buscar desesperadamente las municiones. Mientras lo hacía sintió algo en la

garganta y supo que era cada vez más difícil respirar. Su suministro de aire por fin se

estaba acabando. Se preguntó si se desmayaría antes de ahogarse. Le pareció

completamente injusto. Por un milagro, había sobrevivido a la bala de un asesino en

Londres. ¿Y fue sólo para esto? ¿Para otra muerte aún peor tan sólo unas semanas más

tarde?

Algo gris brilló pasando una de las ventanas. Un pez de gran tamaño. ¿Un tiburón? Alex

sintió un sentimiento de desesperación total. Incluso si por algún milagro encontraba una

salida, la criatura estaría esperando por él. Tal vez ya sabía que estaba allí. En tan sólo

unos breves segundos, su situación se había vuelto doblemente desesperanzada.

Pero entonces vio la forma gris otra vez y con un choque de incredulidad se dio cuenta de

que no era un tiburón en absoluto. Era un buzo en un traje de neopreno.

Alguien lo estaba buscando.

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Tuvo que forzarse para no gritar. Pateó duro con sus aletas y llegó a la última ventana

justo mientras el buzo se acercaba. El brazo de Alex empujó a través de la brecha irregular

y agarró la pierna del buzo. El buceador se dio la vuelta.

Cabello castaño flotando suelto. Los ojos azules llenos de preocupación detrás de la

máscara que los cubría. El buceador se cernía en el otro lado de la ventana, y Alex

reconoció a Tamara Knight.

Desesperadamente, hizo la señal de socorro que le habían enseñado años antes, cortar con

la mano delante de su garganta. Sin aire. ¡Ayuda! Estaba encontrando más y más difícil

respirar, tratando de sacar lo que quedaba en el tanque, consciente de que sus pulmones

no estaban más que a medio llenar. Tamara metió la mano en el bolsillo de su chaleco y

sacó algo. Lo pasó por la ventana. Alex estaba confundido. Estaba sosteniendo uno de los

inhaladores de Paul Drevin. ¿Para qué era bueno eso? Luego se dio cuenta de que debía

haberlo sacado de su habitación. Era el dispositivo que Smithers le había dado en Nueva

York. ¿Cómo lo había sabido ella? ¿Y que funcionaría bajo el agua?

Mareado, apenas controlado, Alex nadó hacia la puerta encadenada. Tuvo que luchar

para recordar cómo trabajaba el inhalador. Giro el cilindro dos veces en sentido de las

agujas del reloj. ¿Por qué Tamara no lo había armado ella misma? Por supuesto, no podía.

Era sensible a la huella digital. Alex tenía que hacerlo. ¡Respira! Ahora el inhalador estaba

armado. Él lo apoyó en la cadena, a continuación, nadó más atrás en la bodega.

10 psi. La aguja en el medidor de aire no tenía mucho más para viajar.

La puerta se entreabrió. Hubo una bola de fuego, inmediatamente extinguida, y Alex

sintió la onda expansiva golpeándolo, lanzándolo contra el camión. Él no estaba

respirando ya más, no había nada más que respirar. ¿Dónde estaba Tamara? Alex había

supuesto que había una salida a través de la siguiente bodega, ¿pero y que si estaba

equivocado?

Todo se estaba poniendo negro. O era que la explosión lo había noqueado o que se estaba

ahogando.

Pero entonces sintió los brazos de Tamara a su alrededor. Ella estaba quitando su

regulador de la boca. Era inútil, y lo dejó ir. Sintió que algo tocaba sus labios y se dio

cuenta que ella le había dado un segundo regulador, el pulpo unido a su propio tanque.

Respiró hondo y sintió la ráfaga de aire en sus pulmones. Fue una sensación maravillosa.

Ellos se quedaron donde estaban durante unos minutos, los brazos envueltos el uno

alrededor de la otra. Luego Tamara suavemente le dio un codazo a Alex en el hombro y

apuntó hacia arriba. Él asintió con la cabeza. Todavía tenían un largo camino de regreso y

con los dos compartiendo un solo tanque, no pasaría mucho tiempo antes de que el

suministro de aire de Tamara también se agotara.

Tamara nadó a través de la puerta rota y Alex la siguió. Había una escotilla abierta y se

deslizó a través de ella, viajando lentamente hacia arriba. Se detuvieron cuando sus

indicadores mostraron cinco metros. Era la parada de seguridad que permitía que se

filtrara el nitrógeno de su torrente sanguíneo y prevenirles de conseguir las burbujas.

Cinco minutos más tarde completaron su ascenso, rompiendo la superficie en el brillante

sol de la tarde.

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Alex no tenía aire para inflar su chaleco, por lo que desabrochó su cinturón de peso y lo

dejó caer. Luego se quitó la máscara.

—¿Cómo...? — comenzó.

—Más tarde —dijo Tamara.

Fue un largo nadar de regreso a la isla y Tamara quería asegurarse de que no fueran

vistos. Permitieron que la corriente los llevara alrededor de Little Point, luego patearon

hasta la orilla detrás de la casa. Tamara comprobó que no había guardias a la vista antes

de que corrieran por la playa y al abrigo de las palmeras.

Alex se sacó su tanque y se lanzó hacia abajo sobre el suelo. Se quedó allí, jadeando.

Tamara estaba acostada a su lado. En su traje de neopreno, con el pelo suelto y el agua

corriendo por su rostro, ella no se parecía en nada a un secretario personal... y Alex de

repente se dio cuenta de que nunca había sido realmente una.

—Eso estuvo demasiado cerca para ser agradable —dijo.

Alex la miró fijamente. —¿Quién eres tú? —le preguntó. Pero ya sabía la respuesta.

—CIA.

Por supuesto. Joe Byrne le había dicho que había alguien en la isla.

—Lo siento. He tenido que ser tan hostil contigo —dijo Tamara. Ella le dedicó una sonrisa

deslumbrante, como si fuera algo que había estado queriendo hacer desde el principio—.

Estoy segura de que entiendes. Era mi cubierta.

—Claro. —Todo tenía sentido—. ¿Cómo me encontraste justo ahora? —le preguntó.

—Tú ya me habías dicho dónde estabas yendo —explicó Tamara—. No sé por qué, pero

estaba nerviosa y decidí seguirte. Entré en tu habitación y cogí el inhalador. Pensé que

podría ser útil y tenía razón. Entonces salí a nadar. Estaba a punto de acercarme al sitio

del naufragio, cuando vi el barco regresar sin ti y adiviné lo que había pasado. Así que

vine a encontrarte.

—Gracias. —Alex estaba sintiéndose soñoliento. El sol de la tarde estaba cayendo sobre él,

y ya estaba seco—. Entonces, ¿qué pasa ahora? —Se preguntó.

—Tú me dirás.

—Creo que Drevin puede estar planeando salir esta noche. —Rápidamente Alex le contó

sobre la llamada telefónica que había escuchado.

Pero Tamara parecía dudosa. —No puedo creer eso —dijo—. El lanzamiento de mañana...

Ark Angel. Esto significa todo para él. Ha estado trabajando en esto durante meses. ¿Por

qué desaparecer ahora?

—Estoy de acuerdo. Pero definitivamente mencionó un barco. Está llegando a las once en

punto.

—Entonces tenemos que estar allí. Hay una unidad de respaldo esperando en Barbados. Si

Drevin intenta salir, podemos contactar con ellos y estarán aquí en cuestión de minutos.

—¿Qué hacemos hasta entonces?

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—Será mejor que esperes aquí. Voy a volver a la casa para conseguirte algo de ropa. Y

algo de comer y beber. —Estudió a Alex de cerca—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. Gracias, Tamara. Salvaste mi vida.

—Es genial estar trabajando contigo, Alex. Joe me ha dicho todo sobre ti.

Tamara se alejó, dejando a Alex por su cuenta. Observó a las olas rompiendo suavemente

en la arena blanca. El sol estaba empezando a ocultarse y las primeras sombras ya estaban

extendiéndose, alcanzando a Alex y silenciosamente alertándole de los peligros de la

noche entrante.

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Capítulo 16

Tormenta Tropical

Traducido por Akanet

Corregido por Nanis

Esa noche a las diez, Alex y Tamara estaban esperando en el borde de la selva tropical,

bajando la mirada al camino hacia las cabañas de madera donde los guardias se lavaron y

cambiaron. Ambos estaban vestidos con ropa oscura. Tamara había escogido pantalones

de combate y una camiseta negra de manga larga negro para Alex. Él estaba muy

acalorado. La noche había traído consigo un calor bochornoso que se aferraba a su piel, y

podía sentir el sudor arrastrándose por su espalda. Pero de esta manera hay menos

posibilidades de ser visto, y él estaba protegido de lo peor de los mosquitos.

Tamara también estaba de negro. Desde algún lugar había sacado una pistola, una Beretta

delgada, que llevaba en una funda bajo el brazo. Ella también tenía un transmisor de

radio con el que tenía la intención de contactar al equipo de respaldo de la CIA —a pesar

de que estaba preocupado por la recepción. Las nubes estaban densas. Oscureciendo la

luna, y parecía que iba a llover. Obtener una señal decente en el centro de una tormenta

tropical no sería fácil.

Alex se alegró de que ella estuviera con él. Él había estado solo mucho tiempo y le parecía

que ellos dos estaban bien adaptados. Tamara le había dicho que era uno de los agentes

más jóvenes trabajando para Joe Byrne; había sido reclutada cuando tenía sólo diecinueve

años. Ella no se veía mucho más vieja ahora, se agachó al lado de un gigante extravagante,

el árbol con forma de paraguas común en la mayor del este del Caribe. Él sentía que esta

era una gran aventura para ella. Tal vez esa fuera la diferencia entre ellos. Ella disfrutaba

de su trabajo.

Había tres cabañas, conectadas por pasillos cubiertos, al lado del camino. Eran bastante

primitivas: tablones de madera oscura para las paredes, los techos hechos de hojas de

palma. Unos veinte metros más abajo, Alex podía ver la puerta eléctrica y el puesto de

control de vigilancia de la zona de lanzamiento en el otro lado. Había tres guardias en

ronda constante, uno de ellos dentro del puesto de control, los otros dos arrastrando los

pies hacia atrás y hacia delante en frente de la valla metálica de diez metros de altura.

Toda la zona estaba iluminada por una serie de arcos de luz brillando hacia abajo desde

las torres metálicas de vigilancia. Alex podía ver cientos de mariposas y mosquitos

bailando en las vigas.

Los guardias fueron relevados a las diez y cuarto. Como la asistente personal de Drevin,

Tamara había sido capaz de ver la lista de turnos y sabía que la segunda ronda nocturna

llegaría en cualquier momento. Alex miró hacia atrás por el camino en la dirección de la

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casa de Drevin. Pensó brevemente en Paul. Es de suponer que le habían dicho que Alex se

había ahogado... un terrible accidente. Se preguntó qué estaría pensando Paul, y se

lamentaba de que Tamara no lo hubiera visto cuando había vuelto a la casa a buscarle

algo de ropa.

Pero no se podía preocupar por eso ahora. Ya era hora. La pista estaba todavía vacía; no

había señal alguna de buggies eléctricos viniendo por algún camino. Tamara le dio un

codazo y él se arrastró hacia adelante, manteniéndose cerca de la maleza, dirigiéndose

hacia la primera de las tres cabañas. Con mucho cuidado abrió la puerta. No hubo ningún

ruido o movimiento durante veinte minutos, pero aún así todavía podría haber alguien

durmiendo allí.

La cabaña estaba vacía. Alex entró y encontró a sí mismo en un espacio pequeño,

rectangular. Había un par de viejos sofás, una nevera y una mesa con botellas de cerveza

vacías, algunas revistas pornográficas y una baraja de naipes esparcidos por la superficie.

Un ventilador de pie en una esquina, pero estaba apagado. La habitación apestaba al viejo

humo de los cigarrillos, y el aire era lento y calmado.

Pasó a través de esta cabaña y dentro de la siguiente, una aún más pequeña con cuatro

cabinas de ducha y una fila de bancos de madera. El piso era de mosaico. Toallas

húmedas colgadas en los ganchos. Una vez más, no había nadie a la vista.

Fue en la tercera cabaña que encontró lo que estaba buscando. Aquí era donde los

guardias se cambiaban para el trabajo. Uniformes, recién planchados, colgados en los

armarios de metal, botas pulidas se alineaban perfectamente contra la pared. Exactamente

como Tamara lo había descrito.

Alex no pudo evitar sonreír para sí mismo cuando metió la mano en su bolsillo y sacó la

botella que Smithers le había dado. Miró el nombre en la etiqueta —STINGO— entonces

la abrió y espolvoreo el contenido sobre los uniformes de los guardias. El líquido era

incoloro y no olía a nada. Los guardias no tendrían idea de lo que estaba a punto de

golpearlos.

Oyó un débil silbido desde el exterior: una advertencia de Tamara. Había una segunda

puerta que conducía fuera de la cabina y Alex se deslizó a través de ella en la oscuridad.

En el exterior, oyó un buggy acercándose. Sincronización perfecta.

Era el cambio de guardia. Mientras Alex se reunía con Tamara, un buggy se detuvo y tres

hombres vestidos con pantalones cortos y camisetas salieron. Alex reconoció a uno de

ellos. Era Kolo, el buzo que lo había dejado para que muriera. Él estaba contento. Si

alguien merecía sufrir, era Kolo.

—¿Esto va a funcionar? —Tamara susurró mientras los tres hombres desaparecieron en el

vestuario.

—No te preocupes —respondió Alex—. Smithers nunca me ha defraudado.

Unos cinco minutos más tarde, los tres hombres volvieron a aparecer, ahora vestidos con

sus overoles de color gris. Alex y Tamara vieron cómo se acercaban al puesto de control

para intercambiar lugares con los tres guardias de allí. Intercambiaron algunas palabras

en voz baja, a continuación tomaron posesión de sus cargos. Los tres que habían sido

relevados volvieron a entrar en la cabaña para cambiarse y se marcharon en el buggy

unos minutos después.

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—Acerquémonos —Alex susurró. Estaba ansioso por ver lo que fuera a suceder.

Kolo estaba sentado en la cabina de control, frente a una fila de teléfonos y monitores. La

ventana estaba abierta para que pudiera comunicarse con los otros dos, que ahora estaban

armados y parados juntos en frente de la valla. Era una tarea ingrata, Alex pensó, dando

vueltas toda la noche, esperando que algo suceda. Y aunque ninguno de ellos lo sabía,

estaba a punto de empeorar.

Alex se dio cuenta en primer lugar. La nube de insectos visibles en los rayos del arco de

lámparas se había espesado. Antes habían sido cientos de ellos. Ahora había miles. Era

imposible saber qué tipo de insectos eran: escarabajos, moscas, cucarachas o mosquitos.

No eran más que manchas de color negro compuestas por alas batiendo frenéticamente,

antenas y patas colgando. Había tantos que la luz estaba casi erradicada.

Kolo se dio una palmada en la cara. El sonido era sorprendentemente fuerte en el denso

calor de la noche. Uno de los otros guardias murmuró algo y se rascó bajo el brazo. Kolo

se dio una palmada en la cara por segunda vez, luego en la parte de atrás de su cuello. Los

otros hombres estaban empezando a arrastrar sus pies alrededor nerviosamente, como si

ejecutaran una danza extraña. Uno paso la culata de su ametralladora hacia abajo por su

pecho, luego lo extendió por encima de su hombro, usándola para rascarse la espalda.

Dentro de la cabina de control, Kolo estaba espantando el aire delante de su cara. Parecía

estar teniendo problemas para respirar, y Alex podía ver por qué. El aire a su alrededor

había sido invadido por miles y miles de insectos. Kolo no podía abrir su boca sin

tragárselos.

La loción de mosquitos que Smithers había creado era impresionante. Todos los insectos

en la isla habían sido atraídos hacia los tres desafortunados hombres. Los dos en el

exterior estaban fuera de control, abofeteándose a sí mismos, gimiendo, sacudiéndose por

todas partes como las víctimas de una descarga eléctrica. Kolo gritó. Alex podía ver un

enorme ciempiés aferrándose a su cuello. Muy poco de la piel del hombre era visible

ahora. Estaba cubierto de una masa de insectos con aguijones, que picaban. Ellos se

estaban arrastrando dentro de sus ojos y arriba de su nariz. Seguía gritando, se golpeó

frenéticamente. Los otros dos hombres estaban haciendo lo mismo.

Hubo una pequeña explosión y una lluvia de chispas cuando uno de los monitores de

televisión, invadido por los insectos, hizo cortocircuito. Fue el golpe final. Ciegos y

maldiciendo, Kolo se puso en pie y se desplomo fuera de la cabina de control. Los otros

dos guardias cayeron sobre él, aferrándose a él en busca de apoyo, y ellos tres

comenzaron a buscar a tientas su camino hacia las duchas y los vestuarios.

Una enorme nube de insectos los seguía.

De pronto todo quedó en silencio.

—Tenías razón —comento Tamara—. Tu Sr. Smithers es bastante bueno.

Los dos se apresuraron a pasar el puesto de control ahora desierto, a través de la puerta y

a lo largo del camino en el otro lado. La selva tropical pronto termino y podían distinguir

las torres de lanzamiento con los cohetes por delante. Todavía no había luna.

Tamara miró hacia arriba. —Nos vamos a mojar —anunció.

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Ella estaba en lo cierto. Unos minutos más tarde, las nubes se abrieron e inmediatamente

estuvieron empapados. La lluvia era cálida y cayó del cielo como si la vertieran de un

cubo enorme. Un relámpago difuso pulso sobre el mar, reflejándose en la tierra que se

había agitado con fuerza a su alrededor. Todo se había convertido en blanco y negro.

—¿Qué pasará con el lanzamiento? —Alex gritó. Ya no había ninguna necesidad de

susurrar. Tamara difícilmente podía oírle contra el estruendo de la lluvia.

Ella sacudió el agua de sus ojos y gritó: —No hará ninguna diferencia. La lluvia no durará

mucho tiempo. Todo va a estar seco mañana por la mañana.

De hecho, la tormenta no podría haberse desatado en un mejor momento. El área de

lanzamiento era un terreno de un cuarto de milla completamente abierto y Alex se había

preguntado cómo lo cruzarían sin ser vistos. No tenía duda de que habría otros guardias

patrullando y probablemente un circuito cerrado de televisión. La lluvia proporcionaba

una cobertura perfecta. En sus ropas oscuras, Tamara y él eran invisibles.

El segundo muelle estaba en la punta occidental de la isla, conectado a las torres de

lanzamiento de cohetes y a varios edificios de control por un camino de cemento blanco.

Alex y Tamara estaban corriendo hacia él cuando una luz irrumpió de repente, cortando a

través de la lluvia. Estaba montada en un barco que se dirigía hacia la costa, luchando

para avanzar a través de las turbulentas olas.

—¡Por aquí! —Tamara gritó y tiró de Alex hacia una dependencia de ladrillo con un

enredo de tubos de metal y medidores en el exterior. Mientras corrían, ella se tropezó.

Alex consiguió atraparla antes de que se cayera, y unos momentos después se ocultaban a

salvo detrás de un tanque de agua. El muelle estaba justo en frente de ellos. Alex preguntó

si Drevin estaba a punto de aparecer.

El barco llegó al muelle. La lluvia estaba cayendo aún más fuerte y era difícil ver lo que

estaba sucediendo. Alguien saltó con una cuerda. Más figuras aparecieron en la cubierta.

Alex había pensado que Drevin estaba planeando su salida de la isla, pero parecía como si

el barco hubiera traído a los recién llegados —personas que no querían ser vistas.

Alex oyó un ruido detrás de él y se volvió para ver a Magnus Payne y dos guardias

conduciendo hacia abajo por el camino hacia el barco. El pelo rojo y la piel sin vida del jefe

de seguridad de la isla eran inconfundibles incluso en una tormenta tropical. Llegaron al

muelle y Payne salió. Cuatro hombres bajaron del barco. Alex se sostuvo en Tamara,

impactado. Sabía quiénes eran los hombres, a pesar de que nunca había aprendido sus

nombres reales.

Chaqueta de Combate. Anteojos. Reloj de Oro y Diente de Plata.

La Fuerza Tres había llegado a la Bahía de Flamingo. Pero ¿por qué? ¿Qué significaba?

Magnus Payne estaba dándoles la mano, acogiéndolos. Este era el grupo terrorista que

había jurado destruir a Drevin. Pero estaban siendo recibidos como viejos amigos.

Y luego una voz crujió afuera en la tormenta, amplificada por los altavoces ocultos,

haciéndose eco alrededor.

—¡No disparen! Sabemos que están ahí. Tiren sus armas y salgan con las manos en alto.

Los cinco hombres se congelaron. Dos de ellos sacaron sus armas. Pero las palabras no

estaban dirigidas a ellos.

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Si Alex tenía alguna duda de que eran él y Tamara a quienes estaban apuntando, estas se

disiparon unos segundos más tarde. Cuatro buggies más habían llegado en la lluvia. Se

deslizaron hasta detenerse, enfrentándolo, sus luces deslumbrándolo. Una docena de

sombras negras saliendo a montones y tomaron posiciones en torno a ellos. Junto a él

Tamara se tenso, luego entró en acción, sacando su pistola. Hubo un solo tiro, disparado

desde uno de los buggies. Tamara gritó. Su arma giró lejos. La sangre comenzó fluir poco

a poco por una herida en su hombro, extendiéndose rápidamente hacia abajo en su

manga.

—¡Esa fue tu última advertencia! —la voz retumbó—. Ponte de pie y avanza lentamente.

Si te resistes, te disparare.

¿Cómo habían sido encontrados? Alex hizo memoria y recordó a Tamara tropezando. El

cable de una trampa. Eso tenía que ser. Cuando habían corrido, ella había disparado una

alarma.

Magnus Payne se abrió paso a través de la línea de guardias. Los cuatro miembros de la

Fuerza Tres lo seguían. Toda la zona había estado vacía sólo unos minutos antes; ahora

estaba repleto. Tamara estaba sujetando con fuerza su hombro herido. Alex estaba a su

lado, decepcionado.

Y luego Nikolei Drevin apareció, vestido con un impermeable claro y — curiosamente—

sosteniendo un paraguas para golf de colores brillantes que lo protegía de la lluvia.

Parecía relajado, como si hubiera decidido simplemente ir a dar un paseo nocturno. Se

paro delante de Alex y Tamara. Había muy poca emoción en su rostro.

—Señorita Knight —dijo, y aunque hablaba en voz baja, las palabras se transmitían

incluso por encima del sonido de la lluvia—. Siempre tuve mis dudas acerca de usted. O

más bien, sospechaba que la CIA trataría de infiltrarse en mi operación, y usted parecía la

opción más probable. Qué triste me siento de haber confirmado mis temores.

—El niño... —Magnus Payne había llegado al lado de Drevin.

—Sí. Parece que tu hombre no acabo realmente el trabajo. —Drevin camino hacia adelante

hasta que estuvo a centímetros de distancia de Alex. Alex no se inmutó; la lluvia corría

por su rostro—. Dime, Alex —preguntó Drevin—. Estaría interesado en saber para quién

estás trabajando. ¿Es el MI6 o la CIA? ¿O tal vez ambas?

—Vete al infierno —respondió Alex en voz baja.

—Estoy realmente apenado de que eligieras hacerte mi enemigo —continuó Drevin—. Me

agradaste desde el principio. Al igual que a Paul. Pero has abusado de mi hospitalidad,

Alex. Un gran error.

Alex se quedó en silencio. Junto a él Tamara se había puesto muy pálida. Ella tenía una

mano sujeta por encima de su herida y obviamente estaba adolorida. Pero seguía

desafiante. —La CIA sabe que estamos aquí, Drevin —dijo ella—. Nos hace alguna cosa, y

ellos van a estar arrastrándose por todas partes sobre usted. No se va a escapar; no tendrá

a donde ir.

—¿Qué te hizo pensar que estaba planeando ir a alguna parte? —Drevin replicó—.

Encierren a la chica —ordenó—. No quiero volver a verla. Magnus...trae a Alex Rider al

hangar principal. Quiero hablar con él.

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Drevin dio la vuelta y se alejó. Sólo le tomó tres pasos y ya había desaparecido bajo la

lluvia.

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Capítulo 17

Objetivo Principal

Traducido por masi

Corregido por Anne_Belikov

El hangar principal era enorme. Tal vez aquí era donde el Cessna se guardaba cuando no

estaba en uso. El techo era una gran curva de hierro ondulado. Una pared se deslizaba

hacia atrás para permitir el acceso al sitio de lanzamiento. Había piezas de maquinaria y

unos cuantos bidones de aceite dispersos por todo el sitio, pero por lo demás el hangar

estaba vacío. Alex estaba atado a una silla de madera. Drevin estaba sentado enfrente;

Magnus Payne estaba de pie junto a él. Chaqueta de Combate, Diente de Plata, Anteojos y

Reloj de Acero estaban agrupados a poca distancia. Habían sido invitados a la fiesta, pero

estaba claro que Drevin no esperaba que ellos se unieran.

La lluvia había parado tan repentinamente como había comenzado. Alex podía oír el

gorgoteo del agua en los canalones y había unas cuantas últimas gotas derramándose

sobre el techo. El aire en el hangar era cálido y húmedo. Él estaba empapado. Payne había

utilizado un trozo de cable eléctrico para atarlo a la silla y le estaba cortando la carne. Sus

manos y sus pies estaban entumecidos.

Drevin llevaba un jersey de cachemira azul claro y pantalones de pana. Estaba relajado,

con una gigante copa de coñac en una mano, con dos centímetros de líquido dorado

pálido formando un círculo perfecto en el fondo. Se la llevó a la nariz y la olfateó con

aprecio.

—Este es un coñac Luis XIII —dijo—. Tiene treinta años de edad. Una sola botella cuesta

más de mil libras. Es el único coñac que bebo.

—Sabía que eras rico —dijo Alex—. También sabía que eras codicioso. Pero no sabía que

estabas aburrido también.

—Hay cinco hombres aquí que estarían muy contentos de tratar contigo si lo permitiera

—respondió Drevin ligeramente—. Tal vez sería mejor que mantuvieras la boca cerrada y

escucharas lo que tengo que decir.

Él contoneó el brandy y tomó un sorbo.

—Tengo que confesar que estoy fascinado por ti. —Los ojos grises estudiaban a Alex muy

de cerca—. Cuando Magnus me dijo que eras un agente del MI6, me reí. Simplemente no

lo podía creer. Pero cuando miro hacia atrás, todo lo que ha pasado, tiene perfecto

sentido. Una vez conocí a Alan Blunt y pensé de él algo más tortuoso y desagradable. Esto

confirma mi impresión. Aun así, me resulta difícil aceptar que él te enviara tras de mí. ¿Es

eso lo que pasó, Alex? ¿Fuiste colocado aquí desde el principio?

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—Había recibido un disparo —gruñó Payne—. He visto copias de los registros de su

hospital. Eso fue lo suficientemente real.

—Entonces, tal vez no fue más que una infeliz coincidencia. Infeliz, es decir, para ti. Pero

me alegro de que tengamos este tiempo juntos. Aunque me temo que tanto tú como la

señorita Knight deben ser dispersados con prontitud, por lo menos he tenido la

oportunidad de explicártelo yo mismo. Ya ves, Alex, me gustaría que Paul lo supiera. Me

gustaría decirle todo lo que estoy a punto de decirte a ti. Pero es débil. No está preparado

todavía. Incluso podría terminar odiándome por lo que soy. Pero sé que lo entenderá.

Drevin bajó su nariz hacia el vaso y respiró profundamente.

—Soy, como mencionaste hace un momento, un hombre rico. Uno de los hombres más

ricos del planeta. Tengo contratado a un equipo de auditores que trabajan para mí a

tiempo completo durante todo el año, y aún así no están seguros de lo mucho que valgo.

No tienes idea de lo que es, Alex, ser capaz de tener todo lo que quieres. Puedo entrar a

una tienda a comprar un traje y decidir en su lugar comprar la tienda. Si veo un nuevo

coche o un barco o un avión en una revista, puede ser mío antes de que finalice el día. En

el último recuento tenía once casas por todo el mundo. Puedo dormir en un país diferente

cada día de la semana y despertar en otro pequeño paraíso.

—Por supuesto, como probablemente has dicho, esta riqueza no ha venido a mí de una

manera que podríamos describir como honesta. Estos términos no son interesantes para

mí. Soy un criminal... Libremente lo admito. He matado a mucha gente personalmente y

muchos más han muerto como resultado de mis órdenes. Muchos de mis socios son

delincuentes. ¿Por qué debería ser un problema para mí? No hay un empresario exitoso

vivo que no haya, en algún momento, engañado o mentido. ¡Todos lo hacemos! Sólo es

cuestión del grado.

—He tenido un enorme éxito durante los últimos veinte años, y tengo la intención de ser

m{s‖rico‖y‖tener‖m{s‖éxito‖en‖los‖próximos‖años.‖Sin‖embargo…‖—El rostro de Drevin se

oscureció—…‖ hace aproximadamente dieciocho meses me di cuenta de dos pequeños

problemas, y estos me han obligado a seguir un determinado curso de acción. Ellos son la

razón de por qué estás aquí ahora, Alex. Son problemas que podrían, muy fácilmente,

destruirme y frente a los cuales he pasado una gran cantidad de tiempo y dinero tratando

de superar.

—¿Por qué me estás contando todo esto cuando estás pensando en matarme? —preguntó

Alex.

—Es porque estoy planeando matarte por lo que puedo decírtelo —respondió Drevin—.

No habrá peligro de que repitas lo que oigas. Pero por favor no me interrumpas de nuevo,

Alex, o tendré que pedir a Magnus que te haga daño.

Cerró los ojos brevemente. Cuando volvió a abrirlos, estaba totalmente controlado.

—El primer problema —dijo—, se refiere al Departamento de Estado de los Estados

Unidos, que decidió investigar algunos de mis tratos financieros, particularmente los

relacionados con la mafia rusa. Por supuesto, fui bien consciente desde el principio que

estaban preparando un caso en mi contra. Siempre he sido un hombre cuidadoso. Evito

pruebas escritas y me aseguro de que no hay testigos que puedan declarar contra mí. Pero

aún así, no sería posible actuar a tal escala como lo hago sin dejar algunos rastros de mí, y

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sabía que los americanos estaban rebuscando entre los pedazos, hablando con alguien que

alguna vez me haya conocido, y que tarde o temprano tenían previsto llevarme al

Tribunal.

—La solución obvia a esto parecía ser la de destruir el Departamento de los EE.UU. y, en

particular a los hombres y mujeres cuyo trabajo había sido el de inmiscuirse en mis

asuntos. Se me ocurrió que en un aspecto, en realidad, ellos estaban siendo bastante útiles.

Tenían juntas todas las evidencias: ¡un caso de poner todos sus huevos en una canasta!

Con un solo misil, bien dirigido, podría matar a todos los investigadores y destruir todas

las cintas, archivos, trozos de papel, registros telefónicos, impresos de computadora:

¡todo! Podría volver a empezar con una página completamente limpia. Cuanto más

pensaba en ello, más agradecido me encontraba por lo que los estadounidenses estaban

haciendo.

—Por supuesto, no iba a ser fácil. Porque, como ves, la investigación estaba custodiada en

uno de los edificios más seguros del mundo (el Pentágono en Washington El lugar no es

más que una enorme losa de cemento) y en gran parte bajo tierra. Se emplea una fuerza

anti-terrorista que opera veinticuatro horas al día. Cada forma de dispositivo de control

que puedas imaginar la puedes encontrar allí, y desde el 11S, ningún avión comercial

puede llegar tan cerca. El Pentágono está completamente protegido contra ataques

químicos, biológicos y radiológicos. Lo sé, porque los consideré todos. Pero incluso un

breve examen me demostró que cualquier aproximación estaba condenada al fracaso.

—Y ahora, si me lo permites, pasaré al segundo problema que he mencionado. Puede ser

que parezca completamente independiente del anterior. Durante mucho tiempo, pensé

que así era. Sin embargo, podrás ver en un minuto cómo todo se conecta.

Alex no dijo nada. Era consciente de que Magnus Payne y los hombres que componían la

Fuerza Tres lo observaban. Todavía estaba pensando cómo encajaban ellos en todo esto.

¿Y dónde estaba Kaspar, el hombre con el cráneo tatuado? Incluso ahora, nada tenía

sentido. Alex se movió en la silla, tratando de conseguir alguna sensación, de nuevo, en

las manos y los pies.

—Mi otro problema era Ark Angel —continuó Drevin—. El turismo espacial siempre me

ha interesado, Alex, y cuando el gobierno británico se acercó a mí para hacer una alianza

con ellos, debo confesar que me sentí halagado. Yo utilizaría mi dinero y ellos podrían en

marcha el proyecto. Estaría al frente de una de las empresas más revolucionarias y

potencialmente rentables del siglo XXI y eso me proporcionaría la única cosa que más

necesito: ¡respeto! Los americanos, tal vez, me ven como un criminal, pero haría que

reflexionaran cuando me vieran cenando con la Reina. Se me ocurrió que podrían

encontrar algo más difícil el arrastrarme a la cárcel cuando fuera Sir Nikolei Drevin. O

incluso Lord Drevin. A veces ayuda tener los contactos adecuados.

—Y así estuve de acuerdo en convertirme en socio con tu gobierno en el proyecto Ark

Angel, el primer hotel espacial del mundo. Está por encima de nosotros ahora mismo. Es

siempre por encima de nosotros. Y nunca podré olvidarlo. Porque, como ves, se ha

convertido en un pesadilla, una catástrofe. Incluso sin los americanos y su investigación,

Ark Angel podría ser fácilmente destruida.

Drevin frunció el ceño y tomó un trago largo de coñac.

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—Ark Angel está a miles de millones de libras por encima del presupuesto. Me está

dejando seco. A pesar de todas mis riquezas ya no puedo apoyarlo. Y todo por culpa de tu

gobierno estúpido. Ellos no pueden tomar una decisión sin hablar de ella durante meses.

Tienen comités y subcomités. Y cuando toman una decisión, siempre es la equivocada.

Debería haberlo sabido desde el principio. ¡Mira el Parlamento de Escocia! ¡La Cúpula del

Milenio! Todo lo que el gobierno británico construye, cuesta diez veces lo que debería y ni

siquiera funciona.

—Ark Angel es lo mismo. Llega tarde, hay un escape y se pierde cualquier esperanza de

ser completado. Todo está cayéndose a pedazos. Y hace meses que he estado pensando, si

simplemente esa miserable cosa cayera del cielo podría recuperar por lo menos algo de mi

dinero, porque, como todo gran proyecto, está asegurado. Más que eso, sería capaz de

limpiarme las manos con ello. Yo sería capaz de despertar sin tenerla, literalmente,

colgando sobre mi cabeza. Había días en los que seriamente consideré pagar a alguien

para hacerlo explotar.

—Y ahí, Alex, es cuando tuve mi gran idea. Es como te dije. Dos problemas que se reunían

con una única solución.

Drevin se inclinó hacia adelante y por último Alex vio con toda claridad la locura en sus

ojos.

—Me pregunto cuánto sabes acerca de la física, Alex. A pesar de que estamos sentados

aquí ahora, hay cientos de objetos orbitando por encima de nosotros en el espacio

ultraterrestre, desde pequeños satélites de comunicaciones hasta gigantes estaciones

espaciales como el ISS y la Mir antes de esa. ¿Alguna vez te has preguntado qué las

mantiene allí? ¿Qué evita que caigan?

—Bueno, la respuesta es una ecuación muy sencilla que consiste en su velocidad de

equilibrio con su distancia desde la tierra. Puede ser que te divierta saber que, en teoría,

sería posible que un satélite orbitara la tierra a pocos metros por encima de tu cabeza.

Pero tendría que ir increíblemente rápido. Ark Angel está a quinientos kilómetros de

distancia. Por lo tanto es capaz de mantener su velocidad orbital de sólo veintiocho mil

kilómetros por hora. Pero aún así, cada pocos meses hay que impulsarla. Lo mismo puede

decirse de la Mir cuando se encontraba en órbita, y de la Estación Espacial Internacional

ahora. Cada pocos meses, los cohetes que son conocidos como vehículos de progreso

tienen que empujar a estos grandes satélites al espacio. De lo contrario, se derrumbarían.

—De hecho, algunos de ellos hacen exactamente eso. La sonda espacial rusa Mars-96 cayó

del cielo el 17 de noviembre de 1996 y las piezas cayeron en el sur de América. En abril de

2000, la segunda plataforma de un cohete Delta se perdió en la Ciudad del Cabo. El

mundo ha tenido mucha suerte de que hasta ahora no haya habido una gran catástrofe.

Bueno, casi tres cuartas partes del planeta son agua. Hay enormes desiertos y cadenas

montañosas. Las posibilidades de que un trozo de basura espacial golpeé un área de

población son relativamente pequeñas. Aun así, la mayoría de los astrónomos están de

acuerdo, que es un accidente que puede suceder.

—¿Encuentras esto difícil de entender? Voy a hacer que sea fácil para ti. Imagínate hacer

girar un conker en un pedazo de cuerda alrededor de tu mano. Si eres más lento, el conker

se cae y golpea tu mano. Y ahí lo tienes. El conker es la estación espacial, tu mano es la

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tierra. No se necesita mucho para hacer que uno se estrelle contra el otro, y eso es

exactamente lo que pretendo hacer.

—Mañana, cuando Gabriel 7 sea lanzado, llevara una bomba que ha sido exactamente

temporizada y que debe estar exactamente colocada dentro de Ark Angel. Todo ha sido

elaborado en los ordenadores y el programa está encerrado. Si nos fijamos en un mapa,

encontrarás que Washington se sitúa alrededor de treinta y ocho grados al norte, el

ángulo de inclinación seguido por Ark Angel (su trayectoria de vuelo) es también de

treinta y ocho grados. Esto significa que cada vez que orbita la Tierra, pasa directamente

sobre Washington.

—La bomba explotará dos horas después de que Gabriel 7 se haya acoplado con Ark

Angel, exactamente a las cuatro y treinta minutos. Esto tendrá el efecto de sacar a Ark

Angel fuera de su órbita, y la estación espacial comenzará a caer hacia la tierra. Entrará en

la resistencia atmosférica de la Tierra y después las cosas comenzarán a suceder muy

rápidamente. Cuanta más atmósfera la rodeé, más rápido caerá. Pronto estará fuera de

control. O así es como creemos que ocurrirá. De hecho, secretamente, he programado lo

que se conoce como maniobras de órbita en Ark Angel. A pesar de que parezca estar

moviéndose al azar, será tan preciso como un misil nuclear dirigido de forma

independiente.

—¿Puedes imaginarlo, Alex? Ark Angel pesa alrededor de setecientas toneladas. Por

supuesto, la mayor parte se quemará, al volver a entrar en la atmósfera de la Tierra. Sin

embargo, estimo que alrededor del sesenta por ciento sobrevivirá. Eso es cerca de

cuatrocientas toneladas de acero fundido, vidrio, berilio y aluminio viajando a unos

quince mil kilómetros por hora. El Pentágono es el objetivo principal. El edificio será

destruido. Todas las personas que trabajan allí morirán, y cada trozo de información será

incinerado. Yo más bien sospecho que la onda de choque expansiva destruirá la mayor

parte de Washington también. El Capitolio. La Casa Blanca. Los diferentes monumentos.

Los parques. Una lástima, porque siempre he pensado que era una ciudad bastante

atractiva. Pero muy poco de ella quedará.

Alex cerró los ojos. Jack Starbright estaba en Washington, visitando a sus padres. Tal vez

ella podría sobrevivir a la explosión horrible que Drevin había planeado. Sin embargo,

miles de personas (cientos de miles) no lo harían. Una vez más Alex se preguntó cómo se

había metido en esto. ¿Realmente todo comenzó con un médico ordenándole dos semanas

de relajación y descanso?

—Y ahora tengo que hablarte sobre Fuerza Tres —dijo Drevin.

—No es necesario —respondió Alex. Había adivinado esa parte por sí mismo—. Necesita

a alguien a quien culpar. Fuerza Tres no existe. Se lo inventó.

—Exactamente —Drevin agitó su vaso hacia los cuatro hombres que estaban cerca—.

Considero que la Fuerza Tres es el aspecto más brillante de toda la operación.

Obviamente, si Ark Angel es saboteada, si cae en el Pentágono, seré el principal

sospechoso. Así que tuve que crear un chivo expiatorio. Tuve que asegurarme de que

estuviera fuera de toda sospecha.

—Creé Fuerza Tres. Contraté a los hombres que ves aquí ahora. Bajo mis instrucciones,

cometieron varios actos de terrorismo que parecían estar dirigidos contra las empresas

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capitalistas. Volaron una planta de fabricación de automóviles en Dakota, una fábrica en

Japón, un centro de investigación de GM en Nueva Zelanda. También pagaron a un

periodista que trabajaba en Berlín y a un profesor en Londres para hablar en contra de la

Fuerza Tres, para advertir al mundo acerca de ellos. Entonces rápidamente los asesinaron.

¿Ves? Estaba creando la ilusión de un grupo despiadado de eco-guerreros que odiaban a

cualquier persona involucrada en un gran negocio, y que sobre todo me odiaban.

—¡Usted secuestró a su propio hijo! —exclamó Alex. Por fin, los hechos ocurridos en el

hospital y Hornchurch Towers estaban empezando a tener sentido.

—Te lo dije. Yo tenía que ser visto por encima de toda sospecha. El mundo tenía que creer

que la Fuerza Tres eran mis enemigos. ¿Qué clase de padre les permitiría que su hijo fuera

secuestrado pocos días después de una operación?

—Pero ellos se equivocaron —interrumpió Alex—. Me llevaron a mí en lugar de a él. —

Recordó la época en que había sido mantenido como prisionero y tuvo vértigos—. ¡Iban a

cortar el dedo de Paul! ¿Realmente les ordenó que hicieran eso?

—Por supuesto. —Por primera vez, Drevin parecía preocupado. Alex podía verle

luchando contra sus emociones, forzándolas a desaparecer—. La amenaza tenía que ser

creíble. Si Paul hubiera sido mutilado, nadie habría sospechado que tuve algo que ver con

ello. Y cuando la Fuerza Tres me atacara aquí en Bahía Flamingo, yo sería la víctima.

—¡Pero eso es monstruoso! —protestó Alex—. ¡Él es tu hijo!

—Tal vez un poco de dolor le habría endurecido —replicó Drevin—. El chico es

demasiado suave. Y un día él heredará millones. El mundo entero será suyo. ¿Es un dedo

meñique mucho pedir a cambio?

—¡Debe ser genial tenerle como padre! —se burló Alex.

—¡Morirás de forma muy dolorosa si continúas hablándome de esa manera! —Drevin

terminó su coñac. Estaba sofocado de repente y sin aliento—. El único error que tuve fue

no darle a Kaspar una fotografía de Paul. Sabíamos su número de habitación, sabíamos

que iba a haber seguridad en el hospital, ¿Cómo podríamos saber que otro chico decidiría

involucrarse?

—¿Es por eso que trató de matarme en el fuego? —preguntó Alex.

—No —Drevin negó con la cabeza—. Te necesitábamos vivo. Ese fue el objetivo completo.

Paul se había salvado de su terrible experiencia, pero todavía necesitábamos a alguien que

le dijera al mundo que la Fuerza Tres estaba detrás del atentado de secuestro. Asesinarte

no nos habría servido de todos modos. Tenías que escapar. Había una silla en la sala de

modo que pudieras subir a través del techo y por encima de la pared hacia el pasillo. El

fuego se inició deliberadamente lejos de la escalera para que pudieras salir del edificio.

—Pero uno de tu gente me estaba esperando con un arma —Alex miró al hombre que

conocía sólo como Chaqueta de Combate. Este era el hombre que había disparado contra

el recepcionista de noche en el hospital. Él miraba a Alex con ojos llorosos que eran

demasiado pequeños y estaban demasiado cerca de su nariz rota.

Drevin estaba, obviamente, escuchando esto por primera vez. —¿Es esto cierto? —

preguntó.

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—Está mintiendo —dijo Chaqueta de Combate. Era la primera vez que había hablado—.

Le dejé ir como usted dijo. Nunca estuve cerca de él.

Alex lo entendió. Había humillado a Chaqueta de Combate. Y el hombre había

desobedecido las órdenes para obtener su venganza. Él era el que estaba mintiendo. Era

obvio para todos los presentes, lo podían oír en su voz.

Drevin se encogió de hombros. —No hace ninguna diferencia —dijo, y Chaqueta de

Combate se relajó—. Puede ser que te estés preguntando por qué la Fuerza Tres ha venido

a la isla, Alex. Es porque tengo una última misión para ellos. El lanzamiento está

programado para las nueve en punto, mañana por la mañana. La bomba explotará a las

cuatro y media de la tarde. Y como Ark Angel caerá en Washington, una lucha estallará

aquí en Bahía Flamingo. Los intrusos habrán sido descubiertos. Mis hombres dispararán a

matar. Y cuando las autoridades vengan y comiencen la investigación, seré capaz de

darles la prueba final de que la Fuerza Tres fue responsable. Has descrito a los hombres

que te secuestraron, Alex. Mañana sus cuerpos acribillados a balazos estarán a la vista.

Ahora fue Diente de Plata quien habló. Anteojos y Reloj de Acero también parecían

inquietos. —¿Cómo vas a fingir eso? —preguntó.

Drevin sonrió. —¿Quién dijo que iba a fingir?

La secuencia de disparos fue tan fuerte y tan cerca que Alex casi se volcó con la silla. Los

cuatro terroristas falsos no tuvieron ninguna posibilidad. Ellos estaban muertos antes de

que pudieran reaccionar, caídos sobre sus pies en el suelo frío de cemento. Alex se dio la

vuelta. Magnus Payne sostenía uno de los mini Uzis. Había una sonrisa horrible en su

cara. Una nube de humo se cernía en torno a sus manos.

—¡Estás loco! —Alex escupió las palabras sin saber lo que estaba diciendo—. ¡Nunca te

saldr{s‖con‖la‖tuya!‖Ellos‖sabr{n‖que‖fuiste‖tú‖quien…

—Es muy posible que sospechen que fui yo, pero va a ser casi imposible de probar —

replicó Drevin—. Me temo que soy la víctima en todo esto.

—Pero ¿qué pasa conmigo? ¿Qué pasa con Tamara? ¡Si nos matas, la CIA vendrá después!

—La CIA ya está detrás de mí. ¿Qué diferencia harán otro par de cuerpos? Me temo que

tú y la señorita Knight serán encontrados en la playa. Accidentalmente atrapados en el

fuego cruzado. Una verdadera lástima. Pero no tengo la culpa.

—Y ¿qué pasa con Kaspar? —¿Por qué Alex pensaba en él? Él era la pieza restante de este

disparatado rompecabezas. Si Fuerza Tres había estado trabajando para Drevin todo el

tiempo, entonces también lo había hecho Kaspar. Pero ¿dónde estaba?

—Muéstraselo —ordenó Drevin.

Magnus Payne dejó la metralleta. Levantó la mano y se quitó su cabello pelirrojo. Una

peluca. A continuación, se arrancó su piel. Alex debería haber reconocido el látex.

Recientemente había llevado puesto un disfraz similar. Observó con consternación que el

jefe de seguridad parecía romper su propio rostro y los tatuajes horrorosos aparecían

debajo. En apenas unos segundos, el truco de magia se completó. Magnus Payne se había

ido; Kaspar estaba en su lugar.

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—Los tatuajes fueron bastante dolorosos y desagradables —comentó Drevin—. Pero

tuvimos que crear un líder terrorista que la gente recordara. Yo diría que lo hemos

conseguido, ¿no?

Alex se sintió totalmente derrotado. Recordaba ahora su primera reunión con Payne en

Bahía Flamingo. El jefe de seguridad había disfrazado su voz, por supuesto. Pero aún así,

Alex había estado seguro de que lo había visto antes en alguna parte. Y Payne supo de

inmediato quién era. Tanto él como Paul habían estado en el coche cuando Drevin los

presentó, y Payne había actuado como si se conocieran por primera vez. Pero él supo de

inmediato quién era quién. Por supuesto. Él había reconocido a Alex.

—Vamos a preparar los cuerpos en la playa después del lanzamiento —dijo Drevin a

Kaspar—. Y añadiremos al chico y a la mujer entonces —Dejó su vaso y se levantó—.

Adiós, Alex. Me gustó mucho conocerte. Me hubiera gustado llegar a conocerte mejor.

Pero me temo que hemos llegado al final.

Tiró de su anillo una última vez como si hubiera algo que hubiera olvidado decir. Los

hombres que habían fingido ser la Fuerza Tres, y cuyos nombres Alex nunca sabría, se

quedaron tendidos en el suelo.

Kaspar se adelantó y agarró la silla. Alex se quedó impotente mientras su silla era

inclinada hacia atrás y él era arrastrado.

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Capítulo 18

Viento y Agua

Traducido por Anne_Belikov & Cami.Pineda

Corregido por Xhessii

Kaspar condujo a Alex a través de un edificio rectangular con ventanas con barrotes y una

puerta con una escalera que bajaba, justo por debajo del nivel del suelo. Alex no podía

pensar en otro hombre como Magnus Payne. El jefe de seguridad de Drevin no se había

molestado en reemplazar su peluca o su máscara, e incluso en la oscuridad el horrible

mapa del mundo todavía brillaba en su pálida piel. Alex se preguntó cuánto le habían

pagado por desfigurarse. Cualquiera que hubiese sido la suma, probablemente le tomaría

como mucho un día el pagar por la cirugía laser para remover los tatuajes.

Alex había sido desatado de la silla de madera, pero sus manos todavía seguían atadas.

En cuanto lo liberaron de la silla, probó el alambre, tratando de encontrar una parte floja.

Le parecía que, con el tiempo, quizá podría liberarse. No es que le sirviera de mucho. El

edificio enfrente de él parecía una prisión. Y Kaspar sabía de lo que era capaz. Él no se

permitiría cometer más errores.

Bajaron las escaleras hacia un área extensa llena de equipo electrónico, computadoras y

estaciones de trabajo. El modelo de una sonda espacial (reluciente acero con circuitos por

todas partes) ocupaba la mayor parte de la habitación. Alex advirtió dos juegos de lo que

parecían ser prendas colgando de un riel. Ambos tenían el logo de Ark Angel cosido en la

manga. Supuso que debían ser los trajes utilizados por los astronautas.

—Por aquí —gruñó Kaspar. Hizo un gesto con su pistola hacia otro tramo de escaleras

que conducía hacia abajo.

Alex obedeció y se encontró a sí mismo en un amplio corredor con lo que parecían dos

sólidas jaulas a cada lado. Mientras caminaba hacia adelante, escuchó el chillido

proveniente de la primera jaula, y para su sorpresa un orangután se precipitó hacia él,

golpeando sus puños contra las barras. Entonces recordó. Drevin había dicho que estaba

planeando enviar un mono al espacio: algún tipo de experimento de resistencia.

—Te presento a Arthur —dijo Kaspar. Había una fea sonrisa en su rostro.

—¿Es tu pariente? —preguntó Alex.

El comentario le valió un fuerte golpe con el arma. Pero el dolor lo olvidó rápidamente.

Había mirado dentro de la siguiente jaula y había visto a Tamara Knight, todavía pálida,

pero viva. Ella le sonrió a Alex, pero no dijo nada mientras Kaspar abría la puerta de la

jaula opuesta.

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—Aquí —ordenó él.

Alex no tenía elección. Caminó dentro y esperó mientras Kaspar cerraba la puerta con

llave detrás de él. Miró a su alrededor. La jaula era un cuadrado de dos metros. Las barras

eran de sólido acero. La cerradura era nueva. Alex no tenía dispositivos con él y sus

manos todavía estaban atadas. No iría a ninguna parte.

Kaspar removió la llave y la deslizó en su bolsillo. —Los dejaré a ustedes tres juntos —Él

miró su reloj. Era casi la una de la mañana—. Escucharán el despegue del cohete —dijo

él—. Y tan pronto como se haya ido, alguien vendrá por ustedes. Los llevarán a la playa y

eso será todo. —La esquina de África Occidental se torció en una mueca de odio puro.

Alex lo había visto antes. Cuanto más grandes eran los criminales, más resentidos se

sentían al ser vencidos por un adolescente. Y Alex había derrotado a Kaspar dos veces. —

Siento no ser quien tendrá la pistola —continuó Kaspar—. Pero estaré pensando en ti.

Espero que no sea demasiado rápido.

Se fue. Alex escuchó sus pasos en las escaleras. La puerta principal se abrió y se cerró.

Arthur, el orangután, fue hacia la parte trasera de su jaula y se sentó.

—Un hombre encantador —murmuró Tamara.

—Tamara, ¿estás bien? —Alex había estado preocupado por ella y estaba aliviado de verla

ahora.

—He estado mejor —admitió—. ¿Ése era Magnus Payne?

Alex asintió.

—Creí haber reconocido su voz. ¿Qué le pasó a su cabeza?

Alex se lo dijo. Le dijo también sobre su reunión en el hangar y el plan de Drevin para

destruir Washington. Tamara estaba arrodillada contra la puerta de su jaula, escuchando

de cerca. Cuando terminó de hablar, ella dejó escapar un profundo suspiro. Le pareció a

Alex que incluso más color había sido drenado de su rostro.

—Pensamos que iba a atacar y a correr —dijo ella—. Pensamos que había terminado.

Nunca nos imaginamos que estaba viniendo con algo como esto.

—¿Puede realmente hacerlo? —preguntó Alex.

Tamara lo pensó un momento, luego asintió. —Tal vez. No lo sé. Tiene que haber estado

trabajando en todo eso hasta el último segundo. En la explosión. En el resto de ello. Pero

sí…‖me‖temo‖que‖probablemente pueda hacerlo.

—Tenemos que contactar a Joe Byrne.

—Los guardias tomaron mi radio transmisor. Imagino que tienen tu iPod también.

—¿Qué hay sobre los teléfonos?

—Hay radio teléfonos en la isla pero Drevin los desactivará todos, sólo por precaución. Y

los celulares ordinarios no son buenos; nunca puedes conseguir señal. No lo sé, Alex. O

vamos a tener que detenerlo nosotros mismos o uno de nosotros tendrá que ir por ayuda.

—Barbados…

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—Está a sólo diez millas de aquí. Ed Shulsky está esperando en el Punto Harrison; él tiene

un plan de respaldo. Tal vez puedas robar un bote.

—¿Por qué yo? ¿Por qué no ambos?

Tamara negó con la cabeza. —Lo siento, Alex. Pero tengo una bala en mi hombro. Sólo te

retrasaría.

Alex golpeó la puerta de la jaula con su pie. Las barras se estremecieron. Era obvio para él

que no iba a ir a ninguna parte, y así se lo dijo.

—Tal vez pueda ayudarte —dijo Tamara. Estaba usando tenis y mientras Alex observaba,

ella se agachó y sacó las cintas—. ¡Atrápalas! —Ella deslizó su brazo sano entre las barras

de su jaula y le lanzó las cintas a Alex.

—¿Qué…?

—No eres el único con dispositivos. Hay alambre de tungsteno dentro de las cintas. Con

filo de diamante. Puedes cortar a través de las barras.

—Eso es estupendo —dijo, aunque secretamente había deseado que la CIA hubiera hecho

algo menos torpe y un poco más eficiente.

—Me quitaron mis aretes explosivos —añadió Tamara, como si estuviera leyendo su

mente.

Alex tomó una de las cintas y examinó la puerta. Las barras de metal eran fuertes pero

también delgadas y él sólo tenía que cortar tres de ellas para escabullirse a través de la

jaula. Su trabajo no sería más fácil por el hecho de que sus manos estaban atadas, pero tal

vez pudiera lidiar con eso, también.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó él.

—No mucho. Amanece alrededor de las seis y si no estás fuera para entonces, no creo que

tengas oportunidad.

—De acuerdo.

Alex colocó la cinta sobre el alambre entre sus muñecas, entonces agarró los extremos con

sus dientes. Tiró de la delgada cinta y comenzó a sacudir sus manos como el movimiento

de una sierra. En menos de un minuto sus muñecas estaban libres. Vio sonreír a Tamara.

Ahora podía empezar a trabajar enserio.

Las barras no fueron tan fáciles. Le tomó cerca de media hora hacer el primer corte, y Alex

estaba decepcionado de descubrir que incluso después de haber dañado severamente la

base, la barra no cedería. Tuvo que hacer un segundo corte (otro trabajo de media hora)

antes de que finalmente cayera al piso con un sonido metálico. Alex maldijo. Si había

algún guardia escaleras arriba, el sonido lo alertaría. Pero estaba de suerte. Nadie vino.

Parecía que ambos estaban por su cuenta.

Tamara no habló mientras trabajaba, pero ahora asentía hacia él. —¡Continúa! —Lo animó

ella.

—¿Qué hora es?

—No lo sé. Me quitaron mi reloj.

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Eso era lo peor. Mientras Alex comenzaba con la segunda barra, no tenía idea de cuánto

tiempo había pasado. Todo lo que sabía era que estaba agotado. Necesitaba dormir. Y

tenía ampollas en los pulgares, en los dedos y en las muñecas, donde sus manos habían

estado frotándose entre sí.

La noche avanzó. Él se sentó encorvado en la jaula, aserrando de ida y de vuelta. Tamara

estaba observándolo. El orangután se había volteado de espaldas a ellos y parecía estar

dormido.

Y al final estuvo hecho. La tercera barra se soltó, dejando suficiente espacio como para que

Alex se deslizara dentro del corredor. Fue hacia Tamara.

—Voy a sacarte —dijo él.

—No, Alex.

—No puedo sólo dejarte aquí.

Tamara sacudió su cabeza. —No tienes mucho tiempo. Llega a Barbados. Encuentra a Ed.

—Ella se inclinó hacia atrás. A pesar de que estaba intentando no demostrarlo, Alex podía

ver que ella tenía mucho dolor—. Estaré bien —continuó—. Tengo a Arthur para hacerme

compañía. Ahora vete, antes de que alguien venga.

Alex sabía que ella estaba en lo correcto. Él tomó una de las barras sueltas y volvió a subir

por las escaleras. Mirando a través de la ventana, se alarmó al ver manchas de luz color

rosa cruzando el cielo manchado de tinta. Debían ser después de las seis, quedaban

menos de tres horas para el lanzamiento.

Se acercó a la puerta y la abrió un poco. Había un guardia sentado en una silla,

vistiendo un overol gris y una gorra. Alex sonrió. Por una vez la suerte estaba de su lado.

El hombre estaba profundamente dormido. Él agarró la barra de metal con más fuerza.

Había pensado que podría serle útil.

Diez minutos más tarde, vestido con el uniforme del guardia y la gorra sobre la frente,

Alex condujo un cochecito eléctrico hacia el puesto de control. Sin disminuir la velocidad,

le entregó la identificación al guardia, doblando el brazo para que cubriera la mayor parte

de su rostro. Él estaba preparado para chocar contra la puerta si tenía que hacerlo, y

estaba aliviado cuando ésta se abrió para permitirle el paso. Parecía que la seguridad en

Bahía Flamenco necesitaba una seria revisión. Pero entonces, de nuevo, él y Tamara

supuestamente deberían estar encerrados. Este lugar era una isla, diez millas lejos del

próximo pueblo. ¿De qué tenía Drevin, o cualquier otra persona, que preocuparse?

El carrito era fácil de conducir, con sólo dos pedales (el acelerador y el freno) y sin

engranajes. Él puso sus pies al ras del suelo y condujo a través de la selva, consciente de

que el cielo estaba volviéndose más claro todo el tiempo. La casa de Drevin y el otro lado

de la isla, Punto Pequeño, aparecieron en la distancia. Alex giró el volante y dejó la pista,

el coche yendo hacia abajo entre las palmas, hacia la playa. Hizo la mitad del camino antes

de quedarse atascado en la arena. Eso era suficiente para Alex. Saltó del coche y corrió

hacia el muelle.

Había dos canoas y un bote atracados ahí, un barco Princesa V55 de motor. Una canoa

sería demasiado lenta. ¿Pero el bote? Era hermoso, estaba muy bajo en el agua, su proa en

forma de cuchillo; había sido construido para ir a gran velocidad. Alex buscó por la llave.

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¿Por qué no? Un guardia se había quedado dormido. El otro no parecía haberlo mirado

cuando paso delante de él. Un tercero quizá habría cometido el peor error de todos.

Pero esta vez se encontró decepcionado. No había llave. Él buscó en todos los

contenedores y los casilleros de la cabina principal, pero no había nada. Frustrado, Alex

descansó sus manos en el volante y se forzó a tranquilizarse. La casa de Drevin estaba a la

vista. Estaba tentado a allanarla y tratar de conseguir un teléfono. Pero Tamara le había

advertido que todos los teléfonos de la isla estarían inhabilitados y Alex le creía. ¿Tal vez

encontraría la llave del Princesa en la casa? Era posible pero el riesgo era demasiado

grande. Alex miró hacia arriba. El cielo brillaba rápidamente, la oscuridad se alejaba como

tinta derramada. Estaba amaneciendo. Drevin podría despertarse en cualquier momento.

Sin teléfonos. Sin botes. Barbados estaba a diez millas de distancia, demasiado lejos para

nadar o remar en una canoa. Alex sabía lo que tenía que hacer. Había pensado en ello

cuando estaba aserrando las barras de la jaula, pero había esperado encontrar otra

manera. Bueno, no la había. Quizá ahora pudiera ponerse en ello.

Saltó del bote y corrió a lo largo de la playa, haciendo el camino hacia la casa. Pero no

entró. En lugar de eso, dio la vuelta para llegar a la parte trasera, al cuarto de equipo,

donde Kolo lo había llevado antes para bucear. A Alex se le ocurrió que tal vez podía

encontrar una llave para el barco dentro, pero no iba a perder el tiempo buscando. El

cuarto de equipo era donde Paul Drevin había mantenido su tabla y su cometa. Eso era

por lo que Alex había venido.

Pero incluso cuando encontró el cometa y comenzó a sacarlo, se preguntó si sería posible.

Diez millas era un largo camino y después de la tormenta la marea podía ser fuerte. Al

menos la brisa era fuerte. Alex la había sentido cuando estaba en el muelle, y también

soplaba en alta mar. La mayoría de los paracaidistas evitan los cometas cuando la energía

eólica marina es difícil, y siempre existe el peligro de que los envíe hacia el mar. Pero eso

era exactamente lo que Alex quería. Tenía que escapar. Rápido.

Alcanzó la tabla y en ese momento la puerta se abrió detrás de él. Alex ya estaba dando la

vuelta, sus puños en alto, preparándose para un golpe de karate, cuando Paul entró.

—¿Alex? —El otro chico obviamente apenas se había levantado. Estaba vistiendo sólo

shorts. Miró a Alex, conmocionado—.‖ ¿Qué‖ est{s…?‖ —Él no podía encontrar las

palabras—. Pensé que te habías ido —dijo él.

—Me temo que no —Alex no estaba seguro de cuánto sabía Paul, y no sabía qué decirle.

Era consciente de que su situación había cambiado. ¿A dónde iría desde aquí?

—¿Qué te sucedió? —preguntó Paul—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y por qué estás

vestido de esa forma?

—Lo siento —dijo Alex—. No puedo decírtelo —Desesperadamente deseó que Paul no lo

hubiese encontrado—. ¿Cómo supiste que estaba aquí?

—No podía dormir. Fui a la ventana para tomar algo de aire y estabas ahí, en la playa.

—¿Tienes la llave del bote? ¿Sabes dónde está?

—No. —De pronto Paul era todo furia—. Papá me dijo que habías venido aquí para

espiarlo. Dije que no podía ser cierto, pero él estaba seguro de ello. Dijo que tenía

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enemigos en Nueva York y que ellos te habían pagado para venir aquí, para causarle

problemas.

—¿Te dijo él lo que me hizo a mí? —Lo cortó Alex. También estaba enfureciendo. Aquí

estaba Paul, acusándolo. Pero él no sabía nada.

—Él dijo que te puso en el avión fuera de aquí —Paul miró a Alex con duda—. ¿Es

verdad, Alex? —demandó—, ¿nos estás espiando?

—No tengo tiempo para hablar de eso ahora. —Dio un paso y el brazo de Paul se lanzó,

buscando el botón que estaba en el panel de la pared. Alex no se había dado cuenta antes.

—Esta es una alarma —dijo Paul—. Si lo presiono, va a haber una docena de guardias

aquí en menos de un minuto. Quiero que me digas la verdad. ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha

estado pasando?

—Si presionas el botón, me matarían.

—Est{s‖mintiendo…

—Tu padre me va a matar, Paul. Él ya lo ha intentado.

—¡No!

Paul estaba mirando a Alex y ahora había algo en su cara. No era solo que no creía. Era

rabia. Y Alex entendió. No había nada que pudiera hacer. Él podría decirle a Paul todo lo

que sabía sobre Nikolei Vladimir Drevin, y no habría diferencia.

Drevin le había mentido. Él lo había molestado y le había mostrado muy poco afecto. Pero

seguía siendo el padre de Paul. Era tan simple como eso. Y no había importaba cuales

fueran los sentimientos entre ellos, Paul lo defendería. Porque él era el hijo de Drevin

Alex sabía que sólo tendría segundos antes que Paul sonara la alarma. Levantó sus manos,

con las palmas abiertas, como para mostrar que no iba a hacerle daño. —Ok, Paul —dijo—

. Te diré todo.

—No‖te‖acerques…‖—Paul se acercó unos sentimientos a la alarma.

Alex dio otro paso atrás. —No es lo que tú piensas. Tu padre estaba equivocado sobre mí.

Como tú. Tú madre me pidió que viniera.

—¿Qué?

Alex había mencionado a la madre de Paul porque sabía el efecto que podría tener. Paul

se congeló, y en ese segundo, Alex giró, y con su codo le pegó en la sien al otro chico. Paul

se desmayo instantáneamente; Alex lo cogió y lo puso en el piso. Él había estado

aprendiendo karate desde que tenía seis años, pero está era la primera vez que había

noqueado a alguien de su misma edad. Se sintió apenado. Todo lo que Paul quería era un

amigo,‖alguien‖a‖quien‖cuidar…‖y‖ lo‖había‖ llevado‖a‖eso.‖Pero,‖¿qué‖m{s‖podría‖hacer?‖

Tenía que dejar la isla. Tenía que prevenir a toda una ciudad de ser destruida.

Se forzó a si mismo ignorar al chico inconsciente, recoger la cometa y el resto del equipo

para llevarlo a la playa.

El sol ya estaba bien arriba en el horizonte. Alex sacó la cometa y la llevó a lo largo de la

costa, todo el tiempo buscando guardias que se le acercaran. ¿Cuánto tiempo tardaría

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Paul en venir? Quince minutos, o veinte. No importaba de qué manera se viera, el tiempo

corría.

Y todavía estaba el problema del lanzamiento de la cometa. Con dos personas hubiera

sido fácil. Él solo, tomaría más tiempo. Rápidamente Alex se quitó el uniforme; debajo de

él estaba usando un bañador. Recogió el arnés y se lo puso. Era un Místico Montador

Oscuro, hecho de un caucho negro con una espuma de concha. Paul había escogido el

mejor equipo él mismo y se había asegurado que fuera el mejor. Si sólo pudiera estar allí

para ayudar a Alex.

¿Cómo lo iba a hacer?

Alex revisó la dirección del aire, luego llevó la cometa y la puso en el piso con las líneas

estiradas hacía el agua.

Recogió varios puñados de arena y los arrojó contra el viento desde la cometa. La otra

punta quedó libre.

Recogió la tabla y la barra de control y empezó a caminar hacia el mar. El agua, estaba

sorprendentemente fría, rodando sobre sus tobillos. La cometa, se formó como una luna

creciendo, tumbado detrás de él. Estaba flotando como un animal herido, tratando de

levantase al aire. Sólo la arena estaba sosteniéndolo.

Alex llevó la tabla abajo al lado de él y sacó una de las líneas atadas la punta a favor del

viento, gentilmente entrando dentro de la brisa. Casi una empezó a elevarse, y la cometa

se infló, el viento se metió por los respiraderos. Alex caminó más adentro del agua. La

cometa estaba jalándolo más fuertemente, el chaleco de tela y arrojándolo. Y luego, de

repente se elevó.

Alex se direccionó con cuidado en el aire y lo neutralizó sobre su cabeza. Le había tomado

varios minutos llegar a este punto y estaba dolorosamente incomodo por el tiempo que se

le estaba acabando. Pero lo había hecho. Estaba listo para irse.

Enganchó la barra de control a su arnés y luego dio unos pasos a la tabla. Con cuidado

bajó la cometa en el viento. Casi de una sintió el tirón, feroz e irresistible. Se agachó,

dejando que lo tomara. Él estaba lleno de poder. Un momento luego, se había ido.

La cometa estaba volando enfrente de él, a quince metros por encima del mar. A pesar de

todo, Alex experimentó la misma alegría que sintió con Paul cuando ambos estaban

tonteando alrededor. Parecía que iba increíblemente rápido.

El viento estaba por encima de él, el aire casi lo cegaba mientras pasaba por su cara. El sol

ya estaba caliente; podía sentirlo, calentando sus brazos, pecho y hombros. Si estaba

afuera mucho tiempo, se quemaría. Pero Alex sabía que ese era el último de los

problemas. De alguna manera tenía que cubrir diez millas. Y Drevin podría ir detrás de él

muy pronto.

Estaba pasando el Punto Pequeño; una vez que lo rodeó se pudo sentir en aguas menos

amigables. Soltó la barra de control, levantándola un poco hacía arriba para bajar la

velocidad, luego jaló las dos líneas, volteándolo a la izquierda. En el momento en que

rodeo la punta, sintió la diferencia. Las olas, de repente, estaban mucho más largas. La

vista adelante estaba obstruida por una sólida pared azul que lo rosaba con alarmante

velocidad y lo amenazaban con hacerlo caer. De alguna manera logró escalarla, una tras

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otra. Pero sus brazos, que tomaron la mayoría de la tensión, estaban ya adoloridos. Y

cuando lo hizo vio un breve brillo en el horizonte, no había nada allí, no era nada más que

una pequeña mancha. Barbados estaba todavía muy lejos.

Pasaron 10 minutos. Alex era un buen surfeador pero era muy diferente con una cometa.

Toda su concentración estaba fijada en el planeador negro y blanco de alas Flexifoil. Si lo

dejaba salirse de sobre el agua, sabía que se caería al océano. Si paraba sería casi imposible

que volviera a lanzar la cometa. Tenía que mantenerse en pie. Estaba exhausto por la falta

de sueño. Lo ignoró. Se concentró. Apretando sus dietes, se aguantó.

El aire estaba viniendo de ambos lados ahora, ráfagas a 50 kilómetros por hora. El aire lo

lastimaba. Se preguntó si iba en la dirección correcta o si corría riesgo de ser visto en

Bahía Flamingo aunque ya estaba lejos y distante. Se imaginó que entre más tiempo lo

mantuviera en su hombro izquierdo, estaría yendo menos a la derecha.

Miró hacía atrás de nuevo, y tuvo una repugnante estacada en su estomago. Tuvo que

pelear por mantener el equilibrio. Había viajado al menos cinco millas, estaba seguro de

eso. Pero no había señales de Barbados y lo peor había pasado.

Estaba siendo perseguido.

Paul debió haber presionado la alarma. Era eso o alguien había visto la cometa y

adivinado que había pasado. La princesa V55 estaba acuchillando a través del agua, es

una forma elegante de subirle el poder hacia él. Era increíblemente rápido, moviéndose

casi a treinta y nueve nudos. Cuarenta y cinco millas por hora. No iba a demorarse mucho

antes que lo alcanzara. Y aún había más. Había dos pequeños botes. Mientras Alex se

arriesgaba mirando atrás, los vio desplegarse, saltando adelante y cerrando rápidamente

la distancia entre La Princesa y él.

Había unas lanchas rápidas y nuevas Bella 620 DC, hechas en Finlandia y mandadas al

Caribe.

Estaban a veinticinco pies de distancia. Cada uno estaba equipado con un motor de 150

Mercurio Optimax de agua salada de muchos caballos de fuerza y Alex sabía que iban al

menos al doble de la velocidad que él llevaba. Estaban a menos de un minuto de

distancia.

No había nada que pudiera hacer. Sus manos estaban sujetadas alrededor de la barra de

control y bajó la cometa tanto como se atrevió, desesperado tratando de acelerar. Ahora

pudo escuchar los motores bajo el aire. Más paredes de agua crecían enfrente de él. Sus

piernas temblaron con la tensión mientras se abría paso por las olas. Los botes volaban,

tallando a través de eso.

Había dos hombres en cada uno, uno viendo, y el otro sosteniendo el arma. Ellos no

habían venido para capturarlo y devolverlo. Iban a matarlo. Alex escuchó el sonido de las

ametralladoras, casi perdidos por el ruido de las olas. Puso la barra en su pecho,

dirigiendo la cometa. Al mismo tiempo, transfirió su peso a lo plano de la tabla, tensado

en sí mismo, y saltó. Ahora estaba en el aire, a diez metros del agua. Las balas pasaron a

su lado. El tiempo en el que estuvo suspendido, pareció durar por siempre. Estaba

volando, todo su cuerpo se inclinó hacia atrás, las plantas de sus pies hacia el cielo. El

hombre en la lancha había sido tomado por sorpresa. Lanzándose al mar, perdieron el

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equilibrio, medio cegados por la espuma, incapaz de dispararle algo sobre sus cabezas.

Por unos segundos, Alex estaba a salvo.

Pero no podía desafiar a la gravedad por siempre. Alex se abrazó a sí mismo para la

entrada al agua, tratando de ignorar los dos botes, que estaban horriblemente cerca.

Aterrizó en medio de ambos, doblando sus rodillas para absorber el impacto y bajando la

cometa para mantener la velocidad. Si se volcaba, moriría.

Pero mientras se recordaba estar parado, el hombre no podría disparar. Había un gran

riesgo que se dispararan entre ellos.

Y luego Alex vio Barbados. Ahí estaba, delante de él, no más grande que una pieza de un

centavo. Si podía sobrevivir solo unos minutos más, estaría bien.

Estaba siendo jalado por ambos botes, los tres a la misma velocidad. Estaba tan cerca del

hombre que si no fuera por los motores y las bombas de las olas pudiera haberle gritado.

Empezaba a sentir que su fuerza le estaba fallando. Sus brazos se estaban debilitando.

Todos sus músculos estaban tirando. Apenas podía sentir la tabla bajo sus pies.

Y luego un bote a su izquierda apareció, disparándole al que estaba a su izquierda. Alex

vio al guardia levantar su arma, preparado para disparar. Estaba sentando en nadado de

pato a través del agua, totalmente desprotegido, sólo a un par de metros lejos del hombre

que estaba por tumbarlo.

Alex hizo lo único que podía hacer. Una vez entró al aire, pero esta vez no saltó tan alto.

El hombre con el arma tal vez pensó que estaba haciendo algo sin planear. Pero Alex sabía

exactamente que estaba hacienda. Todo dependía de la sorpresa.

Mientras se quitó, dejó la barra en solo una mano y bajó. Había una manija en medio de la

tabla y la agarró. Estaba colgando en el aire y la tabla cayó, liberándose de sus pies.

Sosteniéndolo fuerte, Alex se abrió bajo sus pies como un club. La tabla golpeó la cabeza

del hombre. Alex sabía que eso había sido hecho por Kevlar, el mismo material con que la

SAS usa para las armaduras de cuerpo. Para el hombre con el arma, fue como haber sido

golpeado por un eslabón de metal. Se desplomó. Pero su dedo seguía en el gatillo. Alex

vio el fogonazo. Las balas rompieron la cubierta del barco, destrozaron el parabrisas y

golpearon al conductor. El idiota cayó al piso. El barco estaba fuera de control.

Alex deslizó la placa debajo de él y consiguió poner sus pies en las correas un segundo

antes de chocar contra el agua.

El Bella 620 DC tenía un pasajero inconsciente y el conductor muerto desplomados sobre

la rueda. Realizo una perfecta curva en forma de «S», virando primero a la derecha, luego

otra vez a la izquierda, cruzo la abierta expansión de agua y se estrelló contra el otro bote.

Alex vio que las dos naves colisionaron. Hubo una explosión de astillas de metal y fibra

de vidrio, y el segundo barco fue volteado en el aire. Por un breve momento, parecía

colgar allí, y Alex vislumbró el rostro del conductor aterrorizado, boca abajo, mientras

contemplaba su propia muerte. A continuación, se derrumbó hacia abajo y hubo un gran

«splash».

Todo se había acabado. Alex arrastró a la cometa fuera de peligro. Repentinamente estaba

solo.

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Pero no por mucho. La Princesa había estado colgada atrás, esperando para que las dos

lanchas a terminar su trabajo. Ahora apareció hacia adelante. Con el conductor, había tres

hombres con armas. El hombre había visto qué había pasado; ahora serían más

cuidadosos. Todo lo que tenían que hacer era entrar en rango y serian capaces de

tumbarlo.

Alex no tenía la fuerza para otro salto. Barbados se cernía delante de él pero, como si se

burlara, el viento se calmó. Él podía sentir como perdía velocidad. Tiró de la cometa tan

abajo como se atrevió, pero no hizo diferencia alguna. No había nada más que hacer.

Se preparó, aguardando por el sonido de las armas y la ardiente agonía que seguiría.

Hubo otra explosión. Una ráfaga de humo y gasolina ardiendo.

Alex cayó de costado, ensordecido. Se preguntó por un breve momento si había sido

golpeado. Luego se sumergió en el agua, mientras fragmentos de fibra de vidrio rotos y

ennegrecidos rebotaban a su alrededor como un enjambre de abejas. Sus manos ya no

tenían la fuerza para aferrarse a la barra de control. Fue arrastrado debajo de la superficie,

retorciéndose en vueltas y vueltas, roto, acabado.

Salió a la superficie.

La Princesa estaba en llamas. No había ningún rastro del conductor, ninguna señal de los

tres hombres armados. El barco se desvió, atravesando el negro humo y empezó a

desacelerar. Estaba asfixiándose. Tosió el agua y se giro. Otro bote había aparecido, una

especie de buque naval. Había un hombre en la proa sosteniendo una bazuca.

Alex reconoció el cabello rubio y las facciones que parecían cinceladas de Ed Shulsky, el

agente de la CIA que había conocido en Nueva York.

—¡Alex! —Lo llamó Shulsky—. ¿Quieres dar un paseo?

Alex estaba muy débil para responder. Sus hombros y su cara se estaban quemando con el

sol, pero aun así estaba temblando. El bote se acercó junto a él y fue empujado a bordo.

Había una docena de hombres en cubierta, todos jóvenes y de aspecto rudo. Alguien trajo

una gran toalla y lo envolvieron en ella.

—Estuvimos observando la isla —le dijo Shulsky—. Te vimos llegar, aunque al principio

no sabíamos que eras tú. Honestamente, no creíamos lo que estábamos viendo. ¡Todavía

no‖lo‖creo!‖Así‖que‖nos‖acercamos‖para‖ayudar…

Esa era toda la explicación que Alex necesitaba. —Drevin tiene a Tamara Knight —dijo—.

Es‖una‖prisionera.‖Y‖hay‖algo‖que‖debes‖saber…

Justo entonces, sucedió. Una cegadora luz tan brillante que pareció que borró el sol,

succionó el azul del mar y el cielo, volviendo todo al mundo de color blanco. Un

estruendo como el de una explosión, solo que diez veces más fuerte y más prolongado.

Una onda de choque que estremeció hasta el agua, enviando nuevas olas punzantes a los

costados del bote. El mismo aire parecía vibrar y Alex sintió un rayo de dolor en ambos

oídos.

Se giró a tiempo para ver el torpedo plata volando al cielo, con una flama ardiente en su

base, creciendo como si estuviera en un colchón de humo. Estaba a diez millas de

distancia, pequeño, pero aun así, Alex podía sentir su asombroso poder y majestuosidad.

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Observó como desaparecía, esforzándose para penetrar la superficie atmosférica.

Había llegado demasiado tarde. Gabriel 7 se había puesto en marcha.

La bomba que iba a derrumbar Ark Angel iba rumbo a Washington.

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Capítulo 19

Tapadera Profunda

Traducido por Hillary_Stone

Corregido por Silvery

A veces le parecía a Alex que el universo entero estaba en contra de él. Alejarse de Bahía

Flamingo casi lo mata. Había sido una lucha agotadora contra el tiempo, los elementos y

el poder de fuego de Drevin.

Y ahora él estaba de vuelta.

Fue el agente de la CIA, Ed Shulsky, el que había hecho que eso sucediera.

—Alex, sabes el lugar. Necesito que me digas dónde están reteniendo a Tamara. Tú me

puedes dar la disposición de la isla. De todos modos, no tenemos mucho tiempo. Tú viste

por ti mismo. El cohete está en camino, y si lo que me has dicho es verdad...

—Lo es. —Alex sintió un chorro de molestia. ¿Por qué dudaba el americano, todo el

tiempo, de lo que él le había dicho? ¿Era tal vez porque sólo tenía catorce años?

Shulsky se dio cuenta de su reacción.

—Lo siento. Eso estaba fuera de lugar. Pero este plan tuyo, Ark Angel... Washington... —

Negó con la cabeza—. Va más allá de lo que podríamos haber imaginado. Y es por eso que

tenemos que llevarlo a cabo. Ahora mismo. No tenemos tiempo para arrepentirnos.

—Pero ahora es demasiado tarde —sostuvo Alex—. Gabriel 7 se ha ido. ¿Qué vas a hacer?

¿Disparar hacia abajo?

Shulsky sonrió.

—No hay necesidad de eso. Todo lo que tenemos que hacer es encontrar el botón rojo. —

Alex se quedó perplejo—. ¡La auto-destrucción! Si algo saliera mal con el lanzamiento,

Drevin habría tenido que tener una reserva. Vamos a ser capaces de volarlo antes de que

llegue a cualquier lugar cerca de Ark Angel.

Alex estaba de pie en la proa del blindado de Operaciones de Habilidades Especiales

Mark V, el buque elegante y aerodinámico utilizado principalmente para llevar a los

SEAL a las operaciones de combate. Estaba equipado con ametralladoras 7,62 mm Gatling

y misiles Stinger y una docena de hombres reclutados desde la Fuerza Especial de

Operaciones, completamente armados y listos para invadir la isla.

Llevaba ropa de combate que era un poco grande para él, alguien había encontrado un

juego de repuesto a bordo. Ahora, estaba viendo como la isla se acercaba, a los puntos de

referencia que entran en el foco. Lo extraño fue, que en el fondo, sabía que tendría ganas

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de volver, aunque Shulsky no había hecho ningún argumento sin sentido. Tamara Knight

le estaba esperando. Y después estaba Paul Drevin. Alex quería la oportunidad de

disculparse. Todavía se sentía mal por lo que había hecho.

—¡Dos minutos! —llamó Shulsky.

Los hombres comenzaron a revisar sus armas y chalecos antibalas. Se dirigían al muelle

viejo de madera cerca de la casa. Shulsky tenía la intención de acercarse al centro de

control a través de la selva. Esto significaría una marcha forzada a lo largo de la isla y

llevaría más tiempo, pero después de que Alex hubiese descrito la zona de lanzamiento,

Shulsky había decidido que un ataque frontal sería demasiado arriesgado. No había

ningún refugio, sino que se reduciría hasta el momento en que abandonaran el barco.

Shulsky replicó a Alex en la proa.

—Quiero que permanezcas a bordo hasta que la lucha haya terminado —anunció.

—¿Qué quieres decir? —protestó Alex—. Pensé que querías mi ayuda.

—Tú ya has ayudado. Gracias a ti, sabemos a dónde vamos y qué vamos a hacer. Pero

esto va a ser una guerra, Alex. Y no puedo permitirme el lujo de tener a mis hombres

preocupados por ti. Quédate en el barco y permanece fuera de la vista.

Era demasiado tarde para discutir. Habían llegado al muelle, y Alex tuvo que admitir que

Shulsky tenía razón en una cosa. Este lado de la isla estaba desierto. Si Drevin lo había

visto venir, había concentrado sus fuerzas alrededor del sitio de lanzamiento, nadie

siquiera parpadeó cuando el barco se detuvo en el muelle. Alex vio a los trece

estadounidenses desembarcar. Pisaron a través de la playa y desaparecieron entre los

árboles de palma. Todavía deseaba haber ido con ellos. Él les había dicho dónde encontrar

a Tamara pero le hubiera gustado ser el que la rescatara.

Se quedó atrás. Olvidado. Podía ver la casa de Drevin en la distancia, la luz del sol

brillaba en las ventanas. Alguien había vertido algunos náuticos y dos cables de remolque

en la arena, pero por lo demás la playa estaba vacía. El Cessna 195 estaba flotando en las

aguas poco profundas, pero no había señales del piloto.

El Cessna.

No había estado allí cuando Alex había partido con el cohete. Sintió una sensación de

recelo. Si Drevin sabía que los americanos estaban en camino, su primer pensamiento

seria para salvar su propia piel. Shulsky y sus hombres salieron corriendo sin detenerse a

pensar. Deben tener desactivado el hidroplano en primer lugar.

Alex miró a su alrededor, en busca de un arma o cualquier cosa que pudiera utilizar para

hacer el mismo trabajo. Sin embargo, los estadounidenses se habían llevado todo y no

tenía duda de que las armas Gatling serían encerradas en sus posiciones de montaje. ¿Qué

más? Nada. Sólo las dos canoas sentadas pacíficamente al lado del muelle, el equipo de

esquí acuático, y un pelícano que le observaba desde un poste de madera distante.

El silencio fue interrumpido por un ruido de ametralladoras y el pelícano se quitó del

susto. Había comenzado. Alex escuchaba mientras el tiroteo se intensificaba. Hubo una

explosión y una columna de fuego subió brevemente por encima de los árboles. Un

movimiento le llamó la atención. Un buggy corría a lo largo de la pista. Alex lo vislumbró

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entre los árboles de palma. Entonces estalló la luz y se congeló. El buggy era conducido

por Nikolei Drevin. Estaba solo.

Alex supuso que Drevin iría por el hidroplano, pero siguió a la casa. Tal vez había una

caja fuerte allí. Tal vez tenía que recoger algunas cosas. O tal vez había regresado por

Paul. Alex trató de averiguar qué hacer. Deseaba más que nunca que Shulsky lo hubiera

llevado con él o al menos dejar uno de sus hombres detrás.

Cinco minutos más tarde, se acercó a la casa.

Alex sabía que estaba cometiendo un error, pero tenía que ver por sí mismo lo que Drevin

estaba haciendo. De todos modos, iba en contra de su naturaleza sentarse allí,

merodeando fuera en un barco americano, mientras había combates a su alrededor. Podía

oler a quemado. El humo negro iba a la deriva a través del bosque. No hubo más disparos.

Alex corrió por la arena caliente, sabiendo que había llegado a la fase final. Los últimos

movimientos estaban a punto de ser jugados.

Llegó al lado del edificio y se apretó contra la pared, manteniéndose fuera de la vista. La

terraza donde había desayunado con Drevin y Paul apareció directamente sobre él. Una

escalera de madera curvada hacia arriba de la playa y Alex sólo consideraba si podría

correr el riesgo de escalar y que lo vieran por la ventana, cuando Drevin apareció

alrededor del lado de la casa, con un maletín en una mano, y una pistola automática en la

otra.

Vio a Alex y se detuvo.

—¡Alex Rider! —exclamó. Sus ojos estaban extrañamente vacíos. En las últimas horas

parecía haber disminuido—. ¿Por qué has vuelto?

Alex se encogió de hombros.

—Me olvidé de decir gracias por invitarme.

—Me alegro de verte por última vez. Me pregunto qué fue lo que nos unió a ti y a mí,

juntos. ¿Fue la suerte? ¿Fue el destino?

—Creo que fue Alan Blunt.

—¿El MI6? Bueno, ellos han fallado. Gabriel 7 alcanzará Ark Angel; no se puede parar que

la bomba explote y Washington será destruido, junto con todas las pruebas en mi contra.

—No necesitan ninguna prueba en tu contra —dijo Alex—. Todos saben que estás loco.

—Sí. Será necesario que desaparezca. Pero va a ser fácil. Un hombre con mi riqueza, con

mis contactos...

—El mundo es demasiado pequeño para que alguien como tú se oculte.

—Ya veremos. —Drevin levantó el arma—. Pero una cosa es cierta. No volveremos a

reunirnos.

Disparó.

Alex se había preparado para ello. Se sumergió en la arena. Sintió el silbido de la primera

bala pasando centímetros sobre su cabeza y sabía que no había manera de que pudiera

evitar la segunda.

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Drevin gimió.

Era el sonido más terrible que Alex había oído hablar, un grito de animal que parecía

venir desde lo más profundo del alma del hombre. Miró hacia arriba, rozando la arena de

sus ojos. Vio a Drevin allí, muy blando, los ojos fijos. Luego miró hacia atrás.

Paul Drevin había salido de la casa. Debía de haberlos oído hablar, y dio la vuelta a la

parte del edificio mientras Drevin había disparado. Alex se había zambullido fuera del

camino, pero Paul no había tenido tanta suerte. Había recibido todo el impacto de las

balas, y estaba echado sobre su espalda, con los brazos y las piernas ensangrentadas,

empapando en la arena.

— ¡Tú…!‖—Drevin gritó la palabra. Luego empezó a balbucear. No en inglés, sino en ruso.

Su rostro estaba blanco, trenzado en el dolor y el odio. Las lágrimas se filtraron fuera de

las esquinas de sus ojos. Apuntó el arma a Alex una vez más. Pero esta vez Alex estaba

listo para él.

Antes de que Drevin pudiera apretar el gatillo, Alex comenzó a rodar, a girar una y otra

vez, impulsando a sí mismo hacia la casa. Las balas levantaban la arena, luego se estrelló

contra la pared más cercana. Drevin había sido pillado por sorpresa. Siguió rodando, Alex

desapareció en el sótano debajo de la casa. Hacía frío y estaba húmedo aquí. Podía haber

arañas o escorpiones enclavados en las bases. Pero él estaba en la oscuridad, fuera del

alcance de las balas. Por un momento, estaba a salvo.

Drevin no parecía darse cuenta. Disparó en la casa hasta que el arma hizo clic en vano en

sus manos. Le tomó un tiempo darse cuenta de que se había quedado sin balas. Luego,

con una maldición, arrojó el arma y se tambaleó a su hijo. Paul no se movía. A lo lejos, oyó

gritos. Un buggy se acercaba a través de la selva. Drevin se volvió y corrió por la playa

hacia el avión de espera.

Acostado boca abajo, Alex se asomó por el hueco entre la parte inferior de la casa y la

arena. Vio a Drevin llegar a la orilla del agua y sabía que no iba a volver. Poco a poco,

temiendo lo que iba a encontrar, se arrastró de vuelta a la luz y se acercó a Paul.

Había mucha sangre. Alex estaba seguro de que el chico estaba muerto, y se sintió

abrumado por un sentimiento de tristeza y culpa. Pero entonces, para su sorpresa, Paul

abrió los ojos. Alex se arrodilló a su lado. Ahora que estaba observando de cerca pudo ver

que, debajo de la sangre, el daño puede no ser tan malo como había temido. Paul había

recibido un disparo en el hombro y el brazo, pero el resto de las balas habían pasado por

la cabeza.

—Alex... —dijo con voz áspera.

—No te muevas —dijo Alex—. Lo siento mucho, Paul. Esto es todo culpa mía. Nunca

debería haber venido aquí.

—No me equivoqué... —Paul trató de hablar pero el esfuerzo fue demasiado.

Alex oyó el ruido del motor del Cessna y se volvió a tiempo para ver el avión alejándose

del muelle. Drevin lo estaba piloteando. Alex pudo distinguir el rostro enloquecido,

distorsionado detrás de los controles. Al mismo tiempo, un buggy paró en seco frente a la

casa y Ed Shulsky y dos hombres saltaron. Alex se sintió aliviado al ver que Tamara

estaba con ellos, todavía pálida, pero más fuerte que cuando la había visto por última vez.

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—¡Alex! —gritó ella, y luego se detuvo, viendo a Paul.

Shulsky señaló, y los dos hombres corrieron hacia el muchacho herido, sacando paquetes

médicos mientras corrían.

—¿Qué pasó aquí? —le preguntó.

—Drevin —dijo Alex—. Le disparó a Paul en mi lugar.

—¿Es muy grave? —Shulsky se dirigió a uno de los dos hombres.

—Creo que va a estar bien —respondió el hombre, y Alex sintió una oleada de alivio—.

Ha perdido sangre, y vamos a tener helicópteros para él tan pronto como sea posible. Pero

va a vivir.

Shulsky dijo a Alex: —Hemos tomado el control de la isla. Los hombres de Drevin no

pusieron mucha pelea. Pero perdimos a Drevin. ¿Dónde está?

Alex señaló. El Cessna 195 había llegado a toda velocidad y se levantaba sin problemas

fuera del agua. Curiosamente, increíblemente, dos canoas se habían levantado detrás de

él, como si salieran del mar hacia al cielo.

—Pero‖qué…— Shulsky comenzó.

Era lo único que Alex había sido capaz de hacer en el tiempo en que había tenido. Usó las

cuerdas de remolque del equipo de esquí acuático, que había atado a las canoas a la flota

del hidroavión. Había pensado en asegurar el Cessna de la escollera, pero Drevin hubiera

visto eso. Una parte de él esperaba que el avión no fuera capaz de despegar, pero se

decepcionó. Ya estaba en lo alto, un espectáculo extraño con los dos canoas que colgaban

por debajo de ella. Alex se preguntó si Drevin se había dado cuenta. Bueno, pasara lo que

pasara, sería el avión más fácil de detectar, y cuando aterrizara, con un poco de suerte, las

canoas podrían hacer que se volcara.

Pero entonces Drevin cometió su último error.

Alex nunca sabría lo que estaba en la mente del ruso. ¿Creía que su hijo estaba muerto?

¿Creía que Alex tenía la culpa? Parecía que había decidido vengarse. El avión dio media

vuelta y de repente se dirigía de vuelta hacia ellos. Sin previo aviso, antes de que hubiera

ningún sonido, la arena saltó a su alrededor y Alex se dio cuenta de que Drevin estaba

disparando contra ellos, con una ametralladora montada en alguna parte del avión. Las

detonaciones se produjeron un momento después. Todo el mundo se lanzó para la

cubierta, los dos agentes masculinos en cuclillas sobre el muchacho herido, protegiéndolo

con su propio cuerpo. Las balas se estrellaron contra el lado de la casa, de madera

astillada y una de las grandes ventanas de cristal cayó hacia abajo. El avión rugió y

continuó hacia la selva. Las canoas golpeando y retorciéndose justo detrás.

Drevin había perdido en la primera pasada, pero Alex sabía que no tendrían la misma

suerte en la segunda. Miró a Shulsky, preguntándose lo que el agente de la CIA estaba

planeando hacer. Puede que fueran capaces de entrar en la casa. Pero ¿qué pasa con Paul?

Moverlo demasiado rápido lo mataría.

El avión comenzó a girar. Las canoas se hundieron. Drevin fue directamente sobre el

bosque. No había visto las canoas, así que no tenía idea de lo bajo que estaban. Había dos

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árboles cerca uno del otro. Como Alex detectó, con un estremecimiento de horror, que las

canoas chocaron con los troncos y se atascó entre ellos, atrapadas en los lados.

El avión llegó a un abrupto fin. Era como si el mismo se hubiera anclado en el aire. Se oyó

el ruido de la madera de última hora. Las canoas se habían roto, pero también la flota. De

hecho, todo el tren de aterrizaje del avión había sido arrancado, y Drevin se quedó

sentado en la nada, rodeado de medio avión. En un momento había estado volando hacia

adelante. El siguiente, simplemente giró noventa grados y se precipitó verticalmente hacia

el suelo. Hubo un grito de lo que quedaba del motor, la hélice del Cessna resultó inútil.

Alex vio que el avión desaparecía en el bosque. Hubo un choque y luego, segundos

después, una bola de fuego. Se levantó de un salto en el cielo como si se tratara de escapar

de la devastación. Luego dos explosiones más. Después el silencio.

Por lo que pareció una eternidad, Alex miró hacia el lugar del accidente. Un incendio aún

se desataba entre los árboles y se preguntó si se extendería por toda la isla. Pero incluso

mientras observaba, las llamas comenzaron a encenderse y apagarse, para ser

reemplazadas por un penacho de humo que se levantó en la forma de un signo de

exclamación final. Drevin estaba muerto. No podía haber ninguna duda sobre eso.

Alex sintió un cansancio inmenso. Le parecía que todo lo que había sucedido, desde el

momento en que se había reunido con Nikolei Drevin en el Hotel Waterfront en Londres,

había sido de alguna manera conducido a este momento. Pensó en el lujo de Neverglade,

la carrera de karts, el partido de fútbol que terminó en el asesinato, el vuelo a Estados

Unidos. Drevin había sido un monstruo y él merecía morir. Washington ya no estaba en

ningún peligro. Gabriel 7 y la bomba que llevaba sería volado mucho antes de llegar a Ark

Angel.

Pero Alex no podía sentir ninguna sensación de victoria. Miró de nuevo a Paul Drevin.

Los dos agentes estaban ocupados trabajando en él, uno de ellos envolviendo vendas de

presión alrededor de sus heridas mientras que el otro metía una aguja intravenosa en el

brazo. Los ojos de Paul estaban cerrados. Gracias a Dios que había caído en la

inconsciencia por lo que no había visto lo que acababa de suceder.

Alex se volvió y vio la propagación de humo en el aire, y de pronto quería estar lejos de

Bahía Flamingo. Quería estar con Jack. Los dos tomarían un avión de vuelta. Se había

terminado.

Se dio cuenta de que Ed Shulsky y Tamara lo miraban.

—¿Qué pasa? —les preguntó.

Los dos agentes de la CIA intercambiaron una mirada. Luego habló Shulsky.

—Me habría gustado que no hubieras hecho eso —dijo—. Queríamos tener unas palabras

con el Señor Drevin.

Alex se encogió de hombros.

—No creo que él tuviera la intención de aterrizar alrededor para conversar.

—Puede que tengas razón —asintió Shulsky—. Pero todavía era necesario hablar con él.

—Hizo una pausa—. ¿Te acuerdas de ese botón rojo que te estaba contando?

Alex asintió con la cabeza.

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—Sí.

—Bueno, parece que me equivoqué. No hay ninguno. No podemos volar el Gabriel 7. No

hay nada que podamos hacer para detenerlo.

—¿Qué? —La cabeza de Alex giró—. Pero acabas de decir que tenías el control de la isla.

Tiene que haber algo que puedas hacer.

Tamara negó con la cabeza.

—Después de la puesta en marcha, Drevin bloqueó todos los sistemas informáticos —

explicó—. Él era el único que sabía los códigos. No es tu culpa, Alex. Por el momento si

nos encontrábamos con él probablemente hubiera sido demasiado tarde. Pero en este

momento Gabriel 7 está en camino y no podemos comunicarnos con él. No podemos

traerlo de vuelta y no podemos desviarlo. Va al muelle hacia Ark Angel en menos de tres

horas a partir de ahora. La bomba está en un temporizador. Todo va a pasar exactamente

como Drevin lo planeó.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? — Preguntó Alex.

Tamara no tenía el corazón para decirlo. Echó un vistazo a Shulsky.

— Alex —dijo—. Me temo que necesitamos tu ayuda.

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Capítulo 20

El Toque de una Madre

Traducido por Xhessii y Emii_Gregori

Corregido por Silvery

—No —dijo Alex—. De ninguna manera. Olvídalo. ¡La respuesta es NO!

—Vamos a repasarlo otra vez —sugirió Ed Shulsky.

Estaban sentados en el centro de control en el lado oeste de Bahía Flamingo. Alex había

sido conducido desde la casa de Drevin y era claro que ése hombre, Shulsky, estaba al

mando. Había hecho muy poco daño. La casa de vigilancia y la entrada habían explotado

(ésa era la explosión que Alex oyó) pero parecía que los hombres de Drevin habían

llegado muy rápido. Ninguno de ellos sabía lo que estaba planeando realmente Drevin.

Habían sido contratados para ayudar a un cohete para que fuera lanzado al espacio:

Drevin nunca les había dicho lo que realmente contenía el cohete.

Al‖final‖Paul‖Drevin‖estaba‖fuera‖de‖todo‖esto.‖Había‖sido‖trasladado‖al‖Hospital‖“Queen‖

Elizabeth”‖en‖Bridgetown,‖Barbados.‖Alex‖estaba‖aliviado‖al‖saber‖que‖iba‖a‖estar‖bien.‖Ya‖

había donado sangre y los doctores estaban esperando que su condición se estabilizara

para que volara a Estados Unidos. Aparentemente su madre estaba en camino para ir a

verlo. Alex se preguntó si se encontrarían otra vez. De alguna manera lo dudaba.

Ahora, sólo había cuatro personas en la habitación, rodeados de ordenadores, pantallas de

video y las luces parpadeantes de una cartelera luminosa. Una serie de anteproyectos

habían sido dispersados por la larga mesa de conferencias. Mostraban todo el diseño de

Ark Angel con diferentes módulos (una docena de ellos) entendiéndose en todas las

direcciones, hacia arriba y hacia abajo. Era como un juguete enorme y complicado.

Alex se desplomó en una silla, su cara estaba sombría, todavía vestido con la ropa de

combate prestada. Ed Shulsky y Tamara Knight estaban sentados en el lado contrario a él.

Tamara parecía exhausta, gris con dolor y fatiga. Ella aceptó una dosis de morfina pero

nada más. No iba a dejar a Alex irse antes de que tomara una decisión.

La cuarta persona en la habitación era el Profesor Sing Joo-Chan, el hombre a cargo del

lanzamiento del Gabriel 7. El director de vuelo parecía totalmente una persona diferente.

Había perdido su calma y la compostura y parecía como si estuviera al borde de un

ataque cardiaco. Su cara estaba pálida y estaba sudando profusamente, secando su frente

con un largo pañuelo blanco.

Como todos los demás, afirmó que no sabía todo de la bomba, nada acerca de los

verdaderos planes de Drevin. Había prometido cooperar, a hacer todo lo que le pidiera la

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CIA, y por un tiempo parecía que Shulsky le había dado el beneficio de la duda. Pero Alex

no estaba tan seguro. El profesor había sido reclutado por Drevin; había estado en el

procedimiento desde el inicio. Alex estaba seguro de que sabía más de lo que afirmaba.

—Esta es la situación —dijo Shulsky—. Gabriel 7 se acoplará con Ark Angel a las dos y

media de la tarde. Lleva una bomba que explotará exactamente dos horas después de eso.

—Miró a Alex—. Drevin te dijo eso.

Alex asintió.

—Correcto. Cuatro y media. Eso me dijo.

—Ahora, como lo entiendo, hay tres puertos de anclaje en Ark Angel. —Shulsky apuntó al

diagrama—.‖Dos‖de‖ellos‖est{n‖posicionados‖muy‖al‖centro…‖aquí.‖Pero‖no‖es‖ahí‖donde‖

el Gabriel 7 se está dirigiendo, porque si la bomba explota ahí, eso simplemente rompería

toda la estación espacial. —Extendió la mano y golpeó una sección del otro lado, al final

del corredor largo—. Gabriel 7 se acoplará aquí —explicó—. Justo al borde.

—¡Sí…‖ muy‖ al‖ borde!‖ —Estuvo de acuerdo Sing. Alex se dio cuenta que los ojos del

profesor estaban muy abiertos y desconcentrados. Estaba poniendo cuidado para no mirar

a nadie directamente—. Así fue como se decidió. Así es como insistió el Sr. Drevin.

—La bomba debe estar dentro del modulo de observación —dijo Shulsky—. Y me

imagino que estará exactamente en la posición exacta. Para que la mayoría de la fuerza de

la explosión se vaya hacia fuera. Tendrá el efecto de empujar en la dirección incorrecta,

empujando totalmente a la estación espacial de regreso a la Tierra. —Tomó una

respiración profunda y por un momento algo como el pánico cruzó sus ojos—. Lo peor de

todo, es que no podemos hacer nada para detenerlo. No podemos explotar al Gabriel 7. Y

de acuerdo con el profesor Sing, no podemos acceder a los ordenadores para

reprogramarlos.

—¡No pueden! —El pañuelo blanco estaba de nuevo afuera—. Sólo el Sr. Drevin tiene los

códigos.‖Sólo‖el‖Sr.‖Drevin…

—Lo he revisado, Alex —dijo Tamara—. Es verdad. Todo el sistema ha sido apagado. Nos

tomaría días (incluso semanas) introducirnos en él.

—Sé que suena loco, pero eso nos deja sólo una opción —continuó Shulsky—. Tenemos

que enviar a alguien a Ark Angel. Y créeme, Alex, es la única manera. Alguien tiene que

encontrar la bomba y neutralizarla, lo que significa apagarla. Y si eso no es posible,

entonces tenemos que moverla. Tenemos que llevarla al centro de la estación espacial y

dejarla ahí. De ésa manera, la fuerza de la explosión tendrá un efecto muy diferente.

Destruirá a Ark Angel. Las piezas se dispersarán y andarán por la atmósfera exterior.

—¡Destruirás Ark Angel! —El profesor Sing murmuraba las palabras como si no pudiera

creer lo que había escuchado.

—¡Me importa una mierda Ark Angel, profesor! —Shulsky casi gritó las palabras—. Lo

único que me preocupa es Washington.

—Mover‖la‖bomba‖o‖apagarla…‖¿cu{l es la diferencia? —preguntó Alex—. ¿Cómo alguien

llegará hasta ahí?

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—Ése es el tema —dijo Shulsky—. El Soyuz-Fregat está listo para despegar. Está listo para

llevar a Arthur al espacio —Hizo una pausa—. Y no hay razón para que no te lleve.

—¿A mí? ¿De verdad quieres enviarme al espacio exterior?

—Sí.

—Pero yo no soy un orangután.

—Lo sé. Lo sé. ¡Pero tienes que entender! Lo que estamos hablando, no es tan difícil como

crees. Me refiero, el cohete es una simple pieza de maquinaria. Es como un tanque. No es

que‖tengas‖que‖controlarlo‖o‖algo‖por‖el‖estilo…‖todo‖se‖hace‖desde‖aquí.‖—Shulsky hizo

un gesto a la habitación—. Todavía tenemos acceso a volar programas para el Soyuz-

Fregat. Los ordenadores marcan COMANDO y le dicen al cohete qué hacer. El

acoplamiento,‖ la‖ reintroducción…‖todo.‖Y‖ésas‖que‖marcan‖TELEMETRÍA‖nos‖permiten‖

monitorear la salud y el bienestar del pasajero. Tú.

—Yo no.

—No hay nadie más —dijo Shulsky, y Alex podía escuchar la desesperación en su voz—.

Ése es el tema, Alex. Somos adultos. ¡Somos demasiado grandes! —Se giró hacia el

Profesor Sing—. ¡Dile!

Sing asintió. —Es verdad. Planeamos poner a Arthur en el espacio. Hice todos los cálculos

personalmente.‖El‖lanzamiento,‖el‖enfoque,‖el‖acoplamiento…‖todo.‖La‖primera‖diferencia‖

sería el peso. El peso del pasajero. Si el peso cambia, todos los cálculos tienen que cambiar

y eso nos tomará días.

—¿Qué te hace pensar que peso lo mismo?

El profesor extendió las manos.

—Pesas casi lo mismo, y podemos trabajar con un margen. Es posible. Pero no es solo el

peso. Es el tamaño.

—La cápsula ha sido modificada y ninguno de nosotros cabría adentro —explicó

Shulsky—. No hay suficiente espacio. Eres el único que puede ir, Alex. El cielo sabe, que

no te lo pediría de haber otra manera. Pero no hay otra manera. Tienes que ser tú.

La cabeza de Alex estaba nadando. No había dormido durante casi 30 horas; se

preguntaba si toda esta conversación no era una clase de alucinación.

—Aún así, ¿cómo encontraría la bomba? —preguntó—. E incluso si la encuentro, ¿cómo

sabré donde ponerla?

—La pones aquí. —De nuevo Shulsky apuntó a uno de los módulos del diagrama—. Es el

área de dormitorios. La pasas en tu camino hacia Gabriel 7. Es el corazón de Ark Angel.

Este es el lugar donde debe estar la bomba cuando explote. He investigado con el profesor

y él está de acuerdo. Si pasa aquí, Washington estará seguro.

—¿Sólo debo llevarla de un lugar a otro?

—No pesará nada —le recordó Sing—. Como verás, ¡hay cero gravedad!

Alex se sintió débil. Quería discutir pero sabía que nadie estaba escuchando. Todos ya

habían tomado su decisión.

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Tamara se estiró y tomó su mano.

—Alex, iría si pudiera —dijo—. Soy casi lo suficientemente pequeña y supongo que peso

lo‖mismo‖que‖tú.‖Pero‖no‖creo‖que‖lo‖logre.‖No‖con‖esta‖herida‖de‖bala…

—Pensé que la mayoría de los chicos daría su brazo derecho con tal de ir al espacio

exterior —agregó inútilmente Shulsky—. ¿Nunca has soñado con ser un astronauta?

—No —dijo Alex—. Siempre soñé con ser un conductor de tren.

—Estadísticamente, el Soyuz tiene un excelente récord de confiabilidad —dijo Tamara.

Alex recordó haber visto sus lecturas acerca de los viajes del espacio en el avión de

Drevin—. Cientos de ellos han ido hacia arriba, y solo un par de ellos han tenido

tropiezos.

—¿Cuánto tiempo le tomará llegar ahí? —preguntó Shulsky. En lo que él concernía, Alex

había aceptado ir.

—Va a ser lanzado del plano de órbita —contestó el profesor Sing—. No puedo

explicártelo todo ahora. Pero va a seguir una trayectoria que exactamente concuerda con

la inclinación de Ark Angel. Ocho minutos para dejar la atmósfera terrestre. Y anclará en

menos de dos horas.

—Y, ¿ya está listo Soyuz-Fregat?

—Sí, Señor. Está listo ahora.

Lo que afectó gravemente a Alex. Él sabía que el segundo lanzamiento había sido

adelantado…‖ pero‖ por‖ qué‖Drevin se había preparado para enviar a un chimpancé al

espacio, sólo unas horas después de que Gabriel 7 fuera lanzado. Si su plan funcionaba,

Ark Angel sería destruido después de que el segundo cohete llegara. No por primera vez,

Alex sentía que había algo que no sabía, algo que todos habían pasado por alto. Pero sus

pensamientos estaban en una gran confusión y no podía averiguar que era.

Tamara todavía detenía su mano.

—Sé que es mucho pedirte —dijo—. Sé que no quieres hacerlo. Pero, créeme, no te lo

diríamos si hubiera otra solución. Estarás seguro. Regresarás. Sé que lo harás.

De repente todos estaban en silencio. Todos lo miraban. Alex pensó que incluso ahora la

bomba se acercaba a Ark Angel. Pensó en la explosión en el espacio exterior, y se imaginó

la estación espacial cayendo hacia Washington. ¿Qué había dicho Drevin? Cuatro

toneladas que van a sobrevivir. La ola de destrucción acabaría con la mayoría de la

ciudad.

Pensó en Jack Starbright, alguien que estaba en medio de todo, visitando a sus padres. Y

sabía que (al igual que Arthur), no tenía opción.

Asintió.

—Vamos a vestirte —dijo Ed Shulsky.

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Después, las cosas se movieron muy rápido. Para Alex, fue como si su mundo se hubiera

desintegrado. Era consciente de las partes y de las piezas pero nada fluía. Desde el día que

se las había arreglado para ser atrapado por el MI6, encontraba difícil de creer todo lo que

le estaba pasando. Pero esta vez era diferente. Sentía que había perdido el sentido de su

identidad. Había sido trapeado, fuera de control, acercándose más y más a algo que lo

llenaba con más horror del que había conocido.

Se las arregló para bañarse y vestirse con la ropa que había visto en el edificio donde él y

Tamara habían sido encerrados: una playera blanca y un chándal azul con el logotipo de

Ark Angel cosido en la manga. Unas correas pasaron por debajo de sus pies para sostener

el pantalón en su lugar y había seis bolsillos con cremalleras. De repente se vio rodeado

por gente que nunca había conocido, todos dándole consejos, preparándolo para el

terrible viaje que iba a hacer.

—¡Necesitas estar atento con lo que llamamos el fenómeno de separación! —Lo dijo un

hombre con lentes y con el cabello hasta el cuello. Alguna clase de psicólogo—. Es un

sentimiento de euforia. Tal vez te guste tanto que no quieras regresar.

—De alguna manera lo dudo —dijo Alex.

—Vamos‖a‖poner‖los‖electrocardiogramas‖y‖los‖biosensores…

—Te vamos a dar una inyección —Esta era una mujer rubia en un traje blanco. Sostenía

una larga jeringa hipodérmica—. Esto es Fenergan. Te hará sentir mejor.

—Me siento bien.

—Es casi seguro que vomitarás cuando alcances la gravedad cero. La mayoría de los

astronautas lo hacen.

—Bueno, eso es algo que nunca ves en Star Trek —murmuró Alex—. Bien. —Subió su

manga.

—No en tu brazo, Alex. Esto va en tu trasero.

Se preguntó por qué no le dieron un traje espacial adecuado, del tipo de cosas que había

visto en las películas antiguas de los aterrizajes en la luna. El profesor Sing se lo explicó:

—No lo necesitas Alex. Arthur tampoco usaría un traje espacial. Estarás dentro de una

cápsula sellada. Si hubiera una fuga, es cierto que necesitarías un traje espacial para

protegerte; pero eso es algo que no va a suceder, te lo prometo. ¡Confía en mí!

Alex miró a la oscuridad, parpadeando los ojos detrás de las gafas. Sabía que Sing estaba

tratando de congraciarse con la CIA, tratando de persuadirlos de que había sido inocente

desde el inicio. Estaba seguro de que Ed Shulsky y Tamara lo vigilarían a lo largo de la

marcha. Pero aún así no confiaba en el profesor. Estaba seguro que había algo que no

estaba dicho.

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Le dieron un kit manos libres y un radio... y conectaron su corazón. Le parecía imposible a

Alex que cualquier persona pudiera ir al espacio como él, sin meses de entrenamiento.

Tamara no se apartó de su lado, tratando de tranquilizarlo. Con catorce años de edad, era

más adaptable que un adulto, dijo. Iba a ser un paseo lleno de baches, pero que pasaría

con comodidad, porque él era joven. Y tal vez Ed Shulsky estaba en lo cierto. Sería algo de

que hablar. Una experiencia que nunca olvidaría.

Y entonces se encontraba en un cochecito eléctrico con Tamara y el Profesor Sing, con una

sensación extraña en su chándal, del material suave contra su piel. El cohete estaba

delante de él. Lo miró, pero no lo veía. Era como si la conexión se hubiera roto entre sus

ojos y su cerebro. Era enorme. La cápsula que lo llevaría al espacio era en la parte superior

un tanque de plata tan alto como un edificio de oficinas, suspendido entre dos pórticos. El

agua fue en cascada hacia abajo. ¿Estaba lloviendo? No, el agua parecía venir del cohete.

Podía oír el crujido de metal como si fuera necesario un gran esfuerzo sólo para

mantenerlo en su lugar. Había nubes de vapor blanco saliendo, (en vapor como si fuera

un proferente). Alex vio una zanja profunda que iba desde la plataforma de lanzamiento

hacia el mar; supuso que sería para llevar las llamas de los cohetes. Parecía imposible que

aquel fuego artificial de gran tamaño pudiera levantarse y llevarlo al espacio.

En un ascensor, subía más y más alto, aún con Tamara y el Profesor. Podía ver toda la isla,

el mar se extendía hacia Barbados con un increíble azul y hacia la distancia. Todavía le

estaban dando consejos. Muchas palabras. Pero en realidad no penetraban. Sólo

revoloteaban a su alrededor como polillas.

—…No‖hagas‖nada‖a‖la‖ligera,‖haz‖todo‖lentamente.‖No‖mires‖directamente‖al‖sol.‖Te‖vas‖

a cegar. Ni siquiera mires a las nubes alrededor de la Tierra. El sol se refleja en ellas...

Algunas partes del Ark Angel se calientan, algunas serán frías. Ha habido problemas con

el aire acondicionado... Te vas a sentir extraño. No te preocupes si tu cara se agranda o se

hincha.‖Si‖se‖extiende‖la‖columna‖vertebral…‖Si‖necesitas‖ ir‖al‖baño…‖Es‖lo‖mismo‖para‖

todos los astronautas. Tu cuerpo‖tiene‖que‖adaptarse‖a‖la‖gravedad‖cero…

¿Quién estaba hablando? ¿Era realmente en serio? ¿Cómo puede alguien esperar que él

haga esto?

—Tendrás que acceder al módulo de observación de Gabriel 7 para llegar a la bomba. Hay

una escotilla. Lo viste en el diagrama. Lo mueves adonde Ed te mostró, a continuación,

vuelves al módulo de la Soyuz para que pueda volver a ingresar. No pierdas el tiempo.

Vamos‖a‖controlar‖todo‖desde‖aquí.‖Sentir{s‖que‖se‖desconecta…‖

Y entonces él estaba dentro. Habían tenido toda la razón acerca de la cantidad de espacio.

Ningún adulto habría sido capaz de encajar en él. Estaba tumbado sobre su espalda en

una caja metálica que podría haber sido algún tipo de máquina complicada de lavado o

un depósito de agua, con los pies en el aire y sus piernas tan apretadas que sus rodillas

tocaban la barbilla. Había pequeñas ventanas a cada lado, pero que estaban cubiertos con

algún tipo de material y no podía ver hacia fuera de ellas. No había controles. Por

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supuesto que no. Arthur, el orangután no habría necesitado controles. El Profesor Sing

ponía más cableado sobre él. Más monitores. Ahora Alex era el que estaba sudando. Le

habían dicho que sudaría aún más cuando estuviera en el espacio ultraterrestre. A causa

de los fluidos que se movían para arriba, la concentración de sal del cuerpo se ponía mal.

Alex trató de sacarlo de su mente. Ni siquiera creía que él llegaría hasta ahí. No pensaba

que fuera a sobrevivir al viaje.

Tamara Knight se inclinó sobre él. Fue atado a su asiento. Su estómago se apretó

fuertemente y tenía dificultades para meter el aire en sus pulmones. Podía mover los

brazos, pero nada más. Era estrecho y no había comenzado aún. Su rostro estaba muy

cerca de él, llenando su campo de visión.

—Buena suerte, Alex —susurró. Nada más. Ella hizo un gesto con la mano con los dedos

cruzados.

—Escucharás la cuenta atrás —dijo el Profesor Sing. Él estaba en algún lugar detrás de

ella—. No tienes nada de qué preocuparte, Alex. Nosotros te guiaremos por todo. Nos

oirás en la radio. Vamos a cuidar de ti.

Se selló la puerta. Alex sintió el aire dentro de la cápsula comprimirse. Tragó saliva,

tratando de limpiar sus oídos. Aparte del sonido de su propia respiración, todo estaba en

silencio.

Él estaba solo.

—T-menos treinta. —Un crujido y un silbido de estática. Las palabras incorpóreas habían

atravesado el auricular. ¿Qué significaban? Treinta minutos hasta despegar. ¡En treinta

minutos abandonaría el planeta! Alex trató de ponerse más cómodo pero no podía

moverse.

—¿Cómo estás, Alex? —Este podría haber sido Ed Shulsky hablando. Alex no lo sabía.

Las voces hacían eco en su cabeza y todas sonaban igual.

—T-menos veinticinco... T-menos veinte...

Sólo podía sentarse allí, doblarse sobre sí mismo mientras la cuenta regresiva continuaba.

Lo extraño era, que sentía que el tiempo se había equivocado también. Un minuto parecía

como media hora. Sin embargo media hora pasaba en sólo minutos. Se concentró en su

respiración.

—T-menos quince.

Dentro de la sala de control Ed Shulsky estaba observando a Sing y a su equipo de treinta

mientras ellos examinaban los preparativos finales. Se acercó al Profesor. Llevaba una

pistola en una funda colgada sobre su camisa.

—No pretendo preocuparle ahora, Profesor —murmuró—. Pero quiero que sepa que si

Alex Rider no sale de esto en una pieza, yo personalmente le arrancaré las entrañas.

—¡Desde luego! —Sing sonrió nerviosamente—. No hay nada de qué preocuparse. ¡Él va

a estar bien!

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Tamara Knight se sentó inmóvil delante de la ventana de observación. El humo seguía

aumentándose desde la selva donde el Cessna se había estrellado. No se encontraron las

aves a la vista. Toda la isla parecía tensarse para el momento del lanzamiento.

—T-menos cinco.

¿Qué había sucedido con T-menos diez? Alex se sentía enfermo. La inyección que le

habían dado no había funcionado. Podía oír algo en la distancia. ¿Era su imaginación o

algo estaba retumbando a la distancia por debajo de él?

—T-menos cuatro... tres... dos... uno.

Comenzó.

Al principio fue lento. Alex sintió un estremecimiento, vago al principio, pero de repente

todo estaba consumiéndose. Toda la cápsula temblaba. No estaba seguro de si él se movía

o no. Hubo un ruido sordo mientras las abrazaderas que presionaban el cohete se

liberaban automáticamente. El estremecimiento empeoró. Ahora toda la cápsula vibraba

tan locamente que Alex podía sentir los dientes siendo sacudidos en su cráneo. El nivel de

ruido se elevó también; era como un rugido que le golpeaba con puños invisible y,

recostándose sobre su espalda con las piernas dobladas frente a él, no había nada que

pudiera hacer. Estaba indefenso.

Y todavía empeoró.

Estaba definitivamente ascendiendo, podía sentir la fuerza de empuje del cohete. Estaba

siendo empujado hacia el asiento, no empujado, ¡aplastado! Su visión casi se había ido.

Sus globos oculares estaban siendo despiadadamente exprimidos. Trató de abrir la boca

para gritar pero todos sus músculos se habían cerrado. Sentía como si su rostro estuviera

siendo contraído.

Y luego hubo una explosión ensordecedora y golpeó ruidosamente la parte de adelante de

su asiento, con el cuello torcido y los cinturones cortando en su pecho. Alex entró en

pánico, pensando en todo lo que se había equivocado, que una parte del cohete había

estallado y que en cualquier momento iba a ser incinerado o enviado en picado a la Tierra.

Pero entonces recordó lo que había dicho. La primera etapa del cohete se había quemado

y había sido expulsada. Eso era lo que había oído y sentido. Que Dios le ayude, realmente

estaba en camino. De cero a diecisiete mil quinientos kilómetros por hora en ocho

minutos.

Todo había sido calculado. Debería haber sido un mono dentro del módulo orbital, en

cambio había un chico. Para los ordenadores no había diferencia. Precisamente en el

segundo correcto, la siguiente etapa se encendió y una vez más fue lanzado hacia

adelante, con la fuerza de gravedad pulverizándolo.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que la cuenta regresiva había terminado? ¿Estaba en

el espacio ultraterrestre aún? Le pareció que la sacudida fue más violenta que nunca. Toda

la cápsula se había convertido en una dentada masa distorsionada, con líneas vacilantes,

como la imagen dentro de la pantalla de una TV rota. Estaba en max Q11, sentado sobre

cuatrocientas cincuenta toneladas de explosivos, siendo disparados por el cielo en

11

Es el punto de máxima presión dinámica, el punto donde se maximiza el estrés aerodinámico en una nave espacial en el

vuelo.

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veinticinco veces la velocidad del sonido. El motor principal quemaba el combustible en

más de mil litros por segundo. Si el Soyuz iba a explotar, sucedería ahora. ¡Estaba en

llamas! La luz cegadora de repente chocó contra la cápsula. Una explosión nuclear. No.

Los compuestos en las ventanas se habían liberado. No necesitaban nada más. Estaba

mirando al sol, el cual era fluyente, deslumbrante. ¿Era el cielo azul o el mar? ¿Cuánto

más podría su cuerpo soportar el maltrato que recibía? A Alex se le ocurrió que nada en el

mundo, ninguna cantidad de entrenamiento, podrían haberlo preparado para una

experiencia como esta.

El cohete se detuvo. Eso era lo que sentía. El ruido se alejó y Alex sintió una sensación

muy diferente: una enferma e insensata flotación que le decía que, en un instante, se había

hecho muy liviano. Estaba a punto de probarlo pero entonces la tercera etapa se hizo

presente y una vez más fue propulsado hacia adelante en este imposible paseo de parque

de diversiones. Esta vez cerró sus ojos, incapaz de aguantar más, por lo que no vio el

momento en que se abrió camino a través de la cáscara de cebolla de la atmósfera terrestre

y pasó de azul a negro.

Por fin abrió los ojos. Quería estirarse pero eso era imposible. Alex echó un vistazo por la

ventana y vio estrellas... miles de ellas. Millones. Una vez más, no tenía ningún sentido

del movimiento. ¿Estaba realmente ingrávido? Hurgó una mano en uno de los bolsillos de

su pantalón y sacó un lápiz de unos pocos centímetros de largo. Lo dejó ir. El lápiz flotaba

frente a él. Alex lo miró. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, él estaba riendo. No

podía detenerse. Realmente era como uno de esos efectos especiales baratos en una

película de Hollywood. Pero no había cables ocultos. Ningún truco de computadora. Eso

estaba sucediendo ante sus ojos.

—¿Alex? ¿Cómo estás? ¿Me recibes? —La voz de Ed Shulsky crujió en su oído, y lo

extraño era que no sonaba diferente, nada lejos, a pesar de que Alex estaba ya casi un

centenar de kilómetros de la superficie de la tierra.

—Estoy bien —respondió Alex, y hubo un tono de asombro en su voz. Había sobrevivido

al lanzamiento. Estaba en camino.

—Felicidades. Acabas de romper un récord mundial. Eres la persona más joven en el

espacio...

¡Estaba en el espacio! Con el choque del lanzamiento detrás de él, Alex trató de relajarse y

disfrutar de la vista. Pero las ventanas eran demasiado pequeñas y en el lugar

equivocado. La tierra estaba detrás de él y fuera de la vista, pero había estrellas y un

infinito negro por todas partes. Lo extraño era que sentía que no iba a ninguna parte. El

lápiz estaba delante de él. Lo tocó con su dedo y lo vio girar. Dando vueltas y vueltas.

Alex estaba hipnotizado por ello. Nada más parecía estar en movimiento. Este no era un

paseo en absoluto. Se sentía como si toda, toda su vida, se hubiera detenido.

Y entonces vio al Ark Angel.

En un primer momento se dio cuenta de algo con forma de araña que apareció en el

periscopio conectado a la ventana dentro de la cápsula. Se veía como una estrella, pero

mucho más brillante que las otras. Poco a poco se acercó. Y de repente se aclaró, una

impresionante construcción de módulos de plata y corredores, entrelazados, cruzados,

colgaban de lo que parecía la torre de una grúa, con paneles masivos extendiéndose en

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todas direcciones, absorbiendo la energía del sol. Era enorme, pesaba alrededor de

setecientas toneladas. Pero estaba flotando sin esfuerzo en el gran vacío del espacio, y

Alex tuvo que recordarse que cada pieza de la misma había sido laboriosamente

construida en la tierra y luego llevada por separado y montada. Era una hazaña de

ingeniería más allá de lo que había imaginado.

Poco a poco Ark Angel llenó su visión. Tanto él como la estación espacial viajaban a

dieciséis mil millas y media por hora, tan rápido que para Alex no tenía ningún sentido en

absoluto. Pero él parecía ir muy despacio. Luego un cohete se disparó y la Soyuz aceleró,

moviéndose sobre el puerto de atraco central. Era el único modo en el que Alex podía

medir su progreso a través del espacio exterior... unos pocos metros a la vez, cada vez más

cerca. Los cohetes eran controlados desde la Bahía Flamingo pero eran exactos a una

fracción de un milímetro. Alex vio placas metálicas curvadas, el trabajo complejo del

panel que compone la estación espacial. Vio una pintura Union Jack y las palabras ARK

ANGEL impresas en gris.

La última parte del viaje parecía durar para siempre. La estación espacial estaba

tragándolo y tuvo que recordarse que si algo salía mal ahora tendría el impacto de un

autobús rompiendo una pared.

Hubo una ligera sacudida, nada comparado con lo que había sentido antes. Eso fue todo.

Una voz crujió en su auricular y le pareció oír aplausos, a menos que fuera estática de

radio. Fueran cuales fueran sus dudas sobre el profesor Sing, parecía que el director de

vuelo había sido fiel a su palabra. Alex había llegado.

Miró hacia su reloj. Alguien se lo había dado cuando fue vestido para el lanzamiento. Tres

en punto. Tenía una hora y media para encontrar la bomba y de una u otra manera

apagarla o moverla. Pero había algo mal. Por un segundo Alex entró en pánico. ¿Qué

pasaría si el suministro de oxígeno se detenía? Tragó saliva, tres o cuatro veces,

respirando con dificultad. Podía sentir su corazón latiendo y estaba seguro de que iba a

morir. Pero no era eso. Aún había aire en el módulo, sólo tenía que atraerlo. Alex se obligó

a calmarse. ¿Qué era eso?

Por supuesto. Silencio. Nadie estaba hablándole. O él estaba en el lado equivocado del

planeta, fuera del alcance del centro de control, o la radio se había descompuesto. El

silencio era total, absoluto. Nunca se había sentido más vacío, más solo. Pero no

importaba. No necesita que alguien le hablara.

Sabía lo que tenía que hacer.

Se desató la correa y buscó la escotilla circular justo por encima de su cabeza. Era su

primera experiencia de gravedad cero y supo de inmediato que se había hecho un lío. Se

levantó del asiento demasiado rápido y su cabeza dio un vuelco contra la pared de metal,

tirándolo hacia abajo de nuevo. Terminó en lo que había comenzado, pero con la frente

magullada y el sabor de sangre en la boca. Un mal comienzo.

Todo tenía que hacerse lentamente. Se alzó de nuevo y encontró el mango. Lo sacó y lo

giró. La escotilla se balanceó hacia el exterior.

Alex se preparó. Si había algún error, si la bolsa de aire no estaba garantizada, se vería

expuesto al entorno más letal conocido por el hombre. Y moriría de la forma más horrible.

El aire sería succionado de sus pulmones y su sangre herviría. Todos sus órganos internos

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se paralizarían y estaría destrozado por el vacío total de espacio. Trató de no pensar en

ello. No iba a pasar. En menos de noventa minutos estaría de nuevo de camino a casa.

Se encontró examinando un túnel, de unos ochenta centímetros de ancho y un par de

metros de largo. Esta era la entrada (le llamaron el nodo) entre su cápsula y la zona de

recepción del Ark Angel. El aire reacondicionado, frío y seco, sopló en su rostro. Empujó

con sus pies, con el movimiento más ligero posible. Sin esfuerzo, se levantó. Era justo

como había visto en innumerables películas. Estaba volando.

El nodo lo llevó al primer módulo. Ark Angel se había construido para los turistas. Se

llamó a sí mismo un hotel espacial. Pero, desde luego, era en verdad una estación espacial

muy similar a la Mir o a la ISS12, con muy poco espacio y cada centímetro disponible

repleto de armarios, taquillas y todos los cables, tuberías, botones, paneles, interruptores,

circuitos y otros elementos esenciales necesarios para mantener con vida a sus habitantes.

Cada sección era un cilindro del tamaño de una caravana ordinaria, iluminado con una

luz blanca, dura y repleta de equipos y pasamanos en tres lados. Había varias barandillas

y correas de velcro en el cuarto. Alex comprendió que para detenerse de flotar tendría que

enganchar sus manos o sus pies en el suelo.

Había esperado el interior para guardar silencio. En cambio, era consciente del zumbido

de los acondicionadores de aire, el latido de las refrigerantes bombas líquidas circulando a

través de las paredes, la trituración de metal contra metal...toneladas de la misma

atornilladas entre sí incluso cuando giró en órbita. Aspiró profundamente. El aire estaba

muy seco. Se preguntó cómo era producido. ¿Había salido de una botella o había una

máquina?

Alex flotaba (o eso intentaba). Una vez más, empujó muy fuerte con sus pies y toda la

cámara giró al revés como un trompo sin poder hacer nada en absoluto, totalmente fuera

de control. A pesar de la inyección, él sufría de lo que la NASA llamaba síndrome de

adaptación espacial. En otras palabras, él estaba a punto de vomitar. Trató de mantener el

equilibrio. Una de sus manos alcanzó la pared, enviándolo a girar en sentido contrario. Ya

no sabía qué estaba arriba y qué estaba abajo. Ni siquiera podía ver la cápsula que lo

había traído hasta aquí.

Extendió la mano y logró enganchar un dedo en una de las correas. Eso redujo su marcha.

Pero toda la experiencia hasta ahora había sido horrible. Alex había visto Star Wars. Había

visto a Harrison Ford arruinar su camino a través del universo, y como millones de

personas habían comprado ese sueño. La realidad no era nada como esto. Su cuerpo

estaba enviando señales extrañas a su cerebro. Estaba sudando. El equilibrio en su oído

interno se había ido. Sus huesos, ya no más necesarios, estaban filtrando calcio. Su espalda

le dolía debido a la elongación de su columna vertebral. Dentro de su estómago, sus

intestinos estaban flotando sin poder hacer nada, y debido al cambio de nivel en su

líquido, sintió una necesidad imperiosa de ir al baño. Nada de esto le hubiera pasado a

Harrison Ford.

Y se puso peor. Alex dejó de girar y se encontró flotando en el centro del módulo. O él se

movía muy lentamente o no se movía en absoluto. Los rieles y las correas de velcro

estaban ahora inútilmente por encima de su cabeza. Estiró sus brazos y descubrió que las

paredes estaban a un par de centímetros fuera del alcance. Era como una terrible

12

Estación Espacial Internacional.

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pesadilla. Cada vez que se tensaba hacia adelante, su cuerpo se movía hacia atrás. Estaba

literalmente varado, flotando sin poder hacer nada, yendo a ninguna parte.

¿Y ahora qué? ¿Cómo hacía para subir o bajar? Tiró su cuerpo y pedaleó con sus piernas.

No sirvió de nada. Trató de mover los brazos como un pájaro en una mala caricatura.

Nada.

Alex empezó a sentir pánico. Nadie le había advertido acerca de esto. Estaba atrapado en

la gravedad cero y comenzó a preguntarse si no estaba condenado a permanecer así hasta

que Ark Angel volara en pedazos. ¡No podía moverse!

Le llevó lo que parecía una eternidad resolverlo. Era realmente increíble que una lección

de física en un húmedo miércoles en la Escuela Brookland, de repente viniera a tu mente y

salvara su vida. Se quitó los zapatos y los tiró con todas sus fuerzas. El movimiento

avanzado produjo una reacción contraria, un poco como el retroceso de un arma. Alex

estaba echado hacia atrás y logró agarrarse a una barandilla. Se aferró por un momento,

respirando pesadamente. Había sido un momento desagradable y tendría que tener

mucho cuidado que no volviera a suceder.

Tuvo que empezar a moverse. No había sido capaz de ver el módulo de observación y las

etapas restantes de Gabriel 7 en el otro lado de la estación espacial, pero él sabía que

estaban allí. El cohete se acopló automáticamente hace casi una hora y había traído

consigo una bomba activada. Miró su reloj de nuevo. ¡Veinticinco minutos habían pasado!

Apenas quedaba una hora. Si la bomba explotaba en el momento adecuado y en el lugar

correcto, él sería vaporizado, y un misil se cuatrocientas toneladas comenzaría su viaje

mortal a la Tierra. Alex pensó en el mapa de Ark Ángel que le habían mostrado y sabía

que tenía que abrirse camino a través de una serie de módulos entrelazados para llegar a

su destino. Se acordó de lo que Ed Shulsky le había dicho.

—No trates de desactivarla a menos que estés seguro de que sabes lo que estás haciendo,

Alex. Presionas el botón equivocado, le estarás haciendo el trabajo a Drevin. Sólo tienes

que entrar en la zona del dormitorio. Eso es todo lo que tienes que hacer. Moverla y luego

largarte. Rápido.

Ahora mismo estaba haciendo tic tac. Alex podía imaginarlo. Sólo los dos. Él y una bomba

en una estación espacial orbital a la tierra.

Estaba a punto de salir cuando oyó algo. El sonido metálico del cierre de una escotilla. Era

bastante inconfundible. Se detuvo y escuchó. Nada. ¿Y ahora qué? ¿Marcianos? Debió

haberlo imaginado. Alex empujó con sus pies, con el mayor cuidado posible, tratando de

dirigirse hacia el siguiente módulo. Una vez más había empujado muy fuerte. Su hombro

golpeó el cielo (o el piso) del nodo y por segunda vez se encontró fuera de control.

Extendió una de sus manos para mantener el equilibrio y se encontró sosteniendo una

palanca que sobresalía de la pared. Era un disparador. Incapaz de contener su curiosidad,

lo abrió, preguntándose si le daba una visión de la tierra. Pero la estación espacial se

afrontaba al camino equivocado. Alex se tambaleó hacia atrás, casi cegado, mientras la luz

brillante irrumpía en el módulo. El Profesor Sing le había advertido de no mirar

directamente al sol. Incluso en ese breve instante, Alex casi se había cegado.

Cerró el obturador y esperó a que su vista volviera, y luego continuó, volando

suavemente en el área de dormir, las literas unidas verticalmente a la pared con correas

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para mantener a los miembros de la tripulación o invitados de la deriva. En el espacio

podías dormir de lado, de pie o boca abajo, no había ninguna diferencia. Había un largo y

brillante pasillo iluminado de frente —cuatro o cinco módulos atornillados uno junto al

otro. Todo era blanco. Este era el corazón de Ark Ángel, con el comedor, el gimnasio, las

duchas y lavabos, una sala de estar y dos laboratorios situados uno junto al otro. Gabriel 7

habría atracado en el otro extremo.

Alex se tensó, preparado para dar el siguiente salto. Extendió la mano con las palmas de

sus manos. Y se congeló.

Un hombre había aparecido frente a él, vestido con un traje idéntico al suyo. El hombre

llevaba una gorra, pero, al ver a Alex, se la quitó, revelando una imagen espectacular del

mundo por debajo de 300 millas.

Kaspar. Por supuesto.

Alex se había olvidado de él. Por lo que tenía a todos los demás. Pero el profesor Sing

debía haber sabido que Kaspar había estado a bordo de Gabriel 7, era una pieza de

información que había estado guardando para sí mismo. ¿Por qué? ¿Tanto lo había

asustado Kaspar que no se atrevía a revelar toda la verdad?

Parecía que Alex nunca lo sabría. Kaspar le había visto. Estaba a sólo veinte metros de

distancia, en el otro extremo del corredor. No había dicho nada, pero ahora (experto,

como si hubiera sido entrenado) se empujó hacia delante, flotando en el aire hacia él.

Estaba confiado, en perfecto control.

Y sostenía un cuchillo.

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Capítulo 21

Reingreso

Traducido por kuami y Roo Andresen

Corregido por Anne_Belikov

Era algo salido de una pesadilla. Era la peor pesadilla, todas en una. El rostro

horriblemente tatuado, el cuchillo, Ark Angel, el espacio exterior... Alex sólo podía mirar

con impotencia como Kaspar se dirigía hacia él, volando, con los brazos extendidos,

arrastrando las piernas detrás.

¿Qué estaba haciendo él en la estación espacial?

Y de repente Alex lo entendió.

El segundo cohete, el Orangután, el llamado experimento Drevin estaba en condiciones de

ingravidez, ellos habían sido parte del plan. No había ningún experimento. Nunca lo

había habido.

Kaspar había subido en Gabriel 7. Y Alex sabía por qué. Por su propia experiencia del

lanzamiento le debió haber hecho ver que habría sido completamente una locura intentar

enviar una bomba armada en el espacio. Las terribles vibraciones la habrían hecho

explotar, incluso antes de que hubiera dejado la atmósfera. Sólo cuando estuvieran en el

espacio se podría armar, y eso significaba que había tenido la intención de enviar a

alguien para ello. Kaspar. Pero ahora él tenía que volver de nuevo. Este era el punto del

segundo cohete. El profesor Sing debía haber sabido eso desde el principio. El Soyuz se

había enviado para recogerle. Y Kaspar habría dejado atrás instrucciones, seguramente. Si

algo saliera mal, si el cohete no llegaba, el profesor habría sido asesinado. ¡No era de

extrañar que él hubiera parecido tan nervioso! Al final, había elegido una opción. Enviar

el cohete y dejar que ellos dos se pelearan.

Eso era algo más que Alex comprendió. Ahora ellos dos estaban en la estación espacial.

Pero sólo había un asiento para regresar a casa.

Kaspar atravesó el primer nódulo dónde se dio un baño momentáneamente en la suave

luz de color rosa antes de que él emergiera en la luz intensa del módulo siguiente. Parecía

ser especialista en manejarse a sí mismo en la gravedad cero. Había apuntado

cuidadosamente y se había empujado ligeramente. Una mano tocó una pared para

corregirse; y la otra aún sostenía firmemente el cuchillo. Él se estaba tomando su tiempo,

pero entonces supo que Alex no tenía nada que ocultar en ninguna parte. Sólo segundos

antes de que ellos se encontraran cara a cara en un módulo apenas lo suficientemente

grande para los dos.

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Alex buscó a su alrededor por un arma, algo que poder utilizar para defenderse. Pero

todo estaba envasado demasiado pulcramente. Los armarios y taquillas estaban cerrados.

Él todavía se sentía enfermo y desorientado y cada movimiento que hacía amenazaba con

impulsarle en la dirección equivocada. Si perdía el control y se daba otro giro, estaría

acabado. Kaspar le cortaría en pedazos.

Kaspar atravesó el siguiente módulo. En unos momentos llegaría al mismo módulo que

Alex. El área de descanso. Éste era lugar que el Profesor Sing y Ed Shulsky le habían

mostrado en el mapa. El corazón de Ark Ángel. Parecía un punto de encuentro apropiado.

Quizás podría razonar con Kaspar. La misión ahora era en vano, ¿sería posible que él le

viera sentido?

Pero Alex lo dudaba. Los ojos de Kaspar parecían vacíos, rabiosos. Tenía una sonrisa

torcida en sus labios. El cuchillo que él sostenía era un Sabatier, una hoja de una sola pieza

de acero al carbono inoxidable, pulido a mano y de unos diez centímetros de largo.

¿Dónde lo consiguió? No pudo traerlo con él. Entonces Alex lo recordó. El Ark Angel era

un hotel. Posiblemente algún día un cocinero podría tener que cortar un bistec de

solomillo para algún multimillonario americano, y alguien se habría asegurado de que él

estuviera adecuadamente equipado. Kaspar debió de haber recogido el cuchillo cuando

atravesó la cocina.

Cuando Kaspar entró en el área de dormir, Alex hizo la única cosa que pudo. Se agachó,

entonces de una patada se impulsó a lo largo, unos cuantos centímetros por encima del

suelo, como si estuviera nadando bajo el agua en una piscina. Su movimiento cogió a

Kaspar desprevenido, el hombre pasó a mucha distancia por encima de él. Alex se dio

cuenta de que había una cosa que no podías hacer en gravedad cero: cambiar de

dirección. Kaspar continuó hasta la pared del fondo, pero cuando él pasó le acuchilló con

el cuchillo. Alex sintió la afilada punta sobre el traje entre sus omóplatos. Tuvo suerte.

Unos pocos milímetros y le habría sacado sangre. Le había cortado la tela del traje, pero

no le había atravesado la piel.

Kaspar llegó a la pared del fondo y se agarró a una de las agarraderas. Alex continuó

hasta el módulo siguiente y logró detenerse. Se encontró rodeado por el equipamiento del

gimnasio:‖una‖cinta‖de‖correr,‖un‖par‖de‖extensores,‖una‖m{quina‖de‖remo…‖pero‖nada‖

que pudiera tirar a Kaspar. ¿Dónde estaban las pesas? Evidentemente, no tenía sentido

tener pesas en un ambiente ingrávido. Alex rebuscó en uno de los armarios mientras la

puerta se abría. En su interior, había herramientas: Un martillo, un trinquete de forma

curiosa, una especie de destornillador. Agarró el martillo, lo sacó y sostuvo frente a él.

Alex se volvió y vio a Kaspar preparándose para lanzar un segundo ataque. El hombre

parecía enloquecido, como si estuviera drogado. Quizás lo estaba. O quizás encontraba la

experiencia de estar en el espacio tan aterradora como Alex.

—¡Kaspar! —Alex no estaba seguro de cómo llamarle. ¿Cuál era su verdadero nombre?

¿Magnus Payne? Pero no era cómo si los dos nos conocieran—. Se acabó —continuó—.

Esto no tiene sentido. Drevin está muerto. La CIA tiene el control de Bahía Flamingo.

—¡Estás mintiendo!

—¿Cómo crees que llegué aquí? No hay nada que puedas hacer. Lanzar Ark Angel sobre

Washington no tiene sentido. Drevin está muerto.

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—¡No!

Retorciéndose en el aire con ira e incredulidad Kaspar dio un puntapié, esta vez viajando

en diagonal hacia abajo. Alex sabía que era inútil tratar de razonar con él. Como había

pasado en Bahía Flamingo, Kaspar necesitaba el Soyuz. Alex se interponía en su camino.

Así que Alex tenía que morir.

Kaspar voló hacia él. Alex recogió el martillo redondo y lo arrojó con todas sus fuerzas.

Por un momento pensó que viajaría a cámara lenta. ¿No era así como sucedía en el cine?

Pero no fue así. El martillo giró a toda velocidad por el aire y golpeó a Kaspar en el

hombro. Pero, ¿haría daño el martillo si no pesaba nada? Una vez más Alex pensó en su

clase de física, en su trabajo de GCSEs13. El martillo recogió la energía debido al

movimiento; la energía fue dispersada cuando se paró. En este caso, se detuvo porque

había golpeado de lleno a Kaspar. Kaspar aulló y dejó caer el cuchillo. ¡Energía dispersa,

igualdad de dolor!

Pero el movimiento de avanzar fue suficiente para que Alex tropezara de nuevo, y por un

momento perdió el control. Sus hombros se estrellaron contra una pared. O tal vez fue el

techo o el suelo. Daba lo mismo. Kaspar había saltado hacia delante. Él se zambulló de

pronto como si hubiera sido disparado desde una pistola, y un segundo después estaba

encima de Alex.

La piel azul y verde de la cara del hombre estaba tan sólo a unos centímetros de distancia.

Los ojos llenos de odio le fulminaron con la mirada. Las manos de Kaspar se cerraron

alrededor de su garganta y empezaron a apretar. El hombre estaba estrangulándole. Y no

había nada que Alex pudiera hacer. No tenía ninguna cosa, ningún arma. Ni siquiera

podía moverse. Podía sentir las placas de metal contra sus hombros y uno de los casilleros

presionando en la espalda. Kaspar estaba flotando horizontalmente por encima de él, sólo

estaba conectado a Alex por sus manos. La respiración ya no llegaba a los pulmones de

Alex; el agarre era demasiado firme. Se sentía mareado. En unos segundos se desmayaría.

Casi sin saber lo que estaba haciendo, rebuscó detrás de él. Sus nudillos rozaron una

especie de palanca. ¿Qué era? A pesar de que su conciencia empezaba a dejarle, Alex lo

recordó. Sabía qué hacía la palanca. Pero ahora no la podía encontrar. Desesperado, atacó

y agitando su mano se agarró de ella. Él la tiró hacia abajo.

El obturador se abrió y la luz que casi lo había cegado antes explotó en el módulo por

segunda vez, como un rayo por encima del hombro.

La ventana estaba mirando directamente hacia el sol y la luz tenía tal violencia, que

cuando estalló Alex pudo sentir que quemaba su cuello y hombros. Toda la cápsula

parecía desintegrarse en un caos brillante blanco y plateado, absorbiendo todos los demás

colores.

Kaspar gritó cuando la luz quemó sus ojos. Era como si hubiera recibido un puñetazo en

la cara por el propio sol, y sus manos se apartaron, instintivamente para protegerse. Alex

dio un salto y le pateó; sus pies se estrellaron contra el estómago de Kaspar. Alex

retrocedió contra la pared y Kaspar fue enviado a toda velocidad hacia el otro lado del

módulo.

13

Certificado General de Educación Secundaria.

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El cuchillo Sabatier estaba detrás de él.

Había estado suspendido allí, con su punta mortal dirigida hacia el cuello de Kaspar.

Mientras Kaspar salió disparado hacia atrás, se fue con él, pero entonces el mango tocó la

pared. La hoja entró en la ciudad de Beijing y continuó su viaje, penetrando en la

superficie del mundo. El cuerpo de Kaspar se sacudió como si hubiera sido electrocutado.

Luego quedó inmóvil.

Mirando hacia arriba, Alex le observó con escepticismo. Los brazos de Kaspar estaban

colgando hacia él. Él estaba en medio del módulo, sin tocar ninguna superficie,

suspendido allí. Una serie de brillantes bolitas carmesí aparecieron y comenzaron a

orbitar alrededor de su cabeza. Se hicieron más grandes. Ahora eran como pelotas de golf,

extendiéndose y de brillante color rojo.

El cuchillo había cortado una arteria. La sangre de Kaspar colgaba a su alrededor como

una grotesca decoración navideña.

Alex ya había tenido suficiente. El módulo se estaba calentando rápidamente, todavía

expuesto al sol, y extendió la mano y cerró el obturador. Una sombra cayó sobre la cara de

Kaspar. Oscureciendo las bolitas.

Con su cuerpo arrastrándose, queriendo apartarse del cuerpo obsceno, flotante, Alex se

arrastró hacia el próximo módulo utilizando una especie de pinzas de velcro. Se encontró

junto a un inodoro espacial, una caja de plástico gris con algún tipo de dispositivo en

forma de cono flotante en el extremo de un tubo.

Necesitaba usarlo. Sentía nauseas. Sobriamente tragó, obligándose a mantener la calma. Él

no quería averiguar cómo era vomitar en el espacio ultraterrestre.

La bomba...

¿Cuánto tiempo le quedaba? Alex miró su reloj. Un minuto después de las cuatro. Sólo

faltaban veintinueve minutos. Tenía que actuar con rapidez. ¡Había llegado tan lejos,

había pasado por tanto, sólo para morir ahora! Se obligó a concentrarse, controlar sus

movimientos. Recordó el mapa que se había mostrado en el centro de control. Sabía

dónde tenía que ir.

La escotilla que llevaba hasta la cápsula que había traído Kaspar al espacio estaba abierta,

y Alex vio la bomba a primera vista. Tenía la forma de un torpedo, negro, con seis

pequeños interruptores y un panel de vidrio con un contador digital. Toda la cosa estaba

sujeta a la pared, pegada con velcro. Con una temible fascinación, Alex se agachó por el

módulo y flotó a lo largo de él. La bomba tenía seis dígitos, rápidamente contando hacia

atrás desde 27:07:05. Alex lo reviso con su reloj. Sí. Tres minutos pasadas las cuatro. Le

quedaban exactamente veintiséis minutos.

¿Podría apagarla? Alex examinó los interruptores pero no tenían símbolos, nada que le

indicara qué función tenían. ¿Se atrevía a presionar alguno? Si cometía un error, sería

reducido a añicos. Extendió un dedo. Su boca estaba seca. Estar tan cerca de la bomba lo

llenaba de terror. Pero tenía que tratar, ¿no es cierto? Drevin podría haber pervertido el

genio de Ark Angel, pero aún así, la estación espacial era un milagro tecnológico,

completamente único, el primer hotel en órbita alrededor de la tierra. ¿Podría Alex

realmente permitir que se destruyera? Su dedo se detuvo contra el interruptor de arriba.

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Todo lo que tenía que hacer era darle un empujón. Podría desactivar la bomba, pero

también podría hacerla estallar. La pregunta era, ¿Se atrevería a tomar ese riesgo?

Los números en la pantalla aún estaban descontando. Ahora mostraba 25:33:00.

Alex maldijo. ¿Por qué no tendrían una rampa para desperdicios? Así podría deshacerse

de la bomba, echándola por la borda hacia el espacio. Probablemente había un contenedor

de aire en Ark Angel, pero no tenía idea de cómo manejarlo. Aún así, no había tiempo. Su

dedo todavía tocaba el interruptor. Uno de los seis interruptores. Una de seis

oportunidades de hacerlo bien.

No era suficientemente bueno.

Alex dejó salir un largo, estremecido respiro y sacó su mano. Tomó la bomba todavía

andando y con cuidado la desenganchó, luego la llevó a través de la escotilla y de regreso

al centro del hotel espacial. Ed Shulsky le había dicho donde dejarla, pero Alex tomo su

propia decisión. El retrete. De alguna manera parecía un final adecuado. Bajó la nariz del

torpedo en el retrete y la dejó allí.

Era hora de irse.

Se alejó lo más despacio que pudo y fue compensado con un lento, cuidadoso progreso

hacia el módulo de espera del Soyuz. Pasó debajo de Kaspar, tratando de no mirar hacia

arriba. En cuestión de minutos, el hombre muerto iba a obtener la cremación más

espectacular que nadie jamás podría haber deseado. Era más de lo que merecía.

La estación de mandos estaba por delante de él, pero había una cosa más que debía hacer.

Miró su reloj. Once minutos pasadas las cuatro. Sólo quedaban diecinueve minutos, y

Alex sabía que era una locura gastar incluso unos pocos segundos. Pero no podría tener

está oportunidad otra vez. Encontró otra ventana en el lado opuesto al sol, abrió el postigo

y miró al exterior.

Y allí estaba.

El Planeta Tierra. Visto desde el espacio.

Su primer pensamiento fue que grande era; su segundo, que pequeña. Claro, había visto

imágenes de la Tierra tomadas por astronautas. Pero esto era diferente. La estaba viendo

con sus propios ojos. Y él se estaba moviendo. Mientras se agachaba frente a la portilla,

estaba viajando tan rápido que le llevaría diecinueve minutos regresar. No era de

extrañarle que pareciera tan pequeña. Y aún así la tierra llenaba su visión. Toda la vida en

el universo, cinco billones de personas, estaba concentrada allí. Y ese pensamiento era

enorme.

Estaba perplejo por los colores. Ninguna fotografía podría haberlo preparado para la

iridiscencia pura del planeta. Parecía como si estuviera encendida por dentro. Al principio

parecía que todo era azul y blanco (la mayor parte del planeta era agua) y Alex recordaba

estar recostado de espaldas cuando era pequeño, mirando un perfecto cielo de verano. Si

hubiera podido hacer del cielo una pelota, eso hubiera sido lo que estaba mirando ahora.

Pero mientras miraba debajo comenzó a ver el contorno de las costas, una fina línea de

verde esmeralda; y el Ark Angel dio la vuelta a la Tierra y allí estaba África (todo África

delante‖de‖él)‖y‖de‖repente‖dorado‖intenso,‖amarillo‖y‖rojo…‖montañas‖y‖desiertos‖pero‖no‖

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ciudades. Nada se movía. Y se preguntaba, ¿Si fuera un alíen y se topara con la tierra,

podría pasar de largo sin darse cuenta de toda la vida que había allí abajo?

Pero luego el día se convirtió en noche y se encontró sobre el océano mediterráneo

occidental, e inclusive a trescientos millas de distancia podía distinguir las miles de luces

eléctricas hechas por los hombres. España y Gibraltar, Turquía y Túnez, Argelia y el

Líbano, todos ellos eran visibles a primera instancia, las pequeñas luces titilando como

luciérnagas. Había tormentas sobre Europa. Alex veía las luces brillar a través de las

nubes.

Volvió al módulo Soyuz, tratando de controlar su progreso pero aún así golpeándose

contra las paredes. Sólo por sostenerse de las barandillas se prevenía de dar otro giro

enfermizo. Tenía mucha sed y deseaba poder encontrar algo que beber antes de irse. ¿Qué

sucedía cuando uno abría una lata de Coca en el espacio? Nunca lo descubriría.

Como pudo alcanzó la entrada y entró. Estaba operando en automático. Todo lo que

quería era marcharse. Se extendió y cerró la escotilla, girando la palanca para trabarla

antes de despegar. Este era el compartimiento en el que había viajado. Pero se quedaría

atrás. Había otra escotilla debajo de él y la abrió, pasando hacia el módulo de re-entrada

debajo. Había más espacio aquí. Claro. El módulo de re-entrada tenía que ser lo

suficientemente grande para Kaspar. Se sujetó al asiento, encontró otro casco y se lo

colocó, preguntándose si funcionaría.

—¿Alex? ¿Cuál es tu status? —Era la voz de Tamara. Nunca había estado tan feliz de

escuchar a alguien.

—La bomba aún está activada —dijo. Miró su reloj. Veinticinco pasadas las cuatro—. El

profesor Sing nos mintió —prosiguió—. Kaspar estaba aquí. Y ahora sólo me quedan

cinco minutos. Sácame de aquí.

Otra ráfaga de estática. Una incorpórea voz estaba murmurando palabras cortadas que no

tenían ningún sentido. Debía de haber algo mal con el radio. Alex se preguntaba qué

sucedería después. ¿Cuánto tiempo tendría que estar sentado allí hasta que lo liberaran?

¿Y qué pasaba si no lo hacían? La segunda manecilla en su reloj seguía moviéndose.

Parecía estar acechándolo, moviéndose más rápido de lo que debería. El tiempo ahora era

veintiocho minutos pasadas las cuatro.

Ya estaba sudando. Encorvado sobre su espalda sin ninguna vista, no tenía idea de dónde

estaba, cuanto más lejos estaba alrededor del mundo. Veintinueve minutos pasadas las

cuatro. ¿Habría alcanzado los seis últimos segundos de su vida?

Sintió una repentina sacudida. Por un terrible momento, pensó que la bomba había

detonado. Luego se dio cuenta de que eso era imposible. No había escuchado nada pero

repentinamente estaba al tanto de que los cohetes del módulo debían haber sido

disparados. Giró su cabeza y espió por el periscopio. Ark Angel estaba a una milla lejos,

desapareciendo en el espacio como un jarrón tirado en un pozo.

Y luego explotó.

La bomba explotó, un estallido de fuego naranja que despedazó completamente la

estación espacial, enviando los distintos módulos en diferentes direcciones. Los brazos

con el panel solar cayeron. Hubo tres explosiones más. Una lluvia de chispas brillantes y

una ráfaga de luz blanca que se esparció en silencio.

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Alex sintió una clase de euforia. ¡Lo había logrado! Había puesto la bomba en el lugar

indicado, y en lugar de propulsar Ark Angel hacia Washington, simplemente le había

destruido. No quedaba nada. Unos pocos pedazos caían por el espacio pero pronto se

quemarían. Finalmente había terminado.

Cayó.

El bullicio de la radio se detuvo abruptamente. Alex se encontró a sí mismo en un

completo silencio que por un momento pensó que había muerto, y se tuvo que recordar

que aún no estaba en casa. Cinco millas por segundo. Este era el más peligroso tramo del

viaje entero. Si el centro de control habría calculado mal, sería incinerado. Ya estaba al

tanto del brillo rosado afuera de la ventana mientras el módulo comenzaba a atravesar la

capa más alta de la atmósfera de la Tierra.

Y luego estaba en llamas. El mundo entero estaba en llamas. El mismo aire se estaba

rompiendo, siendo destrozado en piezas, los electrones separándose del núcleo.

El módulo se había convertido en una bola de fuego, y Alex sabía que su vida dependía

de los miles de azulejos térmicos que lo rodeaban. Estaba en el corazón del mismísimo

infierno.

Gritó. No podía contenerse.

Luego el rojo desapareció, como una cortina siendo apartada.

Vio azul.

Hubo una segunda sacudida hacia atrás mientras el paracaídas se desplegaba. El mundo

parecía brillar al otro lado de la ventana y Alex vio el Océano Pacífico expandirse frente a

él.

Un splash. Humo. Olas golpeando las ventanas. Luz solar transformando el agua en

diamantes.

Y finalmente silencio.

Se movía de adelante hacia atrás, cien millas lejos de la costa este de Australia. El lugar

equivocado del mundo, pero eso no importaba.

Alex Rider estaba de regreso.

Fin…

Fin del sexto libro de la saga “Alex Rider”

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Lean el Septimo libro de la Saga Alex Rider

Snakehead

Sinópsis:

Salpicando frente a las costas de Australia, Alex está trabajando muy pronto de

forma clandestina - esta vez para la ASIS el servicio secreto australiano - en una misión

para infiltrarse en el submundo criminal del sudeste de Asia: el despiadado mundo de

Cabeza de Serpiente. Frente a un viejo enemigo y preocupado por su propio pasado, Alex

está atrapado entre dos servicios secretos, sin nadie en quien confiar - y esta vez necesita

todo su ingenio para sobrevivir...

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Anthony Horowitz

Escritor y guionista inglés, Anthony

Horowitz es conocido principalmente por sus series

de libros para jóvenes adultos, con más de cincuenta

títulos publicados. Horowitz también ha trabajado

para la televisión ITV adaptando clásicos del crimen a

la gran pantalla, además de crear las suyas propias

como Los asesinatos de Midsomer.

Además de varias obras históricas y de aventuras,

Horowitz logró el éxito internacional gracias a las novelas protagonizadas por Alex Rider,

un joven miembro del MI6 británico, y con su serie de Los cinco guardianes.

Saga Alex Rider:

Stormbreaker

Point Blanc

Skeleton Key

Eagle Strike

Scorpia

Ark Angel

Snakehead

Crocodile Tears

Scorpia Rising

Yassen

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