ANTOLOGÍA DE TEXTOS LECTURA OBLIGADA 2011-12

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LITERATURA UNIVERSALANTOLOGA

PAU 11 12

RELACIN DE TEXTOS

OPCIN ATEXTOS OPCIONALES a. b. La Biblia: Cantar de los La Biblia: Judith. Cantares. Homero, La Odisea. Virgilio, La Eneida. Safo, Me parece que es igual a Horacio, podos, II (Beatus ille). los dioses... Sfocles, Antgona. Plauto, Anfitrin. Chrtien de Troyes, El caballero Las mil y una noches, Simbad del len. el marino. Boccaccio, Decamern. Petrarca, sonetos. Shakespeare, Hamlet. Montesquieu, Cartas persas. Dante, Divina Comedia. Ronsard, Sonetos para Helena. Molire, Tartufo. Goethe, Werther.

EPGRAFES DEL CURRCULO De la Antigedad a la Edad Media

N 1

Breve panorama de las literaturas bblica, griega y latina. La pica medieval y la creacin del ciclo artrico. La narracin.

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Renacimiento Clasicismo El Siglo de las Luces

y

La lrica del amor: el petrarquismo. Teatro clsico europeo. Ilustracin. Prerromanticismo.

La novela europea en el siglo XVIII.

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Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver.

Daniel Defoe, Robinson Crusoe.

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OPCIN BTEXTOS OPCIONALES a. b.

EPGRAFES DEL CURRCULO El movimiento romntico

N

Poesa romntica. Novela histrica.

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Lord Byron, Don Juan.

Victor Hugo, Nuestra Seora de Pars.

La segunda mitad del siglo XIX

Principales novelistas europeos del siglo XIX. El nacimiento de la gran literatura norteamericana (1830-1890). El arranque de la modernidad potica: de Baudelaire al Simbolismo. La renovacin del teatro europeo. La culminacin de una nueva forma de escribir en la novela. Las vanguardias europeas. El surrealismo.

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Flaubert, Madame Bovary. Dickens, Oliver Twist. Walt Whitman, Digo que el alma no es ms que el cuerpo.... Baudelaire, La cabellera.

Balzac, Pap Goriot. Dostoievski, Crimen y castigo. Edgar Allan Poe, El gato negro. Verlaine, Arte potica.

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Ibsen, Casa de muecas. Proust, Por el camino de Swann. Apollinaire, Caligrama.

Alfred Jarry, Ub Rey.

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James Joyce, Ulises. Franz Kafka, La metamorfosis.

Los nuevos enfoques de la literatura en el siglo XX y las transformaciones de los gneros literarios

La culminacin de la gran literatura americana. La generacin perdida.

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Hemingway, El viejo y el mar.

Dos Passos, Manhattan Transfer.

El teatro del absurdo y el teatro de compromiso.

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Ionesco, La cantante calva.

Bertold Brecht, Madre coraje y sus hijos.

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ANTOLOGA11. a. La Biblia, Cantar de los Cantares. 1 La Amada Oh, si l me besara con besos de su boca! Tus amores mejores son que el vino, suave es el olor de tus perfumes, tu nombre es como un blsamo derramado; por eso las doncellas te aman. Atreme, en pos de ti correremos. El rey me ha metido en sus cmaras, nos gozaremos y alegraremos en ti, nos acordaremos de tus amores ms que del vino. Con cunta razn te aman! Morena soy, oh hijas de Jerusaln, pero codiciable como las tiendas de Cedar, como las cortinas de Salomn. No reparis en que soy morena, porque el sol me mir. Los hijos de mi madre se airaron contra m, me pusieron a guardar las vias, y mi via, que era ma, no guard. Hazme saber, oh t a quien ama mi alma, dnde apacientas, dnde sesteas al medioda, pues por qu haba de estar yo como errante junto a los rebaos de tus compaeros? Coro Si t no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, ve, sigue las huellas del rebao y apacienta tus cabritas junto a las cabaas de los pastores. El Esposo A yegua de los carros del Faran te he comparado, amiga ma. Hermosas son tus mejillas entre los pendientes, tu cuello entre los collares. Zarcillos de oro te haremos, tachonados de plata.

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En aquellos fragmentos de nutrido texto se remarca en negrita la parte exclusiva que se considera factible de entrar en la prueba PAU.

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La Amada y el Esposo Mientras el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor. Mi amado es para m un manojito de mirra que reposa entre mis pechos. Racimo de flores de alhea en las vias de Engad es para m mi amado. He aqu que t eres hermosa, amiga ma, he aqu que eres bella y tus ojos son como palomas. He aqu que t eres hermoso, amado mo, y dulce. Nuestro lecho es de flores, las vigas de nuestra casa son de cedro y de ciprs los artesonados. 2 Yo soy la rosa de Sarn y el lirio de los valles. Como el lirio entre los espinos, as es mi amiga entre las doncellas. Como el manzano entre los rboles silvestres, as es mi amado entre los jvenes. Bajo la sombra del deseado me sent, y su fruto fue dulce a mi paladar. Me llev a la casa del banquete y su bandera sobre m fue amor. Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas, porque estoy enferma de amor. Su izquierda est debajo de mi cabeza y su derecha me abrace. Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusaln, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertis ni hagis velar al amor hasta que ella quiera. La Amada La voz de mi amado! He aqu que l viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados. Mi amado es semejante al corzo, o al cervatillo. Helo aqu, est tras nuestra pared, mirando por las ventanas, atisbando por las celosas. Mi amado habl, y me dijo: Levntate, oh amiga ma, hermosa ma, y ven. Porque mira que ya ha pasado el invierno, y las lluvias han cesado y se han ido,

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se han mostrado las flores en la tierra. El tiempo de la cancin ha venido y en nuestro pas se ha odo la voz de la trtola. La higuera ha echado sus higos y las vides en cierne exhalan olor. Levntate, oh amiga ma, hermosa ma, y ven. Paloma ma, que ests en los agujeros de la pea, en lo escondido de escarpados parajes, mustrame tu rostro, hazme or tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto. Cazadnos las zorras, las zorras pequeas, que echan a perder las vias, porque nuestras vias estn en cierne. Mi amado es mo, y yo suya; l apacienta entre lirios. Hasta que apunte el da y huyan las sombras, vulvete, amado mo; s semejante al corzo o como el cervatillo sobre los montes de Beter. 3 Por las noches busqu en mi lecho al que ama mi alma. Lo busqu y no lo hall. Y dije: Me levantar ahora, y recorrer la ciudad, por las calles y por las plazas buscar al que ama mi alma. Lo busqu y no lo hall. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: Habis visto al que ama mi alma?. Apenas los hube dejado cuando hall al que ama mi alma. Lo abrac y no soltar ms hasta que no lo haya hecho entrar en la casa de mi madre, en la cmara de la que me dio a luz. El Esposo Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusaln, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertis ni hagis velar al amor hasta que ella quiera. Coro Qu es eso que sube del desierto como columna de humo, sahumado de mirra y de incienso y de todo polvo aromtico? Es la litera de Salomn.

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Sesenta valientes la rodean, de los fuertes de Israel. Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra, cada uno lleva la espada sobre su muslo por los temores de la noche. El rey Salomn se hizo un trono de madera del Lbano. Hizo sus columnas de plata, su respaldo de oro, su asiento de grana, todo fue bordado con amor por las doncellas de Jerusaln. Salid, oh doncellas de Sin, y ved al rey Salomn con la corona con que le coron su madre en el da de sus bodas, el da del gozo de su corazn. 4 El Esposo He aqu que t eres hermosa, amiga ma, he aqu que t eres hermosa. Tus ojos, entre tus guedejas, son como de paloma. Tus cabellos, como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad. Tus dientes, como manadas de ovejas trasquiladas que suben del lavadero, todas con cras gemelas, y ninguna entre ellas estril. Tus labios, como hilo de grana y tu habla hermosa. Tus mejillas, como trozos de granada detrs de tu velo. Tu cuello, como la torre de David, edificada para armera, mil escudos estn colgados en ella, todos escudos de valientes. Tus dos pechos, como dos cras gemelas de gacela que se apacientan entre lirios. Hasta que apunte el da y huyan las sombras me ir al monte de la mirra y al collado del incienso. Toda t eres hermosa, amiga ma, y en ti no hay mancha. Ven conmigo desde el Lbano, oh esposa ma, ven conmigo desde el Lbano. Mira desde la cumbre de Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermn, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos. Robaste mi corazn, hermana, esposa ma, has robado mi corazn con una sola mirada tuya, con una sola perla de tu cuello.

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Cun hermosos son tus amores, hermana, esposa ma! Cunto mejores que el vino tus amores y el olor de tus ungentos que todas las especias aromticas! Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa, miel y leche hay debajo de tu lengua, y el olor de tus vestidos es como el olor del Lbano. Huerto cerrado eres, hermana ma, esposa ma, fuente cerrada, fuente sellada. Tus renuevos son paraso de granados, con frutos suaves, de flores de alhea y nardos, nardo y azafrn, caa aromtica y canela, con todos los rboles de incienso, mirra y loes, con todas las principales especias aromticas. Fuente de huertos, pozo de aguas vivas que corren del Lbano. Levntate, Aquiln, y ven, Austro, soplad en mi huerto, desprndanse sus aromas, venga mi amado a su huerto y coma de su dulce fruta. 5 El Esposo Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa ma, he recogido mi mirra y mis aromas, he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos, bebed en abundancia, oh amados. La Amada Yo dorma, pero mi corazn velaba. Es la voz de mi amado que llama: breme, hermana ma, amiga ma, paloma ma, perfecta ma, porque mi cabeza est llena de roco, mis cabellos de las gotas de la noche. Me he quitado la tnica cmo me he de vestir? He lavado mis pies, cmo los he de ensuciar? Mi amado meti su mano por la cerradura de la puerta y mi corazn se conmovi dentro de m. Yo me levant para abrir a mi amado y mis manos gotearon mirra, corri mirra de mis dedos sobre la manecilla del cerrojo. Abr yo a mi amado, pero mi amado se haba ido, haba ya pasado y tras su hablar sali mi alma.

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Lo busqu y no lo hall; lo llam y no me respondi. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, me golpearon, me hirieron, me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros. Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusaln, si hallis a mi amado, que le hagis saber que estoy enferma de amor. Coro Qu es tu amado ms que otro amado, oh la ms hermosa de todas las mujeres? Qu es tu amado ms que otro amado, que as nos conjuras? La Amada Mi amado es blanco y rubio, sealado entre diez mil. Su cabeza brilla como oro finsimo. Sus cabellos, como hojas de palma, son negros como el cuervo. Sus ojos, como palomas, junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfeccin colocados. Sus mejillas, como una era de especias aromticas, como fragantes flores. Sus labios, como lirios que destilan mirra fragante. Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos. Su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros. Sus piernas, como columnas de mrmol fundadas sobre basas de oro fino. Su aspecto, como el Lbano, majestuoso como los cedros. Su paladar, dulcsimo, y todo l codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, Oh doncellas de Jerusaln. 6 Coro A dnde se ha ido tu amado, oh la ms hermosa de todas las mujeres? A dnde se apart tu amado, que lo buscaremos contigo? La Amada Mi amado descendi a su huerto, a las eras de las especias, para apacentar en los huertos y para recoger los lirios. Yo soy de mi amado y mi amado es mo. l apacienta entre los lirios. El Esposo

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Hermosa eres t, oh amiga ma, como Tirsa, encantadora como Jerusaln, imponente como ejrcitos en orden. Aparta tus ojos de m porque me cautivan. Tu cabello es como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad. Tus dientes, como manadas de ovejas que suben del lavadero, todas con cras gemelas, y ninguna entre ellas estril. Tus mejillas, como trozos de granada detrs de tu velo. Sesenta son las reinas y ochenta las concubinas y las doncellas sin nmero. Mas una es la paloma ma, la perfecta ma. Ella es la hija nica de su madre, la escogida de la que le dio a luz. La vieron las doncellas y la llamaron bienaventurada; las reinas y las concubinas la alabaron. Coro Quin es sta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, radiante como el sol, imponente como ejrcitos en orden? El Esposo Al huerto de los nogales descend a ver los frutos del valle, para ver si brotaban las vides, si florecan los granados. Antes de que lo supiera, mi alma me puso sobre los carros de guerra de Aminadab. Coro Vulvete, vulvete, oh sulamita; vulvete, vulvete, y te contemplaremos. El Esposo Por qu miran a la sulamita, como en una danza a dos coros? 7 Cun hermosos son tus pies en las sandalias, oh hija de prncipe! Los contornos de tus muslos son como joyas,

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obra de mano de excelente maestro. Tu ombligo, como un cntaro donde no falta el vino con especias. Tu vientre, como una pila de trigo cercada de lirios. Tus dos pechos, como dos cras gemelas de gacela. Tu cuello, como torre de marfil. Tus ojos, como los estanques de Hesbn junto a la puerta de Bat-Rablim. Tu nariz, como la cumbre del Lbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu cabeza, como el Carmelo y tu cabellera, como la prpura. Un rey se halla preso en esas trenzas. Qu hermosa eres y cun suave, oh amor deleitoso! Tu estatura es semejante a la palmera y tus pechos a los racimos. Yo dije: Subir a la palmera, a sacar sus frutos. Deja que tus pechos sean como racimos de vid y el olor de tu boca como de manzanas. Sean tus palabras como vino generoso, que va derecho hacia el amado fluyendo de tus labios cuando te duermes. 8 La Amada Oh, si t fueras como un hermano mo alimentado por los pechos de mi madre! Entonces, hallndote fuera, te besara, y no me menospreciaran. Yo te llevara, te metera en casa de mi madre. T me ensearas y yo te dara a beber vino adobado del mosto de mis granadas. Su izquierda est debajo de mi cabeza y su derecha me abrace. El Amado Os conjuro, oh doncellas de Jerusaln, para que no despertis ni hagis velar al amor hasta que ella quiera. 8 Coro

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Quin es sta que sube del desierto apoyada en su amado? El Esposo Debajo de un manzano te despert, all mismo donde te concibi tu madre, donde te concibi la que te dio a luz. Ponme como un sello sobre tu corazn, como un tatuaje sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte y la pasin, tenaz, como el infierno. Sus flechas son dardos de fuego como llama divina. No apagarn el amor ni lo ahogarn ocanos ni ros. Si alguien lo quisiera comprar con todo lo que posee solo conseguira desprecio.

Tenemos una pequea hermana que no tiene pechos, Qu haremos a nuestra hermana cuando se trate de casarla? Si ella es una muralla, le construiremos defensas de plata; si es una puerta, la guarneceremos con listones de cedro. Yo soy una muralla, mis pechos son como torres. Soy a sus ojos como quien ha hallado la paz. Salomn tuvo una via en Baal-Amn. La entreg a unos guardas y cada uno le traa mil monedas de plata por su fruto. Mi via es solo para m y solamente yo la cuido. Mil monedas para ti, oh Salomn, y doscientas para los que guardan su fruto. Oh t que habitas en los huertos, los compaeros escuchan tu voz, hzmela or a m tambin. Huye, amado mo. S semejante al corzo o al cervatillo sobre las montaas de los aromas.

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1. b. La Biblia, Judit.

Al cuarto da, dio Holofernes un banquete exclusivamente para sus oficiales; no invit a ninguno de los encargados de los servicios. Dijo, pues, a Bagoas, el eunuco que tena al frente de sus negocios: Trata de persuadir a esa mujer hebrea que tienes contigo, que venga a comer y beber con nosotros. Sera una vergenza para nosotros que dejramos marchar a tal mujer sin habernos entretenido con ella. Si no somos capaces de atraerla, luego har burla de nosotros. Sali Bagoas de la presencia de Holofernes, entr en la tienda de Judit y dijo: Que esta bella esclava no se niegue a venir donde mi seor, para ser honrada en su presencia, para beber vino alegremente con nosotros y ser, en esta ocasin, como una de las hijas de los asirios que viven en el palacio de Nabucodonosor. Judit le respondi: Quin soy yo para oponerme a mi seor? Har prontamente todo cuanto le agrade y ello ser para m motivo de gozo mientras viva. Despus se levant y se engalan con sus vestidos y todos sus ornatos femeninos. Se adelant su sierva para extender en tierra, frente a Holofernes, los tapices que haba recibido de Bagoas para el uso cotidiano, con el fin de que pudiera tomar la comida reclinada sobre ellos. Entrando luego Judit, se reclin. El corazn de Holofernes qued arrebatado por ella, su alma qued turbada y experiment un violento deseo de unirse a ella, pues desde el da en que la vio andaba buscando ocasin de seducirla. Le dijo Holofernes: Bebe, pues, y comparte la alegra con nosotros!. Judit respondi: Beber seor; pues nunca, desde el da en que nac, nunca estim en tanto mi vida como ahora. Y comi y bebi, frente a l, sirvindose de las provisiones que su sierva haba preparado. Holofernes, que se hallaba bajo el influjo de su encanto, bebi vino tan copiosamente como jams haba bebido en todos los das de su vida. Cuando se hizo tarde, sus oficiales se apresuraron a retirarse y Bagoas cerr la tienda por el exterior, despus de haber apartado de la presencia de su seor a los que todava quedaban; y todos se fueron a dormir, fatigados por el exceso de bebida. Quedaron en la tienda tan slo Judit y Holofernes, desplomado sobre su lecho y rezumando vino. Judit haba mandado a su sierva que se quedara fuera de su dormitorio y esperase a que saliera, como los dems das. Porque, en efecto, ella haba dicho que saldra para hacer su oracin y en este mismo sentido haba hablado a Bagoas. Todos se haban retirado; nadie, ni grande ni pequeo, qued en el dormitorio. Judit, puesta de pie junto al lecho, dijo en su corazn: Oh Seor, Dios de toda fuerza! Pon los ojos, en esta hora, en la empresa de mis manos para exaltacin de Jerusaln. Es la ocasin de esforzarse por tu heredad y hacer que mis decisiones sean la ruina de los enemigos que se alzan contra nosotros. Avanz, despus, hasta la columna del lecho que estaba junto a la cabeza de Holofernes, tom de all su cimitarra, y acercndose al lecho, agarr la cabeza de Holofernes por los cabellos y dijo: Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!. Y, con todas sus fuerzas, le descarg dos golpes sobre el cuello y le cort la cabeza. Despus hizo rodar el tronco fuera del lecho, arranc las colgaduras de las columnas y saliendo entreg la cabeza de Holofernes a su sierva, que la meti en la alforja de las provisiones. Luego salieron las dos juntas a hacer la oracin, como de ordinario. Atravesaron el campamento, contornearon el barranco, subieron por el monte de Betulia y se presentaron ante las puertas de la ciudad.

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Judit grit desde lejos a los centinelas de las puertas: Abrid, abrid la puerta! El Seor, nuestro Dios, est con nosotros para hacer todava hazaas en Israel y mostrar su poder contra nuestros enemigos, como lo ha hecho hoy mismo. Cuando los hombres de la ciudad oyeron su voz, se apresuraron a bajar a la puerta y llamaron a los ancianos. Acudieron todos corriendo, desde el ms grande al ms chico, porque no tenan esperanza de que ella volviera. Abrieron, pues, la puerta, las recibieron, y encendiendo una hoguera para que se pudiera ver, hicieron corro en torno a ellas. Judit, con fuerte voz, les dijo: Alabad a Dios, alabadle! Alabad a Dios, que no ha apartado su misericordia de la casa de Israel, sino que esta noche ha destrozado a nuestros enemigos por mi mano. Y, sacando de la alforja la cabeza, se la mostr, dicindoles: Mirad la cabeza de Holofernes, jefe supremo del ejrcito asirio, y mirad las colgaduras bajo las cuales se acostaba en su borracheras. El Seor le ha herido por mano de mujer! Vive el Seor! El que me ha guardado en el camino que emprend, que fue seducido, para perdicin suya, por mi rostro, no ha cometido conmigo ningn pecado que me manche o me deshonre. Todo el pueblo qued lleno de estupor y postrndose adoraron a Dios y dijeron a una: Bendito seas, Dios nuestro, que has aniquilado en el da de hoy a los enemigos de tu pueblo!. Ozas dijo a Judit: Bendita seas, hija del Dios Altsimo ms que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Seor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos. Jams tu confianza faltar en el corazn de los hombres que recordarn la fuerza de Dios eternamente. Que Dios te conceda, para exaltacin perpetua, el ser favorecida con todos los bienes, porque no vacilaste en exponer tu vida a causa de la humillacin de nuestra raza. Detuviste nuestra ruina procediendo rectamente ante nuestro Dios. Todo el pueblo respondi: Amn, amn!.

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2. a. HOMERO: La Odisea, Canto IX.

Cuando as hube hablado sub a la nave y orden a los compaeros que me siguieran y desataran las amarras. Ellos se embarcaron al instante y, sentndose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Y tan pronto como llegamos a dicha tierra, que estaba prxima, vimos en uno de los extremos y casi tocando al mar una excelsa gruta a la cual daban sombra algunos laureles. En ella reposaban muchos hatos de ovejas y de cabras y en contorno haba una alta cerca labrada con piedras profundamente hundidas, grandes pinos y encinas de elevada copa. All moraba un varn gigantesco, solitario, que entenda en apacentar rebaos lejos de los dems hombres, sin tratarse con nadie, y, apartado de todos, ocupaba su nimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las dems cumbres. As le dije. El Cclope, con nimo cruel, no me dio respuesta; pero, levantndose de sbito, ech mano a los compaeros, agarr a dos y, cual si fuesen cachorrillos los arroj a tierra con tamaa violencia que sus sesos se esparcieron por el suelo empapando la tierra. De contado despedaz los miembros, se aparej una cena y se puso a comer como montaraz len, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. Nosotros contemplbamos aquel horrible espectculo con lgrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperacin se haba seoreado de nuestro nimo. El Cclope, tan pronto como hubo llenado su enorme vientre, devorando carne humana y bebiendo encima leche sola, se acost en la gruta tendindose en medio de las ovejas. Entonces form en mi magnnimo corazn el propsito de acercarme a l y, sacando la aguda espada que colgaba de mi muslo, herirle el pecho donde las entraas rodean el hgado, palpndolo previamente; mas otra consideracin me contuvo. Habramos, en efecto, perecido all de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos la pesada roca que el Cclope coloc en la alta entrada. Y as, dando suspiros, aguardamos que apareciera la divina Aurora. .. Cuando se descubri la hija de la maana, Eos de rosceos dedos, el Cclope encendi fuego y orde las gordas ovejas, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su recental. Acabadas con prontitud tales faenas, ech mano a otros dos de los mos, y con ellos se prepar el desayuno. En acabando de comer sac de la cueva los pinges ganados, removiendo con facilidad la enorme roca de la puerta; pero al instante la volvi a colocar, del mismo

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modo que si a un carcaj le pusiera su tapa. Mientras el Cclope aguijaba con gran estrpito sus pinges rebaos hacia el monte, yo me qued meditando siniestras trazas, por si de algn modo pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria. . Al fin me pareci que la mejor resolucin sera la siguiente. Echada en el suelo del establo se vea una gran clava de olivo verde que el Cclope haba cortado para llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplarla, la comparbamos con el mstil de una negra y ancha nave de veinte bancos de remeros, de una nave de transporte amplia, de las que recorren el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos present a la vista. Me acerqu a ella y cort una estaca como de una braza, que di a los compaeros, mandndoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, aguc uno de sus cabos, la endurec, pasndola por el ardiente fuego y la ocult cuidadosamente debajo del abundante estircol esparcido por la gruta. Orden entonces que se eligieran por suerte los que conmigo deberan atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cclope cuando el dulce sueo le rindiese. Les cay la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasin y me junt con ellos formando el quinto. .. Por la tarde volvi el Cclope con el rebao de hermoso velln, que vena de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pinges reses, sin dejar a ninguna fuera del recinto, ya porque sospechase algo, ya porque algn dios se lo aconsejara. Cerr la puerta con la gran piedra que llev a pulso, se sent, orde las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su recental. .. Acabadas con prontitud tales cosas, agarr a otros dos de mis amigos y con ellos se aparej la cena. Entonces me llegu al Cclope, y teniendo en la mano una copa de negro vino, le habl de esta manera: Toma, Cclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qu bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traa para ofrecer una libacin en el caso de que te apiadases de m y me enviaras a mi casa, pero t te enfureces de intolerable modo. Cruel! Cmo vendr en lo sucesivo ninguno de los muchos hombres que existen, si no te portas como debieras? As le dije. Tom el vino y se lo bebi. Y le gust tanto el dulce licor que me pidi ms: Dame de buen grado ms vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual huelgues. Pues tambin a los Cclopes la frtil tierra les produce vino en gruesos racimos que crecen con la lluvia enviada por Zeus; mas esto se compone de ambrosa y nctar. As habl, y volv a servirle el negro vino: tres veces se lo present y tres veces bebi incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cclope, le dije con suaves palabras:

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Cclope! Preguntas cul es mi nombre ilustre y voy a decrtelo, pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compaeros todos. As le habl y enseguida me respondi con nimo cruel: A Nadie me lo comer al ltimo, despus de sus compaeros, y a todos los dems antes que a l: tal ser el don hospitalario que te ofrezca. Dijo, se tir hacia atrs y cay de espaldas. As echado, dobl la gruesa cerviz y le venci el sueo, que todo lo rinde. Le sala de la garganta el vino con pedazos de carne humana y eructaba por estar cargado de vino. Entonces met la estaca debajo del abundante rescoldo para calentarla y anim con mis palabras a todos los compaeros, no fuera que alguno, posedo de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y resplandeca terriblemente, fui y la saqu del fuego, y me rodearon mis compaeros, pues sin duda una deidad nos infundi gran valor. Ellos, tomando la estaca de olivo, la clavaron por la aguzada punta en el ojo del Cclope, y yo, alzndome y haciendo fuerza desde arriba, la haca girar. Como cuando un hombre taladra con el barreno el mstil de un navo, otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremidades, y aqul da vueltas continuamente: as nosotros, asiendo la estaca de gnea punta, la hacamos girar en el ojo del Cclope y la sangre brotaba alrededor del ardiente palo. Al arder la pupila, el ardoroso vapor le quem prpados y cejas, y las races crepitaban por la accin del fuego. As como el broncista, para dar el temple que es la fuerza del hierro, sumerge en agua fra una gran hacha o la garlopa que rechina grandemente, de igual manera rechinaba el ojo del Cclope en torno de la estaca de olivo. Dio el Cclope un fuerte y horrendo gemido, retumb la roca, y nosotros, amedrentados, huimos prestamente. Entonces l se arranc la estaca, toda manchada de sangre, la arroj furioso lejos de s y se puso a llamar con altos gritos a los Cclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces, acudieron muchos, quin por un lado y quin por otro, y parndose junto a la cueva, le preguntaron qu le angustiaba: Por qu tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertndonos a todos? Acaso algn mortal se lleva tus ovejas mal de tu grado o, por ventura, alguien te est matando con engao o con fuerza? Y les respondi desde la cueva el robusto Polifemo: Oh, amigos! Nadie me mata con engao, no con fuerza. Y ellos le contestaron con estas aladas palabras: Pues si nadie te hace fuerza, ya que ests solo, no es posible evitar la enfermedad que enva el gran Zeus, pero al menos ruega a tu padre, el soberano Poseidn. Apenas acabaron de hablar se fueron todos, y yo me re en mi corazn de cmo mi nombre y mi excelente artificio les haba engaado. El Cclope, gimiendo por los grandes dolores que padeca, anduvo a tientas, quit el peasco de la puerta y se sent a la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas. Tan estpido esperaba que yo fuese!

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2. b. VIRGILIO: La Eneida, Canto IV. [] Pero he aqu que Apolo Grineo a la grande Italia, a Italia las suertes licias me ordenaron marchar; se es mi amor, sa mi patria. Si a ti, fenicia, las murallas te retienen de Cartago y la vista de una ciudad lbica, por qu, di, te parece mal que los teucros se establezcan en tierra ausonia? Tambin nosotros podemos buscar reinos lejanos. A m la turbia imagen de mi padre Anquises, cada vez que la noche cubre la tierra con sus hmedas sombras, cada vez que se alzan los astros de fuego, en sueos me advierte y me asusta; y mi hijo Ascanio y el dao que hago a su preciosa vida, a quien dejo sin reino en Hesperia y sin las tierras del hado. Ahora, adems, el mensajero de los dioses mandado por el propio Jove (lo juro por tu cabeza y la ma) me trajo por las auras veloces sus mandatos: yo mismo vi al dios bajo una clara luz entrar en estos muros y beb su voz con sus propios odos. Deja ya de encenderme a m y a ti con tus quejas; que no por mi voluntad voy a Italia. Hace rato le mira mientras habla con malos ojos, los revuelve aqu y all, y todo lo recorre con silenciosa mirada y as estalla por ltimo: Ni una diosa fue el origen de tu raza ni desciendes de Drdano, prfido, que fue el Cucaso erizado de duros peascos quien te engendr y las tigresas de Hircania te ofrecieron sus ubres. Pues, por qu disimulo o a qu faltas mayores me reservo? Es que se abland con mi llanto? Baj acaso la mirada? Se rindi a las lgrimas o tuvo piedad de quien tanto le ama? Qu pondr por delante? Si ya ni la gran Juno ni el padre Saturnio contemplan esto con ojos justos! No hay lugar seguro para la lealtad. Arrojado en la costa, lo recog indigente y compart, loca, mi reino con l. Su flota perdida y a sus compaeros salv de la muerte ( ay, las furias encendidas me tienen!), y ahora el augur Apolo y las suertes licias y hasta enviado por el propio Jove el mensajero de los dioses le trae por las auras las horribles rdenes. Es, sin duda, ste un trabajo para los dioses, este cuidado inquieta su calma. Ni te retengo ni he de desmentir tus palabras: vete, que los vientos te lleven a Italia, busca tu reino por las olas. Espero confiada, si algo pueden las divinidades piadosas, que suplicio hallars entre los peascos y que repetirs entonces el nombre de Dido. De lejos te perseguir con negras llamas y, cuando la fra muerte prive a estos miembros de la vida, sombra a tu lado estar por todas partes. Pagars tu culpa, malvado. Lo sabr y esta noticia me llegar hasta los Manes profundos. Con estas palabras da la conversacin por terminada y, afligida, se aparta de las auras y se aleja, y se esconde de todas las miradas, dejando a quien mucho dudaba de miedo y mucho se dispona a decir. La recogen sus sirvientes y su cuerpo sin sentido

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levantan del lecho marmreo y lo colocan en su cama. Y el piadoso Eneas, aunque quiere con palabras de consuelo mitigar su dolor y disipar sus cuitas, entre grandes suspiros quebrado su nimo por un amor tan grande, cumple sin embargo con los mandatos de los dioses y revisa la flota. Se esfuerzan entonces los teucros y arrastran al mar por toda la costa las altas naves. Nada la quilla embreada, traen de los bosques hojosos remos y maderos toscos en su afn por huir. Se les ve de un lado para otro y bajar de toda la ciudad, como cuando arramplan las hormigas con su carga de farro pensando en el invierno y la ponen en su refugio; avanza por los campos el negro batalln y en angosto sendero arrastra su botn entre las hierbas; unas los granos mayores empujan con los hombros, otras cuidan la formacin y azuzan a las retrasadas, hierve el camino entero con su trabajo. Qu sentas entonces, Dido, al contemplar todo eso! Qu gemidos no dabas al ver de lo alto de la muralla hervir el litoral entero y animarse ante tus ojos la llanura con tanto gritero! mprobo Amor, a qu no obligas a los mortales pechos! De nuevo a recurrir a las lgrimas, a intentarlo de nuevo con ruegos y, suplicante, se ve obligada a domear sus nimos ante el amor, que no ha de dejar nada sin probar en vano la que va a morir. Ana, ves cmo por toda la costa se apresuran, de todas partes acuden; que la vela solicita ya las brisas y hasta gozosos los marinos colocaron guirnaldas sobre sus popas. Yo, si pude aguardar a este dolor tan grande, tambin, hermana ma, podr aguantarlo. Slo esto en mi desgracia concdeme, Ana. Que slo a ti te respetaba aquel prfido, y a ti te confiaba tambin sus secretos sentimientos; slo t conocas sus momentos mejores y su disposicin. Ve, hermana ma, y habla suplicante a un enemigo orgulloso: no jur yo con los dnaos en ulide la destruccin del pueblo troyano, ni envi contra Prgamo mi flota, ni he violado las cenizas de su padre Anquises, ni sus Manes. Por qu no deja que lleguen mis palabras a sus duros odos? Hacia dnde corre? Que al menos d un ltimo presente a la amante desgraciada: que espere una huida fcil y unos vientos propicios. No reclamo ya el compromiso aquel que ha traicionado, ni que se quede sin su hermoso Lacio o abandone su reino; pido un tiempo muerto, descanso y tregua para mi locura, mientras mi suerte me ensea a soportar el dolor de la derrota. ste es el ltimo favor que pido (ten piedad de tu hermana) y, si me lo concede, con creces se lo pagar con mi muerte. De esta manera suplicaba y tales llantos la desgraciada hermana lleva y vuelve a llevar. Mas a l no hay lgrima que lo conmueva ni quiere escuchar palabra alguna: los hados se lo impiden y un dios le tapa los odos imperturbables. Y como cuando de un lado y de otro los Breas alpinos

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se pelean por arrancar la robusta encina de aoso tronco con sus soplidos; braman, y las altas ramas caen a tierra desde la copa golpeada; ella, sin embargo, a las rocas se clava y tanto su punta eleva a las auras etreas como llega hasta el Trtaro con la raz: no de otro modo se ve batido el hroe de una y otra parte con insistencia, y en lo hondo de su noble pecho siente las cuitas; firme sigue su propsito, las lgrimas ruedan inanes. Entonces, aterrorizada por su sino, la infeliz Dido busca la muerte; odia contemplar ya la bveda del cielo. Y para ms animarse a sacar adelante su plan y abandonar la luz, vio (horrible presagio), al dejar sus ofrendas sobre las aras donde arde el incienso, que negros se ponan los lquidos sagrados y sangre impura volverse los vinos libados; y a nadie cont lo que haba visto, ni a su hermana siquiera. Adems, haba en su casa de mrmol un templo del antiguo esposo, que honraba con honor admirable, adornado de nveos vellones y fronda festiva; de aqu le pareci or sus voces y palabras, que la llamaba, cuando la oscura noche se apoderaba de la tierra, y que por los tejados un bho solitario con fnebre canto se lamentaba a menudo hasta convertir su larga voz en llanto. Y muchas predicciones adems de antiguos vates la aterrorizan con terrible advertencia. La persigue fiero Eneas en persona en sus sueos de loca y siempre se ve a s misma sola, abandonada, siempre sin compaa marchando por un largo camino y en una tierra desierta buscar a los tirios, como Penteo ve en su locura de las Eumnides la tropa y aparecer dos soles gemelos y una doble Tebas, como aparece Orestes en la escena, hijo de Agamenn, cuando huye de su madre armada de antorchas y negras serpientes y en el umbral estn sentadas las Furias vengadoras. As que cuando, vencida por la pena, la invadi la locura y decret su propia muerte, el momento y la forma planea en su interior, y dirigindose a su afligida hermana oculta en su rostro la decisin y serena la esperanza en su frente: He encontrado, hermana, el camino (felictame) que me lo ha de devolver o me librar de este amor. Junto a los confines del Ocano y al sol que muere est la regin postrera de los etopes, donde el gran Atlante hace girar sobre su hombro el eje tachonado de estrellas: de aqu me han hablado de una sacerdotisa del pueblo masilo, guardiana del templo de las Hesprides, la que daba al dragn su comida y cuidaba en el rbol las ramas sagradas, rociando hmedas mieles y soporfera adormidera. Ella asegura liberar con sus encantamientos cuantos corazones desea, infundir por el contrario a otros graves cuitas, detener el agua de los ros y hacer retroceder a los astros, y conjura a los Manes de la noche. Mugir vers la tierra bajo sus pies y bajar los olmos de los montes.

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A ti, querida hermana, y a los dioses pongo por testigos y a tu dulce cabeza, de que a disgusto me someto a la magia. T levanta en secreto una pira dentro del palacio, al aire, y sus armas, las que dej el impo colgadas en el tlamo y todas sus prendas y el lecho conyugal en el que perec, ponlos encima: todos los recuerdos de un hombre nefando quiero destruir, y lo indica la sacerdotisa. Dice esto y se calla, e inunda la palidez su rostro. Ana no advierte, sin embargo, que su hermana bajo ritos extraos oculta su propio funeral, ni imagina en su mente locura tan grande o teme desgracia mayor que la muerte de Siqueo. As que obedece sus rdenes. La reina al fin, levantada la enorme pira al aire en lugar apartado con teas de pino y de encina, adorna el lugar con guirnaldas y lo corona de ramas funerales; encima las prendas y la espada dejada y un retrato sobre el lecho coloca sin ignorar el futuro. Altares se alzan alrededor y la sacerdotisa, suelto el cabello, invoca con voz de trueno a sus trescientos dioses, y a rebo y Caos y Hcate trigmina, los tres rostros de la virgen Diana. Y haba asperjado lquidos fingidos de la fuente del Averno, y se buscan hierbas segadas con hoces de bronce a la luz de la luna, hmedas de la leche del negro veneno; se busca asimismo el filtro arrancado de la frente del potrillo mientras naca, quitndoselo a su madre. La propia reina junto a los altares, con uno de sus pies desatado, la harina sagrada en las piadosas manos y el vestido suelto, pone por testigos a los dioses de que va a morir y a las estrellas sabedoras del destino, y reza entonces al numen justo y memorioso, si es que lo hay, que cuida de los amores no correspondidos. La noche era, y gozaban del plcido sopor los cuerpos fatigados por las tierras, y haban callado los bosques y las feroces llanuras, cuando giran los astros en mitad de su cada, cuando enmudece todo campo, los ganados y las pintadas aves, cuanto los lquidos lagos y cuanto los campos erizados de zarzas habita, entregado al sueo bajo la noche callada. Mas no la fenicia de infeliz corazn, en ningn momento se abandona al sueo o acoge en sus ojos o en su pecho a la noche: se le doblan las penas y alzndose de nuevo amor la mortifica y flucta en gran tormenta de ira. As vuelve a insistir y as da vueltas consigo en su corazn: Qu hago, ay! He de servir de burla a mis antiguos pretendientes? Buscar matrimonio suplicante entre los nmidas, a quienes ya tantas veces desde como maridos? He de seguir si no a las naves de Ilin y las orgullosas rdenes de los teucros? Tal vez por la ayuda con la que les salv an permanece en su memoria el agradecimiento por mi accin? Mas aun si as lo quiero, quin lo permitir y odiosa me acoger en las naves soberbias? Acaso no lo sabes, pobre de ti, y no conoces an los perjuicios del pueblo de Laomedonte?

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Qu, entonces? Acompaar sola en su huida a los victoriosos marinos o con los tirios y todo el apretado grupo de los mos me dejar llevar lanzando de nuevo a las aguas a cuantos a la fuerza arranqu de la ciudad sidonia y ordenar dar velas al viento? No, no. Muere, te lo has ganado, y aleja tu sufrir con la espada. T vencida por mis lgrimas; t, hermana ma, mi locura cargas la primera de desgracias y me ofreces al enemigo. No he podido pasar mi vida sin bodas y sin culpa, como las fieras salvajes, sin probar cuitas tales; no he mantenido la palabra dada a las cenizas de Siqueo. Lamentos tan grandes rompa ella en su pecho: Eneas, decidido a partir, en lo alto de su popa gozaba sus sueos tras disponerlo todo segn el rito. En sueos se le present la imagen del dios que volva con el mismo rostro y as de nuevo le pareci decir, en todo semejante a Mercurio, en la voz y el color, as como los rubios cabellos y el cuerpo de juventud adornado: Hijo de la diosa, puedes dormir en una hora como sta, por ms que ves el peligro acechar a tu alrededor, inconsciente, y no oyes cmo los Cfiros su favor te brindan? Mira que esa mujer trama en su pecho engaos y un horrendo crimen, dispuesta a morir, y suscita diversas tempestades de ira. No te marchas al punto de aqu, ahora que puedes escapar? Has de ver el mar enturbiarse de maderos, y crueles antorchas encenderse, el litoral hervir en llamas, si la Aurora te sorprende entretenido an por estas tierras. Ea, nimo. Date prisa, que cosa varia es siempre y mudable la mujer. Tras as decir se confundi con la negra noche. Entonces, por fin, Eneas, asustado por las sombras repentinas, saca su cuerpo del sueo y a sus compaeros fatiga presurosos: Atentos, amigos, y a los remos! Soltad las velas, rpido! Que un dios ha llegado del alto cielo a precipitar la marcha y las retorcidas amarras nos anima de nuevo a desatar. Vamos tras de ti, santo dios, quienquiera que seas, y gozosos te obedecemos de nuevo. Asstenos favorable y aydanos y ponnos los astros propicios en el cielo, dijo, y saca la espada de la vaina relampagueante y corta con golpe preciso las sogas. El mismo ardor se apodera de todos, y se lanzan y corren; dejan las playas, se esconde el mar bajo las naves, se esfuerzan en agitar la espuma y barren las olas azules. Y ya la Aurora primera regaba las tierras con nueva claridad, abandonando el lecho azafrn de Titono. La reina cuando desde su atalaya vio blanquear la luz primera y a la flota avanzar con las velas en lnea, y not playas y puertos vacos y sin remeros, golpeando tres y cuatro veces con la mano su hermoso pecho y mesndose el rubio cabello: Por Jpiter! Se va a marchar ste?, dice. Se burlar un extranjero de mi poder? No tomarn los mos las armas y bajarn de la ciudad entera,

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no arrancarn las naves de sus diques? Id, volad presurosos con el fuego, disparad las flechas, impulsad los remos! Qu estoy diciendo? Dnde estoy? Qu locura agita mi mente? Pobre Dido, ahora te afectan las impas acciones? Debiste hacerlo al tiempo de entregarle tu cetro. Ay, diestra y promesa! Y dicen que lleva consigo los patrios Penates, que ofreci sus hombros a un padre vencido por la edad! Es que no pude destrozar su cuerpo y esparcir por las olas sus pedazos? Ni pasar por la espada a sus compaeros y al propio Ascanio, y servirlo luego en la mesa de su padre? Mas incierta habra sido la fortuna del combate. Igual daba! A quin temer, si iba ya a morir? Antorchas habra lanzado contra su campamento y habra llenado de fuego todas sus esquinas, y al hijo y al padre habra liquidado con su pueblo, y yo misma me habra lanzado a la hoguera. Oh, Sol, que todos los afanes de la tierra iluminas con tus rayos! Y t, Juno, intrprete y sabedora de mis cuitas, y Hcate, ululada de noche en los cruces de las ciudades, y Furias de la venganza y dioses de Elisa que se muere! Aceptad esto, caed sobre los malvados con justo numen y escuchad nuestras plegarias. Si es preciso que arribe a puerto este ser infando y navegue hasta tierra, y as lo exigen los hados de Jove y est determinado este final, que al menos perseguido por la guerra y las armas de un pueblo audaz, expulsado de sus territorios, arrancado del abrazo de Julo implore auxilio y contemple las muertes indignas de los suyos, y que, cuando se haya colocado bajo una ley inicua, ni disfrute del reino ni de la luz ansiada, sino que caiga antes de tiempo y quede insepulto en la arena. Esto pido, esta voz ma derramo la ltima junto con mi sangre. Luego vosotros, tirios, perseguid con odio a su estirpe y a la raza que venga, y dedicad este presente a mis cenizas. No haya ni amor ni pactos entre los pueblos. Y que surja algn vengador de mis huesos que persiga a hierro y fuego a los colonos dardanios ahora o ms tarde, cuando se presenten las fuerzas. Costas enfrentadas a sus costas, olas contra sus aguas imploro, armas contra sus armas: peleen llos mismos y sus nietos. Esto dice, y a todas partes diriga su nimo, buscando romper cuanto antes una luz odiada. Y entonces habl brevemente a Barce, nodriza que fue de Siqueo, que a la suya negra ceniza tena en su antigua patria: A Ana, mi querida nodriza, llama aqu a mi hermana. Dile que se apresure a lavar su cuerpo con agua del ro, y que traiga consigo los animales y las vctimas prescritas. Que venga as, y t misma cie tus sienes con las nfulas santas. El sacrificio a Jpiter Estigio que comenc y dispuse segn el rito, tengo intencin de cumplirlo y acabar as con mis cuitas entregando a las llamas la pira del dardanio. As dice. Y ya apresuraba la otra el paso con senil afn. Mas Dido, enfurecida y trmula por su empresa tremenda,

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volviendo sus ojos en sangre y cubriendo de manchas sus temblorosas mejillas y plida ante la muerte cercana, irrumpe en las habitaciones de la casa y sube furibunda a la pira elevada y la espada desenvaina dardania, regalo que no era para este uso. En ese momento, cuando las ropas de Ilin y el lecho conocido contempl, en breve pausa de lgrimas y recuerdos, se recost en el divn y profiri sus ltimas palabras: Dulces prendas, mientras los hados y el dios lo permitan, acoged a esta alma y libradme de estas angustias. He vivido, y he cumplido el curso que Fortuna me haba marcado, y es hora de que marche bajo tierra mi gran imagen. He fundado una ciudad ilustre, he visto mis propias murallas, castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo: feliz, ah!, demasiado feliz habra sido si slo nuestra costa nunca hubiesen tocado los barcos dardanios, dijo, y, la boca pegada al lecho: Moriremos sin venganza, mas muramos, aade. As, as me place bajar a las sombras. Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar el troyano cruel y se lleve consigo la maldicin de mi muerte, haba dicho, y entre tales palabras la ven las siervas vencida por la espada, y el hierro espumante de sangre y las manos salpicadas. Se llenan de gritos los altos atrios: enloquece la Fama por una ciudad sacudida. De lamentos resuenan los techos y de los gemidos y el ulular de las mujeres, el ter de gritos horribles, no de otro modo que si Cartago entera o la antigua Tiro cayeran ante el acoso del enemigo y llamas enloquecidas se agitasen por igual en los tejados de los dioses y de los hombres. Lo oy su hermana sin aliento y en temblorosa carrera asustada, hirindose la cara con las uas y el pecho con los puos, se abalanza y llama por su nombre a la agonizante: As que esto era, hermana ma? Con trampas me requeras? Esto esa pira, estos fuegos y altares me reservaban? Qu lamentar primero en mi abandono? Desprecias en tu muerte la compaa de tu hermana? Me hubieras convocado a un sino igual, que el mismo dolor y la misma hora nos habran llevado a ambas. He levantado esto con mis manos y con mi voz he invocado a los dioses patrios para faltarte, cruel, en tu muerte? Has acabado contigo y conmigo, hermana, con el pueblo y los padres sidonios y con tu propia ciudad. Dejadme, lavar sus heridas con agua y si anda errante an su ltimo aliento con mi boca lo he de recoger. Dicho esto haba subido los altos escalones, y daba calor a su hermana medio muerta con el abrazo de su pecho entre lamento y con su vestido secaba la negra sangre. Cay aqulla tratando de alzar sus pesados ojos de nuevo; gimi la herida en lo ms hondo de su pecho. Tres veces apoyada en el codo intent levantarse, tres veces desfalleci en el lecho y busc con la mirada perdida la luz en lo alto del cielo y gimi profundamente al encontrarla.

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Entonces Juno todopoderosa, apiadada de un dolor tan largo y de una muerte difcil a Iris envi desde el Olimpo a quebrar un alma luchadora y sus atados miembros. Que, como no reclamada por su sino ni par la muerte se marchaba la desgraciada antes de hora y presa de repentina locura, an no le haba cortado Prosrpina el rubio cabello de su cabeza, ni la haba encomendado al Orco Estigio. Iris por eso con sus alas de azafrn cubiertas de roco vuela por los cielos arrastrando contra el sol mil colores diversos y se detuvo sobre su cabeza. Esta ofrenda a Dite recojo como se me ordena y te libero de este cuerpo. Esto dice y corta un mechn con la diestra: al tiempo todo calor desaparece, y en los vientos se perdi su vida.

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3. a. SAFO DE LESBOS: Me parece que es igual a los dioses.

Me parece que es igual a los dioses el hombre aquel que frente a ti se sienta, y a tu lado absorto escucha mientras dulcemente hablas y encantadora sonres. Lo que a m el corazn en el pecho me arrebata; apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra. Al punto se me espesa la lengua y de pronto un sutil fuego me corre bajo la piel, por mis ojos nada veo, los odos me zumban, me invade un fro sudor y toda entera me estremezco, ms que la hierba plida estoy, y apenas distante de la muerte me siento, infeliz.

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3. b. HORACIO: podo II.

Dichoso aqul que alejado de los negocios, como la primitiva raza de los mortales, trabaja en el campo paterno con sus bueyes, libre de toda usura, y no se despierta como el soldado con la fiera trompeta ni teme al mar embravecido, y evita el foro y las orgullosas puertas de las ciudades demasiado poderosas. Marida l, en cambio, los altos lamos con los tallos adultos de la vid, o vigila sus errantes rebaos de mugientes reses en un valle recoleto, o, podando con su hoz las ramas intiles, injerta las ms pujantes, o pone la miel extrada en limpias nforas, o esquila a las asustadizas ovejas. Y cuando el Otoo en los campos ha alzado su cabeza ornada de dulces frutos, cmo disfruta recogiendo las injertadas peras y la uva que compite con la prpura con que poder obsequiarte a ti, Prapo, y a ti, padre Silvano, protector de sus trminos! Le gusta yacer, ora bajo la vieja encina, ora sobre un tupido prado, mientras corren las aguas por los ros profundos y se lamentan las aves en los bosques y las fuentes murmuran en sus lmpidos manantiales, lo que invita a un plcido sueo. Pero cuando el tiempo invernal del tonante Jpiter amontona nieves y lluvias, con una gran jaura acosa de aqu para all fieros jabales hacia las interpuestas trampas, o extiende con una ligera horquilla las claras redes, o, preciada recompensa, apresa con el lazo a una tmida liebre o a una ocasional grulla. Entre tales cosas quin no olvida la amargura de las penas que causa el amor? Y si una honesta mujer le ayuda en parte de la casa y con dulces hijos, o si, como una sabina o como la esposa de un gil apulio tostada por el sol, enciende con viejos troncos el fuego sagrado a la llegada del cansado marido y, encerrando el lustroso ganado en trenzados apriscos, ordea las henchidas ubres o, sacando vino del ao de un buen tonel, prepara no comprados manjares,

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entonces no me agradarn ms las ostras de Lucrino, ni el rodaballo, ni los escaros si una tempestuosa tormenta los arrojase a este mar desde los orientales mares, ni descender a mi estmago el ave africana ni el francoln de Jonia ms gustosamente que la oliva cogida de las cargadsimas ramas de los rboles o que los tallos de acedera que crece en los prados y las malvas, beneficiosas para el cuerpo enfermo, o que los corderos sacrificados en las fiestas Terminales, o que un cabrito arrebatado al lobo. En medio de estos manjares, cmo me alegra ver las ovejas apacentadas dirigindose hacia la casa; ver los cansados bueyes arrastrando con su lnguido cuello el arado invertido, y a los sirvientes, indicio de casa rica, colocados alrededor de los resplandecientes Lares!. Cuando el usurero Alfio, casi un futuro campesino, hubo dicho esto, recogi todo el dinero pagado en los Idus y ya busca colocarlo en las Kalendas.

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4. a. SFOCLES: Antgona.

ACTO I, Escena 1 La escena, frente al palacio real de Tebas con escalinata. Al fondo, la montaa. Cruza la escena Antgona, para entrar en palacio. Al cabo de unos instantes, vuelve a salir, llevando del brazo a su hermana Ismene, a la que hace bajar las escaleras y aparta de palacio. ANTGONA Hermana de mi misma sangre, Ismene querida, t que conoces las desgracias de la casa de Edipo, sabes de alguna de ellas que Zeus no haya cumplido despus de nacer nosotras dos? No, no hay vergenza ni infamia, no hay cosa insufrible ni nada que se aparte de la mala suerte, que no vea yo entre nuestras desgracias, tuyas y mas. Y hoy, encima, qu sabes de este edicto que dicen que el estratego acaba de imponer a todos los ciudadanos? Te has enterado ya o no sabes los males inminentes que los enemigos tramaron contra seres queridos? ISMENE No, Antgona, a m no me ha llegado noticia alguna de seres queridos, ni dulce ni dolorosa, desde que nos vimos las dos privadas de nuestros dos hermanos, por doble y recproco golpe fallecidos en un solo da. Despus de partir el ejrcito argivo, esta misma noche, no s ya nada que pueda hacerme ni ms feliz ni ms desgraciada. ANTGONA No me caba duda, y por esto te traje aqu, superado el umbral de palacio, para que me escucharas, t sola. ISMENE Qu pasa? Se ve que lo que vas a decirme te ensombrece. ANTGONA Y, cmo no, pues? No ha juzgado Creonte digno de honores sepulcrales a uno de nuestros hermanos, y al otro tiene en cambio deshonrado? Es lo que dicen: a Etocles le ha parecido justo tributarle las justas, acostumbradas honras, y le ha hecho enterrar de forma que en honor le reciban los muertos, bajo tierra. En cambio, dicen que un edicto dio a los ciudadanos prohibiendo que nadie d sepultura al pobre cadver de Polinices, que nadie le llore, incluso, que se le deje all, sin duelo, insepulto, dulce tesoro a merced de las aves que busquen donde cebarse. Esto dicen que es lo que el buen Creonte tiene decretado tambin para ti y para m, s, tambin para m, y que viene hacia aqu, para anunciarlo con toda claridad a los que no lo saben todava, que no es asunto de poca monta ni puede as considerarse, porque el que transgreda alguna de estas rdenes ser reo de muerte, pblicamente lapidado en la ciudad. Estos son los trminos de la cuestin: ya no te queda sino mostrar si haces honor a tu linaje o si eres indigna de tus ilustres antepasados. ISMENE No seas atrevida: Si las cosas estn as, ate yo o desate en ellas, qu podra ganarse?

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ANTGONA Puedo contar con tu esfuerzo, con tu ayuda? Pinsalo. ISMENE Qu arriesgada empresa tramas? Adnde va tu pensamiento? ANTGONA Quiero saber si vas a ayudar a mi mano a alzar al muerto. ISMENE Pero, es que piensas darle sepultura, sabiendo que pblicamente se ha prohibido? ANTGONA Es mi hermano y tambin tuyo, aunque t no quieras. Cuando me prendan, nadie podr llamarme traidora. ISMENE Y contra lo ordenado por Creonte, ay, audacsima! ANTGONA l no tiene potestad para apartarme de los mos. ISMENE Ay, reflexiona, hermana, piensa: nuestro padre, cmo muri, aborrecido, deshonrado, despus de cegarse l mismo sus dos ojos, enfrentado a faltas que l mismo tuvo que descubrir. Y despus, su madre y esposa que las dos palabras le cuadran, pone fin a su vida en infame, entrelazada soga. En tercer lugar, nuestros dos hermanos, en un solo da, consuman, desgraciados, su destino, el uno por mano del otro asesinados. Y ahora, que solas nosotras dos quedamos, piensa que ignominioso fin tendremos si violamos lo prescrito y transgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. No, hay que aceptar los hechos: que somos dos mujeres, incapaces de luchar contra hombres; y que tienen el poder los que dan rdenes y hay que obedecerlasstas y todava otras ms dolorosas. Yo, por mi parte, pido, a los que yacen bajo tierra su perdn, pues que obro forzada, pero pienso obedecer a las autoridades: esforzarse en no obrar como todos carece de sentido, totalmente. ANTGONA Aunque ahora quisieras ayudarme, ya no te lo pedira: tu ayuda no sera de mi agrado. En fin, reflexiona sobre tus convicciones: yo voy a enterrarle, y, en habiendo yo as obrado bien, que venga la muerte. Amiga yacer con l, con un amigo, convicta de un delito piadoso; por ms tiempo debe mi conducta agradar a los de abajo que a los de aqu, pues mi descanso entre ellos ha de durar siempre. En cuanto a ti, si es lo que crees, deshonra lo que los dioses honran.

ACTO II, Escena 1 CREONTE (A Antgona) Y t, t que inclinas al suelo tu rostro, confirmas o desmientes haber hecho esto?

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ANTGONA Lo confirmo. S; yo lo hice, y no lo niego. CREONTE (Al guardin, que se va enseguida.) T puedes irte a dnde quieras, ya del peso de mi inculpacin. (A Antgona) Pero t, dime brevemente, sin extenderte; sabas que estaba decretado no hacer esto? ANTGONA S, lo saba: cmo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe. CREONTE Y, as y todo, te atreviste a pasar por encima de la ley? ANTGONA No era Zeus quien me la haba decretado, ni la Justicia, compaera de los dioses subterrneos; no son de ese tipo las leyes que a los humanos dictan. No crea yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cundo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien. Ya vea, ya, mi muerte aunque t no hubieses decretado nada; y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia. Quien, como yo, entre tantos males vive, no sale acaso ganando con su muerte? Y as, no es desgracia para m tener este destino; y en cambio, si el cadver de un hijo de mi madre estuviera insepulto y yo lo soportara, entonces, eso s me sera doloroso; mas no lo que me aguarda. Puede que a ti te parezca que obr como una loca, pero, poco ms o menos, es a un loco a quien doy cuenta de mi locura. CORIFEO Muestra la joven fiera audacia, hija de un padre fiero: no sabe ceder al infortunio. CREONTE (Al coro.) Pues sabe que los ms inflexibles pensamientos son los ms prestos a caer. El hierro que, una vez cocido, el fuego hace fortsimo y muy duro, a menudo vers cmo se resquebraja, lleno de hendiduras. S de fogosos caballos que una pequea brida ha domado. No cuadra la arrogancia al que es esclavo del vecino. Ella se daba perfecta cuenta de la suya, al transgredir las leyes establecidas; y, despus de hacerlo, vino otra nueva arrogancia: ufanarse y mostrar alegra por haberlo hecho. En verdad que el hombre no sera yo, que el hombre sera ella si ante esto no siente el peso de mi autoridad. Pero, por muy de sangre de mi hermana que sea, aunque sea ms de mi sangre que todo el Zeus que preside mi hogar, ni ella ni su hermana podrn escapar de muerte infamante, porque a su hermana tambin la acuso de haber tenido parte en la decisin de sepultarle. (A los esclavos.) Llamadla. (Al coro.)

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S, la he visto dentro hace poco, fuera de s, incapaz de dominar su razn; porque, generalmente, el corazn de los que traman en la sombra acciones no rectas, antes de que realicen su accin, ya resulta convicto de su artera. Pero, sobre todo, mi odio es para la que, cogida en pleno delito, quiere despus presumir de ello. ANTGONA Ya me tienes: buscas an algo ms que mi muerte? CREONTE Por mi parte, nada ms; con tener esto, lo tengo ya todo. ANTGONA Qu esperas, pues? A m tus palabras ni me placen ni podran nunca llegar a complacerme, y las mas tambin a ti te son desagradables. De todos modos, cmo poda alcanzar ms gloriosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos estos te diran que mi accin les agrada si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tirana tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana. CREONTE De entre todos los cadmeos, este punto de vista es solo tuyo. ANTGONA No, es el de todos: pero ante ti cierran la boca. CREONTE Y a ti no te avergenza, distinguirte as de ellos? ANTGONA Nada hay vergonzoso en honrar a los hermanos. CREONTE Y no era acaso tu hermano el que muri frente a l? ANTGONA Mi hermano era, del mismo padre y de la misma madre. CREONTE Y, siendo as, cmo tributas al uno honores impos para el otro? ANTGONA No sera a sta la opinin del muerto. CREONTE S, si t le honras igual que al impo. ANTGONA Cuando muri no era su esclavo: era su hermano. CREONTE Que haba venido a arrasar el pas; y el otro se opuso en su defensa.

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ANTGONA Con todo, Hades requiere leyes iguales. CREONTE Pero no que el que obr bien tenga la misma suerte que el malvado. ANTGONA Quin sabe si all abajo mi accin es elogiable? CREONTE No, en verdad no, que el enemigo, aun muerto, ser jams amigo. ANTGONA Yo no nac para el odio, sino para el amor. CREONTE Pues vete abajo y, si te quedan ganas de amar, ama a los muertos que, a m, mientras viva, no ha de mandarme una mujer. Se acerca Ismene entre dos esclavos. CORIFEO Mas he aqu, ante las puertas, a Ismene. Lgrimas vierte, de amor por su hermana. Una nube sobre sus cejas su sonrosado rostro afea y sus bellas mejillas en llanto estn baadas. CREONTE (A Ismene) Y t, que te movas por palacio en silencio, como una vbora, apurando mi sangre... Sin darme cuenta, alimentaba dos desgracias que queran arruinar mi trono. Venga, habla: vas a decirme tambin t que tuviste tu parte en lo de la tumba, o jurars no saber nada? ISMENE Si ella est de acuerdo, yo lo he hecho: acepto mi responsabilidad; con ella cargo. ANTGONA No, que no te lo permite la justicia; ni t quisiste ni te di yo parte en ello. ISMENE Ante tu desgracia, me avergonzara no ser tu socorro en el remo, por el mar de tu dolor. ANTGONA De quin fue obra bien lo saben Hades y los de all abajo. Por mi parte, no quiero a la amiga que lo es tan solo de palabra. ISMENE No, hermana, no me niegues el honor de morir contigo y el de haberte ayudado a cumplir los ritos debidos al muerto.

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ANTGONA No quiero que mueras t conmigo ni que hagas tuyo algo en lo que no tuviste parte: bastar con mi muerte. ISMENE Y cmo podr vivir, si t me dejas? ANTGONA Pregntale a Creonte, ya que tanto te preocupas por l. ISMENE Por qu me atormentas as, sin sacar con ello nada? ANTGONA Con dolor en verdad lo hago, si me estoy riendo de ti. ISMENE Y yo, ahora, en qu otra cosa podra serte til? ANTGONA Slvate: yo no he de envidiarte si sales de esta. ISMENE Ay de m, desgraciada, y no poder acompaarte en tu destino! ANTGONA T escogiste vivir, y yo la muerte. ISMENE Pero no sin que mis palabras, al menos, te advirtieran. ANTGONA Para unos, t pensabas bien..., yo para otros. ISMENE Sin embargo, las dos hemos faltado igualmente. ANTGONA nimo, deja eso ya. A ti te toca vivir; en cuanto a m, mi vida se acab hace tiempo, por salir en ayuda de los muertos. CREONTE (Al coro.) De estas dos muchachas, la una os digo que acaba de enloquecer y la otra que est loca desde que naci.

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4. b. PLAUTO: Anfitrin.

Acto II, Escena 1 ANFITRIN: Cmo diablos puede ser reflexiona conmigo que t ests aqu y en casa. Esto quiero que se me explique. SOSIA: En verdad que estoy aqu y all. Asmbrese quienquiera, que ello no te parece ms admirable a ti que a m. ANFITRIN: Cmo? SOSIA: Digo que no te parece ms admirable a ti que a m; yo mismo, as los dioses me valgan, no poda darme crdito a m mismo, Sosia, hasta que el otro Sosia, yo mismo, me forz a creer. Explic detalladamente todo lo que ocurri all cuando nos enfrentbamos con los enemigos. Me ha robado la figura y el nombre, y ni la leche es ms parecida a la leche de lo que l se parece a m, pues cuando hace poco, antes del alba, me has enviado del puerto a casa ANFITRIN: Qu? SOSIA: Haca ya mucho tiempo que estaba en la puerta antes de llegar. ANFITRIN: Malvado! Qu farsa es sta? Ests en tus cabales? SOSIA: Ya lo ves. ANFITRIN: No s qu maleficio habrn echado a este hombre, con mano aviesa, desde que se apart de m. SOSIA: Cierto: me han machacado con golpes de manera extremada. ANFITRIN: Quin? SOSIA: Yo mismo, yo que estoy en casa ahora mismo. ANFIRIN: Ten cuidado de no responder ms que a lo que te pregunte. Ante todo quiero que me expliques quin es este Sosia. SOSIA: Tu esclavo. ANFITRIN: Contigo tengo ya de sobra, y desde que nac no he tenido otro esclavo Sosia que t. SOSIA: Y yo, Anfitrin, te digo esto: Al llegar har que encuentres en tu casa, te lo aseguro, otro Sosia, que es hijo de Davo, mi mismo padre, que tiene mi misma traza y mi misma edad. Para qu hablar ms? Te ha nacido un gemelo de Sosia.

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5. a. CHRTIEN DE TROYES: El caballero del len.

Mi seor Yvain caminaba pensativo por un espeso bosque; de repente oy entre la maleza un grito muy doloroso y agudo. Se dirigi hacia donde haba odo que provena el grito y, cuando lleg, vio en un claro a un len, al que una serpiente agarraba por la cola mientras le quemaba los lomos con una llama ardiente. Mi seor Yvain no se detuvo mucho rato contemplando esta maravilla, y deliber consigo mismo a quin de los dos ayudara. Entonces dijo que socorrer al len, porque a los seres venenosos y a los traidores slo se les debe hacer mal, y la serpiente es venenosa y echa fuego por la boca, tan llena de felona est. Mi seor Yvain decidi que primero la matara a ella; desenvain la espada, avanz, y se puso el escudo ante el rostro para que la llama que arrojaba la garganta, ms ancha que una olla, no le abrasara. Si luego el len le ataca, no le faltar combate. Pero, pase lo que pase despus, ahora quiere ayudarle, pues Piedad le ruega y aconseja que socorra y ayude a la bestia gentil y franca. Ataca a la traidora serpiente con su espada, que corta sutilmente y la parte hasta el suelo, y la corta en dos mitades, la golpea y vuelve a golpear, hasta que la desmenuza y la hace pedazos. Pero le ha sido preciso cortar el extremo de la cola del len, porque estaba agarrado a la cabeza de la traidora serpiente: slo lo cort lo necesario; menos no pudo. Cuando hubo liberado al len, pens que ahora tendra que luchar con l, pues se le echara encima: no poda pensar otra cosa. Od lo que hizo entonces el len, cmo actu noblemente y con generosidad, cmo se puso a demostrar que se le someta: le tendi sus dos patas juntas e inclin la cabeza hasta el suelo; se levant sobre las patas traseras, se arrodill y humildemente ba de lgrimas su cara. Bien supo entonces mi seor Yvain que el len le daba gracias y que se humillaba ante l porque le haba librado de la muerte matando a la serpiente, y esta aventura le llen de alegra. Limpi la espada del veneno y de la suciedad de la serpiente, la meti en la vaina y reemprendi el camino. Y el len camin a su lado, pues nunca lo abandonar: siempre ir con l, porque le quiere servir y proteger. El len caminaba delante de l y oli en el viento a algn animal salvaje que estaba paciendo; el hambre y la naturaleza le indujeron a buscar la presa y cazarla para procurarse su comida: esto es lo que ordena la naturaleza que haga. Sigui un instante el rastro y mostr a su seor que haba olido y percibido el viento y el olor de una bestia salvaje. Se par y le mir, pues le quera servir a su gusto: no quera ir a ninguna parte en contra de su deseo. Y l comprendi en su mirada que el len le dice que le espera; no duda de que si se detiene el len se detendr tambin, y si le sigue, apresar la caza que ha olfateado. Entonces le incita y le grita como si fuera un perro de caza y el len al momento alza la nariz al viento que haba olfateado, y que no le haba engaado, pues apenas ha caminado un tiro de arco vio en un valle a un corzo solitario paciendo. Deseando atraparlo, lo consigui al primer asalto y luego se bebi la sangre an caliente. Una vez lo hubo muerto, se lo ech a la espalda y lo llev ante su seor, que desde entonces le tuvo gran cario y lo llev en su compaa todos los das de su vida, por el amor tan grande que le haba demostrado.

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5. b. Las mil y una noches: Simbad el marino.

Hace muchos, muchsimos aos, en la ciudad de Bagdad viva un joven llamado Simbad. Era muy pobre y para ganarse la vida se vea obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conoca como Simbad el Cargador. Pobre de m! se lamentaba qu triste suerte la ma! Quiso el destino que sus quejas fueran odas por el dueo de una hermosa casa, el cual orden a un criado que hiciera entrar al joven. A travs de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones. En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las ms exticas viandas y los ms deliciosos vinos. En torno a ella haba sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que habl de la siguiente manera: Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fcil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras... Aunque mi padre me dej al morir una fortuna considerable, fue tanto lo que derroch que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vend lo poco que me quedaba y me embarqu con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembl de repente y salimos todos proyectados: en realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dej arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tom el primer barco que zarp de vuelta a Bagdad. Llegado a este punto, Simbad el Marino interrumpi su relato. Le dio al muchacho cien monedas de oro y le rog que volviera al da siguiente. As lo hizo Simbad y el anciano prosigui con sus andanzas. Volv a zarpar. Un da que habamos desembarcado me qued dormido y, cuando despert, el barco se haba marchado sin m. Llegu hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llen un saco con todos los que pude coger, me at un trozo de carne a la espalda y aguard hasta que un guila me eligi como alimento para llevar a su nido, sacndome as de aquel lugar. Terminado el relato, Simbad el Marino volvi a darle al joven cien monedas de oro, con el ruego de que volviera al da siguiente. Hubiera podido quedarme en Bagdad disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburra y volv a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendi una gran tormenta y el barco naufrag. Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tena un solo ojo y que coma carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su nico ojo y escapamos de aquel espantoso lugar. De vuelta a Bagdad, el aburrimiento volvi a hacer presa en m. Pero esto te lo contar maana. Y con estas palabras Simbad el Marino entreg al joven cien piezas de oro. Inici un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvi a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropfagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me cas, pero al poco tiempo sta muri. Haba una costumbre en el reino: que el marido deba ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el ltimo momento, logr escaparme y regres a Bagdad cargado de joyas. Y as, da tras da, Simbad el Marino fue narrando las fantsticas aventuras de sus viajes, tras lo cual ofreca siempre cien monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo cmo el afn de aventuras de Simbad el Marino le haba llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna. 37

El anciano Simbad le cont que en el ltimo de sus viajes haba sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misin consista en cazar elefantes. Un da, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subi a un rbol. El elefante agarr el tronco con su poderosa trompa y sacudi el rbol de tal modo que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. ste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; all haba marfil suficiente como para no tener que matar ms elefantes. Simbad as lo comprendi y, presentndose ante su amo, le explic dnde podra encontrar gran nmero de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedi la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos. Regres a Bagdad y ya no he vuelto a embarcarme continu hablando el anciano. Como vers, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, tambin antes he conocido todos los padecimientos. Cuando termin de hablar, el anciano le pidi a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a vivir con l. El joven Simbad acept encantado y ya nunca ms tuvo que soportar el peso de ningn fardo.

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6. a. GIOVANNI BOCCACCIO: Decamern, fragmento, Quinta jornada, novela octava.

Haba en Rvena, antigua ciudad de la Romaa, muchos gentiles hombres entre los que se hallaba un mozo de nombre Anastasio degli Onesti, muy rico por herencia de su padre y de su to. Y estando sin mujer, se enamor de una hija de micer Pablo Traversari. Era la joven ms noble que l, mas l esperaba con su conducta atraerla para que lo amase. Pero esas obras, por hermosas que eran, slo lograban enojar a la joven, porque ella sola manifestarse tosca, huraa y dura, aunque tal vez esto se deba a que ella posea una belleza singular o a su altiva nobleza. En resumen, a ella nada de l la complaca lo que para Anastasio resultaba doloroso de soportar, y cuando le dola demasiado pensaba en matarse. Otras veces, cuando reflexionaba, se haca a la idea de dejarla tranquila y aun de odiarla tanto como ella a l. Pero todo resultaba en vano: cuanto ms se lo propona ms se multiplicaba su amor. Perseverando, pues, el joven en amarla sin medida, a sus familiares y amigos les pareci que l y su hacienda iban a agotarse de consumo, por lo cual, muchas veces le rogaron que se fuese de Rvena a morar en otro lugar por algn tiempo, para ver si lograba disminuir su amor y sus impulsos. Anastasio se burl de aquel consejo, pero ellos insistan en su solicitud y al fin decidi complacerles y mand organizar tantas maletas como si se fuese a Espaa o a Francia o a cualquier otro lugar remoto; mont en su caballo y, en compaa de sus amigos, parti de Rvena y se fue a un sitio que dista de Rvena tres millas y se llama Chiassi. Una vez hubo llegado, mand armar las tiendas y dijo a quienes le acompaaban que se volviesen, pues pensaba quedarse donde estaba. Y ellos regresaron a Rvena. Se qued Anastasio y empez a hacer la ms magnfica vida que jams se conociera, invitando a tales o cuales a comer o cenar como era su costumbre. Y sucedi que, llegando primeros de mayo y haciendo buensimo tiempo, y l siempre pensando en su cruel amada, mand a todos lo suyos que le dejasen solo para poder meditar ms a sus anchas, y a pie se traslad, reflexionando, hasta el pinar. Pasaba la quinta hora del da y ya se haba adentrado en el pinar como una media milla, sin acordarse de comer ni de nada, entonces sbitamente le pareci or un grandsimo llanto y quejas de una mujer. Interrumpido as en sus dulces pensamientos, alz la cabeza para ver lo que fuese, y se extra de hallarse en pleno pinar. Y, adems, mirando ante s, vio venir, saliendo de un bosquecillo muy denso de zarzas y realezas y corriendo hacia donde l se hallaba, una bellsima mujer desnuda, toda araada de las zarzas y matorrales, que lloraba y peda piedad a gritos. Tras ella corran dos grandes y fieros mastines, que cuando la alcanzaban la mordan. Vena detrs sobre un negro corcel un caballero moreno de muy airado rostro y con un estoque en la mano, amenazando de muerte a la joven con terribles y ofensivas palabras. Esta visin puso a la vez maravilla y espanto en el nimo del joven y sinti compasin de la desventurada, por lo que se resolvi, si poda, librarla de la muerte y de tal angustia. Pero, hallndose sin armas, recurri a coger una rama de rbol a guisa de garrote y fue a hacer frente a los canes y al caballero, el cual, reparando en ello, le grit de lejos: No intervengas, Anastasio, y djanos a los perros y a mi hacer lo que esa mala hembra ha merecido. En esto, los perros, aferrando con fuerza por las caderas a la mujer, la detuvieron y el caballero se ape del corcel. Y Anastasio, acercndose, le dijo:

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No s quin eres que as me conoces, pero te digo que es gran vileza que un caballero armado quiera matar a una mujer desnuda y echarle los perros detrs como a una bestia del bosque. Ten por cierto que la defender. El caballero respondi entonces: Anastasio, de tu misma tierra fui, y an eras rapaz pequeo cuando yo, a quien llamaban micer Guido degli Anastagi, me enamor tanto de esa mujer como t ahora de la Traversari. Y su fiereza y crueldad de tal modo causaron mi desgracia, que un da con el estoque que ves en mi mano, desesperado me mat y fui condenado a penas infernales No pas mucho tiempo sin que sta, que de mi muerte se sinti desmedidamente contenta, muriese, y por el pecado de su crueldad y no habindose arrepentido de la alegra que le caus mi final fue tambin condenada a las penas del infierno. Mas cuando a l baj por castigo a los dos nos fue dado el huir siempre ella ante m, mientras yo, que tanto la am, habra de perseguirla como a mortal enemiga, no como a mujer amada. Y siempre que la alcanzo, con este estoque que me mat, la mato y la abro en canal, y ese corazn duro y fro en el que nunca amor ni piedad pudieron entrar, le arranco con las dems vsceras, como vers pronto, y lo doy a comer a estos perros. Y, segn voluntad de la justicia y potencia de Dios, no pasa mucho tiempo sin que, como si muerta no estuviera, resucite, y otra vez comience su dolorosa fuga de los perros y de m. Y cada viernes, sobre esta hora, aqu la alcanzo y hago en ella el estrago que vers. Mas no creas que descansamos los dems das, pues entonces tambin la sigo y la alcanzo en otros parajes donde cruelmente pens y obr contra m. As, convertido de amante en enemigo, como ves, he de seguirla as durante tantos aos como ella se port rigurosamente conmigo. Dejemos, pues, ejecutar la divina justicia, y no te opongas a lo que no puedes evitar. Anastasio, al or tales palabras, qued tmido y suspenso, con todos los cabellos erizados y, retrocediendo y mirando a la msera joven, comenz, temeroso, a esperar lo que hiciere el caballero, el cual acabado su razonamiento, como un can rabioso corri, estoque en mano, hacia la mujer (que, arrodillada y sostenida con fuerza por los dos mastines, le peda perdn) y con todas sus fuerzas le atraves el pecho de parte a parte. Cuando la mujer recibi el golpe, cay de bruces, siempre llorando y gritando, y el caballero, poniendo mano a un cuchillo, le abri los riones y le sac el corazn con cuanto lo circua, y lo ech a los dos mastines, que lo devoraron afanosamente. Casi en el acto, la joven, como si ninguna de aquellas cosas hubiere sucedido, se levant y huy hacia el mar, perseguida y desgarrada por los perros. Y el caballero, volviendo a montar a caballo y a requerir su estoque, la comenz a seguir y en poco rato tanto se distanciaron, que ya Anastasio no les pudo ver. Y habiendo contemplado tales cosas, gran rato estuvo entre complacido y temeroso; pero despus le vino a la memoria la idea de que el suceso podra valerle de mucho, ya que aconteca todos los viernes. Y, as, sealando bien aquel paraje, se volvi con su gente y cuando le pareci hizo llamar a los ms de sus parientes y amigos y les dijo: Durante largo tiempo me habis incitado a que deje de amar a mi enemiga y ceje en mis gastos. Estoy dispuesto a hacerlo, siempre que una gracia me concedis. Y es que hagis que el viernes venidero micer Pablo Traversari, con su mujer e hija y todas las mujeres de su parentela y las dems que os plazcan, vengan a almorzar conmigo. Entonces veris por qu quiero esto. Les pareci a sus amigos que no era cosa difcil de hacer y al regresar a Rvena, cuando lleg el momento, invitaron a los que Anastasio deseaba. Aunque mucho cost

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convencer a la mujer a quien amaba Anastasio, al fin ella acudi con las otras. Hizo Anastasio que se aderezase un magnfico banquete y dispuso que se colocasen las mesas bajo los pinos, junto al lugar donde presenci la agona de la cruel mujer. Y una vez que hizo sentarse a todas las mesas hombre y mujeres, mand que su amada fuese puesta frente al sitio donde deba acontecer el hecho. Y habiendo llegado ya el ltimo manjar, el desesperado clamor de la joven perseguida se empez a or. Mucho se maravillaron todos y preguntaron qu era, y no lo supo decir nadie. Levantndose, pues, para averiguar qu sera, vieron a la doliente mujer, al caballero y los canes, y en un momento todos estuvieron a su lado. Se alz gran vocero contra los perros y el caballero y muchos se adelantaron para ayudar a la joven, pero el caballero, hablndoles como habl a Anastasio, no slo les forz a retroceder, sino que les espant y les llen de pasmo. Como hizo lo que la otra vez hiciera, las mujeres presentes all (muchas de las cuales, parientes de la joven o del caballero, no haban olvidado su amor y la muerte de l) mseramente lloraron, como si ellas mismas hubieran sufrido lo mismo. Acab, en fin, el lance, y desaparecieron mujer y caballero, y los que aquello haban visto se entregaron a muchos y variados razonamientos. Pero entre los que ms espanto tuvieron figur la cruel joven amada por Anastasio, porque, habindolo visto y odo todo muy claramente, y conociendo que a ella ms que a nadie tales cosas ataan, ya le pareca estar huyendo de la ira de l y tener los perros a los talones. Y tanto miedo de esto le sobrevino que, para no incurrir en lo mismo, en breve ocurri (tan en breve que aquella misma tarde fue) que, mudado su odio en amor, secretamente mand a la estancia de Anastasio una camarera de su confianza, rogndole que fuese a verla, porque estaba dispuesta a complacerle en todo. Resolvi Anastasio que ello le satisfaca mucho, y que, si a ella le placa, hara con ella lo que le rogase, pero, para honor de la dama, tomndola por mujer. La joven, sabedora que slo por su culpa no era ya esposa de Anastasio, mand contestar que estaba acorde. Y luego, sirvindose de mensajera a s misma, dijo a sus padres que quera ser mujer de Anastasio, lo que mucho les content. Al domingo siguiente cas Anastasio con ella, y celebradas las bodas, mucho tiempo jubilosamente convivi con ella. Y no slo el temor de la dama fue causa de aquel bien para ambos, sino que todas las mujeres altivas se tornaron medrosas, y en lo sucesivo mucho ms dciles que antes se mostraron en complacer a los hombres.

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6. b. DANTE ALIGHIERI: Divina Comedia, Infierno, Canto V.

Yo comenc: Poeta, muy gustoso hablara a esos dos que vienen juntos y parecen al viento tan ligeros2. Y l a m: Los vers cuando ya estn ms cerca de nosotros; si les ruegas en nombre de su amor, ellos vendrn. Tan pronto como el viento all los trajo alc la voz: Oh almas afanadas, hablad, si no os lo impiden, con nosotros. Tal palomas llamadas del deseo, al dulce nido con el ala alzada, van por el viento del querer llevadas, ambos dejaron el grupo de Dido3 y en el aire malsano se acercaron, tan fuerte fue mi grito afectuoso: Oh criatura graciosa y compasiva que nos visitas por el aire perso4 a nosotras que el mundo ensangrentamos; si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo rogaramos de l tu salvacin, ya que te apiada nuestro mal perverso. De lo que or o lo que hablar os guste, nosotros oiremos y hablaremos mientras que el viento, como ahora, calle. La tierra en que nac est situada en la Marina donde el Po desciende y con sus afluentes se rene. Amor, que al noble corazn se agarra, a ste prendi de la bella persona que me quitaron; an me ofende el modo.2

Francesca, hija de Guido da Polenta, seor de Rvena, y amigo de Dante; y Paolo Malatesta, hermano del marido de sta, el feroz Gianciotto Malatesta, seor de Rmini, con quien Francesca haba sido casada por motivos polticos alrededor de 1275. Como veremos, la propia Francesca narrar a Dante el amor desdichado que les ha condenado en uno de los pasajes ms bellos y conocidos de toda la Comedia. Toda la historia parece ser un ejemplo vivo de la teora amorosa del Dolce stil novo. 3 Es decir, como apuntamos antes, del grupo de pecadores arrastrados por la pasin amorosa, no por la sensualidad a otras razones. 4 El perso es un color mezcla de prpura y negro.

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Amor, que a todo amado a amar le obliga, prendi por ste en m pasin tan fuerte5 que, como ves, an no me abandona. El Amor nos condujo a morir juntos, y a aquel que nos mat Cana espera6. Estas palabras ellos nos dijeron. Cuando escuch a las almas doloridas baj el rostro y tan bajo lo tena, que el poeta me dijo al fin: Qu piensas? Al responderle comenc: Qu pena, cunto dulce pensar, cunto deseo, a stos condujo a paso tan daoso. Despus me volv a ellos y les dije, y comenc: Francesca, tus pesares llorar me hacen triste y compasivo; dime, en la edad de los dulces suspiros cmo o por qu el Amor os concedi que conocieses tan turbios deseos? Y repuso: Ningn dolor ms grande que el de acordarse del tiempo dichoso en la desgracia; y tu gua lo sabe7. Mas si saber la primera raz de nuestro amor deseas de tal modo, hablar como aquel que llora y habla: Leamos un da por deleite, cmo hera el amor a Lanzarote8; solos los dos y sin recelo alguno. Muchas veces los ojos suspendieron la lectura, y el rostro emblanqueca, pero tan slo nos venci un pasaje. Al leer que la risa deseada 95 6

A Paolo. Descubierta, en efecto, su pasin amorosa, los amantes fueron muertos alrededor de 1285 por el marido burlado, que ser condenado en la Cana, zona del crculo noveno donde se castiga a los asesinos de consanguneos (Infierno, XXXII). 7 Pues fue un famossimo poeta en el mundo, y ahora una sombra ms en el Limbo, sin esperanza de salvacin. 8 Se trata de una de las novelas escritas en francs que tan famosas fueron en toda Europa a partir del siglo XII.

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era besada por tan gran amante, ste, que de m nunca ha de apartarse, la boca me bes, todo l temblando. Galeotto fue el libro y quien lo hizo; no seguimos leyendo ya ese da. Y mientras un espritu as hablaba, lloraba el otro, tal que de piedad desfallec como si me muriese; y ca como un cuerpo muerto cae.

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Junto con la de Tristn e Iseo, la de Lancelot y la reina Ginebra, es la historia de amor ms conocida del ciclo artrico popularizada por la novela. El pasaje aqu aludido es aquel en que el caballero Gallehault, o Galeotto, sin saber su secreto amor, condujo a uno a la presencia del otro, e indujo a la reina a que besara al caballero.

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7. a. FRANCESCO PETRARCA: Tres sonetos.

1 Bendito sea el ao, el punto, el da, la estacin, el lugar, el mes, la hora y el pas, en el cual su encantadora mirada encadense al alma ma. Bendita la dulcsima porfa de entregarme a ese amor que en mi alma mora, y el arco y las saetas, de que ahora las llagas siento abiertas todava. Benditas las palabras con que canto el nombre de mi amada; y mi tormento, mis ansias, mis suspiros y mi llanto. Y benditos mis versos y mi arte pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento, puesto que ella tan slo lo comparte.

2 Dnde cogi el Amor, o de qu vena, el oro fino de tu trenza hermosa? En qu espinas hall la tierna rosa del rostro, o en qu prados la azucena? Dnde las blancas perlas con que enfrena la voz suave, honesta y amorosa? Dnde la frente bella y espaciosa, ms que al primer albor pura y serena? De cul esfera en la celeste cumbre eligi el dulce canto, que destila al pecho ansioso regalada llama? Y de qu sol tom la ardiente lumbre de aquellos ojos, que la paz tranquila para siempre arrojaron de mi alma?

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3 Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; y nada aprieto y todo el mundo abrazo. Quien me tiene en prisin, ni abre ni cierra, ni me retiene ni me suelta el lazo; y no me mata Amor ni me deshierra, ni me quiere ni quita mi embarazo. Veo sin ojos y sin lengua grito; y pido ayuda y parecer anhelo; a otros amo y por m me siento odiado. Llorando grito y el dolor transito; muerte y vida me dan igual desvelo; por vos estoy, Seora, en este estado.

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7. b. PIERRE DE RONSARD: Sonetos para Helena, Libro II, 42.

Cuando seas muy vieja, a la luz de una vela y al amor de la lumbre, devanando e hilando, cantars estos versos y dirs deslumbrada: Me los hizo Ronsard cuando yo era ms bella. No habr entonces sirvienta que al or tus palabras, aunque ya doblegada por el peso del sueo, cuando suene mi nombre la cabeza no yerga y bendiga tu nombre, inmortal por la gloria. Yo ser bajo tierra descarnado fantasma y a la sombra de mirtos tendr ya mi reposo; para entonces sers una vieja encorvada, aorando mi amor, tus desdenes llorando. Vive ahora; no aguardes a que llegue el maana: coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida.

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8. a. WILLIAM SHAKESPEARE: Hamlet, Acto III.

Escena I CLAUDIO, POLONIO, OFELIA POLONIO.- Pasate por aqu, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta, podemos ya ocultarnos. (A Ofelia.) Haz que lees en este libro; esta ocupacin disculpar la soledad del sitio... Materia es, por cierto,