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SECRETARÍA DE EDUCACIÓN
Modelo psicosocial
Manual para el docente
Apoyo para las madres y los padres
Cartilla del estudiante Nivel IGuía conceptual
Cartilla del estudiante Nivel II Manual para el orientadorCartilla del estudiante Nivel III
MODELO PSICOSOCIAL: Apoyo para las madres y los padres
Av. Eldorado No. 66 – 63 PBX: 324 10 00 Fax: 315 34 48 www.sedbogota.edu.co Información: Línea 195
ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ Secretaría de Educación del Distrito
Alcalde Mayor de Bogotá GUSTAVO PETRO URREGO Secretario de Educación Oscar Sánchez Jaramillo Subsecretaría de Calidad y Pertinencia Patricia Buriticá Céspedes Director de Inclusión e Integración de Poblaciones Oscar Sánchez Jiménez Revisión – SED Liliana Palacios Machado Referente Psicosocial Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones Christian Camilo Duque Gonzalez – profesional Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones Autoría Leonardo Aja Eslava – Corporación Buscando Animo Diseño y diagramación Corporación Buscando Animo Diseño de portadas Rene Galvis Fotografía Secretaría de Educación Corporación Buscando Animo Impresión Grafixia ISBN 978-958-58876-0-2 Depósito legal.
1ra edición Marzo 2015 Prohibida su reproducción total o parcial, así
como su traducción a cualquier idioma sin autorización escrita de su titular
Av. Eldorado No. 66 – 63 PBX: 324 10 00 Fax: 315 34 48 www.sedbogota.edu.co Información: Línea 195
Agradecemos la participación en este proceso de formación a: Rectores, Docentes, Orientadores(as) y enlaces psicosociales que tienen en sus colegios el Programa “VOLVER A LA ESCUELA” Profesionales líderes del programa “Volver a la Escuela” Luz Claudia Gomez Murcia Libia Marcela Jiménez Marcelo Equipo psicosocial – Dirección de Inclusión e Integración de Poblaciones Liliana Palacios Machado – Referente Psicosocial SED Nivel Central Diana Rocio Carreño Cuta Ingrid Constanza Suarez Rubiano Aura Mireya Ramírez Barrios Jenny Soraya Duque Gamboa Colegios Participantes NUEVO HORIZONTE, TOBERÍN, CAMPESTRE MONTEVERDE, ANTONIO JOSÉ URIBE, MONTEBELLO, JOSÉ JOAQUÍN CASTRO, JOSÉ FÉLIX RESTREPO, JUAN REY, NUEVA DELHI, FRANCISCO JAVIER MATIZ, ALMIRANTE PADILLA, LOS COMUNEROS, OSWALDO GUAYASAMÍN, FABIO LOZANO SIMONELLI, USMINIA, MONTEBLANCO, EDUARDO MORA OSEJO, LAS VIOLETAS, NUEVA ESPERANZA, CORTIJO – VIANEY , TENERIFE, RAFAEL URIBE URIBE, RUFINO JOSÉ CUERVO, JOSÉ ANTONIO RICAURTE - SAN CARLOS, KIMI PERNÍA DOMICO, CARLOS PIZARRO LEÓN GÓMEZ, GERMÁN ARCINIEGAS - BRASILIA – BOSA, SAN BERNARDINO, DÉBORA ARANGO PÉREZ, VILLAS DEL PROGRESO, EL MOTORISTA, PAULO VI, PROSPERO PINZÓN, LAS AMÉRICAS, CARLOS ARANGO VÉLEZ, MANUEL CEPEDA VARGAS, INTEGRADO DE FONTIBÓN IBEP, COSTA RICA, ROBERT F, KENNEDY, SAN JOSÉ NORTE, TABORA, GENERAL SANTANDER, GERARDO PAREDES, SIMÓN BOLÍVAR, REPÚBLICA DOMINICANA, ALEMANIA SOLIDARIA, MANUELA BELTRÁN, LICEO NACIONAL AGUSTÍN NIETO CABALLERO, GUILLERMO LEÓN VALENCIA, ESPAÑA, INTEGRADA LA CANDELARIA, SAN AGUSTÍN, JOSÉ MARTÍ, REPÚBLICA DE ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, COLOMBIA VIVA, QUIROGA ALIANZA, REPÚBLICA DE MÉXICO, ARBORIZADORA BAJA, ARBORIZADORA ALTA, PARAÍSO MIRADOR, ANTONIO GARCÍA, ESTRELLA DEL SUR, SAN FRANCISCO, SIERRA MORENA, TESORO DE LA CUMBRE, CONFEDERACIÓN BRISAS DEL DIAMANTE, CUNDINAMARCA, JOSÉ MARÍA VARGAS VILA, ARABIA, CAMPESTRE JAIME GARZÓN, GIMNASIO DEL CAMPO JUAN DE LA CRUZ VARELA
[4]
[5]
Tabla de contenidos
Introducción ....................................................................................... 7
Preámbulo .......................................................................................... 8
El papel educativo de los padres y las madres ...................................... 8
Los patrones de crianza .................................................................... 11
Con afecto y calidez .......................................................................... 13
Las implicaciones… ¿cuál de los dos el Autoritario o el Permisivo? ... 14
A modo de Conclusión ...................................................................... 16
Algunas ideas que NO ayuda a la correcta crianza .............................. 18
“Yo no quiero que mi hijo pase por lo que tuve que vivir” ..................................................18 “Yo quiero que mi hijo me vea como su amigo” ................................................................21 “La autoridad debe inspirar respeto y no miedo” ...............................................................25 “Hay que negociar con los hijos” .......................................................................................29 ¡Este muchacho no sirve para nada! ...................................................................................33
La estructuración de las normas y los límites ..................................... 36
La claridad normativa. .........................................................................................................37 La firmeza en los mandatos. ...............................................................................................37 El sentido de justicia. ..........................................................................................................38 ¿Qué hacer? ........................................................................................................................39
La importancia de la comunicación asertiva ....................................... 42
Bibliografía ....................................................................................... 45
[6]
[7]
Introducción
Usted es un padre, madre o cuidador con alguna experiencia en el trato, educación y formación de
sus hijo(s), hija(s), nietos, hermanos o como tutor de algún menor y se hará preguntas como: ¿Se me va la
mano si le digo…? ¿Cuánto tiempo debo dedicarle a este o esta adolescente, niño o jovencita? ¿Las normas
serán muy rígidas o muy permisivas?, ¿Será que soy un padre moderno?, ¿Qué tipo de relación debo
establecer con este menor que tengo al lado?... y otras preguntas que rondan por su casa u hogar.
Queremos ofrecer una serie de ideas que consideramos pueden llegar a ser útiles y pertinentes en el
proceso de guía y formación de aquellos menores que pudiera tener a su cargo, en condición de hijo, sobrina
o incluso y por qué no, como vecino.
Las ideas que aquí se exponen, son el resultado de extensos y minuciosos procesos de investigación
y análisis sobre los procesos de educación y crianza en los hogares. Hay una tendencia muy fuerte orientada
a criticar y quejarnos sobre la situación del país, pero hay ocasiones en las que olvidamos que si queremos
un cambio afuera, primero debemos cambiar adentro. No es un discurso infecundo: Los cambios inician en
casa. Por lo mismo, queremos ofrecer vías y caminos para reforzar aquello que está bien y darnos la
oportunidad de mejorar algunas cosas.
[8]
Preámbulo
Iniciemos con la siguiente frase:
“Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan
al respeto a sus maestros”.
Al preguntarles a los adultos sobre la opinión que tienen sobre la frase anterior, si no todos, la gran
mayoría afirman enérgicamente que es muy cierto. No sabemos si es sorpresa, confusión o desconcierto lo
que llega a sus cabezas cuando descubre que está frase fue dicha por el filósofo griego Sócrates cinco
siglos antes de Cristo. Recordemos que él fue acusado de corromper a la juventud de Atenas, por enseñarles
a pensar.
Además del desconcierto, la otra idea que viene a la cabeza es: “O sea que los jóvenes siempre han
sido así y no hay remedio para ello? No, no todos los jóvenes son así, solo algunos. De hecho, muchas
personas transitan de la juventud a la adultez sin mayores contratiempos. Pero, ¿Cómo lo logran?
Esperamos que con algunas de las ideas que aparecen aquí, encuentren respuestas a sus inquietudes.
El papel educativo de los padres y las madres
Si no todos, la mayoría de los padres y las madres tenemos una muy buena intención cuando
tomamos decisiones frente a la educación de nuestros hijos: “Esto lo hago por tu bien, cuando seas mayor,
me lo agradecerás”. ¿Es familiar esta frase? Si esto es así, surge otra pregunta: ¿Estamos 100%
agradecidos con nuestros padres por cada una de las decisiones que en su momento tomaron “por nuestro
bien”? Con grandes variaciones, pero no hay quien pueda afirmar de manera contundente y categórica que
[9]
todas las acciones de ellos fueron acertadas. Y no tendría por qué ser de otra forma, ellos son humanos y
por ello, no son infalibles.
Entonces, es posible que hayan tenido algunas equivocaciones con una muy buena intención. El
problema no radica en equivocarse, estriba más bien, en persistir en el error cuando las evidencias de la
realidad muestran lo contrario. Aquí, no estamos enfrentando un problema de intenciones sino más bien un
problema de actitud. Esa es la diferencia entre la ignorancia y la estupidez:
“El ignorante actúa como actúa, porque carece de datos, pero su
situación se remedia con información veraz y oportuna. En cambio,
aquella persona que teniendo la información que no tiene el ignorante,
actual igual que él, lo llamamos estúpido.”
Nuestras actitudes se fundamentan, entre otras cosas, en las ideas que valoramos y asumimos
como legítimas. Y son nuestras actitudes las que determinan las acciones y decisiones que tomamos. Nadie
se equivoca a propósito, eso está fuera de duda. Pero, ¿Qué ocurre si algunas de aquellas ideas
fundamentales y rectoras de nuestros procesos de crianza están un poco alejadas de la realidad, el sentido
común y la sensatez, y son el producto de temores, frustraciones, complejos o inseguridades que llevamos a
cuestas en lo más profundo (o superficial) de nuestro corazón? Sería un poco (muy) grave, porque lo que
está de por medio, es ni más ni menos que el futuro y bienestar de nuestros hijos.
Acorde con lo anterior, consideremos la familia como el escenario socializador primario en donde los
individuos se empiezan a formar y definir. Es en el seno de la interacción familiar donde comienzan los
primeros pasos en ese complejo y fino aprendizaje de las competencias sociales. Más adelante, los nuevos
descendientes se desprenden para constituir nuevos núcleos familiares, llevando consigo dicha “genética
familiar” condensada en tradiciones, valores, creencias, actitudes, pautas y patrones de comportamiento.
Si la familia es el nicho primario que brinda fortaleza, seguridad y protección, también puede llegar a
ser el foco del origen de muchos malestares posteriores. Y por eso, algunos expertos han entrado a señalar
la llamada crisis familiar: “En la actualidad es muy frecuente escuchar que la familia está en crisis. El
[10]
incremento de los índices de divorcio, de maternidad temprana y soltera, de hogares uniparentales, de
uniones consensuales, hacen pensar en la desintegración de esta institución” (Álvarez Suárez, 1997).
La estructura de la familia ha tenido una fuerte transformación en un tiempo relativamente corto,
históricamente hablando. Dicha metamorfosis ha estado motivada por los cambios, entre otros factores, o
por los mecanismos y modelos productivos de la sociedad moderna. Se pasa de la familia numerosa y
extensa, que se desarrollaba principalmente en los entornos rurales, a una familia nuclear y más reducida,
que surge en los contextos urbanos metropolitanos. Más recientemente, se reconocen nuevas formas de
estructuras familiares: las monoparental y las reconstituidas, por citar algunas.
Así vemos que la estructura de la familia no es lo único que ha cambiado, también lo han hecho el rol
social del hombre y de la mujer y lo mismo ocurre con la manera como se empiezan a entender los
diferentes momentos del ciclo vital y el aumento en la duración de cada uno de ellos. Hagamos una rápida
revista: en el año 1900 un hombre de 18 años era reconocido como un adulto, en la actualidad dicha
percepción difícilmente se da antes de los 25 años y con ciertas reservas. O si no, la gran mayoría de
nuestras abuelas, tuvieron su primer hijo entre los 14 y 16 años, pero nunca se les llamó madres
adolescentes. De hecho, el término ni siquiera existía para referirse a ellas.
[11]
Los patrones de crianza
Al haber refrescando un poco el contexto, entremos en materia. Los llamados patrones o estilos de
crianza han sido entendidos como el modelo o el paradigma de formación que el padre y la madre utilizan en
la educación de los hijos. Entre otras cosas, éste implica la formación de los valores, la definición de las
prioridades y el establecimiento de las expectativas sobre el comportamiento que se espera de los hijos. Y
también implica, la demostración de la afectividad. Y es éste último uno de los puntos más analizados en el
desarrollo de los patrones de crianza, pues es la forma como se administran y manejan tanto la autoridad
como el poder. Lo anterior se hace evidente en la forma particular de proponer y administrar reglas, normas y
límites, así como la gestión de los premios, los estímulos, los castigos o las sanciones. Recordemos, los
patrones de crianza también involucran la demostración del afecto, no se reducen sólo al manejo de la
disciplina y la autoridad.
[12]
Ustedes como padres, madres o maestros, encuentran el estilo propio y lo valoran a su manera, el
que les funcione. Sin embargo, permítanse leer acerca de los estilos más ampliamente referenciados y
apoyados en el aporte de personas reconocidas en el tema. Calle, Ibora y Corrales (2008) quienes
mencionan cuatro estilos: el autoritario, el permisivo, el negligente y por último, el autoritativo. Si bien,
nuestros abuelos, fueron educados bajo el yugo de la fórmula triple P: pata, palo y puño, el estilo autoritario
no necesariamente siempre recurre a la violencia física, la sola imposición sin mediar razón o argumento es
más que suficiente: “¡Porque lo digo yo y punto!”. También lo caracteriza la negación total de expresión de
afectividad: “Yo supongo que mi padre me quería, ¿Qué padre no? Pero, nunca me lo dijo”, esto decía una
mujer de 65 años, con lágrimas que brotaban de sus ojos. Esta forma de educar, promueve la obediencia
ciega sin cuestionamiento. No sobra precisar que poco o nada ayuda al desarrollo de la autonomía. En
ocasiones, puede generar reacciones opuestas de manera desbordada: rebeldía extrema que pueden ser
letal.
Pero, si el estilo autoritario se caracteriza por la imposición y la frialdad, el estilo indulgente o
permisivo es todo lo contrario: mucho afecto pero con pocas normas. No celebramos que el autoritarismo
vaya desapareciendo como pauta educativa, pero su supuesto reemplazo no es mejor. Esta forma de educar,
en ocasiones se confunde con la democracia, en donde todo se le consulta a los hijos y se tiene una
preocupación excesiva por mantenerlos contentos y estar ganando su afecto. Es decir, la afectividad se
convierte en una moneda de intercambio y transacción. Los padres y las madres que llevan esta forma de
educar, pareciera que se pusieran ansiosos si ven la necesidad de poner límites, aplicar sanciones o
simplemente tener que decir NO a un capricho del hijo. Es decir, pareciera que temieran ejercer el papel
coercitivo que en ocasiones, debe asumir la autoridad. Y no hay que ponerle maquillaje: la autoridad puede
actuar coercitivamente si la mediación a través del diálogo, la argumentación y las razones no funcionan. La
otra parte, es que la autoridad debe proteger. Para castigar o proteger, la autoridad necesita poder y si no se
tiene… no podrá hacer ni lo uno ni lo otro. Dicho de otra forma, muchos mimos a los hijos dejándolos que
ellos hagan lo que les plazca, en un falso entendimiento de la autodeterminación, no necesariamente
conducirá al mejor resultado.
El tercer estilo mencionado es el negligente o también llamado indiferente. Es una fusión de los
aspectos inadecuados de los dos estilos ya mencionados. Toma la inexpresividad afectiva del estilo
[13]
autoritario y la laxitud normativa del permisivo. Este es el tipo de padres que todas las orientadoras escolares
siempre esperan que asistan a las llamadas escuelas de padres: “Cuanto le serviría esto al papá de Juanito,
él debería oír esto”. El problema, es que el papá de Juanito… jamás irá a la escuela de padres, su tiempo es
más importante que eso. Básicamente, no les importa y dejan que sus hijos se críen “silvestres como las
flores”, olvidando que alrededor también puede crecer la maleza.
Llegamos al último de los estilos: el autoritativo o también llamado el de padres-guía. Es
reconocido como aquel en el cual tanto teniendo una alta exigencia normativa, también hay una alta
expresividad afectiva. El afecto no está condicionado al cumplimiento de las normas, son dimensiones
aparte, por lo tanto, el niño sabe que su conducta no condiciona el amor que sus padres le profesan; el
espacio del dialogo asertivo está siempre abierto; está claro que la opinión del niño cuenta aun cuando no
necesariamente se debe traducir en una acción, es decir, son siempre los padres quienes tienen la
responsabilidad última sobre una decisión; el espacio para el desarrollo de la libertad y responsabilidad está
claramente definido, por lo tanto, es un modelo claramente enfocado en la promoción de la autonomía.
Con afecto y calidez
No me cansaré de repetirlo: podremos ser unos padres justos, firmes y claros en el manejo
normativo de nuestros hijos, pero si no involucramos la afectividad, no seremos muy diferentes del jefe, el
policía o el maestro. Nuestros hijos ya tendrán esas otras figuras de autoridad a las cuales tendrán que
acatar, para además tener otra igual en casa. Es decir, al parecer es la afectividad aquello que marca la
diferencia entre ejercer el papel paterno y cualquier otro que represente autoridad.
En el rol educativo, la expresión de la afectividad se refiere al grado en que los padres aceptan y son
sensibles a las conductas de sus niños como lo opuesto al rechazo parental e insensibilidad (Díaz Morales,
2011). Como se vio previamente en cada estilo de crianza, la forma como se modula la afectividad varia de
uno a otro. Podemos decir que el cuadro 01 sería un excelente resumen que ilustra la importante interacción
entre la normatividad y la afectividad.
[14]
Interacción entre afectividad y normatividad en la definición de los estilos de
crianza
Afectividad
Alta Baja No
rmat
ivid
ad
Alta Autoritario
Baja
Permisivo
Es muy importante reconocer que la afectividad o el manejo de la normatividad por sí solos, no son
suficientes en la definición del tipo de relación con los hijos. Es el resultado de la interacción de estas dos
dimensiones lo que genera la condición protectora o de riesgo frente a muchas situaciones, como, por
ejemplo, el consumo de sustancias.
Las implicaciones… ¿cuál de los dos el Autoritario o el
Permisivo?
Muchos sociólogos y antropólogos reconocen que uno de los grandes cambios sociales ha sido la
transición del modelo autoritario, que era el más imperante hasta no más de 60 años, hacia el estilo
permisivo (Pérez Gómez, 2013). Y la preocupación radica en que se pasó de un estilo opresor y humillante,
que no permitía el desarrollo de la autonomía por el exceso de inhibición, hacia uno que tampoco ayuda
mucho, en tanto que la indefinición de límites desfavorece el reconocimiento de los derechos ajenos.
Las investigaciones sobre los factores de riesgo y de protección frente al consumo de sustancias
psicoactivas (SPA) y específicamente aquellas que abordan la esfera familiar, indican que existe una
poderosa asociación entre la carencia de normas y el consumo de SPA; los conflictos entre el padre y el
adolescente, y el consumo de alcohol por parte del padre (Muñoz y Graña, 2001); La falta disciplina y
Autoritativo
Negligente
Permisivo
[15]
supervisión junto con el poco apego familiar también se reconocen como factores de riesgo a nivel familiar
(López y Rodríguez, 2010). Medina y Ferriani (2010) mencionan que la falta de normatividad familiar es una
condición que favorece el riesgo de consumo de SPA. A su vez, Becoña nos indica que “La situación idónea
es aquella en la que los padres no eluden ejercer el control de sus hijos, pero renuncian a ejercer un control
estricto de ellos; que no permite a sus hijos una permisividad completa pero que también evitan ejercer el
control de una forma autoritaria” (Becoña, 2002). Aun cuando este autor no lo dice explícitamente, se puede
deducir que la descripción que ofrece corresponde al estilo de crianza autoritativo.
Becoña va más allá: “…los hijos de los padres con autoridad son los mejor adaptados, dado que
tienen confianza en sí mismos, tienen mayor control personal y son socialmente más competentes”,
(Becoña, 2007) claro está, sin excluir la relevancia de la expresión afectiva por parte de los progenitores.
Villa, Rodríguez y Ovejero insisten, por lo tanto, en la importancia de tener presente en los planes de
prevención la promoción en la modificación de estilos parentales que refuercen la importancia de la norma
como factor protector ante consumo de SPA (Villa, Rodríguez y Ovejero, 2010).
Con respecto al suicidio, no son tan amplios los trabajos que ponen de manifiesto el papel de los
estilos de crianza como condiciones que aumenten o disminuyan la aparición de las ideas e intentos de
suicidio. Algunos trabajos muestran como los antecedentes psiquiátricos de los padres, se constituye en un
factor predisponente para las conductas suicidas en los hijos (Andrade Salazar, 2012). Sin embargo, no es
suficiente la existencia de la carga genética. Se hace necesario que esta interactúe con el ambiente. Allí
aparece el aspecto que es de nuestro interés. Es la psicopatología que experimentan los padres lo que
influye en el tipo y la calidad de la relación que sostienen con los hijos.
En este escenario es donde se pone en evidencia la escasa comunicación afectiva (Andrade Salazar,
2012). Otros trabajos mencionan más aspectos familiares que pueden tener incidencia en el riesgo de
tentativas suicidas: comunicación conflictiva, distancia afectiva, dificultad en las relaciones, altos niveles de
exigencia/control parental. También, se vuelve a mencionar los antecedentes de depresión y otros
desordenes psiquiátricos, abuso de drogas, conductas suicidas y conflictos legales (Paveza, Santandera,
Carranzaa y Vera-Villaroel, 2009).
[16]
El estudio de Florenzano et Al (2011) explícitamente se centró en la relación de los estilos parentales
y la ideación suicida. “Se registraron nueve factores protectores en común para ambos grupos: autoestima,
aceptación parental, autonomía psicológica parental, calidad en la relación con la madre, calidad en la
relación con el padre, amabilidad parental, expresión de afectos físicos, monitoreo paterno y participación
en decisiones familiares” (Florenzano et Al, 2011). Los investigadores aclaran que en aquellos adolescentes
en los cuales las ideas suicidas se hacían presentes, era menos frecuente la presencia de los factores
protectores identificados en función de los estilos parentales. Desde la perspectiva de los padres, se
identificó como factor protector la buena relación con los padres y la participación de los hijos en las
decisiones familiares (Florenzano et AL, 2011). Aun cuando los autores nunca hacen mención a un estilo de
crianza específico, analizando los elementos que proponen como factores protectores, nuevamente se
pueden identificar con claridad aquellos que definen el estilo autoritativo.
El trabajo de Pérez-Amezcua et Al (2010) buscó la prevalencia y los factores asociados a la ideación
e intentos de suicidio sobre una muestra de 12.424 estudiantes de formación media. Encontraron entre
otras cosas, que la poca confianza en la comunicación con los padres estaba asociada con las conductas
suicidas en aquellos estudiantes identificados con las mismas. También hacen mención del abuso sexual,
sintomatología depresiva, consumo de alcohol y tabaco. En las mujeres se encontró, que haber tenido
relaciones sexuales era un factor que aumentaba la capacidad predictiva en la construcción de una ecuación
de regresión lineal múltiple (Pérez-Amezcua et al, 2010).
Todos afirmamos que se deben aumentar los niveles de comunicación entre padres e hijos para
poder aumentar los niveles de confianza. Si bien en Pérez-Amezcua no se hace explícita la mención de un
estilo parental, podría inferirse que se insinuaría en la dirección de los estilos autoritarios o negligentes. Sin
embargo, si se tiene en cuenta que también está presente el consumo de tabaco y alcohol, podría
sospecharse que resultaría más implicado el estilo negligente.
A modo de Conclusión
Como vimos, asumir un determinado estilo de crianza frente a los hijos, no es meramente un asunto de
gusto o agrado. Existe demostración de las implicaciones de elegir uno u otro estilo. Y algunas de las
[17]
consecuencias por una elección inconveniente puede llegar a ser muy seria para el futuro de nuestros hijos.
Recuerdo las palabras de un director docente de un colegio, refiriéndose a cierto patrón relacional con los
estudiantes y que en últimas, se traducía en una gran falta de autoridad. Su justificación: “A nuestros chicos
eso es lo que le gusta, que no nos vean como ogros gruñones”. Hago la pregunta: ¿Acaso hacer todo lo que
a los niños o jóvenes les gusta coincide necesariamente con aquello que les conviene? ¿Dejarías solo a un
niño de 3 años frente a una gran bolsa de chocolates, porque a él le gusta?
Vale recordar, un “NO” en cierta ocasiones, también es educativo.
[18]
Algunas ideas que NO ayuda a la correcta crianza
Después de tener algunos elementos teóricos que nos permiten entender cuál es el papel del afecto y
del sano ejercicio de la autoridad dentro de la educación en la casa, pasemos a un punto más práctico.
Haremos la exposición de cinco ideas muy comunes en nuestro medio y veremos qué tan útiles o
contraproducentes pueden llegar a ser.
“Yo no quiero que mi hijo pase por lo que tuve que vivir”
Antes que nada, hay que ponerle contexto a esta idea. No se discute que el exceso de adversidad
causa daño, pero también su carencia. Es sobre este último punto en el que queremos centrar la atención.
Hagamos algo de historia. Aquellas personas mayores de 40 años muy probablemente son citadinos
de primera generación, al menos la gran mayoría. Esto por el hecho de que sus padres provenían de aquello
que llamamos la provincia. Un gran número, llegaron en movilizaciones masivas, escapando de la cruenta y
despiadada violencia de los años 50’s, tras los hechos que se desataron por el asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán, el 9 de abril de 1948. Hagamos un paréntesis, los llamados desplazados no son un fenómeno
reciente, sino que datan de varias décadas atrás, y siempre por la misma razón: la violencia política. El
desmembramiento cambió de machete a motosierra y las ejecuciones, de revolver a pistola automática
9mm.
Retomando, es muy probable que aquellos nacidos antes de 1945 vieron la luz del sol en el campo y
tuvieron que llegar a las grandes ciudades: Bogotá, Cali, Medellín y Bucaramanga por citar algunas. Muy
seguramente, huían de terribles experiencias que tuvieron que vivir: violaciones, abusos, torturas y demás.
Llegamos aquí a la primera precisión: definitivamente nadie querrá este tipo de experiencia para sus hijos, es
algo absolutamente legítimo, incuestionable y así debe ser.
Sin embargo, el asunto no se detiene acá. Esta primera generación que llegó del sector rural,
obviamente, seguía operando con las tradiciones y formas de vida propias del entorno campestre. Sin
embargo, paulatinamente el ritmo en la ciudad fue moldeando un nuevo estilo. ¿Qué significó esto? En el
campo era imperativo y necesario que todos se hicieran cargo de una tarea, y no era visto como un acto de
[19]
colaboración o bondad para con los otros, era un deber y una obligación. Es así que uno debía llevar la
cantina y acompañar al padre al ordeño, otro se encargaba de conseguir los pequeños leños para prender el
fogón, otro más, debía bajar al aljibe por el agua, mientras que alguien se ocupaba de buscar los huevos en
el gallinero. Haciendo cuentas, sin problema había trabajo para 5, 7 o más chiquitines y ninguna de estas
acciones era considerada “trabajo infantil”. Así era y sigue siendo la vida agraria, pero al llegar a la metrópoli,
básicamente todos estos niños y jóvenes tuvieron que buscar nuevas formas de contribuir con la
resquebrajada familia, algunas de ellas con una madre cabeza de familia forzada por la viudez. Fue necesario,
entonces, buscar trabajo en carpinterías, plazas de mercado, cafeterías, curtiembres o talleres de
ornamentación. Y es, quizás, a este tipo de experiencias a las que se refieren aquellos defensores de la idea
“Yo no quiero que mi hijo pase por lo que yo tuve que vivir”.
Muy probablemente, son personas que hoy por hoy han cultivado niveles de éxito, riqueza y
prosperidad considerables y que no quieren bajo ninguna circunstancia que sus hijos “tengan que pasar por
esos trabajos”. Lo que no se han percatado es que con esta filosofía y forma de educar le están causando un
daño inmenso a sus hijos, porque les están negando oportunidades de crecimiento, mejoramiento y
aprendizaje invaluables. Esa generación es exitosa no a pesar de las adversidades de la infancia y juventud,
sino gracias a tales dificultades.
El haber pasado algo de hambre y de frío les enseño a valorar un plato de sopa caliente y una cama
limpia; haber realizado trabajos para llevar pan a la casa les enseñó el valor de la cooperación y la
solidaridad; haber tenido sólo un par de tenis para un año escolar les enseño el valor de la espera y la
paciencia; haber recorrido un par de kilómetros llevando a la hermana a la escuela les enseñó el cuidado
mutuo; haber tenido una sola bicicleta para todos los hermanos les enseño a compartir.
No estamos haciendo una invitación a que los niños y los jóvenes, abandonen la escuela para irse a
trabajar. No se trata de eso. Se trata, más bien, de que en su casa el joven pueda tener su cuarto en orden,
tender la cama, llevar la ropa sucia al cesto, llevar su plato de comida a la cocina, sacar el perro a que hagas
sus necesidades, ir a la tienda y hacer un mandado de vez en cuando, ir al banco a pagar un servicio público,
acompañar a la mamá y ayudarle con las talegas del mercado o lavar el carro de la casa el fin de semana.
Creo que ninguna de estas acciones se puede considerar trabajo infantil o que esté vulnerando sus derechos
[20]
de protección o que se le esté colocando en situaciones de riesgo. Simplemente se le está enseñando que no
está solo en el mundo, que sus esfuerzos pueden redundar en beneficios para otros, y así, ir rompiendo esa
costra natural de egoísmo con la que todos venimos a este mundo.
Como puede apreciarse, todo aquello que en apariencia fue adverso en el fondo conllevaba el
inmenso valor de la oportunidad. Con claridad, el tipo de educación “hijocentrista” que se promueve en la
ciudad, descarta de plano todas estas gigantescas posibilidades de crecimiento, y tiende a convertir a
nuestros hijos en seres indolentes, egoístas y sobre todo… pusilánimes e inútiles. ¿Cuál es el origen?
Aquella idea que en apariencia es inocente e inofensiva “Yo no quiero que mi hijo pase por lo que yo tuve
que vivir.” Que sólo trae la semilla de la infelicidad y la desventura.
"La dificultad atrae al hombre de carácter, porque
es en la adversidad que el verdadero hombre se conoce a sí
mismo." Charles de Gaulle
[21]
“Yo quiero que mi hijo me vea como su amigo”
Estoy listo, ya he tomado una buena tasa de cidrón, toronjil, manzanilla, limonaria y gotas de
valeriana antes de escribir. Necesito tener la mayor calma para no dejarme llevar por el apasionamiento, pero
sobre todo, por la indignación.
Antes de avanzar, acudimos al mayor de los respetos por cualquiera que se pueda llegar a sentir
aludido por las ideas que expondré a continuación. Y lo anticipo, porque muy probablemente, muchos de los
cuestionamientos serán un poco (muy)… incómodos. Quizás por eso los psicólogos son tan impopulares:
asumen el trabajo sucio de decirle a la gente lo que tiene que oír y no lo que quisiera oír. Entonces, ya no
más anestesia y al grano.
“Yo quiero que mi hijo me vea como su amigo” es una idea dañina, corrosiva, infame, falsa, hipócrita
y deshonesta. Ufff… ¿Todo eso? Y quizás hasta más. Ahora bien, ¿Cuál es el soporte para esta andanada de
descréditos frente a tan noble, inocente y bien intencionada proposición?
Primero. Tomando las palabras de la notable educadora Mercedes de Brigard, si somos amigos de
nuestros hijos, por definición hemos dejado huérfana a la pobre criatura: ya no tiene papá, porque ahora tiene
un amigo. La verdad, dudo mucho que un chico de 15 años quiera tener un amigo calvo, bigotudo y barrigón
de 45 años. En fin.
Segundo. No es posible cumplir un doble rol si esto implica asumir diferentes niveles de jerarquía.
Expresado de otra forma: o somos padres o somos amigos pero no ambos. La relación padre-hijo es
asimétrica en tanto que estamos en posición de mayor poder y por lo tanto, mayor autoridad. De manera
opuesta, la relación entre los amigos es de carácter simétrico en tanto que el poder está distribuido de
manera homogénea. ¿Ya van entendiendo hacia donde nos dirigimos? Entonces, dudo mucho que podamos
renunciar a nuestro poder y autoridad (amigos) para volverlo a retomar posteriormente (padre).
Tercero. De lo anterior se puede deducir que lo que pretendemos al querer ser amigos de nuestros
hijos es realmente una acción de “infiltración y contrainteligencia”: saber en que andan ellos. Supongamos
por un momento, que efectivamente somos los mejores amigos de nuestros hijos y él nos dice:
[22]
“Oíme: ¿Sabes que hago por las tardes cuando llego del colegio? Me salto el muro y me paso a la
casa de la vecina, nos echamos unos buenos polvos y para terminar la faena, nos prendemos un
porro”.
La respuesta lógica, obvia y ampliamente mayoritaria de un amigo sería algo así como:
“¿En serio? ¿Y será que tu vecina no tendrá por ahí una amiguita para mí? Pregúntale y yo me
encargo de llevar una cajita de güaro”.
Ya que somos su amigo, ¿realmente le responderemos eso? ¡Definitivamente no! Muy
probablemente se nos subirá la tensión por la ira, decepción y enfado. Ante esto, nuestro hijo responderá, y
no sin justa razón: “Pero papi, no entiendo, ¿acaso no eres mi mejor amigo?” Ya vamos comprendiendo por
qué a ellos no les interesa, ni por equivocación, agregarnos en su cuenta de Facebook y si lo hacen nos
pondrán restricciones.
Les expongo a continuación las palabras reales de un joven de 16 años:
“Vea doc… mi papá me pregunta que por qué no le tengo confianza. Yo le voy a contar. Hace un
tiempo, él me llegó con el cuento que quería ser mi amigo. Yo como un idiota, le creí. Le empecé a
contar todas mis andanzas en el colegio: las ausencias de clase, el porro en el baño, la adulteración
de firmas, en fin. Yo veía que se ponía colorado, sonreía, pero no decía nada. Creí entonces,
torpemente claro está, que él era mi mejor amigo. Sin embargo, un día tuvimos una pelea, ya no me
acuerdo porque y empezó a echarme en cara todas las cosas que yo le había contado. No le dije
nada, baje la cabeza y me juré que nunca jamás, volvería a confiar en él. Tendría que ser yo
demasiado… para ir a contarle lo que hago, si después lo va a usar en mi contra”.
¿Ya vamos entendiendo a qué me refiero que eso de ser “amigo de los hijos” es una estrategia
hipócrita y deshonesta de contrainteligencia para saber en que andan ellos?
Como se puede ver, el exquisito botín de asalto detrás del cual vamos es la confianza: queremos
que nuestros hijos confíen en nosotros y nos cuenten todo. Vayamos colocando el polo a tierra, primero,
nunca nos contarán todo y tampoco tendrían por qué hacerlo. Esto porque dentro de nosotros existe un
[23]
espacio al que llamamos intimidad y privacidad, al cual sólo Dios puede entrar. Y que sea la oportunidad de
aclarar que no porque algo sea íntimo, privado o no queramos compartir, obligatoriamente equivalga a que
sea algo malo, perverso, inmoral o similar. Es simplemente eso: algo íntimo y personal.
Cuarto. Podemos tener una relación de confianza con nuestros hijos sin tener que renunciar o
sacrificar la autoridad. Esto es una buena noticia, la mala es que dicha relación no comienza a cultivarse
cuando ellos son adolescentes, sino desde mucho tiempo atrás. Conquistar y conservar a la novia que hoy
es nuestra esposa, eso tomó tiempo; lograr que un cliente empezara a generar una buena facturación, eso
tomó tiempo; conseguir descuento en la serviteca o lograr que don ʻChuchoʼ -el tendero de la esquina- nos
fiara, también tomo tiempo. Pero, ¿el mérito es el simple transcurrir del tiempo? Definitivamente no. Fue en
ese tiempo que se cultivó una relación de confianza, ni más ni menos. ¿Y qué significa que depositen
confianza en nosotros? Significa que vamos a responder de forma tal, que cumpliremos unas expectativas
favorables que se han construido alrededor nuestro. Ahora bien, si en todas estas relaciones, construir
confianza toma tiempo, ¿por qué le vamos a pedir a nuestro hijo que confie en nosotros si no hemos
invertido tiempo con ellos? Recordemos que el tiempo de calidad, implica cantidad.
Quinto. Autoridad y confianza son condiciones compatibles. La autoridad tiene dos grandes
funciones: vigilar y corregir por una parte, pero también, cuidar y proteger. Y aun cuando no lo creamos, por
autosuficientes, atrevidos, intrépidos y osados que puedan parecer a veces nuestros hijos, en el fondo
siempre están esperando el respaldo y la aprobación de nuestra parte. Ese respaldo sólo puede provenir de la
función protectora y cuidadora de la autoridad. Lamentablemente, existen muchos mensajes en nuestra
sociedad y algunos recuerdos mal sanos dentro de nuestra genética cultural que nos lleva a disociar la
confianza de la autoridad, ésto tiene un efecto terriblemente desamparador. O démosle vuelta a las palabras:
es importante construir una imagen -respaldada en hechos, obviamente- de autoridad confiable, porque ésta
inspira protección.
Sexto. Que seamos una autoridad confiable, no debe mal interpretarse como que vamos a eliminar
reglas, sanciones, castigos o correctivos, o que vamos a inundar a nuestros hijos con halagos inmerecidos o
premios desproporcionados. Es decir, convertirnos en unos “papás bacanes”, que no es otra cosa que una
versión ramplona y desaliñada del “ser amigos de nuestros hijos”. Lo profundizaremos más adelante, pero
[24]
podemos dar unos adelantos: Para ser padres y madres confiables debemos ser claros, justos y firmes.
Dicho en otras palabras: Nuestros hijos deben saber qué esperamos de ellos y a qué deben atenerse, pero,
sobre todo, deben saberlo antes de que sucedan las cosas. Ser justos implica que no vamos a castigar o
premiar desproporcionadamente, en exceso o en defecto. Por último, ser firmes significa que aquello que
prometemos lo cumplimos. Dicho lo anterior, cabe una anotación al margen: Antes de hablar para prometer
un premio o advertir sobre un castigo, pensemos si realmente estamos dispuestos a llevarlo a cabo. De no
ser así, calladitos nos vemos más bonitos, entiéndase mejor, callemos. No pretendamos ser apostadores de
póker y cañar con nuestros hijos, ellos son mejores jugadores que nosotros.
Ya para finalizar, aliento a los padres y a las madres a que si en el día de hoy consideran que no hay
una confianza suficiente con sus hijos, comiencen ya mismo a cultivar esa relación, pero sin entrar a
negociar con su autoridad. Lo que ya no se hizo, pues ni modo. Importa es lo que el futuro pueda devenir. Y
todo, porque la confianza es el elemento que permite la lubricación de las relaciones. Sería muy triste y
doloroso que tengamos confianza con muchas personas por fuera de casa, pero ninguna con aquellos seres
a quienes decimos amar tanto: nuestros hijos.
Será frase trillada y de cajón, pero no por ello, pierde su validez: nunca es tarde para comenzar.
[25]
“La autoridad debe inspirar respeto y no miedo”
Estoy agotando las reservas de hierbitas aromáticas de mi huerta casera, porque los temas a abordar
son un tanto “sensibles” y este sí que lo es. Aclaro, todas las plantas terminan en una tizana, nada se fuma.
No intento ni pretendo ofender a nadie. Entonces, me iré lanza en ristre contra LAS IDEAS, no contra LAS
PERSONAS. Aclarado esto, procedamos.
Debo reconocer que yo era partidario de la idea “La autoridad debe inspirar respeto y no
miedo”. Muy a mí pesar, la contundencia de la realidad – cualquier cosa que ella signifique-
obligadamente me llevó a reconsiderar la validez de dicha afirmación. ¿Pero por qué? Por una razón muy
simple y sencilla: el mundo nunca ha funcionado así. Si revisamos la evolución histórica, esta idea chocaría
[26]
por parecer tradicionalista, es decir, debería fluir no por la historia sino por la evolución. Sin embargo, así
como en la historia hay variables, también se identifican algunas constantes. Y aquí es en donde nos
encontramos una de ellas. En diferentes tiempos y en distintas culturas, nunca se ha registrado un caso en
donde la obediencia a la autoridad haya estado movida exclusivamente por el respeto. El miedo o temor,
siempre ha estado incrustado como un elemento “motivador” del acatamiento de la norma, puede sonar
antipático, pero es verídico.
Para aquellas personas con una fuerte tendencia al romanticismo idealista que intentan educar a sus
hijos bajo premisas falaces, apoyados en un concepto distorsionado de la democracia, la pluralidad, la
inclusión, la participación y la negociación, realmente lo que están consiguiendo es socavar y mermar su
propia autoridad. Les están dando a sus hijos unas responsabilidades para las cuales aún no están lo
suficientemente preparados, la responsabilidad es mucho más grande a la capacidad que ellos naturalmente
pueden asumir por su momento evolutivo. Dicho de otra forma, a los menores de edad les damos el trato de
un adulto, sin que realmente lo sean. Ahora, tener una cédula, desde una perspectiva psicológica, no hace
adulto a nadie, lo hace mayor de edad a la luz de la ley, lo que es un asunto totalmente diferente a la
verdadera demanda que hace la vida misma de los que es un adulto. La biología dirá que un adulto es aquel
organismo que cumple con los siguientes cuatro criterios: es capaz de defenderse, conseguir su propio
alimento, procrear y cuidar de sus crías, y sin embargo, hay muchos mayores de edad, que lo único que son
capaces de hacer es procrear, nada más ¡y tienen cédula!
Entonces, esperar que el reconocimiento de la autoridad esté solamente fundamentado en el respeto,
descartando cualquier micro dosis de temor, es tener una expectativa demasiado alta en el desarrollo moral
del individuo en cuestión. Siendo explícito: Kohlberg propone en su teoría, dos extremos entre los cuales se
lleva a cabo el desarrollo moral (Kohlberg, 1984). Partimos de la heteronomía para llegar al máximo deseable
que es la autonomía. Y sí, es en la heteronomía en donde se asocia la obediencia con el castigo. En la
autonomía, la obediencia está asociada con la convicción y el correcto discernimiento. Pero aquí es en
cuando las cosas se ponen antipáticas: ¿Es lógico y sensato pedirle a un niño o a un adolescente el
desempeño de una persona autónoma cuando no lo es? Precisamente están en proceso de desarrollo y
formación, por lo tanto, así lo queramos, no podemos prescindir de tajo del ingrediente intimidatorio que
puedan investir a la autoridad.
[27]
Si hay una forma para que un niño no le tema a su padre: qué este no lo castigue ni lo sancione
nunca. Y para que esto ocurra, sólo hay dos caminos: primero, que el niño JAMÁS haga algo merecedor de
sanción o castigo. ¿Es esto posible? El otro camino, es que a pesar de que el niño haga algo merecedor de
una corrección, castigo o reprimenda, que el padre prescinda de la corrección. Así, entramos en el mundo de
las paradojas: Evitamos el castigo, para que nuestro hijo no nos tema y asegurarnos su afecto hacia
nosotros y, sobre todo, nos tenga respeto. Sin embargo, lo que ocurre en el tiempo y la distancia es que el
niño, se hará grande y una vez allí, no sólo no nos temerá, sino que tampoco nos respetará.
A veces los adultos olvidamos el objetivo: Las funciones de la autoridad son castigar y corregir por
un lado, pero también, cuidar y proteger. Debemos ser guías y a la vez también debemos tirar de las orejas
cuando esto sea necesario. Que nos teman, respeten o ambas, no es el objetivo a conseguir. Estos serán
efectos secundarios y colaterales a la forma como se ejerza la autoridad. Pero, por estar debatiéndonos en el
falso dilema entre el temor y el respeto… olvidamos el objetivo central.
Por otro lado, con otro brochazo de contundente realismo, partimos de la idea de que nuestros hijos
tienen limitaciones cognitivas –naturales a su momento de desarrollo- y no se dan cuenta de lo que ocurre a
su alrededor. Ahí las cosas se nos complican seriamente: Tenemos la expectativa que ellos sean lo
suficientemente autónomos, para que no tengamos que recurrir a la sanción, para que no nos teman. Pero,
¿Por qué han instalado tantas cámaras de vigilancia? ¿Por qué han endurecido las penas para los
conductores ebrios? ¿Por qué algunos legisladores se hacen los de las vista gorda y ni siquiera leen los
términos de referencia de un proyecto que promueve la impunidad parlamentaria? ¿Por qué hay quienes se
roban el rollo de papel higiénico en las oficinas? ¿Por qué a quien se roba un caldo de gallina, la ley le cae
con todo su peso, y a los otros…? Definitivamente estas no son muestras de autonomía.
Recuerdo hace muchos años como un columnista de un reconocido diario mencionaba que era
increíble la fantástica transformación que muchas personas experimentaban con sólo tomar un vuelo aéreo:
estando acá, en Colombia, no tenían el más mínimo inconveniente en tirar basura a la calle por la ventanilla
del carro o hacer un cruce prohibido, pero, estando en Miami eran incapaces de tomar semejantes riesgos.
Es decir, ¿al pisar tierra norteamericana las personas se vuelven autónomas? Para nada. La respuesta que
nos aportaba este editorialista era más… triste. Estos personajes saben perfectamente que más se
[28]
demorarían en hacer un cruce prohibido o tirar basura en la calle, a que un policía llegara. Y lo contundente
es que esa pequeña contravención en E.E.U.U. sí trae consecuencias. Sí, el mensaje entre líneas es que la
autoridad y la justicia en nuestro país están socavadas, derruidas, lastimadas y minadas. Y si hacemos lo
mismo en nuestros hogares… ¿Por qué las cosas tendrían que ser de otra forma?
Para aquellos partidarios del respeto a la autoridad prescindiendo del miedo, les hago la siguiente
propuesta: Si llegan a sacar una fuerte suma de dinero en efectivo del banco, soliciten como escolta a cuatro
auxiliares de policía. Como todos sabemos, ellos no poseen armas de fuego, sólo tienen su uniforme
representativo de la autoridad. Eso deberá ser suficiente para inspirar respeto… y persuadir a los maleantes
que apetecen su dinero. Si tan convencidos están de dicha idea, lo coherente sería proceder de la manera
anterior ¿O no?
Bien, con la reflexión anterior, ahora, recordemos algunos básicos sobre la autoridad que no son
definidos por la psicología:
1. La autoridad debe tener poder.
2. El poder implica la capacidad de modificar la conducta del otro.
3. La autoridad debe castigar.
4. La autoridad también debe proteger.
¿La autoridad cómo castigará o cómo protegerá si carece de poder? Eso es lo que significa pretender
que a la autoridad sólo se le respete y se elimine esa pequeña fracción de inspirar temor.
Reiteramos la idea: el objetivo central no es que nos teman o nos respeten, esos son efectos
secundarios al ejercicio de la autoridad.
Para ser “hipersintético” con la propuesta de Kohlberg diremos que se inicia obedeciendo a fuentes
externas ya sea por temor (heteronomía) para terminar obedeciendo a mandatos internos o por convicción
(autonomía). Lo interesante es que siempre terminaremos obedeciendo, así sea a nosotros mismos.
Obsérvese que el temor, es secundario
[29]
Entonces, la paradoja que surge al respecto sería: si realmente queremos que nuestros hijos lleguen a
ser personas autónomas y responsables, deben primero aprender a tener una sana obediencia, para que
luego sepan mandar de manera justa y honesta. Si en ese proceso de aprendizaje, hay algunas dosis de
temor, sin causar daño, les será beneficioso.
“Hay que negociar con los hijos”
Hemos de ser francos: cada vez nos asusta más la dirección que van tomando las ideas acerca de la
educación de los niños, las niñas y los adolescentes. En esta ocasión y de manera excepcional, habrá ciertas
incursiones en temas de economía y geopolítica. Nos da un poco de temor, pero adelante.
Primero, nos enmarcamos en una colección inagotable de derechos, pero hemos olvidado, de
manera altamente conveniente la contraparte que son los deberes. En entrevista hecha al exprocurador de la
Infancia, Aroldo Quiroz, mencionaba como las cifras de menores infractores han subido en Colombia de 56
[30]
por cada 100.000 menores en los años 80 a 1.032 en el año 2.000. Quiroz aducía que parte de la
explicación de estos cambios tan dramáticos tenía su origen, en parte, en causas económicas como “…la
pobreza, la desigualdad, el no acceder a la educación y la violencia intrafamiliar que, en muchas ocasiones,
expulsa a los menores y terminan vinculados al delito” (El Tiempo, 1 sept, 2012). Son muchas causas y
cada una de ellas bastante complejas, sin embargo, cada vez es más frecuente en nuestro contexto la
desestructuración normativa que se traduce en pérdida de la autoridad y creámoslo o no “Hay que negociar
con los hijos” es una idea que contiene la semilla de la anomia.
Segundo, debemos acudir a consultar con cualquier experto en negociación y nos dirá sin equívoco
alguno lo siguiente: para que exista negociación entre dos partes, debe existir una relativa igualdad de poder,
o al menos, la mutua percepción de ello. ¿Entendemos ahora por qué los grupos insurgentes antes de
sentarse a la mesa de negociación hacen despliegue de fuerza y poder con unos cuantos atentados? Si no
hay igualdad en el poder, aquel que lo ostente en mayor cuantía está en posición de poner condiciones y así
lo hace. ¿Ya se entiende por qué algunos gobiernos adoptan algunas políticas claramente inconvenientes y
cuestionables para acceder a un préstamo del FMI o del BID? Ya decía Robert Kiyosaki: “La regla de oro es:
El que posee el oro hace las reglas”. Podemos o no estar de acuerdo con la anterior afirmación, igual,
nuestra opinión poco o nada cuenta, simplemente es así.
Tercero, los niños y los jóvenes supuestamente pueden negociar con sus padres. Pero ¿Acaso
pueden hacerlo en el colegio, la universidad o el trabajo? Ups, pareciera que en ninguno de estos terrenos
hay posibilidad. Miento… en los colegios cada vez es más frecuente, porque los manuales de convivencia se
están volviendo adorno y letra muerta… “porque hay que negociar con los estudiantes”.
Es así que, emprendemos una furiosa, contundente e irracional crítica hacia los jóvenes, acusándolos
de cualquier cantidad de cosas: desobedientes, rebeldes, vagos, irresponsables, groseros, patanes,
atrevidos, indolentes, inmorales, superficiales, incultos, irreflexivos, impulsivos, soeces, guaches, engreídos,
soberbios, mentirosos, petulantes, embaucadores, manipuladores, fatuos, vulgares y… yo no sé qué otras
cosas. Pues obvio, ¿Qué otra cosa podrían ser si nosotros, los adultos, nos pusimos a negociar con ellos la
puntualidad, la honradez, la perseverancia, la solidaridad, el respeto, la diligencia, la franqueza, la sinceridad,
la disciplina, la rectitud, la integridad, la lealtad, la honestidad y… ¿Se nos olvida algo? ¡Hemos sido tan
astutos los adultos, que pusimos en juego lo que por definición es innegociable: principios y valores!
[31]
Entonces, la próxima vez que veamos a un joven menor de edad “echando boxer”; fumando
cigarrillo; robando en una tienda; diciéndole “perra” a su compañera de colegio; con una expansión de 5 cms
en la oreja; con piearcing en el ombligo y en la ceja; vendiendo los libros para comprar trago; “entre
piernados” contra un carro y dando espectáculo; blasfemando y diciendo groserías a granel… no los
juzguemos y más bien empecemos a buscar responsables. No se extrañen si se encuentran con adultos que
se sentaron a negociar con ellos en un mal entendido sentido de democracia, participación e inclusión.
Algunas preguntas aparentemente ilógicas: A) ¿Negociaremos con una persona que tiene
esquizofrenia crónica si se va a tomar su medicamento antipsicótico y le consultaremos a él en que colegio
vamos a matricular a nuestros hijos? B) ¿Negociaremos con un anciano declarado interdicto a causa de su
demencia senil y le preguntaremos en que vamos a invertir el dinero resultante de la venta de unas acciones?
C) ¿Negociaremos con un asesino declarado inimputable y le preguntaremos si su medida cautelar es la
privación de la libertad en medio cerrado o en su residencia? D) ¿Negociaremos con una persona con una
severa limitación cognitiva producto de un daño cerebral y buscaremos su opinión para decidir por quién
vamos a votar en las próximas elecciones? –Bueno, al parecer muchos lo han hecho y se han dejado guiar
por ellos-. ¿Qué es lo que tienen en común todas estas personas? Pues que así decidan, no se considera
que estén en condiciones de hacerse responsables de sus decisiones y debe ser otra persona quien se haga
cargo, o al menos, así reza la ley. Pero, existe alguien que nos falta aún: los menores de edad. ¡Ya
entendemos por qué es un acto demencial, irresponsable, negligente y torpemente ingenuo, sentarse a
negociar con alguien que por definición no tiene capacidad de hacerse responsable de las decisiones que
tome!
Para los menores de edad es cómodo y conveniente (en el corto plazo) que les abramos las puertas
a derechos y premios de los mayores de edad y siendo excluidos de los deberes y castigos de los mismos.
Eso no es vida… ¡Es una super vida! Pero… semejante fantasía sólo es posible en el mundo de Walt Disney,
en la vida real las cosas no funcionan así, operan de una manera muy diferente. Lo más dramático es que
cuando les llega supuestamente el momento de asumirse como adultos… no logran serlo porque nadie los
preparó para ello y les toca tomar un curso acelerado que, en ocasiones, les implicará asumir algunas
equivocaciones dolorosas, lastimosas y vergonzosas. Y sí, ya son ellos los que tendrán que asumir, porque
padres, maestros, defensores de familia, jueces y policía, ya no les corresponde hacerlo.
[32]
Precisando algunas cosas antes de finalizar: negociar, NO; escucharlos y saber sus opiniones, Sí.
Negociar implica que ambas partes tienen poder de decisión y asumen las consecuencias que ellas traigan
consigo. Si un adulto y un menor de edad están en posiciones de diferencia de poder y capacidad, por
simple definición, no puede haber negociación.
La comunicación clara, abierta, honesta y oportuna siempre debe estar a la orden del día con los
niños, niñas y jóvenes. Es un bien invaluable y debemos invertir en ello todo el tiempo que nos sea posible,
pero no debemos confundir la existencia de una buena comunicación, con la posibilidad de negociación. Los
menores de edad tendrán voz, pero no voto. Nunca debemos olvidar esto, porque los responsables de su
bienestar, seguridad y protección somos nosotros los adultos y no someteremos a su juicio que está en
construcción decisiones que tienen tanto en riesgo: nada más y nada menos que su felicidad.
[33]
¡Este muchacho no sirve para nada!
Muy coloquial la frase y por lo mismo, nos hemos insensibilizado al trasfondo que esta conlleva.
Habíamos dicho anteriormente que cuando un joven de 16 y 17 años llega a la consulta diciendo “Doctor, lo
que sucede es que me siento como un inútil, que no sirvo para nada”, lo más prudente era no contradecirlo,
porque probablemente podría tener razón. Duro, pero cruelmente cierto en no pocos casos.
Ahora bien, ¿por qué este joven llega a esta conclusión? La respuesta apunta en la dirección de los
adultos. Y esto se debe a que le negamos la oportunidad de ser servicial, atento, presto a ayudar a otros e
interesarse genuinamente por el bienestar de los demás. Erróneamente, cuando eran bebes los adultos les
hacíamos todas las cosas, porque eran pequeños. Luego, fueron creciendo y les seguíamos haciendo las
cosas, porque su única responsabilidad era estudiar. Más adelante, les seguíamos haciendo las cosas,
porque ellos no tenían tiempo entre las tareas, las clases de inglés y natación, la nivelación de matemáticas y
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la preparación de la presentación del coro. Incluso, tampoco les queda tiempo para divertirse. Y si de
diversión o esparcimiento se tratara, vía computador o a través del teléfono inteligente –que nosotros le
compramos- se conectan horas y horas a Facebook, Twitter y otras más de las llamadas redes sociales.
Dentro de este escenario, lo extraño sería que tales jóvenes hubieran desarrollado algún sentido del servicio y
la atención a los demás: siempre había alguien que les hacía las cosas. Todo esto ocurre en hogares en
donde se confunden el amor con la complacencia. Incluso, algunos justifican que su hijo no haga nada:
“Tenemos el suficiente dinero para pagar una empleada del servicio doméstico, ¿por qué incomodar al niño
con tales faenas?”. Si esto es así, posteriormente no tenemos oportunidad de quejarnos no solo de que sea
un inútil, sino también una persona con actitudes de indolencia y egoísmo.
En el otro extremo, existe otra vertiente más dolorosa y es cuando la frase proviene de un padre o
una madre descalificadores y humillantes. Puede tratarse de una jovencita que efectivamente ayuda y
colabora con las labores de la casa y además, atiende su estudio. Y todas las tareas asignadas las hace bien.
Sin embargo, esta madre nunca está satisfecha, porque según ella, las cosas siempre están mal hechas:
“Mire, ahí le quedó sucio; esta cocina huele inmundo, no limpió bien; se le hizo tarde arreglando la sala;
¿los baños ya están aseados?; oiga, es que nos es capaz de hacer nada correctamente?” Esta joven, a
pesar de tener la evidencia frente a sus ojos, poco a poco empieza a creer que efectivamente no hace las
cosas adecuadamente. Lentamente, empieza a desarrollar un incómodo sentimiento de inseguridad y a poner
en duda los resultados de sus acciones. Va desarrollando un sentido de auto exigencia desmedido que unido
a una falta de auto gratificación, lleva a la persona al único camino que se puede llegar: la depresión.
La justificación de algunos de estos padres es que si se les se hacen halagos y reconocimientos a
los hijos, estos se tornaran vanidosos, engreídos y perezosos. Nada más alejado de la realidad. Ignoran que
los seres humanos necesitamos del reconocimiento de los demás y esto es resultado de nuestra naturaleza
social. Si se le pregunta a cualquier persona desprevenidamente, cuál cree que es la principal motivación
frente al trabajo, la mayoría respondería que el dinero o la remuneración. Efectivamente, es el monto del
salario una motivación, pero no es la primera. Le compiten otras dos: sentir que su labor tiene un sentido o
propósito y el reconocimiento. Por ejemplo, cuando en una empresa dedicada al ramo de los seguros, se
hacen concursos en el departamento comercial, obviamente hay un jugoso bono como premio. Pero, más
importante que el bono, es aparecer en la revista interna de la empresa o pasar al frente de la tarima en la
[35]
fiesta de final de año, es decir, el reconocimiento. ¿Acaso qué son los premios Nobel? No son otra cosa que
un gesto de reconocimiento. ¿O que es un Doctorado Honoris Causa? Otra forma de reconocimiento. Y para
ponerlo en el contexto de la realidad. Bill Gates, quien ha ostentado el lugar de ser el hombre más rico del
mundo, casualmente, recibió en el año 2007 un el Doctorado Honoris Causa de aquella universidad de la
cual desertó: Harvard. Sin embargo, él se ha empeñado en ser reconocido por otra cosa diferente a la
cantidad de dinero que posee: ser el benefactor más grande que ha tenido a la fecha, la lucha contra el SIDA.
Él aparece en los Guinness Records por esta razón. Y no se ha detenido allí. Él promueve una campaña para
que los hombres y mujeres más ricos de Estados Unidos donen la mitad de sus fortunas a obras de
beneficencia. Algunos lo han escuchado, a otros les parece una acción ridícula. Queda en evidencia, que a
pesar de tener cantidades nada despreciables de dinero, no es este el mayor motivador de uno de los más
grandes empresarios que ha conocido nuestro tiempo.
Recordando la historia, si en un momento determinado Dale Carnegie y John D. Rockefeller
emprendieron una “guerra” por ser el hombre más acaudalado en su tiempo, después su lucha se centró en
otra área: el reconocimiento por sus donaciones, es decir, en quien daba más dinero. Rockellefer dejó la
fundación que lleva su nombre y que existe aún hoy en día. Carnegie se dedicó a construir bibliotecas a lo
largo y ancho de los Estados Unidos, que obviamente, llevan su nombre. En Colombia, tenemos la Biblioteca
Julio Mario Santo Domingo. ¿Hay algo más importante que el dinero? Muchas y entre ellas está el
reconocimiento.
Entonces, si bien excluir a nuestros hijos del desarrollo de actividades dentro de la casa puede ser
perjudicial, la falta de reconocimiento también lo es. Y fijémonos, dar reconocimiento es gratis, no hacerlo,
puede llegar a ser muy costoso.
Encuentre en el placer de ser su padre, madre o cuidador el ejemplo de lo que se
puede llegar a ser con dignidad, trabajo y esfuerzo personal. En otras palabras: muéstrele con el
ejemplo.
[36]
La estructuración de las normas y los límites
Una vez analizadas la que hemos llamados “ideas que corroen los procesos de crianza”, lo más
aconsejado es mostrar algunas sugerencias y líneas de acción para corregir o reconducir algunos procesos
que de pronto no se están llevando de la manera más conveniente.
Para ello, es importante brindarle al lector los argumentos y algunos datos de evidencia empírica que
avalan y justifican dicha toma de posición.
Recapitulando, al hacer la descripción de los estilos parentales de crianza, se observa como el
manejo de la autoridad y la expresión de afectividad ayudan a definir las diferentes opciones. Se reconoce
que el llamado estilo autoritativo o de padres-guía es el que más favorece el desarrollo óptimo de la vida
psicoafectiva de los hijos. Por lo mismo, es necesario hacer mayor precisión en los elementos que
[37]
caracterizan dicho estilo. Así, existen tres elementos fundamentales en el correcto ejercicio de la sana
autoridad: la claridad, la firmeza y la justicia. Veámoslos entonces.
La claridad normativa.
La claridad normativa significa que las normas, las reglas, los límites, los premios, los castigos, los
permisos, los privilegios y las restricciones deben estar establecidos con detalle, exactitud y precisión, es
decir, deben ser claros. ¡Y sobre todo, se deben definir ANTES de cualquier cosa!
Vemos que las normas están presentes en todos los ámbitos de la vida cotidiana, por ejemplo, en los
contratos laborales, en el manual de convivencia del colegio, en los contratos por la prestación de servicios
como la telefonía celular, etc. Dentro de las llamadas “tribus urbanas”, existen códigos muy claros y están
explícitamente mencionados con relación a la forma de vestir, de hablar, la posición política, los sitios
permitidos o prohibidos para sus miembros. Si en cualquier organización social hay dicha claridad ¿Por qué
en familia tendría que ser la excepción?
Por esto, es supremamente peligroso asumir que las normas existen y son claras, es mejor ser
explícitos en su presentación, ya que para el desarrollo de los niños y de los jóvenes dicha claridad es vital,
pues les ayuda a predecir hechos y situaciones (Aja, 2010), además, también ayuda a saber cuáles son las
expectativas que los padres tienen frente a ellos.
La firmeza en los mandatos.
Este aspecto se refiere a ser consistente en el mantenimiento de las reglas y evitar al máximo las
llamadas “excepciones” reiteradas, terceras o cuartas “segundas oportunidades”, o “la próxima vez…”. En
ocasiones la firmeza es confundida con la rudeza, con el maltrato, con la grosería o, incluso, con la falta de
respeto. Nada más alejado de la realidad: una cosa es ser firme y otra cosa es ser patán, así se puede ser
muy firme sin perder la compostura o tener que recurrir a gritos o acciones agresivas. La ira o el enfado
como emociones conductoras en el momento de corregir a los hijos no son las más aconsejables: “Los
padres tienen que entender que la autoridad, la firmeza y la coherencia son actitudes educativas
[38]
imprescindibles y que es desaconsejable abusar del castigo, formular juicios negativos sobre niño o caer en
explosiones de violencia” (Vicario, 2006).
Claro que la firmeza cumple con dos objetivos. Primero, protege la credibilidad de la figura de
autoridad y, segundo, ayuda a dar elementos de predicción a los niños y jóvenes. Es por eso, que los padres
y las madres SIEMPRE deben tener absoluta claridad cuando están dispuestos a cumplir cierto tipo de
sanciones o de premios y de esta forma evitar que dichas sanciones o premios sean desproporcionados o
excesivos, pues, el manejo de las reglas no es un juego de póker en donde se recurre a “cañar” con el
contrincante: en la firmeza de los mandatos no hay cartas ocultas, todas están puestas sobre la mesa.
Cuando se actúa firmemente de manera sistemática, se evita que los adolescentes tengan la terrible
tentación de estarnos probando, ya que, ellos son por excelencia, calculadores de los límites.
El sentido de justicia.
Debemos reconocer que con frecuencia los adultos fallamos en ejercer el sentido de justicia dado
que se es injusto cuando se premia o se castiga, sea en exceso o cuando se deja de hacerlo. Se es justo,
cuando hay un adecuado sentido de las proporciones entre aquello que se hace y lo que se obtiene a cambio
(Aja, 2006). Se es justo cuando la norma es aplicativa para todos los miembros del grupo, no sólo para
algunos. Se actúa de manera injusta cuando la consecuencia que genera una acción es excesivamente
drástica. Por ejemplo, cuando algunos padres amenazan a sus hijos con expulsarlos de la casa si cometen
una determinada acción que, obviamente, no es merecedora de tal medida. Lo anterior no justifica caer en el
otro extremo, en el cual no importa lo que haga o deje de hacer el joven y nunca hay consecuencias que
asumir. En este caso también se está actuando con injusticia.
Es esta la oportunidad de clarificar un punto que en ocasiones se debate mucho en los entornos de
padres, madres y cuidadores: Los premios para los hijos. Algunas posiciones afirman que los niños y los
jóvenes deben hacer lo que deben hacer, porque esa es precisamente su obligación o su deber. Nadie
discute que las obligaciones tienen como propósito su cumplimiento y pudiera parecer ilógico que haya que
premiar su ejecución: “Si le andas premiando todo, lo acostumbras a que sea interesado y siempre hará las
cosas esperando algo a cambio” o al menos, ese es el rasero que les aplicamos a los niños y a los jóvenes.
¿Acaso somos los adultos congruentes con ello? Definitivamente no: Los altos directivos de las grandes
[39]
corporaciones, al final del año, están esperando jugosos bonos por el cumplimiento de las metas, de la
gestión y del crecimiento de las utilidades de la empresa. ¿Acaso no era ese su deber? Y es interesante
como jugamos con el lenguaje: en el caso de los altos directivos, ya no hablamos de “premios” sino de
“incentivos”. ¿Y qué es acaso lo que se está incentivando?
Debemos ser claros: los seres humanos siempre nos movemos por “algo”, nunca lo hacemos gratis,
este “algo” puede ser dinero, reconocimiento, sexo, prestigio, comida, posición, agua, agradecimiento o
deuda. Aclaramos que la satisfacción personal, también está incluida como motivador, pero definitivamente
no es la única. Entonces, no estamos diciendo que tienes que pagarle dinero a tu hijo para que arregle su
cuarto, esa es su obligación, pero sí podemos hacerle el reconocimiento o considerarlo como un punto a
favor para una nueva adquisición de privilegios a futuro.
El último punto que hay que mencionar con respecto al sentido de la justicia, es que la semilla de la
rebeldía es precisamente la injusticia y si asumimos como cierto que los adolescentes tienen una natural y
espontánea tendencia al cuestionamiento, entonces, actuar con injusticia sería favorecer la rebeldía.
Vale recordar que el objetivo del ejercicio firme, claro y justo de la autoridad, no se debe traducir en la
creación de sujetos sumisos, temerosos y heterónomos. Todo lo contrario: para saber mandar, primero hay
que saber obedecer y la obediencia es el primer escalón en el camino de la autonomía. “La forma óptima de
desarrollo se encontraría en un ejercicio del autocontrol asociado a normas y reglas claras dentro del
contexto social en el que se ejercita la conducta” (Fernández y Secades, 2010); “Establecer normas es una
base necesaria para dar al niño mayor autonomía y libertad. En el momento en que los hijos son
conscientes de que ante una norma tienen suficiente libertad para ajustarse a ella o incumplirla, van
introduciendo la capacidad de TOMAR DECISIONES que les afectan, lo cual lleva consigo, una elección de
las consecuencias prefijadas” (Gutiérrez, Casillas, Díaz y López, 2004).
¿Qué hacer?
La disciplina y la obediencia deben estar basadas en la convicción más que en el miedo. Nuestro objetivo
es brindarles las herramientas necesarias para el desarrollo y la estructuración de los esquemas éticos y
morales que nos permitirán promover la autonomía y la autorregulación en nuestros niños, niñas y jóvenes.
[40]
No obstante, hay que tener precisión en esto: Para ser autónomos primero hay que saber obedecer, para un
día saber liderar y mandar de manera honesta, justa y ecuánime.
Veamos entonces los principios:
Las reglas y límites deben estar predefinidos: Cuando celebramos un contrato, del orden que sea, los
términos de referencia están pactados desde el comienzo. En el mismo sentido, el manual de
convivencia del colegio está definido antes de iniciar el año y tenemos una Constitución Política que nos
rige con parámetros ya instituidos. Si esto es así de claro, ¿Por qué no habrá de serlo en el seno de
nuestro hogar? Los padres y madres en ocasiones fallamos porque no tenemos claridad acerca de
cuáles son los comportamientos que esperamos de nuestros hijos y si no es claro para nosotros, mucho
menos para ellos.
Tener definidas las reglas con antelación es importante porque les confiere seguridad a los niños en tanto
que tienen parámetros de predicción. Si ellos saben con anticipación los límites y las consecuencias de
sus actuaciones, no habrá tanto espacio para sorpresas desagradables.
A los niños nunca se les ruega: Es aceptable dar una orden una primera vez, a modo de advertencia y
una segunda como recordatorio, pero en el momento en que tenemos que repetir tres o más veces, les
estamos rogando y por ende, faltando a la primera propiedad que debe tener la obediencia.
Al rogarle a un niño, el mensaje encubierto que le estamos transmitiendo es que él es quien manda y no
nosotros. Sin quererlo, nos estamos auto desautorizando e imponiéndole al niño una responsabilidad
más grande a su propia capacidad de respuesta (Aja Eslava, 2006).
Las figuras de autoridad se respaldan: Dicho de otra manera, el padre nunca debe desautorizar a la
madre o viceversa. Esto aplica incluso si padre y madre están divorciados y se hace extensivo a todas
las figuras de autoridad, es decir, los padres deben respaldar al colegio y el colegio hacer lo mismo con
los padres (Becoña, 2002). En su defecto, jamás se debe discutir frente a los niño/as y jóvenes cuando
surgen diferencias radicales de opinión o criterio. Las diferencias los adultos las resuelven y concilian en
ausencia de los menores de edad.
[41]
Efectivamente, pueden haber desacuerdos y diferencias, pero éstas se deben arreglar sin el conocimiento
de los hijos, de manera que ellos siempre perciban un sólo bloque de autoridad con el fin de mantener la
unidad de mando. Suena muy militar, es cierto, pero no por ello es menos válido.
Algunas de las consecuencias cuando hay desautorización entre las partes son, por un lado, se abre la
posibilidad de que se formen alianzas insanas entre padres/madres e hijo/as, generando una autoridad
que se sustenta en la fantasía y otra que se encubre, a corto plazo, esta situación puede ser ventajosa
para los hijos, porque fácilmente pueden ver hechos realidad algunos de sus deseos. Pero a largo plazo,
puede implicar el quebrantamiento de la confianza y la credibilidad con alguno de los progenitores. Por
otro lado, crea en los niños un clima de incertidumbre e inseguridad, ya que la autoridad, además de
infundir temor debe también comunicar la sensación de protección, pues, las figuras de autoridad
debilitadas no proveen seguridad.
Estar dispuestos a cumplir: Lo que se promete se cumple, sea un premio o un castigo (Pérez Gómez,
2013; Stoppa, 2002). Este principio rector es supremamente importante porque en él se edifica nuestra
credibilidad y por lo tanto, la confianza, así, esto implica cautela y sabiduría en el momento de
comprometernos.
Amenazar como método de persuasión, pero en el fondo no estar dispuestos a cumplir es
supremamente peligroso y si se tienen adolescentes, ellos estarán midiendo constantemente los
alcances de la autoridad y en el momento en que la ven flaquear, se aprovecharán para manipularla. Por
lo tanto, antes de ir a los extremos de prometer cosas que claramente sabemos que son inviables, no
importa si es un premio o un castigo, recurramos a aguas aromáticas, nos calmamos y tomados
decisiones con sensatez y sabiduría, no guiados por ira, rabia, enojo o una gran exaltación.
Premios y castigos deben guardar un sentido de proporción: Este punto guarda íntima relación con el
mencionado previamente y la relevancia de este principio rector es sencillo: Se basa en la justicia, que es
lo que precisamente le estamos enseñando y transmitiendo a nuestros hijos. Pero, cuando existe
desproporción en cualquier dimensión (exceso o defecto) y sentido (premio o castigo), creamos
confusión y aumentamos la impredictibilidad en los niños y jóvenes. Lo anterior porque no están
aprendiendo a tener una medida correcta del alcance de sus conductas: así como las consecuencias por
[42]
una de sus actuaciones pueden ser algo intrascendente, por otras pueden llegar a ser dolorosamente
lamentables (Aja Eslava, 2006). ¿Cómo saber cuándo la consecuencia será pasajera o de gran
implicación?
Consistencia: Si bien es cierto que los valores y los principios son innegociables, las reglas, premios y
castigos sí son susceptibles de cambio o modificación, pero en tanto que tengan una vigencia se deben
hacer cumplir siempre.
En ocasiones los padres y las madres pecamos por regular las normas de acuerdo con nuestro estado
de ánimo y este manejo es negativo: el niño, niña o joven debe hacerse merecedor de un premio o
castigo como consecuencia lógica y natural de sus actuaciones y decisiones, es decir, esto les confiere
la sensación de control, dependen de ellos conseguir una cosa o la otra. Pero si, por el contrario, es por
nuestro ataque de úlcera o por el aumento de sueldo que recibimos ese día, lo que determina conferir un
premio o castigo, con evidente claridad el mensaje que le transmitimos a los niños es que está por fuera
de su control alejarse de un castigo o acercarse a un premio y es el resultado de nuestro capricho y
arbitrariedad. Varios expertos también señalan que debemos mantener las reglas independientemente de
si se está pasando por un período de crisis o todo está transcurriendo en tranquilidad (Becoña, 2002). La importancia de la comunicación asertiva
Ya que hablamos ampliamente del componente normativo, ahora hay que mencionar el otro
componente que es el afectivo y para ello nos concentraremos en los procesos comunicativos, que son por
excelencia el principal camino de expresión del afecto.
Si bien la investigación alrededor del consumo de SPA también hace amplias menciones a la
importancia de la comunicación como mecanismo de vinculación dentro de la familia también se menciona
explícitamente cómo algunos programas de prevención actúan sobre variables mediadoras del consumo, una
de ellas es el incremento de la comunicación entre padres e hijos (Cid-Monckton y Pedrão, 2011; Gázquez,
García y Espada, 2009; Carcelén, Senabre, Morales y Romero, 2010). Y se menciona que la correcta –
asertiva- comunicación al igual que la expresión de afecto son factores protectores frente al consumo de
SPA: “Se encontraron factores protectores como demostraciones de afecto con los hijos, jugar y hablar con
[43]
ellos sobre lo que les gusta, comunicación fácil, toma de decisiones en pareja, adecuada flexibilidad durante
la educación familiar, y existencia de normas” (Arias y Ferriani, 2010).
De igual forma, Al-Halabi et al (2009) mencionan cómo existe un cierto grado de consenso entre de los
investigadores del tema del consumo de SPA al considerar cinco grandes factores de riesgo a nivel familiar:
Estilo educativo parental.
Presencia de conflictos familiares muy marcados.
Actitudes paternas favorables para el consumo.
Calidad de los vínculos afectivos entre padres e hijos.
Estilos de comunicación familiar.
Si bien, el estilo parental se menciona como un factor independiente de los vínculos afectivos,
recordemos que es la interacción entre el afecto y la normatividad lo que nos ayuda a entender la dinámica
de las pautas de crianza y en nuestro caso específico, un que, si bien un factor puede ser contenedor de
otro, es importante hacer mención explícita de la calidad de los lazos afectivos.
Con ello, al retomar los datos de investigaciones realizadas en nuestros contextos se examinó cuál fue el
comportamiento de los ítems específicos frente a la expresión de afectividad y a la manifestación de
comunicación. En la Tabla 02 se muestra la expresión de afecto por parte de la madre y por parte del padre,
diferenciados según la prevalencia de consumo tanto en la vida como en el último año. Nuevamente se
muestra cómo los puntajes más elevados se ubican en el grupo identificado como abstinente y así mismo,
en los grupos que reconocieron algún tipo de contacto con SPA ilegales los puntajes en afectividad por parte
de los progenitores son más bajos, de igual forma, se encontró que las madres son mucho más dadas a la
expresión afectiva que los padres.
[44]
Estos datos reafirman que los primeros elementos generadores de protección se gestan en el tipo de
relación que se va construyendo entre padres e hijos en el seno del hogar y, con ello, se corrobora la
descripción que previamente se había hecho sobre el estilo de crianza autoritativo, en el cuál las demandas
normativas así como las expresiones afectivas eran altas. Si se expresa de manera sencilla, podría afirmarse
que no es suficiente tener altos niveles de exigencia, se necesitan también altas dosis de expresión de afecto,
en este sentido, hay que evitar a toda costa la tendencia a la dicotomía “afecto O normatividad” e inclinarse
más a la conjunción “afecto Y normatividad”.
Tabla 02Manifestación de afecto por parte del padre y de la madre
4,35 4,04 3,76 4,19 3,82 3,692909 3343 1353 6007 1246 3521,06 1,13 1,27 1,12 1,20 1,334,40 4,24 4,04 4,30 4,14 4,05
4406 5535 2281 9443 2119 6601,04 1,06 1,14 1,06 1,09 1,14
XNS
Tu padrete muestraafecto
XNS
Tu madrete muestraafecto
AbstinentesSPA Legales
(A/T) SPA ilegales
TIPO DE CONSUMIDORES DESUSTANCIAS (Vida)
AbstinentesSPA Legales
(A/T) SPA ilegales
TIPO DE CONSUMIDORES DESUSTANCIAS (Año)
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