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Los Cuadernos de la Actualidad «ARCO 82»: Arco 82 rnm,,B APROXIMACION AL ARTE ACTUAL AR CON fEMORNFO FERIA INTRNACIONAL DE MADRID ,. '"'""'-' � , , �• •"* , , , �• ,m,.• ' '"-" e estaba haciendo mucha L falta a nuestro país un . acontecimiento como el que ha supuesto la orga- nización de la Feria In- teacional de Arte Contemporáneo que acaba de celebrarse en Madrid. Ni la riquísima tradición artística es- pola ni la reid ac de una generación de pintores de extraordi- naria cidad universmente reco- nocida, se corresponden con el vacío cultural que en España existe en el ámbito de la pintura. Por una parte, la información que aquí se tiene so- bre la creación plástica en el resto del mundo es mínima, y eso incluso a nivel de artistas, publicaciones y especialistas, lo que determina tam- bién la inexistencia de un mercado inteacional del te. Y por otra pte, lo que es sin duda más grave, las vanguardias artísticas (y me re- fiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen- tricidades que se descifican solas), no h llegado a ser comprendidas a nivel popular, precisamente también por fta de información suficiente y preparación adecuada. Así que «Arco 82» constituyó un acontecimiento muy positivo al que respondió con mucho interés el pue- blo de Madrid y icionados que se desplaron de diversas regiones es- pañolas. La Feria contó con la pre- sencia de treinta galerías extranjeras y más de sesenta españolas, presen- tando un rico y variado muestrario del arte actual. En lo que se refiere a nuestro ps, estab todos, o casi todos, los artistas más representati- vos. Pocas veces se tiene oportuni- dad de ver en un solo día obras de Miró, Tapies, Chillida, Baola, Saura, Genovés, Guinovart, Pelayo, Muñoz y un larguísimo etcétera, al que hay que adir las generaciones más jóvenes y algunos cuadros de «históricos» extranjeros y represen- tantes de la pintura actual más im- portante. Una oportunidad de ver que, para muchos, pudo ser la opor- tunidad de comenz a comprender. Uno de los aspectos más satisc- torios de Arco 82 e la presencia de muchísimos jóvenes en el laberinto multicolor de los «stands» y asis- tiendo masivamente a conferencias, audiovisuales y representaciones de teatro o expresión corporal que complementaron la Feria. Ha habido de hecho, para estos jóvenes y para personas de todas las edades, un acercamiento al arte moderno que se tradujo también en la compra de obra gráfica, numerada y firmada, en cantidades verdaderamente altas, lo que demuestra una vez más la im- portancia transcendent de este tipo de obra, y su reducido costo, en la divulgación del te. Así pues, balance tamente posi- tivo el de esta Feria de Arte Con- temporáneo que ha hecho de Madrid la capit internacion de la plástica durante unos días en los que ha coincidido también en la ciudad la magnica exposición antológica de Mondrian, uno de los grdes crea- dores del arte moderno, cuya geo- metría y color eron asumidos en la publicidad y decoración de la Feria, y de María Blanchard, esta última en el Museo de Arte Contemporáneo. «Arco 82» ha servido para demos- trar la pujanza actual de la pintura española, que cuenta con una gene- ración que está entre la cincuentena y la sesentena y que se muestra es- pecimente brillte y creativa, ha servido para comunicar a Espa con el resto del mundo en los aspec- tos artístico, informativo y comerci y ha servido para llevar al pueblo un mensaje apasionado y apremiante del arte que, por pertenecer a su época, no puede desconocer. Ojalá sirva también para emprender un nuevo camino. Rubén Suárez 88 ¿UN ACTO DE CONTRICION? Adol Posada, Breve historia del krausismo español. Servicio de Publica- ciones, Universid de Oviedo. Oviedo, 1981. S i una editorial privada pu- blica (ojo, la contradicción es sólo arente, pues no hay acento) digo que publi- ca un libro escrito hace cincuenta os, lo más probable es que lo haga bien con la perspectiva de un buen negocio, por mor de las modas y los reviv, bien como pose de prestigio para consolidar un fondo editori potable. Creo, sin embgo, que ningún lector del libro aquí comentado -y menos un especialista conspicuo en krausismos y posadismos- avaría semejantes hipótesis para justificar esta edición. Se impone, por tanto, abrir un debate público para inquirir y, si es posible, desvelar los motivos de tan feliz acontecimiento como es el de la publicación de este delicioso libro. Y para ser consecuente con este empeño anunciado, ahí va mi cuarto de espadas: estamos ante un acto de peecta contrición; esto es, un arrepentimiento de los pecados hidos en la mala vida pasada y un firme deseo de enmendar los pasos futuros. ¿Que cómo puedo justificar esta mación que a algunos parecerá atrevida? Es cil. No se trata de ningún conocimiento esotérico, sino más bien una intuición. Nadie -que yo sepa- ha explicado hasta ahora esta teoría, pero indicios raciones haylos. Verbi gratia; ahora que aca- bamos de salir del período electoral en nuestros pectara materna oveten- sia cabe preguntarse razonablemente por el fundamento, motivo o fini- dad de haberse logrado la reelección del actu Rector. Y la respuesta es bien sencilla, se trata de culminar la dura y dicil tarea emprendida hace unos cuatro años con el loable em- peño de rermar en prondidad la Universid de Oviedo. Dicho lo cu, los conocedores del pensa- miento y la práctica krausistas -y, en concreto, de Adolfo Posada- no tendrán más remedio que rendirse ante la evidencia: estamos ante un ilusionado programa de trajo, ante una noble y esperanzadora tarea. Pero, ¿qué tarea?, dirán gunos. Es bien sencillo. Basta leer este libro de 144 páginas pa comprender la meta que el reelegido equipo rector se

Arco 82 ¿UN ACTO DE rnm,,B CONTRICION? AL ARTEfiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen tricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas

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Page 1: Arco 82 ¿UN ACTO DE rnm,,B CONTRICION? AL ARTEfiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen tricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas

Los Cuadernos de la Actualidad

«ARCO 82»: Arco 82 rnm,,B

APROXIMACION AL ARTE ACTUAL

AR'J'F CON fEMl'OR/\NF.O FERIA INTJ,;RNACIONAL DE MADRID

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e estaba haciendo mucha

L falta a nuestro país un

. acontecimiento como el que ha supuesto la orga­nización de la Feria In­

ternacional de Arte Contemporáneo que acaba de celebrarse en Madrid. Ni la riquísima tradición artística es­pañola ni la realidad actual de una generación de pintores de extraordi­naria calidad universalmente reco­nocida, se corresponden con el vacío cultural que en España existe en el ámbito de la pintura. Por una parte, la información que aquí se tiene so­bre la creación plástica en el resto del mundo es mínima, y eso incluso a nivel de artistas, publicaciones y especialistas, lo que determina tam­bién la inexistencia de un mercado internacional del arte. Y por otra parte, lo que es sin duda más grave, las vanguardias artísticas (y me re­fiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen­tricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas a nivel popular, precisamente también por falta de información suficiente y preparación adecuada.

Así que «Arco 82» constituyó un acontecimiento muy positivo al que respondió con mucho interés el pue­blo de Madrid y aficionados que se desplazaron de diversas regiones es­pañolas. La Feria contó con la pre­sencia de treinta galerías extranjeras y más de sesenta españolas, presen­tando un rico y variado muestrario del arte actual. En lo que se refiere a nuestro país, estaban todos, o casi todos, los artistas más representati­vos. Pocas veces se tiene oportuni­dad de ver en un solo día obras de Miró, Tapies, Chillida, Barjola, Saura, Genovés, Guinovart, Pelayo, Muñoz y un larguísimo etcétera, al que hay que añadir las generaciones más jóvenes y algunos cuadros de «históricos» extranjeros y represen­tantes de la pintura actual más im­portante. Una oportunidad de ver que, para muchos, pudo ser la opor­tunidad de comenzar a comprender.

U no de los aspectos más satisfac­torios de Arco 82 fue la presencia de muchísimos jóvenes en el laberinto

multicolor de los «stands» y asis­tiendo masivamente a conferencias, audiovisuales y representaciones de teatro o expresión corporal que complementaron la Feria. Ha habido de hecho, para estos jóvenes y para personas de todas las edades, un acercamiento al arte moderno que se tradujo también en la compra de obra gráfica, numerada y firmada, en cantidades verdaderamente altas, lo que demuestra una vez más la im­portancia transcendental de este tipo de obra, y su reducido costo, en la divulgación del arte.

Así pues, balance altamente posi­tivo el de esta Feria de Arte Con­temporáneo que ha hecho de Madrid la capital internacional de la plástica durante unos días en los que ha coincidido también en la ciudad la magnífica exposición antológica de Mondrian, uno de los grandes crea­dores del arte moderno, cuya geo­metría y color fueron asumidos en la publicidad y decoración de la Feria, y de María Blanchard, esta última en el Museo de Arte Contemporáneo. «Arco 82» ha servido para demos­trar la pujanza actual de la pintura española, que cuenta con una gene­ración que está entre la cincuentena y la sesentena y que se muestra es­pecialmente brillante y creativa, ha servido para comunicar a España con el resto del mundo en los aspec­tos artístico, informativo y comercial y ha servido para llevar al pueblo un mensaje apasionado y apremiante del arte que, por pertenecer a su época, no puede desconocer. Ojalá sirva también para emprender un nuevo camino.

Rubén Suárez

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¿UN ACTO DE CONTRICION?

Adolfo Posada, Breve historia del krausismo español. Servicio de Publica­ciones, Universidad de Oviedo. Oviedo, 1981.

Si una editorial privada pu­blica (ojo, la contradicción es sólo aparente, pues no hay acento) digo que publi­ca un libro escrito hace

cincuenta años, lo más probable es que lo haga bien con la perspectiva de un buen negocio, por mor de las modas y los reviva!, bien como pose de prestigio para consolidar un fondo editorial potable.

Creo, sin embargo, que ningún lector del libro aquí comentado -y menos un especialista conspicuo en krausismos y posadismos- avalaría semejantes hipótesis para justificar esta edición. Se impone, por tanto, abrir un debate público para inquirir y, si es posible, desvelar los motivos de tan feliz acontecimiento como es el de la publicación de este delicioso libro. Y para ser consecuente con este empeño anunciado, ahí va mi cuarto de espadas: estamos ante un acto de perfecta contrición; esto es, un arrepentimiento de los pecados habidos en la mala vida pasada y un firme deseo de enmendar los pasos futuros.

¿Que cómo puedo justificar esta afirmación que a algunos parecerá atrevida? Es fácil. No se trata de ningún conocimiento esotérico, sino más bien una intuición. Nadie -que yo sepa- ha explicado hasta ahora esta teoría, pero indicios racionales haylos. Verbi gratia; ahora que aca­bamos de salir del período electoral en nuestros pectara materna oveten­sia cabe preguntarse razonablemente por el fundamento, motivo o finali­dad de haberse logrado la reelección del actual Rector. Y la respuesta es bien sencilla, se trata de culminar la dura y difícil tarea emprendida hace unos cuatro años con el loable em­peño de reformar en profundidad la Universidad de Oviedo. Dicho lo cual, los conocedores del pensa­miento y la práctica krausistas -y, en concreto, de Adolfo Posada- no tendrán más remedio que rendirse ante la evidencia: estamos ante un ilusionado programa de trabajo, ante una noble y esperanzadora tarea. Pero, ¿qué tarea?, dirán algunos. Es bien sencillo. Basta leer este libro de 144 páginas para comprender la meta que el reelegido equipo rectoral se

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ha trazado y desea completar con este nuevo mandato.

Como premisa fundamental y es­queleto vertebrador de todo el libro está la idea de que toda ilusión y empeño volcados en la educación son lo mejor que puede hacerse para elevar social y moralmente a un pueblo. Esto tiene raíces muy pro­fundas en el pensamiento krausista, pero uno de sus hitos más destaca­dos acaso sea el memorable discurso de inauguración del curso académico 1894/95 pronunciado por el propio Adolfo Posada en la Universidad de Oviedo, cuyo título fue «La ense­ñanza del Derecho» y cuyo conte­nido es glosado en diversas ocasio­nes en la obra aquí comentada y que sin duda se podrá encontrar entre los libros de cabecera de los miembros del equipo rectoral. Pero para que esta prometedora tarea pedagógica tenga buen fin es preciso -según Po­sada- que haya verdaderos maestros (dice «maestros», no «catedráti­cos»), convencidos de su misión y cuyo comportamiento sirva de norte para la elevación moral del alumno. Menos importante es, en cambio, el aula para los peripatéticos krausis­tas, convencidos, con Rousseau, de que la mejor aula es la sombra de un árbol, Jugar ideal para el trato di­recto y comunicación espiritual con el alumno; pero, eso sí, sin descui­dar en ningún momento una cons­tante labor de experimentación e in­vestigación científica. De esta forma, si hay ese trato y ese trabajo, se podrá evitar «uno de los mayores cánceres de nuestra organización universitaria» como son, en palabras de Giner, los exámenes. La libertad de cátedra sería de esta forma el caldo de cultivo preciso para el aflo­ramiento de una pléyade de discípu­los asturianos como aquellos que enorgullecieron a una · generación.

Los Cuadernos de la Actualidad

Serán los Barcia, Flores de Lemus, Prieto Bances, Pérez de Ayala, Al­bornoz, etc., de esta nueva era de oro; pero siempre habrá -y aquí sur­gen las expresiones más duras del pacífico Posada- quienes pretendan achacar a los krausistas los sucesos de octubre del 34, como la necesaria consecuencia de la apertura que hi­cieron del Sancta Sanctorum aca­démico a las clases trabajadoras (Ex­tensión universitaria, colonias vera­niegas de Salinas, etc.), cuyo resur­gimiento tanto debe al ilusionado trabajo de ese hombre bueno, sabio y artista que fue el desaparecido José Benito Buylla.

En fin, como aquí sólo se trataba de alegrarse del futuro maravilloso que se promete para la Universidad de Oviedo, es preferible que otros temas más arduos planteados por este interesante libro, tales como la raigambre mística del krausismo, por poner un ejemplo, queden para otro momento más oportuno.

Eso sí, ha de quedar claro que esta interpretación del futuro de nuestra Universidad es personal y puede ser discutible. Por tanto, si algún lector tiene un punto de vista menos optimista puede comenzar el diálogo; aunque presumo que le será difícil mantener su postura en forma convincente.

José M.ª Femández González

R.BARTHES

DOS ANOS

DESPUES

Al norte de España/Africa,al sur de Europa y al estedel Edén una furgoneta delavandería atropella a unviandante indocumentado.

Era el 25 de febrero de 1980; treinta días después fallecía. Su nombre, Roland Barthes.

La tarde en que me enteré de su muerte fue tan deprimente como una dominical con el hombre del ¡ goooooooooooooooooooolll ... ! , garganta ¡ Del Mar!. De Oxford a Cambridge, de Berkeley a la Com­plutense, de la Sorbona a Somosa­guas todos lo sintieron -y sino peor para ellos- porque con la desapari­ción del de Cherbourg desaparecía un logoteta que encerraba heterolo-

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Barthes.

gía, un exegeta que no despachaba con tautologías.

Mientras foráneos como la Kris­teva, Todorov, Bremond, Durand, Eco, Genette, Metz, Gritti, Baudri­llard, Morin y por supuesto Barthes se ocupaban de la química textual, la investigación retórica, la moral de los objetos, el análisis estructural del relato y otros fenómenos, aquí en España, por necesidades del servi­cio, nos enfrascábamos en dilucidar si lo más conveniente era la HGR o la HGP. Entre tanto, el proletariado urbano y los eme-ele esperaban la última de los ideólogos de lo inevita­ble-que-nunca-llega o la penúltima del filósofo de guardia.

Transcurrida la metamorfosis llegó lo tardoestructural. La bilabial sonora B del creador de la Nouvelle Critique pasó a primera preferente de los estantes bibliográficos patrios y la tribu estructural se dilató con militantes de la secta barthesiana.

Las lecturas del autor de «L'Em­pire des signes» -aún sin traducir al español- han de ejercitarse con so­lemnidad nocturna y reposo sestero, no por peliagudas y apasionantes que puedan resultar sino porque R. B. tarde o temprano, mal que le pesea la multinacional masa de los Pi­card, se convertirá en un clásico y alos clásicos ya se sabe, hay que leer­los por las noches. Aunque dicenque el mejor método de lectura noc­turna es el de Ojino -¡ cuidado señorlinotipista: en cursiva y con jota deojo!- no hagamos caso.

En España el primer aniversario de la p enuria absoluta del tiempo que es la muerte, su muerte, pasó

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-¡¡/iciones noegq.0-C/ Marcelino González, 32, 1.º, dcha.

GIJON

JESUS

MENENDEZ PELAEZ

et 4eafro en

Jlsfurias

INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

«El Reino de Asturias» (Selec­ción).-Claudio Sánchez Albornoz.

«Boletines 1 y 2» (reedición facsimi­lar).

«La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo».-Fran­cisco Tuero Bertrand.

« Refranero Asturiano» .-Luc iano Castañón. «Del folklore Asturiano».-Aurelio de Llano. «Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo"».-J. A. Moure Romanillo. «La guerra dé la Independencia en Asturias en los documentos del Ar­chivo del Marqués de Santa Cruz de Marcenado».-José María Patac de las Traviesas.

«El pensamiento pedagógico de Jovellanos».-José Caso González. «Las lecturas de Jovellanos».­Jean-Pierre Clement. «Historia y problemas de la Cámara Santa».-José María Fernández Paja­res.

I · D·E·A PLAZA DE PORLIER, 5 OVIEDO

Los Cuadernos de la Actualidad

sin pena ni gloria. El olvido, la ingra­titud y la injusticia fueron los frag­mentos de un discurso bochornoso para un curioso pensador que nos obsequió con sus crónicas, hoy dis­persas entre los voluminosos tomos de guaflex de las empolvadas heme­rotecas españolas. Así nos va, así nos fue y de ahí el castigo de Dios con Criado del Val. Lo malvado es que desembolsamos justos por peca­dores.

Dos años después, sin virulencia pero con crueldad, los hispanohere­deros barthesianos han de explicar la llegada del Pato Ronald y el in­crdble Haig, la continuidad del Tío Poldo y el triunfo mitterandista -que por cierto se quedó sin escuchar- en memoria de este hombre que «dulce y sensible, relataba Ramón Chao en su crónica necrofílica de Triunfo, transformaba a quienes tenían el pri­vilegio de conocerle».

Dos años después la industria cul­tural no-desagradecida nos sor­prende con parte de la herencia de R. B., en compañía de Nadeau, edi­tando « Sobre la literatura» -en Ana­grama- y «El cuarto claro» de lamassmediática Gustavo Gili.

Dos años después no queremos un Barthes reformado, conformado, de­formado, confirmado y transformado porque en el texto de los muertos, el texto letánico como él mismo escri­bió, no se puede cambiar ni una pa­labra.

Dos años después hemos de para­frasear de nuevo a Machado, don Antonio. Perdónales Señor porque no saben lo que han perdido.

José Benito Femández Domínguez

VENGA DIOS Y

LO VEA AA. VV., Psicoanálisis y crítica litera­

ria, Akal bolsillo, Madrid, 1981.

De verdad, tras algunas lecturas furtivas de Freud, mientras trasegaba los pa­sillos de una facultad (?) en la que aprendí que de

noche todos los gatos son pardos (Kant, en interpretación lúcida de V ida! Peña) y tras algunas posterio­res en adláteres del vienés y otras perversiones, había llegado a la con­clusión de que el psicoanálisis, cuando menos, se prestaba a una

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forma de escritura condicionada por medio centenar de tópicos que, luego, llevados al diván de la prác­tica, tanto podían abocar a las lucu­braciones de Lacan, como a las no­velas de Manolo Puig y 'Luis Goyti­solo, el cine de Buñuel o las fanta­sías de José Ditirambo. En ningún momento supuse que el psicoanálisis -o la literatura mediatizada por sus énfasis- pudiera venir a turbar mis tardes de lector empedernido de Borges y sus mil y una incursiones en los dédalos de la Biblioteca de Babel.

Resulta que me equivoqué. Me equivoqué de arriba a abajo.

En el libro que les he apuntado arriba existe un último capítulo, casi fantasmal, casi pitagórico, casi casi pluscuamperfecto, en el que, para mi gozo y mi posterior desaire, se ana­liza(!) uno de los relatos de Borges que más me han llamado la atención en toda mi vida de lector: Emma Zunz (1949: El Aleph). El tal artilu­gio viene firmado por un tal R. Pá­ramo _Ortega y había sido publicado anteriormente en la revista Eco

(núm. 138-139, octubre-noviembre 1971). Pues bien, en tal artimaña se parte de la siguiente cita: «Camus dice de Kafka que todo su arte con­siste en obligar al lector a releer», y su autor se e:mpeña decididamente en que releamos a Borges, pero siempre pautas hasta ahora, si no inéditas, cuarndo menos desconcer­tantes (aunque el adjetivo adecuado aquí puede se:r el de «delirantes»). Veamos, pues aquí las palabras del tal Páramo Or1tega son mil veces más

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eficaces que mis adjetivos y admira­ciones, c.ual es la lectura que se nos propone de Emma Zunz:

«El cuento .-dice- puede ser re­sumido así:

Emma Zunz recibe la noticia de la muerte de su padre, que se suicidó por la depresión originada por una falsa acusación de desfalco hecha por el verdadero autor, un tal Loe­wenthal. Emma Zunz decide ven­garse de Loewenthal matándolo. Para ello escoge como explicación para librarse de la justicia, el que supuestamente Loewenthal la había violado. En realidad Emma Zunz se había dejado «violar» antes por un marinero desconocido, para así, dar mayor verosimilitud al falso motivo para el homicidio.

«Emma Zunz da a entender que mata a Loewenthal porque Loew­wenthal la ha violado, cuando en realidad Emma Zunz lo mata para vengarse de la acusación falsaria qµe Loewenthal había hecho contra su padre años atrás.

«El núcleo de la hipótesis intyr­pretativa es el siguiente: Emma mata en Loewenthal ( el acusador falsario de su padre) a sí misma, en virtud de aquello de que todo homicidio es un suicidio (y viceversa). Se mata por sentimiento de culpa de por fin ha­ber cedido a la tentación de haberse acostado con su padre (en el pellejo del marinero finlandés o sueco a quien se entrega). Al matar a Loe­wenthal, mata también a su padre, por haberla violado: «Tú, padre, me violaste, no es que yo haya tenido deseos de acostarme contigo». Emma Zunz ve simbólicamente tanto en Loewenthal como en el ma­rinero, la figura de su padre. Hacia el marinero desplaza su impulso se­xual y hacia Loewenthal su agresión al padre en quien primero proyectó su deseo de comercio s.exual».

Pues bueno, muy bien. El resto del artículo, imagínense, es aún más delirante si cabe. Por supuesto, cada aserto encuentra su explicación en citas textuales del cuento de Borges; cada estupidez su paralelismo en ambiguas relac,iones ,causales y ca­suales y cada majadería seudopsi­coanalítica halla su apocalipsis en in­terpretaciones que al lector común se le escapan al no estar al tanto de la retórica pertinente. Una joya, sí, una maravillosa carambola de con­ceptos y vericuetos mal digeridos que dejan el cuento de .Borges hecho unos zorros.

Del resto del libro nada puedo contar, porque, lo juro, no me atrevo ni a tocarlo después de haber empezado la lectura po1r el artefacto

Los Cuadernos de la Actualidad

del tal Páramo. Aunque, en realidad, no creo haberme perdido mucho, porque si esto es psicoanálisis o tiene algún parecido con la crítica literaria o, en fin, si todo lo anterior tiene algo que ver con Jorge Luis Borges, sólo me resta reiterar aque­llo de «venga Dios y lo .vea».

Francisco Solano·

MIGUEL SERVET, POR FIN(?)

Miguel Servet, Treinta Cartas a Ca/­vino, Sesenta signos del Anticristo, Apo­logía de Melanchton. Edición de Angel Alcalá. Ed. Castalia, Madrid, 1981.

ace algún tiempo que, me-

H rodeando mi mesa de tra­bajo y ocupando muchas horas de las que dedico a la lectura, suelo encon­

trarme con tres personajes que, ter­camente, interfieren mi tiempo y mi interés. Cada uno de ellos tiene sus propias vivencias, cada uno de ellos su peculiar manera de pensar, cada uno su personalidad independiente y diferenciada. Y sin embargo, algo existe que los unifica. Algo que, de forma incongruente, me los presenta como emparentados. Pienso que no es sólo el hecho de que los tres sean aragoneses ni siquiera que, por ra­zones distintas, se vieran forzados al exilio; ni mucho menos que todos ellos tuvieran su particular encuen­tro con la «Inquisición». A la hora de la verdad son muchas más las razones que los separan. Dos de ellos, Miguel de Molinos y Miguel Servet, pertenecen al campo difuso del «misticismo heterodoxo» (para entendernos) y acabaron sus días condenados por la Inquisición, aun­que cada uno de forma diferente: Servet en la hoguera y Molinos en las cárceles secretas de la vaticana. Pero mientras Molinos fue conde­nado en el siglo XVII por la Inquisi­ción romana, Servet lo había sido un siglo largo antes por la de Calvino; mientras a uno se le condenaba por predicar la contemplación adquirida, al otro se le quemaba por no aceptar el misterio de la Trinidad. No hace falta ahondar más ni en sus peripe­cias biográficas ni en sus sistemas de pensamiento para destacar las dife-

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rencias. Diferencias que se hacen más acusadas si de ambos tocayos pasamos al tercero en discordia, don Juan Antonio Llorente, inquisidor por más señas, aunque sea precisa­mente en este campo donde se esta­blece su «heterodoxia» (también para entendernos): dicen las malas lenguas que, cansado de intentar re­formar la Inquisición desde dentro, tropezó repetidamente con el inqui­sidor general, don Francisco Anto­nio de Lorenzana, hasta que en 1801 fue desterrado de Madrid. Formó en las filas de los «afrancesados» (fue nombrado consejero de Estado en 1808 por Pepe Botella) y dicen que, cuando el descarrilamiento del de Bonaparte, huyó a Francia con los archivos del Consejo de la Inquisi­ción, cuyos fondos le sirvieron para redactar su monumental (y todavía hoy válida en muchos aspectos) His­toria crítica de la Inquisición en Es­paña, aparecida primero en Francia (1817-18) y posteriormente en espa­ñol (Madrid, 1822).

¿Qué puede, pues, existir que los unifique a todos ellos, salvo su con­dición de aragoneses, exiliados y en­frentados, aunque en formas tan di­versas, con la Inquisición? Nada, ciertamente. O acaso, y volvemos a rizar el rizo, el hecho de que a nin-

guno de los tres se les ha dedicado, si no muy recientemente, la atención que realmente merecen.

En este aspecto, Molinos es un privilegiado. A los estudios de Te­llechea, Ellacuría, Lendínez, Va­lente o Rey Tejerina se unen toda una serie de monografías clásicas (Dudon, Bandini ... ) y una muy nota­ble afición editora por la Guía espiri­tual que, sólo entre los años 1974 y 1977, conoció cuatro ediciones. Existen, evidentemente, serias lagu­nas, como que sus libritos Breve tra­tado de la comunión frecuente o Cartas escritas a un caballero espa­ñol ... no hayan conocido edición al­guna desde el siglo XVII; o como el

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La Ilustración Gallega y Asturiana.

Crónica General de España.

Gran Enciclopedia Asturiana.

Gran Enciclopedia Gallega.

Quixote de la Cantabria ...

Asturias, de Bellmunt y Gane/la.

Son tan sólo algunos de nuestros títulos.

Silverio

Cañada Editor.

Historia de Asturias Atlas de Asturias

Romancero Asturiano Colección Popular Asturiana

Ediciones facsímiles Diccionario Ilustrado de la

Lengua Asturiana Colección «País Astur»:

Flora y Vegetación de Asturias Fauna Salvaje de Asturias

Geografía de Asturias Colección «El Cuélebre»

Plantas.medicinales y venenosas

de Asturias, Cantabria, Galicia, León y País Vasco

°tJª'aªledicione)SALINAS/ASTURIAS

Los Cuadernos de la Actualidad

desconocimiento de algunos aspec­tos de su obra y proceso romano .. Parece en cambio que su apología inédita, Defensa de la contempla­ción, de la que Valente publicó algu­nos fragmentos, verá pronto la luz impresa en edición crítica de nuestro compañero Paco Trinidad.

Llorente es menos afortunado. Su Historia crítica acaba de ser reedi­tada (Hiperión, 1981), en edición de lujo y gran formato, pero sin un mal prólogo que llevarse a la boca, sin una sola nota, sin apéndice alguno. Remontándonos en el tiempo, lo único que recuerdo es la reedición de su Memoria de ingreso en la Real Academia de la Historia a cargo· de Valentina Fernández Vargas en la Editorial Ciencia Nueva (sólo co­nozco la 2.ª edición: 1967) y con un título para el despiste: La Inquisi­ción y los españoles. Aparte de esto, unas breves páginas de Julio Caro Baroja en su El Señor Inquisidor y

otras vidas por oficio (Madrid: Alianza, 1968) y nada más (?), salvo la cita obligada en todos los estudios que, directa o indirectamente, rozan la Inquisición.

Lo de Servet parece aún más de­plorable, pues al menos al señor in­quisidor se le cita o se le discute. Miguel Servet, exceptuando algunos opúsculos y artículos sueltos, más las menciones indispensables y los capítulos tópicos en obras generales, sólo ha merecido en lo que va de siglo un par de libros españoles: José Barón Fernández, Miguel Servet. Su vida y su obra (Madrid, 1970) y José Goyanes Capdevila, Miguel Servet, teólogo, geógrafo y médico ... (Ma­drid, 1933), sin que pueda anotarse la edición de ninguna de sus obras. Todo lo anterior, por supuesto, sal­vando la importante labor del profe­sor Angel Alcalá, quien, desde que en 1973 tradujera Servet, el hereje perseguido de Roland H. Bainton, ha publicado sendos estudios en 1978, El sistema de Servet y Servet en su tiempo y en el nuestro: el nuevo florecer del servetismo, más el año pasado, en colaboración con L. Betés, la traducción (por fin, enEspaña!) de la Restitución del Cris­tianismo, enriquecida con un consi­derable estudio introductorio, améndel correspondiente aparato crítico.

Como corolario inevitable de la Restitución, el profesor Alcalá nos ofrece ahora la edición de estas tres obritas, en cuidada traducción y con el suficiente aparato crítico que co­necta estas páginas con el corpus del Christianismi Restitutio, en cuya edición princaeps de 1553 figuraban como apéndice. La importancia del

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presente volumen, aparte del escla­recedor prólogo de Angel Alcalá, no sólo reside en que sea la primera traducción que de tales opúsculos se hace a lengua alguna, sino princi­palmente en que sin materia sufi­ciente para el primer contacto con la obra del aragonés, hasta ahora co­nocida tangencialmente, muchas ve­ces a través exclusivamente del re­sumen de don Marcelino Menéndez Pelayo en sus Heterodoxos. Las Treinta cartas a Calvino, a quien en el proceso Servet acusara de hereje, falsario, perjuro y brujo, representan «el enfrentamiento entre la Teología y el Derecho, entre la sencillez y la astucia, entre el ideal y la conve­niencia, entre el espíritu y la razón de estado», poniendo una vez más de manifiesto las claves del antitrini­tarismo servetiano, de su peculiar sentido y entendimiento de la fe y de su concepción de la historia bíblica; aspecto este último que, conjurado con llamadas al milenarismo y a cierta conciencia maniquea, vuelve a aparecer en los Sesenta signos del Anticristo. Por su parte, la Apología de Melnchton constituye un exce­lente resumen de la doctrina serve­tiana: «un ensayo grácil, preciso, ló­gico, brillante, documentado, en el cual la profundidad no queda com­prometida por la pesadez ni la clari­dad por la difusión», dice Alcalá.

Claudio Serrano

LA ASTURIAS CONTEMPO­RANEA

Historia de Asturias, t. IX: Economía y Sociedad (Siglos XIX-XX). Ayalga Edi­ciones, 1981.

e on este tomo se termina la Historia de Asturias edi­tada por Ayalga, conclu­yéndose de manera exce­lente. Los autores, Ra­

fael Anes, José Luis San Miguel y Germán Ojeda, de la Universidad de Oviedo, y Jordi Nadal, de la Univer­sidad Autónoma de Barcelona, han conseguido narrar, con gran lujo de detalles, la metamorfosis en la época contemporánea de una provincia casi exclusivamente rural y agrícola a una de las zonas industriales más

Page 6: Arco 82 ¿UN ACTO DE rnm,,B CONTRICION? AL ARTEfiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen tricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas

importantes -y más problemáticas­de España.

José Luis San Miguel nos describe una agricultura que conservó sus ca­racterísticas tradicionales hasta bien entrado el siglo XIX. En el XVIII ya empezaron a registrarse algunos cambios derivados de la introduc­ción del maíz y el consiguiente au­mento de la población, siendo el más importante de ellos la división de las caserías. En la primera mitad del si­glo XIX la introducción de la patata y la utilización de nuevas tierras permitieron la conservación de un precario equilibrio entre una cre­ciente población y una agricultura basada en la autosuficiencia autár­quica, en la falta casi total de inter­cambios y en la posesión de la tierra por la aristocracia y las instituciones religiosas. Incluso la «revolución li­beral» de las desamortizaciones no tuvo más que efectos limitados, aunque la desamortización de Ma­doz permitió a muchos campesinos hacerse con las tierras que trabaja­ban. Sólo a partir de los años 50 y como respuesta a la demanda nacio­nal, empezó la comercialización de la agricultura asturiana, concreta­mente la especialización en el ga­nado. Más tarde se cambió de obje­tivo, concentrándolo en la leche y otros productos lácteos para satisfa­cer la demanda regional ocasionada por el desarrollo regional.

Como dicen San Miguel y Germán Ojeda, la población asturiana em­pezó a crecer en el siglo XVIII y siguió creciendo durante el XIX. Las catástrofes demográficas de epide­mias y crisis de subsistencias eran menos graves que en otras partes del país gracias a la agricultura de auto­suficiencia y la menor dependencia de una sola cosecha, el trigo. Pero a medida que se acercaba al techo productivo de esta agricultura, el aumento de población creaba un problema endémico: la superpobla-

Los Cuadernos de la Actualidad

ción y la miseria. Así que la emigra­ción, que era una característica de la región en tiempos de Jovellanos, aumentó sobre todo a partir de la crisis de los años 50, y América eclipsó a Castilla, Andalucía y Ex­tremadura como el destino preferido de los emigrantes asturianos. Se creó una «mentalidad emigratoria», basada en el sueño de enriquecerse en América, que les hizo rechazar el trabajo duro y el jornal bajo de las minas. La emigración era más ele­vada en los años 80 y 90, concreta­mente cuando las empresas mineras más· se quejaban de la falta de mano de obra.

Rafael Anes narra los primeros y débiles pasos de la industria regio­nal. La falta de capital autóctono y la escasez de demanda, debidas al sistema agrícola, que no produjo ni inversores ni consumidores, unido esto a los transportes inadecuados, supuso que el desarrollo industrial fuera raquítico. Tanto los esfuerzos de Jovellanos como la inversión de capital extranjero -sobre todo inglés en las primeras décadas del siglo XIX-, no pudieron superar los obs­táculos.

Sólo la creación de una industria metalúrgica en los años 60 permitió que Asturias realizase su vocación industrial. Basada en una minería que era incapaz de resistir la compe­tencia de los carbones ingleses y que dependía de una elevada protección arancelaria, la industria asturiana siempre ha tenido -y sigue teniendo­una historia accidentada, como des­cribe Jordi Nada!. Una causa fun­damental de estos problemas era la incomunicación de la región, pri­mero por la escasez de carreteras y luego de ferrocarriles. Y, como dice Germán Ojeda, cuando por fin se construyeron los ferrocarriles las ta­rifas elevadísimas y el servicio ina­decuado los convertían en una traba más a la industria, en vez de un apoyo.

Todos los trabajos que constitu­yen este libro son de alta calidad, pero hay dos que merecen mención especial: el trabajo del profesor Na-

93

� UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA

SERVICIO DE PUBLICACIONES

APARTADO 217

CACERES

El Servicio de Publicaciones de la Uni­

versidad de Extremadura se complace

en darle información de su fondo edi­

torial:

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2057-6.

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glosajona. Carmen Pérez Romero.

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Historia. Vol. 1 (1980). Ejemplar

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tranjero). I.S.B.N.; 84-600-1676-5.

Vol. 11 (1981). Ejemplar suelto, 975

ptas. Suscripción anual: 800 ptas.

(España), 900 ptas (extranjero).

ANEJOS DE NORBA: N.º 1: El Desa­

rrollo urbanístico de Cáceres (si­

glos XVI-XIX). María del Mar Lozano

Bartolozzi. Planos y gráficos en 60

páginas; 105 fotografías. 328 págs.

1.500 pesetas. I.S.B.N.: 84-600-

2032-0.

N.º 2: La Villa de Cáceres en el si­

glo XVIII (Demografía y sociedad).

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700 ptas. I.S.B.N.: 84-600-2324-9.

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BIBLIOFILOS

ASTURIANOS

PROXIMOS TITULOS

Missale Antiquum de la Ca­

tedral de Oviedo.

Apuntes históricos, Genea­

lógicos y Biográficos de Lla­

nes y sus hombres, de don

Manuel García Mijares. Torre­

lavega, 1893.

Pedidos a:

BIBLIOFILOS ASTURIANOS

Cimadevilla, 10-3.º

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Los Cuadernos de la Actualidad

da!, que ofrece una visión global de la industria regional liberándose del enfoque exclusivo sobre la minería y la metalurgia, y el de Germán Ojeda sobre los transportes y su detallada narración de la picaresca historia de la construcción de los ferrocarriles asturianos. Pero también se puede criticar a este último por no haber tratado el problema de los puertgs y la construcción del Muse!.

A pesar de la alta calidad de sus cinco capítulos, el libro tiene dos debilidades que no corresponden a los autores, sino a la organización del tomo. Primero, el orden de los capítulos no constribuye al entendi­miento del proceso histórico o de los lazos integrales entre los temas tra­tados. Sería mejor ordenarlos de la manera siguiente: Población, Agri­cultura, Transportes, Comienzos de la Industrialización y Notas sobre la Industria Asturiana. Segundo, aun­que el libro tiene el subtítulo de «Economía y Sociedad», se olvida casi por completo de la sociedad. No aparecen mineros ni burgueses. No se aprende nada de la formación de la clase obrera o del proceso de ur­banización. Falta un capítulo dedi­cado a tales temas.

Sin embargo, éste es un libro muy informativo. Permite conocer, a quien quiera enterarse, las raíces de la Asturias contemporánea y, por ser un libro muy hermoso y bien ilus­trado, consigue hacerlo de una ma­nera muy agradable. Altamente re­comendable.

Adrian Shubert

LOS

CUADERNOS

MALDITOS Gonzalo Suárez, La reina roja, Novela

Cátedra, Madrid, 1982.

E1 asunto comenzó a perfi­larse en el número 4 de esta revista, en el que Gonzalo Suárez, firmaba al­go del mismo título y con

el que se inició una odisea de perso­najes en busca de autor, una autén­tica algarabía de amigos que recla­maban folios, teléfonos que pedían explicaciones, editores que solicita­ban libros y libreros que requerían ejemplares de un libro que acaso ja­más llegaría a escribirse. En fin, u,na

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aventura más de José Ditirami:,o, que lo mismo se embarca en una no­vela enfrentado ya desde el título a Rocabruno, que se enrosca en una película, que, como ahora mismo, se encierra en unas páginas que no son lo uno ni lo otro pero que dejan tras de sí una perfecta megalomanía con Mahler al fondo. José Ditirambo. Gonzalo Suárez.

... y la Reina Roja. ¿Quién es quién? De todo el ringorrango prece­

dente, de toda la historia, queda más o menos claro que Gonzalo Suárezescribió su libro a tirones, a trompi­cones, a puñetazos. Luchando porun lado con quienes querían y quie­ren que el libro se escribiera, que ellibro se editara, que el libro por finse venda. Y trasegando los bandazosdel lado opuesto: aquéllos a quienesles duele la memoria.

Para ello, hubo de montar un cirio de mucho cuidado. Un cirio que a mí me gustaría contar con todo lujo de detalles. Pero ocurre que es impqsi­ble. Sencillamente, porque todo aquello es hoy materia de La reina roja y en el tal libro jamás se sabe dónde están los límítes, dónde acaba la acción para empezar la ficción ni dónde termina el relato y comienza la historia, ni dónde los puntos sus­pensivos valen por sí mismos o reemplazan cabalísticamente los cor­tes de una censura inmanente o algo similar. La reina roja, hoy por hoy, es la coartada perfecta de José Diti­rambo y a la vez el más forzado y elocuente banco de pruebas de nues­tro lenguaje literario.

De todo el entramado legal, sólo quedan claros el título de la novela, el nombre de su autor y el colofón editorial. El resto es, más que nada, esplendor en la yerba (y sé que Gon­zalo agradecerá eternamente el burdo juego de palabras).

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Aunque bien pudiera suceder que no hay nada de todo lo anterior y que la novela está escrita en clave de fa, con lo cual la lectura puede ha­cerse de una manera perfectamente lineal, en la que todos los personajes son reales o ficticios según las ad­vertencias del prólogo y en la que los interludios, aún cuando en ellos surja el profesor-detective entur­biándolo todo, son tales interludios del autor y Juan Cueto sigue siendo Juan Cueto Alas y el editor Barto, Barra, Berro o Burro o lo que se les ocurra es sencillamente Carlos Ba­rral, como todos habíamos pensado desde la página 107 del número 4 de esta revista, donde, según conté al principio, comenzó todo el embo­lado.

Si así fuere, y me gustaría que fuera así, las presiones iniciales que el autor de La reina roja y los edito­res de esta revista hubieron de so­portar (maticemos: sobrellevar) en­lazarian perfectamente con las que actualmente soporta, sobrelleva o le divierten al real editor Carlos Barral, que por circunstancias parecidas (haber publicado un primer capítulo de un libro en ciernes en las páginas de esta revista) se ve envuelto en querellas por injurias y en viajes Barcelona-Oviedo para visitar al abogado Gerardo Turiel y presentar sus pliegos de descargo en el juz­gado pertinente.

Todo ello, si así pluguiere al con­sejo de dirección de esta casa, y una vez que se analicen fríamente los pa­ralelismos, las casualidades y el do­ble fondo de todos y cada uno de los intereses en litigio, conllevará el que la sección que ahora se denomina «Los cuadernos inéditos» pase desde este mismo número a intitu­larse «Los cuadernos malditos». Para honra y prez de la Reina Roja y para gracia y descanso de don Car­los Barral y sus memorias sin ex-cusa.

Javier A. Velasco

SERES DE

ACCION­

FICCION

Mi conocimiento de Gonzalo Suárez es similar al que Barthes poseía de Gide -lo vió de lejos en la cerve­cería Lutetia; estaba co­

miendo una pera mientras leía un li­bro- o el que García Márquez tiene

Los Cuadernos de la Actualidad

de Hemingway -lo reconoció desde la acera opuesta en el parisino bule­var de Saint Michel paseando con su esposa Mary Welsh-. Pues bien, yo ví a Gonzalo Suárez en el madrileño café Alphaville con motivo de la pre­sentación de su última novela. Se encontraba sentado a modo vetus­tense, con La Reina Roja en la iz­quierda, un dilatado telex de Jotacé en la derecha y un puro, como los de Jotacé, en el centro.

Todo lector, observador, exami­nador, hojeador, adivinador se pre­guntará a lo largo del goce textual de las ciento cincuenta y tantas prime­ras páginas quién coño es la Reina Roja. Sin embargo tan seductora como la propia Reina es / resulta la fugaz figura de Botas -el Uno o el Dos tanto me da-. La seducción, personalmente, me vino por la aso­ciación mental con ese mítico perso­naje negro -de negra, novela- alias Zapatones. Y zapatones son esos se­res que habitan bajo una gran som­brilla estivalera repleta de sillería contemporánea que asemeja una ca­tedral, una gran catedral de lona, sin tantas agujas como la milanesa pero casi casi como la burgalesa; los pa­yasos.

Pero ¿payasos o clowns? Semán­ticamente confusos y microelectró­nicamente puros hemos de averiguar qué acepción es la correcta sin des­deñar alguna de ellas. Eludiendo el popular dicho «ante la duda la más cojonuda» recurrimos al diccionario explicalotodo -como diría Juan Barthes o el mismísimo Roland Cueto- y tenemos que según defini­ción larousseana, Payaso es el per­sonaje bufo que efectúa sus actua­ciones en los espectáculos del circo.

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Y Clown es el cómico circense, mú­sico y malabarista, que forma pareja con el augusto o tonto.

Apartándonos de las etimologías artificiosas y ciñéndonos al más puro practicismo nos quedaremos con esa cosa tan seria que Charlie Rivel, sin tanta erudición resolutiva, denomina payaso. Pero éste sí difiere conside­rablemente de ese otro ser de traje ajedrezado que con tanto rombo pa­rece no estar autorizado para ningún tipo de público: el arlequín o bufón de las compañías acrobáticas.

Esos otros pastores trashumantes que guardan fieras, los payasos, sólo reconocen una Patria; su Patria, su gran carpa que brota de la nada: el circo o parlamento donde las sesio­nes de investidura adquieren mayor dulzura que las acritudes del parla­mento de nuestros adultos contem­poráneos y conterráneos, donde -plagiando a Ramón Gómez de laSerna- el moderador silabea el epí­teto prosopopéyico Ex-tra-or-di-na­rio y jamás le escucharemos el mo­nótono «Señor Guerra ... ha consu­mido su tiempo».

Entre las luces, los gritos, el se­rrín, la tramoya, las carcajadas y los aplausos se encuentran esos líricos personajes repletos de estoicismo como auténticos seres de acción­ficción.

Por describir algunas de sus carac­terísticas diremos que los payasos dan lecciones magistrales de huma­nidad porque son la quintaesencia de lo humano, riegan las flores del ta­pete de hule antes de sentarse a la mesa, no tienen edad, son jugueto­nes -como Ditirambo Suárez Girard o el mismo parásito de los billares,Paraíso- y rememoran siempre enpretérico indefinido o en pretéritopluscuamperfecto, dado que el re­cuerdo está perpetuo en ese cerebroque desabrochan tantas veces comola bragueta.

Pero lo primordial en un payaso es el color; tienen tanto color como un mapamundi desplegado. No usan co-

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UNIVERSIDAD DE OVIEDO

LA CONSTRUCCION DE

LA CATEDRAL DE

OVIEDO. 1293-1587

de Francisco de Caso

LAS «POLAS»

ASTURIANAS EN LA

EDAD MEDIA. ESTUDIO

Y DIPLOMATARIO

De Juan Ignacio Ruiz de la Peña

Departamento de Historia Medieval. Facultad de Filosofía y

Letras.

Plaza de Feijóo, s/n. OVIEDO

SOCIEDAD FONOGRAFICA ASTURIANA, S. A.

Plaza Primo de Rivera, 1-bajo Local 21 - OVIEDO

ULTIMAS NOVEDADES

• CONCIERTOS PARA VIOLINY ORQUESTA. ARCHIVO DELA CATEDRAL DE OVIEDO(S. XVIII).Intérpretes: Orquesta de laCapilla Polifónica «Ciudadde Oviedo».Director y violín solista: Be­nito Lauret.

• MUSICA ASTURIANA PARA PIANO, DE ANSELMO GON­ZALEZ DEL VALLE. Intérprete: Purita de la Riva.

• PASIN A PASU.Intérprete: Carlos Rubiera.

Los Cuadernos de la Actualidad

lirios para languidecer la mirada sino cosméticos de colorines que impreg­nan sobre su rostro de yeso de piel tersa como raso de novia, rostros de sonrisa triste y un poco burlona de­corados con una guinda de atrezzo como nariz.

Con talento de caricato idean su propio atuendo, y con la blancura de sus manos que parecen metidas en lejía dan brillo a los kilométricos za­patos, zapatones, embetunados de negro Cuerpo Diplomático. De los pesados baúles llenos de una gran dosis de ilusión, sacan pantalones con presillas, como largos calzonci­llos de algodón crudo, longitudinales camisetas, rayadas de tal forma que parecen bañadores de cuello vuelto a falta de las calabazas flotadoras a ambos lados. Con enormes botones -herencia de Pierrot- y engalanadosde arriba abajo se acicalan ante frági­les espejos y maniquíes decapitadosantes de saltar al precipicio de laincertidumbre.

Su fin, el fin de un payaso se des­conoce. Ni el propio Heinrich Boll -el de las Opiniones- dejó morir aHans Schnier, aquel payaso quepercibía olores por teléfono, que niera católico, ni apostólico y sin em­bargo romántico.

No se marchan en coche fúnebre, tirado por caballos empenachados con una niña en el pescante, sino acompañados de clarinetes y meló­fanos que interpretan la Sinfonía en re menor contra la resonancia fúne­bre; se marchan como Remedios Buendía, la bella, elevándose entre el deslumbrante aleteo de las sába­nas y perdiéndose para siempre en los cielos.

Señor Ditirambo, ¡es usted un pa­yaso!

José Benito Femández Domínguez

-

ADUENEMO-NOS DE LO QUE ES NUESTRO

Jesús Fernández Santos, Cabrera,

Plaza y Janés, Barcelona, 1981. e abrera es el único nombre propio que encontramos en la novela del mismo títu­lo. Dicha «carencia», po­co menos que inconcebi­

ble, no sorprende ni lo más mínimo a quien conozca Extramuros, la ante-

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rior entrega narrativa de Fernández Santos, a la par que dice mucho de su arte (arte poética y residente en el terreno de la narración), de su ca­pacidad de construir una realidad aparentemente diluida, neblinosa, pero pronto presente, y de qué ma­nera, en la intersubjetividad del lec­tor, por medio de un decir sustancial que prescinde de las descripciones y los retratos de tal manera que no se les echa en falta; la voz (el yo) que narra los avatares que van aconte­ciéndole, voz incolora, prescinde de topónimos, antropónimos, fechas y demás referencias y ataduras de la imaginación: ahí es donde se invita, con toda naturalidad, al lector, a la participación activa: a El -o a Ella, como nos hace recordar Calvino­está encomendada la tarea de dar cuerpo a la voz, rostro al personaje, color y luz a los paisajes, conscien­cia al tiempo. Y no resulta difícil, en tanto que esa voz en primera per­sona va espigando datos aparente­mente difusos, que cobran plena en­tidad en la imaginación del que lee, del que recoge sugerencias, intuicio­nes ...

Si en Extramuros nos hallábamos ante una reconstrucción del contro­vertido y atrayente mundo de la mís­tica quinientista realizada fundamen­talmente por medio del lenguaje (lenguaje inventado que revive el lenguaje del tiempo revivido, recrea­ción de un difícilísimo aspecto ver­tebral en lo recreado), Cabrera, ope­rando en idéntico sentido sobre otra faceta de nuestra realidad histórica, se convierte en una meritoria y aca­bada investigación sobre los meses -años, quizá- que siguieron al desca­labro de las tropas napoleónicas enBailén, y después en el Beresina yen Waterloo. Años oscuros que nosson narrados desde un punto de

Page 10: Arco 82 ¿UN ACTO DE rnm,,B CONTRICION? AL ARTEfiero a las sólidas, congruentes y consolidadas, no a las puras excen tricidades que se descalifican solas), no han llegado a ser comprendidas

vista inaudito: el de un mozalbete español de oscura procedencia que se une, como muchos otros españo­les lo hicieran por muy diversos mo­tivos, al itinerario del invasor fran­cés. Esta primera persona sin rostro va contándonos, como hubiera po­dido hacerlo y como tal vez lo hi­ciera en aquel presente hoy pasado, la odisea que impensadamente le cae encima: la que padecieron todos los prisioneros de guerra que fueron confinados en la isla de Cabrera.

Fernández Santos, narrador con­sumado, recurre al modelo que le propone la novelística de la pica­resca, confiriendo a dicho modo na­rrativo una vigencia que nunca ha perdido, y aceptando así el reto que esa cumbre de la narrativa dejaba abierto en el momento de su tem­prana extinción. Mediante una se­lección de lo que a mi ver son las vértebras del género, Fernández Santos le da nuevo alcance. Dicha operación presenta un único repro­che, mera cuestión de reglas del juego narrativo: se trata de la no concordancia del punto de vista con­sigo mismo, si así puede decirse: la narración, completa, hace agua -del mismo modo que sucediera en Ex­tramuros- por la vía de una perspec­tiva que queda desasida de la narra­ción. Tal licencia, o convención, prontamente dejada a un lado o ni siquiera tenida en cuenta por quien lee, no obsta para el despliegue de unos recursos significativamente po­bres y altamente efectivos: con se­mejante material, ese trozo de «rea­lidad histórica de España», podría haberse construido un mamotreto desmesurado y más o menos indi­gesto. Ahí es donde entra en juego el admirable sentido de la economía, el respeto sincero al lector, el diálogo tácito con el mismo: en pocas pági­nas, dispuestas en capítulos cortos y unitarios, magistralmente hilvanados unos en otros, conocemos las an­danzas y desventuras de un mucha­cho que, en su primer encuentro con el mundo, carga con los horrores y la penuria que la guerra comporta para el que, con mayor o menor ra­zón, la pierde, habiéndola en reali­dad ganado: la miseria, el hambre, la desesperanza, teñido todo de una enorme gana de vivir. Y por medio del conocimiento de esa peripecia, conocemos también un aspecto oculto de nuestra historia, extensible en verdad a cualquier otro tipo y espacio: el tiempo que inmediata­mente sucede tras una guerra.

Miguel Martínez-Lage

Los Cuadernos de la Actualidad

LA MUSICA

DEL DESEO

Eugénio de Andrade, Antología Poé­tica 1940-1980, Plaza & Janés, Barcelona, 198 l. Versión de Angel Crespo.

La poesía de Eugénio de Andrade (nacido en 1923 en Póvoa de Atalaia, en la Beira Baixa) no es si­no un intento de exponer

«a la luz limpia del día» -así lo ha declarado en su poética- el rostro, «bello y tenebroso», del hombre. El megalómano y patético António Botto es su primer mentor. El des­nudo lirismo de los cancioneros me­dievales y la libertad imaginativa del surrealismo constituyen las fuentes iniciales de su poesía. Su primer li­bro importante, Las manos y los fru­tos, es de 1948. Por entonces llega -con retraso- el surrealismo a Por­tugal. Eugénio de Andrade tiene yasu propio camino, nunca será un su­rrealista ortodoxo. Las afinidadeselectivas le llevan a interesarse porla poesía española. Le deslumbra-en su juventud- García Lorca. Elneorromanticismo apasionado deAleixandre deja también en él suhuella. La poesía oriental -a la con­cisión y el brillo del haikú tiendegran parte de su obra- y la poesíagriega -traduce espléndidamente aSafo- completan la constelación dereferencias entre las que se inscribela aventura literaria de Eugénio deAndrade, una de las más sugestivasde nuestro tiempo en cualquier len­gua.

Eugénio de Andrade canta a lo elemental del hombre -y el agua, el fuego, la tierra, el aire- con palabras elementales. No hay ninguna com­plicación en su sintaxis ni en su vo-

97

cabulario (y en esto constituye la an­títesis de otro de los grandes poetas portugueses contemporáneos, Jorge de Sena). La transparencia cristalina de sus versos, deslumbrante ya en una primera lectura, es el fruto de un complejo y minucioso trabajo -los poemas varían de edición en edi­ción- que los críticos han puesto de relieve. Para el traductor se trata de una sencillez engañosa y peligrosa. Hace falta mucha habilidad para lo-

grar que la delicada melodía de Eu­génio de Andrade no se quiebre al pasar a otra lengua. Esa habilidad ha de ser quizás mayor cuando se tra­duce para una lengua tan próxima como la español a.

La dedicación de Angel Crespo a la poesía de Eugénio de Andrade es antigua. Sus primeras traducciones aparecieron allá por 1960 en la re­vista Poesía de España. Ahora nos ofrece un amplio volumen que re­coge una muestra significativa de to­dos los libros de Andrade, desde los Primeiros Poemas (1940-44) hasta Matéria Solar (1980). La traducción, correcta en general y en algunos tre­chos excelente, desilusiona un poco a los que conocemos (y admiramos) la labor intelectual y poética de An­gel Crespo. Tiende Crespo a compli­car con inútiles hipérbatos la natural fluencia del verso portugués. Así, traduce «o nome dos dias todos do verao» por «de cada día de verano el nombre», y «ou toiro de amor até aos cornos» por «o de amor toro hasta los cuernos» (pp. 145 y 163, respectivamente). Añade a veces una rima absolutamente inútil: «como este griego que en los versos osaba / hablar de lo que tanto se callaba / o sólo en los cafés turcos se hablaba». En el original falta ese monótono «aba» final y no se ve la

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MONUMENTA HISTORICA ASTURIENSIA Apartado 425

GIJON-ESPAÑA

ULTIMAS PUBLICACIONES:

VI. ELVIRO MARTINEZ Los documentos asturiano; del

Archivo Histórico Nacional. Gijón 1979.

VII. JULIO SOMOZA,El carácter asturiano. Edic. de

J. L. PEREZ DE CASTROGijón 1979.

VII. LA COCINA TRADICIONALDE ASTURIAS

Edic. de EVARISTO ARCE Gijón, 1981

DE INMEDIATA APARICION:

CARLOS GONZALEZ POSADA, Asturianos ilustres. Edic. de J. M. FERNANDEZ

PAJARES.

•SERVICIO DE PUBLICACIONES Caja de Ahorros de Asturias

Los Cuadernos de la Actualidad

necesidad de su aparición por nin­guna parte: «como este grego que nos versos se atrevia / a falar do que tanto se calava / ou só nos cafés turcos se dizia» (p. 164).

No vamos a ser exahustivos. Nos limitaremos a citar otros dos o tres ejemplos de los incomprensibles descuidos de Angel Crespo. La ver­sión que ofrece de «Falar falar como a crianya que / na noite se masturba onde me leva?» carece de sentido: «¿Hablar hablar igual que el niño que / se masturba de noche do me lleva?» (p. 245). Una adecuada colo­cación del signo interrogativo y la eliminación del insólito arcaísmo «do» basta para otorgárselo: «Ha­blar hablar como el niño que / en la noche se masturba, ¿a dónde me lleva?». Algunas de las peculiarida­des de la traducción resultan dificiles de explicar. En el poema «Los ojos arrasados de lágrimas» se añade un verso («como a veces me siento en un jardín») que no aparece en el texto original que le acompaña ni en la edición de la obra completa de Andrade que nosotros hemos tenido ocasión de consultar (Poesía e Prosa, Biblioteca de Autores, Lis­boa, 1980). No creemos que se trate de una de las no escasas erratas.

No faltan tampoco los pequeños descuidos en el, por lo general, ati­nado prólogo que Angel Crespo pone al volumen. La revista Orpheu no apareció entre 1914 y 1915, según se indica más de una vez. Sus dos números son de 1915; en 1917 se im­primiría, al menos parcialmente, una tercera entrega que no llegó a ser distribuida. Incierto resulta también que Primeiros Poemas (breve selec­ción de los dos libros que Andrade publicó con anterioridad a Las ma­nos y los frutos) apareciera inicial­mente en los dos tomos de Poesía e Prosa; el propio Crespo cita en su bibliografía dos ediciones de 1977.

La antigua familiaridad de Angel Crespo con la poesía de Eugénio de Andrade y con la lengua portuguesa le ha jugado en este libro más de una mala pasada. Son los riesgos de un exceso de confianza. A Angel Crespo se le puede �y se le debe­exigir un mayor rigor: el mismo al que él nos tiene acostumbrados en el resto de su obra.

El carácter bilingüe de la edición atenúa buena parte de los defectos que antes hemos apuntado. De ahí que, quienes amamos a Eugénio de Andrade, la saludemos, a pesar de todo, con alegría. Que el lector es­cuche la música del deseo que suena en este puñado de palabras portu­guesas, de palabras universales, y

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que se deje seducir por ella. Quedará deslumbrado -y acompañado- para siempre.

Bernardo Delgado

LA VUELTA

DE ANGEL

PARIENTE Angel Pariente, Ser alguna vez, Rena­

cimiento, Sevilla, 1981. Angel Pariente, Antología de la poesía

culterana, Júcar, Madrid, 1981.

Angel Pariente (Gijón, 1937) se estrena como poeta con «También a mí me gusta la bella música», breve serie incluida en el volumen co­

lectivo Doce jóvenes poetas espafio­les (Madrid, El Bardo, 1967). Al año siguiente aparecería en la misma co­lección su primer libro, Este error. No se alineaba Angel Pariente en 1968 -ya habían publicado Gimferrer y Carnero- junto a la línea más re­novadora de la nueva poesía espa­ñola. El poeta gijonés aparecía como un epígono de la generación del cin­cuenta. La ironía y el prosaísmo ca­racterísticos de Angel González Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo se encontraban presentes en Este error. A veces la proximidad resul­taba demasiado evidente. Es el caso �e «La color de vuestro gesto», sá­tira contra los poetas garcilasistasque recuerda un muy citado poemade Salmos al viento.

No faltaban en este error ni el simplismo de la poesía social (el poema «Noviembre vietnamita» puede ejemplificarlo) ni una ciei¡ta

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retórica aleixandrina de dudoso gusto ( «virgen núbil que acaricia mis hombros feudales», se lee, por ejemplo, en el poema «Cierto estado de furor»). Este error no pasaba de ser el libro de un epígono aplicado, aunque a veces consiguiera poemas tan notables como «Estas mañanas». Libro no desdeñable en su mo­mento, pero que hoy conserva un valor meramente histórico.

Trece años ha tardado Angel Pa­riente en volver a reunir sus poemas en volumen. Esporádicas colabora­ciones en revistas dejaban constan­cia de que no había abandonado el verso. Aunque nada se nos indique, Ser alguna vez nos parece una mues­tra antológica de una obra más ex­tensa. La heterogeneidad de la co­lección, en la que se intentan muy diversos estilos, eso nos lleva a pen­sar. Alterna Angel Pariente el su­rrealismo de «Luna de Tenerife» o de la (en exceso retórica) «Oda a Isidore Ducasse» con la ironía y la cotidianidad de poemas como el titu­lado «Bécquer: Reflexión intempes­tiva». No faltan ni el intimismo ni el patetismo; tampoco -signo de los tiempos-, las muestras de metapoe­sía.

La desorientación que se manifes­taba en Este error no ha desapare­cido por completo en Ser alguna vez. Angel Pariente intenta unir, no siempre con acierto, la herencia de sus primeros maestros -los grandes nombres de la generación del cin­cuenta- con el culturalismo y el ex­perimentalismo de los poetas más jóvenes. El resultado es una obra que nada entre dos aguas, que qud:la un poco en tierra de nadie.

Al énfasis palabrero de algunos textos nosotros preferimos la dicción sencilla de poemas como «Homenaje secreto», vno de los mejores del li­bro, en el que se alían el humor, la ternura y un velado patetismo. Este poema nos confirma que Angel Pa-

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riente es un autor que tantea diver­sos caminos y que tarda en encon­trar el camino propio, pero que se trata -sin duda alguna- de un poeta auténtico.

El nombre completo de Angel Pa­riente es Manuel Angel Aragón Pa­riente. Con la otra mitad de su nom­bre -Manuel Aragón- figura como director de la excelente colección «Los poetas» de Ediciones Júcar. El número 30 de esa colección es una sugestiva antología de la poesía cul­terana. Un breve prólogo, de carác­ter fundamentalmente sociológico, sitúa a los poetas en el contexto de su tiempo. Quizás hubiera sido inte­resante detenerse un poco más en los aspectos propiamente literarios del culteranismo. Selecciona Angel Pariente una breve muestra de veinte poetas. Unos pocos -Gón­gora, Villamediana, Sor Juana Inés de la Cruz- se encuentran editados en ediciones accesibles, pero la ma­yoría resultan desconocidos para el lector común y sus obras son inen­contrables incluso para el especia­lista. En poner al alcance del lector un sector importante de la poesía del siglo de oro radica el mérito de este libro. El valor de tal poesía no es únicamente histórico. Bastantes pe los poemas siguen conservando su capacidad de sugestión. Un análisis comparativo del culteranismo del XVII y del culturalismo actual está todavía por hacer y resultaría su­mamente ilustrativo.

Frente a tanto grafómano impeni­tente, frente al aluvión de libros inú­tiles, es de agradecer la contención de Angel Pariente que ha sabido es­perar trece años antes de ofrecer­nos una nueva muestra de su tra­bajo. Confiemos, sin embargo, en que ni el poeta ni el investigador se hagan esperar tanto la próxima vez.

Manuel Eguren

LO QUE HAY QUE TENER Howard Hawks, Tener y no tener.

A demás de medir la desazón de una época, el cine de los años cuarenta supo entretener a un público amplísimo, contando de

una forma contemporánea aventuras de siempre, mitos de todas las épo-

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cas. Narraciones perfectas que res­cataban un universo armonioso, amablemente maniqueo, que evoca­ban emociones de infancia y anti­guas sabidurías de cultura. Howard Hawks participaba con una mayoría del cariño por estas historias enteras con personajes precisos, ocurrencias divertidas, sexo picante, acciones arriesgadas, violencia y amor -que es como referir un sumario de lo humano. Tener y no tener, como se sabe, cuenta al menos dos mitos: el de la mujer insolente que seduce a un pescador ético (Slim y Margan) y el de la chica modesta que roba el corazón de un actor de moda (Bacall y Bogart). Con ésto Hawks rodó la película más sincera y sencilla del más célebre de los flechazos de pelí­cula.

Ernest Hemingway había escrito con este título una mediocre novela de éxito que rellena con un diálogo crudo pero trivial y un repertorio de tics bien intencionados su único tiempo muerto. Cuenta la historia del pescador y contrabadista Harry Margan que pierde su vida en el barco de otro, intentando llegar a Cuba con unos revolucionarios opuestos a Machado. Un negocio sin suerte: un héroe español. Su viuda se llama Marie Browning y es la mu­jer fuerte de la Biblia, con el sexo entre las piernas. Eddie es un borra­cho sin fortuna que desaparece en las primeras páginas. Faulkner, guionista de la película, compartía con Hemingway y también con Hawks la devoción por el mar; pes­caban, bebían y contaban historias. Dio a Margan una vitalidad cansada y le apodó «Steve»; inventó para Marie, ahora «Slim», una lujuria jo­ven y sabia; y anudó entre ambos la complicidad apretada de los hom­bres. Escribió, por fin, con Jules Furthman, algunas frases inolvida-

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BIBLIOTECA

Uría, 5 OVIEDO

TITULO$ PUBLICADOS

JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV.

AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.

AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Princi­pado de Asturias.

LUIS ARRONES PEON, Historia Co­ral de Asturias.

CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.

JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana.

RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y re­cuerdos de Manuel Llaneza.

COLECCION EL TRASGU

DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.

DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más

cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu­

rianes.

BIBLIOTECA ANTIGUA

ASTURIANA

«CONSTITUCIONES

SINODALES DEL

ARZOBISPADO DE

OVIEDO»

Oviedo, 1553

Prólogo de José Luis Pérez de Castro

Información y pedidos: Librería Anticuaria de José

Manuel Valdés.

C/ Marqués de Gastañaga, 13 Oviedo. Teléfono 212838

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bles que figuran desde entonces en el breviario del cínico. Las dificulta­des políticas del momento traslada­ron la acción desde Cuba a la Marti­nica colaboracionista; y al cabo de los años, paradójicamente, esto ha hecho a la historia más ejemplar, más intemporal. Howard Hawks filmó una magnífica secuencia de pesca usando vulgares transparen­cias, un asalto nocturno con patru­llera, en tierra, y construyó en el estudio de la Warner un delicioso hotel de paso que prefiero al bar de Rick de Casablanca. Su estilo habi­lidoso, deliberadamente modesto, las canciones intensas de su amigo Hoagy Carmichael y la alegre cojera insuperable de Walter Brennan acompañaron a Humphrey Bogart y Lauren Bacall en una película que les pertenece antes que a ninguno de tantos compañeros ilustres.

A sus cuarenta años, Bogart era un hombre gastado que andaba los caminos de un éxito profesional muy tardío y de la recuperación moral. Para lo primero contó con la amistad de Leslie Howard, John Huston, Raoul Walsh y Howard Hawks. Na­vegar, moderar su afición a la bebida y dar una tranquilidad a su atormen­tada vida matrimoniat formaban la segunda parte. Se enamoró de Lau­ren Bacall, segundo nombre de una cenicienta corriente, jovencísima e insegura, que hacía su primera pelí­cula, descubierta por la mujer de Hawks entre las páginas del «Har­per's Bazaar», y que sería luego una buena actriz y una esposa compren­siva. Al pie del plató, se modificó el guión que planeaba un flirt con la mujer del revolucionario (Dolores Morán, belleza latina derrotada). Y el romance trascendió a la pantalla: el humor brillante y decidido de los dos; los avances, vacilaciones, ries­gos y vulgaridades de su enamora­miento. Bogart, en quien se encar­nan de modo eminente todos sus personajes, realizó su propio papel: el de un hombre de apariencia fría, que se defiende de sentimientos que duelen y muestra su fondo román­tico, vulnerable. Un Bogart de pleni­tud, distendida su mueca incrédula, apacible y tierno. El héroe de He­mingway es un filibustero manco que se echa al mar por un mendrugo bien ganado, sin más garantía que sus agallas. El Morgan de Bogart, un aventurero cansado que lleva revo­lucionarios para recobrar su autoes­tima y dejarse ganar por una mujer de arrestos. Bacall hace este magní-1·ico papel ajeno: la chica descarada, Je estilo masculino y pasado oscuro.

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La película cuenta su aventura impecable. El pról9go asegura que Martinica es una isla del Caribe. Un lugar de paso, de olvido y de prisión que la historia ha convertido en un limbo, estación de personajes sin pa­sado y con un futuro improbable. El pianista ocurrente ameniza su actua­lidad alargada. Un turista americano se entretiene con la pesca deportiva y se marcha sin pagar. Alrededor se ha organizado un melodrama ajeno: cuatro bandidos mediocres sentados en Vichy regentan la isla, unos resis­tentes aficionados organizan la re­vuelta; el pueblo es estúpido, la po­licía torpe. Paran en el hotel dos huéspedes apolineos: una rubia de la vida que canta con voz tabernaria un tema socrático, «Qué poco sabe­mos»; y un pescador estafado, con­trabandista por dignidad. Se miden con una lengua afilada, se insultan y a continuación se besan. El marino navega con Eddie, borracho con suerte, viejo amigo al que administra piadosamente la bebida. Le pagan por traer a la isla a un líder exiliado. Las cosas se complican, son tirotea­dos y tiene que sacarle una bala mientras le leen el sermón de la buena causa. La policía sospecha, Eddie se va de la lengua y lo encie­rran. Morgan lo rescata, secues­trando al jefe local de los esbirros. Gente sin agallas: un revolucionario que se marea, un pescador a ratos que pierde la mejor captura, polizon­tes que persiguen a un viejo, que pegan a las chicas. Slim tiene la cua­lidad rara de sintonizar con los acer­tijos esotéricos del borracho y en­tender el discurso malhumorado y escueto de su hombre. Una tipa le­gal, un hombre entero. El final es un premio lógico: se van, se van de la isla.

Supimos luego que al otro lado del horizonte esperaba una tranquilidad casera, que los héroes de nuestro tiempo tienen el corazón de cristal y las aventureras sueñan con el anillo de pedida. Hawks, que era un tipo despiadado, no quiso rodar esta parte. Bogart y señora vivieron una común vida común que está contada

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por Lauren Bacall en una autobio­grafía aburrida y vulgar.

José Ramón Rodríguez Bermúdez

COMO AGUA

FRESCA

Cátulo y Marcial. Ed. Laia, Barcelona. Versión de Ernesto Cardenal.

e uando la razón nos aboca a la aceptación lógica de la mujer, como un ser equiparado al hombre. Cuando la mujer (feminis­

mo?) exige sus derechos incluso en el amor; que nos obliga a los hom­bres al esfuerzo constante de tener siempre en nuestra mente: «Que aquello de nuestros padres en gene­raciones anteriores, era irracional». Eso mismo que nos da los puntos de referencia para el comportamiento del pensamiento, tales como: la mu­jer puede amar igual que el hombre, la mujer en general no existe, sino individualmente; y otras exageracio­nes de este tipo, cuando de todos es sabido que la mujer por naturaleza es más infiel que el hombre, me re­fiero a la infidelidad pensada cons­ciente o inconscientemente, que no a la física, claro está que por prejui­cios artificiales. Pues bien, quería llegar a que la razón obliga, razón quizá temerosa de esa diosa griega trasladada a nuestros días, que enva­rada y con la mano en alto dice: «Borraos pues los cánones estable­cidos, dejad de lado los tabúes; ta­búes tales como tomar cual objeto fuera a la mujer. Que en la batalla mientras vosotros vais a luchar, no se queden lejos guardando de los hi­jos; llevadlas con vosotros al frente y dejad a los hijos con su abuela, o abuelo, que también puede ser.»

Es entonces, después de la lucha por mantenernos lúcidos y lógica­mente abdicadores ante la mujer, cuando nos llegan, por medio de Er­nesto Cardenal (actual ministro de Educación en Nicaragua), los poe­mas recogidos que Cátulo (año 87 a. C.) dedicó a Lesbia su amada. Poe­mas de alegre pasión (alegre también la hay) que con amable desenfado canta como hoy quizá ya no se pueda. Por ello digo que llegan a no-

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sotros como un paño de agua fresca apoyado en nuestra frente, para así calmar nuestros instintos doloridos de tanto empujarlos «pa tras». Va­mos, que viene a darnos un respiro para quizá proseguir en la lucha de la razón, o quizá unirnos más a las raíces (educación).

Baste con estas breves señas a modo de aperitivo:

«A nadie más amará, dice mi mucha-. [cha,

sino a mí aunque Júpiter la enamore Dice: pero lo que dice una muchacha se debe escribir en viento o en

[agua rápida».

Este Cátulo que llega para reafir­mar los sueños todavía libres. Sue­ños para idolatrar a la mujer, para hacerla nuestra amada; portarnos quizá como Pigmalión e irla matando poco a poco, puesto que esa mujer se irá sublirnizando de tal manera que desaparecerá dejando paso a la Diosa que todo hombre lleva clavada en SU amor.

Acompañando al amante de Les­bia, aparece Marcial (año 40 d. C.) para completar este folletín de andar por casa. Con unos versos que más que tales son epigramas, nos mues­tra que desde hace milnovecientos cuarenta años, se vienen utilizando los mismos cortes de manga, como:

«¿Por qué no te envío, Pontiliano, [mis libros?

Para que tú no me envíes, Pon­[tiliano, los tuyos.»

Prosiguiendo con continuas frases dejadas caer a plomo:

«Cinna quiere aparentar ser po­[bre: y es pobre.»

Para terminar con jodiendas, que a quien fuesen dirigidas, seguro que despertarían su irascibilidad:

«Preguntas, Lino, qué me renta mi [villa de Nomenta?

Que no te veo a ti, Lino: eso [me renta.

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Indudablemente este personaje debería de ser el «chulito de la banda» si es que en aquellos tiempos también existían círculos culturales o eso.

En cada línea se nota la presenciade Ernesto Cardenal, que a través de él y su idioma criollo, hoy podemos mascar la lozanía de estos versos. Poco después, Ernesto Cardenal se hizo monje trapense; se cree que no fue por esta traducción.

Jon Santos

EL CUERPO DEL SUEÑO

La vida es sueño, dirigida e interpre­tada por José Luis Gómez. Teatro Espa­ñol.

Ahora que ya sabemos que nuestro tiempo no es más que una metáfora de Nos­tradamus sobre cuya signi­ficación se hacen cruces,

fingen muecas y articulan espamos los descifradores, presagiando más bien la catástrofe que también anun­cian los periódicos, es oportuno vol­ver la vista atrás y escurrir el bulto por una puerta ni más ni menos falsa que otras: creer literalmente -actos de fe mayores hacemos cada día­que la vida, como dijo Calderón, es sueño, y que la denominada realidad no es sino la multiforme costumbre en que lo onírico suele manifestarse. Si aceptamos esta premisa, es razo­nable preguntarse, entre otras mu­chas cosas, por el cuerpo de un tal estado soñado, por el cuerpo del so­ñador, por los presuntos cuerpos de lo que se sueña y, en suma, por el espacio corporal, físico, de la exten­sión del sueño. No sé si algún poeta del venecianismo tardío ha levan­tado en alguna ocasión esta requisi­toria: «¿Dónde se encuentra, oh dio­ses, el cuerpo del que sueña?» Sea como fuere, tal interrogante debería figurar en alguna antología al uso porque contiene una de las más atroces dudas que asolan al hombre de hoy: qué hemos hecho de nuestro cuerpo.

La obra de Calderón que ahora José Luis Gómez, al frente de un grupo de excelentes profesionales, ha incorporado a nuestro mundo del preparatevaestallarelobús, admite la indagación desde un punto de vista

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del cuerpo, y no sólo la admite sino que esta versión de La vida es sveño diría que la adelanta sobre el barroco entramado metafísico del auto, hasta situarla en una posición insoslayable. Segismundo, desde la privación al delirio, pasa por sucesivos estados mentales cuyo más visible punto de unión es su propio cuerpo. En sus confusas opiniones acerca de lo que le ocurre siente, antes que nada, un irrefrenable impulso a probar su corporalidad, acaso porque olfatea que sólo el cuerpo puede darle res­puestas inequívocas, tajantes, sobre la duda que le inquieta. Que después sus razones transiten caminos filosó­ficos, es otro tema. Pero la prueba que -presumiblemente- le abre los ojos a la «verdad» de su proceso es el recuerdo que alguien tiene de algo que él hizo o dijo, y en ese instante constaba que no ha soñado porque su cuerpo estuvo allí. O, lo que es lo mismo, que en su sueño tenía cuerpo.

Este protagonismo de la corpora­lidad -que sin duda la obra del clé­rigo Calderón contiene- está magis­tralmente subrayado en la interpre­tación de José Luis Gómez. Incluso podría decirse que es la sustancia misma de dicha interpretación. Cuando Segismundo, frente al es­tado en que las veleidades astrológi­cas de su padre-rey le han puesto, se siente poseído por la furia, o cuando, una vez trasladado a pala­cio, recupera la consciencia, previos a las razones que la dicción de los versos aproximan, el personaje nos ofrece una sucesión de gestos, apa­rentemente triviales, incluso lógicos en el contexto de la situación, pero mucho más significativos que todos los parlamentos. Incluso éstos no pasan de ser con frecuencia más que una música de fondo destinada a en­tretener nuestra mente mientras los sentidos se van tras la contorsión: el ademán, el salto, la disponibilidad

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corporal que se materializa en diver­sas formas sobre la escena. La es­cena del descubrimiento de la retó­rica corporal palaciega por parte de José Luis-Segismundo muestra este aspecto de la obra mediante ese efi­caz recurso con que el humor suele aislar los objetos para llamar la aten­ción acerca de sus perfiles, más o menos grotescos o elegantes.

La esquizofrenia que vive el per­sonaje (tal como el propio JLG apunta en la presentación escrita de la obra) se posesiona no sólo de los miembros espasmódicos del actor, sino de su rostro, el mapa de la sen­sibilidad artística que no soporta trucos ni engaños. Y también aquí JLG sabe ser un espejo: permite, sin estridencias, que Segismundo ex­prese un amplio espectro de muta­ciones, desde el temor al frenesí, desde el asombro a la duda o al en­simismamiento. El cuerpo del sueño -de la ficción- cabalga por todo elespectáculo con tanta nitidez comoel caballo que abre la obra. Y esecuerpo donde el sueño tiene lugar senos hace visible gracias al cuerpo delactor, no menos soñado en cuantoque nos obliga a participar en un en­cantamiento.

La versión de José Luis Gómez -al margen de otros aspectos másintencionales o incluso más impor­tantes, pero también más obvios- si­túa La vida es sveño en el espaciocontemporáneo, en los territorios delo que con tanta reiteración y bom­boplatillo se nombra modernidad, yuno de cuyos atributos es la recupe­ración del signo cuerpo, después deluengos años de purga judea-cristia­na. Y por mor de esta nueva lecturay del aspecto que de ella aquí des­taco, cobran sentido -sus sentidos­los sofismas más arriba expuestos.Si, como no es impensable, nuestravida es puro sueño y tenemos ennosotros un cuerpo con que soñar,alarguemos la mano y comamos delárbol sin temor a despertarnos:

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Como Adán y Eva, quizá descubra­mos entonces que estamos condena­dos, pero desnudos.

Alfredo José Ramos

DE

GASTRONOMIA

José Maria Es;a de Queiroz, La ciudad y las sierras (1901). Jorge-Víctor Sueiro, Comer en Ga/icia y Manual del marisco. Penthalon Ediciones. Madrid, 1981.

No sé quién me facilitó oen dónde leí la referenciadel libro de Queiroz. Entodo caso, sépase que es­toy agradecido a quien me

guió por el intrincado camino de la bibliografía gastronómica: Es am­plio, mucho mayor de lo que pudiera creerse y no tan solo orientado al comentario, al recetario o a la guía culinaria de bien señalados horizon­tes. También abundan el juicio y la enseñanza. Es más: en muchas obras se ocultan verdaderos tesoros bajo títulos bien extraños a la mate­ria gastronómica. Así ocurre con la novela «La Ciudad y las Sierras», de Queiroz: Magnífico ejemplo de lite­ratura impresionista: bien dotada de descripciones ricas en detalles y de explicación de corrientes vanguar­dias muy en consonancia con los adelantos de la época. Tiene un es­pecial relieve el relato del plato de la «naranja helada con éter».

Encontré en la novela una aporta­ción de gran importancia para la gas-

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tronomía portuguesa, incluso para la relación que pudiera establecerse con las cocinas gallega y asturiana. En el caso de la portuguesa con­trasté los platos que me fueron sur­giendo en la lectura, bien detenida, que hice del libro, con el magnífico tratado de Antonio M. de Oliveira Bello «Olleboma». (Lisboa, s. a. ¿ 1936?): «Culinaria Portuguesa», y pude comprobar que todos los platos figuran estudiados en el libro del gran gastrónomo y Presidente de la Sociedad Portuguesa de Gastrono­mía, lo que no deja de ser un mérito más que añadir a los muchos de la obra de Queiroz, que deja así cons­tancia de sus saberes gastronómicos.

Lamprea escabechada -que tam­bién Puga «Picadillo», da receta para realizar el plata-, sopas: de pescado, de hígado, con macarrones; lechón asado, arroz al horno, arroz con ha­bas, ostras, y otras excelencias más. Me llamó poderosamente la aten­ción el plato de «arroz con leche a la portuguesa», por eso de la exclusi­vidad, o cuando menos acusada es­pecialidad, de la cocina asturiana a decir de algunos clásicos como Al­varo Cunqueiro, y contrasté, nue­vamente, su descripción con la que hace Oliveira en su tratado: se come «caliente o frío, conforme al gusto, más generalmente frío �mpolvado con canela». Rizando el rizo, Es;a de Queiroz informa que los adornos con las iniciales, el nombre o fechas, se hacían «con la ingenua 9anela», lo que -es prueba de costumbre particu­lar de algún lugar portug

f· és, desde

luego de sus «sierras», alá por los Alemtejos.

Si he mostrado mi graqtud por el hallazgo del libro de Queiroz, no tengo que agradecer a nadie el haber llegado a los dos libros, referencia­dos arriba, de Jorge-Víctor Sueiro. A estos llegué voluntariamente y por ende no puedo inculpar a nadie de su conocimiento. No les niego el pan y el agua a perpetuidad, pero he de mostrar mi disconformidad con al­guna expresión de sus contenidos.

Dice Gracia N oriega, en la puntual crítica hecha a la aparición del «Ma­nual del Marisco», que yo mostré «justa indignación» ante la afirma­ción de Sueiro de «que el pixín es la langosta de los asturianos». Tam­bién él debió de mostrarse, en su día, duro en la apreciación y valora­ción de este decir tan lleno de chau­vinismo.

Hay motivo suficiente para mos­trar desagrado y desaprobación total

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I

a tal manifestación; la langosta es tan normal en las degustaciones gas­tronómicas asturianas como en las gallegas; las condiciones de crianza y mercado son similares, incluso se exporta desde aquí y seguro que no en condiciones de dumping, dándose las mismas coyunturas comerciales y sociales en ambas zonas, pues des­graciadamente, repito, un gran por­centaje -tal vez cercano al 95 %- de consumidores en ambas regiones no pueden alcanzar tan preciado ma­risco en razón de su precio elevado. Seguramente el señor Sueiro sea de los privilegiados que pueden hacerlo y por ello, satisfecho de tal posibili­dad, olvida que el «rape alangos­tado» no es exclusivo de Asturias y de Castilla -como él asegura-. Yo lo he visto en cartas de otros lugares, incluso en Galicia, pero ello va en razón no del gusto -¡ que no está tampoco tan mal!- sino del precio. De ahí a asegurar tal extremo media un mundo, pues el hecho de consu­mir el rape no elimina el que pueda consumirse la langosta, cuya finura de carne y delicioso sabor son bien estimados en toda ocasión. Re­cuerdo, a este propósito, una demos­tración de incultura gastronómica en cuanto a la apreciación de la angula -o meixon, la llaman en Galicia-, encuya zona de Tuy la empleabanhasta hace bien poco tiempo paraabono de los campos. Yo alcancé aver cómo se daba esta aplicación atan delicioso bichito.

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Sobre el conocimiento de la lan­gosta y su consumo es conveniente recordarle a Jorge Víctor Sueiro que por aquí las solemos «echar» a la verdura para que ésta tome un sabor noble y que, según anécdota origi­nada por un maestro en la elabora­ción del plato, el marisco es sacado a «pradear» de vez en cuando, como si de vacas se tratase. En Asturias abunda la langosta y es conocida y apreciada y hasta se le buscan apli­caciones de «nueva cocina». Lo del rape es pura anécdota y también, quizá solución picaresca de algún espabilado restaurador que la em­pleó -en toda latitud: aquí, ahí, allá y acullá- en algún multitudinario ágape, en las mesas que no fueran preferenciales.

Esta desafortunada frase aparece muy pronto en su «Comer en Gali­cia» -página 20-- y su lectura ya me predispuso desfavorablemente para ver en detalle el resto del libro.

Continuó mi enfado al aparecer el «Manual del Marisco». En la página 313 -por ella abrí el libro casual­mente- formula sus particulares re­comendaciones para comer en Oviedo y señala como marisquería recomendable el «Hotel Princi­pado»; sí se come langosta y otros mariscos -desde luego no rape, im­posible en este lugar dada su serie­dad profesional- pero no ha sido nunca marisquería, lo mismo que «La_Campana».

Insistí en la lectura y ví que daba como base de su bibliografía los li-

Los Cuadernos de la Actualidad

bros de Pilar Aguirre, Luis Villa­verde y otro que no conozco bien.

Galicia cuenta con otros títulos más serios como aportaciones gas­tronómicas de interés, si bien estas obras de Jorge Víctor Sueiro contri­buyan más a una más popular divul­gación del tema.

Juan Santana

ESE VIEJO GOLFO PELIRROJO

U n amplio ciclo de sus pe­lículas en la segundacadena de TVE, el es­treno de Las bicicletasson para el verano, pre­

mio Lope de Vega de teatro en 1978, y dos rodajes casi simultáneos han promovido páginas de elogio y actos de homenaje a Fernando Fernán-

Gómez. Elogios y homenajes cier­tamente merecidos. Sobre todo por lo que tienen de reconocimiento de una trayectoria profesional y de una aventura personal que ha utilizado el talento contra la escasez de medios materiales en el mundo del espec-

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táculo español y un sabio olfato ha­cia lo placentero frente a las pacatas normas de la moral convencional predominante.

Condenado a empujar la pesada carga de la mediocridad del sector más cochambroso de la chapucera industria nacional de la autarquía, el cinematográfico, hay que recordar no obstante la eficacia y la brillantez de los trabajos de aquel joven peli­rrojo espigado, divertido, buen per­dedor: casi, casi el «Sísifo dichoso» que imaginaba Camus. Luego llega­rán mejores directores, más posibili­dades de realizaciones propias, ac­tuaciones memorables en teatro ( como la irrepetible de La sonata aKreutzer en el Madrid de comienzos de los sesenta), algunas series televi­sivas espléndidas, y la precoz maes­tría inicial se convierte en ejemplar oficio sostenido, con momentos ex­cepcionales. No es casual: como ac­tor, Fernán-Gómez reúne a un tiempo virtudes de los grandes trági­cos y de los mejores intérpretes de comedia, es una combinación de A. Sordi y de V. Gassman, una mezcla de L. Oliver y de Woody Allen; y es capaz de hacer con la misma digni­dad de Angel de Andrés que de Wal­ter Matthau, inclinado por igual a los modestos entrebastidores de La La­tina que a las rutilantes luces de Broadway. ¿Qué hubiera podido ha­cer este Hamlet-Don Mendo bajo la dirección de G. Cukor, H. Hawks, B. Wilder, B. Edwards, por ejem­plo, o tal vez de F. Fellini?

El atractivo toque de genialidad de Fernán-Gómez no es ajeno, por lo demás, a su indisimulable condición de viejo golfo, de los de antes, de esos que cada vez escasean más, porque es una variedad hasta cierto punto artesanal (tampoco en este te­rreno la mecanización y la produc­ción en serie han supuesto mejora en la calidad). La imagen que ofrece este magistral «rey en lo perece­dero» -por volver al universo camu­seano- es inconfundible: tierno ta­rambana, meticuloso metemanos pícaro promiscuo, buscavidas bona� chón, amante de la noctámbula copa furtiva, coleccionista de espaldas (admirable la de Analía Gadé, por cierto), seducible al instante por la magia de unas bellas piernas femeni­nas, es un terco reincidente en todos los errores que tienen nombre de mujer. Vamos, que no lo dudaría a la hora de elegir entre la Subsecretaría y la secretaria del subsecretario.

José Luis García Delgado