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ARIEL ÁLVAREZ VALDÉS - Tuvo Jesús discípulas mujeres.
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¿Tuvo Jesús discípulas mujeres?/Ariel
Álvarez Valdés.
Que Jesús tuvo discípulos varones es algo que
ningún estudioso ha negado nunca. Sabemos que
durante su vida pública se rodeó de un grupo de
hombres que lo seguían a todas partes. Pero
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¿tuvo también discípulas mujeres? De ser así,
habría constituido un fenómeno sorprendente y
escandaloso, ya que entre los judíos del siglo I
estaba mal visto que un maestro enseñara la Biblia
a mujeres y que, además, se dejara acompañar por
ellas.
Si leemos el primer evangelio que se escribió, el
de san Marcos, veremos que Jesús sólo aparece
rodeado de varones, nunca de mujeres. Pero el
final del evangelio nos depara una sorpresa.
Cuando Jesús se halla clavado en la cruz, después
de morir, Marcos dice que “había allí unas
mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena,
María, la madre de Santiago el menor y de José, y
Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando
estaba en Galilea. Y había también muchas otras,
que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15,
40-41).
¿Quiénes son estas mujeres? Marcos da el nombre
de algunas de ellas, las más conocidas en su
ambiente, y nos señala tres características.
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La primera es que “seguían” a Jesús. El verbo
“seguir” es un verbo especial, que los evangelios
suelen reservar para los discípulos de Jesús. Por
ejemplo, cuando Jesús llamó a Pedro y Andrés,
que estaban pescando, ellos dejaron las redes y
“lo siguieron” (Mc 1, 18). Cuando llamó a
Santiago y a Juan, también dejaron a su padre y
“lo siguieron” (Mt 4, 22). Cuando invitó a Leví,
sólo le dijo “sígueme” y él “lo siguió” (Mc 2, 14).
Y al hombre rico lo llamó, diciendo: “Sígueme”
(Mc 10, 21).
Es que, según Marcos, una de las condiciones que
Jesús había puesto a sus discípulos era que “lo
siguieran” (Mc 8, 34). Se trataba de algo tan
fundamental y la idea estaba tan arraigada en los
Doce, que una vez se cuenta que el apóstol Juan
encontró por el camino a un hombre muy bueno,
creyente, que hasta realizaba milagros, pero no
fue considerado discípulo porque “no seguía” a
Jesús (Mc 9, 38). Y cuando aquellos Doce
quisieron recordarle a Jesús que eran
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verdaderos discípulos, le dijeron: “Nosotros te
hemos seguido” (Mc 10, 28).
CON LA ESCUELA A CUESTAS
Pero no era un seguimiento simbólico, como
cuando decimos “yo sigo a tal autor” para decir
simplemente que somos adeptos a sus ideas. No.
Jesús pedía el seguimiento físico, literal, por los
lugares y pueblos que él recorría predicando y
curando enfermos. Esa era la principal diferencia
con los demás maestros y rabinos de su época.
Éstos reunían a sus discípulos en un edificio o
centro de estudio, donde les enseñaban la Ley, y
después los mandaban de vuelta a sus casas.
Además, el plan de estudios que les ofrecían
duraba una cantidad fija de años. En cambio,
Jesús había inventado algo novedoso. No los
convocaba a ninguna escuela ni les ofrecía un
curso fijo: los invitaba a experimentar en su
propia vida la Buena Noticia que él predicaba. Y
para eso los llevaba a todas partes para que
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vieran cómo aparecía el Reino de Dios entre la
gente.
Ahora bien, si Marcos nos dice que aquellas
mujeres que estaban al pie de la cruz “seguían a
Jesús”, es porque formaban parte del grupo
itinerante de sus discípulos.
NO SÓLO LAVAR LOS PLATOS
Lo segundo que el evangelista dice de ellas es que
“servían” a Jesús cuando estaba en Galilea. Pero
¿qué clase de servicio prestaban en el grupo?
Normalmente, se piensa que hacían trabajos “de
mujeres”, es decir, cocinar, servir la mesa, lavar
los platos, coser la ropa. Un grupo itinerante,
como el de Jesús, necesitaría de alguien que se
ocupara de estos menesteres.
Y bien podían haber sido ésas la tarea de ellas.
Pero vemos que muchas de estas funciones las
cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen
sirviendo la comida (Mc 6, 41), recogiendo las
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sobras (Jn 6, 12), comprando alimentos (Jn 4, 8).
En el evangelio de Marcos, la palabra “servir” no
significa hacer tareas domésticas, sino anunciar el
Evangelio. Al hablar de su misión en este mundo,
Jesús dijo que no vino “a ser servido, sino a servir
y a dar su vida” (Mc 10, 48). O sea, servir, en
lenguaje evangélico, significa dar la vida por los
hermanos, pero cumpliendo una misión
evangelizadora. Ésa, dice Jesús, es la misión de
todo discípulo (Lc 12, 35-48; 17, 7-10). Incluso la
perfección cristiana se obtiene con el servicio (Mt
25, 44).
En otras palabras, si estas mujeres “servían” a
Jesús es porque de alguna manera predicaban el
Evangelio, sanaban enfermos, expulsaban
demonios y realizaban las mismas funciones de los
demás discípulos, no porque cumplían tareas de
cocina y limpieza.
Por último, Marcos dice que ellas “habían subido
con Jesús a Jerusalén”. Es decir, no eran mujeres
locales que al enterarse de su muerte se habían
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reunido espontáneamente a contemplar el
macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea que
habían viajado con Jesús y sus discípulos a
Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua.
Habían hecho, pues, el largo viaje relatado en Mc
10, 1 - 11, 11.
OTROS NOMBRES PERO LA MISMA FUNCIÓN
Si Jesús tuvo durante su vida pública, además de
los Doce, un grupo de mujeres que lo
acompañaban en sus viajes y en su misión, ¿por
qué Marcos guardó silencio sobre ellas durante
todo su evangelio y sólo al final las menciona?
Posiblemente, porque su presencia en el grupo de
Jesús era un dato escandaloso para los lectores.
Por eso prefirió no nombrarlas. Pero el hecho de
que ellas hubieran estado presentes durante su
muerte, e incluso durante su resurrección, era
tan conocido que Marcos ya no pudo callarlo.
Pero Marcos no es el único evangelista que las
menciona. También Mateo, al relatar la muerte de
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Jesús, agrega: “Había allí muchas mujeres
mirando desde lejos, aquellas que habían seguido
a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas
estaban María Magdalena, María la madre de
Santiago y de José, y la madre de los hijos de
Zebedeo” (Mt 27, 55-56).
Mateo, al igual que Marcos, da el nombre de tres
de ellas. Sólo cambia el de la tercera mujer.
Mientras Marcos cita a Salomé, Mateo habla de la
madre de los hijos de Zebedeo (es decir, la madre
de Santiago y Juan). Posiblemente, Mateo lo hace
porque no sabía quién era Salomé. En cambio,
sabía que la madre de los Zebedeo estuvo
siguiendo a Jesús durante su vida; de hecho, la
menciona en una escena (Mt 20, 20). De todos
modos, lo que nos dice de ellas es lo mismo que
Marcos: que seguían al Señor, y que le servían.
AUNQUE PERJUDICABA A SU MARIDO
También Lucas menciona a las mujeres discípulas
al final de la vida de Jesús (Lc 23, 49; 23, 55).
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Pero este autor nos depara una sorpresa, pues
hizo algo que ningún otro evangelista se animó a
hacer: las menciona como acompañantes de Jesús
“durante” su vida pública.
En efecto, en cierta ocasión en que Jesús iba de
viaje por Galilea, dice Lucas: “Recorría las
ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el
Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas
mujeres que habían sido curadas de espíritus
malignos y enfermedades: María, llamada
Magdalena, de la que habían salido siete
demonios; Juana, mujer de Cusa, un
administrador de Herodes; Susana, y muchas otras
que lo servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3).
Notemos cómo el evangelista coloca tanto a los
Doce como a las mujeres en un mismo nivel, puesto
que une a los dos grupos con la conjunción “y”,
que sirve para igualarlos. Nos dice además que
eran mujeres de buena posición económica,
puesto que ayudaban material y económicamente
el movimiento de Jesús con su propio dinero.
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Pero sobre todo resulta interesante ver los
nombres que aparecen en la lista, especialmente
el de una tal Juana. De ella se nos explica que
estaba casada con Cusa. Ahora bien, éste era
nada menos que el administrador de Herodes
Antipas, gobernador de Galilea, con quien Jesús
se llevaba tan mal. La tensión entre ambos se
debía a que Antipas había hecho degollar a Juan
el Bautista, por considerarlo su enemigo.
¿Qué habrá dicho ahora Antipas al enterarse de
que la esposa de su gerente general andaba
deambulando atrás de Jesús, un Maestro
revolucionario radical y, para colmo, ex discípulo
de Juan el Bautista? Para empeorar las cosas, en
cierta ocasión Jesús mismo criticó públicamente a
Antipas, llamándolo “zorro”, por su
temperamento pérfido y codicioso (Lc 13, 31-32).
Todo esto, ¿habrá hecho peligrar la situación
laboral de Cusa? ¿Se habrá enojado el
gobernador con él y lo habrá expulsado de su
trabajo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que
Juana, a pesar de que su seguimiento a Jesús
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ponía en riesgo la carrera de su marido, nunca
abandonó al Maestro y lo siguió hasta el final (Lc
24, 10).
LAS LECCIONES FEMENINAS
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El hecho de que los evangelios mencionen nada
menos que en cinco oportunidades a un grupo de
mujeres que seguían a Jesús es, sin duda, un
indicio de que estamos ante un valioso testimonio
histórico. Pero falta responder a unas preguntas:
¿estas mujeres escuchaban también las
enseñanzas privadas de Jesús, o no? ¿Estaban,
también en ese sentido, al mismo nivel que los
discípulos varones?
La cuestión es importante porque en tiempos de
Jesús los judíos no permitían que las mujeres
estudiaran la Palabra de Dios. Se pensaba que
ellas estaban en condiciones intelectuales
inferiores y que era peligroso enseñarles algo tan
sagrado por los errores que podían sacar de las
Escrituras. Sabemos, por ejemplo, que los rabinos
decían: “Es preferible quemar el Libro de la Ley,
antes que enseñarle a una mujer”. Otro maestro
judío, Rabí Eliezer, en el siglo I d.C. comentaba:
“Quien le enseña a su hija la Ley, le enseña
obscenidades”. También decían los rabinos:
“Todos los males que existen en el mundo entran
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por el tiempo que los hombres pierden hablando
con las mujeres”. Frente a este clima adverso
hacia la enseñanza de las mujeres, ¿cómo actuó
Jesús?
Los evangelios no nos dicen nada. Sin embargo,
cuando ellas van a su tumba la mañana de Pascua y
la encuentran vacía, cuenta san Lucas que se les
aparecen dos ángeles y les dicen: “¿Por qué
buscan entre los muertos al que está vivo? No está
aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló
cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ‘Es
necesario que el Hijo del Hombre sea entregado
en manos de los pecadores y sea crucificado, y al
tercer día resucite’”. Y Lucas continúa: “Ellas
entonces recordaron sus palabras” (Lc 24, 5-8).
En este pasaje se repite dos veces la palabra
“recordar”. O sea que, según Lucas, las mujeres
habían escuchado las enseñanzas privadas que
Jesús impartió en Galilea sobre los últimos
acontecimientos de su vida y que en los evangelios
aparecen como transmitidas sólo a los varones (Lc
9, 18-27). Igualmente Marcos (16, 6-7) da a
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entender que ellas participaron de esas
enseñanzas.
UNA OSADÍA ESCANDALOSA
Durante su vida, Jesús conformó un nuevo tipo de
discipulado itinerante. Pero su actitud más
innovadora y audaz fue la de haber admitido en
ese grupo a mujeres que viajaban con él,
compartiendo esas instrucciones.
En su época, a las mujeres no se les permitían
semejantes libertades. No era bien visto que
tuvieran trato directo con hombres que no fueran
sus propios familiares (Jn 4, 27). Y, cuando
asistían al templo con motivo de una fiesta
religiosa, no podían ingresar en el patio donde
estaban los hombres, debiendo permanecer en un
claustro exclusivo. Asimismo, cuando iban a rezar
a las sinagogas, permanecían separadas de los
varones.
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Alejadas de los problemas sociales, excluidas de
la vida pública, apartadas de los debates
religiosos, sin competencia en cuestiones
políticas, eran las grandes perdedoras en la
sociedad judía de los tiempos de Jesús. Su función
se reducía al cuidado de la casa y de los hijos. Por
eso no deja de sorprender la osadía del Maestro
de Nazaret.
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LA APTITUD DEL CORAZÓN
Ya de por sí la gente criticaba a Jesús diciendo
que era un comilón y un borracho, amigo de
pecadores (Mt 11, 19) y de prostitutas (Lc 7, 39);
lo tildaba de loco (Mc 3, 20-21) y endemoniado
(Jn 8, 48). Pero verlo además acompañado de un
séquito de mujeres sin maridos, algunas de las
cuales eran antiguas endemoniadas, que lo
sostenían económicamente y que viajaban con él
por las zonas rurales de Galilea, escuchando y
aprendiendo sus enseñanzas, debió ser algo
escandaloso y, sin duda, debió de haber
aumentado la desconfianza hacia su persona. La
gente seguramente se preguntaría cómo era
posible que un maestro afamado como él
admitiera a personas que la tradición judía
consideraba no capacitadas para el estudio y el
servicio religioso. Pero la respuesta de Jesús, al
aceptarlas en su grupo, fue que toda persona es
apta para el servicio de Dios.
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En las manos de Jesús, en el grupo de Jesús, en la
escuela de Jesús, todos somos valiosos e
importantes. Más aún, todos somos necesarios. De
aquellas mujeres, a quienes la sociedad de su
época no consideraba, Jesús supo sacar enormes
riquezas y descubrir un potencial impresionante.
Porque nuestro valor como personas no depende
de la aceptación de los demás, ni de que los otros
nos reconozcan o aprueben. Depende del llamado
de Jesús a cada uno. Eso es lo que vuelve a
alguien extraordinariamente importante. Y él
sigue hoy llamándonos a hacer cosas grandiosas.
A todos. Basta con escucharlo y preguntarle: ¿a
dónde nos quieres llevar?
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Ariel Álvarez Valdés. Doctor en Teología Bíblica,
Santiago del Estero, Argentina. Artículo
publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl
http://www.miradaglobal.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1422%3Aituvo-
jesus-discipulas-mujeres&catid=31%3Atemas&Itemid=35&lang=es
[26/11/2013]