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Las siete partes de este libro, siete sextetos, refieren a una misma experiencia en cierto modo, es decir, si entendiéramos una vida como una sola experiencia –y nada más. Un centro de gravedad que se mantiene lo suficientemente firme para retornar siete veces sobre sí mismo tiene derecho de registrarse en un libro. El cuerpo, nos dice Nietzsche con una claridad casi dolorosa, lo es todo –así el gesto, su expresión, el cuerpo mismo en movimiento. La máscara, la escena, personajes, todos giran en torno a este escrito, su ritmo está marcado por la periodicidad del motivo expuesto en distintos temas, el mismo tempo, un mismo carácter tras sus distintas máscaras. Dicho al oído de las naturalezas más artísticas: se trata de un libro de Dionisos.
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Kevork Topalian
Arte del gesto
(O los siete retornos)
2
El telón arcaico
–velo de los dramas
que la vida esconde–
extiende su pesada tela
de inerte escarlata.
Triunfan tras ella
sombras, personajes
y tragedias; y en la comedia
baila un bufón.
3
I
Comienzo
Los cultivos se difunden
por los prados hasta la inconsciencia.
Una noche, al paso de las estaciones,
se revierte la simiente
abonada por las emociones
y el viento, a los cuatro puntos cardinales,
inquieta lo que duerme y crece.
Tan sólo prados que se agitan
al aire en desplazamiento
bajo el cielo oscuro de los afectos.
Un azar, con el roce externo,
la figura simultánea de un caballo esbelto
al galope transitando los cultivos,
fugaz --los antepasados-- como un gesto.
En el cielo se bifurca el rayo,
un séquito de truenos se junta al viento
y a la lluvia que dispensa...
Mañana iluminará el sol sobre los prados.
Un piano
Evoca plena la infancia
la rosa azul.
Gota a gota de su cáliz
el ámbito de su esfera
en su duración esmalta
–colores vivos y reales.
La rosa azul
4
se marchita, siempre frágil:
en las cosas la pobreza
–imitaciones útiles.
Un eco
En la comarca del desvelo
yo pronuncio un nombre, viaja con mi voz
y enciende una luz sobre cada puerta
–así descubre curiosas arquitecturas:
una casa apartada que revela
el carácter ensimismado de su fachada;
otra más allá, indiferente. La noche las anima.
Al paso del caminante y su linterna,
ligeramente vanidosas, aparece en ellas
fugaz, un rubor.
De aquel nombre, mi portadora voz
rebota de una a otra hasta perderse
como un eco; desaparece en el silencio
que lo acoge.
Pasos, mis pasos –dice – sobre la hierba,
así es que yo sigo andando
hacia la noche, entre el mutismo
de las fachadas, hasta desaparecer
como un eco.
“Pecado”
Mala conciencia que absorbe
la autocerteza del movimiento
–la imperceptible sed
de lo que no retorna–, las manos ata
y debilita la noción:
5
la perplejidad disuelta
y enferma en el animal.
Desnaturalizados en un sermón
que el paso roba, la zancadilla
contradice a la más larga sabiduría
en el tiempo orgánico del instinto,
corroe los tejidos,
obstruye la memoria
celular, ésta desaprende el ritmo
que vibra en la cadena
de las más alta sabiduría.
Gaviotas
Una bandada entera de gaviotas
me cuenta de una vez sus penas.
Como expresión, surcando el cielo
saludan veloces a las nubes y al azul,
al azul profundo.
Sobre mi conciencia estalla su gemido,
lo van dejando atrás, esas felices pasajeras
que enfilan hacia nuevo confín, con el batir
tan alegre de sus alas
al futuro recibiendo y saludando
con cada golpe ya presente,
relegando sus penas al pasado
y junto a mí, dejándolas atrás,
olvidándonos.
Sagita
Vuelos fugaces
confundiéndose en el cielo,
6
agolpando nubes
el expansivo azul.
Por el paisaje aéreo
rinde la saeta
su alocado vuelo,
hiende por el Sur
de bastión en bastión
desde la tierra
–su saludo libre.
II
Violencia
De la careta se desborda el sentimiento,
se desborda al mundo
entre azotes de contingencia –motivos
verdes, claros, transparentes,
compuestos. Todo el pasado confinado
queda detrás –la careta obscena
sólo un presente
en la violencia del gesto = minuto
de la muerte, de la vida.
Sol poniente
Una tarde que se pierde en la memoria, clara y azul,
con su rumor hasta aquí se extiende,
es la tarde que transcurre hoy, como contradicción
prodigada por un mar ausente, deshaciéndose en recuerdos
de los que dar cuenta, si pudiera, no quiero.
Impersonal, es la tarde del Quijote y Rocinante
7
desplazándose por las llanuras de La Mancha
al paso sosegado del sol poniente.
Sacerdotes
Infecundo concilio,
pontífices moribundos
espejean suspendidos en el sueño;
con rasgos rojos, sus gestos vuelan
despedidos de la cueva de sus rostros,
y sin cielo y sin infierno
–a la que de vez en cuando visitan,
la vieja fe
entre cadenas y entre rejas,
suplicante y en estupro,
espasmódica la vieja fe
poseen.
Chirico
Entre los urbanos muros de concreto
y tu cabeza prominente y rapada,
brotan tus dos orejas,
una, quizás, por cada lado:
pero ese mundo es el de Chirico
en el que los sonidos están vedados.
Dibujándose en el cielo,
taciturno entre la bruma,
se deja el enigma ver de un símbolo
que retorna a cada vuelta.
Alejan, distorsionan los espejos
8
toda fuente que murmura,
truncan, amputan los espejos
un brazo, alguna pierna
que coincida con el espectro;
como aparece el tren a lo lejos
y no obstante su silbido te desgarra.
Tercer acto
Se esfuma, la escena
se pierde en tu mirada,
una vida entera
se va con el tercer acto
y tú… habías sido el personaje.
Leves alteraciones
casi imperceptibles en tu cuerpo:
¿no sientes que aprieta un poco
más el cinturón? –cambio de forma.
Echarás a andar, ¡ah sí!,
echarás a andar hacia la noche,
irás en busca para tratar de asir
en vano con la memoria
ese fugitivo tercer acto,
como si quisieras sujetar el agua
que corre entre las manos.
Salud
En tu mudez,
del toro se vierte la sangre
–blancas palomas alrededor.
9
El toro se desangra
mientras tú callas;
pero sangrará eternamente
mientras tú envejeces.
III
Expresión
Con un súbito movimiento,
la parálisis del cuarto:
se detiene en su expresión.
los azules
monstruosamente intensifican
en franca guerra contra el rojo;
tonalidades
matizan, esparcen brillos,
acompañan el combate
como poetas; por si fuera poco,
las líneas
pronto declinan,
tornan oblicuas:
imperiosamente consideran
lo recto y horizontal,
puramente vertical
¡una falta contra el gusto!
Ya es el cuarto la perspectiva.
Declina en su capricho
a la música de van Gogh.
10
Desapercibida
En el ocio se extravía tu mirada
surcada por gaviotas que van de un lado a otro
–a la parcela de tu entorno
arrojan sombras. La luna de azul
tenue, iluminada
contra la sangre que corre por tus venas
acaso me vea venir como tempestad de cielo,
sembrando en ella la angustia que te hace señas
en tu distracción, a ti, desapercibida,
para atropellar y envolverte en abundante azul.
Hiato
En esta noche confinada
–la noche que nunca fue,
la del mes cero en fecha cero,
perdido como un pensamiento
digo que estoy vivo y tengo conciencia.
Incluso puedo percibirme como ironía,
inusitadamente reconocerme excepción,
una intrincada convención de fechas,
con serenidad y firmeza que enternecen.
¿Mas cómo repararía, de no ser por ello,
en el susurro que de lo profundo
la noche envía?
“Y de esta noche cero al alba cero”
–en mi rostro la brisa y tengo conciencia.
Estímulos
Cien orillas,
la mistificada aurora
11
dispersa en átomos el día,
oculto su genio
entre vendaval de estímulos
y residuos de publicidad
múltiple y material
POP
en su expresión más lograda
y avalada por un fidedigno
RIF
–registro de información fiscal–
o por los astros.
La misma necesidad,
la mismísima sabiduría
para todos
por igual.
Siglo XXI
Toda la euforia en la huida
hacia un presente impertinente
que se agita tras los párpados, remoto,
irreal como el agua turbia:
¿acaso no será el reflejo
de una huida más severa,
la huida de ti mismo? Todo un monstruo,
portador en sí de terribles siglos,
¿apenas sobrevive al instante del presente?
De la cadena, ¿es en ti en quien se quiebra
el último eslabón? El torpe, tan absurdo
milagro viajero de milenios, ¿en un segundo
absuelve tanta ferocidad? ¡Para!
Haz un alto justo en el valor, y en un instante
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todo el presente se hará añicos en ti mismo.
Ocaso
Todo el orbe
inunda tu fuego,
ardiente resplandor
difundiéndose en el ocaso.
Al paso de caballerías
tu fuego se difumina
y entrelaza con el cielo
–tapiza púrpura.
La tormenta, con sus grises,
vaga en la lejanía,
cobra materia, se atiza.
Cenital, de raíz eléctrica,
el rayo: truena el árbol
y la tierra toda respira.
IV
Manos
Suscitando, sus blancas manos
–ellas mismas aves–, plácidas
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un coro de efímeras ingenuidades,
al alpiste arribando y luego fugitivas
remontando, trenzan vuelos en el aire;
en círculos más amplios, se eleva,
más alto se expande, convierte en nubes
–un coro de efímeras ingenuidades.
Rescate de la mujer
Funesta la crónica
de pájaros encantados, ¿por qué tejes
un punto de sombras
en la figura del lupanar?
–Vanas imágenes, monstruos…
Ya atraviesa el vaho, la vida asecha
¿o acaso será la muerte? Tú decides,
y por lo además te juzgas inteligente
–de los peores charlatanes, pelele:
¿no sigue la mayoría lo que pauta la tele?
Descarto que seas una de los más imbéciles.
Aquí te ofrezco mi brazo fuerte, ¿acaso temes?
Mas, si no dejaras de pensar en esa amiga
te creerás homosexual, también –¡a la fuerza!
Aquí te ofrezco mi brazo fuerte, a ti, mujer,
esclava –rodeada de mis riquezas, reina.
Tu soberbia, en cambio, sólo te señala como “loca”.
Bel ami
En la enramada de tu corazón
el fruto, el ruiseñor y la serpiente.
¿Y si yo fuera el viento? –Dime,
¡qué le haría entonces a tu corazón!
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Amigo de serpientes, soy experto
en el canto del ruiseñor
–helado viento.
Tráfago
La cólera retuerce
las ramas de los árboles
como signos que difunde
y traduce el viento,
entre cada ráfaga, a sus silencios,
plasmando el espanto de las formas
en la distancia y en el tiempo,
congregando,
acumulando nudos
y tumores de tejido
en el tráfago nocturno.
Miguel Ángel
Corromper el aire
y extinguir alientos
para que así al fin ya dejen de robar,
dejen de engañar, ellos mismos de sufrir;
construir senderos de destrucción,
atravesar las plazas
al pie de las iglesias
sostenidas en el aire,
macabras cual pesados duendes
que cagan en campanadas
y sucias oraciones
–en el torpor, pesado cielo,
yo surjo como aniquilador,
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yo mismo, la condena.
La sola imagen
de mi mundo de pavor
tras el odio y el recelo
de aquellos que me adivinan
se atraviesa en las gargantas,
hace decir a las almas
–dame muerte, ¡oh tú!,
el único, tú, el hombre,
¡sálvame de Dios!
Pues compongo en el cielo
insalvables muertes
como un Miguel Ángel de destrucción,
deslizo en los oídos
la clave de un sonido
como un aguijón para las conciencias,
de modo que al cielo otra vez se elevan
miradas de recelo, lascivas, y desprecio,
miradas de santo que buscan mezquinas a su Dios,
y que en cambio solo encuentran
de mi Capilla Sixtina
otro cielo,
su desesperación.
Carcajadas
Risas, risas refulgentes
multiplican, ensordecen,
recuerdan el silencio
del que nacen,
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al que vuelven, las escalas
y los gestos de los que derivan,
sus vestidos: son títeres,
deshacen el aire a carcajadas.
V
Muñeco
Piezas inertes en el fuego
–el muñeco de la esperanza
devorado por las llamas,
roto de tanto esperar
la luz azul.
El títere sin precaución,
su desarticulado movimiento
cediendo, el gesto congela.
Y la llama lo cuenta todo
al crepitar.
Tu noche
Desde la parte insomne
de tu sonrisa, desde el oscuro sabor,
su sombra, y el perfil inerte
–lugar donde se ahogan
vocales, emociones– aparece tu volumen,
lo que te completa y habla a mi mente.
Allí donde las horas
que en vano pasan se vierten,
del otro lado de tu nombre, Carlota,
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la evasiva, quizás, Cecilia
medra en el andén opuesto, o en tu noche
con su desconocido gesto
registrado en el agua corriente
de un espejo, y que tú,
de soslayo reflejada, nunca viste;
allí donde las vanas horas se convierten
en un gesto hueco, frío, ausente,
a la evasiva, a la tímida Cecilia
en ti busco.
Inducción
En el asilo, la desesperación cunde
en el matiz y el tono de los gritos,
en sus distintos sonidos y sus timbres
–así diferenciados, únicos, variados–,
también en su textura, ásperos, oscuros;
los materiales a los que remiten, diversifican
en múltiples rasgos faciales, increíbles,
increados, antes inexistentes,
en el tempo de su contracción, del espasmo
la amplitud, en el humor
–en los colores de la máscara,
la paradoja de un gesto que se eterniza.
Premonición
Inerte estoy en medio del espasmo
de las horas y las tormentas…
Ruge el mar en sus latitudes
–la memoria es un presente:
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“Ciego de hastío, veo abrirse el horizonte
a una distancia casi infinita de mis ojos.
Las huellas entre mis pisadas en la arena
la distancia miden, comparan, descorazonan.
Pero yo no busco sino el tumulto en la lejanía,
una tempestad de vientos que traguen leguas,
un huracán de pies ligeros y cortantes
que se abalance hasta aquí –y mi corazón sonríe.
En este aislamiento, mi soledad tremenda
las olas como palomas que ruedan a la orilla
no comprenden, aunque sí la compadecen,
las olas que arriban a la playa a descansar.
Vuelvo a mirar el horizonte y el cielo azul,
siento la brisa sosegada, contemplo esta playa…,
yo siento que el entorno a mi corazón sonríe.”
Pero en esta estepa, donde el azul
celeste solapa y corrige al verde,
nubes, reminiscencias transeúntes,
vagan suaves como pensamientos.
Alegría y esperanza era la guerra;
esta calma serena, este final –la victoria.
Munch
Se degrada la existencia
en un salto del encuadre
que aprovecha la mano del artista
para trazar su lienzo:
desfigurado mundo
de tímidas líneas y colores
en gran profusión, extenuantes,
19
fatigan la ironía.
En un loco –la unidad–, en el vicio
–la finalidad–, el sentido…
cierta disonancia cadavérica
en la sonrisa bufa del idiota
–el precio de la mentira, ¡tanto!
Caminas por la calle,
atisbas por la ventana
que te presenta la melodía
de tu expresión, con el gesto roto
en la estridencia histérica de un grito.
Curación
En el mito de nuestra despedida
he descubierto un detalle apenas hoy:
un misterioso personaje
asoma su figura inadvertida,
un nuevo personaje
oculto hasta apenas hoy.
Túnica de púrpura,
velado, femenino
–Olvido.
VI
Sucedáneo
La muñeca se solapa en el silencio.
Expresa en vano la metáfora de su candor,
desbordada por la muerte su belleza.
Agita los brazos –en la imaginación,
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inerte, simula vida. Por breve lapso,
asentada en un cuarto rotulado “Olvido”,
sustituye un recuerdo; hunde en la oscuridad.
Parábolas
Inquietantes las horas
pasan en tu mirada,
como puentes remotos
se precipitan silenciosos
hacia abismos insondados,
inextricables surcan,
caprichosos, tu conciencia,
de tu ceño la hondonada,
prometiendo petulantes
con sus arcos
la más lejana, más etérea
de las parábolas.
Dolor
Fugada en la concepción
de un pensamiento, así prospera,
se integra la duda en el tiempo:
la enfermedad festeja, así prolifera
con el denso tren de los minutos,
penetrando hasta los miembros,
también hasta la mirada, que declina.
Estado refractario a los recuerdos,
en otro momento, quizás gratos,
la conciencia poco a poco se deslinda,
se separa gradualmente de los afectos
–y cruza en la callada barca de Caronte–,
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del afuera se revierte a los adentros
–simétricamente, éstos crecen
a razón de una ceguera de gaviotas
que allí no vuelan–,
crecen los adentros hasta el dolor
y cobran forma, políglota es el dolor
de tan variadas fábulas y cuentos,
inventivo, grácil es el dolor,
veraz, claro, tan consistente:
aunque a veces miente, siempre sabe
cómo darse a entender.
La rosa
Verdes campos y praderas
oscilantes en cuyos confines
el pensamiento que las evoca
sopla en el viento,
y en el amor
la rosa
improvisa pronto su figura
que muere impasible en la belleza.
La luna quieta
se aferra a los silencios,
la noche toda
es música profunda de las formas.
Histeria
Sola, fatigada en la escena
que entreteje una canción,
la figura de una actriz. Percepciones
–la hoguera de una pasión, utilería
22
(chispas en la madera)– la visitan,
la envuelven fantasmales,
sensaciones cruzan pálidas
y tornan corporales,
traducen gestos –reflectores:
una luz fría cae sobre sus tobillos –.
Ella sabe someterse a la presión
de las tiránicas miradas
que entre el público adivina,
éste sabe someterse a la visión
de un cuerpo muy real, compuesto
–la luz deriva en espectro de colores–
que se deshace en poses, gestos,
torna irreal, sinsentido.
Silencio
¡Expansivo grito para sordos,
cuán generoso, el silencio!
Se venera –Dios inexistente–,
se vocifera –imagen especular–
y deviene la tarde como el reino
de la imagen, del recuerdo,
¡todo mudo!
Y comienza a latir el corazón.
VII
Grado de frustración
¡Ah, la luz se apresta
23
a descargarse fulminante
en destellos! Así se aviene
la envolvente sombra sobre mis ojos.
Tu figura brota de la música
del recuerdo, tu figura
¡dándose la vuelta se despide!
En tanto la hoja de acero ciñe
en mi suicidio el destello
de la vena en su lisa superficie
--con un gesto, tu figura
¡dándose la vuelta me lo impide!
Umbral
El viento endurece tu rostro
tornándolo de mármol,
ausentando las esferas de tus ojos
en la perfección. Vas quedando
como muerta en el umbral
que da hacia un patio desconocido,
aunque seguramente ya vivido;
tu mirada en la perfección,
en el mármol petrificada,
sin alma, viva en la salud.
Hiperbóreos
Se vislumbran aceras
por donde pasan transeúntes
que no deberían por allí pasar.
Fantasmas improbables,
casi conocidos. Ociosos,
en apariencia circunstanciales,
24
algo siniestro se agita en torno a ellos,
en torno quizás a su inocencia.
No se detienen a examinar vitrinas,
nunca esperan el cambio
de la luz en el semáforo
para cruzar
una calle…
No tienen ese aire que confiere
la atención que sigue a los sentidos,
sometida a específicos motivos
externos, excluyente:
es una inquietante conciencia que los define;
al verlos pasar, uno piensa –son conscientes.
(También
de mí).
Pendiente
Como un improperio, la flecha
de tu nombre raja el aire
en el vuelo inútil del recuerdo.
Estéril, mujer robada en lo grosero,
en una lluvia de impudicia
que lo empapa todo.
Mujer arrodillada
–desorientada–, enredada
en una cruz –la pendejada–,
las manos juntas
y un rosario de denuestos
se precipita de tu boca.
25
El viento
Fatal, en esta hora
la tormenta de decide
–te decide a ti. Ya comienza,
esas gotas mira caer en la ventana.
Y ya gime, oye
hacer el viento de los árboles cascabeles.
Cuando acabe morirás, serás polvo
–entrégate a la orgía del mal tiempo.
Hará su ronda un pensamiento,
la estancia en imágenes habitada
–una puerta a los recuerdos
la tormenta… ¡Huye!
que ya acaba, ¡huye!
Acaso no sea sino el viento
que sopla, sopla solo
para ti, eternamente.
El río
Dos minutos antes su corriente
aún fluía –desde la eternidad:
así el río seguirá fluyendo
en los próximos tres, que ya cuentan.
Perdido en la espesura, imposible de hallar
en lo más recóndito de la selva,
detrás de cada cadena milenaria,
detrás de cada árbol-eslabón, se deja oír
de pronto en su rumor, en su pensar,
su callada y desmedida conciencia
–el río es un retorno. Cuando aparece,
salvajemente dócil en uno de sus gestos,
26
inabarcable a la mirada, increpando,
la remota cadena de su lenguaje,
remonta impasible, antes detiene el tiempo
en un segundo, en un gesto de eternidad.
Fin.
27
CONTENIDO ARTE DEL GESTO ..................................................................................................................... 1
I ............................................................................................................................................... 3
II ............................................................................................................................................. 6
III ............................................................................................................................................ 9
IV .......................................................................................................................................... 12
V ........................................................................................................................................... 16
VI .......................................................................................................................................... 19
VII ......................................................................................................................................... 22
Safecreative 1504113818129.