Arteaga Almudena de - La Esclava de Marfil

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Siglo XVII. En medio de las tinieblas de un amanecer en el puerto de Lisboa, Isabel de Varela, una enigmática y misteriosa joven de apenas dieciséis años, es testigo mudo de cómo un padre degradado por la vida la obliga a embarcarse rumbo a África a través de la exótica y casi desconocida Ruta de las Especias. Presa de la incertidumbre, se aventura a aceptar el mestizaje de un matrimonio impuesto con un rey converso al cristianismo como ejemplo de la evangelización en aquellas costas salvajes. Tan artificioso casamiento desembocará en una cruenta y terrible guerra donde los intereses religiosos y económicos se saldarán con la masacre de 300 mártires en Mombasa, una reina cautiva en un harén que soñará con su regreso a España y un sultán tentado por la piratería en el mar Rojo. Siglo XXI. Carmen, una profesora de universidad desencantada con su vida, es seducida por la dramática historia de Isabel. En ella, encuentra la excusa perfecta para basar su tesis doctoral. Sin mirar atrás, inicia un viaje a Kenia en el que su investigación se irá fundiendo con la naturaleza de los paisajes. Poco a poco se siente inmersa en una espiral de apasionantes misterios —unos legajos provenientes de la India, el símbolo cristiano del pez labrado en una piedra o un camafeo— que rodean la vida de su protagonista y que irán entretejiendo la suya con la de Isabel, hasta no poder entenderse la una sin la otra. Carmen liberará sus coartados instintos amorosos en la salvaje sabana y dejará volar su creatividad a las orillas de la mágica costa suahili. Sus descubrimientos culminarán en un final sorprendente. Una novela repleta de amor, aventura, erotismo y el encanto y misterio del continente africano.

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LA ESCLAVA DEMARFIL

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NDICE

RESUMEN....................................................................8 CAPTULO 1..............................................................10 MADRID 4 DE MARZO DE 2003............................10 CAPTULO 2 .............................................................17 PUERTO DE LISBOA..............................................17 DA DE SAN CASIMIRO DEL..................................17 AO DE NUESTRO SEOR DE 1616......................17 CAPTULO 3 .............................................................25 MADRID................................................................25 DESAYUNO EN EL PASEO DE LA CASTELLANA......25 ABRIL DE 2003.....................................................25 CAPTULO 4 .............................................................31 DE LAS ISLAS AFORTUNADAS A CABO VERDE. COSTA OCCIDENTAL............................................31 DE FRICA. DA DE SAN JUAN...............................31 DEL AO DE NUESTRO SEOR DE 1626..............31 CAPTULO 5..............................................................43 TREN EL LUNTICO DE NAIROBI A MOMBASA......43 15 DE OCTUBRE DE 2003....................................43 CAPTULO 6 .............................................................54 OCANO ATLNTICO. DE CABO VERDE................54 AL CABO DE BUENA ESPERANZA.........................54 DA DE SAN CARLOS DEL AO.............................54 DE NUESTRO SEOR DE 1616.............................54 CAPTULO 7 .............................................................64 MOMBASA, UNA PERLA DECADENTE....................64 4 DE NOVIEMBRE DE 2003...................................64 CAPTULO 8 .............................................................72 RUTA DE LAS ESPECIAS........................................72 DA DE LA NATIVIDAD DEL AO DE......................72 NUESTRO SEOR DE 1616...................................72 CAPTULO 9 .............................................................78 UN SAFARI INESPERADO......................................78

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MASAI MAR 19 DE ENERO DE 2004....................78 CAPTULO 10 ...........................................................84 DE TEZ OSCURA...................................................84 BAHA DE MOMBASA............................................84 DA DE SAN VICENTE DEL AO DE.......................84 NUESTRO SEOR DE 1927...................................84 CAPTULO 11............................................................95 LA NIA QUE LLORA.............................................95 LODWAR..............................................................95 2 DE FEBRERO DE 2004.......................................95 CAPTULO 12 .........................................................102 CARTA DEL REY AL PAPA....................................102 MALINDI.............................................................102 DA DE SAN ESTEBAN DEL AO.........................102 DE NUESTRO SEOR DE 1616...........................102 CAPTULO 13 .........................................................109 AFRONTANDO LO IMPREVISTO...........................109 MISIN DE NARIOKOTOME, EN TURKANA...........109 15 DE FEBRERO DE 2004...................................109 CAPTULO 14 .........................................................119 CAMBIOS DE HUMOR.........................................119 CONVENTO DE SAN ANTONIO............................119 CORPUS CHRISTI DEL AO DE NUESTRO...........119 SEOR DE 1628.................................................119 CAPTULO 15 .........................................................128 EL REGRESO.......................................................128 CONSTELACIN DE ORION.................................128 ABRIL DE 2004...................................................128 CAPTULO 16..........................................................132 CINCO AMANECERES..........................................132 SBADO DE ASUNCIN DEL AO DE.................132 NUESTRO SEOR DE 1631.................................132 CAPTULO 17..........................................................157 UN PEZ COMO SMBOLO....................................157 FUERTE JESS....................................................157 25 DE JUNIO DE 2004.........................................157 CAPTULO 18..........................................................165 DE REINA PALATINA A ESCLAVA.........................165 DE HARN..........................................................165 DA DE SAN JUAN CRISSTOMO DEL..................165

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AO DE NUESTRO SEOR DE 1631....................165 CAPTULO 19..........................................................169 EL NO DE UN ADIS 21 DE JULIO DE 2004.........169 CAPTULO 20 .........................................................177 DEL MAR ROJO AL MEDITERRNEO....................177 NUESTRA SEORA DE LA MERCED.....................177 DE 2004.............................................................177 EPLOGO.................................................................183 DICCIONARIO SUAHILI Y BANT DE TRMINOS. .186

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A todos los cautivos de una obsesin

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Conoc en el caf Hispano de Madrid a los padres Francisco Andreo y Pablo Cirujeda. A ellos he de agradecer la idea principal de esta novela. Ellos forman parte de la organizacin no gubernamental Nuevos Caminos, creada en Barcelona en 1981 con un fin primordial: la cooperacin para el desarrollo integral de la persona. La misin de Nariokotome, construida a orillas del lago Turkana en Kenia, es uno de los lugares donde habitualmente residen, llevando all a la prctica todos sus proyectos. Adems, agradezco a Sonsoles Seoane, a Cristina de la Serna, a Jos Antonio Crespo-Francs y a Juan Bolea su inestimable ayuda.

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RESUMEN

Siglo XVII. En medio de las tinieblas de un amanecer en el puerto de Lisboa, Isabel de Varela, una enigmtica y misteriosa joven de apenas diecisis aos, es testigo mudo de cmo un padre degradado por la vida la obliga a embarcarse rumbo a frica a travs de la extica y casi desconocida Ruta de las Especias. Presa de la incertidumbre, se aventura a aceptar el mestizaje de un matrimonio impuesto con un rey converso al cristianismo como ejemplo de la evangelizacin en aquellas costas salvajes. Tan artificioso casamiento desembocar en una cruenta y terrible guerra donde los intereses religiosos y econmicos se saldarn con la masacre de 300 mrtires en Mombasa, una reina cautiva en un harn que soar con su regreso a Espaa y un sultn tentado por la piratera en el mar Rojo. Siglo XXI. Carmen, una profesora de universidad desencantada con su vida, es seducida por la dramtica historia de Isabel. En ella, encuentra la excusa perfecta para basar su tesis doctoral. Sin mirar atrs, inicia un viaje a Kenia en el que su investigacin se ir fundiendo con la naturaleza de los paisajes. Poco a poco se siente inmersa en una espiral de apasionantes misterios unos legajos provenientes de la India, el smbolo cristiano del pez labrado en una piedra o un camafeo que rodean la vida de su protagonista y que irn entretejiendo la suya con la de Isabel, hasta no poder entenderse la una sin la otra. Carmen liberar sus coartados instintos amorosos en la salvaje sabana y dejar volar su creatividad a las orillas de la mgica costa suahili. Sus descubrimientos culminarn en un final sorprendente. Una novela repleta de amor,

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Almudena de Arteaga marfilaventura, erotismo continente africano. y el encanto y

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Captulo 1MADRID 4 DE MARZO DE 2003

No lo eches de menos. Un sueo se evoca u olvida, pero nunca se aora. Hoy reconozco mi tranquilidad de conciencia. En muchas ocasiones he intentado recordar algo digno junto a ti, que mereciera la pena salvar; pero todo fue en vano, porque al hacerlo me he sentido an ms alejada de la utpica meta. Leyendo aquel taco de papeles grapados ante su escptica mirada, tragu saliva. Contena las lgrimas en un hueco perdido de mi garganta y slo poda penetrarle con la mirada mientras pensaba en todo lo que me hubiese gustado decirle. Pero... para qu, simplemente me repetira, como tantas otras veces. Haca ya tiempo que slo el silencio ms hiriente captaba su atencin. Clavndole las pupilas, me dirig a l sin musitar una palabra. Qu te pas, Diego? Por qu dejaste que la desidia te engullera sin ni siquiera revelarte? Ahora, como tantas otras veces, me pides otra oportunidad, pero es tarde. Lo siento. Creo que desandar lo andado no es la solucin. Me cost mucho aceptar esta ruptura y ahora no puedo dar marcha atrs. El que no hayas encontrado reemplazo no significa que lo nuestro pudiese volver a ser lo que algn da fue. Es que no recuerdas que el amor que nos tuvimos muri? Poco a poco el agujerito de nuestro enervamiento cotidiano se hizo brasa, y ahora que llevamos el tiempo de un embarazo sin compartir un soplo que lo enardezca, ha degenerado en ceniza. Deja ya de divagar y convncete de una vez por todas. Esta sentencia slo corrobora lo que en su da decidimos y hemos de llevar a cabo. Para qu prolongar este infierno, si despus de todo ni yo misma estoy segura de querer compartir un segundo ms de mi vida junto a ti? Nuestra relacin se ha hecho tan glida que tiritamos de fro. Ya no recordamos una caricia inesperada, una alegra o sufrimiento comn. La friccin a la que nos hemos visto obligados estos ltimos meses ha roto el fino hilo de la gruesa cuerda que nos asa. Las palmas de nuestras manos se han hecho speras como lijas para acariciar, el olfato nos traiciona haciendo hedor lo que en su da fue el aroma ansiado del otro, y nuestros paladares

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han olvidado el dulzor de un beso. Quiz sea romntica y cruel, pero es lo que hay, Diego. Ya est todo tan deteriorado que es imposible restaurarlo. Para qu nos vamos a engaar si ni siquiera te atraigo ya sexualmente. Intuyo que mi cuerpo ya no tiene secretos para ti, y est demasiado trasegado como para enardecerte. Por otro lado, yo tambin me siento incapaz de excitarte. No es culpa de nadie. Simplemente, es as. El amor se nos muri despus de agonizar evocando sueos casi olvidados. Cabizbaja, apart la mirada. Era intil, su obsesin por una momentnea reconciliacin le impeda intuir mi mudo monlogo. Haca nueve meses que habamos pedido la separacin de mutuo acuerdo. Desde entonces habamos coexistido en habitaciones separadas, pero bajo el mismo techo, obligados a una yerma convivencia y a la espera de una solucin judicial para nuestras diferencias. Los dos nos aferrbamos a un miserable piso cuajado de recuerdos desdichados como si aquello simbolizase la perdida estabilidad. Todo fue fro y tranquilo hasta que nuestros respectivos abogados nos llamaron para comunicarnos el fallo de la sentencia de divorcio. Repentinamente, el hombre que hasta ese momento se desligaba de m convencido cambi radicalmente de actitud. Por algn extrao motivo que nunca supe ni quise saber pero supongo, quera recuperarme de nuevo. Segn la jueza, le tocaba a l abandonar la casa hasta que sta estuviese vendida. Dola ver como todo lo que haca ms de una dcada cimentaba nuestros proyectos e ilusiones en comn se resquebrajaba en mil pedazos. Nos repartimos equitativamente lo material, ya que lo intangible qued muy descompensado ante la imposibilidad de un mutuo acuerdo al respecto. Agradec por una vez en mi vida que nadie ms tuviese que sufrir aquel fracaso. Imaginaba, entre la niebla, la carita triste y expectante de aquel pequeo nonato que nunca quiso visitarnos. Era un adivino que no quiso nacer a sabiendas de que nuestro amor se enquistara en odio. Quiz Diego tuvo razn al negarse a las pruebas previas para una fecundacin asistida. Llegu incluso a pensar que lo hizo para evitarme un mal trago, ya que sin quererlo me culpaba a m misma de la infertilidad que suframos. Ya cumplidos los cuarenta aquella ilusin se haca quimera en un grueso saco de infortunios. Mientras estuve recorrindome el barrio en busca de un piso digno para alquilar, l se dedic a salir a cenar todas las noches con alguna de sus nuevas conquistas. En la sentencia se nos peda un reparto equitativo del continente. Una vez hecho, empez el problema. Me peda entre quejidos y ruegos otro mes de plazo para irse. Ya no me engaaba con semejantes

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artimaas. Conoca demasiado bien sus coacciones psicolgicas. Lo que hoy era una splica de plaidera maana se revolvera en mi contra. No haba marcha atrs. Esta vez sera tajante al respecto, me negara a ello. Rebusqu en mi bolso y le tend la lista de los apartamentos ms dignos que pude encontrar por la zona, con sus precios, cualidades y defectos. Fue mi manera de convencerle. Le ech un vistazo y no sigui leyendo, lo tir como si con l no fuese aquello y desapareci desesperado. Aquella reaccin no me sorprendi en absoluto: cuando no consegua su propsito, sola reaccionar siempre as. Ya a solas y ms calmada, decid dejarle solo. No le vendra mal para admitir lo que se negaba a aceptar. Meta el brazo por la manga del abrigo cuando son un disparo. El corazn se me encogi. No haca ni dos minutos que haba arrugado la nota que le tend y haba salido del saln arrastrando los pies abatido. El final de su transitar despreocupado haba llegado, aunque hubiese renunciado a hacerse a la idea. Qued inmvil un segundo. No me mov de mi sitio. Aquel energmeno estaba jugando de nuevo con mi paciencia y mi bondad. No era la primera vez que simulaba un suicidio para mantenerme a su lado. Esta vez haba sustituido los barbitricos por cartuchos, pero no le sera tan fcil fingirse dormido sin estar manchado de sangre. Desgraciadamente, a continuacin o el segundo disparo. Temerosa, olvid mis conjeturas, tir el abrigo sobre el perchero del recibidor y corr hacia la habitacin. Mi imaginacin me haca suponer lo peor y el miedo aceleraba mi respiracin. Mis pasos resonaron por el pasillo. Justo un segundo antes de llegar a la puerta me detuve petrificada. Un tercer tiro me paraliz. La alfombra sobre la que me encontraba resbal por la tarima y la inercia del impulso me hizo caer estrepitosamente. Los perdigones que sobrevolaron mi cabeza fueron a incrustarse en el cuadro que colgaba de la pared contraria a la puerta de nuestra habitacin. Sentada como estaba, anduve a gatas para atrs como los cangrejos. Cuando estuve a resguardo del peligro, me puse de pie y corr hacia el telfono. Slo pude marcar el nmero de la polica, dar mi nombre y direccin y gritar: Mi marido se ha vuelto loco y est disparando por la casa!. El cuarto tiro me hizo salir despavorida. Cuando gir el volante, en la puerta del garaje pude ver el reflejo de las luces blancas y azules del coche de la polica en el retrovisor. La visin se me nubl por un llanto imposible de contener. Di dos bandazos y, consciente de mi nerviosismo, me apart a un lado. Quera morirme pero no hasta ese punto. Saqu el mvil y llam a mi hermana Ana. Ella me albergara esa noche hasta que la paz regresase a mi casa.

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A los dos das aquel despechado se dign a dejarme en paz a cambio de que no declarase en su contra en los juzgados de lo penal. Dado que el chantaje pareca ser el nico idioma que entenda, acced, a pesar de que los de atestados nunca creyeron que una escopeta con cabida para dos cartuchos se disparase cuatro veces mientras l limpiaba los caones. Si alguna duda me asalt sobre mi terca determinacin, aquello la termin de disipar. Pasado el mal trago, me invadi una extraa tristeza. Tena que comenzar mi nueva vida y no saba por dnde hacerlo. Los primeros das tres de mis mejores amigas volcaron su compasin y aburrimiento en un nico objetivo: sacarme de casa y arrastrarme dando tumbos de barra en barra a la caza y captura de alguien desconocido del sexo opuesto para que me enjugase las lgrimas con ms pasin que ellas. Su frivolidad no les dejaba ver que un bar de ciudad a ciertas horas intempestivas slo sirve de refugio a los empachados de soledad, a los desesperados y a los ebrios. Sinceramente, aqulla no era la fauna que ansiaba ligarme. Era tan difcil explicarles ante su insistencia que prefera quedarme como estaba! El amargor del fracaso segua anclado en mi paladar, y era extraa la maana en la que amaneca sin saborearlo. Prefera seguir sola antes que tropezar de nuevo en la misma piedra. El hilo de luz en el horizonte que delimita los tonos ocres y rojizos de la permisividad y la prohibicin indic el final de mi insomnio. Son el telfono. Me senta como si me hubiera atizado la resaca de la peor noche de mi vida. Con la cabeza abotargada, el nimo rastrero y la decisin ms drstica y dolorosa enraizada en mi mente, descolgu sin ganas ni inters. Tom una pluma y mientras contestaba, garabate las primeras palabras que acudieron a mi mente. Prefiero soar eternamente que vivir esta agona. Me alegro de que hayas amanecido. No me he acostado contest sin disimular, reconociendo la voz. Al otro lado, Ana ni siquiera se molest en indagar la causa. Llevaba una semana intentando en vano que me animase, y no se daba por vencida. Vstete, estoy de camino y voy a recogerte. He quedado en el Hispano de la Castellana para tomar un caf con unos hombres que estn deseando conocerte. Desde que viva completamente sola, todos se empeaban en emparejarme de nuevo. Nadie me preguntaba qu era lo que senta o lo que quera, slo se empeaban en dirigir mi vida como la de una marioneta incapaz de decidir por s misma.

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No he dormido, estoy hecha un desastre y no tengo ningunas ganas de conocer a nadie. Tan difcil es, hermanita, que comprendas que lo que necesito ahora es un poco de intimidad y sosiego? Su carcajada son al otro lado del telfono. Si quisiera ligarte con alguien te llevara a cenar y no a desayunar. No son pretendientes, sino misioneros. Estn aqu recaudando para su fin y de paso quieren que alguien cuente una historia muy peculiar, y yo les he hablado de ti. De tu inquietud como sociloga engatusada por la teologa. De tu tesis doctoral inacabada por la falta de tiempo con las clases en la universidad y de tu problemilla pasajero de inestabilidad emocional. Se hizo un silencio momentneo. Ella saba que se haba extralimitado y no esper mi respuesta. Ya s que te gusta salvaguardar tu vida para que no te hieran, pero piensa que son hombres que te brindan altruistamente una ayuda. Creen que quiz tus intereses y los suyos puedan complementarse. Despus de or su historia, t decides si la investigas, la utilizas y la das a conocer en tu tesis. Te imaginas que te la publican? Suspir. No haba escrito ni diez pginas de la tesis y ella ya la vea en las estanteras de las libreras. Por qu no? Haba perdido la confianza en m misma por completo, y si haba algo que tena claro, era que deba ocupar mi mente en otras cosas que no fuese regodearme en mi reciente fiasco. Ya haba conseguido dejar de hablar de ello. Ahora slo me faltaba olvidarlo por completo. Quiz el retomar la tesis, como me recomendaba mi hermana, fuera un buen inicio para el olvido. Ana esperaba pacientemente mi respuesta al otro lado del telfono. No me siento en condiciones de ayudar a nadie. Sabes?, es difcil hacerlo cuando no eres capaz de hacerlo contigo misma. Pero... aad, dudando un segundo quiz tengas razn. No me vendr mal vestirme y obligarme a salir. Estoy lista en cinco minutos. Luego me desmoron pensativa sobre el sof. Colgu y decid no acudir. Al poco tiempo o el timbre del portero automtico. Mi hermana subi desesperada ante mi apata. Resuelta y tenaz, sin musitar palabra, abri mi armario, arranc un pantaln negro de la percha y tom un jersey de cuello de cisne blanco del primer estante, arrojndolo sobre el lugar donde mi cama estuvo en el pasado. La ropa cay al suelo irremisiblemente. Su expresin contrariada me asust. Por qu la cambiaste de sitio? Acaso crees que mudando los muebles borras su historia? No es sa la manera de conseguirlo, te lo aseguro.

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No le contest, simplemente, arrugu la cara y me ech a llorar. Ana dej todo lo que estaba haciendo y me abraz. Lo siento, hermanita, s que a veces soy muy bruta, pero me desespero intentando animarte. Vamos, tienes que seguir adelante como sea! All fuera, aunque te parezca imposible, hay un milln de cosas que te esperan ansiosas de que repares en ellas. Hund la cabeza en su hombro para llorar a gusto y sent cmo la caricia de su mano recorra mi espalda de arriba abajo. Vamos, tonta. El cansancio es el peor enemigo de la alegra, y no has dormido. Hazme caso de una vez. Acompame, y te aseguro que no te arrepentirs. Por lo menos escucha lo que esos hombres quieren contarte. Dios, cmo odio verte as! Tomndome de la barbilla, la alz hasta que su mirada se fij en la ma pidindome una respuesta. Slo pude fingir una sonrisa, al tiempo que asenta sacando la lengua de mi boca para saborear mis lgrimas saladas. Complacida por haber ganado la batalla, no tard ni un segundo en desnudarme para poder incrustarme el jersey por la cabeza. Me sent frente al espejo y me cepill rpidamente mi larga melena castaa para recogerla en una coleta. Tom la polvera y me dio un par de toques en las mejillas, al tiempo que me quitaba el antifaz de hielo que poco antes me haba puesto sobre los prpados. Mrate! Nadie dira que esos ojos de sapo hinchados son tan verdes y embaucadores que volveran loco a quien se fijara en ellos. Hoy creo que ser mejor prescindir de rmel. No s qu hacer contigo! Pestae bromeando. Ella siempre haba sido la presumida de la familia. Yo, por el contrario, alardeaba de ser la firme defensora de la naturalidad en la mujer. Su mirada de desaprobacin me hizo sonrer por un instante. Te agradezco la intencin, pero cumplidos los cuarenta no puedo hacer ms, y sabes muy bien que prefiero morir antes que acudir a un cirujano a que me recomponga. Si te oyeran muchas te mataran. Los cuarenta son la mejor dcada de la mujer! Sonre, consciente de la estupidez que acababa de decir. Sus esfuerzos se merecan un poco ms de comprensin. Tienes razn. An no he llegado a la mitad de mi vida. Ser que hoy el espejo no me ha recibido con mucho nimo, y si a eso le unimos que estoy ovulando, pues estamos arreglados. Di una vuelta frente al espejo. Esto es lo que hay, y cuanto antes lo aceptemos mejor.

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Almudena de Arteaga marfilAna neg con la cabeza. Mam se hubiese desesperado contigo.

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Callamos un instante, y luego le contest pensativa, mientras arrancaba con la ua la etiqueta de un frasco de colonia. Toda su presuncin la heredaste t. Yo, quiz, lo nico que conservo de ella son estos ovarios yermos y este inhspito tero, que, a falta del tumor que se la llev, van sobrados de un estril hasto. Me peg un pescozn. Lo digo en serio. Quiz debiera vaciarme! Fuera los flujos menstruales, los humores hormonales y el riesgo de otro tumor. Adis a los das tristones de antes y a los eufricos sin razn aparente. Enroll la etiqueta de la colonia entre el ndice y el pulgar. Consciente de mi absurda negatividad, mir a travs del espejo a Ana. Cuando quieres, sabes ser insoportable. An puedes rehacer tu vida e incluso tener hijos. El que mam muriese de cncer de tero no significa que nosotras lo tengamos que heredar a la fuerza. Arque las cejas, entre incrdula y escptica. Ella desvi la mirada. Nunca habamos hablado del tema, de que yo hubiese renunciado a la maternidad, y en ese momento sera absurdo planterselo, ya que estaba desparejada y depresiva. Ana quiso silenciar su metedura de pata con un giro en la conversacin. Si lo que quieren proponerte los misioneros te interesa, podras pedir una excedencia en la universidad y tomarte un ao sabtico. Te vendra a las mil maravillas. Necesitas urgentemente un aliciente para recuperar la vitalidad que siempre tuviste. Dios mo, hace diez minutos que nos esperan!

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Captulo 2PUERTO DE LISBOA DA DE SAN CASIMIRO DEL AO DE NUESTRO SEOR DE 1616 Las dos hermanas miraban a su padre con desconfianza. Haban llegado a Lisboa a principios de abril, y desde entonces buscaban una casa digna en la que echar races para poner fin a aquella vida nmada que iniciaron al desterrarse voluntariamente de las tierras que las vieron nacer, en Badajoz, muy cerca de la frontera entre Espaa y Portugal. Pero su padre no mostraba demasiado inters por el asunto; la taberna se haba convertido en su casa, el vino, en su alimento esencial, el juego de dados, en su quehacer preferido, y sus propias hijas, en dos fardos pesados con los que cargar a todos los tugurios que sola frecuentar. Aquella noche llova. No haba dejado de hacerlo en todo aquel funesto invierno, y pareca no querer descansar tampoco en primavera. Tan empapados andaban los pueblos y gentes que el agua sac de madre los cauces de los ros, estragando las campias, anegando las casas y ahogando los ganados, que al pudrirse en la inundacin corrompan el agua y propagaban epidemias. En Madrid, la reina Isabel de Austria para al prncipe Baltasar Carlos, y el rey don Felipe lo celebraba con festejos y mascaradas que incluso llegaron a odos de Isabel de Vrela, entremezclados en las ancdotas de los buhoneros con los que se cruzaban por los miserables senderos. El carcter de su padre se mostraba ms irritado que de costumbre. Cmo echaban de menos las dos nias a su madre! No haca ni dos meses que haba muerto, pariendo una criatura ya podrida en sus entraas, y la mala vida a la que se vieron forzadas de golpe les pareca que duraba ya una eternidad. El ansiado varn que siempre quiso su padre tard demasiado tiempo en llegar, y cuando lo hizo, fue concebido por una mujer hastiada para la empresa. Tanto que en el intento muri desangrada e infectada por el nonato. Ni las sanguijuelas ni los brebajes que le dio el barbero consiguieron salvarla. Aquella mujer moribunda, consciente de su insalvable destino y del que deparaba a sus dos hijas, las hizo presas en su ltimo adis de un difcil juramento. Cuidaran a don Rui y le obedeceran como era su menester y

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deber. Asidas cada una a una mano de la moribunda y sin pensar demasiado a qu se comprometan, aceptaron sin darle un segundo pensamiento a lo que se les solicitaba. An estaba caliente su cuerpo cuando la enterraron. Luego partieron. All junto a la tapia del cementerio quedaron dos montculos de tierra coronados por una tosca cruz de madera, pues el abundante peculio de antao andaba tan mermado que no les daba ya para ms. Cubiertas por la incertidumbre, las dos hurfanas viajaron junto a su padre sin preguntar. No dejaron mucho atrs, pues l se haba jugado a los naipes un da antes de enviudar las tierras y la casa. Su equipaje apenas llenaba media carreta. Slo quedaron pequeos recuerdos sin valor que no pudo trocar u olvid. En un doble fondo del viejo y astillado arcn, sus hijas haban escondido cuidadosamente empacados sus mejores tesoros. Un camafeo que les dej su madre al morir, y que habran de compartir. Un par de sayos ligeramente remendados de seda adamascada, reflejo de tiempos mejores casi olvidados y que quiz pudieran servirles para un digno apao en futuros desposorios. Una Biblia, un ejemplar de El lazarillo de Tormes y otro de Don Quijote de la Mancha, y, a buen recaudo, una Celestina, que segn el noble hidalgo venido a menos no era lectura para doncellas tan jvenes. Por ltimo, en la mueca cada hermana llevaba una esclava de plata. Las nias aprovechaban las maanas de resaca y traqueteo en la carreta para hablar con don Rui de Vrela. Haca tiempo que, desesperanzadas ante la evidencia, haban dejado de implorar un milagro para que un da cualquiera amaneciese aborreciendo el veneno que se tragaba y lo mataba da a da sin remedio. Se suicidaba lentamente todas las horas que permaneca despierto, para descansar luego de aquel cilicio voluntario en las horas de sueo. Era como si quisiese seguir a la tumba a su mujer, pero al no tener valor para hacerlo de una vez y rpidamente, hubiese optado por una tortura lenta que le evadiese de la realidad. Pero no era as. Su madre haba muerto porque el dinero ahorrado para el parto se lo trag la botella y tuvo que dar a luz con la partera ms barata que encontraron. Y ella haba sido precisamente la que ense a sus hijas a excusarle. As que se queran convencer de que, a pesar de su egosmo, era un buen hombre y las quera. Y l lo demostraba, al menos la mitad del da, hasta el momento en el que el mal vino le transformaba en un ser deleznable que no consegua dominar ni lengua ni sesera. Era como si el diablo le poseyese y el nima de su conciencia se eclipsara.

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En aquellos momentos ellas saban que lo mejor era desaparecer de su vista. Y aqul en concreto era precisamente uno de ellos; pero las pobres desvalidas, a sus diecisis y dieciocho aos, no saban adonde ir. La noche casi haba transcurrido y las hijas no alcanzaban a comprender su tarda estancia en aquella botillera de mala muerte. Su seor padre estuvo durante todo el viaje dicindoles que no se preocupasen. Que a pesar de lo que pudiesen creer, no eran pobres del todo porque siempre les quedaba la nobleza de los Vrela, y que aquello se cotizaba alto y se ambicionaba mucho por el que no lo tena y lo poda comprar. A qu os refers, padre? Al matrimonio, hija. Yo ya no me siento capaz de manteneros a mi lado, as que ha llegado el momento de buscaros un buen marido. Las dos hermanas se miraron perplejas. Sin dote? El noble hidalgo contest incmodo: Minucias. El que posee caudal no ansia ms de lo que tiene, sino una migaja de lo que carece. Las dos sois bellas y jvenes. Pertenecis a una familia de noble abolengo, y estis sanas como manzanas. Qu ms se puede pedir? Aquella noche, las dos jvenes recordaban en silencio lo que don Rui les haba dicho durante el viaje. Como nias somnolientas, miraban al hombre que dialogaba acaloradamente con l sin comprender por qu perda el tiempo, pues su padre ya haca horas que no razonaba. El estruendo les impeda orles. A pesar del cansancio, la doncella Isabel intentaba leer en vano sus labios. El marino, ricamente ataviado con el uniforme de la armada portuguesa, gesticulaba sin parar. De su larga barba blanca pendan dos lazos que se columpiaban cada vez que negaba con la cabeza; su fino mostacho a la usanza del momento estaba rizado hacia arriba, y del lbulo de sus orejas penda un tro de tintineantes aretes que por derecho se debi de colgar al surcar los enrabietados mares de algn cabo del fin del mundo. El capitn hizo seas al tabernero, y ste acudi presto con otra jarra de barro. Rellen de nuevo el vaso de don Rui y sigui hablando. De vez en cuando miraba a las jvenes, con el ansia de terminar cuanto antes. Ellas estaban demasiado cansadas de esperar, y no vean el momento de buscar una posada limpia para dar reposo a sus exhaustos huesos. Es que no se da cuenta de que a estas horas intempestivas no sacar nada en limpio de un borracho?

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Sin levantar la cabeza de la mesa, Teresa, la mayor, apart la jarra de barro que les impeda mirarse a los ojos y contest a su hermana Isabel con los prpados entreabiertos. Quiz est hacindole una proposicin demasiado arriesgada como para plantersela sobrio y recibir un s por respuesta. Isabel, con un gesto de desagrado ante el olor nauseabundo a alquitrn y alcohol de la mesa, separ de su rostro el rebelde mechn que se le haba escapado del moo. Creis que la conversacin nos concierne? Teresa no contest. Se encogi de hombros y cerr los ojos. Las dos saban que su padre era imprevisible en aquel estado lamentable, e intentar prever sus actos era una empresa imposible. La pequea Isabel cerr los ojos, imitando a su hermana. Confiaba en ella; era la mayor, y a su lado nunca se senta desvalida. Descansaran mientras don Rui discuta tratando de llegar a un acuerdo. Al menos sa fue su intencin, hasta que al poco tiempo sinti como Teresa le daba un codazo. Medio adormilada, levant la cabeza de la dura mesa que le serva de almohada para ver entre sueos como el capitn sacaba de una saca una caja de hueso ricamente tallada, miraba a derecha e izquierda, y la abra. En su interior refulgieron, al zarandearlos, un puado de diamantes y pepitas de oro provenientes de Sofala. Los ojos de don Rui se iluminaron, y el velo de indecisin que los cubra vol empujado por la codicia. No dud un minuto ms. Se levant, tirando estrepitosamente la silla al suelo, y tomando del brazo al capitn Freir de Andrade, se acerc a sus hijas, ordenndoles que se pusiesen en pie. As lo hicieron, adormecidas y tambaleantes. A partir de ah todo corri vertiginosamente hacia la confusin. El corpulento y elegante marino las mir de arriba abajo con descaro. Por primera vez desde haca horas, presas del pnico, las dos abrieron los prpados del todo para analizar al que pareca su comprador. Se teman lo peor. Aquel hombre las doblaba en edad! Su canosa barba creca tan poblada como un nido de golondrinas. Su sonrisa desdentada resaltaba entre aquellos labios despellejados, y su tez cuarteada por el sol les pareca demasiado oscura, tan negra como la de los esclavos que se vendan en el mercado. l las analiz tan profundamente que slo le falt abrirles la boca para comprobar su estado de salud. Don Rui, avergonzado ante la situacin, distraa la mirada durante el escrutinio. Sin duda, estaba a punto de cerrar el trato. Como si fueran ganado de feria, el marino eligi. A la pequea Isabel, se le par el corazn al sentir como una spera palma la tomaba de la mano que le quedaba libre. La otra se asa a la de

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Teresa, que, como ella, temblaba y sudaba. La mayor, sospechando lo peor, haba puesto entre sus dedos el nico recuerdo que les quedaba por repartir de su madre. En el silencio precipitado del momento, las dos haban pactado que la que partiese se quedara con l. sta es la ms clara. Conociendo lo que hay, gustar por su originalidad. Las jvenes, temblorosas al no entender nada, se apretaron fuertemente la mano antes de soltarse definitivamente. Teresa dej en la palma de Isabel el camafeo repujado de plata cordobesa. La pequea, presa del pnico, corri al lado de su padre para implorar clemencia. ste no fue capaz de mirarla directamente a los ojos. Slo pudo balbucir: Es la ms joven e inexperta. El capitn Freir no lo dud. Un punto ms a mi favor. Dadme un segundo. Don Rui la sent en aquel banco corrido para arrodillarse a su lado en un intento de cario. Su ftido aliento la turb. No pudo articular palabra; garabate algo en la ltima pgina de las capitulaciones que acababa de firmar, y arranc el pedazo de papel, que introdujo con mano temblorosa en la pequea bolsa de terciopelo que penda del cinto de Isabel. Freir de Andrade, incmodo por tener que llevarse un documento roto bajo el brazo, le mir con reproche, pero no dijo nada. Deba de tener demasiada prisa como para retrasar la partida. Intuyendo lo que la esperaba, Isabel slo pudo besar con fuerza a su vendedor y padre. El pobre cobarde ni siquiera se atrevi a despedirse de ella con gallarda, y recurri para ello a una fra nota. En aquel momento, y a pesar de su juventud, tuvo claro que no haba nada que hacer. La vida le haba enseado demasiado rpido a aceptar lo inaceptable sin esperar razonamientos lgicos. Slo pudo apoyarse cansinamente en la mesa para levantarse sin demostrar demasiada pesadumbre. La huella de su rabia quedaba marcada en los cuatro araazos que surcaron la pegajosa mesa que aquella ltima noche en familia le haba servido de cama. Teresa, sintindose impotente ante tanta injusticia, slo pudo correr a abrazarla. Te escribir, qudate con el camafeo, que yo lo guardar en mi memoria. Aferrada a ella y con lgrimas en los ojos, escuch las campanas que llamaban a maitines en un convento cercano al puerto. Eran las seis de la

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maana. Por las ltimas palabras del capitn, supona que no tendra que casarse con l. Aquel hombre era un simple embajador de alguien a quien no conocan. Al menos quedaba la esperanza de que el pretendiente fuese un poco ms joven. Lo que estaba claro es que aquel que la esperaba deba de estar lejos. El concepto de lejana en ellas no distaba ms leguas que las que separaban Espaa de Portugal o Badajoz de Lisboa. Pobres ingenuas! El mundo se les haca pequeo y permisivo para un futuro reencuentro. La elegida para el infortunio tom sus dos hatillos, dispuesta a seguir al capitn Freir. Quera llorar, aferrarse a su hermana Teresa y gritar. Una ganza le estrujaba las entraas y el miedo la haca titubear, pero saba que no haba marcha atrs. Su padre haba tomado aquel cofre lleno de alhajas, estrechando la mano del capitn, y aquello ya era un acuerdo entre caballeros imposible de romper. Saldra dignamente de aquel tugurio. No hara las cosas ms difciles. No mirara atrs. Procurara, simplemente, ser positiva y soar con un destino mejor. No permitira que el miedo a lo desconocido la acongojara un pice. De camino al muelle se cruzaron con un par de alguaciles que escoltaban a empellones a un moro magullado camino del tribunal inquisitorial. El marino rompi el silencio por un segundo. Miradlos. Felipe II acab con los espaoles contagiados de hereja luterana. Su hijo, el tercero de ese nombre, secund la limpieza de nuestra catlica religin expulsando totalmente a los moriscos de Espaa. Fueron por aquel entonces muchos los que huyeron, cobijndose en este nuestro reino de Portugal. Nosotros los aceptamos sin pensar en las consecuencias y vivimos tranquilos hasta que hace cinco aos, al subir al trono Felipe IV, decidi la caza y captura de los mahometanos, judos y herejes que pudiesen quedar vagando por Portugal. Isabel le mir desconcertada. Cmo poda aquel hombre hablarle de esas cosas en semejante momento? Es que no tena sensibilidad? No le contest, pues ella misma se senta como aquel desdichado, camino del calabozo con una casi segura sentencia de muerte sobre su lomo. El puerto de Lisboa era un hervidero de gentes. Lo llamaban el puerto de las lgrimas, porque muchos nunca regresaban. Esquivando los oscuros charcos en los que la luna se reflejaba, la pequea tropez y meti su escarpn en uno de ellos. El capitn, en vez de mostrarse contrariado, se ri a carcajadas. Isabel se detuvo a vaciar el zapato de agua, y al alzar la vista supo que haban llegado. La tripulacin de la nao que haba frente a ellos se cuadr para saludar a su capitn, y Freir les correspondi. La Santa Catalina zarpara al

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amanecer de aquel 10 de abril. Y por el cuidado avituallamiento se adivinaba que la travesa iba a ser larga. Antes de embarcar, Isabel se dirigi a la proa. El mascarn pareca sonrerle. Era una sirena oscurecida por la vejez, el tiempo y la brea. En un despiste del capitn y an aterrada, pregunt por el destino de la nave a uno de los estibadores. No sac nada en limpio, pues ste se limit a contestarle que a l le pagaban por navegar. Adonde no le importaba. Ms all, una mujer embarazada se aferraba a un hombre sollozando, mientras una pequea rubita de unos dos aos arrugaba sus calzas. Aquel hombre embarcaba en busca de fortuna para regresar algn da y ofrecrsela a los suyos. La expresin angustiosa de la mujer sobrecogi an ms a la joven. Cmo poda quejarse? Al fin y al cabo, ella no dejaba nada en comparacin con aquella familia. A nadie, excepto a una hermana que la echara de menos, pues su padre no vivira mucho con la mala vida que se daba. Nada ms llegar al portaln del barco, las uas amarillentas de su comprador se clavaron en la tela de sus atillos para tratar de arrancrselos. Su voz son imperativa: All adonde vais os cubrirn de riqueza, as que no ser menester llevar todo esto. Isabel se aferr a las escarcelas. No pensaba desprenderse de lo nico que le recordara a su familia. El capitn, al percibir su terca actitud, no discuti ms. Dejadme al menos aliviaros de ese peso. Asinti. Eran las primeras palabras amables que oa de boca del marino. El capitn entreg la carga al marinero de guardia, que les sigui como porteador hasta el camarote. Silenciosa, camin tras l. No poda dejar de pensar en cada una de sus palabras. Lo que haba escuchado sonaba bien. Al menos, acabaran sus penurias. Le hubiese gustado elegir al hombre con quien compartira su vida; incluso alguna noche de insomnio se haba atrevido a soar con enamorarse. Su hermana Teresa lo hizo de uno de sus primos de Badajoz, as que por qu no poda hacerlo ella? No tuvo tiempo, y quiz fuese mejor as. Ya le dola demasiado dejar a los suyos como para engrosar la lista de prdidas con un amor. A sus diecisis aos abandonaba la niez para meterse de lleno en la vida adulta sin tan siquiera rozar la juventud. Al llegar al camarote, situado al lado de la sala del capitn, cay desfallecida. Se senta como aquellos trescientos mil moriscos que por orden del padre del rey Felipe IV hubieron de abandonar la Pennsula a principios de siglo. Casi dormida, sinti como alguien le haca la seal de

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la cruz en la frente arropndola. El susurro suave de una voz anciana la tranquiliz. Soy el padre Lobo. Descansa, nia, que Dios vela por ti. Con un gran esfuerzo consigui entreabrir sus cansados parpados para ver difuminado el rostro de un agradable fraile, que le transmiti paz a pesar de tener un nombre tan peculiar. Zarpaba con la certeza de que no exista marcha atrs. Parta rumbo a lo desconocido, decepcionada por el amor traicionado de su padre, y presa de la incertidumbre ms aterradora; el dolor atenazaba sus entraas, y la esperanza era su nico esbozo de anhelo. Aquel hombre lo debi de intuir.

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Captulo 3MADRID DESAYUNO EN EL PASEO DE LA CASTELLANA ABRIL DE 2003 Al entrar en el Hispano, los distinguimos de inmediato a pesar de estar sentados en la mesa del fondo y no llevar alzacuellos o enlutadas sotanas. Los ms jvenes iban vestidos con descoloridas camisetas de propaganda y vaqueros, y el mayor, con una camisa a cuadros y un pantaln verde de campaa. Les delataban las cuarteadas sandalias sobre calcetines de tenis y los desaliados pelos de barbas y cabeza. Me sent desesperada ante la encerrona, y forzando un traspi, fren el paso. Mi hermana Ana, que me conoca de sobra, se impacient. Saba que era muy capaz de echarme atrs en el ltimo momento y estaba dispuesta a impedrmelo como fuese. Decidida a neutralizar mi huida, apret disimuladamente la mano que yo tena posada en su antebrazo obligndome a mirarla. Mientras esbozaba una fingida sonrisa, sus ojos suplicaban imperiosamente que me quedara. Evitando vocalizar, aprovech el estruendo que el camarero estaba armando en el fregadero de la barra y mascull apretando los dientes a sabiendas de que an no la escuchaban: No se te ocurra dejarme sola ahora! Escucha y luego, si quieres, te exasperas! Sabes que si estoy aqu es por ti. Slo intento brindarte una salida. No atranques la puerta antes de abrirla. Una sonrisa se dibuj en sus rostros en cuanto vieron que avanzbamos con decisin hacia ellos. De inmediato se levantaron y el mayor nos tendi la mano, dispuesto a hacer las presentaciones oportunas. Pablo, Avelino y Francisco, aquellos hombres se mostraron tan afables, tranquilos y sencillos que no tardaron ms de cinco minutos en derruir las barreras mentales que haba levantado al verles. El mayor de los tres misioneros fue el encargado de plantear la cuestin, y no tard mucho en ir al grano. Al principio le escuch con bastante escepticismo, pero poco a poco aquel hombre de mundo consigui captar mi atencin.

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Para entonces yo ya estaba despegando con el filo de mi ua la etiqueta de la botella de agua. Mi hermana Ana me cogi de la mano disimuladamente y me la meti debajo de la mesa como si fuera una nia. La mir con reproche. Aqulla era una fea mana que adquir un par de aos antes, cuando dej de fumar, para tener ocupadas las manos. El padre, que se percat de aquel movimiento, nos sonri y prosigui. Carmen, hace casi cuatro siglos naci una mujer que rompi con los moldes y conceptos preestablecidos en el siglo XVII. Una joven que surc el ocano Atlntico e ndico con tan poco miedo a lo desconocido como los conquistadores, marinos y misioneros que la acompaaron en la Ruta de las Especias. Una pionera en la aceptacin del mestizaje, precursora de la defensa pacfica de la religin catlica y las costumbres barrocas frente a las de las tribus nativas. Me gustara hacer hincapi en la palabra pacfica, ya que es eso precisamente lo que queremos resaltar de ella como ejemplo de integridad y constancia en su labor diaria, sin haber recurrido nunca al famoso proceso inquisitorio en el que toda la civilizacin catlica andaba inmersa en su tiempo. La leyenda negra nos ha hecho ms dao del que quisiramos, y ser difcil convencer a muchos de su mala interpretacin. Esta historia no degella herejes en manos de un tribunal eclesistico, muy al contrario, cuenta cmo la violencia apstata de un falso converso se ensa con aquellos que intentaron recurrir a la diplomacia. Isabel de Vrela se enfrent a piratas y esclavistas, afront tormentas y monzones, y defendi hasta el martirio sus ideales. frica fue su destino como ahora es el nuestro. La evolucin de los tiempos no ha alterado en lo ms mnimo la esencia del motivo que a todos nos impulsa a permanecer en aquel seductor continente; lo que nos atrae la primera vez de l es lo de menos. Hay tantos tabes y creencias que debemos borrar! Sera tan bueno divulgar que la costa suahili de Kenia fue colonia portuguesa antes que inglesa... Que all recalaron gentes de colores, creencias, costumbres, lenguas y religiones de lo ms variopintas, mezclndose en las ciudades costeras del frica oriental. Isabel de Vrela conoci bien todo aquello, pero nos ha dejado muchas lagunas en su vida y creemos que sera interesante que alguien las investigase, estudiase y diese a conocer al mundo. Si consigo tentarla con esta historia, le entregar todo lo que tengo sobre ella; lo dems correr de su cuenta. Aquel hombre saba lo que haca sin necesidad de pulpito. Partiendo de la sencillez, tena carisma y poder de oratoria. Haba logrado captar mi atencin con una facilidad pasmosa, y eso a pesar de mi estado de tristeza e indecisin.

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Mientras le escuchaba, segu arrancando la etiqueta de la botella. La despegu despacio para que no se rompiese. Las gotas de la escarcha derretida haban reblandecido el papel, pero consegu que no se quebrase y comenc a enrollarla entre los dedos. El padre, creyendo percibir en ello un disipado aburrimiento, cambi el tono y comenz a tutearme con una sutileza casi inapreciable. Le mir de nuevo, con la vaga impresin de parecerme a uno de mis estudiantes sorprendidos al copiar. En definitiva, Carmen, estamos aqu hablndote de alguien que nos interesa. Tu hermana nos ha comentado que tienes una tesis inacabada que se centra en comportamientos sociolgicos y religiosos y en el choque de civilizaciones. Nuestro nico objetivo aqu es darte a conocer una historia que lo ana todo en una mujer. La historia la tienes. Ahora depende de ti aceptarla. El silencio vino tan repentinamente que me sorprendi desprevenida. Su monlogo se haba hecho muy cmodo para todos, pues nos evitaba tener que intervenir. No supe qu decir. Lo pensar. Pero... qu tiene que ver esta historia con vuestra labor en el lago Turkana? No os cansis de luchar por un imposible? Mene la cabeza discretamente. No lo entiendes. Ella fue una precursora en nuestro campo, y la historia que la rodea la hace an ms atractiva. Nuestra misin en Nariokotome es un grano de arena en el desierto del hambre, y cualquier cauce que nos haga ser recordados es de agradecer. No cejaremos en nuestro empeo, como Isabel no renunci al suyo, y esperamos que t no desistas en el tuyo cuando empieces a investigar. La vida est llena de retos, y creo que el que no se los plantea es digno de compasin. Hasta los que acuden a nosotros lo tienen claro. El suyo es conseguir comer a diario, el nuestro, darles y ensearles a procurarse alimento por s mismos. Cul es el tuyo, Carmen? Nosotros te proponemos uno. Nadie ha dicho que sea fcil, pero intentarlo es lo primordial, y te aseguro que conseguirlo sin demasiada ambicin nos llena de tanta satisfaccin que incluso nos sentimos un poco egostas. Asent, sorprendida ante el carisma de aquel hombre humilde. El padre Francisco continu inyectndome nimo. Sin duda, saba cmo hacerlo. Mil veces hemos estado tentados de dejarlo todo y un milln ms hemos sentido frustracin e impotencia al pensar, en los momentos de debilidad, que nuestro quehacer era imposible. Pero salvar a un nio de entre millones de una hambruna feroz, cavar y encontrar un miserable pozo de agua en un desierto, ensear a cultivar a un poblado incapaz o ayudar a morir dignamente a un anciano abandonado por los suyos nos

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compensa por todo. La labor que los misioneros agustinos hacan en tiempos de Isabel se centraba en predicar y bautizar. Salvaban almas. Nosotros vamos ms all, queremos ser, adems, salvadores de cuerpos. Hoy se sorprenderan al saber que entre nuestros colaboradores hay muchos misioneros laicos. Hablaba con tanta pasin que mi hermana Ana y yo debamos de parecer dos pnfilas boquiabiertas escuchndole. No nos atrevamos a interrumpir. La fe cristiana estaba antiguamente tan atada a una forma de expresin que perdi mucho de lo que tena que ofrecer. Hoy nos abrimos a los valores y costumbres africanos, aunque sean contradictorios a lo que Dios espera de un buen cristiano. Lo contrario ha sido durante mucho tiempo un error aprovechado por muchos para hacer apologa en su propio beneficio y en nuestra contra. En tiempos de Isabel de Vrela existan muy pocos frailes que se esforzasen en entender la riqueza religiosa contenida en las prcticas y realidades socioculturales de los nativos. Hoy nosotros seguimos a san Francisco Javier en sus escritos. Misin sin imposicin. Como telogos que debemos ser, tenemos que esforzarnos en brindar a los que a nosotros acuden una salida convincente tanto fsica como espiritual. Con una paciencia infinita conseguimos nuestro objetivo. No sirve de nada bautizar si el que recibe el sacramento lo toma como una simple ducha. Enseamos a sembrar y sembramos esperando un fruto lento y seguro incapaz de regalar falsas esperanzas. Aquel hombre canoso nos captaba tanto o ms que su historia. El padre Francisco, con sus palabras, me brindaba una salida. Estaba claro que la nica que poda asomarse al hoyo era yo misma. l slo intentaba ayudarme a tomar el primer impulso. Me asi de las manos con toda la confianza del mundo y cambi de tercio. Pinsalo, Carmen! Qu hubiese sido de Vasco de Gama si nadie hubiese repetido su travesa? Cules fueron las circunstancias que impulsaron a Isabel a separarse de su familia? Desde dnde parti? Adonde fue? Consigui sobrevivir a la masacre en la que se vio inmersa? La respuesta la encontrars en estos papeles. La ltima pregunta me hizo observarle perpleja. Balbuc: Masacre? Aprovechando mi curiosidad, se agach, abri una cuarteada cartera con motas de piel de avestruz y sac un taco de papeles que dej sobre la mesa. Aqu tienes, Carmen. Es la copia del proceso que se sigui en la ciudad de Goa despus de la matanza. Los documentos que hay fueron

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enviados a Portugal nada ms entrevistar a los pocos que escaparon. Fueron traducidos del portugus al latn y de ste al ingls. Creo que te podrn ayudar si dominas el idioma. Si no, tendrs que traducirlos. Est la vida de Isabel escrita en ellos? La de ella y la de muchos que con ella convivieron. Quiz lo que de ella no se cuente lo puedas reconstruir a travs de sus contemporneos. Por primera vez me vi tentada de verdad. Solt sobre la mesa el lazo que haba hecho con la etiqueta retorcida y me acerqu el taco de papel a la nariz. El olor a humedad y a polvo caracterstico del papel viejo de los archivos en los que usualmente husmeaba me embriag. El padre sonri. La experiencia le haba enseado a analizar a muchos hombres y sus actitudes. En ese preciso momento supo que aceptaba inconscientemente el reto. Sabes, Carmen? A lo largo y ancho de todo el mundo hay mucha gente que se dedica a lo mismo que nosotros. Son personas que por primera vez se sienten tiles y as son felices. Lo dan todo por la causa y encima dicen que reciben mucho ms de lo que dan! Necesitas t una salida parecida, Carmen? Le mir con recelo. Cmo poda invadir mi intimidad con tanto descaro? Mi malestar no poda ser tan evidente. Ana, sin comprender mi complicidad con aquel misionero, se sinti obligada a implorar: Acptalo, tmalo como un reto. Dos segundos tard en contestar, abrazando los libros y documentos que me haba tendido: De acuerdo. Dadme slo unos das para pensarlo. No quiero precipitarme. No se haba cerrado an la puerta del Hispano y Ana ya me estaba presionando de nuevo. Lo tienes todo para una buena tesis. Una sociedad multirracial sujeta a comportamientos teolgicos diversos en el transcurso de la historia. Es una pena que te dediques al ensayo en vez de a la novela, porque esta historia da para mucho ms que eso. La mir de reojo sin contestar. No se dio por vencida. Siempre has dicho que tu sueo frustrado era colgarte una mochila al hombro y desaparecer. Pues hazlo! Tienes desgracias para olvidar, ahorros suficientes, proyectos que reactivar y posibilidad de tiempo. Slo tu inseguridad te frena. Ana me aturda con tanto entusiasmo, y ahora, adems, intentaba dirigir mi vida. Me venda el camino hacia la felicidad con demasiada

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naturalidad como para ser factible. La teologa y la sociologa, como casi todo, eran imposibles de analizar a travs del prisma de una incipiente depresin, pero la historia de aquella mujer me haba calado hondo, y algo me deca que no deba dejarla escapar. Al bajarme del coche, consegu que se callase. Te juro que pensar sobre la propuesta. Una sonrisa de satisfaccin se esboz en sus labios antes de meter la primera.

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Captulo 4DE LAS ISLAS AFORTUNADAS A CABO VERDE. COSTA OCCIDENTAL DE FRICA. DA DE SAN JUAN DEL AO DE NUESTRO SEOR DE 1626 Al amanecer, Isabel mir a travs de la vidriera de la balconada que daba a su estrecho camarote de popa. La desembocadura del Tajo haba quedado atrs, y ya navegaban por mar abierto. El sonido del casco batiendo sobre las olas la haba despertado de aquella pesadilla. La costa portuguesa se desdibujaba en el horizonte y la bruma del amanecer despejaba. Sin duda, haba dormido mucho; el barco se meca suavemente y el mar destellaba. Quiso llorar de nuevo, sintiendo cunto echaba de menos a los suyos y recordando como en un mal sueo lo que la noche anterior sucedi en aquella taberna de mala muerte. Ech la mano a su bolsa. Pensativa, apret el camafeo en el puo para sumergirse en el desconcierto ms absoluto. Lo abri. A la derecha, los esbozos imperfectos del rostro de sus padres sobre la porcelana; a la izquierda, los torpes retratos de las dos hermanas. La imaginacin le ayudaba a recordar cada ngulo de aquellos perfiles que tan bien conoca. Tom un lazo para prendrselo de la mueca a modo de pulsera junto a la esclava. Sin saber por qu intua que sera lo nico que le ayudara a recuperar del remoto escondrijo de la memoria el recuerdo de su familia. Menos mal que su hermana Teresa haba reaccionado rpido en esa fugaz despedida! El ruido inesperado de un papel cruji en el fondo de la saca de terciopelo desgastado. Entristecida, se sent a leer; la letra era casi indescifrable, y la caligrafa, imposible. Don Rui de Vrela, al despedirse de su hija pequea, no haba podido controlar ni los trazos de su escritura. Querida hija, hasta aqu llegamos juntos. Ahora os toca seguir adelante a vuestra merced. He tenido que emborracharme mucho para tomar esta decisin, pero creo que es la ms acertada. Quiz no encuentre un caballero mejor para vuestra hermana. Vuestro padre, que os quiere y querr siempre.

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En el lugar de la firma, un garabato ilegible. Apretaba aquel papel contra su pecho cuando escuch una voz amable a su espalda. Alguien le pos una mano de consuelo sobre el hombro. No es tan dramtico; pensad que mientras vuestra hermana queda a merced de un hombre enfermo y destrozado por el vicio, a vos os sobrarn riquezas. Incmoda por ver desnudada su intimidad, apret an ms aquella absurda carta contra su pecho. La quera salvaguardar de la mirada del intruso. Ni siquiera se dio la vuelta para conocer al dueo de la voz que intentaba consolarla entremetindose sin permiso. Se limit a cerrar los ojos para negar con la cabeza contundentemente. Los largos pendientes la golpearon a un lado y otro del cuello. Era cierto que en los ltimos tiempos haban pasado hambre y fro, pero ella nunca cambiara un mendrugo de pan por el cario de su hermana. Por el tamao de las piedras con que la pagaron, sin duda a su benefactor no le faltaban riquezas. Pero para ella la opulencia no era digna de permutarse por amor. La tristeza en la que estaba sumida contest al desconocido. Ms vale malo conocido que bueno por conocer. No recibi respuesta. Simplemente, percibi como el entremetido se alejaba de su lado musitando algo por lo bajo. Al mirarlo, lo record. Por sus ropas, deba de ser el mismo hombre que la arrop la noche anterior, un anciano fraile que, rodeado de un halo de paz, regresaba a sus oraciones. El hbito de la orden fundada por san Ignacio de Loyola haca poco ms de un siglo, los pies enfundados en unas sandalias cuarteadas y el rosario colgado de su cinto eran su carta de presentacin. Inmediatamente, se sinti un ser deleznable por no haber sido un poco ms amable con el nico hombre en aquel navo que pareca intuir su desconsuelo, desconcierto y ofuscacin. Por fin lleg la maana en que, aburrida de la desidia que la embargaba, decidi escudriar cada recoveco de la nao que la tena prisionera en cuerpo y alma. Aquel calabozo dejaba su estela tras una popa plana, adornada con una balconada que engalanaba el camarote del capitn Freir, junto al cual ella tena un lugar preferente en el interior del barco. Debera haberse sentido agradecida, dado que slo ellos dos gozaban sin necesidad de subir a cubierta del entusiasmo que el sol transmite, de la clida tristeza del amanecer y de la pasin de los ocasos; pero no era as. Al lado opuesto, la proa, ms afilada, sesgaba las olas empapando la sirena de bano que vigilaba sin descanso como mascarn. Segn su estado de nimo, a lo largo del da sola asomarse alternativamente a popa o a proa. En los das tristes, la embriagaba la

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melancola y desde popa sola admirar la infinidad marina partida por las olas que dejaba dibujada la estela de la nao. Todo quedaba atrs, y ella, de algn modo, quera retener para siempre cada imagen del pasado. A pesar de sus diecisis aos, se senta como una anciana que slo recuerda y es incapaz de mirar al futuro. En los das alegres, cabalgaba sobre la melena de la sirena con las piernas colgando a los lados del bauprs. Senta cmo la brisa marina se colaba en sus pulmones y abra mucho la boca para empacharse de ella. Colgada en el vaco, soaba con volar, gritaba y por un breve instante se crea libre, tan libre como una gaviota en busca de un pescado despistado, tan libre como una hoja al despegarse en otoo de la rama que la sujet desde que naci, tan libre como uno de aquellos espumarajos que la mar escupa en marejadilla. La Santa Catalina cea bien, calaba poco para evitar encallar en los arrecifes y era robusta como una roca. Sus tres mstiles sujetaban un fastuoso aparejo de corte latino provisto de trinquete, mayor y mesana. En sus amplias bodegas, doscientos toneles custodiaban celosamente los litros de bebida que saciaran la sed de las ciento sesenta almas que vivan confinadas all, entre marineros, oficiales, mosqueteros, frailes, esclavos y aquella servidora que no saba muy bien en qu grupo alistarse. Otros cincuenta barriles de pescado y caza en escabeche, veinte arrobas de azcar, cien fanegas de harina, diez botas de vinagre y la leche de dos cabras calmaran el hambre. Despus de muchos das de navegacin, acompaada por el silencio mudo en el que se haba refugiado, arrib al puerto de Las Palmas de Gran Canaria. All haba una pequea capilla, a la que acudi de inmediato para dar refugio a su alma errante. Se arrodill para rezar y contarle a la Virgen todo lo que no poda compartir con nadie. En la piedra labrada a sus pies haba una inscripcin que explicaba que aquella Virgen del Carmen era la misma que Cristbal Coln visit a su paso por las islas afortunadas. Alzando la vista al cielo, dio gracias a su madre por haberla enseado a leer en un mundo en el que pocos podan hacerlo. Intent llenar de devocin sus plegarias para que stas fuesen escuchadas, pero no pudo concentrarse porque dos bancos ms atrs alguien la observaba. Al intuir como la mirada celadora le taladraba el cogote, tir incmoda del frontal de la mantilla de guipur que cubra su cabello, tapando as su rostro con la esperanza infantil de que medio escondida pudiese pasar inadvertida; pero ni siquiera eso la aisl del observador. Al darse la vuelta, le mir descaradamente para que se diese por aludido y respetase su evidente ansia de soledad. En cuanto le vio avanzar hacia ella, comprendi que no haba nada que hacer. Aquel fraile, definitivamente, se haba erigido en su guardin sin

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que nadie se lo pidiese, y sera muy difcil convencerle para que cejase en su empresa. Descaradamente, se arrodill a su lado en el reclinatorio de la casi desierta capilla. Isabel desvi la mirada hacia Pepillo, un joven grumete de la tripulacin que al lado izquierdo del altar depositaba su particular exvoto a los pies de la Virgen del Carmen. Lo reconoci porque le haba visto en ms de una ocasin pintndolo en las serenas horas de calma, y l le haba pedido su opinin al respecto. En el diminuto lienzo se adivinaba sobre las olas una pequea barcaza de vivos colores iluminada por los rayos que el Espritu Santo mandaba desde el cielo. Isabel observ de reojo al fraile, que claramente le caz en el disimulo. Cansada de jugar al perro y al gato, alz el velo de su rostro. Aquella excusa era buena para romper con su glido ensimismamiento. Llevaba das encerrada en s misma, y aquello no poda ser bueno. Por qu lo hacen? Acaso tienen miedo? Espir el aire contenido en sus pulmones, aliviado por la evidente rendicin de la joven. El riesgo diario a perder la vida se puede tornar en pavor? Ellos saben a ciencia cierta que las tripulaciones que embarcan en el puerto de Lisboa suelen regresar mermadas a la mitad. En muchas ocasiones, la desercin, la disentera, los tumores o las fiebres se encargan de hacer el trabajo del incendio, el abordaje o el naufragio que esquivaron. Estas ofrendas a santos y vrgenes calman sus temerosas almas. Esperan que ellos velen por su seguridad en las travesas. Vos, m seora, a qu os aferris para olvidar? Por primera vez le mir directamente a los ojos. Ms que olvidar pretendo averiguar. Las bodegas ya estn llenas y la Santa Catalina, avituallada. Aceptarais una partida de ajedrez al hacernos a la mar? Dando por zanjada la conversacin, se apoy en el reclinatorio para levantarse, tom su sombrilla de seda bordada color hueso, frot sus entumecidas rodillas y reverenci al santsimo santigundose. La misma cuchilla con que su acompaante se tonsuraba la testa le deba de servir para afeitarse la barba tan fina como la de un chivo. Una profunda cicatriz cruzaba de arriba abajo su mejilla izquierda, y su mirada se tornaba tan cana y velada como su pelo. Su manifiesta vejez rezumaba dulzura, confianza y vitalidad.

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Anocheca cuando los dos, ya ms confiados, iniciaron el juego en cubierta. Poco antes, frente a un espejo descascarillado, Isabel se sujet con dos alfileres largos la gibelina al moo alto que recoga parte de su melena. Slo tres tirabuzones a cada lado de su cara quedaban a merced del viento. Pero al salir del camarote reinaba la calma ms absoluta. Los tonos rojizos del ocaso se tornaban violetas, atrayendo la oscuridad. Por primera vez en muchos anocheceres, le pareci escaso el pequeo fich que le haba salvaguardado hasta entonces del relente, por lo que se emboz en una amplia capa marrn, cruzndola a la altura del escote. Al tomar asiento, movi el alfil. An tiritando, sac del bolsillo un despeluchado manguito de piel de conejo e introdujo las dos manos en l para calentarse mientras su contrincante responda a la jugada. Las fichas, pegadas con resina, se mantenan firmes sobre el tablero sin posibilidad de resbalar por cubierta en caso de que la nao diera un bandazo. El padre Lobo se convirti as en su contrincante y confidente a un mismo tiempo. A partir de ese momento, slo hablara con l y con Pepillo, el joven grumete de diecisis aos que, alegre y activo, la haba adoptado como a una hermana mayor, aunque ella slo le superara en dos meses de edad. No haba movido an cuando oyeron la alerta del viga: Nao una cuarta a estribor! Curiosos, dejaron la partida para dirigirse a proa a fisgonear. Una luz lejana se zarandeaba en medio de la oscura inmensidad. Avistado un probable peligro en la mar, de inmediato buscaron al capitn Freir de Andrade para ver qu era lo que mandaba. El portn del alczar se abri estrepitosamente. Freir, con la larga melena despeinada y descalzo, subi al puente de gobierno, tom el catalejo y comprob que era cierta la alerta. El timonel le miraba a su lado, tan expectante como el resto de la tripulacin, que contena la respiracin a la espera de una orden. La nica que se mova en cubierta era una esclava despistada que corra hacia su seor con las botas en una mano y el sombrero de ala ancha en la otra. Aquel minuto se torn hora hasta que el temido grito surgi del gaznate del noble marino: Zafarrancho de combate! Todos echaron correr. Unos suban municiones, otros arrastraban bidones... las pesadas balas de plomo rodaban en orden por las bodegas, y los hombres rompan a sudar supervivencia por cada uno de sus poros. La vil calaa de proa armaba los caones igual para defender que para atacar, ya que nada saban de lo que les esperaba. Slo perciban un viso de preocupacin en el sereno semblante del hombre responsable en aquel momento de sus vidas.

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Isabel, temblando junto al padre Lobo, se separ del mamparo del alczar, en el que se haba refugiado para no estorbar la posible maniobra, y se acerc al capitn. Calzado ya con las botas altas, ste segua inmvil, como si las pestaas se le hubiesen quedado adheridas al catalejo. La esclava te recoga el pelo en una coleta con una cinta del mismo tono de las que pendan de su barba. En ese preciso momento baj el juego de lentes para dar un pescozn a la negra. Os gusta mesarme el cabello, desgraciada! La esclava huy despavorida ante la perspectiva de recibir otro golpe. Freir se percat entonces de la presencia de Isabel y del padre Lobo, que la haba seguido. Deberais esconderos como conejo en su madriguera. Por qu? Son piratas? Holandeses? Turcos? Negreros? Os preocupa? Isabel asinti. No temis, he ordenado zafarrancho para que no nos pillen desprevenidos, que en el medio del ocano el ms manso se disfraza y torna tiburn en menos que salta un pez. Parece claro que no hay peligro en ellos, pero aun as la desconfianza en la mar es el mejor salvoconducto para eludir el riesgo. Esperar al amanecer para decidir. Mientras, navegaremos ms all del alcance de su artillera. El crepsculo se hizo eterno. Nadie pudo dormir aquella noche, ni siquiera el capitn, que aprovech las horas de insomnio para hacer mediciones de latitud con el astrolabio. Cuando el sol apareci en el horizonte, en silencio y con las manos a modo de visera para que no los deslumbrara, toda la tripulacin intent agudizar la vista para distinguir la bandera. Albergaban la secreta esperanza de que la vecina nao no hubiese arriado la del da anterior para izar otra ms comprometida. Los piratas solan hacerlo antes del abordaje. Y as estaban, cegados por los destellos del heligrafo, mientras el mismo viga que la avist haca ya doce horas iba descifrando lentamente lo que cada centelleo significaba. La voz de aquel joven encaramado a la cofa tranquiliz a los presentes. Vienen en son de paz y solicitan intercambio de mercanca y enseres! Son comerciantes de hombres y nos ofrecen esclavos. El capitn se mes el final de los bigotes, retorcindolos pensativo. El resto, expectantes, esperaba de nuevo su decisin. Lanz una mirada fugaz a las sensuales nalgas de la esclava, que andaba a sus pies zarandendolas mientras abrillantaba las botas.

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No nos vendr mal contar con media docena de negros. As reemplazaremos a los seis hombres que el escorbuto nos arrebat y que no pudimos contratar en las islas afortunadas. Trocaremos alimentos por esclavos, que buena falta nos harn a la hora de cruzar el cabo de Buena Esperanza. Lejos de abordarles, como temieron en un principio, se les abarloaron consentidamente y todos corrieron por las cubiertas. Los latigazos y quejidos que provenan de las bodegas dejaban claro el movimiento interno del otro barco. El capitn Freir baj y al poco tiempo sali con seis hombres y una joven desnuda de cintura para arriba. Su pecho recin formado haca suponer que an deba de ser muy nia. Contara con quince aos a lo ms. Las mujeres, normalmente, estaban prohibidas en un barco de la armada, pero la presencia de Isabel le sirvi de excusa al capitn para contar con otra, adems de la repostera, que ya vena acompandoles desde Lisboa.

Continuaron la travesa con algunos tripulantes de ms. Isabel, por fin, haba encontrado el modo de acortar las eternas horas de insomnio gracias a un pequeo libro desencuadernado que el padre Lobo, su eterno salvador, le haba entregado. Balancendose en el coy, recorra cada lnea, aprendiendo con sumo inters todo lo que aquellas pginas le descubran. No poda dejarlo. El libro se llamaba Preste Juan y estaba escrito por un tal Alvares. Entraban los primeros rayos de sol por la cristalera de popa cuando cerr el libro, parejo a sus prpados, y pens sobre lo recientemente aprendido. Al parecer, durante mucho tiempo en los reinos cristianos europeos se crey por ese libro que exista un reino al este de Persia en el que gobernaba el preste Juan. Era un hombre de otra raza que llevaba una corona de oro engastada con piedras preciosas, portaba un crucifijo en las manos y construa templos cristianos. Papas y reyes, al saber de ello, quisieron ayudarle a extender sus dominios y lo buscaron desesperadamente durante muchos aos, hasta que se convencieron de que en Persia no se hallaba y de que probablemente morara en algn lugar del continente africano. Su reino reflejaba una utopa parecida a la del humanista Toms Moro. Paz, la verdadera religin, animales tan exticos como unicornios y plantas curativas... Sera as su futuro destino? No haba conciliado an el sueo cuando oy un gemido. No le hubiese dado la ms mnima importancia si no fuese porque al instante se repiti.

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Era como si en el camarote del capitn se hubiese colado un cachorro de perro. Roda por la curiosidad, se decidi a husmear, apag la lmpara de aceite, quit el pegote de cera del agujero que haba en el mamparo que separaba su camarote de la habitacin del capitn e introdujo la mirada en su intimidad. Desde su posicin poda ver claramente cmo estaba sentado con las calzas bajadas hasta los tobillos, sobando y lamiendo el abultado pecho de su antigua repostera mientras sujetaba la cabeza de la recin comprada entre sus piernas, mesndole el rizado pelo y empujndola de arriba abajo. La diriga para que le hiciera una correcta y rtmica felacin. Fue entonces cuando Isabel vio el abultado vientre de la antigua repostera. Vestida como andaba normalmente por el barco nadie se haba percatado de su avanzado estado de embarazo. Las venas del cuello del marino estaban a punto de estallar cuando se levant, empujando a la preada a un lado. Levant a la joven de los pelos. Una mueca de dolor se dibuj en su rostro. La tumb sobre la mesa. Su blanco y peludo cuerpo se pos sobre la frgil muchacha de color bano. La arranc el taparrabos de piel animal que le serva de vestimenta y, sujetndola de sus engrilletados tobillos, le abri los muslos sin encontrar resistencia. Henchido de lascivia, la embisti con fuerza tres o cuatro veces hasta derramarse dentro de ella. Isabel lo observaba inmersa en un silencio nervioso, con una mezcla de repugnancia y curiosidad. El capitn gritaba desaforado en el colmo del placer cuando llamaron a la puerta. El corazn se le aceler ante la posibilidad de ser descubierta espiando. A pesar de ello, no pudo contestar, pues toda su atencin estaba acaparada por aquella joven esclava que, a pesar de estar siendo violada, no pareca sufrir. Su oscura mirada segua anclada en un punto imposible de localizar, y vagaba soando con la insensibilidad. Por su expresin, Isabel dedujo que no deba de ser la primera vez que abusaban de ella. Para su desgracia, era demasiado joven y hermosa como para pasar inadvertida. Ya libre del peso del capitn, se levant sola y con el mismo taparrabos que traa se limpi la entrepierna. En ese preciso momento la llamada insisti. Adelante! Intent disimular, pero el padre Lobo supo de inmediato lo que haca. La trrida escena haba derretido entre las yemas de sus dedos la pelotita de cera que cubra su secreto. Mirando hacia el agujero, el fraile le tom de las manos para limpiarlas. Las travesas son largas, y los instintos del hombre a veces son imposibles de contener. El capitn tiene el privilegio del estreno.

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Ella no contest. La sorpresa le haba quitado el sueo. Aquello dejaba claro que la repostera era el quehacer menos cansado de aquellas mujeres oscuras. Don Jernimo Lobo, percibiendo su malestar, decidi quedarse sin haber sido invitado. Deposit sobre la mesa el tablero de ajedrez. Gir sobre sus bisagras el tabln que, unido a la pared, haca las veces de asiento y coloc sus voluminosas posaderas sobre l. La testa tonsurada le brillaba humedecida por el sudor. Mi seora, no deberais alteraros por estas cosas. Donde vamos todo es tan diferente a lo que conocis que ms vale ir imaginndolo antes de daros de bruces con ello. Los animales se muestran ms racionales que muchos de los humanos que veris. Todo ser nuevo para vuestra merced. Descubriris cosas de las que nunca osteis hablar y sufriris reacciones en los hombres que nunca pudisteis prever. Incluso llegaris a flaquear, dudando de vuestra locura. Isabel, desconcertada, an no saba a qu se refera, y prefera mantenerse callada, no fuese a temblarle la voz. El fraile continu su didctico sermn. Yo navegar a vuestro lado si Dios me da vida, y al llegar a vuestro destino, os dejar en las buenas manos de mis hermanos agustinos. Vivimos tiempos de decadencia en los que el razonamiento del Renacimiento ha dejado lugar a los sentimientos del Barroco. Hace muy poco lo humano priorizaba sobre lo divino, pero no ha resultado y ahora regresamos a Dios como nuestra fuerza de empuje. Nuestra mejor manera de agradecerle su presencia es llevarla a todos los rincones del mundo. No ha de ser un refugio, sino un bastn en el que sostenernos. Isabel le escuchaba como el que oye la lluvia caer, ya que, por mucho que aquel hombre intentase disimular, ella no se poda arrancar de la sesera los abusos del capitn. Qu podra sorprenderla ms que lo que acababa de presenciar? No excusis la barbarie en el hombre, sobre todo en el que ha de ser un ejemplo para sus subordinados. Sentada ya frente al tablero de ajedrez, que cuidadosamente haba trado con la inacabada partida del da anterior, prefiri cambiar de tercio la conversacin, recordando la antigua posicin en el juego. Conocedora ya del camino a seguir, decidi informarse sobre los escollos que el viaje les deparara. Por qu le llaman el cabo de Buena Esperanza si he odo a muchos contar que las tormentas se suceden en ese punto y muy pocos son los barcos que consiguen cruzarlo? Contrariado, el fraile levant la vista del tablero y dej de pensar.

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El rey nuestro seor ya hace tiempo que orden que le cambisemos el nombre De las Tormentas por Buena Esperanza. Es conocido por todos la gran cantidad de naos que han quedado all hundidas, y si queremos seguir descubriendo mundo, no hay que echarle ms lea al fuego. As, al menos las deserciones de los ms cobardes menguan en el ltimo puerto que atracamos antes de atajar el cabo. Pensativa, Isabel intent, con dificultad, retomar la partida. Por qu un simple marinero era libre de abandonar su servicio en el barco y ella ni siquiera poda plantearse la desercin? La rabia contenida emergi repentinamente a su semblante, y arrugando el mandil en el puo apretado, no fue capaz de retenerla. Apretaba tanto los dientes que casi no poda vocalizar. Padre, me siento como una ms de las esclavas que acabamos de adquirir. Cautiva y desorientada, me dirijo hacia no se sabe dnde y para desposarme con sabe Dios quin. El padre Lobo dej de pensar en el siguiente movimiento para mirarla fijamente a los ojos. Era como si hubiese estado esperando desde haca mucho tiempo ese momento. Isabel no se confesaba como a l le hubiese gustado, pero aun as era suficiente. Aquella joven desconfiada por fin le transmita sus temores, brindndole la ms profunda confianza. Si he de seros sincero, me alegro de que finalmente me preguntis sobre vuestro destino. La resignacin que mostrabais ante la incertidumbre me sorprenda. Os intriga lo que os espera? El barco peg un bandazo. El alfil rod por el tablero hasta caer al suelo. El misionero, en un alarde de reflejos, lo pis con su vieja sandalia para impedir que continuase rodando por todo el camarote. Al levantar la vista del suelo, clav de nuevo sus pupilas en las de ella como queriendo desnudar sus pensamientos. La intromisin despert su adormecida suspicacia, enojndola. Cmo osaba preguntarle semejante sandez? Probablemente, no haba nada en este mundo que la ataera ms! De repente la desconfianza la abrig de nuevo, y fingi no haberle escuchado. En realidad, aquel hombre formaba parte como todos los dems de sus custodios carceleros. l arda en deseos de aclararle sus dudas, pero no quera hacerlo hasta que se lo implorase. Lo que no saba es que lejos de la sumisin an quedaba un resquicio de rebelda enquistada en el corazn de Isabel. No le dara ese gusto! Estaba cansada de que todos jugasen con ella como si fuese un ttere de feria. Inmersa en sus pensamientos, percibi cmo mova ficha. Rey negro a dama blanca. Aquello era absurdo. En qu pensaba el padre Lobo?

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Vuestra merced se equivoca. No hay damas en este juego, slo reinas. Reinas de marfil o bano. Sus cndidos ojos penetraban en ella como queriendo descubrir su interior. Isabel supo entonces que sus palabras escondan un doble sentido. No alcanz a entender su repentina seriedad hasta que su acompaante se pronunci al respecto. Damas que se hacen reinas. Sonri enigmtico. No os entiendo, pero es igual. Al fin y al cabo, no nos va la vida en ello. Parecis estar jugando a las damas en vez de al ajedrez. No da igual si hermanis vuestro destino con el juego. Os aseguro que seris mucho ms que una simple dama blanca. Isabel no supo contenerse ante tanto acertijo y opt por seguirle el juego. Ms que una esclava de marfil? Cuando el hombre iba a responderle, se abri la puerta repentinamente. La joven esclava recin violada, vestida ya con un sayo ancho y viejo de tela de arpillera, dej una jarra de limonada con dos vasos de barro sobre la mesa. Al despedirse, inclin la cabeza; an tena hendida la huella de los dedos del capitn entre su ensortijado cabello. Isabel recordaba el contraste de su color con el de su reciente tomador. Ella segua siendo doncella. Haba imaginado muchas veces cmo sera su primera coyunda con un hombre, y rogaba a Dios que no hubiese tanta agresividad en su caso. Repentinamente, balbuci tragando saliva las palabras sin sentido que acudieron a su mente: Blanca dama, blancos dientes, ojos blancos, alma blanca. Las palabras del padre le trepanaron los tmpanos. As es, mi seora. Le mir escptica. Sin duda, tanto ir y venir por entre las olas le haba trastornado la capacidad de entendimiento. Lejos de ponrsele el cuerpo a son de mar con los das de travesa, aquel fraile deba de estar perdiendo la sesera. Cmo iba ella a casarse con un negro? La expresin de terror que se dibuj en su cara hizo intuir al padre Lobo su temor. Levantndose e ignorando el juego, la asi de las manos con todo el cario que un miembro del clero poda brindar a una mujer sin ser tildado de pecaminoso. Es vuestro destino, Isabel. No estoy loco. En un lugar del mundo hay un rey de bano que, despus de conocer nuestra religin y costumbres,

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ansia unirse a una dama de marfil para hacerla su reina. Vos habis sido la elegida. Debis sentiros halagada, pues ha repudiado a un gran nmero de mujeres mahometanas para abrazaros a vuestra merced y al catolicismo. Os acepta como la nica. Pensad, Isabel, que seris la pionera de otros muchos matrimonios. Por las venas de vuestros hijos fluir la sangre de un mestizaje regio digno de admiracin y ejemplo para otros. Confusa, con un lento gesto le pidi que aminorase su parlanchina intervencin. Necesitaba algn tiempo para asimilar lo que estaba escuchando. Repentinamente, cruzar el cabo de Buena Esperanza se tornaba una ridcula empresa al lado de la que ahora divisaba en el horizonte. Los imaginarios grilletes con los que cargaba resignada desde Lisboa se estrechaban, oprimindole cuello, tobillos y muecas hasta rozar la tortura. Lejos de sentirse reina, se senta esclava. Una esclava de marfil.

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Captulo 5TREN EL LUNTICO DE NAIROBI A MOMBASA 15 DE OCTUBRE DE 2003 A lo largo de los ltimos aos haba recibido un milln de propuestas para continuar con mi tesis, pero ninguna haba logrado picar mi curiosidad como aqulla. Desde que sal del caf Hispano no poda pensar prcticamente en otra cosa. Era como si una atraccin inexplicable y descabellada me hubiese seducido. Esperaba que, como de costumbre, alguien cabal y centrado me trajese a la realidad desencantndome de tanto sueo imposible, pero por primera vez en mi vida todos parecan estar hechizados ante aquella tentadora locura. Me animaban a continuar con ella! Lea compulsivamente todo lo que en mis manos caa sobre el continente ms viejo del mundo. Estudios sociolgicos, demogrficos, religiosos e histricos, e incluso tratados de agricultura experimental. Volcaba los datos descubiertos e inconexos en fichas de ordenador. No saba muy bien cmo encajara todo en su sitio o si ni siquiera llegara a intentar componerlo. Slo intua que algn da me levantara sabiendo qu hacer con tanto hallazgo. Cada apunte abra una nueva puerta a la duda, y el resurgir de cada incgnita, una invitacin an mayor. Me obsesion tanto que sin darme cuenta adquir cierto complejo de Pepe Carvalho en una novela de Vzquez Montalbn. Toda aquella inseguridad me provocaba bruscos cambios de nimo. A veces me sentaba, pensando en todo lo que haba ledo con el amargo sabor de estar perdiendo el tiempo. La monotona me engulla, ahogndome en el vmito de la aptica desidia, del mismo modo que al segundo una certeza recndita y contradictoria me convenca de su utilidad prctica. Rehacer la vida de Isabel de Vrela era como buscar una aguja en un pajar, pero ya me haba asomado al brocal del pozo en el que me encontraba escondida y poda ver una lejana luz a la que dirigir mis pasos. La investigacin me lanzara a la aventura sin apenas buscarla: hara aquel viaje con el que tanto so, terminara por fin la tesis y, ms alejada de mi entorno, conseguira poner mis ideas en orden sin sentirme intil.

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Haba llegado a ese punto en la vida en el que uno se plantea si tom el camino correcto, el porqu de las limitaciones autoimpuestas y si en realidad se necesita todo lo que se ambicionaba. Repentinamente, un hilo invisible tiraba de m con fuerza. Slo quera viajar, perderme y dar rienda suelta a mis sueos. Por una vez hara caso a los que me queran y guardara mi enojado orgullo en un lugar lo suficientemente apartado de mi alma! All sentada sobre la cama, en medio de un orden tan desordenado como el que me caracterizaba en la vida, me decid. Una vieja mochila a mis pies, una gua del viajero sobre la almohada, la cartilla de vacunacin con los sellos de la fiebre amarilla, la polio, la hepatitis y el ttanos impresos. Las pastillas de la malaria junto a un pequeo botiqun de primeros auxilios. Un puado de billetes pequeos de dlar para propinas y otros cincuenta para el visado de entrada, el pasaporte vigente por dos aos, los billetes de vuelo, un mapa de Kenia, una linterna y un itinerario del viaje facilitado por la agencia. Todo aquello, esparcido sobre la colcha, me permitira la mudanza de cuerpo y alma que tanto ansiaba. Sobre el tocador, una gruesa cartera con ruedas que contena mi ordenador porttil junto a los mil documentos que me enviaron sobre Isabel desde el Vaticano, Lisboa, Nairobi, y a falta de los de Goa y los de Mombasa. Adems, media docena de libros pendientes an de lectura y un diccionario. La mayora estaban escritos en ingls y no haban sido traducidos, lo que sera un pequeo impedimento, pues haca ya cerca de diez aos que no practicaba aquella lengua. El ocano ndico me llamaba. Dej sobre la mesilla de noche la carta de aceptacin a mi peticin de excedencia en la universidad, como smbolo tangible de todo lo que ansiaba dejar atrs, y el resto lo met en otra maleta grande. Cog impulso y me sent encima para cerrarla. No era partidaria de llevar mucho equipaje, pero este viaje era el primero que hara sin un billete de regreso. Al asegurar los anclajes, inspir. Resulta que la improvisacin me gustaba! La inconclusa tesis que tan desesperada me haba tenido en muchas ocasiones se converta ahora en medicina para el alma, y su elaboracin pareca un remedio para mi parn existencial. Y si aquellas lejanas tierras me embaucaban y nunca ms regresaba? Repentinamente, record un milln de novelas romnticas y ensayos sobre frica. Memorias de frica, de Isak Dinesen, El ltimo diario del doctor Livingstone, de David Livingstone, Las verdes colinas de frica, de Ernest Hemingway, Viaje en busca del doctor Livingstone al centro de frica, de H. M. Stanley, Mi viaje por frica, de Winston Churchill... Y pelculas como Las minas del rey Salomn, La reina de frica o Cobra verde, en las que se escenificaban aquellos parasos.

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Al levantar la vista, vi mi reflejo en el espejo de la puerta interior de mi armario. Sonrea! Haca tanto tiempo que no lo haca a solas! Quiz, al fin y al cabo, la vida me brindase otra oportunidad. El disparo de salida son en mi interior. Isabel de Varela era mi pretexto, e imagin su partida paralela a la ma. Me hubiese gustado embarcarme como lo hizo ella en su da. Podra haber atajado por el canal de Suez para navegar el mar Rojo hacia el sur y as evitar la vuelta entera a frica, pero despus de estudiar la posibilidad lo consider poco apropiado. Aquel viaje se haca demasiado largo e incmodo existiendo un vuelo directo a Nairobi y un tren colonial para llegar de all a Mombasa.

Mecida por el traqueteo del antiguo vagn, cerr el libro y lo pos sobre mi regazo, entornando los ojos para descansar. Palpando sin mirar, busqu el asa de mi mochila, la enganch en mi brazo, no fuese a desaparecer mientras dorma, y me concentr en lo que acababa de leer. George Bishop probablemente haba biografiado la vida de Pedro Pez para hacerle justicia. Quera demostrar a medio mundo que las fuentes del Nilo Azul, el lago Victoria o Etiopa no fueron descubiertas por unos aventureros cargados de recursos para ello. Los buenos publicistas de la historia inglesa haban convencido una vez ms de la supremaca de los suyos. Muy pocos eran los compatriotas que se aventuraban a poner un pero al imperio colonial, tratando de inculcar ideas contrarias a las ya difundidas. Bishop demostr su rebelda hacindolo con valor. Sus descubrimientos ensalzaban a un espaol como descubridor de aquellas lejanas tierras. Un hombre austero y aventurero que apenas