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biblioteca abierta COLECCIÓN GENERAL Extractivismos y posconflicto en Colombia: retos para la paz territorial Astrid Ulloa Sergio Coronado editores Grupo de Investigación Cultura y Ambiente Facultad de Ciencias Humanas Sede Bogotá

Astrid Ulloa Sergio Coronado editores · En América Latina y, en particular, en Colombia se han dado pro - cesos extractivos desde la Conquista y la Colonia, los cuales abarcan numerosas

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b i b l i o te ca a b i e r t aCo l e CC i ó n g e n e r a l

Extractivismos y posconflicto en Colombia:

retos para la paz territorial

Astrid Ulloa Sergio Coronado

editores

Grupo de Investigación Cultura y Ambiente

Facultad de Ciencias HumanasSede Bogotá

bibl ioteca abier taco l e c c i ón gene r a l perspec t ivas ambienta les

Extractivismos y posconflicto en Colombia:retos para la paz territorial

Astrid Ulloa editora

Sergio Coronado editor

2016

catalogación en la publicación universidad nacional de colombia

Extractivismos y posconflicto en Colombia : retos para la paz territorial / Astrid Ulloa, Sergio Coronado (edi-tores). -- Primera edición. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá). Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Geografía ; Centro de Investigación y Educación Popular Programa por la Paz (CI-NEP/PPP), 2016.456 páginas -- (Biblioteca abierta. Perspectivas ambientales ; 445)Incluye referencias bibliográficas e índice de materias y lugaresISBN 978-958-775-791-0.

1. Extractivismo -- Aspectos ambientales -- Colombia 2. Posconflicto armado -- Colombia 3. Industria minera -- Efectos ambientales 4. Solución de conflictos socioambientales 5. Conflictos territoriales -- Aspectos ambien-tales 6. Política ambiental -- Colombia I. Ulloa Cubillos, Elsa Astrid, 1964-, editor II. Coronado Delgado, Sergio Andrés, 1981-, editor III. Serie

CDD-21 333.85014 / 2016

Extractivismos y posconflicto en Colombia:

retos para la paz territorial

Biblioteca Abierta

Colección General, serie Perspectivas Ambientales

Grupo de investigación Cultura y Ambiente

© Universidad Nacional de Colombia,

sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas,

Departamento de Geografía

Primera edición, 2016

© Centro de Investigación y Educación Popular

Programa por la Paz (CINEP/PPP), 2016

ISBN: 978-958-775-791-0

© Editores, 2016

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

© Varios autores, 2016

Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas

Comité editorial

Luz Amparo Fajardo Uribe, Decana

Nohora León Rodríguez, Vicedecana Académica

Myriam Constanza Moya Pardo, Vicedecana de Investigación y Extensión

Jorge Aurelio Díaz, Director Revista Ideas y Valores

Carlos Tognato, Director del CES

Preparación editorial

Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas

Camilo Baquero Castellanos, director y coordinador editorial

Juan C. Villamil N., coordinación gráfica - Maquetación

Francisco Díaz-Granados, corrección de estilo

[email protected]

www.humanas.unal.edu.co

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier

medio, sin la autorización escrita del titular

de los derechos patrimoniales.

Centro de Investigación y Educación Popular

Programa por la Paz (CINEP/PPP)

Director generalLuis Guillermo Guerrero Guevara

SubdirectorSergio Coronado Delgado

Coordinador del equipo movilización, territorio e interculturalidadJavier Lautaro Medina

Coordinadora de publicacionesMargareth Figueroa Garzón

Esta publicación es posible gracias al apoyo de Cordaid. No obstante, las opiniones expresadas en esta obra son de responsabilidad exclusiva de los autores y no expresan la postura ni comprometen a Cordaid.

CINEP/ Programa por la Paz Carrera 5 n.° 33B - 02PBX: (57-1) 2456181Bogotá, D.C., ColombiaCorreo electrónico [email protected] www.cinep.org.co

Contenido

Presentación 9

Ricard o Sánchez ÁngelPrólogo. El neoextractivismo: la caldera del diablo 11

Astrid Ulloa y Sergio Coronad o Delgad oTerritorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos

socioambientales en contextos extractivistas: aportes para

el posacuerdo 22

Sergio Coronado Delgado y Víctor Barrera RamírezRecursos mineros y construcción de paz territorial:

¿una contradicción insalvable? 59

Patricia Sánchez GarcíaDe La Colosa a La Habana: conflicto por la producción

del territorio en Colombia 105

Emerson A. BuitragoLimitaciones y delimitaciones de los páramos

en una Colombia posacuerdo 137

Ingrid Díaz MorenoPalma, estado y región en los Llanos colombianos (1960-2015) 167

Catalina Serrano PérezMinería y territorio en el sur de Córdoba: viejos y nuevos retos

para la construcción de paz territorial 201

Catalina Quiro ga ManriqueVarias caras de un incierto posconflicto. Entre la ilegalidad

y la legalidad de la minería a pequeña escala 235

Jhonnatan Fernand o López-VegaDesafíos de la movilización minera interétnica en el río Inírida,

Guainía, al posconflicto en Colombia 267

César A. Card ona, Marcel a Pinill a y Aída Gálvez¡A un lado, que viene el progreso! Construcción del proyecto

Hidroituango en el cañón del Cauca medio antioqueño,

Colombia 303

Mauricio Pard o RojasPosextractivismo: futuro posible para las poblaciones negras

del Pacífico 331

Angélica Ro cío López GranadaTerritorialidades en conflicto en la minería del oro

en Buenaventura y Simití: un análisis comparado 355

Juliana DuarteTransformaciones socioterritoriales en Casanare por la

actividad petrolera: conflictos y resistencias (1990-2010) 387

Estefanía Ciro, Julián Barbosa y Alejandra CiroMapa petrolero de la Amazonia y resistencia en el Caquetá:

retos de paz en el posconflicto 413

Acerca de las autoras y autores 441

Índice de materias 447

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales en contextos extractivistas: aportes para el posacuerdo1

Astrid Ulloa

Universidad Nacional de Colombia, Grupo Cultura y Ambiente

Sergio Coronado

Centro de Investigación y Educación Popular/Programa por la Paz

La paz es nacional como propuesta, pero regional como solución.Mario Calderón

En América Latina y, en particular, en Colombia se han dado pro-cesos extractivos desde la Conquista y la Colonia, los cuales abarcan numerosas formas de explotación, extracción y trasnacionalización que afectan territorios locales, entendidos como aquellos conformados en procesos históricos subnacionales (Ulloa, 2015). Estos procesos extractivos reproducen e incrementan desigualdades intrínsecas a la valorización, apropiación y globalización de las naturalezas y, a su vez, generan dinámicas que desencadenan más desigualdades (Bebbington, 2013; Göbel y Ulloa, 2014).

Asimismo, los extractivismos son la expresión del denominado capitaloceno, constituido por «diferentes escalas, complejidades y procesos de apropiación de la naturaleza» (Haraway, 2015, p. 159). Desde esta perspectiva, «“medio ambiente” o “naturaleza” se entienden en relación con los procesos, prácticas, políticas y representaciones asociadas con lo no-humano, como independiente de lo humano, y bajo una idea capitalista moderna de la sostenibilidad y la valoración económica de la naturaleza; pero, al mismo tiempo, bajo la idea de

1 Agradecemos los comentarios, sugerencias y aportes de Mauricio Chavarro, Catalina Caro, Juliana Duarte, Kristina Dietz y Axel Rojas.

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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que partes de la naturaleza no tienen el mismo valor» (Ulloa, 2016, p. 1). Es decir, se las puede destruir o agotar, en aras de proteger otras, para convertirlas en espacios de compensación, de sacrificio o de uso de naturalezas baratas, en términos de Moore (2014).

El modelo de desarrollo extractivista y su instalación en medio del conflicto armado en el país no solo ha causado transformaciones en las comunidades y personas, sino también daños irreparables en la naturaleza y en las relaciones que las comunidades y pobladores establecen con sus territorios, las cuales se han venido dando de modo desigual y en diferentes ámbitos y escalas.

Diversas formas de extractivismo han desencadenado múl-tiples conflictos por procesos de desterritorialización y desarraigo, rupturas en las relaciones entre ser humano y entorno, y violencia epistémica, étnica y de género, entre otros, que han fracturado a las comunidades, afectadas de este modo en sus espacios de vida2 y en las formas como habitan, viven y producen el territorio. Por tanto, es necesario reflexionar acerca del lugar que ocupan las distintas formas de relacionarse con la naturaleza asociadas a los extractivismos en el contexto colombiano. De igual manera, se requiere pensar los retos de escenarios extractivistas en contextos del posacuerdo de paz. Esto implica repensar el sentido no solo de la justicia social, sino también de la justicia ambiental y la discusión acerca del lugar que ocupan en estos procesos la naturaleza y el Estado, y las articulaciones, confron-taciones y resistencias de comunidades locales, con sus propuestas alternas de ser, conocer y habitar los territorios.

Para dar cuenta de ello presentaremos primero una discusión sobre los extractivismos y los conflictos que generan y luego una con-textualización del conflicto armado, del posacuerdo y del posconflicto. Posteriormente, ponemos a discusión la relación que nos interesa abordar en este libro entre extractivismos y posacuerdo, que da paso al desarrollo de los elementos que consideramos claves para entender dichos procesos: el papel del Estado, los diversos actores sociales, la

2 Retomamos este concepto del pensamiento nasa, como propuesta alterna de concebir y nombrar la naturaleza y como una forma de sustitución de las maneras mercantiles de nombrar la naturaleza y sus elementos (ver Caro, 2016).

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

interrelación compleja de los territorios y los derechos. Finalmente, presentamos unas conclusiones relacionadas con los extractivismos en un marco amplio de posconflicto.

Extractivismos: ambientes apropiados

Los procesos extractivistas implican el control territorial, la apropiación de los recursos locales, el desplazamiento de los po-bladores del lugar y el acaparamiento de tierras mediante procedi-mientos conflictivos y violentos. Así mismo, dadas las conexiones locales-globales, las dinámicas territoriales de apropiación de facto y simbólica de los «recursos» –cuya valorización económica prima por encima de valoraciones y relaciones culturales o de vida– ge-neran impactos socioambientales. Sin embargo, hay diferencias entre extractivismos, de acuerdo con el tipo de recursos:

Podemos decir que los extractivismos, los megaproyectos o el neoextractivismo abarcan numerosas relaciones y procesos de explo-tación, extracción y transnacionalización que datan desde la Colonia. Sin embargo, actualmente estos se relacionan con enclaves transnacionales y/o modelos de extracción que articulan la explotación sistemática de uno o varios recursos no renovables –y aún renovables– para la expor-tación, como respuesta al aumento creciente del consumo y demandas de minerales e hidrocarburos y en general de recursos, con el consecuente aumento en la escala de producción de manera localizada. En lo local se dan cambios sociales y altos grados de transformación ambiental y territorial. En lo nacional también se presentan cambios territoriales como: la ampliación de las fronteras internas —al darse la flexibilización de estas— para actividades que impulsan el desarrollo económico nacional; apropiaciones de hecho con y sin desplazamiento de la gente, y acaparamientos de tierras. Asimismo, se establecen nuevas alianzas regionales transnacionales de intervención del territorio con impactos ambientales en el nivel regional-local, centralización de ganancias en corporaciones y otros actores, y gran escala de los proyectos. Finalmente, la naturaleza se fragmenta y se genera una valorización, financiarización y mercantilización de esta. Estos procesos incluyen un gran espectro de recursos: desde la captura de carbono, monocultivos y agronegocios, hasta minerales e hidrocarburos (Göbel y Ulloa, 2014, p. 427).

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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Paralelamente, estos procesos extractivistas se inscriben en te-rritorios con una gran diversidad ambiental, donde se han generado procesos de apropiación de bosques y minerales, hasta abarcar las funciones ecológicas de las especies y, cada vez más, del agua, todo lo cual sucede, paralelamente, en contextos sociales de desigualdades heredadas que evidencian complejas relaciones sociales, económicas, ambientales y de género. Estas desigualdades han producido conflictos de larga duración, aún sin resolverse. Esto nos remite a revisar las desigualdades socioambientales y las formas como los conflictos concomitantes han estado relacionados con procesos de uso, control, acceso, derechos y toma de decisiones sobre los «recursos». Los conflictos se incrementan, además, con la necesidad del aumento de rentas por parte del Estado y la perspectiva de apropiación de lo ambiental, en la búsqueda de materias primas para su exportación, al punto de afectar territorios y espacios de vida.

La perspectiva de análisis que relaciona procesos sociales, desigualdad y ambiente es muy reciente (Göbel, Góngora y Ulloa, 2014) y da cuenta de la diversidad de nociones sobre desigualdades socioambientales, dentro de las que se destacan aquellas visiones que las analizan como una más de las desigualdades (Dietz e Isidoro, 2014) u otras que consideran que son el resultado de procesos es-tructurales previos relacionados con procesos socioeconómicos, sobreexplotación de recursos, transformaciones climáticas y rela-ciones desiguales entre actores (Sholz, 2014), o que responden a las relaciones de interdependencia transnacional que se manifiestan en lo socioambiental (Guimarães, 2014); finalmente, están los plantea-mientos que abordan lo ambiental en conexión con lo productivo, extractivista y climático –como procesos interconectados a partir de una valorización de la naturaleza que afecta los territorios–, a partir de nociones de un ambiente atravesado por procesos políticos que responden a un poder territorial y a una geopolítica específicos en relación con la naturaleza (Ulloa, 2014a).

Las desigualdades socioambientales vinculadas a los procesos extractivistas han producido nuevas geografías de la apropiación, con acaparamiento y despojo de la tierra y de lo «verde» y ocupación y consumo de sujetos y naturalezas. Cada vez más, el control se

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

ejerce sobre «recursos» específicos, en donde el agua ha resultado prioritaria, dado que su control permite controlar la vida misma. Estas dinámicas implican conflictos que articulan lo político y lo ambiental, en un ambiente politizado (Le Billion, 2015).

Por tanto, en los actuales contextos, es fundamental pensar lo am-biental –o las naturalezas– al tiempo con las consecuentes desigualdades y conflictos socioambientales. Como bien lo expresan Roa y Urrea:

La cuestión ambiental emerge como un asunto fundamental en los nuevos escenarios de negociación del conflicto armado y será también vital en un posible posacuerdo. Pero esto no significa que sea algo propio de estos tiempos: si bien hoy se presenta así, la cuestión ambiental ha estado siempre en el núcleo de los conflictos sociales: las disputas por el dominio de las fuentes vitales para el desarrollo económico (agua, energía, tierras, minerales y otros bienes naturales) y por el control territorial han sido en gran medida luchas ambientales. Tal particularidad tiene incidencia también hoy en las cuestiones de la paz (2015, p. 2).

En estos contextos, nos preguntamos por la relación entre el conflicto armado en Colombia y los conflictos y las desigualdades socioambientales de larga trayectoria, así como por sus implicaciones en posibles escenarios de posacuerdo y posconflicto. Abrimos de esta manera el debate sobre si estos escenarios permitirán la continuidad o la transformación de conflictos territoriales por lo ambiental.

Conflicto armado, posacuerdo y posconflicto

El actual conflicto armado colombiano ha perdurado por más de cinco décadas en una confrontación bélica irregular, tanto en el tiempo como en el espacio. En esta prolongada disputa se han enfrentado: la fuerza pública colombiana –Ejército, Policía, Fuerza Aérea y Armada–, grupos insurgentes de izquierda –de los cuales persisten en la actualidad las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN)–, y grupos paramilitares de derecha, algunos de los cuales participaron en un proceso de desmovilización, a mediados de la década de 2000, llamado de Justicia y Paz, pero de los que se mantienen activas algunas estructuras heredadas.

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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Si bien es posible comprender la articulación del actual con-flicto armado con procesos históricos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX (Molano, 2015), este normalmente se asocia con la emergencia de los grupos guerrilleros de orientación marxista. La fundación de las guerrillas de izquierda ocurrió en el año 1964: los orígenes de las FARC-EP están en las bases campesinas here-deras de las guerrillas liberales que participaron en la época de La Violencia (1948-1954). Por su parte, el ELN surge de una confluencia de sectores campesinos y urbanos inspirados en la experiencia de la Revolución Cubana y las guerras de liberación nacional. Otras guerrillas de izquierda fueron fundadas y operaron durante las dé-cadas de 1970 y 1980, pero participaron en procesos de negociación y desmovilización que convergieron en la posterior Asamblea Nacional Constituyente que promulgó la Constitución Política de 1991. Al respecto, acá vale la pena aclarar que aún hay presencia del Ejército Popular de Liberación (EPL) en el Catatumbo. De su lado, los grupos paramilitares, si bien recogen las formas de operar de bandas criminales de La Violencia, reaparecen con mayor ímpetu en algunas regiones con presencia guerrillera, como parte de una ofensiva contrainsurgente que atacó no solamente a los grupos armados, sino también a amplios sectores de la población, bajo el supuesto de que compartían su plataforma ideológica y política. Aunque las mayores estructuras paramilitares participaron de un cuestionado proceso de desmovilización y reintegración ocurrido durante los dos mandatos del gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), en muchas regiones estas continúan operando sin unidad de mando nacional y siguen siendo responsables de graves violaciones de los derechos humanos de la población civil.

Las causas estructurales que subyacen a la emergencia del conflicto armado en Colombia están vinculadas con problemas históricos, como el inacabado proceso de construcción del Estado, la ausencia de referentes de identidad nacional y la falta de integración de las regiones a un proyecto político centralista. Se destacan al-gunas causas consideradas estructurales, como la cuestión agraria y el problema de concentración de la propiedad y la tenencia de la tierra (Fajardo, 2015); la participación y el déficit de representación

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

política de diversos grupos sociales –clases, sectores políticos, entre otros– frente al Estado; la débil integración de las regiones en las dinámicas económicas y políticas de la nación (Moncayo, 2015); y la precariedad institucional, entre otras. En la medida en que el conflicto armado ha perdurado en el tiempo, otras dinámicas se han vinculado a su desarrollo. Entre ellas, destaca el vínculo con las actividades económicas ilícitas, particularmente con la producción de drogas prohibidas y la economía del narcotráfico, y un intenso proceso de victimización de la sociedad civil (Pizarro, 2015). Adicionalmente, hay autores que destacan la importancia de causas subjetivas, tanto en el origen como en el sostenimiento de la confrontación armada (Wills, 2015).

Sin embargo, los efectos del conflicto armado, con sus trayectorias e impactos, no han sido homogéneos en todo el territorio nacional. El estudio de las dinámicas del conflicto armado lleva a construir una serie de lecturas del mismo, dentro de las cuales se destacan los siguientes elementos: a) el conflicto armado colombiano es he-terogéneo en el espacio y en el tiempo; b) las variaciones espaciales y temporales se explican por la persistencia de problemas de larga duración que impiden el ejercicio de una plena ciudadanía y por un proceso inacabado de construcción del Estado que se expresa en su presencia diferenciada y una incesante negociación con los poderes locales y regionales; y c) la violencia política y el conflicto armado indican diversas modalidades de inserción de las regiones en la vida nacional y escalas de impactos humanitarios y de construcción del Estado que deben ser atendidos de forma igualmente diferenciada (Vásquez, 2013; González, 2014). Así como el conflicto armado ha variado su trayectoria, según los diferentes territorios donde los actores han operado, sus alternativas de transformación deben ser igualmente diferenciadas en lo territorial.

Una de las vías para identificar dichos contrastes territoriales en relación con las dinámicas del conflicto armado se enfoca en los diferentes procesos de victimización de la sociedad civil. En términos generales, la victimización ha sido una de las consecuencias más profundas del conflicto armado para la sociedad colombiana en su conjunto. Las dimensiones de este proceso pueden comprenderse al

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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contemplar las cifras sobre el particular. Se calcula que ha causado la muerte de cerca de 220.000 personas, incluidas las producidas en más de 1.892 masacres acontecidas entre 1982 y 2012, la desaparición forzada de más de 25.000 personas, más 27.023 secuestros y cerca de seis millones de víctimas de desplazamiento forzado interno según el Centro Nacional de Memoria Histórica (cnmh, 2013). El proceso de victimización ha sido tal que en la actual mesa de negociaciones se ha incluido el tema de las víctimas y su acceso a la justicia y la repa-ración, como uno de los aspectos a debatir por las partes dialogantes.

Además de los derechos de las víctimas, en el actual proceso de negociación entre el gobierno nacional y las FARC-EP se han incluido algunos de los aspectos que subyacen al origen de la confrontación, como la cuestión agraria, la participación y representación política, y otros factores articulados a la dinámica y evolución del conflicto armado, como el problema de las drogas ilícitas y el narcotráfico. Hasta la fecha, y a pesar de algunas salvedades, se han alcanzado acuerdos que abordan estos cuatro aspectos.

En el acuerdo denominado «Reforma rural integral», por ejemplo, se «sientan las bases para la transformación integral del campo, [que] crea condiciones de bienestar para la población rural»3; en el acuerdo sobre «Participación política: apertura democrática para construir la paz», se apuesta por el fortalecimiento del pluralismo político y la representación de sectores sociales tradicionalmente excluidos de este escenario, y por el ejercicio de derechos de la oposición y garantías para la inclusión política4; y en el acuerdo sobre solución

3 Delegados del Gobierno de la República de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Mesa de Conversaciones. Borrador conjunto. Política de desarrollo agrario integral. «Hacia un nuevo campo colombiano: Reforma rural integral», 9 de septiembre de 2014. En línea:

https://www.mesadeconversaciones.com.co/comunicados/borrador-conjunto-pol%C3%ADtica-de-desarrollo-agrario-integral

4 Delegados del Gobierno de la República de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Mesa de Conversaciones. Borrador conjunto. Participación política. «Apertura democrática para construir la paz». 9 de septiembre de 2014. En línea: https://www.mesadeconversaciones.com.co/comunicados/borrador-conjunto-participaci%C3%B3n-pol%C3%ADtica

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

del problema de drogas ilícitas se busca una conclusión definitiva que incluya los cultivos de uso ilícito y la producción y comercialización de estas5. Finalmente, las partes construyeron un valioso acuerdo sobre el tema de víctimas, denominado Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, que incluye la Jurisdicción Especial para la Paz y un Compromiso en Derechos Humanos6. La formulación de dicho acuerdo tuvo como antesala la visita de 60 víctimas del conflicto armado, quienes compartieron sus experiencias con los miembros de las delegaciones en la negociación. Este acuerdo promueve el reconocimiento, la participación y la satisfacción de los derechos de las víctimas en el marco del esclarecimiento de la verdad, como medida privilegiada del sistema de justicia restaurativa.

El conjunto de los acuerdos de paz que se han alcanzado hasta la fecha, así como la firma de venideros pactos que abordarán los temas restantes –el fin del conflicto y la implementación, verificación y refrendación de los acuerdos–, marcarán el fin de la etapa de con-frontación bélica entre estos dos actores y el subsiguiente proceso de construcción de paz. Este periodo no solo involucra a los dos actores enfrentados, sino también al conjunto de la sociedad, durante un largo camino de implementación de lo pactado. Es importante sentar esto como precedente en la posibilidad de un eventual diálogo con el ELN para el 2016.

Los elementos descritos llevan a considerar las distinciones conceptuales entre el posacuerdo y el posconflicto. El término

5 Delegados del Gobierno de la República de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Mesa de Conversaciones. Borrador conjunto. «Solución al Problema de las drogas ilícitas». 9 de septiembre de 2014. En línea: https://www.mesadeconversaciones.com.co/comunicados/borrador-conjunto-soluci%C3%B3n-al-problema-de-las-drogas-il%C3%ADcitas

6 Delegados del Gobierno de la República de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Mesa de Conversaciones. Borrador conjunto. Acuerdo sobre las víctimas del conflicto. «Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición», incluida la Jurisdicción Especial para la Paz y Compromiso sobre Derechos Humanos. 15 de diciembre de 2015. En línea: https://www.mesadeconversaciones.com.co/comunicados/borrador-conjunto-acuerdo-sobre-las-v%C3%ADctimas-del-conflicto

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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posconflicto es usualmente usado, en el ámbito internacional, para referirse al periodo subsiguiente a la firma de negociaciones de paz; a un acuerdo de armisticio; o, con menor frecuencia, a la victoria militar de una parte sobre la otra. A partir de los documentos orientadores producidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el término posconflicto se asocia con una etapa de estabilización política en la cual se prioriza un proceso de construcción de paz en el cual se busca contener los efectos directos de la guerra y mejorar la gobernabilidad del Estado y sus instituciones. Ello puede incluir, como medidas de contención de la violencia: el desarme de los ac-tores armados, la destrucción de armas, la asistencia al retorno de los refugiados y desplazados; y como medidas de sostenimiento de la paz: el apoyo y monitoreo de los procesos electorales, la pro-tección efectiva de los derechos humanos y el fortalecimiento de la democracia (ONU, 1992). La inclusión de lo relativo al tratamiento de disputas por tierras y territorio, como medidas apropiadas para la construcción de paz, se dio con posterioridad a esta agenda in-ternacional (Takeuchi, 2014).

Sin embargo, en el ámbito nacional se diferencia entre pos-conflicto y «posacuerdo», con sus implicaciones respectivas. La diferenciación apunta a algo que ha sido ampliamente abordado por los estudios sobre paz (Garwec, 2006): la firma de acuerdos de paz entre las partes en una confrontación armada no significa por sí sola la superación de los conflictos que afronta una sociedad, sino que dicho momento debe ser más bien asimilado como el culmen de la negociación que hizo posible un pacto de paz, que a su vez marca el inicio de un periodo largo de implementación de profundas trans-formaciones políticas, sociales, económicas y culturales, contenidas en los acuerdos pactados.

Así, podría precisarse que el concepto de posacuerdo alude al momento posterior a los pactos de paz, y el de posconflicto, al resultado progresivo de la implementación de los acuerdos, lo que implica, a su vez, el logro de transformaciones políticas. Sin embargo, dicha interpretación corre el riesgo de pensar que solo habrá posconflicto cuando se hayan superado en conjunto las conflictividades sociales, lo cual puede ser imposible de alcanzar. Adicionalmente, el inicio de

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

los programas de justicia transicional también inaugura la fase del posacuerdo. Así, una vez los conflictos relativos a la responsabilidad de los actores armados sean resueltos a través de la administración de justicia, se consolidará con mayor fuerza una etapa de posconflicto.

Dicha diferenciación permite orientar las lecturas e interpre-taciones construidas desde los territorios donde han coincidido el conflicto armado y los extractivismos. Los autores y autoras de este libro no toman un solo partido en esta compleja diferenciación. Si bien se reconoce que la firma de los acuerdos no implica la solución de los conflictos derivados de esta interacción, se acepta que sí significan una oportunidad para su transformación mediante el desarrollo de los principios que subyacen a los pactos de paz. Más que reducir la diferenciación conceptual entre posacuerdo y posconflicto –entre una acepción políticamente correcta frente a otra conceptualmente débil–, nos interesa demostrar la complejidad de los procesos de mediano y largo plazo, durante los cuales, mediante la implementación de los acuerdos de paz, se iniciará la transformación de aquellos conflictos históricos que subyacen o se vinculan con la confrontación armada.

Así, en las páginas de libro se ratifica que el proceso de trans-formación del conflicto armado y de las causas que lo originan no se logra con la firma de los acuerdos, sino con un complejo proceso de implementación de lo pactado, en territorios concretos en los cuales no solamente están presentes las partes que negociaron, sino también otros actores armados y, lo más importante, una amplia cantidad de organizaciones sociales que habitan dichos territorios.

A pesar del agudo proceso de victimización, la sociedad civil colombiana y los movimientos sociales han desarrollado un desafiante proceso de organización y de fortalecimiento de sus capacidades para la construcción de la paz. Desde los territorios afectados por las dinámicas del conflicto armado, las comunidades y los grupos sociales se han organizado para la defensa de la vida y de sus terri-torios, realizar ejercicios de gobierno propio del territorio y desarrollar acciones de exigibilidad de derechos. La etapa de implementación de los acuerdos de paz deberá basarse en las capacidades sociales para la construcción de la paz, que han construido incluso propuestas de desarrollo local viables en medio de la confrontación armada.

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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Así, tanto el conjunto de los acuerdos de paz a ser implementados como, específicamente, la participación política en los territorios y en las organizaciones que allí habitan aumentan las expectativas de intervención política. Actualmente, este es un efecto directo de las negociaciones de paz con impacto en los territorios. Muchos de estos elementos integran la propuesta de paz territorial, que desde ya cumple la función de preparar la implementación de los acuerdos.

En el debate nacional que acompaña las negociaciones de La Habana, el concepto de paz territorial emerge como el reconocimiento de una situación evidente para todos y todas. Los procesos de cons-trucción de paz no pueden responder a fórmulas o recetas construidas desde un escenario nacional general y abstracto, sino que deben guiarse por las necesidades y dinámicas políticas, sociales y culturales propias de cada territorio. Si bien los actores que negocian la paz (el Estado y las guerrillas) se expresan en el nivel nacional, sus procesos de cons-trucción y relacionamiento son diferenciados en los territorios y las regiones que conforman la diversa geografía colombiana.

Las dimensiones de esta diferenciación se ratifican en los capítulos que hacen parte de este libro. Cada contexto territorial analizado ex-plora las distintas formas como el Estado –con sus políticas públicas, particularmente la encargada de regular la extracción y aprovecha-miento de los recursos naturales– se ha vinculado con las dinámicas del conflicto armado; por tanto, tales formas avizoran las posibilidades de dichas ecuaciones para la construcción de la paz territorial.

Un elemento emerge de todos los contextos territoriales analizados: la capacidad de agencia de los actores sociales involucrados –tanto por las vías de la movilización social como por las de la participación en las actividades extractivas– en procesos de «gobernanza» institucional de los recursos naturales o guiados por nociones de gobernabilidad ambiental que repiensan las relaciones desiguales de poder, bien sea porque lo cuestionan, porque se resisten a él, porque trazan otros caminos para el desarrollo económico o porque dan alternativas al mismo desde sus propias regiones. Dichas capacidades sociales son cruciales en la construcción de la paz territorial (González, Guzmán y Barrera, 2015).

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

Los textos que integran la presente obra demuestran que esto último es lo que se pondrá en juego en los futuros escenarios de pos-conflicto o –dicho de otra forma– en aquellos municipios y regiones en los cuales se implementarán con mayor vigor los contenidos de los acuerdos de paz que están siendo negociados. Esto pondrá en escena los conflictos socioambientales.

La paz territorial es entonces un escenario de deliberación y con-frontación política, en el cual se ponen a prueba la interacción entre la sociedad y el Estado y las diversas expresiones de representación política. Una de las expresiones más significativas de construcción de la paz será la intensificación del proceso de construcción del Estado, en el cual intentarán incidir la sociedad civil, local y regional, con sus diferentes expresiones políticas. El éxito de este proceso dependerá de qué tanto logran orientar la construcción de un Estado y las políticas públicas dichas formas de organización política de la sociedad, de modo que respondan a las necesidades e intereses de las regiones, y no únicamente a los del Estado nacional, los agentes privados y las corporaciones transnacionales. Muchos procesos de construcción de paz en países que atraviesan procesos de posconflicto han fracasado cuando la interacción entre sociedad y Estado viene mediada por la promoción de la democracia liberal y la economía de mercado, par-ticularmente porque han ido en detrimento de la seguridad humana, han incrementado las desigualdades económicas y han puesto en riesgo economías de subsistencia de las poblaciones locales (Takeuchi, 2014).

Por tanto, lo que se pone en juego con el anuncio de la construcción de la paz territorial no solo es la exclusión de la violencia como forma de expresión política y canal de resolución de conflictos y disputas. En este complejo camino, se hace necesario reconocer los vínculos entre la sociedad, la política y la naturaleza. Del fino equilibrio entre estas depende también la sostenibilidad de la paz que se vaya a construir en los mismos territorios.

Extractivismos y posacuerdos

Los acuerdos de paz no se implementarán en territorios «vír-genes», «vacíos», «sin gente», sino en aquellos en los que han tenido lugar las dinámicas del conflicto armado y de extracción de recursos

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naturales. Las preguntas que emergen en relación con esta interacción son: ¿hasta qué punto los procesos extractivos ponen en riesgo los objetivos y metas de la construcción de paz territorial? y ¿en qué medida los acuerdos aportan a la resolución de conflictos causados por los extractivismos?

Al respecto, es importante señalar que los orígenes y el desa-rrollo de la actual fase del conflicto armado en Colombia no van asociados al control, por parte de los actores armados ilegales, de los recursos naturales susceptibles de apropiación extractiva. El enfoque de las «nuevas guerras» ha orientado, en el plano internacional, la comprensión de los conflictos armados de décadas recientes, par-ticularmente después del fin de la Guerra Fría, que se caracterizan por la prevalencia de intereses económicos de los actores armados, por sobre otro tipo de intereses, a lo que se suma la irracionalidad de la confrontación y la transformación de métodos y fuentes de financiación, entre otros aspectos (Duque, 2012). Sin embargo, dicho enfoque no permite comprender del todo las interacciones entre el conflicto armado y la extracción de recursos naturales en Colombia. Primero, porque las raíces de la confrontación preceden a la emergencia del enfoque de las nuevas guerras y, segundo, porque el trasegar y desarrollo del conflicto no ha sido homogéneo ni en el tiempo ni en el espacio. Esto no significa que los distintos actores armados hayan establecido relaciones diferenciadas con los procesos extractivos. Lo que ha ocurrido entonces es que las dinámicas de una antigua confrontación armada han quedado insertas en con-textos de incremento de las actividades extractivas en territorios específicos. En otras palabras, la vieja guerra opera en un nuevo contexto (Vásquez, Vargas y Restrepo, 2011). Las interacciones entre extracción de recursos naturales y conflicto armado varían, dependiendo del tipo de actor armado, de la extracción realizada e incluso del recurso explotado, tal como se expone a lo largo de las páginas de este libro.

Al no estar vinculado con las dinámicas estructurales que con-dicionaron el origen o el desarrollo del conflicto armado entre las partes en disputa, el extractivismo minero, por ejemplo, no quedó incluido dentro de la agenda de negociación de La Habana entre el

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gobierno nacional y las FARC-EP. Sin embargo, uno de los grandes desafíos que se debe superar en el momento de la implementación tiene que ver con la necesidad de acompasar los ritmos de imple-mentación de estos acuerdos con las demandas de las comunidades y las regiones cuyas problemáticas sí se vinculan directamente con la extracción de recursos naturales, como establecen Sergio Coronado y Víctor Barrera (2016) en «Recursos naturales y construcción de paz territorial: ¿una contradicción insalvable?». No obstante, lo minero- energético será uno de los posibles puntos de negociación con el ELN.

Por otro lado, un eje clave que aparece en los análisis de los ex-tractivismos es la presencia de explotación de recursos en territorios de pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, quienes no han sido convocados a participar en las discusiones de La Habana y demandan el reconocimiento de sus derechos sobre sus territorios y la autodeterminación, al igual que sobre la toma de decisiones sobre los procesos ambientales, políticos, económicos y culturales. No se puede desconocer que muchos de los procesos extractivistas han generado conflictos y violencia en sus territorios.

Sobre los procesos liderados por pueblos indígenas es vital plantear lo que apunta Catalina Caro: «En el marco del posacuerdo, incluir a los territorios indígenas como sujetos de reparación colectiva debe ser un imperativo. Si el territorio-naturaleza es un continuum ontológico con el ser indígena, restituir los derechos asociados con la propiedad del subsuelo, el sobre suelo y los elementos naturales será la única vía de reparación y reconciliación posible» (2016, p. 1).

Los análisis territoriales que componen de manera transversal este libro permiten un acercamiento a estos complejos de relaciones, procesos e interrogantes. Se platea en ellos que, frente al posacuerdo, es necesario repensar la manera como se dan los diversos conflictos originados por procesos extractivos –ya se trate de minería, petróleo, monocultivos de palma o agua–, expresados, a propósito de esta, en el control a través de hidroeléctricas, localizadas en territorios de pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, y esto a la luz de una propuesta de paz territorial que reconozca procesos de justicia socioambiental, seguridad social y derechos territoriales, culturales, sociales y políticos.

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Claves de los procesos extractivistas en el posacuerdo:

Estado, actores sociales, territorios y derechos

Es necesario analizar los procesos sociales en contextos ex-tractivistas y en escenarios posibles del posconflicto. Ello implica considerar varios elementos: el Estado y los diversos actores sociales, es decir, las interacciones sociedad-Estado; las diferencias culturales, sociales y étnicas que las atraviesan; el espacio en el cual se disputan los procesos socioambientales; las territorialidades que involucran; las interacciones de los extractivismos atendiendo a cómo se espacia-lizan y qué efectos tienen en diversas dimensiones –territorio, lugar, escala–; y los derechos territoriales, étnicos, culturales que diversos actores tienen sobre sus territorios, para poder analizar los papeles que cumplen y cumplirán en los extractivismos. Estas articulaciones socioambientales se deben encuadrar de manera histórica y de acuerdo con contextos sociales situados y en diversas escalas, resaltando los conflictos socioambientales que se han generado.

A continuación, desarrollamos algunos elementos a considerar del análisis propuesto por este libro, que son transversales a todos los textos. Destacamos algunos aspectos o discusiones que presentan los y las autoras en sus textos, para evidenciar más claramente dichos ejes.

Estado y actores sociales

En procesos extractivistas y regionales, debido a la complejidad y a las diversas articulaciones locales-regionales-nacionales-globales, se da una presencia diferenciada del Estado (González, 2014; González, Bolívar y Vázquez, 2002). Esta presencia diferenciada se evidencia localmente –dadas las específicas configuraciones territoriales y naturales–, implica control situado y localizado de poblaciones y actúa de manera diferente en tiempos y espacios diversos, como aclara Ingrid Díaz (2016) en «Palma, estado y región en los Llanos colombianos (1960-2015)». Asimismo, esta autora halla que las representaciones estatales de lugares específicos se articulan a distintos proyectos de integración económica y política de una región a la nación. En ese sentido, la presencia del Estado se puede dar de manera articulada a otros actores que permiten el ejercicio del poder estatal, pero vinculando sus intereses y poderes a través

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de prácticas o de políticas que reconfiguran el espacio y producen realidades ambientales (minería, agua, palma, petróleo, etc.). Esto permite vislumbrar cómo las dinámicas extractivistas son procesos de larga duración y requieren un minucioso y detallado análisis de las desigualdades y conflictividades que presentan. No obstante, de manera paralela, emergen diversos conflictos generados por las formas actuales y recientes de extracción aurífera, a pesar de la acción del Estado o de los derechos específicos que les hayan sido concedidos a las comunidades que los habitan, como muestra Angélica López (2016) en «Territorialidades en conflicto en la minería del oro en Buenaventura y Simití, Colombia: un análisis comparado».

Sostener que en el país se ha dado un proceso de construcción diferenciada del Estado cuestiona las tesis de que el conf licto armado es un factor de desestabilización de instituciones políticas consolidadas, ya que, por el contrario, es una expresión más del difícil proceso de articulación e integración regional de la nación colombiana, condicionado por aspectos geográficos, culturales y económicos. En algunas regiones, el proceso de construcción del Estado no ha estado marcado únicamente por el de integración regional, sino también por el predominio deliberado de determi-nadas instituciones estatales sobre otras. Esto nos lleva a pensar en si realmente se trata de un Estado ausente y qué implicaría dicha ausencia o en cómo hace presencia este mediante políticas y leyes, en alianza con ciertos actores.

Paralelamente, hay otros actores que intervienen en procesos de negación de los derechos, legalmente reconocidos o no, de pobladores locales sobre la tierra. Estas situaciones se evidencian cuando los actores armados (ilegales) ejercen soberanías de hecho, que consisten en «la habilidad para matar, castigar y disciplinar con impunidad […] por encima de la soberanía basada en ideologías formales de ley y legalidad» (Hansen y Stepputat, 2009, p. 296). Estos procesos fragmentan y desestructuran las autonomías locales y las dinámicas territoriales. De igual manera, tales actores desconocen territoriali-dades y reconfiguran fronteras y/o las tornan en fronteras móviles, dado que los controles territoriales cambian (Ulloa, 2012).

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Al mismo tiempo, las políticas del conflicto son diferenciadas, al punto que en algunos casos han permitido estrategias de despojo mediante operativos militares y la construcción de geografías del miedo –zonas rojas–, por ejemplo, e incluso propuestas institucio-nales de formalización desigual en un marco de paz, como muestra Catalina Quiroga (2016) en «Varias caras de un incierto posconflicto. Entre la ilegalidad y la legalidad de la minería a pequeña escala». Esto se ilustra con los discursos sobre minería a pequeña escala asociados con el conflicto armado, que no solo reflejan un vacío institucional en la definición de las prácticas mineras y el control de la propiedad del subsuelo, sino que sirven para reforzar repre-sentaciones puntuales sobre los sujetos que ejercen la actividad minera en el país.

Sin embargo, en otras zonas, como en el Guainía, la minería se legitima mediante acuerdos interétnicos informales y en arreglos explícitos e implícitos con instituciones de carácter municipal, re-gional y nacional. Como plantea Fernando López (2016) en «Desafíos de la movilización minera interétnica en el río Inírida, Guainía, al posconflicto en Colombia»:

[…] tras la reciente creación, modificación y superposición de distintas figuras territoriales sobre el oriente de la Amazonia y la Orinoquia, las autoridades gubernamentales establecieron una re-definición del uso, acceso y control de los minerales del Guainía. Esto desató procesos violentos de implementación de cambios territoriales que excluyeron la minería interétnica en el medio y bajo Inírida, y [llevó a] la movilización social.

Esto evidencia cómo las acciones gubernamentales se sustentan en ideales económicos y de progreso que generan conflictos, como es el caso de la construcción de la hidroeléctrica Pescadero-Ituango, que contó con percepciones favorables al proyecto en contraste con las representaciones emergentes de los pobladores cañoneros sobre el despojo de un bien común y secular: el río Cauca, como ilustran César A. Cardona, Marcela Pinilla y Aída Gálvez (2016) en «¡A un lado, que viene el progreso! Construcción del proyecto Hidroituango en el cañón del Cauca medio antioqueño, Colombia».

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En ese sentido, como no actúa un Estado homogéneo, se requiere entender las complejidades y los acuerdos locales, las relaciones de poder y las propuestas de repensar lo territorial y ambiental, y ver cómo se expresan en el paisaje. Por ejemplo, la construcción de infraestructura no siempre viene de acciones estatales, dado que puede ser desarrollada, como en Colombia, por los actores armados, las empresas o los procesos sociales de base.

Por tanto, es necesario analizar aquellas políticas y prácticas gubernamentales que, por ejemplo en los páramos, se centran en dar respuestas a la dicotomía minería/agua, con lo que dejan por fuera otros conflictos ambientales históricos y desconocen las propuestas y trayectorias de los habitantes de páramo, tal como lo analiza Emerson Buitrago (2016) en «Limitaciones y delimitaciones de los páramos en una Colombia posacuerdo».

Los elementos planteados anteriormente exigen nuevas miradas a las dinámicas estatales, como la de Ingrid Díaz (2016) en «Palma, estado y región en los Llanos colombianos (1960-2015)», pues el Estado no solo debe ser visto como quien garantiza o frena las actividades extractivistas o económicas, las ilegales al igual que las legales, sino como un actor clave en la regularización e implementación de las reconfiguraciones territoriales, culturales y ambientales y de los derechos e ideas de ciudadanía, lo que a su vez tiene implicaciones en el manejo y control de los territorios. De la misma manera, en los contextos sociales, el Estado es otro actor en la articulación con las corporaciones multinacionales o las empresas, y permite que estas asuman tareas de bienestar social, de manera que se tornan sinónimo del Estado en el orden local. De esta manera, los acomoda-mientos estatales dan cabida también a la presencia de otros actores que ejercen el control territorial con violencia. Estas dinámicas han conformado redes que quieren mantener un control territorial sin tener en cuenta los efectos ambientales o sociales.

Asimismo, respecto de los extractivismos, hay que destacar tanto las interrelaciones nacionales-transnacionales y sus conexiones con corporaciones y actores económicos transnacionales, como las respuestas del Estado a la economía trasnacional, vistas a la luz de los reacomodamientos estatales y locales, en un complejo nudo

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de relaciones locales-regionales-nacionales-globales. Al respecto, hay que ver el complejo papel de los diversos actores que interactúan en los territorios y con el Estado y analizar los actores locales como sujetos con capacidad de acción y cocreadores de las políticas, en un juego de relaciones complejas de poder –en diversas escalas– y de gestión política. Ello implica atender a su capacidad de agencia, a su manera políticamente estratégica de relacionarse y a sus demandas por reconocimiento legal y político, lo que significa mirar interac-ciones, confrontaciones, resistencias y alternativas.

Estos procesos conllevan un segundo eje de análisis, relacionado con lo espacial, para plantear las diversas construcciones territoriales complejas, que se superponen, coexisten o entran en disputa.

Lo espacial: territorio, lugar, territorialidades

Es fundamental considerar lo espacial en los contextos extrac-tivistas y del posacuerdo, dado que muchos procesos extractivistas se adelantan en territorios de pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos. Es decir, hay una espacialización de la etnicidad o de las diversas identidades, lo cual nos obliga a tener en cuenta la identidad, el territorio y la autonomía como elementos políticos de reconocimiento de territorialidades, en la base de demandas por derechos culturales reconocidos en Colombia, que no tienen garan-tizada su permanencia, debido a la intervención de diversos actores y a la misma superposición de territorios con proyectos extractivos y/o con conflicto armado.

Dichos reconocimientos/desconocimientos están ligados a la visión estatal del territorio, la cual responde a una geopolítica ver-tical acerca del suelo y el subsuelo y a la noción de espacio vacío, donde muchas veces no se consideran territorios ni territorialidades locales. Esto es notorio en el carácter conflictivo actual de los procesos de producción del territorio en Colombia, como el de Cajamarca (Tolima), que presenta Diana Patricia Sánchez (2016) en «De la Colosa a La Habana: conflicto por la producción del territorio en Colombia», donde «la irrupción de la exploración minera con fines de extracción de oro a cielo abierto reconfiguraría dinámicas agrícolas y transformaría profundamente los espacios y territorios locales.

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Pero también [estas] se evidencian en la Mesa de Negociaciones en las cuales hay un conflicto por la producción del territorio tanto en la escala local como en la nacional».

Hay diversidad de procesos de construcción de territorios y territorialidades articulados a variadas nociones de naturaleza. Los extractivismos requieren la construcción de territorio y el ejercicio de territorialidad acordes con una visión específica de naturaleza y determinados intereses económicos y políticos, articulados a diversas escales globales, con implicaciones locales. Ante estas, por ejemplo, los pueblos indígenas demandan el reconocimiento de sus territorios como espacios de vida y como seres vivos. Sus movilizaciones confrontan la lógica de los procesos extractivos y visibilizan los efectos de la superposición de territorialidades, que reconfiguran las dinámicas locales y generan nuevas articulaciones con procesos globales.

El territorio es un referente importante para entender las desigual-dades que se instauran en el mismo, discusión clave en los procesos de reconocimiento de derechos. Por tanto, es necesario precisar de qué manera puede ser modificado por las políticas tanto estatales como lideradas por diversos actores, incluidos los económicos y transnacionales. En ese sentido, no se puede pensar que el Estado es el único actor que genera estos procesos. Todas las discusiones anteriores nos llevan a tratar de entender las diversas nociones en juego, relacionadas con la construcción de espacio y territorialidad.

Por ejemplo, las apropiaciones espaciales estatales se han sus-tentado, a su vez, en la noción de espacios vacíos aplicada al territorio nacional. Con esta se afirma la necesidad del extractivismo para dar sentido a tales espacios y tornarlos física y simbólicamente apropiados para la generación de rentas, tal como muestra la investigación de César A. Cardona, Marcela Pinilla y Aída Gálvez «¡A un lado, que viene el progreso! Construcción del proyecto Hidroituango en el cañón del Cauca medio antioqueño, Colombia» (2016).

Sin embargo, hay procesos de resistencia y confrontaciones, como en el Casanare, donde –luego de una transformación a partir de la bonanza petrolera de los años noventa– surge la propuesta sociote-rritorial de las comunidades de la vereda de Plan Brisas, como una

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forma de construir territorios libres de extractivismo, según muestra Juliana Duarte (2016) en «Transformaciones socioterritoriales en Casanare por la actividad petrolera: conflictos y resistencias (1990-2010)». Algo similar pasa en el Caquetá, dada la reciente incursión petrolera. Allí se evidencia una relación del territorio con el Estado y la economía mundial, con implicaciones medioambientales lo-cales y regionales, y se plantean procesos locales de participación como opciones para repensar los territorios, como se ve en «Mapa petrolero de la Amazonia y resistencia en el Caquetá: retos de paz en el posconflicto» (Ciro, Barbosa y Ciro, 2016).

Frente a dichas dinámicas espaciales y a la implementación de lógicas territoriales encontradas, los actores locales y organizaciones sociales lideran confrontaciones y demandan justicia espacial y justicia ambiental. Se propende de este modo por una construcción de territorio donde no impere la lógica extractiva ni se acentúen los conflictos socioambientales y territoriales.

En esta discusión hay que resaltar que en un mismo espacio geográfico se disputan múltiples territorialidades, pues el espacio es una construcción social y política y no un telón de fondo. El re-conocimiento estatal se espacializa, pero respondiendo a luchas y demandas territoriales de los pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, que históricamente han sido excluidos. Si bien un mecanismo relacionado con procesos económicos y ambientales ha sido la consulta previa, posterior al reconocimiento de derechos colectivos, ella no remite solamente a un trámite propio del Estado, sino a procesos históricos de confrontación, resistencias y articu-laciones con el mismo, en donde se demanda igualdad de derechos sobre territorios en disputa, pero diferenciándolos

Derechos étnicos, culturales y ciudadanos

El proceso constituyente de 1991 acogió una amplia cantidad de propuestas provenientes de los movimientos sociales, particularmente de los grupos étnicos y de los intelectuales que los acompañaban. Una de las más significativas fue la incorporación constitucional del multiculturalismo, que se materializó, entre otros logros, en el reconocimiento de derechos territoriales para los pueblos indí-

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genas y las comunidades negras, sustentados en la idea de que estas poblaciones son sujeto de especial protección por parte del Estado.

Es importante advertir que, incluso durante los primeros años de vigencia de la Constitución de 1991, emergieron las contradicciones del acuerdo constitucional, particularmente aquella que se dio, por una parte, entre la propuesta de profundización de la liberalización económica y de fortalecimiento de la inversión privada –para desa-rrollar, entre otros, procesos de extracción de recursos naturales– y, por otra, la inclusión de una amplia carta de derechos, dentro de los que destacan los derivados del multiculturalismo, con los cuales se reconocen y protegen derechos territoriales de los grupos étnicos. Durante la década de 1990, la Corte Constitucional seleccionó para revisión de tutela varios casos que recogían dicha contradicción (Borrero, 2003). El derecho al consentimiento previo, libre e in-formado puede comprenderse como una de las formas diseñadas para intentar resolverla.

Dicha fórmula fue contemplada por la misma Constitución Política y su bloque de constitucionalidad, figura que incorporó los instrumentos internacionales de derechos humanos con el rango de normas constitucionales. En la medida que las estrategias de desarrollo económico promovidas por el Estado priorizaron el extractivismo minero y de otros recursos naturales, esta contradicción se hizo mucho más patente y se incrementó con el paso de los años, ante la afectación de los territorios de los grupos étnicos, además de los de comunidades campesinas. En este punto, el presente libro ofrece una línea de análisis con la cual podemos comprender que el proceso de ampliación de la ciudadanía multicultural de la Constitución Política de 1991 ha sido insuficiente para dotar a las comunidades campesinas de herramientas jurídicas y políticas de defensa del derecho a la tierra y al territorio. El reconocimiento de derechos más amplios a estas comunidades, además de ser uno de los aspectos críticos del poscon-flicto, también genera interrogantes sobre la política ambiental y la participación ciudadana en la implementación de la misma, como muestran Ciro, Barbosa y Ciro (2016).

En este sentido, estudiar los procesos extractivistas y las im-plicaciones del posacuerdo nos lleva también a analizar tanto las

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dimensiones y limitaciones legales de los derechos reconocidos previamente a favor pueblos indígenas y afrodescendientes como lo relativo a un eventual proceso de reconocimiento de derechos campesinos, que puede darse en la etapa de posconflicto, asunto que también analiza Catalina Quiroga (2016). Asimismo, existe la necesidad de analizar, en los nuevos contextos, lo que implica el reconocimiento de derechos, particularmente la eventual colisión de estos derechos con otros que ya han sido reconocidos a las em-presas y al sector privado, en la consolidación de una política pública favorable a la extracción de recursos naturales.

Sin embargo, es importante destacar dos elementos para analizar esta contradicción: primero, que los derechos territoriales reconocidos a estas poblaciones gozan de un estatus especial de protección, es decir, que son derechos fundamentales que priman por sobre otro tipo de derechos reconocidos por el ordenamiento jurídico en su conjunto; y segundo, que muchos de los derechos de explotación de recursos mineros, tal como se demuestra en este libro, han sido otorgados en medio de amplias irregularidades, que van desde el desconocimiento del derecho a la consulta previa y la vulneración de marcos normativos ambientales, hasta la ausencia de la debida diligencia empresarial para identificar que aquellas regiones en las cuales se solicita la concesión están seriamente afectadas por las dinámicas del conflicto armado. Las comunidades involucradas en conflictos territoriales también utilizan estas irregularidades como parte de sus estrategias políticas y jurídicas de defensa de los terri-torios, como ilustra Diana P. Sánchez (2016).

Adicionalmente, los contextos extractivistas han implicado cambios en las dinámicas estatales que deben responder a las solici-tudes de consulta previa (consentimiento previo, libre e informado) por parte de instituciones gubernamentales, empresas nacionales y transnacionales y aun de los mismos pueblos, y determinar qué si-tuaciones la ameritan, de acuerdo con la información institucional. De esta manera, ha ocurrido que el derecho a la consulta previa y los derechos territoriales reconocidos a estas comunidades se diluyen cuando la riqueza que integra sus territorios se ofrece al mercado global en aras de su aprovechamiento económico o a causa de las necesidades

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económicas estatales, como prueba Mauricio Pardo (2016) en «Posex-tractivismo, futuro posible para las poblaciones negras del Pacífico».

Los derechos otorgados a los pueblos indígenas y afrodescen-dientes –basados en las relaciones con un territorio, la naturaleza y la cultura– y las implicaciones que trae el desplazamiento hacia otras nociones de naturaleza y de territorio son elementos claves para los análisis de los extractivismos. Adicionalmente, el reconocimiento de derechos territoriales pesa en la configuración de los conflictos vinculados a la extracción de recursos naturales, como ilustran los casos analizados por Angélica López (2016) en «Territorialidades en conflicto en la minería del oro en Buenaventura y Simití, Colombia: un análisis comparado».

Los estudios demuestran que los derechos y garantías constitucio-nales resultan insuficientes para enfrentar de forma integral la defensa de los territorios de los impactos negativos de la extracción de los recursos naturales, y también evidencian la ausencia de herramientas legales para la protección de los territorios de comunidades campe-sinas que se ven afectadas por igual ante el avance del extractivismo. Como consecuencia, las comunidades campesinas y sus organiza-ciones políticas adelantan propuestas orientadas a su reconocimiento como actores colectivos, como la que pide garantizar el derecho a la consulta y consentimiento previo, libre e informado y la protección de derechos territoriales. Desde la interpretación analógica de los casos, se intenta explicar los diversos conflictos existentes por las formas actuales y recientes de extracción aurífera y cómo estos están generando complejas reconfiguraciones en los territorios, a pesar de la acción del Estado o de los derechos específicos que les hayan sido concedidos a las comunidades que los habitan.

Estos complejos procesos implican, en los casos de territoriali-dades superpuestas de campesinos, afrodescendientes e indígenas, pensar en nuevos reconocimientos de derechos. Una propuesta puede ser –en términos de Boaventura de Sousa (2014)– la de inscribir las demandas en una perspectiva de derechos interculturales que con-fronte nociones de derechos previos y proponga nuevas maneras de reconocimiento. Los elementos expuestos –particularmente aquellos que utilizan los derechos como eje de análisis de la interacción entre

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extractivismo y conflicto armado– dilucidan también las alterna-tivas para la construcción de la paz a partir de la ampliación de la ciudadanía y la garantía de los derechos de aquellas comunidades involucradas en este tipo de contradicciones.

Sin embargo, no podemos olvidar que tanto los procesos extrac-tivos como el reconocimiento de distintos derechos étnicos y culturales han generado nuevos conflictos interculturales, pues cuando están en juego procesos extractivos y acceso a «recursos» estratégicos –con una valoración económica y la posibilidad de inscribirse en mercados locales-nacionales-globales, en una propuesta propia económica y ambiental– emergen complejidades y contradicciones entre grupos étnicos en un mismo territorio o en territorios aledaños.

Esto implica entender que la paz debe ser construida desde lo territorial, a partir del reconocimiento legal: de los derechos implicados, incluidos los referidos a la propiedad; de los procesos colectivos y comunitarios en lo que atañe a lo territorial y ambiental; y de los acuerdos interculturales e interétnicos.

A modo de conclusión: retos para el posconflicto

En la perspectiva de un posconflicto, tal como se planteó anteriormente, este significará el resultado progresivo de la imple-mentación de los acuerdos con sus implicaciones políticas, sociales y económicas, pero también su replanteamiento y nuevos acuerdos sociales, donde diversas estrategias y propuestas locales permitan repensar las lógicas económicas extractivistas y se parta de las propuestas territoriales y ambientales locales. Asimismo, hay que repensar la guerra articulada a los extractivismos para repensar la paz. Esto nos lleva a no olvidar que en los conflictos socioambientales lo ambiental se articula a dinámicas políticas, dado que implica el uso, el acceso, el control, los derechos, la distribución y la toma de decisiones, no solo respecto del propio territorio, sino de lo que se entiende y valora como naturaleza. Ello nos convoca a pensar en las demandas de pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos por la autonomía territorial y ambiental, y también en el control vertical de sus territorios.

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Esta mirada trasciende los acuerdos de paz y da elementos que permiten repensar e incluir varios ejes:

• Participación política y procesos democráticos.• Reformas legales, políticas e institucionales.• Inclusión de diversas miradas territoriales y sus relaciones con

la naturaleza.• Inclusión de las visiones de territorios y naturalezas como sujetos

de reparación colectiva.• Reconocimiento de las demandas de pueblos indígenas y afro-

descendientes a propósito de los derechos y la propiedad del subsuelo, el sobre suelo y los elementos naturales.

• Reconocimiento y restitución de derechos territoriales y cul-turales campesinos.

• Localización de diversas visiones de desarrollo y lógicas eco-nómicas –aun las extractivas–, de acuerdo con las dinámicas culturales y locales.

• Diferenciación de los arreglos institucionales en contextos locales.• Reversión de las desigualdades estructurales (políticas, eco-

nómicas, sociales, culturales, del conocimiento y de género) e institucionales.

• Priorización de agendas sociales, de acuerdo con situaciones previas de desconocimiento y vulneración de derechos.

• Articulación de lo ambiental con lo económico y lo cultural.• Historización de los conflictos.• Inclusión de lo ambiental como sujeto político, donde el agua

constituye un referente vital que articula propuestas de vida.• Reconocimiento de las demandas de justicia ambiental.• Repensar una financiación del posacuerdo que no implique la

profundización del modelo extractivista.

El conjunto de autores y autoras que participan en este libro tocan en sus conclusiones una serie de reflexiones y recomendaciones para abordar los conflictos derivados de la interacción entre conflicto armado y extractivismos en la etapa de posconflicto. En estas se advierten un conjunto de ideas para evitar que el vínculo entre la extracción de

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recursos naturales y la guerra se convierta en un motor de pervivencia de la confrontación armada después de la firma del acuerdo de paz. De igual forma, hacen énfasis en las demandas y necesidades de las comunidades involucradas en estas disputas territoriales.

Si bien hay recomendaciones de carácter general, que se sintetizan en la contribución de Víctor Barrera y Sergio Coronado (2016), se evidencia la necesidad de respuestas diferenciadas de acuerdo con las condiciones específicas de cada contexto territorial. Así, para la región Pacífico, Mauricio Pardo (2016) observa que la situación de posconflicto debe traer reformas legales, políticas, sociales y acciones institucionales. Estas deben posibilitar el arribo a una si-tuación posextractiva que considere el bienestar de las poblaciones afrodescendientes del Pacífico, en la que asuman una economía ex-tractiva limitada y sostenible complementada con otras actividades productivas y con efectivas políticas sociales.

De igual forma, Catalina Serrano (2016) llama la atención sobre la necesidad de priorizar las agendas sociales represadas durante décadas, como paso necesario para la construcción de la paz te-rritorial. Si bien esto es una recomendación que puede aplicarse al conjunto de las regiones afectadas por la violencia, cobra especial relevancia en aquellos lugares de extracción de recursos mineros, particularmente porque en ellos la desigualdad social y la falta de garantía de derechos sociales resultan más apremiantes incluso que en otros municipios afectados por las dinámicas del conflicto armado, como los cocaleros (Rudas y Espitia, 2013).

Por otro lado, es necesaria una mirada histórica que reconozca los múltiples actores relacionados, por ejemplo, con los 36 complejos de páramos y las desigualdades estructurales, no solo económicas, sino también de conocimiento y de poder, como apunta Emerson Buitrago (2016). Las dinámicas territoriales han afectado de manera compleja a los campesinos; por tanto, para hacer frente a procesos históricos de pérdida del territorio de campesinos, para Catalina Quiroga (2016) se requieren formas de restitución de derechos sobre el territorio. De manera paralela, como los conflictos generados por el extractivismo también han respondido a las representaciones estatales

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del espacio y del desarrollo, Cardona, Pinilla y Gálvez (2016) plantean el reconocimiento de visiones locales identitarias, territoriales y de desarrollos propios.

Para Fernando López (2016), en contextos interétnicos, donde conviven diversas visiones y modos de vida, se presentan varios retos: la participación ciudadana en los planes de desarrollo; la articulación de diversos intereses de preservación con actividades económicas; y la ampliación de la democracia para incluir las voces, considera-ciones y decisiones de pobladores locales. Esto nos lleva a retomar las propuestas locales, donde las nociones sobre la paz son diversas. Asimismo, ello implica repensar las relaciones con lo ambiental y las demandas locales de justicia ambiental, frente a las apropiaciones y despojos y a los efectos irreversibles del proceso extractivo. Se han destacado en el libro los procesos que permiten un replanteamiento general de los extractivismos, pero hay que destacar en particular que las defensas territoriales y ambientales cada vez más tienen al agua como referente primordial, que posibilita la continuidad de la vida humana y no humana. Demandas y propuestas claves en las discu-siones sobre políticas públicas ambientales y en los replanteamientos de ordenamientos territoriales, para privilegiar el agua como un derecho fundamental frente a los embates extractivistas (Caro, 2016).

Estas demandas tienen diversas dimensiones, se sitúan histórica y socialmente y responden a diversas concepciones del territorio, las naturalezas, la justicia ambiental o la paz. Por ejemplo, retomado las palabras de Catalina Caro, las propuestas de paz indígenas tienen otros significados:

Precisamente, la paz para los indígenas significa la paz para el territorio; si no se recuperan las antiguas conexiones entre la cultura y la naturaleza rotas por la guerra, la paz es tan solo un proyecto exógeno por fuera de la cultura. Los indígenas entienden que el cambio en el territorio ha significado también el cambio en sus formas de relacionamiento con la naturaleza, por lo que pensar en la paz es pensar en renovadas formas de territorialidad marcadas por una total autodeterminación en el manejo de los elementos de vida y figuras de gestión comunitaria y étnica del territorio (2016, p. 1).

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La diversidad de perspectivas también se evidencia en lo territorial respecto de los asuntos económicos y sociales en los que se quiere incidir con propuestas locales, lo que implicaría, de acuerdo con los hallazgos de Angélica López, «el establecimiento de consensos mul-tiactores frente a la complejidad que supone la gestión de territorios en los que la marginalidad y la exclusión han sido una constante histórica. Estos consensos deberán entonces valorar todo lo posible los recursos naturales, en concordancia con los intereses y las aspiraciones de las comunidades involucradas en todas las dimensiones» (2016). Estos procesos se logran, como plantean acá Ciro, Barbosa y Ciro (2016), con la participación en las dinámicas económicas locales. En el caso del Caquetá, se debe repensar la forma como se ha articulado el territorio al Estado-nación y al mercado global, para ofrecer «las herramientas a estos territorios para diagnosticar los problemas de su entorno, [y para] diseñar y ejecutar las soluciones».

Para poder repensarlas, estas propuestas no pueden desconocer las desigualdades previas existentes. Los capítulos de la presente obra evidencian precisamente muchas de dichas desigualdades, en lo que hace al cumplimiento de derechos y al acceso, toma de decisiones y control de los territorios, de acuerdo con criterios de etnicidad, loca-lización o conocimientos. Sin embargo, las desigualdades de género no han tenido suficiente espacio de discusión, frente a prioridades territoriales o ambientales. Por tanto, es necesario señalar que los análisis sobre la relación entre extractivismos y género

[…] requieren de una mirada que incluya aspectos territoriales, ambientales, políticos, económicos, culturales y sociales, para poder dimensionar los efectos que se dan tanto en hombres como en mujeres en diversas escalas (cuerpo, territorio y relaciones locales-nacionales-globales) en sus subjetividades, identidades y construcción de nuevos roles de género, y en procesos de consolidación o generación de desigualdades (Ulloa, 2016a).

Esta perspectiva debe atravesar los acuerdos y propuestas de paz, para poder generar alternativas a los extractivismos desde una perspectiva crítica de género.

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Territorios, Estado, actores sociales, derechos y conflictos socioambientales...

En este recorrido por las diversas zonas de Colombia (Córdoba, Casanare, Caquetá, Chocó, Valle del Cauca, Tolima, Bolívar, Guainía, Antioquia, Santander), salen a la luz procesos históricos relacionados con los extractivismos donde los pueblos indígenas y afrodescen-dientes, campesinos y pobladores locales y rurales han asumido los costos ambientales y las problemáticas sociales de la llegada de proyectos extractivos, particularmente en aquellas regiones donde estas dinámicas no se sustrajeron de la conflictividad armada que allí se desarrollaba.

En este aspecto vale la pena señalar que la ausencia de estos temas en la agenda del actual proceso de paz eventualmente podría ser subsanada con la apertura de una mesa de negociación con la otra fuerza insurgente: el Ejército de Liberación Nacional, en la medida que la soberanía sobre los recursos naturales ha sido uno de los temas de su ideario político. Sin embargo, dicha posibilidad se enfrenta a un obstáculo mayúsculo, que viene de que el modelo de desarrollo económico no está en discusión en las mesas de negociación entre el gobierno y las guerrillas, lo cual supondría una limitación estructural para discutir eventuales transformaciones en asuntos como la soberanía de los recursos naturales o las transformaciones en la política minero-energética. Al cierre de la edición de este libro, dicho proceso de paz aún no ha iniciado una etapa pública y la fase exploratoria continúa sometida a constantes dilaciones que ponen en riesgo la construcción de un acuerdo de paz completo, tal como ocurrió a finales de la década de 1980.

Las experiencias recogidas en este libro se vuelven insumos para repensar los extractivismos en el contexto del posacuerdo de paz en Colombia. Por ello la lectura de los textos que siguen a continuación es una invitación permanente para encontrar las mejores formas de construir una paz estable y duradera, comprendiendo que este proceso supera las expectativas del alto al fuego, y trata de sentar las bases de una sociedad más democrática, menos desigual y, sobre todo, ambientalmente sostenible.

Astrid Ulloa y Sergio Coronado

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El libro Extractivismos y posconflicto en Colombia: retos para

la paz territorial, editado por Astrid Ulloa y Sergio Coronado,

reúne un conjunto de artículos sobre el grande y grave

problema del extractivismo en Colombia. Son doce los trabajos

y un texto introductorio que relacionan los contextos regionales

y nacionales, y desde ahí, su inmersión en la economía global

del capitalismo. Esta investigación constituye un colectivo de

reflexión, un intelectual orgánico que la Universidad Nacional

de Colombia y el CINEP/ Programa por la Paz publican para el

debate crítico.

Son síntesis de investigaciones que han desarrollado las autoras

y los autores, sumadas a una reflexión en torno a una amplia

bibliografía temática. Logran con pericia moverse en diferentes

planos del análisis y las realidades: de la economía política

del extractivismo a su ecología política, sociología, derecho,

geografía y antropología, con lineamientos históricos y de

actualidad.

Las y los autores muestran variopintos estudios de caso, como

el de recursos naturales, páramos, bosques, cultivos de palma,

hidroeléctricas, petróleo, minería de oro y otros metales. Son

artículos documentados, de análisis crítico y de búsqueda

de soluciones. Por ello es también un acervo propositivo,

invocando la acción de las comunidades y de la sociedad, al

igual que se interpela al Estado y sus gobiernos.

La proyección de los análisis se focaliza en el proceso de paz

que se desarrolla en La Habana y en Colombia por parte de las

FARC-EP y del gobierno del presidente Juan Manuel Santos,

partiendo de los acuerdos de diálogo, lo que significa que el

modelo extractivo está en el centro del debate, con mayor o

menor énfasis, pero, en todo caso, en un debate que debe ser

dado en los ámbitos nacional, social y universitario.

Ricardo Sánchez Ángel

ISBN 978-958-775-791-0

9 789587 757910