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EL MAGAZÍN separata J ORGE L UIS B ORGES EN 1919, VEINTE AÑOS DESPUÉS DE SU NACIMIENTO . El único Por Juan Gustavo Cobo Borda Veinte años después Hace exactamente 20 años, el 14 de junio de 1986, murió en Suiza de un cáncer en el hígado —ya casado con María Kodama y sin haber recibido nunca el merecidísimo premio Nobel de literatura— quien había sido llamado al nacer, en 1899, Jorge Francisco Isidoro Luis, hijo de Jorge Guillermo Borges y de Leonor Acevedo Haedo. En una falsa nota biográfica, escrita por el propio Borges para una enciclopedia aparecida en Santiago en el año 2074, se lee: “Le agradaba pertenecer a la burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los deportes, del nacionalismo, del éxito y de la publicidad, le parecían casi idénticos. Hacia 1960 se afilió al Partido Conservador, porque (decía) ‘es indudablemente el único que no puede suscitar fanatismos.’” Juan Gustavo Cobo Borda, quien fue su amigo personal, escribió estas líneas sobre él. N o hubo otro como él. Desde niño, con la aquies- cencia entusiasta del padre, supo que iba a ser escritor. Desde niño también, como el padre, intuía que se quedaría ciego: era un mal de familia. Pero si algo lo caracterizó era una suerte de airoso estoi- cismo. No era elegante quejarse. Pertenecía al siglo XIX. A esa Inglaterra de clu- bes donde un caballero como Phileas Fogg acepta- ba dar la vuelta al mundo, sólo por honrar una apuesta. Pero él encarnó en un criollo argentino, consustanciado con una patria épica que atravesa- ba los Andes para terminar con el dominio español. Cargas de caballería y “malones” para exterminar a los indios. Pertenecía a la aristocracia de estos remotos paí- ses: a la del coronel Suárez, vencedor de Junín. A la de Francisco Narciso de Laprida quien huye de la turbamulta y se encuentra, por fin, “el íntimo cuchi- llo en la garganta,” con su destino sudamericano. Pero él no alcanzó ese paraíso de guerreros. Tuvo que revivirlo. Tuvo que soñarlo, en las sagas nórdi- cas. En la novela que escribió su padre, titulada El caudillo. Su padre, profesor de ética y lector de William James. Pero la decisiva fue, como siempre, la madre. Aprendió con su marido a leerle a los ciegos y domi- nó a su hijo con la férrea mano del amor. Cada vez que éste salía a la confitería con alguna muchacha desparpajada de Buenos Aires, llamaba a su madre para informarle donde estaba. Madre, quien le ayu- dó a traducir el Orlando de Virginia Woolf y Las pal- meras salvajes de Faulkner, suavizando alguna brutalidad sureña. Madre que firmó sus propias tra- ducciones de William Saroyan, Katherine Mans- field, Herbert Read y Aldoux Huxley. Eran ingleses, victorianos del alma, pero el hada rubia, Eva Perón, fue quizás quien aprobó meterla en la cárcel, algu- nos días, por cantar el himno nacional en la calle Florida. Sin embargo, con la herida y el trauma, con la humillación y el fracaso, con la incertidumbre y el miedo mismo de quien tantea en las sombras, Borges forjó una perdurable alegría. Esta se llama poesía. Allí subsisten, como no, sus laberintos, retruécanos y emblemas, su eficaz retórica de tigres y espadas, de compadritos y guitarras. O de indeci- sos manuscritos perdidos en el incendio de la biblio- teca de Alejandría. Sólo que los deparaba a manos llenas: en el Magazine Multicolor de los Sábados o en la Cultural Inglesa, la Dante Alighieri o el Goethe Institut, sin olvidar la Alianza Francesa y su cátedra en la Universidad de Buenos Aires. Era un conferen- cista asiduo, para sobrevivir, que recordaba a Baruch Spinoza en la Hebráica. Ese filosofo judío de Ámsterdam, que pulía lentes y escribió también una Ética, y sobre el cual no pudo concretar aquel libro que en dos o tres ocasiones anunció como su proyec- to más querido. Típico gesto generoso suyo para obli- garnos a imaginar como pudo haber sido. Nos dejó en cambio su Evaristo Carriego y su Leopoldo Lugones, su Pierre Menard, autor del Qui- jote, su Nueva refutación del tiempo y sus Nueve en- sayos dantescos. Parcos volúmenes que en limitadas ediciones hoy pueden llegar a valer seis mil dólares. En la via Tornabuoni de Florencia, y por sólo 450 euros, acabo de toparme con su Libro de las visiones, publicado por Franco María Ricci en italiano en 1980. El libro de las visiones de un ciego, con su Apocalip- sis y su Quevedo, con el volcán de fuego y ceniza que tornó inmortal a Pompeya, sigue reescribiendo, con letra de hormiga, su cuaderno infinito. *** Lo recibí en la Biblioteca Nacional, en Bogotá, y los jóvenes sabiamente derribaron las pesadas puertas de la calle 24 sólo para quedar mudos ante su voz quebrada que devanaba versos y versos. Celebra- mos que Enrique Banchs hubiera sido abandonado por una mujer: gracias a eso, a ese don, pudo escri- bir un soneto inmortal. Luego, en Buenos Aires, y a partir del 83 y hasta su viaje a Ginebra, a morir en el 86, cenábamos los sábados en el Hotel Dora, ravio- lis y de postre, el preferido de policías y porteros: “vigilante” (queso y dulce de batata), con José Bianco —traductor de Henry James y Ambrose Bierce— el legendario secretario de redacción de Sur. Reunidas estas cenas en mi libro Lector impeniten- te, las repaso incrédulo: ¿Me senté a su lado, lo es- cuche reír, compartimos un tiempo, presumible- mente inmortal? En su orbe todo es ficción. Pero aún en ocasiones escucho su voz, escandiendo algún poema de Rubén Darío: Yo, Rufo Galo, fui un solda- do que durmió en el lecho de Cleopatra, la reina. Pa- rodiando a un líder sindical: conmigo o sin migo. Borges: la posesión póstuma, de Juan Gasparini; El gremialismo intelectual en Jorge Luis Borges, de María Elisa Fernández; Borges: desesperaciones apa- rentes y consuelos secretos, editado por Rafael Olea; Borges con Lacan; Un pase discursivo, de Bejla R. de Goldman; Borges y la matemática, Borges y el tango, Borges y la ciencia ficción, Antiborges de Martín Lafforgue. Repaso mi biblioteca y sonrío: más de mil libros de y sobre Borges. Él, gentil, los hubiera agra- decido con un “usted me ha inventado, usted me ha enriquecido,” para añadir, al margen: “ En realidad, no existo. Soy una invención colectiva. Una super- chería, que un día será descubierta y denunciada, sin piedad alguna.” Mientras tanto, disfrutemos a nuestro primer in- mortal, ese ser único llamado “momentáneamente” Jorge Luis Borges.

ata EL MAGAZÍN · Isidoro Luis, hijo de Jorge Guillermo Borges y de Leonor Acevedo Haedo. En una falsa nota biográfica, escrita por el propio Borges para una enciclopedia aparecida

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El únicoPor Juan Gustavo Cobo Borda

Veinte años despuésHace exactamente 20 años, el 14 de junio de 1986,

murió en Suiza de un cáncer en el hígado —ya

casado con María Kodama y sin haber recibido nunca

el merecidísimo premio Nobel de literatura— quien

había sido llamado al nacer, en 1899, Jorge Francisco

Isidoro Luis, hijo de Jorge Guillermo Borges y de

Leonor Acevedo Haedo.

En una falsa nota biográfica, escrita por el propio

Borges para una enciclopedia aparecida en Santiago

en el año 2074, se lee: “Le agradaba pertenecer a la

burguesía, atestiguada por su nombre. La plebe y la

aristocracia, devotas del dinero, del juego, de los

deportes, del nacionalismo, del éxito y de la

publicidad, le parecían casi idénticos. Hacia 1960 se

afilió al Partido Conservador, porque (decía) ‘es

indudablemente el único que no puede suscitar

fanatismos.’” Juan Gustavo Cobo Borda, quien fue

su amigo personal, escribió estas líneas sobre él.

No hubo otro como él. Desde niño, con la aquies-cencia entusiasta del padre, supo que iba a ser

escritor. Desde niño también, como el padre, intuíaque se quedaría ciego: era un mal de familia. Perosi algo lo caracterizó era una suerte de airoso estoi-cismo. No era elegante quejarse.

Pertenecía al siglo XIX. A esa Inglaterra de clu-bes donde un caballero como Phileas Fogg acepta-ba dar la vuelta al mundo, sólo por honrar unaapuesta. Pero él encarnó en un criollo argentino,consustanciado con una patria épica que atravesa-ba los Andes para terminar con el dominio español.Cargas de caballería y “malones” para exterminar alos indios.

Pertenecía a la aristocracia de estos remotos paí-ses: a la del coronel Suárez, vencedor de Junín. A lade Francisco Narciso de Laprida quien huye de laturbamulta y se encuentra, por fin, “el íntimo cuchi-llo en la garganta,” con su destino sudamericano.Pero él no alcanzó ese paraíso de guerreros. Tuvoque revivirlo. Tuvo que soñarlo, en las sagas nórdi-cas. En la novela que escribió su padre, titulada Elcaudillo. Su padre, profesor de ética y lector deWilliam James.

Pero la decisiva fue, como siempre, la madre.Aprendió con su marido a leerle a los ciegos y domi-nó a su hijo con la férrea mano del amor. Cada vezque éste salía a la confitería con alguna muchachadesparpajada de Buenos Aires, llamaba a su madrepara informarle donde estaba. Madre, quien le ayu-dó a traducir el Orlando de Virginia Woolf y Las pal-meras salvajes de Faulkner, suavizando algunabrutalidad sureña. Madre que firmó sus propias tra-ducciones de William Saroyan, Katherine Mans-

field, Herbert Read y Aldoux Huxley. Eran ingleses,victorianos del alma, pero el hada rubia, Eva Perón,fue quizás quien aprobó meterla en la cárcel, algu-nos días, por cantar el himno nacional en la calleFlorida.

Sin embargo, con la herida y el trauma, con lahumillación y el fracaso, con la incertidumbre y elmiedo mismo de quien tantea en las sombras,Borges forjó una perdurable alegría. Esta se llamapoesía. Allí subsisten, como no, sus laberintos,retruécanos y emblemas, su eficaz retórica de tigresy espadas, de compadritos y guitarras. O de indeci-sos manuscritos perdidos en el incendio de la biblio-teca de Alejandría. Sólo que los deparaba a manosllenas: en el Magazine Multicolor de los Sábados oen la Cultural Inglesa, la Dante Alighieri o el GoetheInstitut, sin olvidar la Alianza Francesa y su cátedraen la Universidad de Buenos Aires. Era un conferen-cista asiduo, para sobrevivir, que recordaba a BaruchSpinoza en la Hebráica. Ese filosofo judío deÁmsterdam, que pulía lentes y escribió también unaÉtica, y sobre el cual no pudo concretar aquel libroque en dos o tres ocasiones anunció como su proyec-to más querido. Típico gesto generoso suyo para obli-garnos a imaginar como pudo haber sido.

Nos dejó en cambio su Evaristo Carriego y suLeopoldo Lugones, su Pierre Menard, autor del Qui-jote, su Nueva refutación del tiempo y sus Nueve en-sayos dantescos. Parcos volúmenes que en limitadasediciones hoy pueden llegar a valer seis mil dólares.

En la via Tornabuoni de Florencia, y por sólo 450euros, acabo de toparme con su Libro de las visiones,publicado por Franco María Ricci en italiano en 1980.El libro de las visiones de un ciego, con su Apocalip-sis y su Quevedo, con el volcán de fuego y ceniza quetornó inmortal a Pompeya, sigue reescribiendo, conletra de hormiga, su cuaderno infinito.

***

Lo recibí en la Biblioteca Nacional, en Bogotá, y losjóvenes sabiamente derribaron las pesadas puertasde la calle 24 sólo para quedar mudos ante su vozquebrada que devanaba versos y versos. Celebra-mos que Enrique Banchs hubiera sido abandonadopor una mujer: gracias a eso, a ese don, pudo escri-bir un soneto inmortal. Luego, en Buenos Aires, y apartir del 83 y hasta su viaje a Ginebra, a morir en el86, cenábamos los sábados en el Hotel Dora, ravio-lis y de postre, el preferido de policías y porteros:“vigilante” (queso y dulce de batata), con José Bianco—traductor de Henry James y Ambrose Bierce— ellegendario secretario de redacción de Sur.

Reunidas estas cenas en mi libro Lector impeniten-te, las repaso incrédulo: ¿Me senté a su lado, lo es-cuche reír, compartimos un tiempo, presumible-mente inmortal? En su orbe todo es ficción. Pero aúnen ocasiones escucho su voz, escandiendo algúnpoema de Rubén Darío: Yo, Rufo Galo, fui un solda-do que durmió en el lecho de Cleopatra, la reina. Pa-rodiando a un líder sindical: conmigo o sin migo.

Borges: la posesión póstuma, de Juan Gasparini;El gremialismo intelectual en Jorge Luis Borges, deMaría Elisa Fernández; Borges: desesperaciones apa-rentes y consuelos secretos, editado por Rafael Olea;Borges con Lacan; Un pase discursivo, de Bejla R. deGoldman; Borges y la matemática, Borges y el tango,Borges y la ciencia ficción, Antiborges de MartínLafforgue. Repaso mi biblioteca y sonrío: más de millibros de y sobre Borges. Él, gentil, los hubiera agra-decido con un “usted me ha inventado, usted me haenriquecido,” para añadir, al margen: “ En realidad,no existo. Soy una invención colectiva. Una super-chería, que un día será descubierta y denunciada,sin piedad alguna.”

Mientras tanto, disfrutemos a nuestro primer in-mortal, ese ser único llamado “momentáneamente”Jorge Luis Borges.

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Presentación de Juan Manuel Roca

Que en un censo de reflejos y de reflejados haymás “imágenes que espejos” para quien tiene

un alma única, es parte de un secreto que develanlos poemas y los dibujos del libro Círculo hechiza-do, la obra de Darío Villegas que funciona como unatotalidad, en la que los trazos de un dibujante hacende bisagra en la puerta de sus versos y las palabrashacen de bisagra en la puerta de sus trazos.

Flota en todo el libro una atmósfera en que loperdido, lo escondido, regresa sin el estímulo denadie pero al conjuro de la palabra. Poemas y dibu-jos tienen la impronta del sueño, de una materiaintangible. Sombras que son prolongación de espe-jos ciegos, sombras enmascaradas, sombras cami-nando entre otras sombras.

La de Darío Villegas y su Círculo hechizado es unalarga y solitaria pregunta por devenir, una voz quese da en círculos como los trazados por la pedradaen el agua, que huye de su centro y a su centro re-gresa. No es una poesía complaciente, ni en su len-guaje ni en sus exploraciones por el tiempo y el va-cío, ni en el aserto de verdades fáciles, compartibles.

Sus dibujos, con algo de sombra chinesca y vo-cación de mezzatinta, son un silabario hecho de tra-zos dictados por una fuerza oculta, acaso forjados enla lengua del sueño.

Decapitados o abolidos dioses visitan a Villegasen un plano lingüístico y en un plano plástico, y casisiempre se entrelazan.

De ese talante es la poesía de Villegas, tanto laescrita como la dibujada en sus puntos de fuga. Hacey recibe guiños de lo intangible mientras tiende unacuerda tensa por donde caminar entre los hilos dellenguaje y los hilos de la niebla.

Círculo hechizadoPara L.D.

Hay más estrellas que puentes.Más instantes que deseos ocultos.Más secretos que palabras.

Cada grano de arena tiene un nombre.Un destino que transcurreentre la playa.

Hay tantas olas como formas sucesivaspara las nubes que pasan.Tantas sombras como ideasque los hombres repitenmientras cae la tarde.

Hay más vacío que sueños.Hay más imágenes que espejos.Sólo mi alma parece una,sola,un instanteun círculo, antes de fundirseen un clamor innumerable.

Nunca sabesMemoria de Fabián Rendón

Nunca sabes cuándo es la última vezque te despides.Siempre esperas el retorno.

Después de un café,en medio de una larga conversacióninterrumpida por campanas de borroso presagio,un tren anuncia su partidahacia una estaciónfuera de tu ruta.Aquí te quedas.Esperando que lo perdido regrese.

Cualquier día más tarde, alguno te suelta la noticia:Eres tu quien viajade este lado el tiempo y del espacioentre la niebla.Y es que no sabes cuándo es la última vezque te despides.Inventarías alguna precaución,una carta, una fotografía más,¿esto de qué sirvesi a veces regresan las personaspero se ha marchadolo intangible?

El círculo hechizado: Dibujos y poemas de Darío Villegas

Sombra enmascarada

Esta noche he visto pasarmi propia sombra,iba sola por la calleabandonada de su cuerpo,abandonada de palabras.Cantando una canción de silenciosólo para sí.Entonaba su largo paréntesis,sus interminables puntos suspensivos.

Apenas podía distinguirlamezclada entre otras sombras,sumergida entre los charcos,Contando piedrecitas,saltando entre canecas de basura.

Mi sombra enmnascaradavaga absorta en su vacío,de hito en hito de su nada.

Soy la sombra de esa sombra.

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BogotanoPor Luis Caballero

Usted nació en Bogotá en 1943. Allí pasó parte desu infancia y de su adolescencia. Y cada año, desde1968, usted va de vacaciones a Bogotá. ¿Quérepresenta esa ciudad para usted?Bogotá es sórdida, gris y fría. La gente también esgris y fea. Pero, a pesar de todo, a mí me gusta. Labelleza en Bogotá es algo tan raro que cuandoaparece emociona profundamente.

¿Se siente usted “bogotano”?Naturalmente. Soy “cachaco,” como llamandespectivamente a los bogotanos la gente de lacosta. Y siendo cachaco no soporto el calor ni losmosquitos ni la familiaridad sudorosa y pegajosade la tierra caliente. Yo soy de Bogotá. De climafrío...

¿Con todo lo que eso implica: carácter lúgubre,melancólico, contemplativo?Soy de Bogotá. Cachaco. No soy simpático ni“chévere” ni divertido. No se por qué, en losúltimos años el Caribe se está devorando aColombia. Salsa y guayaberas. Yo no se qué es unaguayabera y nunca he bailado salsa. Yo no bailo.Me gusta el verde tierno del pasto en la sabana deBogotá y el gris de sus eucaliptos. En la tierracaliente no hay hierba y las palmeras no dansombra.He vivido fuera de Colombia la mitad de mi vida.Me siento completamente colombiano. Perocuando pienso en Colombia, siempre pienso enBogotá.

Por Marta Traba[Fragmento]

En 1968, Luis Caballero ganó, en Colombia, el PrimerPremio de la Bienal de Arte de Coltejer. A los veinti-cinco años se consagró mediante este episodio comoel pintor colombiano más notable de su generacióny el sucesor directo de Alejandro Obregón y Fernan-do Botero.

Enteramente ajeno a la influencia de ambos ar-tistas, su pintura descendía en cambio, de modobastante directo, de dos ingleses: el pintor pop AllenJones y el pintor neo–figurativo Francis Bacon. AJones lo unía un gusto definido por las formas enprimer plano, recortadas, dispuestas con gran eco-nomía de dibujo sobre zonas cromáticas simples; esdecir, lo unía un parentesco menor, si consideramosasí la gramática formal usada por Jones con gracia ydesparpajo para mostrar fragmentos de cuerpos.Con Bacon, en cambio, existía una relación más ín-tima y profunda. El propio Caballero escribe en1973: “Bacon fue para mí, hace diez años, un granchoque y una gran influencia. El choque fue el des-cubrimiento de la pintura como comunicación, másallá del juego estético, más allá del cuadro bien he-cho y sin necesidad de explicaciones al margen o denotas críticas. Quise entonces apoderarme de su len-guaje, y con su lenguaje me vi obligado a decir lo queél decía y no lo que yo sostenía… Yo pinté como Ba-con porque vi y sentí a través de él; pero la visión, elsentimiento y el lenguaje eran suyos, no míos. El unoimplicaba el otro y en el momento en que me sentídistinto tuve que empezar a inventar mi propia pin-tura.”

[…]Atadas, enredadas, sacrificadas más como reses quecomo hombres crucificados, las figuras de Caballe-ro son, finalmente, el objeto de su deseo. Por eso laanécdota ha desaparecido gradualmente, al mismo

tiempo que se ha eliminado la presencia femenina.El cuerpo es el cuerpo del hombre, y éste es el cen-tro de un universo estremecido y ardido de deseos,pero al mismo tiempo anegado por el escepticismo.La negativa de Caballero de conformarse con losdeseos satisfechos, y su propósito de convertir elamor en un sacrificio, lo reinstala en la zona de losritos, bajo los cuales oscuras corrientes circulatoriasirrigan las imágenes.

La exasperante intensidad de este último perío-do no podía expresarse sino a través de formasmanieristas, cuyas hipérboles sirvieron un dramamuchas veces truculento. La pintura de Caballeroalcanzó, entre 1978 y 80, el punto que podría califi-carse de auto–manierismo respecto a las figuras delos sesenta que hoy aparecen, en comparación, cla-ras y pacíficas.

Dado que el manierismo es un estado transito-rio, una especie de secreción de la idea clásica que,pese a su indudable autonomía, no puede despren-derse del todo del concepto de ruptura y abiertaprovocación con el equilibrio precedente, creo quela pintura de Caballero ha culminado en el espaciofijado por su propia excitación y distorsión, pero queestá en un difícil límite. Sin embargo, es por eso quele debemos la experiencia profunda que significa ellímite, que casi nunca se alcanza ni en el arte ni enla literatura. Le debemos la hipertensión, la agitadacopulación con la muerte, el estupor de la grandezano prevista y, sobre todo, la sacudida inmisericordeque nos arranca del mundo banal, en una época queha hecho de la banalidad su consigna.

Textos cortesía de Beatriz Caballeroaparecidos originalmente en el libro Me tocó ser así.

Sobre Luis Caballero:otra estación en el infierno

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Me tocó ser distinto. No porque lo hubiera Y al tocarme ser distinto, tal vez me tocó ser artista, me toc

La publicación de las pinturas, dibugracias a la amable autoriz

con la colaboración de Carlos S

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1989 - TÉCNICA MIXTA (DETALLE 75 X 55 CM.)

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era decidido o escogido sino porque me tocó.tocó ser marica, me tocó ser como soy. Y no me arrepiento.

Luis CaballeroMe tocó ser así

autorización de Beatriz Caballero,Carlos Salas, director

de

Galería Mundo.

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Todos estábamos a la espera:Un libro para no olvidar

Resulta difícil asimilar que este libro,publicado hace ya 52 años —y bella-mente ilustrado por la pintora carta-genera Cecilia Porras— siga tan vivo yvigente. El escritor barranqui-lleroÁlvaro Cepeda Samudio (a quien porsu pelo largo y desordenado le decíancariñosamente en La Arenosa ElCabellón), dejó escritos Los cuentos deJuana, la novela La casa grande, variascrónicas y un inolvidable reportaje alfutbolista Garrincha. Su primera obra,Todos estábamos a la espera, calificadapor Gabriel García Márquez como “elmejor libro de cuentos que se ha pu-blicado en Colombia,” acaba de serreimpresa.

La afirmación de García Márquezpodría ser discutida, pero el aporte deCepeda Samudio a las letras del país,no. Cepeda leía a William Faulkner, aTruman Capote y a William Saroyan,mientras muchos escritores del país selimitaban a dedicarle a la novia las ri-mas de Becquer, o a recitar Los lángui-dos camellos de Guillermo Valencia.Cepeda, no cabe duda, era un adelan-tado. Y eso se observa en su prosa: pre-cisa, sencilla y avara en adornos retó-ricos, que deja atrás el provincialismo,del que no pudieron salir muchos desus contemporáneos. Lo parroquial notiene espacio en su obra, que se cen-tra en personajes corrientes: Un hom-bre cualquier que se toma una café oque camina por la acera sin mirar lasvitrinas. También estaba a la vanguar-dia Barranquilla, donde primero sepublicaron los escritos de Borges.

Los nueve cuentos que conformanTodos estábamos a la espera están lle-nos de melancolía, de nostalgia. Sucapacidad de prosista brilla en cuentoscomo Hoy decidí vestirme de payaso ysu facilidad para manejar el diálogo —que más tarde deja ver su maestría enLa casa grande— empieza a manifes-

Quijotes y quijotadas

Acaba de aparecer este libro de Vicen-te Pérez Silva, que se suma a su ya ricalista de más de 15 obras. Como su tí-tulo lo indica, se trata de una investi-gación sobre el Quijote, anécdotas so-bre Cervantes, escritores que se hanocupado de él, como nuestro un pocoolvidado José María Vargas Vila.

De Pérez Silva dijo Mauricio Chá-vez Bustos: “Quijote contemporáneo,se pasea por las llanuras manchegasde las rarezas literarias o de las anéc-dotas históricas, cargando en la fren-te siempre el yelmo de la verdad.” […]“El doctor Pérez Silva es una de las fi-guras cimeras de la cultura nariñensey nacional.”

tarse en Vamos a matar los gaticos. Alcomienzo del libro, Cepeda dice: “Es-tos cuentos fueron escritos en su ma-yoría en New York, que es una ciudadsola. Es una soledad sin solución. Es lasoledad de la espera.” La edición queacaba de aparecer, al cuidado deJacques Gilard, contiene interesantes yminuciosas anotaciones sobre la obradel autor. Es importante recordar queeste escritor —uno de los mejoresamigos de García Márquez— formóparte del Grupo Barranquilla, que sereunía en la ya mítica Cueva. Su vidafue de poca duración, pero de una fe-cunda intensidad. Y su obra, aunquecorta, ya ha demostrado su perdurabi-lidad.

tante creador, sobre el cual se da a co-nocer una reseña introductoria de suobra, seguida de una muestra de lamisma. Además, siempre son publica-dos en la misma edición poemas deotros notables escritores.

Visualmente, la revista es muyagradable: tiene un formato mediano,con un número cercano a las 50 pági-nas. La presentación es sobria y estámuy bien impresa. Y, para estar al díade las comunicaciones modernas, larevista también tiene su sitio enInternet: www.arquitrave.com. Allí sepueden leer todas las versiones digi-tales y conocer mucho más sobre lapoesía de todos los tiempos, siemprereflejada en esta publicación.

Arquitrave pude decir con el granMachado:

Caminante, no hay camino,se hace camino al andar.

La revista cultural Libros & Letras

La edición No. 58 de Libros & Letras,del mes de junio, trae como tema cen-tral un diálogo entre Jorge Luis Borgesy Seamus Heaney (Premio Nobel deliteratura de 1995). Además, un home-naje a Milciádes Arévalo, Mario Riveroy Carlos Enrique Ruiz, directores de lasrevistas Puesto de Combate, Golpe deDados y Aleph. Entrevista con la histo-riadora Inés Quintero y su más recien-te libro María Antonia Bolívar, la crio-lla principal.El cuento Una tarde en París, de AndrésMauricio Muñoz, ganador del I Concur-so Nacional de Cuento Guía del Ocio-Libros & Letras. Entrevista Hablando delibros con Agustín Morales .Entrevista con el escritor AntonioTabucchi: «La información nos con-vierte en lectores muy privilegiados.»Entrevista con Miguel Torres y su libroEl crimen del siglo.¿Qué están leyendo Gustavo Bolívar yGustavo Álvarez Gardeazabal?

Momentos de la Feria del Libro deBogotá y otros temas más.

Arquitrave:Cinco años de solitariaandadura

Por Omar Ardila

Aunque el panorama de las publica-ciones poéticas no es el más favorableen nuestro país, hay algunos proyectosque han logrado crecer y consolidarsegracias al esfuerzo y la persistencia degestores culturales que le siguen dan-do la posibilidad a la poesía de que cir-cule y enriquezca el entorno educati-vo. Tal es el caso de la revista Arquitrave,concebida y dirigida por el poeta Ha-rold Alvarado Tenorio, que acaba dellegar a su cuarto año de existenciacontinua, con una periodicidad bi-mensual.

Por las páginas de Arquitrave hanpasado autores de todas las edades, dediversos países y de distintas épocas,lo cual le da a la publicación un carác-ter de encuentro universal. Cada nú-mero le rinde homenaje a un impor-

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Reseñas

Page 7: ata EL MAGAZÍN · Isidoro Luis, hijo de Jorge Guillermo Borges y de Leonor Acevedo Haedo. En una falsa nota biográfica, escrita por el propio Borges para una enciclopedia aparecida

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Por Elena Poniatowska

[Fragmento]

A raíz de la huelga ferrocarrilera de 1958, mu- chos trabajadores fueron encarcelados y en- tré en un mundo al que pude acceder gracias

al periodismo: la cárcel, los opositores políticos; nootra cosa fueron Filomeno Mata, Demetrio Vallejo,Valentín Campa y los ferrocarrileros encarcelados,cuya vida descubrí tras los barrotes. De no estar pre-sos, probablemente nunca se habrían tomado lamolestia de contarme su vida y su lucha. Tambiéndescubrí otro mundo, el de los homosexuales. Invi-tada por uno de ellos, quien escribió una obra deteatro: El licenciado ‘no te apures’, tuve el privilegiode acompañar a Luis Buñuel a visitar la crujía de loshomosexuales. Dormían en un galerón que servía dedormitorio común y sobre cada una de las camas ha-bían puesto una imagen de la Virgen de Guadalupey una fotografía de ellos vestidos de mujer. El ma-yor, o sea el encargado de la crujía, se llamaba Ra-món y le decían la Mayora o la Ramona. Les permi-tían vestirse de mujer y maquillarse pero ese día,como iban a tener visita, los obligaron a usar el uni-forme penitenciario y a uno que no queríadespintarse, le tallaron la cara con un ladrillo y latenía toda ensangrentada. Buñuel se acercó a losbarrotes y le dijo: “Hay que obedecer, hombre hayque obedecer para que no lo lastimen a usted.” Re-partió todos sus cigarros, preguntó por la calidad dela comida (en la cárcel, como había españoles, sehacía muy buen pan.) En ese tiempo también encar-celado, a Ramón Mercader o Jacques Mornard, elasesino de Trotsky, los presos le llevaban a compo-ner sus radios a su celda atiborrada de alambres yde fierros. Le tuve mucho horror. Buñuel quiso quecomiéramos con los presos de la crujía J, la de losjotos, y como dentro de mi caldo con arroz y verdu-ras encontré un hueso de respetables dimensiones,un preso lo tomó entre sus manos, lo talló y a las doshoras, me entregó una preciosa Virgencita deGuadalupe. Nunca pensé que diez años más tarde,en 1968, en ese mismo negro Palacio de Lecumberrivisitaría a los estudiantes presos por el MovimientoEstudiantil que terminó el 2 de octubre con la ma-sacre en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

A partir de 1958, les pedí a los militantes, aDionisio Encinas, a Alberto Lumbreras, a DemetrioVallejo que me contaran su vida. Para ellos la cárcelera algo inherente a su vida. Estaban acostumbra-dos al sufrimiento, a que las cosas no les salieranbien, al hambre, a la expulsión, a la huelga... creoque hasta a la muerte. Eran luchadores. Sonreían,reían con facilidad. Algunos decían que comíanmejor en la cárcel que afuera. Tocaban guitarra enel corredor, al solecito, contaban chistes. Los líderes,mal cubiertos y peor comidos, habían ido a Moscúa ver a su padrecito Stalin aunque sólo lo vieran le-jísimos en alguna manifestación. Por esa visiónmomentánea, padecían frío, hambre, incomunica-ción porque los camaradas allá no hablaban espa-ñol. En México, Marx no estaba traducido y uno delos fundadores del PCM, Allen fue norteamericano.

(Mi madre no quería nada a Stalin ni a los rusos; decíaque Stalin había llevado a su mujer al suicidio, que te-nía cara de zorra y que desconfiar de los pelirrojos esuna medida de seguridad.) Estos dirigentes mexicanospedían incluso que los enterraran en su madre patria:Rusia. Eso fue lo que gritó Carrillo en el entierro de JulioAntonio Mella, el líder cubano. Los vislumbraba con-sumiéndose en su cajón de muertos sin una sola llo-rona mexicana. Fue mi primer contacto con una posi-bilidad de heroísmo y escuchaba incrédula sus relatosque recordaban a mis antecesores polacos que seaventaron lanzas en mano, a galope tendido contra lostanques, como lo relata Isaac Babel.

El periodismo atrapa. “Cuando esta víbora pica,no hay remedio en la botica” decía un machete quetenía Guillermo Haro. Le llena uno la cabeza, una

Poniatowska, Buñuel y los jotos [homosexuales, en México]Escribo para pertenecer

trepidación interior lo pone a uno a sudar tinta. Lapublicación al día siguiente justifica el “ahí se va,” lamediocridad. Uno sabe que un artículo no es todolo bueno que debería ser, pero vienen las felicitacio-nes, el reconocimiento. A los mexicanos les gustamucho aparecer en los periódicos; el periodista es elvehículo. Vive uno entre teclazos, invitaciones a via-jes, a cenas, a ceremonias oficiales, maquinazos,solicitudes, sonrisas, aplausos, connatos de poder, yentre críticas también, cartas de insultos. La primerallegó a Excélsior: en ella me decían que era una de-generada porque los Amor eran hijos de dos herma-nos. En un baile de disfraces habían hecho el amory al quitarse el antifaz exclamaron: “¡Ay!, hermana,¡ay!, hermano.” El Papa los había recibido y el ape-llido Amor los absolvía.

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Por Andrea Cote

Lo mejor de la tierra no puedeexpresarse de ningún modo,

toda ella o cualquier parte de ella es lo mejorWalt Whitman

Hojas de Hierba

Supe por primera de la existencia de Morada al sura expensas de una conversación en la que creí

que se trataba de Juan Rulfo. La verdad es que sehabló de un hombre que era discreto y delgado, quelució por años un atildado traje para ejercer funcio-nes en el oficio público y que también, en el día o enla noche —nadie sabe bien— escribió una breve,pero brevísima obra en cuya extensión, sin embar-go, tocó una fibra elemental de la belleza y de unahumana verdad, luego de lo cual guardó silencio. Esehombre sí fue Juan Rulfo y también fue AurelioArturo, según supe.

Lo que también aprendí después, al leer Moradaal sur, es que si acaso podría resultar impropio tratarde unir estos dos hombres en el mundo, no es absur-do, en todo caso, emparentar una cierta dimensión dela escritura de ambos, pues es verdad que la maneraen que en Morada al sur el hombre y el paisaje seafectan mutuamente para descubrir la poesía de latierra nos recuerda la poesía de los yermos, los des-poblados de Rulfo, porque allí también la tierra era undestino para el hombre y, sobre todo, una verdad.

Lo que sí supe con certeza absoluta es que en losversos de Arturo el paisaje es más que una estaciónvisible, más que un decorado que seguramente losrománticos habrían apreciado desde lejos. En Arturoes la tierra misma la que habla en su lenguaje y des-de dentro y hace entonces revelarse una inespera-da lucidez: la del poeta que interroga el lenguajemismo de sus cumbres y sus prados y por eso ve, porejemplo, en la tierra y su rudeza una imagen de lafortaleza del hombre y en el ciclo de las agua la ima-gen otra de su inestable transcurrir, de su fragilidad.

El paisaje de Morada al sur no es estático; esmóvil. Cada cosa, pequeña o grande, está viva yavanza “como ese aliento que toda hoja mueve en elsur, tan dulcemente, toda hoja, noche y día, suave-mente en el sur.” En cierto modo, la tierra revela parael poeta un saber porque éste le presta celosa aten-ción, pues para él cada cosa, grande o pequeña, espor igual conmovedora. En Arturo hay una visión dela tierra que es atenta y solidaria hasta con el “ruidolevísimo del caer de una estrella.”

La vida de Arturo, el hombre, estuvo atravesadapor el tránsito entre un mundo y otro, como apun-tan quienes fueron sus amigos; una cosa era el sur,la estepa verde y la hacienda de los padres; su tie-rra, ese resquicio del pasado, donde el siglo XIX seacabó despacio y dejó nodrizas negras, como la quetuvo Aurelio, una probable nieta de esclavos reciénmanumitidos, una mujer del color de la montaña encuyo regazo Aurelio soñó la voz de un tiempo anti-guo. Otra cosa fueron las grandes ciudades, Bogotáy Nueva York, desde donde su voz llamó el viento desu casa y exaltó a Saulo, que es el hombre que sabearar el campo y que usa la fuerza para trabajar. Des-de aquellas ciudades Aurelio añoró la tierra virgen,como diciendo que es ella la morada natural delhombre.

Dijo Whitman, elogiando a la hierba que “la tie-rra será cabal con el hombre y la mujer cabales yestará estropeada o rota únicamente para el hom-bre y la mujer estropeados o rotos.” Esto me vie-ne a la mente cuando pienso en que Arturo hablóde cantar la tierra como un bien ceremonial. Nosé lo que diría ahora de esta ruina de los camposofendidos y de los hombres sin morada. No lo sé,pero apuesto por este verso suyo:

Quizás entonces comprendas, quizássientas,por qué en mi voz y en mi palabra hayniebla.

La tierra ceremonialCien años de Aurelio Arturo

Todavía

Cantaba una mujer, cantabasola creyéndose en la noche,en la noche, felposo valle.

Cantaba y cuanto es dulcela voz de una mujer, esa lo era.Fluía de su labioamorosa la vida…la vida cuando ha sido bella.

Cantaba una mujercomo en un hondo bosque, y sin mirarlayo la sabía tan dulce, tan hermosa.Cantaba, todavíaCanta.

Aurelio Arturo

Me impresiona a mí, además, que el poeta de Mo-rada al sur no escatimara en susurrar que habíanacido en este país y no en otro, como si parte detodo ese entender la voz del paisaje fuera ser capazde nombrar una Colombia cuyo rostro es apenas unanhelo de que un día ella reconozca su belleza:

“Este verde poema, hoja por hoja,lo mece un viento fértil, suroeste;este poema es un país que sueña,nube de luz y brisa de hojas verdes.”

[…] “los vientos que corrieronpor los bellos países donde el verde es detodos los colores,los vientos que cantaron por los países deColombia.”

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