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[25] Nadie puede cruzar los linderos de otro por la simple razón de que nadie puede tener acceso a sí mismo. Paul Auster, La habitación cerrada En su aclamada novela que forma parte de La trilogía de Nueva York, Paul Auster se adentra en la mente de un joven escritor quien por complicados enredos se ve obligado a escribir la biografía de un viejo amigo de la infancia, también escritor y ahora desapareci- do, del que hace años no tiene noticias. Después de meses de esté- riles esfuerzos por escribir lo que sólo se ha convertido en un vago recuerdo de la niñez y una artificial reconstrucción fruto de sus inves- tigaciones, el joven escritor concluye que no puede saber nada sobre su amigo de antaño. Sus intenciones, sus creencias, sus deseos, sus filias y fobias, los motivos que lo llevaron a escribir sus grandes nove- las le resultan completamente inaccesibles. Pero pronto se da cuenta de que esta oclusión no ocurre únicamente cuando intenta conocer la mente del sujeto de la biografía, sino que la suya propia, sus pro- pios estados mentales, comienzan a serle completamente ajenos, secretos, inasibles. En este ejercicio literario que raya en lo onírico y lo surrealista, Auster sostiene veladamente una tesis propia de la filosofía de la mente: el acceso de un individuo a los estados mentales de otro es- tá vinculado con utiliza los mismos mecanismos que, y opera Autoconciencia animal y teoría de la mente Jorge F. Morales Ladrón de Guevara* * Columbia University.

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[25]

Nadie puede cruzar los linderos de otro—por la simple razón de que nadie

puede tener acceso a sí mismo.

Paul Auster, La habitación cerrada

En su aclamada novela que forma parte de La trilogía de Nueva York, Paul Auster se adentra en la mente de un joven escritor quien por complicados enredos se ve obligado a escribir la biografía de un viejo amigo de la infancia, también escritor y ahora desapareci­do, del que hace años no tiene noticias. Después de meses de esté­riles esfuerzos por escribir lo que sólo se ha convertido en un vago recuerdo de la niñez y una artificial reconstrucción fruto de sus inves­tigaciones, el joven escritor concluye que no puede saber nada sobre su amigo de antaño. Sus intenciones, sus creencias, sus deseos, sus filias y fobias, los motivos que lo llevaron a escribir sus grandes nove­las le resultan completamente inaccesibles. Pero pronto se da cuenta de que esta oclusión no ocurre únicamente cuando intenta conocer la mente del sujeto de la biografía, sino que la suya propia, sus pro­pios estados mentales, comienzan a serle completamente ajenos, secretos, inasibles.

En este ejercicio literario que raya en lo onírico y lo surrealista, Auster sostiene veladamente una tesis propia de la filosofía de la mente: el acceso de un individuo a los estados mentales de otro es­tá vinculado con —utiliza los mismos mecanismos que, y opera

Autoconciencia animal y teoría de la mente

Jorge F. Morales Ladrón de Guevara*

* Columbia University.

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en conjunción con— los mecanismos que ese mismo individuo uti­liza para tener acceso a sus propios estados mentales. Para poder saber en qué estás pensando, necesito ser capaz de saber —en un momento u otro, en algún grado u otro— qué estoy pensando yo. Alguien podría ponerlo al revés; de hecho, en la literatura de las ciencias cognitivas y la psicología del desarrollo así se mira el pro­blema: sólo los individuos que tienen acceso a las otras mentes pueden aspirar a conocer sus propios estados mentales.

Sin embargo, esta idea es de por sí contestataria, pues la visión recibida de la modernidad es muy distinta. Es principalmente gra­cias a Descartes, pero también en cierta medida a Locke y Hume, que debemos la noción de acceso privilegiado.� Según la visión cartesiana de lo mental, podemos hacer juicios equivocados con res­pecto a muchas cosas, pero no con respecto a nuestra propia men­te. Ahí no hay error, el acceso a nuestros contenidos mentales es transparente. Esta visión de lo mental, claro está, ha sido amplia­mente debatida. Fenómenos tan evidentes como el autoengaño, los errores al informar acerca de nuestros propios estados mentales, las enormes fallas de la memoria y demás equivocaciones sobre nuestros contenidos mentales hacen fácil suponer que no es verdad que tenemos un acceso directo, o por lo menos no uno que sea infalible, a nuestro repertorio mental.

Ahora bien, que la visión cartesiana de lo mental se ponga fácil­mente en duda no significa que una tesis contraria pueda aceptar­se sin más. Así como difícilmente es verdadero que tenemos un método infalible para acceder a nuestros contenidos mentales, dife­rente del que utilizaríamos para acceder a los de otros individuos, tampoco es evidente que el mecanismo que empleamos para acce­der a nuestros estados mentales sea exactamente el mismo que el que utilizamos para acceder a los de otros.

Si el debate es de por sí acalorado, al trasladar el problema al campo de las mentes animales se vuelve más ríspido, ya sea por mo­tivaciones cartesianas según las cuales las habilidades mentales, en particular la de acceder a la propia mente, están restringidas a los

� El término “acceso privilegiado”, como es sabido, es contemporáneo. El con­cepto, sin embargo, se encuentra ya en la filosofía cartesiana.

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seres humanos, es decir por la influencia de ciertas tesis que podría­mos catalogar genéricamente como “lingüistas”, según las cuales la posesión de un lenguaje natural es necesaria para tener creencias. Por la vía que fuere, conceder a animales no­humanos la capaci­dad de atribuir creencias a otros individuos (teoría de la mente) o la capacidad de acceder de uno u otro modo a los propios estados mentales (ser autoconscientes o reflexivos) resulta en una argumen­tación que, hasta cierto punto, debe ir a contracorriente.

En lo que sigue analizaré, en primer lugar, la propuesta de Stich y Nichols (2003) para separar los mecanismos que permiten de­tectar los propios estados mentales de los mecanismos que sirven para detectar los estados mentales de otros individuos y razonar so­bre ellos. En un segundo momento, intentaré llevar su propuesta un paso más allá para sugerir que esa división de mecanismos po­dría estar filogenéticamente extendida por lo menos a algunos pri­mates. Para lograr esto, revisaré parte de la literatura sobre teoría de la mente (tm) y sobre pruebas de autorreconocimiento en espejos (are) para mostrar que los mecanismos de detección de estados men­ tales de otros y los de reconocimiento no necesariamente son para­lelos en la misma especie. A reserva de desarrollar el problema más adelante, anticipo que la conclusión de la independencia de meca­nismos de tm y are permitirá mostrar que un cierto grado de au­torreflexividad animal es posible, al margen de sus habilidades de tm o de pensamiento de segundo orden.

Antes de pasar a la siguiente sección, considero importante acla­rar cómo entenderé el término “autoconciencia”. Sin duda se pres­ta a un sinfín de interpretaciones, pero me gustaría dejar a un lado los tecnicismos.2 En lo que sigue, utilizaré los términos “reflexivi­dad”, “autoconciencia” o “autoconocimiento” de manera intercam­biable. Y por ellos entenderé un proceso mental a través del cual un individuo tiene de alguna u otra manera acceso a sus propios estados mentales. Y aquí la noción de acceso será fundamental pues con ella es posible entender acceso epistémico o acceso perceptual (si es que algo así existiera), acceso conceptual o no­conceptual, ac­ceso proposicional o a través de imágenes mentales, etc. Así que no

2 Para ver varios de ellos, consúltese Bermúdez, �999.

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me preocuparé por discutir el significado filosófico del autocono­cimiento o los requisitos que necesita cumplir una criatura para que se le puedan atribuir habilidades reflexivas. Más bien me ocupa­ré de explorar la posibilidad de que los mecanismos de atribución de estados mentales a otros individuos y a uno mismo sean inde­pendientes.

Introducción

El término “teoría de la mente” (tm) fue introducido a la literatura de cognición animal por Premack y Woodruff (�978). De acuerdo con ellos, un individuo tiene tm cuando “atribuye estados menta­les a sí mismo y a otros (sean éstos de la misma o de otra especie)” (p. 5�5). Tener tm implica ser capaz tanto de atribuir estados no observables directamente como usar dicha información para hacer predicciones, específicamente sobre la conducta de otros organis­mos. En términos más afines a la literatura filosófica, esta cuestión se puede reformular preguntando si un individuo utiliza o no cierta psicología popular para predecir la conducta de otros individuos.

Las investigaciones de Premack se concentraron específicamente en determinar la presencia o no de tm en chimpancés (Pan troglo­dytes), pero la cuestión puede ser fácilmente trasladada a otras espe­cies animales o inclusive, como ha ocurrido, a niños prelingüísticos o a humanos con déficit mental (autismo, esquizofrenia) o déficit fisiológico con implicaciones cognitivas (sordera).

El rango de estados mentales que puede tener un individuo es amplísimo. Éste incluye pensamientos, conocimientos, creencias, dudas, gustos, emociones, pretensiones, además de deseos, propósi­tos o intenciones. Tradicionalmente, estos estados se han conden­sado en dos estados básicos, cuya combinación permite formular estados complejos. Me refiero, claro, a creencias y deseos. Típicamen­te, “creencia” y “deseo” se definen como actitudes proposicionales, es decir, un estado mental particular cuyo contenido es una pro­posición, a la cual o bien se considera verdadera o bien se anhela su contenido respectivamente. A pesar de lo anterior, evitaré el uso de esta terminología en lo que sigue pues genera conflicto decir que

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un animal carente de lenguaje tiene actitudes frente a una propo­sición. Cuando utilice los términos “creencia” y “deseo” habrá que entender algo análogo, con contenidos presumiblemente no­pro­posicionales.3

El modelo de Stich y Nichols

En Mindreading, Stich y Nichols (2003) ofrecen un modelo fun­cional de los mecanismos que permiten desplegar las habilidades de tm en adultos normales, así como las habilidades para detectar los propios estados mentales. Si bien se preocupan por hacer que su historia sea verosímil con la filogenia y la ontogenia, en realidad dis­cuten muy poco la literatura en etología cognitiva, razón por la cual intentaré usar su modelo para las mentes animales. A continua­ción presentaré una breve exposición de su propuesta, para discu­tir el caso animal en las siguientes secciones.

Según su teoría (Stich y Nichols, 2003, caps. 2 y 3), la mente se puede describir como un conglomerado de diferentes mecanismos que operan de modo tanto independiente como interdependiente para producir los diferentes estados y procesos mentales que lleva­mos a cabo los seres humanos.� Los principales mecanismos serán una “caja” almacenadora de creencias y otra de deseos. Junto con estos dos mecanismos representacionales, hay un mecanismo infe­rencial encargado tanto de planear y realizar inferencias a partir de los contenidos de la caja de creencias como de actualizar los conte­nidos de la caja de creencias. Esta descripción básica de la arquitec­

3 Para más sobre mi posición y una discusión amplia sobre este punto véase Morales Ladrón de Guevara (2009).

� Dado que la descripción de los mecanismos es meramente funcional, es decir, sólo se preocupa por describir qué hace el mecanismo, no hay en ninguna parte del libro una descripción de cómo lo hace o qué estructuras neurales lo reali­zan. Estos dos últimos no son parte del nivel funcional, sino del nivel algorítmico o el nivel de implementación, respectivamente. Es por esto que pueden hablar holgadamente de “cajas” y “mecanismos”, sin preocuparse demasiado por los de­talles de su funcionamiento o sus bases neuronales. Véase el libro de Marr (�982) para más detalles sobre esta división de niveles de descripción.

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tura mental explicaría cómo funcionamos los seres humanos, cómo inferimos, deseamos, creemos, etc. A esto habría que agregar, claro, mecanismos de monitoreo del propio cuerpo (por ejemplo, detec­ción de hambre, sed, posición corporal), percepción, etcétera.

Sin embargo, lo anterior no es suficiente para explicar algo esen­cial de los seres humanos: nuestra capacidad para distanciarnos de la realidad. Somos capaces de generar hipótesis, hacer conjeturas, imaginar, fingir o mentir. Por ello, consideran necesario postular otro mecanismo, la “caja de mundos posibles”. Este mecanismo es­taría encargado de, con base en la información de la caja de creen­cias, simular nuevas creencias o cambiar los valores de verdad de las creencias del individuo, para generar nuevas posibles inferencias, planes, deseos, etc. Naturalmente, las creencias que se encuentran dentro de la caja de mundos posibles (cmp) tendrán que contener un marcador que le permita al individuo no confundirlas con creen­cias sobre el mundo real. Sus contenidos son condicionales o “co­mo si” fueran verdaderos. La aparición evolutiva de este mecanismo habría permitido a los primeros homínidos hacer predicciones, pla­neaciones estratégicas, generar hipótesis de cómo podría ser el mun­do, alejándose así de lo que podríamos llamar la tiranía de las percepciones presentes. Un mecanismo de mundos posibles me per­mite distanciarme de mis creencias actuales y hacer una serie de simulacros inferenciales de qué podría pasar si creyera algo distinto. Esos simulacros los puedo utilizar para mentir, manipular, jugar, experimentar, planear, predecir, etc. Según la propuesta de Stich y Nichols, es precisamente este mecanismo de mundos posibles que, al modo de una exaltación,5 permitió también que los seres huma­nos atribuyeran estados mentales a otros individuos, es decir, per­mitió el surgimiento de una teoría de la mente.

Stich y Nichols consideran que hay dos etapas en el desarrollo de tm. En la primera, los conceptos de creencia o inferencia no son necesarios y, por lo tanto, se trataría de una tm básica, infan­

5 El término fue acuñado por Gould y Vrba (�982). Ellos definen “adaptación” como “cualquier rasgo que promueve la adecuación (fitness) y que fue construi­do por la selección [natural] para su papel actual” (p. 6). Las “exaltaciones”, en cambio, son “los rasgos […] que evolucionaron para otros usos (o para ninguna función en absoluto), y después fueron ‘cooptados’ para su papel actual” (p. 6).

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til. Posteriormente, con la adquisición del lenguaje y la refinación de los conceptos antes mencionados, la tm tendría el funciona­miento sofisticado característico de los humanos adultos.

La lectura de otras mentes, en el nivel infantil, comenzaría con el desarrollo de la detección de metas y estrategias. “Predecimos la conducta de otros 1) usando las estrategias disponibles para descu­brir sus metas y 2) descubrir la mejor manera de lograr esas me­tas usando la descripción del mundo disponible en la cmp —una descripción que es diferente a la que tenemos en nuestra caja de creencias” (2003:65). Los niños tendrían desde muy temprano un mecanismo de detección de deseos que, junto con el sistema de planeación, podría explicar que detecten con relativa facilidad las intenciones de otros individuos. “El mecanismo de planeación de­be, claro, hacer uso de las creencias del individuo sobre el mun­do, pero según nuestra explicación de la lectura de mentes temprana ninguna de esas creencias son sobre creencias o estados perceptua­les del individuo a ser leído” (p. 8�). Y esto es importante porque cuadra bien con lo que sabemos sobre psicología del desarrollo. Por ejemplo, en análisis verbales del uso lingüístico de niños entre dos y seis años el uso de términos referentes a deseos aparece con­siderablemente antes que el de vocablos referentes a creencias, por lo que hasta este momento el niño sólo utilizaría los mecanismos de detección de deseos y sus propias creencias para hacer inferencias sobre la conducta de otros individuos.

Con la edad, la cmp entraría en acción junto con el sistema de detección de deseos y, aunado a los conceptos de creencia, inferen­cia, etc., que ahora estarían disponibles en la caja de creencias, se­ría posible explicar los mecanismos de lectura de otras mentes que tenemos los seres humanos adultos. A los dos años o dos años y medio, la cmp está disponible pues hay evidencia de que los niños pueden fingir y realizar pensamientos hipotéticos. Sin embargo, no utilizan todavía la cmp ya para leer otras mentes. Las pruebas de creencia falsa6 muestran que, en el mejor de los casos, es hasta los

6 La idea de una prueba de creencia falsa surgió casi a la par de la teoría de la mente con los comentarios al artículo seminal de Premack y Woodruff. La idea es que fuera una prueba que resultara definitiva para probar tm (cf. Bloom y Ger­

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tres años y normalmente después de los cuatro, que los niños pue­den pasar esta prueba crucial para la atribución de una tm cabal a un individuo.7 El proceso clave para comenzar a atribuir creencias falsas a otros individuos se da cuando se supera el proceso de atri­bución por default de creencias. Según su modelo, atribuimos por default a otros individuos las creencias que tenemos en nuestra caja de creencias. Si el niño pequeño cree que en una caja hay choco­lates, aunque otro sujeto no pueda saber que en la caja hay chocola­tes, el niño pequeño atribuirá al otro sujeto su propia creencia de que en la caja hay chocolates. Cuando el mecanismo de cmp co­mienza a utilizarse en algún momento después del tercer o cuarto año, éste permite que se frene o supere el proceso de atribución por default y el niño comienza a mezclar sus propias creencias con las creencias que genera la cmp con respecto a las creencias que podrían tener los otros individuos. Esto, claro, en colaboración con el me­

man 2000, para una opinión en contra del supuesto carácter definitivo de la prue­ba de creencia falsa para probar tm. Según argumentan, exige demasiados recursos lingüísticos y de memoria como para ser una prueba definitiva). La prueba clási­ca de creencia falsa (cf) fue desarrollada por Wimmer y Perner (�983) y luego modificada para convertirse en la prueba estándar por Baron­Cohen et al. (�985). Según la versión estándar de cf, es decir, una prueba lingüística diseñada para niños, se le presenta al sujeto un personaje, Sally, quien deja un objeto deseable (un chocolate, por ejemplo) en una canasta. Cuando Sally se ausenta de la habi­tación, otro personaje, Anne, quita el objeto y lo coloca en una caja. Se les pide a los niños que predigan dónde buscará Sally el objeto cuando regrese a la habi­tación. Usualmente los niños autistas no pasan la prueba, y los niños sin déficit la pasan sólo después de los cuatro años de edad. Los niños autistas y los meno­res de cuatro años responden que Sally buscará el chocolate en la caja (donde está el chocolate), y no en la canasta (donde Sally cree que está). (Véase Wellman et al., 200�, para una revisión de la literatura; véase Stenning y Van Lambalgen, 2008, para una crítica a los diferentes modos de plantear el problema. Por ejemplo, los resultados varían si se les pide que digan dónde buscará Sally o si se les pide que busquen donde creen que buscará Sally. Actuar a diferencia de responder ver­balmente, o la diferencia entre creencia y creencia que conduce a actuar, son re­levantes).

7 Es claro que los niños menores de cuatro años atribuyen algunas creencias. Sin embargo, el hecho de que no puedan atribuir creencias falsas hace pensar que el mecanismo de cmp no está en completa acción hasta después del cuarto cum­pleaños. Esto, por supuesto, no significa que no puedan hacer algunas atribucio­nes de creencias (y no meramente deseos).

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canismo de planeación, de inferencia y de detección de deseos y percepciones.8

Este recuento del modelo de lectura de mentes que proponen Stich y Nichols no es exhaustivo ni crítico, la idea es tener un pun­to de partida para explicar cómo podría funcionar la lectura de la propia mente, en particular en el caso de los animales no humanos. En la siguiente sección haré un breve repaso de la literatura más re­ciente acerca de la tm en animales, en particular en primates. Por el momento dejaré el modelo aquí presentado para retomarlo en la sección “Lectura de la propia mente”.

Teoría de la mente en primates no humanos

Premack y Woodruff, en su artículo seminal sobre teoría de la men­te, se contentan con hacer una pregunta que dé pie a una respues­ta tajante: ¿los chimpancés tienen o no tienen teoría de la mente? Si bien esto puede parecer radical, la metodología de la época y el he­cho de que se trataba de una investigación seminal no permitían obtener una respuesta más sofisticada. Su respuesta fue afirmativa, pues Sarah, el chimpancé que utilizaron, dio suficientes muestras de comprender los estados mentales de otros individuos. Esto, por supuesto, se trata sólo de la punta del iceberg pues los resultados estuvieron limitados a un solo sujeto que había sido entrenado con un lenguaje simbólico. La respuesta, además, es tajante. Los auto­res mismos reconocen que sería interesante determinar en otros sujetos si esta teoría, en caso de tenerla, es buena o mala para hacer predicciones, si tienen una tm tan completa como la humana o si sólo poseen una versión parcial de ésta, o si su tm funciona de la misma manera que la nuestra.

La respuesta que ofrecieron, provisional si se quiere, es que “el simio sólo puede ser un mentalista, [...] no es lo suficientemente in­

8 El modelo de Stich y Nichols es, por supuesto, mucho más complejo de lo aquí expuesto. Habría que revisar directamente el libro para comprender los deta­lles. El modelo final, con todos los mecanismos integrados, queda registrado en el diagrama de Stich y Nichols, 2003:9�.

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teligente para ser un conductista” (Premack y Woodruff, �978:526). Y es que una de las ventajas que ofrece poseer tm es que representa un atajo cognitivo hacia los estados mentales de otros individuos. Si bien podríamos adquirir cierta rapidez y precisión con base en la experiencia y la habituación, un asociacionismo de rancio abolen­go como el humeano difícilmente podría explicar la sofisticación de las predicciones sobre el comportamiento de otros individuos.

A pesar del entusiasmo original de Premack y Woodruff, con­cederle a Sarah una teoría de la mente podría haber sido un paso apresurado. Experimentos más recientes, en concreto los realizados durante la década de los noventa (véase Tomasello y Call, �997; Po­vinelli y Eddy, �996), mostraron que los chimpancés en realidad no son capaces de adscribir a otros individuos (humanos, por lo general) los estados mentales correspondientes a sus acciones o a su acceso perceptivo del entorno. Experimentos de la última déca­da, sin embargo, han terminado por mostrar que bajo ciertas condi­ciones de control, diferentes primates, no sólo chimpancés, sí dan muestras claras de poseer una teoría de la mente de dominio espe­cífico.

El modo más claro de probar la presencia de tm en primates es mediante experimentos que muestran sus habilidades sociales pa­ra tomar la perspectiva cognitiva de otro individuo. Si bien la toma de un papel (como en los experimentos originales de Pre­mack, donde Sarah presuntamente tomaba el rol de un actor en un video) podría mostrar la atribución de estados mentales, no es completamente claro cómo discernir esta interpretación entre otras no­mentalistas. En los experimentos que considero decisivos para establecer la presencia de tm en primates se evalúan las habilidades para posicionarse en una relación social, como son las jerarquías de dominación­subordinación en el marco de una competencia (que de suyo no son definitorias de tm), en conjunción con el des­pliegue de habilidades para considerar la perspectiva epistémica en la que se encuentran los individuos con los que se está interac­tuando socialmente. Las tareas de robar comida a otros individuos y las de creencia falsa se insertan en esta categoría.

Uno de los estudios más citados es el de Povinelli y Eddy (�996), en el cual reportan �5 experimentos con chimpancés (Pan troglody­

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tes) jóvenes en su laboratorio. Estos animales fueron entrenados pa­ra pedir comida extendiendo la mano, gesto que es común en esta especie. Los simios fueron colocados detrás de una pared de acrí­lico con dos orificios separados horizontalmente entre sí. Detrás de cada orificio se encontraba un experimentador, es decir, dos en total. El animal debía pedir comida a uno de los dos investigado­res a través de uno de los orificios. Uno de los investigadores tenía acceso visual al chimpancé y el otro no. Los chimpancés pidieron comida con más frecuencia al experimentador que tenía acceso vi­sual que al que no lo tenía, cuando el primero estaba completamen­te de frente y el segundo completamente de espaldas. No obstante, en el resto de las condiciones (por ejemplo, con la mirada desviada o con la cabeza cubierta por una cubeta, entre varias otras), a pesar de que para un humano adulto sería claro que es mucho más pro­bable ser atendido por alguien con quien se tiene contacto visual directo que por alguien cuya mirada no está dirigida hacia uno, los simios actuaron por debajo del azar.

En resumen, la pregunta de Premack recibió respuestas en con­tra por lo menos durante 20 años (Savage­Rumbaugh et al., �978; Povinelli y Eddy, �996; Tomasello y Call, �997; Heyes, �998). La conclusión generalizada era que los primates no humanos son ca­paces de predecir las acciones de otros en muchas situaciones con base en experiencias pasadas (y quizá algunas adaptaciones cogniti­vas especializadas), pero no van más allá de la superficie para alcan­zar las metas, percepciones, conocimiento y creencias que guían las acciones de otros individuos, humanos o de su misma especie.

Con el cambio de siglo también ocurrió un cambio de paradig­ma que transformaría el modo de ver las destrezas mentales de los primates por parte de la comunidad científica. A pesar del consen­so generalizado sobre la falta de tm en primates, y pese al carácter aparentemente concluyente de los experimentos de Povinelli y mu­chos más, este consenso recientemente ha sido seriamente puesto en duda. Fueron Tomasello y colegas suyos quienes propusieron un nuevo modelo para examinar las habilidades de tm en chimpancés (Hare et al., 2000; Hare et al., 200�; Hare, 200�). Los experimen­tos de los noventa estaban diseñados con un modelo cooperativo. Los chimpancés tenían que cooperar con el experimentador para

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obtener la comida. Sin embargo, los chimpancés y muchos otros primates no son cooperadores sino competidores. Las relaciones de dominación y subordinación marcan una vida social bastante com­petitiva para los miembros de dichas especies.

Uno de los experimentos dentro del modelo competitivo para probar tm que utilizaron Hare et al. (2000) coloca a dos chim­pancés —uno dominante y otro subordinado— en cuartos opues­tos, con un tercer cuarto en medio. En el cuarto de en medio hay dos pedazos de comida, uno que puede ser visto por ambos simios y otro oculto detrás de una barrera y que sólo puede ser visto por el chimpancé subordinado. En esta construcción del experimento, los chimpancés subordinados alcanzaron el trozo de comida ocul­to para el dominante de manera sistemática por encima del azar, y en un mayor porcentaje de ocasiones que cuando el dominante sí tenía acceso visual a los dos trozos de comida.

Estos experimentos mostraron que los subordinados sabían lo que el dominante podía ver, y por tanto predecían que se dirigiría a tomar el trozo de comida expuesto a ambos y no el que sólo ellos podían ver, haciendo de éste una buena opción para hacerse de co­mida sin entrar en conflicto con el dominante. (Para más resultados en este sentido, véase Tomasello et al., 2003, Tomasello y Hare, 200�; Bräuer et al., 2007) Valga aclarar que desde los experimen­tos de 2000 hasta la fecha, han descartado interpretaciones asocia­cionistas haciendo modificaciones en las pruebas: han descartado que la barrera le sirva como protección al subordinado utilizando barreras transparentes, o que el subordinado actúa con base en la conducta del dominante, dándole una ventaja al salir de la jaula al subordinado y que así no pueda verse influido por la dirección que toma el dominante, etcétera.

Por otra parte, Laurie Santos y sus colaboradores han mostrado en los últimos años que monos del Viejo Mundo, macacos o mo­nos Rhesus en este caso, cuando se encuentran bajo un paradigma competitivo pueden demostrar que interpretan el acceso visual de otros individuos (humanos) de modo mentalista.9 Estos estudios

9 Hay un experimento (Kuroshima et al., 2003) que prueba la habilidad de un mono del Nuevo Mundo, un mono capuchino (Cebus apella), para recono­

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son importantes porque llevan la presencia de la tm más allá del ám­bito de los primates y permiten que los monos tengan también ac­ceso a las mentes de otros individuos. A diferencia de los estudios de Tomasello y Povinelli, Santos probó las habilidades mentales de los monos en un contexto ecológico, completamente natural, a diferencia de las pruebas de laboratorio usuales.

Algunos de los experimentos realizados por Santos (Flombaum y Santos, 2005; para un compendio de varios experimentos véase Santos et al., 2007) incluyeron condiciones muy similares a las uti­lizadas por Povinelli y Eddy (�996). La gran diferencia, además del contexto natural, fue el uso del modelo competitivo. Povinelli uti­lizó un modelo donde los chimpancés y los entrenadores debían cooperar, lo que según la hipótesis del modelo competitivo podría disminuir o anular su capacidad de tm.

El principal presupuesto de los experimentos es que los monos estarían motivados a tomar comida si podían evitar ser detecta­dos por el ser humano que estaba cerca de ésta. Si pasaban la prue­ba significaría no sólo que son capaces de seguir la mirada, sino de entender los estados mentales de aquellos a quienes miran. Tener éxito en el robo de la fruta implica mucho más que seguir la mira­da; implica que los sujetos deben usar espontáneamente infor­mación sobre el acceso perceptivo de otro individuo, lo cual le daría relevancia al experimento.

En el primero de seis experimentos reportados en Flombaum y Santos (2005), el mono debía “robar” una uva de una plataforma que era visualmente inaccesible para un experimentador y no la que estaba en el campo visual de un segundo experimentador. Probaron varias posiciones para excluir que los monos se guiaban por la pos­tura corporal de los dos experimentadores. Por ejemplo, en el pri­mer experimento no sólo estaba uno de frente a la uva y otro de espaldas, sino que lo estaban en relación con el mono también. Así que en una segunda prueba se colocó a ambos experimentadores de perfil (90°) con respecto al mono, aunque de frente y de espaldas respectivamente en relación con la uva. En estos primeros dos ex­

cer si una persona sabe o no sabe dónde hay comida. No obstante, el experimen­to es poco elegante y los resultados están limitados a un solo animal.

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perimentos y en los cuatro restantes reprodujeron condiciones muy similares a las de Povinelli y Eddy (�996). En todos los experimen­tos los monos actuaron muy por encima del azar, mostrando que comprendían que un investigador tenía acceso visual a la uva y el otro no.

Después de obtener resultados similares en diversas pruebas, San­tos ofrece una explicación filosófica de los mismos:

Los contextos sociales competitivos tienen una propiedad impor­tante que puede servirles para hacerlos mentalistamente más trata­bles que los cooperativos. Específicamente, una de las propiedades axiomáticas de la competencia entre miembros de la misma especie es que casi siempre involucra a dos individuos que desean un recur­so limitado por la misma razón. Cuando dos primates contienden por comida o por acceso reproductivo con una pareja, es una asun­ción segura que ambos tendrán las mismas intenciones básicas con res­pecto al recurso en cuestión. Debido a estos objetivos en común, un primate en competencia inmediatamente tiene acceso a un podero­so conjunto de pistas con respecto a los estados mentales de su compe­tidor: a saber, sus propios estados mentales (Lyons y Santos, 2006: �89).

De la cita anterior se deduce que Santos está a favor de una in­terpretación de la tm como una habilidad mental de dominio es­pecífico que es compatible con la teoría de Stich y Nichols que expondré más abajo, en oposición a la teoría­teoría de tm (Gopnik y Wellman, �992), expuesta también más abajo. Es más plausible que evolucionara primero una tm restringida a situaciones de com­petencia, pues requiere menos recursos computacionales ya que los estados mentales del rival son presuntamente los mismos. Si bien el contexto etológico y ecológico que Santos utiliza en sus experimen­tos es un detonador de los mejores resultados de los monos, como lo muestran los resultados de laboratorio de Tomasello, no es un requisito indispensable para que los primates desplieguen tm. Lo importante es que la tarea sea evolutivamente relevante, y un con­texto de competencia lo es bastante.

Chimpancés y monos han demostrado tener habilidades de tm que les permiten, en contextos competitivos, saber lo que otros in­

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dividuos saben, ven, desean y, en algunos casos, lo que escuchan. Sin embargo, un reciente artículo de Kaminski et al. (2008) mues­tra que a pesar de que los chimpancés distinguen entre estados de conocimiento e ignorancia en sus rivales, no son capaces de saber —a diferencia de niños mayores de cuatro años y adultos, y al igual que niños autistas— cuáles son las creencias falsas de dichos rivales.

Si bien hay evidencia de que los chimpancés no pasan una ver­sión no verbal de la prueba de creencia falsa, también es cierto que hay dos razones importantes, ajenas a la posesión de tm, que expli­can su fallo. La primera es que la prueba requiere habilidades men­tales que van mucho más allá de tm, como el control motriz o la excesiva carga para la memoria a corto plazo (véase Bloom y Ger­man, 2000:B27­B28, y Kaminski et al., 2008:233). Pero no sólo eso, también se ha especulado que pasar una prueba de creencia falsa implica tener la habilidad de generar una inhibición en el pro­ceso de inferencia, inhibición que podría no estar disponible en autistas ni primates no humanos (véase Stenning y Van Lambalgen, 2008, cap. 9, especialmente:25�­262.) Esta inhibición se compren­de mejor si se contrasta con lo que Leslie (�99�) considera típico de las creencias, a saber, que éstas son verdaderas. El proceso por el cual se representa que un individuo posee un estado mental con un con­tenido que no representa la realidad (creencia falsa) es un proceso más complejo que simplemente atribuirle una creencia verdadera. Los niños pequeños y los autistas parecen no poder inhibir el pro­ceso normal con el que usualmente consideran que las creencias de otros son verdaderas. Los chimpancés, en cambio, podrían ser guiados por la “fuerza” de la presencia de la comida, imposibilitán­doles la inhibición necesaria para pasar la prueba. Quizá, aunque saben que el otro ignora dónde está el alimento, la presencia de éste en otro sitio es demasiado fuerte. Está bien estudiado que las ha­bilidades de inhibición y control ejecutivo en niños pequeños y en chimpancés son inferiores que en niños mayores. Un ejemplo de esto es el clásico efecto A no­B de Piaget (véanse Stenning y Van Lambalgen, 2008:27�­276; Kaminski et al., 2008:233). Así lo re­portan Clements y Perner (�99�), quienes muestran que niños nor­males de tres años dan la respuesta equivocada y simultáneamente

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miran al lugar adecuado. Todo parece indicar que los niños en esta franja de edad tienen conocimiento implícito de cuál es la respues­ta correcta, y quizá inclusive actuarían correctamente, pero no pue­den explicitar verbalmente dicho conocimiento.

Naturalmente, todos estos experimentos apuntan a que el mode­lo de Stich y Nichols aplicaría también para primates. Esto es, los mecanismos de tm en primates serían similares a los de la tm tem­prana descrita en la sección anterior, precisamente en el estado pre­vio a que entre en funcionamiento la cmp. Es precisamente la imposibilidad de incluir en sus procesos de inferencia las creen­cias de otros y distanciarse de la realidad lo que parece impedir que los chimpancés pasen las pruebas de creencia falsa. Sin duda hace falta más evidencia a este respecto, pero al menos lo que tene­mos hasta el momento hace pensar que el modelo de Stich y Nichols es congruente no sólo ontogenéticamente, sino también filogené­ticamente.

Lectura de la propia mente

El recorrido para llegar a discutir el autoconocimiento animal ha sido largo, pero indispensable para colocar la evidencia en su jus­ta dimensión. En esta sección discutiré primero el modelo de Stich y Nichols, luego haré un recuento de la evidencia en etología ani­mal sobre pruebas de autorreconocimiento en espejo. El análisis de ambos lo dejaré para las conclusiones.

El mecanismo de monitoreo

Stich y Nichols (2003:�50­�60) consideran que una corriente más o menos mayoritaria en el terreno de la psicología del desarrollo en relación con las capacidades de autoconocimiento es la denomina­da teoría­teoría de la autoconciencia.�0 Según esta postura, la infor­mación sobre sí mismo a la que tiene acceso un sujeto reflexivo se

�0 Consideran que los representantes de esta teoría son muy vagos al explicar su posición, por lo que es difícil identificarlos. Sin embargo, señalan como defen­

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obtiene a través de mecanismos paralelos a los mecanismos a través de los cuales obtiene información sobre otras mentes. Si bien la teo­ría­teoría sobre la autoconciencia permite que haya rutas distintas de obtención de información sobre uno mismo (digamos que uno no sería un conductista con respecto a su propia mente), consideran que en el terreno del desarrollo psicológico hay un paralelo en los mecanismos utilizados. Sin embargo, es muy poco claro a qué se refieren los defensores de la teoría­teoría cuando hablan de “rutas distintas” para acceder a los propios estados mentales pero parale­las a los mecanismos de tm. Haciendo este problema explicativo a un lado, su posición defendería que las habilidades de tm y de au­toconciencia se desarrollan en paralelo: si uno es incapaz de atri­buir creencias falsas a otros individuos, tampoco podrá atribuirse a sí mismo creencias falsas; si uno es capaz de detectar el engaño en alguien más, será capaz de engañar a otros y detectar cuando es enga­ñado, etcétera.

La teoría­teoría, entonces, obligaría a que sólo los individuos de las especies capaces de atribuir estados mentales a otros sean capa­ces de tener acceso a sus propias mentes. Para decirlo de otro modo, alguien sin tm sería tan ajeno a sí mismo como le resulta otro in­dividuo, y viceversa, quien no pudiera tener acceso a sí mismo no podría cruzar a los linderos del otro, como sospechaba Paul Auster. En el mejor de los casos, percibiría sus acciones y su propio cuerpo de modo meramente conductista: detectaría movimientos, despla­zamientos, cambios fisiológicos, pero no percibiría emociones, in­tenciones, deseos, creencias, y mucho menos que todos estos estados mentales le pertenecen a sí mismo.

Estos teóricos ofrecen cierta evidencia empírica que Stich y Nichols recopilan abundantemente. Más que detenerme en esta evidencia,�� paso ahora a revisar su propuesta. Según su modelo, los seres humanos tendríamos un mecanismo de monitoreo (indepen­

sores de la teoría­teoría a Gopnik y Wellman (�992), Carruthers (�996), Frith y Happé (�999), Perner (�99�), Frith (�99�) y a Wimmer y Hartl (�99�).

�� Ellos se encargan de descartarla o minimizarla. Su estrategia argumentati­va consiste en mostrar o bien que la evidencia favorece por igual a la teoría­teoría que a su propio modelo, o bien que de hecho va en contra de la teoría­teoría y favorece más a su propio modelo. Véase Stich y Nichols, 2003:�65­�87.

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diente de los mecanismos encargados de desplegar tm), cuya fun­ción es detectar los propios estados mentales. Destaco el término detectar, pues consideran que, al igual que los defensores de la teo­ría­teoría, los mecanismos para razonar y hacer inferencias sobre las creencias y los deseos de los demás y sobre uno mismo, son los mismos. En cambio, el mecanismo de detección de los propios esta­dos mentales es distinto de los mecanismos de detección de deseos y creencias de los demás.�2

Stich y Nichols respaldan su modelo con evidencia en la doble disociación que se presenta en autistas y pacientes con esquizofre­nia. Por un lado, personas con autismo y Asperger son capaces de describir sus propios recuerdos, sus emociones en un momento en particular. Inclusive, en autobiografías de adultos con Asperger se narra una buena cantidad de acontecimientos y recuerdos de sus vi­das directamente relacionados con sus propios estados mentales y emocionales (véase Stich y Nichols, 2003:�87­�89). Como vimos en la sección anterior, no obstante, las personas con autismo tie­nen severos daños en sus habilidades de tm: no reconocen inten­ciones fácilmente, no pasan pruebas de creencia falsa que niños de cuatro años normales sí pasan, y no se involucran espontánea­mente en juegos que requieran fingir. Ante esta evidencia más o me­nos robusta, los autistas son un claro ejemplo de individuos que pueden tener acceso a sus propias representaciones mentales, aun cuando tengan grandes dificultades para comprender las mentes de los demás.

Un punto importante de resaltar es que, si bien los autistas pue­den hablar de sus recuerdos y emociones, lo hacen de una manera un tanto extraña y sesgada. Sin embargo, esto se explica por la po­ca representatividad que los estados mentales en general tienen en su vida. Dado que no detectan con normalidad los estados men­tales de los demás, y por tanto no los utilizan para convivir y pre­decir su conducta, sus propios estados mentales les resultan un tanto indiferentes. Sería algo así como el encuentro con una exqui­

�2 Ellos postulan un mecanismo de detección de deseos y metas para la detec­ción de deseos en otros individuos. Los mecanismos de detección de creencias son los expuestos en la segunda sección, donde la caja de mundos posibles juega un rol central.

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sita botella de Chianti por parte de un renombrado catador y por una persona que disfruta poco del vino. Aunque el lego quizá detec­te sabores y taninos de manera normal, el reporte de su experien­cia será fragmentario y poco detallado, pues para él el vino no tiene importancia ni tiene suficiente experiencia en su degustación. Por su parte, el experto catador podrá dar una rica y prolija descrip­ción de su experiencia al probar el vino. Esto no significa que el lego no haya probado el vino o que no tenga la capacidad de saborearlo. De la misma manera, los extraños y parcos reportes de autistas no implican un déficit en los mecanismos de detección de sus propios estados mentales; simplemente les son un tanto indiferentes y están poco acostumbrados a tratar con estados mentales, pues los de los demás no les resultan accesibles o relevantes.

El segundo caso que utilizan como evidencia de la posibilidad de disociar el mecanismo de monitoreo del resto de los mecanismos inferenciales sobre estados mentales es el de los pacientes con es­quizofrenia. Estos casos, a la inversa de los autistas, muestran que los esquizofrénicos que tienen “experiencias de pasividad” o “sín­tomas de primera categoría”, como son llamados, tienen la im­presión de que sus sentimientos, deseos o actos les son ajenos y que se encuentran bajo control externo. Los pacientes creen que sus propias acciones son gobernadas por alguna fuerza ajena a ellos mismos, o incluso creen que sus pensamientos y recuerdos son ma­nipulados, extraídos o cambiados por alguien más (véase Stich y Nichols, 2003:�89­�92). No obstante este enorme impedimento para acceder a su propia mente, los pacientes con esquizofrenia no tienen ningún problema para pasar las pruebas típicas de tm. Lo anterior muestra, de nuevo, que los mecanismos de autoconcien­cia son independientes de los mecanismos de tm.

Autoconciencia animal: pruebas de autorreconocimientoen espejos (are)

Es tiempo de pasar al caso de la mente animal. La pregunta por la posible reflexividad de los estados mentales de los animales es lar­ga y ampliamente debatida (para una reciente discusión desde di­ferentes aproximaciones, véase López Farjeat, 2009). Típicamente

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se ha asumido que los animales, los niños prelingüísticos y los ho­mínidos no pueden tener (o no pudieron tener) pensamientos que involucren lo que Bermúdez denomina ascenso intencional (Ber­múdez, 2003; véase también �998 para un planteamiento concreto del problema de la autoconciencia). Esto significa que no pueden tener pensamientos cuyo contenido sea otro pensamiento, es de­cir, no pueden tener pensamientos de segundo orden. Este tipo de pensamientos requiere necesariamente un vehículo lingüísti­co para que puedan ser representados.�3 No parece probable que los animales puedan tener pensamientos cuyo contenido refiera a al­gún tiempo distante en el futuro o el pasado,�� contrafácticos, mo­dalidad,�5 relaciones sociales�6 o pensamientos reflexivos, que son los que aquí nos interesan. La necesidad de un vehículo lingüístico para tener todos estos pensamientos proviene de la necesidad de detener en la mente cierto pensamiento (una proposición) y descar­gar así la pesada tarea computacional que el pensamiento de segun­do orden implica.

No obstante, este planteamiento tradicional asume una de las premisas que pretende mostrar, a saber, que el pensamiento refle­xivo es, de hecho, proposicional. Si atendemos a lo implicado por el modelo de Stich y Nichols para seres humanos, tenemos que el

�3 Véase sin embargo, el artículo de Lurz (2007) para una interesante defensa de la posibilidad de tener pensamientos de segundo orden sin necesidad de len­guaje.

�� Esto podría ser disputado por ciertos experimentos sobre memoria en ani­males como ratas y arrendajos (Hasselmo y Eichenbaum, 2005; Clayton et al., 2007). Sin embargo, lo que quiero decir es que los animales no pueden pensar sobre algo que haya pasado dos mil años atrás o que pasará en los próximos qui­nientos años.

�5 Hay buenas razones para defender que algunos animales evalúan probabi­lidades (en el sentido bayesiano del término), pero esto no debe confundirse con las nociones metafísicas de necesidad y posibilidad (véase Rescorla, 2009).

�6 Muchos animales comprenden relaciones sociales de jerarquía, dominan­cia y subordinación, así como relaciones familiares dentro y fuera de sus propios grupos. Esto no significa, sin embargo, que sean capaces de representar relacio­nes sociales que requieran la institución del lenguaje, tales como “Director de la compañía XYZ”, “miembro honorario de la asociación Tierra Gemela”, “ingenie­ro, doctor o abogado”, “ex esposa de Y”, etcétera.

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mecanismo de monitoreo en ningún momento obliga a que los contenidos de las cajas de creencias monitoreadas sean proposicio­nes. Si bien su modelo está diseñado para humanos lingüísticos, también es cierto que ellos mismos aplican su modelo a niños pre­lingüísticos, con lo cual dejan abierta la posibilidad de que los contenidos de la caja de creencias no estén codificados —al me­nos no necesariamente— en vehículos lingüísticos.

Así, este mecanismo de monitoreo permitiría a algunos anima­les no humanos detectar sus propios estados mentales. Digamos que este mecanismo permite poner un marcador de pertenencia a ciertos contenidos mentales, un marcador donde el individuo pue­de detectar que él o ella es el sujeto de una emoción, o que cierta creencia o percepción le afecta directamente, o que está en su po­der actuar con base en ciertas creencias o percepciones. Este meca­nismo de monitoreo, entonces, actúa como ese indicador del que carecen los pacientes con esquizofrenia. Y si atendemos a las consi­deraciones de autoras tan disímiles como Susan Hurley o Christine Korsgaard, buena parte de los estados mentales que se pueden de­finir como “autoconscientes”, en realidad lo son por razones prácti­cas y no teóricas. Hurley, hablando de las razones que puede tener un animal no humano para actuar, considera que es necesario que una razón forme parte del nivel consciente de un agente, en oposición a un nivel inferior y automático (no consciente y sub­personal o subanimal). No obstante, considera que hay razones no conceptuales que forman parte de la perspectiva del agente y que pueden, por tanto, contar como razones para el agente. Tener ra­zones para actuar y, por tanto, para creer, es independiente de la posesión de un lenguaje o conceptos. Se requiere, señala Hurley (2006:��2), que el animal tenga la capacidad de distinguir entre sus experiencias y el mundo, pero esto lo hace la mayoría de los anima­les sin problema alguno. Señal de ello es que controlan dinámi­camente sus movimientos para controlar a su vez sus experiencias perceptivas y evitar obstáculos gracias a sus percepciones, y así, si­multáneamente, sus percepciones ofrecen razones para la acción. Lo anterior muestra que tienen algún tipo de acceso o monitoreo de sus propios estados mentales. No hay, sin embargo, ningún motivo para pensar que deben ser, a su vez, conscientes de que dichas creen­

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cias y dichas percepciones juegan un rol justificatorio de cara a sus acciones, percepciones y creencias. Con esto se evita el desmedido requisito del lingüismo de que haya razones de segundo orden, y a la vez se permite que las creencias de hecho sean razones para el sujeto. Entonces, podemos considerar que el animal controla sus acciones porque de algún modo sabe que sus creencias y percepcio­nes están bajo su control —y a esto le podríamos llamar autocon­ciencia o reflexividad— sin que por ello implique que el animal deba tener una creencia explícita del tipo “ésta es mi creencia”.

Por otra parte, Christine Korsgaard, discutiendo asuntos sobre identidad personal, comenta que,

[...] la conciencia, entonces, es una característica de ciertas activida­des que desempeñan los animales [humanos y no­humanos]. Estas actividades incluyen el percibir; varias formas de prestar atención como mirar, escuchar y notar; actividades más intelectuales como pensar, reflexionar, recordar y leer; y moverse voluntariamente. La conciencia no es un estado que haga estas actividades posibles, o una cualificación del sujeto que pueda llevarlas a cabo. Es una carac­terística de las actividades mismas. Es desconcertante decir que debes estar consciente para llevarlas a cabo, porque que seas capaz de lle­varlas a cabo es todo lo que estar consciente implica. [...] Es cru­cial, cuando se piensa en estos asuntos, no confundir estar ocupado en una actividad consciente con estar consciente de una actividad. Quizás esta confusión es la que descansa detrás de la bizarra idea cartesiana de que los animales no­humanos son inconscientes. En el sentido directo y práctico, un animal [no­humano] adulto que está cazando y está, por ejemplo, acechando a su presa, sabe exacta­mente lo que está haciendo. Pero sería raro decir que está conscien­te de lo que está haciendo o que sabe algo sobre ello. De lo que está consciente es de su entorno, el olor de su presa, el pasto doblándo­se silenciosamente bajo sus pies. La conciencia que es inherente a las actividades psíquicas no debe entenderse como una observación interna de esas actividades, un estado teórico. La conciencia de un animal [no­humano] puede ser enteramente práctica (Korsgaard, �996:375­376).

En esta representativa cita de Korsgaard se puede evidenciar la importancia de la práctica por encima de la teoría. Cuando deci­

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mos que un animal es autoconsciente no queremos decir que tenga pensamientos del tipo “me doy cuenta de que percibo x” o “sé que creo y”, sino que tiene herramientas para monitorear sus propios estados mentales y actuar en consecuencia.

Es precisamente en esta línea que los experimentos de autorre­conocimiento en espejos o are se vuelven relevantes. Fue G. G. Gallup quien en �970 diseñó por primera vez estas pruebas. Se co­locaba a un chimpancé en aislamiento por dos días, después se le regresaba a su jaula; los primeros dos días se colocaba un espejo a 3.5 metros de distancia, y ocho días después a 0.6 metros. Lo que Gallup observó fue que al principio los chimpancés desplegaron con­ductas sociales, como si lo que vieran en el espejo fuera un congéne­re. Con el tiempo las conductas sociales disminuyeron y comenzaron a aumentar las conductas dirigidas a sí mismos: se acicalaban partes de su cuerpo inalcanzables sin el espejo, sacaban comida de entre sus dientes, llevaban a cabo manipulaciones de tipo genital­anal ayudados por el espejo, hacían caras frente al espejo, etc. “En todos los casos de conducta dirigida a sí mismos, el yo es el referente a través del reflejo, mientras que en el caso de la conducta social el re­flejo es el referente” (Gallup, �970:�67). Al décimo día se les anes­tesió y se les pintó una marca en la parte superior de la ceja y de una oreja. La pintura era especial para que no oliera y no resecara el pelaje o la piel, de tal modo que al despertar fuera completa­mente indetectable. El siguiente paso consistió en sacar el espejo de las jaulas y analizar por 30 minutos cuántas veces tocaba espon­táneamente el chimpancé las partes cubiertas por la pintura. Luego se volvía a colocar el espejo a 0.6 metros de distancia de la jaula y se analizaba su conducta otros 30 minutos. Los chimpancés se tocaban significativamente más veces las marcas de pintura cuan­do estaban frente al espejo, en una clara actitud exploratoria, de las que lo hicieron sin el espejo. Con esto, Gallup pretendía con­cluir que algún concepto de sí mismo debía entrar en operación en estos animales. Intentó replicar el experimento con monos Rhesus y otros monos del Nuevo Mundo, pero ninguno de los especíme­nes redujo la conducta social, aun cuando en algunos casos se les dejó el espejo por tres semanas.

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Han pasado �0 años desde los primeros experimentos de Gallup y se han hecho muchas réplicas con chimpancés, además de que la habilidad de are se ha encontrado en gorilas (Gorilla gorilla) (Par­ker, �99�),�7 y en mamíferos fuera del orden de los primates, como elefantes asiáticos (Elephas maximus) (Plotnik et al., 2006) y delfi­nes (Tursiops truncatus) (Reiss y Marino, 200�). Sin embargo, hoy todos los estudios que han intentado mostrar are en monos han fa­llado.�8

Gallup (�982; �983; �985) considera que el despliegue de habi­lidades de tm sólo es posible en individuos de especies que son capaces de tener conceptos de sí mismos. Para lo cual, de acuerdo con él, la clave es el autorreconocimiento en espejos, con lo que la esperanza de que monos u otras especies (o esquizofrénicos, incluso) mostraran tm era casi nula. No obstante, los recientes experimen­tos de Laurie Santos, discutidos en la sección precedente, pare­cen mostrar lo contrario. Los macacos sí pasan las pruebas estándar de tm bajo un paradigma competitivo. Y aunque no se han hecho pruebas de are fuera de mamíferos, investigaciones con aves y pe­rros han mostrado que éstos despliegan tm también. Para el pri­mer caso contamos con investigaciones en arrendajos (Aphelocoma coerulescens y Aphelocoma californica) (véanse Clayton et al., 2007; Dally et al., 200�; Emery, 200�; Emery y Clayton, 200�); y para el segundo, investigaciones con perros domésticos realizadas por el grupo húngaro de Miklósi (Miklósi et al., 2000).

�7 Durante mucho tiempo se pensó que los gorilas no tenían are, e incluso el experimento citado es muy controversial. Sin embargo, hay un impedimento na­tural para llevar a cabo normalmente la prueba. Y es que en el mundo social de los gorilas, mirar fijamente a otro gorila es una conducta agresiva y amenazante, por lo que, cuando se topan con “otro” gorila en el espejo, prácticamente no lo miran. Por esta misma razón, es muy difícil hacer que disminuya su compor­tamiento social para que comiencen a autoexplorarse, precisamente porque el comportamiento social consiste en no mirar.

�8 Frank de Waal probó recientemente que, aunque no hay reconocimiento en el espejo por parte de monos capuchinos (Cebus apella), su comportamien­to con la imagen reflejada no es idéntica a la que desplegarían frente a un mono real (De Waal et al., 2005).

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Conclusiones

Frente a la evidencia presentada en la sección precedente, pode­mos sospechar que no se sostienen ni el requisito de Gallup ni el de la teoría­teoría de la autoconciencia. De acuerdo con el prime­ro, sólo animales con un concepto de sí mismos (y presumiblemen­te, por lo tanto, que pasaran la prueba de are) podrían tener tm; y según la segunda, los mecanismos de lectura de la propia mente son los mismos que los de tm, y por lo tanto los primeros no esta­rían presentes ante la ausencia de los segundos.

Si bien algunas tareas de autorreconocimiento, como tocar mar­cas en el propio cuerpo al mirarse en un espejo, podrían implicar la posesión de un concepto de sí mismo, no queda claro que se tra­te propiamente de tm o que implique tm.�9 No es claro por qué te­ner un concepto de sí mismo sería atribuirse un estado mental o por qué se requeriría de poseer un concepto (de sí mismo o cual­quier otro) para ser un mentalista sobre los demás. La discusión sobre el aspecto práctico de la autorreflexión es relevante ahora. No es necesariamente a través de la teoría o de lo conceptual que pode­mos hablar de autoconciencia, sino a través de la práctica y la ac­ción. La unificación necesaria para actuar, y con ello la conciencia que implica, bastaría para considerar que por lo menos algunas es­pecies animales son autoconscientes. En qué grado y cómo es éste comparable con el de los seres humanos, es una pregunta abierta.

Por otra parte, los casos de esquizofrenia en seres humanos prue­ban que son falsas las hipótesis que hacen dependientes la auto­conciencia de tm. En dado caso, un pensamiento autorreferencial o reflexivo es un estado mental E�, con un contenido que no es precisamente otro estado mental E2, sino un estado mental E� con un indicador de posesión o pertenencia (quizá relacionado con el procesamiento en la memoria de corto plazo). Lo cual no es más

�9 Tampoco es completamente claro que lo que muestran las pruebas de are sea la posesión de un concepto de sí mismo. Un tipo de autoconciencia como el descrito por Korsgaard permitiría pasar la prueba sin que ello implicara la pose­sión de un concepto de sí mismo, es más, sin que implicara la posesión de con­cepto alguno.

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que refrendar lo ya dicho con respecto al marcador de pertenencia discutido previamente.

En consecuencia podemos concluir que, siguiendo el modelo de Stich y Nichols, y de acuerdo con cierta evidencia de la psico­logía animal, individuos de especies de primates no humanos al menos, y probablemente varios mamíferos también, son capaces de tener pensamientos sobre ellos mismos. Los elefantes que se re­conocen en el espejo casi con seguridad no tienen pensamientos del tipo “yo tengo una mancha en la oreja” o “yo estoy pensando ahora en ir a tomar agua con mi trompa”. Más bien podemos decir que sus acciones están integradas por pensamientos que contienen un marcador de posesión, un referente a sí mismos que les permi­te integrar sus diferentes pensamientos, emociones, percepciones y sentimientos en un solo agente congruente que interactúa apro­piadamente con el mundo.

Dadas las pocas especies con las que se ha experimentado (y pro­bado) la presencia de tm, si la teoría­teoría de la autoconciencia fuera verdadera, sería congruente tener pocas esperanzas de encon­trar conceptos de sí mismo, pensamientos autoconscientes, autoco­nocimiento o acciones reflexivas en el reino animal. No obstante, gracias a la independencia de los mecanismos de detección o monitoreo de los propios estados mentales y los mecanismos infe­renciales de los estados mentales de otros, es posible esperar que animales que no pasan la prueba de tm sí pasen la prueba de are; o viceversa.20 Esto puede ser interesante no sólo en sí mismo o para el avance de la etología cognitiva, sino que sabiendo de las limi­taciones en pacientes esquizofrénicos o en niños con autismo, en­contrar paralelos filogenéticos en otras especies de estas mismas disfunciones o disociaciones permitiría potenciar la investigación y, eventualmente, una posible cura o tratamiento para humanos. Inclusive, me aventuraría a decir que con un rango más amplio de

20 Las condiciones para pasar las pruebas son muchas y podrían estar restrin­gidas por especie. Por ejemplo, para pasar las típicas pruebas de are se necesitan especies que tengan bien desarrollado el sentido de la vista. De lo contrario, fá­cilmente podrían fallar la prueba sin que ello signifique automáticamente que no tienen un cierto grado de autoconciencia o integración consciente de la ac­ción. Lo mismo aplicaría para tm.

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pruebas, y dado el carácter eminentemente práctico de la autocon­ciencia tal y como la he entendido y descrito en este trabajo, es po­sible que se encuentren más especies que pasen las pruebas de are o análogas que las de tm. Si bien la tm puede parecer adaptati­vamente más útil, un sucedáneo que permitiera a los animales mera­mente reparar en la conducta de los otros y por tanto meramente dependiente de la percepción, es perfectamente posible y sería has­ta cierto punto eficaz. En cambio, la necesidad de integrar la acción del animal y la existencia de este marcador de posesión y control de los propios estados mentales, resultan indispensables para la ac­ción y con ello para la supervivencia. Naturalmente no estoy ha­blando aquí de autoconciencia de segundo orden, reflexiva, verbal. Ésta es mucho más complicada y probablemente sólo está presente en los seres humanos lingüísticos. La narrativa de la vida mental de los otros o de la propia biografía como a la que aspiraba Auster es accesible sólo a los seres humanos. No obstante, cometeríamos un error metodológico si no pusiéramos el énfasis en la práctica con respecto a la teoría, por lo menos en lo que a las mentes animales se refiere.

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