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Lewis Carroll AVENTURAS DE ALICIA BAJO TIERRA COLECCIÓN ETCÉTERA} Traducción de Modest Solans Mur

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Lewis Carroll

AVENTURAS DE ALICIA

BAJO TIERRA

{COLECCIÓN ETCÉTERA}

Traducción de Modest Solans Mur

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Primera edición, abril 2015

© De la traducción, herederos de Modest Solans Mur, 2015© Esdrújula Ediciones, 2015

ESDRÚJULA EDICIONESCalle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

[email protected]

Edición a cargo de Víctor Miguel Gallardo BarragánDiseño de cubierta : Guido Carini Espeche

Impresión : Safekat

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en elCódigo Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penasde multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo

o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquiertipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal : GR 445-2015ISBN : 978-84-943826-2-8

Impreso en España· Printed in Spain

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«Señalo este día con una piedra blanca». CharlesLutwidge Dodgson, conocido bajo el seudónimo de LewisCarroll, tomaba prestado el verso quem lapide illa diescandidiore notat, del poeta latino Catulo, para marcar ensu diario los acontecimientos excepcionales. Así lo hizoel día que conoció a Alice Liddell.

El 25 de Abril de 1856 Carroll acudió con su amigo elfotógrafo Reginald Southey a la residencia de HenryGeorge Liddell, padre de Alice y entonces deán del ChristChurch de Oxford, con la intención de fotografiar la

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INTRODUCC IÓN

Alice Liddell como Queen of theMay. C. L. Dodgson, 1860.

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catedral desde el exterior de la casa, situada frente almonumento. Finalmente, ya fuera por problemas deexposición o por haber encontrado otra temática másinteresante, dirigieron el objetivo de la cámara hacia lashermanas Liddell que en ese momento jugaban en el jar-dín. Esa misma noche anotaría en su diario: «ambastentativas resultaron fallidas», en referencia a las instan-táneas de la catedral, y añadió: «las tres niñas estuvieronen el jardín la mayor parte del tiempo y llegamos a hacer-nos excelentes amigos: tratamos de agruparlas en primerplano, pero no eran modelos pacientes». Y concluiría esapágina marcándola con la «piedra blanca», posiblementeporque imaginaba ya en su primer encuentro la granamistad que le uniría a Alice Liddell de ahí en adelante.

Lewis Carroll residió en la Universidad de Oxforddurante cuarenta y siete años, desde su ingreso comoalumno hasta su muerte en 1898. Fue en 1855 cuando

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Autorretrato de Lewis Carroll, 1857.

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comenzó a trabajar como profesor de matemáticas y tutordel Christ Church College. Ese mismo año también fuedesignado sub-bibliotecario y, por lo que sabemos, pasabalargas horas en las estancias de la biblioteca el año queconoció a Alice. Los ventanales de la sala de lectura seabrían directamente al jardín de la residencia del deán, aquien Carroll ya admiraba en su época de estudiante y delque ahora era colega de profesión. Los encuentros casi dia-rios con los miembros de la familia Liddell hicieron posibleel desarrollo de una estrecha relación y, sobre todo, de unacreciente amistad con los hijos de la pareja. Los recuerdosde este período fueron muy felices, tanto para Carrollcomo para sus pequeños amigos. Años más tarde Alice losdescribiría con cariño:

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Las hermanas Liddell en el jardín. C. L. Dodgson, 1856.

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Solíamos ir a sus habitaciones escoltadas por nuestraniñera. Cuando llegábamos allí, acostumbrábamos asentarnos en un sofá grande junto a él, mientras noscontaba historias, que iba ilustrando sobre la marchacon dibujos a lápiz o tinta. Cuando estábamos comple-tamente felices y divertidas con sus historias, solíahacernos posar, y exponía las placas fotográficas antesde que se nos hubiera pasado el buen humor. Parecíatener una reserva inagotable de esos cuentos fantásti-cos, que se inventaba según los iba contando, mientrasdibujaba afanosamente todo el tiempo en una hojagrande de papel. No siempre eran completamente inédi-tos. A veces eran nuevas versiones de antiguashistorias; otras veces partían de la misma base, pero seconvertían en cuentos nuevos debido a las frecuentesinterrupciones que abrían nuevas e inimaginables posi-bilidades. De esta forma, las historias, enunciadaslentamente con su voz discreta con ese curioso tartamu-deo, se perfeccionaban […]. Ser fotografiada era… unplacer para nosotras y no una penitencia como lo espara la mayoría de los niños. Esperábamos con ansialas horas felices en las habitaciones del tutor de mate-máticas […]. A veces venía a casa por las tardes, cuandoteníamos medio día de vacaciones […].

En los meses de verano Carroll recogía a las herma-nas Liddell en la residencia del deán y pasaban el díahaciendo divertidas excursiones por los campos cercanos.

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El parque de Nuneham era uno de sus destinos preferi-dos. Estaba tan sólo a ocho kilómetros de Oxfordsiguiendo la corriente del río Támesis, por lo que eraideal para los paseos fluviales.

[…] Cuando íbamos al río por la tarde con el señorDodgson, lo cual sucedía a lo sumo cuatro o cinco vecescada verano, él siempre llevaba una cesta grande conpasteles y una tetera, en la que solíamos hervir el aguabajo un almiar, si es que podíamos encontrar alguno.En raras ocasiones salíamos a pasar el día entero conél y entonces nos llevábamos el almuerzo en una cestagrande: pollo frío y ensalada y toda clase de golosinas.Una de nuestras excursiones favoritas de jornada com-pleta consistía en remar hasta Nuneham y merendar

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Los hermanos Liddell. C. L. Dodgson, 1857.

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en los bosques que hay allí, en una de las cabañas espe-cialmente dispuestas por el señor Harcourt para losexcursionistas […]. Después de haber elegido nuestrabarca con sumo cuidado, las tres niñas viajábamos depolizón en la popa, y el señor Dodgson daba la primerapalada […]. En el transcurso de estas excursionesseguía enseñándonos y eso nos producía una alegríainterminable. Cuando hubimos aprendido lo bastantepara manejar los remos, nos permitieron turnarnos conellos, mientras los dos hombres [Charles y Harcourt]vigilaban y nos instruían. Todavía puedo acordarme delo arduo que era remar a contracorriente desde Nune-ham, pero nos daba igual, pues pensábamos queestábamos aprendiendo y progresando. El día quepudimos «alzar los remos como es debido» fue glorioso.

Durante estas expediciones Lewis Carroll inventabaacertijos, juegos y cuentos para las hermanas Liddell;diversiones que disfrutaron sólo ellos y que, salvo poralgunos pocos testimonios, no han llegado a nosotros.Pero el 4 de Julio de 1862 fue un día especial: el grupode amigos, Carroll, Lorina, Alice y Edith, esta vez acom-pañados por Robinson Duckworth, amigo del escritor ydespués canónigo de Westminster, se dirigía remando ríoarriba hacia Godstow, otro de sus lugares predilectospara las meriendas campestres, mientras Carroll ibacreando un maravilloso relato protagonizado por unaniña llamada Alice. Este cuento, al igual que los que seconcibieron en excursiones anteriores, se habría perdido

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en el tiempo de no ser por la insistencia de Alice en queCarroll lo pusiera por escrito para ella.

Y así nació el relato Aventuras de Alicia bajo Tierra,cuento original y predecesor de Alicia en el País de lasMaravillas, que innovaría la literatura infantil en elmundo anglosajón y que hoy todos conocemos. LewisCarroll tituló el manuscrito Alice’s Adventures underGround, lo transcribió e ilustró con sus propios dibujos yse lo regaló a Alice Liddell en las navidades de 1864 conesta dedicatoria: «Regalo de Navidad a una QueridaNiña en Memoria de un Día de Verano».

La misma Alice detallaría años más tarde este soleado«Día de Verano» en la biografía que Stuart DodgsonCollingwod dedicó a su tío:

La mayoría de las historias del Sr. Dodgson nos fueroncontadas en excursiones fluviales a Nuneham o Gods-tow, cerca de Oxford. Mi hermana mayor era «Prima»,yo era «Secunda», y «Tertia» era mi hermana Edith.Creo que el comienzo de Alicia fue contado una tardede verano en la que el sol quemaba tanto que tuvimosque desembarcar en un prado, abandonando el botepara buscar refugio en el único pedacito de sombra quefue posible encontrar, al pie de una parva recién hecha.Surgió de las tres el viejo pedido: «Cuéntenos uncuento», y así empezó la encantadora historia. A veces,para fastidiarnos —y quizá porque estaba realmentecansado—, el señor Dodgson se interrumpía diciendo:«Y esto es todo hasta la próxima vez». «¡Ah, pero esta

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es la próxima vez!», exclamábamos todas, y tras unpoco de persuasión, la historia arrancaba nuevamente.Otro día podía ocurrir que la historia comenzara en elbote, y que el Sr. Dodgson, en mitad de una emocio-nante aventura, fingiera quedarse profundamentedormido, para nuestra gran consternación.

Más adelante volvería a referirse a aquel día:

Casi la totalidad de Alice’s Adventures under Groundnos la contó aquella calurosa tarde de verano, en que

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Página del diario de C. L. Dodgson, 1862.

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la sofocante bruma relucía por encima de los prados endonde el grupo había desembarcado para resguardarsea la sombra de los almiares próximos a Godstow [...].Tengo un recuerdo muy nítido de la expedición, y tam-bién me acuerdo de que al día siguiente empecé apedirle insistentemente que me escribiese el cuento,cosa que nunca había hecho antes. Debido a mi... insis-tencia, después de decirme que se lo pensaría,finalmente me prometió, aunque con titubeos, que sepondría a escribirlo.

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Página del diario de C. L. Dodgson, 1862.

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Lewis Carroll siempre recordó la «tarde dorada» del 4de julio, no sólo como aquella en que nacieron los cuentosde Alicia, sino como la más feliz y más resplandecientede todas sus tardes.

Más de una vez tuvimos que remar juntos —las trespequeñas y yo— en aquella corriente tranquila, y fue-ron muchos los cuentos de hadas que tuve queimprovisar en su honor, tanto si en ese momento elescritor estaba «en vena» y le venían a la mente fanta-sías no buscadas, como cuando había que incitar a laagotada Musa para que se pusiera en movimiento yésta obedecía dócilmente, más porque debía decir algoque porque tuviese realmente algo que decir. Sinembargo, ninguno de esos cuentos llegó a escribirse:nacieron y murieron, como los mosquitos de cadaverano, cada uno en su correspondiente tarde dorada,hasta que llegó un día en que, casualmente, una de mispequeñas oyentes me rogó que le escribiese el cuento.Eso fue hace muchos años, pero me acuerdo perfecta-mente, mientras escribo esto, cómo, en un intentodesesperado por abrir un nuevo camino a la tradiciónmágica, empecé por meter a mi heroína en una madri-guera de conejo, sin tener la menor idea de lo que iba asuceder después. Y así, por complacer a una niña a laque amaba (no recuerdo ningún otro motivo), laestampé en un manuscrito, y la ilustré con mis propiasburdas ilustraciones, ilustraciones que se rebelabancontra todas las leyes de la anatomía o el arte (porque

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yo nunca había recibido una lección de dibujo) [...]. Hanpasado muchos años completos desde aquella «tardedorada» que le dio el ser; sin embargo, puedo evocarlacasi con la misma claridad que si hubiese sido ayer:arriba el cielo azul sin nubes, abajo el espejo de lasaguas, la barca dejándose llevar por la corriente despreo-cupadamente, el tintineo de las gotas al caer de losremos, al agitarlos nosotros de un lado para otro soño-lientos, y (el único resquicio de vida en toda aquellasoporífica escena) los tres rostros anhelantes, ávidos denoticias del país de las hadas, que no consentían que seles dijese que «no», y en cuyos labios la cantinela«cuéntenos un cuento, por favor», ¡tenía la sombríainmutabilidad del Destino!

—COHEN, Morton N.: Lewis Carroll. Barcelona : Editorial Anagrama, 1995.

—COLINGWOOD, Stuart Dodgson: The Life and Letters of Lewis Carroll.

Londres: T. Fisher Unwin, 1898.

—GARDNER, Martin: Alicia Anotada. Madrid : Akal Ediciones, 1999.

—STILMAN, Eduardo: Los Libros de Alicia. La Caza del Snark. Cartas.

Fotografías. Buenos Aires : Ediciones de La Flor, 2000.

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CAPÍTULO I

Alicia estaba empezando a aburrirse de permane-cer sentada junto a su hermana en la margendel río, y de no tener nada que hacer : una o dos

veces se había asomado al libro que su hermana estabaleyendo, pero no contenía ni láminas ni diálogos, ¿y paraqué sirve un libro, pensó Alicia, sin láminas ni diálogos?Así que estaba sopesando mentalmente (todo lo bien quepodía, porque el caluroso día le hacía sentirse muy soño-lienta y atontada,) si el placer de hacerse una cadena demargaritas merecía el esfuerzo de levantarse y escogerlas margaritas, cuando un conejo blanco de ojos rosaspasó corriendo junto a ella.

No había nada muy especial en eso, ni tampoco Aliciaencontró muy fuera de lugar oír al conejo decirse a símismo: «¡dios! ¡dios! ¡llegaré demasiado tarde!» (cuandomás adelante pensó en ello, se le ocurrió que al oírlo ten-dría que haberse maravillado, pero en aquel momento todoparecía de lo más natural); sin embargo, cuando el conejorealmente se sacó un reloj del bolsillo del chaleco, lo miró,y luego aceleró, Alicia se levantó de un salto, porque relam-pagueó por su mente que ella nunca antes había visto unconejo con chaleco ni con un reloj que sacarse del mismo,

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y, llena de curiosidad, corrió tras él campo a través, y justoa tiempo de verlo meterse en una gran madriguera bajo elseto. Al instante abajo fue Alicia tras él, sin considerar nisiquiera una vez cómo demonios iba ella a volver a salir.

La madriguera continuaba un trecho recta como untúnel, y luego de repente caía en picado, tan de repente,que Alicia no tuvo ni un instante para pensar en dete-nerse, antes de encontrarse cayendo por lo que parecíaun pozo profundo. O el pozo era muy profundo, o ella caíamuy despacio, pues tuvo tiempo de sobra mientras des-cendía, para mirar a su alrededor y para preguntarsequé ocurriría después. Primero, intentó mirar haciaabajo y vislumbrar hacia qué se dirigía, pero estabademasiado oscuro para ver algo : entonces miró a lasparedes del pozo y vio que estaban llenas de alacenas yestanterías de libros : aquí y allá había mapas y láminascolgando de estacas. Cogió un tarro de uno de los estan-tes por los que pasaba : estaba etiquetado «Mermeladade Naranja», pero para gran decepción suya estaba vacío :no le pareció bien tirar el tarro por temor de matar aalguien allí abajo, así que se las ingenió para ponerlodentro de una de las alacenas mientras pasaba cayendo.

«¡Bueno!» pensó Alicia para sí, «¡después de una caídacomo ésta, me parecerá nada dar tumbos escaleras abajo!¡Qué valiente me creerán todos en casa! ¡Vamos, no diríanada ni aunque me cayera desde el tejado de la casa!» (locual era probablemente verdad.)

Abajo, abajo, abajo. ¿Es que la caída no iba nunca aterminar? «Me pregunto cuántas millas habré caído

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hasta ahora» dijo en voz alta, «tengo que estar llegandoa algún sitio cerca del centro de la tierra. Veamos :serían cuatro mil millas hacia abajo, creo» (se ve que Ali-cia había aprendido unas cuantas cosas de este tipo ensus clases escolares, y aunque ésta no fuese una ocasiónmuy buena para demostrar sus conocimientos, pues allíno había nadie para escucharla, aun así era una buenapráctica repasarlos,) «sí, ésa es la distancia correcta, peroentonces ¿a qué Longitud o Latitud estaré?» (Alicia notenía ni idea de qué era la Longitud, ni la Latitud tam-poco, pero pensó que eran unas palabras imponentesbonitas de pronunciar.)

En seguida empezó otra vez: «¡Me pregunto si caeré enlínea recta a través de la tierra! ¡Qué divertido será salirentre la gente que anda cabeza abajo! Pero tendré quepreguntarles cuál es el nombre del país, ya sabes. Porfavor, Ma´am, ¿esto es Nueva Zelanda o Australia?» — eintentó hacer la reverencia mientras hablaba, (¡imagínatehacer la reverencia mientras vas cayendo por el aire! ¿túcrees que podrías hacerla?) «y ¡vaya niña ignorante! pen-sará ella de mí por preguntarlo. No, nunca hay quepreguntar : tal vez lo vea escrito en alguna parte.»

Abajo, abajo, abajo : no había otra cosa que hacer, asíque Alicia pronto empezó a hablar otra vez. «Dinah meechará mucho de menos esta noche, ¡supongo!» (Dinahera la gata.) «¡Espero que se acuerden de su platillo deleche a la hora del té! ¡Oh, querida Dinah, me gustaríatenerte aquí! No hay ratones en el aire, me temo, peropodrías atrapar un murciélago, y eso es muy parecido a

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un ratón, ya sabes, querida. Pero, ¿los gatos comen mur-ciélagos?» Y aquí Alicia empezó a adormilarse, ycontinuó diciéndose, en una especie de entresueño «¿losgatos comen murciélagos? ¿los gatos comen murciéla-gos?» y algunas veces, «¿los murciélagos comen gatos?»pues, como no podía contestar a ninguna de las dos pre-guntas, no importaba el modo de formularlas. Sintió quese estaba quedando medio dormida, y ya había empezadoa soñar que iba andando de la mano con Dinah y dicién-dole muy seriamente, «Ahora, Dinah, querida mía, dimela verdad. ¿Alguna vez te has comido un murciélago?»cuando de pronto, ¡bamp! ¡bamp! dio en tierra sobre unmontón de palos y virutas, y la caída había terminado.

Alicia no se había hecho el más mínimo daño, y de unsalto se puso al momento en pie : miró hacia arriba, peroestaba todo oscuro por encima de su cabeza; ante ellahabía otro largo pasadizo, y el conejo blanco aún estabaa la vista, bajando a toda prisa por él. No había unsegundo que perder : hacia allá fue Alicia como el viento,y justo le oyó decir, al doblar una esquina, «¡por mis ore-jas y mis bigotes, qué tarde se está haciendo!» Dobló laesquina tras él, y al instante se encontró en un largohall, bajo de techo, iluminado por una hilera de lámparascolgantes.

Había puertas alrededor de todo el hall, pero todasestaban cerradas, y cuando Alicia lo hubo recorrido todo,y probado todas, anduvo tristemente por el centro, pre-guntándose cómo demonios iba ella a salir de nuevo : depronto descubrió una mesita de tres patas, toda de cristal

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macizo; no había nada encima, excepto una diminutallave dorada, y la primera idea de Alicia fue que podríapertenecer a una de las puertas del hall, pero ¡ay! o lascerraduras eran demasiado grandes, o la llave demasiadopequeña, pero de todas formas no abriría ninguna deellas. No obstante, en la segunda vuelta, descubrió unacortina baja, tras la que había una puerta de unas diecio-cho pulgadas de altura : probó la pequeña llave en el ojode la cerradura, ¡y encajaba! Alicia abrió la puerta, y vio,al fondo de un pequeño pasillo, no mayor que una rato-nera, el jardín más precioso que se haya visto jamás.Cómo suspiraba por salir de aquel oscuro hall, y pasearpor entre aquellos lechos de brillantes flores y frescasfuentes, pero no podía pasar ni siquiera su cabeza por elhueco de la puerta, «y aunque mi cabeza pudiera pasar»,pensó la pobre Alicia, «de bien poco serviría sin mis hom-bros. ¡Oh, cómo desearía poderme cerrar como untelescopio! Creo que podría, con sólo saber cómo empe-zar.» Porque, ya veis, tantas cosas fuera de lugar habíansucedido últimamente, que Alicia empezaba a pensar quede hecho muy pocas cosas eran realmente imposibles.

No había nada más que hacer, así que volvió a lamesa, medio esperando poder encontrar allí otra llave, opor lo menos un manual de instrucciones para cerrarpersonas como telescopios : esta vez había en ella unapequeña botella —«que ciertamente no estaba ahí antes»dijo Alicia— y atada al cuello de la botella había una eti-queta de papel con la palabra BÉBEME bellamenteimpresa con letras grandes.

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