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Blancanieves Había una vez, en pleno invierno, una reina que se dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se dijo. -¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de ébano! Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos cabellos eran tan negros como el ébano. Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la niña, la reina murió. Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-día soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él, mirándose le preguntaba: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? Entonces el espejo respondía: La Reina es la más hermosa de esta región. Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella co-mo la clara luz del día y aún más linda que la reina. Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo: ¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región? el espejo respondió: La Reina es la hermosa de este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más. Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de noche. Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo: -Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparez-ca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y su hígado como prueba. El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó: -¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más. Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo: -¡Corre, pues, mi pobre niña! Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocine-ro los cocinó con sal y la mala mujer los comió cre-yendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves. Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal miedo que todas las hojas de los árbo-les la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruza-ban con ella pero no le hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar. En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pe-queña cuchara, más siete cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed, Blancanieves co-mió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito. Luego se sin-tió muy cansada y se quiso acostar en una de las ca-mas. Pero ninguna era de su medida; una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que fi-nalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se en-comendó a Dios y se durmió. Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron que alguien había venido, pues las co-sas no estaban en el orden en que las habían dejado. El primero dijo: -¿Quién se sentó en mi sillita? 1 www.grimmstories.com

Blancanieves · El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:-¡Mi buen cazador, no me mates!;

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Page 1: Blancanieves · El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:-¡Mi buen cazador, no me mates!;

Blancanieves

Había una vez, en pleno invierno, una reina que se

dedicaba a la costura sentada cerca de una venta-na

con marco de ébano negro. Los copos de nieve caían

del cielo como plumones. Mirando nevar se pinchó un

dedo con su aguja y tres gotas de sangre cayeron en la

nieve. Como el efecto que hacía el rojo sobre la blanca

nieve era tan bello, la reina se dijo.

-¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nie-ve, tan

roja como la sangre y tan negra como la madera de

ébano!

Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como

la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos

cabellos eran tan negros como el ébano.

Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al na-cer la

niña, la reina murió.

Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una

mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no po-día

soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un

espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él,

mirándose le preguntaba:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

Entonces el espejo respondía:

La Reina es la más hermosa de esta región.

Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo

siempre decía la verdad.

Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más;

cuando alcanzó los siete años era tan bella co-mo la

clara luz del día y aún más linda que la reina.

Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

el espejo respondió:

La Reina es la hermosa de este lugar,

pero la linda Blancanieves lo es mucho más.

Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y

verde de envidia. A partir de ese momento, cuando

veía a Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el

pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su

envidia y su orgullo crecían cada día más, como una

mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni

de día ni de noche.

Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:

-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparez-ca

más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus

pulmones y su hígado como prueba.

El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso

atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a

llorar y exclamó:

-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el

bosque espeso y no volveré nunca más.

Como era tan linda el cazador tuvo piedad y di-jo:

-¡Corre, pues, mi pobre niña!

Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la

devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para

él como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito

venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus

pulmones y su hígado y los llevó a la reina como

prueba de que había cumplido su misión. El cocine-ro

los cocinó con sal y la mala mujer los comió cre-yendo

comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.

Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de

los grandes bosques, abandonada por todos y con tal

miedo que todas las hojas de los árbo-les la asustaban.

No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió

y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas.

Los animales salvajes se cruza-ban con ella pero no le

hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde;

entonces vio una casita a la que entró para descansar.

En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y

limpio como se pueda imaginar. Había una mesita

pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos,

cada uno con su pe-queña cuchara, más siete cuchillos,

siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo

largo de la pared estaban dispuestas, una junto a la

otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como

la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha sed,

Blancanieves co-mió trozos de legumbres y de pan de

cada platito y bebió una gota de vino de cada vasito.

Luego se sin-tió muy cansada y se quiso acostar en una

de las ca-mas. Pero ninguna era de su medida; una era

demasiado larga, otra un poco corta, hasta que

fi-nalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se

en-comendó a Dios y se durmió.

Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa;

eran siete enanos que excavaban y extraían metal en

las montañas. Encendieron sus siete faro-litos y vieron

que alguien había venido, pues las co-sas no estaban

en el orden en que las habían dejado. El primero dijo:

-¿Quién se sentó en mi sillita?

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Page 2: Blancanieves · El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a llorar y exclamó:-¡Mi buen cazador, no me mates!;

El segundo:

-¿Quién comió en mi platito?

El tercero:

-¿Quién comió de mi pan?

El cuarto:

-¿Quién comió de mis legumbres?

El quinto.

-¿Quién pinchó con mi tenedor?

El sexto:

-¿Quién cortó con mi cuchillo?

El séptimo:

-¿Quién bebió en mi vaso?

Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una

pequeña arruga en su cama y dijo:

-¿Quién anduvo en mi lecho?

Los otros acudieron y exclamaron:

-¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mi-rando

en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanie-ves,

acostada y dormida. Llamó a los otros, que se

precipitaron con exclamaciones de asombro. Enton-ces

fueron a buscar sus siete farolitos para alumbrar a

Blancanieves.

-¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta ni-ña!

Y sintieron una alegría tan grande que no la

des-pertaron y la dejaron proseguir su sueño. El

séptimo enano se acostó una hora con cada uno de sus

com-pañeros y así pasó la noche.

Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los

siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron

amables y le preguntaron.

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Blancanieves -respondió ella.

-¿Como llegaste hasta nuestra casa?

Entonces ella les contó que su madrastra había querido

matarla pero el cazador había tenido piedad de ella

permitiéndole correr durante todo el día hasta

encontrar la casita.

Los enanos le dijeron:

-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, ha-cer las

camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y

bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará

nada.

-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo co-razón.

Y se quedó con ellos.

Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las ma-ñanas

los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban

los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para

ese entonces la comida estaba lista.

Durante todo el día la niña permanecía sola; los

buenos enanos la previnieron:

-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí!

¡No dejes entrar a nadie!

La reina, una vez que comió los que creía que eran los

pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de

nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres.

Se puso ante el espejo y dijo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

Entonces el espejo respondió.

Pero, pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho más.

La Reina es la más hermosa de este lugar

La reina quedó aterrorizada pues sabía que el es-pejo

no mentía nunca. Se dio cuenta de que el caza-dor la

había engañado y de que Blancanieves vivía.

Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de

ella pues hasta que no fuera la más bella de la re-gión

la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando

finalmente urdió un plan se pintó la cara, se vistió

como una vieja buhonera y quedó totalmente

irre-conocible.

Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la

casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó:

-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!

Blancanieves miró por la ventana y dijo:

-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?

-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos

colores.

La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y

Blancanieves pensó:

-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.

Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder

comprar esa linda cinta.

-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta!

Acércate que te la arreglo como se debe.

Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante

de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápi-damente

la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió

el aliento y cayó como muerta.

-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se

fue.

Poco después, a la noche, los siete enanos regre-saron

a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves

en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el

lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves

comenzó a respirar y a reanimarse po-co a poco.

Cuando los enanos supieron lo que había pasado

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dijeron:

-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina.

¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando

no estamos cerca!

Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al

espejo y preguntó:

¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

Entonces, como la vez anterior, respondió:

La Reina es la más hermosa de este lugar,

Pero pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho más.

Cuando oyó estas palabras toda la sangre le aflu-yó al

corazón. El terror la invadió, pues era claro que

Blancanieves había recobrado la vida.

-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará

perecer.

Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta,

fabricó un peine envenenado. Luego se disfra-zó

tomando el aspecto de otra vieja. Así vestida atravesó

las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos.

Golpeó a la puerta y gritó:

-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!

Blancanieves miró desde adentro y dijo:

-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.

-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine

envenenado y levantándolo en el aire.

Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la

puerta. Cuando se pusieron de acuerdo so-bre la

compra la vieja le dilo:

-Ahora te voy a peinar como corresponde.

La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó

hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el

peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la

pequeña cayó sin conocimiento.

-¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí

que acabé contigo!

Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos

con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo,

como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra.

Examinaron a la niña y encontraron el peine

envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió

en sí y les contó lo que había sucedido. En-tonces le

advirtieron una vez más que debería cui-darse y no

abrir la puerta a nadie.

En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al

espejo y dijo:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

Y el espejito, respondió nuevamente:

La Reina es la más hermosa de este lugar.

Pero pasando los bosques,

en la casa de los enanos,

la linda Blancanieves lo es mucho más.

La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se

estremeció y tembló de cólera.

-Es necesario que Blancanieves muera

-exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma.

Se dirigió entonces a una habitación escondida y

solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una

manzana envenenada. Exteriormente parecía buena,

blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la

veía; pero apenas se comía un trocito sobrevenía la

muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la

cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete

montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.

Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ven-tana y

dijo:

-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han

prohibido.

-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis

manzanas. Toma, te voy a dar una.

-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.

-¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mi-ra,

corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte

roja y yo la blanca.

La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que

solamente la parte roja contenía veneno. La be-lla

manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la

campesina comer no pudo resistir más, estiró la ma-no

y tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en

la boca, cayó muerta.

Entonces la vieja la examinó con mirada horri-ble, rió

muy fuerte y dijo.

-Blanca como la nieve, roja como la sangre, ne-gra

como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán

reanimarte!

Vuelta a su casa interrogó al espejo:

¡Espejito, espejito de mi habitación!

¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo

finalmente respondió. La Reina es la más hermosa de

esta región.

Entonces su corazón envidioso encontró repo-so, si es

que los corazones envidiosos pueden en-contrar alguna

vez reposo.

A la noche, al volver a la casa, los enanitos

en-contraron a Blancanieves tendida en el suelo sin

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que un solo aliento escapara de su boca: estaba muerta.

La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada,

aflojaron sus lazos, le peinaron los cabellos, la

lava-ron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió

de nada: la querida niña estaba muerta y siguió

están-dolo.

La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y

durante tres días lloraron. Luego quisieron enterrarla

pero ella estaba tan fresca como una per-sona viva y

mantenía aún sus mejillas sonrosadas.

Los enanos se dijeron:

-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hi-cieron

un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde

todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su

nombre en letras de oro proclamando que era hija de

un rey. Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno

de ellos permanecería siempre a su lado para cuidarla.

Los animales también vinieron a llorarla: primero un

mochuelo, luego un cuervo y más tarde una palomita.

Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd

sin descomponerse; al contrario, parecía dor-mir, ya

que siempre estaba blanca como la nieve, roja como la

sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.

Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al

bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En

la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves

en su interior y leyó lo que estaba es-crito en letras de

oro.

Entonces dijo a los enanos:

-Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio.

-No lo daríamos por todo el oro del mundo

-respondieron los enanos.

-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo pues no

puedo vivir sin ver a Blancanieves. La hon-raré, la

estimaré como a lo que más quiero en el mundo.

Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron

piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo

llevar sobre las espaldas de sus servidores, pero

su-cedió que éstos tropezaron contra un arbusto y

co-mo consecuencia del sacudón el trozo de manzana

envenenada que Blancanieves aún conservaba en su

garganta fue despedido hacia afuera. Poco después

abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió,

resucitada.

-¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.

-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de ale-gría.

Le contó lo que había pasado y le dijo:

-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmi-go al

castillo de mi padre; serás mi mujer.

Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él

y se preparó la boda con gran pompa y mag-nificencia.

También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal

de Blancanieves. Después de vestirse con sus

hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:

¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más

hermosa de esta región?

El espejo respondió:

La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la

joven Reina lo es mucho más.

Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo

tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al principio

no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no

encontró reposo hasta no ver a la joven reina.

Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el

espanto que le produjo el descubrimiento la de-jaron

clavada al piso sin poder moverse.

Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones

encendidos y luego los colocaron delante de ella con

tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos

incandescentes y a bailar hasta que le llegara la

muerte.

* * *

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C o s ta r i C a

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hansel y Gretel

Érase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel y una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevamente matrimonio después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero un día una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la malvada esposa del leñador le dijo:

-No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno. Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque cuando salgamos a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los dejaremos allí para que ya no encuentren su camino de regreso a casa.

El leñador se negó a esta idea porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo:

-Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de hambre?

Y tanto insistió la malvada mujer, que finalmente convenció a su marido de abandonar a los niños en el bosque. Afortunadamente los niños estaban aún despiertos y escucharon todo lo que planearon sus padres.

-Gretel -dijo Hansel a su hermana- no te preocupes que ya tengo la solución.

A la mañana siguiente todo ocurrió como se había planeado. La mujer levantó a los pequeños muy temprano, les dio un pedazo de pan a cada uno y los cuatro emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría que se perdieran dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa, encendieron un fuego, sentaron a los niños en un árbol caído y les dijeron:

-Aguarden aquí hasta que terminemos de trabajar.

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C o s ta r i C a

1 8 8

Por largas horas los niños esperaron hasta que se hizo de noche, ellos permanecieron juntos al fuego, tranquilos porque oían a lo lejos un CLAP-CLAP, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más oscura Gretel decidió que era tiempo de volver, pero Hansel le dijo que debían esperar que saliera la luna y así lo hicieron, cuando la luna iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel fue como si hubiera delante de ellos un camino de plata.

A la mañana siguiente los dos niños golpearon la puerta de su padre:

-¡Hemos llegado! -gritaron los niños, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente, porque lamentaba mucho lo que había hecho.

Vivieron nuevamente los cuatro juntos un tiempo más, pero a los pocos días, una hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la única solución. Los niños oyeron esto una segunda vez, pero esta vez Hansel no pudo salir a recoger los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta para que los niños no se pudieran escapar.

-No importa -le dijo Hansel a Gretel- no te preocupes, que algo se me ocurrirá mañana.

Aún no había salido el sol cuando los cuatros dejaron la casa, Hansel fue dejando caer a lo largo del camino, las miguitas del pan que le había dado antes de partir la malvada madrastra. Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque y esperaron mucho tiempo allí sentados, cuando estaba oscureciendo quisieron volver a casa. ¡Oh!, que gran sorpresa se llevaron los niños cuando comprobaron que todas las miguitas dejadas por Hansel se las habían comido las aves del bosque y no quedaba ni una solita.

Solos, con mucha hambre y llenos de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces! Los techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el camino de confites.

-¡Un verdadero manjar! -dijo Hansel quien corrió hacia la casita diciendo a su hermana-: ¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás comerte las ventanas!

Y así diciendo y corriendo, los niños se abalanzaron sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosamente salía a su encuentro una malvada bruja que inmediatamente los llamó y los invitó a seguir.

-Veo que querían comer mi casa -dijo la bruja-. Pues ahora ¡yo los voy a comer a ustedes! -y los tomó prisioneros. Y así diciendo los examinó-: Tu, la niña -dijo mirando a Gretel- me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro que está muy flacucho y así no me lo puedo comer, pues solo lamería los huesos.

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C o s ta r i C a

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Y sin prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en un diminuto cuarto esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Una noche, mientras la bruja dormía los niños empezaron a crear un plan.

-Como la bruja es muy corta de vista -dijo Gretel- cuando ella te pida que le muestres uno de tus dedos para sentir si ya estas rellenito, tú lo que vas a sacar por entre los barrotes de la jaula es este huesito de pollo, de forma tal que la bruja sienta lo huesudo de tu mano y decida esperar un tiempo más -y ambos estuvieron de acuerdo con la idea. Sin embargo, y como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un mal día la bruja vociferó:

-Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue flaco como el día que llegó.

Entonces encendió un gigantesco horno y le gritó a Gretel:

-Métete dentro para ver si ya está caliente -pero la niña, que sabía que en realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela también, le replicó:

-No sé como hacerlo.

-Quítate -gritó la bruja, moviendo los brazos de lado a lado y lanzando maldiciones a diestra y siniestra-, estoy fastidiada -le dijo-: Si serás tonta. Es lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo.

Y se metió dentro del horno. Gretel, sin dudar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos pedía que la sacaran de aquel gran horno, fue así como ese día la bruja murió quemada en su propia trampa. Gretel corrió entonces junto a su hermano y lo liberó de su prisión.

Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron y caminaron sin descansar y finalmente dieron con la casa de su padre quien al verlos llegar se llenó de júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y una vez que se hubieron reencontrado, les contó que la malvada esposa había muerto y que nunca más volvería a lastimarlos, los niños entonces recordaron y vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.

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Érase una vez un gran señor que fue bendecido con el nacimiento de una hija que fue llamada Talia.Él envió a los hombres sabios y astrónomos de sus tierras para que predijeran su futuro. Seconocieron, y asesorándose mutuamente, consultaron su horóscopo y llegaron a la conclusión deque incurriría en un gran peligro debido a una astilla de lino. Su padre prohibió así cualquier plantade lino, cáñamo, o cualquier otro material de esa clase en su casa, todo porque hacer que escapasede ese predestinado peligro.

Un día, cuando Talia se había convertido en una joven y bella muchacha, estaba mirando a través dela ventana cuando observó a una vieja mujer hilando. Talia, que nunca había visto ni una rueca ni unhuso, quiso ver cómo giraba, y era tal su curiosidad que le pidió a la vieja mujer que fuese con ella.Tomando la rueca con su mano, la chica comenzó a hilar el lino. Desgraciadamente, Talia se clavóuna astilla de lino bajo la uña, y cayó muerta al suelo. Cuando la vieja mujer lo vio se asusto tantoque corrió escaleras abajo, y hoy todavía sigue.

Tan pronto como su desgraciado padre oyó el desastre que había tenido lugar, la cogió, y después depagar por una tina de vino agrio con toneles de lágrimas, la sacó de allí y la llevó a una de susmansiones del campo. Allí la sentó en un trono de terciopelo bajo un dosel de brocado. Queriendoolvidar todo lo que circulaba por su memoria en su gran desgracia, cerró las puertas y abandonópara siempre la casa donde había sufrido su gran pérdida.

Después de un tiempo ocurrió por casualidad que un rey cazaba por allí cerca. Uno de sus halconesescapó de su mano y voló al interior de la casa a través de una ventana. No acudió cuando lellamaron, así que el rey tuvo que llamar a la puerta, creyendo que el lugar estaba habitado. Aunquellamó durante un buen rato, no contestó nadie, así que el rey mandó que le trajeran una escalera debodeguero, ya que escalaría para buscar dentro de la casa, y descubrir qué había dentro. Así trepó yentró, y miró en cada una de las habitaciones, rincones y esquinas, y se sorprendió enormementecuando comprobó que nadie vivía ahí. Al final encontró el salón, y cuando el rey vio a Talia, queparecía estar encantada, creyó que dormía, y la llamó, pero ella permaneció inconsciente. Dandovoces, vio sus encantos, y comprobó como la sangre le recorría con fuerza las venas. La elevó ensus brazos y la llevó a la cama, donde recogió los primeros frutos del amor. Dejándola en la cama,volvió a su reino, donde, debido a sus numerosas ocupaciones, no recordó ese momento como másque un simple incidente.

Sin embargo, nueve meses después Talia tuvo dos hermosos hijos, un niño y una niña. En ellos sepodían ver dos extrañas joyas, y fueron cuidados por dos hadas que acudían al palacio y loscolocaban sobre los pechos de su madre. Una vez, buscando el pezón sin encontrarlo, comenzaron asuccionar uno de los dedos de Talia, y lo hicieron tan fuerte que sacaron la astilla de lino que sehabía quedado clavada en él. Talia se despertó así de un largo sueño, y viendo sobre ella a sus dosgemelos, los sostuvo contra su pecho, y los bebés fueron lo que más quiso ella en toda su vida. Seencontró sola en el palacio con los dos niños a su lado, y no sabía qué era lo que le había pasado;pero se dio cuenta de que la mesa estaba puesta, con comida y bebida que le habían traído, aunqueno vio a ningún sirviente.

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Mientras tanto el rey recordó a Talia, y anunció que quería volver a ir de caza; volvió al palacio y laencontró despierta y con dos hermosos cupidos. Él se regocijó, y le dijo a Talia quién era, y cómo lahabía visto y había entrado en aquel lugar. Cuando ella oyó esto, la amistad de ambos fue tejida conlazos estrechos, y él permaneció con ella durante unos pocos días. Después de ese tiempo él sedespidió, prometiendo que regresaría pronto y la llevaría con él a su reino. Y volvió a su reino, perono encontró descanso, y a las horas tuvo en su boca los nombres de Talia, y de Sol y Luna (así eranlos nombres de sus dos hijos), y cuando durmió al fin, él los llamó a cada uno de ellos.

Entonces la esposa del rey comenzó a sospechar de que algo extraño le había ocurrido a su maridodurante la cacería, y estuvo escuchando continuamente los nombres de Talia, Sol y Luna, y ella secalentó, pero con otro tipo de calor que el del sol. Envió a su secretario diciéndole:

—Escúchame, hijo mío, tú estás viviendo entre dos rocas, entre el poste y la puerta, entre el atizadory la verja. Si me dices de quién el rey tu señor, y mi marido, está enamorado, te daré tesorosinconmensurables; y si me escondes la verdad, haré que nunca te vuelvan a encontrar, vivo omuerto.

El hombre estaba terriblemente asustado. La avaricia y el miedo cegaron sus ojos al honor y alsentido de la justicia, y le contó todo entre pan y vino.

La reina, escuchando cómo estaban las cosas, envió al secretario junto a Talia, en el nombre del rey,pidiéndole que le enviase los niños, pues era su deseo verlos. Talia, con gran entusiasmo, obedeció.Luego la reina, con un corazón propio de Medea, le dijo al cocinero que los matase y que los hicieseservir de forma apetitosa al desgraciado de su marido. Pero el cocinero tenía un corazón tierno y, alver a esas dos hermosas manzanas de oro, tuvo compasión por ellos, y los llevó a casa de su esposa,donde los ocultó. En el palacio preparó dos corderos entre cien platos diferentes. Cuando el reyvolvió, la reina, con gran placer, sirvió la comida.

El rey comió con agrado, diciendo:

—Por la vida de Lanfusa, ¡qué delicioso bocado! —y también—; por el alma de mis ancestros, ¡québueno está!

A cada momento ella contestaba:

—Come, come; estás comiendo lo que es tuyo.

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Stories from the Pentamerone, ilustrado por WarwickGoble, 1911 (Londres).

Las dos o tres primeras veces el rey no prestó atención, pero al final, viendo que la músicacontinuaba, preguntó:

—Sé perfectamente bien que lo estoy comiendo lo que es mío, porque tú no has traído nada a estacasa.

Y levantándose, enfadado, se fue a la villa, que estaba algo lejos de su palacio, para sosegar su almay aliviar su enfado.

Mientras tanto la reina no estaba del todo satisfecha, envió a su secretario a que trajera al palacio aTalia, diciéndole que el rey no podía esperar más su presencia allí. Talia partió tan pronto como oyóesas palabras, creyendo que seguía las ordenanzas de su señor, pues deseaba verle con todas susfuerzas, sin saber qué le estaban preparando. Se encontró con la reina, cuyo rostro brillaba debido alfuego de la ira que había en ella, y parecía el rostro de Nerón.

Se presentó a ella así:

—Bienvenida, ¡señora Cuerpo Ocupado! Tú eres un bien preciado, mala hierba que divierte a mimarido. ¿Así que eres eres el pedazo de inmundicia, perra cruel, que me ha causado tantos

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quebraderos de cabeza? Cambia tus modos, pues serás bienvenida en el purgatorio, donde tecompensaré por todo el daño que me has hecho.

Taila, oyendo esas palabras, comenzó a disculparse, diciendo que no había sido su culpa, ya que elrey, su marido, había tomado posesión de su territorio cuando ella estaba dormida; pero la reina noescuchó sus excusas, y cogió un fuego encendido del patio del palacio y ordenó a Talia que seechase sobre él.

La muchacha, viendo que aquello iba mal, se arrodilló ante la reina y comenzó a suplicar que lepermitiese al menos quitarse las prendas que llevaba. La reina, no por piedad de la desdichada, sinopor tener esas mismas ropas, que estaban tejidas con oro y perlas, le dejó que se desvistiera,diciendo:

—Puedes quitarte las ropas. De acuerdo.

Talia comenzó, y con cada cosa que se quitaba lanzaba un grito. Tras haberse quitado su vestido, sefue a quitar su última vestimenta, cuando lanzó un último grito más alto que el resto. Dejó suspertenencias sobre una pila y la reina le obligó a tumbarse sobre las ascuas que habían usado paralavar los pantalones de Caronte.

El rey de repente apareció, y al encontrarse con aquel espectáculo, exigió saber qué estaba pasando.Preguntó por sus hijos, y su mujer —reprochándole a él su traición— le dijo que ella los habíahecho guisar y servírselos a él como comida. Cuando el desgraciado rey oyó esto, cayó en ladesesperación, diciendo:

—¡Ay! Entonces yo, yo mismo, he sido el lobo para mis propios corderos. ¡Ay! ¿Y porqué estos,mis venas, no conocieron las fuentes de su propia sangre? Tú, maldita renegada, ¿qué mala acciónes esta que habéis hecho? Vete, pues deberías permanecer en el desierto como uno de sus tocones,¡y no mandaré a tal tirano al Coliseo para hacer su penitencia!

Así habló, y ordenó que la reina se tumbase sobre el fuego que había preparado para Talia, y que elsecretario fuese con ella, porque había mantenido ese amargo juego, y había sido tejedor de suendemoniado plan. El rey iba a hacer lo mismo con el cocinero, que creía que había guisado a sushijos, cuando el hombre se puso a sí mismo a los pies del fuego, diciendo:

—En verdad, mi señor, por tal hecho, no debería haber nada más que un montón de fuego vivo, ysin otra ayuda que una lanza por la espalda, y ningún otro entretenimiento que dando vueltas dentrode las llamas de fuego, y yo no debería buscar ningún otro honor que el que tienen mis cenizas, lascenizas de un cocinero, mezclados con las de la reina. Pero esta no es la recompensa que espero porhaber salvado a los niños, a pesar de la hiel de la maldita, que quería matarlos, y regresar a sucuerpo, señor, lo que es de su propio cuerpo.

Al oír estas palabras el rey se detuvo. Pensó que estaba soñando, y no podía creer lo que oían suspropias orejas. Así pues, se volvió al cocinero y le dijo:

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rapunzel

Había en una ocasión un matrimonio que deseaba hacía mucho tiempo tener un hijo, hasta que al fin la mujer esperaba que el Señor estuviera a punto de cumplir sus deseos. En la alcoba de los esposos había una ventana pequeña, cuyas vistas daban a un hermoso huerto, en el cual se encontraban toda clase de flores y legumbres. Se hallaba empero rodeado de una alta pared, y nadie se atrevía a entrar dentro, porque pertenecía a una hechicera muy poderosa y temida de todos. Un día estaba la mujer a la ventana mirando al huerto en el cual vio un cuadro plantado de ruiponces1, y le parecieron tan verdes y tan frescos, que sintió antojo por comerlos. Creció su antojo de día en día y, como no ignoraba que no podía satisfacerle, comenzó a estar triste, pálida y enfermiza. Asustose el marido y le preguntó:

-¿Qué tienes, querida esposa?

-¡Oh! -le contestó-, si no puedo comer ruiponces de los que hay detrás de nuestra casa, me moriré de seguro.

El marido que la quería mucho, pensó para sí.

-Antes de consentir en que muera mi mujer, le traeré el ruiponce, y sea lo que Dios quiera.

Al anochecer saltó las paredes del huerto de la hechicera, cogió en un momento un puñado de ruiponces, y se lo llevó a su mujer, que hizo enseguida una ensalada y se la comió con el mayor apetito. Pero le supo tan bien, tan bien, que al día siguiente tenía mucha más gana todavía de volverlo a comer, no podía tener descanso si su marido no iba otra vez al huerto. Fue por lo tanto al anochecer, pero se asustó mucho, porque estaba en él la hechicera.

-¿Cómo te atreves, le dijo encolerizada, a venir a mi huerto y a robarme mi ruiponce como un ladrón? ¿No sabes que puede venirte una desgracia?

1 El ruiponce o rapónchigo (Campanula rapunculus) es una planta de la familia de las campanuláceas.

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-¡Ah! -le contestó-, perdonad mi atrevimiento, pues lo he hecho por necesidad. Mi mujer ha visto vuestro ruiponce desde la ventana, y se le ha antojado de tal manera que moriría si no lo comiese.

La hechicera le dijo entonces deponiendo su enojo:

-Si es así como dices, coge cuanto ruiponce quieras, pero con una condición: tienes que entregarme el hijo que dé a luz tu mujer. Nada le faltará, y le cuidaré como si fuera su madre.

El marido se comprometió con pena, y en cuanto vio la luz su hija se la presentó a la hechicera, que puso a la niña el nombre de Rapunzel (que significa ruiponce) y se la llevó.

Rapunzel era la criatura más hermosa que ha habido bajo el sol. Cuando cumplió doce años la encerró la hechicera en una torre que había en un bosque, la cual no tenía escalera ni puerta, sino únicamente una ventana muy pequeña y alta. Cuando la hechicera quería entrar se ponía debajo de ella y decía:

Rapunzel, Rapunzel,

echa tus cabellos

subiré por ellos.

Pues Rapunzel tenía unos cabellos muy largos y hermosos y tan finos como el oro hilado. Apenas oía la voz de la hechicera, desataba su trenza, la dejaba caer desde lo alto de su ventana, que se hallaba a más de veinte varas del suelo y la hechicera subía entonces por ellos.

Mas sucedió, trascurridos un par de años, que pasó por aquel bosque el hijo del rey y se acercó a la torre en la cual oyó un cántico tan dulce y suave que se detuvo escuchándole. Era Rapunzel que pasaba el tiempo en su soledad entreteniéndose en repetir con su dulce voz las más agradables canciones. El hijo del rey hubiera querido entrar, y buscó la puerta de la torre, pero no pudo encontrarla. Marchose a su casa, pero el cántico había penetrado de tal manera en su corazón, que iba todos los días al bosque a escucharle. Estando uno de ellos bajo un árbol, vio que llegaba una hechicera, y la oyó decir:

Rapunzel, Rapunzel,

echa tus cabellos

subiré por ellos.

Rapunzel dejó entonces caer su cabellera y la hechicera subió por ella.

-Si es esa la escalera por la cual se sube, -dijo el príncipe-, quiero yo también probar fortuna.

Y al día siguiente, cuando empezaba a anochecer se acercó a la torre y dijo:

Rapunzel, Rapunzel,

echa tus cabellos

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subiré por ellos.

Enseguida cayeron los cabellos y subió el hijo del rey. Al principio se asustó Rapunzel cuando vio entrar un hombre, pues sus ojos no habían visto todavía ninguno, pero el hijo del rey comenzó a hablarle con la mayor amabilidad, y le refirió que su cántico había conmovido de tal manera su corazón, que desde entonces no había podido descansar un solo instante y se había propuesto verle y hablarle. Desapareció con esto el miedo de Rapunzel y cuando le preguntó si quería casarse con él, y vio que era joven y buen mozo, pensó para sí:

-Le querré mucho más que a la vieja hechicera.

Le dijo que sí, y estrechó su mano con la suya, añadiendo:

-De buena gana me marcharía contigo, pero ignoro cómo he de bajar; siempre que vengas tráeme cordones de seda con los cuales iré haciendo una escala, y cuando sea suficientemente larga, bajaré, y me llevarás en tu caballo.

Convinieron en que iría todas las noches, pues la hechicera iba por el día, la cual no notó nada hasta que le preguntó Rapunzel una vez:

-Dime, abuelita ¿cómo es que tardas tanto tiempo en subir, mientras el hijo del rey llega en un momento a mi lado?

-¡Ah, pícara! -le contestó la hechicera-. ¡Qué es lo que oigo! ¡Yo que creía haberte ocultado a todo el mundo, y me has engañado!

Cogió encolerizada los hermosos cabellos de Rapunzel, les dio un par de vueltas en su mano izquierda, tomó unas tijeras con la derecha, y tris, tras, los cortó, cayendo al suelo las hermosas trenzas, y llegó a tal extremo su furor que llevó a la pobre Rapunzel a un desierto, donde la condenó a vivir entre lágrimas y dolores.

El mismo día en que descubrió la hechicera el secreto de Rapunzel, tomó por la noche los cabellos que le había cortado, los aseguró a la ventana, y cuando vino el príncipe dijo:

Rapunzel, Rapunzel,

echa tus cabellos

subiré por ellos,

Los encontró colgando. El hijo del rey subió entonces, pero no encontró a su querida Rapunzel, sino a la hechicera, que le recibió con la peor cara del mundo.

-¡Hola! -le dijo burlándose-, vienes a buscar a tu queridita, pero el pájaro no está ya en su nido y no volverá a cantar; le han sacado de su jaula y tus ojos no le verán ya más. Rapunzel es cosa perdida para ti, no la encontrarás nunca.

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El príncipe sintió el dolor más profundo y en su desesperación saltó de la torre; tuvo la fortuna de no perder la vida, pero las zarzas en que cayó le atravesaron los ojos. Comenzó a andar a ciegas por el bosque, no comía más que raíces y hierbas y sólo se ocupaba en lamentarse y llorar la pérdida de su querida esposa. Vagó así durante algunos años en la mayor miseria, hasta que llegó al final al desierto donde vivía Rapunzel en continua angustia. Oyó su voz y creyó conocerla; fue derecho hacia ella, la reconoció apenas la hubo encontrado, se arrojó a su cuello y lloró amargamente. Las lágrimas que humedecieron sus ojos, les devolvieron su antigua claridad y volvió a ver como antes. La llevó a su reino donde fueron recibidos con gran alegría, y vivieron muchos años dichosos y contentos.

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la cenicienta

Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su hija única y le dijo:

-Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré. Poco después cerró los ojos y expiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo.

La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana.

-No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma, váyase a la cocina con la criada.

Le quitaron sus vestidos buenos, le pusieron una basquiña remendada y vieja y le dieron unos zuecos.

-¡Qué sucia está la orgullosa princesa! -decían riéndose, y la mandaron a ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar; sus hermanas le hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y le vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba recostada al lado del hogar, y como siempre estaba llena de polvo y ceniza, la llamaban la Cenicienta.

Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían les trajese.

-Un bonito vestido -dijo la una.

-Una buena sortija, -añadió la segunda.

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-Y tú Cenicienta, ¿qué quieres? -le dijo.

-Padre, traedme la primera rama que encontréis en el camino.

Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas y a su regreso al pasar por un bosque cubierto de verdor tropezó con su sombrero en una rama de zarza y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció; corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso árbol. La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarillo lo que deseaba.

Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres días e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y le dijeron.

-Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una boda al palacio del rey.

La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra se lo permitiese.

-Cenicienta, -le dijo- estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a una boda? ¿No tienes vestidos ni zapatos y quieres bailar?

Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último:

-Se ha caído un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes de dos horas, vendrás con nosotras.

La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo:

-Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Las buenas en el puchero, las malas en el caldero.

Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que acabaron por bajar a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los restantes pájaros comenzaron también a decir pi, pi, y pusieron todos los granos buenos en el plato. Aun no había trascurrido una hora, y ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó entonces la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero le dijo:

-No, Cenicienta, no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras.

Mas viendo que lloraba añadió:

-Si puedes recoger de entre la ceniza dos platos llenos de lentejas en una hora, irás con nosotras.

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Creyendo en su interior, que no podría hacerlo, vertió los dos platos de lentejas en la ceniza y se marchó, pero la joven salió entonces al jardín por la puerta trasera y volvió a decir:

-Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Las buenas en el puchero, las malas en el caldero.

Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo que acabaron por bajar a la ceniza y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi, y los demás pájaros comenzaron a decir también pi, pi, y pusieron todas las lentejas buenas en el plato, y aun no había trascurrido media hora, cuando ya estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero le dijo:

-Todo es inútil, no puedes venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de nosotras -le volvió entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas.

En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del árbol, y comenzó a decir:

Arbolito pequeño,

dame un vestido;

que sea, de oro y plata,

muy bien tejido.

El pájaro le dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó a la boda; sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo sería alguna princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro, y ni aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo estaría mondando lentejas sentada en el hogar. Salió a su encuentro el hijo del rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiéndole bailar con nadie, pues no la soltó de la mano, y si se acercaba algún otro a invitarla, le decía:

-Es mi pareja.

Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe le dijo:

-Iré contigo y te acompañaré -pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y saltó al palomar, entonces aguardó el hijo del rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella extranjera había saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro, y cuando llegaron a la casa de la Cenicienta, la encontraron sentada en el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en la chimenea, pues la Cenicienta había entrado y salido muy ligera del palomar y luego había corrido hacia el sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se fue a sentar con su basquiña gris a la cocina.

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Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta y se marcharon sus padres y hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo:

Arbolito pequeño,

dame un vestido;

que sea, de oro y plata,

muy bien tejido.

Diole entonces el pájaro un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y cuando se presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su extraordinaria belleza; el príncipe que le estaba aguardando, la cogió de la mano y bailó toda la noche con ella; cuando iba algún otro a invitarla, decía:

-Es mi pareja.

Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del rey la siguió para ver la casa en que entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había en él un hermoso árbol muy grande, del cuál colgaban hermosas peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por dónde había ido, pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo:

-La doncella extranjera se me ha escapado; me parece que ha saltado al peral. El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mandó traer una hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa, estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues había saltado por el otro lado del árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre, donde dejó al pájaro sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris.

Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también la Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito:

Arbolito pequeño,

dame un vestido;

que sea, de oro y plata,

muy bien tejido.

Diole entonces el pájaro un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que ninguno de los anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y cuando se presentó en la boda con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro; el príncipe bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a invitarla, le decía:

-Es mi pareja.

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Cuentos de los Hermanos Grimmeditorial diGital - imPrenta naCional

C o s ta r i C a

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Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en acompañarla, mas se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del rey había mandado untar toda la escalera de pez y se quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; levantole el príncipe y vio que era muy pequeño, bonito y todo de oro. Al día siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le dijo:

-He decidido que sea mi esposa, la que venga bien este zapato de oro.

Alegráronse mucho las dos hermanas porque tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el zapato en su cuarto para probárselo, su madre estaba a su lado, pero no se lo podía meter, porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño; al verlo le dijo su madre alargándole un cuchillo:

-Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie.

La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el hijo del rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia, y se marchó con ella, pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su padrastro, en cuyo árbol había dos palomas, que comenzaron a decir.

No sigas más adelante,

detente a ver un instante,

que el zapato es muy pequeño

y esa novia no es su dueño.

Se detuvo, le miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa a la novia fingida y dijo que no era la que había pedido, que se probase el zapato la otra hermana. Entró ésta en su cuarto y se lo metió bien por delante, pero el talón era demasiado grueso; entonces su madre le alargó un cuchillo y le dijo:

-Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie.

La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir:

No sigas más adelante,

detente a ver un instante,

que el zapato es muy pequeño

y esa novia no es su dueño.

Se detuvo, le miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su casa a la novia fingida:

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Cuentos de los Hermanos Grimmeditorial diGital - imPrenta naCional

C o s ta r i C a

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-Tampoco es esta la que busco, -dijo-. ¿Tenéis otra hija?

-No, -contestó el marido-; de mi primera mujer tuve una pobre chica, a la que llamamos la Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscáis.

El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó:

-No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.

Se empeñó, sin embargo, en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara y las manos, y salió después ante la presencia del príncipe que le alargó el zapato de oro; se sentó en su banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato que le venía perfectamente, y cuando se levantó y le vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él, y dijo:

-Esta es mi verdadera novia.

La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su caballo y se marchó con ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas blancas.

Sigue, príncipe, sigue adelante

sin parar un solo instante,

pues ya encontraste el dueño

del zapatito pequeño.

Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta, una en el derecho y otra en el izquierdo.

Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda, y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a la menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una en un ojo; a su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.

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El Flautista de Hamelín

Hamelín es una pequeña ciudad del norte de Alemania, cuyos habitantes siempre se sintieron orgullosos de la belleza de su paisaje boscoso, de la limpoieza de sus calles, del buen estado de sus pintorescas casas y del ancho río que pasa a su lado. Es una ciudad además que siempre fue un lugar muy tranquilo, y del que nadie había oído hablar salvo a los de los pueblos vecinos.

Pero. un día, la ciudad y sus habitantes se vieron enfrentados por una novedad que la cambió para siempre, haciéndola famosa hasta hoy. Lo que ocurrió en primer lugar fue que Hamelín se vio invadida por una plaga de ratas.

Había tantas que nada podía con ella la gente y hasta perseguían a los gatos y perros, se subían a las camas y cunas para morder a quienes dormían, Se comían el pan, los quesos, las menestras, las salchichas, el trigo y hasta atacaban a los gansos y gallinas, para devorarlos vivos. Por último, invadiendo las cocinas metían su asqueroso hocico en la comida de ollas y platos, y además se bebían la leche.

En los dormitorios hacían estragos royendo los muebles para tratar de hacer sus nidos en las cómodas y roperos, así como en los barriles de aceitunas, sardinas saladas y cebollas y repollos encurtidos.

Comenzaron a abundar tanto que en todo momento se les veía cruzar de un lado a otro y hasta trataban de subirse por los pantalones y faldas de los adultos apenas se detenían a hacer o ver algo en sus casas, calles o plazas.

Todo ello ocurría teniendo como sonido de fondo los incesantes gritos de las mujeres, el llanto de los niños y los chillidos de los miles de ratas que ocupaban el pueblo, calculándose que por cada habitante había no menos de diez alimañas.

¡La vida en el pequeño y hermoso pueblo de Hamelín se había vuelto insoportable!

En Hamelín, como en todo pueblo, siempre había habido ratas, pero en un número digamos razonable, es decir, como quien dice una rata por cada dos o tres casas, de la cual daban cuenta fácilmente los gatos y perros y hasta la misma gente pateándolas o usando una escoba para golpearlas.

Pero esta vez era diferente, la gente no pudo deshacerse de ellas por su gran número. Entonces el pueblo se hartó y en masa fueron a la municipalidad a reclamarle al alcalde que solucionara el problema.

Pero el alcalde y los concejales no sabían qué hacer. La muchedumbre se exaltó, y en medio del vocerío de las exigencias y protestas comenzaron a atacar al alcalde acusándolos de incapacidad o de ser irresponsables o idiotas.

¡Busquen como solucionar este problema o los sacaremos de sus puestos y les daremos una paliza! Gritaba la gente.

Entonces el alcalde y los concejales se asustaron y se dedicaron en sesión permanente a imaginar una solución.

Mucho discutieron y no encontraron una solución. Siguieron hablando, dando ideas, tratando de imaginar como acabar con las ratas cuando de pronto, siendo muy avanzada la noche, oyeron que alguien tocaba la puerta. Primero pensaron que era ruido de ratas, pero luego oyeron un campanilleo y vuelta a tocar la puerta.

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Los concejales no respondieron, pero el repiqueteo seguía oyéndose.

–¡Pase adelante quien esté llamando! –gritó el alcalde tratando de dominar su miedo.

Y entonces entró en la salón un extraño personaje, muy alto, flaco, con ojos azules muy pequeños, y cubierto con una capa a cuadritos negros, rojos y amarillos. Era un hombre rubio, de cabello lacio y amarillo, pero con piel morena, como quemada por el sol. No usaba barba ni bigote y sonreía permanentemente como si estuviese entre viejos amigos. Además llevaba al cuelo una cinta de la que colgaba una flauta.

–Disculpen, señor alcalde y señores concejales, que interrumpa su reunión, pero yo soy el Flautista Mágico y vengo a ayudarlos. Poseo un encanto secreto que me permite hacerse seguir por cualquier ser vivo, y este poder mágico lo uso con los sapos, víboras, arañas y lagartijas. Pero, yo soy un hombre pobre y debo cobrar por mi trabajo. Últimamente libré de murciélagos a una ciudad y a otro la liberé de la tortura de los mosquitos, cuyas picaduras los tenían enloquecidos. Entonces, si yo los libro a ustedes de los millares de ratas que los están atacando ¿me pagarían mil marcos?

–¿Mil marcos? – exclamaron asombrados el alcalde y los concejales.

El flautista no quiso rebajar ese monto, alegando que se iba a llevar lejos más de diez mil ratas, así que el alcalde terminó aceptando.

Al día siguiente, al amanecer, el flautista apareció en la calle principal de Hamelín y tomando su flauta comenzó a tocarla y de inmediato comenzó a escucharse el ruido creciente producido por cientos de ratas que iban saliendo de sus escondrijos en los jardines, las casas, las tiendas, la iglesia, los negocios, los almacenes, los restaurantes, los mercados y los edificios estatales. Familias enteras de ratas padres, madres e hijas, unas flacas otras gordas, iban siguiendo al flautista, quien recorría calle tras calle sin dejar de tocar. Y así marchando y aun bailando las ratas siguieron al flautista hasta el río, en el fueron cayendo todas y se ahogaron. Sólo una se salvó nadando hasta la otra orilla, de donde partió corriendo hacia su país natal, Ratilandia, para avisar de lo ocurrido, a fin de que en el futuro a ninguna rata se le ocurriese tratar de ir a Hamelín.

Al verse libres de las ratas, los habitantes de Hamelín echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias, y salieron a bailar a las calles.

El alcalde, entusiasmado y envalentonado, daba órdenes a los vecinos:

–¡Busquen palos y hurguen en los rincones y madrigueras de lasa ratas hasta que no quede ni una. ¡Luego tapen los huecos. Que no quede huella ni rastro alguno de las ratas!

La gente le hacía caso con mucho respeto, arrepintiéndose de los insultos y amenazas que le habían dirigido el día anterior. Y cuando el alcalde dijo: ¡Hoy hemos dado una gran batalla que pasará a la historia!, la gente lo comenzó a vivar y aplaudir.

En eso, el alcalde volteó la cabeza y se encontró cara a cara con el flautista, quien le dijo:

–Señor alcalde, ha llegado el momento de que me pague mis mil marcos!

El alcalde y los concejales miraron con cólera al flautista

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–¿Mil marcos... ? –dijo el alcalde–. ¿Por qué, ah?

–Por haber ahogado las diez mil ratas –respondió el flautista.

–¿Acaso tú las has ahogado? Todos hemos visto como las ratas solitas se tiraban al agua mientras tú alegremente tocabas tu flauta. Bueno, no vamos a regatearte un vaso de cerveza y te daremos algún dinero. Toma, aquí tienes cincuenta marcos. Pero no vuelvas a hablar de los mil marcos, pues como te puedes figurar, eso creo que tú yyo lo dijimos en broma. ¿Donde se ha visto que a alguien se le pague tanto por matar unas ratas? ¡Haznos el favor de no volver a mencionar eso! Eso sería una broma de mal gusto. Además, con la plaga hemos sufrido muchas pérdidas. Vamos, hombre, sonríe y vamos a beber una cerveza y a comernos una salchicha y a bailar con todo el pueblo en medio de la alegría general.

El flautista comenzó a ponerse serio. Odiaba que lo engañasen, más aun que lo hicieran bromeando y con palabras melosas cambiando hipócritamente las cosas.

–¡No diga tonterías, alcalde! –exclamó–. No me gusta discutir mi pelear, señor. Usted hizo un acuerdo conmigo, un contrato verbal, eso lo sabe muy bien. ¡Cúmplalo ahora!

–¿Yo? ¿Yo, un acuerdo, un contrato contigo? –rugió el alcalde, sin ningún remordimiento a pesar de que estaba mintiendo para estafar al flautista.

Sus concejales también dijeron que en ningún momento había habido acuerdo y menos un contrato siquiera verbal.

El flautista , muy serio, casi enojado, les contestó:

–¡Cuidado, cuidado, por favor! Cumplan lo convenido, no hagan que me enoje porque en tal caso tocaré mi flauta de modo muy diferente.

Entonces el alcalde, con cinismo se enfureció:

–Oye. ¿qué te pasa? –bramó–. ¡No voy a consentir tus mentiras, amenazas e insolencias! ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelín? ¿Qué te has creído?

El alcalde trataba de ocultar su mentira gritando, como suele hacerlo la gente que deshonesta.

–¡A mí no me va a venir a insultar ningún pobre diablo como tú, aunque tenga una flauta mágica y use ropa estrambótica, tratando de que le dé mil marcos por tocar la flauta ayudando a que se ahoguen las ratas!

–¡Se arrepentirán si no me pagan!

–¿Sigues con tus amenazas, vago, sinvergüenza?– gritó el alcalde–. ¡Haz lo que te parezca, grandísimo pícaro y sopla la flauta hasta que revientes, pobre diablo!

El flautista dio media vuelta y se marchó.

Se fue caminando calle abajo y comenzó a tocar su flauta. Tocaba apenas tres notas, pero de modo tan dulce que encandilaban al que las oía.

Entonces se despertó un murmullo en Hamelín. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos de niños que se precipitaban corriendo tras el flautista..

Como pollitos que en el gallinero corren tras el que les lleva su ración de maíz molido, así salieron corriendo de sus casas todos los niños, muchachos y jovencitas tras el maravilloso músico, al que acompañaban con su vocerío y carcajadas.

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El alcalde y los concejales enmudecieron, inmóviles, sin atinar a hacer algo, cuando vieron que el mágico músico se internaba por la calle que va al río, pero en vez de ir al río se encaminó hacia una alta montaña seguido por todos los niños adolescentes de Hamelín.

–¡El cansancio les impedirá subir esa montaña, el flautista se cansará también de tocar su flauta, y entonces nuestros hijos dejarán de seguirlo.

Mas apenas el flautista y los niños y adolescentes comenzaron a subir la falda de la montaña, la tierra se abrió y por ahí ingresaron el flautista y los chiquillos que lo seguían. Y cuando el último de ellos ingresó, la puerta desapareció súbitamente, quedando la montaña igualita que antes, como si nada hubiese ocurrido.

Sólo quedó afuera uno de los niños., porque como era cojo no pudo acompañar a los otros en sus bailes y corridas. Pero en vez de alegrarse, estaba triste porque, según dijo, se estaba perdiendo todas las cosas bonitas que ahora tendrían los demás.

– ¿Y qué les prometía? –preguntó su padre, curioso.

–Dijo que nos llevaría a un país de manantiales cristalinos y muchos árboles frutales, donde las flores y pájaros son más coloridos que los de acá, donde los perros son más veloces que nuestros venados, las abejas y avispas no pican, no hay víboras ni moscas ni mosquitos, y los caballos tienen alas de águila.

¡Pobre ciudad de Hamelín! ¡Y todo por tener un alcalde tramposo!

Cuento tradicional alemán

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CAPERUCITA ROJA

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En tiempo del rey que rabió, vivía en una al-dea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una

caperuza roja; y tan bien le estaba que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre hizo tortas y le dijo:

—Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.

Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algu-nos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:

—Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.

—¿Vive muy lejos? —Preguntole el lobo.

CAPERUCITA ROJA

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Charles Perrault

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—Sí, —contestole Caperucita roja— a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.

—Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero vi-sitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.

El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el ca-mino más corto, y la niña fuese por el más largo entre-teniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.

Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Lla-mó: ¡pam! ¡pam!

—¿Quién es?

—Soy vuestra nieta, Caperucita roja —dijo el lobo imi-tando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.

La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:

—Tira del cordel y se abrirá el cancel.

Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego ce-rró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún tiempo des-pués llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!

CAPERUCITA ROJA

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Charles Perrault

—¿Quién es?

Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela esta-ba constipada, contestó:

—Soy yo, vuestra nieta, Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi ma-dre.

El lobo gritó procurando endulzar la voz:

—Tira del cordel y se abrirá el cancel.

Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:

—Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.

Caperucita roja lo hizo, y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:

—Abuelita, tenéis los brazos muy largos.

—Así te abrazaré mejor.

—Abuelita, tenéis las piernas muy largas.

—Así correré más.

—Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.

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—Así te oiré mejor, —Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.

—Así te veré mejor,

Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.

—Así comeré mejor,.

Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose so-bre Caperucita roja y se la comió.

FIN-----------------

Moraleja

La niña bonita, la que no lo sea,

que a todas alcanza esta moraleja,

mucho miedo, mucho, al lobo le tenga,

que a veces es joven de buena presencia, de palabras dulces,

de grandes promesas, tan pronto olvidadas como fueron hechas.

CAPERUCITA ROJA

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4/3/2019 La reina de las nieves

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Autor: Hans Christian AndersenEdades: A partir de 6 añosValores: bondad, amor, perseverancia

Había una vez dos niños que eran muy amigos y se querían comohermanos, aunque no lo fueran. La niña se llamaba Gerda y el niño Kay.Ambos eran vecinos y se sentaban a contemplar las flores y rosales quesus padres habían dejado crecer en el único canalón que separaba lostejados de ambas casas.

Un día de invierno en el que nevaba con intensidad la la abuelita de Kayles habló de la Reina de las nieves:

- Junto con los copos de nieve forman un gran enjambre, aunque ella por supuesto es laabeja blanca más grande. A veces revolotea por la ciudad, mira a través de las ventanas yéstas se llenan de hielo formando extrañas figuras.

- ¡Yo quiero que venga!, dijo Kay

Esa misma noche el pequeño Kay se quedó mirando a través de la ventana los copos denieve que caían. De repente, uno muy grande cayó junto a la ventana, en el canalón dondeestaban las flores. Entonces el copo de nieve fue creciendo y creciendo hasta que… ¡seconvirtió en la Reina de las nieves! Iba vestida de blanco, era muy bella y deslumbrante yaunque estaba viva estaba hecha de hielo.

Kay se asustó tanto que se cayó de la silla en la que estaba subido y sin decir nada se fue ala cama a dormir.

Al día siguiente heló, llegó el deshielo y por último la primavera. Los niños paseaban de lamano y se sentaban a mirar su su libro de animales, cuando de repente:

- ¡Ay! ¡Algo se me ha metido en el ojo, y también se me ha clavado en el corazón! ¡Meduele mucho!- dijo Kay

- A ver déjame ver… pero si no llevas nada - le contestó con cariño Gerda

Pero algo raro ocurrió en el pequeño porque desde mismo instante no volvió a ser elmismo. Parecía como si aquel pinchazo que había sentido en el corazón se lo hubiesehelado por completo y como si en el ojo le hubiese entrado un cristalito que le impidieraver las cosas tal y como eran. Kay empezó a volverse gruñón, se burlaba de todo el mundoy todas las cosas bonitas empezó a encontrarlas feas y horribles.

Un día de invierno estaba Kay jugando en la plaza con su trineo cuando llegó un trineo muygrande. Kay corrió a atar su trineo a éste para que le arrastrase, pero el trineo grandeempezó a ir cada vez más y más rápido, Kay intentó soltarse pero era imposible y cuandose quiso dar cuenta habían salido de la ciudad y el trineo se deslizaba por el aire a granvelocidad.

Al cabo de un rato el trineo se detuvo. Entonces la persona que lo conducía se dio la vueltay Kay por fin pudo ver quien era. Y cual fue su sorpresa cuando descubrió que era… ¡laReina de las Nieves!

La reina de las nieves

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4/3/2019 La reina de las nieves

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- Hola, ¿Tienes frío?

- Un poco - contestó Kay, que desde hacía un rato sentía que su corazón estaba a punto deconvertirse en hielo.

Entonces la reina besó a Kay en la frente y el pequeño dejó de sentir frío alguno. Le besótambién en las mejillas y Kay se olvidó de Gerda y de la abuela y de todos los demás.

Al ver Gerda que Kay no regresaba de la plaza comenzó a buscarlo. Todo lo que logróaveriguar fue que había salido a toda velocidad con su trineo atado a oro grande yprecioso.

Nadie sabía a dónde había ido el pequeño y Gerda creyó que se pudo haber caído al río asíque decidió ir a buscarlo. Se montó en una barca que encontró entre los juncos, pero al noestar la barca atada ésta comenzó a moverse y a alejarse. A Gerda le entró mucho miedo,intentó pararla pero no lo consiguió. Creía que iba a ahogarse cuando apareció unaviejecita con un largo bastón de madera que consiguió acércarla hasta la orilla.

- ¿Qué hacías sola en esa barca niñita? ¿No sabes lo peligroso que es meterse en lacorriente? Anda ven conmigo a comer algo y me cuentas qué haces aquí.

Gerda tuvo algo de miedo, pues no conocía a la anciana, pero estaba cansada y teníahambre así que la acompañó a su casa.

La anciana le dio cerezas y mientras le peinó los cabellos con un peine mágico de oro con elque según le peinaba, Gerda iba olvidando a Kay.

Gerda se quedó con la anciana haciéndole compañía durante el invierno, pero cuando enprimavera salió al jardín y vio una rosa se acordó de nuevo de su compañero de juegos.

- ¡Tengo que ir a buscarlo!- dijo, y emprendió la búsqueda de nuevo

Gerda comenzó a andar y al cabo de un rato se encontró con un cuervo que le preguntó adónde se dirigía. Ella le contó toda la historia y le preguntó si había visto a Kay. El cuervose quedó pensativo y contestó:

- Creo que sí. ¿Es un muchacho con el pelo largo, inteligente y que calza unas botas querechinan a cada paso?

- ¡Sí, ese es Kay! ¿Dónde está? ¿Dónde lo has visto? - En el castillo. Se ha casado con la princesa

- ¿Y tú podrías llevarme hasta allí? Me gustaría verle

El cuervo llevó a Gerda hasta el castillo y pero cuando estuvo muy cerca cerca de Kay sedio cuenta de que en realidad no era él. Gerda se entristeció muchísimo y tanto el príncipecomo la princesa la escucharon y la ayudaron. Le regalaron unas botas, un manguito paraque tuviese las manos calientes y una estupenda carroza de oro puro acompañada de sucochero, sus criados y sus guías.

Gerda continuó su búsqueda, pero la carroza era tan bonita y brillante que no tardó endespertar el interés de un grupo de bandoleros.

Gerda fue apresada por una bandolera que tenía una hija pequeña y que enseguida sequedó con Gerda para que ésta fuera su compañera de juegos.

Estando las dos a punto de irse a dormir aparecieron por ahí unas palomas torcaces:

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4/3/2019 La reina de las nieves

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- ¡Gru, gru! Hemos visto al pequeño Kay

- ¿Ah sí? Decidme dónde está por favor - Está en Laponia. Lo hemos visto junto

a la Reina de las Nieves.

Al oírlo el corazón de la pequeñabandolera se ablandó y decidió liberar aGerda para que pudiera ir en busca deKay. Además liberó también a uno desus renos para que acompañara a lapequeña hasta ese lejano lugar.

En el palacio de la Reina de las Nievestodo estaba hecho de nieve. Era muy fríoy muy grande pero todo estaba vacío,allí no había alegría, ni bailes, nijuegos… De repente Gerda vio un lagohelado y cuando se acercó a él por finpudo ver a Kay.

. ¡Kay! ¡Kay! Soy yo, Gerda

Pero el pobre muchacho estaba congelado y no se movía. La niña lo abrazó y comenzó allorar. Sus lágrimas cayeron sobre el pecho de Kay y llegaron hasta su corazón heladoconsiguiendo derretirlo. Le dio un beso en las mejillas y éstas enrojecieron. Lo besó en lasmanos y en los pies y Kay empezó moverse. La pequeña lloró de nuevo de alegría y suslágrimas lograron que el cristalito que Kay tenía en el ojo desde hacía tiempo por finsaliera.

- ¡Gerda! ¡Mi Gerda! ¡Qué alegría tan grande verte! ¿Dónde has estado?

Y los dos estaban tan contentos los dos que no podían dejar de de abrazarse, reír y llorarde alegría.

Se cogieron de las manos, salieron del palacio y se subieron al reno rumbo a casa.

Al llegar a su ciudad se dieron cuenta de que nada había cambiado. Las campanasrepicaban igual en la calle y dentro de casa las cosas seguían en el mismo lugar que antes.Salvo por un pequeño detalle, y es que se habían convertido en personas adultas.

Las rosas del canalón habían florecido y junto a ellas estaban las dos sillitas en las quesolían sentarse. De modo que allí decidieron sentarse los dos adultos, que en el fondo,seguían siendo niños en su corazón.

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Análisis de sus valores

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4/3/2019 La reina de las nieves

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El cuento nos habla de un valor muy positivo como es la perseverancia. En este caso es lapequeña Gerda quien muestra ese tesón en encontrar a su amigo y se enfrenta a todas lasdificultades que surgen con el empeño de volverlo a ver.

Pero la perseverancia no existiría en este cuento si no hubiera también un gran amor entrelos dos niños, tal y como se demuestra a lo largo de toda la historia.

Por último el cuento nos habla también de bondad a través de los distintos personajes queayudan a Gerda desinteresadamente para que consiga llegar hasta el palacio de la Reina delas nieves donde se encuentra su amiguito.

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10/3/2019 El pobre niño en la tumba - Hermanos Grimm

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El pobre niño en la tumbaUn cuento de los hermanos Grimm

Érase un pobre zagal cuyos padres habían muerto, por lo que la autoridad confió sucustodia a un hombre muy rico, encargándole que lo alimentase y educase. Pero tanto elhombre como su mujer tenían corazones empedernidos, avaros y envidiosos a pesar de suriqueza, y no podían sufrir que alguien se llevase a la boca un pedazo de su pan. El pobremuchacho, con toda su buena voluntad, recibía muy poco de comer y muchos azotes.

Un día le encargaron que guardase la clueca con los pollitos, y el animal se extravió con lospequeños entre un seto; inmediatamente bajó disparado un azor, la apresó y volvió aremontarse, con el animal en las garras. El chiquillo prorrumpió a gritar con todas susfuerzas:

- ¡Ladrón, ladrón, bandido!

Pero ¿de qué sirvieron sus gritos? El azor no le devolvió la clueca. Oyendo el hombre elruido, acudió a toda prisa, y al ver que su gallina había desaparecido, encolerizóse y propinóal pequeño una paliza tal, que estuvo dos días sin poder moverse.

Entonces hubo de guardar los polluelos sin la madre, cosa más difícil todavía, puescontinuamente se le escapaban y dispersaban. Ocurriósele que si los ataba todos con uncordel, el azor no podría robarle ninguno; pero el remedio resultó peor que la enfermedad. Alos dos o tres días, habiéndose quedado dormido a causa del mucho correr y del pococomer, bajó el ave de rapiña y agarró uno de los pollitos; pero como estaban todos atadosentre sí, se llevó la pollada entera; se posó en un árbol y la devoró toda. En aquel momentollegaba a casa el amo y, enfurecido al darse cuenta de la desgracia, dio tal azotaina alchiquillo, que hubo de guardar cama durante varios días.

Cuando se hubo repuesto, le dijo el campesino:

- Eres demasiado estúpido y no me sirves para guardián; tendrás que ser recadero.

Y lo mandó a llevar al juez un cesto de uvas y una carta. Durante el camino, el hambre y lased atormentaron de tal modo al rapaz, que se comió un par de racimos. Luego siguió con elcesto hasta la casa del juez, el cual, después de leer la carta y contar las uvas, dijo:

- Faltan dos racimos.

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El muchacho le confesó honradamente que se los había comido, espoleado por el hambre yla sed. El juez escribió, a su vez, una carta al campesino pidiéndole que le enviase otrocesto, y el mocito hubo de llevárselo, también acompañado de una misiva. Acuciadonuevamente por el hambre y la sed, no pudo resistir y se comió otros dos racimos; sinembargo, antes sacó la carta del cesto y, poniéndola debajo de una piedra, sentóse encima,para que no lo viese ni pudiese descubrirlo. Pero el juez lo interrogó acerca de los racimosque faltaban.

- ¡Oh! - exclamó el niño -, ¿cómo lo habéis sabido? La carta no puede saberlo, ya que lapuse debajo de una piedra mientras me comía las uvas.

El juez no pudo por menos de echarse a reír de tanta simpleza, y escribió al campesinoadvirtiéndole de su obligación de tratar mejor al pequeño y darle comida y bebidasuficientes. Además, debía enseñarle a distinguir entre el bien y el mal.

- Ya te enseñaré yo la diferencia - dijo el despiadado campesino -; pero si quieres comertendrás que trabajar; y si cometes alguna fechoría, a palos aprenderás a no repetirla.

Al día siguiente le señaló una dura labor: debería cortar unos haces de paja para pienso delos caballos. Y le dirigió la siguiente amenaza:

- Estaré de vuelta dentro de cinco horas; si para entonces no está la paja desmenuzada, teazotaré hasta que no puedas mover un solo miembro.

Y marchóse a la feria con su mujer, el mozo y la criada, dejando al pequeño, por todacomida, un mendrugo de pan. Púsose el chiquillo a trabajar con todas sus fuerzas, y, comoel calor arreciara, se quitó la chaquetilla y la echó sobre la paja. Temeroso de no terminar sutarea a tiempo, seguía cortando sin descanso, y, en su celo, cortó también,inadvertidamente, la chaqueta, sin darse cuenta de la desgracia hasta que ya erademasiado tarde para repararla.

- ¡Ay - exclamó -, ahora sí que estoy perdido! Este mal hombre no me ha amenazado envano. Cuando vuelva y vea lo que he hecho, me matará de una paliza. Mejor es que yomismo me quite la vida.

Un día oyó el chiquillo decir a la dueña: "Debajo de la cama tengo un puchero de veneno."Sin embargo, lo dijo sólo para ahuyentar a los glotones, pues lo que había en el cacharroera miel. El muchachito se metió bajo la cama y, sacando el puchero, comióse todo sucontenido. "No entiendo cómo la gente puede decir que la muerte es amarga - pensó -; yo laencuentro muy dulce. No es extraño que la dueña desee morirse tan a menudo." Y,sentándose en una silla, dispúsose a esperar la muerte; sin embargo, en vez de debilitarse,sentíase fortalecido, gracias a aquella nutritiva comida. "No debía de ser veneno - pensó -.Ahora me acuerdo que el amo dijo una vez que guardaba en su armario una botella deveneno para las moscas; seguramente será veneno de verdad y me producirá la muerte."

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Pero no era matamoscas, sino vino de Hungría. Sacó el muchacho la botella y se la bebió."También esta muerte es dulce," dijo; pero el alcohol no tardó en producir su efecto, se lesubió a la cabeza y lo aturdió, creyó que realmente se acercaba su fin. "Siento que voy amorir - dijo -; iré a buscarme una sepultura en el cementerio." Y, tambaleándose,encaminóse al camposanto y se tendió dentro de una sepultura que acababan de excavar.Los sentidos se le turbaban cada vez más. Resultó que en una posada de las cercaníasestaban celebrando una boda, y cuando el chiquillo oyó la música, imaginó que se hallabaya en el paraíso; hasta que, finalmente, perdió toda conciencia de las cosas. La pobrecriatura no volvió ya a despertarse; el ardor del vino y el frío relente de la noche le quitaronla vida, y allí se quedó, para siempre, en la tumba que él mismo se había elegido.

Al enterarse el campesino de la muerte del muchachito, tuvo un gran susto, temiendo quedebería comparecer ante la justicia; tan grande fue su espanto, que se desplomó sinsentido. Su mujer, que estaba en la cocina con una sartén llena de manteca, corrió aprestarle auxilio; pero, inflamándose la grasa, prendió fuego a la morada, y, al cabo depocas horas, todo quedaba reducido a un montón de cenizas. Los años que les quedaronde vida fueron de pobreza y miseria, acosados por los remordimientos.

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el príncipe rana o enrique el Férreo

En aquellos tiempos, cuando se cumplían todavía los deseos, vivía un rey, cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol, que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro. Cerca del palacio del rey había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo tilo, había una fuente; cuando hacía mucho calor, iba la hija del rey al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente; cuando iba a estar mucho tiempo, llevaba una bola de oro, que tiraba a lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito.

Pero sucedió una vez que la bola de oro de la hija del rey no cayó en sus manos, cuando la tiró a lo alto, sino que fue a parar al suelo y de allí rodó al agua. La hija del rey la siguió con los ojos, pero la bola desapareció, y la fuente era muy honda, tan honda que no se veía su fondo. Entonces comenzó a llorar, y lloraba cada vez más alto y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, le dijo una voz:

-¿Qué tienes, hija del rey, que te lamentas de modo que puedes enternecer a una piedra?

Miró entonces a su alrededor, para ver de dónde salía la voz, y vio una rana que sacaba del agua su asquerosa cabeza:

-¡Ah! ¿Eres tú, vieja azota charcos? -le dijo-; lloro por mi bola de oro, que se me ha caído a la fuente.

-Tranquilízate y no llores -le contestó la rana-; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das, si te devuelvo tu juguete?

-Lo que quieras, querida rana -le dijo-; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y hasta la corona dorada que llevo puesta.

La rana contestó:

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-Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro.

-¡Ah! -le dijo-; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro.

Pero pensó para sí: « ¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres. »

La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, lo cogió y se marchó con él saltando.

-¡Espera, espera! -le gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú.

Pero de poco le sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no le hizo caso, corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente.

Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta y dijo:

-Hija del rey, la más pequeña, ábreme.

Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza le preguntó:

-Hija mía, ¿qué tienes? ¿Hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte?

-¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana.

-¿Para qué te quiere la rana?

-¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de exigirme como promesa, que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar.

Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo:

-Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría agua de la fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme.

Entonces dijo el rey:

-Debes cumplirle lo que le has prometido, ve y ábrele.

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Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla. Se colocó allí y dijo:

-Ponme encima de ti.

La niña vaciló hasta que la mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla:

-Quiero subir encima de la mesa -y así que la puso allí, dijo-: Ahora acércame tu plato dorado, para que podamos comer juntas.

Hízolo en seguida; pero se vio bien que no lo hacía de buena gana. La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo:

-Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos juntas.

La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero el rey se incomodó y dijo:

-No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad.

Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y le dijo:

-Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre.

La princesa se incomodó entonces mucho, la cogió y la tiró contra la pared con todas sus fuerzas.

-Ahora descansarás, rana asquerosa.

Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y amables, que fue desde entonces, por la voluntad de su padre, su querido compañero y esposo y le refirió que había sido encantado por una mala hechicera y que nadie podía sacarle de la fuente más que ella sola y que al día siguiente se marcharían a su país.

Entonces durmieron hasta el otro día y en cuanto salió el sol se metieron en un coche tirado por siete caballos blancos que llevaban plumas blancas en la cabeza y tenían por riendas cadenas de oro; detrás iba el criado del joven rey, que era el fiel Enrique. El fiel Enrique se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto tres varillas de hierro encima del corazón para que no estallara del dolor y la tristeza. Pero el joven rey debía hacer el viaje en su coche: el fiel Enrique subió después de ambos, se colocó detrás de ellos e iba lleno de alegría por la libertad de su amo. Y cuando hubieron andado un poco del camino oyó el hijo del rey una cosa que sonaba detrás, como si se rompiera algo. Entonces se volvió y dijo:

-¿Enrique, se ha roto el coche?

-No, no es el coche lo que falla, es una varilla de mi corazón, la cual fue puesta ahí cuando usted fue convertido en rana y lo encarcelaron a vivir en el pozo.

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Todavía volvió a sonar otra vez y otra vez en el camino y el hijo del rey creía siempre que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban del corazón del fiel Enrique porque su señor era libre y feliz.

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27/2/2019 Más allá del cuento : El gato con botas

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Versión de Giambattista Basile, Cagliuso (Pentamerón, 1634).Cuento.Hubo hace mucho tiempo en Nápoles un viejo muy pobre, sin nada, que a punto de morir llamó a sus dos hijos,Oraziello y Goofy para darles la herencia. A Oraziello por ser el mayor le dejó el tamiz, y a Goofy una gata.Una vez muerto el padre, Oraziello viajó para ganarse la vida con el tamiz, pero Goofy además de no tener nadaahora también tenía una gata que alimentar. Lamentándose estaba cuando la gata le dijo que se quejabademasiado y que sin saberlo tenía más suerte de la que pensaba, ya que ella podía hacerlo rico.Una mañana la gata pescó un gran salmonete y se lo entregó al rey, diciendo que era de parte del Sr Pippo que leenviaba saludos a su alteza. Otras veces la gata iba a cazar pájaros de la zona y al igual que el salmonete se losentregaba al rey de parte de su señor. Tantas veces ocurrió esto que el rey le dijo a la gata que quería conocer alSr Pippo para agradecerle los presentes que le enviaba y en agradecimiento concederle algo que deseara. La gatale contestó que Pippo lo que deseaba era dar la sangre y la vida por su corona y que al día siguiente le rendiríaun homenaje.A la mañana siguiente, la gata se presentó en el palacio anunciándole al rey que su señor no podría visitarloporque sus sirvientes le habían robado la ropa. El rey le mandó ropa con la gata y una vez vestido, se presentaronen palacio, donde el rey lo elogió y lo sentó a su lado organizando un banquete en su honor.Pero mientras comían, Pippo se volvía hacia la gata comentándole lo lujosa que era esa ropa comparada con lasuya y el rey a punto estuvo de enterarse de no ser por el ingenio de la gata y sus excusas.Después de comer, y una vez que Pippo se había ido la gata mantuvo una conversación con el rey contándole lasvirtudes de su señor y sobre todo las riquezas que tenía por todo el reino, asegurándole que no había hombre másrico que él y que como tal merecía casarse con la princesa. Incluso lo invitó a comprobar que todo aquello quedecía era verdad.El rey mandó a sus fieles a investigar si esto era cierto y la gata los acompañó, adelantándose y diciéndole a todocampesino y pastor que por allí había unos bandidos que los dejarían sin nada si no decían que todo pertenecía alSr. Pippo. Así todo lo que llegaba a oídos del rey pertenecía al señor Pippo y dándose cuenta de lo rico que eraacordó con la gata el matrimonio de su hija con su señor.Con la dote de la hija del rey y aconsejado por la gata compraron una casa y se convirtió en barón. Pippo, viendolo que rico que era le dio las gracias al gato y para demostrarle lo agradecido que estaba le aseguró que cuandomuriera lo embalsamaría y lo pondría en una urna de oro en su habitación para tenerlo siempre delante de susojos. Para comprobar que lo que decía su amo era verdad, la gata se hizo la muerta en el jardín y se la encontróla esposa de Pippo. Al avisar a su marido este le dijo que recogiera el cuerpo y lo tirase lejos por una ventana, alo que la gata de un salto se levantó y diciéndole que era un desagradecido después de todo lo que había hechopor él, se fue.

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LaSirenita

Por

HansChristianAndersen

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Enaltamarelaguaesazulcomolospétalosdelamáshermosacentaura,yclaracomoelcristalmáspuro;peroestanprofunda,queseríainútilecharelancla, pues jamás podría ésta alcanzar el fondo. Habría que poner muchoscampanarios,unosencimadeotros,paraque,desdelashonduras,llegasenalasuperficie.

Peronocreáisqueelfondoseatododearenablancayhelada;enélcrecentambién árbolesyplantasmaravillosas, de talloyhojas tan flexibles, que almenormovimientodelaguasemuevenyagitancomodotadasdevida.Todaclasedepeces,grandesychicos,sedeslizanporentrelasramas,exactamentecomohacenlasavesenelaire.Enelpuntodemayorprofundidadsealzaelpalacio del rey del mar; las paredes son de coral, y las largas ventanaspuntiagudas,del ámbarmás transparente;yel tejadoestáhechodeconchas,queseabrenycierransegúnlacorrientedelagua.Cadaunadeestasconchasencierraperlasbrillantísimas,lamenordelascualeshonraríalacoronadeunareina.

Hacíamuchosañosqueelreydelmareraviudo;suancianamadrecuidabadelgobiernodelacasa.Eraunamujermuyinteligente,peromuypagadadesunobleza;poresollevabadoceostrasenlacola,mientrasquelosdemásnoblessólo estaban autorizados a llevar seis. Por lo demás, era digna de todos loselogios,principalmenteporlobienquecuidabadesusnietecitas,lasprincesasdelmar.Estaseranseis,ytodasbellísimas,aunquelamásbellaeralamenor;teníalapielclaraydelicadacomounpétaloderosa,ylosojosazulescomoellago más profundo; como todas sus hermanas, no tenía pies; su cuerpoterminabaencoladepez.

Lasprincesassepasabaneldíajugandoenlasinmensassalasdelpalacio,encuyasparedescrecían flores.Cuandoseabrían losgrandesventanalesdeámbar, los peces entraban nadando, como hacen en nuestras tierras lasgolondrinascuando lesabrimos lasventanas.Y lospeces seacercabana lasprincesas,comiendodesusmanosydejándoseacariciar.

Frentealpalaciohabíaungranjardín,conárbolesdecolorrojodefuegoyazuloscuro;susfrutosbrillabancomooro,ylasfloresparecíanllamas,porelconstantemovimientode lospecíolosy lashojas.El suelo lo formabaarenafinísima, azul como la llamadel azufre.De arribadescendíaunmaravillosoresplandorazul;másqueestarenel fondodelmar, se tenía la impresióndeestarenlascapasaltasdelaatmósfera,conelcieloporencimaypordebajo.

Cuandonosoplabaviento,seveíaelsol;parecíaunaflorpurpúrea,cuyocálizirradiabaluz.

Cada princesita tenía su propio trocito en el jardín, donde cavaba yplantaba lo que le venía en gana. Una había dado a su porción forma de

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ballena; otra había preferido que tuviese la de una sirenita. En cambio, lamenorhizolasuyacircular,comoelsol,ytodassusfloreseranrojas,comoél.Erauna chiquillamuyespecial, calladay cavilosa, ymientras sushermanashacían gran fiesta con los objetos más raros procedentes de los barcosnaufragados,ellasólojugabaconunaestatuademármol,ademásdelasrojasflores semejantes al sol. La estatua representaba un niño hermosísimo,esculpido en unmármolmuy blanco y nítido; las olas la habían arrojado alfondodelocéano.Laprincesaplantójuntoalaestatuaunsaucelloróncolorderosa;elárbolcrecióespléndidamente,ysusramascolgabansobreelniñodemármol, proyectando en el arenoso fondo azul su sombravioleta, que semovía a compásde aquéllas; parecía como si las ramasy las raíces jugasenunasconotrasysebesasen.

Lo que más encantaba a la princesa era oír hablar del mundo de loshombres, de allá arriba; la abuela tenía que contarle todo cuanto sabía debarcosyciudades,dehombresyanimales.Seadmirabasobretododequeenlatierralasflorestuvieranolor,pueslasdelfondodelmarnoolíananada;ylasorprendía tambiénque losbosquesfuesenverdes,yque lospecesquesemovían entre los árboles cantasen tan melodiosamente. Se refería a lospajarillos,quelaabuelallamabapeces,paraquelasniñaspudieranentenderla,puesnohabíanvistonuncaaves.

-Cuando cumpláis quince años -dijo la abuela- se os dará permiso parasalirdelasaguas,sentarosalaluzdelalunaenlosarrecifesyverlosbarcosquepasan;entoncesveréistambiénbosquesyciudades.

Alañosiguiente,lamayordelashermanascumpliólosquinceaños;todassellevabanunañodediferencia,porloquelamenordebíaaguardartodavíacinco,hastapodersalirdelfondodelmaryvercómosonlascosasennuestromundo.Perolamayorprometióalasdemásquealprimerdíalescontaríaloquevierayloquelehubieraparecidomáshermoso;puespormáscosasquesuabuelalescontasesiemprequedabanmuchasqueellasestabancuriosasporsaber.

Ninguna, sin embargo, se mostraba tan impaciente como la menor,precisamenteporquedebíaesperaraúntantotiempoyporqueeratancalladayretraída.Sepasabamuchasnochesasomadaalaventana,dirigiendolamiradaa lo alto, contemplando, a través de las aguas azul-oscuro,cómolospecescorreteabanagitandolasaletasylacola.Alcanzabatambiénaverlalunaylasestrellas,queatravésdelaguaparecíanmuypálidas,aunquemuchomayoresdecomolasvemosnosotros.Cuandounanubenegralastapaba,laprincesasabíaqueeraunaballenaquenadabaporencimadeella,ounbarcoconmuchoshombresabordo,loscualesjamáshubieranpensadoenquealláabajohabíaunajovenyencantadorasirenaqueextendíalasblancasmanoshacialaquilladelnavío.

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Llegó,pues,eldíaenquelamayordelasprincesascumplióquinceaños,yseremontóhacialasuperficiedelmar.

Asuregresotraíamilcosasquecontar,perolomáshermosodetodo,dijo,habíasidoeltiempoquehabíapasadobajolaluzdelaluna,enunbancodearena, con el mar en calma, contemplando la cercana costa con una granciudad,donde las lucescentelleabancomomillaresdeestrellas,yoyendo lamúsica,elruidoylosrumoresdeloscarruajesylaspersonas;tambiénlehabíagustadoverloscampanariosytorresyescuchareltañidodelascampanas.

¡Ah, con cuánta avidez la escuchaba su hermana menor! Cuando, yaanochecido,salióalaventanaamiraratravésdelasaguasazules,nopensabaenotracosasinoenlagranciudad,consusruidosysubullicio,yleparecíaoírelsondelascampanas,quellegabahastaelfondodelmar.

Al año siguiente, la segundaobtuvopermiso para subir a la superficie ynadaren todasdirecciones.Emergióenelmomentoprecisoenqueel sol seponía,yaquelespectáculoleparecióelmássublimedetodos.Deunextremoelotro,elsoleracomodeoro-dijo-,ylasnubes,¡oh,lasnubes,quiénseríacapazdedescribirsubelleza!Habíanpasadoencimadeella,rojasymoradas,pero conmayor rapidez volaba aún, semejante a un largo velo blanco, unabandadadecisnessalvajes;volabanendirecciónalsol;peroelastroseocultó,yenunmomentodesaparecióeltinterosadodelmarydelasnubes.

Alcabodeotroañoletocóelturnoalahermanatercera,lamásaudazdetodas; por eso remontó un río que desembocaba en el mar. Vio deliciosascolinas verdes cubiertas de pámpanos, y palacios y cortijos que destacabanentremagníficosbosques;oyóelcantodelospájaros,yelcalordelsoleratanintenso, que la sirena tuvo que sumergirse varias veces para refrescarse elrostro ardiente. En una pequeña bahía se encontró con una multitud dechiquillos que corrían desnudos y chapoteaban en el agua. Quiso jugar conellos, pero los pequeños huyeron asustados, y entonces se le acercó unanimalito negro, un perro; jamás había visto un animal parecido, y comoladrabaterriblemente,laprincesatuvomiedoycorrióarefugiarseenaltamar.Nuncaolvidaríaaquellossoberbiosbosques, lasverdescolinasyel tropeldechiquillos,quepodíannadarapesardenotenercoladepez.

Lacuartadelashermanasnofuetanatrevida;nosemoviódealtamar,ydijo que éste era el lugarmás hermoso; desde él se divisaba un espacio demuchasmillas,yelcielosemejabaunacampanadecristal.Habíavistobarcos,peroagrandistancia;parecíangaviotas; losgraciososdelfineshabíanestadohaciendo piruetas, y enormes ballenas la habían cortejado proyectando aguaporlasnaricescomocentenaresdesurtidores.

Al otro año tocó el turno a la quinta hermana; su cumpleaños caíajustamente en invierno; por eso vio lo que las demás no habían visto la

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primera vez. El mar aparecía intensamente verde, v en derredor flotabangrandesicebergs,parecidosaperlas-dijo-y,sinembargo,muchomayoresquelos campanarios que construían los hombres. Adoptaban las formas máscaprichosasybrillabancomodiamantes.Ella sehabía sentadoen lacúspidedelmásvoluminoso,ytodoslosvelerossedesviabanaterrorizadosdel lugardondeellaestaba,consulargacabelleraondeandoalimpulsodelviento;perohacia el atardecer el cielo se había cubierto de nubes, y habían estalladorelámpagos y truenos, mientras el mar, ahora negro, levantaba los enormesbloquesdehieloquebrillabanalarojaluzdelosrayos.Entodoslosbarcosarriabanlasvelas,ylastripulacioneseranpresadeangustiaydeterror;peroella habla seguido sentada tranquilamente en su iceberg contemplando losrayosazulesquezigzagueabansobreelmarreluciente.

La primera vez que una de las hermanas salió a la superficie del agua,todas las demás quedaron encantadas oyendo las novedades y bellezas quehabía visto; pero una vez tuvieron permiso para subir cuando les viniera engana,aquelmundonuevopasóaserindiferenteparaellas.Sentíanlanostalgiadelsuyo,yalcabodeunmesafirmaronquesusparajessubmarinoseranlosmáshermososdetodos,yquesesentíanmuybienencasa.

Algún que otro atardecer, las cinco hermanas se cogían de la mano ysubían juntasa lasuperficie.Teníanbellísimasvoces,muchomásbellasquecualquierhumanoycuandosefraguabaalgunatempestad,sesituabanantelosbarcos que corrían peligro de naufragio, y con arte exquisito cantaban a losmarineroslasbellezasdelfondodelmar,animándolosanotemerlo;peroloshombres no comprendían sus palabras, y creían que eran los ruidos de latormenta,ynuncaleseradadocontemplarlasmagnificenciasdelfondo,puessielbarcoseibaapique,lostripulantesseahogaban,yalpalaciodelreydelmarsólollegabancadáveres.

Cuando, al anochecer, las hermanas, cogidas del brazo, subían a lasuperficiedelocéano,lamenorsequedabaabajosola,mirándolasconganasdellorar;perounasirenanotienelágrimas,yporesoesmayorsusufrimiento.

-¡Aysituvieraquinceaños!-decía-.Séquemegustaráelmundodealláarriba,yamaréaloshombresquelohabitan.

Ycomotodollegaenestemundo,alfincumpliólosquinceaños.

-Bien,yaeresmayor-ledijolaabuela,laancianareinaviuda-.Ven,queteataviaré comoa tushermanas-.Y lepusoenel cabellounacoronade liriosblancos;perocadapétaloeralamitaddeunaperla,ylaancianamandóadherirochograndesostrasalacoladelaprincesacomodistintivodesualtorango.

-¡Duele!-exclamabaladoncella.

-Hayquesufrirparaserhermosa-contestólaanciana.

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Ladoncellademuybuenaganasehabríasacudidotodosaquellosadornosy lapesadadiadema,paraquedarsevestidacon las rojas floresde su jardín;peronoseatrevióaintroducirnovedades.

-¡Adiós!-dijo,elevándose, ligeraydiáfanaatravésdelagua,comounaburbuja.

El sol acababa de ocultarse cuando la sirena asomó la cabeza a lasuperficie;perolasnubesrelucíanaúncomorosasyoro,yenelrosadocielobrillabalaestrellavespertina,tanclaraybella;elaireerasuaveyfresco,yenelmar reinabaabsolutacalma.Habíaapocadistanciaungranbarcode trespalos;unasolavelaestabaizada,puesnosemovíanilamáslevebrisa,yencubiertaseveíanlosmarinerosporentrelasjarciasysobrelaspértigas.Habíamúsicaycanto,yaloscurecerencendieroncentenaresdefarolillosdecolores;parecía como si ondeasen al aire las banderas de todos los países.La jovensirenaseacercónadandoalasventanasdeloscamarotes,ycadavezqueunaola la levantaba, podía echar unamirada a través de los cristales, límpidoscomo espejos, y veía muchos hombres magníficamente ataviados. El máshermoso,empero,eraeljovenpríncipe,degrandesojosnegros.Seguramentenotendríamásalládedieciséisaños;aqueldíaerasucumpleaños,yporesosecelebraba la fiesta. Los marineros bailaban en cubierta, y cuando salió elpríncipe se dispararon más de cien cohetes, que brillaron en el aire,iluminándolocomolaluzdedía,porlocuallasirena,asustada,seapresuróasumergirseunosmomentos;cuandovolvióaasomaraflordeagua,lepareciócomo si todas las estrellas del cielo cayesen sobre ella. Nunca había vistofuegosartificiales.Grandessoleszumbabanenderredor,magníficospecesdefuego surcaban el aire azul, reflejándose todo sobre elmar en calma. En elbarcoeratallaclaridad,quepodíadistinguirsecadacuerda,ynodigamosloshombres. ¡Ay, qué guapo era el joven príncipe! Estrechaba lasmanos a losmarinos,sonriente,mientraslamúsicasonabaenlanoche.

Pasabaeltiempo,ylapequeñasirenanopodíaapartarlosojosdelnavíonidelapuestopríncipe.Apagaronlosfarolesdecolores, loscohetesdejarondeelevarseycesarontambiénloscañonazos,peroenlasprofundidadesdelmaraumentabanlosruidos.Ellaseguíameciéndoseenlasuperficie,paraecharunamirada en el interior de los camarotes a cada vaivén de las olas. Luego elbarcoacelerósumarcha,izarontodaslasvelas,unatrasotra,y,amedidaqueel oleaje se intensificaba, el cielo se iba cubriendo de nubes; en la lejaníazigzagueabanyalosrayos.Seestabapreparandounatormentahorrible,ylosmarinoshubierondearriarnuevamentelasvelas.Elbuquesebalanceabaenelmar enfurecido, las olas se alzaban como enormes montañas negras queamenazabanestrellarsecontralosmástiles;peroelbarcoseguíaflotandocomoun cisne, hundiéndose en los abismos y levantándose hacia el cieloalternativamente,juguetedelasaguasenfurecidas.Alajovensirenaleparecía

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aquelloundeliciosopaseo,perolosmarinerospensabanmuydeotromodo.Elbarcocrujíaycrepitaba,lasgruesasplanchassetorcíanalosembatesdelmar.El palo mayor se partió como si fuera una caña, y el barco empezó atambalearsedeuncostadoalotro,mientraselaguapenetrabaenélporvariospuntos. Sólo entonces comprendió la sirena el peligro que corrían aquelloshombres; ella misma tenía que ir muy atenta para esquivar los maderos yrestos flotantes.Unas veces la oscuridad era tan completa, que la sirena nopodíadistinguirnadaenabsoluto;otrasveces los relámpagosdabanuna luzvivísima, permitiéndole reconocer a los hombres del barco. Buscabaespecialmente al príncipe, y, al partirse el navío, lo vio hundirse en lasprofundidadesdelmar.Suprimersentimientofuedealegría,puesahoraibaatenerloensusdominios;peroluegorecordóqueloshumanosnopuedenvivirenelagua,yqueelhermosojovenllegaríamuertoalpalaciodesupadre.No,noeraposiblequemuriese;poresoechóellaanadarporentrelosmaderosylasplanchasqueflotabanesparcidasporlasuperficie,sinpararmientesenquepodíanaplastarla.Hundiéndoseenelaguayelevándosenuevamente,llegóalfinallugardondeseencontrabaelpríncipe,elcualsehallabacasialcabodesusfuerzas; losbrazosypiernasempezabanaentumecérsele,susbellosojossecerraban,yhabríasucumbidosinlallegadadelasirenita,lacualsostuvosucabezafueradelaguayseabandonóalimpulsodelasolas.

Alamanecer,latempestadsehabíacalmado,perodelbarconoseveíaelmenorresto;elsolseelevó,rojoybrillante,delsenodelmar,ypareciócomosi lasmejillas del príncipe recobrasen la vida, aunque sus ojos permanecíancerrados. La sirena estampó un beso en su hermosa y despejada frente y leapartó el cabello empapado; entonces lo encontró parecido a la estatua demármoldesujardincito;volvióabesarlo,deseosadequeviviese.

La tierra firme apareció ante ella: altasmontañas azules, en cuyas cimasresplandecía la blanca nieve, como cisnes allí posados; en la orilla seextendíansoberbiosbosquesverdes,yenprimertérminohabíaunedificioquenosabíaloqueera,peroquepodíaserunaiglesiaounconvento.Ensujardíncrecíannaranjosylimoneros,yantelapuertasealzabangrandespalmeras.Elmar formaba una pequeña bahía, resguardada de los vientos, pero muyprofunda,quesealargabahastaunasrocascubiertasdefinayblancaarena.Aella se dirigió con el bello príncipe y, depositándolo en la playa, tuvo buencuidadodequelacabezaquedasebañadaporlaluzdelsol.

Lascampanasestabandoblandoenelgranedificioblanco,yungrupodemuchachassalieronaljardín.Entonceslasirenasealejónadandohastadetrásde unas altas rocas que sobresalían del agua, y, cubriéndose la cabeza y elpechodeespumadelmarparaquenadiepudieseversurostro,sepusoaespiarquiénseacercaríaalpobrepríncipe.

Al poco rato llegó junto a él una de las jóvenes, que pareció asustarse

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grandemente,perosóloporunmomento.Fueenbuscadesuscompañeras,ylasirenaviocómoelpríncipevolvíaalavidaycómosonreíaalasmuchachasquelorodeaban;sóloaellanotesonreía,puesignorabaquelohabíasalvado.Sesintiómuyafligida,ycuandolovioentrarenelvastoedificio,sesumergiótristementeenelaguayregresóalpalaciodesupadre.

Siemprehabíasidodetemperamentotaciturnoycaviloso,perodesdeaqueldíalofuemásaún.Sushermanaslepreguntaronquéhabíavistoensuprimerasalida,masellanolescontónada.

Muchas veces a la hora del ocaso o del alba se remontó al lugar dondehabía dejado al príncipe.Vio cómomaduraban los frutos del jardín y cómoeran recogidos; vio derretirse la nieve de las altasmontañas, pero nunca alpríncipe;poresocadavezvolvíaapalaciotristeyafligida.Suúnicoconsueloera sentarse en el jardín, enlazando con sus brazos la hermosa estatua demármol, aquellaestatuaque separecíaalguapodoncel;perodejódecuidarsus flores, que empezaron a crecer salvajes, invadiendo los senderos yentrelazandosuslargostallosyhojasenlasramasdelosárboles,hastataparlaluzporcompleto.

Porfin,incapazdeseguirguardandoelsecreto,locomunicóaunadesushermanas,ymuyprontolosupieronlasdemás;pero,aparteellasyunaspocassirenasdesuintimidad,nadiemásseenteródeloocurrido.Unadelasamigaspudodecirlequiéneraelpríncipe,pueshabíapresenciadotambiénlafiestadelbarcoysabíacuálerasupatriaydóndesehallabasupalacio.

-Ven,hermanita-dijeronlasdemásprincesas,ypasandocadaunaelbrazoentornoaloshombrosdelaotra,subieronenlargahileraalasuperficiedelmar,enelpuntodondesabíanqueselevantabaelpalaciodelpríncipe.

Estaba construido de una piedra brillante, de color amarillo claro, congrandes escaleras demármol, una de las cuales bajaba hasta elmismomar.Magníficas cúpulas doradas se elevaban por encima del tejado, y entre lascolumnas que rodeaban el edificio había estatuas de mármol que parecíantener vida. A través de los nítidos cristales de las altas ventanas podíancontemplarse los hermosísimos salones adornados con preciosos tapices ycortinas de seda, y congrandes cuadros en las paredes; una delicia para losojos.

En el salón mayor, situado en el centro, murmuraba un grato surtidor,cuyoschorrossubíanagranalturahacialacúpuladecristales,atravésdelacual la luzdelsol llegabaalaguaya lashermosasplantasquecrecíanenlaenormepila.

Desdeque supodónde residíaelpríncipe, sedirigíaallímuchas tardesymuchas noches, acercándose a tierra mucho más de lo que hubiera osado

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cualquieradesushermanas;inclusoseatrevíaaremontarelcanalquecorríapordebajodelasoberbiaterrazalevantadasobreelagua.Sesentabaallíysequedabacontemplandoasuamado,elcualcreíaencontrarsesolobajolaclaraluzdelaluna.

Varias noches lo vio navegando en su preciosa barca, conmúsica y conbanderas ondeantes; ella escuchaba desde los verdes juncales, y si el vientoacertabaacogerleellargoveloplateadohaciéndolovisible,élpensabaqueerauncisneconlasalasdesplegadas.

Muchas noches que los pescadores se hacían a la mar con antorchasencendidas, les oía encomiar los méritos del joven príncipe, y entonces sesentía contenta de haberle salvado la vida, cuando flotabamediomuerto, amerceddelasolas;yrecordabacómosucabezahabíareposadoensuseno,ycon cuánto amor lo había besado ella. Pero él lo ignoraba; ni en sueños laconocía.

Cada día iba sintiendo más afecto por los hombres; cada vez sentíamayores deseos de subir hasta ellos, hasta sumundo, que le parecíamuchomásvastoqueelpropio:podíanvolarensusbarcosporlasuperficiemarina,escalarmontañasmásaltasquelasnubes;poseíantierrascubiertasdebosquesycampos,queseextendíanmuchomásalládedondealcanzabalavista.Habíamuchas cosas que hubiera querido saber, pero sus hermanas no podíancontestar a todas sus preguntas. Por eso acudió a la abuela, la cual conocíamuybienaquelmundosuperior,queellallamaba,conrazón,lospaísessobreelmar.

-Suponiendoqueloshombresnoseahoguen-preguntólapequeñasirena-,¿viveneternamente?¿Nomuerencomonosotras,losseressubmarinos?

-Sí,dijolaabuela-,ellosmuerentambién,ysuvidaesmásbrevetodavíaque la nuestra.Nosotraspodemos alcanzar la edadde trescientos años, perocuandodejamosdeexistirnosconvertimosensimpleespuma,queflotasobreelagua,ynisiquieranosquedaunatumbaentrenuestrosseresqueridos.Noposeemosunalma inmortal, jamás renaceremos;somoscomo laverdecaña:unavezlahancortado,jamásreverdece.Loshumanos,encambio,tienenunalma,queviveeternamente,aundespuésqueelcuerposehatransformadoentierra; un alma que se eleva a través del aire diáfano hasta las rutilantesestrellas. Del mismo modo que nosotros emergemos del agua y vemos lastierras de los hombres, así también ascienden ellos a sublimes lugaresdesconocidos,quenosotrosnoveremosnunca.

-¿Porquéno tenemosnosotrasunalma inmortal? -preguntó,afligida, lapequeñasirena-.Gustosacambiaríayomiscentenaresdeañosdevidaporsersóloundíaunapersonahumanaypoderparticiparluegodelmundocelestial.

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-¡Nopienseseneso!-dijolavieja-.Nosotrassomosmuchomásdichosasymejoresqueloshumanosdealláarriba.

-Así,pues,¿moriréyvagaréporelmarconvertidaenespuma,sinoír lamúsica de las olas, ni ver las hermosas flores y el rojo globo del sol? ¿Nopodríahacernadaparaadquirirunalmainmortal?

- No -dijo la abuela-. Hay un medio, sí, pero es casi imposible: seríanecesarioqueunhombretequisieraconunamormasintensodelquetieneasu padre y sumadre; que se aferrase a ti con todas sus potencias y todo suamor, e hiciese que un sacerdote enlazase vuestras manos, prometiéndotefidelidadaquíyparatodalaeternidad.Entoncessualmaentraríaentucuerpo,ytútambiéntendríasparteenlabienaventuranzareservadaaloshumanos.Tedaríaalmasinperderporellolasuya.Peroestojamáspodrásuceder.Loqueaquí en el mar es hermoso, me refiero a tu cola de pez, en la tierra loencuentranfeo.Nosabríancomprenderlo;paraserhermosos,ellosnecesitandosapoyosmacizos,quellamanpiernas.

Lapequeñasirenaconsideróconunsuspirosucoladepez.

- No nos pongamos tristes -la animó la vieja-. Saltemos y brinquemosdurante los trescientos años que tenemos de vida. Es un tiempomuy largo;tantomejorsedescansaluego.Estanochecelebraremosunbailedegala.

La fiesta fue de una magnificencia como nunca se ve en la tierra. Lasparedes y el techo del gran salón eran de grueso cristal, pero transparente.Centenaresdeenormesconchas,colorde rosayverde, sealineabanaunoyotroladoconunfuegodellamaazulqueiluminabatodalasalayproyectabasuluzalexterior,atravésdelasparedes,yalumbrabaelmar,permitiendoverlos innúmeros peces, grandes y chicos, que nadaban junto a los muros decristal:unos, conbrillantesescamaspurpúreas;otros, con reflejosdoradosyplateados.Porelcentrodelasalafluíaunaanchacorriente,yenellabailabanlosmoradoressubmarinosalsondesupropioydeliciosocanto;loshumanosdenuestratierranotienentanbellasvoces.Lajovensirenaeralaquecantabamejor;losasistentesaplaudían,yporunmomentosintióungozoauténticoensucorazón,alpercatarsedequeposeíalavozmáshermosadecuantasexistenenlatierrayenelmar.Peromuyprontovolvióaacordarsedelmundodeloalto;nopodíaolvidaralapuestopríncipe,nisupenapornotenercomoélunalmainmortal.Poresosaliódisimuladamentedelpalaciopaternoy,mientrasenéltodoerancantosyregocijo,seestuvosentadaensujardincito,presadelamelancolía.

En éstas oyó los sones de un cuerno que llegaban a través del agua, ypensó:«Deseguroqueenestosmomentosestásurcandolasolasaquelseraquienquieromásqueamipadreyamimadre,aquélqueesdueñodetodosmispensamientosyencuyamanoquisierayodepositar ladichade todami

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vida.Lointentarétodoparaconquistarloyadquirirunalmainmortal.Mientrasmishermanasbailanenelpalacio,iréalamansióndelabrujamarina,aquiensiempretantotemí;perotalvezellameaconsejeymeayude».

Ylasirenitaseencaminóhaciaelrugientetorbellino,traselcualvivíalabruja.Nuncahabíaseguidoaquelcamino,enelquenocrecíanfloresnialgas;unsueloarenoso,peladoygris,seextendíahastalafatídicacorriente,dondeelagua se revolvía con un estruendo semejante al de ruedas de molino,arrastrandoalfondotodoloqueseponíaasualcance.Parallegaralamansióndelahechicera,nuestrasirenadebíaatravesaraquellossiniestrosremolinos;yenunlargotrechonohabíamáscaminoqueuncenagalcalienteyburbujeante,quelabrujallamabasuturbera.Detrásestabasucasa,enmediodeunextrañobosque. Todos los árboles y arbustos eran pólipos, mitad animales, mitadplantas;parecíanserpientesdeciencabezassalidasdelatierra;lasramaseranlargos brazos viscosos, con dedos parecidos a flexibles gusanos, y todos semovíandesdelaraízhastalapunta.Rodeabanyaprisionabantodoloqueseponíaasualcance,sinvolveryaasoltarlo.Lasirenitasedetuvoaterrorizada;sucorazónlatíademiedoyestuvoapuntodevolverse;peroelpensarenelpríncipe y en el alma humana le infundió nuevo valor. Se ató firmementealrededor de la cabeza el largo cabello flotante para que los pólipos nopudiesenagarrarlo,dobló lasmanos sobre elpechoy se lanzóhaciadelantecomosólosabenhacerlolospeces,deslizándoseporentreloshorriblespóliposque extendían hacia ella sus flexibles brazos ymanos. Vio cómo cada unomanteníaaferrado,conciendiminutosapéndicessemejantesafuertesarosdehierro,loquehabíalogradosujetar.Cadávereshumanos,muertosenelmaryhundidos en su fondo, salían a modo de blancos esqueletos de aquellosdemoníacos brazos. Apresaban también remos, cajas y huesos de animalesterrestres; pero lo más horrible era el cadáver de una sirena, que habíancapturadoyestrangulado.

Llegó luegoaunvastopantano,dondese revolcabanenormesserpientesacuáticas,queexhibíansusrepugnantesvientresdecolorblanco-amarillento.Enelcentrodellugarsealzabaunacasa,construidaconhuesosblanqueadosde náufragos humanos; en ella moraba la bruja del mar, que a la sazón seentreteníadejandoqueunsapocomiesedesuboca,deigualmaneracomoloshombres dan azúcar a un lindo canario. A las gordas y horribles serpientesacuáticas las llamaba sus polluelos y las dejaba revolcarse sobre su pechoenormeycenagoso.

-Ya sé loquequieres -dijo labruja-.Cometesunaestupidez,peroestoydispuestaasatisfacertusdeseos,puesteharásdesgraciada,mibellaprincesa.Quieres librarte de la cola de pez, y en lugar de ella tener dos piernas paraandarcomoloshumanos,paraqueelpríncipeseenamoredetiy,consuamor,puedasobtenerunalmainmortal-.Ylabrujasoltóunacarcajada,tanruidosa

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yrepelente,quelossaposylasculebrascayeronalsuelo,enelquesepusierona revolcarse. - Llegas justo a tiempo -prosiguió la bruja-, pues de haberlohechomañanaalahoradelasalidadelsol,deberíashaberaguardadounaño,antes de que yo pudiera ayudarte. Te prepararé un brebaje con el cual tedirigirásatierraantesdequeamanezca.Unavezallí,tesentarásenlaorillaylo tomarás, y en seguida te desaparecerá la cola, encogiéndose ytransformándose en lo que los humanos llaman piernas; pero te va a doler,comositerajasenconunacortanteespada.Cuantosteveandiránqueereslacriaturahumanamáshermosaquehancontemplado.Conservarástumododeandaroscilante;ningunabailarinaserácapazdebalancearsecomotú,peroacada paso que des te parecerá que pisas un afilado cuchillo y que te estásdesangrando.Siestásdispuestaapasarportodoesto,teayudaré.

-Sí-exclamólajovensirenaconvozpalpitante,pensandoenelpríncipeyenelalmainmortal.

- Pero ten en cuenta -dijo la bruja- que una vez hayas adquirido figurahumana, jamás podrás recuperar la de sirena. Jamás podrás volver por elcaminodelaguaatushermanasyalpalaciodetupadre;ysinoconquistaselamor del príncipe, de tal manera que por ti se olvide de su padre y de sumadre,seaferreaticonalmaycuerpoyhagaqueelsacerdoteunavuestrasmanos,convirtiéndoosenmaridoymujer,noadquirirásunalmainmortal.Laprimera mañana después de su boda con otra, se partirá tu corazón y teconvertirásenespumaflotanteenelagua.

-¡Acepto!-contestólasirena,pálidacomolamuerte.

-Perotienesquepagarme-prosiguiólabruja-,yelprecioquetepidonoespoco.Posees lamáshermosavozdecuantashayenel fondodelmar,yconellapiensashechizarle.Puesbien,vasadarmetuvoz.Pormipreciosobrebajequierolomejorqueposees.Yotengoqueponermipropiasangre,paraqueelfiltroseacortantecomoespadadedoblefilo.

-Perosimequitaslavoz,¿quémequeda?-preguntólasirena.

-Tubellafigura-respondiólabruja-,tupasocimbreanteytusexpresivosojos.Contodoestopuedesturbarelcorazóndeunhombre.Bien,¿hasperdidoyaelvalor?.Sacalalenguaylacortaré,enpagodelmilagrosobrebaje.

-¡Sea,pues!-dijolasirena;ylabrujadispusosucalderoparaprepararelfiltro.

-La limpieza esbuena cosa -dijo, fregandoel caldero con las serpientesdespués de hacer un nudo con ellas; luego, arañándose el pecho hasta queasomó su negra sangre, echó unas gotas de ella en el recipiente. El vapordibujabalasfigurasmásextraordinarias,capacesdeinfundirmiedoalcorazónmás audaz. La bruja no cesaba de echar nuevos ingredientes al caldero, y

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cuando ya la mezcla estuvo en su punto de cocción, produjo un sonidosemejantealdeuncocodriloque llora.Quedóal fin listoelbrebaje, el cualteníaelaspectodeaguaclarísima.

- Ahí lo tienes -dijo la bruja, y, entregándoselo a la sirena, le cortó lalengua,conloqueéstaquedómuda,incapazdehablarydecantar.

-Si lospóliposteapresancuandoatraviesesdenuevomibosque-dijolahechicera-,arrójalesunasgotasdeesteelixiryveráscómosusbrazosydedoscaendeshechosenmilpedazos-.Peronofuenecesarioacudiraaquelrecurso,pues los pólipos se apartaron aterrorizados al ver el brillante brebaje que lasirenallevabaenlamano,yquerelucíacomosifueseunaestrella.Asícruzórápidamenteelbosque,elpantanoyelrugientetorbellino.

Veía el palacio de su padre; en la gran sala de baile habían apagado lasantorchas;seguramentetodoelmundoestaríadurmiendo.Sinembargo,noseatrevió a llegar hasta él, pues era muda y quería marcharse de allí parasiempre. Le pareció que el corazón le iba a reventar de pena. Entróquedamente en el jardín, cortó una flor de cada uno de los arriates de sushermanas y, enviando al palacio mil besos con la punta de los dedos, seremontóatravésdelasaguasazules.

El sol no había salido aún cuando llegó al palacio del príncipe y seaventuró por la magnífica escalera de mármol. La luna brillaba con unaclaridadmaravillosa.Lasirenaingirióelardienteyacrefiltroysintiócomosiunaespadadedoblefiloleatravesaratodoelcuerpo;cayódesmayadayquedótendida en el suelo como muerta. Al salir el sol volvió en sí; el dolor eraintensísimo,peroantesíteníaalhermosoyjovenpríncipe,conlosnegrosojosclavados en ella. La sirena bajó los suyos y vio que su cola de pez habíadesaparecido, sustituida por dos preciosas y blanquísimas piernas, las máslindas que pueda tener unamuchacha; pero estaba completamente desnuda,por lo que se envolvió en su larga y abundante cabellera. Le preguntó elpríncipe quién era y cómo había llegado hasta allí, y ella le miró dulce ytristementeconsusojosazules,puesnopodíahablar.Entonceslatomóéldelamano y a condujo al interior del palacio. Como ya le había advertido labruja,acadapasoquedabaeracomosianduvierasobreagudospunzonesyafiladoscuchillos,perolosoportósinunaqueja.Delamanodelpríncipesubíaligera como una burbuja de aire, y tanto él como todos los presentes semaravillabandesuandargraciosoycimbreante.

Le dieron vestidos preciosos de seda ymuselina; era lamás hermosa depalacio,peroeramuda,nopodíahablarnicantar.BellasesclavasvestidasdesedayoroseadelantaronacantaranteelhijodelReyysusaugustospadres;una de ellas cantó mejor que todas las demás, y fue recompensada con elaplausoyunasonrisadelpríncipe.Seestristecióentonceslasirena,puessabía

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queellahabríacantadomásmelodiosamenteaún.«¡Oh!-pensó-siélsupieraqueporestarasuladosacrifiquémivozparatodalaeternidad».

A continuación las esclavas bailaron primorosas danzas, al son de unamúsica incomparable, y entonces la sirena, alzando los hermosos yblanquísimosbrazoseincorporándosesobrelaspuntasdelospies,sepusoabailarconunarteyunabellezajamásvistos;cadamovimientodestacabamássuhermosura,ysusojoshablabanalcorazónmáselocuentementequeelcantodelasesclavas.

Todos quedaronmaravillados, especialmente el príncipe, que la llamó supequeñaexpósita;yellasiguióbailando,apesardequecadavezquesupietocabaelsuelocreíapisarunagudísimocuchillo.Dijoelpríncipequequeríatenerla siempre a su lado, y la autorizó a dormir delante de la puerta de suhabitación,sobrealmohadonesdeterciopelo.

Mandóquelehicieranuntrajedeamazonaparaquepudieseacompañarloa caballo. Y así cabalgaron por los fragantes bosques, cuyas verdes ramasacariciaban sus hombros, mientras los pajarillos cantaban entre las tiernashojas.Subióconelpríncipealasmontañasmásaltas,y,aunquesusdelicadospies sangrabany losdemás loveían, ella seguíaa su señor sonriendo,hastaquepudieron contemplar las nubes a sus pies, semejantes a unabandadadeavescaminodetierrasextrañas.

En palacio, cuando, por la noche, todo elmundo dormía, ella salía a laescalerademármolabañarselospiesenelaguademar,paraaliviarsudolor;entoncespensabaenlossuyos,alosquehabíadejadoenlasprofundidadesdelocéano.

Una noche se presentaron sus hermanas, cogidas del brazo, cantandotristemente, mecidas por las olas. Ella les hizo señas y, reconociéndola, lassirenas se le acercaron y le contaron la pena que les había causado sudesaparición.Desdeentonceslavisitarontodaslasnoches,yunavezvioalolejos incluso a su anciana abuela -que llevaba muchos años sin subir a lasuperficie-yalreydelmar,conlacoronaenlacabeza.Ambosletendieronlosbrazos,perosinatreverseaacercarseatierracomolashermanas.

Cada día aumentaba el afecto que por ella sentía el príncipe, quien laqueríacomosepuedequereraunaniñabuenaycariñosa;peronuncalehabíapasadoporlamentelaideadehacerlareina;y,sinembargo,necesitaballegarasersuesposa,puesdeotromodonorecibiríaunalmainmortal,ylamismamañanadelabodadelpríncipeseconvertiríaenespumadelmar.

-¿Nomeamasporencimadetodoslosdemás?-parecíandecirlosojosdela pequeña sirena, cuando él la cogía en sus brazos y le besaba la hermosafrente.

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- Sí, te quieromás que a todos -respondía él-, porque eres la que tienemejorcorazón,lamásadictaamí,yporqueteparecesaunamuchachaaquienvi una vez, pero que jamás volveré a ver. Navegaba yo en un barco quenaufragó,y lasolasmearrojarona laorillacercadeunsantuario,enelquevariasdoncellascuidabandelculto.Lamásjovenmeencontróymesalvólavida,yolavisolamentedosveces;eralaúnicaaquienyopodríaamarenestemundo,perotútelepareces,túcasidestierrassuimagendemialma;ellaestáconsagradaaltemplo,yporesomibuenasuertetehaenviadoati.Jamásnossepararemos.

«¡Ay,nosabequelesalvélavida-pensólasirena-.Lollevésobreelmarhasta el bosque donde se levanta el templo, y, disimulada por la espuma,estuveespiandosillegabansereshumanos.Vialalindamuchacha,aquienélquieremásqueamí».Yexhalóunprofundosuspiro,puesllorarnopodía.«Ladoncellapertenecealtemplo,hadicho,ynuncasaldráalmundo;novolveránaencontrarsepues,mientrasqueyoestoyasulado,loveotodoslosdías.Locuidaré,loquerré,lesacrificarémivida».

Sin embargo, el príncipe debía casarse, y, según rumores, le estabadestinada por esposa la hermosa bija del rey del país vecino. A este fin,armaronunbarcomagnífico.Sedecíaqueelpríncipeibaapartirparavisitarlastierrasdeaquelpaís;peroenrealidaderaparaconoceralaprincesasuhija,y por eso debía acompañarlo un numeroso séquito. La sirenita meneaba,sonriendo,lacabeza;conocíamejorquenadielospensamientosdesuseñor.

-¡Debopartir!-lehabíadichoél-.Deboveralabellaprincesa,mispadresloexigen,peronomeobligaránatomarlapornovia.Nopuedoamarla,puesno se parece a la hermosa doncella del templo que es como tú. Si un díadebieraelegiryonovia,éstaseríastú,mimudaexpósitadeelocuentemirada-.La besó los rojos labios, y, jugando con su larga cabellera, apoyó la cabezasobresucorazón,quesoñabaenlafelicidadhumanayenelalmainmortal.

- ¿No te da miedo el mar, mi pequeñina muda? -le dijo cuando ya sehallabanabordodelnavíoquedebíaconducirlosalvecinoreino.Ylehablóde la tempestadyde lacalma,de losextrañospecesquepueblan losfondosmarinosydeloquevenenelloslosbuzos;yellasonreíaescuchándolo,puesestabamuchomejorenteradaqueotrocualquieradeloquehayenelfondodelmar.

Unanochedeclara luna, cuando todosdormían, exceptoel timonel, quepermanecía en su puesto, se sentó ella en la borda y clavó lamirada en elfondodelasaguaslímpidas.Leparecióquedistinguíaelpalaciodesupadre.Arribaestabasuancianaabuelaconlacoronadeplataenlacabeza,mirandoasu vez la quilla del barco a través de la rápida corriente. Las hermanassubieronalasuperficieysequedarontambiénmirándolatristemente,agitando

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las blancas manos. Ella les hacía señas sonriente, y quería explicarles queestaba bien, que era feliz, pero se acercó el grumete, y las sirenas sesumergieron,por loqueélcreyóqueaquellacosablancaquehabíavistonoerasinoespumadelmar.

A lamañana siguiente el barco entró en el puerto de la capital del paísvecino.Repicabantodaslascampanas,ydesdelasaltastorresllegabaelsonde las trompetas, mientras las tropas aparecían formadas con banderasondeantesy refulgentesbayonetas.Los festejossesucedíansin interrupción,conbailesyreuniones;maslaprincesanohabíallegadoaún.Segúnsedecía,la habían educado en un lejano templo, donde había aprendido todas lasvirtudespropiasdesucondición.Alfinllegóalaciudad.

Lasirenitaestabaimpacienteporversuhermosura,yhubodeconfesarseque nunca había visto un ser tan perfecto. Tenía la piel tersa y purísima, ydetrás de las largas y oscuras pestañas sonreían unos ojos azul-oscuro, dedulceexpresión.

- Eres tú -dijo el príncipe- la que me salvó cuando yo yacía como uncadáverenlacosta-.Yestrechóensusbrazosasuruborosaprometida.-¡Ah,qué felizsoy! -añadiódirigiéndosea lasirena-.Sehacumplidoelmayordemisdeseos.Tútealegrarásdemidicha,puesmequieresmásquetodos.

Lasirenalebesólamanoysintiócomosileestallaraelcorazón.Eldíadelabodasignificaríasumuerteysutransformaciónenespuma.

Fueron echadas al vuelo las campanas de las iglesias; los heraldosrecorrieron las calles pregonando la fausta nueva.En todos los altares ardíaaceite perfumado en lámparas de plata. Los sacerdotes agitaban losincensarios,ylosnovios,dándoselamano,recibieronlabendicióndelobispo.Lasirenita,vestidadesedayoro, sostenía lacolade ladesposada;perosusoídos no percibían la música solemne, ni sus ojos seguían el santo rito.Pensabasolamenteen supróximamuerteyen todo loquehabíaperdidoenestemundo.

Aquellamismatardelosnoviossetrasladaronabordoentreeltronardeloscañonesyelondeardelasbanderas.Enelcentrodelbuquehabíanerigidounasoberbiatiendadeoroypúrpura,provistadebellísimosalmohadones;enelladormiríalafelizparejadurantelanochefrescaytranquila.

Elvientohinchólasvelas,ylanavesedeslizó,raudaysuave,porelmarinmenso.

Aloscurecerencendieronlámparasylosmarinerosbailaronalegresdanzasen cubierta. La sirenita recordó su primera salida del mar, en la que habíapresenciado aquellamismamagnificencia y alegría, y entrando en la danza,voló como vuela la golondrina perseguida, y todos los circunstantes

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expresaron su admiración; nunca había bailado tan exquisitamente. Parecíacomosiaceradoscuchillos le traspasaran losdelicadospies,peroellano lossentía; más acerbo era el dolor que le hendía el corazón. Sabía que era laúltimanochequeveía a aquel por quienhabía abandonado familia y patria,sacrificadosuhermosavozysufridodíatrasdíatormentossinfin,sinqueéltuvieralamáslevesospechadesusacrificio.Eralaúltimanochequerespirabael mismo aire que él, y que veía el mar profundo y el cielo cuajado deestrellas.Laesperabaunanocheeterna sinpensamientosni sueños,puesnotenía alma ni la tendría jamás. Todo fue regocijo y contento a bordo hastamucho después de medianoche, y ella río y bailó con el corazón lleno depensamientosdemuerte.Elpríncipebesóasuhermosanovia,yellaacaricióel negro cabello de su marido y, cogidos del brazo, se retiraron los dos adescansarenlapreciosatienda.

Se hizo la calma y el silencio en el barco; sólo el timonel seguía en supuesto. La sirenita, apoyados los blancos brazos en la borda, mantenía lamiradafijaenOriente,enesperadelaaurora;sabíaqueelprimerrayodesollamataría.Entonces vio a sus hermanas que emergían de las aguas, pálidascomo ella; sus largas y hermosas cabelleras no flotaban ya al viento; se lashabíancortado.

-Lashemosdadoalabrujaacambiodequenosdejeacudirentuauxilio,paraquenomuerasestanoche.Nosdiouncuchillo,ahílotienes.¡Miraquéafiladoes!Antesdequesalgaelsoldebesclavarloenelcorazóndelpríncipe,ycuandosusangrecalientesalpiquetuspies,volveráacrecertelacoladepezyserásdenuevounasirena,podrássaltaralmaryvivir tus trescientosañosantesde convertirte en saladaymuerta espuma. ¡Apresúrate!Élo túdebéismorirantesdequesalgaelsol.Nuestraancianaabuelaestátantriste,queselehacaídolablancacabellera,delmismomodoquenosotrashemosperdidolanuestrabajo las tijerasde labruja. ¡Mata al príncipeyvuelve connosotras!Dateprisa,¿novesaquellasfajasrojasenelcielo?Dentrodebrevesminutosapareceráelsolymorirás-.Y,conunhondosuspiro,sehundieronenlasolas.

Lasirenitadescorrióeltapizpúrpuraquecerrabalatiendayvioalabelladesposada dormida con la cabeza reclinada sobre el pecho del príncipe. Seinclinó,besó lahermosa frentede suamado,miróal cielodonde lucíacadavezmásintensamentelaaurora,miróluegoelafiladocuchilloyvolvióafijarlosojosensupríncipe,queensueños,pronunciabaelnombredesuesposa;sólo ella ocupaba su pensamiento. La sirena levantó el cuchillo con manotemblorosa,yloarrojóalasolasconungestoviolento.Enelpuntodondefueacaerpareciócomosigotasdesangrebrotarandelagua.Nuevamentemiróasuamadocondesmayadosojosy,arrojándosealmar,sintiócómosucuerposedisolvíaenespuma.

Asomó el sol en el horizonte; sus rayos se proyectaron suaves y tibios

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sobreaquellaespumafría,ylasirenitasesintiólibredelamuerte;veíaelsolreluciente, y por encima de ella flotaban centenares de transparentes seresbellísimos; a su través podía divisar las blancas velas del barco y las rojasnubes que surcaban el firmamento. El lenguaje de aquellos seres eramelodioso, y tan espiritual, que ningún oído humano podía oírlo, ni ningúnhumano ojo ver a quienes lo hablaban; sinmoverse se sostenían en el aire,graciasasuligereza.Lapequeñasirenavioque,comoellos,teníauncuerpo,queseelevabagradualmentedelsenodelaespuma.

-¿Adóndevoy?-preguntó;ysuvozresonócomoladeaquellascriaturas,tanmelodiosa,queningunamúsicaterrenahabríapodidoreproducirla.

-A reunirte con las hijas del aire -respondieron las otras. -La sirena notieneunalmainmortal,nipuedeadquirirlasinoespormediacióndelamordeun hombre; su eterno destino depende de un poder ajeno. Tampoco tienenalma inmortal las hijas del aire, pero pueden ganarse una con sus buenasobras.Nosotrasvolamoshacialastierrascálidas,dondeelairebochornosoypestífero mata a los seres humanos; nosotras les procurarnos frescor.Esparcimos el aroma de las flores y enviamos alivio y curación. Cuandohemoslaboradoporespaciodetrescientosaños,esforzándonosporhacertodoelbienposible,nosesconcedidaunalmainmortalyentramosaparticipardelafelicidadeternaquehasidoconcedidaaloshumanos.Tú,pobrecillasirena,te has esforzado con todo tu corazón, como nosotras; has sufrido, y sufridocon paciencia, y te has elevado al mundo de los espíritus del aire: ahorapuedes procurarte un alma inmortal, a fuerza de buenas obras, durantetrescientosaños.

Lasirenitalevantóhaciaelsolsusbrazostransfigurados,yporprimeravezsintió que las lágrimas asomaban a sus ojos. A bordo del buque reinabanuevamenteelbullicioylavida;lasirenavioalpríncipeyasubellaesposaquelabuscaban,escudriñandoconmelancólicamiradalaburbujeanteespuma,comosisupieranquesehabíaarrojadoalasolas.Invisible,besóalanoviaenlafrentey,enviandounasonrisaalpríncipe,seelevóconlosdemásespíritusdelairealasregionesetéreas,entrelasrosadasnubes,quesurcabanelcielo.

-Dentrode trescientos añosnos remontaremosdeestemodoal reinodeDios.

- Podemos llegar a él antes -susurró una de sus compañeras-. Entramosvolando, invisibles, en lasmoradas de los humanos donde hay niños, y porcada día que encontramos a uno bueno, que sea la alegría de sus padres ymerecedor de su cariño, Dios abrevia nuestro período de prueba. El niñoignoracuándoentramosensucuarto,ysinoscausagozoynoshacesonreír,nosesdescontadounañode los trescientos;pero sidamosconunchiquillomaloytravieso,tenemosqueverterlágrimasdetristeza,yporcadalágrimase

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nosaumentaenundíaeltiempodeprueba.

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El soldadito de plomo Hans Christian Andersen

Había una vez veinticinco soldaditos de plomo, hermanos todos, ya que los habían

fundido en la misma vieja cuchara. Fusil al hombro y la mirada al frente, así era como

estaban, con sus espléndidas guerreras rojas y sus pantalones azules. Lo primero que

oyeron en su vida, cuando se levantó la tapa de la caja en que venían, fue: “¡Soldaditos

de plomo!” Había sido un niño pequeño quien gritó esto, batiendo palmas, pues eran su

regalo de cumpleaños. Enseguida los puso en fila sobre la mesa.

Cada soldadito era la viva imagen de los otros, con excepción de uno que mostraba una

pequeña diferencia. Tenía una sola pierna, pues al fundirlos, había sido el último y el

plomo no alcanzó para terminarlo. Así y todo, allí estaba él, tan firme sobre su única

pierna como los otros sobre las dos. Y es de este soldadito de quien vamos a contar la

historia.

En la mesa donde el niño los acababa de alinear había otros muchos juguetes, pero el que

más interés despertaba era un espléndido castillo de papel. Por sus diminutas ventanas

podían verse los salones que tenía en su interior. Al frente había unos arbolitos que

rodeaban un pequeño espejo. Este espejo hacía las veces de lago, en el que se reflejaban,

nadando, unos blancos cisnes de cera. El conjunto resultaba muy hermoso, pero lo más

bonito de todo era una damisela que estaba de pie a la puerta del castillo. Ella también

estaba hecha de papel, vestida con un vestido de clara y vaporosa muselina, con una

estrecha cinta azul anudada sobre el hombro, a manera de banda, en la que lucía una

brillante lentejuela tan grande como su cara. La damisela tenía los dos brazos en alto,

pues han de saber ustedes que era bailarina, y había alzado tanto una de sus piernas que

el soldadito de plomo no podía ver dónde estaba, y creyó que, como él, sólo tenía una.

“Ésta es la mujer que me conviene para esposa”, se dijo. “¡Pero qué fina es; si hasta vive

en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón en la que ya habitamos

veinticinco: no es un lugar propio para ella. De todos modos, pase lo que pase trataré de

conocerla.”

Y se acostó cuan largo era detrás de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa. Desde

allí podía mirar a la elegante damisela, que seguía parada sobre una sola pierna sin perder

el equilibrio.

Ya avanzada la noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su caja y toda la

gente de la casa se fue a dormir. A esa hora, los juguetes comenzaron sus juegos,

recibiendo visitas, peleándose y bailando. Los soldaditos de plomo, que también querían

participar de aquel alboroto, se esforzaron ruidosamente dentro de su caja, pero no

consiguieron levantar la tapa. Los cascanueces daban saltos mortales, y la tiza se divertía

escribiendo bromas en la pizarra. Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se

despertó y contribuyó al escándalo con unos trinos en verso. Los únicos que ni

pestañearon siquiera fueron el soldadito de plomo y la bailarina. Ella permanecía erguida

sobre la punta del pie, con los dos brazos al aire; él no estaba menos firme sobre su única

pierna, y sin apartar un solo instante de ella sus ojos.

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De pronto el reloj dio las doce campanadas de la medianoche y -¡crac!- se abrió la tapa

de la caja de rapé… Mas, ¿creen ustedes que contenía tabaco? No, lo que allí había era

un duende negro, algo así como un muñeco de resorte.

-¡Soldadito de plomo! -gritó el duende-. ¿Quieres hacerme el favor de no mirar más a la

bailarina?

Pero el soldadito se hizo el sordo.

-Está bien, espera a mañana y verás -dijo el duende negro.

Al otro día, cuando los niños se levantaron, alguien puso al soldadito de plomo en la

ventana; y ya fuese obra del duende o de la corriente de aire, la ventana se abrió de repente

y el soldadito se precipitó de cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó

con su única pierna en alto, descansando sobre el casco y con la bayoneta clavada entre

dos adoquines de la calle.

La sirvienta y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero aun cuando faltó poco

para que lo aplastasen, no pudieron encontrarlo. Si el soldadito hubiera gritado: “¡Aquí

estoy!”, lo habrían visto. Pero él creyó que no estaba bien dar gritos, porque vestía

uniforme militar.

Luego empezó a llover, cada vez más y más fuerte, hasta que la lluvia se convirtió en un

aguacero torrencial. Cuando escampó, pasaron dos muchachos por la calle.

-¡Qué suerte! -exclamó uno-. ¡Aquí hay un soldadito de plomo! Vamos a hacerlo navegar.

Y construyendo un barco con un periódico, colocaron al soldadito en el centro, y allá se

fue por el agua de la cuneta abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado dando

palmadas. ¡Santo cielo, cómo se arremolinaban las olas en la cuneta y qué corriente tan

fuerte había! Bueno, después de todo ya le había caído un buen remojón. El barquito de

papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez que el soldadito sentía

vértigos. Pero continuaba firme y sin mover un músculo, mirando hacia adelante, siempre

con el fusil al hombro.

De buenas a primeras el barquichuelo se adentró por una ancha alcantarilla, tan oscura

como su propia caja de cartón.

“Me gustaría saber adónde iré a parar”, pensó. “Apostaría a que el duende tiene la culpa.

Si al menos la pequeña bailarina estuviera aquí en el bote conmigo, no me importaría que

esto fuese dos veces más oscuro.”

Precisamente en ese momento apareció una enorme rata que vivía en el túnel de la

alcantarilla.

-¿Dónde está tu pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, enséñame tu pasaporte!

Pero el soldadito de plomo no respondió una palabra, sino que apretó su fusil con más

fuerza que nunca. El barco se precipitó adelante, perseguido de cerca por la rata. ¡Ah!

Había que ver cómo rechinaba los dientes y cómo les gritaba a las estaquitas y pajas que

pasaban por allí.

-¡Deténgalo! ¡Deténgalo! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el pasaporte!

La corriente se hacía más fuerte y más fuerte y el soldadito de plomo podía ya percibir la

luz del día allá, en el sitio donde acababa el túnel. Pero a la vez escuchó un sonido

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atronador, capaz de desanimar al más valiente de los hombres. ¡Imagínense ustedes!

Justamente donde terminaba la alcantarilla, el agua se precipitaba en un inmenso canal.

Aquello era tan peligroso para el soldadito de plomo como para nosotros el arriesgarnos

en un bote por una gigantesca catarata.

Por entonces estaba ya tan cerca, que no logró detenerse, y el barco se abalanzó al canal.

El pobre soldadito de plomo se mantuvo tan derecho como pudo; nadie diría nunca de él

que había pestañeado siquiera. El barco dio dos o tres vueltas y se llenó de agua hasta los

bordes; se hallaba a punto de zozobrar. El soldadito tenía ya el agua al cuello; el barquito

se hundía más y más; el papel, de tan empapado, comenzaba a deshacerse. El agua se iba

cerrando sobre la cabeza del soldadito de plomo… Y éste pensó en la linda bailarina, a la

que no vería más, y una antigua canción resonó en sus oídos:

¡Adelante, guerrero valiente! ¡Adelante, te aguarda la muerte!

En ese momento el papel acabó de deshacerse en pedazos y el soldadito se hundió, sólo

para que al instante un gran pez se lo tragara. ¡Oh, y qué oscuridad había allí dentro! Era

peor aún que el túnel, y terriblemente incómodo por lo estrecho. Pero el soldadito de

plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro, aunque estaba tendido cuan

largo era.

Súbitamente el pez se agitó, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas

terribles. Por fin quedó inmóvil. Al poco rato, un haz de luz que parecía un relámpago lo

atravesó todo; brilló de nuevo la luz del día y se oyó que alguien gritaba:

-¡Un soldadito de plomo!

El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba ahora en la

cocina, donde la sirvienta lo había abierto con un cuchillo. Cogió con dos dedos al

soldadito por la cintura y lo condujo a la sala, donde todo el mundo quería ver a aquel

hombre extraordinario que se dedicaba a viajar dentro de un pez. Pero el soldadito no le

daba la menor importancia a todo aquello.

Lo colocaron sobre la mesa y allí… en fin, ¡cuántas cosas maravillosas pueden ocurrir en

esta vida! El soldadito de plomo se encontró en el mismo salón donde había estado antes.

Allí estaban todos: los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo

hermoso castillo con la linda y pequeña bailarina, que permanecía aún sobre una sola

pierna y mantenía la otra extendida, muy alto, en los aires, pues ella había sido tan firme

como él. Esto conmovió tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de

plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. La contempló

y ella le devolvió la mirada; pero ninguno dijo una palabra.

De pronto, uno de los niños agarró al soldadito de plomo y lo arrojó de cabeza a la

chimenea. No tuvo motivo alguno para hacerlo; era, por supuesto, aquel muñeco de

resorte el que lo había movido a ello.

El soldadito se halló en medio de intensos resplandores. Sintió un calor terrible, aunque

no supo si era a causa del fuego o del amor. Había perdido todos sus brillantes colores,

sin que nadie pudiese afirmar si a consecuencia del viaje o de sus sufrimientos. Miró a la

bailarina, lo miró ella, y el soldadito sintió que se derretía, pero continuó impávido con

su fusil al hombro. Se abrió una puerta y la corriente de aire se apoderó de la bailarina,

que voló como una sílfide hasta la chimenea y fue a caer junto al soldadito de plomo,

donde ardió en una repentina llamarada y desapareció. Poco después el soldadito se acabó

de derretir. Cuando a la mañana siguiente la sirvienta removió las cenizas lo encontró en

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forma de un pequeño corazón de plomo; pero de la bailarina no había quedado sino su

lentejuela, y ésta era ahora negra como el carbón.

FIN

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10/3/2019 El enebro - Hermanos Grimm

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El enebroUn cuento de los hermanos Grimm

Hace ya mucho, mucho tiempo, como unos dos mil años, vivía un hombre millonario quetenía una mujer tan bella como piadosa. Se amaban tiernamente, pero no tenían hijos, apesar de lo mucho que los deseaban; la esposa los pedía al cielo día y noche; pero no veníaninguno. Frente a su casa, en un patio, crecía un enebro, y un día de invierno en que lamujer se encontraba debajo de él pelando una manzana, se cortó en un dedo y la sangrecayó en la nieve.

- ¡Ay! - exclamó con un profundo suspiro, y, al mirar la sangre, le entró una gran melancolía:"¡Si tuviese un hijo rojo como la sangre y blanco como la nieve!," y, al decir estas palabras,sintió de pronto en su interior una extraña alegría; tuvo el presentimiento de que iba a ocurriralgo inesperado.

Entró en su casa, pasó un mes y se descongeló la nieve; a los dos meses, todo estabaverde, y las flores brotaron del suelo; a los cuatro, todos los árboles eran un revoltijo denuevas ramas verdes. Cantaban los pajaritos, y sus trinos resonaban en todo el bosque, ylas flores habían caído de los árboles al terminar el quinto mes; y la mujer no se cansaba depasarse horas y horas bajo el enebro, que tan bien olía. El corazón le saltaba de gozo, cayóde rodillas y no cabía en sí de regocijo. Y cuando ya hubo transcurrido el sexto mes, y losfrutos estaban ya abultados y jugosos, sintió en su alma una gran placidez y quietud. Alllegar el séptimo mes comió muchas bayas de enebro, y enfermó y sintió una profundatristeza. Pasó luego el octavo mes, llamó a su marido y, llorando, le dijo:

- Si muero, entiérrame bajo el enebro. Y, de repente, se sintió consolada y contenta, y de este modo transcurrió el mes noveno. Dio

entonces a luz un niño blanco como la nieve y colorado como la sangre, y, al verlo, fue tal sualegría, que murió.

Su esposo la enterró bajo el enebro, y no terminaba de llorar; al cabo de algún tiempo, suslágrimas empezaron a manar menos copiosamente, al fin se secaron, y el hombre tomó otramujer.

Con su segunda esposa tuvo una hija, y ya dijimos que del primer matrimonio le habíaquedado un niño rojo como la sangre y blanco como la nieve. Al ver la mujer a su hija,quedó prendada de ella; pero cuando miraba al pequeño, los celos le oprimía el corazón; leparecía que era un estorbo continuo, y no pensaba sino en tratar que toda la fortunaquedase para su hija. El demonio le inspiró un odio profundo hacia el niño; empezó amandarlo de un rincón a otro, tratándolo a empujones y codazos, por lo que el pobrepequeñito vivía en constante sobresalto. Cuando volvía de la escuela, no había un momentode reposo para él.

Un día en que la mujer estaba en el piso de arriba, acudió su hijita y le dijo:

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10/3/2019 El enebro - Hermanos Grimm

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- ¡Mamá, dame una manzana! - Sí, hija mía - asintió la madre, y le ofreció una muy hermosa que sacó del arca. Pero

aquella arca tenía una tapa muy grande y pesada, con una cerradura de hierro ancha ycortante.

- Mamá - prosiguió la niña -, ¿no podrías darle también una al hermanito? La mujer hizo un gesto de mal humor, pero respondió:

- Sí, cuando vuelva de la escuela. Y he aquí que cuando lo vio venir desde la ventana, como si en aquel mismo momento

hubiese entrado en su alma el demonio, quitando a la niña la manzana que le diera, le dijo: - ¡No vas a tenerla tú antes que tu hermano!

Y volviendo el fruto al arca, la cerró. Al llegar el niño a la puerta, el maligno le inspiró que loacogiese cariñosamente:

- Hijo mío, ¿te apetecería una manzana? - preguntó al pequeño, mirándolo con ojoscoléricos.

- Mamá - respondió el niño, - ¡pones una cara que me asusta! ¡Sí, quiero una manzana! Y la voz interior del demonio le hizo decir:

- Ven conmigo - y, levantando la tapa de la caja: - agárralo tú mismo. Y al inclinarse el pequeño, volvió a tentarla el diablo. De un golpe brusco cerró el arca con

tanta violencia, que cortó en redondo la cabeza del niño, la cual cayó entre las manzanas.En el mismo instante sintió la mujer una gran angustia y pensó: "¡Ojalá no lo hubiesehecho!." Bajó a su habitación y sacó de la cómoda un paño blanco; colocó nuevamente lacabeza sobre el cuello, le ató el paño a modo de bufanda, de manera que no se notara laherida, y sentó al niño muerto en una silla delante de la puerta, con una manzana en lamano.

Mas tarde, Marlenita entró en la cocina, en busca de su madre. Ésta estaba junto al fuego yagitaba el agua hirviendo que tenía en un puchero.

- Mamá - dijo la niña, - el hermanito está sentado delante de la puerta; está todo blanco ytiene una manzana en la mano. Le he pedido que me la dé, pero no me responde. ¡Me hadado mucho miedo!

- Vuelve – le dijo la madre, - y si tampoco te contesta, le pegas un coscorrón. Y salió Marlenita y dijo:

- ¡Hermano, dame la manzana! - Pero al seguir, él callado, la niña le pegó un golpe en lacabeza, la cual, se desprendió, y cayó al suelo. La chiquita se asustó terriblemente y rompióa llorar y gritar. Corrió al lado de su madre y exclamó:

- ¡Ay mamá! ¡He cortado la cabeza a mi hermano! - y lloraba desconsoladamente. - ¡Marlenita! - exclamó la madre. - ¿Qué has hecho? Pero cállate, que nadie lo sepa. Como

esto ya no tiene remedio, lo cocinaremos en estofado. Y, tomando el cuerpo del niño, lo cortó a pedazos, lo echó en la olla y lo coció. Mientras,

Marlenita no hacía sino llorar y más llorar, y tantas lágrimas cayeron al puchero, que nohubo necesidad de echarle sal. Al llegar el padre a casa, se sentó a la mesa y preguntó:

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10/3/2019 El enebro - Hermanos Grimm

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- ¿Dónde está mi hijo? Su mujer le sirvió una gran fuente, muy grande, de carne con salsa negra, mientras

Marlenita seguía llorando sin poder contenerse. Repitió el hombre: - ¿Dónde está mi hijo?

- ¡Ay! - dijo la mujer -, se ha marchado a casa de los parientes de su madre; quiere pasaruna temporada con ellos.

- ¿Y qué va a hacer allí? Por lo menos podría haberse despedido de mí. - ¡Estaba tan impaciente! Me pidió que lo dejase quedarse allí seis semanas. Lo cuidarán

bien; está en buenas manos. - ¡Ay! - exclamó el padre. - Esto me disgusta mucho. Ha obrado mal; siquiera podía

haberme dicho adiós. Y empezó a comer; dirigiéndose a la niña, dijo:

- Marlenita, ¿por qué lloras? Ya volverá tu hermano. ¡Mujer! - prosiguió, - ¡qué buena estáhoy la comida! Sírveme más.

Y cuanto más comía, más deliciosa la encontraba. - Ponme más - insistía, - no quiero que quede nada; me parece como si todo esto fuese

mío. Y seguía comiendo, tirando los huesos debajo de la mesa, hasta que ya no quedó ni pizca.

Pero Marlenita, yendo a su cómoda, sacó del cajón inferior su pañuelo de seda más bonito,envolvió en él los huesos que recogió de debajo de la mesa y se los llevó fuera, llorandolágrimas de sangre. Los depositó allí entre la hierba, debajo del enebro, y cuando lo hizotodo, sintió de pronto un gran alivio y dejó de llorar. Entonces el enebro empezó a moverse,y sus ramas a juntarse y separarse como cuando una persona, sintiéndose contenta decorazón, junta las manos dando palmadas. Se formó una especie de niebla que rodeó elarbolito, y en el medio de la niebla apareció de pronto una llama, de la cual salió volando unhermoso pajarito, que se elevó en el aire a gran altura, cantando melodiosamente. Y cuandohabía desaparecido, el enebro volvió a quedarse como antes; pero el paño con los huesosse había esfumado. Marlenita sintió en su alma una paz y gran alegría, como si suhermanito viviese aún. Entró nuevamente en la casa, se sentó a la mesa y comió sucomida.

Pero el pájaro siguió volando, hasta llegar a la casa de un orfebre, donde se detuvo y sepuso a cantar:

"Mi madre me mató, mi padre me comió, y mi buena hermanita

mis huesecitos guardó, Los guardó en un pañito de seda, ¡muy bonito!,

y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!."

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10/3/2019 El enebro - Hermanos Grimm

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El orfebre estaba en su taller haciendo una cadena de oro, y al oír el canto del pájaro que sehabía posado en su tejado, le pareció que nunca había oído nada tan hermoso. Se levantó,y al pasar el dintel de la puerta, se le salió una zapatilla, y, así, tuvo que seguir hasta elmedio de la calle descalzo de un pie, con el delantal puesto, en una mano la cadena de oro,y la tenaza en la otra; y el sol inundaba la calle con sus brillantes rayos. Levantando lacabeza, el orfebre miró al pajarito:

- ¡Qué bien cantas! - le dijo -. ¡Repite tu canción! - No - contestó el pájaro; - si no me pagan, no la vuelvo a cantar. Dame tu cadena y volveré

a cantar. - Ahí tienes la cadena - dijo el orfebre -. Repite la canción.

Bajó volando el pájaro, cogió con la patita derecha la cadena y, posándose enfrente delorfebre, cantó:

"Mi madre me mató, mi padre me comió, y mí buena hermanita

mis huesecitos guardó. Los guardó en un pañito de seda, ¡muy bonito!,

y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!."

Voló la avecilla a la tienda del zapatero y, posándose en el tejado, volvió a cantar: "Mi madre me mató,

mi padre me comió, y mi buena hermanita

mis huesecitos guardó. Los guardó en un pañito de seda, ¡muy bonito!,

y al pie del enebro los enterró. Kivit, kivit, ¡qué lindo pajarito soy yo!."

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27/2/2019 Psicología Emocional - Emociones y Sentimientos: Barba Azul – Cuentos Originales de Charles Perrault

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Barba Azul – Cuentos Originales de CharlesPerrault

En otro tiempo vivíaun hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo,vajilla de oro y plata, muebles muy adornados y carrozas doradas;pero, por desgracia, su barba era azul, color que le daba un aspectotan feo y terrible que no había mujer ni joven que no huyera a suvista. Una de sus vecinas, señora de rango, tenía dos hijas muy hermosas.Pidiole una en matrimonio, dejando a la madre la elección de la quehabía de ser su esposa. Ninguna de las jóvenes quería casar con él ycada cual lo endosaba a la otra, sin que la otra ni la una seresolvieran a ser la mujer de un hombre que tenía la barba azul.Además, aumentaba su disgusto el hecho de que había casado convarias mujeres y nadie sabía lo que de ellas había sido. Barba Azul, para trabar con ellas relaciones, llevolas con su madre,tres o cuatro amigos íntimos y algunas jóvenes de la vecindad a unade sus casas de campo en la que permanecieron ocho díascompletos, que emplearon en paseos, partidos de caza y pesca,bailes y tertulias, sin dormir apenas y pasando las noches en decirchistes. Tan agradablemente se deslizó el tiempo, que a la menorpareciole que el dueño de casa no tenía la barba azul y que era unhombre muy bueno; y al regresar a la ciudad celebraron la boda. Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su esposa que se veía obligado ahacer un viaje a provincias, que a lo menos duraría seis semanas,

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siendo importante el asunto que a viajar le obligaba. Rogole quedurante su ausencia se divirtiese cuanto pudiera, invitara a susamigas a acompañarla, fuera con ellas al campo, si de ello gustaba, yprocurara no estar triste. -Aquí tienes, añadió, las llaves de los dos grandes guardamuebles.Estas son las de la vajilla de oro y plata que no se usa diariamente;las que te entrego pertenecen a las cajas donde guardo los metalespreciosos; estas las de los cofres en los que están mis piedras yjoyas, y aquí te doy el llavín que abre las puertas de todos loscuartos. Esta llavecita es la del gabinete que hay al extremo de lagran galería de abajo. Ábrelo todo, entra en todas partes, pero teprohíbo penetrar en el gabinete; y de tal manera te lo prohíbo, que silo abres puedes esperarlo todo de mi cólera. Prometiole atenerse exactamente a lo que acababa de ordenarle; yél, después de haberla abrazado, metiose en el carruaje y emprendiósu viaje. Las vecinas y los amigos no esperaron a que les llamasen para ir acasa de la recién casada, pues grandes eran sus deseos de verlotodo, que no se atrevieron a realizar estando el marido, porque subarba azul les espantaba. Acto continuo pusiéronse a recorrer loscuartos, los gabinetes, los guardarropas, siendo sorprendente lariqueza de cada habitación. Subieron enseguida a los guardamuebles,donde no se cansaron de admirar el número y belleza de los tapices,camas, sofás, papeleras, veladores, mesas y espejos que reproducíanlas imágenes de la cabeza a los pies y en los que los adornos, losunos de cristal, de plata dorados los otros, eran tan bellos ymagníficos que iguales no se habían visto. No cesaban de ponderar yenvidiar la dicha de su amiga, que no se divertía viendo talesriquezas, pues la dominaba la impaciencia por ir a abrir el gabinetede abajo. Empujola la curiosidad, sin fijarse en que faltaba a la educaciónabandonando a sus amigas, bajó por una escalerilla reservada, contanta precipitación que dos o tres veces corrió peligro de desnucarse.Al llegar a la puerta del gabinete detúvose algún tiempo, pensandoen la prohibición de su marido y reflexionando que la desobedienciapodía atraerle alguna desgracia; pero la tentación era tan fuerte queno pudo vencerla, y tomando la llavecita abrió temblando la puertadel gabinete. Al principio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Alcabo de algunos instantes comenzaron a destacarse los objetos ynotó que el suelo estaba completamente cubierto de sangre cuajaday que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas ysujetas a las paredes. Estas mujeres eran todas aquellas con quienesBarba Azul había casado, a las que había degollado una tras otra.Creyó morir de miedo ante tal espectáculo y se le cayó la llave delgabinete que acababa de sacar de la cerradura. Después de haberse repuesto algo, cogió la llave, cerró la puerta ysubió a su cuarto para dominar su agitación, sin que lo lograse, pues

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era extraordinaria. Habiendo notado que la llave del gabinete estaba manchada desangre, la enjugó dos o tres veces, pero la sangre no desaparecía. Envano la lavó y hasta la frotó con arenilla y asperón, pues continuaronlas manchas sin que hubiera medio de hacerlas desaparecer, porquecuando lograba quitarlas de un lado, aparecían en el otro. Barba Azul regresó de su viaje la noche de aquel mismo día y dijoque en el camino había recibido cartas noticiándole que habíaterminado favorablemente para él el asunto que le había obligado aausentarse. La esposa hizo cuanto pudo para que creyese que suinesperada vuelta la había llenado de alegría. Al día siguiente le dio las llaves y se las entregó tan temblorosa, queen el acto adivinó todo lo ocurrido. -¿Por qué no está con las otras la llavecita del gabinete? -Lepreguntó. -Probablemente la habré dejado sobre mi mesa, contestó. -Dámela enseguida, añadió Barba Azul. Después de varias dilaciones, forzoso fue entregar la llave. MirolaBarba Azul y dijo a su mujer: -¿A qué se debe que haya sangre en esta llave? -Lo ignoro, contestó más pálida que la muerte. -¿No lo sabes? -replicó Barba Azul-; yo lo sé. Has querido penetraren el gabinete. Pues bien, entrarás en él e irás a ocupar tu puestoentre las mujeres que allí has visto. Al oír estas palabras arrojose llorando a los pies de su esposo ypidiole perdón con todas las demostraciones de un verdaderoarrepentimiento por haberle desobedecido. Hubiera conmovido a unaroca, tanta era su aflicción y belleza, pero Barba Azul tenía el corazónmás duro que el granito. -Es necesario que mueras, le dijo, y morirás en el acto. -Puesto que es forzoso, murmuró mirándole con los ojos anegados enllanto, concédeme algún tiempo para rezar. -Te concedo diez minutos, replicó Barba Azul, pero ni un segundomás. En cuanto estuvo sola llamó a su hermana y le dijo: -Anita de mi corazón; sube a lo alto de la torre y mira si vienen mishermanos. Me han prometido que hoy vendrían a verme, y si les veshazles seña de que apresuren el paso.

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Subió Anita a lo alto de la torre y la mísera le preguntaba a cadainstante. -Anita, hermana mía, ¿ves algo? Y Anita contestaba: -Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea. Barba Azul tenía una enorme cuchilla en la mano y gritaba con todala fuerza de sus pulmones a su mujer: -Baja enseguida o subo yo. -¡Un instante, por piedad! -le contestaba su esposa; y luego decía envoz baja-: Anita, hermana mía, ¿ves algo? Su hermana respondía: -Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea. -Baja pronto, bramaba Barba Azul, o subo yo. -Bajo -contestó la infeliz; y luego preguntó-, Anita, hermana mía,¿viene alguien? -Sí, veo una gran polvareda que hacia aquí avanza… -¿Son mis hermanos? -¡Ay!, no, hermana mía; es un rebaño de carneros. -¿Bajas o no bajas? -vociferaba Barba Azul. -¡Un momento, otro instante no más! -exclamó su mujer; y luegoañadió-: Anita, hermana mía, ¿viene alguien? -Veo -contestó-, dos caballeros que hacia aquí se encaminan, peroaún están muy lejos. ¡Alabado sea Dios!, exclamó, poco después;¡son mis hermanos! Les hago señas para que apresuren el paso. Barba Azul se puso a gritar con tanta fuerza que se estremeció lacasa entera. Bajó la infeliz mujer y fue a arrojarse a sus pies llorosa ydesgreñada. -De nada han de servirte las lágrimas, le dijo; has de morir. Luego agarrola de los cabellos con una mano y levantó con la otra lacuchilla para cortarle la cabeza. La infeliz hacia él volvió la moribundamirada y rogole le concediese unos segundos. -No, no, rugió aquel hombre; encomiéndate a Dios.

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Y al mismo tiempo levantó el armado brazo… En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta, que BarbaAzul se detuvo. Abrieron y entraron dos caballeros, quienesdesnudando las espadas corrieron hacia donde estaba aquel hombre,que reconoció a los dos hermanos de su mujer, el uno pertenecientea un regimiento de dragones y el otro mosquetero; y al verlesescapó. Persiguiéronle tan de cerca ambos hermanos, que lealcanzaron antes que hubiese podido llegar a la plataforma leatravesaron el cuerpo con sus espadas y le dejaron muerto. La pobremujer casi tan falta de vida estaba como su marido y ni fuerzas tuvopara levantarse y abrazar a sus hermanos. Resultó que Barba Azul no tenía herederos, con lo cual todos susbienes pasaron a su esposa, quien empleó una parte en casar a suhermanita con un joven gentilhombre que hacía tiempo la amaba,otra parte en comprar los grados de capitán para sus hermanos y elresto se lo reservó, casando con un hombre muy digno y honradoque la hizo olvidar los tristes instantes que había pasado con BarbaAzul. (Pulsar para leer otros cuentos)

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27/2/2019 Psicología Emocional - Emociones y Sentimientos: El Sastrecillo Valiente – Cuentos Originales de los Hermanos Grimm

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El Sastrecillo Valiente – Cuentos Originales delos Hermanos Grimm

Un sastrecillo estaba sentado en su mesa cercade la ventana en una hermosa mañana de verano, cosiendoalegremente y con mucha prisa, cuando acertó a pasar por la calleuna mujer que voceaba: -¿Quién compra buena crema? ¿Quién compra buena crema? Esta palabra crema sonó tan agradablemente a nuestro hombre que,asomando su pequeña cabeza por la ventana, exclamó: -Aquí, buena mujer, entrad aquí y encontraréis comprador. Subió cargada con su pesado cesto los tres escalones de la tienda delsastre y tuvo que poner delante de él todos sus cacharros para quelos mirase, manejase y oliese el uno después del otro concluyendopor decir: -Me parece que es buena esta crema; dadme dos onzas, buenamujer, y aunque sea un cuarterón. La vendedora, que había creído hacer un negocio mucho mejor, le diolo que pedía, pero se fue gruñendo y refunfuñando. -Ahora, exclamó el sastrecillo, suplico a Dios que tenga a bienbendecir esta buena crema para que me dé fuerza y vigor. Y cogiendo el pan del armario partió una larga rebanada paraextender su crema encima. -¡Qué bien me va a saber!, pensó para sí, pero antes de comérmelavoy a acabar este chaquet. Colocó la tostada a su lado y se puso a coser de nuevo, y era tal sualegría que daba las puntadas cada vez mayores. Pero el olor de lacrema atraía las moscas que cubrían la pared y vinieron en grannúmero a colocarse encima de ello. -¿Quién os ha llamado aquí?, dijo el sastre echando estos húespedesincómodos.

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Pero las moscas sin hacerle caso volvieron en mayor número queantes. Se incomodó entonces, y sacando de su cajón un pedazo de paño: -Esperad, exclamó, yo os arreglaré, y las dio sin piedad. Después del primer golpe, contó las muertas y no había nada menosque siete, que estaban con las patas extendidas. -¡Diablos!, se dijo admirado de su valor, parece que soy un valiente;es necesario que lo sepa toda la ciudad. Y en su entusiasmo se hizo un cinturón y bordó encima con letrasmuy gordas: «Mató siete de un cachete.» -Pero la ciudad es muy pequeña, añadió en seguida; debe saberlo elmundo entero. El corazón le saltaba de alegría dentro del pecho, como la cola de uncorderillo. Se puso su cinturón y resolvió correr el mundo, pues su tienda lepareció desde entonces un teatro muy pequeño para su valor. Antes de salir de su casa buscó por toda ella lo que había de llevar,pero no encontró más que un queso rancio que se metió en elbolsillo. Delante de la puerta había un pájaro en su jaula, que semetió en el bolsillo con el queso. Después emprendió valerosamente su camino y como era listo yactivo, anduvo una semana. Pasó por una montaña, en cuya cumbre había una enorme giganteque miraba tranquilamente a los pasajeros. El sastrecillo se fuederecho a él y le dijo: -Buenos días, compañero; ¿qué haces ahí sentado? ¿Estás mirandocómo se mueve el mundo a tus pies? Yo me he puesto en camino enbusca de aventuras; ¿quieres venir conmigo? El gigante le contestó con aire de desprecio: -¡Bribonzuelo, sietemesino! -¿Cómo te atreves a decirme eso?, exclamó el sastre. Y desabotonándose el chaleco, le enseñó el cinturón diciendo: -Lee aquí y verás con quien las has. El gigante que leyó, «siete de un cachete», se imaginó que eranhombres lo que había muerto el sastre y miró con un poco más de

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respeto a su débil interlocutor. Sin embargo para experimentarlecogió un guijarro en la mano y le apretó con tal fuerza que rezumabaagua. -Ahora, le dijo, haz lo que yo, si tienes tanta fuerza. -¿No es más que eso?, dijo el sastre, pues eso es un juego de niñopara mí. Y metiendo la mano en su bolsillo sacó el queso que llevaba en él y leapretó en su mano de manera que le sacó todo el jugo que tenía. -¿Qué te parece?, añadió; ¿hay alguna diferencia entre los dos? El gigante no sabia qué decir y no comprendía que un enano pudieratener tantas fuerzas. Cogió otro guijarro y le tiró tan alto que apenaslo distinguía la vista más perspicaz, y le dijo: -Vamos, hombrecillo, haz lo que yo. -Bien tirado, dijo el sastre, pero la piedra ha caído. Yo voy a tirar otraque no caerá. Y sacando el pájaro que estaba en su bolsillo le echó a volar. El pájaro, contento al verse libre, partió más rápido que una flecha yno volvió más. -¿Qué dices ahora, camarada?, añadió. -Está muy bien hecho, respondió el gigante; mas quiero ver si cargastanto como lejos tiras. Y condujo al sastrecillo delante de una enorme encina que estabacaída en el suelo. -Si verdaderamente tienes fuerzas, le dijo, es preciso que me ayudesa levantar este árbol. -Con mucho gusto, contestó el hombrecillo, carga el tronco en tusespaldas, yo cargaré con las ramas y la copa que es lo más pesado. El gigante se echó el tronco a espaldas, pero el sastrecillo se sentó enuna rama de manera que el gigante, que no podía mirar hacia atrás,llevaba todo el árbol y además al sastre que se había instaladopacíficamente y cantaba con la mayor alegría: Iban juntos tres sastres a caballo una tarde, como si hubiera sidopara él un juego de niños el llevar un árbol. El gigante anonadadobajó el peso y no pudiendo resistirle dados algunos pasos, gritó: -Mira, voy a tirarle al suelo.

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El hombrecillo saltó muy listo en tierra y cogiendo el árbol entre susbrazos como si hubiera llevado lo que le correspondía dijo al gigante: -Bien flojo eres para ser tan alto. Continuaron su camino y acertando a pasar por delante de un cerezo,cogió el gigante la copa del árbol donde se hallaba la más madura, yencorvándole hasta el suelo, le puso en la mano del sastrecillo paraque comiese las cerezas, pero éste era demasiado débil parasostenerle, y en cuanto le soltó el gigante, enderezándose el árbol sellevó al sastre consigo. Bajó sin hacerse daño, pero el gigante le dijo: -¿Qué es eso?, no tienes fuerzas para encorvar semejante bagatela? -No se trata de fuerzas, respondió el sastrecillo, ¿qué es eso para unhombre que ha derribado siete de un cachete? He saltado por encimadel árbol para librarme de las balas, porque allá abajo hay unoscazadores que tiran a los matorrales. Haz tú otro tanto si puedes. El gigante probó, pero no pudo saltar por encima del árbol y sequedó encerrado en las ramas. Así conservó la ventaja el sastre. -Puesto que eres un muchacho tan valiente, dijo el gigante, espreciso que vengas a nuestra caverna y pases la noche con nosotros. El sastre consintió en ello con mucho gusto. En cuanto llegaronencontraron a otros gigantes sentados cerca de la lumbrecomiéndose cada uno un carnero asado que tenía en la mano. Elsastre creyó que la habitación era mucho mayor que su tienda. El gigante le enseñó su cama y le mandó que se acostase, pero comola cama era demasiado grande para un cuerpo tan pequeño, seacurrucó en un rincón. A la media noche, creyendo el gigante quedormía con un profundo sueño, cogió una barra de hierro y dio ungolpe muy grande en medio de la cama, con lo que pensó habermatado decididamente al enano. Los gigantes se levantaron alamanecer y se fueron al bosque; se habían olvidado del sastre,cuando le vieron salir de la caverna con un aire muy alegre y untanto descarado; llenos de miedo y temiendo no los matase a todos,echaron a correr sin esperar a más. Continuó el sastrecillo su viaje y después de haber andado muchotiempo, llegó al jardín de un palacio, y como estaba un poco cansadose echó en el musgo y se durmió. Las personas que pasaron por allíse pusieron a mirarle por todos lados y leyeron en su cinturón: «Sietede un cachete.» -¡Ah!, dijeron para sí, ¿qué es lo que viene a hacer aquí este rayo dela guerra en el seno de la paz? Debe ser algún señor muy poderoso. Fueron a dar parte a su rey, añadiendo que si llegaba a declararse laguerra sería un auxiliar muy eficaz, por lo que había que ganarle acualquier precio.

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Agradó al rey este consejo y envió a uno de sus cortesanos paraofrecerle, en cuanto despertase, un empleo en su servicio. El enviado permaneció de centinela cerca del hombrecillo; y cuandocomenzó a abrir los ojos y a estirarse le hizo la propuesta. -Con ese objeto he venido, respondió el otro; estoy pronto a entrar alservicio del rey. Se le recibió con toda clase de honores y le designaron unahabitación en la Corte. Pero los militares estaban celosos de él yhubieran querido verle a mil leguas de allí. -¿En qué vendrá a parar todo esto?, se decían unos a otros. -Si tenemos alguna desazón con él, se arrojará sobre nosotros ymatará siete de una vez. Ninguno de nosotros sobrevivirá. Resolvieron presentarse al rey y presentarle todos su dimisión. -No podemos, le dijeron, permanecer al lado de un hombre quederriba siete de un cachete. El rey sintió mucho verse abandonado por todos sus leales servidoresy hubiera deseado no haber conocido nunca al que era causa de elloy del que se hubiese deshecho con mucho gusto. Pero no se atrevía adespedirle por temor de que este hombre terrible le matase lo mismoque a su pueblo, para apoderarse de un trono. El rey, después de haber pensado mucho en ello, halló unexpediente. Mandó hacer al hombrecillo una oferta que no podíadejar de aceptar en su calidad de héroe. En un bosque de aquel paíshabía dos gigantes que cometían toda clase de robos, asesinatos eincendios. Nadie se acercaba a ellos sin temer por su vida. Siconseguía vencerlos y matarlos, el rey le daba su hija única pormujer con la mitad del reino por dote. Para ayudarle en casonecesario pusieron cien caballos a su disposición. Pensó el sastrecilloque la ocasión de casarse con una princesa tan linda era muy buenay que no se encontraría todos los días. Declaró que, consentía en ircontra los gigantes, pero que para nada quería la escolta de los ciencaballos, pues el que había matado siete de un cachete, no temía ados adversarios a la vez. Se puso en marcha seguido de los cien caballos y, cuando llegó a laentrada del bosque, les dijo que le esperaran que él solo se lascompondría con los dos gigantes. Después entró en el bosque,mirando alrededor con precaución. Al cabo de un rato distinguió a losdos gigantes; estaban dormidos bajo un árbol y roncaban con tantafuerza que hacían encorvarse a las ramas. El sastrecillo llenó sus dosbolsillos de guijarros y subiendo al árbol sin perder tiempo se deslizópor una rama que se adelantaba precisamente por entre los dosgigantes dormidos y dejó caer algunos guijarros, uno tras otro, sobreel estómago de uno de ellos. El gigante no sintió nada en unprincipio, pero al fin despertó y empujando a su compañero le dijo:

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- ¿Por qué me pegas? -Estás soñando, dijo el otro, yo no te he tocado. A poco volvieron a dormirse. El sastre tiró entonces una piedra alsegundo. ¿Qué hay?, exclamó éste. ¿Qué es lo que has tirado? -Yo no te he tirado nada, tú sueñas, respondió el primero. Disputaron por algún tiempo, pero, como estaban cansados,concluyeron por callar y volverse a dormir. El sastre sin embargocontinuó su juego y escogiendo el mayor de los guijarros le tiró contodas sus fuerzas sobre el estómago del primer gigante: -¡Esto es ya demasiado!, exclamó éste y levantándose como furiososaltó sobre su compañero que le pagó en la misma moneda. El combate fue tan terrible que arrancaban árboles enteros paraservirse de ellos como de armas, y no cesó hasta que ambosquedaron muertos en el suelo. El sastrecillo bajó entonces de su puesto. -Por fortuna, pensó para sí, no han arrancado también el árbol enque yo me hallaba, pues me hubiera visto obligado a saltar a otrocomo una ardilla, pero en nuestro oficio todos somos listos. Sacó la espada y después de haber dado dos buenos golpes en elpecho a cada uno de ellos, volvió a reunirse a su escolta a la quedijo: -Ya he concluido; les he dado el golpe de gracia; el negocio ha estadoreñido, querían resistir y hasta han arrancado árboles paratirármelos, pero ¿de qué sirve todo esto contra un hombre como yoque derriba siete de un cachete? -¿No estás herido?, le preguntaron los soldados. -No, dijo, no han podido tocarme ni a la punta de un cabello. Los soldados no quisieron creerlo; entraron en el bosque yencontraron en efecto a los gigantes nadando en su sangre y losárboles arrancados por todas partes a su alrededor. El sastrecillo reclamó la recompensa prometida por el rey, pero éste,que se arrepentía de haber empeñado su palabra, buscó un mediopara librarse del héroe. -Hay, le dijo, otra aventura que debes llevar a cabo antes de obtenera mi hija y la mitad de mi reino. Frecuenta mis bosques un unicornioque hace muchos estragos, es preciso que te apoderes de él.

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-Un unicornio me da todavía menos miedo que dos gigantes; siete deun cachete es mi divisa. Tomó una cuerda y un hacha y entró en el bosque mandando a losque le acompañaban que le esperasen fuera. No tuvo que andarmucho tiempo; el unicornio apareció bien pronto y corrió hacia élpara herirle.-Poco a poco, dijo, muy deprisa no está en regla.-Permaneció inmóvil hasta que el animal estuvo cerca de él, yentonces se deslizó muy listo detrás del tronco de un árbol. Elunicornio, que se había lanzado contra el árbol con todas sus fuerzas,metió en él un cuerno tan profundamente que le fue imposiblesacarle, y así le cogió.-El pájaro está en la jaula, se dijo el sastre, ysaliendo de su escondrijo, se acercó al unicornio, le pasó la cuerdaalrededor del cuello, le partió el cuerno metido en el árbol a fuerza dehachazos y, cuando hubo acabado, llevó el animal delante del rey. Pero el rey no podía decidirse a cumplir su palabra y le impuso otratercera condición. Se trataba de apoderarse de un jabalí que hacíagrandes estragos en los bosques. Los cazadores del rey tenían ordende ayudarle. El sastre aceptó diciendo que esto no era más que unjuego de niños. Entró solo en el bosque sin que lo sintieran loscazadores, a los que el jabalí había recibido y muchas veces de talmanera que no tenían ánimo de volver. El jabalí en cuanto distinguióal sastre se precipitó hacia él, echando espuma y enseñando susagudos colmillos, pero el ligero hombrecillo se refugió en una ermitaque había allí cerca y volvió a salir enseguida, saltando por laventana. El jabalí entró detrás de él, pero el sastrecillo volvió en dossaltos y cerró la puerta de modo que la fiera se encontró presa, puesera demasiado pesada y grande para salvarse por el mismo camino.Después de esta hazaña llamó a los cazadores para que vieran alprisionero con sus propios ojos, y se presentó al rey, el cual se vioobligado esta vez a darle a pesar suyo su hija y la mitad de su reino.Con mucha más dificultad se hubiera decidido si hubiera sabido quesu yerno no era un gran guerrero sino un infeliz sastrecillo. La bodase celebró con mucha magnificencia y poca alegría, y de un sastre sehizo rey. Algún tiempo después, la joven reina oyó una noche a su marido quedecía soñando.-Vamos, muchacho, concluye ese chaleco y remiendaese pantalón o si no te doy con la vara entre las orejas. -Comprendióentonces el sitio en que se había educado su marido y al díasiguiente fue a quejarse a su padre suplicándole la librara de unmarido que no era más que un miserable sastre. Para consolarla, la dijo el rey: -Deja tu cuarto abierto esta noche; mis criados estarán a la puerta y,en cuanto esté dormido, entrarán y le llevarán cargado de cadenas aun navío que le conducirá lejos de aquí. La reina estaba muy contenta, pero un escudero del rey que lo habíaoído todo y que amaba al nuevo príncipe, fue y le descubrió elcomplot.

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-Yo lo arreglaré, le dijo el sastre. Por la noche se acostó como de costumbre, y cuando su mujer lecreyó bien dormido fue a abrir la puerta y se volvió a acostar a sulado. Pero el hombrecillo, que fingía dormir, se puso a gritar en altavoz: -Vamos, muchacho, termina ese chaleco o te doy con la vara en lasorejas. He derribado siete de un cachete, he muerto dos gigantes,cazado un unicornio y un jabalí, ¿tendré miedo de gentes que estánocultas a mi puerta? Al oír estas últimas palabras se asustaron todos de tal modo queecharon a correr como si hubieran visto al diablo y nadie se atrevióya a declararse contra él. De esta manera conservó la corona toda suvida. (Pulsar para ver otros cuentos)

(El 20 de diciembre de 1812 se publicó la primera edición)

(Por haber transcurrido más de 70 años desde que fallecieron los autores y traductora,el contenido narra�vo original de estos cuentos son de "dominio público”. En el año2005, fueron nombrados Patrimonio Cultural de la Humanidad)

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27/2/2019 Psicología Emocional - Emociones y Sentimientos: Grisélida – Cuentos Originales de Charles Perrault

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Grisélida – Cuentos Originales de CharlesPerrault

No lejos de los Alpes vivía un príncipe,joven y bravo, en quien la naturaleza había agotado sus dones, yde todos muy amado. Su instrucción era distinguida, su valor en laguerra le había ganado justa fama y su afición a las Bellas Artesera mucha. A fuer de hombre de elevados sentimientos, deseabarealizar grandes proyectos y cuanto puede hacer digno a unpríncipe de ocupar un puesto privilegiado en las páginas de lahistoria, distinción que se propuso merecer dedicándose conpredilección a labrar la felicidad de su pueblo, par parecerle estagloria más sólida que la que se conquista en los campos de batalla.Pero tenía el príncipe un defecto, cosa nada rara, pues laimperfección es difícil si no imposible. Y consistía en su monomaníacontra las mujeres, porque en ellas solo veía engaño y perfidia.Otros tienen tal preocupación, necia y vulgar, que, por lo visto,también puede alcanzar a los grandes de la tierra. Por tal ideadominado hizo el propósito de permanecer soltero, con grandisgusto de sus súbditos, quienes, por lo demás, estaban de él muycontentos, pues empleaba la mañana en el despacho de losnegocios del Estado, procurando administrar recta justicia, amparara los débiles, a las viudas y a los huérfanos y disminuir losimpuestos. La tarde la dedicaba a la caza.

Temerosos sus súbditos de que al morir tan buen príncipe no hubiesequien le sucediera en el trono, resolvieron enviarle una diputaciónpara suplicarle que se casara. Buscose el mejor de los oradores paraque pronunciara el discurso. El elegido pasó muchos días estudiandolo que había de decir al príncipe, y, por último, le soltó la arengadelante de los comisionados, pronunciándola con aire grave ydiciéndole, en resumen, que la felicidad del Estado exigía quecontrajera matrimonio.

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El príncipe contestó: -Vuestras palabras patentizan vuestro afecto, y deseo complaceros;pero debéis tener presente que el matrimonio es asunto delicado,pues muchas jóvenes, modestas, pudorosas y buenas al lado de suspadres, se transforman una vez casadas, y se convierten en malascualidades las que antes eran excelentes. La cándida se trueca encoqueta, la prudente en alborotadora, la que era alegría de su casaen infierno de la del marido; la económica en derrochadora, lamodesta en imperiosa, y la que no osaba levantar la voz en el hogarpaterno, quiere mandar en absoluto en el del esposo. Me espantantales defectos; pero como quiero contentaros, buscad una jovenbeldad sin orgullo, sin vanidad, obediente, que no tenga másvoluntad que la de su marido, y cuando hayáis dado con ella, será miesposa. Dada la respuesta, el príncipe montó a caballo, y a escape dirigioseen busca de su traílla, que se había adelantado y le esperaba en lallanura. En cuanto llegó, soltáronse los perros, resonaron las trompasy comenzó la cacería, ganándoles a todos en ardor; y tanto fue estey tanto se alejó de su comitiva, que al detener el caballo cubierto desudor después de una vertiginosa carrera, observó que estaba solo yque no oía los ladridos de los perros ni los ecos de las trompas. Hallose en un sitio encantador, donde los arroyuelos murmuraban, lasflores del prado perfumaban el ambiente y los verdes árboles dabanfresca sombra; y mientras estaba extasiado en la contemplación dela naturaleza, apareció a su vista una joven; y tal efecto le produjo,que creyó eran los ojos del corazón los que la miraban, no los delcuerpo. La joven era una pastora que estaba apacentando su rebañoy mientras tanto hilaba a orillas de un arroyo. Su tez era blanca, susmejillas recordaban las rosas, sus labios el clavel, sus ojos el azul delcielo y su mirada la luz de las estrellas. El príncipe no se cansaba de mirarla; dirigiose hacia ella, y como alruido levantase la cabeza y le viera, de tal manera tiñose de grana surostro, que el príncipe creyó que aquel día la aurora se habíaasomado dos veces al horizonte. Debajo de su rubor el príncipedescubrió una sencillez, una dulzura, una sinceridad de que habíacreído incapaz al bello sexo, y presa de una emoción por él hastaentonces desconocida, se acercó con timidez a la pastora y le dijo: -He perdido de vista a mis compañeros. ¿Podríais decirme si lacacería ha pasado por aquí? -No, señor, contestó la joven; pero os enseñaré un camino que osllevará al lado de vuestros amigos. -Gracias, bella joven, añadió el príncipe. Muchas veces he estado enestos lugares, pero hasta ahora no he sabido ver lo más precioso quehay en ellos. Al decir estas palabras, inclinose para beber en el arroyo y apagar laardiente sed que le devoraba.

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-Esperad un momento, añadió ella. Saltando como un jilguero, fue a su cabaña y volvió con la sonrisa enlos labios ofreciendo al príncipe un vaso que, con ser de barro,pareciole más precioso que los de oro y plata. Luego de haber bebidoguiole la pastora a través del bosque, fijándose el príncipe en el sitiopor donde pasaban, porque deseaba ver de nuevo a la joven. Porúltimo, descubrieron la llanura y a lo lejos el palacio del príncipe,quien se separó de la pastora no sin tristeza; y en ella pensando, apaso lento se encaminó a su suntuosa morada. Tan grabada tenía suimagen en su corazón, que al día siguiente salió a cazar mástemprano que de costumbre, y guiándose por sus recuerdos, dio conel arroyo, con el rebaño y con la pastora. Trabó conversación con ella y supo que era huérfana de madre y vivíacon su padre, siendo su nombre Grisélida. De los frutos de la tierrase alimentaban y de la leche de las ovejas, cuya lana hilaba,tejiéndose los vestidos sin recurrir para nada a la ciudad. A medidaque oía a la joven, la llama del amor iba en aumento en el corazóndel príncipe, porque se le aparecían las bellezas del alma de lapastora. Con sentimiento despidiose de ella, y al llegar a su palaciomandó reunir su consejo y le dijo: -Mis pueblos quieren que me case, y accediendo a sus deseos, hebuscado la mujer que ha de compartir conmigo el trono. Entrevosotros la he hallado y es hermosa, prudente y honesta. Al elegirlade este país, he hecho lo que mis antepasados muchas veceshicieron. No os diré quién es la preferida hasta el día de la boda. La noticia cundió con tanta rapidez que al poco rato no hubo quien laignorara, siendo general la alegría y grande la satisfacción del oradorque había expuesto al príncipe la conveniencia de casarse, puesatribuía únicamente a su discurso el mérito de la resolución. Cadajoven creyó que ella era la elegida y todas se vistieron concoquetería, hablaron con melindre y se peinaron conesmero. Comenzaron lo preparativos para los festejos públicos; selevantaron arcos, se construyeron preciosos carros triunfales, seprepararon castillos de fuegos artificiales y se anunciaron funcionesgratuitas. Por fin llegó el tan esperado día de las bodas, y antes de amanecerya estaba todo el mundo levantado, en particular las jóvenescasaderas, que esperaban la llegada del mensajero que debíapronunciar el nombre de la elegida. El pueblo lanzose a la calle,donde los soldados mantenían la circulación. Resonaron músicas,clarines y tambores en el palacio, y por último salió el prínciperodeado de su corte, siendo acogido por entusiastas aclamaciones.Siguiéronle todos con la mirada, y general fue la sorpresa al verlesalir de la ciudad y dirigirse al vecino bosque como tenía porcostumbre todos los días. La alegría trocose en desencanto, pues elpueblo supuso que, dominado por su pasión por la caza, había dadoal olvido la boda.

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La sorpresa de la corte no era menor que la del pueblo, y fue enaumento cuando el príncipe se internó en lo más profundo delbosque. Al llegar delante de la cabaña de la pastora, se detuvo. Enaquel entonces salía Grisélida con un vestido nuevo, pues hasta ellahabía llegado la noticia del casamiento y quería ir a la ciudad paraver los festejos. -¿A dónde vais?, le preguntó el príncipe con amoroso y dulce acento,mirándola tiernamente. No apresuréis el paso, pues la boda no puederealizarse sin vos. Yo soy el príncipe y os he elegido entre todas lasbellezas de este país para pasar con vos el resto de mis días, si micorazón halla correspondencia en el vuestro. Llena de asombro y dominada por la emoción, la pastora balbuceó: -¡Ah señor; cómo he de creer que sea cierto lo que decís, si soy unahumilde campesina! -Pero reináis en mi corazón. Vuestro padre, a quien he hablado,consiente en que seáis mi esposa, y para la boda sólo falta vuestroconsentimiento. Deseoso de que la tranquilidad impere en mi hogar,os ruego juréis que nunca tendréis otra voluntad que la mía. -Lo prometo y lo juro, contestó ella. Aunque me hubiese casado conel último aldeano, su yugo me sería dulce y en todo le obedeciera.¡Cuánta no será mi obediencia si hallo en vos mi señor y mi esposo! La corte aplaudió la elección. Las señoras que formaban parte de lacomitiva entraron con Grisélida en la cabaña y la pusieron losvestidos que llevan las novias de los reyes; y todas se esmeraron ensu obra, admirando mientras tanto el aseo de aquella pobre morada,que se cobijaba a la sombra de un plátano y parecía una mansiónllena de encantos. Al aparecer Grisélida, todos aplaudieron y celebraron su bellezarealzada por el rico traje; pero el príncipe casi casi hubiera preferidoverla con los sencillos vestidos de pastora. Los novios tomaronasiento en un soberbio carro de oro y de marfil y el príncipe mostrosemás orgulloso al lado de Grisélida que cuando hacía su entradatriunfal después de haber obtenido una victoria. Seguidos de la cortese pusieron en marcha, y antes de llegar a la ciudad encontraron atodos sus habitantes que se habían esparramado por la llanuraesperando con impaciencia el regreso. El carro rodaba con dificultadpor entre la inmensa muchedumbre, que en cuanto pasaban losnovios se unía a la comitiva que avanzaba en medio de incesantesaclamaciones, tan ruidosas que muchas veces llegaron a espantar alos caballos. Celebrada la boda fueron a palacio y comenzaron las fiestas, tanmagníficas que de otras iguales no había memoria. Grisélida, rodeadade sus damas, hablaba sin orgullo, pero como si hubiese nacidoprincesa; y en todo demostró tanta circunspección que no hubo quienno la admirara. Ajustó sus maneras a las de la corte, procuró estudiar

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el carácter de cuantos la rodeaban, y al poco tiempo los gobernabacon la misma facilidad que antes guiaba su rebaño. Antes de terminar el año, el cielo bendijo su unión y nació unaprincesa. Hubieran preferido sus padres un varón, pero tantos eranlos encantos de la niña que en ella concentraron todo su cariño. Elpríncipe no se cansaba de mirarla y la madre no apartaba de ella losojos. Grisélida empeñose en ser su nodriza, diciendo que nadie comoella criaría a su hija. Fuese que su pasión hubiese disminuido o que la mala idea que antesse tenía formada de las mujeres se hubiese renovado, creyó elpríncipe que había poca sinceridad en las palabras y en los actos desu esposa, y comenzó a observarla primero, a vigilarla después, acontrariarla luego; acabando por mostrarse tan extremado que no lapermitió salir del palacio ni consintió que tomase parte en losplaceres de la corte. Como si esto no fuera bastante, la tuvoencerrada en su aposento, mostrándose desconfiado hasta de la luzdel día, que sólo consintió entrara a medias; y, por último, pidiole deuna manera brusca que le entregara todas las joyas que comoprueba de amor le había regalado el día de su boda para que norealzara con adornos su natural belleza. Grisélida se las dio con elmismo placer con que las había recibido, porque se dijo queentonces, como ahora, complacía a su marido, cuya voluntad debíaser suya. -Mi esposo y señor, pensó, me mortifica por ponerme a prueba, yhace bien, puesto que en medio de los placeres podría debilitarse mivirtud. Si tal no es el propósito de mi marido, bendito sea Dios queprueba mi constancia y mi fe, a cuya suprema bondad soy deudorade que por medio de tantas contrariedades quiera corregir misdefectos. Bendito sea ese rigor, que por más que me haga sufrir estan provechoso; y bendita sea la bondad paternal de Dios y la manode que se sirve para mi salvación!A pesar de que Grisélida obedecía sin replicar todas las órdenes delpríncipe, éste se decía: -Su virtud es fingida y su hipócrita resignación se debe a que no la heherido en lo que ama. Su hija ha de vencerla. Entró en su cámara y hallola que estaba jugando con la princesitadespués de haberla amamantado.-Mucho la amas, murmuró su marido, pero es necesario que tesepares de ella porque quiero que desde la más tierna edad seformen sus costumbres y, además, preservarla de ciertos defectosque a tu lado podría adquirir. Su buena suerte ha querido queencontrase una dama de talento que sabrá infundir en su alma todaslas virtudes y darle la educación que corresponde a una princesa. Porlo tanto disponte a separarte de tu hija, pues en breve vendrán porella. Pronunciadas estas palabras salió el príncipe de la estancia, pues notuvo el corazón bastante duro para presenciar el cumplimiento de susórdenes y ver cómo arrebataban la única prenda de su amor a

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Grisélida, que llorando y abatida esperó el fatal momento. Cuandoapareció la persona encargada de dar cumplimento al mandato delpríncipe, la infeliz madre murmuró: -Es necesario obedecer. Abrazó a su hija; pareció querer devorarla con la mirada, besola conla efusión del cariño maternal y llorando a mares se separó de ella. Cerca de la ciudad había un monasterio famoso por su antigüedad,habitado por monjas sujetas a una regla austera y regidas por unaabadesa ilustre por su piedad. Allí fue llevada la niña sin declarar sunombre ni cuna; si bien algunas preciosas alhajas que se la hallaron,indicaron que no quedarían sin recompensa los cuidados que se laprodigaran. El príncipe se entregó con más ardor que antes a losviolentos ejercicios de la caza para ahogar la voz de su conciencia,que le reprendía su crueldad, y cuando volvió a presentarse delantede su esposa lo hizo con el recelo del que va a hallarse enfrente deuna fiera a la que ha arrebatado sus pequeñuelos; pero Grisélida lerecibió con la misma ternura y tuvo para él sonrisas tan dulces comoen los mejores días de su felicidad. Tal proceder conmoviole, maslogró la desconfianza dominarle; y dos días después, queriendosujetar a su esposa a más rudas pruebas, le dijo con fingidosentimiento que su hija había muerto. Tan funesto fue el efecto producido por la terrible nueva, que elpríncipe sintió por un instante el vehemente deseo de poner términoal dolor de Grisélida diciéndola que la noticia era inexacta; perosiempre desconfiado, quedaron vencidos los nobles ímpetus de sucorazón. La infeliz princesa procuró hacerse superior a sus penas ymostrarse cada vez más amante con su marido. Quince años transcurrieron sin que nada turbase la paz perfecta enque vivían, mostrándose ambos igualmente cariñosos, luego sialguna vez el príncipe la contrariaba era para mostrarse después másenamorado; y mientras tanto creció la joven princesa, hermosa,reflexiva, dulce, candorosa, vivo retrato de su encantadora madre, acuyas cualidades reunía las nobles de su ilustre padre. Viola porcasualidad un joven cortesano, de alta prosapia, superando a la cunala belleza y los dotes, y de ella enamorose locamente. Adivinó laprincesa el amor que inspiraba, y transcurrido algún tiempo, tambiénella acabó por enamorarse. Quiso la casualidad que el príncipehubiese fijado la atención en el joven y deseara casarlo con su hija;pero siempre desconfiado, se propuso ponerle a prueba y discurrió dela siguiente manera: -Quiero hacerles dichosos casándoles, pero antes es necesario que lazozobra y el temor les hagan apreciar en todo su valor su felicidad. Almismo tiempo realzaré por medio de la piedra de toque delsufrimiento la paciencia de mi esposa, no ya, como hasta el presente,para tranquilizar mi loca desconfianza, puesto que no me es posibledudar de su amor, sino para que su bondad, su dulzura, su admirableprudencia brillen a los ojos de todo el mundo y todos la respeten aladmirar sus nobles y extraordinarias cualidades.

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Inmediatamente manifestó a la corte que habiendo muerto la hijanacida de su matrimonio, que calificó de loco, y no teniendo, por lotanto, sucesión, quería tomar esposa de ilustre cuna para asegurarun sucesor al Estado, añadiendo que la futura princesa había sidoeducada en un convento. Terrible fue la nueva para los jóvenes amantes. El príncipe dijo actoseguido a Grisélida que era necesaria la separación para evitarmayores desgracias, pues indignado el pueblo de su humilde cuna leobligaba a contraer más ilustre alianza. -Es necesario, añadió el príncipe, que volváis a vuestra cabaña,vistiendo antes las ropas de pastora que he mandado prepararos. La princesa oyó pronunciar su sentencia procurando mostrarseresignada y sin despegar los labios para quejarse; y si bien hizograndes esfuerzos para que su rostro permaneciese tranquilo, nopudo impedir que gruesas lágrimas rodasen por sus mejillas. -Sois mi marido y señor, le dijo lanzando un suspiro y próxima adesmayarse, y por terribles que sean vuestras palabras, he dedemostraros que nada me es tan querido como la obediencia cuandode vuestras órdenes se trata. Inmediatamente después retirose a sus habitaciones, y despojándosede sus ricos trajes, con la frente serena y sin murmurar, volvió avestir el de pastora. Luego dijo al príncipe: -No puedo alejarme de vuestro lado sin que me perdonéis por nohaber sabido satisfacer todos vuestros deseos. Nada me importa lamiseria, pero no puedo acostumbrarme a la idea de vuestrodesprecio. Perdonadme y viviré contenta en mi pobre cabaña, sin quejamás disminuyan el respecto y el amor que os profeso. Tanta sumisión y grandeza de alma reveladas debajo de un humildetraje, impresionaron con fuerza al príncipe, que sintiendo avivarse lallama de su pasión tan fuerte como en los primeros días, dio un pasopara abrazar a Grisélida; pero se contuvo deseoso de no ceder hastael último momento, y contestó con acento duro: -He dado al olvido lo pasado. No me disgusta vuestroarrepentimiento. Podéis iros. Fuese Grisélida, apoyada en el brazo de su padre, que también habíavuelto a tomar sus humildes vestidos, derramando ambos en silencioamargas lágrimas. -Volvamos a nuestra cabaña, le dijo Grisélida, y abandonemos sinpesar la pompa de los palacios. No hay tanta magnificencia ennuestra pobre morada, pero en cambio nos brinda con la tranquilidady con la paz.

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Apenas hubo llegado a la casita donde nació, volvió a hilar y aapacentar su rebaño, sentándose a orillas del arroyo donde porprimera vez la había visto el príncipe. Con frecuencia levantaba losojos al cielo para pedirle que colmara de dichas, riquezas y gloria asu esposo. El príncipe mandó llamarla y le dijo: -Grisélida: quiero que la princesa con quien me caso esté contenta devos y de mí. Mañana es la boda y os ordeno que me ayudéis paraque nada turbe su alegría y sepa cuáles son mis deseos a fin de quepueda complacerme. Dispondréis sus habitaciones, teniendo encuenta que se trata de una joven princesa a la que amo tiernamente;y para que os convenzáis de que es digna de mi cariño, quiero que laadmiréis. Vio Grisélida a la joven y pareciole que veía a la aurora, sintiendo sucorazón afectos tan dulces como inexplicables. Al ver aquel hermosorostro recordó los días felices que ya habían pasado, y murmuró: -Si mi hija no hubiese muerto sería tan bella como ella y tendría suedad.Este recuerdo de madre despertó en su pecho tal amor por la joven,que dijo al príncipe con acento conmovido: -Permitidme, señor, os indique que esta encantadora princesa que vaa ser vuestra esposa, educada en medio de todos los regalos, nopodrá vivir a vuestro lado como yo he vivido, sin que la muerteponga término a vuestra felicidad. Nacida en humilde cuna, todo lohe sufrido; pero una palabra dura o seca a ella la mataría. -Cuidad de lo que os importa, le contestó el príncipe con rudeza, ycumplid mis órdenes. No consiento que una pastora me recuerde misdeberes. A estas palabras Grisélida bajó los ojos sin pronunciar palabra. Invitada la corte a la boda, todas las damas y todos los caballeros sereunieron en un magnífico salón. Presentose el príncipe, y les dijo: -Muy engañadora es la esperanza, pero aún lo es más la apariencia,y si alguien lo duda pronto se convencerá de cuán cierto es lo quedigo. Todos estáis convencidos de que rebosa contento el corazón dela joven princesa que va a ser mi esposa. Apariencia engañadora.Creéis que este joven, valiente en batallas, de ilustre estirpe, ve consatisfacción la boda de su príncipe. Apariencia engañadora. Suponéisque Grisélida llora en estos momentos presa de la mayordesesperación. Apariencia engañadora también, pues Grisélida inclinala cabeza ante la voluntad de su señor y nada ha podido agotar supaciencia. Por último, no hay entre vosotros quien no tenga la íntimaconvicción de que esta boda ha de ser el remate de mi felicidad. Otraapariencia engañadora. Difícil os parecerá el enigma, pero pronto locomprenderéis. Sabed que la encantadora princesa es mi hija y ladoy en matrimonio a este joven caballero que la amaentrañablemente y cuyo amor es correspondido; sabed también que,conmovido por la paciencia y cariño de la fiel esposa a quien he

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arrojado indignamente de este palacio, le abro mis brazos y micorazón con el propósito de hacerla olvidar con mi ternura cuentaspenas le ha ocasionado mi carácter receloso; y si mucho estudio puseen disgustarla para someterla a continuas y difíciles pruebas, mayorserá mi afán por hacerla feliz. Si las generaciones veniderasrecuerdan los sufrimientos, que no lograron abatir su corazón,también recordarán su virtud. Estas palabras devolvieron la alegría a algunos semblantes veladospor la tristeza. La joven princesa, loca de contento al saber quién erasu padre, arrojose a sus pies; y el príncipe la obligó a levantarse, laabrazó, cubriola de besos y luego la llevó a su madre, que creyómorir de alegría; pues aquel corazón que no se había rendido atantas penas, difícilmente pudo soportar tan extremado júbilo al verllena de vida a su hija querida, a la que no había cesado de llorarcreyéndola muerta. -Tiempo te quedará, le dijo el príncipe, para dar expansión a lossentimientos de tu alma. Ahora ponte los vestidos que tu rango exigey vamos a celebrar las bodas de nuestra hija. Celebrado inmediatamente el matrimonio de los jóvenes novios, lasfiestas se sucedieron a cuál más espléndidas; y en la ciudad y en lacorte sólo se habló durante mucho tiempo de la paciencia y de lavirtud de Grisélida, que sin cesar había resistido tan duras pruebas,mereciendo los elogios y la admiración de todos.

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Pellejo de Asno – Cuentos Originales de CharlesPerrault

Érase un rey el máspoderoso de la tierra, tan amable en la paz como terrible en laguerra. Sus vecinos le respetaban y temían y reinaba la mayortranquilidad en sus Estados, cuya prosperidad nada dejaba quedesear, pues con las virtudes de los ciudadanos brillaban las artes, laindustria, y el comercio. Su esposa era tan cariñosa y encantadora ytantos atractivos tenía su ingenio, que si el rey era dichoso comosoberano, más lo era como marido. Tenían una hija, y como era muyvirtuosa y linda, se consolaban de no haber tenido más hijos. El palacio era muy vasto y magnífico. En todas partes habíacortesanos y criados. Las cuadras estaban llenas de arrogantescaballos y de bonitas jacas cubiertas de hermosos caparazones deoro y bordados; y por cierto no eran los caballos los que atraían lasmiradas de los que visitaban aquel sitio, sino un señor asno, que enel punto mejor y más vistoso de la cuadra erguía con arrogancia suslargas orejas. Bien merecía la referencia, pues tenía el privilegio deque lo que comía saliese transformado en relucientes escudos de oro,que eran recogidos todas las mañanas al desertar el asno. Turbó la felicidad de los regios esposos una aguda enfermedadsufrida por la reina, que se fue agravando a pesar de haberseacudido a todos los auxilios de la ciencia y de haber llamado todos alos médicos. Comprendió la enferma que se aproximaba su últimahora, y dijo al rey:

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-Antes de morir quiero hacerte una súplica. Si cuando haya dejado deexistir quieres volver casarte…-¡Jamás! ¡Jamás! -exclamó el rey sollozando. -Tal es tu propósito en este instante y me lo hace creer el amor quesiempre te he inspirado; pero para que la seguridad sea mayor,quiero me jures que no has de volver a casarte a menos de hallaruna mujer que me supere en belleza y en prudencia, la única a quienpodrás hacer tu esposa. Con los ojos llenos de lágrimas lo juró el príncipe, y poco después lareina exhaló en sus brazos el último suspiro, siendo grande ladesesperación de su esposo. El dolor trastornó algo su razón, y a lospocos meses dio en mandar comparecer a su presencia a todas lasjóvenes de la corte, después a las de la ciudad y luego a las delcampo, diciendo que se casaría con la que fuera más bella que lareina difunta; pero como ninguna podía compararse con ella, todaseran rechazadas. El rey acabó por dar evidentes muestras de locura,y cierto día declaró que la infanta, que realmente era más bella quesu madre, sería su esposa. Los cortesanos le hicieron presente quetal boda era imposible porque la infanta era hija suya, pero como esdifícil hacer entrar en razón a un loco, el rey vociferó que queríanengañarle pues él no tenía hijas. La pobre princesita, al saber lo que ocurría, fuese llorosa a encontrara su madrina, que era la más poderosa de las hadas, la que exclamóal verla: -Sé lo que te trae a mi casa. Como tu padre desgraciadamente haperdido la razón, no conviene que le contraríes abiertamente. Dileque antes de acceder a ser su esposa quieres un vestido de color decielo, y no podrá dártelo. Siguió la princesa el consejo de la Hada, y el rey llamó a todas lasmodistas y les dijo que las ahorcaría si no hacían un vestido de colorde cielo. Impulsadas por el miedo pusieron manos a la obra, a los dosdías tenía el vestido la infanta, que con lágrimas en los ojos se vioobligada a reconocer que su deseo había quedado satisfecho. Sumadrina, que estaba en palacio, le dijo en voz baja: -Pide un vestido más brillante que la luna, y no podrá dártelo. Apenas hizo la demanda la princesa, el rey mandó llamar al queestaba encargado de los bordados de palacio y le dijo: -Quiero dentro de cuatro días un vestido más brillante que la luna. En el plazo señalado la infanta tuvo el vestido que eclipsaba el brillode la luna. Al verlo la madrina murmuró al oído de su ahijada: -Pide un vestido más brillante que el sol, y no podrá dártelo. El rey mandó llamar a un rico diamantista y le dio la orden de hacerun vestido de brocado y piedras preciosas, amenazándole con

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mandarle cortar la cabeza si no lograba satisfacer sus deseos. Antesde terminar la semana la infanta tuvo el vestido, y al verlo fuegrande su desesperación porque era más brillante que el astro deldía. Entonces le dijo su madrina: -Mientras posea el asno que constantemente llena su bolsa deescudos de oro, podrá satisfacer todos tus deseos. Pídele el pellejo elasno, como en tan rara bestia consisten sus principales recursos, note lo dará. Hizo la infanta lo que la Hada le aconsejaba y el rey mando sinvacilar matar el asno, despellejarlo y llevar la piel a la joven, quequedose abatida pues ya no sabía qué pedir. Animola su madrinarecordándola que nada hay que temer cuando se obra bien, y luegola dijo que sola y disfrazada huyese a algún lejano reino. -Aquí tienes, -añadió-, una caja donde pondremos todos tus vestidos,tus adornos, tu espejo, los diamantes y los rubíes. Te doy mi varita, yllevándola en la mano la caja te seguirá siempre oculta bajo tierra;cuando quieras abrirla, toca el suelo con la varita e inmediatamenteaparecerá la caja. Para que nadie te conozca cúbrete con el pellejodel asno y nadie creerá que se oculte una hermosa princesa debajode tan horroroso disfraz. Siguió la princesa las indicaciones de su madrina y se alejó de losEstados de su padre. En cuanto el rey notó su ausencia enviómensajeros en su busca y todo lo revolvió, pero sin poder averiguarqué había sido de ella. La infanta, mientras tanto, continuaba sucamino, pidiendo limosna a cuantos encontraba y deteniéndose entodas las casas para preguntar si necesitaban una criada; mas tanhorroroso era su aspecto que no hubo quien quisiera tomarla a suservicio. Y siguió andando, andando, y fue lejos, muy lejos; y porúltimo llegó a una alquería cuyo dueño necesitaba una porcallonapara fregar, barrer y limpiar la gamella de los cerdos. Relegada a unrincón de la cocina, burlábanse de ella los criados, que procurabancontrariarla y molestarla, siendo blanco de sus groseras burlas. Los domingos podía descansar, pues en cuanto había terminado susquehaceres más indispensables, entraba en el tugurio que la habíandestinado; y una vez cerrada la puerta, se quitaba el pellejo de asno,se peinaba, se adornaba con sus joyas se ponía unas veces el vestidode luna otras el de sol o el de cielo, si bien el espacio era reducidopara la holgada cola de tales trajes. Se miraba ante el espejo y eramucha su alegría al verse joven, blanca, sonrosada y más bella quelas demás mujeres. Estos momentos de júbilo le daban aliento parasufrir todas las contrariedades de los otros días y esperar el próximodomingo. Olvidé decir que en la alquería donde había hallado colocación lainfanta, tenía su corral un rey muy poderoso, y que allí se criaban lasaves más raras y los animales más preciosos, que ocupaban diezgrandes patios. El hijo del rey iba con frecuencia a la alquería alregresar de la caza, donde descansaba con sus acompañantestomando algún refresco. El príncipe era muy arrogante y bello, y al

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verle Pellejo de Asno desde lejos, conoció por los latidos de su pechoque debajo de sus harapos aún latía el corazón de una princesa. Sinpoder evitarlo se decía: -Sus maneras son nobles, hermoso el rostro, simpático su aspecto.¡Dichosa la mujer que logre merecer su amor! Si él me hubieseregalado un vestido, sería para mí más rico que el de sol y el de luna. Un día se detuvo el príncipe en la alquería, y recorriendo los patiospara examinar las aves y los animales, llegó delante del míseroaposento donde vivía Pellejo de Asno, y por casualidad se le ocurriómirar por el ojo de la cerradura. Como era domingo vio a laporcallona vestida de oro y diamantes, más hermosa que el sol. Elpríncipe contemplola deslumbrado sin poder contener los latidos desu corazón, y por más que le admirara el vestido más le admiró subelleza. El blanco y sonrosado color de su tez, los arrogantes perfilesde su cara y su espléndida juventud, unido todo a cierto aire degrandeza realzada por la modestia, que era espejo del alma,enloquecieron de amor al príncipe. Tres veces levantó el brazo para derribar la puerta, pero otras tantasle contuvo el temor de hallarse delante de una hada y retirose a supalacio pensativo. Suspiró desde entonces noche y día, huyó de todaslas diversiones, incluso la de la caza, y perdió el apetito. Preguntóquién era aquella admirable belleza que vivía en el fondo de uncorral, al extremo de un espantoso callejón, en el que la oscuridadera completa en pleno día, y se le contestó que se la llamaba Pellejode asno, a causa de la piel que llevaba en el cuello; añadiendo queno había cómo mirarla para sentirse curado de amor, pues era másfea que la más horrible fiera. Por más que le dijeron no quiso creerles, pues guardaba grabada ensu corazón la imagen de la infanta. La reina, que no tenía otro hijo,lloraba sin cesar al verle languidecer. En vano le preguntó en quéconsistía su enfermedad, pues el príncipe permaneció mudo, y loúnico que pudo lograr fue le dijera que deseaba comer unaempanada hecha por Pellejo de Asno. No supo la reina a quien serefería su hijo, y habiéndolo preguntado, le contestaron: -¡Cielo santo! Pellejo de asno es, señora, un negro topo másasqueroso que el más sucio pinche de cocina. -No importa, -exclamó la reina-; puesto que el príncipe quiere unaempanada hecha por ella, es necesario darle gusto. La madre amaba extraordinariamente a su hijo, y si le hubiesepedido la luna, hubiera procurado dársela. Pellejo de Asno tomó harina, que había cernido para que fuese másfina, sal, manteca y huevos frescos, y se encerró en su habitación.Limpiose el rostro, las manos y los brazos; se puso un delantal deplata y dio comienzo a su tarea. Se cuenta que, mientras trabajaba,se le cayó del dedo, fuese casualidad o no lo fuese, uno de sus anillosde gran precio, lo que parece indicar que sabía que el príncipe la

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había estado mirando por el agujero de la cerradura y que de ellaestaba enamorado. Sea lo que fuere, el hijo del rey comió con muchoapetito la empanada, que halló exquisita, y por poco se traga elanillo. Afortunadamente se fijó en él admirole la esmeralda, que erapreciosa, y en especial el estrecho aro de oro, que marcaba la formadel dedo de su dueña. Lleno de alegría guardó la sortija, de la que no volvió a separarse.Pero su mal fue en aumento, y consultados los médicos dijeron queestaba enfermo de amor. Resolvieron sus padres casarle, y el príncipeles contestó: -Solo me casaré con la joven a cuyo dedo se ajuste este anillo. Grande fue la sorpresa del rey y de la reina al oír tan extrañaexigencia, pero como el estado del príncipe era muy grave, no seatrevieron a contrariarle e inmediatamente anunciaron que se casaríacon el príncipe la joven, aunque no fuese de sangre real, cuyo dedoentrara en el anillo. Todas se dispusieron a hacer la prueba, y hubocharlatanes que prometieron adelgazar los dedos, proponiéndoseganar algunos escudos, como aquellos que no teniendo ningún oficioni sabiendo cómo vivir de su trabajo, se meten a curanderos paraconvertir en comida la lana que trasquilan al prójimo; joven hubo querascó su dedo con un cuchillo; otra consintió en que cortaran carnedel suyo para adelgazarlo y no faltó quien lo tuviera muchas horascomprimido ni tampoco quien lo sometiera al efecto de cierto líquidopara que se lo dejara despellejado. Diose principio a la prueba, comenzando por las princesas, a las quesiguieron las duquesas, marquesas, condesas y baronesas, siendo elanillo demasiado estrecho para cuantos dedos se presentaron.Comparecieron las demás jóvenes, más todos los ensayos resultaroninútiles. Llegoles el turno a las criadas y fregonas, pero el anilloquedose sin colocación, y creyose que el príncipe moriría de pena,pues sólo faltaba Pellejo de Asno y a ninguna persona sensata podíaocurrírsele que la porcallona estuviese destinada a ser reina. -¿Por qué no? -exclamó el príncipe. Todos sonrieron, pero el príncipe añadió: -Entra, Pellejo de Asno, hágase la prueba. Introducida la fregona a presencia de la corte, sacó de debajo de laasquerosa piel una manecita de marfil ligeramente sonrosada;hicieron la prueba, y el anillo se ajustó a su dedo de tal manera quelos cortesanos no acertaban a volver de su asombro. Dijéronla quedebía presentarse ante el rey y la aconsejaron con la sonrisa de lamofa en los labios que se pusiera otro vestido menos sucio. Pellejo deAsno fue a cambiarse de vestido, y cuando volvió a comparecer antela corte, las burlonas risas se trocaron en exclamaciones deadmiración, porque nadie recordaba haber visto belleza semejante,realzada por unos ojos azules, rasgados y de mirada dulce, pero llenade majestad. Sus rubios cabellos recordaban los rayos del sol; su

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talle la esbeltez de la palmera; sus diamantes deslumbraban y sutraje era tan rico que no admitía comparación. Todos aplaudieron, enparticular las señoras, y el rey estaba loco de contento al ver a lanovia de su hijo; y si loco estaba el rey, no sabemos qué decir de lareina y, en particular, del enamorado príncipe. Inmediatamente se dieron las órdenes para que se celebrara la boday el rey convidó a todos los monarcas vecinos, quienes abandonaronsus Estados, montados unos en grandes elefantes, otros caballerosen corceles con arneses de oro y plata, y algunos se embarcaron ennaves que tenían velas de púrpura. Pero aunque todos los príncipesrivalizaron en lujo para evidenciar su poderío, ninguno igualó al padrede la joven desposada, que ya había recobrado la razón. Grande fuesu sorpresa y mayor su alegría al encontrar a su hija, a quien abrazóllorando de júbilo; y tanto como su sorpresa fue el contento delpríncipe al saber quién era su novia. En aquel instante apareció lamadrina, que contó todo lo ocurrido, y luego celebráronse las bodas ytodos fueron dichosos.

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Meñiquín – Cuentos Originales de CharlesPerrault

Éranse un leñador yuna leñadora que tenían siete hijos, todos varones; diez añoscontaba el mayor y el menor siete. Sorprenderá que en tan cortointervalo tantos hijos hubiera tenido el leñador, pero con decir quecasi todos eran gemelos, nada hay que extrañar. Muy pobre era el matrimonio y sus siete hijos aumentaban supobreza, pues ninguno de ellos se hallaba en edad de ganarse lasubsistencia. El ser el más pequeño de complexión muy delicada, sinque jamás pronunciase palabra, daba pábulo a su tristeza, puescreían que era tontería lo que significaba bondad. Era muy pequeñito,y cuando nació era tan diminuto como el dedo meñique, lo que hizoque Meñiquín se le llamara. El pobre niño llevaba la carga en la casa paterna y de todo se le dabala culpa, lo que no era obstáculo para que entre sus hermanos fueseel más listo; y si hablaba poco, en cambio oía y escuchaba mucho.En esto vino un año muy duro, y tan grande fue el hambre, que elpobre matrimonio resolvió deshacerse de sus hijos. Una noche quelos niños estaban acostados y sentado el leñador cerca de su mujeral amor de la lumbre, le dijo con el corazón oprimido por el dolor: -¡Ya lo ves! No nos es posible mantener a nuestros hijos; y como nopuedo resolverme a verles morir de hambre aquí, estoy resuelto allevarles mañana al bosque para que se extravíen, proyecto quepodremos realizar fácilmente, pues mientras estarán ocupados en

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hacinar leña, lograremos escapar sin que de momento noten nuestraausencia. -¡Dios mío! Exclamó la leñadora, ¿serías capaz de hacer tal cosa contu hijos? En vano su esposo la hizo presente su extremada miseria, pues depronto no hubo medio de convencerla, porque si bien era pobre, eramadre. Mas habiendo reflexionado cuán horrible sería su dolor si lesviese morir de hambre, consintió en lo que su dolor si les viese morirde hambre, consintió en lo que su marido le proponía y llorando fue aacostarse. Meñiquín se enteró de cuanto sus padres dijeron, pues en cuantodesde la cama le oyó hablar de cosas importantes, levantose y sedeslizó debajo del taburete donde estaban sentados para escucharlessin ser visto. Volvió a meterse en cama, pero no pudo dormir en todala noche pensando en lo que debía hacer. Levantose muy de mañana,fue a orillas de un arroyo, llenose los bolsillos de piedrecitas blancasy luego volvió a su casa. Poco después salieron todos, pero Meñiquínnada dijo a sus hermanos de lo que sabía. Fueron a un bosque tan espeso que nada se veía a diez pasos dedistancia. El leñador se puso a cortar madera y sus hijos a recogerramaje seco para hacer manojos. Cuando sus padres les vieronocupados trabajando, se alejaron de ellos insensiblemente y luegoecharon a correr, escapando por un sendero medio oculto. Al notar los niños que estaban solos, comenzaron a gritar y a sollozarcon todas sus fuerzas. Meñiquín les dejaba gritar porque sabía cómoregresarían a su casa, pues al ir al bosque había dejado caer durantetodo el camino las piedrecitas blancas que tenía en el bolsillo. -Nada temáis, hermanos míos, les dijo. Nuestros padres nos handejado aquí, pero yo os llevaré a casa si queréis seguirme. Echaron a andar tras él y les llevó delante de su casa siguiendo elmismo camino que habían recorrido para ir al bosque. Al principio nose atrevieron a entrar, pero todos pegaron sus cabecitas a la puertapara oír lo que decían sus padres. Al llegar el leñador y la leñadora a su casa, el señor de la aldea lesenvió diez escudos que les debía de mucho tiempo con los cuales yano contaban. La cantidad devolvioles la vida, pues los infelices semorían de hambre. El leñador despachó inmediatamente a su mujera la carnicería, y como hacía días no habían comido, compró tresveces más carne de la necesaria para la cena de dos personas. Encuanto estuvieron ahítos, la leñadora dijo: ¡Dios mío! ¿Dónde estarán nuestros hijos? ¡Con qué apetito comeríanlo que ha sobrado! Tú eres quien ha querido perderlos, Guillermo, apesar de decirte que nos arrepentiríamos. ¡Virgen santa! ¡Tal vez loslobos los hayan comido! ¡Cuán cruel has sido al querer deshacerte detus hijos!

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El leñador acabó por enfadarse, pues su mujer repitió más de veinteveces que ya había pronosticado que se arrepentirían de lo hecho, yla amenazó con pegarla si no callaba. Era tan grande el sentimientodel leñador como el de su esposa, pero su pena aumentaba con lasrecriminaciones. Además, gustaba, como tantos otros, de las mujeresque dan un buen consejo a tiempo, pero no de aquellas quepretenden haberlo dado cuando la cosa ya no tiene remedio. La leñadora estaba anegada en llanto y repetía. ¡Dios mío! ¿Dóndeestán mis pobres hijos? Una vez pronunció con tanta fuerza estas palabras, que las oyeronlos niños que estaban arrimaditos a la puerta, y comenzaron a gritartodos a tiempo: ¡Estamos aquí! ¡Estamos aquí! La madre corrió a abrir y les dijo al abrazarles: -¡Hijos míos; con cuanta alegría vuelvo a veros! Estáis muy cansadosy tenéis hambre. ¡Cómo estás puesto de barro, Periquito! Voy a quitártelo. Periquito era el mayor y el más querido, porque como ella tenía elcolor algo rojizo. Pusiéronse a la mesa, y con tanto apetito comieron que gozosos lesestuvieron mirando sus padres, mientras los niños, hablando casisiempre todos a la vez, les referían el miedo atroz que habían pasadoen el bosque. Los pobres leñadores estaban locos de alegría al verlesa su lado, alegría que duró tanto como los diez escudos; pero cuandoacabó el dinero, acabó el gozo; volvió a apoderarse de ellos latristeza de antes y resolvieron deshacerse de sus hijos, si bien con elpropósito de llevarles más lejos que la vez primera para acertar elgolpe. No lograron hablar de su plan con tanto sigilo que no les oyeraMeñiquín, quien resolvió tomar sus medidas como antes las habíatomado; pero a pesar de haber madrugado mucho para ir a recogerpiedrecitas blancas, no pudo realizar su idea porque la puerta estabacerrada con doble vuelta de llave. Preocupado estaba sin saber quéhacerse; pero habiéndoles dado su padre un pedazo de pan a cadauno para desayunarse, se dijo que podía reemplazar las piedrecitastirando migas por donde pasasen; y pensado esto, guardose el panen el bolsillo. Sus padres les llevaron al punto más espeso y oscuro del bosque; yal tenerles allí, los leñadores se escaparon por un caminito muyoculto. No fue grande la pena de Meñiquín, porque creía poderencontrar con facilidad el camino siguiendo las migas que habíasembrado por donde había pasado; pero desagradable fue su

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sorpresa cuando no pudo dar ni siquiera con restos del pan, pues lospájaros se lo habían comido. Héte a los niños llenos de aflicción, pues cuanto más andaban, másse extraviaban por el interior del bosque. Llegó la noche y sopló unventarrón que les llenó de miedo, porque creían que sus rugidos eranlos de los lobos que se encaminaban hacia donde estaban paradevorarles. Tanto era su espanto que ni se atrevían a hablar ni avolver la cabeza. Para colmo de males cayó un chaparrón que les calóhasta los huesos. A cada paso resbalaban y se metían en el fango, dedonde se levantaban muy sucios y sin saber qué hacerse de susmanos. Meñiquín encaramose a lo alto de un árbol, deseoso de examinar losalrededores; y habiendo mirado a todas partes, vio muy lejos, másallá del bosque, una lucecita semejante a la de una vela. Bajó delárbol, y al llegar al suelo nada vio, lo que le llenó de pena. Siguieronandando a pesar de todo, procurando Meñiquín orientarse y guiar asus hermanos hacia el punto donde había visto la luz; y al cabo dealgún tiempo salieron del bosque y volvió a verla. Llegaron, por último, a la casa donde brillaba la lucecita, no sin haberpasado mucho miedo, pues la perdían de vista cada vez que semetían en algún fondo. Llamaron y una buena mujer les abrió lapuerta preguntándoles que querían. Meñiquín contestola que eranunos pobrecitos niños que se habían extraviado en el bosque y larogaban les acogiese por caridad. Al verles tan lindos, la mujer sepuso a llorar y les dijo: ¡Ah; pobres niños! ¿Dónde habéis venido? ¿Sabéis que esta es lacasa de un Ogro que se come a los niños? Al oír estas palabras, Meñiquín, que lo mismo que sus hermanos sepuso a temblar como hoja de árbol, exclamó: -¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer? Si no queréis darnos acogida envuestra casa, seguro que los lobos del bosque nos comerán; y comono escaparíamos de sus dientes, preferimos que nos coma el Ogro,quien tal vez se compadezca de nosotros si vos se lo rogáis. La mujer del Ogro creyó que podría ocultarles a su esposo hasta lamañana siguiente, y les permitió entrar, llevándoles para que secalentaran a una buena lumbre en la que se estaba asando uncarnero para la cena del Ogro. Cuando principiaban a calentarse resonaron tres o cuatro golpesdados con fuerza en la puerta. Era el Ogro que volvía.Inmediatamente su mujer hizo ocultar a los niños debajo de la camay fue a abrir la puerta. Lo primero que preguntó el Ogro fue si la cenaestaba dispuesta y si había vino, y luego se sentó a la mesa. Elcarnero estaba a medio asar, pero esta circunstancia lo hizo másapetitoso para el Ogro. Olía a derecha e izquierda y decía que por allíhabía carne fresca.

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-Hueles esa ternera que he preparado, le dijo su mujer. -Huelo carne fresca, huelo carne fresca, repitió el Ogro mirando detravés a su esposa; y hay en casa algo que no veo. Al decir estas palabras se levantó de la mesa y se fue hacia la cama. ¡Ah! Exclamó; ¡querías engañarme, mujer maldita! No sé por qué note como a ti también, pero te salva el estar tan dura. Tengo en estosniños carne fresca para obsequiar a tres ogros amigos míos, quedeben venir a verme uno de esos días. Les sacó debajo de la cama uno tras otro, y las pobres criaturas searrodillaron pidiéndole perdón; pero tenían que habérselas con elmás cruel de los ogros, quien lejos de sentir piedad por ellos, ya lesestaba devorando con los ojos y decía a su mujer que constituiríanun plato exquisito cuando les hubiese aderezado con una buenasalsa. Fuese en busca de un buen cuchillo y se acercó otra vez a los niños,afilándolo con una larga piedra que sostenía con la mano izquierda.Tenía ya asido un niño cuando su mujer le dijo.- ¿Qué quieres hacer a esta hora? ¿No quedará tiempo mañana? -Cállate, gritó el Ogro; si espero a mañana, peor para ellos, puespasarán una noche de miedo.-Te se echaría a perder tanta carne, replicó la mujer, pues tienes unaternera, dos carneros y la mitad de un cerdo. -Es verdad, dijo el Ogro. Dales cena abundante para que noenflaquezcan y llévales a la cama. Llena de alegría dioles de cenar la buena mujer, pero el espanto nopermitió a los niños probar bocado. El Ogro se puso de nuevo abeber; y muy satisfecho porque tenía carne fresca con que obsequiarsus amigos, apuró una docena de vasos más que de costumbre,exceso que le puso algo alegre obligándole a acostarse. El Ogro tenía siete hijas de corta edad, las ogras tenían el color muysano porque sólo comían carne fresca, como su padre, pero sus ojoseran grises y redondos, la nariz encorvada, la boca grande y losdientes muy agudos y separados. Aún no era muy malas, peroprometían serlo, porque ya mordían a los niños para chupar susangre. Las habían acostado temprano y las siete dormían en una cama muyancha, teniendo cada niña una corona de oro en la cabeza. Había enel mismo cuarto otra cama tan grande como la primera, y en ellaacostó la mujer del Ogro a los niños, hecho lo cual fuese a dormir. Meñiquín había observado que las hijas del Ogro llevaban coronas deoro, y temiendo que el padre no se arrepintiese de no haberlesdegollado cuando se proponía hacerlo, se levantó a eso de medianoche, y tomando los gorros de dormir de sus hermanos y el suyo,

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acercose de puntillas a la otra cama, les puso con sumo cuidado losgorros a las siete hijas del Ogro, después de haberlas quitado lascoronas de oro, que colocó en la cabeza de sus hermanos y de lasuya para que el Ogro les tomara por sus hijas, y a éstas por losniños a quienes quería degollar. El resultado fue tal como habíapensado, pues el Ogro despertó a eso de media noche, pesole haberaplazado para el día siguiente lo que pudo hacer la víspera; saltóbruscamente de la cama, y empuñando la cuchilla se dijo: -Vamos a ver cómo están aquellos chiquillos y demos buena cuentade ellos. Subió a tientas al dormitorio de sus hijas y se acercó a la camadonde estaban los niños, que dormían todos, excepción hecha deMeñiquín; y por cierto que grande fue su miedo cuando el Ogro letocó la cabeza después de haber hecho lo mismo con sus hermanos.El Ogro, al tocar las coronas de oro, se dijo: -Iba a hacer un disparate. Me convenzo de que ayer bebí demasiado. Fuese enseguida a la otra cama, y habiendo tocado los gorros dedormir de los niños, murmuró:-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Aquí están los chiquillos. Vamos a la obra. Al decir estas palabras degolló sin vacilar a sus siete hijas, y muysatisfecho volvió luego a acostarse.-En cuanto Meñiquín oyó los ronquidos del Ogro, despertó a sushermanos y les dijo que se vistieran sin perder momento y lesiguieran. Bajaron sin meter ruido al jardín y saltaron la tapia,corriendo toda la noche, siempre temblando y sin saber a dóndeiban. Habiendo despertado el Ogro, dijo a su mujer: -Ve a arreglar a los chiquillos de ayer noche. Mucho sorprendió a laOgra la bondad de su marido, no sospechando de qué manera queríaque arreglase a los niños. Creyó de buena fe que se trataba devestirles y fuese al cuarto, donde vio a sus siete hijas degolladas ynadando en un mar de sangre. Ante tal espectáculo cayó sin sentido,y en vista de su tardanza subió el Ogro para enterarse de lo queocurría. Su asombro no fue menor que el de la esposa al encontrarsedelante de espectáculo tan horroroso. -¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?, rugía. -¡Me la pagarán! ¡Me lapagarán aquellos malditos! Roció con agua la cara de su mujer, que recobró el sentido, y le dijo: -Dame mis botas de siete leguas para que pueda atraparles. Salió de la casa, y después de haber corrido mucho y en todasdirecciones en busca de los niños, por último tomó por un caminoque era el que seguían los hijos el leñador, que sólo distaban unoscien pasos de la casa de sus padres. Vieron al Ogro que pasaba de

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una montaña a otra montaña y atravesaba los ríos con tanta facilidadcomo si hubieran sido arroyos. Meñiquín notó que cerca había unaroca cóncava; ocultó en ella a sus hermanos y luego metiose éltambién dentro, pero siempre fija la mirada en el Ogro para observartodos sus movimientos. El Ogro estaba muy cansado a causa delmucho camino que había andado inútilmente, pues hay que saberque las botas de siete leguas fatigan de una manera extraordinaria alos que las llevan, y quiso reposar, sentándose por casualidad en lamisma roca donde estaban escondidos los siete niños. Su fatiga era extrema y durmiose al poco rato, roncando con tantoestrépito que el miedo de las pobres criaturas fue tan grande comocuando empuñaba la espantosa cuchilla para matarles. Meñiquín notuvo tanto miedo y dijo a sus hermanos que huyesen con presteza,refugiándose en su casa mientras el Ogro dormía a pierna suelta. Siguieron su consejo y muy pronto estuvieron a lado de sus padres. Meñiquín se acercó al Ogro, quitole con suavidad las botas y se laspuso. Las botas eran muy grandes y anchas, pero como estabanencantadas, tenían el don de ensancharse o estrecharse según eraquien las llevaba, de manera que quedaron tan ajustadas a suspiernas y a sus pies como si para él se hubiesen hecho. Cuando tuvolas botas puestas fuese a la corte donde sabía que era grande lainquietud porque no se tenían noticias de un ejército que estaba adoscientas leguas, ni de la batalla que se había dado. Fuese en buscadel rey y le dijo que si quería le traería nuevas del ejército antes determinar el día. El rey le prometió una fuerte cantidad de dinero sihacía lo que prometía. Meñiquín cumplió, pues aquella misma nochevolvió a la corte y el rey supo cuanto quiso saber de su ejército.Habiendo desempeñado de una manera tan admirable su oficio decorreo, ganó todo el dinero que quiso, pues el rey le pagó conesplendidez para que llevase sus órdenes al ejército; y todos los de lacorte que desearon tener noticias de personas ausentes, de él sesirvieron, recompensándole con largueza. Después de haber servido durante algún tiempo de correo y de haberreunido mucho dinero, volvió a casa de sus padres, cuya alegría alverle no puede referirse. Meñiquín cuidó de que toda la familiaviviese con holgura, procurando buenas colocaciones a su padre y asus hermanos, de modo que la miseria desapareció por completo deaquella casa y en ella reinó la dicha, gracias a aquel niño que antesera el más desdeñado.

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27/2/2019 Psicología Emocional - Emociones y Sentimientos: Los Deseos Ridículos – Cuentos Originales de Charles Perrault

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Los Deseos Ridículos – Cuentos Originales deCharles Perrault

Érase un pobreleñador, tan cansado de su vida que, según se cuenta, tenía demorirse deseos, porque en ningún de los agradables que habíaalimentado se vio complacido. Cierto día fuese al bosque, y como eraen él costumbre, comenzó a quejarse de su suerte, cuando se leapareció Júpiter con el rayo en la mano. Grande fue el espanto delleñador, quien arrojándose al suelo, murmuró: -Nada quiero; nada deseo. -No temas, le dijo Júpiter. Tantas son tus quejas que quieroconvencerte de su falta de fundamento. No olvides mis palabras:verás realizados tus tres primeros deseos, sea lo que fuere lo quedesees. Elige lo que pueda hacerte dichoso y dejarte completamentesatisfecho, y como tu felicidad de ti depende, reflexiona bien antes deformular tus deseos. Pronunciadas estas palabras, Júpiter desapareció; y el leñador, locode contento, cargose la hacina, que no le pareció pesada, y dándolealas la alegría, volvió a su casa, diciéndose mientras tanto: -He de reflexionar mucho antes de tener un deseo. El caso esimportante y quiero tomar consejo de mi mujer. Saltando entró en su cabaña gritando: -Mujercita mía, enciende unabuena lumbre y prepara abundante cena pues somos ricos, pero muyricos; y tanta es nuestra dicha que todos nuestros deseos se veránrealizados. Al oír estas palabras, la leñadora comenzó a hacer castillos en el aire,pero luego dijo a su marido:

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-Cuidado con que nuestra impaciencia nos perjudique. Procedamoscon calma y después de pensarlo bien, consultándolo antes con laalmohada, que es buena consejera. -Lo mismo opino; pero no perdamos la cena y tráete vino. Cenaron, bebieron, y sentándose luego al amor de lumbre, el leñadorexclamó, apoyándose con fuerza en el respaldo de su silla: -¡Ajajá! Con este fuego nos hace falta una vara de salchicha. ¡Cuántogustaría tenerla al alcance de mi mano! Apenas hubo pronunciado estas palabras, su mujer vio con gransorpresa una salchicha muy larga, que arrancando de uno de losángulos de la chimenea se dirigió hacia ella serpenteando. Lanzó ungrito de espanto, pero cayendo luego en la cuenta de que la aventuraera debida al ridículo deseo formulado por su marido, con él laemprendió agotando los dicterios. -Hubiéramos podido tener oro, perlas, diamantes, vestidosexcelentes, añadió, y eres tan necio que te se ha ocurrido desearsemejante cosa. -Cállate, mujer; reconozco mi falta y procuraré enmendarla. -A buena hora calzas verdes; necesario es ser muy imbécil parahacer lo que has hecho. Tanta fue la insistencia de la mujer, que el bueno del hombre perdióla calma, y como a pesar de sus súplicas ella no cejase, exclamófurioso: -¡Maldita salchicha que te ha desatado la lengua; así te colgara de lanariz para que callaras! Dicho y hecho, y la salchicha quedó colgada de la nariz de la esposadel leñador. Realizado el deseo, quedose ella muda de asombro y él con la bocaabierta y rascándose el cogote. Restableciose el silencio, hasta quepor último la mujer, que había perdido los bríos y no apartaba lamirada de la salchicha, murmuró: -¿Y bien? -Sólo falta formular el tercer deseo. Puedo transformarme en rey,pero ¿qué reina vas a ser tú con tres palmos de nariz? Elige, mujer: oreina con esa nariz más larga que una semana sin pan, o leñadoracon una nariz como la que tenías. Mucho discurrieron antes de resolver, pero como su mirada no podíaapartarse de la salchicha y a cada gesto se movía como rama aimpulsos del huracán, prefirió la leñadora quedarse sin trono aconservar las narices como antes; y formulado el deseo por el

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leñador, su mujer volvió a quedar como estaba, lo que no fueobstáculo para que se llevase la mano a la cara para convencerse deque la salchicha había desaparecido. El leñador no cambió de posición, no se convirtió en un granpotentado, no llenó de escudos su bolsa y creyose muy dichosoempleando el último de los tres deseos en devolver a su esposa lasnarices que antes tenía.

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27/2/2019 Psicología Emocional - Emociones y Sentimientos: Pulgarcito – Cuentos Originales de los Hermanos Grimm

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Pulgarcito – Cuentos Originales de los HermanosGrimm

Un pobre labrador estaba sentadouna noche en el rincón del hogar; mientras su mujer hilaba a su lado,él la decía: -¡Cuánto siento no tener hijos! ¡Qué silencio hay en nuestra casamientras en las demás todo es alegría y ruido! -Sí -respondió su mujer suspirando-, yo quedaría contenta, aunqueno tuviésemos más que uno solo tan grande como el dedo pulgar y lequerríamos con todo nuestro corazón. En este intermedio se hizo embarazada la mujer y al cabo de sietemeses dio a luz un niño bien formado con todos sus miembros, peroque no era mas alto que el dedo pulgar. Entonces dijo:-Es tal como le hemos deseado, mas no por eso le queremos menos. Y sus padres le llamaron Tom Pouce, a causa de su tamaño. Lecriaron lo mejor que pudieron, mas no creció, y quedó como habíasido desde su nacimiento. Parecía sin embargo, que tenía talento:sus ojos eran inteligentes y manifestó bien pronto en su pequeñapersona astucia y actividad para llevar a cabo lo que se le ocurría. Preparábase un día el labrador para ir a cortar madera a un bosque,y se decía: Cuánto me alegraría tener alguien que llevase el carro. -Padre -exclamó Tom Pouce-, yo quiero guiarle, yo; no tengáiscuidado, llegará a buen tiempo.El hombre se echó a reír. -Tú no puedes hacer eso -le dijo-, eres demasiado pequeño parallevar el caballo de la brida. -¿Qué importa eso, padre? Si mamá quiere enganchar, me meteré enla oreja del caballo, y le dirigiré donde queráis que vaya.

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-Está bien -dijo el padre-, veamos. La madre enganchó el caballo y puso a Tom Pouce en la oreja, y elhombrecillo le guiaba por el camino que había que tomar, tan bienque el caballo marchó como si le condujese un buen carretero, y elcarro fue al bosque por buen camino. Mientras daban la vuelta a un recodo del camino, el hombrecillogritaba: -¡Soo, arre! Pasaban dos forasteros. -Dios mío -exclamó uno de ellos-, ¿qué es eso? He ahí un carro queva andando: se oye la voz del carretero y no se ve a nadie. -Es una cosa bastante extraña -dijo el otro-, vamos a seguir a esecarro y a ver donde se detiene. El carro continuó su camino y se detuvo en el bosque, precisamenteen el lugar donde había madera cortada. Cuando Tom Poucedistinguió a su padre, le gritó: -¿Ves padre, qué bien he traído el carro? ahora bájame. El padre cogió con una mano la brida, sacó con la otra a su hijo de laoreja del caballo y le puso en el suelo: el pequeñuelo se sentóalegremente en una paja. Al ver a Tom Ponce, se admiraron los dos forasteros, no sabiendo quépensar. Uno de ellos llamó aparte al otro y le dijo: -Ese diablillo podría hacer nuestra fortuna si le enseñásemos pordinero en alguna ciudad; hay que comprarle. Se acercaron allabrador y le dijeron: -Vendednos ese enanillo: le cuidaremos bien. -No -respondió el padre-, es hijo mío, y no le vendo por todo el orodel mundo. Pero al oír la conversación, Tom Pouce había trepado por los plieguesdel vestido de su padre subiendo hasta sus espaldas, desde donde ledijo al oído: -Padre vendedme a esos hombres, volveré pronto. Su padre se le dio a los hombres por una hermosa moneda de oro. -¿Dónde quieres ponerte? -le dijeron. -¡Ah! ponedme en el ala de vuestro sombrero; podré pasearme y verel campo, y tendré cuidado de no caerme. Hicieron lo que él quería, y

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en cuanto Tom Pouce se despidió de su padre, se marcharon con él,caminando hasta la noche. Entonces los gritó el hombrecillo: -Esperadme, necesito bajar. -Quédate en el sombrero -dijo el hombre-; poco me importa lo quetengas que hacer, los pájaros hacen mucho más algunas veces. -No, no -dijo Tom Ponce-, bajadme en seguida. El hombre lo cogió y le puso en el suelo, en una tierra junto alcamino; corrió un instante entre los surcos, y después se metió en unagujero que había buscado expresamente. -Buenas noches, caballeros, ya estáis demás aquí -les gritó riendo. Quisieron cogerle metiendo palos en el agujero, mas fue trabajoperdido. Tom se escondía más adentro cada vez, y empezando aoscurecer de repente, se vieron obligados a entrar en su casaincomodados y con las manos vacías. Cuando estuvieron lejos, salió Tom Pouce de su cueva. Temíaaventurarse por la noche en medio del campo, pues una pierna serompe enseguida. Por fortuna encontró un caracol vacío: -A Dios gracias -dijo-, pasaré la noche en seguridad aquí dentro. Y seestableció allí. Cuando iba a dormirse oyó dos hombres que pasaban, y el uno decíaal otro: -¿Cómo nos arreglaríamos para robar el oro y la plata a ese cura tanrico? -Yo os lo diré -les gritó Tom Pouce. -¿Qué hay? -exclamó uno de los ladrones asustados-; ¿he oído hablara alguien? Continuaban escuchando, cuando Tom Pouce les gritó de nuevo: -Llevadme con vosotros y os ayudaré. -¿Dónde estás? -Buscadme por el suelo, por donde sale la voz. Los ladronesconcluyeron por encontrarle: -Pequeño extracto de hombre -le dijeron-, ¿cómo quieres sernos útil? -Mirad -les dijo-, me deslizaré por entre los hierros de la ventana enel cuarto del cura, y os pasaré todo lo que me pidáis. -Pues vamos a probarlo -le dijeron.

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En cuanto llegaron al presbiterio, Tom Pouce se deslizó en el cuarto;después se puso a gritar con todas sus fuerzas: -¿Queréis todo lo que hay aquí? Los ladrones asustados le dijeron: -Habla bajo, vas a despertar a la gente: Pero él, haciendo como si no los hubiera oído, gritó de nuevo: -¿Qué es lo que queréis? ¿Queréis todo lo que hay aquí? La criada que dormía en el cuarto de al lado, oyó este ruido, selevantó y escuchó. Los ladrones habían batido retirada; en fin,tomaron ánimo, y creyendo únicamente que el picarillo queríadivertirse a sus expensas volvieron atrás y le dijeron por lo bajo -Déjate de bromas, pásanos algo. Entonces Tom se puso a gritar con todas sus fuerzas: -Voy a dároslo todo: abrid las manos. La criada oyó bien claro esta vez, saltó de la cama y corrió a lapuerta. Los ladrones, viendo esto, echaron a correr como si el diablose les hubiera aparecido; no oyendo nada más la criada, fue aencender una luz. Cuando volvió, Tom Pouce se fue a ocultar en lapajera sin que le viese. La criada, después de haber registrado todoslos rincones sin descubrir nada, fue a acostarse, y creyó que habíasoñado. Tom Pouce había subido al heno, donde se arregló una camita;pensaba descansar allí hasta el día, y volver en seguida a casa de suspadres. ¡Pero debía sufrir tantas pruebas todavía! ¡Hay tanto malo enel mundo! La criada se levantó a la aurora para dar de comer alganado. Su primera visita fue a la pajera, cogió un brazado de henocon el pobre Tom Pouce dormido dentro. Dormía tan profundamente,que no se apercibió de nada, y no despertó hasta que estaba en laboca de una vaca que le había cogido con un puñado de heno. Creyóen un principio que había caído dentro de un molino, perocomprendió bien pronto donde se hallaba en realidad. Evitandodejarse mascar entre los dientes, concluyó por deslizarse por lagarganta a la panza. La habitación le parecía estrecha, sin ventana, yno veía ni sol ni luz. La morada le desagradaba mucho, y lo quecomplicaba más su situación, es que bajaba siempre nuevo heno, y elespacio se le hacía más estrecho cada vez. Lleno de terror, gritó al fin lo más alto que pudo: -¡Basta de heno! ¡Basta de heno! no quiero más.

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La criada estaba precisamente en aquel momento ocupada enordeñar la vaca; aquella voz que oyó sin ver a nadie, y que reconociópor la que la había despertado ya la noche anterior, la asustó de talmodo, que se cayó al suelo vertiendo la leche. Fue corriendo a buscar a su amo y le dijo: -¡Oh! ¡Dios mio! ¡Señor cura, que habla la vaca! -Tú estás loca -respondió el sacerdote-, y sin embargo, fue él mismoal establo para asegurarse de lo que pasaba. Pero apenas había entrado, gritó de nuevo Tom Pouce: -¡Basta de heno! ¡no quiero más! El cura se asustó a su vez, y creyendo que la vaca tenía el diablo enel cuerpo, dijo que era preciso matarla. La mataron, y la panza enque se hallaba prisionero el pobre Tom, fue arrojada al estiércol.El pobrecillo trabajó mucho para desenredarse, y empezaba a sacarla cabeza fuera, citando le sucedió una nueva desgracia. Un lobohambriento se arrojó sobre la panza, y se la tragó de una vez. TomPouce no perdió ánimo. -Quizá -pensó para sí-, será tratable este lobo. Y desde su vientre donde estaba encerrado, le gritó: -Querido amigo, quiero enseñarte dónde puedes hallar una buenacomida. -¿Dónde? -le dijo el lobo. -En tal y tal casa; no tienes mas que deslizarte por el albañal a lacocina y encontrarás tortas, tocino, salchichas, a boca qué quieres. Y le designó la casa de su padre con la mayor exactitud. El lobo no se lo hizo decir dos veces: se introdujo en la cocina y dioun buen avance a las provisiones. Pero cuando estuvo harto y tuvoque salir, se hallaba tan hinchado con el alimento, que no pudoconseguir pasar por el albañal. Tom, que había contado con esto,comenzó a hacer un ruido terrible en el cuerpo del lobo saltando ybrincando con todas sus fuerzas -¿Quieres estarte quieto? -le dijo el lobo-, vas a despertar a todos. -¿Y qué? -le respondió el hombrecillo-. ¿No te has regalado tú?también yo quiero divertirme. Y se puso a gritar todo lo que pudo. Concluyó por despertar a sus padres, que corrieron y miraron en lacocina, a través de la cerradura. Cuando vieron que había un lobo, se

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armaron el hombre con una hacha y la mujer con una hoz. -Ponte detrás -dijo el hombre a su mujer, cuando entraron en elcuarto-, voy a darle con mi hacha, si no le mato del golpe, le cortastú el vientre. Tom Pouce, que oyó la voz de su padre, se puso a gritar: -Soy yo, querido padre, quien está en el vientre del lobo. -Gracias a Dios -dijo el padre lleno de alegría-, que hemosencontrado a nuestro hijo. Y mandó a su mujer que dejara la hoz de lado para no herir a su hijo.Después levantó su hacha, y tendió muerto al lobo de un golpe en lacabeza, y en seguida le abrió el vientre con su cuchillo y tijeras, ysacó al pequeño Tom. -¡Ah! -le dijo-, ¡qué inquietos hemos estado por tu suerte! -Sí, padre, he corrido mucho, pero por fortuna, heme aquí, vuelto ala luz. -¿Dónde has estado? -¡Ah, padre! he estado en un hormiguero, en la panza de una vaca yen el vientre de un lobo. Ahora me quedo con vosotros. -Y no volveremos a venderte por todo el oro del mundo -dijeron suspadres abrazándole y estrechándole contra su corazón. Le dieron de comer y le compraron vestidos, porque los suyos sehabían estropeado durante el viaje. (Pulsar para ver otros cuentos)

(El 20 de diciembre de 1812 se publicó la primera edición)

(Por haber transcurrido más de 70 años desde que fallecieron los autores y traductora,el contenido narra�vo original de estos cuentos son de "dominio público”. En el año2005, fueron nombrados Patrimonio Cultural de la Humanidad)