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ACEPRENSA TENDENCIAS (ed. Latinoamérica) VISÍTANOS EN www.aceprensa.com En 1750, en plena Ilustración, Jean- Jacques Rousseau ganó el concurso de la Academia de Dijon de París con su conocida tesis sobre la bondad natural del ser humano. El hombre –mantenía– es bueno por naturaleza y son las artes y las ciencias las que lo hacen malo. La sociedad viene a corromper al niño, que nace con una bondad innata; quizá si lo pudiéramos aislar de la influencia de sus congéneres, pensaba Rousseau, mantendría esa esencia pura e incorrup- ta. En 2013, Ethan Couch, un adoles- cente de Texas, conducía ebrio la furgo- neta que le había regalado su padre a los 15 años. Tuvo un accidente. Atropelló y mató a cuatro personas, y otras once resultaron heridas. Para indignación de todos, solo fue condenado a diez años de libertad condicional (la acusación pedía veinte de prisión) durante los cuales se le prohibía conducir, así como consumir drogas o alcohol. Esta sentencia tan favorable fue conseguida gracias a la in- tervención del psicólogo G. Dick Miller, perito de la defensa, quien convenció a la juez Jean Hudson Boyd de que la vida de Ethan estaba fuera de control por culpa de sus padres. Según Miller, los padres del joven Ethan Couch consin- tieron todos sus caprichos, nunca lo corrigieron ni le enseñaron la diferencia entre el bien y el mal; ellos siempre solucionaban las diversas meteduras de pata de su hijo a base de dinero. Parece ser que la sentencia consi- deró atenuante el hecho, alegado por la defensa, de que Ethan Couch sufría de “affluenza” o síndrome del “niño rico”. El término fue acuñado por John De Graaf, David Wann y Thomas H. Naylor en su libro Affluenza: The All-Consu- ming Epidemic y lo definieron como “una condición dolorosa y contagiosa, transmitida socialmente, consistente en la sobrecarga, el endeudamiento, la an- siedad y el despilfarro como consecuen- cia del obstinado empeño por poseer más”. Los autores lo consideraban como un poderoso virus que aumenta sin pa- rar en nuestra sociedad, infectando no sólo a nuestros bolsillos sino a nuestra propia alma y, sobre todo, a los hijos de padres millonarios. La epidemia que todo lo consume, la “affluenza”, habría afectado, según Miller, al pobre Ethan, el cual no sería sino una víctima más del síndrome del “niño rico”, entre cuyos síntomas destaca la ausencia de criterios morales y de responsabilidad, sofocados por el celo ultraproteccionista de sus padres. Hace unos días, Ethan colgó un vídeo en Internet donde aparecía con unos amigos consumiendo drogas; para evitar ser detenido, su madre se lo llevó a México, donde ambos fueron descu- biertos. El psicólogo Miller, al igual que hi- ciera Rousseau hace más de doscientos cincuenta años, convenció a un tribu- nal, en este caso de justicia, de que el joven Ethan era bueno por naturaleza y que, ya no las artes y las ciencias, sino una madre y un padre ultraproteccio- nistas, lo habían llevado a delinquir. La “affluenza”, o síndrome del “niño rico”, no está reconocida como enfer- medad psiquiátrica; no obstante, la epidemia sigue creciendo. Solo los padres tienen la vacuna. EL SÍNDROME DEL “NIÑO RICO” por Pilar Guembe y Carlos Goñi BLOG FAMILIA ACTUAL BOLETÍN MENSUAL FEBRERO 2016 Nº 76 Ver artículo completo enwww.aceprensa.com La affluenza es, según una sentencia judicial en Texas, el “padecimiento” que pueden pretextar los chicos malcriados para justificar sus delitos. La affluenza, una epidemia en expansión, no está reconocida como enfermedad psiquiátrica.

BLOG FAMILIA ACTUAL por Pilar Guembe y Carlos Goñi EL SÍNDROME DEL ... · es que se normalizaría el consumo, bajarían los precios y se ampliaría el mercado explotación sexual,

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ACEPRENSATENDENCIAS (ed. Latinoamérica)

VISÍTANOS ENwww.aceprensa.com

En 1750, en plena Ilustración, Jean-Jacques Rousseau ganó el concurso de la Academia de Dijon de París con su conocida tesis sobre la bondad natural del ser humano. El hombre –mantenía– es bueno por naturaleza y son las artes y las ciencias las que lo hacen malo. La sociedad viene a corromper al niño, que nace con una bondad innata; quizá si lo pudiéramos aislar de la influencia de sus congéneres, pensaba Rousseau, mantendría esa esencia pura e incorrup-ta.

En 2013, Ethan Couch, un adoles-cente de Texas, conducía ebrio la furgo-neta que le había regalado su padre a los 15 años. Tuvo un accidente. Atropelló y mató a cuatro personas, y otras once resultaron heridas. Para indignación de todos, solo fue condenado a diez años de libertad condicional (la acusación pedía veinte de prisión) durante los cuales se le prohibía conducir, así como consumir drogas o alcohol. Esta sentencia tan favorable fue conseguida gracias a la in-tervención del psicólogo G. Dick Miller, perito de la defensa, quien convenció a la juez Jean Hudson Boyd de que la vida de Ethan estaba fuera de control por culpa de sus padres. Según Miller, los

padres del joven Ethan Couch consin-tieron todos sus caprichos, nunca lo corrigieron ni le enseñaron la diferencia entre el bien y el mal; ellos siempre solucionaban las diversas meteduras de pata de su hijo a base de dinero.

Parece ser que la sentencia consi-deró atenuante el hecho, alegado por la defensa, de que Ethan Couch sufría de “affluenza” o síndrome del “niño rico”. El término fue acuñado por John De Graaf, David Wann y Thomas H. Naylor en su libro Affluenza: The All-Consu-ming Epidemic y lo definieron como “una condición dolorosa y contagiosa, transmitida socialmente, consistente en la sobrecarga, el endeudamiento, la an-siedad y el despilfarro como consecuen-cia del obstinado empeño por poseer más”. Los autores lo consideraban como un poderoso virus que aumenta sin pa-rar en nuestra sociedad, infectando no sólo a nuestros bolsillos sino a nuestra

propia alma y, sobre todo, a los hijos de padres millonarios.

La epidemia que todo lo consume, la “affluenza”, habría afectado, según Miller, al pobre Ethan, el cual no sería sino una víctima más del síndrome del “niño rico”, entre cuyos síntomas destaca la ausencia de criterios morales y de responsabilidad, sofocados por el celo ultraproteccionista de sus padres. Hace unos días, Ethan colgó un vídeo en Internet donde aparecía con unos amigos consumiendo drogas; para evitar ser detenido, su madre se lo llevó a México, donde ambos fueron descu-biertos.

El psicólogo Miller, al igual que hi-ciera Rousseau hace más de doscientos cincuenta años, convenció a un tribu-nal, en este caso de justicia, de que el joven Ethan era bueno por naturaleza y que, ya no las artes y las ciencias, sino una madre y un padre ultraproteccio-nistas, lo habían llevado a delinquir.

La “affluenza”, o síndrome del “niño rico”, no está reconocida como enfer-medad psiquiátrica; no obstante, la epidemia sigue creciendo.

Solo los padres tienen la vacuna.

EL SÍNDROME DEL “NIÑO RICO”

por Pilar Guembe y Carlos Goñi

BLOG FAMILIA ACTUAL

BOLETÍN MENSUAL • FEBRERO 2016 • Nº 76

Ver artículo completo enwww.aceprensa.com

La affluenza es, según una sentencia judicial en Texas, el “padecimiento” que pueden pretextar los chicos malcriados para justificar sus delitos.

La affluenza, una epidemia en expansión, no está reconocida como enfermedad psiquiátrica.

El tratamiento legal de las drogas y de la prostitución sigue dando materia de debate. Ambos son fenómenos muy extendidos y de larga tradición; ambos responden a la búsqueda del placer por medios inmediatos y sin más esfuerzo que el pago; han creado una industria clandestina con ganancias suculentas, y tienen costes no solo personales, sino también sociales, pues van acompa-ñados de trata de personas, crimen organizado, violencia, corrupción.

Los más entusiastas del laissez fai-re son partidarios de legalizar ambas cosas; a su entender, la prohibición entraña más costes que beneficios, y los tratos entre clientes y proveedores responden a una transacción entre adultos. Esta postura es coherente dentro de un planteamiento indivi-dualista al margen de consideraciones éticas sobre sus repercusiones sociales.

En el bando contrario se piensa que la venta de drogas y de sexo debe per-manecer fuera de la ley, por ir contra la dignidad de la persona y provocar altos costes sociales. Ya que hay más experiencia de la legalización de la prostitución que de la droga, puede ser interesante ver si una puede iluminar a la otra.

Negocio legalEn favor de la legalización de la droga

(al menos de la marihuana) se dice que la prohibición no consigue eliminar el consumo, y que al mantenerla fuera del mercado normal se crea un espacio para el crimen organizado. La legalización sacaría la oferta de la clandestinidad y arrebataría el mer-cado a los narcos.

¿Qué lecciones sacamos de la legalización de la prostitución en Alemania, Holanda, Nueva Zelanda, Nueva Gales del Sur o Nevada, donde ha pasado a ser un trabajo más? La primera consecuencia es que el nego-cio se ha multiplicado. En Alemania, donde la prostitución es legal desde 2002, se han desarrollado auténticos megaburdeles, en los que prestan sus servicios más de 400.000 prosti-tutas, mientras que solo un ínfimo número de ellas se han registrado legalmente (cfr. Aceprensa 30-10-15).

Según esta experiencia, en el caso de la legalización de las drogas lo más previsible es que se normalizaría el consumo, bajarían los precios y se ampliaría el mercado. Pero transfor-mar a los narcos en empresarios no les arrebata el negocio, sino que les da más facilidades para extender el mercado a menor coste y sin el temor a ser perseguidos.

El mensaje de la leyEn el tratamiento legal de las dro-gas o de la prostitución no hay que olvidar tampoco el mensaje que se envía al público. La legalización de la prostitución transmite la idea de que el sexo de pago es un servicio más,

lo cual solo contribuye a atraer a una clientela despreocupada de la situa-ción de la “trabajadora sexual”.

Igualmente, la legalización de las drogas trivializará también su consumo y las pondrá al alcance de personas que se habrían mantenido al margen de un sector ilegal. Antes había que ir a buscar la droga; ahora la droga podrá ir a buscar al posible cliente, como ocurre con cualquier otro producto legal.

Para legalizarlas, se aduce también que el drogadicto debe ser curado, no penalizado. Sin embargo, los países que más han endurecido las leyes contra la prostitución (como Suecia y Noruega) han elegido el camino de penalizar al cliente. No se preguntan si puede ser un adicto al sexo, sino que consideran que con su demanda alimenta un negocio nocivo.

No es extraño, además, que la oferta de la prostitución haya caído más en los países prohibicionistas. Los traficantes encuentran más sen-cillo operar en lugares como Holan-da, Alemania o España, donde, de forma legal o tolerada, el cliente pue-de acceder al sexo de pago sin ningún riesgo de ser penalizado. Según un estudio de los economistas Niklas Jakobsson y Andreas Kotsadam, en un análisis de 30 países, allí donde hay un mayor reconocimiento legal de la prostitución también existe un mayor tráfico de personas para este fin. Lo que ha disminuido en Alema-nia es el número de condenados por

¿LEGALIZAR LO QUE NO PUEDES VENCER?

DROGAS Y SEXO DE PAGO

por Ignacio Aréchaga

TENDENCIAS FEBRERO 2016

ANÁLISIS

La experiencia de la legalización de la prostitución puede iluminar la de las drogas.

Con la legalización de las drogas lo más previsible es que se normalizaría el consumo, bajarían los precios y se ampliaría el mercado

explotación sexual, ya que ahora se han reciclado como empresarios lega-les que alquilan sus instalaciones a las chicas.

Dificultades para mantener la prohibiciónEn último término, muchas propuestas de legalización de las drogas revelan el cansancio ante una guerra intermi-nable. Perseguir el tráfico de cannabis, cuando su uso está muy extendido en la sociedad, desacredita la prohibición legal y consume esfuerzos de la policía. Es cierto que ante un fenómeno tan difundido puede ser mejor abordarlo con políticas que no lo traten como delito, y que intenten contrarrestarlo por otros medios.

Tal criterio de “limitación de daños” ha llevado en Uruguay a que el Estado asuma la producción y comer-cialización de la marihuana, fijando un consumo máximo mensual por cliente. Pero sea bajo gestión pública o priva-da, el negocio de las drogas encuentra un terreno abonado en una sociedad que crea continuamente necesidades y deseos, y que estimula la búsqueda de la gratificación personal y del placer inmediato. Lo mismo pasa con el sexo de pago: la revolución sexual no ha llevado a la marginación de la prosti-tución, sino a extender ampliamente su clientela.

Si la penalización tiene costes sociales, también la legalización tiene los suyos: las drogas tendrán más aceptación, se difundirán más, habrá más adictos, la factura sanitaria de los tratamientos subirá, los empresarios del sector desarrollarán sus estrategias de marketing con menos trabas que los narcos, y no por eso desaparecerá el tráfico clandestino de las drogas que no se legalicen. La luz verde a los narcóticos, como al sexo de pago, no va a disminuir su clientela.Ver artículo completo en www.aceprensa.com

Para la autora de Unfinished Business (Asuntos inacabados), la expresión supone un rígido es-quema según el cual las personas mantienen un equilibrio estable entre todas las cosas que desean hacer, pero que no advierte la situación de desventaja desde la que parten, por ejemplo, las muje-res casadas trabajadoras.

La realidad, explica, es que “la mayoría de las mujeres estadou-nidenses que tienen que cuidar de alguien en casa se debaten entre presiones casi imposibles y conflictivas, a saber, cómo cumplir con la jornada laboral, asistir a los eventos deportivos de sus hijos, organizar las actividades de fin de semana, llevar a su madre al mé-dico, cocinar o al menos llevarle la cena a un amigo con cáncer y, y… O peor aún, cómo llevar simul-táneamente dos o tres trabajos necesarios para poder poner co-mida en la mesa, pagar el alquiler, y todavía tener tiempo para sus hijos y para sus propios padres”.

En tal sentido, más que de “con-ciliación”, Slaughter se decanta por la idea de crear “espacios para el cuidado”, lo que parte del principio de que ni los individuos ni la nación pueden subsistir si las personas no cuidan unas de otras, y que conlleva valorar, incluso en términos económicos, lo que implican esos cuidados.

Para marcar la trascendencia del asunto, la autora señala que “cuidar de los niños adecuada-

mente, y valorar el trabajo pagado o impagado de aquellos que efectúan esta labor vital, determi-nará la competitividad futura de EE.UU., la seguridad, la justicia y el bienestar de sus ciudadanos”.

Convendría pues que se valora-ra económicamente la actividad de cuidar, tal como hace Ann Crittenden, autora de The Price of Motherhood (El precio de la ma-ternidad), quien cita los estimados del “valor” de una madre en el entorno de los 100.000 a 500.000 dólares anuales, según se mida el costo de reemplazar los servicios que se espera que ella provea, o lo que se puede destinar como pago a otra persona para que provea todos esos servicios combinados.

“Si la sociedad valorara el cui-dado, este sería registrado en las mediciones económicas y en las de los activos de salud y riqueza del país. Si lo valorara, los pues-tos de trabajo harían suyo una serie de nuevas prácticas, desde el derecho a reclamar un horario flexible, a la creación rutinaria de planes de cobertura laboral para cada trabajador, con la idea de que todos tendrán que dedicar un tiempo en sus vidas para el cuida-do de otros. Si la sociedad estima-ra el cuidado, el papel del profe-sor, del padre cuidador, del coach, de la enfermera, del terapeuta o de cualquier otra profesión que implique asistencia tendría un gra-do de prestigio y recompensa que reflejaría la enorme importancia del trabajo que desempeñan estas personas”.Ver artículo completo en www.aceprensa.com

¿CONCILIAR? MEJOR “CUIDARNOS”

OBSERVATORIO

fuente The Atlantic

El concepto de “conciliación entre la vida laboral y personal” no es algo que convenza a la presidenta de The New America Foundation, Anne Marie Slaughter.

TENDENCIAS FEBRERO 2016

ANÁLISIS

PANORAMA

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TENDENCIAS FEBRERO 2016

Artículo completo en www.aceprensa.com

por Luis Luque

Un año atrás, cuando EE.UU. y Cuba anunciaron el comienzo del deshielo bilateral, las expectativas de que se verificara un despegue económico de la Isla y, por consecuencia, una mejoría del nivel de vida de sus pobladores, tuvieron buen eco mediático. Pero para reflotar la economía hacen falta cerebros y brazos, y son los que, como en torrente, se están marchando hacia EE.UU.

Una de las causas del incremento del flujo migratorio es el temor de que, a medida que los antiguos enemigos estrechen nexos, desaparezca una ley estadounidense de 1966 –la Ley de Ajuste Cubano–, en virtud de la cual los migrantes cubanos que llegan a su territorio, lejos de ser deportados, reciben desde el primer momento numerosos beneficios sociales y, un año después, el derecho automático a obtener la residencia permanente. La Habana ha insistido para que Wash-ington derogue esa ley, pues alega que le priva de muchos ciudadanos en ple-na edad laboral y reproductiva y afecta el futuro económico de la nación.

Cómo marcharse sin marcharseLa población residente en Cuba hasta el 31 de diciembre de 2014 era de 11.238.317 personas, pero los cálculos de la Oficina Nacional de Estadísti-cas (ONE) hablan de un imparable descenso hacia 2030, cuando habrá 10.843.264 habitantes en la Isla. La migración externa es el factor que más

incide e incidirá en ese declive pobla-cional. En 2009 se registraba un saldo migratorio negativo (la diferencia entre los que se marchan al exterior y los que van a vivir al país) de 36.564 personas, mientras que en 2014 era de -1.922. ¿Se ha reducido acaso el número de los que se van?

No. La “rareza” estadística tiene su explicación en que ha habido cam-bios en las leyes migratorias cubanas. Hasta 2014, quien pretendía emigrar, era obligado a marcharse “definitiva-mente”. Desde hace casi dos años, sin embargo, quien se va no tiene por qué vender sus bienes (lo cual, por cierto, antes no era siquiera una opción), sino que puede viajar y aun asentarse en otro Estado sin perder sus derechos como residente en Cuba, a menos que no vuelva a pisar suelo cubano en 24 meses. Pasado ese lapso, a efectos de la ley local, el individuo pierde su condi-ción de residente.

A EE.UU., por tierraA pesar de un saldo migratorio oficial tan exiguo, el gobierno cubano es consciente de que el país no ha perdido solo 1.922 habitantes en 2014, pues el requisito del regreso cada 24 meses no

garantiza que el “residente” realmente viva en Cuba.

Según la USCBP, la agencia de fron-teras de EE.UU., durante los primeros nueve meses del año fiscal 2015 ingre-saron a EE.UU. 27.296 cubanos, un 78% más que en igual período de 2014. Ya no se trata de las oleadas de balseros que arribaban a las costas floridanas, sino que la mayoría cruza por tierra, por un puesto de control migratorio entre Tamaulipas y Texas, donde basta con mostrar el pasaporte para, rato después, escuchar un “bienvenido a EE.UU.”.

Puedes viajar, pero…Para Cuba, sin embargo, esto supone una verdadera sangría demográfica, por lo que La Habana ha anunciado el restablecimiento del “permiso de sali-da” para los profesionales de la salud. El éxodo de estos, azuzado además por un programa de la era Bush que aún anima a los que prestan asistencia en otros países a pedir asilo en los con-sulados norteamericanos (Aceprensa, 13-10-2014), está haciendo peligrar la viabilidad de la salud pública, que es, junto con la educación gratuita desde la guardería hasta la universidad, una de las ya pocas joyas de la corona del sistema cubano.

A la larga, sin embargo, es difícil retener al que tiene puestas sus aspi-raciones en otro sitio. “El último que se vaya, que apague el Morro”, suelen bromear los cubanos, en alusión al faro del castillo que guarda la entrada a la bahía habanera, y a menos que la situa-ción interna dé un vuelco rotundo, con seguridad alguien habrá alguien que en algún momento baje el interruptor.

El éxodo de cubanos hacia EE.UU. ha aumentado vertiginosamente desde 2014, lo que compromete las perspectivas económicas de la Isla.

EL ÚLTIMO, QUE APAGUE EL MORRO

Para frenar el éxodo de personal sanitario, Cuba ha restablecido el “permiso de salida” en ese sector