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brando 07•14 - Facundo Manes · pre, las más disparatadas teorías conspira- ... hizo teatro, trabajó en una ... ca su pueblo natal, el que había abandona-

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Cuando Albert Einstein murió en 1955,

su cerebro fue fotografiado y disec-

cionado en 240 bloques, listos paras

ser preservados en resina. Luego, estas 240

piezas se convirtieron en 2.000 ínfimos peda-

citos que, naturalmente, recorrieron los labo-

ratorios de todo el mundo. Se descubrieron,

con los años, algunas cosas: el cerebro del

ideólogo de la Teoría de la Relatividad tenía

una gran densidad de neuronas, una extra-

ña anatomía en los lóbulos parietales y, más

llamativo aún, estructuras anatómicas atí-

picas en la corteza prefrontal, el área más

nueva del cerebro, la encargada de planificar

y ejecutar complejos algoritmos. El cerebro

de Einstein representa algo así como el feti-

che de los neurocientíficos. Para el resto, un

cerebro no tiene nada de encantador. Se trata

de una masa rugosa color crema, compuesta

por grasa y tejido gelatinoso, que pesa alre-

dedor de un kilo y medio y está lleno de rugo-

sidades, surcos y pliegues que disminuyen el

espacio que ocupa dentro de la bóveda cra-

neana. De otro modo, si la superficie del cere-

bro se extendiera como una lámina, alcanza-

ría los 2,5 metros cuadrados. Pero esto, claro,

es pura fachada. Lo que realmente importa,

lo que desvela a los neurocientíficos de todo

el mundo, es lo que sucede en su interior.

Se sabe, el cerebro es la principal obse-

sión de nuestra era. Tanto es así que a

finales del año pasado, Obama, líder de la

principal potencia mundial, hizo públi-

ca la ambiciosa iniciativa BRAIN –algo así

como Investigación del Cerebro a través del

Avance de Neurotecnologías Innovadoras–,

que apuesta por una inversión de doscientos

millones de euros anuales durante una déca-

da para que agencias estatales, fundaciones

privadas y equipos de neuro y nanocientífi-

cos trabajen juntos para mapear nuestro cere-

bro, y así revelar los secretos ocultos detrás

del funcionamiento de nuestras mentes.

La máxima referencia es, claro, el Proyecto

Genoma Humano, que, gracias al aporte de

3.000 millones de euros no solo alcanzó su

objetivo en 2003 sino que restituyó, según un

estudio del Gobierno federal norteamerica-

no, cerca de setecientos millones de euros a la

demacrada economía yanqui. Por supuesto,

Facundo Manes, el hombre que se hizo conocido como el neurólogo de Cristina y ahora se lanzó finalmente a la política con UNEN, desconfía de la moda de las neurociencias. Paradójicamente, su libro Pensar el cerebro se convirtió en best seller. Prefiere, entonces, hablar de divulgación y armar un mapa mental en el que entra de todo: desde el arte, el amor y la religión hasta la memoria de los mozos.

POR MARTÍN JALI - FOTOS DE NICOLÁS JANOWSKI

/INICIATIVA BRAIN/1.

EL CARTÓGRAFO

CEREBRAL

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al tratarse del cerebro surgen, como siem-

pre, las más disparatadas teorías conspira-

tivas, como aquella que involucra a la Darpa

–Agencia de Investigación de Proyectos

Avanzados de Defensa de Estados Unidos–

en la iniciativa BRAIN, el terrorismo militar

y la manipulación mental.

Acá no somos tan extremos. Cuando

Facundo Manes, la referencia máxima en

neurociencias del país, explica que el cerebro

humano es la estructura más compleja del

universo, uno tiende a preguntarse si no esta-

rá exagerando, si la pasión de un científico

por su objeto de estudio no lo lleva a deformar

y magnificar los alcances de su disciplina.

Después cuenta que tiene más neuronas que

estrellas en la galaxia y que el cerebro es el

único órgano que se propone entenderse a sí

mismo. Manes es un científico con una carre-

ra prolífica: graduado en la Universidad de

Buenos Aires y con un máster en Cambridge,

creó Ineco (Instituto de Neurología

Cognitiva) y el Instituto de Neurociencias

de la Universidad Favaloro; además, es

profesor de Psicología Experimental en la

Universidad de Carolina del Sur, e investi-

gador del Conicet y del Australian Research

Council. Pero su salto a la esfera de la opinión

pública lo dio en octubre pasado, cuando diri-

gió al equipo de neurocirujanos que operaron

con éxito a Cristina Fernández de Kirchner.

“En la Argentina, cuando yo llegué en

2001, había neurólogos muy buenos, pero

solamente se dedicaban a tratar el Parkinson,

la cefalea, la epilepsia. Había neurocirujanos

que se dedicaban a operar y, por otra parte,

estaba el psicoanálisis. Había dos bandos, la

parte neurológica, quirúrgica y psiquiátrica

y la parte del psicoanálisis. Pero no existía

esto de las neurociencias cognitivas, es decir,

una disciplina que estudiara científicamente

aspectos de la mente como la toma de decisio-

nes, la memoria o la imaginación”, explica.

De chico, nadie pensaba que Manes

iba a estudiar. Se crió en Arroyo

Dulce, en el medio de una estancia

cuyo casco lindaba con este pueblo de 1.500

habitantes. Su padre era médico, su madre

ayudaba en los partos y Manes creció en el

bosque, en parcelas de tierra abundante. Más

adelante, la familia se mudó a Salto; Manes

jugó al fútbol –era un 9 potente, con pro-

yección, lástima que el asma le recortó una

carrera prometedora–, hizo teatro, trabajó

en una imprenta y en la cosecha de sus pri-

mos, la cual, como casi todos los campos del

país, un buen día pasó del cultivo del trigo

a la soja. También lustró autos y fue presi-

dente del centro de estudiantes de su colegio

secundario. Un pibe inquieto, con una hipe-

ractividad que lo acompaña hasta hoy. Así

las cosas, el futuro de Manes era incierto.

Pero a los 17 se decidió, dejó el pueblo y viajó

a Buenos Aires para estudiar Medicina.

Ahora Manes tiene más de 40, una caja

torácica marcada por el asma y una cara pro-

fundamente expresiva. Vive en un piso que

combina cuadros y libros con una barra de

bebidas, un comedor y un estudio. Ah, y en

el balcón, junto a un juego de sofá, hay una

pequeña esfinge oriental. Además, ahora es

best seller: escribió, con el periodista Mateo

Niro, Usar el cerebro, una suerte de cartogra-

fía cerebral que bucea en este nuevo mundo.

Y lo hace con un doble movimiento: mar-

cando territorio como científico y tendiendo

puentes hacia la literatura y el arte.

–Yo soy el principal defensor de que

las neurociencias no pueden explicar todo,

porque si no va a desprestigiar un área que

nos costó mucho esfuerzo desarrollar en la

Argentina, y no por nosotros, sino por otros

que utilizan el prestigio de las neurociencias

para sus intereses personales –dice.

Su lucha es contra los economistas,

publicistas y toda esta gran moda que

tiene como protagonista al cerebro. Gente

que, de una manera u otra, viene apro-

vechando el boom de la materia gris y la

arrastra a sus disciplinas. Por eso, dice

Manes, era un buen momento para escri-

bir un libro de divulgación, algo que en

Estados Unidos y en Europa es normal,

pero no tanto en la Argentina: “Un cientí-

fico, no importa en qué área trabaje, tiene

la obligación de contar a la sociedad lo que

está haciendo. Lo veo como una obliga-

ción. Más en mi campo, que es el cerebro.

Las investigaciones sobre el cerebro van

a tener implicancias en la educación, en la

ley –cómo tomamos decisiones, la memo-

ria de los testigos, la falsa memoria–, en la

política, hasta en la economía. Es esencial

que los expertos comuniquen sus investi-

gaciones”, explica, y sigue con su diatriba:

“Hay gente que aprovecha el prestigio de

las neurociencias para hacer marketing.

Se trata de empresas que les dicen a otras

empresas si su marca activa más o menos

cosas en nuestro cerebro. ¿Pero eso qué

significa? ¿Qué implica que se active?”.

En la tradición que imagina Manes, las

neurociencias aparecen en perfecta rela-

ción con el arte. El tema le interesa: Manes,

desde chico, dividió su tiempo entre el

deporte, la actuación y la política. Cuenta

el caso del pintor italiano Franco Magnani,

quien, después de una enfermedad febril,

comenzó a pintar de manera casi fotográfi-

ca su pueblo natal, el que había abandona-

do a los 12 años. La epilepsia y otras enfer-

medades afines presentan auras visuales

muy poderosas como parte de sus sínto-

mas. O el caso de Kandinsky, que sufría

de sinestesia, una condición en la cual las

percepciones de un sentido son también

percibidas por alguno de los restantes. En

el caso del gran pintor ruso, la música de

Wagner inspiraba en él tonos y composi-

ciones dinámicas, es decir, la unificación

perfecta entre sonido y color.

YO SOY EL PRINCIPAL DEFENSOR DE QUE LAS NEUROCIENCIAS NO PUEDEN EXPLICAR TODO, PORQUE SI NO VA A DESPRESTIGIAR UN ÁREA QUE NOS COSTÓ MUCHO ESFUERZO DESARROLLAR EN LA ARGENTINA, Y NO POR NOSOTROS, SINO POR OTROS QUE UTILIZAN EL PRESTIGIO DE LAS NEUROCIENCIAS PARA SUS INTERESES PERSONALES.

/EL INICIADOR/2.

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Hay algo omnipresente en el discur-

so de las neurociencias. Más allá

de que Manes se esfuerce y repita

que es necesario establecer límites, su libro

traza una parábola que va de la religión a la

creatividad, el libre albedrío o la violencia.

Parece que nada queda fuera de los límites

del cerebro. Hasta conceptos como la religión

o la libertad. Según estudios basados en neu-

roimágenes funcionales, hay cambios en el

cerebro cuando una persona reza. Durante

la meditación, por ejemplo, baja la actividad

de la amígdala, una región vinculada con el

miedo, o disminuyen su actividad los lóbulos

parietales, que intervienen en el conocimien-

to de uno mismo. Entonces, vale la pregunta:

¿el cerebro creó a Dios para pacificarse?

Si somos libres o no es otra gran pregunta.

En los ochenta, el norteamericano Benjamin

Libet llevó a cabo un experimento en el que

le pidió a un grupo de voluntarios, mientras

medía la actividad eléctrica de sus cerebros,

que, cuando ellos quisieran, sacudieran la

muñeca. Lo que descubrió fue que la acti-

vidad eléctrica aumentaba, a veces hasta

medio segundo antes de que el participante se

moviera. Otros experimentos, cuenta Manes,

demuestran que nuestro cerebro toma la

decisión de apretar determinado botón entre

varios, a veces, hasta siete segundos antes

de que hagamos el menor movimiento.

¿Elegimos realmente de manera consciente?

¿O somos solo una colección de moléculas

que obedecen a las reglas de la física?

Facundo Manes pasó diez años de

su vida en Estados Unidos, entre el

Massachusetts General Hospital,

donde trabajó en una técnica llamada reso-

nancia magnética funcional, y Alba City, un

pueblito perdido en el centro del desierto de

Iowa, famoso por su imponente universi-

dad. En uno de sus viajes a Buenos Aires,

/RELIGIÓN/

/AMOR - TOMA DE DECISIONES/

3.

4.

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conoció a Josefina, su actual mujer, herma-

na de una conocida de la Universidad de

Alba City. Manes cuenta que la llamó varias

veces, que ella le cortó el rostro, pero que, a

fuerza de insistir, le sacó una cena. Como se

tenía que volver a Estados Unidos, Manes,

en un arranque de locura, le pidió que se

fuera con él. Josefina, por supuesto, se negó.

Una semana después Manes, mientras tra-

bajaba en la universidad, recibió un llamado

de su hermano: su padre acababa de morir

de una enfermedad crónica en los pulmo-

nes. Manes volvió a viajar a Buenos Aires y,

una vez más, le pidió a Josefina que se fuera

con él a Iowa. Dos meses después ella dejó

la carrera de Antropología y viajó a Estados

Unidos. El principio fue un horror. No se

reconocieron en el aeropuerto y, durante el

viaje, estuvieron más de una hora sin hablar.

La conclusión de Manes es categórica: las

decisiones más importantes de nuestra vida

no se toman racionalmente.

–Hay un estudio que hizo un amigo mío

en Londres donde dice que el amor román-

tico activa las áreas de recompensa al igual

que el amor maternal. Cuando uno está muy

enamorado, las áreas racionales se apagan y

las áreas emocionales se activan. Por eso se

dice que el amor es ciego. Las áreas frontales,

cuando uno está locamente enamorado, dis-

minuyen su funcionamiento.

–¿Pero es bueno que las emociones dicten

nuestras decisiones?

–La toma de decisiones humanas no es un

proceso lógico y racional. Vivimos toman-

do decisiones; por ahí cuando vos aceptaste

hacer esta nota y yo acepté, fue algo racio-

nal, pero esa fue una decisión entre miles

que tomamos; no elaboramos los pros y los

contras. Lo que se sabe es que una emoción

negativa puede influir en una toma de deci-

sión negativa. Es más, la manera en que

pensamos es la manera en que sentimos.

Muchas veces los seres humanos tenemos

pensamientos distorsivos, tóxicos. Si tene-

mos esos pensamientos tóxicos y distorsi-

vos, tomamos decisiones malas y tóxicas.

–¿Me das un ejemplo?

–Si vos pensás que te van a echar de la

revista y que tu jefe te odia, esto sobre la

base de lo que sentís y no de lo que sucede

en la realidad, desde el vamos te vas a sentir

mal, pero no solo eso, podés actuar en con-

secuencia de ese pensamiento distorsivo.

Es claro que la emoción tiene un rol impor-

tante en la toma de decisiones. Cuando

uno está en caliente, está bueno no tomar

decisiones. Igualmente, a veces la emoción

ayuda, de manera automática, a zafar de

momentos que no podés racionalizar. Esto

depende del contexto, te puede hacer bien o

te puede hacer mal.

Cuando se le pregunta a Manes por

el futuro, una de las primeras cosas

que menciona es la interfaz cerebro-

computadora. En su libro, cuenta la histo-

ria de Jan Scheuermann, una mujer que un

buen día logró comer una barra de choco-

late. Detrás de ella, los investigadores de la

Universidad de Pittsburgh festejaban enlo-

quecidos. ¿El motivo? La mujer estaba para-

lizada desde el cuello hasta los pies y el brazo

que sostenía el chocolate era robótico. “Hoy

hay posibilidades de que una persona cua-

dripléjica, sin mover los miembros, pueda

decir quiero mover el botón de la computadora,

lo que produce la actividad de una red espe-

cífica del cerebro. Esa red es captada por

electrodos y la acción la produce un robot”,

explica Manes. La clave, entonces, son los

electrodos que miden la actividad eléctri-

ca que se produce en el cerebro a la hora

de hacer un movimiento; luego esta infor-

mación, traducida a algoritmos específicos,

permite movilizar, por ejemplo, un miembro

artificial. Lo que la ciencia ficción nos viene

mostrando desde hace décadas, poco a poco,

se vuelve realidad.

Cuando vivía en Inglaterra, vi un expe-

rimento que me encantó. Los taxistas

en Londres tenían que ir de Camden

Town a Kensington Palace y los tipos llega-

ban por la imaginería visual. En ese momen-

to no había GPS y Londres es una ciudad

medieval. Entonces les pusieron resonado-

res a taxistas londinenses y a londinenses

que no eran taxistas. Lo que se descubrió

fue que los taxistas tenían más desarrolla-

da un área del cerebro donde intervenía la

memoria espacial.

Inspirado en esta investigación coman-

dada por la inglesa Eleanor Maguire –que

también comparó la memoria de los taxistas

con sus archienemigos, los colectiveros lon-

dinenses–, Manes, un buen día, comenzó a

darle forma a una idea.

–Al llegar a la Argentina, fui al Tortoni

con unos amigos y vi que un mozo, un vieji-

to, atendía cinco mesas a la vez con diez per-

sonas, no anotaba y llevaba el pedido perfec-

to. Le pregunté cómo hacía y me dijo que no

sabía. Entonces diseñamos el experimento.

Manes y su grupo hablaron con el mána-

ger del Tortoni y acordaron que les envia-

ra al mozo con más memoria. Después se

sentaron. Eran casi una decena: pidieron

té con leche, coca light, agua sin gas, un

café. Cuando el mozo se fue cambiaron de

lugar. ¿El objetivo? Descubrir si el mozo

recordaba por las caras o el lugar donde

estaban sentados.

–Cada vez que el mozo venía se equivo-

DESDE EL PRIMER DÍA SABÍA QUE LA SALUD DE LA PRESIDENTA ERA UNA CUESTIÓN DE ESTADO, ENTONCES ME RECLUÍ Y ME FOCALICÉ EN DIRIGIR AL EQUIPO. PARADÓJICAMENTE, FUE UNA ETAPA EN LA QUE ESTUVE MUY CONCENTRADO EN MI TRABAJO, AISLADO SOCIALMENTE. MI ÚNICA TAREA ERA ASEGURARME DE QUE TODO ESE PROCESO SALIERA BIEN.

/EL FUTURO/

/MEMORIA/

5.

6.

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caba. Lo que descubrimos es que los mozos,

sin que ellos sepan, hacen un nexo entre la

cara y el lugar. Si vos les cambiás una de las

variables se equivocan. A esto lo llamamos

el efecto Tortoni.

Es curioso. La memoria de los mozos,

que es impresionante, no puede transferir-

se a otras habilidades de la vida cotidiana.

Esto se debe a que existen diversos tipos de

memoria, cada una con sus particularida-

des y su rango de acción: desde la memoria

de trabajo (que abarca segundos o minu-

tos), la memoria a largo a plazo (días a años)

o la memoria prospectiva, que apunta a las

obligaciones a futuro, hasta categorías más

puntuales como la memoria semántica, que

permite relacionar conceptos con sus sig-

nificados, o la memoria emocional. El psi-

cólogo suizo Édouard Claparède realizó un

curioso experimento con una mujer que,

después de un accidente, no podía formar

nuevas memorias. Édouard, cada día, debía

presentarse ante la mujer, que no lo recor-

daba. Un día Édouard escondió un alfiler

en su mano y, al saludarla, ella recibió un

pinchazo. Al día siguiente, la mujer seguía

sin recordarlo, pero se negaba a darle la

mano. ¿Conclusión? Si bien no recordaba lo

sucedido ni quién era Édouard, la memoria

emocional seguía intacta.

De la memoria –y sus trastornos– a la gran

epidemia del siglo XXI hay solo un paso.

Gracias a la tecnología médica vivimos más,

pero también son mayores las posibilidades

de contraer Alzheimer. “Es un problema que

no solo afecta al paciente, sino también a la

familia: la familia de un paciente se estresa

más, se deprime, falta más al trabajo. Ese

costo es enorme para la sociedad. Es un pro-

blema médico, social y económico. Y todavía

no tenemos cura”, cuenta Manes.

Pero hay avances. Manes es parte del

selecto grupo de neurólogos, neurocien-

tíficos y especialistas de todo el mundo

que están probando una nueva droga en

Colombia. Se trata de una familia con una

mutación genética que los lleva, inevitable-

mente, a tener Alzheimer.

–Hay muchos que ya que tienen los

síntomas, pero otros que tienen la muta-

ción todavía no los presentan. Van a tener

Alzheimer sí o sí. Estamos probando una

droga para ver si antes de que aparezcan

los síntomas, podemos darles una medica-

ción que cambie el destino de la enferme-

dad. Este es uno de los experimentos más

importantes que veo al respecto.

El sábado 5 de octubre de 2013, Cristina

Fernández de Kirchner ingresó al

Instituto de Neurociencias de la

Universidad Favaloro por una arritmia y

una fuerte cefalea. El diagnóstico fue una

colección subdural crónica, es decir, una

acumulación de sangre, que había formado

un hematoma, dentro de las paredes de las

meninges que recubren el cráneo. Tres días

después, Facundo Manes lideró al equipo de

neurocirujanos que llevaron adelante la ciru-

gía: dos perforaciones en el cráneo, de cinco

a siete milímetros cada una, por las que se

introdujo una cánula que, además de trans-

portar el suero, drenó la sangre y los dese-

chos del hematoma. Una operación sencilla,

en realidad, que sumió a Manes en un frenesí

mediático y, más tarde, lo metió de lleno en el

tira y afloje de la política argentina.

–¿Qué significó participar del equipo que

operó a la presidenta?

–Creo que para un grupo médico, como lo

fue el de Favaloro, es un gran orgullo tener

en manos la salud de la primera mandataria.

Y más porque el grupo, como conté en varios

lugares, estaba representado por profesio-

nales de distintas provincias que estudiaron

en universidades argentinas. La palabra es

orgullo y una gran responsabilidad.

–Además de las responsabilidades médi-

cas, hubo mucho revuelo mediático, ¿cómo

lo viviste?

–Desde el primer día sabía que la salud de

la primera mandataria era una cuestión de

Estado, entonces me recluí y me focalicé en

dirigir al equipo que diagnosticó y trató esta

condición, así que te diría que, paradójica-

mente, fue una etapa en la que estuve muy

concentrado en mi trabajo, aislado social-

mente. Mi única tarea era asegurarme de

que todo ese proceso saliera bien.

–¿Dónde estabas cuando te llamaron?

–Yo doy charlas y estaba en una sobre

cerebro y educación en Trenque Lauquen, a

punto de empezar, cuando sonó el teléfono.

Era la unidad médica presidencial. Ahí me

volví a Buenos Aires.

Por la noche, Manes visitará TN para

arrellanarse en el sillón de Joaquín Morales

Solá. Se lo verá un poco nervioso, con las

piernas juntas, enfrentándose al timing

televisivo. Dirá cosas como “los líderes nos

gobiernan con el cerebro, el electorado vota

con el cerebro”, mientras los zócalos del pro-

grama hablarán del interés del neurólogo de

Cristina por la política.

–Pareciera que cada vez estás más cómodo

en el ámbito político. ¿Te ves en un cargo?

–Me veo participando para que la

Argentina resuelva lo más urgente, que es el

hambre de los chicos. Me veo también inten-

tando hacer una revolución educativa. Estos

dos son los problemas más urgentes que

tenemos. Que un país de cuarenta millones

de habitantes que produce alimentos para

trescientos millones de personas tenga un

solo chico desnutrido es inmoral. Eso no es

culpa del Gobierno, es culpa de todos, somos

todos responsables. Yo, vos, los políticos,

los empresarios, los docentes. Hay muchas

maneras de transformar esto, pero la política

es una herramienta fenomenal de transfor-

mación. Entonces yo me veo como candida-

to, como dador de conocimientos, como inte-

lectual, como médico, como docente. Como

sea, pero me veo ayudando.

–¿A qué llamás “revolución educativa”?

–Nos habremos desarrollado verdadera-

mente si invertimos en educación de calidad

y si tenemos una sociedad basada en el cono-

cimiento. Por más que tengamos diez Vaca

Muerta y seamos ricos en recursos naturales,

si no tenemos un pueblo educado, no vamos

a ser desarrollados. El mayor tesoro de nues-

tro país es el capital intelectual. Tiene que

haber un cambio político que ponga como

prioridad el conocimiento, el largo plazo, la

nutrición y el afecto de los chicos. Espero

que sea dentro del marco de UNEN, pero

hay otros espacios, buena gente en otros par-

tidos, pero en UNEN es donde yo me siento

cómodo, donde estoy trabajando.

–¿UNEN te representa?

–Para mí es un espacio interesante para

participar, donde yo me siento cómodo. Hay

otros, el peronismo, el PRO. Yo me siento

cómodo en un espacio como UNEN, que se

está construyendo. Y espero que la construc-

ción sea atractiva para el electorado.

–Venís de familia radical, ¿no?

–Tengo una historia familiar radical, aun-

que creo que hoy la gente no se mueve por

los partidos políticos, se mueve por las ideas,

por paradigmas. Yo creo que el hambre cero

y el conocimiento son un paradigma urgente

para todos nosotros y quiero participar en

eso como sea. B

/EL CEREBRO DE CRISTINA/7.

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