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Cait London – La Hora del Destino – 4º La Familia Blaylock

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Prólogo

En la antigua tienda de grano y semillas de Jasmine, Boone Llewlyncontemplaba a su nieta. Sus diez nietos lo tenían por un amigo que los cuidaba

mientras sus madres estaban lejos; no sabían que era su abuelo. Boone se sentía muyavergonzado de haberles fallado, a ellos, y a sus manipuladores hijos. La niña deocho años tenía la típica estampa Llewlyn: un cuerpo desgarbado, de grandeshuesos, una fuerte y angulosa barbilla y el pelo negro y brillante. Los ojos color azulcielo de Paloma eran herencia de su bisabuela, una St.Clair. Vestida con un monovaquero y una camisa de franela a cuadros, estaba agachada junto a los polluelos dela tienda, sosteniendo a uno entre sus manos. Aquel era su lugar favorito de latienda, donde los granjeros acudían a por semillas y los rancheros a por todo lonecesario para su ganado. Los polluelos llegaban cada primavera; la tienda era unlugar que mantenía la vida rural en aquel gran valle de Wyoming.

Boone ya era casi un anciano, gastado por la vida y por los disgustos que lehabían dado sus hijos. De joven, se enamoró de Garnet Holmes Blaylock, pero quisosalir en busca de las riquezas del mundo y ella se quedó en Jasmine. Aún enamoradode Garnet, se casó con Sara, una mujer fría, pero también hábil para ayudarlo en subúsqueda de dinero y poder.

En esa búsqueda, Boone olvidó que sus dos hijos lo necesitaban. Ahora eranhombres débiles, y bígamos, utilizando diversos nombres para casarse con variasmujeres. Boone había librado a sus hijos de los problemas legales, por supuesto, perosus nietos pagaron un alto precio. Sus madres eran tan inmorales y duras como su

esposa. Boone aún quería a sus hijos, pero los mantenía apartados de su queridatierra Llewlyn; temía que destrozaran todo aquello que amaba. Carentes delnecesario amor por la tierra y el pasado, y fáciles de comprar, se mantuvieronalejados.

En su búsqueda de riqueza y poder, Boone permaneció alejado treinta años, yluego volvió a vivir a la casa Llewlyn, cerca de Jasmine. El rancho de Llewlyn, dediez mil acres, era para sus nietos.

—Pareces muy solo, Boone —Paloma se acercó a él y le entregó el polluelo quesostenía en las manos. Se apoyó contra él y Boone miró su cabecita con nostálgico

cariño. Sabía que no llegaría a ver a la mujer en que su querida nieta se convertiría,pero estaba convencido de que sería fuerte, alta, firme, y, más importante aún, de quesu corazón estaría lleno de pureza. Amaría la tierra, su tierra, colonizada por losLlewlyn, porque ella era de su sangre, su pasado y su futuro.

—Me alegra que seas mi amigo, Boone —dijo Paloma—. Me gusta poderquedarme contigo… cuando mi madre me deja —la niña secó una furtiva lágrima dela curtida mejilla del anciano y susurró—: No llores, Boone. Cuando lleguemos acasa, tocaré para ti la mejor música que hayas escuchado. Esa antigua música que tumadre solía tocar, y tomaremos té en las tazas de porcelana.

Boone contempló los azules ojos de su nieta y le acarició el negro pelo. Era partede su madre, de él y de los Llewlyn. Aunque ahora no podía decirle que era su

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abuelo, esperaba que regresara algún día y descubriera cuánto la quería, a ella y a latierra que pensaba dejarle en herencia.

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Capítulo Uno

Rio Blaylock: un donjuán. Paloma Forbes sabía quién era el alto vaquero que seacercaba a ella, con el frío aire de enero agitando su liso pelo negro. Rio habíaentrado en el iluminado aparcamiento unos minutos antes del amanecer. Parecía uncazador en busca de su presa. Y Paloma sabía que su presa era ella.

La deslumbrante sonrisa de Rio y su excitante arrogancia atraía a las mujeres.Se parecía a todos los Blaylocks que Paloma recordaba de sus visitas a BooneLlewlyn. Criados como duros hombres de la montaña, los Blaylock eran altos,angulosos, con el pelo negro de los nativos americanos y la piel tan oscura como lade sus ancestros conquistadores, a pesar de la mezcla de sangre pionera escocesa einglesa que circulaba por sus venas. Paloma tenía trece años cuando vio por primeravez a Rio en un baile de la comunidad. En esa época, él era un fascinante joven de

diecisiete años. Las chicas se morían por bailar con él. En otra ocasión, en un rodeo,lo vio rodeado de jovencitas a las que tenía maravilladas con sus habilidades con ellazo. Una de ellas acabó entre sus brazos, recibiendo un beso.

Los otros chicos Blaylock, Roman, James, Dan y Tyrell, eran adorables, perosegún los cotilleos que circulaban por Jasmine, Rio era el más encantador de todos.Aunque ahora mayor y más duro que cuando Paloma lo vio a los diecisiete años,rodeado de su harén de chicas, el curtido rostro de Rio había adquirido los rasgos deun hombre decidido. Sus negros ojos, fijos en ella, la firme línea de su mandíbula,cubierta por la sombra de una incipiente barba, y el embarrado todoterreno conmatrícula de Wyoming, revelaron a Paloma que había salido decidido a alcanzarla.

Pero Paloma no quería que nadie la siguiera ni la mirara así. Con una madreexigente, que utilizaba un oscuro armario como constante amenaza, Paloma se habíacentrado desde muy pequeña en sus clases de piano. Si tocaba mal, el armario laaguardaba. Había sobrevivido a aquello, y no estaba dispuesta a dejarse empujar pornadie más.

Miró a Rio, que avanzaba hacia ella, y frunció el ceño. Ya se las había visto unavez con un donjuán, y la experiencia le había bastado; a los veinte, no sabía que loshombres jugaban. Ahora sabía que el romance en que había soñado había sidoalimentado por ella misma. Virgen y sin ninguna experiencia sexual, se zambulló de

lleno en la relación, necesitando desesperadamente ser amada por sí misma en lugarde por su talento como pianista. Aún no había salido a la superficie a tomar airecuando fue abofeteada por la realidad: Jonathan no la quería en absoluto. Había sidoun mero trofeo más para demostrar a sus amigos su éxito con las mujeres. Cuando

 Jonathan decidió centrar su atención en otra chica sin experiencia, Paloma alzó unacerca en torno a su corazón y no volvió a fiarse de ningún hombre.

Sonrió tensamente mientras Rio Blaylock caminaba hacia ella, como un oscuroseñor de la guerra, con sus largas piernas enfundadas en vaqueros y el cuello de sucazadora negra alzado. El jersey color borgoña acentuaba la oscuridad de su piel. ¿O

sería más bien su torvo humor? Ella no había saltado precisamente de alegría antesus ofertas de comprarle la mitad de la tienda de grano de que era dueña. Corrigió su

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último pensamiento: Rio había acudido a arrebatarle su último trocito de BooneLlewlyn, el hombre al que ella había querido desesperadamente, su protectordurante la infancia. Boone ya no estaba y ella había heredado su mitad de la tienda.Ahora, Rio era su socio, pero durante el año y medio que había pasado tras la muertede Boone no había cejado en su empeño de tratar de comprar su parte. Y Rio era unhombre tenaz, que siempre conseguía lo que se proponía.

Pero no en esa ocasión. Paloma estaba decidida a conservar lo que le quedabade Boone, el hombre al que tanto se parecía, el hombre que, según sus sospechas, fuesu padre. Siempre que pudo, la protegió de su egoísta madre, que exigía mucho desu única hija. Boone. Grande, fuerte, dulce, cariñoso. No estaba dispuesta a quedarsesin el lazo que la mantenía unida a él. Respiró profundamente el frío aire de lamañana, cargado del olor al autobús y la excitación de las ancianas en camino a suspartidas de bingo. Paloma era su conductora, y, durante unos días, disfrutaríacuidando de ellas.

Golpeó una rueda con la experiencia de una mujer que había alquilado amenudo vehículos no debidamente atendidos. Satisfecha con la prueba, se volviólentamente al sentir que alguien palmeaba su hombro. —¿Sí?

—Soy Rio Blaylock. Me gustaría hablar contigo. El tono exigente de su voz irritóa Paloma. Se decía que Rio sabía cómo tratar a una señorita. Pero ella no era ninguna«señorita»; desposeída de su infancia y de los placeres femeninos, se habíaendurecido y había logrado sobrevivir. Gracias a su madre, Paloma se vio obligada ainterpretar el papel de niña prodigio y había visto demasiado de la vida y el sexo. Alos treinta y cuatro años, se consideraba inmune a hombres como Rio. Este tenía el

oscuro y peligroso aspecto que su madre solía buscar en sus amantes. No estabadispuesta a ponerle fácil la compra de su parte del almacén; al menos, no antes dehaber resuelto lo que sentía exactamente por Boone. Su madre nunca quiso revelarlela verdad. ¿Era Boone su padre? ¿Averiguaría la verdad alguna vez? ¿Por qué no lahabía reconocido como su hija?

Paloma alejó el dolor que acompañaba al rechazo de un ser querido, un dolorque siempre llegaba con las preguntas que la habían agobiado durante años, y sepreparó para enfrentarse al hombre que ya de antemano le desagradaba.

Por fin la había encontrado, pero ella parecía querer ignorarlo.

—Mi autobús está en marcha, malgastando combustible, y no tengo tiempopara parlotear. Hago esto una vez al año; alquilo un autobús y llevo a un grupo demujeres mayores a jugar al bingo de Missouri a Oklahoma. Juegan día y noche, hastaque nos vamos. Todas nos divertimos y todas volvemos contentas. Ahora, si medisculpas… —Paloma Forbes y su ronca voz impacientaron a Rio mientras ayudaba auna mujer mayor a subir al autobús.

Hizo un esfuerzo por controlarse. Cuando la vio por última vez, apoyada contraBoone como si fuera su único salvavidas, Paloma era una niña alta y desgarbada. Ladesolada expresión de su delgado rostro preocupó a Else, hermana de Rio y actualmatriarca de la numerosa familia Blaylock.

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Impaciente, Rio se pasó una mano por el pelo. Estaba agotado tras variasnoches sin apenas dormir. Siempre parecía estar buscando algo, algo que siempre lohabía eludido… y también estaba el chico que murió, el frágil cuerpo del muchachode diez años que invadía sus pesadillas. Tal vez había heredado más de lo quesospechaba de sus antepasados montañeros; aquella necesidad de buscar algo, aalguien. Se encogió de hombros mentalmente. No podía controlar aquella inquietanecesidad, pero podía conservar a salvo la tienda de grano. No estaba dispuesto apermitir que aquella mujer le diera esquinazo; Paloma Forbes llevaba un año y medioignorando sus ofertas. Ahora la tenía delante.

Rio alargó una mano para ayudar a una anciana de frágil aspecto a subir alautobús. Sonrió, tenso. Si Paloma era capaz de extraer gracilidad de su cuerpo de unmetro ochenta cuando iba por el mundo dando conciertos, no parecía dispuesta aconcederle a él la más mínima. Vestida con un pesado jersey negro, vaqueros negrosy botas de camionero, el cuerpo de Paloma Forbes no resultaba especialmente

curvado ni elegante mientras cargaba bolsas de viaje en la parte baja del autobús.Parecía más un eficiente camionero que una famosa pianista. Pero había un matizclaramente femenino en sus rápidos movimientos, y Rio se fijó en que se protegía lasmanos con guantes de cuero y las muñecas con muñequeras.

Se esforzó para que su palabra, «parlotear», no lo ofendiera. Pero le ofendió.

—Yo no parloteo —replicó—. El hecho es que eres dueña de la mitad de latienda y yo poseo la otra mitad. Quiero comprártela. Es así de sencillo.

De pie junto al autobús, en aquella helada mañana de enero, Rio frunció el ceñomientras miraba a una mujer mayor de pelo gris que acababa de darle una palmadita

en el trasero al pasar a su lado. Mientras una ligera nieve se arracimaba en torno alcuello de su cazadora, trató de no aplastar el sombrero que otra mujer había colocadobajo su brazo mientras buscaba en el bolso el dinero para su billete. En ese momento,otra mujer metió bajo su brazo libre un almohadón de satén rosa. Rio cerró los ojos,respiró profundamente y continuó con su batalla.

—¿Has recibido mis cartas? —preguntó, decidido a forzar a su silenciosa socia aenfrentarse a su oferta.

Por lo que sabía de la vida de Paloma, ésta vivía viajando. No había acudido alfuneral de Boone ni había vuelto a Jasmine, todo indicios de que no valoraba la tierra,

ni la historia… ni a Boone, que, aparentemente, la había querido mucho.—No te las han devuelto, ¿verdad? —murmuró Paloma, apartando a Rio de su

camino con un hombro—. Eso debe significar que las he recibido.

Rio se vio obligado en ese momento a ayudar a otra anciana a subir al autobús.Sonrió brevemente cuando ésta le lanzó un beso y se volvió de nuevo hacia Paloma.

—Sólo quería estar seguro…

—Recibí tus cartas y no tengo tiempo para esto.

—Es un lugar histórico; me gustaría verlo preservado.

—Claro, amigo. Eres todo corazón y estoy segura de que hay un dólar para ti enalgún lugar. Ahora, déjame pasar —la voz de Paloma adquirió un tono encantador

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cuando se dirigió a una matrona con una inmensa peluca rubia—. Hola, Vandora.Cuánto me alegro de que hayas podido venir este año.

Vandora volvió sus brillantes ojos marrones hacia Rio.

—¿Es tuyo este tío macizo, Paloma?

—No es mi tipo —la negativa de Paloma no sirvió precisamente para suavizarla tensión de Rio. Y no porque quisiera atraer a la mujer de un metro ochenta queacababa de volver a empujarlo con el hombro.

En esa ocasión, se mantuvo firme donde estaba y se limitó a mirarla. Cuandoella lo miró, él sonrió lentamente y los ojos de Paloma se entrecerraronpeligrosamente.

—No pienso permitir que me presiones para tomar una decisión precipitada —dijo—. Y te advierto que soy inmune a los donjuanes.

Rio pasó por alto el último comentario, estaba allí para hablar de negocios.—Heredaste la mitad de la tienda hace un año y medio. Llevo todo ese tiempo

tratando de ponerme en contacto contigo.

—Yo me pondré en contacto contigo más adelante. Ahora, haz el favor deapartarte de mi camino.

—Cuando esté listo —Rio espació sus palabras cuidadosamente. No le gustabanlas órdenes. Ya había recibido suficientes en el ejército—. Tendría sentido quevendieras tu parte. No conoces el negocio.

Paloma lo taladró con su mirada azul, que se oscureció como un cielopresagiando tormenta. «Bien», pensó Rio. «Le afecto; al menos he conseguido suatención».

Acercándose a él, otra matrona de amable aspecto retiró el cojín de satén rosade debajo de su brazo. Luego alzó una mano y le palmeó cariñosamente la mejilla.

—Gracias, hijo. Eres guapísimo. Espero que vengas con nosotras a jugar albingo estos dos días. Podrías ser mi amuleto de la suerte. Adoro a los vaquerosgrandes, morenos y de aspecto peligroso como tú.

Con la soltura de una mujer acostumbrada a cuidar de sí misma, Paloma metió

una enorme bolsa en el maletero del autobús. Sus constantes movimientos decíanque no iba a retrasarse por Rio… ni por nadie.

Rio estudió a la mujer que había heredado la mitad que era propiedad de BooneLlewlyn de la histórica tienda de Jasmine; ni siquiera se había molestado en ir acomprobar los papeles de su herencia.

Con un eficiente movimiento, Paloma se puso las gafas de sol que llevaba sobrela frente. Luego alzó la mirada hacia el rostro de Rio, como considerando cómomanejar a un hombre de su tamaño si se veía obligada a ello. La luz del amanecersuavizó sus fuertes y altos pómulos, y un mechón de sedoso pelo negro se deslizósobre su pálida y angulosa mandíbula. Lo apartó impacientemente. Su generosa bocase tensó hasta convertirse en un delgada línea, y, en contraste, un hoyuelo apareció

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en su mejilla izquierda. Si Rio la hubiera estado viendo como una mujer interesante,en lugar de como un obstáculo, habría apreciado la extraña mezcla de ángulos ysuavidad de su rostro, la ligera inclinación de sus ojos, la elegante amplitud de suspómulos.

Paloma apoyó una bota en el primer peldaño del autobús, lleno de mujeresmayores y excitadas ante la perspectiva del viaje de dos días a otro estado. Suconductora no iba a perder tiempo hablando con Rio.

—Este es un viaje de ida y vuelta. Ni hoteles ni arreglos para dormir. Si quiereshablar conmigo, tendrás que subirte al autobús, Blaylock. De lo contrario, apártate.

Rio no iba a apartarse. Acababa de salvar a dos adolescentes de morir bajo unaavalancha de nieve en Wyoming. Cuando decidía hacer algo, poco podía hacerse porevitarlo. Su hermano Román, albacea de las propiedades de Boone, había logradolocalizar a Paloma. Lou, el agente de ésta, había dicho que daba un concierto en una

casa de jubilados la noche anterior a su expedición de bingo. Sin apenas haberdormido, Rio había conducido dieciocho horas para encontrarse con ella. No quisoarriesgarse a volar; hacía mal tiempo y los vuelos podían suspenderse en cualquiermomento. Paloma siempre se estaba moviendo, y no era precisamente fácillocalizarla. Ahora la tenía ante sí, y quería conseguir la tienda a toda costa.Cruzándose de brazos con firmeza, le dedicó su mejor sonrisa.

—Necesitamos hablar.

La fría y penetrante mirada que le dedicó Paloma, como diciendo que sabíaexactamente lo que se traía entre manos y que no le gustaba nada, hizo que uninesperado estremecimiento recorriera el cuerpo de Rio.

Respiró profundamente para mantener la sonrisa a pesar de la burlonaexpresión de Paloma.

—¿Todas a bordo? —con un atlético movimiento, Paloma entró en el autobús yocupó su asiento tras el volante. Luego apoyó su mano enguantada en la manija de lapuerta. Su fría mirada decía claramente que lo mejor que podía hacer Rio era volver aWyoming. La curva de sus labios no era precisamente dulce y hablaba de una mujerque sabía cuándo tenía la sartén por el mango.

—Escucha, facilítate las cosas y vuelve a casa, ¿de acuerdo? Echaré un vistazo a

esas cartas cuando tenga tiempo.La bulliciosa excitación de las ancianas que ocupaban el autobús casi apagó el

tono exageradamente dulce utilizado por Paloma. Un cosquilleo recorrió la nuca deRio a la vez que subía al autobús.

—Todo lo que necesito saber es si estás interesada en vender tu mitad. Veo queno piensas ponérmelo fácil, ¿verdad? —preguntó, molestó ante la burlona sonrisa dePaloma. Estaba disfrutando incomodándolo, obligándolo a ir en el autobús con ella oa dejarla escapar. Pero a Rio no le gustaba que lo presionaran, y menos aún que lohiciera una mujer a la que, evidentemente, desagradaba.

—Lo has captado. Pienso conservar mi mitad. Será mejor que te acostumbres ala idea. Siéntate —con el pelo sujeto en una larga cola que le llegaba a la cintura, el

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 jersey negro, los vaqueros y las botas, Paloma Forbes no parecía en lo más mínimouna concertista de piano.

—Bien —Rio subió al autobús, se quitó la cazadora y la colocó en elcompartimiento superior. Luego ocupó el asiento que había tras el del conductor.

Paloma lo miró por el espejo retrovisor. Luego dirigió la vista hacia las piernasy botas que Rio acababa de cruzar junto a su asiento. Su boca se tensó mientrassacaba un pie para apartar los de él.

—¿Cómodo?

Rio disfrutó al escuchar el tono de su voz, pues revelaba con claridad que suactitud la afectaba. A la dama le gustaba su espacio libre, y él no pensaba dejarla enpaz hasta conseguir lo que quería. Colocó las manos tras la cabeza, se apoyó contra elrespaldo y sonrió lentamente, mirando al espejo.

—Muy cómodo. Cuando quieras.

No había duda de que aquella mujer sabía conducir. Sacó el autobús delaparcamiento sin ningún esfuerzo y unos minutos después entraban en la autovíainterestatal. Las excitadas pasajeras charlaban, cantaban y discutían sobre sus juegosde bingo favoritos.

Rio, que necesitaba urgentemente dormir, se arrellanó en su asiento. Cuandoalguien alzó su cabeza para colocarle debajo un cojín de satén y el peso de un chaltejido a mano cubrió su pecho, miró a Paloma a través del espejo retrovisor. Habíaestado dormitando plácidamente… Volvió la mirada hacia la madura mujer que, deespaldas a él y moviendo su generoso trasero, acababa de tomar su pierna izquierda

para colocarla entre sus muslos. Mientras ella tiraba de su bota, otra mujer lo besó enla frente,

—Duerme bien, príncipe. Eres lo suficientemente grande como para darnossuerte a todas —susurró, palmeándole el pecho. Cuando Rio trató de erguirse, lamujer lo empujó con firmeza contra el asiento—. Deja que Emily te quite las botas,hijo. Tiene siete chicos. Veo que no has traído tu bolsa de viaje. Tendremos que parara comprarte una muda de ropa interior. Nunca se sabe cuándo puede suceder unaccidente… oh, no con Paloma al volante, desde luego, pero hoy en día no se sabequé puede pasar al cruzar la calle. Supongo que no te gustaría ir al hospital sin una

ropa interior presentable. ¿Utilizas esos diminutos calzoncillos que están tan demoda, el clásico calzón corto, o calzoncillos normales? ¿Blancos o negros?

—Compraré una muda mientras ustedes juegan al bingo —murmuró Rio,preguntándose si todas las mujeres del mundo habrían creado una hermandaddedicada a asegurarse de que su ropa interior estuviera en buen estado. Su hermana,Else, parecía tener rayos equis en la visión.

En el retrovisor, las gafas plateadas de Paloma no revelaron nada… hasta queRio distinguió la leve y humorosa curva de su boca, que suavizaba su expresión.

—¿Lo encuentras divertido? —preguntó.

Ella no contestó, limitándose a alargar su taza, que una mujer sentada cercallenó rápidamente con el contenido de un termo.

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—Gracias —murmuró Paloma, centrándose de inmediato en la conducción.

—He olvidado qué se siente besando a un hombre sin dentadura postiza —dijoPosey Malone, mirando a Rio. Este parpadeó cuando Susie le pidió que le sostuvierael bastón mientras le sacaba una foto.

Rio retiró su pie derecho precipitadamente, antes de que Emily pudiera rodearla otra pierna con sus muslos. Luego le devolvió el bastón a Susie.

—Creo que ahora voy a dormir un rato —anunció en voz alta, lanzando unasignificativa mirada a las damas que lo rodeaban. De inmediato, un coro de agudasvoces comenzó a entonar la famosa nana de Brahms.

Sarah, que ocupaba el asiento trasero, le pasó una mano por el pelo.

—Eso es. Descansa. Necesitamos que nuestra buena suerte esté en plena forma.

Paloma siguió conduciendo con expresión impávida.

En la parada para desayunar, Rio ayudó a las damas a bajar. Tras la primerapalmada en el trasero, apoyó la espalda contra la puerta del autobús. La señoraMalone sacó un peine de su bolso y alzó una mano para peinarlo.

—Mejor así —dijo finalmente, mirándolo, satisfecha.

Paloma, la última en salir, ignoró la mano tendida de Rio y lo miró a través desus gafas.

—¿Te diviertes? —preguntó mientras se quitaba los guantes.

—Es toda una experiencia. ¿Vamos a hablar ahora?

Mientras Paloma se pasaba rápidamente una mano por el pelo y a continuaciónmiraba su reloj, tamborileando con los dedos sobre su esfera, Rio la observóatentamente. El cazador que había en él midió y observó. Las manos de Paloma eranfemeninas, gráciles y encantadoras, con unos pálidos dedos de uñas cortas ycubiertos de una suave y delicada piel. El cuerpo de Rio se tensó ante la absolutabelleza de su movimiento y forma. Quiso deslizar los dedos entre los de ella, sentirsu contacto, pero se contuvo mientras Paloma se estiraba, haciendo girar sushombros. Su esbelto cuerpo era delicado, femenino, como si necesitara que unamante la abrazara y protegiera. Rio captó una ligerísima fragancia, un delicado yexótico aroma, previamente apagado por el olor a gasolina y humo del aparcamiento.

Ella le dedicó una impaciente mirada a la vez que se apartaba un mechón desedoso pelo del rostro.

—Eres tenaz, amigo.

—Mi nombre es Rio Blaylock. Recuérdalo.

Paloma se apoyó contra el autobús.

—Conozco a los Blaylock. Viví una temporada con Boone en Jasmine, que estáabarrotado de Blaylocks. Pero te advierto que puedo ganarte en tenacidad. ¿Por quéno te haces un favor y te vas ahora?

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El repentino impulso de tomarla por la coleta y hacerle alzar la cabeza parabesarla desconcertó a Rio. Respiró profundamente, ignorando el impulso. Estabademasiado cansado y su cuerpo protestaba por el largo trayecto recorrido, seguidodel viaje en autobús. Paloma. No podía sentirse atraído por Paloma, la mujer. Y él nole gustaba a ella. No se fiaba de él.

—¿Por qué no lo hablamos mientras desayunamos?

—Seguro que has repetido esa frase unas cuantas veces a lo largo de tu vida —murmuró Paloma, y se encaminó hacia el café. Su peculiar forma de caminar nodistrajo a Rio del sensual balanceo de su coleta por encima de las esbeltas caderas ylos interminables y ceñidos vaqueros.

Se apoyó contra el autobús, observándola. Paloma no era femenina ni dulce; sinembargo, por un instante, su fragancia lo había atrapado. La belleza de sus manos lohabía fascinado.

Cansado e incómodo con aquella breve atracción, se apartó del autobús.Prefería a las mujeres más suaves, más fáciles, curvilíneas… Hizo una mueca, nodirigida a las mujeres que aguardaban a rodearlo en el café, sino a sí mismo. Teníaque salir más a menudo. El reciente matrimonio de su hermano Roman había agitadosus instintos de emparejarse. Admitidamente romántico, Rio había rondado a variascompañeras potenciales, pero no había encontrado ninguna mujer que estimulara suinstinto de anidar y procrear, que le hubiera quitado el aliento. Conocía la diferenciaentre el mero deseo y el cariño, y necesitaba querer y ser querido. No se conformaríacon menos.

Miró con cautela a la señora Reeves, que lo saludaba con la mano desde el café,y siguió con sus pensamientos. No se sentía delicado, ni solo. Aunque tal vez sí.Quería una mujer a la que abrazar, que llevara su anillo, quería continuar con aquellopara lo que los Blaylock habían sido criados: crear familias numerosas y amar a unamujer para siempre. El mero hecho de mirar a Roman y Kallista, que esperaban suprimer hijo, hacía que Rio deseara tener su propio hijo… con la mujer adecuada.Admitió reacio su instinto de anidar, su necesidad biológica de crear una familia y unhogar, de protegerla.

Else, su hermana, había dejado de empujar mujeres solteras hacia él, y Rioentendía por qué; Else había percibido en él ese instinto de anidar y había decido

dejar que la naturaleza tomara su curso, tal y como había sucedido con Roman, Dan,Logan y James. El más joven de los Blaylock, Tyrell, estaba demasiado ocupadotriunfando como empresario en Nueva York, Rio alzó el rostro hacia el frío viento,echando de menos Wyoming, lamentando haber llegado demasiado tarde parasalvar al joven Trey Whiteman. Debía encontrar la paz… y no la hallaríaprecisamente junto a Paloma Forbes.

Más tarde, en la sala de bingo, las mujeres jugaron, concentrándoseintensamente en el hombre que cantaba los números y gritando cuando ganaban… ocuando perdían. Rio se dedicó a observar a Paloma. Era evidente que ésta disfrutabamoviéndose entre las jugadoras, sentándose a veces a charlar y ayudar, pero sin jugar

nunca. Se había soltado el pelo, que se balanceaba con elegancia en torno a sus

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hombros cuando se movía, y parecía relajada. El hoyuelo de su mejilla aparecía ydesaparecía cuando sonreía.

Rio frunció el ceño. Aquel sedoso pelo era demasiado sensual, y se movía entorno al cuerpo de Paloma como si necesitara que un hombre lo sujetara. Apartó

aquel pensamiento. No estaba interesado en Paloma como mujer, como candidatapara el matrimonio… pero, cuando no se cubría con su coraza, había algo en sucálida expresión que le llegaba directamente al corazón.

—¿Has comprado ya los calzoncillos, hijo? —preguntó la señora Dipper alpasar junto a él con un gran oso de peluche en brazos, su premio por haber cantadoun bingo. Cuando Rio asintió, ella se acercó aún más y se volvió hacia una de suscompañeras—: ¿Mable? ¿Tienes ahí la cámara? Quiero una foto con el muchacho yconmigo besuqueándonos. Ya se ha comprado los calzoncillos —añadió en voz alta,dirigiéndose a sus compañeras en general, que asintieron aprobadoramente.

Rio respiró profundamente. Siempre mantenía su palabra y ahora estabapagando por ello. Los varones Blaylock habían sido educados por su madre, víazapatillazos y tirones de orejas, para ser corteses con las mujeres. Reacio, paso unbrazo en torno a los hombros de la señora Dipper, como ésta le había indicado. Ellase arrimó a él y pasó un brazo por su cintura mientras Mable tomaba la foto.

—Eres un buen chico —susurró a contracción, y, sin dar tiempo a que Rioreaccionara, le tomó el rostro entre las manos y le plantó un sonoro beso en la boca.

Rio entró en el frío y oscuro autobús y cerró la puerta silenciosamente a susespaldas. Tras haberse pasado el día entero tratando de hablar con Paloma sinconseguirlo, por fin iba a tener arrinconada a su huidiza socia.

Dejó la bolsa de la comida caliente que llevaba consigo en un asiento y observóa Paloma en la penumbra. Estaba tumbada en el asiento trasero, entre un montón devariados cojines de seda. Durmiendo de costado, metida en un saco de dormir,Paloma había perdido su defensiva y dura actitud. Sus largas y oscuras pestañas securvaban sobre su pálida piel, mientras aquellos elegantes y también fuertes dedosdescansaban ahora boca arriba, exponiendo el suave centro de las palmas de susmanos. Su pelo caía por el borde del asiento como una cascada negra.

Suspiró, dormida, y se tumbó de espaldas. La suave línea de sus senos resaltócontra el saco. El suave aroma de su perfume llegó hasta Rio, que tuvo que hacer un

esfuerzo para no inhalarlo profundamente. Decidido a esperar hasta que despertara,ocupó un asiento frente a ella, colocó un cojín tras su cabeza y cerró los ojos.

Su instinto de cazador lo despertó en el momento preciso y alargó una manorápidamente para sujetar a Paloma por la muñeca. Ella la apartó de un tirón,dejándolo con la suave y cálida sensación de su delicada piel en la mano. Sin salir delsaco, Paloma se sentó y lo miró con dureza. Sus ojos destellaron como plata.

—Sal de mi autobús.

—Ni hablar. Te he traído comida. Necesitas comer. Y podemos hablar —Rio lealcanzó una taza de sopa. Paloma había despertado con una actitud casi fiera; enalgún momento de su vida debió tener que protegerse mientras dormía.

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Distraída y aparentemente hambrienta, olfateó la sopa apreciativamente y Rioarrojó una cuchara en su regazo.

—Sopa de marisco.

—No pienso tomármela —Paloma metió la cuchara en la taza y la movió antes

de llevársela a la boca. Rio pensó que parecía un gatito cauteloso; hambriento, perodispuesto a lanzar un zarpado en cualquier momento.

—Es una lástima. Va acompañada de unos deliciosos fettuccine —Rio estuvo apunto de sonreír al escuchar el reacio gemido de Paloma mientras él abría la bolsa dela comida para enseñarle el plato.

No había duda de que la señorita tenía un saludable apetito, pensó, mientrasPaloma terminaba rápidamente la sopa para sumergirse de inmediato en los

 fettuccine.  No pudo evitar un comentario burlón después de todo lo que le habíahecho pasar.

—No está tan mal, ¿no? Nosotros, compartiendo el mismo aire.

—Eres insistente —replicó Paloma tras engullir un buen bocado de pasta—. Nome gusta ese rasgo. No me gusta ser observada. Cada vez que me vuelvo estás ahí,mirándome con una oscura expresión, como si estuvieras cazando y yo fuera lapresa. Puede que eso te funcione con la mayoría de las mujeres, pero no te va a servirde nada conmigo. Estoy segura de que puedes encontrar alguna más de tu gusto;tienes experiencia de sobra.

Rio quiso tomar en un puño aquella masa de pelo negro y… Paloma le estabapicando, buscando un modo para bloquear las negociaciones sobre la tienda. Pero no

estaba dispuesto a darle la oportunidad de hacerlo.—Contigo como negligente socia, estoy atado legalmente a cada decisión. Vivo

en Jasmine. Quiero conservar la tienda como en la época de los pioneros, cuando eraun puesto de intercambio —tras un breve silencio, Rio hizo la pregunta que rondabasu mente desde que había conocido a Paloma—. ¿Podrías decirme qué tienes contramí?

Ella no disimuló su desagrado al mirarlo. —¿Eso importa?

—Puedo vivir sin tu amor, pero siento curiosidad.

—No me gusta que me presionen ni me arrinconen. Es así de sencillo. Y no megustan los donjuanes. Y es evidente que tú eres uno de ellos. Sólo te he dejado venirporque mis mujeres disfrutan realmente palmeando tu bonito trasero.

Rio reprimió un momentáneo arrebato de ira. —Me gustan las mujeres. Disfrutoestando con ellas. Buscar es esencial para conseguir el hogar y la familia que quiero…¿De qué tienes miedo, Paloma? ¿De volver a Jasmine? ¿De enfrentarte a la muerte deBoone? ¿De mí?

—Déjalo ya —advirtió ella, sujetando el plato con gesto amenazador.

—Yo diría que es todo lo que he dicho. Ni se te ocurra tirarme la pasta —Rio se

levantó, apoyó una mano a cada lado de los asientos y se inclinó hacia Paloma—.Hay té caliente en el termo… Esa actitud de artista temperamental es una fachada.

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Tienes miedo de algo, señorita, y ese es el motivo por el que huyes. Facilítate lascosas y vende. Así no tendrás que enfrentarte a lo que sea que te aterroriza en

 Jasmine, y, además, obtendrás un buen beneficio.

Se tomó su tiempo, deslizando un dedo lentamente por la recta nariz de

Paloma. Le gustaba tocarla, sorprenderla… Cuando ella alzó una mano para apartarla suya, Rio la tomó rápidamente con la otra y se la llevó a los labios. Su piel eradelicada como la de un melocotón; la besó en la palma y alzó el rostro paracomprobar su reacción; parecía anonadada, y eso lo complació.

Tras un instante de duda, Paloma retiró la mano y la frotó contra el sacoirritadamente. Rio disfrutó comprobando cómo la afectaba.

—No se te ocurra amenazarme —murmuró ella en tono ronco, tormentoso—.¿Por qué no sales de una vez del autobús?

—Tienes miedo. Y estás huyendo —repitió Rio, arrojándole el reto antes de

volverse y caminar hacia la salida—. Avísame cuando estés lista para vender.

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Capítulo Dos

Kallista Blaylock se colocó de costado y el bebé protestó por el movimientomientras ella se acurrucaba entre los brazos de su marido. No había duda de queRoman Blaylock era un hombre cómodo.

Acostada en su cama, Cindi, otra nieta de Boone, dormía profundamente. Cindiaún no sabía que en realidad era hermanastra de Kallista y nieta de Boone, pero, conel tiempo, llegaría a saberlo. Entre tanto, Roman la había adoptado para cuidar deella. Gracias a sus padres, la niña de once años ya había sufrido suficientes traumasen su vida. Los irresponsables y bígamos hijos de Boone habían dejado tras sí unrastro de hijos no deseados. Pero Boone se había ocupado de dejar a sus nietos bienprovistos. Estos sólo lo conocían como amigo de la familia. Como albacea deltestamento de Boone, Roman había recibido el encargo secreto de reunidos a todos

en la casa del rancho Llewlyn. Cuando llegara el momento, cada uno de los nietos deBoone sabría cuánto los había querido su abuelo. Kallista deslizó la punta de un dedopor los sonrientes labios de su marido.

—¿Vas a decirme qué te satisface tanto estos días? Aparte del bebé, porsupuesto.

Roman deslizó una mano hasta apoyarla en el abultado vientre de su esposa.Luego suspiró.

—No estoy preocupado por el regreso de Paloma Forbes a Jasmine. Es dueña amedias de la tienda, y desde que Rio fue a tratar de comprarle su parte se está

portando como un oso gruñón. Else piensa que por fin ha encontrado a su medianaranja.

—En las anotaciones de Boone sobre cada uno de nosotros, menciona quePaloma no estaba interesada en encontrar marido. Algo le sucedió hacia los veinteaños que la mantiene alejada de los hombres. ¿No podrías decirle que es la nieta deBoone, Roman? Ha tenido una vida muy dura. De niña, su madre fue implacable conella. La dejaba constantemente en hoteles, encerrada en su habitación a solas y sinapenas comer hasta que llegaba la hora del concierto.

—Todos los nietos de Boone habéis tenido una vida difícil, pero me hizo

prometerle que no se lo contaría a nadie, excepto a mi esposa, y a sus nietos cuandollegara el momento de que lo supieran. Aún no ha llegado el momento de decírselo aPaloma. Boone quería que sus nietos vinieran aquí, que amaran este lugar antes dedecírselo. Paloma es el vivo retrato de su madre. Y es igual de dura. No renunciaráasí como así a su mitad de la tienda. Pero Rio tampoco se echa nunca atrás cuandodecide algo. Kallista dio un cariñoso codazo a su marido.

—Estás disfrutando con esto, ¿verdad? Las mujeres se vuelven locas por tuhermano. Es encantador, fácil de tratar… y está acostumbrado a hacer lo que le da lagana.

Roman sonrió.

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—Lo mismo le pasa a ella. Es el pago que le toca a Rio por lo fácil que lo hatenido siempre con las mujeres. Aunque lo cierto es que lleva años sin salir conninguna. Si decide que ésta es la que quiere, irá directo a por ella, como yo hicecontigo.

—Creo que eso no has acabado de captarlo, muchacho —bromeó Kallista—. Fuiyo la que se lanzó a por ti… y no te di las más mínima oportunidad de impedirlo. Ledijiste a Rio dónde podía localizar a Paloma para que empezaran los fuegosartificiales, ¿no? Deja de sonreír como un tonto y bésame.

—Está aquí Paloma Forbes. Ha llegado en una gran moto. Está dando vueltaspor aquí, fisgoneando. Vestida de arriba a abajo de cuero negro. Es una amazona;cuesta imaginarla como una famosa pianista… y no me gusta su mirada. La he vistoen otras mujeres, justo cuando empiezan a meterse en cosas que no deben —habíasusurrado Pueblo Habersman junto al teléfono cuando pensó que Paloma no estaríaescuchando—. Ven y sácala de aquí, Rio. No es dulce, como cuando era niña y estaba

con Boone. Va directa al grano y no se anda con remilgos para preguntar. Yo sólo soyel encargado, no una enciclopedia.

Paloma apoyó las botas en un saco de pienso, se quitó la cazadora de cuero y sesentó a esperar. Había tardado dos semanas en dejar zanjados sus asuntos, y ahora, amediados de abril, estaba agotada y lista para recluirse en la cabaña de Boone. Boone.¿Fue él su padre? ¿Por qué le había mantenido el secreto su madre todos aquellosaños?

Miró a su alrededor con nostalgia, recordando. Siempre quiso a Boone. Habíacomparado con él a cada hombre que había conocido, y ninguno le llegaba a la suela

del zapato. Una vez se creyó enamorada de un hombre, pero aquella breve relaciónterminó dolorosamente.

Ya adulta, no pudo soportar la idea de volver a Jasmine, de volver a ver alhombre que la había rechazado. Cuando Boone murió, la época más feliz de su vidase esfumó para siempre. ¿Había vuelto ahora en respuesta al reto de Rio, o al suyopropio? Tenía que tratar de desenmarañar sus confusas emociones, sus sentimientospor Boone, sus sospechas de que era su padre. Lou, su agente, se quedó de piedracuando le dijo que necesitaba un año entero de descanso para resolver su pasado.

—Me va a dar un ataque, niña. Di que no hablas en serio. Vas a dar al traste con

todo lo que hemos logrado… —pero, finalmente, Lou aceptó que Paloma necesitabaseriamente un descanso—. Estás demasiado delgada. Trata de recuperarte, ¿deacuerdo?

Tienes de abril a abril; un año para descansar. La próxima vez que te vea noquiero verte con ojeras, ¿de acuerdo?

Paloma extendió sus capaces dedos, observándolos. Aquella tienda era todo loque tenía de Boone. No podía vendérsela a Rio; al menos, todavía. No soportaba laidea de ver la casa Llewlyn ni la tumba de Boone. Su última gira le había dado buendinero y no tenía por qué preocuparse por eso. Era hora de pasar la hoja e iniciar una

nueva vida. Empezaría por poner en orden la tienda, dejando a un lado la música el

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tiempo suficiente para descubrir quién era realmente y qué quería. ¿Era la hija de sumadre? ¿De Boone?

De abril a abril. ¿Le bastaría? Miró hacia las Montañas Rocosas y maldijo a Riopor haberla retado a enfrentarse a sus temores.

Durante los pasados meses había tenido muchas dudas sobre su carrera.Sospechaba que, en realidad, no le gustaba tocar el piano. Odiaba los conciertos, quela dejaban exhausta. ¿Había sido ese el «regalo» de su madre? ¿Ser poseída por lavida que había decidido que llevara?

Vio que el todoterreno de Rio entraba en el aparcamiento y sonrió. Iba adisfrutar con aquello.

Rio entró en la abarrotada oficina de la tienda, una pequeña sección de ladrillosde adobe calentada por una vieja estufa de hierro fundido. Vestido como la últimavez que lo vio, no parecía haberse suavizado en aquellos tres meses. Se quitó el

sombrero, lo golpeó contra las perneras de cuero que cubrían sus vaqueros y lalocalizó al instante con la mirada. Un ligero estremecimiento erizó el vello de la nucade Paloma. Se había enfrentado numerosas veces a difíciles audiencias, y el mejormodo de hacerlo era lanzándose directo al grano.

—¿Estabas…? —hizo una pausa para cargar sus siguientes palabras de burlonainsinuación—¿… ocupado? Espero no haber interrumpido nada interesante.

—No puede decirse que hayas elegido el momento más adecuado —murmuróRio, mientras se quitaba la cazadora vaquera, mostrando la sudada camisa roja defranela que llevaba debajo. Dejó la prenda sobre el respaldo de una silla y a Paloma

no le gustó el repentino impacto sensual que recorrió su cuerpo cuando Rio volvióhacia ella su poderosa y masculina espalda. Se tomó su tiempo para servirse una tazade café. Luego se volvió lentamente hacia ella—. Supongo que has venido pornegocios.

—Así es —Paloma casi sintió lástima por el confiado e impaciente varón quetenía ante sí, con el pelo un poco más largo que la última vez que lo vio. No se habíamolestado en afeitarse. Parecía un hombre de las montañas que hubiera bajado acomprar en el viejo puesto venta.

Era demasiado terrenal, demasiado salvaje… simplemente, demasiado. Sólo

verlo la encendía, recordándole cómo la había dejado en el autobús, arrojándole sustemores a la cara. No debería haberle besado la palma de la mano, dejándole en éstala intensa sensación de sus labios. No podía olvidar la intimidad de aquella invasión.

—Bien. Di el precio. Extenderé un cheque y podrás irte —Rio sacó la chequeradel bolsillo trasero de su pantalón y la dejó sobre el viejo escritorio.

Paloma esperaba el arrogante desprecio de su tono. Lo miró a los ojos y se echóatrás ligeramente para disfrutar del impacto de sus siguientes palabras.

—Me voy a quedar… y no vendo. Creo que mi mitad servirá para hacer unamagnífica boutique de campo.

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La repentina tos de Pueblo tras la puerta, ligeramente entreabierta, reveló quelas palabras de Paloma habían golpeado de lleno en al menos un varón. La fría ytensa sonrisa de Rio casi le produjo un escalofrío. Casi.

—Supongo que lo consideras gracioso.

—Voy a quedarme, socio —dijo Paloma animadamente y se levantó—.Asegúrate de que las fotos de las chicas desnudas desaparezcan del baño. Y haz quelo limpien bien de arriba a abajo. Hasta que podamos hacer una remodelación,añadiendo otro baño, las capas de gris en la porcelana no encajarán con mis clientesfemeninas. Hasta pronto. Hey, Pueblo —dijo en voz más alta—. Voy a dejar mi motoen el almacén. Regresaré de la montaña cuando esté lista.

Rio la tomó del brazo cuando pasó junto a él y Paloma lamentó los escasoscentímetros que tuvo que alzar el rostro para mirarlo. No estaba acostumbrada atener que mirar a nadie hacia arriba.

—¿Qué montaña? —preguntó con aspereza—. Hay avalanchas ahí arriba einundaciones en primavera. No querría tener que subir a sacarte de debajo de unatonelada de nieve.

Paloma alzó las cejas.

—¿Acaso te he pedido ayuda?

Rio frunció el ceño. Olía a humo, a fuego, a cuero y peligrosamente a varón,suficiente para hacer que Paloma se sintiera viva, realmente viva.

—¿Dónde piensas quedarte?

—En la cabaña de Boone. Conozco el camino. Boone no querría que vendiera.Me dio su mitad de la tienda por alguna razón. Quiero averiguar cuál es esa razón.

Los oscuros ojos de Rio se suavizaron.

—Puedo llevarte a su tumba…

—¡No! —la respuesta surgió con demasiada aspereza, con demasiada fiereza, yPaloma odió que Rio hubiera visto dentro de sus temores. Aquel hombre veíademasiado.

—Entonces te llevaré a la casa Llewlyn. Mi hermano y su mujer la han

ampliado; su familia está creciendo, pero hay sitio de sobra. Serás bienvenida en ella.—No… yo… preferiría no ir —una oleada de pánico rompió contra el pecho de

Paloma. Todos los viejos recuerdos parecieron regresar en un instante, el viejo piano,Boone… no estaba preparada. Debió tomarse un tiempo, protegerse antes de…

—En ese caso, cuando estés lista —murmuró Rio, como comprendiendo sustemores. Paloma sintió algo cálido en torno a su mano. Bajó la mirada y vio la de Riososteniendo la suya. La visión la aterrorizó. Demasiado íntima, demasiado cerca,demasiado cálida… Apartó la mano de un tirón y se encaminó rápidamente hacia lapuerta.

Oyó los pasos de Rio siguiéndola y un instante después notó su mano en elhombro.

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—Escucha, testaruda —dijo él, haciéndola volverse—. Es peligroso subir ahí…

A pesar de sus temores, Paloma sonrió con frialdad.

—¿Acaso te preocupas por mí? —dijo, burlonamente.

Pueblo salió del almacén y la miró con el ceño fruncido.

—Rio es nuestro guarda forestal, señorita. Ha rescatado a mucha gente en estoslugares. Hace unos años hubo un terrible incendio y casi murió tratando de salvar aun niño pequeño. No lo consiguió y…

—Ya es suficiente —la rápidamente oculta expresión de dolor que cruzó elrostro de Rio sorprendió a Paloma.

—Estaré bien —dijo, con más suavidad—. Tu hermano Roman, el albacea deBoone, dijo que hay madera de sobra y que podía utilizar la cabaña. Boone meenseñó a vivir allí. Un amigo me va a traer todo lo necesario en helicóptero. Estoy

deseando estar a solas y tu no vas a impedírmelo. Ahora, suéltame el hombro.Paloma deseó que Rio no la estuviera mirando tan de cerca, que no hubiera

alzado la mano para acariciarle el pelo, que su corazón no hubiera empezado agalopar cuando se inclinó para besarla suavemente en los labios.

—Buena suerte. Espero que encuentres lo que estás buscando —susurró convoz profunda. A continuación, se volvió y caminó hacia su todoterreno.

Paloma tuvo que hacer un esfuerzo para apartar su mirada de aquella sinfoníaandante de anchos hombros, estrechas caderas y atractivo trasero encajado en unosgastados vaqueros. Muy a pesar suyo, la visión de las largas piernas de Rio Blaylock

la fascinaba.Rio frenó la marcha de los caballos, susurrando a la inquieta yegua. Frisco, su

percherón, se tranquilizó con la caricia que le hizo en el cuello. Esperó a que el oso,recién despertado de su periodo de hibernación y en busca de comida, cruzara elsendero que llevaba a la cabaña de Boone. Reprimió el pánico que le produjo la ideade que ya hubiera encontrado a Paloma, sola y sin protección. Había dado a latestaruda mujer dos semanas, dos largas semanas durante las que no había dejado depreocuparse por ella y lo que le pudiera ocurrir. Hizo una mueca, incómodo alreconocer que él la necesitaba a ella, a aquella irritante, perversa, contradictoriamujer.

El sol de mayo esparcía su luz entre las ramas de los altos pinos, y la vida volvíaa palpitar entre los bosques.

¿Por qué tenía que preocuparle si aquella obstinada mujer tenía o no comida?,se preguntó mientras volvía a poner en marcha las monturas. ¿Qué más le daba?¿Por qué se había prometido a sí mismo después del primer encuentro que iría porella si no volvía pronto a Jasmine?

Aquel hoyuelo de su mejilla izquierda era el responsable de todo, decidió,enfurruñado. Apenas podía esperar a volver a verlo.

Eran sus manos, corrigió mientras observaba a un cervatillo cruzando elbosque. Quería aquellas encantadoras, activas y esbeltas manos en él, tocándole el

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rostro, el pelo, tentándolo. Quería aquel anguloso cuerpo femenino formando partedel suyo. Quería sostener aquel largo río de pelo negro y besar aquella…

Casi sonrió. Paloma habría sido capaz de morderlo si hubiera leído suspensamientos.

Agitó la cabeza, sin comprender su necesidad de ella, de mantenerla a salvo. Nole gustaría su visita, por supuesto. Aquellos ojos de color azul cielo se oscurecerían,taladrándolo… Su corazón saltó de excitación ante la idea de ver a Palomarespondiendo ante él, casi vibrando bajo sus caricias, anodada como cuando la besóen la palma de la mano, como cuando le acarició el pelo.

Maldijo entre dientes. Debería estar en casa, atendiendo los problemas de suganado, sembrando y manteniendo la contabilidad.

Su casa remodelada, un viejo granero, siempre necesitado de trabajo, y tenía unpoco descuidadas sus obligaciones de guarda forestal. Había tomado tiempo de sus

obligaciones para ir a ver a Paloma, para explorar el anhelo que sentía por ella. Sereprendió a sí mismo, con treinta y siete años, deseando a una mujer que no era denaturaleza dulce, ni cariñosa, ni curvilínea. Reconoció en sí mismo el ancestralinstinto de capturarla y reclamarla suya.

La yegua era su primer regalo. Paloma la necesitaría; no iba a poder caminarbien con aquella pierna herida. Y Rio acababa de descubrir que le gustaban lastradiciones de sus ancestros apaches, como, por ejemplo, el regalo de bodas.Rastreador y cazador por naturaleza, Rio había seguido a Paloma hasta la cabaña,viéndola luchar y esforzarse con una cargada mochila a la espalda. Empezó a cojearbastante antes de llegar a la cabaña, pero llegó. Él sonrió al oír su grito victorioso.Luego se alejó silenciosamente por el bosque; Paloma no habría apreciado supreocupación.

—La vuelta con ella a caballo no va a ser fácil —murmuró mientras entraba enel claro. La vieja cabaña de Boone, frecuentada ahora por Roman, Kallista y Cindi,seguía donde había estado hacía años. La nueva familia de Roman había impulsadolos sentimientos de anidaje de Rio… ¡De acuerdo, quería a Paloma en su cama,debajo de él, sobre él! Y la culpa era de ella, de aquel exótico aroma, de aquelloságiles y pálidos dedos.

Cuando logró dejar de mirar la ropa interior de encaje que colgaba secándose

del porche, Rio bajó del caballo y sujetó ambas monturas al poste. Bajó de la yegualas bolsas con las provisiones y las dejó en el porche, esperando que Paloma salieraen cualquier momento, echando chispas. Pero Paloma no salió, y la casa estabademasiado tranquila. Rio miró a su alrededor y luego subió lentamente las escalerasdel porche. En cualquier momento, ella saldría corriendo y tropezaría con él, y amboscaerían rodando sobre la hierba. Pero no le importaba. Después de todo, había ido acortejarla, ¿no? Aquella admisión inquietó a Rio.

Todo en ella era caro y exquisito. Exactamente, ¿qué podía ofrecer él a unamujer que había viajado por todo el mundo? A él le gustaba trabajar con sus manos,

oler el bosque, cabalgar, su trabajo de guarda forestal, porque sentía que así ayudabaa preservar la tierra. Aparte de algunas inversiones financieras, tenía el granero que

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había remodelado, parte de la hacienda original Blaylock, su ganado, y una profundanecesidad de amar a Paloma como nunca la habían amado. Quería protegerla;ninguna mujer debía despertar aterrorizada, sintiendo la necesidad inmediata deprotegerse.

Su mandíbula se tensó. Llevaría tiempo desarrollar una relación con una mujertan fuerte e independiente como Paloma, pero lo haría. Su primera prioridad eraevitar que el antiguo almacén de Jasmine se convirtiera en una boutique. Debíaconseguir que permaneciera intacto, como hacía un siglo.

Tras llamar a la puerta y no obtener respuesta, Rio entró en la cabaña. Loprimero que vio fue la cama de Boone, abarrotada de revistas femeninas sobredecoración.

—Ni hablar —murmuró para sí al comprobar que Paloma seguía firme en supropósito de crear una boutique.

Mirando las ordenadas provisiones en los estantes de la cabaña, se preguntóquién las habría llevado. ¿Algún antiguo novio? No le gustó el repentino ydesconocido sentimiento de celos que lo poseyó. ¿Dónde estaba Paloma?

Podía hallarse en cualquier lugar de las montañas, en peligro. Respiróprofundamente, pensando en los osos, en los pumas y los lobos que poblabanaquellos lugares. También estaba la vieja mina, donde encontró finalmente almuchacho…

Apartó sus temores y salió de la cabaña. El pánico no le ayudaría a encontrarla.Desenfundó rápidamente su rifle, tomó el lazo de su silla y se lo echó al hombro. Tras

echar un rápido vistazo a su alrededor, movió la cabeza. Las huellas de Paloma, queya tenían varios días, llevaban hacia la mina, aquella maldita mina de vigastraidoras…

Mientras se alejaba a toda prisa, Rio hizo un nuevo esfuerzo por alejar el temorque atenazaba su pecho. Fracasó una vez tratando de salvar al muchacho; tal vez yaera tarde para salvar a Paloma. Contuvo la respiración al ver un nuevo hundimientoen la mina.

—¿Paloma? —llamó, poniendo todos sus sentidos alerta para escuchar surespuesta, rogando para que estuviera viva—. ¿Paloma?

Tan sólo el silencio respondió a sus temores. Avanzó hacia un árbol que leserviría para atar la cuerda y descender por la abertura de la mina. De pronto, unfuerte sonido de madera quebrándose lo envolvió. La tierra cedió bajo sus pies y Riose hundió en la fría y mohosa oscuridad.

Cuando volvía de su paseo diario, furiosa consigo misma por haber estadopensando en Rio Blaylock, Paloma oyó el ruido del hundimiento de tierras. Al ver losdos caballos que había junto a la cabaña se detuvo en seco. Enseguida, el grito de Riollegó desde las cercanías de la vieja mina. Paloma no tuvo que correr demasiadohasta encontrar el reciente hundimiento.

—¿Rio?—¡No sigas!

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—¿Estás herido?

—Sólo me he hecho algunos rasguños. Trae aquí mi caballo y… —el extremo deuna cuerda surgió del agujero del suelo y cayó a los pies de Paloma—. Átala a la sillade Frisco. Él me sacará. Es un percherón. La otra montura es un yegua. Frisco es el

más grande y…—Conozco las diferencias anatómicas entre un percherón y una yegua —

murmuró Paloma, irritada por la típica arrogancia masculina de Rio. El instintivoafán de meterse con él surgió de nuevo—. ¿Dices que no estás herido?

—Lo cierto es que no me siento precisamente con ganas de perder el tiempo«parloteando» —replicó Rio, devolviéndole el comentario que ella le hizo la primeravez que se vieron.

—¿No? ¿Seguro?

Rio maldijo entre dientes.

—Eres la mujer más testaruda que he…

—No suenas precisamente como un hombre que desea ser rescatado, cariño —Paloma se acercó al borde del agujero; tenía que ver a Rio para asegurarse de que seencontraba a salvo y disfrutar de la ventaja que tenía sobre él en esos momentos.

—Limítate a ir a por mi caballo y…

—¿Quién te ha invitado a venir? ¿Acaso no sabes que esto es propiedadprivada? Deja de darme órdenes… —la rama que había bajo los pies de Paloma sequebró en medio de la frase. Resbalando sobre el trasero, cayó a los pies de Rio. Se

puso en pie de inmediato, aterrorizada por el diminuto y oscuro espacio que larodeaba, quitándole el aliento. Cuando su mirada se acostumbró a la oscuridadreinante, vio a Rio, con las manos en las caderas, el sombrero echado hacia atrás en lacabeza, y las piernas, cubiertas por las perneras de cuero, separadas.

—No estás herida. Te has deslizado hasta aquí en ese precioso trasero. Esto esmagnífico, señorita Forbes —murmuró Rio, disgustado—. Mi cuerda está arriba. Sí,al menos por una vez, hubieras actuado como cualquier mujer normal y… ¿quésucede? —preguntó, sorprendido al ver que Paloma se lanzaba en sus brazos.

Ella se aferró a su fuerte y cálido cuerpo, escondiendo la cabeza en la seguridad

de su cuello.—No me sueltes —susurró, temblorosa, mientras él la rodeaba con sus brazos—

. Sujétame fuerte.

Rio permaneció muy quieto, sintiendo cómo iba apoderándose el terror de ella.Si no la sujetaba, se rompería en mil pedazos. Contra su húmeda y fría sien,murmuró.

—No voy a soltarte. Cariño, tu corazón late como loco, estás temblando ysudando. Estás aterrorizada. Paloma cerró los ojos, abrazándose a él, escuchando elfirme latido de su corazón. No estaba sola en la oscuridad. Tenía que agarrarse a ese

consuelo.

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—Estás aquí… conmigo.

—Sí. Vamos a salir —la voz de Rio sonó segura, confiada. Sus manos le frotaronla espalda, reconfortándola.

—¿Lo prometes? —como mujer, Paloma lamentó su infantil ruego. Pero no

podía dejar de temblar, perseguida por visiones de los armarios en los que habíaestado encerrada de niña… pero ahora no estaba sola. Rio estaba allí, acariciándola,abrazándola, consolándola…

—Lo prometo, cariño. Respira hondo. Así. Vuelve a hacerlo. Esa es mi chica. Notengas miedo. Vamos a salir de aquí. Pero antes cuéntame…

«Esa es mi chica». Boone solía decirle aquello y ella se sentía a salvo. Palomatragó con esfuerzo. El terror la recorría en oleadas.

—Mi madre me… me encerraba en armarios cuando era pequeña. Sufroclaustrofobia. No puedo respirar.

La maldición de Rio resonó en la oscuridad. Su voz se suavizó cuando seagachó para tomar a Paloma en brazos.

—Agárrate a mí. Vamos a sentarnos y a hablar un rato.

—¡Quiero salir! ¡Ahora! —las negras paredes empezaban a cerrarse en torno aella.

—Deja que te sostenga un rato. Tengo un plan, pero para llevarlo adelantenecesito que te tranquilices. Háblame.

Paloma se obligó a respirar, a pesar de que el terror atenazaba sus pulmones yempapaba su frente.

—Me encerraba en armarios si no tocaba bien. Cuando tenía cuatro años merompí un tobillo y no pude convertirme en la bailarina que mi madre quería quefuera. Se puso furiosa. Entonces el piano… una nota mal y… ¡no puedo soportarlo!

—Pero ahora ella no está aquí, y yo sí, cariño —la voz de Rio la rodeó como uncálido guante. Se quitó la cazadora y la cubrió con ella, encajándola bajo su barbilla—. Y vamos a salir de aquí. Pero ahora mismo sólo estamos descansando, ¿de acuerdo?Toma, chupa esto. Chúpalo, no lo mastiques. Cuando termines, nos iremos.

Rio metió un caramelo en su boca y le ofreció esperanza y consuelo. Paloma seacurrucó contra él, temblorosa.

—No me dejes. Tengo que salir de aquí.

—He venido a verte y no pienso marcharme. Te he dicho que vamos a salir ysiempre mantengo mi palabra. ¿Ves ese trozo de viga ahí arriba? Voy a alzarte paraque te agarres a ella y puedas salir, ¿de acuerdo? Respira hondo, Paloma. Hay sol ahíarriba y ahí es donde vamos… al sol, al viento y a los árboles.

—Deprisa —susurró ella, esperanzada al ver el rifle de Rio—. Dispáralo.Alguien lo oirá.

—No. Las vibraciones podrían resultar peligrosas —Rio tomó la barbilla dePaloma en una mano y le hizo alzar el rostro—. Has hecho trampa —dijo,

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sonriente—. Has masticado el caramelo, ¿verdad? Vamos a tomarnos esto con muchacalma y vas a hacer lo que te diga, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —Paloma sujetó con fuerza la mano de Rio mientras se ponía enpie. Él le abotonó la cazadora hasta el cuello, como si fuera una niña. Paloma no

esperaba la tierna mirada, la caricia en el pelo. «Me recuerda a Boone», pensó. «Tieneel mismo tono de voz, como si supiera con certeza que todo va a ir bien». Debíaconfiar en él—. ¿Qué hago? Con su voz guiándola, firmemente sujeta por ambasmanos, Paloma se subió a los hombros de Rio y éste la alzó lentamente, hasta quepudo aferrarse a la viga. Una vez en el borde, todo fue fácil.

Desde el fondo, Rio habló con suavidad, en tono evidentemente aliviado.Paloma no se había dado cuenta de que él también había pasado miedo; había hechoque todo pareciera tan sencillo… —Lo has logrado.

—Sí. Voy a por el caballo —en cuanto Paloma logró ponerse en pie, corrió hacia

el caballo. Unos minutos después, el animal reculaba con la cuerda atada al pomo dela silla, tirando de Rio. Cuando, finalmente, éste tiró el rifle al suelo y miró a Paloma,ella no dudó un instante; se lanzó entre sus brazos y empezó a llorar y a reír mientrasél la estrechaba casi con fiereza.

—Hey, ¿qué es esto? —preguntó, en un tono mezcla de humor, curiosidad yencanto. Mirándola a los ojos, añadió—: Esto no te va a hacer ningún daño, pero lonecesito como el aire que respiro —a continuación, acunando el rostro de Palomaentre sus manos, tomó su boca.

Ella no esperaba aquel repentino fuego, los hambrientos labios de Riofundiéndose en los suyos. Salvaje y exigente, el beso le supo a incendio, a necesidad,a sueños, a intenso anhelo. Atrapada en un torbellino de sensaciones, se dejó llevarpor él, sintiendo cómo aumentaba más y más el calor en su interior. Podía sentir lasangre de Rio palpitando en sus labios, y la suya avanzando en oleadas, haciéndoleclavar los dedos en sus hombros, sujetándose firmemente a él en medio de latormenta.

Finalmente, dejando escapar un reacio gruñido, Rio se agachó, la tomó enbrazos y se encaminó hacia la cabaña. Como mujer de mundo, independiente,Paloma sabía que debería haber protestado, pero sentía las piernas muy débiles,tanto por el miedo pasado como por el estremecedor, salvaje y también tierno beso.

Una sencilla mirada al la oscura expresión de Rio le bastó para saber que habríatenido que luchar para liberarse. Por una vez, Paloma dejó a un lado su orgullo, lepasó un brazo por el cuello y apoyó la cabeza sobre su hombro. Él la besó en la sien ysusurró:

—Ahora estamos al sol, cariño. Siente la brisa. Escucha el canto de los pájaros.Estás a salvo.

—Boone me dijo lo mismo hace años —aún poseída por el terror y eldesconcertante descubrimiento de que le gustaba besar a Rio, Paloma no estabasegura de poder caminar por sí misma—. Ahora, déjame en el suelo —murmuró,

haciendo un esfuerzo por salvar su orgullo, sus murallas, por anular lo que acababade darle a Rio: una visión de su terror, de sus necesidades como mujer.

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—No. Calla.

El estremecimiento que acompañó las palabras de Rio sorprendió a Paloma.Reconoció el temor en la tensa línea de su mandíbula, en la dura expresión de suboca.

—Tú también estabas asustado. Rio no respondió, limitándose a sujetarla conmás fuerza mientras subía las escaleras del porche.

—Es por el chico, ¿verdad? —preguntó Paloma mientras entraban en la cabaña.En la tienda, cuando Pueblo mencionó al chico, la expresión de Rio delató un dolorrápidamente disimulado. Al ver que no contestaba, supo que la muerte del chico loperseguía. Había tenido miedo de no poder salvarla tampoco a ella.

—Quédate sentada —Rio dejó a Paloma en una silla y llenó rápidamente elviejo fogón, poniendo a continuación sobre éste un cazo con agua. Sus movimientosfueron rápidos, tensos, casi enfadados cuando descolgó el viejo barreño de estaño de

su gancho—. Querrás tomar un baño. Pero te sentará bien tomar una infusión y algode comer antes.

Sacó de un cajón un sobrecito de manzanilla, la colocó en una taza y dejó éstaen la mesa junto a Paloma. Luego se pasó una mano por el pelo, la miró intensamentey murmuró:

—Pareces una niña, acurrucada en mi cazadora, asustada, temblando, conrestos de barro en la cara. Y… ¡maldita sea!, tienes los labios un poco hinchados. Tehe hecho daño…

Rio miró la cama, cerró los ojos y respiró profundamente. Luego tomó dos

cubos que colgaban de una de las paredes y salió de la cabaña.Paloma permaneció donde estaba, sosteniendo con manos temblorosas la taza.

Rio regresó unos momentos después y colocó los cubos llenos de agua sobre el fogón.

—Estaré fuera —murmuró en tono sombrío antes de salir.

Paloma pensó que parecía realmente enfadado. Logró arrodillarse junto albarreño y se lavó el pelo. Luego se bañó. Dejando su terror en el pasado, se puso unacamisa de franela y unos vaqueros. Había mostrado demasiado de sí misma a Rio.Debía retomar sus defensas. Como superviviente, sabía cómo protegerse.

—Ya he terminado —dijo, saliendo al porche, con el pelo peinado y cayendoliso hasta su cintura.

Rio estaba sentado, mirando hacia el bosque con expresión seria.

—Voy a preparar la cena —tenía el pelo húmedo, como si se hubiera bañado enun helado riachuelo, y se había cambiado de ropa. Su saco de dormir se hallaba sobrela barandilla del porche.

Sin saber muy bien de qué humor estaba, Paloma lo siguió al interior.

—No te molestes en cocinar por mí.

Rio le dedicó una oscura mirada.—Tengo hambre, ¿de acuerdo?

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—¿Por qué estás enfadado? ¿Por haberme besado? —Paloma tragó el nudo quese le había hecho en la garganta. Ella no atraía a los hombres. Era demasiadodesgarbada, demasiado grande, demasiado franca y áspera… Jonathan le habíadejado muy claro todo aquello. Rio debía estar lamentando el salvaje y hambrientobeso que le había dado, la ternura…

Rio alargó una mano, tomó un mechón de pelo de Paloma y le hizo alzar elrostro.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Cómo se te ocurre venir sola a este lugar,donde un oso podría saborearte en cualquier momento?

La salvaje necesidad que llevaba meses palpitando en el interior de Palomavolvió a resurgir. Observó a Rio, su intensa expresión, su oscura mirada.

—¿Es eso lo que has hecho? ¿Saborearme?

Rio alzó una ceja con expresión de advertencia.

—Te aseguro que no estás en condiciones de juguetear conmigo, querida. Nosoy Boone.

La expresión de Paloma se endureció.

—Desde luego que no lo eres. Él era el hombre más dulce que he conocido.

La mirada de Rio se oscureció mientras miraba su boca.

—No esperes que yo sea dulce. No en lo que a ti se refiere.

—No sientas lástima por mí. No debería haberte dicho nada —espetó Paloma,

enfadada con él, enfadada consigo misma por haberle mostrado algo que ocultabahacía mucho tiempo. Apartó su mano de un manotazo—. Se que lamentas habermebesado. No soy tu tipo. Sólo ha sido una reacción lógica tras una situación de peligro.Sé que…

Rio se volvió hacia el fogón.

—Déjalo ya. Mientras cocino, ¿por qué no sales a hacerte amiga de tu nuevayegua? Se llama Mai Ling.

—¿Mi yegua? —Paloma nunca había poseído un animal, ni quería hacerlo; loslazos de cariño podían romperse tan fácilmente…

—Si vas a seguir aquí, la necesitarás.

Rio tenía razón; su tobillo torcido había protestado mientras subía hasta lacabaña.

—Prefiero comprártela o alquilártela. Así podrás recuperarla cuando me vaya.¿Cuánto?

Rio miró hacia lo alto, como pidiendo ayuda divina. Luego movió la cabeza.

—No entiendes nada, ¿verdad?

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Capítulo Tres

—Tranquilo, Rio. Tranquilo —murmuró Rio, tumbado a media noche en elporche delantero de la cabaña, tratando—de reprimir la sensual necesidad quepalpitaba en su cuerpo.

Paloma había demostrado una inesperada timidez cuando la había besado, y elbeso la había anonadado. A pesar de lo mundana y sofisticada que era, no sabíadistinguir cuándo un hombre la deseaba.

Él supo en el instante en que sus cuerpos se tocaron que nunca había habidouna mujer como ella en su vida… y que nunca la habría.

Soltó un bufido y se colocó de costado.

—Perversa mujer…

Cuando estuvieron fuera de peligro sintió la imperiosa necesidad de tomar laboca de Paloma, de confirmar que estaba viva, que ambos estaban vivos. Lesorprendió su tímida reacción, y quiso tomarla allí mismo, en el suelo, celebrar sutriunfo sobre la muerte, depositar en ella la semilla de un hijo. Pero cuando vio surostro tiznado de barro, el creciente rubor de sus mejillas, supo que era una inocente.No estaba preparado para la ternura en aquel momento, para la necesidad deabrazarla, consolarla y hacerla su novia. Su novia.

Paloma se habría reído de aquel tierno pensamiento.

Rio volvió a bufar antes de entregarse al sueño.

Despertó aterrorizado, mientras la lluvia caía a raudales en plateadas cascadasdesde el borde del porche. Despertó con imágenes de niños aterrorizados durante laguerra, del terrible periodo que pasó en las fuerzas especiales del ejército, del niño dela mina…

Despertó junto a la mujer que se hallaba agachada junto a él, vestida tan sólocon una gran camiseta. Tenía una mano apoyada sobre su pecho y Rio la sujetó por lamuñeca, aferrándose a ella para huir de su pesadilla.

—Estabas soñando —dijo Paloma con suavidad, acariciando con la otra mano la

húmeda mejilla de Rio. La vaporización de la lluvia había humedecido su camiseta,haciendo que se le ciñera al cuerpo—. Vamos dentro.

—¿Cuánto has escuchado? —los ecos de su grito avergonzaron a Rio. Lapesadilla repetía su derrota. No pudo salvar al niño… En un desesperado esfuerzopor unirse a la vida, apoyó la palma de la mano de Paloma contra sus labios y labesó, dejando que su exótica fragancia lo envolviera. De nuevo, ella pareció aturdida,como si no esperara aquella caricia.

—Fue en esa misma mina, ¿verdad?

—No quiero hablar de ello —la suave pregunta de Paloma desconcertó a Rio; ni

siquiera sus familiares se atrevían a penetrar en su tormento. Lo dejaban solo. Lelanzó una iracunda mirada, pero no le soltó la mano.

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—El corazón te late como si acabarás de participar en una carrera y… —Palomaobservó un momento a Rio antes de añadir—… tienes el rostro empapado de sudor,no de lluvia. Conozco muy bien la diferencia.

—Si estás sintiendo lástima por mí, no lo hagas —Rio cerró los ojos, recordando

cómo había corrido por el bosque en llamas, cómo había bajado a la maldita mina,sujeto a una cuerda, rezando… Sólo le hizo falta tocar un momento el cuerpo delniño para saber que estaba muerto. Había visto a otros niños, niños que no pudosalvar en una tierra arrasada por la guerra…

Cuando abrió los ojos, se topó con la intensa y azul mirada de Paloma.

—No es justo —susurró ella, zarandeándolo ligeramente—. Tú has visto en miinterior, ya sabes demasiado de mí, y, sin embargo, ahora te ocultas. Hiciste lo quepudiste por salvarlo. Déjalo correr.

—¿Odiabas a tu madre? —la pregunta surgió inesperadamente de labios de Rio.

Acarició el largo pelo de Paloma, deseando sumergirse en él, deseando olvidarlotodo, excepto aquella dulzura… Admiró el férreo destello de su mirada, la firmezade su mandíbula, que hablaba de su orgullo y fuerza.

—Sí —contestó ella—. Pero no puedes odiarte a ti mismo. Trataste de salvarlo.Por eso temblabas hoy, ¿verdad? ¿Sucedió en esa misma mina? Temiste fracasar denuevo. Por eso me besaste… Fue una reacción lógica al temor.

—¿Es eso lo que crees?

Paloma sonrió con indulgencia, como si estuviera con un niño.

—Los dos sabemos que no soy tu tipo. No te gustó que viera lo vulnerable queeras. Ese beso pretendió ser un castigo, y te sentiste confundido porque… tú eres tú,y reaccionas automáticamente cuando tienes una mujer entre tus brazos. Tienesmucha… práctica.

—Veo que tienes muy buena opinión de mí —dijo Rio, tras soltar una brevemaldición que hizo sonreír a Paloma. Había estado con mujeres, tratando deencontrar la excitación que necesitaba, pero nunca lo había logrado. Siempre habíasabido que reconocería a la mujer que conquistaría su corazón, que haría despertarsu necesidad de anidar. Comparado con la inocencia de Paloma, se sentía viejo ygastado; debía protegerla de sí mismo. Quería que fuera su esposa, pero sabía que se

asuntaría aún más si lo supiera—. Te deseba ayer… y te deseo ahora —dijo, casi conaspereza. Lentamente, movió la mano de Paloma hacia su estómago, y más abajo,amenazándola, retándola… y necesitando su caricia. Ella la retiró, como escaldada.Luego, con una delicadeza que dejó a Rio sin aliento, colocó la mano sobre el saco dedormir, justo allí, moviéndola delicadamente sobre el endurecido cuerpo de Rio,explorándolo hasta que él no pudo más y le hizo apartarla—. Ya basta. No quieroandarme con jueguecitos.

Paloma entrelazó ambas manos en el oscuro pelo de Rio y lo miró seriamente.

—Yo tampoco. Vamos dentro.

Él volvió a tomarla por la muñeca.

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—No necesito sexo como agradecimiento.

Una delicada ceja se alzó en el rostro de Paloma, retándolo.

—Qué arrogante. Si no recuerdas mal, yo fui la primera en salir y la que teayudó a salir a ti después. ¿Voy a tener que arrastrarte dentro para que me poseas?

Rio estuvo a punto de reír al escuchar el anticuado término. Luego atrajo elrostro de Paloma hacia el suyo, hasta que sus labios se tocaron.

—Nunca le he hablado a nadie sobre mi madre, excepto a Boone —susurró ella,entre beso y beso.

—No me confundas con Boone. Te deseo. Y no sólo para esta noche —entoncesRio la besó como la deseaba, primero con ternura, cediendo luego al creciente calor,al excitante y tímido juego de la lengua de Paloma en su boca—. Está claro que nohas besado mucho, delgaducha —se oyó decir, mientras pensaba en lo dulce einocente que era. Su experiencia era claramente limitada. Su novia, su corazón,volvió a pensar.

Ella le lanzó una mirada que le dijo que la vida con ella no sería fácil, pero quemerecería la pena cada minuto.

—Puedo mantenerme a tu altura, labios ardientes. ¿Cómo iba a confundirte conBoone, esa dulzura de hombre? Tú eres un salvaje. Tienes engañado a todo elmundo. Eres todo tormenta y aspereza, y eso es lo que quiero ahora… todo real, sinsimulaciones de ningún tipo. Estoy cansada de fingimientos. Ahora mismo estás máscerca de mí de lo que lo ha estado nunca nadie. Vi un retazo de la verdad ahí abajo,en la mina, y ahora la quiero toda. Supongo que dejar caer las barreras asusta a un

héroe grande y fuerte como tú.Rio nunca había conocido una mujer como ella, real, verdadera, capaz de

expresar su necesidad de sentirse viva, de celebrar la vida. Sonrió ante su burlonainvitación y casi gimió cuando deslizó la lengua por la comisura de sus labios.

—Hace mucho que no estoy con una mujer. Y vamos a estar muy juntos si tetengo en mi cama.

—Ya veremos quién tiene a quién —Paloma rió, se irguió y entró en la cabaña,dejando a Rio a solas.

Rio había calmado sus temores abajo, en la mina. La había abrazado como a unaniña, consolándola en la oscuridad. Pero el beso que le dio después fue casi primitivoy Paloma necesitaba de nuevo aquella sensación, necesitaba encontrar de nuevo alverdadero hombre que había tras la tranquila fachada de Rio. Debía explorar sumelodía, las corrientes subterráneas que lo recorrían, entregándose a la extrañaarmonía de viento, fuego y lluvia de primavera que podía darle. Esa noche habíadescubierto los temores de Rio, el miedo que le había producido que otra vida seperdiera en la mina. Y ella necesitaba la fiera y áspera verdad que había encontradocon él en aquel beso. Sus propios temores, su pasado, sus pesadillas habían ardido enél, y necesitaba la vida que había encontrado en aquel instante.

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Sonrió, sorprendida ante su determinación por descubrir la esencia de Rio, puesllevaba años evitando involucrarse con nadie. Aquel hombre era un misterio queestaba empeñada en desvelar.

«Qué anticuado», pensó unos cuantos minutos después, cuando Rio entró en la

cabaña. No esperaba aquella cortesía, aquellos minutos para dejarla cambiar deopinión. Se sintió casi como una recién casada, esperando en aquella vieja gran camaque perteneció a Boone.

Rio sólo llevaba puestos los vaqueros, y se los quitó lentamente, como dándolemás tiempo. Tenía el pelo húmedo y el brillo de la cocina encendida se reflejó en sucuerpo desnudo mientras caminaba hacia ella. Aunque Paloma no podía ver su cara,su cuerpo se acaloró al ver sus brillantes hombros desnudos, su estrecha cintura yaquellas largas y poderosas piernas.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —preguntó Rio en un tono grave,

inseguro, que hizo que Paloma quisiera saltar sobre él.Se sentó en la cama y la miró un momento antes de deslizarse entre las sábanas.

—Sé lo que quiero —susurró Paloma, y deslizó un dedo sobre el pecho de Rio,haciendo que sus pezones se contrajeran al instante. Tocó uno de ellos y él se tensó,vibrando sobre la cama mientras su cuerpo se arqueaba abruptamente.

—Déjalo —dijo, tomando la mano de Paloma y apartándola con suavidad de supecho. Luego enlazó sus pies con los de ella, cálidos y reconfortantes, y, un momentodespués, volvió a colocar la mano sobre su pecho—. Me gusta estar aquí, tumbadocontigo. Dentro de un año podríamos estar aquí mismo, con un bebé entre nosotros.

Soy un hombre sencillo, querida. Me gusta trabajar con mis manos y me gusta jugar.Nunca he asistido a una ópera, y siempre me han bastado unos vaqueros, excepto eldomingo, para ir a misa. Sé que tú querrás seguir con tu carrera, viajando sin cesar.Pero yo estaré aquí, esperándote. Me gustaría poder ofrecerte más, pero todo lo quetengo es lo que soy. ¿Crees que eso bastará?

—No te comprendo —las palabras de Rio, dulces promesas para cualquiermujer, habían conmovido a Paloma. Con ellas, parecía haberle entregado su corazón.El fuerte latido bajo la palma de su mano revelaba que Rio la quería por sí misma, nopor su talento. Jonathan sólo la quiso como un trofeo a conquistar. Pensar que Rio ladeseaba le producía una mezcla de temor y encanto. Estaba impaciente por perderse

en él, en sus besos.De pronto, Rio se volvió y se tumbó sobre ella. Apartó con delicadeza un largo

mechón de pelo de su frente y lo extendió sobre la almohada.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—No. No soy ninguna virgen. Conozco la mecánica.

—No creo que lo que está pasando entre nosotros tenga nada que ver con lamecánica.

La mirada de Rio ardió en la de Paloma y luego descendió hacia sus pequeños y

pálidos senos, acunados contra él. Ella tembló, consciente de la falta de exuberanciade su cuerpo, preparada para apartarlo de su lado, para salvar su orgullo. Pero el

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gemido que surgió de la garganta de Rio, unido a la evidente dureza que presionó suabdomen, le habló de su deseo. Aquello era lo que quería: la agreste, primitiva yardiente necesidad que era Rio. Entonces, él la beso de aquella oscura, salvaje yhambrienta manera, y ella le devolvió el beso con toda su pasión, alzando hacia él lascaderas. Esperaba dolor tras todos aquellos años sin mantener relaciones, pero sucuerpo se humedeció ante la promesa de la llegada de Rio. Entonces, él se deslizólenta y profundamente en ella, y Paloma se sintió repentinamente colmada,abriéndose por completo a él, y el latido de la sangre de Rio se convirtió en el suyo.

Casi dio un respingo cuando, irguiéndose sobre ella, Rio deslizó una mano paracubrir con ella una de sus pechos.

—Son tan perfectos… —murmuró antes de inclinarse y tomar entres sus labiosel endurecido pezón.

Paloma comenzó a jadear mientras Rio susurraba tiernas palabras, haciéndola

sentirse su diosa, su amor. Cuando tomó en su boca el otro pezón, ella comenzó amover sinuosamente las caderas.

Fuera, los relámpagos iluminaban la noche, seguidos de tumultuosos truenos,silenciados por los intensos latidos del corazón de Paloma. Entonces, la tormentapareció trasladarse a su interior, y dejó escapar un prolongado y dulce grito mientrasse aferraba a la realidad de Rio, que, colmándola, alejaba el frío vacío. Sobre ella,esforzándose por mantener el control, los rasgos de Rio parecían duros, tensos. Peroal sentir el palpitante, cálido y húmedo latido de Paloma en torno a su dureza, alescuchar su dulcísimo gemido, todo control desapareció en una ardiente llamaradade deseo.

Paloma sintió la sangre latiendo furiosa contra su piel mientras Rio laestrechaba entre sus brazos y la besaba como si quisiera fundirse con ella.

Durmió como nunca lo había hecho, abrazada por Rio.

Despertó dos veces más a lo largo de la noche, cada vez bajo la calidez de losbesos de Rio, bajo la exigencia y la generosidad de su cuerpo… y en ninguna ocasiónse sintió amenazada o arrinconada.

Inquieto, Rio alargó una mano en busca de Paloma. Su pausada respiración lotranquilizó de inmediato. Había encontrado a su compañera y se había unido a ella

para siempre. Ninguna otra mujer colmaría como ella su corazón. Había pasado lanoche con su prometida.

Paloma, que no había dejado de moverse durante la pasada media hora, abriólos ojos lentamente. Su ceño, ligeramente fruncido, reveló a Rio que estaba volviendoa alzar sus barreras.

Rio echó agua caliente en el barreño para que pudiera lavarse y luego colocóuna taza de té en la silla que había acercado previamente a la cama. Pensaba llevarleel desayuno a la cama cuando estuvieran casados.

—Tómate tu tiempo —dijo.

La oscura mirada de Paloma reveló que saltaría ante cualquier intento por suparte.

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«Tómatelo con calma, Rio. No te precipites. Deja que se acostumbre al fuegoque late entre vosotros».

—Hay unas galletas en un plato, sobre la mesa.

En el porche, Rio apoyó los pies descalzos sobre la barandilla y el respaldo de la

silla contra la pared de la cabaña. Dio un sorbo a su café y esperó. En medio de laoscuridad y la tormenta, Paloma se había entregado a él con timidez, con ternura. Élhabía perdido su corazón y le había dado sus votos; no iba a resultarle fácilcontrolarse. Pero lo haría… por ella. Sonrió al oír que echaba el cierre de la puerta;Paloma no iba a ponerle las cosas fáciles.

Veinte minutos después, salió al porche con su taza de té y unas galletas y lededicó una penetrante mirada. Su mano tembló y una galleta cayó al suelo. Alrecogerla precipitadamente estuvo a punto de caer sobre una silla.

—Tienes que irte.

Verla vestida con vaqueros y una floja camisa de hombre casi hizo que Rio sepusiera a babear. Se esforzó por apartar la mirada de las suaves curvas que ocultabala tela. Paloma estaba nerviosa, y él deseaba tomarla entre sus brazos.

—Creía que te gustaba que estuviera aquí.

—Pues estabas equivocado. ¿Qué te parece si olvidamos lo sucedido anoche yseguimos adelante?

Rio no pudo evitar la tentación de burlarse cariñosamente del mal humor dePaloma. A pesar de su defensiva actitud matutina, él había visto su suavidad, y le

había encantado. Dijera lo que dijera, era toda una mujer, su mujer. La habíaestrechado entre sus brazos y había sentido cómo se derretía entre ellos, quisiera o noadmitirlo ahora. Bajo toda aquella fiereza, toda aquella desconfianza provocada porla vida, había una mujer que sabía cómo amar.

—¿Por qué estás tan ruborizada? —preguntó, sonriendo despreocupadamente.

Paloma lo taladró con sus azules ojos.

—Déjate de tonterías. Ayer nos vimos en una situación de vida o muerte yambos reaccionamos. Puede que tú estés acostumbrado a reaccionar así, pero yo no.

Aquellas palabras dolieron a Rio, que le devolvió la dura mirada.

—¿Te levantas siempre con el pie izquierdo? ¿O simplemente te doy miedo?

—No esperes nada de mí. Puede que estés acostumbrado a la rutina de lamañana siguiente, pero yo no lo estoy.

—¿Lamentas lo de anoche? —tuvo que preguntar Rio, olvidando su promesa deir despacio con ella.

Paloma permaneció un momento en silencio, con la vista puesta en el plato.

—Quería saber si todo podía ser tan real. Ahora lo sé. No, no lamento lo deanoche —miró a Rio con cara de pocos amigos—. Puede que nunca lo olvide. Por tu

culpa. No tenías por qué haber dicho todas esas cosas bonitas.

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—Entonces, ven aquí —Rio lamentó el áspero tono de su voz, pero fue el miedolo que le hizo utilizarlo. No podía soportar la idea de que Paloma se alejara de él;debía mantenerla a su lado.

Ella lo miró con gesto desafiante, y él se puso en pie. Sin previo aviso, la tomó

en brazos, y mientras ella sostenía la taza de té y el plato de galletas, volvió a sentarsecon ella en su regazo—. Así que aquí estamos —dijo, disfrutando de su sorprendidaexpresión.

—Soy una mujer, no una niña… mmm… ¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó cuando terminó el juguetón beso de Rio.

—Tenerte en brazos. Dame de comer —Rio se apoyó contra el respaldo delasiento, dispuesto a disfrutar de los fuegos artificiales.

—No. Puede que a otras mujeres se les caiga la baba por ti, pero no esperes queyo sea tu esclava. Te han mimado demasiado y estás acostumbrado a salirte con la

tuya —el plato que sostenía Paloma estuvo a punto de caer de su mano debido a lafuerza con que lo sostenía.

—Es cierto —dijo él, disfrutando del hoyuelo que apareció en la mejilla dePaloma.

Ella suspiró.

—Vas a ponérmelo difícil, ¿verdad?

—Y tú vas a aceptar a Mai Ling. Es un regalo mío.

Paloma gruñó delicadamente.

—No espero ningún pago por lo de anoche —dijo, utilizando el plato paraapartar la mano que ascendía por su pierna.

Rio apoyó la mano en su cadera, fascinado por la sensual curva de susenrojecidos y ligeramente inflamados labios, prueba de los besos que le habíadevuelto la noche pasada, de que se había entregado a él.

—Estás demasiado delgada. ¿Quién te hizo daño, aparte de tu madre?

Paloma le metió una galleta en la boca y le lanzó una hostil mirada. Luegovolvió la vista hacia la lluvia, dio un sorbo a su té y comió la última galleta.

—Debería echarte esto en la cabeza. No soy una de tus chicas, por si te interesasaberlo. Hay algo llamado dignidad, y no tiene nada que ver con esto. Soy unafamosa concertista de piano, por si se te olvida.

—Oh, oh —Rio tomó la taza vacía de manos de Paloma y la dejó en el suelo junto con el plato. Luego se echó hacia atrás e hizo que ella apoyara la cabeza sobresu hombro—. Quédate quieta. Me gusta tenerte en brazos.

Inquieta, Paloma se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro del porche.

—Todo te parece muy fácil, ¿verdad? Pues te comunico que no lo es.

—Tengo noticias para usted, señorita —replicó Rio, tratando de controlar sugenio—. Nada relacionado contigo es fácil. Nunca he pasado toda una noche con una

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mujer en mis brazos. De hecho, hace años que no estoy con una mujer. Ahora, intuyoque quiero una esposa, y nunca le he dado a una mujer un caballo como regalo decortejo.

Paloma lo miró, boquiabierta. Su «já» de incredulidad hizo que Rio se levantara

y caminara hacia ella. Paloma se mantuvo firme y desafiante en su sitio.—Un regalo de cortejo —dijo, en tono burlón—. ¿Acaso esperas que me crea

eso?

—Puedes creer lo que quieras. El caballo es tuyo. Supongo que no querrás venira cenar y a bailar conmigo el sábado por la noche, o a quedarte en mi casa, ¿no? —espetó Rio. No tenía intención de proponerle algo más que una cita, pero susinstintos lo traicionaron; quería tenerla cerca, dormir con ella en sus brazos ydespertar a su lado cada mañana. Paloma abrió los ojos de par en par y Rio le dio unligero y también enfadado beso en los labios. Parecía tan asombrada que decidió

suavizar su invitación—. Necesitas un lugar en que quedarte. Yo te lo ofrezco. Vivoen un antiguo granero. Aún no está completamente remodelado, pero estoytrabajando en ello. Hay espacio de sobra. Y no me digas que no bailas ni comes. Yotra cosa: lo de anoche no fue un simple revolcón que ambos necesitáramos. Piensoserte fiel —el repentino terror que invadió la mirada de Paloma hizo que su corazónse contrajera—. No sé quién te hizo daño en el pasado, pero no fui yo.

—Por si te interesa saberlo, fue alguien como tú, suave, encantador e irresistible—espetó Paloma—. No necesito que me ablanden con promesas. No soy unaconquista. Elegí mi momento contigo, y eso es todo. Con tu experiencia, sabesexactamente qué sueños atraen a una mujer. Cuando tenía trece años te vi en acción;

estabas rodeado de chicas, flirteando con ellas. Supongo que habrás adquiridomucha experiencia desde entonces. Pero no tengo ninguna intención de convertirmeen otra muesca más en tu culata, Romeo.

—Muy bien —murmuró Rio, disgustado por haber expuesto sus sueños anteella demasiado pronto—. Si tienes miedo, tienes miedo. Nunca pensé que fueras unacobarde.

—Cuidadito, amigo —replicó Paloma, apoyando ambas manos contra el pechode Rio con suficiente fuerza como para hacerle caer. Él le dedicó una mirada irónica.

—No se puede decir que seas precisamente dulce —dijo, sonriendo al pensar

que había encontrado a la mujer que necesitaba. Paloma era más real que ningunaotra que hubiera conocido—. Pero servirás. Ella lo taladró con la mirada.

—Me desagradas profundamente. Él rió con suavidad, satisfecho ante el orgulloque denotaba la actitud de Paloma, cuyo pelo flotaba en torno a ella como un negrorío de seda. Se mostraba nerviosa ante él, y eso indicaba que no era inmune al calorque latía entre ellos.

—No he pretendido lo contrario.

—He venido aquí a descansar. No te he pedido que me prepararas el desayuno,ni el baño, ni el té. No está bien que un hombre sepa lo que le gusta beber a unamujer por la mañana. Es algo muy íntimo. Me pones nerviosa.

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—Eso está bien, cariño. Es un indicio de que te sientes atraída por mí —a Rio leencantó el delicado y femenino bufido que escapó de entre los labios de Paloma—. Yahora, ya que no tenemos nada que hacer hasta que deje de llover, ¿por qué no nossentamos y me hablas de Boone?

—Crees que la vida es sólo un juego, ¿verdad? —murmuró Paloma, apartandola mirada. Cuando Rio la rodeó con sus brazos, se puso rígida, pero no lo apartó.

—Relájate, cariño. Encontrarás lo que quieres —murmuró él, rogandointeriormente para que así fuera.

—Si es cierto que tu reloj biológico se ha puesto en marcha, me temo quetendrás que seguir buscando. Regala Mai Ling a otra mujer. No me gusta que mehagan arrumacos, que me mimen, ni que me encajonen en una relación —murmuróoscuramente. Pero Rio notó que clavaba los dedos en sus hombros, reteniéndolo

 junto a sí.

—Oh, a mí tampoco —dijo, sonriendo contra el pelo de Paloma mientrasmentía. Tenía intención de hacer todo aquello con ella.

Paloma respiró profundamente y se estremeció.

—¿Crees que me parezco a Boone?

Rio había visto fotos de la madre de Boone, y Paloma era un réplica de esta.Quería protegerla.

—Boone tenía el pelo negro… hasta que se volvió gris. Y tenía los ojos verdes,no azules.

—Era un hombre grande. Un hombre grande, con un gran corazón —laspalabras surgieron de los labios de Paloma envueltas en amargura.

Cuando Rio vio las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, quiso abrazarlay salvarla de sus temores.

—Ven aquí, corazón.

—No hace falta que me trates como a una niña. Hace mucho que sé cuidar demí misma —Paloma alzó ambas manos y las apoyó con firmeza contra el pecho deRio. Tras mirarlo un instante, entró en la cabaña y cerró de un portazo.

Rio contempló la puerta cerrada, tratando de controlarse… Un instante despuésla abrió y pasó al interior. Encontró a Paloma de pie frente a él, con las piernasseparadas, los puños a los lados, dispuesta a pelear. Se tragó su orgullo. Se tragó eldolor que le había producido que rechazara su consuelo.

—Tu resentimiento te domina —murmuró.

La tensa expresión del rostro de Paloma se endureció aún más.

—Quédate tu yegua —espetó—. No necesito nada tuyo.

—¿Lamentas lo de anoche? —volvió a preguntar Rio, necesitando el consuelode su negativa, sabiendo que si Paloma estaba arrepentida de lo sucedido, el dolor

sería insoportable.

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Ella se estremeció y se cubrió protectoramente la garganta con una mano.

—Por supuesto que no lo lamento. Fue encantador, casi como un sueño. Pero noespero…

—¿Crees que sólo fue algo anecdótico, un momento en el tiempo? —preguntó

Rio, tratando de controlar su enfado. Se habían unido como si estuvieran hechos eluno para el otro. Para él, lo sucedido había sido mucho más que un mero y pasajeromomento.

La miró, prometiéndose no hacerlo… pero lo hizo. Alargó una mano, rodeó conella su nuca y la atrajo hacia sí. Cuando sus ojos azules se abrieron de par en par acausa de la sorpresa, murmuró:

—Necesito esto —y tomó su boca.

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Capítulo Cuatro

Paloma roció de limpiacristales la ventana de la vieja tienda. Después de frotarsobre polvo amontonado a lo largo de varias décadas, el trapo quedaba totalmentegris. Cualquier otro viernes por la mañana habría estado practicando para elconcierto de la tarde, pero en ese momento estaba limpiando su parte de la tienda depiensos.

De fondo sonaba la Obertura 1812, de Tchaikosky, cuyo agitado ritmo seadecuaba al tormentoso humor de Paloma; le hubiera gustado poder apartar de sumente a Rio con la misma facilidad con que quitaba el polvo. Aquel hombre habíavisto sus debilidades, y no podía perdonarlo por ello. Ni por su ternura.

Miró sus manos, cubiertas ahora de polvo. La música había regido toda su vida,y la necesidad de concentrarse en su carrera había dejado poco lugar para la

relajación. A veces se preguntaba si odiaba la música; su madre le había obligado aestudiarla, y apenas había podido disfrutar de su infancia. El antiguo recinto demadera y adobe la reconfortaba con sus recuerdos de Boone. Los poyuelos piabancomo entonces, y el olor del lugar le resultaba dulce y familiar. ¿Por qué se habríaavergonzado Boone de llamarla hija suya?

Frotó una lágrima de su mejilla. Necesitaba paz y respuestas, y Rio era unacomplicación que no comprendía ni quería en su vida. Su forma de hacer el amor, susbesos y su oscuro atractivo hacían resonar una primitiva verdad en su interior; semaldijo por sus propias respuestas, por haber dejado caer sus defensas. Pero una

parte de ella aún quería alargar las manos y tomar lo que Rio le ofrecía. «Pienso sertefiel».

¿Cómo podía decir algo así? ¿Cómo podía mirarla de aquel modo, como si ellafuera su corazón? ¿No comprendía lo opuestos que eran sus mundos? El tenía unhogar y una familia que lo quería. Sabía cómo expresar su cariño, su amor. Sabíacómo abrazar a una mujer, qué susurrar junto a su oído. Ella había vivido una vidasolitaria, rodeada de muros de protección. ¿Cómo podía fiarse de él? ¿Cómo podíafiarse de sí misma?

Lo maldijo una vez más por haberla retado, por haberle hecho recordar a Boone

y haber alterado el único refugio seguro que conoció siendo niña. Todos losrecuerdos dolorosos la aguardaban, sobre todo los de un padre que no quisoreconocerla como hija. ¿Era hija de Boone? ¿Lo era?

—Sforzando  —murmuró, describiendo con aquel término musical a Rio. Sólounas semanas atrás, éste le había dedicado una de sus oscuras y penetrantes miradas,se había puesto el sombrero y había salido por la puerta. A pesar de sus protestas,dejó a Mai Ling en la cabaña. El orgullo impidió que Paloma saliera tras él, bajo lalluvia, gritando. Eso le habría gustado a Rio, un hombre primitivo, para el que ella noera más que una nueva conquista. Pero todo aquello había alterado sus temores einseguridades, despertando en ella absurdos sueños y anhelos que sólo habían

servido para impedirle dormir. Tenía que recuperarse; debía olvidar aquella ardientenoche entre sus brazos.

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Esa mañana, antes del amanecer, había ensillado a Mai Ling para cabalgar hasta Jasmine. Debía enfrentarse a sus recuerdos de Boone, a sus temores. Golpeó con unpie un saco de pienso y su tobillo protestó, obligándola a sentarse en una silla.

Lou, su agente, habría puesto el grito en el cielo si hubiera visto el viejo yunque

que había movido hacía un rato… Se había alegrado tanto de escapar de la mina, dever a Rio saliendo de ella… Aquel hombre la hacía sentirse viva, y lo maldijo por ello.Su vida funcionaba a la perfección sin él.

—Cortejarme —murmuró en tono burlón—. Como si fuera a creerme que iba aser tan anticuado…

Frunció el ceño, recordando el oscuro ceño de Rio y sus palabras, pronunciadascomo una promesa grabada en roca. «Pienso serte fiel».

El ligero dolor de cabeza con que había amanecido empezaba a empeorar. Sefrotó las sienes, deseando que enfrentarse al pasado resultara tan fácil como

enfrentarse a una audiencia. Debería estar en Italia, dando conciertos; pero no, estabaallí para encararse con el pasado y matarlo. Frunció el ceño, mirando a los curiososrancheros que habían acudido a recoger unos sacos de pienso.

Pueblo Habersman se asomó un momento a la puerta, la miró y se retiró alinstante, murmurando:

—No me gustan las faldas y no me gusta esa música.

Un instante después, la puerta volvió a abrirse, dando paso a una niña de unosdiez años vestida con un peto y un jersey rosa.

—Soy Cindi Blaylock. Será mejor que dejes de mirarme así porque a mi mamá ymi papá no les va a gustar. Tampoco le va a gustar a mi tía Else. Y toda la familiaquiere ver a la mujer que ha alterado a mi tío Rio. Lleva una semana hecho un huróny ha llamado a mi tía Else para preguntarle cómo limpiar cosas como ventanas y unhorno. Nunca se había preocupado por cosas como esas. ¿Y qué haces tú con MaiLing, su yegua favorita?

Paloma se levantó lentamente y apoyó una mano en la pared, sintiendo lasprotestas de su tobillo cuando se volvió para bajar el volumen del magnetófono.

—Sólo me la ha prestado. Pienso pagarle por ella.

—Claro. Como que voy a creérmelo. Mi tío Rio la crío desde que era pequeña, yes muy especial para él. No se la dejaría a cualquiera, y, desde luego, nunca laalquilaría —la niña resopló, apoyó las manos en sus caderas y ladeó la cabeza,escuchando la música—. Que música más fea. Seguro que nadie puede bailarla. Yosolía montar a Mai Ling con mi tío. Supongo que ahora querrá llevarte a ti deacampada, y no a mí. Cuando menos me lo espere habrá otra boda y tendré queportarme bien y llevar vestidos y…

—Ya basta, cariño —dijo la mujer embarazada que acababa de entrar. Palomareconoció al instante una mandíbula como la suya, el mismo pelo negro que el de laniña y el suyo. ¿Eran aquellas también hijas de Boone? ¿Por qué se parecían tanto?

Vestida con una túnica negra y botas, la mujer sonrió.

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—Soy Kallista Blaylock. Roman es mi marido, y esta es Else Murphy, suhermana. Tú debes ser Paloma Forbes. He pensado que te gustaría esto, un regalo debienvenida. Roman y yo somos dueños de la tienda de cerámica que hay más abajo,The Bisque Café. 

Mirando a Else, Paloma reconoció al instante el sello de la familia Blaylock; alta,de pelo y ojos negros como el azabache y una intensa mirada que no parecía perderseni un detalle.

—Me gustaría que vinieras a visitarme cuando puedas —dijo, sonriendocálidamente—. Por tu aspecto, creo que te vendría bien una buena comida. No hacefalta que llames antes; siempre hay comida suficiente y suficientes personas paracomérsela.

—Gracias. Eres muy amable. Siento no poder ofreceros unas sillas para que ossentéis —Paloma notó que estaba temblando cuando tomó la caja. No tenía intenciónde entrar en la extensa familia Blaylock, de ir a sus casas y compartir sus comidas.Los ojos verdes de Kallista, su brillante pelo negro, el ángulo de su barbilla… ytambién se daba aquella familiaridad en Cindi. ¿Tendría algún parentesco con ellas?

Sus manos siguieron temblando mientras desenvolvía las tazas de té que lehabía regalado Kallista. Las dejó sobre una tabla apoyada sobre dos barriles. —Sonpreciosas —dijo, sinceramente—. Gracias.

—Roman vendrá enseguida con todo lo necesario para limpiar. Hemos pensadoen echarte una mano para quitar al menos la primera capa de polvo. Pronto vas aconocer a toda la tribu Blaylock. Son muy curiosos. Bien, veo que tienes agua calienteen el viejo fogón. Podemos preparar té en un momento —dijo Else, abriendo su bolsopara sacar unas bolsas de té envueltas en plástico.

—¿Una reunión de mujeres para tomar el té? ¿Aquí, en la tienda? —dijo Pueblodesde el umbral de la puerta, con expresión horrorizada. Volvió a ocultarserápidamente tras la protección de los sacos de pienso, donde se hallaban los hombresque habían acudido a comprar.

Else sonrió picaramente y comenzó a servir agua en las tazas.

—¿Qué piensas hacer con este encantador y viejo lugar? —preguntó Kallista,mirando las viejas paredes de adobe y troncos.

—La verdad es que no estoy segura. Sólo sé que esta tienda era de Boone y queél la adoraba. Quiero verla limpia y cuidada. Pero le dije a Rio que estaba pensandoen poner una boutique de campo. Kallista sonrió.

—Seguro que eso lo aterrorizó. Esta es la auténtica guarida Blaylock, dondesiempre se han reunido generaciones y generaciones de ellos.

—Me estoy tomando un descanso de mi carrera —dijo Paloma con suavidadmientras Cindi y Else salían. Por algún motivo, intuía que Kallista la entendería—.Necesito parar y comprobar quién soy realmente. Nunca he tenido un hogar y ahoraquiero comprobar si puedo crear uno, aunque sólo sea en esta habitación. Quiero

poner mis manos en algo que no sea el piano. No puedo explicarlo todo, pero…

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—No hace falta que lo hagas. Ha llegado tu momento de averiguar lo quenecesitas, y si quieres limpiar, no hay duda de que este es un buen lugar paraempezar —dijo Kallista, mirando a su alrededor. Guiñando un ojo a Paloma,añadió—: Los Blaylock sienten curiosidad por la mujer que Rio quiere. Son unafamilia muy unida, y Rio lleva años escapando al anillo de casado.

—Ese hombre —murmuró Paloma oscuramente. Kallista rió maliciosamente.

—Los hombres Blaylock son únicos. Cada vez que uno de ellos besa a su noviao esposa, el resto grita y besa a las suyas. Te aseguro que lleva un buen ratorecuperarse.

Durante la siguiente hora no dejaron de llegar Blaylocks; Dan y Hannah, Logany sus hijas, Bernadette y James. Roman permaneció silencioso, rodeando la cintura desu esposa con un brazo mientras observaba a Paloma. Entre regalos de plantas,cazuelas, pan recién hecho, y rodeada de Blaylocks, Paloma quería escapar. No

quería tener nada que ver con aquella familia, y tampoco quería la maternal amistadque Else parecía ofrecer. Siempre había sobrevivido mejor sin ataduras. Sería amable,distante y…

La causa de la curiosidad que sentían por ella los Blaylock apareció en elumbral de la puerta. Rio se echó atrás el sombrero y miró a Paloma con el ceñofruncido. Vestía vaqueros y camisa de franela, estaba recién afeitado y aún tenía elpelo húmedo. Una mirada bastó para que el corazón de Paloma se pusiera a latircomo loco. Recordó al instante cómo la había tomado en brazos, su ternura, supasión… y se encontró olfateando delicadamente los varios aromas que la rodeabanhasta reconocer el de Rio. Seguía oliendo a jabón, a primavera, a oscuras y fieras

tormentas…Rio siguió mirándola con el ceño fruncido. —Ya era hora de que bajaras de esa

montaña, delgaducha.

—Vigila tus modales, Rio —Else habló con la autoridad de una hermana mayor.

—Más te vale ser amable, o Else te dará en la cabeza con el cucharón de madera—dijo Dan, sonriendo—. Encima, lleva los pendientes de mamá, y eso significa queestá haciendo negocios familiares.

—Me gusta esta chica. No se os ocurra meteros con ella —ordenó Else con

firmeza.—Pues eso es precisamente lo que yo pienso hacer —murmuró Rio, en un tono

que hizo que Paloma se ruborizara de arriba a abajo. No podía olvidar cómo habíatomado sus pezones en la boca, la intimidad con que la había acariciado, cómo sehabían unido sus cuerpos…

Sin dejar de mirarla, Rio sonrió y se quitó el sombrero. Else le dio un suavecodazo. —Sé amable.

Recordando su buena educación, Rio asintió, lanzó un beso a las hijas de Logany dedicó una sonrisa al resto de las mujeres.

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—Buenos días, señoras. Tienes un aspecto estupendo, Hannah. Bernadette,pareces más joven que cuando te casaste con James. Tú estás maravillosa, Kallista, yElse… —la besó en la mejilla.

—Por si no lo habías notado, yo también estoy aquí, tío Rio —murmuró Cindi,

enfadada.—¿De verdad crees que me había olvidado de la más bonita de todas? —dijo

Rio con humor. Tranquilizada, Cindi le dedicó una radiante sonrisa.

La sonrisa desapareció del rostro de Rio cuando se volvió hacia Paloma. Ella lesostuvo la mirada y contuvo el aliento ante la fuerza de las sensaciones querecorrieron su cuerpo.

—Tienes la cara manchada de polvo —dijo Rio, y sacó un pañuelo del bolsillode su pantalón. Lo mojó en el agua que había quedado en el cazo, se acercó a Paloma,le hizo alzar la cabeza tomándola por la barbilla y le limpió la mejilla. Cuando ella

trató de apartarse, él la sujetó con firmeza, miró su boca y acarició brevemente con elpulgar la comisura de sus labios. Aquel breve contacto bastó para que el deseodespertara con toda intensidad entre los muslos de Paloma. Entonces, Rio tiró consuavidad de su coleta, rompiendo el ardiente instante justo antes de que sus labios setocaran brevemente—. Ya esta. ¿Dónde tengo que recogerte mañana por la nochepara el baile? ¿Arriba, en la maldita montaña, o aquí?

Paloma trató de controlar el rubor que amenazaba con cubrir sus mejillas y sedio cuenta de que había apoyado una mano contra la pared para sostenerse.

—Puedes invitar a alguna otra —sugirió con firmeza, entre dientes.

Else suspiró y unió las manos bajo su barbilla; su nostálgica expresión decía queesperaba que Rio hubiera encontrado finalmente el amor. «No esta vez», decidióPaloma. —No puedo invitar a ninguna otra. Tú tienes el mejor hoyuelo de lacomarca… ahí mismo —Rio se inclinó para besarla en la mejilla. Paloma se apartó.

—Tengo trabajo que hacer.

—Estamos aquí para ayudar —dijo Else—. Podremos empezar en cuanto loschicos se quiten de en medio.

—Tengo treinta y siete años, Else. ¿No te parece que ya va siendo hora de quedejes de llamarme «chico»? —preguntó Rio, huraño. Con la mandíbula hundida en laprotección del cuello y su cautelosa expresión, más parecía un niño que un hombre.

—Nos gustaría que te quedaras con nosotros —dijo Kallista, mirandoamistosamente a Paloma—. Roman es el albacea de Boone, y es muy meticulososiguiendo las instrucciones de éste. Todo en la casa permanece tal y como Boone lodejó. Me gustaría que tú, Cindi y yo lo compartiéramos, casi como si fuéramos unafamilia. Daré a luz dentro de dos meses y… me gustaría pasar un tiempo contigo.

Paloma no comprendió la tranquila mirada que intercambiaron Kallista y sumarido, que la sostenía protectoramente a su lado. En aquel momento, enfrentarse alpasado y a los recuerdos del hombre que nunca admitió ser su padre aterrorizó a

Paloma. La imagen de la enorme casa Llewlyn pendía amenazadoramente sobre ella,

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y el dolor desgarraba su pecho. Boone no quiso reconocerla. Boone no quisoreconocerla…

—Irá cuando esté lista —dijo Rio con suavidad y apoyó una mano sobre elhombro de Paloma. El inesperado y cálido peso reconfortó a Paloma, que se encontró

mirando sus oscuros y suaves ojos. No esperaba ver en ellos la compasión, lacomprensión de sus temores. Recordó cómo la abrazó en la mina, lo delicado que fuecon ella, y en ese momento supo que podía confiar en él.

—Gracias por la oferta —dijo, afectada por su reacción hacia Rio. Había queridoapoyarse en él, confiar en él como lo había hecho en la mina. De pequeña solíadormir en las bañeras de los hoteles, o en el suelo; su madre necesitaba la cama de lahabitación para recibir a sus amantes. Movió el hombro para librarse de la mano deRio y lo miró a los ojos—. Pero de momento estoy cómoda en la cabaña, y si algúndía necesito dormir aquí, estaré muy cómoda en mi saco de dormir.

—Espero que no te den miedo los ratones —dijo Rio, tenso—. A veces tambiénhay alguna rata.

—Ooooh —replicó Paloma en tono burlón—. Qué miedo.

La risita de Dan fue inmediatamente interrumpida por un codazo de su esposa.

—¿Qué planeas hacer con este lugar cuando esté limpio? —preguntó Hannah,mirando a Paloma con gesto cómplice—. Soy decoradora, y…

—Una tienda de grano y pienso no necesita decoradora —interrumpió sumarido en tono de advertencia.

—Espero que estés planeando hacer algo maravilloso —dijo Bernadettemientras su marido la miraba con el ceño fruncido. Paloma sintió que las mujeresBlaylock estaban disfrutando con la incomodidad de sus maridos.

—He pensado transformarla en una boutique campestre. Arreglos de floressecas en antiguos jarrones, y esa clase de cosas —no pudo evitar la tentación deinquietar aún más a los Blaylock con la perspectiva de ver su preciado «monumento»lleno de flores y encajes. La mirada que le dedicó Rio mereció la pena.

—Parece una actividad un poco alejada de tus conciertos, ¿no? —preguntó élcon cautela.

—Necesito un cambio. Boone me dejó este lugar en su testamento. Él lo adorabay yo quiero cambiar de actividad. Nunca he tenido tiempo para secar flores, hacerramos y cosas por el estilo, y eso es lo que quiero hacer ahora. De hecho, he estadopensando en empapelar el baño en un bonito tono rosa.

Trató de no sonreír al ver que Dan se ponía pálido. Los hombres la miraron conexpresión desolada.

—¿Serías capaz de destruir este antiguo lugar, un monumento histórico a loshombres de Jasmine, porque te apetece secar flores? —preguntó Dan, incrédulo.

Paloma se cruzó de brazos, mirando a los hombres.

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—Nada de puros, pipas, tabaco de mascar ni agujeros en el suelo para orinar.Tendréis que buscar otro sitio para reuniros.

—Con el bebé en camino, Kallista necesitará más ayuda en la tienda. Tal vezpodrías… —comenzó Roman, esperanzado.

—Los hombres necesitan un lugar en que reunirse a hablar —afirmó James.—Mujeres —murmuró Logan, asqueado.

—Siento lo del baño, pero he tenido que quitar esos antiguos calendarios.Estaban desfasados. De todos modos, podéis venir por aquí cuando queráis —Paloma no pudo evitar sonreír. Era evidente que los varones se sentían en peligromientras volvían sus miradas hacia Rio.

—Me encantaba ese calendario de Marilyn Monroe —protestó Logan.

—No vas a cambiar nada. Yo también soy dueño de… —empezó Rio.

—Tú tienes tu mitad y yo la mía —interrumpió Paloma con firmeza. Empezabaa disfrutar con aquella recelosa mirada masculina; había conseguido descentrar aRio. Y le encantaban las sonrisas de Hannah, Kallista, Bernadette y Else.

—Creo que es una idea maravillosa —dijo Kallista, animada—. Yo tambiénheredé la mitad de mi negocio de Boone y disfruté cambiándolo. Viajar por todo elmundo cambiando constantemente de lugar cansa pronto.

—Querida —dijo Roman solemnemente—, tu tienda no era un monumento atodos los hombres que han vivido en Jasmine.

—Siempre hay lugar para un monumento a las mujeres —afirmó Else.

—Si quieres limpiar esto un poco, de acuerdo —dijo Rio, reaccionando al recibirun codazo de James para que interviniera—. Pero poner una boutique ya es otra cosa.Y hay otro asunto del que no te vas a librar… —se inclinó y rozó con sus labios los dePaloma—. Del sábado por la noche.

Al instante, los demás varones Blaylock soltaron variados gritos de ánimo,tomaron a sus respectivas esposas por la cintura y las besaron. Cuando terminaron,las mujeres estaban ruborizadas, calientes y con las rodillas debilitadas. Cindiexpresó su opinión con un sonoro «puaj».

—Volvamos a probar —dijo Rio, como si acabara de descubrir un nuevo ydelicioso postre.

—¿Podemos vernos un momento a solas? —logró decir Paloma mientrasapoyaba las manos contra el pecho de Rio para impedirle acercarse. Él asintió y lasiguió al almacén—. ¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó, volviéndose.

La ardiente mirada que Rio tenía posada en sus caderas bastó para que Palomase viera obligada a apoyarse en un montón de sacos cercano. El se acercó, apoyó lasmanos a ambos lados de la cabeza de Paloma y se inclinó hacia ella, mirándolaintensamente.

—Te he echado de menos. Tienes ojeras… necesitas descansar, no hacer planessobre una boutique.

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—Escúchame. No puedes entrar aquí y… —Paloma cerró la boca cuando Rioposó en ella con delicadeza la suya. El largo y dulce beso que le dio habló de secretosque quería conocer, de un futuro que quería desvelar, de pasados sueños volviendo ala vida. Entonces el calor aumentó y abrió los labios a la tentadora lengua de Rio,permitiéndole saborearla. A pesar de sí misma, arqueó su cuerpo hacia él,amoldándose a su duro contorno y le rodeó el cuello con los brazos.

Su corazón comenzó a latir más y más deprisa, y cuando abrió los ojos, laoscura mirada de Rio le reveló que quería más, mucho más. Incapaz de comprendersus propias reacciones, apartó la mirada.

Rio la tomó con delicadeza por la barbilla y le hizo alzar el rostro hacia él.

—Todo irá bien —murmuró con voz ronca—. Encontrarás lo que quieres.

Cuando volvió con los demás, dijo: —Else, pasaré pronto a recoger el mantónde mamá.

—Lleva mucho tiempo esperando a la mujer adecuada —replicó Else, mientrasPaloma, debilitada, se apoyaba contra un montón de sacos de grano.

—Será mejor que hagas algo —espetó Dan, tomando a Rio del brazo yempujándolo contra la pared del edificio, alejados de las miradas de las mujeres.

Rio miró a Dan, James, Roman y Logan, que lo rodeaban amenazadoramente.

—¿Qué queréis que haga? —preguntó en tono inocente.

—Ya que vas tras ella, y es ella quien ha heredado el almacén, te toca a tiresolver el problema —dijo Dan en tono de pocos amigos—. Los hombres de Jasmine

corremos el peligro de perder el almacén, un auténtico patrimonio cultural delpueblo. Sólo tenemos el café de  Mamie, y ese no es precisamente el mejor lugar paramantener una discusión sobre las cosechas y el ganado. No, teniendo un montón demujeres alrededor. Tendrás que ocuparte de ella.

—Voto por que se quede en casa de Rio y nos deje en paz —propuso James, y sevolvió a mirar a Paloma, que acababa de asomarse a la plataforma de carga porencima de ellos. Dio un codazo a Logan, que dio un codazo a James, que dio uncodazo a Dan, y los cuatro hermanos dedicaron al unísono una amenazadora miradaa Rio.

—Me gusta esta vista —dijo Paloma, viendo a Rio arrinconado contra la paredpor sus hermanos.

—Siempre le ha gustado crear problemas —dijo Dan con exagerada suavidad.

—Así que te gusta crear problemas —repitió Paloma, mirando a Rio con gestoburlón.

—¿Por qué no bajas aquí y vemos quién empieza qué, delgaducha?

—Eso es lo que tu quisieras, amigo.

En ese momento, un coche de color rosa perla que pasaba junto al almacén se

detuvo ante ellos. Cuando la ventanilla bajó, Lettie Coleman asomó su rubia y rizada

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cabellera por ella. Su generoso escote siguió a ésta, ofreciéndose a la vista de todos.Divorciada, madre de dos niñas, andaba hacía tiempo a la caza de marido.

—Oh, Rio —dijo, en un tono acarameladamente cantarín—. Te tengo reservadoun baile para mañana a la noche. No tengo una cita. Aunque para ti estoy libre en

cualquier momento.Rio miró a Paloma y sonrió.

—Lo siento, Lettie. Estoy ocupado. Pero he oído que Tyrell va a venir, y he oídoque ha roto con su novia de Nueva York.

—¿Tyrell Blylock? ¿Ese delicioso inconformista? Oooh —susurró Lettie—. Dileque me llame cuando llegue. Y… por cierto, ¿con quién vas a ir tú Rio?

Rio se quitó el sombrero e hizo una reverencia en dirección a Paloma. Allí, bajola luz del sol, fulminándolo con la mirada y las manos apoyadas en las caderas,Paloma tenía un aspecto magnífico. Parecía a punto de saltar para arrancarle lacabellera. Y Rio, al que le gustaba pelear y hacer las paces, pensaba hacer ambascosas con ella.

—Con ella, la luz de mi vida, la dama de la plataforma de carga.

Lettie se quedó boquiabierta, mirando a su desgarbada competidora, vestidacon un ceñido jersey negro lleno de polvo, vaqueros y que miraba a Rio consuficiente intensidad como para empezar un incendio.

—Vaya —dijo, finalmente—. Hmm. Vaya, vaya. No parece tu tipo, ¿no, cariño?

Haciendo caso omiso de las risillas de sus hermanos, Rio apoyó

ceremoniosamente el sombrero contra su pecho.—Oh, creo que servirá, Lettie. Creo que servirá —demostrando poseer unos

increíbles reflejos, saltó a un lado justo a tiempo de evitar el saco de grano quePaloma acababa de soltar sobre su cabeza—. ¿Por qué no bajas aquí, querida? —invitó con voz sedosa abriendo los brazos y sonriendo.

Si la mirada de Paloma hubiera sido mortal, Rio habría caído fulminado enaquel instante.

En ese momento se acercó a ellos Neil Morris, el veterinario de Jasmine. Con lascamisa limpia, recién afeitado y una sonrisa de soltero en busca de pareja en los

labios, miró a Paloma con indisimulado interés.—Esta vez no has tenido suerte, viejo —dijo Rio, mirándolo con gesto de

advertencia. Neil y él eran amigos desde la infancia.

—¿Tú crees? —preguntó Neil, alzando burlona— mente una ceja—. Ya sabesque soy muy atractivo. Las mujeres no pueden resistirme. Y he oído decir quePaloma es una chica dulce y delicada. Que tiene clase.

—¿Te has enterado de que voy a llevarla al baile? —preguntó Rio, losuficientemente alto para que Paloma lo oyera. Se apartó justo a tiempo para evitarque otro saco lo golpeara.

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—Es una mujer realmente fuerte —dijo Neil, en tono apreciativo—. Me gustanlas mujeres que saben mantenerse firmes en su terreno. Y me gustaría ver esos ojosazules echando chispas. Parece que la tienes un tanto irritada. Puede que quiera unhombre con modales. Yo sería el más indicado.

Rio ignoró las risas de sus hermanos.—Llevo toda la vida esperando a una mujer como esa, Neil —dijo, con

firmeza—. Estás invitado a la boda.

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Capítulo Cinco

—Turistas —murmuró Rio mientras cruzaba el pasto en dirección a su casa—.Menudo día… Esta mañana Paloma, y los turistas por la tarde.

Inadecuadamente vestidos para caminar por la montaña, una pareja de laciudad con dos niños había decidido «arriesgarse» a hacerlo y se habían perdido,viéndose obligados a lanzar una bengala. Nada más verla, Rio había ensillado aFrisco y había acudido en su busca antes de que los truenos de la tormenta que seavecinaba aterrorizaran a los novatos montañeros.

Tras encontrarlos y llevarlos al hotel más cercano, Rio había ayudado a laanciana señora West a librarse de un venado que estaba destrozando su jardín y arecuperar de un árbol al asustado gatito de la hija de los West. Ahora estaba cansado,y el día había pasado. Tenía otros planes para esa noche, y todos incluían a Paloma.

Se pasó una mano por la mandíbula, cubierta por una incipiente barba. Tomarel camino lento para conquistar a una testaruda mujer iba a costarle tiempo, peromerecería la pena cada minuto.

Mad Mose, el toro semental de Rio, salió de la espesura, dispuesto a defendersus pastos y sus vacas. Rio tiró de las riendas de Frisco y el percherón se apartó delcamino de la embestida del toro. Contempló el cielo estrellado; no necesitó mirar sureloj para saber que eran las ocho y que Paloma estaba pasando la noche sin él.

Roman se había mostrado bastante duro con él últimamente, advirtiéndolerespecto a ella. Rio tenía la sensación de que su hermano sabía más sobre Paloma quelo evidente: que había heredado parte de la tienda de Boone.

—No se te ocurra hacerle daño —le había advertido Roman oscuramente, comosi él pudiera hacer daño a la mitad de su corazón—. Si vas en serio con ella, tómatelocon calma. Últimamente tienes expresión de cazador, y Paloma no es una mujer a laque puedas presionar —como si él pudiera olvidar su sabor, la sensación de tenerlaentre sus brazos, los latidos de su corazón cuando la veía.

Malhumorado, agotado y temiendo llegar a su casa vacía, maldijo al hombreque había hecho daño a Paloma. Esta iba a tardar en confiar en otro hombre, y éltenía toda la intención de convertirse en su marido y su amante para toda la vida.

Mad Mose volvió a cargar y Rio se maldijo a sí mismo por querer a aqueltestarudo toro y a aquella testaruda mujer. Siendo viernes por la noche, Neil ya lahabría invitado a cenar en el café de  Mannie, o se habría ofrecido a acompañarla a lacabaña. La inocencia de Paloma no aguantaría ni un asalto ante la refinada técnica deNeil. Respiró profundamente el aire de la noche y se preguntó si su amigo habríaaprendido a bloquear un izquierdazo.

Mientras se acercaba, su casa, el granero remodelado, le pareció tan solitariacomo el se sentía. Sentía cada año que tenía, los años pasados en una montura,trabajando en los campos. Una mirada al encapotado cielo le bastó para saber que esa

noche soñaría con el niño muerto en la mina, sobre el barro.

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Mientras desmontaba del caballo y lo dejaba en el corral, recordó a loscazadores furtivos que había arrestado; habían matado a una madre osa. Habíaentregado el cachorro huérfano al viejo Marcus Livingstone, que ya había adoptado amás de uno hasta que podían sobrevivir por su cuenta en los bosques. Un rayoiluminó el cielo y miró hacia lo alto. El olor a la cercana lluvia le hizo pensar denuevo en Paloma. Cuánto la echaba de menos… Iba a ser una larga noche.

Cuando entró en el establo notó que Mai Ling estaba en su casilla. Paloma debíahaber ido a devolverle su regalo mientras él buscaba a los turistas. Probablemente,estaría disfrutando del encanto de Neil. Rio se puso rígido, anhelando estar con ella.Había ido demasiado rápido, y había mostrado sus emociones con aspereza. Unamujer como Paloma necesitaba ternura y tiempo.

Miró su solitaria casa y frunció el ceño al ver una luz en la ventana. Esa mañanahabía tenido que salir a las tres de la madrugada, respondiendo a un aviso sobrecazadores furtivos en la vieja granja Blevis, y, probablemente, se había dejado la luz

encendida. Frotó con suavidad la parte del brazo que le ardía; el cachorro le habíadesgarrado la camisa y le había hecho unos rasguños cuando trataba de huir. Marcusle había vendado la herida. Rio sonrió. El cachorro era un luchador, como Paloma, ysobreviría. Se echó las alforjas al hombro y corrió hacia la casa mientras la tormentase desataba con toda su fuerza.

Paloma se ocultó en las sombras; aferró la encimera de la cocina con ambasmanos mientras Rio entraba por la puerta, acompañado de una ráfaga de viento ylluvia. Cerró de un portazo, se quitó el chaquetón y golpeó el sombrero contra susperneras. Sin afeitar, con aspecto cansado, duro, se dejó caer en el único sillón que

había en el enorme y vacío granero remodelado.El vendaje de su antebrazo estaba manchado de sangre y Paloma tuvo que

hacer un esfuerzo para no correr hacia él. Permaneció donde estaba, con el corazóngalopando y el miedo atenazando su garganta. Rio la había aterrorizado cuando tuvoque esquivar la embestida del toro en el prado, y ella no sabía cómo enfrentarse a lasensación de miedo por otra persona; se había pasado la vida preocupada por supropia supervivencia.

Al llegar y encontrar la casa vacía, Paloma no pudo resistir la tentación deexplorarla. La imagen de Rio, el vaquero, contrastaba con el suave y modernointerior de la casa, que constaba de dos plantas, prácticamente diáfanas.

Apenas pudo moverse, atenazada por la visión del hombre herido al que habíadecidido apartar definitivamente de su vida.

Tras quitarse las botas, Rio echó la cabeza atrás y cerró los ojos. Sentado frente ala chimenea apagada, parecía muy solo y angustiado. El destello de un rayo iluminóla habitación. En un rincón de esta se hallaba la cama, toscamente tallada en maderay deshecha.

Paloma movió la cabeza. No debería haber ido allí, no debería haber entrado enla casa. No quería sentir curiosidad por el hombre que la perseguía incluso en

sueños. No quería soñar en convertir la vacía casa de Rio en un hogar, con colores,texturas, encantadores edredones, un sofá color crema junto al fuego y… «Siempre te

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seré fiel… bebés entre nosotros…». No quería preocuparse por nadie; no podíapermitírselo. Era una mujer cuyo supuesto padre la había rechazado, y necesitaba susescudos para defenderse del mundo. ¿Qué estaba haciendo?

El teléfono sonó, haciendo eco en la enorme habitación. Rio permaneció quieto,

escuchando mientras el contestador grababa la melosa voz de Lettie.—Rio, cariño, si te apetece una cena de última hora, ya sabes que eres

bienvenido en cualquier momento.

Cuando el mensaje terminó, un intenso silencio volvió a apoderarse de lahabitación en penumbra. Entonces, la voz de Rio sobresaltó a Paloma.

—¿Qué haces aquí, delgaducha? —preguntó en un tono de voz grave, cargadode fatiga. Sus ojos permanecieron cerrados, su cabeza apoyada sobre el respaldo delsillón.

—Creo que debemos hablar. ¿Cómo has sabido que estaba aquí? —preguntóPaloma con suavidad.

—No hay muchas probabilidades de que llegue a olvidar tu aroma, el aroma dela mujer que tiene mi corazón.

Las palabras de Rio conmocionaron a Paloma, envolviéndola en pura calidez.Debía distanciarse de él, protegerse.

—Estás cansado. Hablaremos en algún otro momento. Será mejor que me vaya—anhelaba tocarlo, apartar aquel mechón de pelo de su frente. En lugar de ello, sefrotó las manos—. No habría entrado, pero quería hablar contigo y empezó a llover…

—Me alegra que estés aquí. Ven aquí, cariño. Necesito abrazarte.Paloma supo que la tormenta recordaba a Rio al niño perdido.

Caminó lentamente sobre el suelo de madera, hasta detenerse ante él. Rio abriólos ojos lentamente, y la angustia que Paloma vio en ellos la aterrorizó.

—¿Cómo te has herido el brazo? —preguntó, sorprendiéndose cuando él alargóuna mano y le rodeó con ella el muslo. Rio la acarició lentamente, como si tocarlafuera un consuelo.

—Un cachorro de oso que no quería ser rescatado. Ahora está a salvo. Siéntate

en mi regazo.Paloma se estremeció; nadie la había sostenido nunca como Rio lo hizo en la

cabaña.

—Ya soy una mujer…

—No me digas —había humor en el comentario de Rio, que se levantó del sillóny permaneció en pie frente a ella. Deslizó la mirada lentamente por su jersey y susvaqueros cubiertos de polvo. Luego le dio un leve beso—. Vamos a ducharnos. Noestás más limpia que yo. De hecho, diría que yo estoy más limpio.

—No estoy tan sucia… ¿juntos? —preguntó Paloma, asombrada. La idea de

compartir algo tan íntimo como la ducha la escandalizaba. Rio la estaba mirando con

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aquella primitiva y ardiente expresión que recordaba de la cabaña. No podía desearlade nuevo, ¿no? Dio un paso atrás y él dio uno adelante—. No he venido aquí a…

—Has venido a cortar conmigo. Puedes hacerlo después de que nos duchemosy comamos algo —Rio alzó una ceja, observándola, estudiándola. Luego, enganchó

un dedo en una presilla del pantalón de Paloma y tiró de ella—. Supongo que sabescocinar.

—Estoy segura de que Lettie sirve buena comida a esta hora de la noche —Paloma nunca había sentido celos y lamentó de inmediato haber dicho aquello. Seapartó de Rio y luchó por controlar sus emociones, como siempre había hecho.

—No es a Lettie a quien quiero o necesito. Sólo quiero abrazarte, corazón —dijoRio, apartando un mechón de pelo de la frente de Paloma—. ¿Qué te parece mi casa,este viejo granero?

—Es encantadora. La madera del suelo y las paredes es preciosa. Y es tan

espaciosa… —Paloma cerró los ojos cuando Rio la besó delicadamente en los labios.—Fue el primer granero en tierra de los Blaylock. Encajaba conmigo, como tú.

Eres la primera mujer que ha estado aquí. Me gustaría que vivieras conmigo… conun certificado de matrimonio sobre nuestra cama —la miró a los ojos—. Pareces tanasombrada… No es tan raro que un hombre quiera estar con una mujer parasiempre, que forme parte de él. Me alegra que estés aquí, cariño.

—Creo que no voy a ir al baile contigo, Rio —empezó Paloma, alterada por lasemociones que palpitaban en su interior. «Un certificado de matrimonio». Habíaluchado contra los apegos toda su vida de adulta, temiendo el dolor de la pérdida, y

Rio le estaba ofreciendo su corazón, su hogar y un anillo de casada.—Bien. Entonces, nos quedaremos en casa —Rio tomó una mano de Paloma y la

besó en la palma con gran ternura—. Te he echado de menos.

Temblorosa, temiendo la calidez que se arracimaba en su interior, ella se apartóy se colocó tras el sillón.

—Me voy.

La mirada de Rio se oscureció mientras se inclinaba para soltar sus perneras.Cuando lo hubo hecho, arrojó éstas a un rincón.

—Con este tiempo y a estas horas no vas a volver a esas malditas montañas,delgaducha.

Paloma adelantó la barbilla con gesto obstinado.

—No eres mi padre, ni mi guardián. Ya soy mayorcita, Rio. He cuidado de mímisma desde los diecisiete años.

—Toma nota: soy tu amante y voy a ser tu marido, y todo lo demás son sólohojas llevadas por el viento.

Las palabras de Rio dejaron a Paloma sin aliento, y una rabia que nuncaliberaba surgió a la vida, recorriéndola hasta hacerla temblar. Notó que estabaclavando los dedos en el respaldo del viejo sillón.

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—Ni lo sueñes —logró decir.

La boca de Rio se tensó.

—No soy un hombre al que le guste discutir, pero hoy he discutido con todo elmundo, incluyendo al viejo doctor Bennett. No quería denunciar a los adolescentes

que le estaban fastidiando. Yo les he advertido seriamente, como acabo de hacercontigo. Cuando un hombre vuelve a casa le gusta encontrar a una mujer con un besoen los labios, no a una descarada.

Paloma se quedó muda ante aquel comentario machista y Rio sonrió.

—Me echabas de menos, o no te habrías quedado aquí, esperando a besarme.Ven aquí, delgaducha— Dame uno de esos maravillosos besos y yo te lo devolveré yhablaremos de los bebés que vamos a tener. Los Blaylock tienen tendencia a tenerchicos, pero a mí me gustaría tener una pequeña revoltosa de ojos azules.

—Te voy a dar algo, pero no precisamente un beso. Ese toro podría habertematado —logró decir finalmente Paloma, cuando las visiones de una familia con Riodejaron de danzar en su cabeza. No podía fiarse de sí misma ahora; no mientras él leestuviera tomando el pelo.

—¿El viejo Mad Mose? Sólo estaba haciendo lo que se supone que debe hacer.Pero me alegra que te preocuparas por mí. Tu problema es que no sabes cómo jugar—dijo Rio, pensativamente. Miró los dedos de Paloma, hundidos en el respaldo delsillón—. Deja de estrujar mi sillón. En mi favorito.

—¿Esta antigualla? No me extraña, teniendo en cuenta que es el único muebleque hay en la casa, aparte de tu cama. Si esta casa tan bonita fuera mía…

Rio entrecerró los ojos y comenzó a rodear el sillón.

—¿Qué harías si fuera tuya?

—¡No se te ocurra dar un paso más! —advirtió Paloma.

—Hmm. Seguro que no te persiguen ni te hacen cosquillas desde hace muchotiempo.

Extrañamente, Paloma sintió el impulso de responder al reto de Rio; se sentía joven y llena de vida.

—Te advierto que he tomado clases de defensa personal.—En ese caso, y ya que ninguno de los dos parece demasiado cansado,

 juguemos.

—¿A qué?—la mente de Paloma se llenó de visiones del cuerpo desnudo de Rioamándola en la cabaña, haciendo que un intenso anhelo se apoderara de ella.

—A juegos de chicos y chicas. A pelear, a besuquearnos, a los médicos… Tedejo ganar.

—Seguro que tienes mucha práctica.

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—Puede que esté bastante curtido, pero el otro día, en la cabaña, fuiste miprimera mujer en mucho tiempo… y fue la primera vez que me quedé toda la noche.¿Qué harías exactamente con mi casa? —preguntó, pasándose la mano por el pecho.

Paloma apartó la mirada.

—Primero pondría un sofá color crema y elegiría el resto de los colores enfunción de eso… y estoy segura de que ibas rápido en tus aventuras.

—¿Aventuras? Iba a casarme a los dieciocho años, pero no fue lo que tú llamasuna «aventura». He salido con mujeres, pero nunca he encontrado lo que buscaba.Después de una temporada, dejé de hacerlo. No quería citas ni aventuras. Soy losuficientemente mayor como para conocer la diferencia. Como tú.

Paloma se apartó lentamente mientras Rio avanzaba hacia ella.

—Me libraría de todos esos rifles que tienes en la pared y…

—Un hombre necesita sus rifles y su sillón —dijo Rio con firmeza—. ¿Es tutobillo el motivo de que no quieras ir a bailar? ¿Te duele ahora? ¿Cómo te lorompiste?

—Eres un hombre de ideas fijas, lento, testarudo… Me lo rompí a los cuatroaños, trepando a un árbol para rescatar a un gato. No se me curó bien porque mimadre me hizo empezar con las clases de baile antes de tiempo. ¿Pero por qué es tanimportante para ti ese baile? —Paloma saltó a un lado cuando Rio trató de sujetarla yse esforzó por no sonreír—. Pero no creas que no puedo bailar.

—Mmm. Eso dices.

—Puedo bailar —insistió Paloma, sin comprender por qué sonreía, ni por quésentía aquella especie de júbilo.

—Necesito que me salves de Lettie —dijo Rio, serio, mirándola—. Lleva añospersiguiéndome.

—Seguro que puedes arreglártelas solo. No ha estado bien que la echaras enbrazos de tu hermano Tyrell.

Riendo, Rio se movió para bloquear el camino de Paloma hacia la puerta.

—¿Qué te parece si tomamos una ducha y nos vamos a cenar al café de  Mamie?

Después, podemos aparcar el todoterreno frente al lago para llenar las ventanas devaho.

—¿De vaho?

—Ya sabes, cuando un pareja se besa y abraza en un coche, las ventanas sellenan de vaho.

Paloma se ruborizó.

—Nunca he hecho una cosa así.

Tomándola por sorpresa, Rio se inclinó y se la echó al hombro. Mientras

caminaba, le dio una palmada en el trasero y luego se lo acarició.

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—En ese caso, ya va siendo hora de que lo hagas. También querré hacerlodespués de que nos casemos, y cuando tengamos niños. Y cuando seamos mayores.

—¿Dónde me…? —Paloma aterrizó de espaldas en la cama. Rio permaneció junto a ésta—. Tienes que dejar de hablar de matrimonio y familias, Rio. No soy una

posible candidata.—Claro que lo eres. Estás toda caliente y excitada, delgaducha —susurró Rio

mientras ella salía de la cama por el otro lado—. ¿Me has echado de menos?

—¿Por qué me quieres? —la pregunta surgió de entre los labios de Palomaantes de que pudiera impedirlo.

—Porque encajamos a la perfección. La cama es nueva, por si eso es lo que tepreocupa, ojos azules. La hice para ti. A veces, uno lo sabe y punto —dijo Rio confirmeza, como si fuera a mantener su opinión aunque el mundo empezara a girar alrevés. De pronto, se quitó la camisa. Había dejado de llover y la luz de la luna

entraba por la ventana, reflejándose en su pecho y hombros.Paloma tembló, luchando contra el impulso de acariciarle el pecho. Nadie la

había querido nunca por sí misma, excepto Boone. Pero la relación que le ofrecía Riola aterrorizaba.

—Me estás asustando —murmuró.

—Y tú a mí —replicó Rio mientras se soltaba el cinturón—. ¿Crees que meresulta fácil aceptar que estés empeñada en vivir en esa cabaña, donde podría pasartecualquier cosa?

—Llevo años cuidando de mí misma.—Pues ya va siendo hora de que dejes que alguien te eche una mano.

—¡Deja de desvestirte! —ordenó Paloma, que empezaba a ver los calzoncillosde Rio asomando por encima de sus vaqueros.

—Querida, si no me meto en la ducha ahora mismo, esta cama que se interponeentre nosotros no va impedirme besarte hasta hacer que pierdas el sentido —advirtióél oscuramente.

—Oh —Paloma había mantenido relajadas conversaciones con parte de loslíderes de los gobiernos más poderosos del mundo, y sin embargo, en aquel

momento sólo fue capaz de pronunciar aquel monosílabo.Rio asintió y se encaminó hacia el baño. Sus pantalones se deslizaron un poco

más, y un fiero y hambriento anhelo recorrió a Paloma. Deseaba alargar la manohacia él, quitárselos del todo, sentirlo en su boca… Si se volvía, si la besaba dulce yardientemente… Cuando oyó el sonido del agua corriendo, tragó con esfuerzo.

De pronto se dio cuenta de que le dolía la mano con que aferraba el cabecero dela cama. Rio la había hecho para ella. ¿Podía creerlo? Volvió las manos y miró loscapaces dedos que había conformado su carrera, su vida. Odiaba a Rio por hablarcon tanta franqueza, por colarse entre sus defensas, por burlarse de ella. Lo odiaba

porque ahora sabía que se había entregado a Jonathan con esperanzas y sueños y éste

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no le había dado nada. Ahora, su experiencia con Rio definía con toda claridad loestúpida que había sido.

Enfadada con él y conmocionada por sus conflictivas emociones, caminó agrandes zancadas hacia el gancho en que colgaban las llaves del todoterreno. Abrió

la puerta del baño y alargó la mano para tirar de la cadena, cortandomomentáneamente el fluido del agua fría. Rio soltó una maldición. Cerrórápidamente los grifos y apartó la cortina de la ducha.

—No me digas que eso ha sido un accidente. Paloma sonrió con exageradadulzura, disfrutando del ceño fruncido de Rio.

—Puedes recogerlas mañana en el almacén —dijo, balanceando las llaves anteél.

El mojado pelo de Rio chorreaba sobre su oscuro ceño.

—La gente hablará.

—Ya saben que no soy tu tipo —Paloma miró los feos arañazos de su brazo—.No olvides limpiarte esas heridas con un antiséptico.

—Sí, señora —murmuró Rio, saliendo de la ducha. El agua chorreaba por sumoreno cuerpo y Paloma tuvo que hacer un esfuerzo por mantener los ojos fijos enlos de él.

Dio un paso atrás, sin fiarse de él ni de sí misma. Vibraba con la necesidad delanzarse entre sus brazos, de luchar con él para sujetarlo sobre la cama y besarlo…Asustada por aquellas desconocidas y desconcertantes emociones, salió del baño

caminando de espaldas. Rio avanzó hacia ella.—Estás empapado. Vas a resfriarte. Estropearás el suelo.

—Vaya, vaya. Hace un momento me ha parecido que estabas a punto detirarme algo. ¿Qué he hecho?

Paloma no podía decirle que la había hecho sentirse como una mujer, que ahorasabía aún con más certeza que había desperdiciado una preciada parte de sí mismaentregándose a Jonathan.

—Más bien habría que preguntar qué no has hecho. Eres imposible.

—Oh, oh.Rio avanzó otro paso y Paloma tuvo que redoblar los esfuerzos para no bajar la

mirada. Cerró de un portazo el baño, se volvió y corrió fuera de la casa,sumergiéndose en la lluviosa noche. Oyó que Rio corría tras ella. Cuando notó que lasujetaba por un hombro, se volvió y ambos cayeron sobre el frío barro del suelo. Riose movió mientras caían, de manera que su cuerpo amortiguara la mayor parte delimpacto.

—Ya lo has conseguido. Ahora te resfriarás y Roman querrá pegarme. Tiene unterrible derechazo —murmuró mientras apartaba un embarrado mechón de pelo dela mejilla de Paloma. Se sentó en el barro para mirarla atentamente, como si estuvieraviendo un volcán a punto de estallar—. Grita. Te ayudará —sugirió, amistosamente.

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—Eso ha sido un placaje de fútbol —logró balbucear finalmente Paloma—. ¡Mehas placado! ¡Y yo nunca grito! —cerró la boca, dándose cuenta de que estaba apunto de hacerlo.

—Tenía que hacer algo, o te habrías escapado justo cuando las cosas empezaban

a ponerse bien. Es sólo barro —replicó Rio en tono razonable.Parpadeando, Paloma no pudo evitar deslizar la vista por su cuerpo cubierto de

barro.

—Estás desnudo, Rio. Estás tumbado desnudo sobre el barro… y estásevidentemente… —volvió a parpadear, tragó con esfuerzo y añadió—: ¡Y estásevidentemente excitado!

Él sonrió y apartó con un dedo un trozo de barro de la nariz de Paloma.

—Tú tampoco estás precisamente limpia.

—Estoy hecha un asco. ¡Por tu culpa! ¡Me has tirado en un charco de barro! —aún aturdida, Paloma frotó el barro que cubría su pecho. Miró a Rio, quecontemplaba sin el más mínimo pudor el jersey que, completamente empapado, seceñía a sus pechos. Apoyó una mano en su rostro y lo empujó a la vez que trataba deponerse en pie. Cuando lo logró, Rio soltó un animado grito y la tumbó sobre él.

—¿No te gusta esto, delgaducha? —preguntó, palmeándole el embarradotrasero.

—Ohhh —en esa ocasión, Paloma no se molestó en disimular su enfado y lanzóun puñado de barro en dirección a su rostro.

Rio esquivó el barro, se levantó y, agachándose ante ella, volvió a echársela alhombro. Volvió a palmearle el trasero.

—No te preocupes. Mejorarás. Tómatelo con calma, delgaducha. Creo quepodrías llegar a tener un auténtico mal genio.

—¡Es por tu culpa! ¡Nunca me habían atormentado de esta manera! —protestóPaloma, tratando de zafarse.

Rio entró en la casa, cerró la puerta de un puntapié y empezó a desnudarla,esquivando sus manotazos.

Unos instantes después, Paloma estaba en la ducha, boqueando mientras unfuerte chorro de agua caliente caía sobre su cabeza.

Rio le echó champú en la cabeza y se inclinó para darle un breve beso que supoa jabón.

—¿Te asusto? —preguntó, inocentemente—. ¿Te parece demasiado reducidoeste espacio?

—Si salieras, estaría perfectamente —replicó Paloma. Rio estaba jugando conella, pero también la estaba probando, y no estaba segura de cómo reaccionar. Pero loharía.

Cuando terminaron de ducharse, Rio la besó en la mejilla.

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—Ese bonito hoyuelo se hace más profundo cuando tratas de reprimir tu genio.

Paloma entrecerró los ojos, taladrándolo con la mirada.

—No tienes idea de lo que sería capaz de hacerte.

—Oh, claro que la tengo —replicó Rio sensualmente, saliendo de la ducha, paradejar que ella terminara de aclararse.

Unos momentos después, mientras envolvía una toalla en torno a su pelo y seponía la camisa que Rio había dejado para ella, Paloma decidió que iba a necesitaruno de los rifles de aquel hombre imposible. Al ver la venda sin abrir en la repisa delbaño, supo que no se había ocupado de su herida. Vestida tan solo con la camisa,rebuscó en el cajón de las medicinas. Sacó un antiséptico y algodón, tomó la venda ysalió de baño, decidida a no ser la causa de que se infectaran las heridas de Rio.

La chimenea estaba encendida cuando entró en la enorme y única habitación. Elronroneo de la lavadora llegaba a través de las mamparas que servían para separar lacocina del resto. Rio estaba allí, vestido tan sólo con unos vaqueros, batiendomantequilla en un recipiente. Antes de que Paloma pudiera abrir la boca para decirlelo que pensaba, dijo:

—El azul te sienta muy bien. Realza el precioso color de tus ojos… No tepreocupes por quién eres, ni por cómo te sientes. Lo que importa es qué sientes. Losuperarás.

Paloma no esperaba aquel giro en la conversación, aquel tono cálido vcomprensivo por parte de Rio.

—No consigo seguirte —admitió con suavidad—. Durante un minuto me estásatormentando y al siguiente…

Rio dejó el recipiente en la encimera y se acercó a ella.

—Tienes que secarte el pelo, o te vas a acatarrar. ¿Qué es eso? —preguntó,mirando el frasco de antiséptico y el algodón que Paloma sostenía en una mano.

—No te has molestado en curarte la herida… he pensado… —Paloma habló enun ronco susurro. Realmente quería cuidar a Rio… La emoción la embargó.

—Aprecio el detalle, señorita —Rio la llevó hasta la chimenea v la hizo sentarseen una manta, frente al fuego. Luego se sentó frente a ella y le acercó el brazo herido.

Paloma le hizo la cura con toda la delicadeza que pudo, concentrándose enevitar mirarlo. Estaba acostumbrada a actuar frente a grandes audiencias, sinembargo, el mero hecho de estar ante aquel hombre la hacía temblar.

—Deberías cuidarte más.

—Sí tú lo dices, lo haré —con la mano libre, Rio retiró la toalla húmeda de lacabeza de Paloma. Luego enlazó los dedos en su pelo y comenzó a desenredárselocon suavidad para que se secara junto al fuego. Su forma de hacerlo fue tan suave ydelicada que Paloma logró relajarse casi por completo. Luego, Rio apoyó una manoen su mejilla y la miró tiernamente a los ojos—. Estarás bien, cariño. Sólo tienes quedarte tiempo.

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—¿Cómo lo sabes? —cautiva entre sus temores, sus esperanzas y sus sueños,Paloma no podía soportar la idea de irse ni la de quedarse.

—Has venido para tratar de resolver lo que te preocupa. Hay que tener valor yser una persona fuerte para tomar esa decisión.

Paloma aferró las muñecas de Rio, desesperada por creerlo.—Ojalá pudiera creerte.

—Puedes creerme. Lo superarás.

Por un momento, Paloma se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza contra elhombro de Rio, confiando en él. Cuando se apartó, asustada por la ternura quedespertaba en ella aquel hombre, vio que la miraba con una cálida sonrisa.

—Hago unas tortitas muy buenas —dijo él, deslizando un dedo por sus labios—. ¿Te quedas a cenar?

—¿Realmente me lo estás preguntando? —dijo Paloma, tratando de sonreírmientras apoyaba una mano sobre el pecho de Rio, justo encima de su corazón. Elsólido latido de éste resonó en su interior, reconfortándola. Deslizó la mano hasta sufuerte hombro y notó el escalofrío que lo recorrió. No quería confiar en él… —. Creoque soy hija de Boone —tragó mientras Rio apoyaba una mano sobre la de ella,presionándola contra su hombro. Su contacto le dio fuerza para compartir sustemores—. No me quería lo suficiente como para reconocerme.

—Boone era un buen hombre. Te quería. Recuerdo cómo te miraba —dijo Riocon suavidad.

Las lágrimas que llevaban rato acechando se deslizaron finalmente por lasmejillas de Paloma. Agachó la cabeza, ocultándolas. Rio la atrajo hacia sí, haciéndoleapoyar la cabeza en su hombro con una mano mientras le pasaba la otra por loshombros.

—Boone quería a tu abuela, Rio. Cuando hablaba de ella, sus ojos se suavizabany su voz se volvía más dulce.

—Lo sé. Recuerdo que fue a verla y que yo y mis hermanos sentimos una grancuriosidad por aquel hombre que había estado en sitios tan lejanos. Boone soloquería asegurarse de que mi madre estaba bien. Ella le ofreció un trozo de tarta de

manzana recién hecha, un beso en la mejilla y una sonrisa—. Boone le dijo que sealegraba de que estuviera bien, y ella le dijo que también se alegraba de verlo bien aél.

—No debería… —toda una vida de doloroso rechazo se acumuló en la gargantade Paloma, atenazándola.

—Claro que sí. Déjate llevar, cariño, déjate llevar.

Cuando las silenciosas lágrimas se convirtieron en sollozos, Rio la acunó entresus brazos, frente al fuego. Paloma aceptó el suave balanceo de sus brazos, de sucuerpo, y lloró.

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A la una de la mañana, tras un largo y dulce beso de despedida de Rio, agotadapor las emociones, Paloma condujo hacia el almacén de Jasmine. Su saco de dormirera todo lo que necesitaba como cama en la antigua tienda, su herencia de Boone ylos recuerdos que la rodeaban.

Entonces se encontró aparcando el todoterreno a poca distancia del cementeriofamiliar de la familia Llewlyn. El cielo se había despejado y la luna brillaba en lo alto.¿Quién era ella? ¿Sería realmente hija de Boone? ¿Cómo podía haberse pasado la vidasin risas, sin rabia, sin jugar… sin amor? ¿Por qué confiaba en Rio?

La casa Llewlyn se alzaba blanca y majestuosa a la luz de la luna. Parecía unmonumento a su sensación de seguridad en la infancia, a aquellas breves estanciascon Boone. El fue bueno con ella, y sin embargo dejó que su madre se la llevara. Nopodía soportar visitar la casa, dejar que los recuerdos la persiguieran. Rio. No habíaquerido que se fuera; había visto cómo luchaba por controlar su deseo de retenerla.

Un solitario jinete cruzó una loma iluminada por la luna. El caballo se detuvo yel jinete se irguió sobre la silla, y Paloma supo que Rio la había seguido. Paramantenerla a salvo. Sus instintos le decían que bajo su burlón y juguetón disfraz seescondía un hombre fuerte, seguro, capaz de querer y dar cariño, como Boone.

Demasiado cansada para luchar contra sus instintos, arrancó el todoterreno ycondujo de vuelta a la casa de Rio. Llegó antes que él y fue directa a tumbarse en lacama, totalmente vestida.

—Duerme, corazón, duerme —oyó que él le susurraba un rato después,mientras le quitaba las botas y la cubría con una colcha.

«Ahora estoy a salvo», pensó, mientras él enlazaba sus dedos con los de ella.«Ahora estoy a salvo».

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Capítulo Seis

Paloma apretó los párpados contra el sol de la mañana. Se tumbó boca abajo yfrunció el ceño al oír un distante murmullo de voces masculinas. Una mujer acalló lasvoces y a continuación sonaron unos pasos cruzando la habitación.

—Los hombres Blaylock tienen una forma especial de fastidiar un buen sueño.Son las nueve, casi mediodía para un rancho —dijo Kallista cuando Paloma abrió losojos. Le entregó una taza de té—. También he preparado café, pero antes o después,Roman y Rio dejarán de discutir. James, Dan y Logan también querrán café. Si tequedas, te acostumbrarás a las llegadas de los Blaylock por la mañana temprano,para ayudarse mutuamente en sus tareas. Y a Else le encanta venir a cocinar para sushermanitos. Y a mí me gusta despertar con su desayuno esperándome.

Paloma gruñó, recordando a los Blaylock en el almacén.

—¿Hermanitos? Según recuerdo, ninguno baja del metro ochenta y todos estánfuertes como toros. No soy una persona familiar, Kallista. No me gusta aterrizar enmedio de una familia. No he venido aquí por eso.

—Yo tampoco vine por eso. Estaba acostumbrada a viajar, a estar sola, como tú.Pero ahora… —acarició con ternura su abultado vientre—… no puedo imaginar otracosa. Todo el resto ha desaparecido. Me siento feliz. Pero no me resultó fáciladaptarme a un lugar, a una pequeña población como Jasmine, y a la numerosafamilia Blaylock. Ahora los adoro. Los hombres Blaylock son unos maridosmaravillosos.

—No es probable que me quede —Paloma tomó la taza y apartó la colcha que lacubría. Aún estaba totalmente vestida y llevaba la camisa de Rio. Se sentó en el bordede la cama y dio un sorbo a su té, observando la cálida sonrisa de Kallista. Algo fluíaentre aquella mujer y ella, algo que no lograba comprender—. Supongo quepensarás…

—Creo que no deberías preocuparte por eso —Kallista arqueó una ceja al notarque las voces de los hombres subían de volumen. Sonrió y miró significativamente lacamisa de Paloma—. Pero puede que quieras abrocharte la camisa de Rio antes deque llegue toda la familia.

Paloma bajó la mirada e hizo lo que Kallista había sugerido.

—Mi jersey no estaba seco. Ayer, gracias a Rio, me di un baño de barro —Paloma se levantó, se estiró y miró la cama, sin encontrar evidencia de que Riohubiera dormido en ella. Vio el saco de dormir frente a la chimenea y supo que si Riola hubiera despertado, se habría entregado a él…

—¿Este tan pequeño? —preguntó Kallista, alzando un encogido jersey—. Metemo que ha pasado demasiado tiempo en el secador. Es una pena. El diseñadorlamentará su pérdida.

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Paloma sabía exactamente cómo reaccionaría Rio ante un jersey demasiadoceñido. Su deseo por ella parecía constante, irrefrenable, y, sin embargo, la respetaba.Un cálido escalofrío la recorrió. Era deseada, como mujer, no como un trofeo.

—¿Por qué están aquí todos los Blaylock? Debería irme.

—Tú eres el motivo de que estén aquí. Rio quiere que te sientas cómoda en sucasa. Se ha presentado en la nuestra al amanecer…

Kallista dio un respingo al oír la poderosa voz de Roman.

—¿Kallista? ¿Se encuentra bien?

—Perfectamente —replicó ella. Volviéndose hacia Paloma, añadió—: Romanestá preocupado por ti. Ahora mismo está sermoneando a Rio, y a éste no le estágustando el mensaje.

Roman volvió a llamar a Kallista a voces y ésta fue a abrir las puertas

correderas. Unos segundos después, Roman, James, Logan y Rio entraron cargandoun piano de pared cubierto con una gruesa manta. Dan los seguía con la banqueta.Rio retiró la manta y lanzó una mirada lo suficientemente ardiente hacia Palomacomo para derretirla. Ella fue incapaz de moverse. Sus pies se negaban a obedecerle,mientras el resto de su cuerpo quería saltar sobre Rio para cubrirlo de besos. Estaba apunto de sonreír, cuando Rio dijo:

—Ya iba siendo hora de que despertaras.

Habló como si tuviera todo el derecho a decirle aquello, como si pasaran cadanoche juntos. Paloma decidió que ya le aclararía las cosas después. De momento, el

viejo piano, el que solía tocar para Boone, acaparó toda su atención. Se acercó ydeslizó una mano casi reverencialmente por su brillante y negra superficie.

—Ponedlo junto a la ventana… justo ahí, donde la luz es más suave y corre labrisa.

—Boone quería que lo tuvieras —dijo Roman con suavidad, y extendió sobre latapa superior un tapete negro con brillantes flores bordadas.

Paloma trató de reprimir las lágrimas, pero no lo consiguió. Su mente se llenóde imágenes de Boone sentado a su lado mientras tocaba. ¿Por qué no la habíareconocido como hija suya? Deslizó una mano por las teclas, oscurecidas con el paso

del tiempo.—Es un piano antiguo y encantador. Solía tocar en él las canciones favoritas de

su madre.

Miró la banqueta que Rio acababa de colocar ante el piano. Abrió la tapa yencontró las viejas partituras esperándola. Se sentó lentamente, colocó los pies en lospedales y apoyó las manos en las teclas.

—Solían parecer tan grandes —susurró. No podría soportar tocar en aquelmomento, con sus emociones tan cercanas al pasado. Miró a Kallista, que acababa deservir café a los Blaylock—. Es un piano encantador —dijo, y una lágrima se deslizó

por su mejilla, cayendo sobre un tecla—. Ha pasado tanto tiempo… No quiero tocarahora. Por favor, no me pidáis que lo haga.

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—Tu decides, cariño. Nadie te ha pedido que toques —dijo Rio con suavidad.

Paloma se irguió en el asiento. Nunca había tenido una familia, y ahora,rodeada de Blaylock, con sus oscuros y tiernos ojos mirándola, sintió miedo.

—No voy a quedarme —dijo, con voz temblorosa, tratando de explicar a

aquella buena gente por qué no podía quedarse, por qué no podía permitirse…—Maldita sea. Entonces he hecho una buena cama para nada —dijo Rio,

mirándola, retándola.

—No empieces —ordenó Roman con firmeza—. ¿Por qué ha dormido vestida?Ahora tiene toda la ropa arrugada. Dile que tiene que venir a casa con nosotros,Kallista. Debe mantenerse alejada de las garras de Rio.

—No te metas en esto, Roman —Paloma dejó a un lado sus temores, prefiriendola seguridad de una buena pelea con Rio—. El no puede reclamarme suya así comoasí. Necesita que le bajen los humos, y yo me ocuparé de ello. Por cierto, supongoque te has fijado en que lleva el brazo vendado. Eres su hermano y no deberías haberdejado que alzara algo tan pesado como el piano. Está herido.

Los hermanos Blaylock la miraron, aturdidos. —Sólo son unos rasguños —murmuró Rio, como si estuviera avergonzado—. ¿De verdad crees que puedesbajarme los humos, delgaducha?

Paloma miró al hombre que había alterado por completo su vida e irguió loshombros. Él la había cuidado y ella iba a cuidarlo, le gustara o no.

—Ve a por el desinfectante. Hay que volver a curar las heridas.

Rio la miró mientras sus hermanos empezaban a sonreír.—¿A quién se supone que estás dando órdenes?

—Ve a por el baúl, Roman —murmuró Kallista con una sonrisa—. Creo quedeberíamos irnos.

Roman alzó sus oscuras cejas.

—¿Dejar a esta dulce chica con Rio? —preguntó en tono protector—. Deja delanzar miradas lascivas a la muchacha, Rio. Fíjate, se le ven los colmillos y estábabeando.

Paloma parpadeó y miró a Rio. Su sexy sonrisa estaba dedicada a ella… a ella,una mujer que ni siquiera era atractiva, que era demasiado alta, demasiado cortantecuando estaba con él. A pesar de todo, la expresión de Rio decía que le gustaríabesarla, llevarla a la cama…

Kallista palmeó con suavidad el hombro de Roman.

—Tranquilo, papá. Creo que ya son mayorcitos para resolver esto solos.

—Paloma debería quedarse con nosotros. Tenemos sitio de sobra. Tú y elladeberíais… —Roman se interrumpió de repente, como si hubiera estado a punto dedecir algo que no debiera. Luego murmuró algo sobre Rio «el donjuán» y empujó a

 James, a Dan y a Logan hacia la puerta—. Vamos a por el resto del mobiliario.

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—¿Mobiliario? —preguntó Paloma, dándose cuenta de que Rio había dado unpaso adelante en su relación sin consultarle.

—Una mujer no puede vivir con un sillón y una cama. He pensado que tegustaría hacer la casa más habitable —dijo Rio en tono defensivo—. Son sólo unas

cuantas cosas viejas, pero están hechas de buena madera.—Crees que voy a quedarme a vivir contigo —dijo Paloma, despacio, deseando

saltar sobre él con el puño cerrado y… De pronto se dio cuenta de su reacción.Enlazó las manos en su regazo, preguntándose cómo era posible que aquel hombre laafectara tanto—. Soy una concertista de piano, no una decoradora, ni una ama decasa.

—Si no quieres hacer nada, por mí no hay problema. De todos modos, losmuebles son bastante viejos. El aparador de cerezo era de mi madre. Guardaba en élla vajilla de plata y los manteles. En esa vieja mesa han comido casi todas las familias

de Jasmine, y yo soy el único que tiene espacio para usarla. Paloma miró el preciosoaparador de cerezo. El aireado y remodelado granero de Rio la atraía, le hacía desearconvertirlo en un hogar. Nunca había tenido uno. Se había pasado la vida enhabitaciones de hotel y en apartamentos alquilados que no contenían nada suyo.

Las siguientes palabras de Rio fueron más un reto que una invitación.

—Puedes quedarte en la buhardilla o aquí abajo. Terminaré el baño de arribapara ti. Hay sitio de sobra. —Llevaos el sillón —ordenó Paloma a los hermanosBlaylock, mirando a Rio a los ojos mientras Kallista señalaba un lugar en el suelopara dejar el baúl con que acababan de entrar Roman y James.

Rio alargó de inmediato la mano hacia su sillón. —No… mi sillón… no…Paloma se encogió de hombros, disfrutando con el desconcierto de Rio.

—Sí me quedo… «si» me quedo… tendrá que ser reparado y tapizado.

Rio frunció el ceño y lanzó una mirada de advertencia a Kallista, que acababade soltar una risita. —¿De qué color? —preguntó en tono receloso.

—Esto tendrás que dejarlo de mi cuenta. Tendrás que confiar en mí, ¿no? —insistió Paloma, necesitando atormentarlo. Los muebles quedarían muy bien una vezreparados. Estaba deseando empezar a arrancar, limpiar y restaurar—. Puedohacerlo yo misma —susurró para sí—. No puede ser muy difícil. Compraré un libro.

—Quiere tener nuevas experiencias —explicó Rio a sus hermanos, y se sentó ensu sillón como si fuera un soldado defendiendo el último puesto de la frontera—.Hace mucho que tengo este sillón. Sólo está un poco gastado.

Roman, Logan, Dan y James se colocaron junto a él, cruzados de brazos ymirando a Paloma con sus oscuros y encantadores ojos. Kallista dio un suave codazoa Paloma.

—No saben qué vas a hacer a continuación. Los estás asustando.

—¿En serio? —Paloma se irguió, sintiendo cierta satisfacción al saber que podía

afectar a los poderosos varones Blaylock.

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—Necesitas relajarte, no ponerte a trabajar como una loca —dijo Rio confirmeza.

—Necesitas descansar, dar paseos por el campo, tomártelo con calma —añadió James.

—Si te quedas aquí con Rio, arreglando este viejo granero, no podrás dedicarmucho tiempo a tu tienda, ¿no? —sugirió Roman.

—Vale ya —dijo Kallista cuando logró parar de reír. Paloma se encontrósonriendo, fascinada por los cautelosos varones que salían de la casa.

Una vez a solas con Kallista, miró por la ventana a los Blaylock, que no parecíanprecisamente divertidos con Rio. Lo rodearon en cuanto estuvieron fuera, y sus vocesllegaron amenazadoras a través de las puertas abiertas.

—Voy a hacerle pagar —dijo Paloma, hablando en serio—. No debería haberempezado todo esto. Me gusta vivir tranquila y en mis propios términos.

—Pues por la forma en que está sonriendo no debe saber que vas a hacerlepagar. O puede que lo esté deseando —Kallista abrió el viejo baúl que Paloma vio ensu infancia en casa de Boone—. Cuando te apetezca, me encantaría que vinieras acasa de visita. Y la oferta para quedarte con nosotros queda abierta. A Else también legustaría que fueras a quedarte con ella. Ya ha sermoneado a Rio por haberseprecipitado contigo. Si no se comporta, puedes contar con ella.

—Yo puedo ocuparme de Rio Blaylock —dijo Paloma con determinación.

Cuando Kallista abrió el baúl, se llevó las manos al pecho. Contenía los antiguos

vestidos de la madre de Boone. Se inclinó y deslizó los dedos con delicadeza por latela.

—Boone también quería que tuvieras esto. Te quedarán muy bien. Me hetomado la libertad de airearlos.

Paloma no pudo soportar tocarlos, y apartó una temblorosa mano.

—Solía ponérmelos de pequeña para disfrazarme, y recuerdo que los arrastrabapor el suelo.

Kallista la abrazó brevemente y sonrió.

—La madre de Boone era una mujer alta. Puede que ahora te queden bien. Oh,mira fuera. Los Blaylock están enzarzados en una discusión, y estoy segura que essobre el rodeo de esta tarde. Rio le dijo a Else que va a llevarte al baile esta noche.Está muy excitada al respecto. Rio nunca había llevado a ninguna chica al baile hastaahora, aunque una vez allí, siempre lo capturaba alguna. Todo esto contando con quesalga de una pieza después de montar sobre el toro. Oh, mira. Ese es el camión dereparto de la tienda de muebles de Dora. Rio ha comprado ese sofá color crema quequerías.

—¿Montar sobre el toro? —preguntó Paloma cuidadosamente, recordando elenorme toro que había visto la noche anterior cargando contra Frisco.

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—Mmm. Ese sofá quedará perfecto —dijo Kallista, mirando por la ventana—.Rio es muy bueno en el rodeo. Esta tratando de aprender algo de música clásica paracomplacerte. Si se rompe una pierna, o algo parecido, tendrá tiempo de sobra paraescuchar todas esas cintas y practicar con su nueva guitarra.

Temiendo por Rio, Paloma no tuvo tiempo de pensar en su nuevo interésmusical. Salió de la casa y caminó rápidamente hacia donde estaban los hermanos.En cuanto estuvo junto a él, Rio le pasó una mano por la cintura, la atrajo hacia sí ysiguió hablando sobre qué toros saltaban más alto y caían primero sobre sus patasdelanteras. Paloma tiró de su cinturón.

—Mirad —dijo Rio, tomándola por la barbilla y haciéndole alzar el rostro haciael brillante sol de Wyoming—. ¿Habéis visto alguna vez un hoyuelo más bonito? —preguntó a sus hermanos. Se inclinó para besarla en la mejilla y siguió hablando—. Elviejo Slew Foot sí que era escurridizo. Nunca he visto un toro más…

Paloma debía impedir que participara en el rodeo. Mirándolo con cara de pocosamigos, se preguntó qué haría falta para apartar su atención de sus hermanos. Enaquellos momentos, una discusión no serviría de nada. Finalmente, optó por la víarápida. Tomó el rostro de Rio entre sus manos, lo atrajo hacia sí y le plantó un sonorobeso en los labios. Luego se apartó para observar los resultados del experimento.

Rio alzó las cejas y la observó atentamente, acariciándole la cintura con lasmanos. Entonces, una lenta y sexy sonrisa curvó sus labios.

—Hola, cariño —dijo en tono suave, íntimo.

—Supongo que no pensarás montarte en ningún toro, ¿no? —preguntó Paloma,

aún anonadada por lo que acababa de hacer ante todos los hermanos de Rio. Losmiró; todos sonreían.

—¿No quieres que monte? —pregunto él, acariciando con una mano laruborizada mejilla de Paloma.

Ella lo miró, sin aliento. Tenía toda su atención. Rio la miraba como si fuera unexquisito postre que estuviera totalmente dispuesto a devorar… o una mujer a la queestaba dispuesto a abrazar durante el resto de su vida. Tragó, sin saber bien quéhacer con él. No podía declarar cuánto se preocupaba por él…

—Creo que deberías tener cuidado. Ya no eres tan joven, y he oído decir que los

huesos viejos curan muy despacio.—Supongo que podría hacerme daño —dijo Rio, pensativo—. Y estaría solo en

esta casa, sin nadie que me cuidara. Un toro puede zarandear a un hombre como sifuera un muñeco de trapo. El año pasado, un hombre cayó bajo uno y…

—¡No se te ocurra montar ningún toro! —exclamó Paloma, sin podercontenerse.

Rio metió los pulgares en los bolsillos de su pantalón y la miró atentamente.

—Entonces, realmente te preocupa lo que me pase, ¿no?

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Paloma abrió la boca y volvió a cerrarla. Decidió no decirle que era el únicohombre por el que se había preocupado de verdad… aparte de Boone. Con tantadignidad como pudo, regresó a la casa. Dentro, movió la cabeza y alzó las manos.

—Esto es demasiado. Hasta ahora, llevaba una vida tranquila. Algunos

exigentes conciertos, un agente con úlcera, un nuevo hotel cada noche… Lo únicoque me preocupaba era si el piano estaba afinado. Ahora, de pronto, estoy poniendoen peligro el único lugar de reunión de los hombres de la zona y Rio ha hecho unacama para mí. Para mí —repitió, incrédula—. Está tan seguro de lo que quiere… Escomo un tornado. Es un hombre imposible.

Kallista rió.

—Lo sé. Me pasó lo mismo con Roman. Nunca había conocido un hombre igual.Su honestidad resultaba muy desconcertante… Y me compró la cama más grandeque he visto en mi vida. Al principio me avergonzó, pero ahora, con nuestro

certificado de matrimonio incluido, voy a dar a luz en ella.Paloma fue hasta el viejo piano.

—Rio dice las cosas tal y como le salen. Habla de su corazón y de cuánto deseauna familia, y… creo que no podemos encajar, Kallista. No es probable que yo puedaadaptarme a vivir en un sitio como este. Sólo quiero resolver el pasado y ocuparmede lo que Boone me dejó. Me aterroriza el modo en que Rio me hace reaccionar.Nunca me había puesto furiosa en mi vida. Nunca había tomado el rostro de unhombre y lo había besado para llamar su atención —apoyó las manos en susardientes mejillas—. Estoy avergonzada. He tocado por todo el mundo, frente aaudiencias muy exigentes. Estoy acostumbrada a trabajar con gente difícil, peroRio… Creo que lo más seguro sería que me quedara en la cabaña para tratar deresolver las cosas por mí misma.

—Te seguiría.

—Sí, y discutiríamos. Y lo más increíble es que anoche pensé que estaría a salvoaquí, con él. Regresé, cuando tenía la opción de irme. Después de habermeprometido que no volvería a tener una relación profunda con ningún hombre. Ahora,Rio sabe más sobre mí de lo que debería, y no piensa dar marcha atrás.

—Rio siempre ha mantenido su casa a salvo de las mujeres que lo persiguen.

Sin embargo, a ti te ha pedido que te quedes y quiere hacerte feliz. Es evidente quebusca algo más que una aventura. ¿Por qué no te vas enfrentando a todo día a día?

—Y yo que pensaba que los pueblos eran lugares tranquilos y aburridos… —Paloma vio un cubo de agua bajo un grifo en el exterior y supo al instante lo quedebía hacer—. Discúlpame. Es muy agradable tenerte aquí —añadió, porque legustaba Kallista y porque era la primera vez en su vida que tenía la extraña sensaciónde ser la anfitriona de una casa.

Rio observó a la mujer que estaba colocando las sillas en torno a la mesa.Después del rodeo, tenía la misma mirada ardiente que cuando le había echado elcubo de agua sobre la cabeza.

—Oh, Rio —le había dicho con extremada dulzura—. Tengo algo para ti.

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Mientras él permanecía anonadado y chorreando agua, ella dijo:

—La próxima vez, pregunta —luego se volvió hacia los demás varones Blaylocky añadió—: Gracias por haber ayudado a Rio. Espero que volváis por aquí.

Ahora, después del rodeo, y aún inseguro sobre Paloma y su reacción hacia él,

Rio tomó la caja que le había dado Else. Paloma no parecía de buen humor, y temíaque se marchara. No sabía si estaba contenta o no. Cuando le había ordenado quepusiera la mesa, parecía encantada. Cuando él había sugerido llevar las sillas algranero, para repararlas, ella saltó como una leona.

—Ni se te ocurra, Rio —dijo, mirándolo como si estuviera defendiendo sunido—. Y creo que deberíamos plantar flores en torno al patio. Unas caléndulasquedarían muy bien.

Rio notó que no se había quitado las pequeñas rosas que le había puesto en elpelo antes del rodeo.

—Hasta ahora sólo me habían regalado flores después de los conciertos, ynunca me las habían puesto en el pelo —dijo ella con suavidad, y él sintió quelevitaba.

—Cada minuto contigo es una nueva experiencia para mí —dijo, sincero.

Ahora, Paloma lo estaba mirando con el ceño fruncido, y Rio consideraba esouna mala señal.

—Después de ganar en el rodeo no tenías por qué haberme montado en tu sillapara dar una vuelta por la arena.

Rio se preparó para una discusión. ¿Habría interpretado mal el hecho de quePaloma se hubiera dejado las flores en el pelo?

—Me has besado delante de todo el mundo —protestó ella—. Y no puededecirse que haya sido un beso suave.

—No me sentía precisamente fraternal —Rio acarició la mejilla de Paloma,tratando de comprender en qué se había equivocado.

—Ese es el problema. Ya hemos hecho el amor. Sabes que mi madre no fue unabuena madre. Sabes que me aterrorizan los lugares cerrados y que me estoycuestionando quién soy. Conoces mi cuerpo —Paloma movió la cabeza—. Sabes

demasiado, conoces todos mis puntos débiles.Rio la observó atentamente, pensando que su gesto de frustración era algo

nuevo. Eso era bueno. Tal vez. O tal vez no. Cuando la conoció, Paloma era unapersona excesivamente controlada, incluso fría, pero ahora empezaba a inclinarse unpoco hacia lo emocional.

—No sé por qué estoy en medio de este asunto familiar —continuó ella—. Miratodos esos preciosos muebles amontonados, ese magnífico espejo…

—Crees que después de haber hecho el amor, maravillosamente, por cierto, yano queda nada —interrumpió Rio—. Pero tengo noticias para ti, señorita. Tenemos elcomienzo de una buena relación. ¿Por qué me has devuelto el beso?

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—Creo que llevas demasiado tiempo saliéndote con la tuya —dijo Paloma conexagerada dulzura—. Puede que haya decidido empezar a ponerte un poco difícileslas cosas.

—Puede que ya lo hayas hecho —murmuró Rio, deseando poder estrecharla

entre sus brazos y volver a besarla.Paloma irguió los hombros y apoyó las manos en sus caderas.

—Bien.

—Así que aquí estamos —dijo Rio, tanteando su humor.

—Puedo irme en cualquier momento —replicó Paloma con firmeza,estableciendo las reglas entre ellos.

—Desde luego que puedes. Pero te llevarías mi corazón, y lo más probable esque fuera tras él…y tras de ti.

Paloma alzó las manos, exasperada.—¿Cómo puedes decir esas cosas? ¿Cómo has podido decirle a Lily, a Lettie y a

todas las mujeres que se han arrojado hoy entre tus brazos que estás comprometido yque tu hermano Tyrell está disponible?

—Porque yo estoy comprometido y Tyrell no —replicó Rio con calma. Se acercóa Paloma y le alcanzó la caja que sostenía—. Quiero que tengas esto. Else lo ha traídoal rodeo para ti.

Al ver que Paloma no reaccionaba, y viendo su confundida expresión, Rio sacóde la caja el chal bordado de su madre y lo colocó sobre sus hombros.

—Es azul, como tus ojos, querida. Mamá habría querido que lo tuvieras.

Paloma acarició la suave tela.

—Debió ser una mujer encantadora. De lo contrario no habría tenido unafamilia tan amorosa.

—Elizabeth Blaylock era una buena mujer. Y fuerte, como tú.

Rio no pudo resistir la tentación de rodear a Paloma con sus brazos. Tras uninstante de resistencia, ella se dejó abrazar y lo besó casi con timidez en la mejilla.Cuando volvió a hacerlo, Rio no pudo contenerse y tomó su boca con pasión.Enseguida, Paloma entreabrió sus labios, y él pudo saborear su dulce y cálida lengua.

No podía perderla, no ahora que había encontrado su corazón, su vida.

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Capítulo Siete

—Tienes las manos en mi trasero —dijo Paloma con suavidad, unos momentosdespués.

—Mmm. Me preguntó cómo habrá sucedido —replicó Rio, en lo más mínimosorprendido.

—Estás excitado y quieres hacer el amor —afirmó ella después de que Rio lasentara en la encimera de la cocina y se colocara entre sus piernas.

—Eso es hablar claro. Pero la necesidad está ahí, desde luego —dijo él, entrebeso y beso. Acarició los muslos de Paloma y le hizo colocar las piernas en torno asus caderas.

—¿Cada cuánto tiempo tienes esa… necesidad? —preguntó ella con curiosidad,

recordando involuntariamente a Rio que carecía de experiencia.—Más o menos cada vez que te miro —contestó él, sincero. La tocó con

delicadeza, justo donde la tela de los vaqueros estaba ligeramente húmeda y cálidaentre sus piernas.

Una oleada de excitación recorrió el cuerpo de Paloma.

—Eso ha sido… desconcertante.

Rio no pudo evitar reír ante su asombrada expresión.

—Sí, desconcertante.

—No pienso tolerar que te rías de mí. Discúlpate.

Los dientes de Rio destellaron de nuevo contra su morena piel.

—Lo siento, delgaducha.

—¿En serio? —Paloma tembló de placer mientras se ponía en pie. Reprimió unasonrisa, la necesidad de juguetear y bromear con Rio; quería flirtear y reír y disfrutarde la vida. De pie frente a ella, con las manos metidas en los bolsillos de atrás, ¿quéharía si…?

Sin pensárselo dos veces, tomó un vaso de agua que había junto al fregadero y

lo volcó lentamente sobre su cabeza. El agua resbaló por su pelo hacia su rostro y sedeslizó al suelo por su nariz.

Soplando para alejar el goteo, Rio entrecerró los ojos.

—Lo estás pidiendo a voces, cariño. Es la segunda vez que me mojas hoy. Haresultado un poco embarazoso delante de mis hermanos. Logan me ha llamadogallina… maldita sea, vuelvo a tener las botas empapadas.

Se sentó en una silla, se quitó las botas y comenzó a desabrocharse lentamentela camisa. La tiró al suelo mojado, retando a Paloma con la mirada mientras se poníaen pie.

—Creo que ya va siendo hora de dejar claro quién es el jefe.

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—Hablas mucho, vaquero —Paloma se alejó de él, liberando finalmente lasonrisa que palpitaba en su interior.

Cuando Rio dio un paso adelante, ella dio otro atrás.

—Mira eso —dijo él con repentina urgencia, mirando por encima del hombro

de ella.Paloma se volvió y no vio nada.

—¿Qué?

Rio dio un salto hacia ella y la tomó en brazos.

—Es fácil engañarte —dijo, mientras la llevaba a la cama.

Tumbada sobre la vieja colcha, Paloma lo miró con prevención.

—Ni se te ocurra.

Él alzó una ceja.—Sabes que voy a…

Rio se tumbó en la cama, sujetó a Paloma contra esta con una pierna y empezó ahacerle cosquillas. Mientras ella luchaba y se retorcía, tiró de su camisa hacia arriba yapoyó la boca sobre su estómago, soplando, frotando y gruñendo.

—Di «tío». Dilo, o te arrepentirás —ordenó, mientras ella se arqueaba y reía.

Paloma nunca se había sentido tan liberada, tan llena de vida.

—Lo siento, lo siento de verdad, tío Rio.

Él gruñó y luego le acarició la mejilla, mirándola con expresión cálida ypensativa.

—Estás muy bonita así, toda ruborizada y con los ojos sonrientes. Me recuerdasal rocío que hay al amanecer en las rosas.

Sus suaves palabras conmovieron profundamente a Paloma. No pudo resistir latentación de acariciar su pelo húmedo y revuelto.

—¿Siempre haces cosquillas a las mujeres hasta que se quedan sin aliento por larisa?

—Me gusta oírte reír, ojos azules —Rio apoyó el rostro entre el cuello y elhombro de Paloma. Ella tembló al sentir la confianza que depositaba en ella aquellapoderosa criatura.

—Sería un honor que me acompañaras al baile —murmuró él contra sugarganta.

Nunca le habían pedido algo así a Paloma con tanta dulzura, aunque tambiénera cierto que nunca había tenido una cita formal con un hombre. Ya iba siendo hora,aunque no pensaba dejarle ver a Rio que su experiencia en ese terreno eraprácticamente nula.

En el salón de la comunidad de Jasmine, Paloma se preparó para un nuevobaile, simulando sentirse feliz en medio de la multitud, rodeada de Blaylocks. No

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había querido dejar el chal de la madre de estos en casa y aún lo llevaba sobre loshombros. Pero, aunque el chal encajaba en aquel entorno, Paloma sentía que nosucedía lo mismo con ella. Se tensó cuando Rio la rodeó con sus brazos. Trató de nosentirse nerviosa mientras caminaban junto a las mesas llenas de comida, ensaladas ypostres. Acostumbrada a exquisitas y elegantes recepciones con champán, caviar ytoda clase de finuras, se preguntó qué hacía allí. Sabía cómo mostrarse fría yprofesional, como presentarse ante posibles patrocinadores; pero no sabía cómocharlar sobre recetas favoritas, trucos para limpiar en la casa, o cosechas.

Aquello era lo que Boone amaba, la intimidad de la pequeña población, losniños jugando al escondite entre las piernas de sus padres. Mientras la pequeñabanda de música afinaba sus instrumentos en un rincón del gran salón y Rio servíaen un plato una buena ración de ensalada, susurró:

—Necesito irme.

—¿Por qué? ¿No te encuentras bien? —preguntó él, inmediatamentepreocupado. Apoyó su mano libre sobre la frente de Paloma, comprobando si teníafiebre.

La última persona que había comprobado de ese modo si tenía fiebre fue Boone.

—No es eso—murmuró ella, avergonzada—. La gente nos va a ver.

—¿Y qué? Ya era hora de que alguien se ocupara de ti —Rio se inclinó haciaella, la miró al rostro y luego bajo la vista hacia su estómago—. ¿Siempre comestanto? Anoche te zampaste media docena de tortitas. Puede que tengas indigestión.Hoy has comido por lo menos tres platos en el rodeo.

—Mi estómago funciona perfectamente, ¿de acuerdo? Tenía hambre. Y porcierto, no es muy educado hacer comentarios sobre el apetito de una señorita —locierto era que Paloma nunca había comido demasiado, pero el aire del campo parecíahaberle abierto el apetito—. ¿Por qué me miras así?

Rio se inclinó y susurró junto a su oído.

—Me gustaría que estuvieras embarazada.

Paloma se apartó, ruborizada.

—Si fuera así, lo sabría —murmuró entre dientes.

—Lo que dije en la cabaña iba en serio, cariño —dijo Rio con delicadeza,contemplando complacido el rubor que teñía las mejillas de Paloma.

Una mirada a la expresión de Rio le dijo a ésta que no estaba bromeando, y laidea la aterrorizó.

—Estoy inquieta, eso es todo. Esta es mi primera cita. Tú me has traído, así quetú tienes que ocuparte de sacarme.

—No puedo. Aún no hemos comido —Rio sonrió, acariciándola con lamirada—. ¿Soy tu primera cita? ¿En serio? Eso me convierte en alguien especial, ¿no?

—No estaría aquí si no me hubieras hecho cosquillas hasta dejarme sin aliento.Espera y verás. Ya me vengaré.

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—Mmm —Rio deslizó la mano bajo el chal y le palmeó el trasero—. Eso megustaría. Me estás excitando, señorita. Tiemblo de anticipación. Me siento débil. Porcierto, el chal de mi madre te sienta de maravilla. Encaja a la perfección con tus ojosazules.

Paloma lo miró con cara de pocos amigos.—Eres muy bueno con los cumplidos. Pero resulta que llevo tu camisa blanca y

mis vaqueros negros, no un vestido de baile. Mi vestido de viaje está en la cabaña yayer conseguiste encoger mi jersey de tal manera que sólo le serviría a una muñeca.

—Estás mejor que un «banana split» en una tórrida noche de verano —dijo Riocon sencillez, guiándola hacia una mesa. En esa ocasión, el corazón de Palomapalpitó.

Una vez en la mesa, Rio apartó una silla para ella. Aunque Paloma se poníatensa cada vez que le abría la puerta y la dejaba pasar o le apoyaba la mano en la

espalda mientras caminaban, debía reconocer que aquellos detalles le gustaban.—Estoy acostumbrada a sentarme sola. No hacen falta tantas ceremonias.

—Claro que hacen falta. A mí me gustan.

Viendo la expresión de Rio, Paloma supo que no habría forma de hacerlecambiar de opinión.

—¿Me estás cortejando, o qué?

Rio casi se atragantó con el refresco que bebía.

—Lo intento.

—¿Con qué propósito?

—Matrimonio —contestó el con firmeza—. Matrimonio. Hogar. Hijos.

—Pero yo no sirvo para el matrimonio, Rio —Paloma se sentía como siestuviera ocupando un lugar que no debiera en aquella comunidad, en la cálidafamilia Blaylock—. No sé nada de familias. Nunca he tenido una.

—Te preocupas demasiado.

—¿Y quién crees que iba a preocuparse si no yo? Me gusta preocuparme. Megusta tenerlo todo preparado, organizado, saber lo que voy a hacer… —Paloma cerróla boca ante el plato de lasaña que Rio acababa de colocar ante ella. Decidió comer unpoco y luego excusarse. Pero, tras probarlo y terminarlo, no pudo evitar aceptar elsegundo plato.

—Estas son patatas de verdad, ¿no? No esas instantáneas que venden.

Rio dejó escapar una sonora risa.

—No hay duda de que puedes comer.

Acostumbrada a comidas rápidas o a exquisiteces en sofisticados restaurantes,Paloma no pudo resistir las delicias de una buena comida casera.

—Lo cierto es que casi nunca como cosas tan buenas.

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Rio alzó un tenedor cargado con lasaña hacia sus labios. Al hacerlo, suexpresión se oscureció, centrándose en el movimiento de los labios de Palomamientras tomaba el bocado.

Sorprendida por el sensual impacto del ofrecimiento de Rio, Paloma bajó la

mirada. Sólo él podía lograr que se ruborizara de aquella manera, que se sintiera tanfemenina y deseada.

Inclinándose hacia ella, Rio susurró:

—Me gustaría llevarte fuera y tumbare debajo de mí en el todoterreno. Megustaría besar esos descarados labios y saborear esos preciosos pechos. Me gustaríasentirte caliente y tensa en torno a mí, escuchar tus jadeos, los deliciosos ruiditos quesurgen de tu garganta. Y luego, cuando estuvieras adormecida y saciada, volvería aempezar todo de nuevo.

Paloma se puso rígida cuando Rio le mordió con delicadeza el lóbulo de la

oreja. Su cuerpo respondió de inmediato, contrayéndose entre las piernas,desprendiendo calor, palpitando ante la ardiente mirada que Rio dedicó a suspechos. Cuando le apartó un lado del chal, deseo que la tomara en brazos y la llevarafuera. Quería saborearlo, quería…

Rio parpadeó, mirándola con expresión conmocionada.

—No llevas sujetador. No… no llevas sujetador —repitió.

—A veces no me lo pongo. Tampoco hay mucho por lo que preocuparse —Paloma observó la escandalizada expresión de Rio mientras volvía a cubrirla con elchal.

—Claro que hay de qué preocuparse. Lo que hay ahí es perfecto. ¿Dejarías queotros hombres te abrazaran y los sintieran?

Neil se acercó en ese momento y se sentó con ellos.

—Estás muy guapa esta noche, Paloma… toda rosada y cálida —dijo,guiñándole un ojo—. ¿Me reservas un baile?

—Los tiene todos reservados —el tono de Rio revelaba con claridad que noestaba dispuesto a compartirla. Miró con recelo el chal.

Paloma lo observó atentamente. Era el primer hombre al que gustaba lo

suficiente como para sentir celos. Su brillante mirada enviaba un mensaje claramenteamenazador a su amigo Neil. Sin poder resistirlo, alzó una mano, le palmeó la mejillay dijo:

—Vamos, vamos, muchacho.

Él pareció tan conmocionado que Paloma decidió ir un poco más allá y agitó laspestañas antes de sonreír inocentemente. Sin apartar la mirada, con el gestooscurecido, Rio tomó el bebé Blaylock que alguien le alcanzó en ese momento. Lamadre se alejó enseguida en busca de un niño que, al parecer, estaba comiendodemasiadas aceitunas. Rio se colocó una servilleta sobre el hombro y, como un

auténtico experto, palmeó al bebé para que eructara.

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Mientras Paloma pensaba en la buena imagen que daba de padre, Else se acercóa la mesa y colocó un plato con una ración de tarta de manzana ante ella. Luego tomóal bebé de brazos de Rio.

—Paloma, tú come y pásalo bien esta noche, y si Rio no se porta bien, te dejaré

mi cucharón de madera —volviéndose hacia su hermano, añadió—: ¿Se te ocurrealguien que pueda sustituir a Joe en el piano? La artritis le está dando la lata y Mary Jo Waters no está.

—No se me ocurre quién podría tocar, pero voy a ver —Rio se levantó, y, antesde irse, besó a Paloma brevemente en los labios.

Al instante, los demás varones Blaylock soltaron un grito, tomaron a susesposas por la cintura y las besaron. Kallista parpadeó y trató de enfocar la miradadespués del beso de Roman. Bernadette tuvo que apoyarse contra la pared cuando

 James la soltó y Hannah se aferró a los hombros de Dan como si estuviera a punto de

caerse. Sonriendo, Logan fue a la cocina en busca de su esposa. Las tradiciones de losBlaylock sorprendían a Paloma, que nunca había visto tal despliegue de afecto.Sonriendo, Rio se llevó una mano de Paloma a los labios.

—No te sorprendas tanto, ojos azules. Será mejor que vaya a ver si encuentroun sustituto para Joe.

No le pidió a ella que tocara, algo completamente habitual en, las fiestas a lasque solía asistir. Paloma miró pensativamente sus largos dedos. ¿Volvería a dar unconcierto alguna vez?

Cuando alzó la mirada, vio que Rio hacía señas a su hermana desde el otro

extremo del salón para indicarle que no había encontrado sustituto para el pianista.Un viejo violinista se acercó al micrófono.

—Amigos, tenemos un pequeño problema. Supongo que no habrá ningún buenpianista en la sala, ¿no? Alguien que pueda tocar de oído, porque no hay partituras.

Paloma sintió que los dedos le cosquilleaban, deseando tocar, pero se obligó apermanecer quieta donde estaba. Se encontraba fuera de lugar en aquella fiesta, entreaquella gente…

Tras un largo silencio, el violinista hizo un gesto de resignación.

—Haremos lo que podamos.

La joven Cindi fue a sentarse junto a Paloma, dirigiendo una mirada de pocosamigos al escenario. Se cruzó de brazos y se hundió en el asiento.

—Espero que nadie se ofrezca. Me hacen bailar. Da lo mismo que me esconda.Es una manía de los Blaylock que los hijos bailen con sus padres. Si consiguen unpianista, estoy fastidiada. Mi padre no parará hasta encontrarme. A veces, la vida esmuy dura.

Paloma había tocado por dinero ante grandes y pequeñas audiencia; habíatocado para satisfacer a su exigente madre. Pero la última vez que tocó por el mero

hecho de compartir la música fue con Boone. Sabía que a él le habría gustado quecompartiera su música con las familias de Jasmine. Quería dar lo mejor de sí misma a

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aquella gente que la había acogido con tanta calidez en sus vidas. Una comunidadbasada en el amor familiar, que pasaba de generación en generación sus tradiciones,y aunque Cindi no apreciara aún las costumbres de los Blaylock, acabaría haciéndolocon el tiempo.

Sin saber cómo, se encontró de pie y caminando hacia el escenario. No «tenía»que tocar; quería entrar en la música y dejarse llevar por ella. Miró la preocupadaexpresión de Rio y sonrió brevemente. Una vez frente al piano, respiróprofundamente y colocó los dedos sobre las teclas. Sabía cómo tocar sin partitura,escuchando su corazón, adaptándose a la música que tocaba la vieja banda. Trashacer resonar brevemente un acorde, sintió que sus dedos y las teclas volvían a lavida y empezó a tocar las viejas canciones de baile, familiares a todos los músicos. Lamúsica la atrapó y, tras una pieza lenta, se lanzó a tocar Great Balls of Fire, de JerryLee Lewis. Sus dedos fluían con toda naturalidad sobre las teclas, y a aquel rock androll le siguieron otros cuantos. La gente bailaba entusiasmada, y, tras unos temas

rápidos, Paloma tocó  Moon River   al ritmo de su corazón. Entregándose de aquelmodo, dejó a un lado para siempre las agotadoras horas que su madre le habíaexigido practicar y encontró un auténtico río de paz. Entregó su alma a la música yvoló libre.

En las sombras, mientras tocaba otra famosa balada, vio a Rio, que sostenía a uncrío dormido en sus brazos. Se parecía a los demás padres que había en el salón consus niños en brazos. Así era como debía ser la vida, con parejas abrazadas,queriéndose, niños bailando con los adultos, o en brazos de estos.

—Ya es suficiente. Estás cansada, y quiero tenerte un rato entre mis brazos —

susurró Rio junto a su oído cuando terminó de tocar Red Sails in the Sunset. La hizoponerse en pie y la llevó a la pista.

—No sabía que podía tocar esas canciones —dijo Paloma, mientras él apartabaun mechón de pelo de su húmeda mejilla. Se sentía como si pudiera volardirectamente a la luna, entre las sonrisas que la rodeaban. Devolvió las sonrisas,tanteando la calidez que sentía en su interior, y la encontró en plena ebullición—. Hedisfrutado de verdad tocando.

—Ya lo hemos notado. Estabas golpeando esas teclas como si nada pudieradetenerte. Puedes hacer lo que te propongas —Rio tomó el chal de hombros dePaloma y lo colocó en torno a la cintura de ésta, atándolo después tras la suya. Sepuso tensó y cerró los ojos brevemente cuando la atrajo hacia sí apreciando el roce desus senos. Luego empezaron a bailar al son del Tennessee Waltz.

Aunque Paloma tenía los ojos cerrados, se sentía llena del placer de habertocado libremente. Envuelta en el aroma y los cálidos brazos de Rio, Paloma supoque estaban solos en la pista. Se había perdido los bailes de colegio y las citas quedebería haber tenido durante su adolescencia, pero siempre tendría el recuerdo deaquella preciosa noche, y, por una vez, se sentía como si perteneciera a algún lugar.Podría haber bailado sin parar, flotando entre los brazos de Rio, sintiendo su manoabierta sobre la espalda.

—¿A qué viene esa sonrisa? —preguntó él contra su mejilla.

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Paloma no contestó, porque, ¿cómo podía una mujer adulta que había perdidohacía tiempo sus sueños sentirse como Cenicienta?

Cuando la música cesó, Rio la estrechó con fuerza contra sí y soltó el chal.Volvió a ponérselo sobre los hombros y luego, tras colocarle con gran delicadeza el

pelo, murmuró «gracias» junto a su oído con tanta humildad que el corazón dePaloma voló hacia él, dejándolo a su recaudo.

No pudo resistir alargar las manos hacia él, hundir los dedos en sus antebrazos.Rio era real, cálido, vibrante. Estaba allí de pie, firme, sólido, cómo si fuera a seguirallí siempre para ella. Sus miradas se encontraron, y Paloma encontró en los ojos deRio paz, ternura y más cosas. Le acarició la mejilla con la palma de la mano,descubriendo al hombre que la quería, y él le hizo girarla para besarla en la palma.

En la distancia empezó a sonar música grabada, y las parejas empezaron amoverse en torno a ellos. Paloma vio las cálidas sonrisas que le dedicaban y se puso

tensa, preguntándose si habría soñado todo lo sucedido.—No te pongas nerviosa. Les gustas —dijo Rio—. Y Pueblo viene a pedirte unbaile.

Pueblo Habersham, vestido con una planchada camisa de algodón y vaqueros,se acercó a ella. Bajo su pelo gris, cuidadosamente peinado con una raya en medio, suarrugado rostro se distendió en una tímida sonrisa.

—Señorita, ¿me haría el honor de concederme este baile? —preguntó.

Entre tanto, Nancy Blaylock, una niña morena de cuatro años, alzó sus bracitoshacia Rio. Cuando puso sus zapatitos sobre los de él y empezaron a bailar. Rio siguió

mirando a Paloma, como si supiera lo feliz que se sentía.—Esos muchachos Blaylock son buenos maridos —dijo Pueblo, mientras

bailaban—. Hay veintiséis varones ahora en la familia, y muchos por venir —suspiró,pesaroso—. En otra época tuve una mujer guapa y fuerte como usted, pero la dejéescapar —mirando a Paloma con cautela, añadió—: Pero no vaya a creer que porquehe dicho eso estoy de acuerdo con que empiecen a organizarse reuniones de mujerespara tomar el té en la tienda.

Dado que esa noche era especial y ella no era Paloma Forbes, la fría concertistade piano, Paloma batió coquetamente las pestañas ante el viejo vaquero y dijo: —Será

bienvenido a nuestras reuniones cuando quiera.El palo que sostenía en la mano se quebró y Rio lo tiró al suelo, bajo la luz de la

luna. Luego se volvió hacia la mujer que se hallaba junto a la tumba de Boone. Trasarrodillarse, Paloma tomó las rosas que adornaban su pelo y esparció los pétalossobre la tierra. Rio apretó el chal que sostenía en la mano y deseó poder suavizar eldolor que palpitaba en el interior de Paloma. Se parecía tanto a la madre de Booneque tenía que ser pariente suya. ¿Era hija de Boone? Deseó poder sacarle la verdad asu hermano, pero Rio conocía la firmeza de Roman. El albacea de Boone no revelaríalos secretos de éste, por mucho que lo presionaran.

Su corazón se rompía por Paloma. Maldijo a la madre de ésta por haberlaaterrorizado y haberla privado de una infancia normal. Esa noche, Paloma había

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tocado el piano con el alma fluyendo de sus dedos, como si estuviera en un viajeiniciático para reparar el pasado. Él no podía darle ninguna respuesta; sólo podíaofrecerse a ella.

Se acercó a la tumba, cubrió los hombros de Paloma con el chal y la hizo

ponerse en pie con gran delicadeza. Ella no se resistió cuando la tomó en brazos y lallevó al todoterreno, acunada entre sus brazos. Rio habría dado su sangre, su vidapor protegerla.

Paloma permaneció acurrucada en su asiento mientras regresaban a casa.Cuando llegaron, Rio apagó el motor del todoterreno y tomó su mano,estrechándosela con infinita ternura.

—Boone te quería, Paloma.

—No tanto como para reconocerme como su hija. No lo suficiente como paraprotegerme de mi madre cuando era pequeña.

—Si pudiera, cambiaría todo eso.

Paloma se estremeció y miró hacia los árboles iluminados por la luna.

—No debería importarme después de todo el tiempo que ha pasado, pero meimporta.

—Estás cansada. Vamos dentro y deja que te lleve en brazos.

Unos momentos después, Paloma sonrió contra el pecho de Rio mientras éstecerraba la puerta con el pie.

—Tienes que dejar de llevarme como a una niña.

El teléfono sonó en ese momento y, cuando saltó el contestador, Lettie susurrócon voz melosa.

—Río, cariño, llámame. A la hora que sea.

Paloma se puso rígida y Rio la dejó en el suelo. Se quitó el chal de los hombros,lo dobló cuidadosamente y lo guardó en su caja. Cerró la tapa como si estuvieradespidiéndose para siempre de Rio.

—Tu harén está hambriento. No tenías por qué haberte molestado por mí, sólopara conseguir mi cincuenta por ciento del almacén. No voy a venderlo.

—Vamos a aclarar esto de una vez. Lo que siento por ti no tiene nada que vercon las otras mujeres ni con la tienda —logró decir Rio cuando se recuperó de lashirientes palabras de Paloma.

—Sólo estoy siendo realista —replicó ella—. No estoy embarazada. No soy laclase de mujer que te conviene. Nunca tuve una vida familiar, no sé cómo crear unhogar y hoy no he encajado en la fiesta. Estás interfiriendo en mi vida, Rio.

Él se frotó la mandíbula, observando a Paloma mientras se encaminaba hacia laapagada chimenea. Volátil, perseguida por las sombras del pasado y de mal humor,Paloma era la mujer que quería. A pesar de la necesidad que sentía de llevársela a la

cama, dijo:

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—Me retiro al granero. La casa es tuya y encajas en ella perfectamente. Noutilices esa excusa para huir antes de terminar lo que has venido a hacer —dijo,haciendo un esfuerzo por controlar su genio.

Paloma entrecerró los ojos y su cuerpo se tensó.

—Nunca he huido de nada en mi vida, gracias. Y eso te incluye a ti. Teagradecería que me prestaras a Mai Ling. Y no hace falta que me sigas a la montaña.Ya sabré ocuparme de ella.

—No —negó Rio con firmeza—. Es demasiado peligroso subir a la montaña denoche. Y no me preocupa Mai Ling, sino tú. Estás disgustada y tensa, y no es el mejorestado para cabalgar de noche a la montaña. Nos veremos por la mañana, cuando tehayas calmado —abrió la puerta y salió al aire de la noche. Recogió del todo terrenola manta que había planeado utilizar esa noche para ver junto a Paloma el estrelladocielo de Wyoming.

—Yo me quedaré con eso. No quiero ser responsable de que te vayas de tu casa—dijo Paloma, quitándole le manta. Luego se encaminó al granero.

Rio se pasó las manos por el rostro. Si la seguía habría fuegos artificiales, de unmodo u otro. Si no lo hacía, se sentiría culpable por dormir en la cama mientras ellalo hacía sobre la paja del granero. ¿Pero por qué iba a sentirse culpable? El no tenía laculpa del mal humor de Paloma. Golpeó su sombrero contra su muslo cuando vioque entraba en el granero. Moviendo la cabeza, asqueado por no saber cómo manejarrazonablemente a aquella testaruda mujer, la siguió.

—Gracias por mi primera y única cita —dijo ella al verlo entrar—. Oh, sí, tuve

una relación con un hombre. Pero a Jonathan nunca le pareció apropiado llevarme aningún sitio. Después de él, no quise volver a salir con nadie. Muchas gracias, Rio,por la cita y por haberme hecho ver hasta qué punto dejé que me trataran como a untrapo de usar y tirar —añadió, en un tono cargado de sarcasmo—. No hace falta queduermas en el granero por mi culpa.

Rio renunció a toda esperanza de comprender su estado de ánimo. La atrajohacia sí y fundió su boca con la de ella.

—Ya está. Llevo toda la noche queriendo hacer eso.

—¿Conmigo?

Rio cerró los ojos y movió la cabeza.

—¿Acaso he mirado a alguna otra mujer? ¿He bailado con alguna menor detrece y mayor de sesenta, aparte de contigo?

—No —susurró Paloma, mirándolo, insegura.

—Eres sólo una cría —dijo Rio, oyendo su propia frustración—. Alguiendebería cuidar de ti, y cada vez que me acerco…

—¿Se te tensan los calzoncillos?

La pregunta desconcertó a Rio.

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—Desde luego, tienes una forma muy poco delicada de expresar las cosas. Sellama atracción física —replicó, molesto con la creciente necesidad que sentía porella.

—En la mina, dijiste que… que tenía un trasero precioso. ¿Lo dijiste en serio?

—Tienes un trasero precioso, Paloma —dijo Rio, deseando apoyar sus manos enaquella zona.

Paloma lo miró como si nadie le hubiera dicho nunca que era una mujeratractiva. Alguien debería habérselo dicho hacía tiempo. Impaciente, Rio tiró de laparte delantera de la camisa de Paloma hacia sí. Un botón se soltó y sus senoscolisionaron con suavidad contra su mano. La boca de Rio se secó, deseandosaborearla. Ella siguió su mirada y se estremeció.

—Ha sido un largo día —dijo él, antes de volver a besarla—. Los dosnecesitamos descansar y relajarnos. Se volvió bruscamente, temiendo que en

cualquier momento… El gatito eligió aquel instante para despertar y frotarse contralas piernas de Paloma, maullando.

—Oh… —ella se agachó, tomó al negro animalito y lo acunó como Rio habríaquerido acunarla a ella.

—Tiene hambre —abrió la nevera del granero y sirvió leche en un cuenco—. Espara ti. Es una gatita.

—Ohhh —arrulló Paloma, dejando al gatito en el suelo para que tomara laleche. Se agachó para acariciar su sedoso pelo—. Nunca había tenido un animalito. —Pues ya va siendo hora —Rio no pudo resistir acariciar el pelo de aquella mujer, que

se había perdido tantos placeres sencillos de la vida. El mero hecho de poder mirarlale daba placer.

—Me gustaría tomar la iniciativa haciendo el amor —dijo ella con suavefirmeza, irguiéndose—. Pero no estoy segura de cómo controlarte, ni del ritmo queconviene llevar.

Rio no pudo evitar reír.

—No hay duda de que tienes un modo peculiar de decir las cosas.

—Te ríes de mí, ¿no? Crees que tienes todas las respuestas —sin dejar de

mirarlo, Paloma se soltó del todo la camisa. Luego, mientras Rio se enfrentaba alpoderoso efecto de aquel gesto en su cuerpo, se la desabrochó a él—. ¿Por qué teníasla manta en el todoterreno?

—Tenía grandes planes para ti y para mí bajo la luz de la luna —admitió Riomientras la gatita volvía a su caja. Se hizo una bola y se quedó dormida.

—No puedo quedármela —murmuró Paloma, agachándose a acariciarla. Luegomiró a Rio—. Se supone que las citas terminan con un beso, ¿no?

Él asintió y rogó para que la noche terminara con algo más, con Paloma tanfirmemente unida a él que sus corazones se convirtieran en uno.

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—No sería precisamente desagradable —contestó, mientras ella se levantaba—.Tal vez sólo un pequeño beso. Si vas a ser delicada conmigo.

Paloma lo miró atentamente y Rio se preguntó qué iría a hacer.

—Eres… —Paloma se lanzó sobre él y lo rodeó con los brazos por el cuello y

con las piernas por la cintura.Rio la sostuvo con ambas manos por el trasero, acariciándoselo y atrayéndola

hacia sí, donde su calor lo quemaba. Se volvió sin soltarla y se dejó caer de espaldassobre el suave heno. Sonrió a la mujer que cabalgaba sobre él, con las manosapoyadas en su pecho, dejándole el siguiente movimiento.

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Capítulo Ocho

Paloma trató de respirar, sintiendo que la excitación la dejaba sin aire. Cuandose hallaba en situaciones desconocidas, hablar consigo misma le daba confianza. Lohabía hecho en duros conciertos, ante pianos mal afinados, con músicos y directorestemperamentales… y ahora.

—Tendré que aprender a hacer esto por mí misma. Soy buena aprendiendosola.

Rio frunció el ceño.

—¿Qué has dicho?

Paloma ignoró su pregunta y miró sus dedos, ligeramente hundidos en el fuertey moreno pecho de Rio. Claramente excitado, este le dedicó una sonrisa que se

ensanchó en la oscuridad. Ella lo sujetó con los muslos por las caderas, atrapándolo.Cuando se movió, la mirada de Rio voló a sus pechos.

Paloma se sentía inquieta, sabiendo que, aunque debería estar comportándosede forma más femenina, nunca había tenido una oportunidad como aquella. A Rio noparecía importarle que ella ocupara la posición dominante.

Era suyo. Podía hacerle el amor. No tenía por qué esperar a que él tomara lainiciativa. A diferencia de su primer y único compañero sexual, Rio esperaba a queella tomara las decisiones.

—Esto es interesante —susurró, acariciando con ambas manos el pecho de Rio.

Siguiendo sus instintos, se quitó la camisa. Observó el efecto sobre Rio, que deinmediato se endureció entre sus muslos.

—Gracias por nuestra cita —dijo, formalmente, deslizando un dedo por suslabios.

Rio se lo mordió con delicadeza.

—Ha sido un placer, señorita —dijo, y el ronco tono de su voz hizo palpitar elcorazón de Paloma.

—Puedo hacer esto. Puedo hacer esto —susurró para sí misma.

—¿Formo parte de la conversación?

—Estás aquí y ahora —contestó Paloma.

—No hay duda de que estoy aquí. Sea lo que sea lo que estés pensando hacer,hazlo.

Paloma se inclinó hacia él y lo besó en los labios. Cuando notó que surespiración se aceleraba, se irguió para comprobar los resultados de su acción. Liberóla sonrisa que latía en su interior. La reacción que había obtenido de Rio era muchomejor que todas las propinas que le habían pedido durante sus conciertos.

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En esa ocasión, él alzó las manos hasta sus pechos y empezó a acariciárselos.Paloma inhaló secamente y sintió que su cuerpo respondía humedeciéndose. Bajo laspestañas, los negros ojos de Rio destellaron, aguardando. Lanzando al vientocualquier prevención, Paloma volvió a inclinarse hacia él y lo rodeó con los brazospor el cuello. Rio le daba libertad, le daba calor y ternura.

Volvió a erguirse.

—¿Qué habías dicho sobre una manta?

—Envalentonándote, ¿no? —Rio se sentó y, mientras sujetaba a Paloma con unamano, extendió la manta sobre el heno. Luego la atrajo hacia sí, inclinándose parabesarle el cuerpo.

De pronto, Paloma no pudo esperar; había esperado años para aquellaexcitación, para aquella ternura, a aquel hombre. Se volvió y se dejó caer lentamentede espaldas sobre la manta. Rio la siguió, reconfortándola con su peso. Gimió

roncamente cuando ella trató de quitarle precipitadamente los pantalones, sinlograrlo. Con un rápido movimiento, él mismo se quitó las botas y los pantalones.Luego le quitó la ropa a ella. Al tirar de los pantalones, desgarró involuntariamentesus braguitas de encaje. Se estremeció y buscó la expresión de Paloma.

—Yo… ¿estás asustada?

Paloma sabía que podía confiar en él. Sólo haría falta una palabra para que Rioreprimiera su deseo.

—No. No estoy asustada. Esto es tan real… He tenido toda una vida deirrealidad, de sonrisas forzadas, de poses como perfecta concertista de piano.

Contigo, me siento… me siento como una mujer. ¿Tan poderoso es tu deseo?—Contigo, sí —admitió Rio. Sus manos temblaron ligeramente sobre ella,

trazando su cintura, sus caderas. En el brillo de sus ojos Paloma leyó su propia yfrenética necesidad de fundirse en uno solo, de dar y tomar. Se aferró a los hombrosde Rio, sintiendo que su mundo se calentaba, giraba, y entonces él penetró en ella,colmándola, dándole más y más… Ella lo atrapó con sus brazos y piernas, y alinstante, las ardientes contracciones comenzaron en su interior. Rio dejó escapar unáspero gemido, buscando su boca, alzándola hacia sí con sus manos…

La tormenta pasó tan rápido, y con tanta belleza, que Paloma se sintió como si

estuviera girando a través de una sinfonía de luz y pétalos de rosas.Entonces, Rio la penetró aún más, volviendo a colmarla, y cuando ella gritó, él

empujó casi con violencia, y él mundo pareció detenerse.

Cuando el mundo volvió a girar, Rio trató de erguirse para no descargar todosu peso sobre Paloma. Pero ella lo retuvo contra sí, acariciando su tensa espalda, susduros glúteos y poderosos muslos. Ninguno de los dos habló, pero al cabo de unrato, Paloma intuyó que Rio se sentía incómodo.

—¿Qué sucede?

Rio respiró profundamente, pero no dijo nada.Ella le hizo alzar el rostro para mirarlo a los ojos.

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—Quédate conmigo. Siento que te estás alejando de mí, de esto…

Rio volvió a suspirar con evidente pesar.

—Quería hacerte el amor despacio, darte todo lo que una mujer debería tener.En lugar de ello, me he comportado como un adolescente hambriento, buscando sólo

mi propio placer.Paloma se estremeció de felicidad. Temía que Rio estuviera decepcionado con

ella.

—De paso, también me has dado placer a mí —susurró, acariciándole el pelo—.Pero estoy segura de que la próxima vez lo harás mejor —bromeó.

Rio gruñó contra su garganta.

—Te gusta tomarme el pelo, ¿no?

—Te estoy consolando —protestó Paloma, indignada, palmeándole el trasero.

—Sí, claro —dijo Rio en tono incrédulo. Envolvió un mechón del pelo dePaloma en un dedo y se lo llevó a los labios. Los dedos gordos de sus pies

 juguetearon con los de ella.

Entonces Paloma rió, sintiéndose maravillosa, femenina, deseada. Un latidodespués, cuando Rio se volvió para mirar sus cuerpos unidos, dejó de reír.

—Sí —susurró, sintiendo cómo volvía a endurecerse en su interior—. Sí.

Rio acarició el suave trasero de Paloma, acurrucado contra él en forma decuchara. Amanecía y tenía a la mujer que quería en su cama. La noche pasada,

después de que la llevara en brazos desde el granero a la cama, Paloma se habíaquedado dormida sin darle tiempo a decirle que la amaba. Pero se lo había dicho consu cuerpo, con sus caricias.

Ahora pensaba hablar con ella sobre la fecha de la boda. Después, si ella teníaque viajar para dar sus conciertos, la esperaría. Le pertenecía tanto como él lepertenecía a ella. Sonrió contra su cuello, ya excitado y expectante.

—Oh, Paloma… —susurró.

Ella se volvió de repente y sus cabezas chocaron. Rio se frotó la suya mientrasella lo miraba.

—¿Sabes cómo hacer adobe? ¿Conoces la mezcla? —preguntó, en un tono queno tenía nada que ver con el de un amante.

—Oh… un poco de paja, un poco de barro —balbuceó Rio, recuperándoseenseguida—: Hablemos de otra cosa, corazón —al ver que Paloma empezaba aenvolverse en la sábana con la evidente intención de salir de la cama, preguntó—: ¿Adónde vas?

—A la montaña. Tengo que recoger mis cosas para establecerme en la tienda.Voy a restaurar el relleno de los troncos y quiero aprender a hacer ladrillos de adobe.¡Suelta la sábana!

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—Mayo no es el momento adecuado para hacer ladrillos de adobe. Se hacen enverano, cuando la mezcla puede endurecerse al sol. Pero yo tenía otros planes,delgaducha. Había pensado que podías vivir aquí, conmigo. Si quieres, puedesquedarte en la buhardilla. Pero no vas a quedarte en la tienda —Rio se sintió heridopor la actitud de Paloma. No era precisamente aquello lo que tenía planeado paraella. Salió de la cama—. De todos modos, si eso es lo que quieres, voy a preparar eldesayuno y luego ensillaré los caballos.

—Si es importante para ti, pensaré en tu oferta —dijo Paloma, tras un incómodosilencio—. Ahora voy a ducharme. Sola. Y no ensilles más que un caballo. Voy a irsola. ¿Podrías ocuparte de mi gatito? —recogió rápidamente su ropa y unosmomentos después se oyó el agua de la ducha.

—Sola —murmuró Rio, pensando en sus sueños rotos. Entró en el bañó y abrióla cortina de la ducha. Se metió en ella, frunciendo el ceño al ver que Paloma alzabalas manos a modo de escudo. Se duchó rápidamente, salió, rodeó una toalla por su

cintura y salió dando un portazo.—Estás enfadado, pero la gente no suele ducharse junta —dijo Paloma,

mientras se sentaba a la mesa que Rio esperaba ver algún día rodeada por sus hijos—. No soy buena en esto. Nunca he compartido mi vida con otra persona y estoyconfundida —habló en tono calmado, lógico—. Eres una distracción para mí. Hevenido aquí a resolver problemas, no a crearlos.

—Ahora resulta que soy un problema. Muy bien. Como quiera —enfadado, Riose levantó y tiró sus tortitas a la basura, tal y como Paloma había tirado sus sueños.

Ella lo miró con gesto de ruego. —Gracias por ayer. Fue el día más maravillosode mi vida.

Rio percibió su tono suave, pero se sentía herido. —Gracias a ti —espetó,secamente. Sabía que había ido demasiado deprisa, pero no podía evitarlo. En loreferente a Paloma, lo quería todo.

Ella dudó un momento. Luego se levantó, rígida, haciendo una mueca de dolor.Rio la sujetó por la muñeca, horrorizado ante la idea de haberle hecho daño. —Tehice daño. Lo siento.

—No se te ocurra disculparte. Anoche hiciste que me sintiera como una mujer.

Me sentí necesitada y… y querida. He descubierto que necesito esa realidad. Que soyuna mujer, no una máquina. ¿Cómo te sientes tú?

—Siento que me gustaría tenerte en la cama todo el día, o mejor, toda unasemana. Me gustaría abrazarte, besarte, envolverme en tu pelo, sentir el temblor detus manos cuando me acarician, tus dedos aferrándose a mis hombros como si yofuera todo lo que quieres en tu vida. Quiero escuchar la música de tus jadeosmientras hacemos el amor, tus dulces gemidos. Quiero casarme contigo, quetengamos hijos, nietos… Así es como me siento.

Tras besar la palma de la mano de Paloma, Rio se apartó.

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—Dios santo —murmuró ella, aún anonadada tras un largo silencio. Peroenseguida irguió los hombros metódicamente, como dispuesta a hacer lo que creíaque debía hacer, a pesar de sus sentimientos.

Luego se volvió lentamente y salió de la casa. Rio permaneció junto a la ventana

de la cocina, observándola mientras salía del granero con el gatito entres sus manos.Él tenía otros planes para aquella mañana, pero, al menos, Paloma había

prometido pensar en su oferta.

A través de la ventana, ella lo saludó con la mano, y Rio gruñó. Ella necesitabatiempo, y él la necesitaba a ella. Para un hombre que había encontrado a la mujer quequería, esperar no resultaba fácil.

—Gracias —Paloma observó a Rio, que acababa de quitarle el cincel de la manopara entregarle un ramo de rosas. Luego miró al suelo, abarrotado de trozos deadobe y cemento.

Tras una semana de tenso silencio por parte de Rio, Paloma estaba cansada perofeliz. Deseaba arrojarse a sus brazos, pero sabía que tenía que concluir aquel viajeinterior a solas.

La mirada que Rio le dirigió no fue precisamente alentadora; era evidente queesperaba que fuera ella la que diera el primer paso.

—Esas rosas me recuerdan a ti, con sus largos tallos y sus suaves pétalos —dijo,a pesar de todo.

—Gracias —logró decir Paloma, que no estaba acostumbrada a aquellos

cumplidos.Aunque a Rio no le hacía ninguna gracia que acudiera allí cada mañana y

volviera a su casa agotada, se había ocupado de ella. Le preparaba la cena, le lavabala ropa, y cada mañana, antes del amanecer, se levantaba para prepararle unasdeliciosas tortitas. Y dormía en su saco de dormir.

—Pareces cansada —dijo, mirándola con gesto preocupado—. Estás haciendoun montón de trabajo para nada. Deberías haberme dicho que querías que limpiarany repararan el almacén.

—Quiero hacerlo personalmente, Rio. Es como limpiar mi vida —Paloma miró

a su alrededor, satisfecha—. No sé lo que acabaré haciendo con este sitio, pero va aquedar precioso.

—¿Precioso? ¿Como un salón de té?

Tras Rio, Pueblo se asomó a la puerta. Dusty y Tifus miraron por encima de sushombros. Fuera, en el aparcamiento, Roman, Dan, Logan y James se apoyaban contrael todoterreno de Rio. La imagen fue bastante clara para Paloma. Los varones delpueblo habían enviado a su mejor hombre para echarla de Dodge City… o delalmacén.

—Te han elegido para detenerme, ¿no?

Rio ladeó el sombrero en su cabeza y se cruzó de brazos.

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—No va a haber ninguna boutique ni ningún salón de té, querida.

Percibiendo su mal humor, Paloma le dedicó un guiño.

—Estoy abierta a cualquier sugerencia… aunque no creo que ninguna de ellasvaya a hacerme cambiar de planes.

—Los hombres de Jasmine tienen algo que decir al respecto. Has pintado elbaño de rosa y todo huele a flores. Eso no encaja en absoluto con el negocio del granoy los piensos. Vamos a perder clientes. Los hombres no querrán venir a compraraquí.

—Pero las mujeres sí. Ya no estamos en los días de los caballos y las carretas,Rio. Ahora, las mujeres conducen sus todoterrenos y hacen de todo. Sólo dejan quevengan los hombres para que no les den la lata. He estado examinando la sala dealmacenamiento y creo que deberíamos remodelarla.

Mientras Rio sonreía fríamente, Pueblo dejó escapar un grito ahogado, como silo hubieran abofeteado.

—Las cosas van a seguir como estaban —dijo Rio entre dientes—. Estásdisgustando a la gente. En Jasmine hay un equilibrio natural, y durante años, nuestratienda ha sido respetada como lugar en que hablar de las cosechas. La agricultura yla ganadería de esta zona dependen de esas discusiones.

Paloma se llevó a la nariz las fragantes rosas. —Por cierto, ¿sabías que tienesuna vena palpitando en la sien?

Claramente escandalizado al ver que Paloma era capaz de burlarse de algo tan

serio, Rio la observó un momento sin decir nada. Luego pasó un dedo por un tirantede su mono y la atrajo hacia sí.

—¿Estás resolviendo tus problemas, delgaducha? —Me siento cada día mejor —contestó ella. El trabajo físico en la tienda estaba ayudando, como le había ayudadotocar el piano en la fiesta.

—Has estado trabajando demasiado. Tu gatita te echa de menos —Rio iba abesar a Paloma cuando vio que Else entraba en la tienda con una cesta de la quellegaba un delicioso olor—. No deberías estar alentándola, Else. Esta mujer estadestrozando los nervios de todos los hombres de Jasmine.

Else rió abiertamente, sin dejarse afectar por el ceño fruncido de su hermano,que se llevó dramáticamente la mano al pecho, como si algo acabara de atravesarle elcorazón.

—¿Qué tal tu ropa interior, hermanito? —preguntó. Paloma le había contado suexcursión en autobús con las ancianas jugadoras de bingo y Else sabía exactamentecómo pararle los pies a su hermano.

Rio golpeó su sombrero contra su muslo, frustrado. En ese momento fue la vivaimagen del hermano pequeño siendo derrotado y mortificado por unaexperimentada hermana mayor.

—No puedes estar de acuerdo con lo que Paloma pretende hacer con elalmacén. Papá adoraba este sitio.

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—Pero mamá no. Lo que ella quería era pasar más tiempo con él. Este lugar fuela causa de muchas discusiones entre ellos.

—Se llevaban muy bien —protestó Rio.

—Claro. Por eso papá le llevaba siempre un regalo cuando pasaba demasiado

tiempo aquí. El jardín de rosas de mamá crecía cada vez que hacían las paces.Cuando Else alargó una mano para comprobar la longitud del pelo de Rio en su

nuca, él se apartó y la fulminó con la mirada.

—No se te ocurra decirle al peluquero que necesito cortarme el pelo. Luego nodeja de perseguirme.

—Paloma no sólo está limpiando y reparando el almacén —dijo Else, ignorandoel comentario de su hermano—. También está dando clases de piano a niños en elcentro cultural, y el otro día dio un concierto en el círculo de costura. Y, por comocome, tengo la sensación de que no la alimentas bien.

—Le doy tortitas y zumo de naranja cada mañana —protestó Rio.

—Si le dieras bien de comer, seguro que no tendría tanta hambre. Más vale quete ocupes bien de ella, o me la llevaré a mi casa.

Paloma observaba a los hermanos, fascinada con su discusión; nunca habíaformado parte de una familia, y ahora, Else y Rio discutían sobre quién podía cuidarmejor de ella. Una pequeña burbuja de felicidad afloró de su interior hastaconvertirse en una sonrisa. Porque sentía que los quería a ambos, a Else como lahermana mayor que nunca había tenido, y a Rio porque sospechaba que estaba

enamorada de él, cedió a la necesidad de abrazarlos.Distraído, Rio la miró sin comprender.

—No trates de confundirme. No puedo argumentar como es debido viéndotetan feliz y deliciosa. Y tú ten cuidado, Else —añadió, volviéndose hacia suhermana—. No voy a dejar que me la quites. Si las mujeres no tuvierais esa tendenciaa uniros, la vida sería mucho más fácil para nosotros.

—Me gusta la chica, Rio. Y ahora ve a decirles a tus hermanos que si no dejande instigar a los hombres del pueblo a reunirse para preservar este lugar, nuncavolverán a probar mi pastel de manzana. Y ya sabes que cuando me empeño en algo

es muy difícil hacerme cambiar de opinión.—¿La receta de mamá? —preguntó Rio, conmocionado.

Paloma estuvo a punto de soltar una carcajada, pero se contuvo. Rio la miró conel ceño fruncido.

—¿Serías capaz de permitir que nos quedáramos sin ese pastel de manzana?¿No sientes remordimientos?

—No —contestó Paloma en tono animado. Luego, atraída por el delicioso olor acomida, levantó el paño rojo que cubría la cesta que había llevado Else—. Mmm.Pollo frito y ensalada de patatas. ¿Y qué es eso? ¿Tarta de manzana?

Else palmeó la mano de su hermano, que ya se lanzaba hacia la cesta.

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—Ni un trocito, Rio —dijo con firmeza.

Él miró a ambas mujeres y asintió lentamente.

—Supongo que esto es la guerra —dijo en tono sombrío, antes de volverse parasalir con paso firme del almacén.

Else y Paloma rompieron a reír en cuanto desapareció tras la puerta.

—No he dicho que tú no puedas prepararle la tarta de manzana de mamá —dijo Else, metiendo un papel en el bolsillo del peto de Paloma—. Ahí está la receta.

—Rio ha dicho que la gatita me echa de menos.

Me siento culpable. La pobre… Trato de pasar algo de tiempo con ella, pero…

Else volvió a reír.

—Rio te echa mucho más de menos que la gatita. Querida, ¿aún no sabes que ya

tienes un hogar y una familia?Paloma miró las rosas que le había regalado Rio.

—Nunca había tenido un hogar —murmuró.

—Pues ya iba siendo hora —dijo Else con suavidad.

Aquella tarde, demasiado agotada para moverse, Paloma se sentó en el suelodel almacén. Apoyó la cabeza sobre las rodillas y se entregó al sueño.

Despertó con el corazón galopando en su pecho y un escalofrío de terror al veral hombre que se inclinaba hacia ella. Lanzó un puño con todas sus fuerzas, sintió el

impacto y escuchó un gruñido.Rio soltó una maldición y sujetó el puño de Paloma.

—Es hora de ir a casa, cariño —dijo. Tomó la parte delantera de su peto y tirócon suavidad de ella—. Tuviste que aprender eso, ¿verdad? Para sobrevivir —pensaren lo que tenía que haber pasado Paloma durante su infancia hacía que una intensarabia latiera en su interior. Luego la estrechó entre sus brazos y besó su pelo como sinecesitara hacerlo y saber que estaba a salvo.

Rio la necesitaba.

—Estoy bien —susurró contra su garganta.

—Te estás agotando. Te ayudaré a encontrar lo que necesitas. Déjame ayudarte.

—No puedo. No sé con exactitud qué necesito. Sólo sé que tengo queencontrarlo por mi cuenta.

—Entonces quédate conmigo en el rancho. No quiero que te pase nada.

—Necesito limpiar. Es algo casi compulsivo. He vivido inmersa en tantaoscuridad que limpiar este lugar es como limpiarme por dentro. No me va a pasarnada malo —Paloma acarició con ternura el pelo de Rio. Sabía que él había tenidoque enfrentarse a frecuentes pesadillas causadas por la muerte del chico, que el

sentimiento de culpabilidad aún lo perseguía.Rio alzó el rostro, la miró intensamente y rozó sus labios.

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Capítulo Nueve

—Tu Lucille te echaba de menos —dijo Rio, entrando en el almacén. Era laúnica excusa que se le había ocurrido para ir a ver a Paloma en el almacén. Lehubiera gustado que lo acariciara y mimara como a su gatita.

Durante la pasada semana, Paloma había llegado todos los días agotada, sólo encondiciones de acostarse. Pero la noche anterior, Lettie se había presentadoinesperadamente en la casa, toda dulzura y buena disposición. Rio se libró de ellacon toda la rapidez que pudo, pero al entrar de nuevo en casa se había encontrado aPaloma subiendo a la buhardilla con sus mantas. Durante el desayuno no habíahablado… excepto a su gatita. Un escudo de hielo la rodeaba, bloqueando cualquierintento de conversación de Rio.

En el almacén, Paloma estaba totalmente centrada en su nueva máquina de

coser, con la que había empezado a coser colchas de parches. Paró un momento paralanzar una fría mirada a Rio y éste la observó con cautela.

—No sabía que Lettie iba a pasar a verte anoche —dijo ella.

Río comprendió que estaba metido en un peligroso embrollo. Nunca se habíapreocupado por los intentos de Lettie de llevárselo a la cama, pero ahora tenía quedar explicaciones. Una palabra equivocada y Paloma se alejaría de él.

—Sólo fue una visita de buena vecina. No tenias por qué haberte retirado arribasólo porque trajera una tarta de cerezas y lasaña. Else y mis cuñadas lo hacen amenudo.

—Lettie no es Else, y era muy tarde. No creo que pretendiera ser una «buenavecina». En la fiesta me diste a probar su lasaña. Ayer la reconocí en ti y olías a ella—dijo Paloma, acelerando sus movimientos con la máquina de coser como siestuviera disponiéndose a iniciar una guerra.

—Yo no le pedí que viniera. De acuerdo, reconozco que lleva añospersiguiéndome. Pero yo nunca le he dado importancia —Rio decidió cambiar detema para distraer a Paloma—. No sabía que cosieras.

—No deberías haber mandado todas esas señales de atractivo sensual —dijo

ella, ignorando su comentario.—Si lo hice, todas iban dirigidas a ti. He tratado de dejarle bien claro que tú eres

la única mujer que me interesa.

Paloma lo miró con frialdad.

—No hagas nada que te pueda costar una buena comida y un cuerpo lleno decurvas.

—Puede que se me haya antojado una mujer larguirucha con mucho genio.

Paloma retiró de la máquina el trozo de tela que estaba cosiendo y lo arrojó en

la cesta como si fuera a Rio a quién estuviera descartando.

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—Me has preguntado si coso. No coso. Encargué la máquina y el materialanoche. Tras tu interludio con Lettie, a la que, por cierto, vi intentando empujartehacia el granero, y sé perfectamente de qué eres capaz en un granero, decidí quepodía hacer algo por aumentar los beneficios del almacén. Si la cosa funciona,contrataremos una costurera. Antes de que llegaras estaba calculando los posiblesbeneficios. Al menos así no tengo que pensar en lo que pudo pasar en el granero.

—No pasó nada en el granero. Y yo llevo la contabilidad de la tienda. Losbeneficios son buenos…

—Los beneficios pueden mejorar. No hay por qué estancarse. Debo proteger losintereses de Boone —dijo Paloma, casi indignada—. He comprobado los libros ypodemos mejorar. Tú podrías conseguir más sitio si organizaras mejor tu parte. Haymontones de cajas de herraduras y alambrada.

—Mi parte va a seguir como siempre. Los hombres saben dónde buscar lo que

quieren.—Mmm. No creo que el autoservicio sea lo más recomendable. Necesitamos unnuevo peso para las ventas de grano al por mayor. El que hay parece de la guerracivil, y tampoco haría ningún daño almacenar más plantas. La caja registradorapodría ser al menos eléctrica. Supongo que Pueblo no se adaptaría a estas alturas aun ordenador.

Rio se pasó una mano por la cabeza, preguntándose cómo era posible que lamujer que había estado durmiendo en su cama con un aspecto tan dulce y tentador,ahora pareciera llevar una armadura.

—Creo que debes tranquilizarte —fue todo lo que se le ocurrió decir.Paloma se levantó y, tras dedicarle una helada mirada, entró en el recién

restaurado y rosado baño y cerró de un portazo.

A lo largo de los sucesivos días quedó bien claro que Paloma necesitabaagotarse trabajando para liberar la tensión que latía en su interior. Ayudó a Elsedurante la recolección en su huerta, a Kallista, a la que faltaba poco para dar a luz,con las compras, a pesar de que nunca pasaba más allá de la puerta de la casaLlewlyn. Tocaba a menudo el piano en el bar de Marnie, volcando su alma en lamúsica. Un día aterrorizó a Pueblo presentándose en el almacén con una sierra

eléctrica y unos maderos. Cuando Rio volvió después de comprobar un aviso sobreun lobo que estaba asaltando al ganado, la encontró en un rincón del almacénempezando a construir un apartado para una oficina. Decidió ayudarla, temiendo sufalta de experiencia con la sierra. Paloma hizo caso omiso cuando le dijo que no habíamedido las tablas adecuadamente y que la puerta no llegaría a encajar. Cada vez quese agachaba para clavar una tabla, Rio se tensaba al ver cómo se ceñían los vaquerosa su trasero. Finalmente, su visita en solitario a media noche con nuevas tablasresolvió el problema y Paloma se mostró encantada a la mañana siguiente con «su»trabajo.

A primeros de junio, los problemas emocionales de Paloma seguían sin

resolverse. Solía acariciar melancólicamente el viejo piano de Boone y mirar fijamenteel baúl, y, observándola, Rio no podía evitar sentir una nueva punzada en su

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corazón. Su padre siempre solía decir que era necesario ser paciente y dar tiempo auna mujer que sufría, porque cuando superaba su dolor se hacía más fuerte. Pero esono hacía más fáciles las cosas.

Recibió llamadas de su agente que la hicieron reír, y otras de su madre que la

dejaban pálida y silenciosa durante varias horas.Muy a su pesar, Rio sabía que lo único que podía hacer por ella era esperar.

Una tarde, cuando estaba en el establo ocupándose de cambiar las herraduras aalgunos de los caballos, Paloma se asomó a la entrada.

—Hola —saludó, acercándose a él—. He oído martillazos y he venido a ver quéhacías. ¿Me enseñas?

—No —Rio no quería que se acercara al ardiente metal. Sacó del fuego lastenazas que sostenían una herradura y la colocó sobre el yunque, golpeándola con lafrustración nacida del dolor que le producía ver el sufrimiento de la mujer queamaba. Por eso, y porque quería que ella llevara su anillo de bodas, tomó un clavo deherradura, le dio forma de anillo y lo colocó en la punta de su dedo meñique.

Cuando se volvió para decirle a Paloma lo peligroso que era el metal ardientecuando no se sabía manejar como era debido, se quedó sin aliento. Atardecía, y lamirada de Paloma se deslizó lentamente del sudado pañuelo que Rio llevaba en lafrente hacia su rostro, sus hombros desnudos y más abajo. Luego se estremeció y susmejillas se cubrieron de rubor, como si acabara de ver lo que quería. Colocó unamano en su antebrazo y apretó con suavidad, con los ojos muy abiertos.

—Sudor —dijo, como si fuera algo desconocido para ella—. Oh, qué

resbaladizo. Tu cuerpo es tan duro… tan caliente…Rio cerró los ojos y se preguntó si sobreviría a la fase experimental de Paloma.

Esta movió sus elegantes manos sobre su pecho, haciendo un círculo en torno a suspezones, y se humedeció los labios con la lengua. Luego deslizó la mirada hasta másabajo de su liso estómago, donde su deseo palpitaba contra sus vaqueros, y lo tocó,

 justo allí. Tras gemir casi dolorosamente, Rio miró la camisa que llevaba Paloma y laprotuberancia de sus endurecidos pezones sobresaliendo contra la tela. Apenas logrórespirar. Se quitó el pañuelo de la frente, lo sumergió en agua y se lo pasó por elrostro. Paloma se estremeció y sus senos se balancearon bajo la camisa. Al instante,

un incontrolable deseo se apoderó de Rio. Debía refrenarse, debía darle tiempo…Paloma se humedeció de nuevo los labios, sin apartar la mirada de su cuerpo.

—Te deseo —susurró, mirándolo con impotencia, ruborizándose. De pronto,apartó la mirada—. No puedo creer que haya dicho eso.

—Lo has dicho, y yo también te deseo.

—¿Por qué? Soy desgarbada, huesuda…

Rio la interrumpió con un beso; podría haber estrangulado a quien quiera quele hubiera hecho perder la confianza en sí misma como mujer.

—Por si no te has fijado, estás bastante más rellenita que cuando viniste, y entodos los sitios adecuados.

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Paloma abrió los ojos de par en par.

—¿Crees que he ganado peso? No puedo creerlo. Llevo años intentándolo.

—La saludable vida del campo puede producir ese efecto.

Paloma lo miró como si acabara de descubrir el fuego que latía entre ellos.Deslizó las manos por sus caderas hacia sus senos y la sangre de Rio se convirtió enlava.

—Acaríciame —susurró ella.

—Estoy cubierto de sudor, corazón —dijo él con voz ronca, pero dejó que ella letomara las manos y las colocara sobre sus pechos. La expresión de Paloma se suavizóy su respiración se volvió más agitada—. Y yo que tenía tan buenas intenciones —murmuró Rio—. Eres tan suave.

—Me deseas —dijo ella, como diseccionando aquel momento entre ellos y

desprendiéndose de pasadas inseguridades—. Tienes esa oscura y tensa mirada y tudeseo es evidente. Está ahí. Para mí. Sólo para mí. No miras a ninguna otra mujer deese modo. Eso es realmente sorprendente. Para mí —repitió, anonadada.

Incapaz de resistir su temblorosa mirada, Rio la llevó lentamente de espaldashacia las sombras del establo.

—Oh, Rio —susurró ella, cuando la empujó contra la pared del establo y buscósu boca, hambriento.

Con un gemido, dejó que le separara las piernas, que encontrara su calidez, apesar las capas de tela que los separaban. Rio la amaba, y que la tomara allí sería

natural, dulce y excitante.—Estás excitado, ¿verdad? —preguntó Paloma, mordisqueándole una oreja, y

Rio casi le arrancó la ropa.

—Estoy tratando de controlarme, pero… —gimió mientras las piernas dePaloma se movían junto con las suyas, desprendiendo calor. Encontró sus senos y lostomó desesperadamente en la boca, mordisqueando sus pezones, succionándolos.

Entonces ella se arqueó hacia él, haciendo que el deseo se volviera casiinsoportable.

—Tómame así, Rio, tómame. Es tan natural, tan dulce y perfecto. Me hacessentir… Eres mi amigo, y, sin embargo, eres mucho más.

Con manos temblorosas, Paloma tomó el rostro de Rio y lo besó febrilmente. Élle arrancó la ropa. Luego apoyó una mano en su húmeda calidez, acunándola unosmomentos, hasta que Paloma se estremeció contra él. Entonces, sujetándola por lasnalgas, la alzó para dejarla caer lenta y firmemente sobre su palpitante erección.Sintiendo cómo la penetraba, cómo lo envolvía ella con su húmeda dulzura, elprimitivo fuego ardió rápidamente entre ellos, y Rio la sujetó con firmeza mientrasalcanzaban juntos el éxtasis. Unos momentos después, jadeante, dejó a Paloma en elsuelo, apoyándola contra la pared.

—Eso ha sido real —susurró ella—. ¿Te avergüenza mi desesperado deseo?

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—Me siento halagado, mi amor —contestó Rio, y la besó larga y dulcemente—.Y claro que esto es real— Esto y lo que hay entre nosotros… más que esto. Me daspaz, me das vida. Llenas mis noches y mis días. Eres la luz de mi vida y mi alegría.

Paloma no pudo contener unas emocionadas lágrimas.

—Tú me das lo mismo a mí, y más…—Te quiero, Paloma —susurró Rio—. Te quiero, amor mío.

A lo largo de los siguientes días, Paloma durmió profundamente cada noche enbrazos de Rio. Ya era la segunda semana de junio y el anillo hecho de un clavo que élle había dado era más preciado para Paloma que un diamante, aunque sabía que Rioquería darle uno auténtico. Ya sin pesadillas, Rio era un hombre tradicional que sabíallenar sus días con sencillos paseos, o pasar tranquilas tardes charlando sobre susescapadas con su hermana y hermanos cuando eran pequeños. El deseo podía saltarentre ellos con una simple mirada, con una caricia. Hacían el amor en el sofá, en el

suelo del baño, en la cama de arriba y en la de abajo. La necesidad que Rio sentía porella era constante, como si nunca le bastara. Y, para asombro de Paloma, una mujeracostumbrada a mantener bajo férreo control sus emociones, su necesidad era tanintensa como la de él.

Su amor había sucedido con demasiada rapidez, pero era real.

Una tarde de verano, mientras contemplaba el viejo baúl que había heredado deBoone, sintió un impulso casi irrefrenable de abrirlo. Se acercó a él y supo que habíallegado el momento de enfrentarse a sus miedos. Ahora sabía por qué amaba Booneaquel valle y a la gente que vivía en él. Sabía por qué había vuelto allí después de

treinta años. Y sabía que ella debía resolver su vida. Por Rio. Para darle lo mejor de símisma, no lo que quedaba después de sus miedos.

Los vestidos eran tal y como los recordaba y estaban cuidadosamente envueltosdentro del baúl. Sacó el favorito de la señora Llewlyn, un vestido azul con encajeblanco en el cuello y en las muñecas, y se lo probó por encima. La señora Llewlyn erauna mujer alta y delgada, como ella, y, probablemente, le quedaría bien. El vestidomarrón, un vestido de diario, iba a juego con un largo delantal. Otro de tafetán azultenía un sombrero a juego, largos guantes y un delicado parasol a juego. El vestidode novia blanco con volantes, de cuello alto y ceñido corpiño había suavizado sucolor con el paso del tiempo.

Paloma fue colocando vestido tras vestido sobre la cama que ahora compartíacon Rio. Cuando abrió la caja de los guantes sus ojos se llenaron de lágrimas,recordando lo grandes que le parecían los vestidos cuando era pequeña. Boone solíadisfrutar viéndola jugar a la «dama elegante». Tomó los guantes azules que aúnrecordaba y se los puso cuidadosamente. Ahora, sus delicadas manos, de dedos tanlargos como los de la señora Llewlyn, encajaron perfectamente en ellos. Ignoró laslágrimas que resbalaban por su mejilla. Boone la había querido, de eso estaba segura.Quiso que se quedara con el piano de su querida madre y con sus vestidos. Sacó laspartituras de las canciones de Stephen Foster y empezó a tocar, dejando que los

recuerdos y la música fluyeran a través de ella. Amaba la música. De niña, su madrela obligó a tocar. De mayor, había tenido que tocar el piano; era todo lo que sabía.

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Ahora, quería tocar porque amaba la música, no porque temiera el rechazo de sumadre, o que la encerrara en un armario.

Un ruido le hizo volver la cabeza y vio a Rio sentado en su sillón, mirándolacon expresión preocupada. Tocó para aliviar su alma. Tocó para decirle con su

música cuánto lo amaba. Al cabo de un rato, Rio se acercó, la tomó en brazos y volvióa sentarse con ella en el sillón.

—Te quiero, corazón. Recuérdalo siempre.

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Capítulo Diez

El teléfono sonó a media noche y Rio gruñó antes de contestar.

—Rio Blaylock al aparato.Un instante después se irguió en la cama, totalmente despejado, y miró a

Paloma. Le acarició la frente mientras escuchaba con suma atención.

—Ahora se lo pregunto, Roman. Relájate —sonrió, tenso—. Ya sé que no soy yoel que está pasando el trance, papaíto, pero tienes que tomártelo con calma. No tedesmayes, como nuestros otros hermanos. Sí, llamaré a Else. ¿Cindi está pasando lanoche con ella? Mejor. Else se ocupará de llamar a los demás.

—¿El bebé? —preguntó Paloma en cuanto Rio colgó.

—Kallista quiere que estés con ella. Os parecéis lo suficiente como para serhermanas, y os habéis llevado muy bien desde el principio. Roman está con ella y eldoctor Bennett está en camino. Else está demasiado lejos. Pero Kallista lo entenderá sino quieres ir a la casa Llewlyn.

Media hora más tarde, Paloma salía del todoterreno de Rio. Este se acercó a ellamientras observaba la gran casa blanca de dos plantas, decorada con jengibre. Queríahuir, ocultarse de los recuerdos de Boone y de lo feliz que fue con él. Las viejaspreguntas volvieron a perseguirla. ¿Era Boone su padre? ¿Por qué no la reconoció?

Rio le pasó un brazo por los hombros y la besó en la sien con delicadeza.

—Viven en la parte nueva de la casa, cariño. No tienes por qué entrar en laparte antigua. Si no te sientes capaz de hacerlo, Kallista entenderá.

—Me necesita, ¿no? —nadie había necesitado nunca a Paloma, excepto para susconciertos, y ahora, con la familia Blaylock, Kallista solicitaba su amor y su apoyodurante el parto.

Unos minutos después estaba sentada en una enorme cama, sosteniendo lamano de Kallista. La gran mano de Rio descansaba en su hombro. Roman sostenía laotra mano de Kallista, con expresión ansiosa y los ojos brillantes.

—Dile que no se preocupe, Paloma —dijo Kallista, con el pelo y la frente

empapados por los dolores del parto.—Deberíamos ir al hospital —la profunda voz de Roman estaba cargada de

emoción.

—Ni hablar. Pienso tener a mi bebé aquí, en la tierra Llewlyn —dijo Kallista.Volvió la mirada hacia Paloma—. Díselo. Dile que es aquí donde debe nacer. Túsientes lo mismo que yo.

—Ella no comprende —susurró Roman.

Tras una nueva contracción, Kallista observó a Paloma.

—Claro que comprende. Ella siente lo mismo. Es mi… mi amiga. Sé que leaterrorizaba venir aquí, pero lo ha hecho por mí.

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—Comprendo que quieras tener a tu hijo aquí. Yo te ayudaré —dijo Paloma,siguiendo su instinto mientras acariciaba el pelo de Kallista. No tenía experienciaentregando su cariño, pero su amiga parecía relajarse bajo sus caricias. Tomó elcepillo que había en la mesilla de noche y empezó a peinarla. Observó sus propiasmanos mientras hacía una coleta con aquel pelo negro tan parecido al suyo; eranmanos fuertes, tranquilas mientras realizaban tareas nada habituales para ella.

Le gustaba preocuparse por aquellos a los que amaba. El descubrimiento le hizosonreír. Formaba parte de una familia y era necesitada. Sabía cómo reconfortar aotros; era algo que surgía de ella sin esfuerzo. Podía encajar en una familia. Podíaamar.

—Para mí es un honor estar a tu lado en estos momentos, Kallista. Gracias.

—Un bebé, aquí, en la tierra de Boone —murmuró Kallista—. Eso le habríaencantado, ¿no te parece, Paloma?

—Desde luego que le habría encantado.—No más bebés —dijo Roman con recelo, frotándose el estómago como si le

doliera justo cuando el doctor Bennett entraba en el dormitorio—. Otro no.

—Deja de quejarte, Roman. Kallista ya me ha dicho que quiere unos cuantos, ylas mujeres suelen saber lo que se traen entre manos en esos temas —dijo el doctormientras examinaba a Kallista—. No he podido encontrar a mi enfermera y Else noestá. Roman, trata de no desmayarte. He visto a muchos varones Blaylockdesvanecerse durante los partos de sus esposas —miró significativamente aPaloma—. Tú no tienes aspecto de ir a desmayarte.

—No lo haré. Tendrá que decirme qué hacer —por Kallista, Paloma estabadispuesta a hacer lo que fuera necesario.

El doctor Bennett miró a Rio.

—Pon a hervir agua, por favor. Es la ocupación tradicional de los hombres enestos casos. Y deja de dar vueltas en torno a tu chica. Puede que pases por estomismo el año que viene. Pero antes quiero ser invitado a la boda —tras mirar lamano de Paloma, añadió en tono irónico—: Y creo que deberías conseguir algo mejorque un anillo hecho con un clavo.

—Lo haré en cuanto la dama decida que me quiere —con expresiónpreocupada, Rio se inclinó para besar a Paloma—. Estaré fuera. Esperándote —entonces Kallista gritó y Roman la tranquilizó.

En los cuarenta y cinco minutos siguientes, Paloma alternó siguiendo lasinstrucciones del médico y reconfortando a su amiga. Pálido y alterado, Roman senegó a dejar a su esposa; el amor fluía entre ellos como un río sin fin.

El pequeño Kipp Llewlyn Blaylock llegó al mundo con un mechón de pelonegro. Agotada, pero radiante, Kallista tomó al bebé de brazos de Roman y lo acunócontra su pecho. Else llegó entonces, dispuesta a ayudar, y el viejo doctor Bennettmiro a Paloma—. Será mejor que vayas a ver cómo está Rio. Estaba un poco verde la

última vez que lo he visto. Lo has hecho muy bien, muchacha. Puede que tenga unasustituta para ti, Else. Esta chica no se arredra fácilmente.

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—Servirá —asintió Else, sonriendo cálidamente a Paloma—. Estoy orgulloso deella.

Kallista tomó la mano de Paloma con los ojos humedecidos por las lágrimas.

—Gracias. Sé que esto no ha sido fácil para ti —susurró, mientras el bebé

bostezaba entre sus brazos.—Yo… gracias por haberme dejado compartir este momento contigo —replicó

Paloma con voz temblorosa. Cuando Rio la abrazó, no pudo evitar derramar unaslágrimas.

—Llévala a casa, Rio. Ha hecho un buen trabajo —dijo el doctor.

En las escaleras de la casa Llewlyn, Paloma se detuvo a mirar el amplio porche,lleno de flores. —Tengo que entrar ahora, Rio.

—¿Estás segura? Estás muy cansada y… —Quiero aclarar de una vez mi

pasado. Este es un buen lugar para empezar.Dentro, la vieja casa tenía los mismos sonidos y el mismo aspecto que la última

vez que la vio. Una pequeña cuna había sustituido al piano. Varias fotos cubríanparte de una pared. En total había diez, cada una de un niño con Boone. Todos teníanel mismo pelo negro y la misma fuerte mandíbula. Paloma se estremeció; que ellasupiera, Boone no había reconocido como hijos suyos a ninguno de aquellos niños,tan parecidos a él. El viejo álbum de fotos seguía en la misma mesa de siempre. Loabrió para ver a la señora Llewlyn con su vestido de tafetán azul, posandoformalmente con el señor Llewlyn.

—Me parezco tanto a ella —susurró Paloma—. Y tengo la misma mandíbulaque Boone.

Rio la siguió mientras subía al dormitorio en que durmió durante losmaravillosos intervalos que pasó en su infancia alejada de su madre.

—Hay tantos recuerdos acumulados aquí. Boone era tan bueno conmigo…

Rio la abrazó con ternura.

—Dime si puedo ayudarte en algo. Trataré de averiguar lo que quieres saber.

—No puedes protegerme de mi pasado, y sé cuánto te has preocupado por mí

todo este tiempo. Pero no quiero que te preocupes, Rio —Paloma rodeó con susbrazos el cuello de Rio y él le susurró su amor junto al oído. Pero ella sabía que nopodía entregarse a medias a aquel hombre maravilloso; antes, debía resolver supasado. Rio merecía una mujer que pudiera dárselo todo. Se apartó de él y le acaricióla mejilla—. Por favor, compréndeme.

—¿Cómo puedes hacerme esto? ¡Yo te hice! ¿Cómo te atreves? —la chillona vozde Nina Forbes resonó en el cuarto de estar de su costosísimo ático, en Nueva York.Era la tercera semana de junio cuando Paloma se enfrentó a la mujer que la presionóhasta la extenuación siendo niña. Nina la fulminó con la mirada mientras hundía susuñas postizas en el respaldo del sofá—. Todo lo hice por ti, Paloma, y ahora te echas

atrás cuando las cosas empezaban a ir viento en popa.

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Cait London – La Hora del Destino – 4º La Familia Blaylock

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—Fui yo la que hizo todo por ti, madre —corrigió Paloma cuidadosamente.

Atesoraba en su corazón el último beso de Rio, el fuerte abrazó que le dio antesde irse, una semana atrás. Como guarda forestal de Jasmine, debía asistir a un juiciocomo testigo. Tras su marcha, Paloma sólo permaneció un día en la casa. Estaba

decidida a resolver sus dudas como fuera, y para ello, debía ponerse en movimiento.Su madre tenía las respuestas, al menos algunas, y pensaba hacerle hablar.

Ahora, la mujer que la aterrorizó durante su infancia parecía mayor y frágil. Palomale habló con calmada frialdad, ocultando sus emociones. En esta ocasión no se iba aconformar con una evasiva respuesta cuando preguntara por Boone.

—Recibes una asignación mensual de mi dinero. Ahora quiero saber quérelación exacta tenía Boone conmigo. ¿Era mi padre?

Nina Forbes soltó una risita histérica.

—¿Tu padre? ¿Ese viejo? ¿Acaso crees que le habría dejado tocarme? ¿Por quées tan importante para ti después de todos estos años saber quién era tu padre?

—Porque nunca me lo dijiste.

—Exacto. No te lo dije, ¿verdad? —preguntó la madre de Paloma en el mismotono que solía utilizar para atormentarla cuando era pequeña.

—¿Por qué me dejaste con Boone? ¿Por qué me parezco tanto a su madre? —preguntó Paloma, dándose cuenta de antemano de que no iba a conseguir sacarleninguna información a su madre. Se estremeció, temiendo la verdad, u otramentira—. Madre, voy a dejar de pasarte la asignación.

Cuando se sentía amenazada, Nina Forbes podía ser brutal, pero Paloma ya noera una niña. Ya no le tenía miedo, sino más bien compasión.

Nina terminó su retahíla de insultos y miró a su hija con expresión fulminante.

—Mira tus manos. Una concertista debe cuidar especialmente sus manos.Llevas las uñas cortas y tienes callos. Te las has estropeado. ¿Sabes cuánto valen esasmanos en dinero?

—Te decepciona tener una desgarbada hija de un metro ochenta que no estáinteresada en hacerte rica, ¿verdad? Pero quiero saber qué relación tenía Booneconmigo.

—Ese vaquero con el que estás viviendo sólo va tras tu dinero. Cuando se logaste, te dejará.

—A Rio no le importa mi dinero. Me ama.

—¿Amor? Eso si que es gracioso. ¿A ti? —tras una nueva retahíla de palabrasmal sonantes, Nina se sentó en un sofá—. Roman Blaylock lo sabe todo. Si te cuentoalgo, dejará de…

—¿De pagarte? ¿Por qué?

—Ya he sufrido bastante por ti. Dile a Roman que yo no te lo he dicho y que

quiero más.

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famosos abogados, pero para proteger el rancho Llewlyn, les prohibió visitarlo. Sinembargo, mientras pagaba a sus hijos y a las ex-esposas de éstos sus asignacionesmensuales por mantenerse alejados de allí, le encantaba tener a sus nietos consigo.Aún avergonzado de cómo había vivido y de sus hijos, no quería que sus nietossupieran la verdad sobre sí mismos hasta que pudieran comprender.

Roman se apoyó contra el respaldo del asiento. —Tu eres hermanastra deKallista y de Cindi, aunque Cindi no lo sabe todavía. Te pareces a la señora Llewlynporque eres su bisnieta. Boone quería que heredaras su parte de las joyas de sumadre. Dijo que, de todos sus nietos, tú eras la que más se parecía a su madre. Decíaque era una mujer fuerte y encantadora, y yo he visto esos mismos rasgos en ti.

Roman abrió un cajón del escritorio y sacó una caja de terciopelo que alcanzó aPaloma. Esta la abrió con sumo cuidado y vio que contenía dos preciosos anillos.

—El primero fue su anillo de bodas. Boone lo recordaba destellando en su dedo

mientras tocaba. Quería que tú lo tuvieras. El otro anillo perteneció a tu tatarabuela.Paloma cerró la caja y la oprimió contra su pecho.

—Soy la nieta de Boone. Soy su nieta. Tengo hermanos y hermanas y sobrinos.Tengo una familia —dijo, maravillada, mientras todas las piezas del rompecabezasencajaban en su sitio.

—¿Quién es mi padre?

Roman le pasó una carpeta.

—Está todo ahí. Boone mantenía un archivo sobre cada uno de sus nietos y

ahora yo me ocupo de ponerlo al día. Tengo que traer a Jasmine a otros siete nietosde Boone y debo pedirte que no compartas este secreto con nadie. Eso es lo quequería Boone.

—¿Puedo decírselo a Rio? —¿cómo podía ocultarle algo al hombre que habíacambiado su vida y le había hecho sentirse de nuevo completa?

—Ahora forma parte de tu corazón, ¿no? —dijo Roman con suavidad—. Díselo.Y por cierto, los mil acres que Boone te dejó en herencia son adyacentes al rancho deRio. Ahora eres toda una hacendada.

Mientras Frisco lo llevaba a casa, Rio observó los verdes campos por los que

avanzaba, cubiertos de margaritas y flores silvestres. Había asistido como testigoexperto al juicio de unos cazadores que habían utilizado avionetas para practicar lacaza mayor. Al regresar al rancho descubrió que Paloma se había ido. Hacía tiempoque debería haber comprendido que no podía ser feliz con él; tenía muy poco queofrecerle. Paloma pertenecía a otra clase, había viajado, tenía dinero y una profesiónimportante. Pero cuando la localizara, volvería a intentarlo, en esa ocasión con unanillo más adecuado. Y tendría más paciencia. Le daría tiempo; la llevaría a cenar,aprendería más sobre la música que le gustaba… pescar en las montañas había sidouna excusa, porque no podía enfrentarse a la casa vacía y al conocimiento de que,finalmente, su amor no había bastado para conquistarla. Mientras se acercaba a la

casa se sentía agotado, viejo, con el corazón desgarrado. Paloma.

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Desensilló a Frisco y lo dejó suelto en el corral, retrasando lo más posible elentrar en la casa vacía. Miró a su alrededor y supo que si tenía que dejarlo todo porella, lo haría. Se tensó al percibir su aroma y al sentir que lo rodeaba por detrás consus brazos. ¿Estaría soñando? Paloma lo besó en la nuca y Rio se estremeció,sintiendo que el duro puño que atenazaba su corazón lo abandonaba. Peropermaneció quieto mientras ella apoyaba su mejilla contra la espalda.

—Te he preparado una tarta de manzana —susurró ella—. Es la primera quehago. He utilizado la receta de tu madre. Y también he preparado un pollo asado.

Rio respiró profundamente y se preguntó si sus botas estarían levitando delsuelo. Paloma no le había dicho que lo amaba, pero podría vivir sin ello…

—He construido un gallinero para ti. Ya hay unos polluelos dentro.

Rio tragó con esfuerzo. No se podía decir que estuvieran compartiendoprecisamente promesas eternas, pero esperaba que aquellos detalles hicieran feliz a

Paloma. Con el corazón en la garganta, se volvió hacia ella, temiendo que se riera desus regalos.

En lugar de ello, la encontró vestida con un peto y bailando de alegría. Parecíauna adolescente.

—¡Dime dónde! ¡Oh, Rio dime dónde! ¿De verdad me has hecho un gallinero?¡Oh, cuánto te quiero!

—Aún no has limpiado ninguno, chica de ciudad.

Paloma dejó de bailar y lo miró solemnemente.

—Aún te quiero, pero no iremos a comernos mis pollos, ¿no?—Son gallinas ponedoras —Rio golpeó su sombrero contra su muslo. No podía

dejar de sonreír mientras Paloma enlazaba las manos y lo miraba como si él fuera latarta de manzana que iban a comer—. ¿Era eso todo lo que tenía que hacer para queme dijeras que me quieres? ¿Darte unas gallinas y una vaca? Paloma se acercó a él yle acarició una mejilla.

—Te quiero, Rio. Hace tiempo que lo sé, pero las palabras no podían salir demis labios. Ahora llévame a casa y dime que me quieres.

Rio la tomó en brazos.

—A su servicio, señorita. Será un placer.

El mes de julio pasaba mientras Paloma seguía ocupada con lastransformaciones en el almacén. El ronroneo del nuevo aire acondicionado se fundíacon el de su sierra y martillo. Había acumulado cajas de antigua alambrada,herraduras, clavos, fotos y antiguos sacos de grano, y no pensaba contarle a Rio susplanes… aunque éste se empeñara en sacárselos a base de cosquillas. Pero en losratos que pasaban juntos, nadando en el lago o amándose en la cabaña de Boone, Riosabía que ella era feliz y eso le bastaba. Paloma aprendió a ordeñar la pequeña vacaque le había regalado, disfrutando haciendo mantequilla. De vez en cuando tocaba el

piano de Boone, fluyendo con la música, no luchando contra ella.

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Cuando podía, Rio se escapaba al rancho Llewlyn para terminar de restaurar lavieja calesa de un caballo que perteneció a la madre de Boone. Paloma aún no sabíaque también había heredado aquello.

La primera semana de agosto, Paloma se dispuso a inaugurar el remodelado

almacén. Pueblo se temía lo peor: un salón de té. Dusty y Titus no dejaban de gruñir,y Rio se preparó para una buena discusión; Paloma estaba mejorando a marchasforzadas en el terreno de expresar sus emociones. Para ganar puntos en la discusiónque se avecinaba, Rio llevó la calesa a Jasmine la tarde de la inauguración. Su familiaya estaba allí con otros residentes del valle. Dentro del almacén sonaba música deRoy Rogers y Gene Autry. Las paredes del almacén estaban adornadas confragmentos de antigua alambrada, herraduras, clavos y trozos de saco enmarcados.Trocitos de la historia de Jasmine se hallaban alineados en las estanterías; antiguaslecheras de estaño, jarras, mantequeras, pipas de barro, platillos… También habíafotos enmarcadas de viejas carretas y carros aparcados en línea junto al antiguo

almacén. A un lado había un grupo de pequeños barriles para sentarse; numerososvasos llenos de sidra descansaban en un tablón colocado entre dos barriles másgrandes.

Pero Rio sólo tenía ojos para Paloma, que se levantó y caminó hacia él cuando lovio entrar; estaba preciosa, vestida con un sencillo y corto vestido negro de largasmangas y con la gargantilla de su bisabuela al cuello.

Cuando la tuvo entre sus brazos, susurró, mirando a su alrededor:

—Así que esto es lo que has estado haciendo. Me gusta.

Paloma le acarició la mejilla y lo miró coquetamente.

—Puedes hacerlo mejor que eso, querido.

Disfrutando del juguetón humor de Paloma, Rio tomó un lazo que colgaba de lapared y los que lo rodeaban se apartaron mientras lo hacía girar en un círculo ante sí.Saltó dentro y fuera del círculo un par de veces.

—¿Por qué no te acercas y lo hablamos?

Paloma se quitó los zapatos de tacón alto. En esa ocasión fue ella la que saltó alinterior del círculo, agachando la cabeza cuando la mano de Rio pasó sobre ella.Luego, él tiró de la cuerda, ciñéndola en torno a su cintura y la atrajo hacia sí. Contra

sus labios, murmuró:—Ven fuera. Hay algo que quiero que veas. Perteneció a la madre de Boone y

ahora es tuyo.

Al ver la calesa, recién pintada y con el asiento forrado de cuero, Paloma gritóde alegría y se arrojó en brazos de Rio, besándolo por todo el rostro. Sintiéndose feliz,él la alzó y la sentó en el asiento de la calesa, disponiéndose a subir junto a ella. PeroPaloma lo empujó para que permaneciera abajo.

—Enséñame cómo funciona, amor mío —dijo, tomando las riendas en lasmanos.

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«Amor mío». Rio miró a Paloma, encantado. Paloma era una mujer que decíaexactamente lo que pensaba. Él era su amor. Oyó en su mente el sonido de campanasde boda y las pisadas de unos piececitos en el suelo. Se sintió como el si el sol acabarade alzarlo del suelo y se encontró sonriendo tontamente, orgulloso. Paloma se inclinóhacia él y lo besó dulcemente. Luego, Rio le indicó cómo sujetar las riendas.

—Así. La madre de Boone solía echar carreras con esta calesa. Era una mujermuy atractiva, como tú, alta, de ojos azules, que cuando se empeñaba en hacer algo,lo conseguía.

—Mmm. Vuelvo enseguida. Puedo hacerlo. Sólo tengo que sujetar las riendasasí. Puedo hacerlo. Es una calesa preciosa. Gracias, Rio, amor mío —dijo Paloma.Volvió a besarlo y a continuación agitó las riendas sobre la grupa de Mai Ling.

—Esa mujer puede hacer lo que se proponga. Podría conducir carretas. Me hahecho una bonita camisa con la tela de los sacos —dijo Pueblo, mientras Paloma se

alejaba en la calesa—. Y es una chica muy dulce. No deberías estar viviendo enpecado con ella Rio. Debería darte vergüenza.

—Le estoy dando tiempo —dijo Rio, defendiendo su honor—. ¿Le has oídollamarme «amor mío»?

—Tus días de soltero han acabado, muchacho —dijo Pueblo, guiñándole unojo—. Vosotros los jóvenes necesitáis tomar unas lecciones de nosotros los viejos. Lehas estado regalando gallinas y vacas y cosas parecidas, pero deberías regalarle algoque no le haga trabajar. ¿Acaso voy a tener que educarte?

—¡Ya viene! —gritó Cindi cuarenta y cinco minutos después desde la

plataforma de carga—. ¡Ha aprendido a conducirla!Vestida con el traje azul y blanco de la madre de Boone, Paloma condujo la

calesa hasta la entrada del almacén. El lazo azul de su pelo iba a juego con el vestido.Con las riendas expertamente sujetas en sus enguantadas manos, miró a Rio y sonriótímidamente.

—Cuando estés listo.

—Me dejas sin aliento, señorita.

Oh tengo intención de dejarte sin aliento Paloma se apartó para dejar sitio