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CAPERUCITA EN MANHATTAN POR CARMEN MARTÍN GAITE

Caperucita en Manhattan · 2019-07-26 · cuando el cielo se empieza a poner malva y ya todos los niños han vuelto del colegio en autobuses a encerrarse en sus casas. Vigilando Manhattan

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CAPERUCITAENMANHATTAN

POR

CARMENMARTÍNGAITE

PRIMERAPARTE

SUEÑOSDELIBERTAD

UNO

DatosgeográficosdealgúninterésypresentacióndeSaraAllen

La ciudad de Nueva York siempre aparece muy confusa en los atlasgeográficos y al llegar se forma uno un poco de lío. Está compuesta pordiversosdistritos,señaladosenelmapacallejeroconcoloresdiferentes,peroelmásconocidodetodosesManhattan,elqueimponesuleyalosdemásylosempequeñecey losdeslumbra.Le suelecorresponderel color amarillo.Saleenlasguíasturísticasyenelcineyenlasnovelas.MuchagentesecreequeManhattanesNuevaYork,cuandosimplementeformapartedeNuevaYork.Unaparteespecial,esosí.

Se trata de una isla en formade jamón conunpastel de espinacas en elcentro que se llama Central Park. Es un gran parque alargado por donderesultaexcitantecaminardenoche,escondiéndosedevezencuandodetrásdelosárbolespormiedoalosladronesyasesinosqueandanportodaspartesysacandounpoquitolacabezaparaverbrillarlaslucesdelosanunciosydelosrascacielos que flanquean el pastel de espinacas, como un ejército de velasencendidasparacelebrarelcumpleañosdeunreymilenario.

Peroalaspersonasmayoresnoselesvealegríaenlacaracuandocruzanelparquevelozmenteentaxisamarillosocochesgrandesdecharol,pensandoen sus negocios y mirando nerviosos el reloj de pulsera porque llegan conretrasoaalgúnsitio.Ylosniños,quesonlosquemásdisfrutaríancorriendoesaaventuranocturna,siempreestánmetidosensuscasasviendolatelevisión,dondeaparecenmuchashistoriasquelesavisandelopeligrosoqueessalirdenoche.Cambiande canal con elmando a distancia y novenmásquegentecorriendoqueseescapadealgo.Lesentrasueñoybostezan.

Manhattan es una isla entre ríos. Las calles que quedan a la derecha deCentralParkycorrenensentidohorizontalterminanenunríoquesellamaelEastRiver,porestaraleste,y lasde la izquierdaenotro:el ríoHudson.Seabrazanunoconotroporabajoyporarriba.ElEastRivertienevariospuentes,acualmáscomplicadoymisterioso,queunenlaislaporesaparteconotrosbarriosde la ciudad, unode los cuales se llamaBrooklyn, como también elfamosopuentequeconduceaél.ElpuentedeBrooklyneselúltimo,elquequeda más al sur, tiene mucho tráfico y está adornado con hilos de lucesformandofestónquedesde lejosparecenfarolillosdeverbena.Seencienden

cuandoelcieloseempiezaaponermalvayyatodoslosniñoshanvueltodelcolegioenautobusesaencerrarseensuscasas.

VigilandoManhattanporlapartedeabajodeljamón,dondesemezclanlosdosríos,hayunaislitaconunaestatuaenormedemetalverdosoquellevaunaantorchaensubrazolevantadoyalaquevienenavisitartodoslosturistasdelmundo.EslaestatuadelaLibertad,viveallícomounsantoensusantuario,yporlasnoches,aburridadequelahayanretratadotantasvecesduranteeldía,seduermesinquenadielonote.Yentoncesempiezanapasarcosasraras.

Los niños que viven en Brooklyn no todos se duermen por la noche.Piensan enManhattan como en lo más cercano y al mismo tiempo lo másexóticodelmundo,ysubarriolespareceunpuebloperdidodondenuncapasanada. Se sienten como aplastados bajo una nube densa de cemento yvulgaridad.SueñanconcruzardepuntillaselpuentequeuneBrooklynconlaislaquebrillaalotroladoydondeimaginanquetodalagenteestádespiertabailandoenlocalestapizadosdeespejo,tirandotiros,escapándoseencochesde oro y viviendo aventuras misteriosas. Y es que cuando la estatua de laLibertadcierralosojos,lespasaalosniñossinsueñodeBrooklynlaantorchadesuvigilia.Peroestonolosabenadie,esunsecreto.

TampocolosabíaSaraAllen,unaniñapecosadediezañosquevivíaconsuspadresenelpisocatorcedeunbloquedeviviendasbastantefeo,Brooklynadentro.Peroloúnicoquesabíaesqueencuantosuspadressacabanlabolsanegradelabasura,selavabanlosdientesyapagabanlaluz,todaslaslucesdelmundoleempezabanaellaacorrerpordentrodelacabezacomounaruedadefuegosartificiales.Yaveces ledabamiedo,porque leparecíaque la fuerzaaquellalalevantabaenvilodelacamayqueibaasalirvolandoporlaventanasinpoderloevitar.

Su padre, el señor Samuel Allen, era fontanero, y su madre, la señoraVivianAllen,sededicabaporlasmañanasacuidarancianosenunhospitaldeladrillorojorodeadoporunaverjadehierro.Cuandovolvíaacasa,selavabacuidadosamentelasmanos,porquesiempreleolíanunpocoamedicina,ysemetíaenlacocinaahacertartas,queeralagranpasióndesuvida.

Laquemejorlesalíaeraladefresa,unaverdaderaespecialidad.Elladecíaquelareservabaparalasfiestassolemnes,peronoeraverdad,porqueelplacerquesentíaalverlaterminadaeratangrandequehabíaacabadoporconvertirseenunviciorutinario,ysiempreencontrabaenelcalendariooensuspropiosrecuerdosalgunafechaquejustificaseaquellaconmemoración.TanorgullosaestabalaseñoraAllendesu tartadefresaquenuncalequisodar larecetaaningunavecina.Cuandonoteníamásremedioquehacerlo,porqueleinsistíanmucho, cambiaba las cantidades de harina o de azúcar para que a ellas lessalierasecayrequemada.

—Cuandoyomemuera—ledecíaaSaraconunguiñomalicioso—,dejarédicho en mi testamento dónde guardo la receta verdadera, para que tú lepuedashacerlatartadefresaatushijos.

«Yonopiensohacerlesnuncatartadefresaamishijos»,pensabaSaraparasus adentros. Porque había llegado a aborrecer aquel sabor de todos losdomingos,cumpleañosyfiestasdeguardar.

Pero no se atrevía a decírselo a su madre, como tampoco se atrevía aconfesarle que no le hacía ninguna ilusión tener hijos para adornarlos consonajeros,chupetes,baberosylacitos,queloqueellaqueríademayoreraseractriz y pasarse todo el día tomando ostras con champán y comprándoseabrigos con el cuello de armiño, como uno que llevaba de joven su abuelaRebecaenunafotoqueestabaalprincipiodelálbumfamiliar,yqueaSaraleparecía laúnicafascinante.Encasi todaslasdemásfotosaparecíanpersonasdifíciles de distinguir unas de otras, sentadas en el campo alrededor de unmanteldecuadrosoalamesadealgúncomedordondeseestabacelebrandounafiestaolvidada,cuyahuellaunánimeeralatarta.Siemprehabíaentrelosmanjares restos de tarta o una tarta entera; y a la niña le aburría mirar aaquelloscomensalessonrientesporquetambiénellosteníancaradetarta.

RebecaLittle,lamadredelaseñoraAllen,sehabíacasadovariasvecesyhabíasidocantantedemusic-hall.SunombreartísticoeraGloriaStar.Saralohabía visto escrito en algunos viejos programas que ella le había enseñado.Losguardababajollaveenunmueblecitodetapaondulada.Peroahorayanollevaba cuellos de armiño. Ahora vivía sola en Manhattan, por la parte dearriba del jamón, en un barriomás bien pobre que se llamabaMorningside.Eramuy aficionada al licor de pera, fumaba tabaco de picadura y tenía unpocoperdidalamemoria.Peronoporquefuerademasiadovieja,sinoporqueafuerza de no contar las cosas, la memoria se oxida. Y Gloria Star, tancharlatanaentiempos,noteníayaaquiénenamorarconsushistorias,queeranmuchas,yalgunasinventadas.

Suhija,laseñoraAllen,ysunieta,Sara,ibantodoslossábadosaverlayaordenarleunpocolacasa,porqueaellanolegustabalimpiarnirecogernada.Sepasabaeldía leyendonovelasy tocandofoxesybluesenunpianonegromuydesafinado;asíqueportodaspartesseapilabanlosperiódicos,lasropassin colgar, las botellas vacías, los platos sucios y los ceniceros llenos decolillas de toda la semana.Tenía ungatoblanco, cachazudoyperezosoqueatendíaporCloud,peroquenadamásabríalosojoscuandosuamaseponíaatocar el piano; el resto del tiempo lo consumía dormitando encima de unabutaca de terciopelo verde. A Sara le daba la impresión de que su abuelatocaba el pianonadamásqueparaque el gato sedespertaray le hicieraunpocodecaso.

LaabuelanuncaveníaaverlosaBrooklynnilosllamabaporteléfono,ylaseñora Allen se quejaba de que no quisiera venirse a vivir con ellos parapoderlacuidarydarlemedicinascomoalosancianitosdesuhospital.

—Ellosmedicenque soy su ángel guardián, quenadie empuja conmásmimo que yo un carrito de ruedas. ¡Ay qué sino tan triste!—suspiraba laseñoraAllen.

—No entiendo. ¿No dices que te gusta ese trabajo?—la interrumpía sumarido.

—Sí.

—¿Entonces,quéesloqueteparecetantriste?

—Pensarqueunosenfermosdesconocidosmequierenmásquemipropiamadre,quenomenecesitaparanada.

—Esqueellanoestáenferma—replicabaelseñorAllen—.Además,¿notehadichomuchasvecesquelegustavivirsola?

—Claroquemelohadicho.

—Puesentonces,déjalaenpaz.

—Medamiedoque le robeno lepasealgo.Lepuededarde repenteunataquealcorazón,dejarseabiertoelgasporlanoche,caerseenelpasillo…—decíalaseñoraAllen,quesiempreestababarruntandocatástrofes.

—¡Quélevaapasar!Yaveráscómonolepasanada—decíaél—.Ésanosenterraráatodos.¡Menudalagarta!

ElseñorAllensiemprellamaba«ésa»asusuegra.Ladespreciabaporquehabíasidocantantedemusic-hall,yellaaélporqueerafontanero.DeestoydeotrosasuntosfamiliaressehabíaenteradoSara,porquesudormitorioyeldesuspadresestabanseparadosporuntabiquemuyfinoy,comosiempresedormíamástardequeellos,algunanochelosoíadiscutir.

CuandolavozdelseñorAllensubíamuchodetono,sumujerledecía:

—Nohablestanalto,Sam,quepuedeoírnosSara.

Ésta era una frase que la niña recordaba desde su más tierna infancia.Porqueyaenaqueltiempo(mástodavíaqueahora)habíacogidolacostumbredeespiarlasconversacionesdesuspadresatravésdeltabique.

SobretodoporversisalíaarelucirenellaselnombredelseñorAurelio.Durante aquellas noches confusas de sus primeros insomnios infantiles, ellasoñabamuchoconelseñorAurelio.

DOS

AurelioRoncaliyElReinodelosLibros.Lasfarfanías

Sarahabíaaprendidoaleerellasolacuandoeramuypequeña,yleparecíalomásdivertidodelmundo.

—Hasalidolistadeverdad—decíalaabuelaRebeca—.Yonoconozcoaningunaniñaquehayahabladotanclaritocomoella,antesderomperaandar.Debeseruncasoúnico.

—Sí, es lista—contestaba la señora Allen—, pero hace unas preguntasmuyraras;vamos,quenosonnormalesenunaniñadetresaños.

—¿Porejemplo,qué?

—Quequéesmorirse,yaveusted.Yquequéeslalibertad.Yquequéescasarse. Una vecina mía dice que a lo mejor habría que llevarla a unpsiquiatra.

Laabuelasereía.

—¡Déjatedepsiquiatrasnidetonteríasporelestilo!Alosniñosloquehayque hacer es contestarles a lo que te preguntan, y si no les quieres decir laverdad, porque a lomejor no sabes túmisma lo que es la verdad, pues lescuentasuncuentoqueparezcaverdad.Mándamelaaquí,queyoenesodeloqueescasarseyloqueeslalibertadlapuedoespabilarmucho.

—¡VálgameDios,cuándohablaráustedenserio,madre!Noséaquéedadvaasentarlacabeza.

—Yonunca.Sentarlacabezadebeseraburridísimo.Porcierto,aversimemandasaSaraalgúndomingo,o lavamosabuscarnosotros,queAurelio laquiereconocer.

Aurelioeraunseñorqueporentoncesvivíaconlaabuela.PeroSaranuncalollegóaver.Sabíaqueteníaunatiendadelibrosyjuguetesantiguos,cercade lacatedraldeSanJuanelDivino,yaveces lemandabaalgúnregalopormediode la señoraAllen.Porejemplo,un librocon lahistoriadeRobinsonCrusoe al alcance de los niños, otro con la de Alicia en el País de lasMaravillasyotrocon ladeCaperucitaRoja.Fueron los tresprimeros librosquetuvoSara,aunantesdeleerbien.Perotraíanunosdibujostandetalladosytanpreciososquepermitíanconocerperfectamentealospersonajeseimaginarlos paisajes donde iban ocurriendo sus distintas aventuras. Aunque no tandistintas,porquelaaventuraprincipaleraladequefueranporelmundoellossolos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano,haciéndolesadvertenciasyprohibiéndolescosas.Porelagua,porelaire,por

un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con losanimales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño,porqueaellaensueñostambiénlepasaba.YqueelseñorRobinsonvivieraenunaisla,comolaestatuadelaLibertad.Todoteníaqueverconlalibertad.

Sara, antes de saber leer bien, a aquellos cuentos les añadía cosas y lesinventaba finales diferentes. La viñeta que más le gustaba era la querepresentaba el encuentro de Caperucita Roja con el lobo en un claro delbosque;cogíatodaunapáginaynopodíadejarlademirar.Enaqueldibujo,ellobo tenía una cara tan buena, tan de estar pidiendo cariño, queCaperucita,claro,lecontestabafiándosedeél,conunasonrisaencantadora.Saratambiénse fiaba de él, no le daba ningún miedo, era imposible que un animal tansimpáticosepudieracomeranadie.Elfinalestabaequivocado.TambiéneldeAlicia,cuandodicequetodohasidounsueño,paraquélotienequedecir.NitampocoRobinsondebevolveralmundocivilizado,siestabatancontentoenlaisla.LoquemenoslegustabaaSaraeranlosfinales.

Otro regalo que trajo un día la señoraAllen de parte deAurelio fue unplano de Manhattan, incluido dentro de un folleto verde con muchasexplicaciones y dibujos. Lo primero que ella entendió, al desplegarlo conayudadesupadre,yorientadaporsusexplicaciones, fuequeManhattaneraunaisla.Lamirómuchorato.

—Tieneformadejamón—dijo.

YalseñorAllenlehizotantagraciaqueselocontóatodossusamigos,yaellos también les divirtió mucho la ocurrencia y se llegó a convertir ennomenclaturapopular.«No,hombre,esoestáporlapartedearribadeljamón,comodicelachicadeSamuel».Ycuandosupadrealgúndomingolallevabaconellos,losqueyalaconocíanselapresentabanalosotroscomo«laniñaquehabíainventadolodeljamón».YSara,quenolodijoporhacergracia,sesentíaadisgustoconquese rieran tanto.Laverdadesque losamigosdesupadresiempresereíanportodoyeranbastantetontos.Además,nohacíanmásquehablardebéisbol.EllaaAurelioselofigurabadeotramanera.

Pensabaenélmuchasveces,conesamezcladeemociónycuriosidadquedespiertanennuestraalmalospersonajesconlosquenuncahemoshabladoycuyahistoriasenosantojamisteriosa.ComoelsombrererodeAliciaenelpaísdelasmaravillas,comolaestatuadelaLibertad,comoRobinsonalllegaralaisla.LaúnicadiferenciaeraquesuspadresaestospersonajesnolossacabanensusconversacionesyaAurelio,encambio,sí.Yconmuchafrecuencia.

—¿PeroquiénesAurelio?—lepreguntabaasumadre,aunqueconpocasesperanzasderecibirunarespuestasatisfactoria,porquelasdesumadrenuncaloeran.

—Elmaridodelaabuela.

ElseñorAllensereíacuandoleoíadeciresto.

—Ya,ya,marido.Acualquiercosallamalagentemarido.

—¿Entoncesesmiabuelo?

LaseñoraAllenledabauncodazoalseñorAllenylehacíaungestomuyraroconlascejas.Esoeraelavisodequepreferíacambiardeconversación.

—¡Nolemetaslíosenlacabezaalaniña,Sam!—protestaba.

—¿Peroesmiabueloono?

—Desdeluegoatuabuelalatratacomoaunareina—decíaél—.Comoaunaverdaderareina.¡LosreyesdeMorningside!

—Nolehagascasoatupadre,quesiempreestádebroma,yalosabes—interveníalaseñoraAllen.

Sí.Sara lo sabía.Pero lasbromasde laspersonasmayoresnoconseguíaentenderlas,porquenoteníannipiesnicabeza.Yloquemenosgracialehacíaeraquelasusaranparacontestarapreguntasqueellanoseestabatomandoarisa.

Detodasmaneras,lanoticiadequeAureliotrataraalaabuelacomoaunareinafuemuyimportanteparadarpiealasfantasíasdeSara.Claro:eraunrey.Yenesolaniñanonecesitabaaclaraciones.Preferíainventarseporsucuentacómoeraelpaíssobreelcualmandaba,yaquenoladejabaniraverlo.

LalibreríadeviejodeAurelioRoncalisellamabaBooksKingdom,oseaElReinodelosLibros,ylamarca,estampadasobrelaprimerahojadecadauno, representaba una corona de rey encima de un libro abierto. Sara teníamuchasganasdeiraaquellatienda,peronuncalallevaban,porquedecíanqueestabamuylejos.Sela imaginabacomounpaíschiquito, llenodeescaleras,derecodosydecasasenanas,escondidasentreestantesdecolores,yhabitadasporunosseresminúsculosyaladoscongorroenpunta.ElseñorAureliosabíaquevivíanallí,aunquesabíatambiénquesólosalíandenoche,cuandoélyasehabíaidoyapagadotodaslasluces.Peroaellosnolesimportabaeso,porqueeranfosforescentesenlaoscuridad,comolosgusanosdeluz.Segregabanunaespecie de tela de araña, también luminosa, y se descolgaban por los hilosbrillantesparatrasladarsedeunestanteaotro,deunbarriodelreinoaotro.Semetían entre las páginas de los libros y contaban historias que se quedabandibujadasyescritasallí.Sulenguajeeraunzumbidocomodemúsicadejazz,pero en susurro. Para vivir en Books Kingdom la única condición era quehabíaquesabercontarhistorias.

PerodeprontoSara,cuandoestabainventandoestahistoriaysoñandocon

vivirtambiénellaenBooksKingdom,aunquefuerateniendoquereducirsedetamañocomoAlicia,sequedabamirandoalasparedesdelacasadondevivíade verdad enBrooklyn, de donde casi nunca salía.Y era como despertarse,como caerse de las nubes del país de las maravillas. Y entonces se leempezaban a agolpar las preguntas sensatas. Por ejemplo, por qué el rey deaquellatribudecuentistasenanosyfosforescenteslemandabaregalos.Yporqué no podía conocerlo ella, si sus padres hablaban de él como si loconocieran.¿Porquénoveníaélenpersonaa traerle los libros?¿Eraaltoobajo?¿Jovenoviejo?Ysobretodo,¿erasuamigoono?

—Tuabuelonoes,esoquesetemetabienenlacabeza—ledijosumadreundíaenquelaniñahabíavueltoadarleelpelmazoconsuspreguntas.

Y, para que se quedara más convencida, había ido a buscar el álbumfamiliary lehabíaseñaladounafotografíamuyborrosadelprincipio,dondeaparecíaunamujermuyguapaymuyaltavestidadeblancoycogidadelbrazodeunhombremuchomásbajitoqueellaquemirabaalacámaraconcaradesusto.

—Fíjatebien.ÉseestuabueloIsaac,queenpazdescanse.Oseamipadre.Yellamamá.¿Entendido?

—Nomucho—dijoSara,singraninterés.

—Puesseacabó.Sontusabuelosypunto.

Elasuntodelosparentescos,depuroraroqueera,aSaraleaburríaynoleproducíatantacuriosidadcomootros,asíqueenelfondoacabódándoleigualqueAurelionofuerasuabuelo.

MorningsideesunbarriodeManhattanque,comoyasehadicho,pillaalnorte, por la partede arribadel jamón.AntesdenacerSara, la abuelavivíatambién en Manhattan, pero al sur, justo al otro lado del East River. Saraestabaacostumbradaaoírhablarasumadreconnostalgiadeesacasa,dondetambiénellahabíavividodesoltera.Lallamaba«lacasadelaavenidaC».Yparecía echarla demenos, sobre todo porque estabamás cerca deBrooklynquelaotraysehubieratardadomenosenir.Peronuncamencionabaningunaotracualidadquehicieraentendersierabonitaofea.

Cuando estaba a punto de nacer Sara —que vino al mundo tres añosdespuésdecasarsesuspadres—,laabuelaRebecasehabíamudadoconaquelmisteriosomaridooloquefueraalbarriodeMorningside,cercadedondeéltenía la librería de viejo. Era la única casa de la abuela que Sara habíaconocido,aunquelaverdadesquealprincipiodesuinfancia,másbienpoco.Porqueentonces,enlostiemposdeAurelio,casinuncallevabanalaniñaporallí,nitampocoibamucholaseñoraAllen.Ycomoenlosañosenqueunniñoaprendealeeryasoñarescuandolodesconocidoserodeamásdemagia,a

SaraelbarriodeMorningsideleparecíaentoncesmuchomásdistanteeirreal,la catedral de San Juan el Divino un castillo encantado, y aquella casa deManhattan desde cuyas ventanas se divisaba un parque alargado y solitario,unacasadenovela.

Claro que Sara, pormuy lista que fuera, no había leído todavía ningunanovela,perocuandoluegolasleyó,seacordabadecómopensabadechiquititaenlacasadeMorningsideysupoquehabíasidoparaellaunacasadenovela.

Susprimerasfantasíasinfantilessehabíantejidoentornoaaquelnombre—Morningside—, que le parecía maravilloso por el sonido que tenía aldecirlo, como de aleteo de pájaros, y también, claro, porque significaba «alladodelamañana»,queesunacosamuybonita.Peroademásesqueallí,esdeciralladodelamañana,vivíanAurelioyRebeca,dosserestandistintosaSamuelAllen y sumujer que costaba trabajo imaginar que fueran parientessuyos.O sea dos personajes de novela. Porque en las novelas—como supoSaramástarde—nosalegentecorriente.

Detodasmaneras,mientraslaabuelaestuvoviviendoconelrey-librerodeMorningside,elseñorAllen,aunquebromearasobreellos,parecía tenerlesalosdosmássimpatíaquesumujer.Yesoeraloraro.Porlomenosrespetabasuscostumbresynolosjuzgabanileponíannervioso;alláellosconsuvida.Selimitabaallamarlos«losdeMorningside».

—EstamañanamehantelefoneadoalafontaneríalosdeMorningside—decíaalgunanoche,alahoradelacena.

AlaseñoraAllen,encambio,cuandooíamencionaralosdeMorningside,le entraba una especie de tic nervioso que la hacía pestañear tres vecesseguidas.

—¡Vaya,hombre!¿Yporquénollamanaquí?

ElseñorAllenseguíacomiendotantranquiloomirandolatelevisión,olasdoscosasalmismotiempo.

—Yamíquémecuentas,chica.Habránllamadoyestaríascomunicando.¿Noes tumadre?Pregúntaselo tú.Alomejor leaburrequesiempre leestésdandoconsejos,comosifueraunaniñachica.

—Esqueescomounaniñachica.

—Bueno,peroyono,y tambiénme losdas.Tus consejosnos aburren atodos.

—Estábien.¿Yquequerían?

—DecirqueellaseibaestatardeacantaraNyack.Oseaqueyasehabráido.Vaaestardosdíasallí.

ElnombredeGloriaStartodavíaserecordabaenalgunassalasdefiestadetercera categoría, y aún la invitaban de cuando en cuando a cantar blues,apoyadacontraunviejopiano.

—¡Vaya porDios!—suspiraba la señoraAllen—.Por eso no le gustabahablarconmigo,claro,porquesabeloqueleibaadecir.

—¿Peroporquéletienesquedecirnada?¿Atiquéteimporta?—decíaelseñorAllen—.Déjalaquecante,siessugustoyélnoseloimpide,quealfinyalcaboeselúnicoquetendríaderecho.

—Hastaquesehartedeella.Yluegolovaasentir.Cuandopierdaaéste,yanovaaestarenedaddeencontrarotroniparecido.Letemoalavejezdemimadre,Samuel,telodigodeverdad.

—Puesyono.Cadaunoentiendelavidaasumanera.DejaenpazalosdeMorningside.

Sara, en aquellos primeros años, sólo recordaba haber ido tres o cuatrovecesalacasadeMorningside.

El gato Cloud no existía, y había a la entrada un perchero con cabezasdoradas de león. La puerta de la casa la abría una asistenta negra y muygrandota,queibasiempredemangacorta,aunquefuerainvierno.SellamabaSally.

Sara,alaabuela,larecordabatalcomolahabíavistoporprimeravezenlacasa deMorningside. Lo que más le impresionó aquel día es que le habíaparecidomás joven que sumadre. Llevaba puesto un traje de seda verde yestabasentadaanteuntocadordetresespejosllenodetarritosquebrillaban.La abuela,mientras semaquillaba delante del espejo, canturreaba siguiendolossonesdeunacanciónitalianaqueestabasonandoenelpick-up:

Parlamid’amore,

Mariú,

tuttalamiavita

seitu…

Parecía otra la abuela entonces. También la casa de Morningside. Másadelante,cuandosupadrellamaba«lagarta»alaabuela,Sarapensabaqueesquelarecordaría,comoella,vestidadeverde.

AntesdelplanodeManhattanydeloslibrosdecuentos,elprimerregaloqueSara había recibido del rey-librero deMorningside—cuando tenía sólodosaños—fueunrompecabezasenorme.Suscubosllevabanencadacaraunaletramayúsculadiferente,coneldibujoencoloresdeunaflor,frutaoanimalcuyonombreempezaraporaquellaletra.

Gracias a este rompecabezas, Sara se familiarizó con las vocales y lasconsonantes, y les tomó cariño, incluso antes de entender para qué servían.Poníaenfilaloscubos,lesdabalavueltaycombinabaasucapricholasletrasque iba distinguiendo unas de otras por aquellos perfiles tan divertidos ypeculiares.LaEparecíaunpeine,laSunaserpiente,laOunhuevo,laXunacruzladeada,laHunaescaleraparaenanos,laTunaantenadetelevisión,laFunabanderarota.Supadrelehabíadadouncuadernogrande,contapasdurascomodelibro,quelehabíasobradodellevarlascuentasdelafontanería.Eradepapelcuadriculado,conrayasrojasalaizquierda,yenélempezóapintarSara unos garabatos que imitaban las letras y otros que imitaban muebles,cacharros de cocina, nubes o tejados. No veía diferencia entre dibujar yescribir.

Y más tarde, cuando ya leía y escribía de corrido, siguió pensando lomismo;oseaquenoencontrabarazonesparadiferenciarunacosadeotra.Poreso legustabanmucho losanuncios luminososquealternaban imágenesconletreros, marilines monroes apagándose y la marca de un dentífricoencendiéndose,enelmismoalerodelmismoedificioaltísimo,alumbrandolanocheenunparpadeoquepasabadeloroalverde,casia lavez.Porque lasletrasylosdibujoseranhermanosdepadreymadre:elpadreellápizafiladoylamadrelaimaginación.

LasprimeraspalabrasqueescribióSaraenaquelcuadernodetapasdurasque lehabíadado supadre fueron río, lunay libertad, ademásdeotrasmásrarasquelesalíanporcasualidad,amododetrabalenguas,mezclandovocalesyconsonantesalabuenadeDios.Estaspalabrasquenacíansinquererloellamisma, como flores silvestres que no hay que regar, eran las que más legustaban, las que le dabanmás felicidad, porque sólo las entendía ella. Lasrepetía muchas veces, entre dientes, para ver cómo sonaban, y las llamaba«farfanías».Casisiemprelehacíanreír.

—Pero ¿de qué te ríes? ¿Por quémueves los labios?—le preguntaba sumadre,mirándolaconinquietud.

—Pornada.Hablobajito.

—¿Peroconquién?

—Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porquesuenanmuygracioso.

—¿Queinventasqué?

—Farfanías.

—¿Yesoquéquieredecir?

—Nada.Casinuncaquierendecirnada.Peroalgunasvecessí.

—Diosmío,estaniñaestáloca.

Sarafruncíaelceño.

—Puesparaotraveznotecuentonada.¡Yaestá!

La señoraAllen, algunas noches, subía al piso diecisiete, apartamentoF,paraverunratoasuvecinalaseñoraTaylorydesahogarseconella.

—Siempre parece que me está ocultando algún secreto, ya ves, con lopequeñaquees;ocomopensandoenotracosa;¿no tepareceraro?Yluegotanarisca.Saleamimadre.

LaseñoraTaylor,queestabasuscritaaunarevistadedivulgacióncientíficayeraadictaalosprogramasdetelevisióndondesehablabadeloscomplejosdelosniños,eraquienhabíasugeridoalaseñoraAllenquellevaraasuhijaaunpsiquiatra.Segúnellateníacomplejodesuperdotada.

—Perotienequeverlaunoqueseabueno—añadía,congestodeenterada—porquesino,losniñossetraumatizan.

—Fíjate,perounobuenoserácarísimo.QuickPlumbernodaparatanto.YluegoqueSamuelnoquerría.

QuickPlumbereraelnombredeltallerdefontaneríaqueteníamontadoelseñorAllenconotrosociomásjoven.Yprecisamenteestesocioeraelmaridode laseñoraTaylor.Se llamabaPhilip,solíavestirdecueronegro, teníaunamotomuygrande y formabaparte del grupode amigos bromistas del señorAllen.AlaseñoraAllenleparecíamuyguapo.

LosTaylor teníanunniñomuygordo,unpocomayorqueSarayqueendosotresocasioneshabíabajadoajugarconella.Perocasinosabíajugarysiempreestabadiciendoqueseaburríaysacándosedelosbolsillosabultadosdelachaquetacaramelos,pirulísychicles,cuyasenvolturasdepapelarrugabaytirabadesordenadamenteporelsuelo.SellamabaRod.PeroenelbarriolellamabanChupa-chup.

Rodnoteníaelmenorcomplejodesuperdotado.Leestorbabatodoloquetuvieraqueverconlaletraimpresa,yaSaranuncaseleocurriócompartirconélellenguajedelasfarfanías,queyaalcabodeloscuatroprimerosañosdesuvida contaba con expresiones tan inolvidables como «amelva», «tarindo»,«maldor»y«miranfú».Erandelasquehabíansobrevivido.

Porque unas veces las farfanías se quedaban bailando por dentro de lacabeza,comouncanturreosinsentido.Yésasseevaporabanenseguida,comoelhumodeuncigarrillo.Perootraspermanecíantangrabadasenlamemoriaquenosepodíanborrar.Yllegabanasignificaralgoqueseibaadivinandoconeltiempo.Porejemplo,«miranfú»queríadecir«vaapasaralgodiferente»o«mevoyallevarunasorpresa».

La noche que Sara inventó esa farfanía tardó mucho en dormirse. Selevantóvariasvecesdepuntillasparaabrirlaventanaymirarlasestrellas.Leparecíanmundos chiquitos ymaravillosos como el delReino de losLibros,habitadosporgentemuyraraymuysabia,quelaconocíaaellayentendíaellenguajedelasfarfanías.Duendecillosquelaestabanviendodesdetanlejos,asomadaalaventana,ylemandabandestellosdefeydeaventura.«Miranfú—repetíaSaraentredientes,comosirezara—,Miranfú».Ylosojosseleibanllenandodelágrimas.

Pocosdíasdespuésseenteróde repente,porunaconversación telefónicadesumadreconlaseñoraTaylor,dequeAurelioRoncalihabíatraspasadosutiendade libros, sehabía idoa Italiayyanovivíacon laabuela.LaseñoraAllenhablaba convozdolientey confidencial.Deprontovio a suhija, quellevabaunratolargoparadaenlapuertadelacocina,yseindignó:

—¿Quéhacesahí,enterándotedeloquenoteimporta?¡Veteatucuarto!—chillóenfadadísima.

PeroSaraestabapálidacomoelpapel,teníalosojosperdidosenelvacíoynosemovía.Sumadrevioqueseagarrabaalquiciodelapuertayquecerrabalosojoscomosifueraamarearse.Yseasustóunpoco.

—Tellamodentrodeunmomento,Lynda—dijo—.No,noesnada,notepreocupes.

Ycolgó.

Cuandollegóalladodesuhijayquisoabrazarla,ellalarechazó.

—¿Peroquétepasa,porfavor,Sara?Estástemblando.

Laniña,efectivamente,temblabacomounahoja.LaseñoraAllenleacercóuntabureteparaquesesentara.Entoncesellasetapólacaraconlasmanosyestallóenunllantosinconsuelo.

—Dialgo,dimealgo—suplicabalaseñoraAllen—.¿Estásmala?¿Quéteduele?

—Miranfú,miranfú—balbuceabalaniñaentrehipos—,pobremiranfú…

EstuvovariosdíasconfiebremuyaltayensusdeliriosllamabaaAurelioRoncali,decíaquequeríaentrarenelReinodelosLibros,queélerasuamigo,queteníaquevolver.

PeroAurelioRoncalinuncavolvió.Nivolvió tampocoasermencionadodelante de ella. Sara comprendió que tenía que guardar silencio. Aquellasfiebreslehabíanotorgadoeldondelsilencio.Sevolvióobedienteyresignada.Habíaentendidoquelossueñossólosepuedencultivaraoscurasyensecreto.Y esperaba. Llegaría un día —estaba segura— en que podría gritar

triunfalmente: «¡Miranfú!». Mientras tanto, sobreviviría en su isla. ComoRobinson.YcomolaestatuadelaLibertad.

TeníaSaraentoncescuatroañosyahora,alcabodeotrosseis, leparecíaquetodoaquellolohabíasoñado.

Aurelio Roncali, el último novio de su abuela, había enterrado a GloriaStar.YSaralossituabaaambosenunmundohabitadoporlobosquehablan,niños que no quieren crecer, liebres con chaleco y reloj y náufragos queaprenden soledady paciencia en una isla.Aningunode ellos lo había vistonuncaenpersona,perolascosasquesevenensueñossontanrealescomolasquesetocan.

Y aquel rey-librero de Morningside, del que apenas sabía nada, habíaexistido. Y había sido el primero en inyectarle sus dos pasionesfundamentales: ladeviajaryladeleer.Ylasdossefundíanenotra,porqueleyendosepodíaviajarconlaimaginación,oseasoñarqueseviajaba.

TRES

ViajesrutinariosaManhattan.Latartadefresa

ConocerManhattansehabíaconvertidoparaSaraenunaobsesión.

Ya ni siquiera aguzaba el oído para enterarse de por qué sus padres seponían a discutir en cuanto semetían en la cama. Se había acostumbrado areconocereltonoexcitadodesumadre,comosereconocenlasnubesoscurasque amenazan tormenta. Pero eran asuntos sin interés. Casi siempre salía arelucir el matrimonio Taylor, como punto de comparación. Al señor Allen,LyndaTaylorleparecíaalegre,dulceyjuvenil.LaseñoraAllenreplicabaquepodíaserlo,porquesumaridolehacíaregalosynovivíamásqueparaella.Lateníaenpalmitas.Alababa,además,lacapacidaddetrabajodePhilipTaylor,que en las horas que le dejaba libre el taller, se dedicaba a reparar radios ytelevisiones,yatodoloquelesaliera.Ytodavíasacabatiempoparallevarasumujer al cine.Acababan de comprarse un lavavajillas nuevo y un hornomicroondas. Philip sí que era un hombre.Y además nunca iba sucio; usabadesodorante.

—¿Ytúporquélosabes?

—MelohadichoLynda.

—¡Puesvayadeunastonteríasquehabláislasmujeres!¡Desodorante!¿Esqueyohuelomal?

Saraencendíalaluz,sacabadelcajóndelamesillaelplanodeNuevaYork

queleregalóañosatráselseñorAurelio,yseponíaamirarlo.

Entonces empezaba a soñar con los ojos abiertos y la discusión de suspadresseconvertíaenunamúsicadefondosobrelaqueseibandesarrollandolasimágenesdesuexcursiónfantásticaporlascalles,plazasyparquesquenoconocía.Unasvecesvolabaporencimadelosrascacielos,otrasibaanadoporelríoHudson,otrasenpatinesoenhelicóptero.Yalfinaldeaquelrecorridosonámbulo, cuando ya empezaban a pesarle los párpados, Sara se veía a símismaacurrucadaenunaespeciedenidoquealguienhabíafabricadoparaellaenlomásaltodelaestatuadelaLibertad,disimuladoentrelospinchosdesucoronaverde.Seposabaallícomounpájarocansadodevolar.Y,mientraslaibainvadiendoelsueño,lerezabaalaestatuaporque,alfinyalcabo,eraunadiosa. Inventaba oraciones de su cosecha y las escribía en un teclado raro.ErancomotelegramasmandadosalarepresentantedelaLibertadparapedirlequelalibraradelcautiveriodenoserlibre.Tambiénlepedíaquesuabuelasevolvieraavestirdeverde,comocuandoellalaconoció.Porqueelverdeeselcolordelaesperanza.

Alsur,enellugardelplanodondeconfluíanlosdosríosyestabalaislitacon la estatua, la niña había pegado una estrella dorada, y otra plateada alnorte,juntoalparquedeMorningside,pordondecaíamásomenoslacasadesuabuelaRebeca,queyanohabíavueltoallamarseGloriaStar.

LaestrellitaplateadayladoradasemandabanguiñosdenorteasurenelenormeplanodeNuevaYorkqueSaraAllenextendíaporlasnochesencimadesucamayque teníagastadísimode tantodesdoblarloyvolverloadoblarparaaprendersebien losnombresde las callesdeManhattany las líneasdemetroydeautobúsquelasrecorríanycomunicabanentresí.Habíallegadoaconocerlascomolasrayasmarcadasenlapalmadesumanoyestabasegurade poder orientarse de maravilla por la isla de sus sueños, surcarla de unextremoaotroymetersesinmiedoentodossusrecodos,apesardequenuncahabíatenidoocasióndecomprobarlo,porquesolamentecruzabaelpuentedeBrooklynunavezalasemana,yparaeso,siempreconsumadre,cumpliendopuntualmente a las mismas horas el mismo recorrido. Un recorrido queterminaba en el lugar que Sara teníamarcado en el plano con la estrella deplata: la casa donde vivía su abuela desde que ella la había conocido, unséptimopisoexteriorcondostramosdepasillo.

Peroestabadeseandoquellegaranlossábadosparaacompañarasumadreenaquellavisitaobligada,yselehacíacortísimoeltiempoquepasabanallí,en la casa del piano negro, el gato Cloud, los armarios desordenados y loscenicerosllenosdecolillas.LeencantabaelpisodelaabuelaRebeca,talvezpor ser la única casa deManiatan donde había entrado, y las historias quecontaba la abuelaRebeca cuando estaba de buen humor, tal vez por ser lasúnicasinteresantesquehabíaescuchadojamásdelabiosdeunservivo.

Ella soñaba—¡miranfú!—conquealgúndía se iría aManhattanavivircon la abuela; volvería Sally, la asistenta negra, y tapizarían de espejo lasparedesdelacasa.

El viaje semanal a Morningside era como leña nueva para alimentar elfuegodeesesueño.

Encambioa laseñoraAllen,queestabadeseandopretextospara llorarycompadecerse del prójimo, le ponían muy triste aquellas visitas, y cuandovolvían a Brooklyn en el metro, ya de noche, solía venir secándose laslágrimasconunpañuelograndequesacabadelbolsillode lachaqueta.Saramiraba alrededor muy nerviosa porque le parecía que iban a llamar laatención,peroluegosedabacuentadequenadiesefijabaenellas,porquelagentequeviajaenelmetrodeNuevaYorkllevasiemprelosojospuestosenelvacío,comosifueranpájarosdisecados.

—Semuere, eldíamenospensado senosmuere—lloriqueaba la señoraAllen.

—¿Peroporquésevaamorir,mamá,sinoestámala?Yolahevistomuyalegre.

A Sara le parecía que el único rato bueno que le proporcionaban a sumadreaquellosviajesaManhattaneraelquesepasabalavísperametidaenlacocina, preparando la tarta de fresa que siempre le llevaban a la abuela. Lahacíaporlanoche,despuésderecogerlamesadondehabíancenado,mientraselseñorAllenleíaelperiódicoomirabaunpartidodebéisbolportelevisión.

—¡Mira qué bien huele, Samuel!—decíaVivianAllen todos los viernescon idénticoentusiasmocuandosacaba la tartadelhorno—.Mehaquedadomejorquenunca.

Luegoladejabaenfriarunpoco, laenvolvíacuidadosamenteenpapeldeplataylacolocabaenelfondodeunacesta.Estabasofocadaylebrillabanlosojos.

—Ymañana estarámejor todavía—añadía satisfecha—. Las tartas paraquequedenmásbuenashayquehacerlasdevíspera.Levaaencantar.Sevaachuparlosdedos.

—Perosia tumadreno legusta la tartade fresa—decíael señorAllen,queestabahartodeescuchartodoslosvierneslomismo.

—Túquésabrás.

PeroSaranotabaqueencuantosumadredejabalatartametidaenlacestay se ponía a sacarle brillo al horno, empezaba a borrarse de su rostro laanimaciónquelohabíailuminadohastaentonces,yseleponíanlosojosotravezcomoconunvahodeniebla.

Al día siguiente ellas dos comían más temprano que de costumbre,disponiéndosealviaje.Lodejabantodobienfregadoyrecogido.

—Yahoraelsándwichdetupadre.Quenosenosolvide—decíalaseñoraAllen.

El tallerQuickPlumber,FontaneríadeUrgencia,propiedaddeAllenandTaylor, abría también los sábados. Y últimamente, según le había oídocomentarSaraasumadre,elnegocioibavientoenpopa.

CuandoelseñorAllenllegabadeltrabajoalasseis,ellasnohabíanvueltotodavía, pero se encontraba con una nota de su mujer y un sándwich depepino.Lanotanuncalaleía.Latirabaalabasurajuntoconelsándwich,seduchabaybajabaacenaralrestaurantechinodelacalledeenfrente.

Pero la señora Allen nunca se olvidaba de preparar el sándwich ni deescribir la nota. La escribía sobre el mostrador del office, sentada en untaburetealtoconelasientodeplásticorojoyvaliéndosedeunbolígrafogordoque había pegado a la pared con una cadenita, junto al teléfono amarillo.Tardabaunpocoenescribirlaysequedabaavecesmirandoalinfinito,comosi lecostaragrandesvacilaciones, aunque laverdadesque siempre leponíaexactamentelomismo:

Samuel, como es sábado, me voy con la niña a ver a mi madre paralimpiarleaquellounpocoyllevarlelatartadefresa.Ahítedejoelsándwich.

Alacabarlanzabaunprofundosuspiro.

Después se sentabaenunabanquetadel cuartodebaño,colocabaaSaraentre sus rodillas y empezaba a peinarla muy nerviosa y dándole muchostironesenelpelo,porquedecíaqueseleshacíatarde.

—Parecequeno,peroesunviaje.Unviajedemuchasmillas.¿Aquiénseleocurre?¡SiporlomenossiguieraviviendoenlaavenidaC!

SaraaprovechabaparapreguntarleasumadresieramásbonitalacasadelaavenidaCqueladeMorningside.Ellaseencogíadehombros,decíaquenoseacordababien.

—¿Cómonotevasaacordar,sivivisteallídesoltera?

—Bueno,puesnosé.Teníaunlivinggrande.YdesdemicuartoseveíaelEastRiver.Oseaque,fíjate,desdeaquíhubieransidoveintitantasestacionesmenosdemetro.

—¿Yporquésefuedeaquellacasa?¿LegustabamásMorningside?¡Ay,mamá,nomedestantostirones!

—Laculpalatienestúquenoteestásquieta.Meponesnerviosa.

—Perocontéstame.

—Puessefueporqueledioporahí.Yasabesquelaabuelaescaprichosaytienequesalirsesiempreconlasuya.Igualquetú.

PerodeAurelioRoncalinodecíaunapalabra.La señoraTaylor lehabíaaconsejado(siempreguiándoseporlosconsultoriossentimentalesdelateleyporsuslecturassobrecomplejos)quealosniñosesmejornohablarlesdelosasuntos que les producen trauma. Y, a pesar del tiempo que había pasado,Vivian Allen no se podía olvidar de la enfermedad tan rara que le habíacostadoaSaralaseparacióndesuabuelayellibrero.Perolaniñanotabaqueaquel tupido manto de silencio que había caído sobre el nombre del señorAurelioeramássofocanteparasumadrequeparaellamisma.

Porque las cosas y las personas que sólo se han visto con los ojos de laimaginaciónpuedenseguirviviendoysiendoiguales,aunquedesaparezcanenlarealidad.Cuandosehanvistoyluegosedejandever,elcambioesmayor.

—Ya tedigo,hija—seguía la señoraAllenhablandomuydeprisa—.Loquemepareceunalocuraesquelaabuelavivaatantasmillasdedistancia.Nohay manera de meterle en la cabeza que donde estaría mejor es aquí, connosotros.

Sara se quedaba pensativa. Aquella solución le parecía completamenteabsurda,yestabaseguradequelaabuelanuncalahabríaaceptado.

—Tambiénpodríamosirnosotrosavivirallíconella.Haymássitio.¿Noseríamejor?

—¡Qué tonterías se te ocurren! ¿Y tupadre? ¿Novesque tupadre tieneaquísutrabajo?

—Podríatrabajarallí.Allítambiénseromperáncañerías.

LaseñoraAllen terminabadepeinaraSaraycambiabadeconversación.Sarapensabaque ella no tenía ningún trabajo enBrooklynque le impidierairseaviviraManhattanconlaabuela.Nuncaseatrevíaadecirlo,peroésasíqueleparecíalasoluciónideal.Seimaginabalimpiandodetrastosuncuartomuygrandequehabíaaladerechadelpasillo,segúnseentraba,ydecorándoloconpostersdeactricesdecine,depistoleros,detrenesydeniñospatinando.Ya sus padres los llamaría por teléfono y vendría a verlos los viernes. Peroestaba seguradequenopodíadecirlo,ni siquieracon rodeos.Ysequedabacalladaytriste.

—¡Vamos,espabila!—ledecíasumadre—.¿Enquéestáspensando?¿Novesque sehace tarde?Parecequeno, pero es unviaje, unviaje demuchasmillas.

Le ponía un impermeable rojo de hule, lloviera o no, y le daba la cesta

tapada con una servilleta de cuadros blancos y rojos. Debajo de aquellaservilletaibalatarta.

—Anda,hija,llévaselatú.Alaabuelalehacemásilusiónqueselallevestú.

—Alaabuelaledaigual.Nosefija.

—Nomerepliques.Creoquenonosolvidamosnada.

Y la señoraAllen,despuésdecomprobarquedejabacerrada la llavedelgas, que la nota para sumarido quedaba encima de la nevera en lugar bienvisibleyqueningunodelosgrifosgoteaba,seponíaarepasarcosasdentrodesubolso,mientraslasibanombrandoentredientes.

—A ver. Las llaves, las gafas, el monedero… El dinero suelto para elmetrolovoyallevarenlamano.Espera,sujétameunmomentoelparaguas.

Cerraba con tres llaves que metía en cerraduras colocadas a alturasdiferentes,yluegollamabaalascensor.Desdeaquelmomentocogíaalaniñafuertemente de lamano y ya no la soltaba hasta que llegaban a casa de laabuela.

Sara se miraba en el espejo del ascensor y luego de reojo en todos losescaparates que se iban encontrando hasta llegar a la boca delmetro.No legustabaquesumadrelallevaratanagarrada,peroerainútilsoñarconsoltarse.Mirabaalcieloqueseveíaencimadelosedificios.

—¿Por qué me has puesto el impermeable, si hoy no va a llover? —preguntabaenfurruñada.

—Nunca se sabe —contestaba la señora Allen—. Yo también llevo elparaguas,¿ves?,hayqueserprecavidos.Noolvidesquesetratadeunviaje,aunqueparezcaqueno.Novolvemoshastalanocheyelhombredel tiempohadichoque la nubosidad es variable.Hadicho tambiénque se anunciaunhuracán por las costas de Florida, que en Minnesota hay cinco carreterasvecinalesinterceptadas,queelanticiclónseincrementaenelcentrodeEuropayterciooestedelMediterráneoyque…

Sara dejaba de escuchar y se ponía a mirar a la gente, a un negro quevendíaplátanosenuncarrito,aunchicoqueibaenmotoconlosauricularespuestos,aunarubiadetaconesaltos,aunviejoquetocabalaflautasentadoenunasescaleras;mirabalosletreros,esperaba,siempreagarradadelamanodesumadre,aqueseencendieralaluzverdeparapasaralaotraacera,llegabanala boca delmetro. Entraban arremolinadas con los demás, pasaban aquellosbarrotesgiratoriosenformadecruzquesólocedíanmetiendoporunaranuralas dos fichas doradas que la señora Allen acababa de comprar después dehacer un rato de cola delante de la ventanilla. Detrás de la ventanilla,

resguardadoporcristalesgordosseveíaaunhombredecolorchocolatequedespachabalasfichasdoradascomounmuñecomecánicoylasdespedíaporuncauceovaladodemetal.Aveces,cuandonecesitabacontestaraalgoquelepreguntaba el cliente, hablaba acercándose a los labios una especie de flexoconmagnetófono en la punta que parecía un hongo escuálido como los queveníandibujadosenloscuentosdeenanosydebrujas.LaseñoraAllensoltabaunosinstantesaSaradelamanopararecogerlasfichasyelcambio.

—Sujétameelparaguas—ledecía.

EranunossegundosmuyintensosyexcitantesparaSara.Siemprellevabaenelbolsillounparde fichasdoradasdeaquéllas.Se lashabíacogidoa supadre una vez que estaba durmiendo y se le cayeron de la chaqueta maldobladasobreelrespaldodeunasilla.Mirabalaranurapordondehabíaquemeterlas, se apartaba unos pasos de su madre y se dejaba invadir por latentacióndeecharacorrerconsu impermeablerojo,suparaguasysucesta,traspasaraquelumbralyperdersesolaentrelagenterumboaManhattan.Peronuncalohizonilointentósiquiera.

Entrabanalandén.LaseñoraAllenmirabarecelosayleapretabalamanomás fuerte todavía. De los viajeros que esperaban en el andén, unosdespertaban sus sospechas más que otros y de eso dependía el vagón queescogieraparamontarsecuandollegabaalfinelmetroatantavelocidadqueparecíaquenoibaapararse.Sarapensabamuchascosasencuantoentrabanenelvagónyseponíaamiraratodaaquellagente,delaquesumadretratabadedistraerla, mientras le desabrochaba los botones de arriba del impermeableparaqueluegonotuvierafríoalsalir.Defríodecalorydetormentaslosabíatodoyesdeloquehablabasiempreporlasmañanasconlosviejosaquellosque,segúndecíasuspirando,laqueríanmásquesupropiamadre.Seoíatodoslos partes meteorológicos de la televisión y los comentaba con ellos. Encambioleaburríanmucholaspelículasdeamorydeaventuras.Tambiénestolocomentabaconlosancianitosdesuhospital,quesolíandarlelarazón,unosporquepensabanlomismoqueellayotrosparaquesecallara.

—¿Quién puede creerse eso?—les decía,mientras les daba un caldo depollo o los arropaba con mantas de cuadros—. ¿Dónde se ha visto que unhombresaltedeuntejadoaotrooqueunamujertengacaradeserpiente?

—En Manhattan se ven esas cosas y otras peores, señora Allen —lecontestabaalgunosentenciosamente.

Yporsiacasoeraverdad,a laseñoraAllennolegustabaqueSaravieraaquellashistoriasenlatelevisiónniquevolvieralacabezaparamiraranadiecuandoibanenelmetroavisitaralaabuela.

—¿Porquémirasaeseseñor?

—Porquevahablandosolo.

—Déjalo.¿Novesquenolemiranadie?

—Claro,pobrecillo,poresolemiroyo.

—Yatiquéteimporta.Sonasuntossuyos.

Había mucha gente que iba hablando sola en el metro de Nueva York.Unosentredientes,otrosmásaltoyalgunosinclusoechandodiscursoscomosi fueran curas. Estos últimos solían llevar las ropas en desorden y el peloalborotado, pero, aunque decían de vez en cuando, con un tono altisonante,«hermanos»o«ciudadanos»,suspalabrasseestrellabancontraunamuralladesilencioydeindiferencia.Nadielosmiraba.

—Avanza un poco hacia aquel rincón, Sara, que allí va a quedar unasiento,¿mepermite?—decíalaseñoraAllen,metiendolacadera,encuantonotaba que la atención de su hija se quedaba prendida en uno de aquellosextravagantescharlatanes.

A Sara le daba rabia que sumadre le hablara en elmetro, porque no ladejabapensar.Eraunsitiodondeaellalegustabamuchopensar,precisamenteporlacercaníadetodasaquellaspersonastandistintasydesconocidasentresí,aunque fueran haciendo juntas el mismo viaje en el mismo momento. Legustaba imaginarsusvidas,compararsusgestos,suscarasysus ropas.Y loquemásledivertíaeracomprobarquelasdiferenciaseranmuchomayoresquelosparecidos.¿Cómoseríaposiblequeenunadistanciatancortacomolaquevadelpeloalospiespudierandarsetantasvariacionescomoparaquenofueraposibleconfundiraunodeaquellosviajerosconotro?PeronoledabatiempoaverlosbienporquelaseñoraAllenselostapabaapropósito,comosituvieramiedodequesóloconmirarloslefueranacontagiaralgunaenfermedadmala.

—Déjamemamá,nomedesabrochesmásbotones.Sinotengocalor.

—Claro,no,túsiempretecreesquelosabestodo.¿Tepuedesestarquieta?

—Delcalorquetengo,sémásquetú.

—Sí, pero luego al salir, con la diferencia de temperatura, te coges unconstipado,¿yqué?

—Perosiyonuncamecojoconstipados…

—¡Ay,Diosmío,quéniñamásrespondona!¿Porquéponescarademártirahora?

—Pornada,mamá,cállate,anda.

—¿Llevaslacestabienagarrada?

—Quesí,mamá.Cállateahora,porfavor—suplicabalaniñaenunsusurro

fervoroso.

—¿Peroquétepasa?¿Porquécierraslosojos?¿Temareas?

—Déjame.¡Esquevamospordebajodelrío!

—¿Y qué? ¡Vaya una novedad! Pareces tonta, hija, cualquiera que teoyera…

Habíaun tramoalprincipiodelviajeenqueelmetro iba,efectivamente,por dentro del East River. Y coincidía precisamente con el rato en que loscomentarios de la señoraAllen eran comouna lluvia que no escampa. Saracerrabalosojosnoporquesemarearaniporquetuvieramiedo,sinoporquenopodíasoportarqueunosasuntostaninsulsosvinieranaocuparlamentedesumadreyainterrumpirlospensamientosdeellacuandoseestabaproduciendoelmilagrodeviajarpordentrodeuntúnelsobreelquepesabantoneladasdeagua. Su trayecto era de unas dos millas y se llamaba el Brooklyn-BatteryTunnelporque,despuésdepasarelrío,semetíapordebajodeBatteryPark,elparquequequedamásalsurdeManhattan,dondeconfluyenelHudsonyelEastRiver.Lohabíaestudiado, losabía,conocía la fechaenqueempezaronlasobrasdelBrooklyn-BatteryTunnel,en1905,peroesono temíanadaquever con la emoción de pensarlo cuando se tenía toda aquellamasa de aguaencima.PasaraManhattanpordebajodeunríoeralapruebamáspatentedeque en aquella isla podía ocurrir de todo. A Sara le daba vueltas la cabezacomosi fueraunmolinoy se leocurríancientosdepreguntasque lequeríahaceralaabuelaRebecaencuantollegaranasucasa.

CUATRO

EvocacióndeGloriaStar.ElprimerdinerodeSaraAllen

CercadecasadelaabuelaRebeca,habíaunparquemisteriosoysombrío,queseiniciabaenundecliveaespaldasdelacatedraldeSanJuanelDivino.Se llamaba Morningside, como el barrio, y había que bajar a él por unasescalerasdepiedra,porqueestabaenunahondonada.Teníafamadesermuypeligroso.

Años atrás, un desconocido, a quien la imaginación popular habíabautizadoconelnombrede«elvampirodelBronx»,eligióaquellugarcomocampo de operaciones para sus crímenes nocturnos, que recaían siempre envíctimas femeninas. Fueron cinco los cadáveres demujeres descubiertos enMorningsidealolargodepocosmeses,lavozsecorrióy,comoconsecuencia,yahacíatiempoquenadieseatrevíadedíanidenocheacruzarelparquedeMorningside, ni tan siquiera a acercarse a los escalones de piedramusgosa,rematadosporsólidasbarandillas,quedabanaccesoaél.

ASaralegustabamuchomirarelparqueabandonadodesdelaventanadelcuartodeestar,elmayordelacasa,dondelaabuelateníaelpiano.Leatraíasuaspectorománticoysolitario.

Junto a aquella ventana tenía instalada la abuela su butaca preferida,aunqueestabaunpocoviejaysesalíanlosmuellesporabajo.Sara,mientrassu madre bajaba a hacer alguna compra o barría en la cocina cucarachasmuertas, se sentaba en una sillita baja enfrente de la abuela, para hacerlecompañíayescucharsuscuentos,cuandoestabaenvenadecontarlos.Porquealgunasvecesestabaamodorradaotriste,selecaíanlospárpadosynoteníaganasdehablar.Peromástardeomástemprano,Saraconseguíaespabilarlayencender,consuspreguntas,elbrilloapagadodesumirada.

Solían hablar muy bajito, casi cuchicheando, y esa complicidad con laabuelaeraloquealaniñaleparecíamásemocionante,porqueleencantabanlossecretos.

—Abuela,¿esbonitopordentroMorningside?

—¡Bah,nifunifa!MuchomásbonitoCentralPark,dóndevaaparar.Amí me encantaría tener dinero y vivir por la parte sur de Central Park.Menudosedificioshayallí…Esteparque,siquieresquetedigalaverdad,loúnico que tiene es elmisterio que ha cogido con lo del vampiro delBronx.Peronadamás.Estáenungradodedescuidoquedapena.

—¿Cómolosabes?

—¡Anda!,porquebajomuchasvecesapasearporahí.

—¿Temetesdentro?

—Claro quememeto.Me gustaríamás ir porCentral Park en coche decaballos.Peroafaltadepan,buenassontortas.Porlomenossetomaelaireagusto,ysinquetemolestenadie.

—¿Notedamiedo?

—¡Qué me va a dar miedo! Es uno de los sitios más seguros de todoManhattan.¿Novesqueestádesierto?Nilosatracadoresnilosvampirossontontos, ya lo sabrás por las películas. ¿Para qué van a perder el tiempoescondiéndosealacechodesupresaenunsitiopordondesabendesobraqueyanuncapasanadie?

—¿PeroalvampirodelBronxlohancogido?

—No.Porlomenosenlosperiódicosqueyocompronolotrae.Creoqueandasueltotodavía.Debesermáslistoqueelhambre,hija.Yyomelofiguro,noséporqué,comounbuenmozo.¿Túno?

—Yo no sé —decía Sara un poco asustada—. Yo no me lo figuro de

ningunamanera.

AlaseñoraAllen,cuandonotabaquesumadreysuhijaestabanhablandodelvampirodelBronx,selallevabanlosdemonios.

—Madre, no le cuente usted a Sara historias demiedo, que luego no seduerme—decía.

—¿Yparaquésevaadormir?¿Habrasevistomayorpérdidadetiempo…?Aver,¿quéperiódicossonesosquesacasconlabasura?

—Pueseso,ustedlohadicho,madre.Sonbasura.Periódicosatrasados.Decrímenesytonteríasasí.

—Uncrimennoesningunatontería,hija.Déjamelosverantesdetirarlos,novayaaserquevengaalgoquemeintereserecortar.¡Quémaníatienescontirarlotodo!Cadavezquevienesporaquí,escomosipasaralalangosta.

—Yustedquémaníaconnotirarnada,connoarreglarnada.Esabutacanopuedeseguirasí.Delasemanaquevienenopasaqueaviseauntapicero.

—Nihablar,amímegustaasí,unpocodesfondada.Tienelashuellasdemicuerpo.Queahorayaesloúnicoquemeacompaña.

—Porque usted quiere. Porque se empeña en no venirse con nosotros aBrooklyn.

Alaabuelalefastidiabaaquellaconversación.

—Noseaspesada.Vivian,vamosadejareso. ¡Ynome llamesdeusted!¡Miraquetelotengodichoveces!

—Yaloheintentado,peronomeacostumbro.Mesaleelusted.Papá,queenpazdescanse,decíaquetrataralospadresdetúeraunafaltaderespeto.

—¡Perositúamínometienesningúnrespeto,aunquemetratesdeusted!Ni quiero que me lo tengas, por supuesto. Además hija, tu padre era unantiguo.

Unsábadodeprincipiosdediciembreporlatarde,cuandoSaraysumadrellegaron,comodecostumbre,acasadelaabuela,nadiecontestóaltimbre.

—Estáperdiendooídopormomentos—dijo laseñoraAllen,soltandounsuspiro.

—Alomejoresquehasalidoadarunavuelta—dijoSara—.Ademáshoyhemosllegadoantes.

—¿Adóndevaairconelfríoquehace?Sujétameelparaguas,anda,quevoyabuscarmijuegodellaves.

EntraronenlacasaysóloencontraronalgatoClouddormitandoencimade

labutacadelaabuela.

La señora Allen se preocupó mucho. Últimamente a su madre le habíadadoporbebermásdelacuenta.PeroesonoselodijoaSara.Pensóqueleseríafácilencontrarlaporalgunodelosbaresdelazona,dondelaconocían.Alfinyalcabo,teníaquebajaraunosrecados.Nisiquierasequitóelabrigo.

—Mira—ledijoaSara—,tútequedasaquí.Ysillegalaabuelaantesqueyo, le preparas el té y le partes un buen trozo de tarta. No te dará miedoquedarteunratosola.

—Amíninguno—dijolaniña.

—Entonces, hasta ahora. Espero no entretenermemucho.Y si llaman alteléfono,locoges.

—Puesclaro,mamá,quétontería.Nolovoyadejarsonando.

—Nome contestes así. Si tu abuelo Isaac levantara la cabeza. En fin…Puedesirbarriendounpocolacocina.

—Deacuerdo.

Pero,cuandodesapareciósumadre,Saranosepusoabarrerlacocina,sinoadarsaltosporlahabitacióndiciendo«¡Miranfú!»atodopasto,porqueeralaprimera vez que se quedaba sola en la casa deMorningside y le hacía unailusión enorme. Era maravilloso—¡miranfú!—, imaginarse que la casa erasuyayqueellasellamabaGloriaStar.

Habíaundiscopuestoenelpick-up.Ledioalatecladelamarchayluegoaladesubirelvolumen.Eldiscoempezóagirar.

Eralacanciónitalianaqueestabaoyendolaabueladelantedeltocadordetresespejos,latardeenqueellalahabíavistovestidadeverde.Nuncahabíavueltoaoír esacanción,pero la reconocióen seguiday sequedóextasiada,comosihubierasidovíctimadeunencantamiento:

Parlamid’amore,

Mariú,

tuttalamíavita

seitu…

Cloudabriólosojos.Luegoarqueóellomo,sebajódelabutacaysepusoaronronearentornoaSara.

—No, tú no estabas, Cloud. No estabas aquí aquella tarde. Déjame. Nopuedes hacerme compañía enmis recuerdos. Yo soyGloria Star, la famosacantanteGloriaStar,¿sabes?

El gato la miraba fijamente con sus ojos color esmeralda. Maullabatenuementeytratabaenvanodealcanzarelbordedesuvestido.

—No,esinútil,nopuedeshacermemoriaporquetúnomehasconocido.Ni tampococonocesaAurelio.Déjame, tedigo,vilgato,quemearañas lasmediasdeseda.¿NocomprendesqueestoyesperandoaAurelio?Vaallegardel Reino de los Libros para llevarme a bailar y me tengo que arreglar yponermeguapa.Porqueaéllegustaquemepongaguapa.

Salió al pasillo y abrió la puerta del dormitorio de la abuela. Estaba aoscuras.Sedetuvoenelumbral,buscandoatientaselinterruptordelaluz,yporunos instantes tuvomiedo.¿Ysi seencontrabaa laabuelaencimade lacama, estrangulada por el vampiro del Bronx? Lo primero que tendría quehaceresnotocarnadayllamaralapolicía,comohabíavistoquesehacíaenlaspelículas.

El gato Cloud, que la había seguido, se frotó contra una de sus piernasdesnudas,yelladioungrito.Encendiólaluzyelgatosalióbufando.

—¡Ay, qué susto me has dado, Cloud!—exclamó Sara—. ¿Me quieresdejar en paz? Por lomenos, podías decir algo.Aunque sólo fuera: «¿CómoencuentrasalaReina?»,comoledijoaAliciaelGatodeCheshire.Pero,claro,túquésabrásdeAlicia.TeparecesaRodTaylor,peroengato.Ungatotontoymudo.Estoygastandosalivaenbalde.

Mientras hablaba, miraba alrededor. Aunque sus temores se habíandesvanecido al dar la luz, la verdad es que el dormitorio estaba hecho unacatástrofe.Presentabaunaspectoquedificultabaseguir jugandoaserGloriaStarensustiemposdeesplendordeclinante.Olíaacolillas,acerrado,asudor,y aperfumebarato.Por el sueloy colgandodel respaldode los asientos, seveíaunrevoltijoderopasdetodaíndole,yencimadelagrancamadeshecha,había un montón de cartas, fotografías y recortes de prensa esparcidos sinordenniconcierto.

Saratratódedarlaluzalapliquedetresbrazoscontulipasdecristalquehabía encima del tocador de tres espejos, pero se dio cuenta de que lasbombillas estaban fundidas.Sobre elmármolnegroveteadode rosa, junto adostarrosdecosméticodestapadosyvariasbarrasdelabiosconsumidas,habíavasos sucios,horquillas, carretesdehilo, cucharillas, cenicerosyunejércitodetubosdemedicinas,unosmediadosyotrosvacíos.

Elgatosesubióalacamadeunsaltoyseaposentóencimadelospapelesqueestabandispersosporentrelassábanasrevueltasyarrugadas.

—¡Fueradeahí,Cloud!¡Habrasevistomayorfaltaderespeto!—dijoSaraconunavozfingida,mientrasseacercabaconpasolánguidohacialacama—.¡Por Dios, mis cartas de amor! ¡Mis pétalos de flores! ¡Mis fotos más

queridas!¡SoyGloriaStar!¿Teenteras?¡Uf,quépestedegato!

Empujó a Cloud, que volvió a saltar al suelo, y se puso a recoger concuidado todos aquellos papeles, separando las cartas de los recortes deperiódicoyagrupandolasfotografíasportamañosenmontonesdistintos.Unade lasmás grandes representaba a un hombre un pocomayor pero bastanteguapo,conbigotepobladoypelonegroconalgunascanas,peinadoaraya.Seapoyabacontraunaestanteríallenadelibros,teníaunpitilloencendidoentrelos dedos y sonreía a la cámara. Saramirómucho rato aquella fotografía yluego le dio la vuelta. Por detrás llevaba una dedicatoria con letra grande yclara,quedecía:«Túeresmigloria,A.».Era lamismacaligrafíadealgunascartasdelasqueacababaderecoger.

El disco se había terminado. Sara se dirigió al cuarto de estar con todosaquellospapeles.Nosabíabienporqué,perono legustabaque losvierasumadre cuando llegara y se pusiera a hacer limpieza. Capaz de tirarlos a labasura como los periódicos. Y además, que no. Eran secretos de la abuela.SaranoestabajugandoaserGloriaStar.SesentíaGloriaStarenpersona.Peroporotraparte,eracómplicedesuabuela,ynoqueríaquenadiefisgaraensuscartassecretas.Niellamismalopensabahacer.

Se dirigió hacia elmueblecito de tapa ondulada, que solía estar siemprecerrado.Peroellasabíadóndeguardabalallavelaabuela:dentrodeunflorerodechinaquerepresentabaunacesta,acuyopiedospajaritossedisputabanapicotazoslaposesióndeungusano,tirandocadaunoporunlado.

Sesubióauntabureteparaalcanzarlaestanteríadondeestabasiempre,loagitó y comprendió por el ruido que tenía la llave dentro. Pero en esemomento llamaron al teléfono y se llevó tal susto que el florero de lospajaritosseleescurriódelasmanosyelladioconsushuesosenelsuelo.Elcorazónlelatíaatodaprisacuandollegóacogerelteléfono.

Era la abuela. Se le notaba una vozmuy alegre. Había bajado a dar unpaseo por Morningside y luego se había metido un ratito en un bingo debarrio.Habíaganadocientocincuentadólares.Porcierto,¿habíanleídolanotaquelesdejó?Lahabíapuestoencimadelpiano.Saraledijoqueno,yquesumadresehabíaidoalacalleunpocopreocupada.

—¡Dichosa Vivian!—dijo la abuela—. Si no se preocupa por algo, novive.Enseguidasubo,estoyenelbardeabajotomándomeunacopitadelicor.Bueno,atumadrenoseteocurradecirlelodelbingo…Ya,yaséquetúsabesguardarbien los secretos…Hasta ahora.Aver si podemos tener túyyounpoco de charla, hija… Por cierto, quería pedirte un favor, ahora que meacuerdo…

—Dime,abuela.

—Yaqueestás túsolaahí…,hedejadoeldormitoriomuyrevuelto.¿Mequieresrecogerunospapelesquetengoporencimadelacamaymetérmelosenelsecreter?Lallaveyasabesdóndelaguardo.

—Sí,abuela—contestóSaraconunasonrisamuytierna—.Enel florerodelospajaritos.

Cuandocolgóel teléfono, estabamuyexcitada.Loprimeroquehizo fuevolveraponereldisco.Aquellacanciónleencantaba,aunquenoentendíalaletra.PerodecíaMariú, quedebía seruna especiede«miranfú» en italiano.Luego fue a recoger el florero, temiéndose lo peor. Afortunadamente —¡miranfú!—,habíacaídoencimadelabutacaynosehabíaroto.Lallavecita,en cambio, tardó en encontrarla. Se había escurrido por una ranura entre elalmohadónyelbrazodelabutaca.

Porfinlametióenlacerraduraylevantólatapaonduladadelmueble,quesellamabasecreterporqueeraunmuebledesecretos.Salíaunolordesvaídoapapelantiguo,afloressecas.MiróotravezelretratodeAurelioRoncaliylediounbeso.

—Gracias—dijobajito.

Yselesaltaronlaslágrimas.Peronocomoeldíaenqueseenteródequese había ido. En los seis años que habían pasado desde aquel día, habíaentendidoquesepuedellorardetresmanerasdistintas:derabia,depenaydeemoción.Ésteeraunllantodeemoción.Bueno,entredeemociónydealegría.Unacosaunpocorara.Miranfú.

Luego,antesdebajarnuevamentelatapadelmueble,tuvocuriosidadportirardeuncajoncitoquehabíaaladerechayestabaentreabierto.Viounsobrelacrado.Reconociólaletradesumadre:

VERDADERARECETADELATARTADE FRESA, TALCOMOMELAENSEÑÓENLAINFANCIAREBECALITTLE,MIMADRE

No pudo por menos de echarse a reír. Ahora resultaba que, después detantashistoriasconlatartadefresa,laabuelatambiénlasabíahacer.

La abuela volvió de muy buen humor. En cuanto oyó la llave en lacerradura, Sara salió corriendo a recibirla seguida por el gato. No tenía lamenor idea de si había pasado poco tiempo o mucho desde que se fue sumadre.Perosusdudassedisiparonpronto.

Acababa la abuelade tirarpor el aire eldineroqueveníadeganar enelbingo,yestabasunietarecogiéndolodelsuelo,lasdosmuertasderisa,cuandosonóelteléfonoylaabuelafueaatenderlo.

—Diga…Ah, hola, Vivian… Sí, claro, ya estoy aquí, ¿o es que nomeoyes…?Puesno,sientodarteesedisgusto,peronomeharaptadoelvampiro

delBronx.Creoqueprefierelacarnemásjoven.

Sarahabíaacabadoderecogerlosbilletesysehabíasentadoenlabutacade la abuela. Miraba pensativa y sonriente el parque abandonado deMorningside, sobre el cual se alargaban unas nubes color violeta que ibanperdiendopocoapocosuresplandor.Cloudsesubióasuregazoronroneandoyellaloempezóaacariciar.Seencontrabatanagustocomopocasvecesensuvida.

—Oshabíadejadounanotaencimadelpiano—estabadiciendolaabuela—.Ademásllevoaquíyadiezminutos.

Saralamiró.Yellaledevolviólamiradayleguiñóunojosonriendo.ASaralehacíamuchagraciaquelaabuelasedefendieradelossermonesdesupropia hija con aquellasmentiras de niña chica. Y lemandó un beso en lapunta de los dedos.Pero ahora, además, lo que estabadiciendo le servía depistasobreeltiempotranscurrido.

—Que sí,Vivian…¿Cómoquenopuede ser?…¿Quédices? ¿Quehacediezminutosestabastúaquítodavía?…Hija,parecesundetective,seráalgúnminutomenos,quémásda.Onoshabremoscruzadoenlosascensores…¡Ay,noseaspelma,Vivian,quedetodohacesunfolletín!…Sí,laniñaestábien…Yelgato.Ylascucarachas,vivitasycoleando.Todosestamosbien…Ahora,sí,ahoranosvamosatomarlatarta…Deacuerdo,hastaluego,tardaloquetedélagana.

Sarasehabíainclinadosobreelgatoyledecíaalaoreja:

—¿Has oído a la abuela, Cloud? Diez minutos han pasado nada más.Pareceimposibleloquecabeensólodiezminutos.Sinofuerastanignorante,si fueras el gato deCheshire, podríamoshablar de cómo se estira el tiempoalgunas veces. ¿Ronroneas, eh?Bueno, eres tonto, pero cariñoso.Y ademástieneselpelomuysuavecito,ésaeslaverdad.

—¿Conquiénhablas?¿ConCloud?—preguntólaabuelaconvozjuvenilydivertida,encuantohubocolgadoel teléfono—.Creíqueno tegustaban losgatos.

—Losmudos nomucho—contestó la niña—. Pero Cloud esta tarde yocreoquemeentiende.

—Venga, hija, vamos a merendar. La pesada de tu madre dice que elsupermercado está muy lleno y que va a tardar como media hora. ¡Quérespiro!

Aquellamediahora,encambio,selehizoincreíblementecortaaSara.Laabuela, muy animosa, se ofreció a preparar ella la merienda y empezó arecoger cacharros sucios de la cocina, a hervir aguapara el té, y a poner la

mesacanturreando.TambiénleabrióunalatadecomidaaCloudyselapusodebajodelfregaderoenunplatodealuminio.

—¿Quieresqueteayude,abuela?

—No,nadadeayudas,túsiéntate.Voyasacarunmantelbonito.Undíaesundía.

A Sara se le contagiaba la alegría de su abuela. Y sobre todo estabaasombradadesueficaciaydesuactividad.Elmanteleradefloresbordadas.Laabuelapusounhuledebajo.

—Yocreíquetúnosabíashacerlastareasdelacasa—dijolaniña.

—¡Anda, queno!Si eso es lomás fácil quehay.Loquepasa es que esaburrido,cuandonohayunmotivoparahacerlo.Yaverásquébuenanossabehoylatarta.

Saralepreguntóquesiellatambiénsabíahacerlatarta.

—Sí,perosemehaolvidado.Amíyameaburrelacocina.Perolarecetala tengo guardada no sé dónde. Tu madre me la trajo, como si fuera untestamento.Dicequetienemiedodequeselarobenlasvecinas.¡Dichosatartade fresa!Amí yame harta, puede que esta tarde sea la primera vez que lapruebodesdehacemucho.Casitodaslassemanasseladoyaunpobre.Hoyesdistinto.

—¿Quécelebramoshoy,abuela?

—Nosé,cualquiercosa.Tucumpleaños.¿Noestucumpleañosdentrodeunosdías?

—Sí.Elviernesqueviene.Creíquenoteacordabas.Peromegustamuchoqueteacuerdes.Cumplodiez.

La abuela fue al cuarto de estar y trajo los billetes que había ganado albingo.Losrepartióendosmontonesiguales.

—Toma—dijo—.Lamitad para ti y lamitad paramí. Esmi regalo decumpleaños.

—Peroesmuchísimo.Yonuncahetenidotantodinero,abuela.

—Puesloguardassindecírseloanadie.Enalgúnmomentotepuedehacerfalta. Pero eso sí, procura gastártelo cuanto antes.Mira, no vaya a ser quellegue tu madre. Vete a mi dormitorio. Abres el armario, y en uno de loscajonesdeladerecha,eldemásarriba,hayvariasbolsitasdecuandoyosalíaporlanoche.Eligelaquemásteguste,parametertuprimerdinero.Asíquedaelregalomáscompleto.

Aquella tarde legustóaSaramásquenunca la tartadefresa.Leparecía

quelaestabaprobandoporprimeravez.

—Esquenohaynadacomounabuenaconversaciónynotenerprisaparaquesepanricaslascosas—dijolaabuela.

Luego se fueron al cuarto de estar a esperar a la señora Allen. Saraapretabacontrasupecho,pordebajodelacamiseta,unabolsitaderasoazulbordadadelentejuelasdondehabíametidolossetentaycincodólares.

—Dinerollamaadinero—dijolaabuela—.Aversimeapareceunnoviorico.Búscamelotú.¿Teparezcomuyvieja?¿Ocreesquetodavíapuedosacaralgúnnovio?

Laniña,que,alirabuscarlabolsita,habíavistocolgadoenelarmarioelvestidoverde,lecontestó:

—Nomeparecesvieja.Eresmuyguapa.Sobretodo,sitevistesdeverde.

A la abuela se le notaba que se había puesto triste de pronto. Saracomprendió que era mejor no hablarle de Aurelio. Ojalá pudiera ellaencontrarleunamigonuevoalaabuela.¿Perocómoibaapoder,sinuncasalíasola?

Acabaron hablando de la soledad y de la Libertad. La abuela le estuvocontandoaSaraque laestatuade laLibertad lahabían traídoaNuevaYorkdesde Francia hacía cien años. Y que el escultor que la hizo, un artistaalsaciano,habíasacadolamascarillaparaladiosasobrelacaradesumadre,unamujermuyguapa.Lediounlibritodondeveníatodomuybienexplicadoparaqueloleyeraencasa,porqueyaseoíanlospasosdelaseñoraAllen.

—Hija,nonoshadadotiempoanada—dijolaabuela.

Fuemediahoraquesepasóenunvuelo.Comoel tiempode lossueños.Miranfú.

CINCO

Fiestadecumpleañosenelchino.LamuertedeltíoJosef

Eldíadesucumpleaños,queeraviernes,Saraestrenóunconjuntodefaldaplisadayjerseyenpuntorojoquelehabíaregaladosumadre.ElseñorAllenhabíadecididoquefueranacomeraunrestaurantechinoparacelebrarlo.LosTaylorestabaninvitados.

—¿Sabes?VienetambiénRod—dijolaseñoraAllen,sonriendoaSaraconpicardíacuandoestabanllegandoalafontaneríapararecogerasupadre—.Lafiestaesparati,asíquehacíafaltaunchico.¿Noteparece?

Saranocontestó.Rodestabaahoramenosgordo,peroigualdezoquete.Yencimadándoselasdeconquistadorconlasniñasdelbarrio.Saradecidióquenolepensabahacernicaso.

—Notelohabíaqueridodecirparadarteunasorpresa—añadiólaseñoraAllen—.Yluego,alfinal,hayotra.Verásquébienlopasamos.

Pero no lo pasaron bien, por lomenos Sara. El restaurante era bastanteoscuroyteníapintadosporlasparedesenrojo,negroydoradounospájarosdepatasmuylargasyunosestanquesconfloresflotandoquenosesabíaporquédaban un poco de pena. En las mesas, con manteles de papel, había unaslamparitas rojas. Y por todo el local flotaba ese olor agridulce típico de lacomidachina.Sarayaconocíaademásaquelsitio,porqueeldueño,elseñorLi-Fu-Chin,eraamigodesupadre,yalgunasnochescuandoéste tardabaenvolveracasa,ibaelladelamanodesumadreabuscarloallí.Yconfrecuenciavolvíandiscutiendo.

Juntaron dos mesas, pusieron un centro de flores de papel y a Sara lasentaronalladodeRod,quedetanconcentradocomoestabacomiendoadoscarrillos,noteníatiempoparahablarniganasdehacerlo.Selimitabaadecirquesíconlacabezayaemitirunaespeciedegruñidodesatisfacciónconlabocallena,cadavezquesumadrelepreguntabasilegustabaaquellooqueríaprobardelodemásallá.Habíanllenadolamesadetantasfuentesconguisosdistintos,quecasieraimposiblehacerungestoconelbrazosintirarunvasoopringarse de grasa la bocamanga. Todo sabía bastante parecido, y laconversación de las personas mayores versaba principalmente sobre lacomparación de unos manjares con otros, y también de los comentariosadmirativosquesuscitabaelseñorTaylor,porserelúnicodetodoselloscapazde manejar con destreza los palillos chinos, sin necesidad de acudir a lacucharaoaltenedor.DevezencuandoelseñorLi-Fu-Chinseacercabamuyrisueñoalamesaparapreguntarlesquesilesestabagustando.

—Ya lo creo, un banquete, amigo, un verdadero banquete—contestabasatisfechoelseñorAllen—.Traigaunpocomásdearroztresdelicias,yotradecerdoensalsaagridulce.

—Vaasobrar,Samuel—leadvertíalaseñoraAllenenvozbaja.

—¡Quesobre,quédemonios!¡Undíaesundía!¿Verdad,Sarita?

—Perolareinadelafiestacomerpoquito,comounpájaro—decíaelseñorLi-Fu-Chin,fijándoseenlodesganadamentequeSarasellevabael tenedoralaboca—.¿Esquenotegusta,guapa?

—Sí,señor,muchasgracias—contestabaSara—.Estátodomuybueno.

Nohacíamásqueacordarsedelaabuela.

La verdad es que comer siempre le había parecido bastante aburrido, yhablardeloqueseestabacomiendoodeloqueseibaacomer,mástodavía.Pero,alfinyalcabo,aquellareuniónseestabacelebrandocomohomenajeasu cumpleaños, sus padres parecían disfrutar y estar de buen humor y ellaestrenabaunvestidobastantebonito,aunquelepicabaunpocoporlapartedearribayledabacalor.Tendríaquehabersesentidomásdichosa.Ycuandolopensaba,intentabaanimarse,mostrarseamable.PeroveíaloscarrillosdeRodmoviéndosesintregua,oíaelruidodeloscubiertosalchocarcontralosplatosyelrumordelasrisas,sefijabaenaquellasaveszancudasconpatasypicodeoropintadasenlaparedynoentendíaporquéleestabanentrandotantasganasdellorar.

De postre trajeron unos pastelitos como de barquillo duro, con sorpresadentro. Crujían al partirlos por la mitad y salían unos papeles pequeños yalargadoscomoserpentinasdecoloresdiferentes.Cadaunollevabaescritounmensaje.Selosleíanunosaotrosconmuchoalborozo,preguntandoluego:«Averquédiceeltuyo»,ysereíancuandolesparecíaapropiadalafrase.

El papelito de Sara era de color malva. Se puso muy colorada y se loguardó en seguida sin querérselo leer a nadie, pormuchoque le insistieron.Ponía:«Mejorseestásoloquemalacompañado».Leparecióqueibanacreerquelohabíainventadoellayquehabíaquedadoescritoallícomoporartedemagia.Y le remordía la conciencia de estar pensando precisamente eso quehabíaleído.¿Quiénhabríasidoelduendecapazdeadivinarleelpensamiento?Y se quedó inmóvil, mirando al vacío, como ajena a todo lo que estabaocurriendoasualrededor.

Nohacíamásqueacordarsedelaabuela,delocortoqueselehabíahechoeltiempoensucasa,detodaslascosasqueleshabíanquedadoporhablar.

La señoraAllen, que no la perdía de vista, le dio un codazo a la señoraTaylor.

—¿Ves?—lesusurróenvozbaja—.Ésaes lacaraque tedigoqueponemuchasvecessinsaberporqué.Amímeasusta.¿Enquéestarápensando?Yocreoquemimadrelemetefantasíasenlacabeza.

La señora Taylor, sonriendo, le dio un golpecito amistoso en el brazo,comosiquisieraconsolarla.

—Todos hemos pasado por esa edad. Es la edad de la fantasía —dijomagnánima—.Peroestáponiéndoseguapísima.

—Sí,yaves,esotambiénmepreocupa.Porquetalcomoestálavidahoy…

—Porfavor,Vivian,tepreocupatodo.Relájate,mujer,ydisfruta.

—Tienesrazón,Lynda;quéseríademísintusconsejos…Peroesque,no

sé,cuandoestoyagusto,siempremeparecequevaapasaralgomalo.

—Calla,mujer,noseasagorera…

Cuandoyaparecíaquesehabíaacabado todo,vinode lacocinaelseñorLi-Fu-Chin,trayendounatartacondiezvelitasencendidas.

ElseñorAllen,queestabamuycontento,se levantóyempezóacantaravozencuelloelHappybirthdaytoyou,coreadoinmediatamentenosóloporlos comensales de su mesa, incluido Rod, sino por otras personasdesconocidasqueestabanrepartidasporotrasmesasdelrestaurante.ElseñorAllenlasanimabarisueñoaqueseunieranalcoro,haciendogestosampulososcon lasmanos,comosi fueraundirectordeorquesta.Sarabajó losojos.Ledabaunavergüenzahorrible.

—¡Anda,hija,noseassosa!¿Enquéestáspensando?¡Soplalasvelas!—dijo laseñoraAllenconunacentodereproche—.¿Notehace ilusión?Perotienesquepediralgo.

Sara se concentró.«Quevuelvaaver a la abuelavestidadeverde»,dijoparasímisma,clavándoselasuñasenlapalmadelasmanos.

Luego sopló las velas lo más fuerte que pudo, casi con rabia, como siquisieraacabarconaquellaceremonialomásprontoposible.Seapagaronlasdiezalmismotiempo.Oyóaplausosasualrededor.

—Buena suerte.Esoquieredecirbuena suerte—afirmó la señoraTaylor—.¿Notehabrásolvidadodeformularundeseo?,¿verdad?

—No—dijoSara.

—Yessecreto,¿aquesí?

—Sí—dijoSara.

ElseñorLi-Fu-Chinleentregóuncuchilloylosaplausosseredoblaron.

—Túpartirtarta.Yoayudar.

—¡Amí primero! ¡Un trozo grande!—dijoRod, adelantando su plato acodazos.

—¡Québuenacaratieneesatarta!—comentóelseñorTaylor.

YlaseñoraAllensonriócomplacida.

—Eslaventajadeveniraunrestaurantedeamigos.Enotrositiononoshubieranconsentidoesto—dijo.

El señor Li-Fu-Chin guiñó un ojo a la señora Allen. Los Taylor losmirabansincomprender.

—Es que la tarta la ha hechoVivian anoche—aclaró el señor Allen—.Tartadefresa.Essuespecialidad,¿verdad,mujercita?PuedecompetirconlasdeElDulceLobo.

Ellahizoungestodefalsamodestia,comoqueriendoquitarleimportanciaal comentariode sumarido.ElDulceLobo era la pasteleríamás famosadetodo Manhattan. Hacían setenta y cinco clases de tartas diferentes. Estabacerca de Central Park, y tenía además dos salones de té, donde nunca seencontrabasitiolibreparamerendar,aunqueeranmuygrandes.

—Noexageres,hombre—dijolaseñoraAllen—.Además,quelapruebenprimero.Creoquemehasalidobastantebuena.Perosonelloslosquetienenquejuzgar.

Laprobaron,repitierontodos,menosSara,ynoquedóniunamigaja.

—YaquisieraElDulceLobo—comentóPhilipTaylor—.Ysino,aunquesóloseaporunaapuesta,reservamosallímesaparaunfindesemana,pedimoslatartadefresaylacomparamosconladeVivian.¿Aqueesunabuenaidea?

—Puespormí,esoestáhecho—dijoelseñorAllen.

YSaranotóqueporprimeravez seenorgullecía, ante susvecinos,de latartadefresa.Mirabamuysatisfechoasumujer.

—Ycomo seapeor—siguió el señorTaylor—, llamamos al dueño, y ledecimos: «¿Y a usted le llaman el Rey de las Tartas? ¡Vamos, hombre! LaReina está aquí, aquí tiene usted a la verdadera Reina de las Tartas». Y setendráquecallar,pormuyDulceLoboquesea.

Todossereíanmucho,ylaseñoraAllenmirabaarrobadaaPhilipTaylor.

Lacomidaterminó,pues,comoeradeesperar,cantandolasalabanzasdelatartadefresa.

Aquellanochelavolvióahacer,aunquedecíaqueestabacansada,porquealdíasiguienteerasábadoyteníanqueir,comosiempre,acasadelaabuela.

CuandolaseñoraAllenestabasacandodelhornolatartadefresa,ySarayasehabíametidoensucuartoaleerellibritoquelehabíaregaladolaabuelasobre la estatua de la Libertad, llamaron al teléfono y el señorAllen fue allivingacogerlo.DesdelacocinaydesdeelcuartodeSaraseoíanretazosdeuna conversación agitada y plagada de silencios. La señora Allen aguzó eloído. «¡No puede ser!, ¡no puede ser!», exclamaba el señor Allenentrecortadamente.

Sara salió de su cuarto y se tropezó con su madre en el pasillo. Veníasecándoselasmanosconeldelantal.

—¿Quépasa?—preguntólaniña.

—Nolosé,hija.Voyaver.Parecealgunanoticiamala.

Sarasevolvióameterensucuartoperodejólapuertaabierta.Alpocoratooyó llantos. Luego, que colgaban el teléfono. Sus padres avanzaban por elpasilloabrazadosyllorando.Ellalossiguióalacocina.Sumadredecíaentrehipos:

—Ladicha,Samuel,hayquepagarlaconllanto.SeloestabayodiciendoaLyndaprecisamentehoyalahoradecomer.Yella,quesoyunaagorera.Sí,sí,agorera…¡PobreJosef!

Despuésdeunrato,seenteróSaradequeunhermanodesupadre,queellano conocía, el tío Josef, había tenido un accidente de automóvil cerca deChicago,dondevivía,yhabíamuertoenelacto.

La señoraAllen, a quien tanto hacían vibrar las catástrofes, semostrabamás cariñosaquenunca con sumarido.Llegó a sentarse en sus rodillas y abesarle como a un niño. Luego, mientras le hacía una tila, se pusieron adiscutirlosdetallesdelviajeaChicago.ElseñorAllenfueasudormitorioabuscarunosfolletosqueteníaconlosdistintoshorariosdetrenesydeaviones.

—Mepareceundisparateque túvengas también,Vivian.Eseldobledegasto.Yademásélytúoshabíaisvistopoco—ledecíamientrasmirabalosfolletosysacabacuentasenunacomputadoradebolsillo.

Pero no logró disuadirla. En un trance como aquél, ¿cómo iba a dejarlesolo?Niqueestuvieraloca,loprimeroeraloprimero.Yademás,¿quédiríanlosparientes si leveían llegar sinellaalentierro?Capacesdepensarque losuyosehabíaidoapique.

—PobreSara—dijoelpadreenundeterminadomomento,mirándola—.¡Vayaunfinaldecumpleaños!

Pero, aparte de este comentario, no volvieron a hablar con ella ni aconsultarlenada.Asíquesefueotravezasucuartoysiguióleyendo,porqueleparecíaquetodoaqueltrastornonoteníanadaqueverconella.Yencambioellibroquelehabíaregaladolaabuelaleestabaapasionando.Teníalastapasazulesyungrabadograndeconelrostrodelaestatuaenaumento.Setitulaba:ConstruirlaLibertad.

Al cabodediversas llamadas telefónicas, cuchicheosypasosque ibanyveníandeunahabitaciónaotra,losseñoresAllensedirigieronaldormitoriodesuhija.

Sarasehabíatumbadovestidaenlacama.Laideadeconstruirlaestatuade la Libertad había nacido en Francia. Se la encargaron a un escultoralsacianollamadoFrédéricAugusteBartholdi,queempezóatrabajaren1874,usando a su madre como modelo para la primera maqueta, que sólo tenía

nuevepiesdealto.

Sehabíaquedadomediodormidaleyendoeso,pensandofascinadaenquemadameBartholdifuemujerantesdeserestatua,ylaentradadesuspadreslasobresaltó. Los acompañaba Lynda Taylor. Al principio no entendía nada.Escondióellibro,sinsaberporqué.

Venían a notificarle que salían paraChicago al cabode tres horas enunaviónnocturno.Aldía siguiente, sábado, sería el entierrodel tío Josef.Yeldomingo por la noche, estarían de vuelta. Ella se quedaría en casa de losTaylor.

—Peroteníamosquellevarlelatartaalaabuela.¿Selohabéisdichoalaabuela?

—¡De qué cosas te acuerdas, hija! —dijo el señor Allen—. Ahora lallamaremos.

—Anda,bonita,cogeturopaysúbeteconmigo—ledijoLyndaTaylorentonoprotector.

—Aquítieneslasllavesdecasaparacuandonecesitesbajarporalgo—leadvirtiólaseñoraAllen—.Porfavor,hijamía,acabasdecumplirdiezaños.Yyatienesedaddehacertecargodelascosas.Esperoqueteportesbien.

—Naturalmente que se portará bien —intervino Lynda con un acentoartificiosoymusical—.¿Verdadqueeresunaniñaresponsable?

Saranolamirónicontestónada.

****

SEGUNDAPARTE

LAAVENTURA

SEIS

PresentacióndemissLunatic.VisitaalcomisarioO’Connor

Cuandooscurecíayempezabanaencenderselosletrerosluminososenloaltodelosedificios,seveíapasearporlascallesyplazasdeManhattanaunamujermuyvieja,vestidadeharaposy cubierta conun sombrerodegrandesalasque le tapabacasienteramenteel rostro.Lacabellera,muyabundanteyblancacomolanieve,lecolgabaporlaespalda,unasvecesflotandoalaireyotrasrecogidaenunagruesatrenzaquelellegabaalacintura.Arrastrabauncochecitodeniñovacío.Eraunmodeloantiquísimo,degrantamaño,ruedas

muyaltasylacapotabastantedeteriorada.Enlosanticuariosyalmonedasdela calle 90, que solía frecuentar, le habían ofrecido hasta quinientos dólaresporél,peronuncaquisovenderlo.

Sabía leer el porvenir en la palma de la mano, siempre llevaba en lafaltriquerafrasquitosconungüentosqueservíanparaaliviardoloresdiversos,y merodeaba indefectiblemente por los lugares donde estaban a punto deproducirse incendios, suicidios, derrumbamientos de paredes, accidentes decoche o peleas. Lo cual quiere decir que se recorría Manhattan a unasvelocidades impropiasde suedad. Inclusohabíaquienesasegurabanhaberlavisto la misma noche a la misma hora circulando por barrios tan distantescomo el Bronx o el Village, y metida en el escenario de dos conflictosdiferentes,comoalgunavezquedóacreditadoenfotosdeprensa.Yentoncesnocabíaduda.Porque si salía retratada, aunque fueraen segundo términoycon la imagen desenfocada, su peculiar aspecto hacía imposible que nadiepudiera confundirla con otra mendiga cualquiera. Era ella, seguro, era lafamosamissLunatic.Poreseapodoselaconocíadesdehacíamuchotiempo,y sus extravagancias la habían hecho alcanzar una popularidad rayana en laleyenda.

No tenía documentación que acreditase su existencia real, ni tampocofamilianiresidenciaconocidas.Solíaircantandocancionesantiguas,conairede balada o de nana cuando iba ensimismada, himnos heroicos cuandonecesitabacaminaraprisa.Tanprontosedeteníaante losescaparates lujososde la Quinta Avenida, como se entretenía revolviendo en los vertederos debasura de la periferia con su bastón con puño dorado que representaba unáguilabicéfala.Cuandoencontrabaalgúnmuebleocachivacheenbuenestadode conservación, lo cargaba en su cochecito y lo transportaba a algunaalmonedadeaquellasdondelaconocían.Ytodoloquepedíaacambioeraunplatodesopacaliente.

Laverdadesqueteníamuchosamigosdedistintosoficiososinninguno.Lagentelaqueríasobretodoporquenocaíaenesedefecto, tancorrienteenlosviejos,deenrollarseahablarsintonnison,vengaonovengaacuentoyaunque la persona que los está oyendo tenga prisa o se aburra. Ellamirabamuchoconquiénestabahablando.Avecespodíaserbastantecharlatana,perosushistoriasnoselascontabaalprimeroqueaparecía.Preferíaesperaraqueselaspidieran,yengenerallegustabamásescucharqueserescuchada.Decíaqueconesoseadquiereexperiencia.

—¿Yparaquéquiereustedmásexperienciadelaquetiene,missLunatic?—lepreguntabanalgunos—.¿Nolosabeyatodo?

Ellaseencogíadehombros.

—Delagenteno.Lagentesiempreestácambiando.Ycadapersonaesun

mundo—contestaba—.Amímeencantaquemecuentencosas.

Hablabaconlosvendedoresambulantesdebisuteríaydeperritoscalientes,africanos, indios,portorriqueños,árabes,chinos,con losviajerosextraviadospor los largos pasillos del metro o por los andenes de Penn Station entreconfusas consignas de altavoces, con los porteros de los hoteles, con lospatinadores, con los borrachos, con los cocheros de caballos que tienen suparadaenelcostadosurdeCentralPark.Y todos teníanalgunahistoriaquecontar,algúnpaisajedeinfanciaquerevivir,algunapersonaqueridaalaqueañorar, algún conflicto para el cual pedir consejo. Y aquellas historiasacompañaban luego a miss Lunatic, cuando volvía a caminar sola; se lequedabanduranteuntrechoenredadasasusharaposcomoserpentinasdeoroquenimbasensufigura,impidiéndoleborrarseenelolvido.

También se dedicaba a recoger gatos sin dueño y a tratar de establecercontacto con familias acomodadas para que los adoptasen. Nadie entendíacómoconseguíaestoscontactos,conlodesconfiadaqueeslagenteenNuevaYork,perolociertoesquenoerararoencontrarlaalasalidadelHotelPlazaode alguna joyería de Lexinghton Avenue, hablando con gente lujosamentevestida.

Eramuyamigadelosbomberos.Aveces,aunqueeraperfectamenteilegal,selahabíavistomontadaconellosenelvelozcocherelucienteyrojo,acuyopasotodoslosdemásseapartan.Loquemáslegustabaeraqueladejaranirtirando del cordón de la campana niquelada. Al son de aquel tintineo, lasmejillas apergaminadas demissLunatic se coloreaban de emoción y alegríabajoelaladesugransombrero.

Perolaszonasquefrecuentabadeformamásasiduaeranlashabitadasporgente marginal, y su vocación preferida, la de tratar de inyectar fe a losdesesperados,ayudarlesaencontrarlaraízdesumalestaryahacerlaspacescon sus enemigos. Lograba pocos resultados, pero no se desanimaba, y esoque la insultaronmuchasvecespormetersedondenadie lahabía llamado,yllegaronaecharlaapatadasdeunlocaldeHarlem,pordefenderaunnegroalqueestabanatacandootroscuatro,muchomásrobustos.

—Lárguesedeaquí,missLunatic—ledijo,alverla tiradaenlaacera, ladueña de una tintorería que había al lado—. Después de todo, es echarmargaritasapuercos.

—Nihablar—dijoella,levantándoseyrecogiendodelsuelosusombrero—.Voyavolveraentrar,aversimehacencaso.Hedebidoexplicarmemal.Otalvezesqueestánellosdemasiadoofuscados.

Si lepreguntabandóndevivía,contestabaquededíadentrode laestatuade la Libertad, en estado de letargo, y de noche, pues por allí, en el barrio

dondeestuvieracuandose loestabanpreguntando.Haciendocompañíaa lossolitarios como ella, a todos los que pululan por los garitos demala vida yduermenenbancospúblicos,casasenruinasypasossubterráneos.

Confesaba tener ciento setenta y cinco años, y caso de no ser verdad,habría que admirarla cuando menos por su conocimiento de la HistoriaUniversal a partir de lamuerte deNapoleón, y por la familiaridad con quehablaba de artistas y políticos del siglo XIX, con alguno de los cualesasegurabahabertenidotratoestrecho.Habíagentequesereíadeella,peroengeneralseleteníarespeto,nosóloporquenohacíadañoanadie,eradiscretayseexplicabacongranpropiedad—siempreconunleveacentofrancés—,sinoporque,apesardesusropasdemendiga,conservabaenlaformademoverseyde caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia quecerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión. Siempre seresponsabilizabadesusactosynoparecíaversemetidamásqueenaquelloenloquequeríameterse.

Debidoasutendencia,delaqueyasehahablado,amediarenlasreyertasentre borrachos o delincuentes peligrosos, intentando que las partes rivalesllegaran a un acuerdo por vías razonables, se llegó a ver implicada comosospechosa en asuntos turbios.Más de una vez, tomándola por cómplice dealgunafechoría,laapuñalaronsinconsideraciónasuedad.Peroalparecererainvulnerable,segúncontabanluegocongranasombrolostestigospresencialesdelsuceso.Porque,apesardequeelarmablancahabíasidoempuñadacontraellavigorosamenteycontodoencono,nadieviobrotarunasolagotadesangredelcuerpodesmedradodemissLunatic.Porotraparte,laPolicía,quelahabíadetenidovariasveces,nuncaencontrópruebasparainculparladenada.

UnveteranocomisariodeldistritodeHarlem,fascinadoporlavalentíademissLunatic, susmúltiplescontactoscongentedelhampay su talentoparatestificar en los casos difíciles, lamandó llamar una tarde de invierno paraproponerleuntrato.Seleasignaríaunasumabastanteimportantededinero,sise prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó.Informaralasautoridadesdequehabíaunfuego,sehabíacaídoelalerodeuntejadoosenecesitabaurgentementeunaambulanciaeraalgomuydiferenteaconvertirseenacusica.Niqueestuviera loca.Yencuantoaldinero,muchasgracias,peronolatentaba.

—¿Paraquénecesitoyoeldinero,místerO’Connor?—preguntó—.¿Meloquiereusteddecir?

Teníalasmanoscruzadassobrelamesa,yelcomisariosefijóenaquellosdedosdeformadosporelreumayenrojecidosporelfrío.

—Paraasegurarselavejez—dijo.

MissLunaticseechóareír.

—Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885 —dijo—. ¿No leparecequehedadopruebassuficientesdesaberasegurarmeyosolalavejez?

ElcomisarioO’Connorlacontemplóconcuriosidaddesdeelotroladodelamesa.

—¿En1885?¿ElmismoañoquetrajeronaquílaestatuadelaLibertad?—preguntó.

EnloslabiosdemissLunaticsedibujóunasonrisadenostalgia.

—Exactamente, señor. Pero le ruego que no me someta a ningúninterrogatorio.

—Solamente contésteme a una cosa—dijo él—. He oído decir que notieneustedingresosconocidos.Yquetampocopidelimosna.

—Esverdad,¿yqué?

—Tranquilícese,leaseguroquenosetratadeunainvestigaciónpolicíaca.Sólopretendoayudarla.¿Esquenoleinteresaeldinero?

—No;porquesehaconvertidoenmetaynosimpidedisfrutardelcaminopordondevamosandando.Ademásnisiquieraesbonito,comoantes,cuandosegozabadesutactocomodeldeunajoya.

Elcomisarioobservóque,mientrasmissLunaticdecíaaquellaspalabras,acariciaba unas monedas muy raras que había sacado de una bolsita deterciopeloverde,y jugueteabaconellas.Noerandegran tamaño,despedíanunfulgorverdoso,yparecíanmuyantiguas.Estuvoapuntodepreguntarlededóndeprocedían,porquenuncalashabíavistodeesetipo,perosecontuvopormiedo a ganarse su desconfianza. Prefería seguir oyéndola hablar de lo quefuera.Hubounapausayellavolvióaguardarlasmonedasenlabolsa.

—Ahora ya no—continuó tras un suspiro—. Ahora el dinero son vilespapeluchosarrugados.Yocuandotengoalguno,estoydeseandosoltarlo.

—Todolopapeluchosqueustedquiera—interrumpióelcomisario—,perohacenfaltaparavivir.

—Eso suele decirse, sí. Para vivir… Pero ¿a qué llaman vivir? Paramíviviresno tenerprisa,contemplar lascosas,prestaroídoa lascuitasajenas,sentircuriosidadycompasión,nodecirmentiras,compartirconlosvivosunvaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de losmuertos,nopermitirquenoshumillenonosengañen,nocontestarquesíniquenosinhabercontadoanteshastaciencomohacíaelPatoDonald…Viviressaberestarsoloparaaprenderaestarencompañía,yviviresexplicarseyllorar…yviviresreírse…Heconocidoamuchagentealolargodemivida,

comisario,ycréame,ennombredeganardineroparavivir,selotomantanenserio que se olvidan de vivir. Precisamente ayer, paseando porCentral Parkmás omenos a estas horas,me encontré con un hombre inmensamente ricoque vive por allí cerca y entablamos conversación. Pues bueno, estádesesperado y no sabe por qué. No le saca partido a nada ni le encuentraaliciente a la vida. Y claro, se obsesiona por tonterías. Al cabo de un rato,parecíayolamillonariayélelmendigo.Noshicimosmuyamigos.Dicequeélnotieneninguno.Bueno,uno,peroqueseestáhartandodeél.

—¡Quéhistoriataninteresante!—dijoelseñorO’Connor.

—Sí,esunapenaquenotengatiempoparacontárselacondetalle.Perohequedadoen irdentrodeunratoasucasaa leerle lamano.Aunquenosésiservirá de mucho, ya se lo advertí ayer, porque yo el porvenir no lo leocerrado,sinoabierto.

—¿Quéquieredecireso?

—Quenodoysoluciones,melimitoaseñalarcaminosquesecruzanyadejara lagenteen libertadparaqueelijaelquequiera.YmísterWoolfestáansiosodesoluciones,me temoquenecesitaque lemanden.Talvezporqueestá harto de hacerse obedecer. Edgar Woolf se llama. Gana el dinero aespuertas.Tieneunnegociomuyacreditadodepastelería.

Elcomisariolamiróconlosojosredondosporlasorpresa.

—¿EdgarWoolf? ¿ElRey de lasTartas? ¿Va a ir usted a casa deEdgarWoolf?ViveenunodelosapartamentosmáslujososdeManhattan,¿losabía?Perotienefamadeserinaccesible,denorecibiranadie.

—Puesyave,seráqueyolehecaídobien.Aversisecreeustedquesólome trato con desheredados de la fortuna. Aunque ahora que lo pienso —rectificóluego—tambiénmísterWoolfesundesheredadodelafortuna.Paramílaúnicafortuna,yaledigo,esladesabervivir,ladeserlibre.Yeldineronolibera,queridocomisario.Mireustedalrededor, lealosperiódicos.Pienseen todos loscrímenesyguerrasymentirasqueacarreaeldinero.Libertadydinerosonconceptosopuestos.Comolosontambiénlibertadymiedo.Pero,enfin,leestoyrobandotiempo.Nohevenidoparaecharleundiscurso,yencuantoasupropuesta,yalahecontestadoconcreces,¿nolepareceausted?Conqueolvídeme,sipuede.

ElcomisarioO’Connorlamirabaentrepensativoyperplejo.

—Asíqueustednotienedineronimiedo…—dijo.

—Yono.¿Yusted?

Elrostrodelcomisarioseensombreció.

—Yomiedosí,muchasveces.Seloconfieso.

—Pues eso es mala cosa para su oficio. El miedo cría miedo, además.¿Dóndelosiente?¿Enlabocadelestómago?

Elcomisariosequedódudando,ysepalpóaquellazona,bajoelchaleco.

—Puessí,másomenos.

—Ya.Eslomáscorriente.Espereunmomentoaver.MissLunatic,anteelpasmo del comisario O’Connor, se puso a hurgar en su faltriquera y sacóvariosfrasquitosquealineósobrelamesa.

—¡Vaya por Dios! Lo siento. Tenía un elixir bastante bueno contra elmiedo,perosemehagastado.Eselquemásmepiden.

Luego,mientrasvolvíaaguardarselosfrasquitos,añadió:

—Claroquehayotraformadeespantarelmiedo,peronoespropiamenteunareceta,porquetienequeponermuchodesuparteelpaciente.Consisteenpensar:«Amíestoquemeasustanomevanimeviene»,algoasícomoverlejosloqueleestádandoaunomiedo,paraquesedesdibuje.

—Esonoacabodeentenderlo.

—Casinadie;poresodigoquedapocoresultadorecetárseloaotro.Alomejorundía,depronto, lo sienteustedsoloy loentiende…Enfin,¿medapermisopararetirarme?

ElcomisarioO’Connorasintió.Perocuando lavio levantarse, agarrar sucochecito y dirigirse a la puerta, tuvo una sensación muy triste, como demiedoaestarsedespidiendodeellaparasiempre.Ylavolvióallamar.Ellasedetuvo,interrogante.

—MissLunatic—dijo—.Esustedmaravillosa.

—Gracias, señor. Eso mismo me decía siempre mi hijo, que en pazdescanse.Ungranartista,porcierto,aunquelamemoriavolubledelasgenteshayasepultadosunombre…¿Queríausteddecirmealgomás?

—Sí.Quenomegustaríaquepasaraustedhambrenifrío.

—Nosepreocupe.Nolospaso.

—Mepareceincreíble,perdonequeselodiga.¿Ycómohace?¿Cómoselasarreglaparasaliradelante?

MissLunaticsedetuvoenelcentrodelahabitación.Selevantóelaladelsombrero con gesto solemne y miró al señor O’Connor. Sus ojos negros,brillando en el rostro pálido y plagado de surcos, parecían carbonesencendidos. Y ella, en medio de aquella estancia de paredes desnudas, una

figuradecera.

—Echándole fuerza de voluntad, señor, para decirlo con palabras de ElCaballeroInexistente.

—¿Otroamigosuyo?—preguntóelcomisario.

—Puessí.Aunqueésteesunpersonajeinventado.¿Legustanlasnovelas?

—Mucho.Loquepasaesquetengopocotiempodeleer.

—PuescuandosaqueunratitolerecomiendoElcaballeroinexistente.Noesmuylarga.Acabodeverlatraducidadelitalianoestatarde,alpasarporelescaparatedeDoubleday.

—¡CuántotrotaporManhattan!Veoquenoparaustedunmomento.

—Asíes.Tieneustedrazón.Yonocomprendocómodicelagentequeseaburre.Amínuncamedatiempoparatodoloquequisierahacer…Yahorasiento dejarle. Pero he quedado con míster Woolf, y antes había pensadodarme una vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, porsupuesto.Me lo tiene prometidoun cochero angoleñoquemedebe algunosfavores.Convencíaunahijasuyaparaquenosesuicidara.Conquelodicho.Adiós,comisario.

El comisarioO’Connor se levantó para abrirle la puerta y le estrechó lamanoefusivamente.

—Esperoquevolvamosavernos—dijo—.Lavidaeslarga,missLunatic.Ydamuchasvueltas.

—Yalocreo.Dígameloustedamí—contestóellasonriendo.

—Pues nada,mujer, salud. Y abríguese, que se está poniendo el tiempocomoparanevar.

—Eslosuyo.Estamosendiciembre.

Alsalir,hacíaunvientomuyfrío,quealborotólalargamelenablancademissLunatic.Apresuróelpasohacialacalle125.HabíadecididocogerallíelmetrohastaColumbusCircle.

Mientras canturreaba un himno alsaciano, se puso a pensar en EdgarWoolf,elReydelasTartas.

SIETE

LafortunadelReydelasTartas.ElpacienteGregMonroe

El rascacielos donde vivíaEdgarWoolf era suyo todo entero, planta por

planta,ascensorporascensor,ventanaporventana,pasilloporpasillo.OseaquelasmásdetresmilpersonasquetrabajabandelsótanoalpisocuarentadeaqueledificioeranempleadosalasórdenesdelReydelasTartas,ynohabíauna sola habitación alquilada para otras oficinas, aunque todavía quedaraalgunadesobra.Peroestasestanciasdisponiblesibansiendocadavezmenos,a medida que el negocio, en auge creciente, requería instalaciones másmodernas,ornamentaciónpuestaaldíaymaquinariaencontinuarenovación.

OporlomenosesoesloqueseempeñabaencreermísterWoolf,porqueyasesabequelosricossólopiensanenaumentarsuriqueza,sacándolemásrendimientoaldineroqueganan.Ensusratoslibres,visitabaaquellosespaciosaúnvacíos,sepaseabaporellosdearribaabajoconlasmanosalaespalda,sedeteníapensativo,sacabaunmetrodelbolsillo,tomabamedidasdeunapared.Yporencimadesucabezaafilada,rodeadadeunapelambrerarojiza,surgían,comoenunanubecitadecomic,lasimágenesdelasnuevasinstalacionesqueproyectaba para ampliar los departamentos de publicidad, de experimentosculinarios, de librería; los talleres de reparación de material, los despachosadministrativos,laplantadeinvestigaciónquímica,ladefacturacióndeenvíosal extranjero, las tres plantas de hornos y cocinas. Nadie habría podidoconvencerle de que se estaba montando la cabeza con proyectos inútiles,porque en cuanto los imaginaba, se convertían para él en necesidades deurgente realización. Y no veía el momento de avisar a los arquitectos ydiseñadoresdemayorrenombreparaemprenderlasobrasdemejora.Novivíaparaotracosa.

Aquelnegociomillonario,cadaañomásprósperoyfamoso,habíatenidosu origen, tiempo atrás, en unamodesta pastelería de la calle 14, regentadaprimero por el abuelo de Edgar Woolf y luego por su padre. La únicacoincidencia que podía servir de dato para relacionar la multinacionalpastelera de ahora con aquella tiendecita olvidada era que conservaba elnombre con que ésta fue registrada por su primer dueño. Efectivamente, enhonoralapellidodelafamilia,seseguíatitulandoTheSweetWoolf,oseaElDulceLobo.ApesardelaopiniónencontradeciertosasesorespublicitariosdeEdgarWoolf,queledesaconsejaronaquelnombreporjuzgarloanticuadoypococomercial,élsemantuvofirmeennocambiarloporningunootrodelosqueleproponían.

Y añosmás tarde, cuando ya todoManhattan sabía que para probar lastartasdeElDulceLobo,habíaquereservarmesaconanticipaciónenunodelosdosenormessalonesdetédelentresuelo,ohacercolaenlosmostradoresdelalujosapasteleríaqueocupabalosmilmetroscuadradosdelaplantabaja,EdgarWoolf llamó a su despacho a aquellos consejeros y los despidió sinpaliativos, aunque con una generosa indemnización, porque tacaño nunca lohabíasido.

—Noquierogenteineptaamilado—lescomunicó.

—¿Por qué nos dice usted eso, míster Woolf? —le preguntó el menostímidoymáspelotillero.

—Porlodelnombrepococomercial.¡Anda,quesillegaaserlo!

Tanto los salones de té como la pastelería tenían grabado en las puertasgiratoriasdelaentradaeldibujoendoradodeunloborelamiéndose,emblemaquetambiénestabamarcadoenelpapeldeenvolveryenlasservilletas.

Los niños que pasaban por El Dulce Lobo, detrás de cuyos cristales seexhibíasobrerasosyterciopeloslamayorvariedaddepostresjamásconocida,con un buen gusto más propio de vitrina de joyero que de confitero, sequedabanrezagadosdelantedeaquellosescaparatesmarcadosconlasinicialesE.W.,mientrasaspirabancongestogolosoelaromaquesalíadelinteriorporlas puertas giratorias en continuo trasiego. Era frecuente oír algún llantodesconsoladoopresenciaralgunarabieta,porquesemostrabantancontrariosaapartarse de allí que muchas veces sus madres tenían que recurrir a laviolenciaparatirardeellos.

Realmenteelolorabollos, tartasypastelesreciénsacadosdelhornoqueinvadía lacalleenaquel tramoera tanapetitosoy tentadorquecirculabauneslogandeautordesconocido,conelquelosinsatisfechossesolíanconsolar,yquedecía:

ElDulceLoboeslatienda

dondesóloconoler

sedesayunaomerienda.

El edificio, flanqueado por dos callejones de seguridad, en previsión deroboseincendios,teníaformaoctogonal,ylapartedeabajo,dondeestabalagranreposteríayencimadeellalossalonesdetéDulceLoboIyDulceLoboII, constituía la base más ancha y sólida, reforzada por dieciséis gruesascolumnasdemármolcolorchocolate.Luegoaquellabasese ibaestrechandoprogresivamentecadacincopisoshasta llegaralcuarenta,queeraelúltimo.Conesteestrechamientohaciaarribaselograbaelefectoópticodeseadoporelarquitectoque ideó el edificio: es decir que tuviera, comoen realidad tenía,forma de tarta. Había luego otros muchos detalles ornamentales quecontribuían a sugerir la impresión de estar ante una tarta gigantesca, comoeranlasorlastalmentedemerenguequesedibujabansobrelasventanasylaalternancia de los colores bizcocho, avellana, natillas, guirlache, fresa,caramelo, turrón y chocolate con que estaban pintadas las paredes de lasdistintasfranjassegúnsesubíalavistahastalaterrazaoctogonaldelacumbre.

Esta terraza, lomásllamativodetodoelrascacielos,estabacoronadapor

adornosdegruesocristalpolicromadoimitandodiversasfrutas,cadacualdelcolor que en realidad le correspondía para lograr mayor verismo: plátanos,grosellas,limones,manzanas,cerezas,peras,naranjas,ciruelas,uvas,higosyfresas. Eran de un tamaño enorme, con el fin de que pudieran ser bienapreciadasdesdelacalle.

Cuando empezaba a caer la noche,mediante un sistema eléctrico que seconectabadesde el piso cuarenta con el interior de las frutas, se iluminabanéstas,nimbadasdeunosefectostanespecialesqueerahabitualencontrarseagrupos de turistas y curiosos congregados en la acera de enfrente a la deledificio,mirandoembobadosparaarribaytratandodesacarfotos.Porquelosturistas, ya se sabe, lo que quieren no es ver las cosas, sino retratarlas. Lasdistintasfrutasdelaterrazaseencendíanyseapagabanporturno,comosilasestuviera recorriendo un calambre, hasta llegar a un instante de oscuridadtotal.Luegoveníaunestallidomás intensoque las iluminaba todasa lavez,mientrasdelinteriordecadaunaempezabaasalircomounsurtidordepepitasdeoroquesedisparabahaciaelcielooscurecidoycaíaluegoenunacascadalenta,chispeanteysilenciosa.

Era francamente espectacular. Porque además, para completar aquelcaprichoso remate, entre cada fruta de cristal y la siguiente se alzaban unascolumnasblancasconcapuchóniluminado,quefigurabanservelasdelasquese ponen en las tartas de cumpleaños. Para dotar de realismo a aquellasfingidasvelassehabíaconseguidouna ilusiónópticamuyoriginal:consistíaen que la llama engrosaba o se empequeñecía y oscilaba más o menos acompásdelvientoquesoplase.

Todos estos efectos de luminotecnia se gobernaban desde una gran naveinstalada en el último piso. Allí estaban también las máquinas de aireacondicionado, las de depuración de agua, las calderas, las diferenteschimeneasdesalidadehumos,todounvastoreino,enfin,surcadodetuberías,dellaves,debotones,degrifosypalancas,decircuitoscerradosdetelevisiónydetodaclasedeartilugiosparaponerapuntoelfuncionamientointernodetodaaquellaempresa.Oseaqueallí,enlanavedelpisocuarenta,estaban«lastripasyelcerebrodelnegocio»,comosolíadecirconhumorGregMonroe,unviejoempleadodemísterWoolf,acuyocargocorríalarevisiónycuidadodetoda aquella maquinaria, tan sofisticada que nunca dejaba de causar algúnquebraderodecabeza.

—Claro,quenilamitaddelosquemecausastú,Edgar,cuandotedaporinventar problemas que no existen y me los cuelgas a mí para que te losresuelva—ledecíaavecesimpacienteasuamo—.Yo,deverdad,nopuedodarabastoatodoyyateloaviso:eldíamenospensadomevoyahartardeti.

—Nosécuántosañoshacequemevienesamenazandoconlomismo.

—Deesoteaprovechas,dequetengomáspacienciaqueelsantoJob.Perohastaquesemeagote,claro.

DetodoslosempleadosqueestabanalasórdenesdelReydelasTartaseraGregMonroeelúnicoqueletuteabayseatrevíaahablarleenesetono.

Alaedaddediezaños,habíaentradoatrabajarcomochicodelosrecadosenlapasteleríadelacalle14,justounasemanaantesdequelanueradelviejodueño se pusiera de parto y naciera Edgar Woolf, que nunca tuvo máshermanos y fue creciendo enclenque, mimado y caprichoso. Greg le tomócariñodesdequenacióyloconocíamejorquenadie.

Fuesuprimeramigomayor,yelmásfielqueEdgarhabíadetenernunca.Le había enseñado a dibujar, a montar en bicicleta, a construir tiradores, acazarratones,atallarmaderayarepararmáquinasrotas.Másadelante,habíasacadolacaraporélenlaspeleascallejeras,habíaencubiertosusfaltasparadefenderlo de alguna riña paterna, le había hablado de sus experienciasamorosas con las chicas.Había sido, en fin, sucesivamente su cómplice, suconfidenteysuconsejerosentimental.

Pero aquel chico despierto, tenaz e imaginativo pronto tuvo otrasambiciones.YaunquenuncaperdieradeltodoelcontactoconEdgar(porcartao por teléfono), los diferentes oficios que desempeñó posteriormente lealejaron de Nueva York y de su amigo durante muchas etapas de susrespectivasvidas.GregMonroehabíasidodelineante, tramoyista,cámaradecine,inventordeaparatoselectrónicosquellevabansupatentey,porfin,unode los técnicos especializados en sonido y luminotecnia más solicitados deManhattan.

Hastaqueundía,cuandoelvolumendelosnegociosdeEdgarWoolfhizoindispensableelapoyodeunhombredetodasuconfianza,pensóenGregparaofrecerle el puesto de segundo de a bordo bajo las condiciones económicasqueél tuvieraabienestablecer.Greg,queacababadeenviudaryteníaasushijosyacasadosyviviendolejos,aceptólaofertadesuantiguoamigo.Peronoporsusventajaseconómicas,sinoporquesesentíasoloycansado.YEdgarsupoconmoversuscuerdassentimentales,siempremásdispuestasavibrarentiemposdevejezodedesgracia.

Lo que, desde luego, no imaginaba es que iba a llegar a resultar tanindispensableenElDulceLobo.Nosólopara«las tripasy lacabeza»de laempresa,sinotambiénparalasdeldueño,quecomoapenasteníaamigosynosefiabadenadie,llegóaaficionarsetantoalacompañíadelviejoMonroequeacabónecesitándoloyechandomanodeélparatodo.

—Chico, es que abusas. Eso no es de mi competencia—le solía decircuando leconsultabaasuntos relacionadoscon lacalidadde las tartas—.No

pretenderásquebajealacocinaparaprobartodoslosproductosquesalendelhorno a diario. Me moriría de un atracón. Además, para eso tienes a losMaestros Tartufos, que hasta les has inventado ese uniforme tan ridículoestampadodefresasymanzanas.Nosénicómonolesdavergüenzamontarseenelascensorconsemejantefacha.

ElviejoMonroeteníauncaráctertanbondadosoysinceroyunafilosofíadelavidatanmatizadaporelsentidodelhumorqueeraimposibletomarseamalningunadesuscariñosascríticas.Porotraparte,EdgarWoolfestabamuynecesitadodeambascosas:decariñoydecrítica.

—Peroellosnomequierencomotú.Meengañan.Yaveslodelatartadefresa.Sinomelollegasadecirtú,nomehubieraenterado…

—¿Perodequé?Siyonotedijenada.¡Ay,porfavor,Edgar,novolvamosconlodelatartadefresa…!—decíaGregmuynervioso.

—Claro,ahoraquieresquitarleimportancia,porqueeresmuybueno.PeroyahacemesesquesecomentaportodoManhattanquemitartadefresaesunaporquería, queme está desprestigiando el negocio, que sabe a jarabe. ¡Quémancha,Diosmío,quémanchaparaElDulceLobo!Ysino llegaaserporti…

—¡Basta, por favor! —gritaba el viejo Monroe muy excitado—. Si teempeñasensufrir,allátú.Peroyonotehedichonadadeeso,teobsesionastúsolo.Yoloúnicoquetedijeesqueundíasemeocurrióinvitaraunodemisnietosamerendarabajoyélnoseacabóel trozode tarta,porque leparecióqueestabaunpocoseca…

—No,tambiéndijistequetúlahabíasprobadoyque…

—Ay,yanomeacuerdode loque tedije. ¡Dichosa tartadefresa!Puedeque no sea de las quemejor te salgan, pero no esmotivo para ponerse así.¿Paraquédemoniossemeocurriríacomentartenada?Acabarépornoabrirlabocacuandoestécontigo.

—Perolomaloesqueelproblemasiguesinresolverse,esoeslomalo…

—¡Problema, problema! —mascullaba Greg Monroe—. ¡Cómo se notaquenuncahassabidoloqueestenerunproblemaenserio…!

Efectivamente, EdgarWoolf llevaba unos cuantosmeses completamenteobsesionadoporculpadelatartadefresa.HabíacontratadoavariosdetectivesparaquesecamuflaranentrelosclientesdeDulceLoboIyDulceLoboII,yle transmitieran puntualmente todos los comentarios desfavorables querecogieranacercadelatartadefresa.Alparecernoeradelasque,enrealidad,teníanmayoraceptaciónysehabíallegadoaoírdecirenmásdeunamesanosóloqueelproductohabíabajadodecalidad,sinoquenuncalatuvo.

Edgar Woolf, cada día más alterado a causa de estos informesconfidenciales, había perdido el sueño, estaba histérico y no sabía cómoremediar aquel ramalazo de mala suerte que por primera vez enturbiaba lafamadesunegocio.

Habíadespedidoasucesivospastelerosy,segúnél,ningunoacertabaconunarecetaverdaderamenteeficaz.Porotraparte,elhechodequecadaquinceoveintedíaslatartadefresadeElDulceLobocambiaradesaboracentuabaeldesconciertodelosconsumidores.PorquehayquetenerencuentaqueenlosEstadosUnidoselpúblicoesmuytradicionalypocoamigodeinnovaciones.Ycontantoscambios,alnuevosabornoledabatiempodecogersolera.Habíacorrido la voz, ésa era la verdad. La tarta de fresa de aquella pastelería tanafamadaytancara,yanoeraladeantes.

Los detectives no habían tenido más remedio que hacer llegar a EdgarWoolf el resultado de sus pacientes y sutiles investigaciones. Los clienteshabitualesdeElDulceLoboprobaban la tartade fresaconciertaaprensión,con la cautela típica de quien previamente está poniendo en cuestión unresultado.

—Yocreoquehoyleshasalidoalgomejor—decíaunaseñora,entresorboysorbodeté.

—Ya; pero nomedigas,Barbara, ¡que en una casa como ésta tengamosqueprobaralgosintotalgarantía…!—replicabalaotra.

—Esoesverdad.Hayquesaberaquéatenerse.

—Naturalmente querida. Lomenos que se puede exigir es que una tartasepaigualtodoslosdías,porqueestamosenElDulceLobo,¿no?Paratantocomoeso,meriendaunadepieencualquierbarradeBroadway.

EdgarWoolf,contrasucostumbre,habíaempezadoasalirdeaquelbarrio,apatearsetodoManhattanyametersedeincógnitoendiversascafeteríasdelVillage,deLexinghtonode laQuintaAvenida.Secalabahasta las cejasunsombrerodefieltro,seponíagafasoscurasysurcabalaciudaddecaboaraboabordodeunade sus limusinas.Peter, su chóferdemás confianza, seveíaobligadoaaparcarenlossitiosmásinverosímiles,amedidaquesujefe,conlosojosfijosenlaventanilla,descubríaunlugardondesuintuiciónleavisabade que tal vez pudiera hallar la dulce presa apetecida. A fuerza de probarmodalidades diferentes de tarta de fresa, tenía ya el paladar estragado y eraincapazdedistinguirunasdeotras.Muchasnoches, alvolver a casa, estabatandeprimidoquelepedíaaPeterqueledejaraenCentralPark,pordondesepaseabaasolasypensativo.Suaspecto,enmascaradoporlasgafas,ysupasoagitadoynerviosomásparecían losdeunmalhechorhuyendode la justiciaquelosdeunmagnateadinerado.

Había llegado a caer tan bajo como para poner anuncios en losmejoresdiarios deManhattan, ofreciendo el oro y elmoro a quien le consiguiese larecetaauténtica,caseraytradicionaldelatartadefresadetodalavida.Yledabarabiaqueeljefedepublicidadtuvieraquecontestaraalgunadeaquellasllamadas telefónicas diciendo: «Sí, sí, no se ha confundido, habla usted, enefecto, con el teléfono de El Dulce Lobo». EdgarWoolf se consideraba unfrustrado.

—¡Peroqué frustradoniquéniñomuerto!—le reñía su amigo,hartodeaguantar retahílas plañideras—. Ya tienes cincuenta años, por favor, Edgar.Disfrutadelavidaygástateeldineroquetehasganadohonradamente.Hazunviaje,salalcine,búscateunamujerquetequiera,quéséyo…

—Sí,unamujerquemequiera,comosifueratanfácil.

—Puesnoséporquéno.Estásenlamejoredady,sitecuidarasunpocomás,resultaríasfrancamenteinteresante.¿Hasintentadoenamorarteenserio?

—¿Yparaqué,sitodasmedejan?

—Desde luego, si llevas a una mujer a bailar y te pasas la nochehablándoledequela tartadefresa tesalepeorqueladechocolate,supongoquetediráquesevaaltocadorapintarseloslabios,ynolavolverásaver.¡Yoharíalomismo!

—No hurgues en mis heridas, Greg. Sabes de sobra que jamás heconseguidoqueningunamujerseenamorarademí.

—Claro, porque eres un pelma. Y las mujeres necesitan que les hagancaso,que sedediquena ellas. ¿Cuándohasquerido tú aninguna, aver?Yodigoenamorartetú,¡esoesloquedigoquetehacefalta!Enamóratedeunatíasalada,que tesorbael seso,que teencienda lasganasdealegrarle lavidaycon eso mismo te la alegre a ti. En una palabra, que te haga olvidar tantacavilaciónsinsustancia.¿Túcreesqueesnormalqueyo tengaqueaguantartodoslosdíaselmismorollo?

—¡Puessitanpelmateparezco,súbeteatupisoydéjameenpaz!

—¡Ojalámedejarasenpaztúamí!

Siempre acababan separándose enfadados, aunque el enfado les durabapoco.

GregMonroeeradegustos sencillos,vestía siempreconunguardapolvogrisysuvidasolíatranscurrirenlaplantacuarenta.Cuandonoseencontrabaocupado con la revisión de la maquinaria, abría una puertecita de maderaoscuraconpicaporteniqueladosituadaenlapareddeladerecha,queconducíaasumodestaviviendaparticular.Unavezallí,sededicabaadibujar,aleeroaoírmúsica,queeransus trespasionesfavoritas.Otrasvecesveníaavisitarle

algúnnieto.

Pero raramente podía disfrutar de aquellos ratos de descanso sininterrupciones.EldormitoriodeEdgarWoolfocupabaelmismoespacioquesu apartamento y pillaba exactamente debajo de él. Y paramayor inri, a lavueltadeunrecienteviajeaCaliforniapormotivosfamiliares,GregMonroese había encontrado con que su jefe había mandado construir un curiosoascensorcilíndricoquecomunicabaambaspiezas.Lemolestómuchísimoqueni siquiera hubiera consultado con él para llevar a cabo tal invento, y mástodavíasertachadodeingratoymalamigo.

—Yoque lo había hecho para darte una sorpresa—se quejabaEdgar—.Críacuervosytesacaránlosojos.

—Nonecesitodetussorpresas,estoyhartodeellasydeti.Ahorasíqueyanomevasadejarvivir.Eresunegoísta.

—Nosoyunegoísta,Greg,esqueestoymuysolo.Notetengomásqueati.¿Porquémetratastanduramente?

Acababa teniéndolo que consolar. Y agradeciendo que le hubieraproporcionado aquel ingeniosovehículopara poder desplazarse en cualquiermomento del día o de la noche y atender así a la cuitas y alteraciones dehumordelReydelasTartas.

Aquellatardedediciembre,EdgarWoolfestabaparticularmentenervioso.Se paseaba como un oso enjaulado por su enorme despacho, encendía unpitillodetrásdeotroynoparabademirarelreloj.

Porfin,subióconpasodecididolaescaleradecaracolquecomunicabaconsu dormitorio. Era una estanciamuy espaciosa, separada del gran cuarto debañoporunapareddemármolverde.El techoy lasdemásparedes erandeespejo,menoseltrozoquecogíaunapuertaencristaladaquedabaaccesoalaterraza.Abrióestapuertaysalió.

Sorteando los altos laurelesy las estatuasque rodeaban la piscina, subiólostresescalonesquellevabanalaaltabarandillacircular.Allíabajo,lamasaoscuradelosárbolesdeCentralParkformabauninmensorectánguloplagadodecaminossombríosymisteriosos.Cerrólosojosparanosentirvértigo,paraignorar la luz de las frutas gigantes que coronaban allí tan cerca, a susespaldas,elfrisodesupropioanuncioluminoso,unomásentretodoslosquefestoneabanelbosqueconsusresplandores.Seestremeció.Hacíamuchofrío.

Leextrañabaaquellaflojedad,comodeconvalecenciajuvenil,aqueldeseodellorarenbrazosdealguien.

Volvióamirarelreloj.Eranlassieteymedia.Yano.EstabaclaroquemissLunatic ya no venía.Y la echaba furiosamente demenos, como a un sueño

evaporado,disparatado,absurdo.

Llevabacercadeunahoraesperandoaaquellaextrañayfascinantemujerque la tarde anterior se lehabía aparecidoentre las frondasdelparque. ¿Dequé habían hablado? ¿Por dónde empezó la conversación? ¿Y cómo se lashabíaarregladoellaparainfundirleesaespeciedefeolvidadaenelamor,enlavida,enelazar?,¿quéfueexactamenteloqueledijo?

Había sido incapaz de explicárselo aGregMonroe.Ni siquiera se habíaatrevidoadecirlecómoibaellavestida,nihablarledelcarritoquearrastraba.Ysinembargo,eraunaexperienciatanrara,tanespecial,queGregseacababadeescaparalcine,paranoseguiroyéndolehablardeaquellahistoriaquehabíacalificado de alucinación. ¿Es que tal vez lo era? ¿Tan loco se estabavolviendoporculpadelatartadefresa?

MissLunatic,cuandosedespedíadealguien—especialmentesisetratabadepersonasque teníanpocos tratoscon lomisterioso—solíadejar trasella,comounrastro,laimpresiónambiguacaracterísticadelosespejismos.

Edgar Woolf sentía el dardo de su ausencia como una pena de amorromántica.Peronopodía ser.Nuncahabíaesperadopornadiemásdecincominutos.

Ya no venía. Eran casi las ocho. Había telefoneado cinco veces arecepción.Yteníaapostadosabajoadosdesusdetectivesparticulares.No.Nohabíamerodeado por las inmediaciones de El Dulce Lobo ninguna personaquerespondieraaaquelladescripción.

Necesitabadarseunpaseo.Talvezselavolvieraaencontrarenelparque.Leacuciabaunansiaextremaperomezcladaalmismotiempodesosiego.Nose sentía invitado a pasear por ningúnmotivo concreto.Y sin embargo, unafuerza muy viva le arrastraba hacia el parque, llamándole como hacia uncentrodeesperanza.

Entró en el dormitorio y semiró en el espejo.El fulgor de los anunciosluminosos se multiplicaba reflejado en todas las paredes de la lujosahabitación y arrancaba destellos rojizos de la cabellera demísterWoolf. Sufiguralepareciómisteriosaeinteresante.Cogióelabrigoyelsombreroysedirigióalpasadizoquellevabaasurápidoascensorparticular.

OCHO

EncuentrodemissLunaticconSaraAllen

CuandomissLunaticseapeóen laestacióndeColumbusCircle, llevabainstaladoensucochecitoaunniñodetiernaedad,porquedentrodelvagónse

había dado cuenta de que su madre, una mujer joven y muy desmejorada,cargada de paquetes, apenas podía sujetar tanto bulto. Los acompañó hastaotro vagón donde tenían que hacer trasbordo, y el niño se iba riendo muycontentoconelbamboleodelcochecito,yseagarrabaaloslados,intentandoponersedepie.Luegonoqueríasalirsedeallí,ycuandomissLunaticlocogióenbrazosparadevolvérseloasumadre,sepusoalloriquear.

—Muchas gracias por todo, señora—dijo la madre—. Vamos, Ray, nollores…Parecequesequierequedarconusted.

Elniño, enefecto, se aferrabacon todas sus fuerzas auncollar llenodecolgantesdediferentesformasytamañosqueleasomabaamissLunaticporentremúltiplesbufandasdesteñidas.

—No—dijo—, es que se ha encaprichado de esta campanilla. Te gustacomosuena,¿eh?…Espere.

Mientras la madre cogía al niño, que ahora lloraba desconsolado, yrecuperaba alguno de sus bultos del cochecito, miss Lunatic se sacó unastijeras pequeñas de la faltriquera y desprendió hábilmente de su collar unacampanillaplateada,quedestacabaporsu tamañoentre losdemásamuletos.Luegoempezóaagitarlaalegrementeanteaquellasmanitas infantilesqueseapresuraronaagarrarla.Al llantosucedieroncomoporencantounossonidosguturalesdetriunfo.

—¡Que no, por favor, no faltaba más! —protestó la madre—. ¡Dásela,Ray! Es de la señora… Gracias, señora, pero los niños no saben lo quequieren.

—Enesonoestoydeacuerdo,yave.Yocreo,porelcontrario,quesonlosúnicosquesabenloquequieren—contestómissLunatic.

Lamujerlamirabaconcuriosidad.

—Además,seguramenteparaustedseríaunrecuerdo.

—Sí,claro,peroel recuerdo lovoya seguir teniendo igual.Ahí llegasuvagón.Tome,quesedejaunpaquete.Adiós,guapo.Dameunbeso.

Los viometerse apretujados contra otras personas.Luego contempló susrostrossonrientes,a travésde laspuertascorrederas,plagadasdegrafitti.Legustaba saber que, entre aquel tropel de desconocidos, iba un niño llamadoRayquesellevabaunobjetosuyo.Pordetrásdelcristal, lamujer,congestoefusivo, pero atenta a que no se le cayeran los paquetes, estaba tratando demover el brazo gordezuelo de Ray para que le dijera adiós amiss Lunatic,agitando la campanilla con susdeditos torpes.Pero se le acababade caer alsuelo,¡vayaporDios!,ysumadreahoraseestabaagachandopararecogerla.MissLunaticnopudoconocerelfinaldelahistoria,porqueelvagónarrancó.

Se quedó mirándolo desaparecer engullido por el túnel, y luego echó aandar hacia la salida. Andaba encorvada, arrastrando los pies, presa de unsúbitodesaliento.¿Adóndeiríaapararconlosañossucampanilla?,¿quéseríadeRaycuandocreciera?Sepusoapensaren la transformación incesantedelaspersonasydelascosas,enlasdespedidas,enlosfardosquevaechandoeltiempo implacablemente sobre las espaldas.Y sintió una especie devértigo.«¡Qué vieja soy! —pensó— ¡Cómo me gustaría descargar mis fardos mássecretosenalguienmásjoven,dignodeheredarlos!¿Peroenquién…?¡Vaya!,sevequelaconversaciónconelComisariomehapuestosentimental.Puesno,noloconsientas».

Notó, porque se lo avisaba una voz interior, que necesitaba ponerse enguardia.Noqueríadarlecobaaaquelladesganadevivir,seresistíaadejarseresbalarporlapendientedelasideasnegras.«Sicaesalpozo,estásperdida—ledijoaquellavozinterior—.Porqueunavezallí,yanovesnada,losabesdesiempre».Sí, lo sabía.Y tambiénquenovernada, eradejardevivir.Habíaunafórmulaquenolesolíafallar:lograrquelacabezatomaraelcontroldelasituaciónylemandaraalcuerpoenderezarse,noandarencogido.Yalosojosenfocarbienlamirada.

Estabaenunodelosanchospasillossubterráneosqueconducenalasalida.LaverdadesqueleapetecíapocoentrevistarseconelReydelasTartas.Perobueno,lodecidiríaenlacalle.Loqueteníaquehacer,demomento,erapisarmásfuerte.Yenterarsedepordóndeiba.

Rectificó, pues, el paso, irguió la cabeza, y en esemismomomento susojos se tropezaron con una escena que ahuyentó inmediatamente suspesadumbresparaobligarlaafijarseenlasajenas.

Entre el atropellado ir y venir de los viajeros que se adelantaban unos aotros,seempujabanysecruzabansinmirarse,unaniña,totalmenteignoradaporellos,llorabasilenciosamenteconlosojosbajosylaespaldaapoyadaenlapared del paso subterráneo. Podría tener unos diez años. Llevaba unimpermeableencarnadoconcapucha,yalbrazo,enganchadaporelasa,unacestademimbrecubiertaporunaservilletaacuadros.

MissLunaticsedetuvoamirarlayenseguidacomprendióporquélehabíaemocionado tanto aquella inesperada visión. Le recordaba muchísimo a laCaperucita Roja dibujada en una edición de cuentos de Perrault que ella lehabíaregaladoasuhijo,cuandoerapequeño.

Se acercó a ella, abriéndose paso por entre la oleada de gente que lasseparaba.Laniña,alverlosviejoszapatosdemissLunaticparadosallíenelsuelo junto a los suyos, levantó losojos, que tenía, efectivamente, llenosdelágrimas.Y lamiró.Pero sin acusar extrañezanimiedo al descubrir ante síuna figura tanextravagante.Al contrario, susojosparecieron revivir conun

fulgordealivioyconfianza.YmissLunatic,queyahacíamuchoquenohabíavistounamiradatantransparenteycandorosa,sintiócomosisuviejocorazónsecalentaraantelasllamasdeunainesperadahoguera.

—¿Quétepasa,guapa?¿Tehasperdido?—lepreguntódulcemente.

La niña negó con la cabeza. Luego sacó un pañuelo del bolsillo delimpermeableysepusoasonarseyasecarselaslágrimas.

—No. Porque esta estación es la que quedamás cerca de Central Park,¿verdad?

—Sí.¿Entrasalmetroosalesdeél?

—Salgo… Mejor dicho, … había pensado salir —rectificó con vozmohína.

—Puesyotambién.Asíquesiquieresteacompaño.

—Gracias.Nohacefaltaquesemoleste.Tengounplano.

—¡Ah,tienesunplano!Entonces,¿porquélloras?—insistiómissLunatic,aldarsecuentadequelaniñavolvíaahacerpucheros.

—Esmuy largode contar—contestó ella, conunhilodevozybajandonuevamentelosojos—.Muylargo.

—Bueno,esonoimporta.Loquevalelapenasiempreeslargodecontar.Perome gustaría saber si tú tienes ganas de contarlo o no. Eso es lo únicoimportante.

Laniñalamiróextasiada.YlaschispasrepentinasdeentusiasmoquemissLunaticdescubrióenelfondodesusojosllorosos,lehicieronpensarenelsolcuandoestáapuntoderomperlasnubesdetormenta.Deunmomentoaotroseibaaverdibujadoelarcoiris.

—¿Ganas?¡Oh,sí,muchísimas!—exclamólaniña—.¿Peroaquiénselopuedocontar?

—Amí,porejemplo.

—¿Deverdad?

—Claro.¿Tanraroteparece?Porcierto,¿eresdeaquí?

—De Manhattan no. Vivo en Brooklyn. Y ahora voy hacia el norte, aMorningside, a casa de mi abuela. Mejor dicho, iba…Me he parado aquíporque…Bueno,esquenuncahabíasalidosola…QueríaverCentralPark…Pero,depronto…,nosé,mehanentradoremordimientos.

—Porfavor,hija,remordimientos.¡Quépalabratanfea!

Ydiciendoesto,missLunaticlacogióporloshombroscondecisión.

—Anda,vamosafuera—dijoconacentoserenoypersuasivo—.Aquínosestánempujando.ConozcouncafémuyagradablecercadelLincolnCenter,dondepodremoshablaragusto.¿Quieresponeresacestaquellevasdentrodelcochecito?

—Bueno—dijolaniña,entregándoselaamissLunatic.

—Puesandando,damelamano.

Novolvieronahablarhastaquesalieronalasuperficie.Soplabaunvientomuyfrío.AsusespaldasquedabaunaplazaconlaestatuadeColónenmedio.Ymásallá,laverjadeunjardínmuygrande.Laniña,aunquesinsoltarsedelamanodemissLunatic,seibaparandoacadamomento.Consultóunabrújulaquehabíasacadodelbolsilloyrespiróhondo.Mirabaentodasdireccionesconavidez, como si no estuviera dispuesta a perderse detalle de nada. Losescaparates de las tiendas y los bares brillaban como joyas. Pasó un grancamiónamarillo conun equipodemúsicosde jazzque ibanhaciendo sonarruidosamente sus instrumentos.TocabanunasvariacionesdelLet itbe.Perocuandosequeríaunadarcuenta,yahabíandesaparecidoynoeraseguroquesehubieranvistodeverdad.

Enfrente había un cine ante el cual se aglomeraba mucha gente bienvestida.Llegódespacitounautomóvilnegro,alargadoysilenciosoque teníatres puertas y cortinillas de gasa en las ventanas. Salió un chófer mulatovestido de gris con galones dorados y le abrió la portezuela a alguien queveníadentro.Aparecióuna largapiernademujer rematadaporunzapatodecristalprimoroso.

—¿SerálaCenicienta?—preguntólaniña.

—No—dijo miss Lunatic—. Creo que se llama Kathleen Turner. PerocomoGloriaSwanson,nada.Quenoseponganniparaarribaniparaabajo.

—¿Vamos a verla? —preguntó la niña, tirando de su acompañante enaquelladirección.

MissLunaticnocontestó,perosedejóarrastrar.

—Eresmuybuena—dijolaniña—.Cuandovoyconmimadre,nomedejamirarnada.

Una nube de fotógrafos estaba pendiente de la llegada de aquellamujerqueacababade salirdel cochenegro. Ibavestidaconun trajedeplata,y laacompañaba un hombre rubio y alto vestido de pingüino. Pero había tantagentequenoseveíabien.

—¡Quéraroesecoche!,¿verdad?—dijolaniña.

—Es donde suelen ir metidos los millonarios. Se ven bastantes porManhattan.Sellamanlimusinas,yllevanteléfono,bar,televisión,enfin,hija,de todo. Vámonos de aquí, anda, si no te importa, que luego me sacan enalgunafotoysecreenquevengoaestossitiosparapresumir.

Laniñalamiró.

—¿Túhassidoartista?Miabuelahasidoartista.

—Yono—dijomissLunatic—.Perosíhesidomusadeunartista.

—Nosébien loque esmusa—dijo laniña—. ¿No sonunasque llevanalas?

MissLunatic se sonrió y oprimió con cariño lamanita que se entregabaconfiadaalasuya.

—Puedequealgunastengamosalas,sí.Peromicaso,detodasmaneras,esespecial,ydesdeluegolargodecontar.Vamosacruzarenesadirección,anda,queestagentesehacreídoquelacalleessuya.

Alaluzdelasfarolas,elaireseracheabademinúsculoscoposdenieve.La niña levantó los ojos hacia el cielo, hacia los remates de los altísimosedificios coronadospor jardines frondosos, balaustradasy estatuas, surcadosde anuncios luminosos que se sucedían sin cesar: letras y dibujospersiguiéndose de forma vertiginosa, enredándose unos con otros,desapareciendooalternándoseenunderrochedefantasía.LaniñasesoltódelamanodemissLunaticydiounbrincoconlosbrazostendidoshaciaelcielo.

—¡Oh,soylibre!—exclamaba—.¡Libre,libre,libre!

Ylaslágrimasvolvieronacorrerporsusmejillassonrojadasdefrío.

—Vamos,hija,nolloresotravez—ledijomissLunatic—.Aversimehassalidounaamigademerengue.

—Demerengueno,peroamigasí.Muyamiga.Ahoranollorabadepena,era de emoción. Es que nunca… Es que desde que era pequeña… No sé,sentirselibresesientepordentroynosepuededecir.¿Loentiende?

—Un poco sí—dijo miss Lunatic—. Pero no te pares tanto, anda, quesoplaunvientomuyfrío.Enseguidanossentamosenesecaféquetedigoymecuentastodoloquequieras.

—¿Todoloquequiera?—preguntólaniña,incrédula—.Esoesmucho.Yustedtendráprisa.Otrascosasquehacer.

MissLunaticseechóareír.

—¿Yoprisa?No.Yaunque la tuviera.Nuncaheencontradounquehacermásimportantequeeldeescucharhistorias.

—¡Quécasualidad!—dijolaniña—.Amímepasaigual.

—Puesentoncestendremosquepedirnoselturno.Sevequelasdoshemostenidosuerte.

—¿Quieredecirque tambiénustedmevaa contar cosas?Yoquieroquemeexpliqueesodelamusaquehadicho.

Hubo un golpe de viento muy fuerte y se llevó el sombrero de missLunatic,haciendoremolinoscalleabajo.Laniñasaliócorriendodetrásdeélylogrórescatarlojuntoaunaalcantarilla.Untaxiestuvoapuntodeatropellarlay el taxista, muy enfadado, sacó la cabeza por la ventanilla diciendo unosinsultos que no se entendían. Al devolverle el sombrero a miss Lunatic, leextrañóqueellanolariñese,comohabríahechocualquierpersonamayorenun caso semejante. La estaba esperando impasible, al borde de la acera.Parecía más vieja sin sombrero, pero al mismo tiempo tambiénmás joven.Unacosabastanterara.¿Seríanasílasmusas?Deprontoalaniñaleparecióaquélelrostrodeunamujercansadaytriste.

—Gracias,hija. ¡Quépies tan ligeros tienes!—dijo,mientrassevolvíaaponer el sombrero y se lo sujetaba fuertemente con ayuda de una de lasbufandasquesehabíaquitadodelcuello—.Porcierto,¿cómotellamas?

—SaraAllen.¿Yusted?

—PuedesllamarmemissLunatic,demomento.

—¿Entoncesmevaacontarlodelamusa?

—Podría ser. Pero mira, no me gusta planear las conversaciones deantemano.Loquevayasaliendo.AquelloquevesallíeselNewYorkTheaterCenter. Dan conciertos y espectáculos de ballet. Tenemos que pasar pordelanteparairalcaféquetedigo.Vamos,Sara,hija,andamásligera,quevasapasodetortuga.

—Esqueestodotanbonito.

—Buenosí,peroaversiacompasamoslamarcha,un-dos-un-dos…

Y,apretandoelpaso,mientrasempuñabanelmanillardelcochecitocadauna por un lado, dejaron atrás la estatua de Dante Alighieri, situada en untriangulito delante del Teatro Central aquél, que tenía muchas banderasmoviéndose al viento al final de una escalinata enorme.MissLunatic habíavueltoatararearelviejohimnoalsacianoqueinicióalasalidadelacomisaría.YSara,deslumbrada,lamirabadereojomientrasesperabanqueelsemáforosepusieraverdeparacruzar.

NUEVE

MadameBartholdi.Unrodajedecinefallido

Lascamarerasdeaquelbarllevabanlacitosenelpeloycirculabandeunamesaaotraenpatines.Apesardelocual,manteníanlabandejaconsusvasos,botellas y copas de helado en equilibrio estable. Era una destreza digna deadmiraciónlasuya,sisetieneencuentaquelosrinconcitosdellocalestabaninstaladosaalturasdiferentes.Lascamarerassaltabanágilmentelosescalonesque separaban unos niveles de otros, como si no llevaran en los pies elimpedimento de las ruedas. Sin caerse ellas ni tirar la bandeja, que parecíapegadaasumano,frenabanlospatinesmedianteunalevetorsióndeltobillo,yenseguidarecuperabanelimpulsonecesarioparadeslizarseotravezsobrelasbaldosasblancasynegras,caminodelabarraodelasmesas,iluminadasconvelasrojasalamparodeunacampanitadecristal.

Aquella tarde se estaba rodando allí una película, y había unaaglomeraciónexageradadepúblico.Alapuerta,entreungrupodecuriosos,yjunto a un furgón plateado del que salían variosmanojos de cables negros,estabaparadounhombrejoven.Llevabagorradeviseraacuadros.Miróconcuriosidadalaancianadelapamelayalaniñaderojoquepretendíanentrarenellocalconaquelextrañocarricoche.

—¿Vienenustedesdeextrasparaelrodaje?—lespreguntó.

No le contestaron nada demomento. Pero vio que semiraban y que seponíanacuchichearunaconotra.

—¿Cómodices?—preguntólaanciana,curvándoseatravésdelcochecito.

—¡Yoquieroentrar,porfavor,missLunatic!¡Yoquieroentrar!—dijo laniña,empinándosepara llegaraloídodesucompañera—.¡Haypatinadoras!¿Noloveporelescaparate?¡Esprecioso!Yoquieroentrar.

—Mira, Sara —le contestó la anciana en voz baja—, cuando se deseamuchounacosa,nohayquedecirlotanto.Disimula.

—Peroesechicohadicho…

—¿Yquénosimportaloquedigaelchico?Lohanpuestoahíparaquesecreaquemanda,peronomandanada.¿Atitehaceilusiónentrar,no?

—¡Oh,sí,muchísima!¿Austedno?

—Amímeparecequenovamosapoderhablaragustocontantojaleo—dijomissLunaticcongestodisplicente—.Peroesoeslodemenos.Contaldequeatisetepasenlaspenas.

Laniña,quenoparabadeecharmiradasávidashaciael interior, levantóhaciamissLunaticunosojoscargadosdeextrañeza.

—¿Quépenas?—preguntó.

—Aveces las preguntas, hijamía, contienen la respuestamás exacta—contestólaancianasonriendo—.Porlotanto,nohayproblema.Simplementenoolvidesloquetehedicho:disimula.

Ydirigiéndosealchicodelagorravisera,quelasobservabaperplejo,hizoun gesto teatral con la mano, como intentando apartar de su camino unimpedimentocasualyfastidioso.

—Mire usted, jovencito, nosotras de extras, nada. Nosotras somos lasprotagonistasprincipales.

—¿Quéquiereusteddecir?—preguntóélboquiabierto.

—Quiero decir exactamente lo que he dicho: que sin ella y yo, no hayargumento, no hay historia, ¿entiende? Nos la venimos a contar aquí, lahistoria.Sesuponequeeldecoradoestarálistoyquenonosentretendránconminuciastanfatigosascomoinnecesarias.Vamos,Sara,pasa.

—Peroespereunmomento, señora—dijo el chico, confuso—.Le ruegoquemeenseñesucarnet.

—¿El carnet? ¿Qué carnet?… Por favor, no me ofenda. Exijo unaexplicación.YosoymadameBartholdi.¿Ustedcómosellama?

—Norman,señora.

—¿Norman…?Noloconozco.Debehaberunerroraquí.

—Puede ser… —dijo el chico, a aquellas alturas ya completamentedesconcertado.Entalcaso,perdone.Perosinoleimporta,voyaconsultarconeldirector.

—Haga lo quemejor le parezca.La ignorancia esmuy atrevida.Vamos,Sara.

Norman,quehabíasacadodelbolsillounwalky-talkynegropequeñito,ytrataba de establecer infructuosamente comunicación con un tal místerClinton,echóunaúltimamiradaalasextrañasvisitantes,suspiró,mirósurelojdepulseraysemetióenellocalapresuradamente,mientrasmurmuraba:

—Seestáhaciendotarde.

Ellaslesiguieron.

«PareceelconejoblancodeAlicia»,sedijoSaraparasusadentros.

Normannosedabacuentadequeélmismoibaabriéndolespasoentreelgentío.Andabaatodaprisa,sinmirarparaatrás,comobuscandoaalguien.

—¡Qué divertido! —dijo Sara—. Nos ha dicho que no entremos, y

nosotrashemosentrado.

—Claro. Nunca hay que hacer caso de las prohibiciones —dijo missLunatic—. No suelen tener fundamento. Tú anda con naturalidad. Así,hablandoconmigo.Yatentaalcoche.

—¡Están rodandounapelícula!—dijo laniñaabsolutamentemaravillada—.¡Mireesos raíles,yelsilloncitoconelseñorquevamontadoencima…!Pareceunmuñeco,¿verdad?

—Sí,hija,talmente;perocuidadoconesoscables.¡Diosmíolaquearmaestagenteparanada!Mira,allíarribaparecequehayunamesitalibre.Vamos.

Norman,a todasestas,había llegadoal finalde los raíles, juntoal sillónmetálico donde iba montado aquel señor que a Sara le había parecido unmuñeco.Era un hombremuy flaco, con gafas y el pelo gris ensortijado.Lehabía dado a una manivela, y su asiento había descendido. Se inclinó paraescuchar las explicaciones del chico de la gorra a cuadros y miró hacia laderechadellocal.

—¡Nos está señalando con el dedo el chico de la puerta!—le comunicóSaraamissLunatic,presadeexcitación—.¿Leparecequenosescondamosenalgúnsitio?

—¿Escondernos?¡Nihablar!Siéntateahí.

—¿Yustednosesienta?

—Sí.Estabamirandoporsiveoaunacamareraqueyoconozco,perohaytanto jaleo hoy que sabe Dios dónde andará… Es que éste no era el sitioadondeyotepensabatraer.

—¿Ah,no?

—No.Estelocalesmuycaro.

—¡Noimporta!¡Yotengodinero!—replicólaniñavivamente,palpándoselabolsitaderasoquetraíametidapordentrodelacamiseta—.Yolainvitoaloquequiera…¿Sehadadocuenta?Nossiguenmirandoaquellos.

—Túnohagasnicaso.Siseatrevenamolestarnos,lespesará.

—¡Peroesmaravilloso.Norman!—leestabadiciendoelhombredelpelogrisconrizosalchicodelagorravisera—.¿Dedóndelashassacado?¡Justoloqueyobuscaba,loquehacíafaltaparadarlecontrastealambiente,eltoqueexótico…! ¡Madre mía, cómo son! Y la niña con ese vestido de punto tankitsch,yeseimpermeable…

ANorman se le iluminaron los ojos, y aprovechó la ocasión para hacerméritosantesujefe.

—Las vi pasar —mintió—, y se me ocurrió que tal vez pudieraninteresarle.Cuestióndeolfato.Celebrohaberacertado.

—Unaciertogenial,queridoNorman.Genial. ¡Peromíralas!Y luego loscollaresquellevalaviejaentreesasbufandas,yelcochecito,porfavor…¡Siparecen inventadas por Fellini…! Que las siga la cámara disimuladamente,fingiendoqueesunapanorámica,yqueCharlieprocurecaptarfragmentosdelo que digan… Luego, en el montaje, ya veremos lo que se puedeaprovechar…Pero sobre todo, díselo aWaldman, sin exageración de focos.Que nadie las intimide. Que se sientan relajadas, y hablen con todanaturalidad.

—Bueno —dijo Norman—, por ese lado puede estar usted tranquilo,místerClinton.Deencogidasniunpelo.Especialmentelaseñoramayor.¡Quéempaquetienelatía!Hablacomounamarquesa.

—Estábien.Mejorsiesunamarquesa.Yporsupuesto,que lessirvan loquequieran.Esunamaravilla;mevanaresolvervariostramosqueenelguionquedabanmuymuertos, sosos…En fin, noperdamosmás tiempo.Vamos arepetirlaentradadelpolicía.

Normanvolvióadesplazarsehacia lapuertaysedetuvo juntoa labarrapara hablar con el ayudante de rodaje, un barbitas con chaleco vaquero ycamisadefranela.

—¿Quéesesamaderanegraconunnúmeropintadoenblancoquellevaelseñordelabarba?—lepreguntóSaraamissLunatic.

—La claqueta. ¿Ves?, ahora la tiene abierta. En cuanto la cierre, quieredecirqueempiezanarodar.

—¿Cómosabeustedtantascosas?

—Hija, de tanto rodar también yo, pero por elmundo.Los viejos o nosponemosaldíaononosrespetanadie.Yocreoqueelcochecitoahínoestorbaelpaso.

Llegaba en aquel momento una camarera con los patines puestos. Seacercómuysonrientealamesa.

—¿Eslaqueustedconoce?—preguntóSara.

—No.Peroparecequevieneenbuenplan.

—¡Québienpatina!—dijoSaramirándolaconenvidia—.Ymeencantalafaldaquelleva,tancortita.

La camarera hizo varias evoluciones en torno a la mesa sin dejar desonreír.

—¿Quévanatomarustedes?EstáninvitadaspormísterClinton.

MissLunaticmiróenladirecciónqueleseñalabalacamareraynotóqueeldirectordelpelogrisyrizadolasaludabaconunlevegestodelacabeza.

—Miraquésuerte—ledijoalaniñaenvozbaja—.Parecequelehemoscaídobienalmuñeco.

—Yoquierounbatidodechocolate—dijoSara.

—¿Dobleosencillo?

—Tráigaselo doble—dijomissLunatic—.Si sobra, lo dejas.Y amí uncócteldechampán.

En aquelmomento, el barbitas del chaleco vaquero se adelantaba con laclaquetaabierta.

—¡Silencio!¡Preparados!¡Secuenciacuatro!¡¡Acción!!

Yseoyóelgolpesecodelaclaquetaalcerrarse.

Elrelojdellocalmarcabalasochomenoscuarto,enlacalleelconatodenieve había cesado, y miss Lunatic llevaba mediado su segundo cóctel dechampán.

Frente a ella, su compañera, con los ojos bajos, jugueteaba con laservilleta, en la que se advertíanmanchas de chocolate, se había quitado elimpermeableyloteníacolgadoenelrespaldodelasilla.Peroeltrajedepuntotambién era rojo. Igual que sus mejillas sofocadas. En los labios de missLunatic bailaba una sonrisa placentera que iluminaba su rostro,rejuveneciéndolo. Ambas estaban totalmente ajenas a la cámara que lasenfocaba.Saboreabanelsilencioquesucedealasconfidencias.

—Anda,sigue,bonita—dijomissLunatic,trasunalargapausa.

—Bueno,nohaymuchomásquecontar—dijoSara—.El restoyase lopuede imaginar usted. Esta tarde, aprovechando una ausencia de la señoraTaylor, he bajado a casa, he cogido la tarta yme he escapado.Ha sido unafuerzasuperioramí.Llevabaañossoñandoconmontarmeyosolaenelmetropara ir aMorningside a ver a la abuela…Loque pasa es que al llegar a laestacióndeColumbus,me entró la tentaciónde salir un ratito a verCentralPark,ynopuderesistirmeaella…Hastaesemomento,todoibamásomenosbien.Perodepronto, cuandome encontré andando sola caminode la salidaentre tanta gente que no conocía, en vez de gozar de lo bonito que es eso,sentirse libre,mefallaron lasfuerzasynosé loquemepasó,medesinflé…Fuecuandoustedsemeaparecióallí.

—Hablas como si hubieras visto a un santo —dijo miss Lunatic,visiblementeemocionada,mientrasdabaotrosorboasucóctel.

—¡Claro!—exclamóSaramuyexcitada—.Esqueeseso,esoexactamentefueloquesentí:queunaapariciónsobrenaturalhabíabajadoenmiayuda.Nosésiseráporqueleomuchoscuentos…Meencontrabamuymal,apuntodedesmayarme,mehabíaentradounmiedoquenomedejabanirespirar,noséaqué…, un miedo rarísimo, pero muy fuerte… Ahora que lo pienso, no loentiendo…

Habíaalzadosusojosclaroseinterrogantes,ylamiradaoscuradelamujerqueteníaenfrenteeratanintensa,tanenigmática,quelaniñaseasustó,comosiseestuvieraasomandoaunabismo.Peronoqueríaqueselenotara.

—¿NoseríamiedoalaLibertad?—preguntómissLunaticsolemnemente.

Y al hacer esta pregunta levantó el brazo derecho y lo mantuvo unosinstantesenalto,comosisujetaraunaantorchaimaginaria.Saraexperimentóuna leve inquietudal reconocerelgestode laestatua.MissLunatic lohabíaimitadomuybien.

—Pues sí, seguramente sería eso—dijo tratando de que su voz sonaradespreocupada.

Peronotóqueelcorazónlelatíamuyfuerte.

Hubounsilencio.Volvieronabajaralmismotiempolamujerelbrazoylaniñalosojos.EncimadelamesitaestabaabiertoelplanoqueundíaelseñorAurelioleregalóaSara.Ellalehabíaestadohablandodeaquelpersonajeasunueva amiga, y contándole cómo este viejo plano había dado pie a susfantasíasnocturnas,asusviajes imaginariosporManhattan,asussueñosdelibertad.Ahoraunodesusdedos,partiendodeCentralPark,sepusoaseguirun itinerario caprichoso sobre el papel y, después de trazar varios círculos,vino a detenerse en la islita del sur, donde se veía dibujada en pequeño laestatuademetalverdosoconsucoronadepinchosysuantorchaenlamano.Depronto,lamanodelamujerqueestabasentadaenfrenteavanzódespacioatravés de la mesa y vino a posarse sobre la de la niña, como si quisieraabrigarladepeligrosrealesoimaginarios.

—¿Yahorayanome tienesmiedo,SaraAllen?—preguntóconunavozdistinta,completamentedistinta.

Sara movió negativamente la cabeza, y notó que la presión de aquellamano sobre la suya se acentuaba.Le dio un brinco el corazón.LamanodemissLunaticnoteníaarrugascomoantes,eramásblancayalargadayeltactodesupalmasenotabamuysuave.

—Peronomemiras—oyódeciraaquellavozdistinta,lánguidaymusical—.Ytieneslosdedosmuyfríos,machérie…¿Enquéestáspensando?

—Nomeatrevoadecirlo—susurróSara.

—¡Dilo!—leordenólavoz.

Laniñatragósaliva.Mirabafijamentelaestatuaminúsculamarcadaalsurdelplanoconunaestrelladeoro.

—Bueno,pues…meestoydandocuentadequeantesdijousted…,buenodijiste…quehabíassidolamusadeunartista…yluegoalchicodelapuertaquetellamasmadameBartholdi…,sí,lodijiste,meacuerdobien…YoayeraestashorasestabaleyendounlibroquesetitulaConstruirlaLibertad…Yderepente…

Sedetuvo.Sentíalalenguaseca,pegadaalpaladar.

—¡Sigue!—pidióansiosaaquellavoz—.Porfavortelopido.

—Pues eso, que de repente creo que lo he entendido todo—siguióSaracon un hilo de voz—. ¡Sí, lo he entendido todo! No sé cómo…, como seentienden los milagros. Porque eso es lo que pasa…, que tú, madameBartholdi…,¡túeresunmilagro!

La otra mano, igualmente blanca y suave, descendió y se introdujo pordebajode la deSara, quequedó así aprisionada, comounpájaropalpitante,entrelasdosdeaquellamujer.Laniñapercibióunleveperfumeajazmín.Notenía ganas de escapar, pero el corazón le latía cada vezmás deprisa, a unritmo casi insoportable. Se abandonó a aquellasmanos que ahora subían lasuyalentamentehaciaunoslabiosinvisibles.

—Dios te bendiga, Sara Allen, por haberme reconocido—dijomadameBartholdi, mientras depositaba un beso en la manita fría de la niña—; porhabersidocapazdeverloqueotrosnuncaven,loquenadiehastahoyhabíavisto. No tiembles, no vuelvas a tenermiedo jamás.Mírame a la cara, porfavor.Llevomásdeunsigloesperandoesteinstante.

SaralevantólavistadelplanoarrugadodeManhattanydelaservilletaconmanchasdechocolate,yduranteunossegundosvioantesusojos,rodeadodeun fogonazo resplandeciente, el rostro inconfundible de la estatuaquehabíasaludadode lejosamillonesdeemigrantessolitarios,avivandosussueñosyesperanzas. Pero ahora no la tenía lejos, sino al lado, sonreía y le estababesandoaellalamano.

Saracerrólosojos,cegadaporaquellavisión,ycuandovolvióaabrirlos,missLunatichabíarecuperadosuaspectohabitual.Ademássehabíapuestodepieyestabainsultandoaalguien.Sarasintiómuchocalorcercadesuespalda.Noentendíanada.Luegonotóqueseapagabanunosfocosmuypotentesquelashabíanestadoiluminando.

—¿Pero se pueden ir todos ustedes al diablo y dejarnos en paz?Vamos,Sara,salgamosdeaquí.Nostienencercadas…Loshevisto,losvengoviendo

avanzar cautelosamente desde hace un rato con sus cacharros…, sí, a ustedtambién,aversisecreequeporserviejasoytonta,austedselodigosobretodo, míster Clinton. ¡La intimidad de miss Lunatic no se compra con doscóctelesdechampányunbatidodechocolate!Cogeelcochecito,hija…

Sara, que, obedeciendo a un impulso espontáneo de solidaridad con suamiga, se había puestodepie,miró aturdida a su alrededor.Casi junto a sumesa,montadoensusilletínalzadosobreunos raíles,elhombre-muñecodepelorizoso,seinclinabahaciamissLunaticbalbuceandotorpesexcusas.

—Porfavor,señora,noseenfade…Hayunmalentendido…Lespensamospagarsutrabajo…¡Muybien,además…!Siquiere—añadióbajandounpocolavoz—podemosestablecerahoramismolascondicioneseconómicas…Peronosevaya,seloruego.

—¡Claro queme voy! ¡Ahoramismo!, ¿usted quién es para disponer demí,nidequécondicionesmeestáhablando?¡PonerprecioalaLibertad,eselcolmo!¿Dóndesehavistodespropósitosemejante?

Todos losocupantesdel localestabanmirandoenaquelladirección,peroSaracomprobabaconsorpresaquenoledabavergüenzaninguna.Derepentese le pasó por la memoria, como en un relámpago furtivo, aquel miedo allamar la atención que sentía a veces cuando volvían deMorningside en elmetrodevisitara laabuelaysumadreseponíaa lloriquear.Leparecióunaescena absurda, lejanísima, algo irreal en comparación con la aventura queestabaviviendoahora.Noledabavergüenzaningunaquelasmiraralagente,qué va, todo lo contrario. Estaba orgullosa de conocer el secreto de missLunaticydesersuamigaincondicional:porqueademásteníarazón.¿Quiéneseranellosparameterseenunaconversaciónprivada?Nosólopensabaapoyarasuamigayseguirlaentodo,sinoqueademásledivertíamuchísimoloqueestaba pasando y ver tan desmoralizado almuñeco.De vergüenza, nada. Sepuso el impermeable y cogió el carricoche. En torno al director se habíancongregadotodossusayudantes.

—¡Por favor, señora, no se vaya! —repetía implorante míster Clintondesde lo alto de su asiento—. ¡Habla tú con ella, Norman! ¿No decías quehabíaaceptadotutrato?¡Ofrécelemildólares!¡Dosmil!

Norman, avergonzado y obsequioso, dio unos pasos hacia la ancianaseñora.

—¡Yonohetratadoconestejovenparanada,nipiensotratar!—aseguródesdeñosamissLunatic,mientrasloapartabadesucamino—.¡Abranpaso,senoshahechotarde,tenemosquesalir!

Y, dirigiéndose a la camarera, que había acudido velozmente sobre suspatinesatraídaporelescándalo,dijoenvozaltayfirme:

—Lanota,señorita,porfavor.

—Estánustedesinvitadas—contestóella,sonriendoforzadamente.

—¡Nadadeeso!Díganosinmediatamentequéledebemos.

CruzóunamiradadeinteligenciaconSara,queéstarecogióalvuelo.

—¿Nomeibasainvitartú,hijamía?

Ylaniña,felizcomojamáshabíasoñadosentirse,semetiólamanoenelescote,sacóunabolsitaderasoconlentejuelasyleaflojóloscordones.

—Porsupuesto,madame—dijo.

Yluego,mirandoconnaturalidadalacamarera,lepreguntó:

—¿Quésedebe,porfavor,dedoscóctelesdechampányunbatidograndedechocolate?

—Cincuenta dólares, señorita —contestó la patinadora, balbuceante yperpleja.

YSara,mientras loscontabay losdejabacaerdisplicente sobre lamesa,agradeció muchísimo que miss Lunatic no se metiera a ayudarla en aquelrecuento. Por una parte le extrañaba, pero por otra le daba una sensaciónembriagadora de confianza en sí misma. Simplemente la oyó comentar,mientrasseestabaajustandolapamela:

—¡Quéexageración!¡Noseteocurradejarniuncentavodepropina!

—No se me había ocurrido —contestó Sara, guardando los veinticincodólaresrestantesyvolviéndoseameterlabolsapordentrodeljersey.

Luegoarrastrandoentrelasdoselcochecito,ysinatenderamásrazones,alcanzaronlapuertaysalierondellocal.Lagenteseibaapartandoasupaso,comocuandollegaron,peroahoraenreligiososilencio.

A los pocos instantes de su desaparición, aquel silencio, alterado apenaspor unos leves murmullos, fue estrepitosamente roto por la voz de místerClinton,entrefuriosaehistérica:

—¡¡Quelassigaalguien!!¡¡Quelastraigan!!—gritósindirigirseanadieenparticular—.¡Nopodemosperdernosunacosaasí!

Crecieronlosmurmullos.Peronadiesemovía.

—¡No me digáis que no ha quedado grabada la última escena…! Digocuando la niña saca la bolsita de lentejuelas del escote. ¡No lo podríasoportar…! ¡Por favor,Waldman, contesta!—bramómíster Clinton—. ¿Hasalidoalgodeeso?

—No, señor. Siento tenérselo que decir —contestó el barbitas de laclaqueta con voz atemorizada—. Ya sabe que estábamos en una pausa delrodaje.

AlseñorClintonlesobrevinounauténticoataquedenervios.Parecíamásquenuncaunmuñecomecánicoconlostornillosflojos.Pataleaba,semesabalaensortijadapelambreragris,setapabaconlasmanoselrostrodesencajadoyrepetíallorando:

—¡Eres un imbécil,Norman! ¡Un completo imbécil!Has arruinado parasiempre mi carrera. ¡Vete por ellas! ¿Me has oído? Y tráemelasinmediatamente,aunqueseaarastras.

—Sedicefácil,señor—musitóNorman.

—Claro, te resultamás fácilmetermementiras. ¡Vete a buscarlas o datepordespedido!

Normansaliócorriendoalapuerta.Miróentodasdirecciones.SaraAllenymadameBartholdihabíandesaparecido.

DIEZ

Unpactodesangre.DatossobreelplanoparallegaralaIsladelaLibertad

Llevaban un rato andando en silencio, con el cochecito entre las dos.Acababandecruzarunsemáforoyahoraibanporunaacerapeoriluminada,bordeandolaaltaverjadehierroquerodealaparteoestedeCentralPark.Alotrolado,seveíanedificiossólidosylujosos,porterosuniformadosalfinaldeuncortotramodeescalerayunaespeciedepaliorígidodesdelamarquesinahasta el límite de la calzada, surcada por taxis amarillos y silenciosaslimusinas.Sehabían amortiguado los ruidos estridentesde las avenidasmáscéntricas,serespirabamejoryeragratoaquelfríoquesecolabadelbosqueenpenumbraporentreloshierrosdelaverja.Habíacesadoelvientoynonevaba.

Sarasedetuvojuntoaunfaroliluminado.

—Oye,madameBartholdi.

—Dime,preciosa.

—¿Deverdadestásseguradequeloshombresesosdelcinenotevieronconvertirteenestatua?

MissLunaticsonrió.

—Completamente segura.Haycosasquesólopuedenver losque tienen,

comotú,losojoslimpios.

—Oseaquetuvivesdentrodelaestatua.

—Poreldíasí.Envejezcoallídentroparainsuflarlevidaaella,paraquepuedaseguirsiendolaantorchaqueilumineelcaminodemuchos,unadiosajovenysinarrugas.

—¿Comosifuerassuespíritu?—preguntóSara.

—Exactamente,esquesoysuespíritu.Peromeaburromuchísimo.Estoydeseandoque sehagadenochepara salir a trotarporManhattan.Encuantodejandellegarturistas,leenciendolaslucesdelacoronaydelaantorchay,bueno,atiendoamildetallesrutinariosquellevanbastantetiempo.Luegomeasegurodequeestádormidayseacabó;melargoyoaquípormicuenta.

—¿Comositedespegarasdeella?

—Puessí,másomenos.Estábiendicho.¿Sabesqueeresmuylista?

—Esodicemiabuela,ytambiénquesalgoaella.Ojalá.Miabuelasíqueeslista.Enalgunascosassemepareceati.

Habíanreemprendidolamarcha.Sara,queibapegadaalaverja,mirabadereojo las frondas oscurecidas de Central Park, que ejercían sobre suimaginaciónuninflujohipnotizante.

—Porcierto—dijomissLunatic—.Noestarápreocupadatuabuela.

—No.YatehedichoquelallaméporteléfonoantesdesalirysabequeibaaentretenermeunpocoporquequeríadarmeunavueltaporCentralPark.Aella legustamuchoestazona;medijoquequésuerte,quemefijarabienentodo para contárselo. Me espera despierta, porque está leyendo una novelapolicíacamuyinteresante.Aellanoledannipizcademiedolosparques,bajamuchoaldeMorningside,yesoquedicenquees tanpeligroso.¿Porcierto,sabestúsihancogidoalvampirodelBronx?

—Hastaayerpor lomenosno.SemehaolvidadopreguntárseloalseñorO’Connor… Pero oye, Sara, ahora que lo pienso, ¿y si vuelve la señoraTaylor?

—Puesnada, lehedejadounanotadiciéndolequesehabíapresentadoabuscarmelaabuelayquemequedaríaadormirensucasa.Tardará,porquesehan ido al cine y Rod duerme en casa de unos primos. Si telefonea aMorningside, por miedo de que le haya metido una mentira, porque ellasiemprecreequemetomentiras,laabuela,queyaestácompinchadaconmigo,ledirálomismo.Séquelevaasentarmal,peromeimportaunrábano;ellanoesnadamío.Yencimaesunacursi.

—Perfectacoartada—sonriómissLunatic.

—Sí—dijoSara—,cuandoseamayorquieroescribirnovelasdemisterio.Estanochemeestoyinspirandomuchísimo.

Caminaron otro rato en silencio. Los pocos transeúntes que se cruzabanconellaspor laacera llevabanunperrosujetopor lacorreao ibanhaciendofootingconsuchándalyunavendaelásticasujetándoleselpelo.

—Oye,madameBartholdi.

—Dime,preciosa.

—¿Cómohaces para salirte de la estatua sin que nadie te vea y llegar aManhattan?

El cochecito que las separaba se detuvo en seco. Miss Lunatic miróalrededor.Nopasabanadie.

—Esunsecreto—dijo—.Noselohecontadonuncaanadie.

—¿Pero verdad que me lo vas a contar a mí? —preguntó Sara,completamenteseguradequelarespuestaibaaserafirmativa.

MissLunaticalargóelbrazoderechoysumanoyladeSaraseestrecharonsilenciosamenteporencimadelacestaqueconteníalatartadefresa.

—Tejuro—asegurólaniñamuyseria—quepaseloquepase,aunquemematen,noselovoyacontarnuncaanadie,niamiabuela…,nisiquieraaminoviocuandomeenamore.

—A un novio menos que a nadie, por Dios, hija, los hombres se vanmuchodelalengua.

—Bueno,puesanadie.¿Tienesunimperdible?Ahoratedigoparaqué,yaverás.

—Vaya, menos mal que me estoy divirtiendo con alguien —dijo missLunatic,mientrasserebuscabaunimperdibleentrelafaltriquera—.Mepasolavidadándoleyosorpresasalosdemás.Seacabaunahartando.Toma,aquílo tienes. Afortunadamente ha aparecido. No sé por qué los llamanimperdibles,sisiempresepierden.

HabíasacadounoderegulartamañoyselotendióaSara.Ellaloabrióyseloclavócondecisiónenlayemadeldedoíndice.Enseguidabrotósangre.

—Ahoratú—dijodevolviéndoseloamissLunatic.

—Amí ya nome sale nunca sangre ni de los dedos ni de lamismísimayugular.Peroesperaquemeconcentre.

DejólamanoizquierdaensuspensiónporencimadelcochecitoySaravioque insensiblemente perdía su temblor y desaparecían los nudos que

deformaban aquellos viejos dedos. Inmediatamente, la mano derecha,igualmente rejuvenecida,aparecióblandiendoel imperdible,que seclavóenundedodelaotra.

—¡Date prisa! Ahora no pierdas tiempo en mirarme hasta que yo te dépermiso—dijo la voz Bartholdi, que Sara ya había oído en el café de laspatinadoras.

Laniñaobedecióyseaplicóalatareadeapretarfuertementelayemadesudedo contra la de aquel otro suave, blanquísimoy rematadopor unauñaprimorosa. Fue cuestión de instantes. Las sangres semezclaron, y una gotacayóamancharlaservilletadecuadrosquecubríalatarta.

—Aquiendicestusecreto,dastulibertad,nuncaloolvides,Sara.Yahoravamos,hija,queaquíparadassenotamuchofrío.

Pero la voz que estaba pronunciando aquellas palabras, y contó luego loquesereferiráacontinuación,yanoeraladelamusadelescultorBartholdi.Ni tampoco lamano abultada por el reuma, que había vuelto a empuñar laagarradera del cochecito, se parecía en nada a la que acababa de donar susangre.

Reemprendieron ruta.PeroSara,muydiscretamente, seabstuvodehacercomentarios.Estaba,además,demasiadoabsortarumiandoaquellaespeciedeacertijosobrelalibertadylossecretos.¿Querríadecirquelaestatua,medianteaquelpactodesangre,leestabatrasladandoaellalosatributosdelaLibertad?Necesitabaaclararsusideasantesdeseguirescuchandootracosa.

—Oye,madameBartholdi.

—Dime,guapa.

—¿HasleídoAliciaenelpaísdelasmaravillas?

—Claro, muchas veces. Fue escrito veinte años antes de que trajeran laestatua a Manhattan, en 1865. Pero bueno, eso da igual, las fechas medeprimen…¿Porquémelopreguntas?

—EsquemeestabaacordandodecuandolaDuquesalediceaAliciaquetodotieneunamoraleja,siunosabedescubrirla,yluegolesacaunamoralejaqueesunjeroglífico.¿Teacuerdastú?

—Sí—dijomissLunatic,apretandoelpaso—,esenelcapítulonueve,lahistoriadelaTortugaArtificial:«Nuncateimaginesserdiferentedeloquealos demás pudieras parecer o hubieras parecido que fueras, si les hubierasparecidoquenoerasloqueeres»…

—Esomismo,¡québuenamemoriatienes!PeroenloqueestabapensandoyoesenlarespuestadeAlicia:«Creoqueesolocomprenderíamejor—dijo

Alicia conmucha delicadeza— si lo viera escrito, pero dicho así no puedoseguirelhilo».Igualmepasaamícontigo,madameBartholdi,lomismoquelepasabaaAliciaconlaDuquesa;quepierdoelhilo.

MissLunaticseechóareír.

—Peronopretenderásqueyomepongaaescribirtodoloquevoydiciendoparaquetútomesapuntes.NollegaríamosnuncaalapuertagrandedeCentralPark.Ademástengolabuenacostumbredeolvidarmedeloquedigo.

—Yoencambio—dijolaniña—,nopierdounapalabra.

—Puesconesoessuficiente.Hemosquedadoenqueereslista,asíqueyaloirásentendiendotodoasudebidotiempo.Sigamos,¿pordóndeíbamos?

—Creoquemeibasacontarcómohacesparasalirtedelaestatua.

—Ah, ya… Pues verás, está resuelto de un modo bastante ingenioso.Tengounpasadizosecretopordebajodelagua.

—¿Comoeldelmetro?—preguntóSarafascinada.

—Parecido, peromás estrecho, claro. Entrami cuerpo con una pequeñaholguradequincecentímetrosacadalado.Ydetrayectomáscorto.ComunicaexactamentelabasedelaestatuaconBatteryPark;¿sabesdóndeestá,no?

—¿BatteryPark?Sí—dijolaniña—,enlapartedeabajodeljamón,enlaconfluenciadelHudsonconelEastRiver.Pero¿temetesdecabeza?¿Ycómovas? ¿Y no te rozas contra las paredes? ¿Y por dónde sales? ¿Puedo tomarapuntesahora?

—A ver, cosa por cosa. Saca el plano. Te señalaré el punto exacto pordondesalgoyvuelvoaentrar.Aunquenosésilovamosaverbien.

Se pararon debajo de otro farol, y Sara desplegó el plano sobre elcochecito.MissLunaticlodoblóporlamitad.Luegohizoademánderebuscaralgoensufaltriquera.Perodesistióconungestodefastidio.

—¡Vaya! Me he olvidado de poner pilas a la linterna, se me gastaronanoche.

—Yotengounapequeñita—dijoSaramuycontentadepodersolucionarelinconveniente—.Latraigoenlabolsaconeldinero.

—¡Dagusto,hija!Sepuedeircontigoacualquierlado.

AlaluzdelalinternitadeSara,missLunaticlefuemarcandoconeldedoelitinerariodesupasadizosubacuáticodesdelaislitadelaLibertadhastaunlugardeBatteryPark,lindandoyaconCityHall,elbarriodelosfinancieros.ASara,queacababadeleerporaquellosdíasLaisladeltesoro,leparecíaquelas explicaciones tan detalladas y concretas de miss Lunatic tenían algo de

informe secreto y algo de confesión deliberada, como dando por hecho queellamismatendríaqueservirseenbrevedeaquellosdatos.

—Atiende,fíjatebien.¿Vesahíunacruzpequeña?EslaiglesiadeNuestraSeñora del Rosario. Ahora cruza esta rayamarrón y estás en Battery Park.¿Ves la estación terminal del ferry a la isla? Pues justo entre la iglesia y laterminal del ferry, ahí verás unaboca de alcantarilla pintadade rojo conunpostepequeñoallado.

Sara,queesforzabalavistaalaluzdelalinternita,levantólacabeza.

—Peroenelplanonovieneeso.

—No, claro —contestó miss Lunatic—, en el plano no. No meinterrumpas.Elpostecercadesubasetieneunaranurapordondeseintroduceestamoneda.Toma.Guárdala.¿Ves?,yotambiénllevoeldineroenunabolsa.

Saracogiócongesto incrédulo lamonedade tonosverdososque ledabamissLunaticylaexaminóalaluzdelalinternita.Erandemasiadascosas.¿Noestaríasoñando?

—¿Paraquémedasestamoneda?—preguntóemocionada.

—¿Túquécrees?

—Yocreoqueparaquepuedavolveravertecuandoquiera.

—Ereslistacomounrayo.Tienerazóntuabuela.Puesyatedigo,lametesenlaranuraylatapadelaalcantarillasedescorredespacito;sóloseabreconeste tipo de moneda, es un sistema parecido al del metro, aunque aquellasfichassonmásfeas…

—Perobueno—dijoSara—,¿seabrelatapa,apareceeltúnelyqué?¿Hayasientosoalgo?

—No. Esmuchomás agradable.Dices una palabra que te gustemucho,echaslasdosmanospordelante,comocuandotetirasaunapiscina,ytúnotienes que hacer nada más. En seguida se establece una corriente de airetempladoquetesorbeytellevapordentrodeltúnelcomovolando,sinrozarcontralasparedesninada.Damuchogustito.

—¿Yluego?

—Una parada breve en la base de la estatua y decir otra vez la palabramágica.Entoncesasciendesenpocossegundoshastalacopadelaestatuaysiquierespuedessalira labarandillaque tieneen lacorona.Denocheesmuybonito, porque no hay turistas y se ven brillar al otro lado del río todas laslucesdeManhattan.Paravolver,lomismo.Tambiénjuntoalaalcantarillaquesalealinteriordelaestatuaverásunposterojoconranura.Lamonedatesirvela misma. Porque en cuanto se ha abierto la tapa, la puedes recoger, sale

despedidaautomáticamente.¿Noteolvidarásdenada?

—Notelopuedoprometer—dijoSaracongestopreocupado.

Anduvieronunratoensilencio.Yaseveíancerca las lucesdeColumbusCircle, delante de la principal puerta de acceso a Central Park. A Sara lezumbaba la cabeza como si tuviera un enjambre de abejas por dentro.MissLunaticlehabíadicho,alsalirdelcafédelaspatinadoras,quesedespediríancuandollegaranaesapuerta,ynosabíaquépreguntahacerleprimerodelasmuchísimasqueseleatropellabanpidiendosalida.

—Oye,madameBartholdi.

—Dime,preciosa.

—¿Ydóndedejaselcochecito?

—¡Excelentepregunta!—exclamóella riendo—.Creoqueefectivamentepuedes llegar a escribir novelas policíacas bastante estimables. Hay unacasetita demadera como para un perro, justo frente a la iglesia deNuestraSeñoradelRosario,detrásdeunárbol.Yotengolallave.Precisamenteporesacaseta,queestápintadadegris, tepuedesguiarpara encontrar la tapade laalcantarilla.Soncincuentapasosendirecciónsudoeste.Yahevistoquellevasbrújula.¿Algunapreguntamás?

—¡Oh,sí,muchísimas!—dijoSara—.Todaslasdelmundo.Peronosépordóndeempezar.Mevaaestallarlacabeza.Nohaytiempo.

—Puesmira,no,lacabezaquenoteestalle.Ytiempohay,esloúnicoquehay.Cállate un ratitoypiensa.Omejor, nopienses ennada.Es loquemásdescansa.

—Perodamelamano—dijolaniña.

—Bueno.

MissLunaticcambióelcochecitodesitioysepusoaempujarloellasolacon la mano derecha, mientras le daba a Sara la izquierda. Empezó acanturrearunacanciónquedecía:

Plaisird’amour

nedurequ’unmoment;

chagrínd’amour

duretoutelavie…

Eraunamelodía tandulcequeSara, apretandoconunamano lademissLunaticysintiendodentrodelaotraeltactodelamoneda,aspiróelfríodelanoche, miró las luces de los rascacielos que rodeaban el oscuro pastel de

espinacasylaslágrimasresbalaroncomolluviarefrescanteporsusmejillas.Ysupoquedeaquellamezcla tanintensadepenayalegríanose ibaaolvidarjamás.

SedespidieronalapuertadeCentralPark.MissLunaticcreíaqueyaselehabíahechotardepara lacitaqueteníaconunseñor,perode todasmanerashabía otros muchos asuntos imprevistos que la estaban requiriendo enManhattan.

Yademásella,Sara, teníaquequedarseasolasparaconocer laatraccióndel impulso, laalegríade ladecisiónyel temordelacontecer.Venciendoelmiedoquelequedara,conquistaríalaLibertad.

Le aconsejó que se diera un paseíto solitario por Central Park, antes dedirigirse a casa de la abuela. ¿No lo tenía pensado así?Y luego, que en losbosquessepensabamuybien.

—Noquieroquetevayas,madameBartholdi.¿Quévoyahacersinti?Mequedocomometidaenunlaberinto.

—Procuraencontrar tucaminoenel laberinto—ledijoella—.Quiennoamalavida,noloencuentra.Perotúlaamasmucho.Además,aunquenomeveas, yo no me voy, siempre estaré a tu lado. Pero no llores. Cualquiersituaciónsepuedevolverdelrevésenunminuto.Ésaeslavida.

Saraseempinóparadarleunbeso.Nopodíaevitarelllanto.

—Ynoolvidesunacosa—ledijomissLunatic—.Nohayquemirarnuncaparaatrás.Entodopuedesurgirunaaventura.Peroantelasansiasdelanuevaaventura, hay comounmiedo por abandonar la anterior. Plántale cara a esemiedo.

—Nomedigasmáscosas,madameBartholdi,porquesemevaaromperelcorazón.Nomepodréacordardetodas.

—Bueno,teníaunafrasemuybonitaparadespedirme.Perolallevoescritaporqueescomounaoración.Asíquetómala,paraquenoteempachesahora,ylaleesporlanoche,cuandoestésenlacama.

—Gracias.Voyatenerpostreparanosécuántosdías.Paratodalavida…—dijolaniñasorbiéndoselaslágrimas—.¡Sisupierasloquetequiero!

—Yo también. Desde que te vi te quise, y te voy a seguir queriendosiempre.Adiós,veteadar tupaseoporelbosque, anda.YDios tebendiga,SaraAllen.

Sara sacó la bolsita de raso y metió en ella la moneda, la linterna y elpapelito doblado que miss Lunatic le acababa de dar. Luego la abrazó denuevoy,desprendiéndosedesusbrazosbruscamente,seechóacorrerhaciala

granpuertadehierroforjadoquedaaccesoaCentralPark.

Cuandoestabaapuntodefranquearla,oyóasusespaldasunavozqueledecía:

—¡Vuelve,Sara!¡Toma!¡Seteolvidalacesta!

ONCE

CaperucitaenCentralPark

Sara se encontró sola en un claro de árboles de Central Park; llevabamuchoratoandandoabstraída,sindejardepensar,habíaperdidolanocióndeltiempo y estaba cansada.Vio un banco y se sentó en él, dejando al lado lacestaconlatarta.Aunquenopasabanadieyestababastanteoscuro,noteníamiedo. Pero sí mucha emoción. Y una leve sensación de mareo bastantegustosa, como cuando empezó a levantarse de la cama, convaleciente deaquellasfiebresrarasdesuprimerainfancia.ElencuentroconmissLunaticlehabíadejadoenelalmaunrastrodeirrealidadparecidoalqueexperimentóalsalir de aquellas fiebres y acordarse de que a Aurelio ya nunca lo iba aconocer. Pero no, no era igual, porque a miss Lunatic no sólo la habíaconocido, sino que había reconocido debajo de su disfraz de mendiga a laLibertadenpersona.Ycompartíaconellaesegransecretoque lasunía.«Aquien dices tu secreto, das tu libertad». ¡Qué bonitas frases sabía! ¿Se lashabía dicho de verdad? ¿La había visto de verdad cuando se lemudaron lacara, lasmanosy lavoz?¿Ohabría sidoun sueño?AAlicia todo loque lepasóeramentira.¿Perodóndeestabalarayadeseparaciónentrelaverdadylamentira?

Sacólabolsitadelpechoyacariciólamonedaverdosa.No,noeramentira.Y le esperaban además otras aventuras. Miss Lunatic se lo había dicho:«Nuncamiresparaatrás»;lapensabaobedecer,seguirsiempreconlavistafijaenelcamino,sinperdersedetalle.

Estabatanabsortaensusrecuerdosyensoñacionesque,cuandooyóunospasos entre lamaleza a sus espaldas, se figuró que sería el ruido del vientosobrelashojasoelcorreteodealgunaardilla,delasmuchasquehabíavistodesdequeentróenelbosque.

Poreso,cuandodescubrióloszapatosnegrosdeunhombrequeestabadepie,plantadodelantedeella,sellevóunpocodesusto.Noenvanoelvampirodel Bronx andaba suelto todavía, la propia miss Lunatic se lo habíaconfirmado.YtalvezaburridodenoencontrarseconvíctimasenMorningsidePark,bienpudieraserquehubiera trasladadoaesteotrobarriosucampodeoperaciones.

Peroalalzarlosojosparamirarlo,sustemoressedisiparonenparte.Eraunseñorbienvestido,consombrerogrisyguantesdecabritilla,sinlamenorpintadeasesino.Claroqueenelcineavecesésossonlospeores.Yademásnodecíanada,nisemovíaapenas.Solamentelasaletasdesunarizafiladasedilataban como olfateando algo, lo cual le daba cierto toque de animal alacecho.Peroencambiolamiradaparecíadefiar;eraevidentementeladeunhombresolitarioytriste.Deprontosonrió.YSaraledevolviólasonrisa.

—¿Quéhacesaquí tansola,hermosaniña?—lepreguntócortésmente—.¿Esperabasaalguien?

—No,anadie.Simplementeestabapensando.

—¡Quécasualidad!—dijoél—.Ayermásomenosaestasmismashorasme encontré aquí a una persona queme contestó lo mismo que tú. ¿No tepareceraro?

—Amíno.Esquelagentesuelepensarmucho.Ycuandoestasola,más.

—¿Vives por este barrio?—preguntó el hombremientras se quitaba losguantes.

—No, no tengo esa suerte. Mi abuela dice que es el mejor barrio deManhattan.Ellavivealnorte,porMorningside.Voyaverlaahorayallevarleunatartadefresaquehahechomimadre.

Depronto, la imagende suabuela, esperándola talvezconalgodecenapreparada,mientrasleíaunanovelapolicíaca,lepareciótangratayacogedoraquesepusodepie.Teníaquecontarlemuchascosas,hablaríanhastacaersedesueño,sinmirarelreloj.¡Ibaasertandivertido!DelatransformacióndemissLunaticenmadameBartholdinolepodíahablar,porqueeraunsecreto.Perocontodolodemás,yahabíamaterialdesobraparauncuentobienlargo.

Sedisponíaacogerlacestita,cuandonotóqueaquelseñorseadelantabaahacerlo, alargandounamanocongruesoanillodeoro en eldedo índice.Lemiró;habíaacercadolacestaasurostroafilado,rodeadodeunpelorojizoquele asomaba por debajo del sombrero, estaba oliendo la tarta y sus ojosbrillabancontriunfalcodicia.

—¿Tartade fresa? ¡Yadecíayoqueolíaa tartade fresa!¿La llevasaquídentro,verdad,queridaniña?

EraunavozlasuyatansuplicanteyansiosaqueaSaralediopena,ypensóque tal vez pudiera tener hambre, a pesar de su aspecto distinguido. ¡EnManhattanpasancosastanraras!

—Sí,ahídentrolallevo.¿Laquiereustedprobar?Lahahechomimadreylesalemuybuena.

—¡Oh,sí,probarla!¡Nadamegustaríatantocomoprobarla!¿Peroquédirátuabuela?

—No creo que le importemucho que se la lleve empezada—dijo Sara,volviendoasentarseenelbancoyretirandolaservilletadecuadros—.Lediréqueme he encontrado con…Bueno, con el lobo—añadió riendo—, y queteníamuchahambre.

Acababadedesenvolverlatarta,quitándoleelpapeldeplata,yelolorquedesprendíaeraenverdadexcelente.

—Nomentirías—dijoelhombre—,porquemellamoEdgarWoolf.Yencuantoalhambre…¡Oh,Dios,esmuchomásquehambre!¡Eséxtasis,queridaniña!¡Voyapoderprobarla!¡Quéimpaciencia!

Se quitó el sombrero, cayó de rodillas y miraba arrobado el pastel,aspirando sus efluvios con frenesí. La verdad es que su actitud empezaba apareceralgoinquietante.PeroSaraseacordódelasrecomendacionesdemissLunaticydecidióquenotendríamiedo.

—¿Tieneunanavaja,místerWoolf?—preguntócontotalserenidad—.Y,sinoleimporta,leruegoquenometatantolasnaricesenlatarta.¿Porquénosesientatranquilamenteaquíconmigo?

MísterWoolf obedeció en silencio, pero lasmanos le temblaban cuandosacó una navaja de nácar que llevaba, junto con un manojo de llaves,enganchadaalfinaldeunagruesacadena.Partióuntrozoconpulsoinseguro.Y,procurandocontrolarseyanteponerlaeducaciónalagula,seloofrecióalaniñacongestodelicado.

—Toma, tú querrás también. ¿Qué te parece este picnic improvisado enCentralPark?Puedodecirleamichóferquenostraigaunascoca-colas.

—Seloagradezco,místerWoolf,peroyolatartadefresalatengounpocoaborrecida. Y a mi abuela le pasa igual. Es que mi madre la hace mucho,demasiado.

—¿Ysiempre le sale tanbien?—preguntómísterWoolfque,ya sinmásmiramientos,habíaengullidoelprimer trozode tartay loestabapaladeandoconlosojosenblanco.

—Siempre—aseguróSara—.Esunarecetaquenofalla.

Entoncesocurrióalgoinesperado.MísterWoolf,sindejardemasticarniderelamerse,volvióacaerderodillas,peroestavezdelantedeSara.Hundiólacabezaensuregazoyexclamabaimplorante,fueradesí…

—¡La receta! ¡La auténtica! ¡La genuina! Necesito esa receta. ¡Oh, porfavor!Pídemeloquequieras,loquequieras,acambio.¡Metienesqueayudar!

¿Verdadquevasaayudarme?

Sara,pocoacostumbradaaquenadienecesitaraalgodeella,ymenostanapasionadamente,experimentó,porprimeravezensuvida,loqueessentirseenunasituacióndesuperioridad.Peroestesentimientoquedóinmediatamentesofocadoporotromuchomásfuerte:unaespeciedepiedad;deseodeconsolara aquella persona que lo estaba pasando mal. Sin darse cuenta, empezó aacariciarle el pelo como a un niño. Lo tenía muy limpio, suave al tacto yemitíaenlapenumbraunosreflejoscobrizosmuypeculiares.MísterWoolfsefue apaciguando y su respiración entrecortada por suspiros se volvió másrítmica.Alcabodeunratolevantólacarayestaballorando.

—Vamos,por favor,místerWoolf,¿porqué llora?Yaverácomotodosearregla.

—¡Québuenaeres!Lloroporeso,porlobuenaqueeres.¿Verdadquemevasaayudar?

Sara se puso un poco en guardia. Volvió a acordarse fugazmente delvampirodelBronx.Tampococonveníadejarseembaucar,sinponerantes lascosasenclaro.

—Nopuedoprometerlenada,místerWoolf—dijo—,hastaentendermejorloquemepide,sabersipuedoconcedérselo…y,claro,tambiénquéventajastendríaparamí.

—¡Ventajastodas!—exclamóélconprontitud—¡Pídemeloquequieras!¡Pordifícildeconseguirqueteparezca!¡Loquequieras!

—¿Loquequiera?¿Esustedunmago?—preguntóSaraconlosojosmuyabiertos.

MísterWoolfsonrió.Cuandosonreíaparecíamásjovenymásguapo.

—No,hijita.Meencantatuingenuidad.Nosoymásqueunvulgarhombrede empresa, pero, eso sí, inmensamente rico.Mira, ¿ves allí aquella terrazaconfrutasdecoloresqueseencienden?

Sara se subióalbancodepiedray susojos siguieron ladirecciónque lemarcabaelíndiceconsortijadeorodemísterWoolf.Entretodoslosanunciosluminososquerematabanlosaltosedificioscercanosalparque,aquélllamabaespecialmentelaatención.PrecisamenteenelmomentoenqueSaralodivisó,estabaproduciéndoseelestallidofinal,yunsurtidor fantásticodepepitasdeoroseelevabahaciaelcielodesdeelinteriordelasfrutas.

—¡Oh,quémaravilla!—exclamóSara.

Míster Woolf rodeó delicadamente su cintura y la ayudó a bajarse delbanco.

—¿Cómotellamas,guapa?—preguntóenuntonotranquiloyprotector.

—SaraAllen,señor,paraservirle.

—Pueseseedificioesmío,Sara—dijomísterWoolf.

—¿Deverdadessuyo?¿Eldelasfrutitasdeluz?¿Tambiénpordentro?

—Sí,tambiénpordentro.

—¿Dequéseríe?

MísterWoolf,enefecto,sonreíadivertidoysatisfechomirandoalaniña.

—Degusto.Porquemealegrodequetegustetantoati.

LosojosdeSarabrillabandeentusiasmo.

—¿Cómonomevaagustar?Peroalaqueleencantaríaesamiabuela.Meestoyacordandodeella.Yaséloquelevoyapedir.¿Puedopedirlequeladejeveniraverlomañana?Digotambiénpordentro,yasomarsealaterraza,yalomejorquelesirvieranunacopita…Bueno,nosésiespedirmucho.Peroesolaharíacompletamentefeliz.¿Meloconcede?

—Naturalmente,porfavor,yomandaréabuscarla.Peroesoespoquísimoparaloquetevoyapediryoacambio.Esoesunaridiculez.Pídemeotracosa.Algoparati,quetehagamuchailusiónati.Tendrásalgúndeseoinsatisfecho,supongo.

Sarasequedópensativa.MísterWoolflamirabacuriosoyarrobado.

—¡Nome meta prisa, por favor!—dijo ella—; porque entonces no meconcentro.Ynoseríatantodemí.Necesitounratitoparapensarlo.

—Meríoporqueeresmuygraciosa.¿Quién temeteprisa,mujer?Piensatodoelratoquequieras.

Y notaba Edgar Woolf, efectivamente, que aquella sensación de prisapermanenteque leponíanudospordentrohabíadesaparecido,sustituidaporunaextrañacalmaplacentera.

MientrasSarasepaseabapordelantedeélconlasmanosalaespaldaylosojos cerrados, él, sentado en el banco, cortó otra rajita fina de tarta y ladegustómás despacio.No, esta vez no se engañaba. Era definitiva. Pero locuriosoesqueestabadisfrutandodecomerlaydeestarenelparqueconestaniña. Se acordó de que allí, en aquel mismo claro del bosque, se habíaencontradoeldíaanteriorconlaextrañamendigadelpeloblancoquelehabíaestadohablandodelpoderdelomaravilloso.Derepenteseacordabacontodaclaridad de sus palabras, y sintió que le recorría la espalda un inquietanteescalofrío.

Lasgentesque tienenmiedoa lomaravillosodebenversecontinuamenteen callejones sin salida, míster Woolf —le había dicho—. Nada podrádescubrir quien pretenda negar lo inexplicable. La realidad es un pozo deenigmas.Ysino,pregúnteseloalossabios.

Cerró los ojos. Le extrañaba acordarse con tanto detalle. Hacía muchotiempo,talvezdesdesujuventud,quenoexperimentabaelplacerderepasaruna ideacon losojoscerrados.Y,alabrirlos,vio loszapatitos rojosdeSaraAllen,embutidosensuscalcetinesblancos,yconaquelbotónredonditoenlatrabilla. Estaba parada delante de él. La miró con cariño, sonriendo. Teníarazón Greg Monroe: por culpa del negocio, se había negado a sí mismomuchassatisfacciones.Tenerunnietodebíaserunacosamuybonita.

—Creí que se había usted puesto malo o algo —dijo ella con vozpreocupada.

—No,simplementeestabapensando,comoantestú.

—Debíansercosasbuenas.

—Sí,muybuenas.¿Ytúhaspensadoloquemequierespedir?

Sara, que después de refrescar dentro de sumemoria todas las imágenescontempladas aquella noche, había llegado a la conclusión de que la másimpresionante era la de aquella larga pierna demujer con zapato de cristalasomandoporlaportezueladeuncochelujoso,gritótriunfante.

—¡Sí! ¡Lo he pensado! ¡Quiero llegar a casa de mi abuela montada enlimusina!Yosola.Conunchóferllevándome.

—¡Concedido!

Sara, en un arranque espontáneo, abrazó a míster Woolf, que seguíasentado en el banco y le estampó un beso en la frente. Él se puso un pococolorado.

—Bueno,espera,notealborotestanpronto.Todavíanotehedicholoquetevoyapediryoacambio.

ASaraselecayóelalmaalospies.¿Quéregalopodíahacerleellaaestehombre tan rico, que tenía de todo?Seguro que se quedaba sin el paseo enlimusina.Poresolesubióalacaraunaoladealegríacuandoleoyópreguntar:

—¿Sabríastúdarmelarecetadeestaespléndidatarta?

—¡Claro! ¿No esmásque eso?Yono sé hacer la tarta de fresa, esono,pero conozco el sitio donde se guarda la receta verdadera. En casa de miabuela,enMorningside.

—¿Yellaquerrádármela?

—Seguro,esmuysimpática.Ymássiledicesquelavasainvitaravisitartupiso.Buenoperdonaquetellamedetú,conloricoqueeres.

—Nomeimportanada,megusta.Ademáshemoshechounpacto.

Saraestuvoapuntodedecirqueerael segundoquehacíaaquella tarde,perosecontuvoatiempo.Eraunsecreto.Detodasmaneras,sehabíaquedadoun poco pensativa, considerando que lo de la receta no dejaba de ser unsecretotambién,conlacresytodo.¡Peroeraunsecretotantonto!

—¿Enquéestáspensando?—preguntómísterWoolf.

—Ennada.Nohayproblema.Yocreoqueamiabuelalaconvences.¿Atitegustairabailar?

ElseñorWoolflamiródesconcertado.

—Hacetiempoquenobailo,aunqueeltangonosemedamal.

—Es un pequeño inconveniente —dijo Sara—. A mi abuela le encantabailar.Hasidounaartistamuyconocida.SellamabaGloriaStar.

—¡Gloria Star! —exclamó míster Woolf, mirando al vacío con ojossoñadores—.Nadapodrádescubrirquienpretendanegarloinexplicable.¡Quégranverdad!

—No te entiendo bien. ¿La conoces? —preguntó Sara, mirándole concuriosidad.

—Laoícantarvariasvecescuandoyoeracasiunchiquilloyvivíaen lacalle14.Pareceunsueño.Eraunamujerextraordinariatuabuela.

—Siguesiendoextraordinaria—afirmóSara—.Yademás, tevaadar larecetadelatartadefresa.Quenoseteolvide.

—De acuerdo. Me consume la impaciencia. Vamos, Sara. Tenemos quesalirparacasadetuabuelainmediatamente,cadaunoenunalimusina,yaqueatitegustairsola,segúnhasdicho.

Y levantándose ágilmente del banco en que estaba sentado, se puso elsombreroycogióaSaradelamano.

—¿Perocómo?¿Tienesdoslimusinas?—preguntóellacuandoecharonaandar.

—No,tengotres.

—¿Tres?Entonces…¡eresriquísimo!¿Ycadaunaconunchófer?

—Sí,cadaunaconunchófer.Peroandamásligera,hija.Déjamelacesta,quetelallevoyo.MiraquecuandoledigaaGregMonroequevoyaconoceraGloriaStar…Noselovaacreer.Yencima,acausadelatartadefresa—

añadióriéndose—.Diráquesonfantasías,delirios…

—¿QuiénesGregMonroe?

Sus voces y sus siluetas se fueron perdiendo camino de la salida delbosque. De vez en cuando, míster Woolf se inclinaba hacia la niña y seescuchaba,entrelaoscuridaddelasfrondas,elecodesusrisas,interrumpidodevez en cuandopor el correteo de alguna ardilla trasnochadora.El frío sehabíasuavizadomucho.

ElReydelasTartasySaraAllen,vistosdeespaldasycogidosdelamano,a medida que iban alejándose, formaban una llamativa y peculiar pareja.ComoparaencenderlaenvidiademísterClinton.Hayquereconocerlo.

DOCE

LossueñosdePeter.ElpasadizosubacuáticodemadameBartholdi

EnelaparcamientoparticulardelReydelasTartas,sedespidieronconunjovial:«¡Hastaluego!».

EdgarWoolflehabíacedidoaSaralamáslujosadesustreslimusinas,laconducidaporPeter,suchóferpredilecto,nosinantesllamaraésteaparteparahacerle algunas advertencias que le parecían importantes. En primer lugar,convenía que a la niña le diera un buen paseo por Manhattan, procurandoalargarlo con algunos rodeos, porque, aunque iban al mismo sitio, él teníainterés en llegar antes. Por otra parte, le encargaba que cuidara a aquellacriaturacomoalasniñasdesusojos,evitándole todaclasedepeligros,perosinnegarleningúncapricho.Petersehabíaquedadopensativo.

—Esosdosextremossondifícilesdearmonizar,señor.Perdonequeselodiga.Porquelosniñossuelenencapricharseprecisamentedelomáspeligroso.

Míster Woolf, pendiente de las evoluciones de Sara por el parking,mientrasélhablabaconPeter,lemirósorprendido.

—¿Ah,sí?¡Nolosabía!

—Pues con todos mis respetos, señor, lo debería saber. Además, parecerevoltosa.Mírelaahoramismo.Está,sinomeequivoco,tratandodehurgarenelextintordeincendios.

—Medoycuenta,Peter—comentósuamosonriendo—dequeheelegidobienalguíademijovenamiga.¿Cómosabeustedtantodeniños?

—Muyfácil.Tengocuatro,señor.

—¿Ah?¿Tienecuatroniños?—preguntósorprendidomísterWoolf.

Y de pronto se sintió un poco avergonzado.A pesar de lo contento quedecíaestarde los serviciosdel fielPeter,aquéllaera laprimeravezensieteaños que conocía algún detalle de su vida particular. Era el tipo de falloshumanosquelesolíareprocharelviejoGregMonroe.Ycomprendióqueteníarazón.Peroahoranoqueríapensareneso.

Cuando ya había dejado cómodamente instalada a Sara en el asientotrasero de la limusina número uno, y él estaba entrando en la número dos,Robert,elchóferquemanteníaabiertalaportezuela,leavisó:

—Míster Woolf, parece que la señorita a quien acompaña Peter quieredecirlealgo.

Sara,enefecto,habíabajadolaventanillayasomabasurostroencendidodeemociónyalegría,altiempoquelehacíaseñasparaqueseacercase.Élseapresuróaacudir.

—Se me olvidaba decirte una cosa muy importante —dijo la niña—,agáchateparaquemeoigasmejor.Sillegasantesqueyo,puedequelaabuelanoseacuerdededóndetieneguardadalareceta.Esunpocodespistada.Dilequelahevistoyoelotrodíaenelcajóndearribadelsecreter.

—Deacuerdo.Lomaloessinomeabre.Quizánosefíe.

—¡Quesí!Sifueramamá…Peroellanotienenuncamiedo,¡hastabajaalparquedeMorningside!Ah,ydilequeyollegoenseguida.¿Llevaslasseñasbienapuntadas?

—Que sí, guapa, no te preocupes —dijo míster Woolf, dando visiblesmuestrasdeimpaciencia—.Lasseñasyelteléfono.¿Vasagusto?

—¡Muyagusto!Nomelopuedonicreer,¡yquémulliditoestá…!Yluegotantosbotones.¿Puedoabrirelbar?

—Sí,hija,puedeshacerloquequieras.Ysitienesalgunaduda,lehablasaPeterporesetelefonito.

—¡Quémaravilla!Pueshastaluego,DulceLobo.

—Hastaluego,Sara—dijomísterWoolf,dándoleunbesoysonriendo—.¡AsurcarManhattan,yquetediviertas!

—¡Lomismodigo!

EdgarWoolfsemetióensulimusina,searrellanóenelasientoysepusoapensar en lo que le había dichomissLunatic sobre losmilagros.Cuando éltenía dieciséis años, se había enamorado locamente de una chica pelirroja,maravillosa e inalcanzable. Sería como unos ocho años mayor que él. Eradulce,sensualydescarada.Y,apesardequejamáshabíallegadoacruzarunapalabraconella,porculpadesu timidez,durante trescursos fue incapazde

concentrarseenelestudioyseestuvogastandotodossusahorroseniraoírlacantar a los lugares más inverosímiles. Luego había perdido su pista porcompleto.

Perotodavíaguardabaunclavelsecoqueunavezellasehabíasacadodelpecho,para tirárselo,despuésdebesarlo.Se lo tiróaél,aaqueladolescentedesgarbado,hijodeunmodestopastelerodelacalle14.Talvezloconocieradevista y sehubiera llegado apercatar de lomuchoque él la amabadesdelejos. Acababa de cantar Amado mío, la canción que hizo célebre a RitaHayworthenGilda.Ylehabíasonreídodosvecesmientraslacantaba.Luegosesacóelclaveldelescoteylobesóantesdemandárseloporelaire.Yéllohabíacogidoenelcuencodesusmanosylohabíabesadotambién.Despuésse habíanmirado.Los ojos verdes de ella lo taladraban serios y risueños almismo tiempo.El vestido que llevaba también era verde. Fue una noche demarzoenunmusic-hallpequeñodelacalle47quesellamabaSmogyqueyanoexistía.Apesardel tiempotranscurrido,EdgarWoolf jamáshabíapodidoolvidaraquellanocheenquesumiradasehabíacruzadotanintensamenteconladeGloriaStar.

—¿Adónde vamos, señor? —preguntó Robert, a través del telefonillointeriordelalimusina—.Lodigoporqueconlasfiestas,yaestashoras,hayqueevitarlascallesdemástráfico.

EdgarWoolfmiró a través de la ventanilla y se dio cuenta, como entresueños,dequeyahabíansalidoalaQuintaAvenida.

—¡AMorningsideporelcaminomáscorto!—ordenóaRobert.

Luegoencendiólaluzdelpequeñobarysesirvióunwhiskyconhielo.

Peter conducíaQuintaAvenida abajo congesto reconcentradoy ausente,tanprontoatentoaevitarelrocedelasmotoscontralacarroceríaimpecablede la limusina, como tratando de colarse entre otros vehículos paraadelantarlos. A veces exploraba de reojo, a través de la ventanilla, laposibilidad de zigzaguear hacia calles laterales, burlando una señal queprohibíatorcerporaquelsitio.

LacostumbredeacompañaramísterWoolfensusexcursionesdepesquisapasteleraporlosdistintosbarriosdeManhattanhabíaañadidoasupericiadeconductor una rapidez de reflejos y una astucia más dignas de fugitivo almargen de la ley que de chófer elegante e impasible. Su perfectasincronizaciónconaquelobedientey ligerovolanteplateadohabía llegadoatalpuntoqueloconsiderabamásqueunaliado,unaprolongacióndesupielysusdeseos.Lomaloesqueelverdaderodueñodelalimusinanuncaalababasus proezas; es más, parecía que ni se daba cuenta de lo que le costabarealizarlas.Porquemiraqueeradifícilparardondeéllemandaba,avecesen

seco,yestarleesperandoalapuertadedondesemetiera,sintenerniideadesiiba a tardar mucho o poco; ¡y que una limusina no es una bici, caramba!Aunquehayquereconocerquedeldineroqueeljefeledabaparapropinasaporterosysobornosaguardiasnuncalepedíacuentasluego.Peroasíytodo,aveceshubierasidopreferibleunguiñoamistoso,ungolpecitoenlaespalday:«nosécómolohalogrado,Peter»,«esustedunartista»,«vamosatomarnosun café en ese bar, Peter» o «esta vez, de verdad, creí que nos llevaba pordelanteesaambulancia»,yhabersereídojuntos;soncosasqueseagradecen.

Viajar conmísterWoolf porManhattan, como solía comentar Peter conRose,sumujer,eraigualquellevarunamaletaenelasientotrasero.Yellasereíamuchoporqueestaba locamenteenamoradadesumarido.Pero luego leentrabanremordimientosylereñíaporburlarsedeunjefetanbueno.

ElsueñodePetereraverseprotagonizandounapelículadepersecuciones,dondeelautomóvilvencedorsorteaaudazmentetodaclasedeobstáculos,saltapor encima de policías boquiabiertos, vadea riachuelos, desciende sin darvueltasdecampanaporabruptaspendientesydejaasusespaldastodaclasedeestragos,catástrofesyvehículosenllamas.Losuyo,desdeluego,eraelriesgo.

A Rose le había confesado algunas noches aquellas fantasías, que ellaprocurabanofomentarle,aunquelehacíangraciaylasencontrabafascinantes.Soñar no costaba nada, al fin y al cabo. «Tú servías para guionista de cine,cariño—ledecíaalgunasveces—.O,nosé,parapilotodeguerra».«Sí,ya,paracualquiercosaquenoseapasarselashorasmuertasenunsótanoinmensoconotrosdostíosciegosdeaburrimientocomoyo,aversialjefeseleocurremandarnosalgo,queyaestoyde luzdeneónhasta lasnarices».Pero,comoRose era sensataypráctica, se daba cuentadeque compadecer a sumaridocuandosequejabaasíequivalíaadarlealasyconducirleaaventurassinsalida.PorqueManhattanesunvertederodondegusaneanlosmilesdeángelescaídosdel reino de la ilusión, de las nubes del sueño.El trabajo estaba fatal, ellosacababandetenerelcuartoniño,yencontrarseafindemesconunsueldotanfabulosocomoelquePeterrecibíademísterWoolferahablarconlaDivinaProvidencia.YRoselosabía.

Aunqueluego,cuandoalfinaldeldíaponíapelículasenelvídeo,lasquemásleemocionabaneranlasquecontabanlasaventurasdeaquellossoñadorescaídosalfangoconlasalasrotas.Esosí.

En vísperas de Navidad, los coches y autobuses que circulan porManhattansevenforzadosairapasodetortuga.Nolesquedaotroremedio.Lascallescéntricas,quenaturalmentesonlasmásatractivas,seconviertenenun hormiguero humano que bulle y se empuja por las esquinas, entre lospuestosdevendedoresambulantes,enlasparadasdeautobús,enlospasosdepeatones.Yesamasadepeatones,cuandocierransuspuertaslasoficinas,se

incrementa con los que salen vomitados sin cesar de la boca del metro ybracean como nadadores contra corriente para alcanzar la puerta de unosgrandesalmacenesdondepasarlatardehaciendocomprasydesplazándosedeunasecciónaotraenescalerasmetálicas.

Lalimusina,aunquemuydespacio,habíaidodejandoatráslacatedraldeSan Patricio, el Rockefeller Center con su pista de patinaje, la BibliotecaNacional…Yahora,alaalturadelEmpireStateBuilding,cabíalaalternativadetorcerhacialaAvenidadelasAméricasparaverlosescaparatesdeMacy’syseguirbajandohaciaelVillage.

Peroesquedabatodoigual.Peterechóunamiradahaciaatrásycomprobóque la niña vestida de rojo seguía dormida. ¿Quién sería aquella niña?¿Alguna nieta del jefe? Por lo que él había oído decir,místerWoolf era unsolterónincorregible.Perobueno,podíahabertenidoalgúndeslizdejuventudyserunanietabastarda.Ounahija,asaber;tampocoeratanviejoeljefe,yRosedecíaqueteníamuybuenapinta.«Trátelacomoalasniñasdesusojos»,lehabíaencargado.Ytambiénquenolequitaraningúncapricho,queledieraunpaseobonitocomodeunahorayqueluegolallevaraaunacasadelbarriodeMorningside, cuyas señas le había apuntado enunpapel.Allí había gatoencerrado,eratodorarísimo.Perodespuésdetodo,loqueRoseledecía:«Túno te metas donde no te llaman, Peter, tú eres un mandado…». Y estabaobedeciendoentodo.Menosenlodeloscaprichos.Porque,¿quécaprichosseleibanapoderdaraunaniñaquellevabadiezminutosdormida?Yelcasoesque al principio no paraba de preguntarle cosas por el teléfono interior, queparaquéeraestebotónyeldemásallá,quesisepodíatomarunaCoca-Cola,quecómosellamabaaquellacalle,yvengaadecirqueaquelloeraigualqueunacasitamisteriosa,yaencenderlucesyacorrerlascortinillasyvolverlasadescorrer.Laverdadesque eramuy simpáticaymuygraciosa.Comode laedaddeEdith,lamayordePeter.Yteníalamismacaradediablo.Sevequehabía caído cansadísima.Después de todo,mejor que no se despertara,máscómodo para él. Aunque de esa manera, la inutilidad de aquel viaje seacentuaba.

Peter se puso a acordarsede suEdith.Muchasveces le había prometidotraerlaundíaaver losescaparatesde laQuintaAvenidaya subiralúltimopiso del Empire. A Edith le fascinaba Manhattan, porque ellos vivían enBrooklyn, y siempre le estaba pidiendo: «Anda, papá, guapo, llévame aManhattan, que allí es donde pasan todas las aventuras». Pero nunca teníatiempodealimentarlossueñosdesuhijanidevercumplidoslossuyos.¡Quéporqueríadevida!

Ydepronto,sesintióperdidocomounagotadeaguaenelmarprocelosodeManhattan,caídodelreinodelafantasíaconlasalasrotas,rodandoporlascallesdeuniformeprestado,yllevandodentrodeunlujosococheprestadoa

unaniñadormidayvestidade rojo, unaniñaprestada, queno era suEdith,perodelaqueteníaquecuidar.Todoestabaalrevés,todoeraunpuroabsurdo,unpuropréstamo.

Atravésdelaventanilla,veíalasfachadasdelosedificiosadornadascongigantescascoronasdeacebo,conlazos,conbambis,conangelitostocandolatrompetayconpapasnoeles; escuchabaunconciertodemúsicascruzadasyestridentes que parecían venir de todas partes, de la tierra y del cielo. Losescaparates competían en imaginación y lujo. Delante de algunos, laaglomeración de público era tan grande que la cola daba la vuelta a lamanzana.Eranlosqueexhibíanfigurasenmovimiento,comoactoresllevandoa cabo una función dentro de unminúsculo escenario. Las decoraciones enminiaturarepresentabanpaisajesnevados,restaurantesantiguosointerioresdecasas ricas.Y losmuñecos que protagonizaban la escena semovían con talverismo bajando escaleras, abriendo paquetes o deslizándose en trineo, quesólolesfaltabaromperahablar.

Sara se despertó y se frotó los ojos.Estaba soñandoque se había vueltopequeñita y que ibametida dentro del carricoche demiss Lunatic. Duranteunos instantes, el suave vaivén de la limusina, que acababa de bordearWashingtonSquareparaenfilarhaciaelsurdelacalleLafayette,lamantuvoenesaespeciededuermevelaqueseparatodavíalosoñadodeloreal.Perodepronto,mirómásatentamenteasualrededor,seenderezóyseacordódetodo.Iba en la limusina demísterWoolf.Las cortinillas de gasa corridas dejabanpasar,asutravés,laslucesmovedizasdelacalle.Eraellamismalaquehabíacorrido las cortinillas, para concentrarse en el recuerdo de sus aventuras,porquehabíallegadoalaconclusióndequeteníaqueelegirentrelodefueraylo de dentro. Pero ahora le daba mucha rabia haberse perdido lo de fuera.Corriólascortinillasymiróaversidescubríaelnombredelacallepordondeibanpasando.Elcocheahoracirculabaconmayorfluidezydesahogo.Parecíaunbarriomuybonito,perocomomásdepueblo.Seveíancasitasbajasy lagentecirculabaaunritmomáspacífico.Noveíaningunaplacaconnombredecalle.Diolaluz,sacóelplanoylodesplegóencimadeunamesitadecaobaqueseabríatirandodeunaargolla.Selohabíaexplicadoantesdedormirseelchófer.¿Cómose llamabaelchófer?Mirósusespaldascuadradasembutidasenlachaquetagrisconhombrerasdeoro,losmechonesdepelorubioqueleasomabanpordebajodelagorradeplato.¡Peter!SellamabaPeter.Deloquenosepodíaacordarbienesdesierasimpáticooantipático.Habíanhabladopoco,ydecosassinmuchasustancia.Talvezalfinalhabíacontestadoasuspreguntasunpoconervioso.Cogióeltelefonillo.

—Peter…

—Diga,señorita.¿Hadescansadobien?

—Demasiadobien.Peronomedebíashaberdejadodormirtanto.¿Cuántotiempollevodormida?

—Unamediahora,calculo.

—¡PerodeCentralParkaMorningsidenosetardamediahoraenuncochetanbueno!

Peter creyó más oportuno no contestar. Estaba acostumbrado a ladiscreción,ylehabíaparecidoentenderquesujefenoteníademasiadointerésenquelaniñallegaraantesqueélaMorningside.Peroporotraparte,¡ibanalamismacasa!Acababadecaerenlacuenta.¿Quiénviviríaenaquellacasa?LuegolesaldríaRoseconquenosemetieradondenolellamaban.Claro,sedicemuyfácil.Yencimaconlaniñayacompletamentedespierta,queporelespejoretrovisorbien leveíaen losojos lasganasdefreírleapreguntas.SesonriólevementeacordándoseotravezdeEdith.

—¿Mehasoído,Peter?Dime,porlomenosenquébarrioestamos.Amímeparecequetehasequivocado,quevamosendirecciónsur.

—¿Esquetieneustedmuchaprisa?

A Sara de repente se le agolparon en la imaginación todas las escenasvividas aquella noche, y no fue capaz de calcular si habían pasado horas oaños. ¿Qué sentido podía tener hablar de algo como prisa, cuando se hanperdidolasreferenciasdeltiempo?MissLunaticlehabíadichoqueellanuncateníaprisacuandorondabaunabuenaconversación.PeroconestePeternoseacababa de entender si quería darle conversación o meterla en un lío. Yademás,laabuelalaestaríaesperando.Consiguióleerelrótulodeunadelascalles, aprovechando una parada de semáforo, e inmediatamente consultó elplano.

—¡PerosiestamosmásabajodeChinatown,Peter!

—Esoparece,veoqueseorientabien,señorita.

—¡Esquetengounplano!¡Ynomellamesseñorita!MellamoSara.Nomedigasahoraquenovamoshaciaelsur.¡Meestabasliando!

LavozdePetersedulcificó.Aduraspenasconseguíaocultarlarisa.

—Bueno, guapa, pues no te llamaré señorita. Es que me daba penadespertarte,peroahoradamos lavuelta.Yaestarán lascallesdelcentromásdespejadas.

DerepentelosojosdeSara,quesaltabancontinuamentedelplanoaloqueibavislumbrandoporlaventanilla,seencendieronconunfulgortriunfal:

—¡¡No!! ¡No des la vuelta ahora! ¿No es éste ya el barrio de losfinancieros?

—Sí, pero a estas horas está muy muerto. Eso cuando hay que venir avisitarloespor lasmañanas, cuandocorreamanadaseldineroporaquí.Loque veo es que te conocesManhattan como la palma de la mano. ¿Llevasmuchosañosviviendoporaquí?

—PordesgraciavivoenBrooklyn,hijo.¿Dequéteríes?

—Dequemehasrecordadoaunahijamía,quetambiénviveenBrooklyn,y también loconsideraunadesgracia.Debe serde tuedad.Pero te aseguro,Sara,queella,sihubieratenidolasuertedepoderdarestepaseoenlimusina,nosehubieradormido.

—¡Nomelorecuerdes,quebastanterabiamedayaamísola!¿Ycómosellama tu hija? Si vive en Brooklyn igual la conozco… ¿Pero qué estáshaciendo?¡Nodeslavuelta,Peter,tehedicho!EstamoscercadeBatteryPark,¿verdad?

—Sí,muycerca.

—¡Entoncesllévameallí,porloquemásquieras!¿Cómosellamatuhija?

—Edith.

—¡PuestelopidoporEdith!

AlllegaraBatteryPark,SaralesuplicóaPeterquedetuvieralalimusinaporqueellaqueríabajarseaverdesdeallílaestatuadelaLibertad,quenuncalahabíavistomásqueenfoto.

—Essólounmomentito.¡Verlayya!Aquímismo,¡anda,Peter!

EltonodesuvozvolvióarecordarlealchófereldesuhijaEdith,cuandoseencaprichabadeunacosa,ycedió.

Perosequedóconlosojoscomoplatoscuando,enelmomentoenqueleestabasujetandolaportezuelaparaquesebajara,aquelloszapatitoscoloradosque acababan de asomar tomaron un impulso vertiginoso, y la niña saliócorriendocomoungamo.CuandoPeterquisodarsecuentayasehabíaperdidoenlaoscuridad,entrelamasafantasmaldelosárboles.

Se lepusounnudoen lagargantayno sabíaquéhacer.Teníaquedejaraparcadalalimusinaenunsitiomejorparasalirluegoensubusca,porsisecomplicabaaquella imprevisiblecaptura.Pero,porotraparte,erauna locuraperder tiempo.Aquellosparajeseranbastantepeligrososdenoche.Yanosetrataba de cumplirmejor o peor un encargo demísterWoolf. Se trataba deprotegerlavidadeunaniñadediezaños,traviesa,inconscienteyaudaz,comosu propia hija lo era. Y empezó a llamarla a voces, en tono autoritario ydestemplado,sinelmenormiramiento.

—¡Sara,vuelveacá! ¡Nomedesestossustos,condenada!¿Dónde tehas

metido? ¡Vuelve! ¿Me oyes? ¡Por favor, no hagas el imbécil! ¡Ya verás losazotesquetevasaganar!

PeronoobtuvorespuestaysepusoamascullarmaldicionesentredientescontramísterWoolfycontrasupropiosino.

—¡Lo que hay que aguantar, madre mía! ¡Vamos, mira que también laocurrencia!«Trátelacomoalasniñasdesusojosynolequiteniuncapricho».Yaseloadvertí,quenoeratanfácil.Yluego,encima,capazdevenirmeconculpas.

Estaba fuerade sí.Miróalrededor.Eraun lugardesierto.Niunamalditacabinade teléfonos,niun transeúnte.Por fin, tratóde tranquilizarseypensóque lomás acertado era ir cosa por cosa. Logró encontrar un huecomás omenos seguro para dejar el coche, lo aparcó y lo dejó cerrado. Luego seinternóapasovivoenelparquesolitario.Amedidaqueavanzaba,sindejardellamaravocesalaniña,sesentíamásdesorientadoysumarchasevolvíamáscautelosa. ¡Condenada chiquilla! Como se hubiera escondido para darle unsusto,deunbofetónno la librabanadie,pormuyahijadaoparientedel jefequepudieraser.

Entretanto Sara, escondida detrás de unos arbustos y con ayuda de lalinternita, había conseguido localizar en el plano el lugar exacto donde seencontraba. Muy cerca de la perrera donde miss Lunatic guardaba sucochecito.Elcorazónlelatíamuyfuertecuando,porfin,laencontró.Estabacerradaconcandadoypintadadegris.Nopodíaserotra.

Tuvoquerespirarhondoysostenersecontraellaparanodesfallecerdelaemoción.Mejor dicho, lo que hizo fue agacharse y sentarse con la espaldaapoyadacontrasuparedtrasera,porquelacasetagriserabajita.Sisequedabadepie,Peterpodríadescubrirla.Yestabavistoquelodemenguardetamañosólo lo podía conseguirAlicia.O ellamisma cuando ibametida, en sueños,dentro del cochecito de miss Lunatic. Casi no se atrevía a respirar, allíescondida.Laverdadesqueeraunaemociónmezcladademiedo.PeromissLunatic le había dicho que, frente a las aventuras nuevas, siempre se sientealgodemiedoyquenohaymásremedioquevencerlo.

Sepusodepieysacólabrújula.Peroantesderecorrerloscincuentapasosque,segúnlosinformessecretos,separabanaquellugardelaalcantarillaquedabaaccesoalpasadizo,levantólamiradayviobrillaralolejos,másalládelos árboles y al otro lado del río, la antorcha de la Libertad. Y se sintiópoderosa como la diosamisma que lamantenía en alto; no era elmomentoapropiadoparadesfallecerniparaandarseconcontemplaciones.¡Adelante!

Laalcantarillarojaaparecióenseguida,yjuntoaellaestabaelposte.Lopalpó.Efectivamente,amediaaltura,seapreciabaaltactolaranurapordonde

había que introducir la moneda verdosa. Cuando la sacó de la bolsita, losdedos le temblaban.Pero teníaquemantener lasangrefría.Había llegadoelmomento definitivo. Se volvió a guardar la bolsa en el escote, metió lamonedaenlaranurayesperóunosinstantes,casitemblando,porqueademásleparecíaoírunruidodepasos.

—«¡Miranfú!»—exclamódecidida,conlosojostanfijosenlaalcantarillaquecasiledolían.

Yunavozcoléricacontestóasusespaldas,sobrecogiéndolaaúnmásdeloqueestaba:

—¡Sinomiraraquiéneres,sinvergüenza,tedabaunapalizaqueteibasaacordar!

Retiróatodaprisalamoneda.Perolehabíadadotiempoacomprobarqueel invento funcionaba, porque la tapa de la alcantarilla había empezado adeslizarsemuylentamente,dejandoaladerechacomouncuartomenguantedeoscuridadabismal.Encuantoquitólamoneda,volvióacerrarse.

Entoncesellafingióquesehabíaagachadoparahacerpisyqueseestabasubiendolasbragas.Lamonedaselametiódentrodeuncalcetín.

Peternosehabíadadocuentadenada.Estabademasiadoatentoacogerlaporunbrazo,comositemieraquepudieravolvérseleaescapar,yainsultarlasintino.

La metió de malos modos en el coche, mientras ella, con voz sumisa,inventabapretextosabsurdosylepedíatodaclasedeperdones.Fuecapazdedesplegar talmimo y astucia que a los cincominutos ya se habíametido aPeter en el bolsillo, le preguntaba por su hija, hacía comentarios sobre elrascacielos de míster Woolf y se había vuelto a entablar entre ellos unaconversaciónmásomenosamistosa.

Sarasesentíaposeídadeunaparticularverborrea,quenole impedía,sinembargo,atenderasusemocionessecretas.Eracomouna raracapacidad—jamás experimentada antes— de hablar por un lado, pensar por otro yfantasear por otro, como si estuviera bifurcada en tres ramales. Se enterabaperfectamente de lo que le iba diciendo Peter y podía elegir su propiarespuesta,sindejardesentir,almismotiempo,unaalegríainteriorquenuncaibaaquerernipoder—losabía—compartirconnadie.

PerotambiénpensabaconunpocodepreocupaciónenlaabuelayencómolehabríasentadolavisitademísterWoolf,porquelaabuelaeramuyespecialynolegustabatodoelmundo.Igualhabíametidolapataaldarlesusseñas,sin previa consulta, a aquel hombre que, al fin y al cabo, era un totaldesconocido,porricoquedijeraserytodaslasseñasloconfirmaran.

EntreestasreflexionesylaconversaciónconPeter,alqueporciertopocacosalogrósonsacardelavidaprivadadesuamo,transcurriósinsentirelviajedevuelta.

DeloquesípudodarsecuentaSaraesdequelaaventurayalallevabaellaparasiempremetidaenelalma.LoqueocurríaenelexteriordeManhattan,alotroladodelaventanilla,habíadejadoporcompletodeinteresarle.

Peter debió coger una autopista o algo, porque durante todo el caminocircularonmuyaprisa.EllasetomóunaCoca-Cola.Alamediahora,estabanenMorningside.

TRECE

Happyend,perosincerrar

CuandoRobert,medioadormiladodentrodelalimusinaparadajuntoauncubo de basura, oyó un tamborileo en los cristales, se espabiló lleno desobresalto. Pero en seguida se tranquilizó al reconocer a Peter. Llevaba lagorraenlamanoyelpelorubiolebrillababajoelresplandordeunfarol.Leseñalócongestointerroganteelportaldeenfrente.

Robert,aúnunpocoamodorrado,vioquelaniñavestidaderojo,aquieneljefedespidióenelparking,estabaabriendoaquelportalconunllavínquesesacabadelbolsilloycómosevolvíasonrienteparadeciradiósaPeterconlamano.

Luego se metió, y a la luz de la escalera, que acababa de encenderse,amboschóferesvierondesaparecercomounahuellafugitivasusiluetaroja.

—Quemematensientiendoalgo—dijoPeteraRobert,quehabíabajadolaventanilladesulimusinaycontemplabalaescenaconairesonámbulo.

—¿Puesquépasa?

—Esopreguntoyo.¿Túsabesquiénviveenesacasa?

—Ay,chico,yoniidea.YomehelimitadoatraeramísterWoolf,quemehadichoqueigualseentreteníaunpoco,yaquíllevoesperándolocomohacetrescuartosdehora.Nosé,seránpersonasdesufamilia.Porlaniñalodigo,sobretodo.¿Atitambiéntevaatocaresperar?

—Amíno,amílachavalamehadichoqueyanomenecesita,queellasequedaadormirencasadesuabuela.

—Pueschico,¿aquéesperas?Lárgate.¡Notienespocasuerte!

Peter,portodacontestación,diolavueltaalcocheylepidióconungestoa

Robertqueleabrieralapuertaporaquellado.Unavezsentadojuntoaél,sacóunacajetilladeWinstonyencendióelprimerpitillodelanoche.

—¿Peronotehabíasquitadodefumar?—lepreguntóelotro.

—Sí,enésasando.Perohaydíasquenoaguantaunoyatantatensión.

Volvióamirarhacialafachadadeenfrente.Enelpisoséptimohabíaunaluz encendida. Luego, acercándose un poco más a su compañero, como sitemieraseroídoporalguien,dijoentonoapagadoymisterioso:

—Todoestoesrarísimo.Nilaniñanilaviejasonfamiliasuya,noletocannada.

—Ay,hijo—seasustóRobert—,tienerazóntumujercuandodicequetedebíasdedicaraescribirguionesdecine.¿Aquéviejaterefieres?

—Alaabueladelaniña,alaqueviveahí.¿Túlahasvisto?

—Yono.¿Cómolavoyahabervisto?¿Porquélodices?

—Porsabercómoes,lapintaquetiene.Vamos,nomedigasquenoesraroquealjefe,quenuncasale,ledéhoyderepenteporveniraestebarrioavisitaraunagentequenoletocanada.Yluego,élenuncocheylaniñaenotro…

—Bueno—admitióRobert—,esosíesunpocochocante,peroalodemásno le veo yo tantomisterio. Si no son familia suya, serán amigos antiguos,¡qué más da…!, y se habrán visto en un apuro. Ya sabes que el jefe esgeneroso.Ymáximeahora,siendodíasdeNavidad…

Peterlemirabaconsuperioridad,comoquienseasombradelaingenuidadajena.

—Túesquesiempreleandasbuscandotrespiesalgato—continuóRobert—.Porqueademás,¿túcómosabesquenosonfamilia?

—Nifamilianiamigos.Melohadicholaniña.Precisamentemehavenidointentando sonsacar a mí cosas del jefe, preguntándome que si me parecíabuenapersona.Pidiéndomeinformes,vamos.¡Amí!

EnlosojosdeRobertseencendióporprimeravezunachispadeintriga.

—¡Oye,quéraropareceeso!

—¡Pues claro! ¿No te lo estoy diciendo? A la niña la ha visto hoy porprimeravezenCentralPark,yconsuabuelanohahabladoenlavida…

—Igualloinventa—aventuróRobert.

—Puessiloinventa,másraromelopones.

Mientrasdentrodelalimusinanúmerodossemanteníaestaconversación

furtiva,SaraAllen,nomenosfurtivamente,había llegadoalséptimoyhabíaabiertoconunavueltasilenciosadellavelapuertadecasadesuabuela.Pensósinsaberporqué:«Todavíaessábado».Ylepareciórarísimo.

Si no llevara ya a estas alturas del sábado el alma tan cargada deemocionescomolallevaba,estaentradaahurtadillasydenocheenlacasadeMorningside (quitando incluso el detalle de haber llegado en limusina) lehubiera parecido una escena de sueño. Porque ¡había soñado tantas veces ydesdehacíatantotiempoconqueentrabaporlanocheysincompañíadenadieenlacasadeMorningside!

La puerta no había hecho ningún ruido. Se detuvo en el vestíbulo ycontuvolarespiración.Delcuartodeestar,sobreunfondodemúsicasuave,veníaunrumorderisasycuchicheos.

Sara,conformeavanzabadespacitoporelpasillo,sediocuentadequeibapisandoelhazde luz tenuequesalíapor lapuertaentreabiertadelcuartodeestar, como un camino de esperanza a seguir entre la tiniebla. Se acercó yasomóunpoquitolacabezaporlaranuradelapuerta.

Laabuela,vestidadeverde,girabaenbrazosdelDulceLobo,alossonesdeAmadomío,queseestabaoyendoenelpick-up.Devezencuandoechabalacabezaparaatrásysuparejaseinclinabahaciasuoídoyledecíaalgoquelahacíareír.Encimadelamesitahabíaunabotelladechampánabiertaydoscopasamediollenar.Arrellanadoensubutaca,dormitabaelgatoCloud.

Sara retrocedió tan sigilosamente como había avanzado. Se detuvo unosinstantesapoyadaenlaparedyseabrazóasímisma,cruzandolosbrazospordelanteyposandolasmanosensuspropioshombros.Conlosojoscerrados,escuchaba extasiada los sones de aquellamúsica entre dulce y picante, y sesentíapalpitarelpechotembloroso.MísterWoolferaunpocomásaltoquelaabuela. Y era mentira que no bailara bien. Se sintió invadida por uninexplicabledesfallecimiento,unaespeciedelanguidezquelebajabaporlaspiernas.

Fueron unos instantes nada más. En seguida reaccionó. Su intuición leavisabadequeellaallí estabaestorbando,ycomprendióqueno leconveníaserdescubierta.Asíquesedirigiócondecisiónhacialasalida.

Luego,cuandoyahabíacerradootravezlapuerta,habíadadolaluzdelaescalera y estaba esperando el ascensor de bajada, se dio cuenta de que nosabía dónde ir. La escena contemplada le había producido una felicidadindescriptible, pero era como si la hubiera visto en el cine. Ahora se habíaacabado la película. Había sido preciosa. Pero eran cosas que no le habíanpasadoaella.Sesentíaunpococomoexpulsadadelparaíso.

Alsalirdelascensor, seapagaron las lucesdelportal.Bajócasia tientas

loscuatroescalonesdemármolsucioydesgastadoquellevabanalapuertadelacalle.Noqueríavolveradarlaluz;preferíaexplorardesdedentro,sinservista,lospeligrosquepodíanacecharlefuera.Porqueunasolacosateníaclara:estabadecididaahuir.

Atravésdelcristal,protegidoporunoshierrosenformadecruz,vioenlaacera de enfrente las limusinas aparcadas una detrás de otra. En el asientodelanterode laprimera, distinguió la siluetade losdos conductores.Sara lehabíadichoaPeterquesefuera,queellayanolenecesitaba,perosevequeno tenía ganas de dormir todavía. Le pasaría lo que a ella. La siesta por laQuintaAvenidalehabíadejadolacabezacompletamentedespejada.

De pronto, se acordó de miss Lunatic, a la que tenía olvidada hacíabastanterato,entreunascosasyotras.Seaparecióanteellacontotalnitidez,rodeadaderayitosde luz, talcomolahabíavistoenelmetrocuandoestaballorando sin saber qué decisión tomar y levantó los ojos desde los zapatosgastados que se habían detenido enfrente de los suyos a aquel rostrobondadosoquelesonreíabajoelsombrero.Iguallaestabaviendoahora.

«Aunque no me veas, yo no me voy—le había dicho al despedirse—,siempreestaréatulado».

Sara se agachó a palparse el calcetín.Hurgó durante unos instantesmuynerviosaconlosdedosmetidosentresusblancasmallasylapieldel tobillo,hasta llegar angustiada a la planta del pie. ¡Hasta allí se había escurrido lamonedamágica!Menosmal, ¡qué alivio! ¡Miranfú!Mira que si la hubierallegadoaperder.

Ensuslabiossedibujóunasonrisadefelicidad.Acababadenotarqueunalucecitaseleencendíapordentrodelacabezaamaneradebombilladibujadaenlanubecitadeuncómic.Habíatomadosudecisión.

Metiólallaveenlacerraduradelportalyloabriódespacito.Elfríodelacalle fue para ella como una bocanada de estímulo. Estaba espabiladísima.Ahorase tratabasimplementedeesquivaraPeter,quenopodíaservirlemásquedeestorboensupropósito,segúnhabíaquedadodemostrado.

Así, agachándose por detrás de los coches aparcados en la acera deenfrente a la de las limusinas, agazapada a trechos tras los contenedores debasura,alcanzó,atravésdedesmontesycallejuelas,lacuestaquepartiendodeMorningside Park bordea la fachada sur de San Juan el Divino. Pensóvagamentequeporaquellosbarrios,talveznodemasiadolejosdeallí,existióentiemposunalibreríaqueellanuncahabíallegadoaconocer:ElReinodelosLibros.

EltaxistaqueseparóenÁmsterdamAvenueparaatenderalasaparatosasseñalesdeaquellaniñavestidaderojoibayaderetirada.Pero,apesardeque

a sus sesenta años ya no había nada en Manhattan capaz de provocar suextrañeza,unacuriosidadsuperioraéllehabíahechofrenarenseco.Lacalle,poraqueltramo,estabacasicompletamentedesierta.

—¿Hacia dónde vas?—preguntó, bajando la ventanilla y mirándola dearribaabajo.

—¡ABattery Park!—fue la respuesta clara y contundente de la niña, altiempoqueagarrabaelpicaporteyabríalapuertaamarilladeltaxi.

El hombre puso en marcha el taxímetro y la miró otra vez antes dearrancar.Ellasehabíaacomodadotranquilamente,conunaactituddesafianteysegura,totalmenteimpropiadesuedad.

—Ditúqueporquemepilladecamino—comentóeltaxista—.Porquesinoyaaestashoras…

—Mealegrodequelepilledecamino—contestólaniñaserenamente—.Paramítambiénhasidounasuertegrande.

Eltaxistaseabstuvodemomentodehacermáscomentarios.Peronopodíadejardemirarladevezencuandoporelespejoretrovisor,atentoacualquierdatoquepudieraservirledepistasobresuidentidad.Noteníaporcostumbremolestar a sus viajeros con pregunta ninguna. Pero los gestos exactos ytranquilos de aquella extraña pasajera le sumían en la mayor perplejidad.Parecía totalmente ajena a cuantopudiera desarrollarse a su alrededor.Unasvecesconsultabaunplanoque llevabadesplegado juntoaellaenel asiento,iluminándoloconunalinternita.Otrashurgabaenlabolsaderasoylentejuelasdedondehabíasacadoaquellalinternita.Otrassequedabaextáticayconlosojos fijos en un punto invisible. Pero en ningúnmomento se borraba de surostrounasonrisaqueparecíatransfigurarla.

Fue un trayecto totalmente silencioso. Pero cuando ya estaban llegandocerca de su destino, el taxista, venciendo una timidez que no le eraprecisamentehabitual, seatrevióavolver lacabeza,aprovechando laparadadeunsemáforo,yapreguntar:

—¿Dóndequieresquetedeje,guapa?

—Cercadelaestacióndelferry,porallí.Nohacefaltaquellegue.

—Peroel ferryaestashorasnofunciona—comentóel taxista—.¿Nolosabes?

—Sí,claro,yalosé.

—¿Puesentonces…?

—¿Entonces,qué?—contestólaniñacortante.

—QuequésetehaperdidoatiaestashorasenBatteryPark.

—Podría contestarle que es asunto mío. Pero ya que le produce tantacuriosidad,lediréquehequedadoallíconunaamiga.

Cuando el taxi se paró, la niña consultó el precio de la carrera en eltaxímetro y arrojó unos billetes arrugados en el cauce ovalado de metalincrustadoenlacristaleradeseparación.Inmediatamente,abriólaportezuelayseechóacorrer.

—¡Peroaquísobramucho!—exclamóeltaxista,bajandolaventanilla.

Laniñasedetuvoalaentradadelparqueylemirósonriendo,mientrasledecíaadiósconlamano.

—¡Quédeseconlavuelta!¡Sonvilespapeluchos!

Eltaxista,mientraslamirabadesaparecercorriendoentrelasfrondascomounasaeta,sequedómascullando:

—Loquemeextrañaesquenohayamáscrímenesdelosquehay.¡Miraquedejarsalirsolaaestashorasaunachiquilladesemejanteedad!Noséenquéestaránpensandolospadres.

Sara, antes de introducir nuevamente la moneda en la ranura del postejunto a la alcantarilla, se acordó de una cosa. No había leído todavía elpapelitoquelediomissLunatic.Lehabíadichoqueloleyeraenlacama.Peroasaberdóndeacabaríaelladurmiendoesanoche.Asíquesesentóenelsueloylosacódelabolsa.Eraunpapelcolormalva,peromuchomásgrandequeelquesacóeldíadesucumpleañosdelpastelitoquelepusierondepostreenelchino, donde decía que mejor se está solo que mal acompañado. Se quedóunos instantes paralizada. ¡Ayer! ¿Pero su cumpleaños había sido ayer?Bueno,resultabaincreíble.Mejornopensarenello.

Desplegóelmensajeyloleyóalaluzdesulinternita.Decía:

Notehicenicelestialniterrenal,

nimortalniinmortal,conelfinde

quefueraslibreysoberanoartífice

detimismo,deacuerdocontudesignio.

Ydebajo ponía entre paréntesis: (Pico dellaMirándola, Juan—.Filósoforenacentistaitaliano,aficionadoalamagianatural.Murióalos31años).

Metiólamonedaenlaranura,dijo:«¡Miranfú!»,sedescorriólatapadelaalcantarilla y Sara, extendiendo los brazos, se arrojó al pasadizo, sorbidainmediatamente por una corriente de aire templado que la llevaba a laLibertad.