Capitan ANTONIO COSTA. UNA TUMBA EN DINAMARCA

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  • 8/9/2019 Capitan ANTONIO COSTA. UNA TUMBA EN DINAMARCA

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    Capitan ANTONIO COSTA. UNA TUMBA EN DINAMARCA.

    (El Capitn Antonio Costa).

    PorArturo Prez-Reverte.

    Desde hace doscientos dos aos, en un lugar perdido de la costa danesa frente a laisla de Fionia, donde siempre llueve y hace fro, hay una tumba solitaria. Tiene una cruz ydos sables cruzados sobre una lpida, y est pegada al muro del cementerio de SanCanuto, en Fredericia. De vez en cuando aparece encima un ramo de flores; y a vecesese ramo lleva una cinta roja y amarilla. Esto puede llamar, tal vez, la atencin de quienpase por all sin conocer la historia del hombre que yace en esa tumba. Por eso quierocontrsela hoy a ustedes.

    Se llamaba Antonio Costa, y en 1808 era capitn del 5. escuadrn del regimiento delAlgarbe: uno de los 15.000 soldados de la divisin del marqus de la Romana enviados aDinamarca cuando Espaa todava era aliada de Napolen. Despus del combate deStralsund, la divisin haba pasado el invierno dispersa por la costa de Jutlandia y las islasdel Bltico. Al llegar noticias de la sublevacin del 2 de Mayo y el comienzo de lainsurreccin contra los franceses, jefes y tropa emprendieron una de las msespectaculares evasiones de la Historia. Tras comunicar en secreto con buques inglesespara que los trajesen a Espaa, los regimientos se pusieron en marcha eludiendo lavigilancia de franceses y daneses. Por caminos secundarios, marchando de noche y de

    isla en isla, acudieron a los puntos de concentracin establecidos para el embarque final.Unos lo consiguieron, y otros no. Algunos fueron apresados por el camino. Otros, comolos jinetes del regimiento de Almansa, recibieron en Nyborg la orden de sacrificar suscaballos, que no podan llevar consigo; pero se negaron a ello, les quitaron las sillas y losdejaron sueltos: medio millar de animales galopando libres por las playas. En Taasing,vindose perseguidos por los franceses y cortado el paso por un brazo de mar que losseparaba de la isla donde deban embarcar, algunos del regimiento de caballera deVillaviciosa cruzaron a nado, agarrados a las sillas y crines de sus caballos. De ese modo,cada uno como pudo, aquellos soldados perdidos en tierra enemiga fueron llegando aLangeland, y 9.190 hombres slo unos pocos menos que los Diez Mil de Jenofontealcanzaron los buques ingleses que los condujeron a Espaa; donde, tras un azaroso

    viaje, se unieron a la lucha contra los gabachos.

    Como dije antes, no todos pudieron salvarse: 5.175 de ellos quedaron atrs, enmanos de los franceses. Algunos terminaran alistados forzosos en el ejrcito imperial, enla terrible campaa de Rusia a ellos dediqu hace diecisiete aos la novelita La sombradel guila. Otros se pudrieron en campos de prisioneros, o quedaron para siempre bajotres palmos de tierra danesa. El capitn Antonio Costa fue uno de sos. A causa de laindecisin de sus jefes, el regimiento de caballera del Algarbe perdi un tiempo preciosoen emprender su fuga hacia la isla de Fionia, donde deban embarcar. Por fin, cuandoCosta, un humilde y duro capitn, tom el mando por propia iniciativa, desobedeci a sussuperiores y se llev a los soldados con l, ya era demasiado tarde. En la misma playa,

    casi a punto de conseguirlo, el regimiento fugitivo vio bloqueado el paso por el ejrcitofrancs, con los daneses cortando la retirada. Furioso, el mariscal Bernadotte exigi larendicin incondicional, manifestando su intencin de fusilar a los oficiales y diezmar a la

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    tropa. Entonces el capitn Costa avanz a caballo hasta los franceses y se declar nicoresponsable de todo, pidiendo respeto para sus soldados. Luego, no queriendo entregarla espada ni dar lugar a sospechas de que haba engaado o vendido al regimientollevndolo a una trampa, se volvi hacia sus hombres, grit Recuerdos a Espaa deAntonio Costa! y se peg un tiro en la cabeza.

    As que ya lo saben. sta es la historia de esa lpida pegada al muro del cementeriode San Canuto, en Fredericia, Dinamarca. La tumba solitaria de uno que quiso volver ypelear por su patria y su gente. Reconozco que eso no suena polticamente correcto,claro: pelear. Esa palabra chirra. Tan fascista. Nuestra ministra de Defensa habracriticado, supongo, la intransigencia dialogante del tal Costa maneras autoritarias y pocobuen rollito, misin que no era estrictamente de paz, gatillo fcil; y monseor Rouco,nuestro simptico pastor de ovejas, su falta de respeto a la vida humana, empezando porla propia, incluido un serio debate sobre si, como suicida, tena derecho a yacer en tierraconsagrada, o no lo tena igual hasta era partidario del aborto, el malandrn. Lo mo esms simple: el capitn Costa me cae de puta madre. Su tumba solitaria me suscita unpuntito de ternura melanclica. Ese cementerio lejano, frente a un mar gris y extranjero.

    Por eso hoy les cuento su vieja, olvidada historia. Por si alguna vez se dejan caer por all,o estn de paso por las islas del Norte y les apetece echar un vistazo. A lo mejor hastatienen unas flores a mano.

    Arturo Prez-Reverte