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1 11. CARACTERES GENERALES DEL DERECHO HISPANO-VISIGODO: B) ASPECTOS INTERNOS 1. La formulación expresión del Derecho visigodo. Al margen de cuál fuera, en uno u otro momento, el ámbito de vigencia espacial del Derecho desarrollado en la España visigoda, interesa aquí la consideración de la forma de creación del mismo y de expresión de sus manifestaciones normativas. A este respecto debe tenerse presente, ante todo, el precedente consuetudinario de los derechos germánicos anteriores a la época de las invasiones. Entre los pueblos germánicos, en efecto, el Derecho revestía un carácter eminentemente nacional, popular, emanado de la conciencia colectiva de sus miembros. Por ello, más que establecido o promulgado como norma para el futuro, el Derecho era “declarado” en el seno de las asambleas generales de hombres libres del pueblo, mediante a modo de encuestas for- muladas entre todos los asistentes, o entre los ancianos o los más reputados del grupo, como respuestas o soluciones a adoptar ante los casos concretos que se presentaban a su examen o enjuiciamiento. De este estadio de vivencia consuetudinaria, con transmisión verbal y tradicional del Derecho por parte de los pueblos germánicos, se pasó a una fase de legislación escri- ta a raíz del establecimiento de los mismos en las diversas provincias del Imperio con la fundación de verdaderos reinos asentados en el territorio de las mismas: visigodo, fran-

Caracteres de D° Visigodo

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11. CARACTERES GENERALES DEL DERECHO

HISPANO-VISIGODO: B) ASPECTOS INTERNOS

1. La formulación expresión del Derecho visigodo.

Al margen de cuál fuera, en uno u otro momento, el ámbito de vigencia espacial

del Derecho desarrollado en la España visigoda, interesa aquí la consideración de la

forma de creación del mismo y de expresión de sus manifestaciones normativas.

A este respecto debe tenerse presente, ante todo, el precedente consuetudinario

de los derechos germánicos anteriores a la época de las invasiones. Entre los pueblos

germánicos, en efecto, el Derecho revestía un carácter eminentemente nacional, popular,

emanado de la conciencia colectiva de sus miembros. Por ello, más que establecido o

promulgado como norma para el futuro, el Derecho era “declarado” en el seno de las

asambleas generales de hombres libres del pueblo, mediante a modo de encuestas for-

muladas entre todos los asistentes, o entre los ancianos o los más reputados del grupo,

como respuestas o soluciones a adoptar ante los casos concretos que se presentaban a su

examen o enjuiciamiento.

De este estadio de vivencia consuetudinaria, con transmisión verbal y tradicional

del Derecho por parte de los pueblos germánicos, se pasó a una fase de legislación escri-

ta a raíz del establecimiento de los mismos en las diversas provincias del Imperio con la

fundación de verdaderos reinos asentados en el territorio de las mismas: visigodo, fran-

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co, borgoñón, lombardo, etc. Los reyes de estas nuevas monarquías fueron dando a sus

pueblos leyes escritas, generalmente con el asenso de las respectivas asambleas popula-

res, pero también, a veces, sin contar con las mismas. En todo caso, no constituían en

modo alguno considerables cuerpos legales, sino más bien estatutos breves y elementa-

les en los que se fijaban los preceptos de mayor arraigo y tradición en la vida de la co-

lectividad, generalmente de índole penal y procesal. En la historiografía actual suele

darse a este elenco de leyes escritas de pueblos germánicos el apelativo general de leges

barbarorum (por contraposición a las leges romanorum) como comprensivo de las ma-

nifestaciones particulares de cada reino o grupo nacional (lex visigothorum, lex salica,

lex burgundionum, lex baiuwariorum, etc.) aparecidas a lo largo de los primeros siglos

medievales (siglos V a VIII).

El progresivo desarrollo de alguno de estos reinos como el visigodo y, más tarde,

el franco, dio lugar a un fortalecimiento del poder real y, con ello, a la consiguiente am-

pliación de su función legislativa, que fue encauzándose al margen de las asambleas

populares y cuyas manifestaciones tomarían también con el tiempo mayor consistencia

y volumen.

Aproximándose a nuestro círculo hispánico, podemos afirmar que los visigodos

constituyen el primer pueblo de abolengo germánico del que consta haber formulado

por escrito su propio Derecho, el Código de Eurico, primera de las leges barbarorum,

indudablemente por el ejemplo próximo que tenían en el Imperio romano al que quisie-

ron imitar seguramente en su forma de organizar la vida jurídica. La creación del Dere-

cho en el naciente reino visigodo adquirió bien pronto una índole oficial, fruto del ejer-

cicio de la autoridad pública, real o provincial. Y en el transcurso de su Historia revistió

aquella una variedad de formas de expresión de distinta naturaleza y estructura.

Las procedentes de la autoridad regia tuvieron en su origen un predominante

carácter edictal. Parece indudable, en efecto, que las escasas y casi desconocidas leges

emanadas de algunos caudillos godos durante la estancia de su pueblo en el Mediodía

de las Galias constituían más bien edictos o normas particulares sobre situaciones con-

cretas, promulgadas por aquellos actuando a la manera de gobernadores o prefectos de

la administración imperial romana, con la que seguían oficialmente conectados.

Pero con la independización y fundación de un nuevo Estado, la actividad legis-

lativa de los monarcas godos alcanzó un nivel más elevado y sus manifestaciones posi-

tivas adquirieron el relieve de verdaderos cuerpos legales, más amplios en contenido y

con mayor fuerza y vinculariedad. Registramos, en efecto, la promulgación de verdade-

ros códigos, con regulación sistemática de instituciones de Derecho privado, penal y

procesal, tales los llamados Códigos de Eurico y de Leovigildo (con la salvedad de su

posible carácter edictal sostenido por d’ORS); pero también advertimos una legislación

particular, de circunstancias, constituida por las numerosas leyes singulares o aisladas

(de uno o pocos capítulos), de diferentes monarcas a partir de Recaredo y con evidente

propósito de imitar las constituciones imperiales. Y, asimismo, no faltaron tampoco las

recopilaciones o amplias colecciones de las leyes promulgadas separadamente y en dis-

tintos momentos, pero reunidas y clasificadas como vigentes bajo cierto orden sistemá-

tico (eventualmente, junto con otra clase de textos) a las que se confería sanción oficial

(así, la llamada Lex Romana Visigothorum o Breviario de Alarico, recopilación de leges

y iura del Derecho romano postclásico, y el Liber Iudiciorum, colección definitiva de

leyes dictadas por los monarcas godos).

Todas estas manifestaciones legislativas de la monarquía visigoda no tenían pro-

cedencia popular, no eran resultado de la labor de asambleas generales (que muy pronto

desaparecieron en el reino godo-hispánico), sino fruto de la actividad real, de la función

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legislativa que los monarcas se atribuyeron considerándose como sucesores de la auto-

ridad imperial fenecida en Occidente.

Antonio Muñoz Degrain: La conversión de Recaredo en el Tercer Concilio de Toledo

Hay que señalar, con todo, que en el ejercicio de esta función legislativa, los

reyes visigodos no actuaron, como es lógico, de una manera estrictamente personal.

Contaron, desde luego, con el asesoramiento técnico de juristas –de extracción romana

en los primeros tiempos- que elaboraron la redacción de los textos. Pero ya organizado

el reino, tuvo un papel importante en esta actividad legislativa el órgano político básico

que rodeaba al monarca y le asistía en los diferentes aspectos de gobierno, a saber, el

gran consejo de nobles o primates, constitutivo del Aula Regia. Por lo menos tuvo una

función de presencia, ya que ante la misma consta que se efectuaba la publicación de las

leyes por parte del soberano; pero es posible, incluso, que algunos de sus miembros co-

laboraran en su preparación. Y de manera muy especial debe registrarse, asimismo, des-

de el período católico, la notoria participación de los Concilios de Toledo, las asambleas

ordinarias de la jerarquía episcopal hispana, en la promulgación de las leyes, no tanto en

fuerza de su naturaleza o significación política como de su ascendente moral sobre el

reino y sus elementos directivos, que daba pie a que los monarcas sometiesen a su pre-

via consideración las principales disposiciones legislativas y, a su vez, confirmasen con

sanción real determinados acuerdos de índole canónica. En la discusión de los aspectos

políticos o civiles del reino el Concilio actuaba conjuntamente con miembros del Aula

Regia y así algún autor –ABADAL- no duda en considerar a los mismos como las su-

premas asambleas legislativas del Estado.

Finalmente, el Derecho oficial adoptó también una formulación de rango inferior

y de ámbito territorial más reducido en los edictos de determinados gobernadores regio-

nales y provinciales, bien como desarrollo de la ley general, bien para aplicación de la

misma a especialidades del círculo o distrito respectivo.

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2. Elementos integrantes del Derecho hispano-godo.

El Derecho hispano-godo se nos presenta en su esencia y contenido como inte-

grado por diferentes elementos constitutivos, como resultado de diversos ingredientes o

influencias, nutriendo su savia de raíces varias. Los elementos básicos de su estructura

pueden resumirse sustancialmente en: a) un fondo romano; b) una aportación germáni-

ca; y c) un influjo canónico. Pero la conjunción de estos elementos, como señaló TO-

RRES, ha podido traducirse en una síntesis peculiar y fecunda, ha cristalizado en un

sistema con propia personalidad, que con razón puede calificarse de hispano visigodo.

En torno a la importancia y alcance respectivos de estos elementos en la compo-

sición del conjunto, no ha existido siempre una unánime ponderación. Antaño se daba la

primacía al sustrato germánico. Hoy día, sin embargo, se va abriendo paso cada vez de

manera más patente la valoración del fondo romano. Los recientes estudios romanísticos

proyectados sobre las fuentes del Derecho visigodo desvelan en ellas un mayor grado de

romanización del que tradicionalmente se había supuesto.

El fondo romano es, pues, el fundamental y al mismo debemos referirnos en

primer término. Desde luego todos los autores, incluyendo los germanistas, están de

acuerdo en que el Derecho visigodo es el más romanizado de todos los ordenamientos

escritos de los reinos germánicos de Occidente. Este fenómeno es fácilmente explicable

atendiendo a la intensa romanización de cultura y costumbres experimentada por el

pueblo visigodo durante su prolongado contacto con el Imperio, en su estancia de

Oriente, durante sus correrías a través de Occidente (especialmente su tránsito por Ita-

lia) y sobre todo su medio siglo de establecimiento y convivencia con población romana

(reparto de tierras, alojamiento militar, etc.) en el sur de las Galias. Hay que subrayar,

especialmente, en este punto, la vecindad con una de las zonas más romanizadas del

Imperio, como era la Provenza, donde tenía su sede el Prefecto del Pretorio de las Ga-

lias (una especie de vice-emperador), con su corte de juristas y altos funcionarios de la

administración provincial. A este fenómeno de base debe sumarse la consideración de

que los primeros reyes visigodos intentaron actuar como unos continuadores del Impe-

rio, sin propósitos de destruir sus estructuras y su espíritu, antes bien de aprovechar sus

valores culturales y su organización jurídica para encauzar la marcha del nuevo Estado.

No dudaron que aquel Derecho y aquellas estructuras que habían sostenido el edificio

del Imperio podrían ser las más aptas para fundamentar, a su vez, la continuación del

mismo a nivel territorial.

No es de extrañar, pues, que en la elaboración de su nuevo sistema jurídico se

inspiraran básicamente en el Derecho romano. Pero tampoco es de extrañar que este

Derecho modelo fuera no el brillante de la época clásica, sino el Derecho romano tardío

o postclásico, que era el que pudieron conocer y admirar y que bien sabemos se distin-

guía por una notoria simplificación y vulgarización conceptual respecto a aquél de la

época anterior. Hay que señalar también en esta ponderación del influjo jurídico post-

clásico la participación del elemento helenístico oriental que pudo hacerse sentir ya du-

rante la estancia en la Dacia y que tal vez se reavivaría, siglos después, ya en el reino

godo español, al socaire de la permanencia de los bizantinos en el sur de la Península. Y

tampoco debe preterirse la admisión en este complejo formativo de concepciones de

Derecho romano vulgar, es decir, de prácticas jurídicas provinciales propias de las re-

giones de la Galia y de Hispania, sede inicial del asentamiento visigodo.

La participación o influencia de este elemento romano, en general, es apreciable

ya de manera notoria desde la primera fuente escrita conservada, el Código de Eurico, y

se acentúa indudablemente en la revisión de Leovigildo. Las leyes posteriores se mue-

ven en la misma línea y es posible, incluso, que los círculos cultos y letrados, los redac-

tores de las leyes de Recesvinto y de su compilación (Liber Iudiciorum) conocieran y

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manejaran las obras de Justiniano, inspirándose en ellas para la redacción de diversos

preceptos.

Esta romanización de la legislación visigoda alcanza su plenitud en uno de sus

textos, el Breviario de Alarico. En realidad aquí no puede hablarse ya de mayor o me-

nor grado de influencia de Derecho romano en su composición, puesto que, según

hemos apuntado, el Breviario, también llamado Lex Romana Visigothorum, no era más

que una compilación compendiada de los textos de Derecho romano vigentes entre la

población romana de las provincias ocupadas por los visigodos. Aquí se trata de una

recepción o transcripción pura y simple de textos romanos elaborada bajo el mandato de

Alarico II. En rigor, este texto ya es todo él Derecho romano y debe quedar, por su pro-

pia naturaleza, “fuera de serie” de la detectación romanista de la legislación estricta-

mente visigoda.

Moneda de Alarico II

Si el ingrediente romano es fundamental, no debe, por ello, desdeñarse la aporta-

ción germánica en el cuerpo de la legislación visigoda, aunque sea menor que aquél.

Este elemento germánico se basa en el trasfondo consuetudinario, patrimonio del anti-

guo pueblo visigodo, muy emparentado lógicamente con el complejo jurídico de los

otros pueblos germánicos, especialmente del tronco ostrogodo y del noruego-islándico,

afines por procedencia étnica y geográfica. A pesar del aludido proceso de romaniza-

ción, es evidente que no podrían desterrarse fácilmente inveterados usos y costumbres

en el seno de la vida familiar o colectiva, de tipo penal o procesal, de índole militar, etc.

Estos vestigios de germanismo jurídico se advierten en cierta proporción en el contexto

del Código de Eurico, pero se van esfumando progresivamente en la legislación poste-

rior, al compás de los avances romanizantes. Sin embargo, es curioso advertir una re-

aparición esporádica de brotes germanistas en las fases más avanzadas del proceso le-

gislativo, en la legislación de los últimos monarcas visigodos.

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Para algún autor, como d’ORS, que parte de una anterior y plena romanización,

estas huellas regresivas en la vida jurídica visigoda, meros residuos de germanismo,

sólo pueden explicarse por influencias exteriores coetáneas, concretamente de la legis-

lación del vecino reino franco, el más conservador del germanismo. Otros autores, como

SANCHEZ ALBORNOZ, estimado improbable tal influjo franco, creen que se trata de

la permanencia del antiguo fondo consuetudinario germánico, no desaparecido en el

transcurso de aquellos siglos y que, al calor de ciertas circunstancias de crisis, logra

hacer acto de presencia en el seno de algún precepto tardío.

Finalmente también debe registrarse en la integración del sistema hispano-godo

los influjos del Derecho canónico y, en general, de los principios religiosos y morales

profesados por la Iglesia Católica. Estas influencias resultan visibles ya desde los prime-

ros cuerpos legales, seguramente a través de la recepción romanista, pero especialmente

son patentes en la legislación posterior a Recaredo, del período católico (siglo VII), y

por consiguiente de manera más ostensible en el Liber Iudiciorum. Las ideas de los pa-

dres y escritores eclesiásticos de la época, especialmente de San Isidoro, se dejan sentir

en el espíritu y aún en la redacción de las leyes; y, además, la intervención ya apuntada

de los Concilios de Toledo en el proceso legislativo, revisando y corrigiendo las dispo-

siciones reales sometidas a su examen constituía un conducto eficaz de cristianización

de las normas jurídicas y de proyección en las mismas de las concepciones teológicas y

disciplinarias mantenidas por la Iglesia. Este influjo canónico se refleja, por ejemplo, en

la aceptación de los principios de la doctrina católica sobre el poder público, de los de-

beres del rey y los súbditos, de la sujeción del monarca a la ley, al bien de la comuni-

dad, etc.

Murillo: San Isidoro de Sevilla

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Aunque cae fuera del campo estricto del Derecho secular, nos parece oportuno

dejar constancia aquí de la formación en el seno de la Iglesia Católica y para su discipli-

na propia, de un cuerpo de normas jurídicas emanadas de la potestad pontificia y de los

acuerdos (cánones) de los Concilios generales o provinciales. Este Derecho canónico,

de formación algo dispersa desde la época bajo-imperial y durante los primeros siglos

medievales, fue objeto de colecciones de sus normas, por lo menos de los cánones con-

ciliares más extendidos, con vigencia más bien regional o nacional. Y debemos señalar,

precisamente, la formación en la España visigoda de una de tales colecciones, la llama-

da por ello Hispana, que gozaría de gran predicamento dentro y fuera de la Península

durante varios siglos. La Hispana, como lex canonica y el Liber, como lex civil, consti-

tuirían el doble monumento jurídico que presidiría la vida secular y religiosa de nume-

rosas generaciones.

3. Validez efectiva del sistema legal visigodo. Su aplicación práctica.

Otro punto cuestionable en la problemática entrañada por el sistema jurídico

hispano-visigodo es el relativo a la mayor o menor efectividad de aplicación en la

práctica obtenida por la legislación de los monarcas visigodos (con independencia de

que teóricamente su ámbito de vigencia espacial, en la primera época, debiera alcanzar a

todos los súbditos o sólo a los de nacionalidad visigoda). Con ello se conecta el interro-

gante sobre la persistencia y desarrollo de un Derecho consuetudinario, mantenido vivo

por debajo del legal, y aún de la vigencia de otras formas jurídicas, al margen del orde-

namiento oficial impuesto coactivamente.

Hay que afirmar, desde luego, como postulado indiscutible que existió por parte

de los monarcas visigodos un propósito firme y absoluto de imponer la ley, el Derecho

escrito, como único ordenamiento aplicable en la realidad, desterrando de la práctica el

recurso a la costumbre o al arbitrio judicial. Los testimonios en este sentido son contun-

dentes y se remontan, por lo menos, a los tiempos de Leovigildo, ratificados en precep-

tos recesvindianos, ya de neto carácter territorial. Pero cabe preguntar si tales pretensio-

nes tuvieron la eficacia perseguida o, por el contrario, no lograron desplazar totalmente

la aplicación efectiva de otros principios jurídicos, prácticas y costumbres distintos de

los proclamados en el cuerpo de las leyes. La carencia de los llamados documentos de

aplicación del Derecho durante esta época –salvo un Formulario, poco concluyente a tal

respecto- nos impide obtener la comprobación de esta realidad y ha dado pie a la formu-

lación de diferentes conjeturas en torno a tal cuestión.

La mayoría de los autores están acordes en dudar seriamente que el Derecho

visigodo legal (concretamente el cristalizado en el Liber Iudiciorum, de vigor general

para todo el reino y sus habitantes) lograra una aplicación absoluta y total en la práctica,

en el desarrollo ordinario de las relaciones surgidas entre los moradores del país. Esti-

man que la tendría mayor en los círculos oficiales: en la corte, en las capitales de pro-

vincia o sedes de la administración, donde jueces y funcionarios contarían con medios a

su alcance para llevar a efecto la aplicación de las leyes en sus respectivos ámbitos y

exigir su cumplimiento efectivo por los interesados.

Pero, en cambio, en los sectores más distanciados de esta vida oficial, tanto por

razones geográficas (regiones alejadas de los centros de poder, con difícil comunica-

ción) como políticas (círculos más o menos autónomos o ciertos medios rurales y lati-

fundistas), la aplicación del Derecho oficial sería sin duda más relativa y deficiente,

habida cuenta de la progresiva discordancia de la legislación real con las convicciones

jurídico-populares de tales medios así como de aquella debilidad de la monarquía visi-

goda y de sus resortes del poder agravada justamente en los últimos tiempos de la mis-

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ma. Así ha podido pensarse, por ejemplo, que entre los habitantes de las zonas de origi-

nario asentamiento visigodo y suevo (especialmente en la Meseta superior de la Penín-

sula) persistirían numerosas costumbres y prácticas de abolengo germánico, arcaicas y

bárbaras muchas de ellas, no eliminadas a pesar de todos los esfuerzos romanizantes y

cultos de los monarcas, con hondas raíces de vida popular, manteniéndose vivas y loza-

nas a despecho de las prohibiciones legales. Algunas de tales prácticas y costumbres

parecen transparentarse, en efecto, en las aludidas Fórmulas y en alguna de las leyes

añadidas al Liber en las postrimerías del reino.

Los germanistas (HINOJOSA, MELICHER, etc.) hicieron especial hincapié en

la persistencia de este antiguo Derecho germánico consuetudinario conservado a espal-

das de la legislación cada vez más romanizada. Se ha pensado, asimismo, en una con-

servación y vivencia análogas de costumbres y usos jurídicos primitivos, de cuño pre-

rromano o romano vulgar, en aquellos pueblos en que gravitaba con más fuerza la anti-

gua tradición hispánica, especialmente los de la zona norteña (Asturias, Cantabria, Vas-

conia), apenas romanizados y menos permeables todavía a la acción política visigoda

(GARCIA GALLO). Se ha hecho notar a este respecto que la simplicidad y primitivis-

mo que asemejaban las costumbres de raíz germánica a las hispanorromanas de los me-

dios rurales del Bajo Imperio (continuidad o retoño de las épocas anteriores) había po-

dido facilitar la fusión con ellas, aproximando ambas formaciones jurídicas populares.

La dicotomía de Derecho legal visigodo y Derecho consuetudinario (germánico

o germanizado) progresivamente divergentes, cobró en la mente de algunos autores

(como MELICHER) los caracteres de una verdadera lucha entre uno y otro, que termi-

naría en realidad con un gran triunfo del Derecho consuetudinario al producirse el cata-

clismo que acabaría con el Estado visigodo. Una tradición respetable (FICKER, HINO-

JOSA, MELICHER, etc.), cree, efectivamente, que estas costumbres populares, repri-

midas y asfixiadas por el aparato estatal visigodo, aflorarían de nuevo a la superficie,

impregnando el Derecho vivido por la población cristiana en los primeros siglos de la

Reconquista.

Pero no faltan autores que estiman notoriamente exagerada esta supuesta inefi-

cacia práctica del Derecho oficial visigodo y la relevancia de un Derecho consuetudina-

rio de procedencia germánica o prerromana que pudiera enfrentarse victoriosamente con

el primero. Opinan, contrariamente, que el Derecho legal visigodo se aplicaría a todos

los territorios de la monarquía y que faltan datos positivos sobre la pretendida subsis-

tencia real de aquellos ordenamientos populares. A su entender, difícilmente podían

éstos haber sobrevivido después de varias centurias ante el desarrollo más perfecto del

Derecho romano así como del Derecho legal visigodo, que venía a continuar su evolu-

ción dentro de la tendencia postclásica (OTERO VARELA).