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1 EL DESACUERDO RAZONABLE EN LA DELIBERACIÓN MORAL EN BIOÉTICA CARLOS ANDRÉS ANDINO ACOSTA Universidad El Bosque Programa de Bioética Bogotá, Colombia 2020

CARLOS ANDRÉS ANDINO ACOSTA

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EL DESACUERDO RAZONABLE EN LA DELIBERACIÓN MORAL EN BIOÉTICA

CARLOS ANDRÉS ANDINO ACOSTA

Universidad El Bosque

Programa de Bioética

Bogotá, Colombia

2020

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EL DESACUERDO RAZONABLE EN LA DELIBERACION MORAL EN BIOÉTICA

CARLOS ANDRÉS ANIDINO ACOSTA, Th., M.Th., M.Sc.

Ensayo como trabajo de grado para optar al título de Magíster en Bioética

Área de investigación: Bioética y Salud

Línea de Investigación: Dilemas y problemas en las prácticas clínicas

Tutor teórico: Boris Pinto, MD., M.Sc., PhD.

Asesores metodológicos: Profesor, Hernando Augusto Clavijo, MD., M.Sc., M.Ed.

Profesor, Jhonatan López Neira, Sclgo., Psic. M.Sc.

Universidad El Bosque

Programa de Bioética

Bogotá, Colombia

2020

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Nota de aceptación:

__________________________________________

__________________________________________

__________________________________________

__________________________________________

__________________________________________

_________________________________________

Firma del tutor

Bogotá, … de …………. de 2020

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Contenido

Resumen ............................................................................................................................... 5

Introducción ......................................................................................................................... 5

1. Sobre la deliberación ................................................................................................. 10

1.1 LA DELIBERACIÓN MORAL ................................................................................ 19

2. Sobre el disenso razonable ........................................................................................ 23

2.1 ACUERDOS Y DESACUERDOS ............................................................................ 25

2.2 LA IMPORTANCIA DEL DISENSO RAZONABLE ............................................. 30

3. Sobre la valoración moral de la vida humana como valor absoluto y estimación de

sacralidad ................................................................................................................................. 43

4. Conclusiones .............................................................................................................. 52

Referencias ......................................................................................................................... 58

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EL DESACUERDO RAZONABLE EN LA DELIBERACION MORAL EN BIOÉTICA

CARLOS ANDRÉS ANDINO ACOSTA

Resumen

La estimación del valor moral sobre la vida humana precede muchos de los procesos deliberativos

en bioética. Son procesos que exigen una deliberación pluralista, y un análisis sobre la valía de los

hechos tanto de evidencia como de valor para ejercer una toma de decisiones prudentes,

reflexionando si aquello que se elige entre los cursos de acción corresponde a justificar el mayor

beneficio posible basado en un interés superior o bien prevalente. En estos procesos deliberativos

los hechos analizados comprometen conflictos de valores diferentes, los cuales refieren acuerdos

y desacuerdos, siendo el consenso final un objetivo perseguido por cierta preferencia en la toma de

decisiones. Pero es necesario también advertir, sobre los desacuerdos, cierta preferencia a omitirlos,

minimizarlos o calificarlos como un problema que habrá que evitar. En este contexto se proponen

algunos argumentos para considerar a los desacuerdos como positivos en la deliberación moral en

bioética, y con ello, reconocer su importancia como un disenso razonable.

Palabras clave: bioética, ética, moral, método deliberativo, consenso, desacuerdo razonable,

valores, hechos, vida humana, pluralismo axiológico, dignidad humana.

Introducción

En las últimas décadas el ser humano ha abierto una infinidad de posibilidades de desarrollo;

es una época que se caracteriza por un amplio desarrollo biomédico, y en el cual hoy, como en

ninguna otra época, ha logrado mayores conocimientos. Este desarrollo ha servido de retrovisor

para avanzar y superar lo anterior para llegar a cosas nuevas, pero al mismo tiempo le permite

Teólogo y Magíster en Teología, Licenciado y Bachiller en Teología, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

Magister y Especialista en Bioética, Universidad El Bosque, Bogotá. Diplomado en: Derechos Humanos: Conflicto y Reconciliación, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá. Calidad y Acreditación en Salud, ICONTEC, Bogotá. Programa de Habilidades Gerenciales, PLEXUS CONSULTORES, Bogotá. Excelencia Competitiva, SINERGIA, Bogotá. [email protected]

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reconocer la incertidumbre presente y futura que le genera el hecho de enfrentarse a un mundo de

posibilidades en las cuales no todo es considerado con certeza, como correcto o incorrecto, debido

a la pluralidad de conocimientos, maneras distintas de pensar, analizar, argumentar, comprender y

creer. En el mismo orden también se reconocen ciertas incertidumbres que generan a los seres

humanos el hecho de ser-existir, el desarrollo de su progreso, sus proyecciones y sus capacidades

para valorar sus aspiraciones y voluntades, elegir y decidir en medio de tantos y diversos contextos,

entendidos estos como un conjunto de circunstancias que rodean una situación. Situaciones que, si

se relegan a tan solo un proceso de análisis se niega la posibilidad de otras perspectivas y aportes

sobre los hechos (factus) y, por lo tanto, su análisis exige un ejercicio pluralista de comprensión en

la que fuere, tal vez, una deliberación y en la que no necesariamente afloran fácilmente acuerdos,

ni mucho menos están a la mano las soluciones, antes bien, generan desacuerdos, desafíos e

incertidumbres. Las diferentes posturas llevan consigo argumentos que se justifican desde

comprensiones valorativas, dando como resultado por la comprensión de los hechos, posibles

conflictos éticos y morales en sus valores y estimaciones diferentes. Es importante anotar que el

pluralismo moral considera que las diferentes estimaciones de ciertos valores podrían ser válidas,

fundamentales y correctas en la misma importancia e igualdad, aun estando en desacuerdo unas

con otras. Por lo anterior la bioética como un saber práctico y reflexivo extiende su campo de

acción al análisis de las dimensiones éticas en sus situaciones concretas, mediante un proceso

deliberativo y pluralista con el propósito de profundizar la comprensión de fenómenos axiológicos

complejos y, cuando es posible, contribuir en los procesos de toma de decisiones que correspondan

a justificar el mayor beneficio posible basado en un interés superior o bien prevalente en situaciones

de incertidumbre moral.

Todos los seres vivos suponen una preocupación e interés particular para la bioética, pero de

manera particular el ser humano y, con él, sus acciones y su actuar referido en su valoración ética

y moral en el ámbito de toda vida. La bioética pone en ejercicio los principios éticos fundados en

la perspectiva del valor de la vida humana y en la resignificación de su dignidad y autonomía, por

ello, la vida de la que trata la bioética es el modo de vivir o la conducta con relación a las acciones

de los seres humanos en la interacción con su entorno, sobre todo, en aquellas implicaciones éticas

sobre la vida que surgen de la implementación del desarrollo tecnocientífico. Hoy la bioética tiene

un contexto profundo en la deliberación moral, es un saber que responde, aclara y concilia en la

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deliberación, los consensos y disensos de los posibles conflictos de valores y estimaciones

diferentes moralmente. Pero, las anteriores premisas no se podrían justificar si no se establece que

el valor de la vida humana es fundamento de los valores éticos y morales, y que estos valores no

podrían justificarse por fuera de la realidad misma de la vida de la persona humana.

La estimación la vida humana en muchas circunstancias ha dispuesto sendas discusiones porque

siempre refiere cuestiones éticas y morales, entendidas estas como razonamientos cuyos principios

y valores individuales se basan en el desarrollo y cumplimiento de normas o moralidades

representadas desde un lugar (locus) social, y también en hechos sobre la manera de ser o actuar

para un fin objetivo. Sobre los hechos las cuestiones morales pueden considerarse, en sus juicios,

como moralmente correctas o moralmente incorrectas. Para ello, se refieren desde los valores y la

estimación de los mismos, pero cabe rescatar que ninguna cuestión desde la pluralidad moral y de

valores -multiplicidad de perspectivas-, puede ser calificada como estrictamente incorrecta, como

tampoco estrictamente correcta. De esta manera, y sin pretender hacer un listado de cuáles serían

las posibles valoraciones morales de la vida humana, y sin recurrir a casos concretos, se refiere que

el valor moral de la vida humana, ha sido estimado como valor en sí, de derecho universal, absoluto,

fundamental y religioso, inconmensurable e intrínseco.

La estimación del valor moral de la vida humana siempre compromete diversas perspectivas

que exigen un cuidado prudente para no referir ligeramente la calificación de correctas o

incorrectas, sin antes analizar y comprender las circunstancias y situaciones de cada caso particular,

y de las que emergen por lo general acuerdos y desacuerdos. En este contexto, la estimación del

valor moral de la vida humana requiere un proceso deliberativo para la toma de decisiones desde

una justificación bioética. Por lo anterior, tratar de justificar un consenso depende de los hechos

concretos y reales, pero, en su análisis y reflexión es posible que se omitan o minimicen los posibles

desacuerdos surgidos en la deliberación moral. En este sentido, es muy pertinente desde la bioética

realizar el proceso deliberativo sobre la valoración moral de la vida humana. Dadas las diferentes

comprensiones y estimaciones sobre aquello que puede tener un valor moral o no, por cierta

preferencia, el proceso deliberativo trata de ajustarse a buscar consensos para justificar mejor la

toma de decisiones, pero también se toman decisiones prudentes aun con desacuerdos, y se logran

consensos aun por razones distintas. Pero, hay diversas situaciones en las que posiblemente la

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deliberación no sea sinónimo de consenso, lo mismo que el consenso no sea un equivalente de

haber tomado la mejor decisión, dado según el contexto de comprensión en que aquellas decisiones

tomadas no siempre serán garantía de tranquilidad, satisfacción y conformidad para todos los

involucrados.

Presentado así este problema se justifica entonces considerar en este ensayo analítico, la

pregunta: ¿Por qué es importante reconocer el disenso razonable en la deliberación moral en

bioética sobre la valoración moral de la vida humana? Se orienta su desarrollo con el objetivo

general de discernir algunas razones por las cuales es importante reconocer el disenso razonable en

la deliberación moral en bioética, para que esta sea más cercana a lo posiblemente correcto, justo,

mejor, y de mayor interés, buscando siempre causar el mayor beneficio posible. Con los

argumentos de este ensayo sobre la importancia del disenso razonable no se pretende solucionar

los desacuerdos, sino poner un acento no en aquello que, tal vez, se busca para minimizarlos, sino

en la posibilidad de buscar argumentos para considerar su importancia y pertinencia ante las

actuales sociedades culturales, étnicas, seculares y también religiosamente diversas, autónomas,

pluralistas, cambiantes y dinámicas, que exponen problemas, conflictos y dilemas, y con ello,

tantos cuantos desacuerdos que exigen soluciones o aclaraciones.

Por lo anterior, en el primer apartado se argumenta aquello que se refiere sobre la deliberación

para la comprensión del consenso o disenso en la valoración moral, y se fundamenta desde los

argumentos que desarrolla Aristóteles sobre el tema de la deliberación. En su Ética a Nicómaco, se

pregunta si se delibera sobre todas las cosas, y si casi todo es objeto de deliberación, o si sobre

algunas cosas no es posible la deliberación (Ética a Nicómaco, 1112a 20). Pero afirma que sí se

delibera sobre las cosas que pueden ser de otra manera, lo mismo que podría llamarse objeto de

deliberación aquello sobre lo cual se delibera con razón y sano juicio. Poco a poco introduce el

tema de la deliberación y lo hace con una de las características que identifican el proceso

deliberativo: elección y decisión, y refiere su argumento a lo que parece ser más apropiado a la

virtud y al reflexionar, juzgando mejor y de manera prudente, los caracteres de las acciones

morales. Así, la prudencia es una virtud intelectual del ser humano que observa siempre la virtud

moral que se adquiere con la práctica. De esta manera, el ser humano virtuoso y prudente sería

capaz de discernir una acción apropiada y justa en cada caso particular. Por lo anterior, Aristóteles,

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le otorga importancia a la responsabilidad moral que actúa en el arte de saber elegir y decidir bien,

y es por ello que la deliberación es para Aristóteles el arte de elegir aquello que se ha decidido

después de deliberar (Ética a Nicómaco, 1113a 5).

En el segundo apartado se disciernen desde Wilkinson y Savulescu (2018), algunos argumentos

que estos autores refieren para reconocer la importancia del disenso razonable. Cabe precisar que

este apartado no se ajusta a un caso en concreto, ya que estos autores desarrollaron sus análisis y

argumentos a partir de unos hechos particulares como lo fue el caso del niño Charlie Gard, como

tampoco es un análisis de tal caso referido. La tarea se desarrolla más bien en considerar el disenso

razonable válido en aquellas deliberaciones donde incluso se está en desacuerdo. Por consiguiente,

un disenso no se podría calificar como un problema que hay que omitir o minimizar, al contrario,

si surge, puede considerarse como necesario y positivo, pues, puede permitir y favorecer la

aceptación de otras perspectivas pluralistas, profundizar más en los argumentos, y tener la

oportunidad de clasificar, valorar y estimar diferentes opciones para decidir con más prudencia el

curso de acción que contenga las mejores posibilidades de ajustarse al mayor beneficio posible

bajo un interés superior o bien prevalente.

En el tercer apartado se justifican desde Vidal (1991), algunos argumentos que permiten una

comprensión del valor moral de la vida humana como algo inherente al sujeto existente, y

confrontado por una realidad vulnerable que plantea problemas. Su realidad existencial comprende

y refiere en el hecho de ser y existir, entre muchos otros valores, el respeto por el valor de su

dignidad, y también por su disposición a una realidad trascendente desde una concepción religiosa,

desde la cual, el ser humano creyente, percibe el valor moral de la vida humana con una estimación

de sacralidad. En cualquier contexto y circunstancia, según Vidal (2001), se podría considerar que

la estimación moral de la vida humana es el resultado de una justificación del valor absoluto de la

persona, tanto en su carácter óntico como explícitamente ético. Es importante también en Vidal

(2001), el aporte que hace de considerar en la modernidad el pluralismo axiológico y moral como

perspectiva de la ética civil, lo mismo que en la ética cristiana y la moral teológica. Es un pluralismo

que considera al ser humano como centro y cumbre de los valores y la moralidad. El ser humano

tiene una dimensión moral que le otorga dignidad, porque es un ser por sí mismo, no porque se

constituya como tal por la referencia a otro ser, es decir, es autónomo, desligándose así de la

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concepción cristiana de ser heterónomo, dependiente de Dios, sin que por ello se niegue la apertura

a los demás (alteridad), ni su dimensión religiosa o sagrada.

Por último, en todo el desarrollo del ensayo se anotan importantes aportes que hace Gracia

sobre la deliberación, un proceso justificado hoy como un método para la resolución de problemas

concretos en la bioética, y del cual también tiene su metodología para el análisis de los hechos en

cada caso particular conocido como el método deliberativo de Diego Gracia. Pero no es sobre su

método que se refieren estos aportes, sino sobre algunos de los temas que relaciona el mismo

proceso deliberativo en un contexto pluralista, como el análisis y la reflexión de los hechos de

evidencia y de valor de cada situación o caso individual y particular, sobre todo cuando

comprometen conflictos entre valores diferentes; la percepción y estimación del valor moral de la

vida de la persona humana, y la toma de decisiones.

Es sobre el sentido moral que se delibera, y, siguiendo procesos metodológicos de análisis y

reflexión, se recurre a la justificación bioética para resolver problemas concretos. Para Gracia

(2003), la consideración de los hechos prácticos es un elemento importante de su método

deliberativo, por ello, hay que identificar del modo más preciso posible el problema moral, y en su

análisis y reflexión, seguir el hilo conductor que permite descubrir la coherencia de la realidad, y

así, evitar la mera aplicación automática de principios y reglas. Precisamente porque las

consideraciones del lenguaje de la ética postmoderna ya no son del todo centradas en los principios,

ni en los derechos -argumentos que fueron base también para la reflexión bioética- sino con mayor

referencia en los valores. Lo anterior es, quizá, el aporte fundamental que hace Gracia (2014), con

relación a centrar su pensamiento en el énfasis de la deliberación como método, el cual exige

también un cambio de lenguaje en la reflexión bioética, considerándolo como el método más

adecuado para la toma de decisiones prudentes y razonables en condiciones de incertidumbre desde

la centralidad de los valores y sus estimaciones.

1. Sobre la deliberación

Importante es tener en cuenta que, tanto la ética, la moral y la bioética, refieren un profundo

sentido de análisis y reflexión. En esta triada, la ética relaciona un sentido descriptivo, enfocado a

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describir de alguna manera aquellos fenómenos (fainomenon -aparición, manifestación de aquello

más real y concreto-) de la vida moral, para tratar de comprenderlos y explicarlos y, como resultado,

elaborar una posible teoría sobre las acciones y conductas que se analizan y se describen en los

hechos. En el mismo orden la ética refiere un sentido prescriptivo, la cual, desde la descripción de

los fenómenos, logra un análisis, reflexión y comprensión de las situaciones y hechos que

conforman esos fenómenos basadas en posibles teorías que puedan orientar juicios de estimación

moral para referirlo en todo aquello que debe, o debería ser (deberes), y así determinar un proceso

para la toma de decisiones. Contexto que refiere a la deliberación como método adecuado para la

toma de decisiones prudentes y razonables en condiciones de incertidumbre en torno a los

conflictos entre los valores diferentes. La bioética hace de la teoría métodos prácticos como el

proceso deliberativo, asumiendo la responsabilidad de tomar decisiones prudentes a partir del

análisis y reflexión de los valores y sus estimaciones con relación a cada caso particular y sus

hechos reales para aquellos problemas concretos surgidos que exigen ser resueltos o aclarados de

manera práctica. El objetivo de la deliberación es práctico, y la toma de decisiones debe ser

prudente.

El proceso deliberativo concierne la toma de decisiones prudentes aun en medio de

incertidumbres, acuerdos y desacuerdos, dispuesto con algún tipo de metodología y lógica que

exige y se enfoca en el análisis y la comprensión de una serie de acciones y hechos concretos para

lograr después de decidir un resultado específico que se elige de manera prudente, para obtener un

beneficio mayor, interés superior o prevalente. La comprensión es una facultad del ser humano

para percibir las cosas desde una pluralidad de perspectivas y argumentos para tener una idea clara

de ellas, y en la cual se hacen diversas valoraciones y estimaciones sobre la importancia que se le

concede a una persona, y de esta, a sus cosas, valores, situaciones y a sus hechos. Para Gracia

(2003), el concepto deliberación versa sobre las cosas en las que resultan opiniones distintas, así lo

considera cuando refiere que, si todas las opiniones y argumentos coinciden de manera tal, y por

ello, no se da ningún desacuerdo, la deliberación puede llegar a carecer de sentido, por

consiguiente, imposible e inútil. De esta manera, parece que se delibera sobre lo que exige unas

opiniones, es decir, aquello que se puede argumentar y tiene a su favor unas razones, pero también,

y posiblemente, tiene otras en contra; también se delibera sobre lo que es de una manera, pero

también puede ser de otra.

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Gracia (2003), hace un recorrido interesante sobre la palabra latina deliberatio-onis, anotando

su procedencia de la raíz liber. La palabra deliberación, es la traducción del término deliberatio

(deliberatio-onis, -acción y efecto de deliberar), (prefijo de, de-liberare, -declarar-aclarar-; sobre

el verbo liber-are, libertas, -libre-; liber, -pesar, y derivado de libra, -unidad de peso libra).

Libertas, tiene un sentido de no coacción, es decir, no pertenencia a otro (ello, con relación a la

esclavitud y la servidumbre). Y su relativo en griego hace uso de la palabra eleuthería, correlación

significativa de la condición libre. La libertas, era una condición o un estado, diferente de la

expresión liberum arbitrium, entendida como capacidad de elección entre las posibilidades. Esta

expresión procede de los sentidos de peso o libra que tiene la palabra liber, por tanto, es el peso

que se pone en un lado de la balanza para sopesar o ponderar los elementos. Así, la deliberatio

tiene un sentido de ponderación entre diferentes factores y elección entre ellos. Ahora bien, es

importante tener en cuenta que en toda la literatura clásica la electio tiene que ver con la gestión de

los medios, no de los fines de nuestros actos. Respecto a los actos no hay electio (elección) sino

intentio (intención). El fin se intiende, es decir, se comprende, se tiende hacia el, en tanto que los

medios se eligen. Esto significa que la deliberación se limita al abanico de medios disponibles

(cursos de acción), y a la elección entre ellos. Según Gracia (2003), boúleusis y Boulé, era, por

tanto, una instancia de ponderación y consejo.

Gracia (2014), describe también que el término griego para deliberación, boúleusis, se tradujo

al latín como, consilium (consejo), derivado del verbo cónsul, y representaba el ejercicio de

consultar, pedir o dar consejo. Así también deliberatio deriva del verbo delibero, que refería la

acción de pensar, dudar y resolver. Es por ello que el término deliberatio hace referencia a la acción

de deliberar, y consilium a la acción de transmitir lo deliberado. Así, los dos términos significaban,

el primero, deliberar con uno mismo, y el segundo, era dar consejos.

Para el entonces de la Edad Media, comenta Gracia (2014), los clérigos y líderes religiosos

fueron considerados como los mayores y mejores consejeros por aquello de la rectitud de sus

costumbres, y porque eran asistidos, como lo llamaron los teólogos, “gracias de estado”. Esto se

consideró así porque era muy evidente que no todas las personas tenían en cuenta los valores ni

hacían la estimación de los mismos adecuadamente debido a la perversión de sus costumbres. En

aquella misma época, la función del médico era mandar y la del paciente obedecer. “Sólo aquél

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tenía la percepción adecuada de los valores en juego, y sólo él podía deliberar y tomar decisiones

prudentes. A los demás no se les pide otra virtud que la obediencia” (p. 170).

Por lo anterior Gracia (2003), considera que más precisa es la definición clásica que Aristóteles

dice a propósito de la deliberación en su Ética a Nicómaco. El tema de la deliberación en Aristóteles

relaciona una fundamentación moral a priori, pues, sobre esta base refiere que toda la actividad

humana tiene un fin (télos). “Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre

elección parecen tender a algún bien; por esto se ha manifestado, con razón, que el bien es aquello

hacia lo que todas las cosas tienden” (Ética a Nicómaco, 1094a 1-3). Aristóteles expone sus

argumentos que explican un “fin último” relacionando el término felicidad (eudaimonía), como el

fin de los actos y como una actividad del alma según la razón (nous -espíritu, intelecto,

inteligencia), y son aquellas acciones razonables, siendo la función propia del ser humano bueno

vivir una cierta vida prudente y de excelencia, donde cada individuo se realiza de manera tal, y

según sus propias virtudes. Siendo así, “resulta que el bien del hombre es una actividad del alma

de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y

además en una vida entera” (Ética a Nicómaco, 1098a 15-20).

Para Aristóteles “la justicia es la única, entre las virtudes, que parece referirse al bien ajeno,

porque afecta a los otros; hace lo que conviene a otro, sea gobernante o compañero” (Ética a

Nicómaco, 1130a 5). De ahí que se comprenda, el “justo medio” (mesotes) o el “in medio virtus”,

en la elección prudente (phronesis) de las opciones que resultasen entre los extremos. Pero, para

Aristóteles, la virtud de la justicia es la única que no se explica ni se abarca en su totalidad desde

el argumento del “justo medio”. Ésta supone el reconocimiento implícito de los derechos de los

otros. Según Aristóteles, “Entonces, con respecto a la virtud no basta solo con conocerla, sino que

hemos de procurar tenerla y practicarla, o intentar llegar a ser buenos de alguna otra manera” (Ética

a Nicómaco, 1179b 5). Así refiere Aristóteles la prudencia,

En cuanto a la prudencia, podemos llegar a comprender su naturaleza, considerando a qué hombres,

llamamos prudentes. En efecto, parece propio del hombre prudente el ser capaz de deliberar

rectamente sobre lo que es bueno y conveniente para sí mismo, no en un sentido parcial, por

ejemplo, para la salud, para la fuerza, sino para vivir bien en general. Una señal de ello es el hecho

de que, en un dominio particular, llamamos prudentes a los que, para alcanzar algún bien, razonan

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adecuadamente, incluso en materias en las que no hay arte. Así, un hombre que delibera

correctamente puede ser prudente en términos generales. Pero nadie delibera sobre lo que no puede

ser de otra manera, ni sobre lo que no es capaz de hacer (Ética a Nicómaco, 1140a 25-30).

En el mismo orden, define a la prudencia como “un modo de ser racional verdadero y práctico,

respecto de lo que es bueno y malo para el hombre” (Ética a Nicómaco, 1140b 5). El ejercicio de

la phronesis es una acción, y en la terminología aristotélica es un conocimiento práctico o

prudencial, un uso correcto de la razón en condiciones de incertidumbre. Y el camino para realizar

los juicios prudentes es la boúlesis, es decir, la deliberación. En la Ética a Nicómaco de Aristóteles

el concepto deliberación, con referencia al griego, es el verbo bouleúo que significa deliberar

(asistir consejo), conexo del concepto boúlesis (voluntad-propósito-intención), y referente de

boúleusis (deliberación), y con el concepto proaíresis (elección preferencial y decisión deliberada).

Para luego determinar el concepto de bouleutikós, definiéndolo como el capaz de deliberar. Así

estos conceptos se relacionan como una capacidad racional del ser humano que pone en

consideraciones prácticas cuando debe elegir y decidir en la deliberación también con razones

prácticas. Es importante anotar que elegir se comprende como aquella acción que permite clasificar

y valorar las diversas posibilidades que refieren los cursos de acción disponibles. Y decidir, es la

determinación que confirma la elección, considerando las diversas consecuencias que podría traer

la toma de decisiones.

En la Ética a Nicómaco, Aristóteles propuso la deliberación como el procedimiento

fundamental en la ética. La razón práctica es deliberativa porque cada individuo delibera consigo

mismo cuando toma una decisión personal y, cuando se ha de discutir cuestiones que nos afectan,

se debe deliberar con los demás. Para Aristóteles nadie delibera acerca de cosas que son invariables,

sino sobre cosas que pueden realmente ser de otra manera. Pero, es difícil a veces decidir cuál

alternativa se debería elegir, y cual tolerar, pero, peor, sobre todo, aún más difícil es permanecer

en la decisión tomada, ya que lo que se espera o elige puede causar daño y dolor, aunque siempre

se busque, con la elección de lo que se ha decidido, evitar ciertas consecuencias.

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Dice Aristóteles:

Y elegimos tomar o evitar algo de estas cosas, pero opinamos qué es o a quien le conviene o cómo;

pero de tomarlo o evitarlo en modo alguno opinamos. Además, se alaba la elección más por referirse

al objeto debido, que por hacerlo rectamente; la opinión, en cambio es alabada por ser verdadera.

Elegimos también lo que sabemos exactamente que es bueno, pero opinamos sobre lo que no

sabemos del todo; y no son evidentemente, los mismos los que eligen y opinan lo mejor, sino que

algunos son capaces de formular buenas opiniones, pero, a causa de un vicio no eligen lo que deben.

Si la opinión precede a la elección o la acompaña, nada importa: no es esto lo que examinamos,

sino si la elección se identifica con alguna opinión. Entonces, ¿qué es o de qué índole, ya que no es

ninguna de las cosas mencionadas? Evidentemente, es algo voluntario, pero no todo lo voluntario

es objeto de elección. ¿Acaso es algo que ha sido ya objeto de deliberación? Pues la elección va

acompañada de razón y reflexión, y hasta su mismo nombre parece sugerir que es algo elegido antes

que otras cosas (Ética a Nicómaco, 1112a 5-15).

Aristóteles, poco a poco introduce el tema de la deliberación, y lo hace con una de las

características que identifican el proceso deliberativo, la elección, por ello, refiere su naturaleza

como argumento que parece ser más apropiado a la virtud y al reflexionar, juzgando mejor los

caracteres de las acciones morales. Por tanto, precisa que la elección es evidente como algo

voluntario, pero de ella participa una mayor extensión, no siendo así de la elección. Las acciones

persiguen un deseo, es decir, es una relación con lo que se espera aun en su manifestación de

lejanía. Pero, la elección no es un deseo aun en su manifestación de su proximidad, ya que no hay

elección de lo imposible. Pero el deseo sí puede ser de cosas imposibles (desear o pensar en la

inmortalidad). De este modo el deseo refiere al fin, y la elección a los medios que conducen al fin.

Si se desea estar sano, se trata de buscar y elegir los medios para alcanzar la salud. La elección,

según Aristóteles, tampoco puede ser opinión, ya que esta puede referirse a todo, a algo externo e

imposible si no está al alcance. Las opiniones (endoxa-creencias opiniones) se distinguen por ser

verdaderas o falsas, no por ser buenas o malas, mientras tanto la elección sí puede ser buena o mala.

En este sentido sí se tiene un cierto carácter para elegir lo bueno o malo, pero no por opinar. De

todas maneras, la elección de lo que ha decidido, supera las opiniones que pudieran tener acuerdos

y desacuerdos en el proceso deliberativo.

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De esta manera, Aristóteles deja claro que: “¿Deliberamos sobre todas las cosas y casi todo es

objeto de deliberación, o sobre algunas cosas no es posible la deliberación?” (Ética a Nicómaco,

1112a 20). Sin pretender hacer el listado de sus consideraciones sobre los asuntos en los cuales no

se delibera y sobre los cuales sí se hace una deliberación, es importante anotar lo que escribe

Aristóteles:

Deliberamos, entonces, sobre lo que está en nuestro poder y es realizable, y eso es lo que resta por

mencionar. En efecto, se consideran como causas la naturaleza, la necesidad y el azar, la inteligencia

y todo lo que depende del hombre. Y todos los hombres deliberan sobre lo que ellos mismos pueden

hacer (Ética a Nicómaco, 1112a 30).

Para Gracia (2014), seguidor profundo de Aristóteles, esta última causa que relaciona todo lo

que dependa y pueda hacer el ser humano, es sobre la que opera la deliberación. “Se delibera sobre

lo que puede ser de otra manera, es decir, sobre lo incierto, sobre lo probable. Nuestras decisiones

son siempre de futuro contingente, y por eso sobre ellas tenemos que deliberar” (p. 178).

Así, la definición clásica sobre la deliberación de Aristóteles es:

La deliberación tiene lugar, pues, acerca de cosas que suceden la mayoría de las veces de cierta

manera, pero cuyo desenlace no es claro y de aquellas en que es indeterminado. Y llamamos a

ciertos consejeros en materia de importancia, porque no estamos convencidos de poseer la adecuada

información para hacer un buen diagnóstico. Pero no deliberamos sobre los fines, sino sobre los

medios que conducen a los fines. Pues, ni el médico delibera sobre si curará, ni el orador sobre si

persuadirá, ni el político sobre si legislará bien, ni ninguno de los demás sobre el fin, sino que,

puesto el fin, consideran cómo y por qué medios pueden alcanzarlo; y si parece que el fin puede ser

alcanzado por varios medios, examinan cuál es el más fácil y mejor, y si no hay más que uno para

lograrlo, cómo se logrará a través de este, y este, a su vez, mediante cuál otro, hasta llegar a la causa

primera que es la última en el descubrimiento (Ética a Nicómaco, 1112b 10-15).

Lo anterior es el resumen más preciso de la deliberación para buscar los posibles recursos de

acción y lograr los fines, y de manera prudente saber elegir y decidir. Desde Aristóteles, siempre

será importante recordar que:

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17

A veces lo que investigamos son los instrumentos, otras su utilización; y lo mismo en los demás

casos, unas veces buscamos el medio, otras el cómo, otras el agente. Parece, pues, como queda

dicho, que el hombre es principio de las acciones, y la deliberación versa sobre lo que él mismo

puede hacer, y las acciones se hacen a causa de otras cosas. El objeto de la deliberación entonces,

no es el fin, sino los medios que conducen al fin, ni tampoco las cosas individuales (Ética a

Nicómaco, 1112b 30, -1113a).

Para Aristóteles, “El objeto de la deliberación es el mismo que el de la elección, excepto si el

de la elección está ya determinado, ya que se elige lo que se ha decidido después de la deliberación”

(Ética a Nicómaco, 1113a 5).

Para Gracia (2003), la deliberación, es “un proceso racional, de análisis de las razones que se

aducen a favor y en contra de problemas y asuntos que son objeto de opiniones encontradas, y por

tanto que unos ven de una manera y otros de otra” (p. 62). La deliberación no se realiza sobre la

epistéme (conocimiento), sino más bien sobre la dóxa (la opinión), y sobre la pará-dóxa, (paradoja

-lo contrario-, las opiniones contrapuestas). La deliberación se realiza desde el análisis de los

hechos concretos, los cuales exigen aportar argumentos pluralistas para tener visiones y

perspectivas diferentes, “a fin de tomar una decisión que no podrá ser nunca completamente cierta,

pero sí prudente. La prudencia es esto, la toma de decisiones racionales en condiciones de

incertidumbre. Por eso, las decisiones prudenciales son siempre rectificables” (p. 62). La realidad

de los hechos no siempre es abordada completamente y puede superar toda capacidad de reflexión,

análisis y comprensión, por ello, no hay análisis, reflexión, ni pensamiento humano estricto y

completamente adecuado a la realidad.

No pueden ayudar a los demás, quienes no son capaces de participar activamente en un proceso de

deliberación, es decir, quienes no están dispuestos a escuchar la voz de las cosas, la voz de la

realidad, y cambiar sus ideas en poco o en mucho si llega el caso. La deliberación es un antídoto

contra el fanatismo y la rigidez mental. Quien delibera es consciente de su limitación y del

enriquecimiento que produce la multiplicación de enfoques y perspectivas. Un hecho es siempre

más rico que cualquier perspectiva. Los seres humanos no podemos agotar la realidad de nada, y

eso es lo que justifica la multiplicación de perspectivas. Cuantas más tengamos, más rica será

nuestra aproximación al fenómeno que estemos estudiando. El peligro nunca está en la

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multiplicación de perspectivas sino precisamente en lo contrario, en su limitación, lo cual genera

necesariamente un empobrecimiento del enfoque (Gracia, 2003, p. 64).

La realidad concreta de los hechos siempre superará los argumentos, las opiniones, las razones,

los deseos, los intereses, las voluntades y las motivaciones de los seres humanos. Para Gracia

(2003), los juicios éticos no pueden darse bajo una perspectiva de ciertos o inciertos, sino

probables, ni verdaderos o falsos, sino prudentes. Con Aristóteles, se recuerda que la elección no

puede ser opinión, y las opiniones si se distinguen por ser verdaderas o falsas, no por ser buenas o

malas, en cambio la elección sí puede ser buena o mala. En este sentido, sí se tiene un cierto carácter

para elegir lo bueno o malo, pero no se califica en el mismo orden por opinar. Así, la deliberación

exige siempre “una cierta humildad intelectual. Lo contrario es la soberbia intelectual, propia de

quien absolutiza la propia perspectiva, hasta el punto de considerarla la única válida y creerse en

la obligación de imponérsela a los demás, incluso por la fuerza” (p. 64).

Según Gracia, se delibera:

1. Sobre los juicios de experiencia. Nuestra experiencia es siempre más limitada que el hecho que

estamos analizando, y por tanto nunca podemos agotarlo. De ahí que la toma de decisiones sea

problemática. Caso paradigmático, la clínica.

2. Sobre los juicios concretos. La concreción de un fenómeno es siempre infinita, e imposible de

agotar. También el caso de la clínica es paradigmático.

3. Se delibera, a fin de analizar problemas “concretos”, y por tanto para tomar decisiones

concretas. Esto no significa que siempre se pueda llegar a una decisión que resuelva

completamente el problema, ni tampoco que éste tanga una única solución. La deliberación no

siempre permite acabar con los problemas, ni conduce necesariamente a una única solución.

Dos personas que deliberan pueden llegar a soluciones distintas, ambas razonables y prudentes.

En esto se diferencia el proceso de deliberación de la teoría de la elección racional. Esta última,

pone su énfasis en el resultado, en tanto que la anterior se fija, sobre todo, en el proceso. La

deliberación es correcta aunque no llegue a ningún resultado o alcance más de uno, en contra

de lo que sucede con la teoría de la elección racional.

4. Con el fin de tomar decisiones “prudentes”, no ciertas. Por tanto, son decisiones que siempre

están abiertas a rectificación posterior, y que no intentan agotar el problema, ni resolverlo de

una vez por todas.

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5. La deliberación se hace en “común”, porque eso permite incrementar el número de perspectivas

de un fenómeno. La deliberación enriquece el proceso y hace más fácil la toma de decisiones

prudentes. El proceso de deliberación es creativo, y no se trata de una mera representación, cara

a la galería (Gracia, 2003, pp. 64-65).

1.1 LA DELIBERACIÓN MORAL

En el proceso deliberativo, el análisis y la reflexión de los hechos, refieren la comprensión de

los valores, para ello, se tenía el ejercicio de la ponderación, cuestión que Gracia (2014), resignifica

utilizando la categoría de percepción y estimación, y argumentando que, la percepción de los

hechos va acompañada automáticamente de una estimación emocional vinculada a la valoración

de los mismos, es decir, tanto de los hechos como de los valores; lo mismo que todo hecho es

necesariamente objeto de valoración.

La ponderación, se entendió teniendo en cuenta el ejemplo de la balanza en la cual se pesaba

las cosas (cantidad). En el contexto de los valores se hacia el ejercicio para analizar cuál sopesaba

más -ponderación de los valores-, para analizar cuál de los valores involucrados estaba en mayor

conflicto. Ahora bien, si los valores solo son ponderados, la deliberación se limitaría a referir cuál

valor tiene mayor peso -sopesar-, es decir, mayor ponderación. Pero, la resignificación sobre la

ponderación permite hacer el ejercicio de la percepción y con mayor preferencia la estimación de

los valores de acuerdo a los hechos concretos, sobre todo cuando los valores diferentes entran en

posibles conflictos morales. Lo mismo que estimar los cursos de acción con la capacidad para

clasificar y valorar las diferentes posibilidades y, así, tomar decisiones prudentes en el proceso

deliberativo. Hoy resignificados estos conceptos de ponderación y sopeso, según Gracia (2014), se

opta por referir los conceptos de percepción y estimación con lo cual se estiman moralmente los

valores dependiendo de las situaciones y hechos concretos en un proceso deliberativo, y con un

sentido categórico de recurrir a argumentos razonables para optar por la mejor decisión que

contenga el mayor interés o beneficio superior. En el proceso de la comprensión y valoración de

los hechos (análisis), se podría también calificarlo como un conflicto de interpretaciones

(hermenéutica), importante a la hora de hacer la estimación de los valores, que pueden no ser

comparables entre ellos (inconmensurables), y por su complejidad, es posible que no sea tan fácil

decir y elegir qué es lo mejor y más correcto sobre aquello que tiene o pueda llegar a tener un valor

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y mayor estimación. He aquí la importancia en la deliberación moral, del pluralismo moral y de

valores, pues, en la deliberación moral se considera que las diferentes estimaciones morales de

ciertos valores son respetables y podrían ser válidas, fundamentales, absolutas (por sí mismas, sin

depender de otra), correctas en la misma importancia e igualdad, aun estando en conflicto unas con

otras, y en medio de incertidumbres.

En el campo biomédico para facilitar el proceso de toma de decisiones se han propuesto

diversos métodos, siendo el método deliberativo uno de ellos. Los diversos procesos que

comprometen la salud y la vida humana, siempre tuvo un proceso deliberativo en torno a los

principios éticos y a consideraciones de hecho, normativos y deberes. Pero, el cuidado de la vida y

la salud no debe relegarse únicamente a hechos clínicos. Hoy la ética tiene un lugar especial e

importante en el pluralismo (moderno y posmoderno) por la identificación y reconocimiento del

pluralismo axiológico y la estimación moral de los valores. Así, los argumentos axiológicos

también exigen un lugar para ser tenidos en cuenta como un propósito que enriquecen, pero al

mismo tiempo pueden volver más compleja la toma de decisiones en el proceso deliberativo, sobre

todo, cuando surgen ciertos desacuerdos razonables por las diversas valoraciones que se hacen en

el análisis de los hechos de evidencia y por la estimación moral de los hechos de valor. La gran

importancia de la ética en el pluralismo moderno y posmoderno es la identificación del pluralismo

axiológico y la estimación moral de los valores, los cuales también deben tenerse en cuanta en una

deliberación moral.

Las consideraciones del lenguaje de la ética postmoderna ya no son del todo centradas en los

principios, ni en los derechos -argumentos que fueron base también para la reflexión bioética- sino

con mayor referencia hoy se centran en los valores y en sus posibles estimaciones de carácter moral.

En este contexto, el pensamiento de Gracia también dejo estar centrado en los principios

(principialismo) para dar paso a su nueva estructura de análisis y reflexión, en la deliberación, sobre

los valores. Este es uno de los aportes fundamental que hace Gracia (2014), con relación a centrar

su pensamiento en el énfasis de los valores y en la deliberación como un método. Este aporte y

estructura del proceso de deliberación también exigió y dio lugar a un cambio de lenguaje en la

reflexión ética y bioética, al considerar al método deliberativo como uno de los más adecuados y

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de racionalidad práctica para la toma de decisiones prudentes y razonables en condiciones de

incertidumbre moral desde la centralidad de los valores y sus estimaciones.

La deliberación moral corresponde siempre sobre la existencia de una situación calificada como

problema. Los seres humanos en relación con su contexto determinan ciertos problemas que surgen

de aquellas circunstancias en la que pudiesen verse involucrados. Así, la realidad de las diversas

situaciones es la que determina también diversos problemas. Entonces, según Gracia (2003), el

problema surge siempre de la inadecuación entre la realidad y aquellas categorías con las que se

trata de analizar, identificar, comprender y explicar los hechos. Cuando la relación de identificación

y comprensión entre ambas -realidad y categorías- es adecuada y coherente, no habría problema

alguno. En este sentido, todo queda sujeto al hecho de que la realidad es problemática y así se

percibe. Por lo tanto, no es que los seres humanos planteen problemas a la realidad, sino que ésta

es la que los plantea. Por lo anterior, cuando la realidad plantea problemas muchos de estos pueden

referir diversos conflictos y dilemas éticos y morales, que exigen determinaciones concretas y

decisiones prudentes, morales y prácticas que son imprescindibles en un proceso deliberativo: es

sobre el sentido moral que se delibera y se toma decisiones. “El sentido moral tiene que ver con la

virtud de la prudencia, que es esencialmente realista. Es la realidad la que tiene siempre la iniciativa

en el orden moral” (p. 63).

En este contexto, para Gracia (2003), es importante anotar que la realidad es un a priori de

todo, que nos lanza hacia adelante, (en griego se conoce como pro-ballo, de donde proviene el

término pro-blema), con una actitud siempre de búsqueda no estática sino dinámica. La realidad es

próxima y al mismo tiempo lejana, diáfana y también misteriosa. El ser humano ha logrado buscar

respuestas, y una de ellas ante el problema de la realidad se entiende y se conoce como cultura. Si

la realidad plantea problemas es necesario hacer ese reconocimiento y aceptar que tal o cual

realidad es efectivamente un problema. “Toda cultura es un sistema de respuestas, por tanto, de

soluciones a los problemas que plantea la realidad” (p. 65). Pero la cultura al ofrecer respuestas,

estas siempre serán provisionales, no definitivas, que difícilmente pueden comprenderse como

exactamente adecuadas a la realidad. De esta manera siempre existirá una inadecuación radical

entre la realidad, y la capacidad del ser humano para que pueda actualizarla y comprenderla.

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El depósito de respuestas que constituye la cultura, dice Gracia (2003), es lo que se llama

tradición (del griego parádosis, al latín traditio, que significa trasmisión), el depósito que se

trasmite o se entrega; y la cultura es un depósito de soluciones y de respuestas morales. De esta

manera no es posible una vida moral al margen de ellas. El ser humano está arraigado por su

nacimiento y durante su vida, en una cultura y desde un depósito de tradiciones; es una cultura que

ha forjado costumbres, modos de ser, actuar y vivir. Así, la moral como costumbre y valoración de

las acciones de los seres humanos, entendida como la vida moral, no surge ni se hace de la nada,

está necesariamente situada y hace de los seres humanos seres morales desde una tradición y a

partir de ella. Pero si la vida moral solo consistiera en la práctica de los contenidos del depósito de

las tradiciones, los diversos y posibles problemas no tendrían espacio ni lugar. Luego entonces, la

voluntad de la vida moral de las personas no sería problemática, sino más bien automática. Por

consiguiente, para Gracia (2003), la tradición es condición necesaria pero no suficiente de la vida

moral. Y siempre será inadecuada, aun teniendo carácter genérico y por tanto una formulación

universal.

En ética el depósito de la tradición es el conjunto de principios, máximas, normas, reglas, usos,

costumbres, etc., que nos dicen lo que se debe o no hacer. todos ellos tienen carácter orientativo,

exactamente igual que las teorías científicas o los esquemas de interpretación de cualquier otra

dimensión de la realidad. Pero las cosas siempre son más ricas y complejas de lo que pueden decir

todos los esquemas interpretativos. De ahí que sea necesario constrastar siempre, en la situación

concreta, los criterios orientativos con la realidad. Esta es siempre la única con verdadero carácter

normativo. Por eso hay problemas morales, porque la realidad es normativa, y porque nuestras

normas no son nunca completamente adecuadas a ella, a la realidad (Gracia, 2003, pp. 66-67).

Para Gracia (2003), el primer criterio que debe regir un proceso de deliberación, relaciona a la

ética, la cual se ajusta como un principio a la realidad y no a las teorías, atendiendo problemas y

hechos reales, y siguiendo los procesos que exige la realidad en el análisis de los problemas

morales. “Las dos cuestiones de principio han de ser: primera, identificar del modo más preciso

posible el problema moral, y segunda, seguir en su análisis el hilo conductor de la realidad y evitar

la mera aplicación automática de los principios recibidos” (p. 67). Tener directamente la

experiencia concreta de la realidad es lo que pone aprueba el legado de la tradición y, por tanto,

representa la adecuación o no de la norma a la situación concreta. Por ello se trata de poner a prueba

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la realidad y de utilizarla como prueba. De esta manera, según Gracia (2003), es la realidad la que

aprueba o no la aplicación de la norma (realidad-respuestas-cultura, depósito de respuestas-

tradición) recibida en una situación concreta. Teniendo presente la situación concreta, y

reconociendo que es infinita e inagotable, ésta se posesiona como el lugar (locus) donde inicia el

proceso de deliberación. Es entonces donde se trata de enriquecer en lo más posible las perspectivas

y visiones de análisis de la realidad en su forma más real que pueda darse, “a fin de tomar una

decisión más ajustada, y por tanto más justa” (p. 67).

La deliberación moral tiene por objeto resolver problemas concretos, a partir del análisis racional

de los medios y fines, y respetando los sistemas de valores de los implicados. Por tanto, en principio

no se delibera sobre los valores de los implicados, sino sobre el modo de resolver los problemas

respetando los valores de los implicados. El objetivo de la deliberación es resolver los conflictos

concretos, respetando los sistemas de valores, a base de argumentaciones racionales, que permiten

llegar a ciertos acuerdos. Estos acuerdos no siempre serán posibles. Por eso, la deliberación no

siempre tiene que terminar en acuerdo. Puede no darse el acuerdo. Y cuando esto sucede, lo que

habrá que hacer es dejar una cierta libertad a las diferentes concepciones, o a las diferentes

soluciones. (Gracia, 2003, p. 69).

Dado lo anterior con relación a los aportes y el pensamiento de Diego Gracia, es importante

reconocer la manera como estructura el esquema del procedimiento de la deliberación, considerado

hoy como un método: el método deliberativo de Diego Gracia. Para él, deliberar no es algo que se

pueda justificar solo en los límites de cualquier procedimiento, porque siempre será más que esto.

“Deliberar es una práctica, una habilidad, que se aprende con el ejercicio. Y, sobre todo, es una

actitud, un estilo de vida, que debería aprenderse y ejercitarse desde la niñez” (Gracia, 2003, p. 70).

2. Sobre el disenso razonable

Cuando en el proceso deliberativo se analizan los hechos de evidencia y los hechos de valor, se

reflexiona sobre las preguntas que concierne la toma de decisiones prudentes en un contexto

biomédico y también ético. Una de las funciones importantes del análisis ético en casos complejos

es que el mismo análisis permite separar las cuestiones de hecho, de las de valor, algo fundamental

en la deliberación. El proceso de deliberación siempre ha exigido, en el contexto de la voluntad, el

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deseo bien estimado de lograr consensos (consensus) (con la aprobación de todos, consentire, una

acción de consentir, sentir o pensar juntos), y la voluntad de justificar el fin-objetivo para la toma

de decisiones prudentes sobre aquello que sería mejor, bien superior o prevalente. En ello, los

desacuerdos no son un problema de la deliberación simplemente porque no se consiguen los

acuerdos y el consenso final. Por demás, el consenso no es aquello único que podría determinar

cierta toma de decisiones después de la deliberación. Ni calificar los desacuerdos como esfuerzos

innecesarios porque, tal vez, de manera consecuente no podrían permitir la toma de decisiones, es

algo poco prudente. Un desacuerdo representa grandes desafíos y retos, por lo cual, en el proceso

deliberativo el análisis y la reflexión debe darse de manera justa y adecuada a los hechos reales y

concretos para que no sean innecesarias y pongan en riesgo tanto las evidencias como los valores

y sus estimaciones. El análisis y reflexión de los hechos en el proceso deliberativo, si bien configura

acuerdos, no deja de lado la aparición de los desacuerdos, por ello, se recuerda lo que Gracia refería,

“Si todas las opiniones coinciden, si no hay ningún desacuerdo, la deliberación carece de sentido,

es imposible e inútil” (2003, p. 60).

Por lo anterior, es necesario reconocer que se ha concebido una bioética siempre de consensos,

y las distintas metodologías aplicadas al proceso de la deliberación buscan posibles soluciones y

aclaraciones ante tan altas complejidades aun en medio de las incertidumbres, cuando la persona

humana, su vida, su dignidad, su autonomía y sus derechos etc., son vulnerables ante riesgos

posibles, y sobre lo cual se busca decidir, entre los posibles cursos de acción, aquello que se

considere como lo mejor y de mayor interés. Los desenlaces de las diversas interacciones hoy están

marcados por el reconocimiento de un pluralismo, que, categóricamente invita al respeto por las

diversas opiniones y convicciones justificadas por la valoración a sus propios argumentos, en una

cierta preferencia a relacionar una toma de decisiones acertada como aquello que es consecuente

solo con el consenso. Pero, los desacuerdos también se dan en la deliberación e irrumpen para ser

tenidos en cuenta sin omisión y minimización alguna. Pero, ¿qué se elige y se decide si el proceso

de la deliberación es un profundo disenso? ¿Qué recursos de acción se elige y se decide como

mejor, justo y de mayor interés? ¿Quién es justo para que administre justicia? ¿Pueden surgir otros

problemas bioéticos por la omisión de los desacuerdos? ¿Sí es necesario estar en desacuerdo? De

esta manera se retoma la pregunta base de este ensayo, ¿por qué es importante reconocer el disenso

Page 25: CARLOS ANDRÉS ANDINO ACOSTA

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razonable en la deliberación moral en bioética? Principalmente, en circunstancias y hechos de valor

que comprometen la estimación moral de la vida humana.

2.1 ACUERDOS Y DESACUERDOS

Es posible que elegir lo que se ha decidido después del proceso deliberativo, sea directamente

consecuente (algo invariable) con lo ya previsto, pero el proceso de deliberación no es un a priori

sobre los hechos, ni los valores en conflicto y sus posibles estimaciones. Cuando a cualquier

proceso deliberativo se le dicta de entrada el adjetivo de consenso, puede contener ya una posible

pretensión de voluntad para que dentro del proceso aparezca la preferencia por los acuerdos; una

preferencia que puede ser determinada como central y fundamental para lograr consensos, pero,

también, posiblemente una preferencia por la omisión y minimización de los desacuerdos.

A los hechos y al conflicto de valores, Wilkinson y Savulescu (2018), los refieren como aquello

donde hay un conflicto entre valores diferentes. En este contexto es donde la ética y la moral ejercen

su acción debido a que existen los conflictos, y lógicamente donde surgen los valores estimados de

manera divergente; su acción práctica surge porque existen los conflictos y los problemas reales y

concretos. Pero, también, lo que surge como un conflicto es la estimación de aquello que se percibe

o se comprende como valor a partir de un hecho. Lo importante es discernir en la deliberación la

rigurosidad de la comprensión a partir de los argumentos razonables, es decir, la rigurosidad tanto

de la comprensión como de la estimación de aquello que se considera es un valor o tiene valor o

estimación. En esta lógica, la estimación de los valores surgidos de la comprensión y valoración

de los hechos, no apunta a decidir sobre aquello que logró más estimación (ponderación-peso)

únicamente, sino en la manera de cómo se puede salvaguardar un número mayor de valores y sus

estimaciones. Gracia (2014), refiere que puede haber un problema, y no es sobre el hecho que haya

muchos valores, sino que haya estimaciones sobre “valores” que no son valores, y por supuesto

son equivocados.

Un argumento que describe el disenso es la del pluralismo. Existen algunos tipos de pluralismo

descritos dentro de la filosofía, y entre los que refieren Wilkinson y Savulescu, está el pluralismo

moral o de valor, que se refiere a “la idea de que existen diferentes fuentes finales de valor” (2018,

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p. 110). Los valores son determinados como inconmensurables (commensurabilis), es decir, que

pueden ser valuados (valorados), estimados, pero de ninguna manera hay forma ni posibilidad de

medirlos ni compararlos directamente. Lo anterior, Wilkinson y Savulescu (2018), lo refieren desde

Berlin, quien afirma “que no todos los valores pueden hacerse igualmente presentes a todos los

puntos de vista” (2013, p. 23). Por la inconmensurabilidad que se les concede a los valores, estos

tienen una valoración intrínseca e inherente, y a partir de su comprensión, la valoración de los

hechos se estima considerando lo justo y lo más ajustado posible a la realidad de los mismos en un

proceso deliberativo.

A veces las personas se sienten atraídas a pensar que los valores, las percepciones o las opiniones

son relativas al observador. No hay respuestas correctas ni incorrectas, ya que los juicios dependen

del individuo. Solo hay diferentes respuestas. El pluralismo también respalda a más de un valor,

sistema de valores o punto de vista. Puede haber más de una respuesta correcta. Sin embargo,

también puede haber una o más respuestas incorrectas. El pluralismo no significa apoyar ningún

valor, o cualquier sistema de valores que alguien pueda apoyar. No significa que todas las

respuestas sean igualmente aceptables. Isaiah Berlin rechazó la sugerencia de que aceptar el

pluralismo significaba que “todo vale” (Wilkinson y Savulescu, 2018, p. 112).

Así, pues, la visión de disenso se basa en el pluralismo. Cuando un desacuerdo es razonable, lo

que se debería esperar es un grado de humildad ética, cosa por demás justificada por la tolerancia,

una virtud que compromete un respeto y una disposición para admitir y aceptar, en los desacuerdos,

el reconocimiento de los valores diferentes y sus estimaciones, tanto más que los juicios fácticos,

y el reconocimiento también de un valor razonable de pluralismo. Si bien se reconoce el pluralismo

de valores, no significa entonces que cada quien se ajuste a defender sus argumentos, sin tan solo

considerar un posible cambio de perspectiva, o modificación alguna en su opinión, analizando

nuevamente la valoración de los hechos y la estimación de los valores. Esto concedería, tal vez, no

llegar a discusiones y desacuerdos innecesario, más sobre cada opinión, que sobre lo que se ajusta

a los hechos desde las diversas perspectivas en favor de una toma de decisiones.

Según Gracia (2014), el ser humano por su capacidad del intelecto, todo lo que percibe y piensa

lo somete a un proceso de estimación emocional, que como resultado se tiene la capacidad de

calificar como bello o feo, agradable o desagradable, bueno o malo, correcto o incorrecto, etc.,

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según parezca. Todo siempre refiere valores, y todo de inmediato es valorado. La valoración

relaciona los fines y objetivos que el ser humano traza en cualquier proyecto, por tanto, que le

permita su desarrollo, progreso y realización. Los valores definen lo operativo, lo práctico, la

acción que describe lo que se ha denominado como la voluntad. En este sentido, se toman

decisiones que de alguna manera incremente y extienda valor a los hechos. Cuando el ser humano,

construye su proyecto, y se dispone a realizarlo, exige una proyección, en la cual dispondrá toda

su acción valorativa para lograr sus fines, y sumándoles valor, deliberará sobre aquello que pueda

reconocer como bueno y correcto en el análisis de los hechos que circundan su realidad, obteniendo

como resultado una toma de decisiones prudentes. “El objetivo de la deliberación ha sido siempre

y siguen siendo hoy los valores, las cuestiones de valor, y más en concreto los conflictos de valor”

(2014, p. 169).

Según Gracia (2014), en la concepción clásica, los valores eran entidades o realidades

sustantivas, subsistentes en sí o, al menos, cualidades objetivas de las cosas. Esto significa que los

valores eran tan objetivos más de lo que hoy se llama hechos. Lo cual explica que en la cultura

antigua y medieval no hubiera distinción clara entre lo que luego se han llamado hechos y los

valores. Los verdaderos hechos, y los datos realmente objetivos eran los valores. Así se explica que

el sentido antiguo o clásico del término “hecho” fuese el de hazaña, los actos valiosos, admirables,

excepcionales, memorables. “Por hecho se entiende sólo lo que tiene valor, la realización plena de

los valores, o al menos de algunos de ellos” (2014, p. 169). Y porque los valores fueron

considerados objetivos, es que resultan evidentes para los seres humanos, de modo que quien no

los percibe así, podría tener algún tipo de desviación.

En la época antigua y medieval Gracia (2014), comenta que, como primero, sobre los valores

no se deliberaba, precisamente por su carácter objetivo y autoevidente. Pero, sí se delibera sobre

los deberes, es decir, sobre las decisiones a tomar. El hecho de que algunas personas no vean los

verdaderos valores con claridad (invisibilidad), lo único que demuestra es que no todas las personas

tienen la misma capacidad para ver o intuir los valores, y que, por ello, no todos deben deliberar y

tomar decisiones. En esta época no tenía sentido alguno hablar de pluralismo de valores, puesto

que existía un monismo axiológico con un conjunto de valores que, por definición, habían de ser

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verdaderos, de tal modo que excluía a otros y debían verse como desviaciones y, por tanto, como

falsos.

En cambio, fue en la modernidad que se construyó la distinción entre hecho y valor. Según

Gracia, “del monismo se pasó al pluralismo axiológico, y de tener carácter objetivo, los valores

pasaron a considerarse subjetivos” (2014, p. 170). Por tal doctrina, los valores no se consideran

desde la base intelectual, sino emocional, por ello, se recuerda que la estimación de los mismos

también surge en ese plano emocional, y por ello, carecen de lógica, de tal modo que no son

racionales ni resultan razonables. “De ahí la necesidad de respetar los valores de cada uno, por más

que no se compartan. Tal es la esencia del pluralismo axiológico, la tesis que, por oposición a la

teoría clásica, se impuso en el mundo moderno” (2014, p. 171).

Según Gracia (2014), los valores, de objetivos, pasaron a ser subjetivos, y de racionales pasaron

a ser emocionales, y un proceso deliberativo conduce a la elección del que resulta preferible, es

decir, haciendo uso de las preferencias. Así, los valores son objetivos y las preferencias subjetivas.

Calificando a los valores en ese nuevo orden de lo subjetivo, se exigía considerar si había algo de

objetivo en ello. Pero es en el contexto de la ciencia moderna, centrada en lo objetivo, y distinta de

la subjetividad de los valores, donde se designará con la palabra hecho, el sentido de hecho

experimental o hecho científico; así lo expresa Gracia:

Así se empieza a establecer que los valores son subjetivos, pero los hechos son objetivos. Y la toma

de decisiones no hay que hacerla sólo a base de valores sino también de hechos racionales. Hay un

factor subjetivo y errático que es preciso tener en cuenta en la toma de decisiones, las llamadas

“preferencias”, pero la decisión no será racional si tales preferencias no las articulamos con la

probabilidad de los distintos cursos de acción, de tal manera que podamos calcular cuál es el curso

óptimo, es decir, el más “eficiente”. Sólo así cabe aplicar a una decisión el calificativo de racional.

Deliberar es ahora tener la capacidad de articular preferencias subjetivas con el cálculo de las

consecuencias objetivas, en orden a tomar una decisión racional, es decir, prudente (Gracia, 2014,

p. 172).

La profundidad de los argumentos que Gracia ha dispuesto sobre la centralidad de los valores

le ha permitido analizar, reflexionar y considerar que los valores tienen valoraciones. Según Gracia

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(2014), son valoraciones que siempre tienen un carácter instrumental, que relacionan un análisis

racional de acuerdo a su función pragmática, es decir, como aquello donde el contexto influye en

la interpretación y comprensión de lo que significa en la vida de la persona. Este ejercicio de la

valoración, evitando los absolutismos y creando un sentido de la tolerancia a los valores, a la

estimación de los mismos, y a los argumentos de las demás personas, es indispensable para la

convivencia pacífica entre aquellos que plantean desacuerdos. “La deliberación es siempre concreta

y práctica, y tiene por objeto elegir racionalmente entre las diferentes alternativas valiosas” (p.

175).

Para Gracia (2014), es importante aclarar que el problema que puede presentarse en la

clarificación de los valores, no es que haya muchos valores, sino que contenga valores y

valoraciones equivocadas, como puede ser el tratar cada opinión moral como igualmente válida,

esto podría caer en un falso subjetivismo, donde se reclamaría aquello de, “yo tengo mi opinión y

tú la tuya, ¿y quién ha de decir quién tiene razón?” (p. 176). De esta manera los dos conceptos,

valores y deliberación, van estrechamente unidos de tal modo que cada teoría del valor genera un

concepto distinto de deliberación.

Ante tales circunstancias, es necesario tener las perspectivas adecuadas, para ello Gracia,

comenta que los valores no son completamente objetivos, como se dijo en la antigüedad, pero

tampoco son por completo subjetivos, como lo definen los tiempos modernos, y continua,

Eso es lo que me ha llevado a proponer una teoría “constructivista” de los valores, que a su vez

genera un nuevo tipo de deliberación. Por otra parte, en tanto que teoría moderna, la deliberación

actual no puede no partir de la distinción entre hecho y valor, lo que exige distinguir entre una

deliberación sobre los hechos y otra distinta sobre los valores. Finalmente, hay un tercer tipo de

deliberación, que es la deliberación sobre los deberes, la deliberación propiamente moral. Son tres

tipos distintos, pero con una base común, ya que todos son procesos deliberativos. Ello se debe a

que, como ya dijera Aristóteles, la deliberación es el procedimiento propio de la racionalidad

práctica, tanto técnica como ética, y que por tanto cubre el campo entero de los hechos, los valores

y los deberes. Y como estos tres son los elementos de que consta el proyecto humano, resulta que

la deliberación es el procedimiento intelectual de que dispone el ser humano para la elaboración de

proyectos. Nada puede escapar a su dominio (2014, p. 177).

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30

Por último, para Gracia, en el proceso de la deliberación “siempre se debe procurar que las

decisiones sean justas, correctas, adecuadas, las óptimas, las mejores, las más prudentes. Tal es el

cometido de la Ética y, por las razones que ya aducidas, también de la Bioética” (2014, p. 185).

2.2 LA IMPORTANCIA DEL DISENSO RAZONABLE

Un gran problema que se identifica hoy, con toda seguridad, es afrontar el conflicto entre los

valores diferentes y sus estimaciones, surgidos de los problemas que plantea la realidad. Pero como

no se pretende hacer una disertación sobre la pluralidad ni sobre la axiología, sino sobre la

percepción y estimación que exigen los valores cuando entran en conflicto estando vinculados a

los hechos sobre la valoración moral de la vida humana, y que, de manera divergente por la

pluralidad de los argumentos, conceden la posibilidad de registrar desacuerdos para un disenso en

el proceso deliberativo.

Los hechos en el campo biomédico, entendidos estos como un conjunto de circunstancias que

rodean una situación tanto de evidencia como de valor, no pueden tener un único proceso de análisis

y reflexión clínica, pues, con ello, se estaría negando o limitando la posibilidad de valorar otras

opiniones y argumentos. Las situaciones complejas comprometen hechos (factus -aquello que

ocurre, acciones-) y posibles conflictos de valores diferentes que exigen un análisis profundo y una

estimación desde un proceso deliberativo en el cual afloran acuerdos y desacuerdos, y donde no

fácilmente surgen los consensos finales, antes bien, pueden generarse desacuerdos profundos, que

merecen toda la atención antes que omitirlos y minimizarlos.

En este sentido, los argumentos que se presentan desde Wilkinson y Savulescu (2018), son

actuales y de prioridad para todo proceso deliberativo, para fundamentar la importancia de los

desacuerdos y, con ellos, el disenso razonable. Es muy pertinente la consideración ética de

preguntar sobre qué es lo mejor, de mayor interés o beneficio prevalente para quien se hace real la

decisión final, principalmente cuando es la vida humana la que está comprometida. Pero, aquello

que es mejor y correcto, como dice Gracia (2003), debe considerar siempre unos principios sobre

los cuales las decisiones tomadas sean justas y adecuadas a los hechos reales y concretos.

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31

Fundamentalmente es una elección y decisión que surge de un proceso deliberativo en el cual se

debe prestar también una atención justa y adecuada a las diferentes opiniones que deben ser claras,

precisas, y fundamentadas, para no llegar a desacuerdos innecesarios que dilaten la discusión y la

toma de decisiones.

Wilkinson y Savulescu (2018), precisamente plantean un debate sobre la ética de los

desacuerdos. Analizan algunas de las características distintivas y desafiantes de las disputas de

tratamiento en el siglo XXI, y argumentan que los desacuerdos sobre cuestiones éticas a partir de

un tratamiento médico son controvertidas e inevitables. Estos autores llaman “disenso” al resultado

que de los procesos deliberativos surgen y prevalecen como desacuerdos. El marco ético que

proponen estos autores es novedoso para tomar decisiones y actuar sobre ellas a pesar de los

desacuerdos razonables, pero al mismo tiempo recurriendo a los fundamentos de los argumentos y

a la aceptación de los mismos desde un pluralismo moral y de valores. En este sentido para estos

autores, los argumentos son una parte fundamental en la ética cuando se consideran preguntas sobre

qué debe ser, y qué se debe hacer. Lo mismo que permiten identificar las razones a favor y en

contra de un curso de acción particular, el cual se evalúa críticamente y se comparan entre sí. Así,

un proceso deliberativo es razonable cuando logra tener una dinámica de respeto en la discusión

de los argumentos, y dado que la comprensión y valoración de los hechos y la estimación de los

valores involucrados o en conflicto, la crítica, la evaluación y las decisiones tomadas, comportan

un contexto desde el conocimiento (razonable), y desde la acción de la voluntad de preferencia de

los participantes.

En este proceso de fundamentar los argumentos sobre el análisis de los hechos en la

deliberación, surge la multiplicidad de perspectivas como dice Gracia (2003), y por la pluralidad

se tienen en cuenta, se toleran y se aceptan o no. En aquellas perspectivas plurales, están entre

muchas otras, las diferentes opiniones de los miembros de un grupo deliberativo, y de las mismas

personas involucradas sobre sus casos, y por quien o quienes se determina la toma de decisiones

finales, desde cada campo del saber que representan, como de sus experiencias, creencias,

religión, valores y principios éticos y morales, seculares, culturales y sociales, inclusive sus

prejuicios y sesgos, y sobre todo la estimación que se le dé a las cosas y a los hechos desde su

propia valoración o estimación.

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32

En muchos de los procesos deliberativos cuando se intuye que pueden surgir los desacuerdos,

sobre todo en aquellas cuestiones éticas profundas, de inmediato se da una inclinación a buscar

pronto el consenso para no entrar en discusiones desgastantes, prolongadas y en las que se cree

no podría tener soluciones, ni aclaraciones de ningún tipo. Incluso se apela a un principio de la

argumentación lógica que es tratar de persuadir a aquellos con quienes se discute para que se

cambie de opinión sobre el asunto y los hechos sobre los cuales se delibera, pero sin la necesidad

de persuadir, pues son los argumentos y las razones distintas (tanto en los acuerdos como en los

desacuerdos) los que deben ser tenidos en cuenta para identificar preguntas éticas y adoptar

definiciones pluralistas sobre alguna o varias categorías trasversales que surjan en la valoración

de los hechos y la estimación de los valores, como fundamentos para la toma de decisiones

prudentes.

Mientras se analizan y se reflexiona sobre los hechos, el ejercicio de exponer los argumentos y

las razones, y escucharlos debe ser de suma importancia en el proceso de deliberación. Según

Wilkinson y Savulescu (2018), para quienes actúan como hablantes y oyentes, la discusión les

puede brindar una posible apreciación diferente sobre los puntos de vista competitivos a todos,

como sobre los puntos de vista particulares, y así, enfocar mejor las distintas perspectivas para

encontrar una mayor comprensión sobre los puntos de vista diferentes permitiéndose reflexionar,

reconsiderar y, a veces, moderar y cambiar las propias perspectivas desde argumentos razonables.

Los desacuerdos surgidos por los argumentos y la aceptación de los mismos en la pluralidad

ayudarán en los procesos deliberativos a tratar de ampliar y precisar más los argumentos en la

discusión. “En última instancia, solo la revaloración, reevaluación y reflexión constantes

impulsarán la evolución continua de la comprensión de la humanidad de lo que es correcto” (p. 8).

En este orden, cuando se ajusta a considerar y reflexionar sobre lo que compromete la vida de

la persona humana solo a los hechos de evidencia, o solo a hechos de valor, y con ello solo a sus

perspectivas que las justifican, el proceso de deliberación puede tornarse más complejo. Es decir,

se excluyen aquellos otros argumentos que pueden, a bien, permitir una comprensión mejor de los

hechos, de la misma estimación de su valor moral, y otras opciones como recursos de acción. Por

ello, es necesario considerar y aceptar ciertos argumentos de aquellas perspectivas posibles que

refieren una estimación moral de la vida humana, ya sea como un valor de derecho universal, un

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valor absoluto, un bien mayor, de valor superior, como un valor fundamental, o como un valor de

carácter sagrado (sacralidad).

Tomar decisiones sobre la vida humana jamás será situación fácil. Y sobre el mismo contexto

una deliberación podrá tener desacuerdos. Por ello, habrá posibles desacuerdos sobre lo general y

particular que compromete y exige de alguna manera, aquellas estimaciones que defienden su valor

moral y con ello su dignidad, en las situaciones de vulnerabilidad que puede tener en el contexto

biomédico. En este sentido, se llega a acuerdos y desacuerdos por la deliberación sobre: la

expectativa de vida, si prolongarla o detenerla, qué tan alta debe ser la posibilidad de supervivencia

para decidir qué es mejor; qué clase de vida, su calidad y bienestar; el umbral y riegos de daño,

proporcionar o detener los tratamientos, su beneficio y efectos secundarios; costos y recursos

económicos, costo efectividad y utilidad. Sobre procesos de investigación y experimentación;

hechos de evidencia, y hechos de valor. También se delibera sobre si se debería o no, tal o cual

procedimiento o tratamiento. Sobre lo que se considera como dignidad y lo más digno; opiniones,

deseos, emocionalidades, preferencias, voluntades y peticiones de la persona afectada o las de su

familia. Sobre las decisiones que apuntan a la muerte, o la manera de querer morir; lo que se

considera como un valor o no, el valor de mayor estimación, un bien o interés superior, mayor

beneficio o mínimo daño. Sobre la sacralidad y sentido de la vida; los desafíos de incertidumbre;

y sobre si se hace o no todo lo posible médica y humanamente. Pero ¿qué tan humano puede ser

tomar una decisión basados en la referencia biomédica de considerar lo mejor, un bien o interés

superior?

Cuando las preguntas sobre qué es lo mejor, cuál es el mayor interés, bien superior o prevalente

en un proceso de deliberación, se argumenta que un desacuerdo razonable puede ser un signo de

incertidumbre moral; y se determina la existencia de esa verdadera incertidumbre moral cuando

exige y refiere qué es lo que se debe hacer, y con ello, elegir y decidir. Esto categóricamente

también reclama ser moralmente responsable del resultado, porque se puede actuar de otra manera,

sobre todo, cuando existe una incertidumbre real ante la decisión del curso de acción correcto

(Wilkinson y Savulescu, 2018).

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Por lo anterior, aquellas decisiones sobre la vida humana se tornan aún más difíciles cuando se

cree que no hay nada más para hacer, pero en medio de la incertidumbre puede darse una mínima

posibilidad de beneficio en algún recurso de acción. Ante el complejo conocimiento de todo

aquello que confiere un análisis de certeza, se entiende la incertidumbre, no se sabe qué es lo que

sigue, ni en lo que se puede o debe esperar, aun, si es necesario esperar. En el contexto biomédico

deliberar sobre aquello que puede estar pensando, sintiendo o, en la mayoría de los casos, sufriendo

las personas, no se podrá tener la certeza plena. Se delibera algunos de los desafíos más profundos

cuando la vida humana es vulnerable para evaluar los mejores intereses frente a la incertidumbre,

y ello exige unos cursos de acción como posibilidades y probabilidades, para que los que deliberan

puedan tomar decisiones, eligiendo aquello que puede ser mejor y de mayor interés. En la

deliberación ya con desacuerdos sobre qué sería lo mejor, también hay desacuerdos sobre cuál

sería el curso de acción correcto y el interés de la decisión, pero ¿qué es realmente lo mejor y lo

correcto? ¿Qué es lo que realmente lleva a desacuerdos, y cuál es su importancia? Cuando surgen

los desacuerdos se podría dar la preferencia a omitirlos. Pero, así mismo, si solo hay preferencia

por los desacuerdos, como dicen Wilkinson y Savulescu (2018), la búsqueda de consenso y acuerdo

parece estar condenada. Si se logra comprender los límites de los desacuerdos razonables, esto

podría ayudar a encontrar una manera de resolverlos y tomar decisiones prudentes aun con razones

distintas. De esta manera, se puede indicar que el consenso podría ser posible, lo mismo que la

toma de decisiones prudentes, desde aquellas razones, argumentos, opiniones y perspectivas

distintas.

Cuando en el contexto biomédico, el proceso de deliberación confronta un desacuerdo

insoluble entre las partes, se sugiere la posibilidad de la intervención de un árbitro externo e

imparcial (un tercero, o asesor para aquella deliberación). Pero, también cuando el desacuerdo

es profundo, complejo y prolongado y sin ninguna señal de solución o aclaración, también

puede llegar, por petición de los involucrados o afectados, a un tribunal, para que sea un juez

quien decida el interés superior o prevalente. Tomar decisiones en cuanto a buscar el mayor

beneficio para la persona humana y defender su vida, es una constante que permite la mayoría

de los acuerdos, pero, cuando está en juego la calidad de la misma vida, y si ella depende del

decidir prolongarla o no, no siempre significa que sea lo correcto ni lo mejor; así, “este interés

vital podría ser superado, si los placeres y la calidad de vida son lo suficientemente pequeños y

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35

el dolor y el sufrimiento u otras cargas de la vida son lo suficientemente grandes” (Wilkinson

y Savulescu, 2018, p. 10).

En los desacuerdos hay diferencias entre los valores y también en sus estimaciones otorgadas;

de igual manera hay diferentes recursos de acción, y diferentes opiniones y argumentos de aquellos

que están involucrados en los hechos, como: los miembros de los comités, los profesionales de la

salud, grupos de apoyo y familias. En el proceso de deliberación puede que no esté claro si una

valoración o estimación es correcta y otra incorrecta. Sin embargo, por el hecho de aceptar que

puede haber diferentes formas razonables para evaluar situaciones, circunstancias o hechos de

evidencia y de valor, no significa que cualquier evaluación sea igualmente válida. Siempre los

puntos de vista y opiniones del afectado o vulnerable, y la de los familiares o de las personas

involucradas, deben considerarse cuidadosamente y con mucho respeto para ampliar y conocer sus

peticiones, voluntades, intereses, decisiones; aquello que consideran como valor y qué estimación

le otorgan. Lo anterior exige concederles a esas opiniones un lugar en el proceso de deliberación,

y aceptarlas cuando dan la oportunidad de hacer cambiar de parecer y de perspectivas, e incluso,

llegar a modificar los argumentos o profundizar más en ellos, y buscar una mayor y mejor

clasificación de los cursos de acción. Pero, no siempre deben ser el motivo principal sobre las

cuales se tomen las decisiones.

Según Wilkinson y Savulescu (2018), una manera de entender los desacuerdos es analizando

aquellos conflictos que se presentan entre valores diferentes, desde dos principios fundamentales

de la ética médica. El primero es el de beneficencia por el cual, a los médicos como un deber, los

responsabiliza en su actuar para ayudar o curar siempre a los pacientes. El segundo es el respeto

por la autonomía, que, en la misma consideración como un deber, los médicos deben respetar la

voluntad y los deseos de los pacientes cuando manifiestan por sí mismos, o por otros medios o

personas, sus valores y sus estimaciones más importantes. “Pero estos principios a veces

pueden sugerir acciones opuestas. ¿Qué debe hacer el médico cuando lo que el paciente quiere no

serviría de nada o sería perjudicial?” (p. 21). En el pasado muchas de estas acciones de decidir

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sobre lo que era mejor para el paciente, se conoció como paternalismo1 y que aún en la actualidad

aún permanece, pero, considerando con mayor respeto, la autonomía de los pacientes y con ella su

dignidad: se acepta, reconoce y comprende sus deseos, su voluntad, sus intereses y sus valores

tanto éticos como morales, sociales y religiosos, entre otros, y la importancia de la estimación que

le concede a cada uno de ellos.

El principio de beneficencia se considera como un beneficio que el médico está obligado a

proporcionar a su paciente, y al compromiso de evitar hacerle daño. Para Gracia (2013), el principio

de beneficencia es el principio moral por el cual siempre se ha regido el médico en su relación con

el paciente. En la medicina ha sido siempre un deber referido a hacer todo lo posible en favor del

enfermo. Pero, debido a las muchas y distintas situaciones de extrema gravedad, -muerte cerebral,

como menciona Gracia-, no siempre se debe hacer todo lo posible, si bien hoy se puede hacer casi

todo técnicamente, “cabe preguntarse si es éticamente correcto” (p. 15).

En las decisiones sobre un tratamiento clínico, son de mayor importancia los hechos de

evidencia, pero también se deben considerar en el mismo nivel los hechos de valor, que son sobre

los cuáles se puede también deliberar teniendo en cuenta sus estimaciones, y objetivos apropiados.

Hay algunas discusiones y evaluaciones que parecen estar equivocadas, corriendo el grave riesgo

de llegar a desacuerdos innecesarios, como la toma de decisiones que posiblemente pueden llevar

a la muerte, y ser calificadas como desconcertantes, otras como ilegales, con el riesgo también de

llevar a desacuerdos prolongados y profundos. Pero, Wilkinson y Savulescu (2018), refieren que

analizar los casos desde la consideración de cero beneficios, y determinar como inútil aquello que

fisiológicamente no tiene ninguna posibilidad de beneficio, puede ayudar a resolver o a esclarecer

ciertos conflictos, en ello, “el más obvio de estos sería cuando un paciente desea un tratamiento

que tiene cero posibilidades de beneficio, y objetivamente no tiene ningún beneficio” (p. 25). En

este mismo contexto, en la deliberación la pregunta no es, si lo mejor para el paciente es que

muera. La pregunta es, si es en el mejor interés del paciente que su vida se prolongue por la

continuación de tal o cual tratamiento.

1 “El paternalismo duro o fuerte es cuando los médicos toman decisiones en nombre de una persona competente que podría decidir por sí misma. El paternalismo suave o débil es cuando toman esas decisiones cuando el paciente tiene algún defecto o problema en su propio proceso de toma de decisiones” (Wilkinson y Savulescu, 2019, p. 21).

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En el proceso deliberativo surgen desacuerdos cuando se debe considerar el cero beneficio o

la alternativa de si hay alguna posibilidad o algún grado de beneficio, con relación a proporcionar

ciertos tratamientos. La discusión se centraría en si hay suficientes beneficios para proporcionarlo,

y si se puede proporcionarlo, pues ello compromete y exige costos. Wilkinson y Savulescu (2018),

refieren dos diferentes valores éticos que serían importantes para aquellos casos donde se debe

asignar recursos de salud limitados: “Uno de estos es el deseo de ser justos, y para dar a los

pacientes igual consideración. El otro es el deseo de hacer lo mejor del sistema de salud” (p. 67).

Para Wilkinson y Savulescu (2018), muchas decisiones pueden estar sujetas a la autonomía del

paciente cuando pueden hacer uso de su capacidad y voluntad para decidir, pero se tiene presente

que no siempre aquello que desea el paciente o la familia, puede ser considerado como lo mejor o

bien superior, tal puede ser el hecho de exigir un procedimiento o tratamiento con cero beneficios.

También hay situaciones en las que no, como aquellas que involucran ciertos casos donde los

pacientes no pueden expresar su autonomía ni están en condiciones de comprender su situación y

menos desarrollar valores y hacer estimaciones relevantes para la decisión. Lo anterior de las

situaciones da lugar a tener en cuenta a sus familiares amigos o cercanos, los cuales sí tienen

opiniones sobre sus propios valores, y pueden tener un posible conocimiento de la voluntad, valores

y opiniones de sus pacientes. Pero, ¿qué importancia debe atribuirse a la autonomía o a los deseos

de los familiares?

Para lo anterior, en primer lugar, se refiere a que la autonomía de los padres, cuando se

presentan casos de bebes o de niños, que pudiendo dar su opinión, no lo pueden hacer, podría ser

igual a la autonomía de los pacientes adultos, y por ello, es lógico pensar que los padres tienen

derecho a decidir. Así, la autonomía de los padres es muy diferente de la autonomía de los pacientes

para tomar decisiones por sí mismos. Por consiguiente, las decisiones dependen también solo del

conocimiento que tengan las familias de sus familiares pacientes, ¿este conocimiento puede ser

suficiente? Es importante anotar que, si bien hay un espacio donde las opiniones de los padres y de

cualquier otro familiar, pueden ser importantes y sus deseos respetados, también debe haber un

sentido más allá de la cual los deseos de las familias no puedan determinar cualquier toma de

decisiones. De todas maneras, será muy difícil, tal vez, determinar qué sería lo mejor para un

paciente, aun decidiendo por sí mismo, o confiando en la opinión de los familiares, cercanos o

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amigos sobre los deseos, intereses, voluntades y valores del paciente, y si es probable que ellos

puedan juzgar la calidad de vida actual y futura de su paciente como buena para decidir o no,

prolongar la vida. Lo anterior puede tener una preferencia a enfocarse más en el tema de la

subjetividad de la calidad de vida. “Por ejemplo podemos preguntarle a un adulto competente qué

tan bien es su vida, y si le gustaría recibir tratamiento médico para prolongar su vida. Una persona

podría responder que esto valdría la pena, otra no” (p. 37). Entonces, sí hay formas objetivas de

evaluar la calidad de vida, otra cosa es que en los casos donde el paciente no puede opinar y tomar

decisiones no habría una evaluación subjetiva directa con él. De ahí la importancia de las opiniones

subjetivas de los familiares, pero que se somete a la objetividad del proceso de deliberación.

A veces las personas tienden a usar la palabra razonable para referirse a aquellos argumentos

que convencen por su estructura lógica la explicación y comprensión de la teórica, y/o la

presentación de las evidencias, como también a puntos de vista u opiniones lógicas, o de carácter

emocional y afectivas (phatos -recurso que causa afecto o emoción-) con los que están en total

acuerdo. En este sentido se puede entender y comprender tanto los hechos de evidencia como los

hechos de valor, y las distintas valoraciones, en este caso, sobre el valor moral de la vida humana,

tanto en el contexto biomédico como por su estimación de carácter sagrada o de sacralidad. En lo

cotidiano se puede considerar las cosas, opiniones u otra clase de argumentos u acciones que

parecen ser o son razonables, o también irrazonables. Pero, de todas maneras, esto no explica el

sentido en el que podría darse un desacuerdo razonable. En el caso de decidir qué es lo mejor, y

lógicamente si es o no razonable, se debe discutir, como precisan estos autores, que lo que se decide

sea “de acuerdo con razón” (Wilkinson y Savulescu, 2018). Pero, ¿Qué significa que una decisión

o un punto de vista sea razonable?

Wilkinson y Savulescu (2018), señalan que es importante no siempre estar de acuerdo con la

opinión de que los profesionales deben llegar a un consenso antes de tomar cualesquiera que sean

las decisiones sobre sobre qué es lo mejor y de mayor interés en la estimación de la vida humana,

o sobre otros hechos concretos. Esta clase de decisiones son éticas y moralmente complejas. No

siempre es necesario que los responsables de la deliberación deban llegar a un consenso antes de

manifestar que lo que se está por decidir pueda causar un beneficio menor o un daño mayor. Este

argumento es lo que refiere la visión del disenso razonable, aplicado al análisis de cualesquiera que

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sean los procesos que comprometan el valor moral de la vida humana, reflexionando siempre sobre

la justificación de considerar qué sería lo mejor en todas las circunstancias. “Primero, podemos

pensar en el proceso de razonamiento que se ha convertido en una decisión. Para que algo sea

razonable: debe poder articularse, defenderse o justificarse en términos de razones, y esas razones

deben contar en favor de la decisión” (p. 114).

En segundo lugar, para que un punto de vista sea razonable, debe ser sensible a los motivos y hechos

justificadores. Si los hechos o cambio de evidencia, y esos hechos afectan las razones dadas a favor

de la decisión: se espera que alguien potencialmente cambie de opinión. Alguien cuya opinión es

revisable y que estaría preparada para hacer una opinión diferente y otra decisión si la evidencia

cambió, y está expresando una opinión que, a primera vista, es eminentemente razonable. Por el

contrario, si alguien llega a un punto de vista, pero se niega a reconsiderar esa decisión cuando se

enfrenta a evidencia que parece socavar o refutar las razones que dieron, su opinión parece ser

irracional (Wilkinson y Savulescu, 2018, p. 114).

Con referencia a lo anterior, lo mismo puede adecuarse se no solo a las evidencias, sino también

a los valores y sus estimaciones. Según Wilkinson y Savulescu (2018), para que una opinión sea

razonable, debe poder expresarse en términos de tipo lógico y correcto de acuerdo a las razones,

que determinan un proceso estructurado y coherente.

El pluralismo axiológico razonable relaciona la responsabilidad de aceptar opiniones y

argumentos diferentes sobre los valores y sus estimaciones. Para expresar esto de manera más

precisa, una visión razonable sobre cualquier decisión no puede justificarse sobre la base de razones

que la sociedad en general considera inaceptables. Este argumento puede parecer circular, por ello,

se considera que una opinión no es razonable porque se basa en valores irracionales, o estimaciones

falsas, pero, esto es precisamente lo que marca un contexto de incertidumbre, pues, cómo saberlo

con toda certeza. Sin embargo, no tiene que ser circular, es decir, puede haber buenas razones

independientes para excluir valores y estimaciones particulares de consideración. Como también

hay argumentos con buenas razones para incluir otros valores y sus estimaciones que permitan

tener otra perspectiva en el proceso de deliberación.

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Un punto importante sobre la estimación de la vida humana, es el valor que podría justificar

una opinión particular sobre la prolongación o continuación de la vida, que, en muchos de los casos,

solo son referencias desde puntos de vista seculares y bajo fuertes evidencias. Pero, por ejemplo,

alguien podría tener una fuerte visión de sacralidad o santidad de la vida, y pone por delante sus

estimaciones y valores de hecho. Desde este último argumento se cree que es siempre en el mejor

interés del paciente que se prolongue su vida, o tener una opinión relacionada con el hecho de no

ser ético retirar algún tipo de tratamiento que prolongue la vida. Sin embargo, sobre una base

similar a la opinión de la autonomía de los familiares, en ciertas condiciones estas no parecen ser

razones aceptables para juzgar la toma de decisiones entre opciones razonables. La fuerte santidad

de la vida está particularmente asociada con ciertos puntos de vista religiosos. Eso plantea la

cuestión de si las opiniones a favor o en contra de cualquier decisión pueden basarse en valores

religiosos, y si se considerarían como razonables o irrazonable. Eso también podría aplicarse a las

opiniones de los profesionales de la salud, y en aquellos participantes responsables de la toma de

decisiones sobre su punto de vista secular o religioso personal. Sin embargo, siempre será

prematuro y de mucho cuidado excluir todos los valores religiosos y sus estimaciones en el proceso

de deliberación (Wilkinson y Savulescu, 2018).

Las decisiones sobre la valoración moral de la vida humana incluyen valores y estimaciones

que muchas personas y sociedades religiosas los aplican a sus propios valores personales y a

decisiones sobre qué es lo mejor o el interés superior, incluso se aplican aquellos valores a sus

propias elecciones como las personas testigos de Jehová, que profesan una fuerte sacralidad de la

vida y de allí hacen sus estimaciones de valor moral que, si no hay un recurso de acción que les

garantice la no trasfusión de sangre, no aceptan ningún hecho de evidencia, médica. Es tan profunda

su estimación moral sobre la sacralidad de la vida que prefieren y deciden morir, determinado esto

como su voluntad. En ese sentido Gracia (2013), menciona los principios de beneficencia y

autonomía, los cuales, al tenerlos presentes para un posible análisis sobre uno de estos casos,

comenta que, desde la beneficencia el médico le debe hacer una trasfusión de sangre cuando el

estado de salud lo exige. Y es desde la autonomía del paciente cuando este se niega a recibirlo. Si

no hay más posibilidades qué sucede entonces. De ahí los posibles conflictos, pero también ciertas

soluciones acudiendo a todos los cursos de acción posibles, referidos a lograr el interés superior de

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beneficencia, y también que permita respetar la profunda estimación moral de la sacralidad de la

vida, referida a tomar decisiones autónomas por parte del paciente.

Para Wilkinson y Savulescu (2018), es importante anotar que los profesionales de la salud y los

responsables de la toma de decisiones también determinen sus argumentos tanto desde sus valores

personales como profesionales en las deliberaciones sobre el interés superior, los cuales, en la

mayoría de los casos, se consideran aquellas perspectivas seculares o aconfesionales, sobre las

religiosas. Pero, parecería injusto permitir que las personas no religiosas incluyan sus valores en

una evaluación de la razonabilidad, mientras que si puede excluirse a aquellos con creencias

religiosas y la no tolerancia hacia los argumentos religiosos sobre la valoración moral de la vida

humana. También podría haber una preocupación de no permitir a las personas recurrir a los valores

religiosos personales para justificar una opinión que podría cambiar un punto de vista, “por ello,

recurren a ocultar sus puntos de vista religiosos y simplemente sus opiniones se justifican en

términos de otras razones socialmente más aceptables o razones médicas, científicas o meramente

filosóficas” (p. 117).

En la actualidad las sociedades cada vez más diversas y pluralistas moralmente comprenden

personas de una variedad de antecedentes sociales, culturales y religiosos que aportarán valores y

estimaciones muy diferentes a las preguntas sobre la valoración moral de la vida humana y también

sobre la muerte. Además, hoy existen desafíos particulares relacionados con la ciencia biomédica

y sus conocimientos que en realidad hacen más probable el desacuerdo. Los avances científicos

significan que la base de evidencia para el pronóstico y los tratamientos médicos sea compleja,

controvertida y cambiante constantemente. Se espera que los avances y conocimientos técnicos

faciliten las decisiones, pero, para ello, la información existente y de fácil acceso puede

paradójicamente crear una mayor incertidumbre (Wilkinson y Savulescu, 2018).

La ciencia nos cuenta hechos, refieren Wilkinson y Savulescu (2018), y cómo son las cosas,

fueron, serán o podrían ser. Permite tener certezas y opiniones acerca de cómo se podría cambiar

ciertas acciones alrededor y en el interactuar con el mundo. En cambio, la ética es una forma

diferente de conocimiento e investigación; trata de valores, sus estimaciones y/o normas. “Se trata

de cómo nosotros o el mundo que nos rodea debería ser, debe ser” (p. 71). Se trata de lo bueno y

lo malo, lo correcto e incorrecto, y proporciona una imagen de cómo deberían ser aquellas acciones

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42

tanto personales como aquellas que se exhiben en el interactuar con el entorno, y con las demás

personas y el mundo. El lenguaje normativo como: debería, bueno, deseable, correcto, virtuoso, y

debe, permite estar en el entorno de la ética; “cada acción requiere hechos sobre el mundo para

entender qué curso de acción es más probable que dé cuenta de un valor particular” (p. 72).

En la deliberación, la valoración de los hechos y la estimación de los valores, corresponde

también en saber discernir con prudencia en los contextos, circunstancias, situaciones, qué clase de

hechos se analizan para su comprensión. Ello permite hacer la diferencia entre los hechos de

evidencia, que se basan en las evidencias y requieren evidencias, y los hechos de valor, que quedan

sujetos a los argumentos que permiten una comprensión de la valoración y estimación moral, por

supuesto, estos, carecen de toda evidencia, más no de una argumentación lógica, coherente y

razonable. Sin embargo, los valores y sus estimaciones son frecuentemente respetados, y las

decisiones sobre el valor moral de la vida humana, sobre prolongarla o detenerla, deben tomarse

con precaución y solo cuando exista y se considere la certeza o parte de ella, aun en medio de la

incertidumbre, de qué es lo mejor y correcto hacer.

En la deliberación es posible que los desacuerdos permitan y exijan un alcance mayor de

relaciones, nuevos diálogos, considerar nuevas opiniones y perspectivas, integrar otros valores y

sus estimaciones, nuevas evidencias y diversas explicaciones, más información y argumentos

razonables, reflexiones más profundas para disminuir la incertidumbre moral, y clasificar y valorar

las posibilidades de los cursos de acción. Los desacuerdos también pueden permitir cultivar más

las habilidades para poner en practica la virtud de la escucha, y como dice Gracia (2013), de la

tolerancia, calificada como una virtud moderna, y por lo cual también afirma que el pluralismo

moral “no es posible sin la aceptación del principio de la tolerancia” (p. 60). También de la

concordia como parte de un acuerdo y armonía entre las partes; habilidades para una mejor

comunicación y diálogo, sobre todo mayor conocimiento y habilidades en la ética. Buscar,

reconocer y aceptar una humildad ética, si es necesario y conveniente, para optar por cambiar de

opinión y perspectiva. Según Wilkinson y Savulescu (2018), muchos de los desacuerdos tanto

innecesarios como prolongados y profundos, suelen darse en la incertidumbre médica que se debe

solo a la falta de evidencia científica, y también a la consideración de aceptar o no, la estimación

de valores diferentes. Todo lo anterior con el fin de que el análisis de los hechos de evidencia y los

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hechos de valor correspondan y justifiquen la toma de decisiones prudentes y consideren el mayor

beneficio posible basado en un interés superior o bien prevalente. Esto, en cuanto a que los hechos

de evidencia y los hechos de valor, es lo que compone cuando menos, según Gracia (2003), la

situación concreta de un proceso de deliberación.

3. Sobre la valoración moral de la vida humana como valor absoluto y estimación

de sacralidad

Vidal (1991), propone algunos argumentos que permiten una comprensión del valor moral de

la vida humana como algo inherente al sujeto existente, al mismo tiempo confrontado por una

realidad compleja que puede tornarse vulnerable y que plantear profundos y diversos problemas.

En este contexto la bioética es aplicada de manera práctica a los contextos, situaciones y

circunstancias donde la ética y la moral son motivo de reflexión y deliberación, que motiva a

opinar, discutir y decidir a favor o en contra de lo que se puede, tal vez considerar, como lo mejor,

lo justo, bien o interés superior y prevalente. De esta manera la acción de la bioética, tanto su fuerza

como su debilidad dependen de la teoría ética general en que se inscriben los planteamientos y las

orientaciones, a partir de la valoración de los hechos y de la estimación en la diferencia de los

valores que emergen. Por ello, la bioética, dirá Vidal “funciona dentro de un paradigma de

racionalidad ética, el cual le proporciona el marco de referencia para los discernimientos y para las

propuestas operativas” (1991, p. 304).

También para Vidal (2001), es importante reconocer que:

con la expresión ética civil se alude al específico y peculiar modo de vivir, y de formular la moral

en la sociedad secular y pluralista. Por definición, la ética civil se presenta como la superación de

las antinomias, aparentes o reales, entre la moral religiosa y la moral no religiosa, y como el

proyecto unificador y convergente dentro del legítimo pluralismo moral de la sociedad democrática

(2001, p. 21).

Para Gracia (2011), la vida humana referencia siempre un punto paradójico. “En tanto que vida

no puede entenderse más que en relación a todo el conjunto de las realidades vivientes, y en tanto

que humana se afirma como algo absoluto que escapa a cualquier posible enclasamiento biológico

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y zoológico” (p. 287). La vida humana es un absoluto, pues si bien tiene un origen y un final,

trasciende porque se proyecta por su realidad biológica, en una realidad existente, biográfica y

personal, en la cual emergen las distintas concepciones culturales, sociales, religiosas y creyentes

sobre el origen de la misma vida. Para Gracia (2000), las relaciones entre la ética y la religión son

dos dimensiones de la vida humana sumamente profundas, y “se hallan estrechamente vinculadas

entre sí, de modo que la ética se abre a la religión y toda religión conlleva una ética” (pp. 153-154).

Sin abordar a las distintas religiones y filosofías que han forjado su ética y su moral desde la

teonomia (conjunto de normas, referidas desde Dios), la religión cristiana-católica ha comprendido

su fe, y construido sus creencias a partir de la historia creyente consignada en la Sagrada Escritura

por la revelación. Lo mismo que ha construido su ética cristiana y moral teológica como una

doctrina. En este contexto la teología explica a Dios como creador de todo, quien da toda vida, y

al ser humano le brinda dones especiales como el de la fe, la inteligencia, la razón y la libertad para

que, por sus acciones, sea capaz de reflexionar sobre su propia conciencia. Esta reflexión está sujeta

a su existencialidad y realización dentro de la creación, sin olvidar que de Dios todo proviene y

todo se rige por sus leyes. Incluso, en su razón y en su corazón, Dios dispone la libertad de su

conciencia para que el ser humano asuma la responsabilidad de sus actos y pueda reconocer, elegir

y decidir entre la gracia y el pecado, entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto e incorrecto, entre

lo que salva y lo que condena; calificaciones éticas y morales que determinan la voluntad del ser

humano siempre sujeta al aval de Dios: lo bueno lo premia, lo malo lo castiga, una visión profunda

de Dios que acontece como una primera comprensión de su acción en el Antiguo Testamento. Pero

es superada con la concepción del Dios amor, compasivo que todo lo perdona, en el Nuevo

Testamento.

Desde los argumentos de la moral teológica se confiesa la sacralidad de la vida como un don

de Dios, y se protege, cuida y preserva desde su concepción natural hasta su muerte natural. Esta

defensa de la vida ha sido y es un argumento que se mantendrá siempre. Pero, sí hay que decir que

tal vez los nuevos tiempos, los nuevos escenarios en los que viven las personas, y las exigencias

de las nuevas sociedades dinámicas y pluralistas, el concepto de vida como don de Dios, y su

estimación como valor absoluto y universal, hoy exige nuevas valoraciones y comprensiones para

acordar cuál es el mayor interés y el bien superior de las personas cuando se enfrentan, en sus

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circunstancias, a casos particulares de decisión sobre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte.

Así, la vida humana es considerada como un valor de carácter absoluto (heterónomo) y sagrada,

dada por Dios a los seres humanos como un don. Pero, también es considerada y reconocida en un

contexto pluralista como un valor de carácter absoluto (autónomo) y superior. Ante estas grandes

y profundas consideraciones que confieren acuerdos y desacuerdos sobre sus respectivos valores,

se han desarrollado creencias, costumbres, doctrinas, derechos, políticas, normas y leyes, que

siempre aluden a un profundo problema en la estimación de los valores diferentes.

Con los anteriores argumentos se refiere que durante mucho tiempo el ejerció y la reflexión de

la ética general estuvo bajo la influencia de la ética cristiana y la moral teológica, siendo reducida

y subordinada a la casuística de costumbres culturales cimentadas en dogmas religiosos que, de

alguna manera, determinaron lo bueno, lo correcto, lo permitido y lo legal en la sociedad. La gran

mayoría de estas doctrinas se asimilaron solo desde la reflexión bíblica de la revelación, que es la

primera interpretación, comprendida por la fe, del acontecer de Dios en la creación y en la historia

humana. De esta manera fueron asumidas como verdades de fe reales que se hegemonizaron en las

diferentes culturas. Sin embargo, en la pluralidad de las comprensiones del mundo actual, sobre

los avances científicos y biomédicos, los derechos individuales, la inclusión de las minorías, la

libertad de expresión y de creencias, y la autonomía para tomar decisiones, también exige una

nueva mirada a las reflexiones éticas y morales. Hoy, no se pregona una moral hegemónica sino

un pluralismo moral que refieren diferente valores, principios y orientaciones en cada contexto y

lugar. Estas diferencias sociales han dispuesto conflictos entre minorías y mayorías. Ante ello, la

ética cristiana y la moral teológica se ven en la estricta necesidad de reflexionar sobre sus valores

y principios considerados como universales de base que no estén subordinados por el contexto de

la fe, la razón y la política, pero sí teniendo a la persona humana como el centro de los valores y

fin de sus principios; y así, responder a los grandes interrogantes que se plantean al interior de estos

mismos contextos sociales, culturales y religiosos.

La referencia de los orígenes de la ética y la moral se concibió como supeditada a la filosofía y

a la religión, con el reconocimiento de que muchos de los argumentos de sus valores y estimaciones

se justifican desde ellas. Ante la moralidad humana, desde la ética cristiana y la moral teológica la

respuesta tradicional siempre fue determinar que era un don de Dios, dado el contexto de la moral

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como ley (nómos -orden, gobierno, norma, ley, que refería dispensar, asignar, adjudicar-), y que

tiene su fundamento en Dios, (teónoma -Theos-Dios, nómos -norma, ley-). De esta manera las

posturas que “defienden la versión recíproca de ética y religión son, en una u otra forma, teónomas”

(Gracia, 2000, p. 154). Con el tiempo, la moralidad en muchas culturas dejo de pensarse como don

divino, y como una moral referida desde el fundamento creyente.

Pero, en cualquier caso, han elevado a la categoría de principio intocable el respeto de los sistemas

de valores o de las convicciones o creencias en sus miembros. Se ha roto la homogeneidad de

códigos y se aceptado el pluralismo, pero sigue aceptándose que sobre los principios básicos de esos

códigos no se delibera. Las creencias, las convicciones, los valores, están protegidos por el derecho

a la libertad de conciencia, y por tanto se aceptan o no se aceptan, pero no se delibera sobre ellos.

Tampoco cabe deliberar sobre las “intenciones”. No tiene sentido que nos pongamos a analizar la

buena o mala voluntad con que se sustentan las posturas. Las intenciones están más allá de cualquier

proceso de deliberación. La deliberación presupone la buena voluntad, entendida como búsqueda

de lo moralmente correcto. Se trata de una premisa o condición a priori del propio proceso

deliberativo. La mala voluntad anula de raíz la posibilidad de la deliberación (Gracia, 2003, p. 69).

En atención a Gracia (2013), los problemas éticos han adquirido una importancia, que por su

complejidad e incertidumbre exigen hoy otros nuevos procedimientos de análisis. “La bioética está

intentando responder a estas necesidades mediante métodos de resolución de problemas éticos que

cumplan ciertos requisitos básicos” (p. 18). Por lo anterior, Gracia (2013), refiere algunos

requisitos por los cuales no sería posible la reflexión bioética, estos son, como primero, que sea

una ética civil o secular, no directamente religiosa, y en la cual se defina también una moral civil

o secular. Segundo, una ética pluralista, que acepte la diversidad de enfoques y posturas. Tercero,

una ética autónoma, por lo cual refiere que la bioética no debe ser heterónoma. Cuarto, ética

racional, lo cual exige que la bioética sea razonada, para argumentar que la razón puede conocer a

priori el todo de la realidad, “y que por tanto es posible construir un sistema de principios éticos”

(p. 19). Y quinto, que esté más allá del convencionalismo:

Finalmente, la moderna bioética aspira a ser universal, y por tanto a ir más allá de los puros

convencionalismos morales. Una cosa es que la razón no sea absoluta, y otra que no pueda

establecer criterios universales, quedándose en el puro convencionalismo. La razón ética, como la

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razón científica, aspira al establecimiento de leyes universales, aunque siempre abiertas a un

proceso de continua revisión (2013, p. 20).

Vidal (1991), propone algunos argumentos que permiten una comprensión del valor moral de

la vida humana, y desde su realidad ontológica comprende y refiere entre muchos otros valores, el

respeto por el valor de su dignidad y autonomía. En cualquier contexto y circunstancia, según Vidal

(2001), se podría considerar que la estimación moral de la vida humana es el resultado de una

justificación del valor absoluto de la persona, tanto por existir, como por su obrar de manera

autónoma, es decir, sin referencia a otra consideración, y también por su disposición a una realidad

trascendente desde una concepción religiosa, y por la cual, el ser humano creyente, comprende un

sentido para su vida y percibe el valor moral de la vida humana con una estimación de sacralidad.

Por consiguiente, lo anterior refiere dos momentos complementarios: uno de carácter óntico (ser-

existir), y el otro de carácter explícitamente ético (actuar y obrar). En el primero, se expone la

constitución óntica de la persona en cuanto sujeto no referenciable a otra realidad -existencia real

e independiente de algo-. En el segundo, dando el paso de lo óntico a lo ético, se explicita la

dimensión axiológica del carácter no referenciable del sujeto personal. En este sentido, Gracia

(2013), define que en un sistema de referencia moral se identifica la premisa ontológica como

aquella por la cual “el hombre es persona, y en tanto que tal tiene dignidad y no precio” (p. 24). Y

la premisa ética es, “en tanto que personas, todos los hombres son iguales y merecen igual

consideración y respeto” (p. 25).

Es importante en Vidal (2001), reconocer en la modernidad el pluralismo axiológico y moral

como perspectiva de la ética civil (aconfesional), lo mismo que en la ética cristiana y moral

teológica (confesional), desde el cual argumenta que es un pluralismo que considera al ser humano

centro de los valores y la moralidad. El ser humano tiene una dimensión moral que le otorga

dignidad, y es digno porque es y existe, y porque es un ser por sí mismo, no porque se constituya

como tal por la referencia a otro ser, es decir, es autónomo, desligándose así de la concepción

cristiana de ser heterónomo, dependiente de Dios, sin que por ello se niegue la apertura a los demás

(alteridad), ni su dimensión religiosa o sagrada. Los argumentos y justificaciones sobre el valor y

estimación moral de la vida humana desde de la ética civil, y desde las concepciones religiosas y

no religiosas, han sido y son motivo de importantes acuerdos y desacuerdos cuando de deliberar

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corresponde. Pero el respeto, la tolerancia y la aceptación de las diferentes perspectivas en los

procesos de deliberación han permitido profundizar mejor los argumentos desde el pluralismo

moral y de valores de las sociedades democráticas.

La consideración axiológica de la persona está en el centro de la discusión sobre la relación entre

ética y religión. Para quienes la ética no se justifica plenamente sin la referencia, explícita o

implícita, a la religión la valoración absoluta del hombre tampoco tiene credibilidad plena si no está

sustentada sobre la previa afirmación de Dios. Por el contrario, quienes afirman la validez de la

ética exclusivamente racional y autónoma también sostienen que el valor absoluto del hombre puede

ser fundamentado sin la acepción, al menos explícita del ser trascendente (Vidal, 2001, p. 81).

Vidal (1991), considera desde Kant que el concepto de fin en sí, es fructífero e importante tanto

para la ética como para la dimensión moral de la sociedad actual. El hombre es un valor absoluto

(no relativo) y un fin en sí (no un medio), y debido al giro antropológico también es estimado centro

y cima de todos los valores, (ético-moral), y por su carácter axiológico, también se inscribe en los

conceptos de absoluto-relativo, y fin-medio. En este sentido se debe considerar y tratar al ser

humano como fin, no como medio. Teniendo en cuenta el imperativo categórico, Vidal, trascribe

de Kant su primera fórmula: “El hombre es y debe ser tratado siempre como fin y nunca como

medio” (p. 111). Por ello, comenta que la ética tiene de base esta consideración axiológica del ser

humano, lo mismo que, la bondad moral reside en la actitud coherente con la realidad de la persona,

y es por ello que su propia realidad le exige actuar con bondad humana; es una actitud que se

expresa con la categoría fin-medio. En este sentido, se entiende la segunda fórmula del imperativo

categórico: “Actúa de manera que siempre tomes a la humanidad, tanto en tu persona como en la

de cualquier otro, como fin y nunca como puro medio” (p. 111).

Para Vidal (1991), la dimensión ética de la persona se apoya en la afirmación óntica del valor

absoluto del ser humano, por ello, en el nivel óntico y ético, la vida humana es el fundamento de

los valores éticos, y los valores éticos se dan en la vida humana. La vida humana alcanza su valor

ético cuando es objeto de la autónoma y libre realización de su existencia que se adecua a la

elección que hace la persona de cómo decide vivir su vida, que puede ser buena o no, de calidad o

no, que le proporcione bienestar o no, esto, debido a que, desde su propia capacidad, sabrá

determinar y definir que es en sí para la persona su realización, lo mejor, lo correcto, y el sentido

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de su existencia. La necesidad por el respeto al valor y estimación moral de la vida humana, es un

eje primario en torno a los cuales se ha desarrollado la conciencia ética y moral de la humanidad

frente a calidad de vida y a la santidad de la vida. Defender la vida es la expresión básica del ethos

humano, que refiere también la base de los derechos humanos. Pero por fuera de esta comprensión

de la vida, existe una diversa reacción moral y un oscurecimiento de su valor por las agresiones al

mismo valor y estimación de la vida humana. “La situación actual de la conciencia moral frente al

valor de la vida humana denota una notable ambigüedad. Por una parte, se afirma el valor de la

vida; pero por otra, de hecho, la vida humana no es inviolable” (p. 333). Para Vidal, la ambigüedad

se encuentra en la “estimación y presentación del valor ético de la vida humana; la constatación de

la diversa reacción moral y hasta jurídica de las personas” (p. 333).

Gracia (2013), también considera que en la bioética se observa una cierta ambigüedad dadas

las comprensiones de calidad de vida y santidad o sacralidad de la vida:

El termino vida es tan amplio, que puede ser interpretado de modos muy distintos, tanto

deontológicos (santidad de vida) como teleológicos (calidad de vida). De ahí que desde la bioética

se hayan dado también estas distintas versiones. Las éticas de raíz teológica, judías, cristianas, y

musulmanas, creyeron ver en la nueva palabra la expresión de su criterio de santidad de vida. Y las

éticas seculares, sobre todo las utilitaristas, la hicieron sinónima de calidad de vida (p. 11).

Según Vidal (1991), en este contexto del valor ético de la vida humana y la ambigüedad que

puede aparecer, se exige entonces, una coherencia del mismo argumento para que se aplique a su

valor, en tanto cuanto, en las diversas situaciones que la confrontan y, en ello, denotar la pluralidad

de argumentos y la amplitud y unidad del significado de su mismo valor y estimación. Esta

formulación nace de la necesidad de encontrar la coherencia adecuada en el ethos vivido y

formulado en relación con ese valor tan decisivo de la historia humana. Debe ser una coherencia

objetiva lograda desde el descubrimiento de su verdadero sentido y la debida funcionalidad de la

dimensión ética de la vida humana. Esta, también alcanza su valor ético cuando es objeto de sentido

en la libre realización o des-realización de los seres humanos -vida, logros, fracasos, muerte-. Pero,

es un análisis que a bien permite grandes desacuerdos en la multiplicidad de perspectivas. En el

nivel óntico la vida humana se encuentra también en conflicto con otros bienes, y es ahí donde

también surgen los conflictos de valores diferentes que han de ser resueltos buscando de manera

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prudente y en la coherencia, qué sería lo mejor, o un bien e interés prevalente, y este traducido e

interpretado como una opción ética preferencial. En el nivel ético, la justificación del valor ético

de la vida humana es apriorístico, es decir, concebido a priori. La dimensión moral de la vida

humana adquiere una profunda estimación, no solo por la realidad de existir del ser humano, sino

también sobre la manera de ser, vivir e interactuar con sus acciones, así la vida humana pasa de un

bien pre-moral a un valor ético y, es por ello que, el vivir humano se introduce en el sistema de

preferencias de la ética.

En la ética civil se considera la vida como un valor de carácter absoluto y superior, la persona

es heterónoma (a la razón) y autónoma (capacidad de decisión) moralmente, y digna óntica y

éticamente por su carácter axiológico, es decir, por ser cumbre y fundamento de todos los valores.

En este contexto, el contenido del valor ético de la vida humana va mucho más allá que el mero

vivir biológico. Recordemos que el vivir es merecedor de preferencia axiológica, y es el que se

extiende desde la subsistencia fáctica (que está basado en los hechos o limitado a ellos), hasta la

plena calidad de vida humana. “De ahí que el valor ético de la vida haya de ser entendido y

formulado en clave de humanización. La exigencia de humanizar al máximo el vivir es el núcleo

del ethos de la vida” (Vidal, 1991, p. 350). Así mismo, “La categoría ética de la dignidad humana

orienta el dinamismo ético hacia la meta de la humanización. A mi modo de entender, existe una

adecuación entre la categoría ética de humanización y la categoría ética de dignidad humana”

(Vidal, 2001, p. 101).

La vida humana debe ser valorada en sí misma, y valorada en la manifestación de la realidad

de la existencia del ser humano en toda su globalidad e integralidad, para que sea un factor de

identidad y con convicción y responsabilidad, ha de ser defendida como un valor y bien primario

y fundamental. Como primer valor se debe defender la vida desde su coherencia ética y la mejora

de las condiciones sociales en que ésta debe realizarse existencialmente en plenitud. Recordando

que el ser humano es un fin en sí y como tal debe ser tratado, según Vidal, de esta consideración

nace el reino de los fines. Dentro de ese reino, solo el hombre tiene dignidad y solo a la persona se

le debe respeto (2001, p. 87). La dignidad (dignitas-dignus- valioso, respeto, valor inherente), es

una categoría importante en la moral para expresar la dimensión ética de la persona como un centro

y estimación de valor.

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La dignidad designa lo que es estimado por sí mismo, no como derivado de algo u otro; por

ende, la categoría dignidad es un valor que se reconoce en el ser del hombre como parte de su

esencia óntica y ética y no un valor que se le atribuye o regala; es de carácter interno e insustituible

que le corresponde al sujeto como persona en razón de esencia de humano. La constitución óntica

como sujeto, es el punto de partida del valor moral de la persona humana, y en ella, la persona en

cuanto sujeto es no referenciable a otra realidad; y en la dimensión ética, dando paso de lo óntico

a lo ético, se explicita la dimensión axiológica del carácter no referenciable del sujeto personal.

Para Vidal (2001), esta dimensión ética de la persona humana se apoya en la afirmación premoral

u óntica del valor absoluto del hombre. En esta argumentación, la apelación ética a la dignidad

humana tiene base sobre la sustantividad óntica del ser personal (existencia real e independiente de

algo), de esta manera, se define no solo la dignidad óntica sino también la dignidad ética. De ahí

que, se puede leer en clave ética la dignidad óntica del ser humano, que referirá siempre la

estimación del valor moral de la vida humana.

Según Vidal (2001), para objetivar la dimensión ética de la persona se han definido diferentes

categorías, pero la que ha tenido el más amplio uso es aquella categoría que expresa la valía moral

de la persona en clave de estimación, grandeza y/o dignidad. “Se puede afirmar que esta categoría

constituye un lugar primario de apelación ética” (p. 91). Para Vidal existen varias referencias en el

contenido ético de la dignidad humana, y entre la referencia del valor absoluto de la persona,

destacó, como primero, que no se refiere a una naturaleza abstracta sino a seres concretos, por

tanto, la dignidad humana ha de tener significación para seres humanos concretos e históricos

dentro de las circunstancias, situaciones y hechos, a veces en contradicción, de la realidad concreta.

Como segundo, que no admite privilegios en su significación primaria, por lo cual la dignidad

humana es un a priori ético común a todos los seres humanos.

La actual reflexión de la conciencia moral también acude a estas categorías para reclamar frente

a los atropellos que se puedan dar al valor moral de la vida de la persona humana. El ser humano

es “fin para él mismo y no puede reducirse a medio; la persona es protocategoría del universo ético

y, en cuanto tal, es origen y meta de todo empeño moral; el hombre reclama un respeto

incondicional y, en ese sentido, absoluto” (Vidal, 2001, p. 100). “El respeto, en cuanto actitud

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fundamental ante el hombre, significa la disposición incondicionada a considerar y a defender a

todo ser humano como una realidad de la cual no se puede disponer” (Vidal, 2001, p. 100).

La dignidad de la persona humana, por su definición, se comprende como la calidad o el estado

de ser valorado, estimado, honrado, respetado; es algo que se puede tener o algo que se puede

estimar en uno mismo y en los otros. Cada ser humano es único, insustituible, necesario; tiene valor

por sí mismo, es autónomo, libre y puede elegir y hacer su vida, considerando siempre qué podría

ser lo mejor y lo correcto para decidir y hacer. En este sentido, sobre qué sería lo mejor, y de mayor

interés, el bien nunca es independiente o está de espaldas a la autonomía de las personas “ya que

unas consideran bueno lo que para otras es malo, y todas coinciden en afirmar que la realización

del bien ha de contar con la aceptación de aquél a quien se hace” (Gracia, 2013, p. 21).

4. Conclusiones

Un gran problema que se identifica hoy, con toda seguridad, es afrontar el conflicto entre los

valores diferentes y sus estimaciones, surgidos de los problemas que plantea la realidad, sobre todo

cuando la percepción y estimación que exigen los valores entran en conflicto estando vinculados a

hechos de evidencia sobre la valoración moral de la vida humana. En el campo biomédico es donde

estos contextos reclaman comprensiones y diferentes estimaciones de valía, es decir, valorar o no,

aquello que puede tener o no un valor moral, situaciones que exigen una estimación del valor moral

de la vida de la persona humana y su dignidad. Las diversas situaciones que comprometen la salud

y la vida humana, siempre estuvieron enfocadas desde un proceso deliberativo en torno a los

principios éticos y a consideraciones de hecho, normativos y deberes. Pero las consideraciones del

lenguaje de la ética postmoderna ya no son del todo centradas en los principios, ni en los derechos

-argumentos que fueron base también para la reflexión bioética- sino que, con una profunda y

extensa referencia hoy se centran en los valores y en sus posibles estimaciones morales. En este

contexto, el pensamiento de Diego Gracia también dejo estar centrado en los principios

(principialismo) para dar paso, en la deliberación, a su nueva estructura de análisis y reflexión

centrada en los valores. Frente a este nuevo pensamiento de la perspectiva ética del pluralismo

axiológico, es que se reconoce, en la modernidad, la importancia de la centralidad de los valores y

sus estimaciones morales. Lo anterior, produjo en el contexto del cuidado de la vida y la salud, no

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enfatizar los hechos únicamente a evidencias solo de carácter clínico. De esta manera, en el campo

biomédico para facilitar el proceso de toma de decisiones, se han propuesto diversos métodos,

siendo el método deliberativo uno de ellos. Este método es el importante aporte que hace Diego

Gracia, enfatizando en la actualidad su proceso de deliberación en el análisis y reflexión de hechos

reales y concretos, sobre todo, cuando por las diferentes percepciones y estimaciones de los valores

y de las cuestiones morales, se dé un posible nivel de conflicto. Esta actual manera de deliberar,

permite recurrir a la bioética, a la cual también le exige un cambio de lenguaje en su reflexión,

debido a la extensa consideración del método deliberativo como el más adecuado de racionalidad

práctica y el que dispone de un profundo proceso para la toma de decisiones cuando se impone a

la conciencia el deseo de hacer una deliberación para que corresponda a justificar el mayor

beneficio posible basado en un interés superior o bien prevalente en situaciones de incertidumbre

moral que exigen soluciones prácticas para problemas concretos y cotidianos.

Con Aristóteles y Gracia, se recorre un camino sobre el término deliberación, identificándolo

en la actualidad, entre las características que lo determinan, con el proceso de análisis y reflexión

de los hechos reales y concretos tanto de evidencia como de valor y sus posibles estimaciones

morales; lo mismo que con la elección y decisión, argumento que parece ser más apropiado a la

virtud y al reflexionar, juzgando mejor y de manera prudente, los caracteres de las acciones

morales; y con el ejercicio de tomar decisiones prudente. Lo anterior define que el ser humano

virtuoso y prudente será capaz de discernir una acción apropiada y justa en cada caso particular.

Por estas características, elegir se comprende como aquella acción que permite clasificar y valorar

las diversas posibilidades que refieren los cursos de acción disponibles. Y en el mismo orden,

decidir, es la determinación que confirma la elección, considerando las diversas consecuencias que

podría traer la toma de decisiones. De esta manera, la deliberación es un proceso por el cual se

observan y se analizan los hechos por sí solos, aquellos que han surgido en cualquier situación

donde las personas interactúan para hacer una comprensión y valoración sin ninguna pretensión de

posición de conocer más sobre una verdad, aunque la fuerza de los argumentos razonables la

justifiquen para su percepción y estimación. Precisamente, son las percepciones y las estimaciones

de los hechos las que exigen la prudencia (phronesis) para la decisión final. Confiriendo lo anterior

se recuerda que para Aristóteles la prudencia es “un modo de ser racional verdadero y práctico,

respecto de lo que es bueno y malo para el hombre” (Ética a Nicómaco, 1140b 5).

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Para efecto de lo anterior se recuerda que, en Gracia (2003), el concepto deliberación versa

sobre las cosas en las que resultan opiniones distintas, así lo considera cuando refiere que, si todas

las opiniones y argumentos coinciden de manera tal, y por ello, no se da ningún desacuerdo, la

deliberación puede llegar a carecer de sentido, por consiguiente, imposible e inútil. La percepción

y estimación que exigen hoy los valores pueden con facilidad entran en conflicto estando

vinculados a los hechos sobre la valoración moral de la vida humana, y que, de manera divergente

por la pluralidad de los argumentos, es posible que se registren desacuerdos en el proceso de

deliberación. De esta manera, parece que se delibera sobre lo que exige opiniones distintas, es

decir, aquello que se puede argumentar y tiene a su favor unas razones, pero también, y

posiblemente, puede tener otras en contra; también se delibera sobre lo que es de una manera, pero

también puede ser de otra. En el mismo orden, se recuerdan unas líneas del pensamiento de

Aristóteles: “Deliberamos, entonces, sobre lo que está en nuestro poder y es realizable, y eso es lo

que resta por mencionar…Y todos los hombres deliberan sobre lo que ellos mismos pueden hacer

(Ética a Nicómaco, 1112a 30). Todo lo que dependa y pueda hacer el ser humano, es sobre lo que

opera la deliberación. “Se delibera sobre lo que puede ser de otra manera, es decir, sobre lo incierto,

sobre lo probable. Nuestras decisiones son siempre de futuro contingente, y por eso sobre ellas

tenemos que deliberar” (Gracia, 2014, p. 178).

Cuando surgen los desacuerdos, por consiguiente, no se podrían calificar como un problema

que hay que omitir o minimizar, al contrario, si surge, puede considerarse como necesario y

positivo, pues, puede permitir y favorecer la aceptación de otras perspectivas pluralistas,

profundizar más en los argumentos, y tener la oportunidad de clasificar, valorar y estimar diferentes

opciones para decidir con más prudencia el curso de acción que contenga las mejores posibilidades

del mayor interés. En la deliberación es posible que los desacuerdos permitan y exijan un alcance

mayor de relaciones, nuevos diálogos, considerar nuevas opiniones y perspectivas, integrar otros

valores y sus estimaciones, nuevas evidencias y diversas explicaciones, más información y

argumentos razonables, reflexiones más profundas para disminuir la incertidumbre moral, y

clasificar y valorar las posibilidades de los cursos de acción. Reconocer y aceptar una humildad

ética será necesaria para optar por cambiar de opinión y perspectiva. Todo lo anterior con el fin de

que el análisis de los hechos de evidencia y los hechos de valor correspondan y justifiquen la toma

de decisiones prudentes y consideren el mayor beneficio posible basado en un interés superior o

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bien prevalente. Esto, en cuanto a que los hechos de evidencia y los hechos de valor, es lo que

compone cuando menos, según Gracia (2003), la situación concreta de un proceso de deliberación.

Siempre se propone que lo más adecuado es que haya un consenso para tomar decisiones; de

hecho, se refiere como primero la visión del consenso, logrando con ello que la decisión tomada

pueda ser calificada o esperada como la mejor porque fue aprobada por todos los miembros

involucrados en el proceso deliberativo. Pero no siempre las decisiones que surgen de un consenso

pueden ser las mejores, las apropiadas y las más adecuadas a los hechos reales y concretos. En el

mismo sentido, tampoco debería concluirse la calificación de que los desacuerdos son meramente

negativos y sin importancia. Sobre los desacuerdos razonables también se decide y se justifica de

acuerdo al mejor y mayor beneficio posible, interés superior o bien prevalente.

Cualesquiera que sean las decisiones, es posible que no proyecten finales conformes y menos

felices, y hay una serie de compensaciones que se desearían no tener que hacer. Las mejores

opciones rara vez son las opciones perfectas. Los desacuerdos en el contexto biomédico según

Wilkinson y Savulescu (2018), son inevitables, y no es necesario que se vea como negativo, por el

contrario, es positivo, ya que se considera como un signo de una sociedad dinámica, cambiante,

pluralista y tolerante. El conflicto de valores diferentes siempre será inherente en el interactuar del

ser humano, pero se debe procurar encontrar una manera de vivir con incertidumbre empírica, y

valorar el pluralismo moral y de valores para valorar y estimar no solo la vida de la persona humana,

sino todo aquello que exige estimación y respeto por sí mismo.

La estimación del valor moral de la vida de la persona humana y su dignidad son valores

intrínsecos de todo ser humano y se constituyen en fundamento inconmensurable y principio

eminente para la bioética. En el contexto de preservar la vida humana, cuidar la salud, respetar la

dignidad y la autonomía de la persona y sus derechos, se recurre a la reflexión bioética dentro de

un objetivo deliberativo que permite apelar a un discernimiento interdisciplinar y coherente de

unidad ética y moral sobre la estimación del valor moral de la vida de la persona humana. La

comprensión del valor moral de la vida humana desde su realidad ontológica, comprende y refiere

entre muchos otros valores, el respeto por el valor de su dignidad y autonomía. Se recuerda desde

Vidal (2001), que la estimación moral de la vida humana puede ser es el resultado de una

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justificación del valor absoluto de la persona, tanto por existir como por su obrar de manera

autónoma, y también por su disposición a una realidad trascendente desde una concepción

religiosa, que hace que el ser humano creyente, adopte un sentido de fe para su vida y por el cual

profese el valor moral de la vida humana con una estimación de sacralidad. Por consiguiente, es

que se refiere un carácter óntico (ser-existir), donde se identifica a la persona en cuanto sujeto no

referenciable a otra realidad -existencia real e independiente de algo-; y otro ético (actuar y obrar),

en el cual, dando el paso de lo óntico a lo ético, se explicita la dimensión axiológica del carácter

no referenciable del sujeto personal. Es indispensable recordar lo que definió Gracia (2013), que

en un sistema de referencia moral se identifica la premisa ontológica como aquella por la cual el

ser humano (hombre) es persona, y para su efecto adquiere y tiene dignidad y no un precio.

El ser humano tiene una dimensión moral que le otorga dignidad. En la dignidad, la persona

humana, es un ser único, insustituible, necesario; tiene valor por sí mismo (absoluto), tiene

capacidad de trascendencia (religioso), digno por su existencia, (creatura), ético por su libertad y

por sus valores que le refuerzan su capacidad autónoma para elegir y decidir sobre lo que es mejor

para su propia su vida. La persona humana en su propio ser y dignidad reclama un respeto

incondicional por ser digno y valioso, y centro y cumbre de todos los valores que imperativamente

reclaman una estimación intrínseca, inconmensurable e independiente de toda valoración pluralista

y finalidad concreta.

En la ética cristiana y moral teológica, se considera la vida como un valor de carácter absoluto

como don de Dios, la persona es heterónoma (depende de Dios) y autónoma (solo se refiere desde

Dios) moralmente, y digna óntica y moralmente por ser Imago Dei, creado a imagen y semejanza

de Dios. Hoy convergen nuevas disposiciones para evaluar y comprender culturalmente aquellos

valores que se justifican desde la ética cristiana y la moral teológica. Ante estas concepciones

religiosas sobre la vida humana se podría considerar que abordar estas cuestiones en el contexto de

los nuevos desafíos, problemas y conflictos, sus interpretaciones y reflexiones ya no tienen el

alcance de la misma comprensión como un todo hegemónico, universal y absoluto en aquellas

nuevas interpretaciones éticas; tampoco se adecuan a las nuevas comprensiones dentro del

pluralismo moral y de valores, sobre todo, en aquellos casos particulares y únicos de las personas

y de las sociedades dinámicas, que resignifican de manera diferente el valor moral de la vida

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humana y su estimación de sacralidad, también el valor y las estimaciones sobre la muerte, la salud

y la enfermedad, los derechos y deberes, la dignidad, autonomía, libertad, creencias y

espiritualidades. Por lo anterior se afirmar que posiblemente aquellos contextos ya no son los

mismos donde se hegemonizo y dogmatizo la fe y la doctrina institucional. Hoy la religión se puede

considerar que es para los que creen, pero el respeto por los valores fundados en las religiones,

también se rescatan en aquellos valores y estimaciones morales fundados por las personas y

sociedades que los aceptan y toleran en un contexto de pluralidad axiológica. Es un contexto, por

demás importante, puesto que desde la ética y su perspectiva pluralista hoy se proponen, entre

muchas otras, diversas concepciones de la vida, de las creencias y de la ley moral.

Si bien la vida es sagrada y se defiende desde el nacimiento hasta muerte natural, pues habría

que reflexionar sobre aquello que determina la estimación de sacralidad, cuando por las diversas

circunstancias se le permite a la persona, por su vida extremadamente limitada y vulnerable, decidir

si es digno vivir de tal o cual manera, siempre haciendo uso de su razón, coherencia, y en la

búsqueda de lo más prudente, decidir por lo mejor, de mayor bien e interés prevalente. ¿Cuándo

una profunda estimación sobre el valor moral de la vida humana también es considerada para

decidir no seguir viviendo? Hasta dónde es sagrada, digna y autónoma la vida, cuando solo existe

una negación profunda de posibilidades y cero beneficios; la vida es mucho más profunda y

trascendente, algo que ella misma, en la realidad existencial del ser humano, exige considerar el

continuar existiendo.

De esta manera, no queda sino decir que, el desacuerdo apunta a señalar algunas razones y

argumentos que sostienen el valor de la acción de hacer lo más humano posible en cada caso

particular. Y en el acto más humano posible, buscando el bien superior o el mejor interés, se podría

tener en cuenta ofrecer de todas las posibilidades la que mejor se ajuste a los hechos y sea más

justa para todos. Es decir, hacer lo humanamente posible, aun sabiendo que no se puede apartar la

profunda incertidumbre que exige saber y decidir sobre qué es lo que hay que hacer. En última

instancia, siempre alguien tiene que decidir en la deliberación qué se debe hacer, por más injusto

que aquello pueda parecer.

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Referencias

Aristóteles, Ética a Nicómaco. Pallí, B. Julio, (traducción), (2014). GREDOS.

Berlin, I. (2013). Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos. Fondo de Cultura Económica.

Gracia, D. (1998). Ética de los confines de la vida. Ética y vida: Estudios de Bioética, No.3. El

Buho.

Gracia, D. (2000). Religión y ética. En Gafo, J. (ed.), Bioética y religiones: el final de la vida.

Universidad Pontificia comillas.

Gracia, D. (2003). Teoría y práctica de los comités de ética. En Martínez, J. L. (ed.), Comités de

bioética. Universidad Pontificia comillas.

Gracia, D. (2014). Pedagogía Deliberativa. En la bioética y el arte de elegir. Asociación de Bioética

Fundamental y Clínica.

Vidal, M. (1991). Moral de Actitudes. Moral de la Persona y Bioética Teológica. PS Editorial.

Vidal, M. (2001). Ética civil y sociedad democrática. DESCLÉE DE BROUWER.

Wilkinson, D., y Savulescu J. (2018). Ética, conflicto y tratamiento médico para niños: del

desacuerdo al disenso. Elsevier.