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Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

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TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 3

1. Conducta y ambigüedad ............................................................................. 3

2. El tema de la envidia ................................................................................... 7

3. Cuestiones (no sólo) etimológicas .............................................................. 8

4. Múltiples análisis de la envidia ................................................................. 11

LA ENVIDIA, UNA FORMA DE INTERACCIÓN. LA RELACIÓN

ENVIDIADO/ENVIDIOSO ............................................................................................ 13

1. La envidia, relación interpersonal ............................................................. 13

2. La situación de envidia, una relación asimétrica ..................................... 15

3. La envidia, relación de dependencia. Unidireccionalidad y enantiobiosis 18

3.1. Celos y envidia ............................................................................................ 20

4. La envidia, interacción oculta ................................................................... 21

5. La expresión —semiología— de la envidia ............................................... 23

6. Conceptualización de la envidia................................................................ 26

7. Los bienes, atributos simbólicos del sujeto. ................................................ 29

7.1. Condición carencial del envidioso .............................................................. 30

8. La relación envidioso/envidiado ............................................................... 32

8.1. Presupuestos de la interacción ................................................................... 33

8.2. La envidia, relación de odio........................................................................ 36

8.3. La envidia, relación de amor ...................................................................... 37

9. Efectos de la envidia ................................................................................. 38

9.1. Envidia y creatividad .................................................................................. 40

9.2. La tristeza en la envidia .............................................................................. 41

9.3. Envidia y suspicacia .................................................................................... 41

9.4. Envidia versus delirio .................................................................................. 42

10. Impotencia en la envidia ......................................................................... 43

11. La envidia como destrucción .................................................................. 44

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INTRODUCCIÓN

CARLOS CASTILLA DEL PINO CÁTEDRA DE PSIQUIATRÍA. UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA

1. CONDUCTA Y AMBIGÜEDAD

Característica de todos los temas tratados en la serie de

seminarios que genéricamente incluyo bajo la rúbrica de

Antropología de la Conducta es, según creo, que pueden

plantearse desde los ámbitos más diversos e incluso más

inesperados. Así ocurrió con el tema de la mentira (1988), con el

del personaje (1989), posteriormente con el del silencio (1992) y

el de la obscenidad (1993), todos ellos publicados en Alianza

Editorial. Y como se ha de ver, también en éste de la envidia.

Tratamos aquí, en efecto, algunos de los problemas que

suscita la envidia en la relación humana en general: como

actuación singular, como estructura caracterial, fijada y

rigidificada —ésta es la única circunstancia en la que puede

hablarse en la psicopatología actual de estructura caracterial—,

como modo de interacción, como problema moral, como

problema teológico incluso y, desde luego, en su aspecto

intrapersonal, esto es, el del envidioso.

Esta múltiple perspectiva es posible porque nos ocupamos

de conductas humanas, o, para decirlo más precisamente, de

tipos o patrones de conducta, que sirven para las actuaciones. Un

filósofo, hoy escasamente citado, Max Scheler, lo advirtió

reiteradamente: tratar de una conducta, o más precisamente, de

la actitud que tipifica una conducta, remite insensible e

inevitablemente a otra u otras, porque los límites entre ellas no

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son ni fijos ni exactos, y la pretensión de la investigación

fenomenológica aplicada a la esfera de los sentimientos y, más

aún, a lo que se denominó vivencia (Erkbnis), de alcanzar la «pura

esencia» de éstos, a través del ejercicio de la epojé

fenomenológica, se ha reputado ilusoria. La supuesta

«esencialidad» obtenida tras el análisis de experiencias con un

núcleo común no posibilitan, sin embargo, una demarcación

satisfactoria, porque a ella se opone la ambigüedad de toda

actuación. Más que el análisis fenómeno lógico se muestra útil en

estos casos el instrumento de la filosofía analítica, la cual, al fin y a

la postre, toma como objeto del análisis la experiencia

comunicada, esto es, la experiencia cristalizada en formas

lingüísticas. La consistencia de estos análisis para nuestro universo

de discurso, la conducta, deriva del hecho de que la conducta

humana es intrínsecamente ambigua, polisémica, entrópica, por

cuanto no aporta la totalidad de información que se requeriría

por el receptor, y, por tanto, pertenece al ámbito de los procesos

complejos y borrosos. La cuantía de información que un

destinatario obtiene de cualquier tipo de conducta al denotarla

(para luego interpretarla a través de la dación de las

connotaciones que le presupone), es siempre mucho menor que

la que se debería/desearía obtener para emitir, a continuación,

una respuesta acertada y, sobre todo, para saber a qué atenerse

respecto del otro, del sujeto emisor. La conducta humana, en

suma, es denotable sólo en aquella (mínima) parte perceptible, y

de esa percepción arrancan las interpretaciones que el receptor le

atribuye, meras hipótesis —de ahí la ambigüedad tanto inicial

como final—, con mayor o menor grado de probabilidad y, por

tanto, de verosimilitud, no de certeza. La certidumbre no ha lugar

en el ámbito de las interpretaciones, nunca susceptibles de

verificación directa ni de falsación en ninguno de sus pasos.

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La conducta humana, en efecto, se dice desde Freud, y se ha

repetido innumerables veces, es o está sobredeterminada, lo que

viene a ser, en la práctica, tanto como indeterminada. En el orden

de sus motivaciones, la conducta, o, mejor dicho, la actuación,

cualquiera que sea, da pie para un racimo de hipotéticas

connotaciones, incluibles muchas veces en campos semánticos

dispares. Por eso, hablar de la significación de la conducta de

alguien es tarea interminable, porque remite a la totalidad del

sujeto, y el sujeto mismo, desde este punto de vista, es esta

conducta que ahora hace, pero también la que hizo antes, o la

que hará inmediatamente después, ambas de signos distintos,

cuando no opuestos, y que obligan a hipótesis interpretativas

dispares sobre el mismo sujeto, intrínsecamente versátil, y

también redundante.

Aunque el psicoanálisis mostró en la práctica la posible

conciliación de los opuestos, y el propio Freud1 dio los pasos para

una construcción teórica al respecto, lo cierto es que ni el propio

Freud elaboró una teoría del sujeto (sí del «aparato psíquico», lo

que no es lo mismo), ni tampoco el desarrollo ulterior deí

psicoanálisis ha contribuido a ello. Sin embargo, una teoría del

sujeto es un constructo absolutamente imprescindible, como lo

demuestra el hecho de que hasta la investigación cognitiva

necesita presuponerlo. Me refiero no a una teoría del hombre,

sino a una teoría del sujeto como sistema funcional que hace

1 Freud, S. Para el concepto de sobredeterminación, véase La interpretación de los

sueños. Para el de ambivalencia, expuesto a todo lo largo de su obra, desde el temprano

Fragmento de análisis de un caso de histeria (el caso «Dora»), hasta las Nuevas

conferencias de introducción al psicoanálisis, véase especialmente El yo y el ello e

Inhibición, síntoma y angustia. En Ob. Com., trad. cast. en XXIII vols., Buenos Aires.

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posible actuaciones contextualixadas y, por tanto, de

significaciones muy varias2.

La sobredeterminación de la conducta es, desde luego,

psicológica, pero no tiene demasiado sentido considerar esta

faceta como prioritaria frente a las sobredeterminaciones

sociales, psicosociales, éticas, políticas, culturales (religiosas y

hasta teológicas). Por esta razón, toda conducta puede ser

considerada bajo cualquiera de estos parámetros, al modo como

se aplica una plantilla sobre un papel, un mapa sobre un

territorio, etc. Es éste el momento de preguntarse, por otra parte,

por el lugar de una antropología filosófica (o una filosofía del

hombre, del mismo modo que, de forma más particularizada, se

habla de filosofía del lenguaje, por poner un ejemplo), uno de

cuyos cometidos podría ser el de mostrar cómo desde el sujeto,

concebido como sistema generador de conductas, se alcanza al

hombre en sus (posibles) formas de existencia (o de vida), al modo

como lo concibieran Dilthey, Spranger, Jaspers, Heidegger y, entre

nosotros, Ortega, aunque naturalmente desde modelos actuales3.

Conviene advertir que la sobredeterminación de las

actuaciones o conductas, su multimotivación, remite a una

metadeterminación, a saber: el sujeto, como órgano o como

2 Mis trabajos sobre el sujeto se inician en Introducción a la Psiquiatría, vol. I.

Madrid, 1ª edición 1978; 4ª edición 1.993, y prosiguen en otros trabajos monográficos, de

los cuales remito a estas dos: «El sujeto como sistema: el sujeto hermeneuta», Rev. Arg.

de Clínica Psicológica, I, 3, diciembre 1992, y «Sujeto, expresión e interacción», en Rev.

de Occidente, 134-135, julio-agosto, 1992.

3 Para las formas de cosmovisión, en Dilthey, Teoría de las concepciones del

mundo, trad. cast. Madrid, 1944; en Jaspers, Psicología de las concepciones del mundo,

trad. cast. Madrid, 1967; en Heidegger. Sendas perdidas, trad. cast. Buenos Aires, 1960;

en Spranger, Formas de vida, trad. cast. Madrid. 1933.

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lugar, que ofrece su identidad/diferenciación en cada contexto.

En efecto, el sujeto es un sistema que, cualquiera que sea la

actuación, tiene como cometido último señalar su presencia en el

contexto en el que la actuación tiene lugar. El sujeto mismo es,

con otros que hacen de tales, constructor del contexto. Los

contextos no son, se hacen. Y cuando en ellos se actúa, aparte la

finalidad concreta que el sujeto se proponga, marca su presencia,

deja su huella como sujeto. Dicho de otra forma, toda actuación

—saludar, escribir, dar una conferencia, poner una hilada de

ladrillos, etc.— da cuenta del sujeto de la misma y el sujeto la usa

para ser identificado/diferenciado (identificado en sí mismo o, lo

que es igual, diferenciado de los demás). Por eso, se dice que cada

actuación, al mismo tiempo que muestra la identidad del que la

hace, sirve para construirla (construcción de la identidad: Self). El

sujeto, en un alarde de reflexividad, pone cada intervención sobre

la realidad al servicio también de la construcción de su sí-mismo4.

2. EL TEMA DE LA ENVIDIA

En la envidia queda ilustrado esto de manera sobresaliente.

La envidia es una conducta —si es posible expresarse así (en

cualquier caso se entiende lo que se quiere decir: un tipo de

comportamiento, el comportamiento envidioso)—, pero que

deviene una forma de vida, la del envidioso. Forma de vida que a

su vez da lugar a nuevas conductas envidiosas, más sofisticadas,

más complejas, por cuanto el sujeto trata de ocultarla ante los

demás por su carácter inmoral, por lo que del sujeto dice, pero

también ha de ocultársela a sí mismo, no reconocerse en ella para

eludir su autodepreciación. La racionalización, como dinamismo

4 Cumming, J., On Human Comunication. Nueva York, 1961.

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de defensa, cumple aquí el cometido de argumentar sobre la

«justicia» que enmascara la envidia. Se constituye así muchas

veces esa estructura caracterial que califica a un sujeto como

envidioso (como si ésta fuera su característica única, de tan

sobresaliente que es). Sólo un sujeto envidioso puede dar lugar a

una conducta envidiosa, y ésta es, a su vez, una expresión de la

forma de vida de aquel que puede llegar a adquirir rango

exclusivo, como manera de estar en el mundo, de instalarse en él,

o, lo que es más infrecuente, manifestar una actitud accesoria o

accidental de vivir una determinada situación o, mejor, una

determinada interacción.

El tema de la envidia muestra aspectos sorprendentes e

insospechados. Algunos inherentes al campo semántico latino que

se centra en invidia, y que derivan, unos, del concepto mismo de

envidia; otros, de los efectos de la envidia en el envidioso y de los

efectos que el envidioso procura provocar en el envidiado. Me

siento tentado de exponerlos a continuación, con toda reserva,

pues no pertenece a mi disciplina propiamente dicha y es,

naturalmente, el resultado del estudio ocasional del tema. No es,

pues, un alarde de erudición, sino más bien el intento de hacer

notar algunas pertinentes curiosidades.

3. CUESTIONES (NO SÓLO) ETIMOLÓGICAS

La primera conceptualización que se encuentra en castellano

de la envidia aparece en Covarrubias en dos artículos:

1º «Invidia: dolor conceptus ex aliena prosperitate; de in et

video, porque la envidia mira siempre de mal ojo y por eso dijo

Ovidio della: Nusquam recta acies, descríbela en liber 2

Metamorphoseon». He traducido dolor conceptus como dolor

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engendrado, en este caso por la prosperidad de otro, y nusquam

recta acies como nunca penetra (en el otro) rectamente. La

envidia, en efecto, nunca va por derecho, hiere

anfractuosamente, torcidamente.

2º «Embidia. Es un dolor, concebido en el pecho, del bien y

prosperidad agena; latine invidia, de in et video, es quia male

videat; porque el embidioso enclava unos ojos tristazos y

encapotados en la persona de quien tiene embidia, y le mira

como dizen de mal ojo... Su tóssigo es la prosperidad y buena

andanza del próximo, su manjar dulce la adversidad y calamidad

del mismo: llora quando los demás ríen y ríe quando todos

lloran... Entre las demás emblemas mías, tengo una lima sobre

una yunque con el mote: Carpit et carpitur una; símbolo del

embidioso, que royendo a los otros, él se está consumiendo entre

sí mesmo y royéndose el propio coracón; trabajo intolerable que

el mesmo se toma por sus manos... Lo peor es que este veneno

suele engendrarse en los pechos de los que nos son más amigos, y

nosotros los tenemos por tales fiándonos dellos; y son mas

perjudiciales que los enemigos declarados. Esta materia es lugar

común, y tratada de muchos; no es mi intento traspalar lo que

otros han juntado. Quédese aquí»5.

Pero invidia, en latín, tiene dos acepciones, que tomo del

Diccionario Latino-Español de Valbuena6 y, con mayor extensión,

5 Sebastian de Covarrubias. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Madrid.

1977. edic. facsímil. págs. 740 y 505, respectivamente.

6 Manuel Valbuena. Nuevo Valvuena o Diccionario Latino-Español, formado

sobre el el don Manuel Valbuena. con muchos aumentos, correcciones v mejoras por

Don Vicente Salvá. París, 1834.

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del Nuevo Diccionario Etimológico, de Raimundo de Miguel7. La

primera la recoge Covarrubias: pesar por la prosperidad ajena,

que alude al efecto de la envidia en el envidioso (la tristeza por el

bien ajeno, como se define en el catecismo que usamos en

nuestra infancia). El envidioso se entristece, se apesadumbra, su

rostro se ensombrece. Así se dice en el Génesis (4, 6) que Jehová

le preguntó a Caín. «¿Por qué te has ensañado y se ha inmutado

tu rostro?» (cito según la traducción de Casiodoro de Reina,

revisada por Cipriano de Valera8). La envidia transforma y hace

odioso al que es presa de ella. In invidia esse, decía Cicerón, esto

es, ser odioso. Y en este texto ciceroniano invidia no es envidia,

sino odiosidad.

La otra acepción, la segunda, es curiosa: se refiere al efecto

que el sujeto envidioso trata de obtener: hacer odioso al

envidiado a los ojos de terceros. Esto es muy interesante:

Raimundo de Miguel cita a Cicerón, como ejemplo de este uso

transitivo de invidia: Invidiam faceré alicui (hacer odioso a

alguno); hividiae esse alicui (acarrear odio a alguno). ¿Por qué

esta acepción transitiva? Tiene su lógica. Raimundo de Miguel

trae a colación una cita de Tito Livio: Intacta invidia media sunt (la

mediocridad está libre de la envidia), que, continúa, tiende [La

envidia] a lo más elevado: ad summa ferme tendit. De manera que

la envidia busca lo más elevado para rebajarlo hasta la

mediocridad, y así hacerlo impropio de la admiración, y hasta de

la posible envidia, de los demás.

7 Raimundo de Miguel y el Marques de Morante, Nuevo Diccionario Latino-

Español Etimológico. Agustín Tubera, Madrid. 1889.

8 Santa Biblia, antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por

Cipriano de Yulera (1602). Sociedad Bíblica B. v E. Londres. Sociedad Bíblica

Americana, Nueva York, 1949, 3.

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¿Cómo consigue el envidioso rebajar el valor del envididado

hasta el punto de hacerlo odioso a todos en lugar de admirable?

Privándole, negándole cualidades. Porque in video —de donde

procede invidia, envidia— no es sólo mirar con mal ojo (in video

no es mirar dentro, sino mirar torcidamente: nusquam recta acies,

que decía Ovidio), sino también negar, o privar, al envidiado de

aquello por lo que precisamente se le envidia o se le admira. Por

eso, a partir de Ovidio, invidiosus es tanto el envidioso cuanto el

envidiado (al que se logra hacer odioso negándole toda virtud).

Inicialmente, según he podido ver en esta indagación tan

fascinante para mí, el envidioso era, en el latín clásico, invidus. Es

posteriormente, con Ovidio, cuando se introduce invidiosus con

toda esta complicación, que en el fondo iguala al envidioso con el

envidiado, de envidioso/odioso por envidiar, por ver de mala

manera al admirado, y de envidiado/odioso por el despojo de la

virtud que se ha conseguido merced a la torcida y anfractuosa

acción de la envidia.

4. MÚLTIPLES ANÁLISIS DE LA ENVIDIA

La envidia puede ser, pues, analizada desde múltiples

perspectivas: la del envidioso, la del envidiado, el objeto que se

envidia, la función psicológica y social de la envidia, el coste de la

envidia en la economía mental del sujeto, etc.

Inevitablemente, a partir de un determinado ángulo de

visión, se confluye con los resultados obtenidos desde cualquier

otro. Por tanto, es de esperar que planteamientos iniciados, por

ejemplo, desde el envidioso conduzcan al envidiado, desde la

actitud de envidia al objeto envidiado, desde el de los efectos que

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trata de provocar en el envidiado al de los que la misma envidia

produce en el envidioso, y así sucesivamente.

En los capítulos que siguen a esta introducción, yo mismo

me he ocupado de la envidia como una forma de interacción, la

del envidiado/envidioso, el tipo de relación que entre ambos se

establece, y los efectos de la envidia en el envidioso (más que en

el envidiado). Silvia Tubert ha planteado la envidia en una

consideración psicoanalítica, y utiliza como objeto de análisis el

Abel Sánchez, de Miguel de Unamuno. El continuo

envidia/resentimiento, las valoraciones morales de ambos, son el

objeto de la exposición de Reyes Mate. Amelia Valcárcel trata

sobre todo la función de la envidia como uno de los mecanismos

sociales de regulación. Victoria Camps la enfoca en términos

socioevolutivos. v detecta cómo, con su desacralización, la envidia

deja de ser pecado y se disfraza de una forma de actuación justa.

La otra cara del vicio, en este caso la envidia, es objeto del texto

de Aranguren, mientras Manuel Fraijó dedica su capítulo al

enfoque teológico, la necesaria invención de Satán como envidia

de Dios.

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LA ENVIDIA, UNA FORMA DE

INTERACCIÓN.

LA RELACIÓN

ENVIDIADO/ENVIDIOSO

CARLOS CASTILLA DEL PINO CÁTEDRA DE PSIQUIATRÍA. UNIVERSIDAD DE CÓRDOBA

1. LA ENVIDIA, RELACIÓN INTERPERSONAL

Las conductas adquieren su matiz, su peculiaridad por la

actitud que las inspira (Mead, Sheriff y Cantril, Allport, etc.). Este

principio, aunque formulado de otra manera, está vigente desde

que la psicoso-ciología se ocupó de las actitudes 9 . Saludar,

despedirse, por poner dos ejemplos, admiten respectivamente

muchas formas y, en consecuencia, múltiples significaciones

porque pueden hacerse, y se hacen, desde (o con) actitudes

distintas. La actitud del sujeto, pues, es el functor modulador de la

conducta. Una cuestión de esta índole no puede suscitarse en una

9 Para la psicosociología de las actitudes, un concepto que se debe íntegramente a

las distintas escuelas norteamericanas, algunos de los textos clasicos son: G. W. Allport y

Muchison. A Handbook of Social Psicology, 1935, especialmente el capitulo «Attitudes»;

G. W. Allport, Pcrsonlity, London, 1949; G. W. Allport, La naturaleza de! prejuicio,

trad. cast., 1963; S. E. Asch. Social Psycholology. New Jersey. 1952, especialmente el

capitule» XIX (para este autor la naturaleza de las acritudes, como la de las creencias, es

sentimental): T. M. Ncwcomb. Social Psicology. 1950; M. Sheritt y H. Cantril.

The Psycology of Ego-Involments. Social Attitudes and Identifications. Nueva

York. 1947; O. Klineberg. Psicología social, trad. cast.. 1963, cap. XVIII. Una revisión

de la psicosociología norteamericana de las actitudes en Roger Girod. Attitudes

collectives et relations humaines. Prólogo de Jean Piaget, París. 1956.

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psicología conductista, ni, por lo menos hasta ahora, en la

psicología cognitiva. Porque para ello se requiere una teoría del

sujeto10.

Si la conducta es acto, la conducta + la actitud en un

contexto dado constituye la actuación. Cualquier acto está en

función de la actitud y en función del contexto, de la situación, y el

resultado compone la actuación. La actitud, en última instancia,

es de índole afectivo-emocional y constituye el factor

diferenciador, y motor, de conductas o comportamientos que,

como antes he señalado, son formalmente idénticos. Si al factor

diferenciador de la actitud se suma el factor, también

diferenciador, del contexto —un acto de conducta se adecúa al

contexto o situación en el que se ofrece, y en la medida en que el

contexto es un constructo ad hoc, la actuación es de carácter

adhocing11—, entonces la actuación del sujeto no sólo es singular

para cada contexto, sino singular incluso para cada momento del

sujeto. Gracias a la versatilidad de las actitudes, cobra relieve una

propiedad fundamental del sujeto: su intrínseca inestabilidad, el

proceso constante de construcción/deconstrucción que tiene

lugar para su adaptación en cada contexto (o para cada

contexto)12.

10 Véase nota 2 de Introducción.

11 El concepto de conducía ad hoc o actuaciones ad hocing en H. Garfinkel,

Studies in Etnomethodology. Prentice-Hall. 1967

12 El sujeto ha de aparecer como un sistema funcional y por tanto, inestable, en

constante construcción/deconstruccion, si se pretende edificar un modelo que dé cuenta

de los problemas que en la actualidad suscita la identidad, la interacción, la adecuación a

los múltiples contextos, etc. La cuantía de redundancia o estabilidad que resta en el

sistema es utilizada para la definición del sujeto, en la medida en que ofrece coherencia.

Page 15: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

Con estas premisas carece de sentido la pretensión de

catalogación de conductas envidiosas. Entendemos las

actuaciones envidiosas como respuestas a situaciones en las que

los componentes decisivos son sujetos en interacción. Las

actitudes envidiosas de alguien impregnan sus conductas.

La envidia es, pues, una actitud que da lugar a actuaciones

envidiosas. Como tal, es un acto de relación sujeto/objeto, en este

caso sujeto/sujeto, es decir, una interacción en la que los actores

del drama, los dramatis personae, son, claro está, el envidioso y el

envidiado.

2. LA SITUACIÓN DE ENVIDIA, UNA

RELACIÓN ASIMÉTRICA

La envidia requiere un contexto en el que los dos actores de

la interacción ocupan posiciones asimétricas. Sin duda, hay

muchas relaciones asimétricas que no suscitan envidia, sino

incluso una sumisión gustosa y gratificante, una inferioridad libre

de toda suerte de responsabilidades, que, al menos hasta

determinado límite, es aceptada de buen grado. Pero en la

envidia, como se verá inmediatamente, la asimetría, que juega en

favor del envidiado, es vivida por el envidioso como intolerable,

porque no se acepta, porque se tiende a no reconocer y a negarla.

En la interacción envidiosa la asimetría juega en contra del

envidioso, con independencia de que, por la eficacia de su

actuación, se depare en ocasiones al envidiado un perjuicio en su

imagen pública hasta el punto de situarlo, en una posición incluso

inferior a la del envidioso. De hecho, inicialmente, la mera

presencia, real o virtual, del envidiado en el mundo, empírico o

imaginario, del envidioso, le depara a éste efectos deletéreos, a

los cuales me referiré luego con suficiente detalle.

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He hablado de la presencia real o virtual del envidiado. En

efecto, la relación con el envidiado no tiene necesariamente que

ser real, entendido este término ahora en el sentido fuerte, de

relación empírica. Muchas veces la envidia la suscita alguien con

quien no se tiene relación real alguna, y por eso hablo de

presencia virtual. En estos casos, es la mera existencia del

envidiado, su posición social, sus éxitos, sus logros, sus dotes de

empatia, entre otros muchos «bienes» posibles, los que generan

lo que se ha llamado el sentimiento (en realidad, la actitud) de

envidia.

Pero ¿cuál es la peculiaridad de esta asimetría en el caso de

la situación de envidia? El envidioso está en posición inferior

respecto del envidiado, pero tal inferioridad, si se reconoce por él

—cosa que esta lejos de ocurrir siempre—, es rechazada

mediante argumentos falaces o racionalizaciones. Por ejemplo, se

atribuye a la «mala suerte», frente a la «buena suerte», no al

mérito, del envidiado, o a la «injusticia» del mundo. Al envidioso

se le priva (injustificadamente, por supuesto) de lo que el

envidiado posee (injustificadamente también). A diferencia, pues,

de otras situaciones asimétricas en la que el actante inferior

asume su posición de buen o mal grado, o de forma pactada, el

envidioso no la tolera. Como haré ver, la raíz de la actitud

envidiosa ancla en el profundo e incurable odio a si mismo del

envidioso.

La dirección en que camina la relación asimétrica en la

envidia es, si me es posible expresarme así, de abajo arriba. No se

envidia —en la acepción fuerte del termino, en la que nos

movemos hasta ahora— a quien se considera inferior. Recuérdese

la afirmación clásica, ya citada: la mediocridad está libre de

envidia.

Page 17: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

Pero muchas veces se hace uso del vocablo envidia

curiosamente para referirse a alguien que ocupa una posición de

esa índole («¡cómo te envidio el que no seas conocido y puedas

pasar inadvertido!»; «¡cómo envidio a estos que no tienen que

preocuparse de inversiones ni de capitales!»). Conviene analizar

esta forma de uso, desde luego insincero y mendaz, de la palabra

envidia, por lo que enseña acerca de la envidia en sentido

estricto. Se trata de una expresión de seudohumildad, que, de

hecho, exhibe la vanidad y au-tosatisfacción por la superioridad

que se ocupa y que tantas y tantas molestias e incomodidades le

depara. Cuando, además, se dirige directamente a aquel al que se

dice envidiar por la «cómoda» inferioridad en que se encuentra, la

expresión reviste caracteres de insensibilidad moral, cuando no

de crueldad: le invita a autocompla-cerse en la situación de

carencia en que se encuentra. No se engaña a sí mismo (de

ninguna manera se «cambiaría» por aquel a quien dice envidiar),

ni, desde luego, engaña al otro. Pero, además, usa de la palabra

envidia en un sentido por decirlo así generoso, desprendido

(«siento envidia, en el buen sentido de la palabra», se dice,

advirtiendo expresamente que es una envidia sin el carácter

malvado y destructivo que se le confiere habitualmente al sujeto

en la actitud verdaderamente envidiosa). Envidiar a alguien en

algo, en el sentido estricto del término, equivale —lo veremos

luego— a conferir a ese algo un alto valor, quizá el máximo valor.

De aquí que en la envidia se anhele desvalijar al sujeto,

desposeerlo del valor añadido que la posesión del bien le supone

como persona. En la expresión antes citada, la de la «envidia en el

buen sentido», resulta que el sujeto al que se dice envidiar no

posee nada, o más precisamente, no posee aquello que, a su

parecer, le hace a el envidiable ante los demás, y que da lugar a su

insincera queja: por ejemplo, la fama, el éxito, el dinero, el olor de

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multitud, etc. Si por definición no se puede envidiar a aquel que

no posee objeto alguno, entonces la expresión es, por lo pronto,

mendaz, además de ofensiva, pues con ella recalca la inanidad

!«te envidio porque no tienes lo que yo»i de aquel a quien se

califica de envidiado o envidiable. Un dramaturgo español, que

narraba a sus contertulios sus éxitos en un país extranjero, en el

que fue llevado de un lado para otro en una interminable

carrera de invitaciones v homenajes, concluyó su

descripción con este «consejo»: «No triunféis jamás.»

3. LA ENVIDIA, RELACIÓN DE

DEPENDENCIA. UNIDIRECCIONALIDAD Y

ENANTIOBIOSIS

Como en algunas, aunque no todas, relaciones asimétricas,

por ejemplo en muchas de las formas de la relación amorosa, en

la interacción envidiosa tiene lugar una dependencia de carácter

unidireccional, del envidioso hacia el envidiado (dado que muchas

veces este ultimo ignora la envidia que suscita, y en ocasiones

hasta la mera existencia del envidioso). El envidioso necesita del

envidiado de manera fundamental, porque, a través de la crítica

simuladamente objetiva y justa, se le posibilita creerse más y

mejor que el envidiado, tanto ante sí cuanto ante los demás. Sin el

envidiado, el envidioso sería nadie. Como haré ver

posteriormente, mediante el diestro hipercriticismo sobre el

envidiado se procura hacer a este odioso a ojos de los demás y,

por tanto, rebajarlo a una posición inferior a la que ahora ocupa13.

13 Véase Introducción, la segunda acepción de envidia introducida por Cicerón: hacer odioso a alguno, naturalmente previamente envidiado

Page 19: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

En otras ocasiones, aquellas en las que el envidiado sabe de

la envidia que provoca, la relación es de tipo enantiobiótico, es

decir, una relación necesaria para el perjuicio recíproco de ambos

sujetos14. El envidiado necesita a veces del envidioso —hay quien

se inventa envidiosos— para así afirmarse en su posición y, sin

esfuerzo, gozar de la destrucción que se le acarrea al envidioso

por el hecho de envidiar. Hasta hay delirios de persecución que

son, en realidad, delirios de exaltación de sí. Tan elevada

consideración de sí mismo suscita la lógica envidia persecutoria

de los demás: me persiguen porque me envidian; de aquí el

carácter lúdico y gratificante de estos delirios.

La dependencia unidireccional del envidioso respecto del

envidiado persiste aun cuando el envidiado haya dejado de existir.

Y esta circunstancia —la inexistencia empírica del sujeto

envidiado y la persistencia, no obstante, de la envidia respecto de

el— descubre el verdadero objeto de la envidia, que no es el bien

que posee el envidiado, sino el sujeto que lo posee.

Lo que se envidia de alguien es la imagen que ofrece de sí

mismo merced a la posesión del bien que ha obtenido o de que ha

sido dotado. Y por eso, aun si el envidiado ha dejado de existir, su

imagen, sin embargo, persiste, y, por tanto, no se le ha de dejar

en paz, porque sigue estando vigente en el envidioso. La

dependencia del envidioso se debe a la introyección de la imagen

del envidiado, de manera que ésta no desaparece por el hecho,

meramente circunstancial, de que el envidiado deje de estar entre

los vivos. Volveré luego sobre esta cuestión con más detalle.

14 Enantiobiótica. enantiodromía. términos de estirpe heracliteana. recójalo el

segundo por Jung que alude a la identificación y conversión en lo opuesto.

Page 20: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

3.1. CELOS Y ENVIDIA

A diferencia de otras estructuras de interacción, a alguna de

las cuales haré alusión con fines comparativos, en la envidia la

estructura es diádica, y queda establecida entre el envidioso y el

envidiado. La presencia de otro (u otros) miembro, por ejemplo el

que haya alguien o muchos que admiren al que se envidia, puede

agravar la situación del envidioso, pero no es, en todo caso,

fundamental.

La diferencia respecto de los celos (en los que existe envidia,

pero no sólo ésta) es que en éstos la estructura es triádica: el

celoso, el objeto de los celos (la persona amada) y el rival. Las

redes interaccionales son, pues, más complejas: del celoso con el

objeto amado y con el rival; del rival con el objeto de los celos y

con el celoso; del objeto de los celos con el celoso y con el rival.

En los celos hay, desde luego, envidia del rival, al que el celoso

atribuye valores y cualidades que no se confiere a sí mismo, y que

explican la imaginada preferencia por él de la persona amada. El

celoso lo es del objeto amado, pero está celoso del rival15.

Claro está que en la envidia se le atribuye al envidiado la

posesión de un determinado bien, que el envidioso desea (anhela:

desea de manera suma), pero aun así la relación no es

homologable con la celosa, puesto que el objeto del cual es celoso

—el bien que el rival posee— es siempre una persona con la cual

tiene una estrecha relación.

15 Tratare con mayor detalle el dinamismo de los celos en mi libro (en prensa en la

colección «Temas de Hoy», Celos, locura y muerte.

Page 21: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

4. LA ENVIDIA, INTERACCIÓN OCULTA

Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que

necesariamente se disfraza o se oculta, y no sólo ante terceros,

sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es

la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir

envidia de P. Para proceder a esta ocultación/negación es

imprescindible el recurso al dinamismo de la disociación del

sujeto, mediante el cual se es envidioso, pero se ha de interactuar

como si no se fuera.

Las razones por las que la envidia se oculta/se niega son de

dos órdenes: psicológico y sociomoral.

Desde el punto de vista psicológico la envidia revela una

deficiencia de la persona, del self del envidioso, que éste no está

dispuesto a admitir. Por eso, en primer lugar, niega sentir envidia

de P. Es así como el sujeto que actúa como envidioso ha de

sobreactuar como no siéndolo. ¡No faltaba más! ¿Cómo voy a

sentir envidia de P, si éste no merece tan siquiera ser envidiado?

Más bien, se dice, se siente pena de P o en todo caso, si no pena,

el envidioso racionaliza para demostrar a los demás que P está

donde no debe estar. Todo este sistema de racionalizaciones tiene

un alto precio mental, al cual me referiré más adelante.

Señalo ahora tan sólo que negarse al reconocimiento de la

envidia es negarse a re-conocerse en extensas áreas de sí mismo.

Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a re-conocerse,

asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias. Pero esto

conllevaría su depreciación ante los demás y ante sí mismo,

cuestión a todas luces extremadamente dolorosa. Como advertía

Page 22: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

Juan Luis Vives, «nadie se atreve a decir que envidia a otro»16. El

envidiado se alza ante todos ostentando aquello de que el

envidioso carece; refleja, sin pretenderlo, por contraste, la

deficiencia del envidioso. Por eso se dice en el habla coloquial,

con gran precisión, que el envidioso «no puede ver» al envidiado,

y no precisamente porque le sea meramente antipático. No puede

literalmente verlo, porque la visión que de sí mismo obtiene por la

presencia del envidiado le es intolerable.

Hay también razones sociomorales que fueron señaladas por

los tratadistas clasicos. También Vives habla de que «quien tiene

envidia pone gran trabajo en impedir que se manifieste esa llaga

interior»17, y Alibert18 comienza su capítulo correspondiente con

estas palabras: «La envidia es una aflicción vergonzosa que

procuramos disimular con cuidado porque nos degrada y humilla

a nuestros propios ojos (ob. cit., pág. 206). Nada más eficaz para

descalificar un juicio adverso que alguien hace sobre otro que

dispararle el juicio de intención siguiente: «Tú lo que tienes es

envidia de él.» Con ello, se le hace ver que toda su argumentación

es especiosa, ya que esconde la motivación envidiosa que, como

actitud, precede al discurso crítico y/o difamador.

¿Qué es lo que se oculta por el envidioso?

En primer lugar, su posición inferior respecto del envidiado.

De ningún modo se estará dispuesto a reconocer la superioridad

16 Juán Luis Vives. Tratado del alma, sin fecha. Espasa Calpe. ed. La Lectura,

pag. 324. También en Colección Austral. Cito por la primera.

17 Vives, ob. cit. pág. 325.

18 J. L. Alibert, Fisiología de las pasiones a nueva doctrina de los afectos

morales. Madrid, 1831. pag. 206.

Page 23: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

del otro, y el hipercriticismo, en la forma más sofisticada, o la

difamación, en la forma más tosca, trabajará precisamente para

socavar la posibilidad de que los demás forjen o mantengan su

superioridad.

En segundo lugar, el propio sentimiento de la envidia. La

envidia supone una serie de connotaciones morales negativas

(maldad, doblez, astucia, «complicación» psicológica) que el

envidioso sabe que caerían sobre él, al ser la envidia un

sobresaliente predicado de su persona. Por consiguiente, la

envidia se racionalizará muchas veces de forma que aparezca

incluso como crítica generosa («digo todo esto por su bien») que

se hace sobre el envidiado para prevenirlo de futuros desastres.

En tercer lugar, la envidia se oculta, porque, como advierte

H. S. Sullivan, de descubrirse los demás notarían de inmediato la

carencia del envidioso, visible en el bien que el envidioso posee19.

5. LA EXPRESIÓN —SEMIOLOGÍA— DE LA

ENVIDIA

Pero la envidia, pese a todos los esfuerzos acaba por

emerger, sala superficie, porque la envidia es una pasión, y, como

tal, controlable sólo hasta un cierto punto.

Pese a la destreza y a las inteligentes argucias de los

envidiosos más astutos, no existen suficientes y eficaces

mecanismos para experimentar la pasión de la envidia y, al mismo

tiempo, ocultarla satisfactoriamente. No obstante, el hecho de

19 Harry Stack Sullivan. Estudios clínicos de psiquiatría, hay trad. cast. Buenos

Aires. 1963. pag. 145.

Page 24: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

que la envidia actúe en secreto, por las razones psicológicas y

morales antes expuestas, dio pie a curiosas indicaciones para

detectarla y así prevenirse de tales sujetos. Juan Luis Vives habla

de cómo el intento de ocultación de la envidia se traduce «en

grandes molestias corporales: palidez lívida, consunción, ojos

hundidos, aspecto torvo y degenerado»20.

Tarde o temprano, pues, la envidia se manifiesta, y

atribuimos a determinadas formas de conducta el rango de

significantes de la actitud envidiosa. Porque la envidia puede

mantenerse silenciada durante algún tiempo, bien como primera

etapa del proceso mismo de gestación, bien por una estrategia

prudencial. No obstante, la «obsesiva» ocupación como tema por

la persona del envidiado es de por sí altamente significativa. Otras

veces, indicio de que se está en presencia del envidioso puede ser

su silencio, mientras los demás elogian a un tercero. Un silencio

activo, un callar para no decir, hasta que al fin se pronuncie

socavando las bases sobre las que los otros sustentaron su

admiración. El envidioso no ofrece descaradamente su opinión

negativa; más bien tiende a invalidar las positividades del

envidiado. El efecto que se pretende con el discurso envidioso —

el efecto perlocucionario, diríamos usando de la concepción

austiniana de los actos de habla— es degradar la posición social

—la imagen, en suma— de que goza el envidiado.

Hay otras razones, además del hecho de proceder

originariamente de la esfera pasional, por las que la envidia se

nota, por lo que se advierten, con toda la equivocidad posible, las

señales de la envidia subsistente. Al ser manifiesto para los demás

20 Vives, ob. cit. pag. 325. Ver también las palabras de Covarrubias en

Introducción, 2. acepción de Embidia: «los ojos tristazos v encapotados».

Page 25: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

el bien que se envidia en el otro, al poseer carácter público, no

basta sentir, sino que es necesaria la actuación envidiosa. Dicho

bien, en efecto, es un constituyente fundamental de la

privilegiada imagen, también pública, del envidiado. El envidioso

acude para el ataque a aspectos difícilmente comprobables de la

privacidad del envidiado, que contribuirían, de aceptarse, a

decrecer la positividad de la imagen que los demás tienen de él (el

envidioso pretende hacerse pasar por el mejor «informado»,

advirtiendo a veces que «aún sabe más»). Pero a donde

realmente dirige el envidioso sus intentos de demolición es a la

imagen que los demás, menos informados que él, o más ingenuos,

se han construido sobre bases equivocadas.

¿Cómo conseguirlo? Mediante la difamación,

originariamente disfamación (el prefijo dys significa anomalía,

mientras fa procede del latín fari, hablar, derivado a su vez del

griego phemí). En efecto, la fama es resultado de la imagen. La

fama por antonomasia es «buena fama», «buen nombre»,

«crédito» (hay también la fama en sentido lato que se refiere al

hecho de ser alguien muy conocido, pero no es a éste, al

«famoso», al que se difama, sino al que tiene «buena fama»). La

dis-famación es el proceso mediante el cual se logra desacreditar

gravemente la buena fama de una persona. La difamación

propiamente dicha es hablar mal de alguien para desposeerle de

su buena fama, y no se justifica aunque lo que se diga de él sea

exacto, si no es sabido por aquellos a los que se dirige el discurso

difamador. Pues mientras no se tenga noticia de lo malo de

alguien, se mantiene su buena fama.

Ahora vemos donde está realmente el verdadero objeto de

la envidia. No en el bien que el otro posee, como se admite en la

conceptualización tradicional (si el envidioso lo poseyera no por

Page 26: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

eso dejaría de envidiar al mismo que ahora envidia), sino en el

(modo de) ser del envidiado, que le capacita para el logro de ese

bien. Por tanto, el bien aparentemente objeto de la envidia no es

sino resultado de un desplazamiento metonímico, expresión de

las posibilidades intrínsecas del envidiado. Por eso, de lo que trata

el envidioso es de convertir al envidiado, de admirable y

estimado, en inadmirable y odioso, como hemos dicho

reiteradamente.

6. CONCEPTUALIZACIÓN DE LA ENVIDIA

En la psicopatología actual se ha prestado escasa atención al

problema de la envidia. No así en los comienzos del siglo xtx, con

Pínel, Esquirol. Einroch, entre otros, para los cuales la alteración

mental, especialmente la locura en sentido estricto, estaba

directamente ligada al descontrol de las pasiones. Tampoco Freud

se interesó por esta cuestión, salvo en el planteamiento concreto

del complejo de castración y la denominada envidia del pene. El

concepto de la envidia de Alelanie Klein no nos sirve en este

contexto. Sin embargo, el psiquiatra norteamericano Harry Stack

Sullivan, al que antes he hecho referencia, hoy escasamente

citado, pese a ser el precursor de la psicopatología sistémica y el

primero que considera la relación interpersonal en el primer

plano de la patogenia de la alteración mental, dotado, además, de

una excepcional agudeza y penetración en los dinamismos

psicológicos, concedió a la envidia (y a los celos) una argumentada

prioridad. En «envidia y celos como factores precipitantes de los

principales desórdenes mentales» definió la envidia como «un

sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el

Page 27: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

descubrimiento de que otro posee algo que sentimos que

deberíamos tener»21.

Esta definición es notoriamente más completa que la clásica

y generalizada: «pesar por el bien ajeno», «desear para sí algo

que tienen otros», y análogas. Porque no se trata simplemente de

que el envidioso se apesadumbre por el bien que el otro posee22

(la pesadumbre, la tristeza por el bien ajeno es una consecuencia

de la envidia y no la envidia misma; véase luego en 9.2, La tristeza

en la envidia), sino que, además, sienta que con él se comete una

injusticia, porque precisamente ese bien, ese éxito debiera ser

suyo. Como advierte Max Scheler con precisión, el eme el otro

posea ese bien se considera, por el envidioso, la causa de que él

no lo posea "23.

El bien envidiacfo adquiere, por ello, categoría simbólica.

Constituye, en efecto, el símbolo, algo así como el emblema de los

atributos positivamente valiosos de la persona envidiada. En ello

radica, a mi modo de ver, la envidia de ese bien. Pensemos en

alguien a quien la suerte en la lotería le depara unos centenares

de millones. Decir «¡qué pena que no me hayan tocado a mí en

vez de a él!», no es una expresión de envidia. Tampoco se envidia

al que se apropia indebidamente de un gran capital y puede gozar

del mismo en completa impunidad. ¿Por qué no se envidia?

Porque en ambos casos se trata de bienes inmerecidos, cuya

21 Sullivan, ob. cit., pag. 141.

22 La pesadumbre, la tristeza por el bien ajeno es consecuencia de la envidia y no

la envidia misma, como se la detine en la consideración clasica dentro de la moral

cristiana.

23 Max Scheler, El resentimiento en la moral, trad. cast. Buenos Aires. 1944, pag.

27.

Page 28: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

posesión y disfrute no añaden nada positivo a la imagen del

sujeto. Pasado el tiempo, cuando los poseedores de esos bienes

se revistan de un «mérito» y nieguen su suerte o su inmoralidad

precedentes, entonces sí aparecerá el envidioso que ponga los

puntos sobre las íes.

Por el contrario, se puede y se suele sentir envidia de aquel

que ha logrado su fortuna por un proceso que suscita la

admiración de muchos y que por consiguiente, conlleva la

atribución de un rasgo positivo a su identidad, un elevado realce

de la imagen de sí mismo ante los demás.

No se envidia, pues, el bien, sino a aquel que lo ha logrado, es

decir, a la persona, al sujeto, en la medida en que ese bien re-

crece su imagen ante todos, y desde luego ante el envidioso. Esta

consideración enlace con lo que Max Scheler denoma envidia

existencia: «La envidia -se refiere a "la más temible, la mas

impotente- se dirige al ser y existir de la persona extraña». Por

decirlo así, el envidioso murmura continuamente: «Puedo

perdonártelo todo menos que seas, y que seas el que eres; menos

que yo no sea lo que tú eres, que yo no sea tú. Esta envidia ataca

a la persona extraña [la envidiada] en su pura existencia que,

como tal, es sentida cual opresión, "reproche" y temible medida

de la propia persona»24.

Medida de la propia persona: esto es fundamental. Porque

el sujeto envidioso se toma (como, por lo demás, todos y cada

uno) como patrón, pero más aún ahora que experimenta la

envidia. Y la envidia emerge como resultado de la ineludible

comparación que surge en toda interacción, por cuanto toda

24 Sullivan, ob. cit., pag. 28.

Page 29: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

interacción es una relación especular y el otro se constituye en

inevitable espejo de la imagen propia. Toda interacción esconde,

a mayor o menor profundidad, un juicio comparativo de cada

sujeto respecto del otro o los otros con los que interactua

7. LOS BIENES, ATRIBUTOS SIMBÓLICOS DEL

SUJETO.

McDougal fue, al parecer, el primer psicosociólogo y el

primero en atender a los que posteriormente se denominarían

símbolos de estatus: vestidos, casa coche, joyas, etc. Para

McDougal estos símbolos son ilusiones del yo, dado que vienen a

apuntalar al yo -hoy diríamos el self- (este vocablo, apuntalar, dice

con precisión cual es el significado de estos símbolos en favor del

sujeto, en su inseguridad. Tales símbolos son más necesarios en

aquellos sujetos que carecen de factores diferenciales valiosos de

su propia persona y, en consecuencia, de aquellos atributos

díferenciales/identificadores merced a los cuales se establece

exitosamente la interacción. Al decir atributos se sobreentiende

atributos positivos, pues de ellos deriva el «prestigio», que no es

otra cosa sino la positividad de la imagen25.

A este respecto, Sullivan añade: siempre que alguien

encuentra en otras personas estos aspectos que, desde su punto

de vista, serían factores de seguridad —factores con categoría de

signos realzadores del prestigio— aparece el dinamismo de la

envidia26.

25 W. McDougal. cit. en Sullivan.

26 Sullivan, ob. cit., pags. 141 y 142.

Page 30: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

7.1. CONDICIÓN CARENCIAL DEL ENVIDIOSO

Por esta razón, el envidioso es un hombre carente de (algún

o algunos) atributos y, por tanto, sin los signos diferenciales del

envidiado. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello

que envidia en el otro. Pero, repito, es necesario atender al rango

simbólico del objeto que envidia. Así, el que alguien sea rico o

inteligente no implica que carezca de motivos para envidiar la

riqueza o la inteligencia del otro. Ni la riqueza ni la inteligencia de

éste son las de él27.

El discurso del envidioso es monocorde y compulsivo sobre

el envidiado, vuelve una y otra vez al «tema» —el sujeto

envidiado y el bien que ostenta sin a su juicio merecerlo— y, sin

quererlo, concluye identificándose, es decir, «distinguiéndose» él

mismo por aquello de que carece. Como el silencio respecto del

habla, también la carencia de algo es un signo diferencial. La

identidad del envidioso está, precisamente, en su carencia.

Pero, además, en este discurso destaca la tácita e implícita

aseveración de que el atributo que el envidiado posee lo debiera

poseer él, y, es más, puede declarar que incluso lo posee, pero

que, injustificadamente, «no se le reconoce». Esta es la razón por

la que el discurso envidioso es permanentemente crítico o incluso

hiper-crítico sobre el envidiado, y remite siempre a sí mismo.

Aquel a quien podríamos denominar como «el perfecto

envidioso» construye un discurso razonado, bien estructurado,

27 Así, por ejemplo, no es infrecuente que el rico rentista «tolere» con fuerte

irritación al emprendedor pequeño-burgues que se alza al fin con una buena fortuna y se

eleva considerablemente de estatus. En un discurso razonado, bien estructurado, pleno de

sagaces observaciones negativas que hay que reconocer muchas veces como exactas.

Page 31: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

pleno de sagaces observaciones negativas que hay que reconocer

muchas veces como exactas.

¿Que duda cabe de que hay cuando menos algo de verdad

—en el sentido de exactitud- en lo que el envidioso dice respecto

del envidiado? El problema es que el envidioso pretende convertir

esta «parte de verdad» en la definición global de ese otro. El

punto débil de esta psicología de andar por casa que el envidioso

maneja con la mayor habilidad, es que la mayoría de las

aseveraciones que se hacen sobre alguien son verdad —salvo

algunos excesos— en el sentido de que cuando menos lo pueden

haber sido en determinado momento y en determinado contexto.

Pero aun así, naturalmente, no se pueden elevar a categoría de

«definición» por su carácter de mero rasgo v probablemente, por

su excepcionalidad. En este aspecto, el dinamismo del envidioso

se asemeja al del delirante: también en el delirio hay su parte de

verdad y no todo es error (como el cuerdo equivocadamente

piensa)28. Con posterioridad, el delirante construve un edificio

interpretativo, grotesco en su inverosimilitud, a diferencia del

envidioso, cuya narración cuida siempre de resultar verosímil al

destinatario, procurando referirse mas a hechos (verdaderos o

falsos) y menos a interpretaciones, siempre subjetivas. Rara vez el

envidioso pierde el sentido de realidad hasta el extremo de

alcanzar conclusiones disparatadas respecto del envidiado.

La condición carencial del envidioso, su constante ejercicio

de la crítica, y sobre todo la extrema cautela con que actúa para

no descubrirse requieren habilidad y astucia. Su actitud

permanentemente vigilante de si mismo y del envidiado, v

28 Freud habló de lo que el delirio contiene de histórico. Significando así su parte

de real.

Page 32: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

también de aquel a quien puede llegar a envidiar, o de aquellos a

los que quiza no llegue a convencer, le convierte en observador

agudo y detallista. La tarea interpretativa es conducida

sesgadamente, «oblicuamente», de manera que la depreciación

de la imagen del envidiado aparezca como un resultado

«objetivo». Es muy sagaz la observación de Juan Luis Vives acerca

de la «perversión del juicio» en la envidia. «La envidia, dice

pervierte mas intensamente que las restantes pasiones; hace

pensar que son importantes las cosas mas pequeñas, v

repugnantes las de mayor belleza.» \ explica el fracaso

persuasorio del envidioso, porque «influve mucho la fuerza del

odio que esta ingénita, v con el carácter más atroz, en toda

envidia»29. Así, el discurso difamador no tiene necesariamente

que aludir a un aspecto concreto por el cual el sujeto tiene buena

fama, prestigio, etc. La difamación tiende de manera oblicua a

socavar la buena fama global del sujeto en cuestión. Por eso usa

con frecuencia de la adversativa pero, como una forma de

disyunción no excluyente, para recurrir a una expresión de la

lógica: siempre, para el envidioso, hay el «pero» correspondiente

que colocarle al envidiado.

8. LA RELACIÓN ENVIDIOSO/ENVIDIADO

La relación entre el envidioso y el envidiado es

extremadamente compleja. La consideraremos aquí en un sentido

unidireccional, del envidioso hacia el envidiado, no a la inversa,

entre otras razones porque a menudo este último ignora la

envidia que despierta en otro u otros (y si la supone, puede no

ofrecérsele indicio alguno al respecto).

29 Vives, ob. cit., pág. 325.

Page 33: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

8.1. PRESUPUESTOS DE LA INTERACCIÓN

Como señalé antes, y desde luego con carácter metafórico,

toda interacción es especular. Uno no puede tener imagen de sí si

no hay otro que la «refleje», o, para ser más exacto, que se la

devuelva. Se trata de uno de tantos mecanismos feed-back que

funcionan entre los dos miembros de la interacción. En el

supuesto de que la imagen devuelta no se corresponda con la que

se pretendía provocar, la construcción de la imagen que

ofrecemos debe ser revisada, lo mismo si hemos de proseguir las

interacciones con el mismo actante que si se trata de una

interacción ulterior con otro. ¿Qué he hecho o cómo he hecho

para que el interlocutor obtenga de mí una imagen tan diferente a

la pretendida?

Evidentemente hemos construido una imagen de nosotros

mismos sin tener en cuenta los requerimientos del otro, y la

hemos lanzado teniéndonos presente ante todo a nosotros

mismos, en un ejemplo más de comportamiento autista (en un

sentido genérico: de prescindencia del otro en nuestro contexto).

Toda relación interpersonal ha de establecerse sobre la base de

un pacto implícito, mediante el cual la imagen que se ofrece al

otro se construye a tenor de la que se ha construido uno de él.

Dicho con otras palabras: en toda relación se ha de tener en

cuenta quién soy para el otro. Denomino a este inicial punto de

partida en la interacción pacto de supeditación ad hoc, que de

incumplirse conduce al fracaso de la relación, porque es

difícilmente reparable. Uno se supedita al otro y le da lo que

requiere de nosotros. Que sólo este pacto garantiza en gran

medida el éxito de la relación, sin coste alguno de orden

psicológico, lo revela el hecho de que ese otro al que nos

supeditamos de antemano lo que requiere es que se le ofrezca su

Page 34: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

imagen previa de quiénes somos, sin que por ello, naturalmente,

se prescinda de la imagen de él.

Esto no se opone a que en el curso de la interacción no se

deconstruyan, quizá, las imágenes recíprocas previas y se

construyan otras, ajustadas al curso de la interacción misma. De

aquí que, en ocasiones, se salga de una entrevista modificando la

imagen previa forjada sobre el interlocutor: «Mira, creía que era...

y resulta que es...» La mayoría de las veces, y si la interacción no

se prolonga, pueden conservarse las imágenes preexistentes.

Pensemos en la relación que tiene lugar entre dos personas de

muy distinto rango social, pongamos el rey y un niño que va

ofrecerle un obsequio. Está claro que el niño requiere que el rey

siga en su sitio, por decirlo así. Pero no es menos claro que el rey

se ha de supeditar, sin dejar de desempeñar su rol y de mostrar su

identidad, a la imagen de él que el niño le ofrece. De no ser así, si

el rey mantuviese determinada tiesura, exigi-ble en otros

contextos, la coartación sería inevitable y la relación se

bloquearía, sin posibilidades de rectificación; si, por el contrario,

se excediese en la supeditación (adoptando lo que se denomina

«oficiosidad»), el fracaso de la relación sobrevendría por la

ostensible mendacidad sobre la que se pretende sustentar. Aun

así pueden surgir malentendidos, imposibles muchas veces de

resolución. La supeditación ad hoc, adecuada y recíproca, de

ambos sujetos es la condición necesaria para una inicial

interacción positiva.

En cualquier caso, cualquiera sea el proceso, la imagen que

el otro nos devuelve es, como se sabe, una definición de nosotros

mismos. Tras cada unidad interaccional surge la autopregunta

imprescindible (se formule o no; se formula en situaciones

especialmente relevantes, y en ocasiones incluso ante otros, por

Page 35: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

la indecisión ansiosa que suscita): «¿Qué le habré parecido a...?»,

o «le he debido parecer que...»

Toda interacción, pues, confirma o desconfirma la identidad:

en el primer caso, somos al parecer (ante el otro) como

pretendíamos ser; en el segundo caso, somos menos o más para

el otro de lo que imaginábamos ser.

Esta segunda situación es la que nos interesa de modo

especial para entrar luego en la relación de envidia. Si se nos

define en más de lo que imaginábamos inicialmente ser, aparte la

gratificación en forma de autoestima que de ello se deriva,

aceptamos por lo general, sin reticencia alguna, esta imagen

realzada (a veces no ocurre así, y nos vemos obligados a pensar,

por la responsabilidad que se contrae, que el otro nos tiene en

más de lo que somos). Por el contrario, si la definición nos rebaja,

la relación suele ser de rechazo, por la necesidad de defendernos

de la herida narcisista que ello nos depara.

Así pues, toda definición efectuada por los demás sobre uno

se compara de inmediato a la definición que uno trató de dar de sí

mismo, es decir, a la definición que uno esperaba obtener a partir

de su actuación. Pero la comparación también se establece entre

la que hacen de uno y la que hacen de los demás: ¿somos

preferidos o somos preteridos? ¿En qué lugar, respecto de los

demás se nos sitúa? Esto es especialmente importante, porque de

tal juicio comparativo surgirán, si es el caso, los dinamismos de la

envidia y de los celos. En efecto, de esta serie de definiciones (las

que hacemos de nosotros mismos, las que los demás hacen de

nosotros, las que los demás hacen también de otros, con los

cuales se nos relaciona y compara), surge la imagen que se tiene

de alguien y la valoración de que se dota. Imagen y valor de la

imagen se dan de consuno. El valor de la imagen que los demás

Page 36: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

confieren a cada cual es la «moneda» básica para las relaciones

de intercambio, y decide la posición de cada uno en la jerarquía

de los componentes del contexto. Nuestra autoestima sufre por el

hecho de que se nos sitúe allí donde pensamos que no debemos

estar, y más aún si se sitúa a otro en la posición que juzgamos que

nos corresponde a nosotros.

Este sentimiento de haber sido injustamente preterido es la

clave del dinamismo de la envidia. No debe olvidarse que no es el

envidiado el que nos relega, sino que, la mayoría de las veces, son

los demás, de modo que el envidiado es ajeno a la depreciación

del envidioso. Esta es la explicación de que muchos envidiados no

tengan relación alguna con el envidioso, o ignoren incluso la

existencia del mismo.

8.2. LA ENVIDIA, RELACIÓN DE ODIO

La envidia es fundamentalmente una relación de odio, pero

de carácter diádico. El envidioso odia al envidiado, por no poder

ser como él; pero también se odia a sí mismo por ser quien es o

como es. En lo que respecta a la estructura del self, de la

identidad, ser es ser como. Ésta es la razón por la que se puede

representar ser como X sin serlo, haciéndose pasar por X. La

mendacidad radical no consiste en decir que se hizo lo que no

llegó a hacerse, sino en representar ser lo que de ninguna manera

se es. La existencia del pedante, del chulo, del macho, etc., radica

en la necesidad de mentir re-haciéndose, después de des-hacerse

de como se era (ignorante, cobarde, insuficiente). Son muchas las

personas que se inaceptan a sí misma y, por tanto, se odian. Pero

ese odio a sí mismo se traduce, al fin, en odio generalizado. Por

una parte, a los que son como él (es el odio del judío hacia los

judíos, del negro a los negros, del español a los españoles...,

Page 37: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

porque en ellos «se ve»). Por otra, a los que no son como él,

porque le diferencian y se diferencian de él, y a los que concede la

superioridad de un ideal anhelado: en ellos se ve, precisamente

porque no es como ellos, porque carece ante ellos.

La incurabilidad de ese odio/rechazo hacia sí mismo, a partir

del odio/admiración hacia el otro a quien considera un ideal,

deriva totalmente del hecho de que no-se-puede-dejar-de-ser.

Este es el problema fundamental del envidioso, como he insistido

a lo largo de estas páginas. El hecho de que la envidia se

constituya, como veremos luego, en una forma de estar en el

mundo, en una actitud fundamental desde la que se impregna a

las restantes actitudes parciales, procede de ese hecho doloroso e

insubsanable:

ser quien se es;

desear no serlo (y ocultarlo);

tratar de ser otro (y negarlo);

estar imposibilitado de serlo.

8.3. LA ENVIDIA, RELACIÓN DE AMOR

Una buena parte de las relaciones sujeto/sujeto son

ambivalentes, y en mayor o menor cuantía figura el componente

opuesto al que aparece como dominante. Esto es visible en la

envidia, en la que no puede dejar de figurar el componente

amoroso, bajo la forma de admiración.

Ocurre, sin embargo, que es prácticamente imposible que el

envidioso reconozca amar al envidiado, ni siquiera admirarle. Pero

como rival, en tanto representa el ideal del yo, se le ama (en el

sentido amplio del término). La compulsión del envidioso

Page 38: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

respecto de la persona del envidiado procede del hecho de que

ama a quien odia (por ser lo que él no es), y ese amor a quien

detesta por el daño que su mera existencia le produce, le lleva a

una constante e incontrolable tendencia a la destrucción de esa

figura, amada a su pesar.

9. EFECTOS DE LA ENVIDIA

¿Qué efectos produce la envidia, el envidiar? ¿Cuál es su

coste en la economía mental y emocional del sujeto?

La «presencia» del envidiado en el espacio real o imaginario

del envidioso afirma, directa o indirectamente, como he indicado

varias veces, la carencia de algo fundamental y decisivo en el

perfil de su identidad, y la afirma para sí mismo, y, públicamente,

ante los demás. El padecimiento crónico del envidioso, pues, se

mueve sobre la conciencia dolorosa de que no es —o no se le

considera— como aquel a quien envidia. «Ahora éste está aquí,

delante de mí, delante de todos, para hacerme ver y hacer ver a

los demás que no soy como él.»

En este sentido, el dinamismo de la envidia focaliza la

atención del envidioso en el envidiado, «obsesionado» por él (en

el sentido no técnico sino coloquial del vocablo), constantemente

presente en su vida, con carácter compulsivo, y lo inhabilita para

otra tarea que no sea ésta, reveladora de su dependencia.

Pero, a mayor abundamiento, el envidioso trata inútilmente

de no ser el que es, de ser de otro modo a como es, de ser, en

realidad, el otro, el envidiado. Porque el envidioso no se acepta,

no se gusta, porque se reconoce con rasgos estructurales —los

que le definen a sus propios ojos— negativos. Cualquiera sea la

ulterior racionalización que construya sobre sí, en la intimidad

Page 39: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

está presente siempre la deficiencia que le hace rechazable para sí

mismo. Nótese la diferencia con quien, no aceptándose

inicialmente, no se plantea siquiera la imposible tarea de dejar de

ser para ser otro, sino de perfeccionar su imagen, de ser él mismo,

pero mejor. Al contrario que éste, el envidioso gasta sus mayores

energías en dejar de ser el que es, para tratar de ser aquel que no

puede llegar a ser. El envidioso renunciaría a sí mismo en favor de

aquel a quien envidia: tarea, como he dicho, imposible, que sólo

puede resolverse de mala manera: bien mediante el recurso a una

fantasía improductiva, bien mediante los intentos de destrucción

de aquel a quien envidia y que se constituye, sin pretenderlo, en

testigo de sus autodeficiencias.

Porque la gran paradoja interna del envidioso, como he

pretendido hacer ver, estriba en que ama/admira al que envidia,

aunque para defenderse de esta intolerable admiración se

empeñe en no hallar motivo para admirarlo y, en consecuencia,

tampoco para envidiarlo. Pero no hace para sí mismo nada, y se

mantiene al acecho en la activa observación del envidiado, con

quien se identifica de manera ambivalente: le ama/admira,

porque constituye la encarnación de su ideal del yo; mas niega

luego su amor/admiración hasta transformarlo en su contrario,

odio/desprecio, como forma de justificar su ataque y defenderse

de la acusación tácita de los demás de «no ser más que un

envidioso». El envidioso no puede hacer otra cosa que envidiar. Y

de aquí la serie de expresiones del lenguaje coloquial, de surno

interés por su carácter metafórico respecto de los efectos de la

envidia en el envidioso:

-«se le come la envidia»;

-«se reconcome», reconociendo así el carácter reiterativo, mo-

nocorde, compulsivo de la relación con el envidiado;

Page 40: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

-«se consume», en el fuego, metáfora de la pasión, que

representa envidiar;

-«se muere de envidia».

Todo ello se desvela en el rostro, por más que se intente

ocultarlo. Decía Vives, en cita que reproduje antes de modo

incompleto: «Quien tiene envidia pone gran trabajo en impedir

que se manifieste... cosa que trae consigo grandes molestias

corporales: palidez lívida, consunción, ojos hundidos, aspecto

torvo y degenerado.» Y añade: «Con razón han afirmado algunos

que la envidia es una cosa muy justa porque lleva consigo el

suplicio que merece el envidioso»30.

No sólo el sujeto envidioso es inicialmente deficiente en

aquello que el envidiado posee, sino que el enquistamiento de la

envidia, es decir, la dependencia del envidioso respecto del

envidiado perpetúa y agrava esa deficiencia.

9.1. ENVIDIA Y CREATIVIDAD

Una de las invalideces del envidioso es su singular inhibición

para la espontaneidad creadora. Ya es de por sí bastante inhibidor

crear en y por la competitividad, por la emulación. La verdadera

creación, que es siempre, y por definición, original, surge de uno

mismo, cualesquiera sean las fuentes de las que cada cual se

nutra. No en función de algo o alguien que no sea uno mismo.

Pues, en el caso de que no sea así, se hace para y por el otro, no

por sí. Todo sujeto, en tanto construcción singular e irrepetible, es

original, siempre y cuando no se empeñe en ser como otro: una

30 Vives, ob. cit., pág. 325.

Page 41: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

forma de plagio de identidad que conduce a la simulación y al

bloqueo de la originalidad.

9.2. LA TRISTEZA EN LA ENVIDIA

Es interesante que analicemos la peculiar tristeza del

envidioso. Si la tristeza remite, más o menos directamente, a la

frustración tras la pérdida del objeto (amado), esto quiere decir

que el objeto, ahora perdido, ha sido con anterioridad objeto

apropiado, suyo, poseído.

No es el caso del envidioso, cuya tristeza no es por pérdida,

sino por no logro. El envidioso es un sujeto frustrado por la no

consecución de lo anhelado. Se trata de un padecimiento muy

intenso. Porque en tanto que objeto deseado —llegar a ser tal y

tal— es objeto imaginariamente logrado, o sea, fantásticamente

conseguido. La pérdida del objeto en el envidioso no es la de un

objeto real, de la que es posible recuperarse después del trabajo

de duelo, sino de un objeto imaginario que, como tal, es y

siempre fue un puro fantasma: ni fue logrado ni puede serlo

jamás. El error del envidioso, al inaceptar-se a sí mismo y

proponerse ser otro, hace de su vida un proyecto imposible.

La tristeza del envidioso procede de haber hecho de su ideal

no un constructo imaginario de sí mismo, sino de otro. Lo que el

envidioso no logra es su proyecto de ser el envidiado. Por eso, la

tristeza del envidioso posee un tinte persecutorio. Está poseído

por el otro, la sombra —la imagen— del otro introyectada en él y

no puede «quitárselo de encima». Una y otra vez se le presenta, a

todas horas, de día y de noche, y por eso, como su objeto

perseguidor, se constituye en el tema recurrente de su existencia.

9.3. ENVIDIA Y SUSPICACIA

Page 42: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

El envidioso es suspicaz, desconfiado. En cualquier momento

su actitud vigilante en la ocultación de su envidia puede cesar o

decaer,no puede delatarse por haber llegado demasiado lejos o

demasiado torpemente en la demolición crítica y en la

difamación. Tarde o temprano, directa o sesgadamente, el

envidioso se descubre como tal y se le descalifica psicológica y

moralmente. Esta actitud de acecho en los demás, y de vigilancia

y control de sí mismo para evitar ser descubierto, convierte al

envidioso en- un sujeto receloso y suspicaz. Cualquier palabra o

gesto puede^ser una alusión a su carácter envidioso. Por otra

parte, ¿no se sabe ya de su índole de envidioso en la medida en

que cada vez esta más privado de relaciones, cada vez son más los

que desconfían de él? La suspicacia, en forma de

hipersensibilización narcisista, es una de las consecuencias más

graves de la envidia.

9.4. ENVIDIA VERSUS DELIRIO

Es curioso que la envidia no evolucione hacia el delirio, salvo

en el caso del delirio de celos, en el que el celoso, junto a la

certidumbre de que su pareja le engaña, siente envidia del rival.

Pero ya hemos visto anteriormente que la estructura de la

relación de envidia es distinta de la relación de celos, aún más

compleja, sobre todo a tenor del carácter triádico de ésta.

El envidioso no se psicotíza, éste es un hecho de la

experiencia. La razón de ello hay que verla en que el envidioso no

renuncia a su ser (desearía ser como el otro, pero sin dejar de ser

él), cosa que sí hace el delirante. La intolerable insatisfacción del

delirante con su identidad le lleva a inventarse otra,

completamente fantástica, y no tiene razón alguna para envidiar,

puesto que, gracias al delirio, es ya más que nadie. Por eso, a

Page 43: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

diferencia del envidioso, profundamente desequilibrado, el

delirante logra su neoequilibrio adoptando la imagen delirante de

lo que fue su ideal del yo, y acabando por ser él mismo

encarnación de su propio ideal. De aquí el carácter lúdico y

autogra-tificador del delirio, la satisfacción del delirante, que

incluso puede sentirse envidiado, y objeto, por ello, de la

persecución por los más poderosos de la tierra.

10. IMPOTENCIA EN LA ENVIDIA

La envidia se alimenta y rumia desde la impotencia del

envidioso. Quizá en otros aspectos el envidioso es un sujeto de

valores, pero carece de aquel que el envidiado posee: ésta es la

cuestión. El tratamiento eficaz de la envidia cree verlo el que la

padece en la destrucción del envidiado (si pudiera llegaría incluso

a la destrucción física, y no es raro que se fantasee con su

desgracia y su muerte), para lo cual teje un discurso constante e

interminable sobre las negativida-des del envidiado. Es uno de los

costos de la envidia. Y, para continuar con la metáfora, un

auténtico despilfarro, porque rara vez el discurso del envidioso

llega a ser útil, y con frecuencia el pretendido efecto

perlocucionario —la descalificación de la imagen del envidiado—

resulta un fracaso total.

¿Cómo convencer al interlocutor de la falsa superioridad del

envidiado? Ni siquiera a aquél, envidioso a su vez del mismo

envidiado, pero envidiando por otro motivo. Porque cada cual

envidia a su manera y respecto de algún rasgo del envidiado, y, en

consecuencia, no considera válidas las razones del otro para

envidiar a su vez. Como entre los delirantes, en los que es el caso

que cada cual juzga delirio el ajeno y nunca el propio, también el

envidioso reconoce lo que hay de envidia en el otro y no en él. No

Page 44: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

hay comunidad de envidiosos, como no la hay de delirantes. El

complot de envidiosos, que, en ocasiones, se ha llevado a la

escena (más que a la novela), es de formidable efecto dramático,

pero no responde a la realidad.

Precisamente a quien quisiera convencer el envidioso es a

aquellos que admiran sin reservas a quien él envidia. Ahora bien,

para que un discurso de este tipo logre persuadir hace falta que

adopte, cuando menos, lo que podríamos denominar la retórica

de la pulcritud, es decir, que no se entrevea mala intención. El

odio del envidioso, que le defiende del amor/admiración que bien

a su pesar experimenta hacia el envidiado, le imposibilita para la

adopción de la pulcritud moral requerida, pese a toda suerte de

simulación. Rara vez el envidioso consigue que dejen de admirar

aquellos que limpiamente admiran a quien él envidia.

11. LA ENVIDIA COMO DESTRUCCIÓN

El envidioso busca la destrucción del envidiado, pero la

destrucción de su imagen, no necesariamente del cuerpo físico

del envidiado. Porque aún desaparecido de este mundo, su

imagen «persigue» (es su «sombra») al envidioso, en la medida en

que ésta es de él y persiste aún después de muerto. En el

asesinato de Abel por Caín la sombra de Abel subsiste aún

después de muerto.

Este es el motivo de que, más que la muerte del envidiado,

lo que realmente satisface, cuando menos en parte, es su «caída

en desgracia», porque ello puede significar la pérdida de los

atributos por los que antes se le envidiaba. Era ése el objetivo de

la envidia: no que el envidiado no existiera/ni que fuera

Page 45: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

desgraciado en otros aspectos, sino que quedase sitidado por

debajo del envidioso.

Pareciera que el envidioso se calmaría si pudiese

simplemente odiar, o si lograra la destrucción de esa persona a

quien se ve obligado a amar. En efecto, cuando el envidiado deja

de serlo en virtud de su «caída», pongamos poí caso, ya no se le

ama/admira, porque ha dejado de ser un ideal; tariípoco se le

odia, porque no le refleja al envidioso aquel que no es. Se le

puede, llegado este caso, compadecer, una vez sobrepasada la

etapa preliminar de alegría por la desgracia ajena. En esta

situación, el envidioso, «liberado» de la persecución de la sombra

del envidiado, puede ahora hasta compadecerlo, al menos por

algunos momentos, porque al fin y a la postre siempre pensó que

«es ahí donde siempre debiera haber permanecido».

La presencia del componente envidioso dificulta, cuando no

anula, toda otra forma de interacción con el envidiado y, en

último término, hasta con los demás. Schopenhauer habla del

muro que la envidia establece entre el yo y el tú, y cómo la

envidia, por la ineludible necesidad de ser ocultada, se convierte

en una pasión solitaria. La envidia priva al que la padece de una

productiva relación con el envidiado, y también con aquellos a los

que se les predica la destrucción del mismo. Porque ante el

envidioso acaban los demás por precaverse y distanciarse, en la

medida en que se advierte su maldad y su capacidad solapada

para destruir al que envidia y, llegado el caso, a cualquier otro a

quien potencialmente pudiese envidiar. ¿Quién garantiza que la

envidia que ahora siente hacia P no se vuelva alguna vez hacia

otros, y trate, de la misma manera, de destruirlos?

La envidia es una pasión extensiva. El envidioso acaba, como

se dice en la expresión coloquial, «por no dejar títere con

Page 46: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

cabeza». También ha de destruir a aquellos que admiran al que él

envidia, en la medida, por lo menos, en que le hacen ostensible la

inutilidad de su esfuerzo demoledor.

Toda interacción productiva está basada en la buena fe, en

la confianza. Cuando confiamos en alguien, le damos acceso a una

parte de nosotros mismos que de otra manera le resultaría

inabordable. La confianza es, o implica, riesgo. Pues con ella

damos oportunidad de que se nos pueda dañar. Confiamos en

alguien porque suponemos que podemos contar con su lealtad.

Sólo el seguro de sí, el que se acepta a sí mismo en virtud de su

adecuada organización como sujeto y, por tanto, no tiene

necesidad de envidiar, se confía y puede ser a su vez fiable

interlocutor.

Nada de eso se infiere de la conducta del envidioso. Su

deficiencia estructural en los planos psicológico y moral, aparece

a pesar de sus intentos de ocultación y secretismo. La envidia no

es un pecado, como se ha concebido en la concepción católico-

moral, porque, como pasión, como sentimiento, o se tiene o no se

tiene, y nada se puede hacer para sentirla o para dejar de sentirla.

Pecado sería, en todo caso, en una concepción teológico-moral, la

actuación derivada de la envidia, es decir, la crítica injusta, la

difamación, etc. La envidia es, tan sólo, una desgracia, un

padecimiento, incluso —en un sentido laxo del término— una

enfermedad, en la medida en que, como he dicho, resulta de una

singular deficiencia estructural del desarrollo del sujeto.

Y la envidia es, además, crónica e incurable. Lo he afirmado

antes: la envidia es una manera de instalarse en el mundo. Quien

alguna vez ha tenido la experiencia dolorosa de la envidia está ya

definitivamente contaminado por ella. Porque le desvela a sí

mismo, en su intimidad, la secreta deficiencia, aquella por la que,

Page 47: Carlos Castilla Del Pino. La Envidia

aunque muy oculta puede ser herido en la aparentemente más

inofensiva interacción. Y una vez lastimado en su autoestima, el

envidioso, más y más sensibilizado y susceptible, permanecerá

constantemente alerta.

La envidia dura toda la vida del envidioso, que, para su

tormento, vive en y para la envidia. Cualesquiera sean las

gratificaciones externas que el envidioso obtenga, persistirá la

envidia. Porque aquéllas no son suficientes, ni provienen de

aquellos a quienes considera capaces de valorarle en sus

verdaderos términos. Digámoslo una vez más: el envidioso no

dejará de serlo por lo que ya posee; seguirá siéndolo por lo que

carece y ha de carecer siempre, a saber: ser como el envidiado.