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Akal / Educación para la Ciudadanía

Carlos Fernandez Liria y otros - Educacion para la ciudadania

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Diseño interior: RAG

Cubierta: Miguel Brieva

Imágenes: Miguel Brieva

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en

el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas

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© Carlos Fernández Liria, Pedro Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, 2007

© de las ilustraciones, Miguel Brieva, 2007

© Ediciones Akal, S. A., 2007

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-2613-6

Depósito legal: M-44.784-2007

Impreso en Lavel, S.A.

Humanes (Madrid)

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Carlos Fernández LiriaPedro Fernández LiriaLuis Alegre Zahonero

Ilustraciones: Miguel Brieva

Educaciónpara la Ciudadanía

Democracia,Capitalismo y

Estado de Derechoo

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PRÓLOGO a la segunda edición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

CAPÍTULO 1. La aventura de la Ciudadanía

1. El enigma de Sócrates . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212. Un espacio vacío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223. El lugar de cualquier otro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

CAPÍTULO 2. Razón y Libertad: el lugar de cualquier otro

1. Primer contacto con el lugar de la Ciudadanía: la razón y lasmatemáticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

2. Segundo contacto con el lugar de la Ciudadanía: la moral yla libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

3. La dignidad y el respeto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 474. De la Libertad a la Ley. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 545. De la Ley a la Libertad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 666. El Derecho y la constatación de que todos somos héroes

aunque no queramos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74

CAPÍTULO 3. El Estado de Derecho y la división de poderes

1. El señor Don Nadie y la división de poderes . . . . . . . . . . . . . . . . . . 832. Democracia y Estado de Derecho. El caso de Sócrates . . . . . . . . . . 913. La constatación de que no somos dioses y la división de

poderes como método de la razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1014. El proyecto político de la Ilustración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1095. El protagonismo de la política: el verdadero anarquismo y

el reino de la libertad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112

Índice

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CAPÍTULO 4. Capitalismo y Ciudadanía

1. La venganza de Cronos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1172. El capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1213. El fracaso de la Ilustración: las teorías del «reverso tenebroso» . . . . 1274. Ágora y Mercado: el cumplimiento mercantil del programa ilustrado . 1335. Derecho, Ilustración y Capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1436. Ciudadanía y proletarización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147

CAPÍTULO 5. Capitalismo y Socialismo. El Estado de Derecho y la ilusión de ciudadanía bajo condiciones capitalistas

1. Experimentos políticos en el siglo XX: más allá del Derecho y laciudadanía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

2. «O nos persuades o nos obedeces» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1823. El marco legal y la dictadura del capital . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1844. Incompatibilidad entre parlamentarismo y capitalismo . . . . . . . . . . . 1875. Las dos grandes mentiras de la sociedad capitalista . . . . . . . . . . . . 1906. La historia de la que no se habla: una lista sin excepciones . . . . . . 2017. Lo que habría supuesto un «comunismo democrático» . . . . . . . . . . . 2198. ¿Vivimos entonces realmente en un Estado de Derecho?. . . . . . . . . 2219. La ilusión de ciudadanía y el nuevo racismo de nuestro

tiempo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22210. La ilusión ciudadana y la impotencia de lo político. . . . . . . . . . . . . 23411. Capitalismo y supervivencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241

EPÍLOGO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

Educación para la Ciudadanía 5

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A nuestros alumnos y alumnas,que siempre nos han hecho felices

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Sobre la primera edición de este libro, se ha mentido tanto en los medios decomunicación españoles que conviene hacer algunas aclaraciones que dejen lascosas en su sitio.

El 20 de septiembre de 2007, por ejemplo, el Telenoticias 3 de Telemadridanunció literalmente que nuestro libro era «uno de los que ya habían comenzadoa utilizarse como libro de texto en la asignatura “Educación para la Ciudadanía”que acababa de implantarse en algunas comunidades autónomas». Con cara com-pungida, un supuesto padre de familia, sentado en el sofá de su casa, iba leyen-do en voz alta algunos pasajes escogidos de nuestro libro. En especial, parecía es-candalizarle el hecho de que recordáramos que los votantes del PP habían votado(y siguen votando) a un partido que apoyó la invasión estadounidense de Iraq, yque eso, de alguna manera, comporta algún tipo de responsabilidad. Por lo visto,en opinión de los directores de Telemadrid, es inconcebible que en una asignatu-ra de Educación para la Ciudadanía se pretenda nada menos que decir la verdada los alumnos. Quizá piensen que sería más oportuno explicar a los jóvenes y alos lectores en general que los ciudadanos no tienen ninguna responsabilidad a lahora de votar a un partido u otro. Pues la cruda realidad es que el PP apoyó la in-vasión de Iraq y que Jose María Aznar insistió una y otra vez en que tenía informesfidedignos de que Sadam Hussein contaba con armas de destrucción masiva,pese a que todos los informes de los inspectores de la ONU decían lo contrario.Luego resultó que en Iraq no había armas de destrucción masiva. No sólo no lashabía, sino que siempre se supo que no las había. Sobre este tema se había men-tido a la opinión pública mundial. Pese a todo, a los votantes del PP no les pare-ció motivo suficiente para cambiar su elección.

Se trata, sin duda, de un enigma de la vida ciudadana que ojalá algún día puedaser desentrañado en los libros de texto de Educación para la Ciudadanía: ¿Cómo esposible que la intención de voto de la población no se haya modificado en absolutoal descubrir que una guerra que ha destruido un país y que ha causado centenaresde miles de víctimas civiles se inició con un embuste de sus líderes políticos?

Sin embargo, todo el mundo parece de acuerdo (en el PP y también en el PSOE)en que en la asignatura «Educación para la Ciudadanía» no deben tratarse este

Prólogo a la segunda edición(Nota de los autores sobre el papel de los medios de comunicación en la polémicaen torno a la asignatura de Educación para la Ciudadanía y este libro en particular.)

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tipo de cuestiones tan delicadas. En realidad, tal como han demostrado los librosde texto que han visto la luz durante el año 2007, esta asignatura no debe consis-tir, al parecer, más que en un canto políticamente correcto a valores abstractos ymelifluas intenciones, una especie de Barrio Sésamo ñoño, tedioso y conformistapara explicar a los niños lo contentos que tienen que estar por vivir en una monar-quía constitucional. No es extraño, por tanto, que nuestro libro fuese acogido contan rabiosa indignación.

Pero, antes de pasar a discutir estas cuestiones, conviene deshacer las menti-ras más sonadas. El Telenoticias de Telemadrid mintió, y no era la primera vez quementía al respecto. Mintió, en primer lugar, porque nuestro libro no es un libro de tex-to. Y, por supuesto, era absolutamente falaz que ya estuviese utilizándose como talen los centros de enseñanza. Cualquiera puede ver que el libro que tiene entre susmanos no es un libro de texto: no responde al programa de ningún curso en particu-lar; no tiene el formato de los libros de texto; no tiene actividades para el alumno,ni flechitas ni esquemitas ni recuadritos; no ha sido homologado por el Ministeriode Educación; no sigue el currículo de la asignatura, etc. Es más, no hay ningúnprofesor tan suicida como para buscarse la ruina utilizándolo como manual obliga-torio, pues es fácil colegir que la comunidad educativa, la dirección del centro, lospadres, los consejos escolares, la inspección, la prensa y demás fuerzas vivas, lecomplicarían mucho la vida.

Que no se trata de un libro de texto es algo que sabían perfectamente en Tele-madrid. Lo mismo que lo han sabido perfectamente, desde el principio, en la CadenaCope, en el diario El Mundo, en La Razón, en el ABC, en Libertad Digital, en elCanal 7, y en todos los medios que, sin embargo, no han parado de insistir enque sí lo era. Sencillamente, han mentido sabiendo muy bien que estaban min-tiendo. Han querido transmitir la idea de que nuestro libro no sólo es un libro detexto, sino que es, además, el libro de texto por antonomasia, el que verdadera-mente desvela las auténticas y ocultas intenciones del gobierno del PSOE, hastael punto de que en algunos de esos medios comenzó a conocerse como el «ma-nual de Zapatero».

No sólo no es verdad que sea un manual. Se trata más bien de un antimanualespecialmente escrito en contra de la asignatura misma. Por supuesto, este deta-lle ha pasado desapercibido, porque la prensa de derechas estaba muy interesa-da en monopolizar la oposición a la asignatura y la prensa gubernamental, muy in-teresada en ocultar el hecho de que, desde el principio, hubo una oposición deizquierdas a la Educación para la Ciudadanía. Incluso se produjo una manifesta-ción en contra de esta asignatura, convocada a nivel estatal, que acabó con unasclases de Filosofía al aire libre impartidas en la Plaza de España de Madrid, el 3 dejunio de 2005. Los tres autores del libro participamos activamente en esas movi-lizaciones contra la asignatura, convocadas desde la izquierda. Esta respuesta te-nía muy buenas razones y argumentos, pero, por supuesto, no salió en los perió-

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dicos ni en los telediarios, porque la izquierda de este país ni tiene periódicos nitiene telediarios a su disposición. Y como suele ocurrir, a fuerza de silencio y cen-sura se acabó por creer que la izquierda no existía. De este modo, se logró crearla ilusión de que sólo la derecha atacaba la asignatura y que, en cambio, la izquier-da (liderada, al parecer, por el PSOE) la defendía.

Por supuesto, el ruido que han metido los obispos en relación con esta asigna-tura ha sido tan aparatoso que el espejismo estaba servido en bandeja. En estepaís tenemos la desgracia de padecer una derecha pre-civilizada, pre-moderna,pre-ilustrada, aliada de los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica, unaIglesia a cuyos dirigentes sólo hemos visto movilizarse en contra de los derechosde los homosexuales, de las mujeres y, en general, en contra de todo lo que lessuene a Derecho. Nos referimos, claro está, a la misma jerarquía eclesiástica quecombatió en Latinoamérica a la Teología de la Liberación, y que en España estáempeñada en «limpiar la casa del Señor», cerrando parroquias comprometidas conla causa de los pobres, como la de Enrique de Castro en el barrio madrileño de Va-llecas. Así pues, tampoco resulta sorprendente la furiosa reacción de la Conferen-cia Episcopal contra cualquier propuesta que incorpore, aunque sólo sea en el tí-tulo, la palabra «ciudadanía». En esta ocasión se han comportado como auténticosPríncipes de las Tinieblas, como si la mera palabra «ciudadanía» les produjera elmismo efecto que la luz del sol al conde Drácula. La jerarquía de la Iglesia pierdelos papeles cada vez que siente amenazada una micra de su poder político. Asípues, es normal que hayan reaccionado con virulencia contra una asignatura quepretende transmitir unos valores distintos a los que ellos inculcan en la asignatu-ra de Religión. La hipocresía de los obispos y de organizaciones como la Confede-ración Católica de Padres (Concapa) al acusar al Estado de adoctrinamiento hasido repugnante, cuando no surrealista, teniendo en cuenta lo contenta que estu-vo la Iglesia de monopolizar el adoctrinamiento fascista, machista, homófobo y cla-sista durante cuarenta años de franquismo, y lo contenta que está ahora de valer-se de fondos públicos para el lavado de cerebro de los niños en sus centrosconcertados y, en general, en la asignatura de Religión.

Y como la derecha y la ultraderecha sí tienen medios de comunicación de so-bra para hacerse oír en el espacio público, resultó aun más creíble la idea de quela polémica sobre la Educación para la Ciudadanía se agotaba entre el PP, que laatacaba, y el PSOE, que la defendía.

En absoluto era cierto. La oposición de izquierdas a esta asignatura había exis-tido desde el primer momento. Partió fundamentalmente del área de Filosofía y erauna llamada de atención sobre la degradación de la enseñanza pública en gene-ral. Era previsible, en efecto, que la asignatura de Filosofía quedara muy dañadacon la implantación de la Educación para la Ciudadanía. Y de hecho, así ha sido.En el borrador del decreto de Bachillerato que el PSOE ha preparado hasta la fe-cha, está previsto reducir de tres a dos horas a la semana la Filosofía de primero

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de Bachillerato (que pasaría a llamarse «Filosofía y Ciudadanía»). Hay que tener encuenta, en primer lugar, que fue ya el PSOE quien en su momento redujo esta asig-natura de cuatro a tres horas semanales. En segundo lugar, conviene recordar quecon esta nueva reducción incumple todos los pactos y falta a todas las promesashechas a las facultades y asociaciones de Filosofía. Pero no contento con esto(¿alguien puede adivinar qué tiene el PSOE contra la Filosofía?), en el borrador deldecreto se prevé reducir también a dos horas semanales la Historia de la Filoso-fía de segundo de Bachillerato. A ello hay que añadir el hecho de que la Ética de4.° de la ESO pasa a llamarse «Ética cívica» y pierde una de sus dos horas a la se-mana. Todo el mundo sabe que eso es tanto como convertir esa asignatura en im-practicable.

La defensa de la Filosofía frente a este estropicio educativo no es una cuestiónde corporativismo. Lo que ocurre es que algunos profesores, como los autores deeste libro, creemos de verdad que la asignatura de «Filosofía», en su actual perfilcientífico, es el mejor instrumento del que dispone nuestro sistema educativo paraformar ciudadanos capaces de razonar y argumentar con criterio propio e indepen-diente. Estamos convencidos de que no hay mejor forma de encaminarse a eseobjetivo que la enseñanza de la Filosofía y la Historia de la Filosofía, del mismomodo que creemos que con los programas de Educación para la Ciudadanía, loque se pretende más bien es amaestrar a los niños en lo políticamente correcto yen las supercherías de la ideología dominante. Pero, sobre todo, somos muy cons-cientes de que este atentado contra el perfil científico de la asignatura de Filoso-fía no es más que un síntoma fatal del rumbo que está tomando la enseñanzapública en general. Los perfiles científicos de las asignaturas en la enseñanza se-cundaria tienden cada vez más a disolverse porque el edificio mismo de la ense-ñanza pública se desmorona más y más, viniendo a ocupar su lugar una especiede «asistencia social» gestionada por educadores, pedagogos, psicólogos, e inclu-so por guardias de seguridad, como si se fuese muy consciente de que mientraslas enseñanzas privada y concertada preparan para la universidad, el futuro en laenseñanza pública viene más bien marcado por la cárcel, el paro o el inframundolaboral del trabajo basura. En esta cuestión, las políticas del PSOE y del PP hanresultado igualmente letales. Legislatura tras legislatura han ido haciendo y des-haciendo leyes y decretos, como si fueran buenas intenciones, y no muchísimomás dinero y recursos humanos, lo que la enseñanza pública necesita para poderfrenar esta tendencia hacia el desastre. Eso, por supuesto, sin la menor iniciativalegal para acabar con la ignominia de la enseñanza concertada, con su legión deprofesores nombrados a dedo y pagados con dinero público. Si a esta situación leañadimos los planes a nivel europeo y mundial que desde la Organización Mundialdel Comercio (OMC) y el Acuerdo General de Comercio de Servicios (GATS, por sussiglas en inglés) planean sobre el mundo de la enseñanza estatal, encaminadosde forma inequívoca a la instrumentalización privada de la enseñanza pública su-

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perior y la mercantilización de la universidad, el panorama es desolador –tan de-solador como había previsto hace ya tiempo el libro de Michel Éliard, La fin de l’é-cole (París, PUF, 2000)–. Es posible hacerse una excelente idea de lo que se haestado jugando en eso que se ha llamado «Convergencia Europea en EducaciónSuperior» leyendo el libro Eurouniversidad. Mito y realidad del proceso de Bolonia(Barcelona, Icaria, 2007).

Ahora bien, en estos últimos años cruciales, la voz de la izquierda ha sido casipor completo silenciada, tanto respecto de la enseñanza secundaria como de lasuperior. Hartos de estrellarnos contra este muro de silencio, en el momento enque vimos que la implantación de la Educación para la Ciudadanía era ya un he-cho consumado, los autores de este libro decidimos hacer de la necesidad, virtud.Nos dijimos que si querían una Educación para la Ciudadanía, la iban a tener, peroque la iban a tener en serio. En lugar de utilizar la asignatura para encubrir la rea-lidad capitalista, podíamos utilizarla para denunciarla. El racismo; la xenofobia; eltrabajo ilegal de los sin papeles y el trabajo basura de los con papeles; la deses-tructuración social; la precariedad laboral; la marginación y todo lo que ella conlle-va; la imposibilidad de acceder a una vivienda digna y las consiguientes dificulta-des para la vida familiar y la procreación. Todos estos asuntos tienen su causa enproblemas sociales y económicos enraizados en las estructuras más básicas de estasociedad en la que vivimos. Es ridículo, patético e hipócrita pretender que todoello hay que afrontarlo con una «educación en valores». Pero, sobre todo, se tra-ta de una estafa que pretende encubrir y legitimar las verdaderas causas de estosproblemas. Así pues, lo primero que debe quedar claro en una Educación parala Ciudadanía es el carácter capitalista de nuestra realidad social. Después habráque decidir en qué consiste y qué posibilidades tiene la vida ciudadana en seme-jantes condiciones.

Fue así como publicamos Educación para la Ciudadanía. Democracia, Capitalis-mo y Estado de Derecho (Akal, 2007). La reacción de los medios de comunicaciónde derechas y de ultraderecha ha sido furibunda. La tentación de utilizarnos comoarma arrojadiza contra el PSOE era demasiado grande para reducirnos al silencio,así que decidieron más bien poner el grito en el cielo. La campaña mediática que seha desatado en contra de nuestro libro durante los meses de agosto y de septiem-bre de 2007 ha superado los límites de la falsedad, la mentira y la hipocresía. Enprimer lugar, como ya hemos señalado, presentaron el libro como un manual desti-nado a las aulas, cuando era absolutamente obvio que no lo era. Luego, y tal comodenunció en su momento Javier Ortiz, siguieron la táctica habitual de la Inquisición:«Primero se dice que el contrario ha dicho lo que no ha dicho y luego se le condenasin apelación posible por haber dicho lo que no ha dicho» (El Mundo, 9 de septiem-bre de 2007).

Así, por ejemplo, en las múltiples veces que nuestro libro ha sido aludido en Te-lemadrid, su contenido ha quedado resumido diciendo que definimos «libertad»

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como «hacer lo que a uno le da la gana». Varias veces esa frase ha aparecido su-brayada y ampliada en pantalla, como prueba de nuestra ignominia. Lo que no de-cían es que esa frase es sólo el punto de partida de un razonamiento estrictamen-te kantiano en el que acabamos, por cierto, por concluir que «libertad» es más bien«obedecer a la ley» (lo que, sin duda, considerarán muy desconcertante los directo-res de Telemadrid, tratándose de un libro que han calificado poco menos que de an-ticonstitucional). Hasta el menos aventajado de los alumnos de secundaria que deverdad leyera nuestro libro entendería perfectamente que nuestro concepto de li-bertad no tiene nada que ver con lo que ordinariamente se entiende por «hacer loque nos da la gana». Es completamente obvio que si tomamos esa frase como pun-to de partida, es precisamente porque sabemos que se trata de una idea bastantecomún entre los jóvenes, de modo que es con ella con la que conviene ajustar cuen-tas. Por supuesto, esto lo sabían perfectamente en Telemadrid, pero no les impor-tó mentir al respecto.

Es curioso cómo los periodistas acaban creyéndose sus propias mentiras, por-que el caso es que en el programa 59”, de TVE, también resumieron la tesis prin-cipal del libro del mismo modo. Luego pasaron a rasgarse las vestiduras, hasta elpunto de que Melchor Miralles, directivo del diario El Mundo, pidió que a los auto-res nos inhabilitaran de por vida para la docencia (en todo caso, en descargo deldirector de 59”, hay que señalar que accedió a leer una nota de rectificación en elprograma siguiente; por supuesto, no se puede decir lo mismo de Melchor Miralles).

Se han publicado otras mentiras absolutamente descabelladas, como, por ejem-plo, que mostramos algún tipo de menosprecio hacia los gitanos (Alfonso Ussía,La Razón, 19 de agosto de 2007) cuando, en realidad, son mencionados precisa-mente como modelo de resistencia frente a los mecanismos destructores de la fa-milia que pone en juego el capitalismo (que constituye, éste sí, el blanco de nues-tras críticas); mentiras absurdas, como que consideramos intolerable mantener lavirginidad hasta el matrimonio, cuando lo único que decimos a ese respecto esque se trata de un asunto que debe quedar gobernado por la voluntad libre de cadauno; o mentiras delirantes, como que defendemos que la «dignidad» es comportar-se como «un buen cerdo machista y tenerlos bien puestos» (La Razón, 17 de agos-to de 2007), cuando, como es obvio, eso se propone precisamente como ejemplode indignidad.

Lo más llamativo es que se hayan apuntado, por una parte, mentiras y, por otra,insultos y descalificaciones, sin aportar ni un solo argumento. Fernando Savaternos llamó «necios y sectarios» (ABC, 7 de agosto de 2007); Delgado Gal nos con-sideró «ineptos, fanáticos y paranoicos», al tiempo que se lamentaba de que fué-ramos («¡ay!») profesores (ABC, 5 de agosto de 2007); Martín Prieto nos tildó de«retroprogres», «locos», «chequistas» y «lamelibranquios» (El Mundo, 12 de agostode 2007); César Vidal nos llamó «escritores fracasados» y no sé cuántas cosasmás (COPE, 12 de julio de 2007); Alfonso Ussía dijo que éramos unos «stalinistas»,

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«comunistas», «genocidas» y nos invitó a irnos a vivir a Cuba (La Razón, 19 de agos-to de 2007); Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez han hablado bastante de nues-tro libro no sabiendo si llorar o reír y llegando a la conclusión de que, más que nada,somos unos «zumbaos».

Respecto a los insultos publicados en El Mundo y en La Razón hay que añadir,además, que han sido especialmente cobardes y maleducados, porque estos dia-rios (al contrario que El País o ABC) no nos han concedido derecho a réplica, ni si-quiera las quince líneas de rigor en «Cartas al director». Tres cartas enviadas a Pe-dro J. Ramírez fueron rechazadas sin explicaciones.

Es muy notable el hecho de que sólo haya dos personas que hayan argumenta-do sobre el libro: Rafael Sánchez Ferlosio (El País, 29 de julio de 2007) y GustavoBueno (El Catoblepas). El primero lo hizo tras criticar durísimamente a Savater ypara defender, en cambio, la idea fundamental de nuestro libro, lo que no tienenada de extraño, pues, en efecto, «la idea de introducir en política la fuerza de loimpersonal» nos la enseñó él mejor que ningún otro. El segundo, es cierto, nos cri-ticó con dureza, aunque con argumentos muy discutibles; pero, en todo caso, lohizo tras burlarse de forma inmisericorde de los otros «libros de texto», y especial-mente del de José Antonio Marina, del que vino a decir algo así como que si esmás tonto no nace. Así pues, después de todo, salimos ganando por comparación.

Merecen comentario aparte los insultos que han cuestionado nuestra saludmental («zumbaos», «paranoicos», «casos psiquiátricos», etc.). Por lo visto, a la iz-quierda del PSOE y del PP estamos todos locos de remate. Pues, en efecto, losperiodistas que tanto se han burlado de nosotros se asombrarían mucho al saberla acogida tan entusiasta que nuestro libro ha tenido en los medios de la izquier-da alterglobalización (en las revistas El Viejo Topo, Viento Sur, Archipiélago, Fu-sión, El Otro País o en los sitios web habituales de la izquierda). Es una pruebamás de que los argumentos de izquierda no tienen ninguna cabida mediática en elespacio público de nuestra bendita libertad de expresión. No hace falta censura,en efecto, allí donde todo el mundo obedece, por la cuenta que le trae, la voz desu amo. Sin embargo, en esta ocasión se ha colado en los grandes medios de co-municación un argumento de la llamada «extrema izquierda». Ello se ha debido,como sabemos, a que al PP le convenía muchísimo, en su guerra particular con-tra la asignatura de Educación para la Ciudadanía propuesta por el PSOE, presen-tar nuestro libro como el «manual de Zapatero». Es la única razón, pues el blindajeinformativo contra los argumentos a la izquierda del PSOE ha sido siempre absolu-to. Y mira por dónde, una vez que, debido a este accidente informativo, se encuen-tran con una argumentación anticapitalista y alterglobalización encima de la mesade los telediarios y los periódicos, se quedan boquiabiertos y piensan que, senci-llamente, se les han colado unos locos de atar. Así de acostumbrados están a dis-cutir con nuestros argumentos y así de acostumbrados están a discutir con nues-tros autores habituales de referencia, tales como Noam Chomsky, Vandana Shiva,

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Tariq Ali, Samir Amin, Eduardo Galeano, Ammy Goodman, Pérez Esquivel, NaomiKlein, Immanuel Wallerstein, Terry Eagleton, Eric Hobsbawm, Michel Chossudovsky,Harold Pinter o Arundhati Roy. Hay un largo etcétera de autores censurados por lospropietarios privados del espacio público. Por ejemplo, y sin ir más lejos, IgnacioRamonet dejó al descubierto la complicidad de los medios europeos con el golpede Estado contra el orden constitucional en Venezuela de abril del 2002, y ese fueel último artículo que publicó en El País. En suma, es de suponer que nuestros me-dios de comunicación no tendrían demasiado empacho en psiquiatrizar al movi-miento alterglobalización en su conjunto, con todos sus autores de referencia ytoda su bibliografía. Como si a la izquierda de los que tienen el poder no existie-se más que el manicomio.

Al fin y al cabo, se trata de un buen síntoma. No podemos esperar que los quetienen la sartén por el mango aprecien la corrección de los diagnósticos de la iz-quierda alterglobalización. Si defendemos que «otro mundo es posible» es porquesabemos que otra economía y otras relaciones sociales son posibles en este mun-do. Los anticapitalistas no pedimos la luna, no somos unos lunáticos. Pedimosalgo de lo más sensato, aunque no podemos esperar la comprensión de los pode-rosos ni de sus mercenarios en los medios de comunicación.

Se pongan como se pongan, el movimiento alterglobalización existe. Tampocolos propietarios de Atenas fueron demasiado comprensivos con Sócrates que es,después de todo, el verdadero protagonista de este libro.

Madrid, 1 de octubre de 2007.Los autores

16 Prólogo

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Se dice que una aguda y graciosa esclava tracia

se rió de Tales porque, mientras observaba las estrellas

y miraba hacia arriba, se cayó en un pozo.

Platón, Teeteto 174a

Se suele considerar que con esta anécdota comienza lahistoria de la filosofía.

Tales de Mileto era uno de los sabios másimportantes de Grecia, era una de las siete

personas más admiradas por su sabiduría. Algunas otrasanécdotas que han llegado hasta nosotros nos lo presentancomo un gran benefactor de su ciudad, porque, en efecto,su sabiduría había ayudado mucho en los asuntos políticosy sociales.

Así, por ejemplo, Tales había ayudado al ejército a vadearun río sin moverse del sitio. Hizo que se construyera

una presa río arriba, desvió el cauce del agua y lo situó aespaldas de los soldados, que gracias a ello pudieronvencer en la batalla.

En otra ocasión, Tales había previsto un eclipse. Estodemostraba un gran conocimiento de los cielos, algo que

resulta de lo más útil para orientarse en el mar. Otrasanécdotas nos hablan de lo útiles que resultaban susconocimientos para sus conciudadanos, quienes por eso leadmiraban y respetaban.

Tales de Mileto(siglo VI a.C.)

Introducción

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Pero un día Tales se cayó en un pozo porque iba muydistraído, concentrado en sus pensamientos. Y entonces

se corrió la voz de que Tales ya no sabía ni dónde ponía lospies. De hecho, algunos de sus conciudadanos ya hacíatiempo que desconfiaban de él. Le acusaban de quecada vez estaba más interesado en saber cosas a las queno se veía ninguna utilidad. Tales de Mileto contestaba que la cuestión no era si eran útiles o no, sino si eran o noverdad. Si era o no verdad, por ejemplo, que el agua era elprincipio de todo, de lo que todo había comenzado y de loque todo estaba, en el fondo, compuesto. Estas cosas noparecían tener ningún interés para la ciudad y no seentendía por qué Tales perdía tanto tiempo en intentardilucidarlas. Según él, lo importante no era saber cosasútiles para la vida ciudadana, sino, sencillamente, saber,saber por saber, por amor al saber. Por eso, comenzaron allamarle «filósofo», que en griego quiere decir «amante delsaber».

Le llamaban así sin duda que con cierta sorna y, algunos,con cierto desprecio y en tono de reproche, porque lo

único que veían es que la «filosofía» apartaba a Tales de losasuntos útiles para la ciudad, que cada vez podíabeneficiarse menos de su sabiduría. Algunos leconsideraban ya un viejo chiflado incapaz no solamentede encaminar los pasos de la ciudad, sino incluso deencaminar sus propios pasos sin caerse en algún pozo.

Tales decidió entonces dar un escarmiento a susconciudadanos de Mileto. Dedujo con acierto que la

cosecha de aceitunas de ese año sería mucho másabundante de lo habitual y, sin decírselo a nadie, fuecomprando todas las prensas para fabricar aceite. Llegóun momento en que todo el mundo tenía toneladas deaceitunas, pero no podían hacer nada con ellas porquetodas las prensas estaban en manos de Tales, quienaprovechó para alquilarlas a precio de oro. Así demostró asus conciudadanos que si él se ocupaba de la filosofía yno de «cosas útiles» no era porque hubiera perdido lacabeza, sino porque había descubierto algo mucho másimportante que la utilidad, algo mucho más importante

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El pozo de Tales y la filosofía

La reacción de laciudad

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Introducción 19

que ganar batallas o que cubrirse de oro. Estabaconvencido de que era algo destinado a cambiarenteramente la vida de esa ciudad y de todas lasciudades del mundo.

Ytenía razón. Al caerse en ese pozo, Tales habíadesatado una fuerza portentosa que en adelante no

dejaría de agitar la historia occidental. Se trataba de la ideade que la vida de la ciudad tuviera su centro de gravedaden torno a la verdad, la dignidad y la justicia. Se trataba deque, en adelante, la ciudadanía no se conformara con ganarbatallas y perseguir con éxito sus intereses. Que nadaresultase a la ciudad suficientemente bueno si no era,además de útil o conveniente, justo y verdadero.

Para muchos, esto era una tontería. Pero lo cierto es quela humanidad acababa de iniciarse en una aventura que

llega hasta nuestros días y sobre la que todavía no se hadicho la última palabra.

La aventura de laCiudadanía

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Entre todos los proyectos que ha emprendido el serhumano, la aventura de la ciudadanía ha sido la más

arriesgada y la más sorprendente. Quizá esto pueda sonara exageración, teniendo en cuenta las cosas tan raras que

el hombre se ha empeñado en hacer a lo largo de la historia,de viajar a la Luna a obsesionarse en ganar guerrasmundiales. Es verdad que, a primera vista, no hay nada queparezca excepcional en el hecho de que seamos ciudadanos.Se trata, simplemente, de que en tanto que ciudadanos de,por ejemplo, el Estado español, tenemos determinadosderechos y deberes, y podemos votar cada cierto tiempo aquien nos va a gobernar. Nada de esto es sorprendente, esmás bien lo más normal del mundo, es nuestra vida máscotidiana.

Sin embargo, toda nuestra existencia ciudadana estálevantada sobre un misterio. Podemos hacernos una idea

del enigma si nos fijamos en cómo comenzó, para el serhumano, la historia de esta aventura de la ciudadanía. La historia de la filosofía había comenzado ya con untropiezo, con la caída de Tales de Mileto. La aventura de laciudadanía comenzó, también, con un tropiezo, pero esta vezde la humanidad entera: por algún motivo, una democracia,la democracia ateniense, consideró necesario condenar amuerte a un ciudadano de setenta años, llamado Sócrates,cuyo único delito había sido ir todo el rato por ahí preguntandoa la gente qué era un zapato. Es cierto que Sócrates tambiénpreguntaba, por ejemplo, qué es la virtud, pero eso es lo demenos. Lo importante es que lo único que hacía era preguntar.

La condena deSócrates

CAPÍTULO 1. La aventura de la Ciudadanía

1. El enigma de Sócrates

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2. Un espacio vacío

Sócrates, en efecto, no enseñaba nada en especial, porque,tal y como él solía decir, lo único que sabía era que no sabíanada. O sea, que nada podía enseñar. Pero, eso sí, noparaba de preguntar qué es un zapato, qué es la virtud, ycosas así.

Pues bien, es con este enigma con el que comenzó parala humanidad la aventura de la ciudadanía. Con este

enigma y con esta ignominia: la condena a muerte de unanciano que no había hecho más que preguntar. Si Atenashubiera sido una dictadura, si la muerte de Sócrates sehubiera debido al capricho de un tirano, la cosa no tendríanada de sorprendente. Lo extraño es que Atenas era unademocracia y, además, es el modelo de referencia de lo quesolemos entender por democracia. ¿Condenaríamosnosotros a muerte a un viejo que anduviera por ahípreguntando qué es un zapato? La pena de muerte, se dirá,ni siquiera está reconocida en nuestra Constitución. Ahorabien, tenemos motivos para pensar –como vamos a intentarhacer ver en este libro– que si ese viejo preguntara de lamisma manera y con la misma insistencia que Sócrates,nuestra saludable democracia encontraría alguna manera decondenarle a muerte, aunque para ello tuviera que haceruna reforma constitucional o incluso que sacrificar laConstitución. El siglo XX nos ha dejado algunos ejemplos quevendrían al caso (y que más adelante tendremos ocasión decomentar con detenimiento).

¿Qué tenía de especial la forma de preguntar deSócrates? ¿Por qué resultó insoportable para la democraciaateniense?

El rey Ciro, rey de los persas (que eran los más grandesenemigos de los griegos), se refirió una vez a los

atenienses diciendo con desprecio: «Ningún miedo tengo deesos hombres que tienen por costumbre dejar en el centrode sus ciudades un espacio vacío al que acuden todos losdías para intentar engañarse unos a otros bajo juramento».

Sócrates ynosotros

Ciro, el rey de los persas

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Estas palabras son, en realidad, una preciosa definición dela democracia. Poco sospechaba el rey Ciro de la inmensapotencia que se escondía en ese espacio vacío, gracias alcual los griegos no sólo ganarían dos guerras contra lospersas, sino que se convertirían en un modelo político paratoda la historia de la humanidad. Ese espacio era la plazapública, en la que se asentaban dos realidades de potenciaincalculable: la asamblea, lo que nosotros llamaríamos elParlamento, y el mercado, del que no hablaremos todavía,aunque tendrá gran importancia en próximos capítulos. Enlos dos sitios, la asamblea y el mercado, los hombresintentaban engañarse bajo juramento y, en verdad, no handejado de hacerlo hasta nuestros días. Pero en laasamblea, al intentar engañarse, tienen que argumentar ycontraargumentar, tienen que dialogar, y de este diálogo vansurgiendo consensos y de los consensos, leyes. Losgriegos eran «ciudadanos» en la medida en que pisaban eseespacio vacío en el centro de sus ciudades. Era el espacioal que, en adelante, llamaremos el espacio de laciudadanía.

Es muy importante que ese espacio esté, como subrayabacon asombro el rey Ciro, vacío. Que esté vacío supone,

por ejemplo, que no está ocupado por un Templo o por unTrono. He aquí lo que tiene de atrevido el proyecto de lademocracia que hemos heredado de Grecia: poner en elcentro de la ciudad un espacio vacío es como pretender quetoda la vida ciudadana, todo aquello sobre lo que bascula eltejido social, gire en torno a un lugar en el que no haydioses ni reyes: ni tiranos terrestres ni déspotas celestes.Se trata de preservar así, en el centro mismo desde el queemana la más alta autoridad de la vida social, un lugar sinamos ni siervos. Eso no quiere decir que en otras partes deltejido social, incrustados en otros barrios más o menosperiféricos de la ciudad, no pueda haber lugar para la vidareligiosa o para determinados tipos de servidumbre. Lagente puede decidir ir a rezar a los templos, puede aceptaruna vida familiar en la que, por ejemplo, los hijos debanobedecer a sus padres, puede aceptar un contrato basuraen una empresa o incluso aceptar ser cabo de la guardiacivil y obedecer las órdenes de un capitán. Pero sólo si así

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La asamblea y elmercado

El espaciovacío de laciudadanía

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lo decide, pues el lugar de la última y más legítima autoridadseguirá estando en otra parte. Y lo importante y losorprendente, lo que de inquietante tiene la democracia, esque el centro mismo de la ciudad, el lugar en el que residela autoridad última de la vida social, es un lugar vacío, unlugar vacío que pueda ser visitado por cualquiera, un lugar alque se acude para dialogar, para argumentar ycontraargumentar, incluso, ¿por qué no?, para intentar, comodecía el rey Ciro, engañar a los demás bajo juramento.

Así pues, los hombres pueden ser padres o hijos, amos osiervos, empleados o patrones, varones o mujeres,

subordinados o jefes, fieles de un dios o miembros de unacasta sacerdotal que pretende hablar en su nombre. Pero, enla medida en que penetren en ese espacio vacío del quehablamos, se convierten en ciudadanos. Y en ese sentido yen ese lugar, son todos iguales. Se dirá que esto es uncuento chino. Ya veremos luego si lo es o no. Pero primerohay que entender lo que se quiere decir con ello. En ese«espacio vacío» todos son iguales... para hacer lo que se haceen ese espacio vacío, es decir, para hablar, para dialogar, paraargumentar. Claro que esa gente seguirá siendo distinta ydesigual a la hora de rezar, de trabajar, de obedecer, decomer, de tener hijos, etc. Pero porque esas cosas no sehacen en ese centro de la ciudad del que estamos hablando,sino en lo que podríamos considerar los «barrios de la vidaprivada». Eso sí, si la ciudad de la que estamos hablando esuna ciudad verdaderamente democrática, será porque haadquirido el compromiso de hacer gravitar toda la vidaciudadana según lo que se decida en ese lugar vacío en elque todos son ciudadanos y, por consiguiente, iguales. Portanto, eso quiere decir que el rezar, el trabajar, el obedecer, elcomer, el tener hijos y todas esas cosas se harán según lasnormas y leyes que se vayan decidiendo desde el espacio«vacío» de la ciudadanía. Eso quiere decir también que, enalgún sentido, en algún sentido muy importante, los hombresy las mujeres, los padres y los hijos, los obreros y lospatrones, los fieles y los sacerdotes, son prioritariamente, porencima de todas esas cosas, ciudadanos. Alguien puede serun obrero, pero antes de ser un obrero, es ya un ciudadano. Ylo sigue siendo siempre de manera fundamental. Por supuesto

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Lo privado y lopúblico

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eso no quita para que uno deba comer de su trabajo y no desu condición de ciudadano. Pero las leyes que decidan cómose ha de trabajar para comer vendrán decididas, si se trata deuna democracia, desde el espacio de la ciudadanía y nodesde, por ejemplo, una reunión de empresarios. (Repáresebien en que aquí estamos hablando en condicional: así tendríaque ser «si se tratara de una verdadera democracia»; tiempohabrá luego de comprobar qué queda de ello en la crudarealidad.)

Los atenienses estaban tan orgullosos de su democraciacomo lo estamos nosotros. Es muy famoso el discurso de

Pericles, en el que este gran estadista explica cómo el poderque Atenas ha demostrado esconde su secreto en eseespacio vacío que tan insensatamente despreciaba el reyCiro. Los griegos –entre ellos, sin duda, los que juzgaron ycondenaron a Sócrates– tenían mucho aprecio por estediscurso. Se trata de un precioso canto de alabanza a lademocracia que todavía suele citarse con admiración. Ahorabien, a Sócrates ese discurso le inspiraba un verdaderodesprecio. Le parecía, no cabe duda, absolutamenteinsuficiente. Tan insuficiente como esa vida ciudadanade la que los griegos estaban, en su opinión, taninjustificadamente orgullosos. ¿Estaba, entonces, Sócratesde acuerdo con el rey Ciro en despreciar ese espacio vacío,esa plaza pública, esa especie de agujero que se abría en elcentro de las ciudades y los estados griegos? Evidentementeno. Sócrates despreciaba la ciudadanía ateniense porque leparecía insuficientemente ciudadana; Ciro lo hacía por lo quetenía, precisamente, de ciudadanía. Ciro no entendía que enel centro de la ciudad no colocaran un altar o un trono, untemplo o un palacio. Sócrates, por el contrario, lo queobservaba es que, aunque no lo pareciera, ese lugar vacíoestaba, todavía, siempre demasiado lleno. Sócrates lo veía,en realidad, atiborrado de diosecillos, de idolillos yreyezuelos, de pequeños déspotas celestes y terrestres, detodo un tejido de servidumbres insensibles que acababanpor constituir la más imponente de las tiranías.

26 Educación para la Ciudadanía

Sócrates yPericles

3. El lugar de cualquier otro

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Para que ese lugar hubiera estado, a gusto de Sócrates,suficientemente vacío, tendría que haber sido,

realmente, algo a lo que vamos a llamar «el lugar decualquier otro». También podemos llamarlo «Razón» o,también, «Libertad». Lo importante no es ponerle nombre,sino entender en qué consiste que el lugar de losciudadanos esté vacío. Sólo si está vacío puede serocupado por cualquiera. Y sólo en ese sentido puede ser ellugar de todos, a fuerza, precisamente, de no ser el lugarde nadie, a fuerza de que nadie pueda apropiarse de eselugar y decir que es un dios, o un representante de dios, oun rey o un príncipe con más derecho a estar ahí que losdemás. Un lugar de todos y de nadie, un lugar vacío que

Nadie,cualquiera

o todos

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cualquiera puede llenar, sin que por eso deje de estarvacío. Se trata de una aparente paradoja que no es sóloaparente: es en realidad, como vamos a ver, mucho másenigmática y profunda de lo que parece a simple vista.Tanto que todo la historia de la filosofía, al menos en unade sus columnas vertebrales, la que llamamos Ilustración,ha consistido en profundizar en este enigma político.

Así pues, los ciudadanos tienen que ser capaces dehabitar el espacio de la ciudadanía sin llenarlo, sin

suplantarlo, sin convertirlo en otra cosa, en, por ejemplo, unpalacio o un templo. Se dirá que es imposible estar en unlugar y que ese lugar, al mismo tiempo, permanezca vacío.Se dirá que lo máximo que pueden pedir los ciudadanos enel lugar de la ciudadanía es que cada uno pueda ir ahí consu templo y su trono preferido, de tal modo que en el lugarde la ciudadanía lo que encontremos sea una multitud dereligiones y de despotismos tolerándose entre sí. Ahorabien, eso es un absurdo. De ese modo sólo se lograría queuno de los templos o uno de los tronos, el que más fuerzaacabara por tener, terminara por dominar a los otros. Yentonces, lo que tendríamos en el centro de la ciudad seríaeso, un trono o un templo, y no un espacio vacío. Es decir,que lo que tendríamos sería, precisamente, la ausencia deciudadanía y no una «ciudadanía más realista». Incluso sieso es lo que siempre acaba por suceder, porque así sonlas cosas, que el pez grande se come al chico y, así, untrono o un templo acaba siempre por apropiarse del lugar dela ciudadanía, predominando siempre sobre los demástronos y sobre los demás templos, sería absurdo que nosempeñáramos en decir que eso es la ciudadanía en realidad,en lugar de diagnosticar, más bien, que en esa realidad laciudadanía brilla por su ausencia. Por el contrario, si de loque se trata es de que los distintos tronos y los distintostemplos tengan que tolerarse entre sí, de que tengan laobligación de aguantarse y respetarse unos a otros,entonces es preciso que haya algún tipo de instancia, algúntipo de autoridad desde la que se dicte esa obligación, esanorma, esa ley. Tiene, pues, que haber un lugar vacío desdeel cual se diga, se obligue, se legisle lo que los tronos y lostemplos deben cumplir.

28 Educación para la Ciudadanía

Ni tronosni templos

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Volvemos, por tanto, a plantearnos perplejos la pregun-ta: ¿Cómo podrían los ciudadanos ocupar el lugar de la

ciudadanía sin llenarlo? ¿Qué tiene de especial ese lugarque Sócrates se empeñó en defender, ese lugar quepuede llenarse de ciudadanos sin dejar de estar vacío?¿Cuál puede ser ese lugar sobre el que habría, por tanto,que levantar la asamblea, el parlamento, el edificio de laley, la ciudad? ¿Lo llamaremos «Razón», «Libertad», «lugarde cualquier otro»?

Antes nos preguntábamos por el misterio de que unademocracia se sintiera incapaz de aguantar a un viejo

como Sócrates, que lo único que había hecho era preguntarqué es un zapato. Quizás ahora puede empezar avislumbrarse el secreto de lo que pasó. El problema estabaen que Sócrates se empeñaba en preguntar desde ese lugardel que estamos hablando ahora. Un lugar tan vacío que,comparado con él, el lugar vacío del que tanto se asombrabaCiro, estaba lleno a rebosar. Y lo que ocurrió fue que, enefecto, la presencia de Sócrates por las calles de la ciudadera como si fuese abriendo un agujero, un pozo, en el que laciudad entera amenazaba con precipitarse, como si setratase de un abismo. Ahora bien, ese abismo era ni más nimenos que la democracia misma: la fuerza de la democracia,que exigía a la vida entera de la ciudad caminar hacia otrositio de donde estaba caminando. Era, quizá, el mismo pozoen el que tiempo atrás se había caído Tales, y era como siSócrates se empeñara ahora en que fuera la ciudad entera laque cayera con él. Como si recordara a los ciudadanos que,si verdaderamente lo eran, las cosas no podían seguir igual.Era la voz que recordaba la potencia que se encerraba en eseespacio vacío que Grecia había inventado para la historia dela humanidad. Sus conciudadanos encontraron el medio deacallarle a él, condenándole a muerte, y de acallar tambiénlas propias exigencias de la ciudadanía y de la democracia,suplantando a éstas por una apariencia de ciudadanía y unaapariencia de democracia. Es obvio que en este dilema nosencontramos aún, veinticinco siglos después. ¿A quéestamos llamando democracia nosotros, todos los días, ennuestros telediarios, en nuestros periódicos, en nuestrascabezas?

La aventura de la Ciudadanía 29

Razón yLibertad

El abismode la

democracia

Apariencia y realidad de la

democracia

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¿Cómo haremos para distinguir la democracia de laapariencia de democracia? Empecemos por intentarcomprender en qué consiste ese nuevo vacío que Sócratesabrió en aquel vacío ateniense que tanto asombrara a Ciro.Intentemos comprender eso que hemos dicho: que se tratade un lugar que los ciudadanos pueden ocupar sin llenarlo,o, al menos, sin llenarlo de otra cosa que de su propiaciudadanía. Pero como aún no sabemos lo que es laciudadanía, con esto no hemos dicho nada de nada. A eselugar lo hemos llamado (así se lo ha llamado a lo largo dela historia de la filosofía) «Razón» y «Libertad». A ver quésignifica eso. Puede que parezca que estamos acumulandoparadojas y que todo esto no es más que uno de esostrucos verbales a los que tan propensos parecen losfilósofos. Sin embargo, el «lugar vacío» del que estamoshablando no es un invento de los filósofos. Por el contrario,es un lugar que hemos visitado y experimentadoprobablemente muchas más veces de lo que creemos.Quizá no nos hayamos percatado siempre –o quizá nunca–de lo que ciertas experiencias tenían de paradójicas yasombrosas, pero ahora es el momento de reflexionarsobre ello.

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Preguntas y paradojas

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En clase de «Matemáticas», por ejemplo, los estudiantesse enfrentan a diario a un fenómeno asombroso

e inexplicable, aunque no se den cuenta de ello. Lo queocurre todo el rato en clase de matemáticas es muchomás sorprendente que los milagros de la religión,los fenómenos paranormales o el hecho de que ser pisciso libra pueda determinar nuestro destino de la semana.Puede que nunca hayamos reparado en ello, pero esfácil caer en la cuenta de que la clase de matemáticasse sostiene sobre una paradoja esencial. En ella vemosa un profesor hablando y hablando, mientras trazagarabatos sobre una pizarra. De pronto, el profesorapunta al pie de la pizarra algo así como «tal y tal… quees lo que queríamos demostrar». «El cuadrado de lahipotenusa», tal y como queríamos demostrar, «es iguala la suma del cuadrado de los catetos.» He aquí unteorema, el famoso teorema de Pitágoras, demostradocuidadosamente en la pizarra por un profesor. Algúnalumno podría entonces intervenir diciendo «¡bueno, esolo dirá usted!». Lo importante es reparar en que el profesor no debería responder algo así como que él tienemás autoridad y que, por tanto, hay que hacerle casorespecto de ese asunto del cuadrado de la hipotenusa. Lo importante es reparar en el hecho de que la respuestaconveniente sería algo del tipo: «¿Pero cómo? ¿Es queusted no se ha dado cuenta de que estamos en clasede matemáticas? ¡Yo no he dicho ni digo aquí nada denada!».

CAPÍTULO 2. Razón y Libertad: el lugar decualquier otro

El misterio de lasmatemáticas

1. Primer contacto con el lugar de la Ciudadanía:la razón y las matemáticas

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32 Educación para la Ciudadanía

Un decir que«se dice a símismo»

«¡Pero si lleva toda la clase hablando, todos lo hemosvisto!», podría replicar el alumno. «Se equivoca caballero»,haría bien en responder el profesor, «yo he movido los labiosy he pronunciado sonidos, pero no soy yo quien ha dichoque el cuadrado de la hipotenusa es la suma del cuadradode los catetos. Eso no lo he dicho, lo he demostrado. Y esoes tanto como decir que eso se ha dicho a sí mismo. O sise quiere, que es imposible decir otra cosa sobre elcuadrado de la hipotenusa. Y que, por tanto, si yo fuera otro,habría dicho lo mismo: que «el cuadrado de la hipotenusa esla suma del cuadrado de los catetos».

—Eso no es más que su opinión. ¿O es que pretende ustedtener la verdad en sus manos?

—No, no es mi opinión. Lo que es mi opinión, en todo caso,es que esta demostración que hay escrita en la pizarra estábien hecha y que, por tanto, esto es verdaderoindependientemente de que yo tenga ganas o no, independientemente de mis pareceres y también de misopiniones. Puede que alguien demuestre un día que esademostración no está bien hecha, y entonces resultará queesto era, en realidad, falso. Pero, en ese caso, será falso,también, independientemente de mis ganas, de mispareceres y de mis opiniones. En todo caso, lo que hayescrito aquí en la pizarra no es para nada relativo a mí. Notiene nada que ver conmigo. Es, hasta donde yo sé,eternamente verdadero (independientemente de misopiniones) o, quizá, es eternamente falso (pero entoncestambién independientemente de mis opiniones). Por esodigo que yo no he dicho nada aquí, que esto se ha dicho así mismo. Eso es lo que quieren decir, en verdad, laspalabras demostración o deducción. Una demostración esalgo que decimos por coherencia con lo que hemos dichoantes, de tal modo que podemos afirmar que lo quedecimos se sigue por sí solo de lo dicho anteriormente.Esto es a lo que llamamos razonar.

—Según eso, cuando razonamos no estaríamos razonandonosotros, usted o yo o fulano de tal… estaría razonando…nadie…

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—Si lo quiere decir así… Cuando nos esforzamos porrazonar es obvio que somos nosotros los que nosesforzamos. Pero ¿en qué nos esforzamos? Lo curioso esque nos esforzamos en decir algo que podría decir cualquierotro, o mejor, que incluso tendría que decir cualquier otro siquisiera ser coherente. O sea, si lo quiere decir así, se tratade que nosotros, usted o yo o fulano de tal, cuandorazonamos, nos esforzamos mucho en decir cosas que nodependan de que seamos nosotros quienes las estemosdiciendo. Nos esforzamos mucho y somos, desde luego,nosotros los que nos esforzamos... en no ser nosotros. Espor eso por lo que cuando he puesto en la pizarra eso de«como queríamos demostrar», es como si hubiera declaradoque estoy seguro de que yo no he dicho nada, que estoyseguro de que eso, de alguna forma, «se ha dicho a símismo».

—Si una persona nos está habla que te habla y luegopretende no habernos dicho ni mú, es que está loca.Cualquiera la calificaría de loca. Una vez conocí a unesquizofrénico que decía que no era él quien decía lo quedecía, que eran voces que hablaban en su cabeza y cosasasí.

—De acuerdo. Se trata, en efecto, de una locura. Lasmatemáticas son una especie de locura. De hecho, lafilosofía, la ciencia, la capacidad de razonar debieron de seruna especie de ataque de locura que le dio a la Humanidad,allá por la Grecia clásica, desde el momento en que Talesde Mileto se cayó en un pozo. Ahora bien, no todas laslocuras son iguales. Esta locura es lo que llamamoscivilización occidental. No digo que no sea una locura, peroes una muy particular. Puede que los griegos sintieran quese habían vuelto locos cuando dedujeron el teorema dePitágoras. En todo caso, debieron de sentir una perplejidadenorme. «H2=C2+C2», he aquí una frase bien curiosa. Tancuriosa que, al contrario de lo que pasa con todas lasfrases, para decirla no importa nada el hecho de serespartano, o ateniense, o persa. Debió de ser undescubrimiento impresionante el haber dado de pronto conalgo con lo que los atenienses y los espartanos, pese a

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La locura del matemático

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34 Educación para la Ciudadanía

El nacimientode la geometría

Una tierra detodos y de nadie

todas sus guerras, todas sus diferencias, todas susrivalidades, tenían que estar forzosamente de acuerdo. Algorespecto de lo que los griegos y los persas, que parecíanfatalmente destinados a matarse en la guerra, tuvieran queestar de acuerdo por encima de sus desacuerdos, porencima de la diferencia insalvable de sus dioses, de sulengua, de sus costumbres, de su condición política, etc. Esposible afirmar que, en ese mismo momento, debieron desentir como que se caían en un pozo desde el que sevislumbraba una Nueva Tierra en la que espartanos yatenienses y persas tenían que estar necesariamente deacuerdo, lo quisieran o no.

En efecto. Al deducir un teorema, como el teorema dePitágoras, estamos diciendo algo así como esto: «Yo

digo que H2=C2+C2 y soy ateniense, pero si en lugar de serateniense fuera espartano, diría lo mismo. Yo digo queH2=C2+C2 y soy griego, pero si en lugar de ser griego fuerapersa, diría lo mismo. Digo eso y soy gallego, o catalán ode Getafe, pero si fuera andaluz o francés o esquimal ochino, diría lo mismo». «Digo que H2=C2+C2 y soy mujer, perosi fuera hombre diría lo mismo». En realidad, la cosa es aúnmás radical: «Digo que H2=C2+C2 y soy ciudadano, pero sifuera esclavo diría lo mismo; soy rico, pero si fuera pobrediría lo mismo. Soy más bien depresivo o más biensimpático o quizá soy anoréxico, neurótico obsesivo,histérico o bipolar. Quizá tuve una infancia feliz o unainfancia desgraciada, un padre alcohólico, una madre yonquio un abuelo ministro: el caso es que dos y dos son cuatro yque H2=C2+C2». Así pues, los griegos debieron quedarseperplejos ante el descubrimiento de la geometría. El vocablo«geometría» nombra el arte de medir la Tierra. Pero ¿quétierra es esa que mide la geometría si no es la de losespartanos, ni la de los atenienses ni la de los persas? Através de la geometría, los griegos debieron vislumbrar unhorizonte en el que se anunciaba otra forma de habitar latierra, una tierra que, de pronto, había dejado de pertenecera los espartanos, a los atenienses, a los persas, y también,de alguna manera, a los ricos, a los pobres, a los varones,a las mujeres, a los ciudadanos o a los esclavos. En cuantoa la tierra de las matemáticas todos somos iguales.

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Es fácil comprender que sería un grave error, a la hora dehacer matemáticas, tratarse a uno mismo en tanto que

espartano, si uno es espartano, o en tanto que ateniense opersa, si es que se es eso o lo otro. Si uno es catalán,gallego o andaluz, lo peor que puede hacer a la hora dehacer matemáticas es ponerse a deducir teoremas «a lacatalana», «a la gallega» o «a la andaluza», como siestuviese cocinando pulpo, butifarra o pescaditos fritos. Enmatemáticas lo peor que podemos hacer es aportar nuestraopinión personal. Pongamos, por ejemplo, que se trata desumar dos más uno. Uno tiene perfecto derecho a opinarque dos más uno son un millón. Pongamos que Juan estáenamorado de Ana y que ha concertado una cita con ellacon toda la ilusión del mundo. Pongamos que Ana acude ala cita, pero que lo hace en compañía de Pedro, su antiguonovio. «¡Bueno, no es para ponerse así!», dice Ana ante lasprotestas de Juan, «¡cualquiera diría que he venidoacompañada de un regimiento! Al fin y al cabo sólo hevenido con uno.» Se comprenderá el punto de vista de Juansi le contesta: «¿Y qué más da uno que un millón? ¿Es quetú no entiendes eso de que dos son compañía pero tresson multitud?». Ahora bien, ¿cuántos son dos y dos paralos gallegos o para los catalanes? ¿Y para los persas? ¿Ypara los que han tenido una infancia desgraciada, unpadre borracho o un abuelo ministro, para los que sonmás bien insociables y solitarios o son juerguistas yextrovertidos?

En resumidas cuentas, cuando estamos sentados en clasede matemáticas deduciendo un teorema, estamos

colocados en un lugar bien misterioso. Un lugar en el que,curiosamente, nosotros mismos no pintamos nada. Se tratade un lugar en el que da igual que seamos gallegos o persas,ricos o pobres, hombres o mujeres, cristianos o musulmanes,un lugar en el que dan igual los avatares de nuestra infanciao las peculiaridades de nuestro carácter. Pero conviene queseamos incluso más radicales: en ese lugar no es que décompletamente igual qué tipo de persona seamos, sino que,en realidad, da igual que seamos humanos o no. Es más, asícomo hemos visto que sería una mala idea cocinar elteorema de Pitágoras a la gallega, también sería una mala

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Las opinionespersonales

Más alládel

ser humano

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idea cocinarlo «con mucha humanidad». El «hombre» tampocopinta nada en las matemáticas. Así como no convienetratarse a uno mismo en tanto que gallego o castellano a lahora de sumar dos y dos, tampoco conviene tratarse a unomismo en tanto que ser humano. Cuando demostramos elteorema de Pitágoras decimos algo que diríamos igual si enlugar de ser gallegos fuéramos castellanos o quién sabe sipersas. Pero, en realidad, decimos algo que tendríamos quedecir igual si en lugar de ser seres humanos fuésemos...pongamos que marcianos o ángeles. Cuando hacemosmatemáticas no nos tratamos a nosotros mismos en tanto

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que humanos, sino en tanto que seres racionales. Así pues,si existieran los marcianos o los ángeles, el caso es que enclase de matemáticas sentiríamos que (tras superar algunosdetalles técnicos de traducción) no habría diferencia entreunos y otros a la hora de contestar a qué equivale elcuadrado de la hipotenusa. De hecho, en la sonda espacialPioneer-10 que, tras cruzar la órbita de Júpiter, estabadestinada a perderse en el espacio en 1973, la NASAintrodujo unos mensajes destinados a cualquier ser racionalque pudiera encontrarse con ellos: un dibujo de un hombre yuna mujer, un disco de los Beatles y la serie de los númerosprimos. Las sondas Voyager que lanzaron después tambiéniban repletas de «jeroglíficos científicos». Seguramente losmarcianos no existen, pero la capacidad del hombre detratarse a sí mismo en tanto que ser racional le ha hecho, yasiempre de antemano, partícipe de una comunidad másextensa que la mera especie humana y es eso lo queintroduce en la historia de las civilizaciones un conceptoabsolutamente excepcional y absolutamente irrenunciable deciudadanía. No parece muy probable que a los marcianos lesllegue a gustar el disco de los Beatles en caso de que algúndía lleguen a encontrarlo. No sabemos si tendrán siquieraoídos para escucharlo; en cualquier caso, seguro que noestán educados para entender la moda terrícola de los añossesenta del siglo XX. Pero si a los marcianos se les envía unaseñal con la serie de los números primos, sean como sean,tienen que llegar a estar de acuerdo con ella: porque al igualque los humanos podemos tratarnos a nosotros mismos entanto que seres racionales (y no sólo en tanto que humanos),los marcianos tienen que ser capaces de tratarse a símismos, además de como marcianos, en tanto que seresracionales. En la medida en que puedan captar una señalelectromagnética, o tocar unos bultitos como de braille, oescuchar unos pitidos, o ver unas manchitas que sigan laserie uno, dos, tres, cinco, siete..., los marcianoscomprenderán que, allá en los confines del universo,perdidos en la inmensidad del espacio, existen unosseres con los que ya están de acuerdo en algo, unos seres que ya son, al menos en ese sentido, igualesa ellos, sus hermanos, sus conciudadanos en unacomunidad universal.

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La extensiónde la

ciudadanía a todos

los seres humanos

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Según nos cuenta Platón, un sofista llamado Menón ledijo a Sócrates que el conocimiento era algo

imposible. Sócrates, entonces, mandó llamar a un esclavocompletamente ignorante y le pidió que dibujase uncuadrado el doble de grande que una de las baldosas delsuelo. Como el esclavo no tenía ni idea de nada, comenzódoblando el lado de la baldosa, pero en seguida se diocuenta de que el cuadrado que le salía era cuatro veces yno dos veces el que intentaba dibujar. «¡Por Zeus,Sócrates, yo no sé nada de todo esto, no soy nadie pararesolver este tipo de problemas, soy un esclavo y nuncahe estudiado matemáticas!», exclamó. Pero Sócratesempezó entonces a hacerle preguntas: «¿Cuántas vecesmás es cuatro que dos? ¿Dos es la mitad de cuatro?». Ysiguió preguntando así hasta que el esclavo dibujó ladiagonal de la baldosa inicial, cortándola por la mitad.Luego, dibujó un cuadrado tomando como lado esadiagonal. Sin darse cuenta había desembocado en unademostración particular del teorema de Pitágoras: elcuadrado de la diagonal de un cuadrado tiene dos vecesla superficie de éste.

En consecuencia, para hacer matemáticas no hacía faltaser ateniense ni espartano, ni siquiera griego. Un

esclavo se sabe, en realidad, el teorema de Pitágoras, apoco que piense sobre ello. Un esclavo, diría Menón, no esnadie para hacer matemáticas, ni sabe nada dematemáticas. Paradójicamente, lo que le hacer verSócrates es que, para las matemáticas, es muy bueno sernadie y saber que no sabes nada.

Así pues, al hacer matemáticas, nos esforzamos porcolocarnos en un lugar que, como decíamos, es bien

enigmático, ya que desde él comprendemos no sólo quees indiferente que seamos gallegos, españoles o persas,sino incluso que da igual que seamos, incluso, marcianoso ángeles. Se trata de ese lugar en el que somos,sencillamente, seres racionales. Ahora bien, el ejemplodel que nos hemos valido hasta aquí no debeconfundirnos. Hemos hablado todo el rato de matemáticasporque es el ejemplo más agradecido. Pero ese lugar del

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El esclavo deMenón

La ventaja de no sabernada

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que estamos hablando no lo ocupamos sólo al hacermatemáticas, sino cada vez que razonamos algo. Otroasunto es, por supuesto, que aparte de las matemáticas,con respecto a otro tipo de temas, sea mucho más difícilhacer un razonamiento bien hecho. Pero el hecho de quesea más difícil no cambia la naturaleza de la cosa. No esverdad, como a veces suele decirse, que en matemáticaslas cosas sean necesarias y exactas y que, en cambio, enHistoria, en Sociología o en Filosofía todo sea «cuestiónde opiniones». Ni muchísimo menos es así. Pongamos queestamos estudiando la Revolución francesa o las causasdel crecimiento del paro desde 1980. Al matemático quedemostraba el teorema de Pitágoras le exigíamos quefuera capaz de decir algo así como «si yo no fuera yo, diríalo mismo». Pues bien, exactamente lo mismo hay quepedirle al historiador que estudia la Revolución francesa, oal economista que estudia las causas del paro. No nosinteresa para nada (por lo menos en un ámbitoacadémico) lo que los gallegos opinan sobre la Revoluciónfrancesa: a no ser, naturalmente, que estemos estudiandoa los gallegos en el curso, por ejemplo, de unainvestigación etnográfica (pero en ese caso, ya no setrataría de estudiar la Revolución francesa, sino deestudiar al pueblo gallego). Puede que nuestro profesor dehistoria, sea, por ejemplo, gallego, pero a la hora dehablarnos sobre la Revolución francesa, nos interesa quediga cosas objetivas, no que nos hable en tanto quegallego. Si nuestra profesora es mujer, no esperamos quenos dé un punto de vista femenino sobre la Revoluciónfrancesa. Por supuesto que nos tendrá que explicar elimportante papel que desempeñaron las mujeres en dicharevolución, pero eso lo deberá hacer cualquier historiadorriguroso y objetivo, ya sea hombre o mujer. Si loshistoriadores varones tienen más tendencia a omitir esaparte, será, precisamente, porque están dejando que seinmiscuyan sus opiniones machistas en su trabajocientífico. Por lo mismo, si nuestro profesor es rico opobre, no nos interesa nada que nos explique cómo se vela Revolución francesa desde las atalayas de la riqueza odesde los suburbios de la indigencia. Por supuesto, paraestudiar historia con seriedad, no podrán dejar de tenerse

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De las cienciasexactas

a lasciencias sociales

El imperativode la

objetividad

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en cuenta las condiciones económicas de la Revolución,pero esas condiciones económicas son las de larevolución y no las de nuestro profesor. Tampoco nosinteresa que se cocine la Revolución francesa según lareceta de una infancia desgraciada, un carácterextrovertido o una personalidad depresiva que siempresuele verlo todo por el lado malo. En realidad,exactamente lo mismo que en clase de matemáticas, nosinteresa que el profesor de Historia pueda declarar,respecto de cada cosa que diga: «Digo esto y esto sobrela Revolución francesa y lo digo por esto y esto que hedicho antes, por esto y estos datos, por estos y estosrazonamientos». Es decir: «Digo esto y seguiría diciendo lomismo si en lugar de ser español o francés fuera italianoo persa, si en lugar de ser mujer fuera hombre, si en lugarde depresivo fuera optimista, sociable y extrovertido». Enrealidad, lo ideal sería que, sobre la Revolución francesa,en clase de Historia, el profesor nos dijera cosas queseguiría diciendo igual en el caso de que en lugar de serun ser humano fuera un marciano. Bien es verdad, porsupuesto, que eso resulta, en el ámbito de estudio de lahistoria, mucho más difícil que en matemáticas. Es muchomás difícil ser objetivo a la hora de hablar sobre laRevolución francesa o sobre las causas del paro que a lahora de sumar dos y dos. Pero el que sea mucho másdifícil no implica en absoluto que se trate de otra cosa.¡Las ciencias humanas están menos desarrolladas que lasmatemáticas, qué se le va a hacer! Pero eso no quieredecir que se espere de ellas otra cosa que la objetividad.Sólo faltaría que en clase de economía, a la hora decontarnos las causas del paro a partir de 1980, unprofesor nos contara lo que sobre esa cuestión leconviene a él, que es rico, que nos creamos nosotros, quesomos pobres. Y sí, la verdad es que, fuera de clase dematemáticas, es muy probable que nos den gato porliebre. El profesor de matemáticas lo tiene más difícil,pero el profesor de economía con más facilidad puede serun impostor que nos va a contar las cosas según leconviene, o según conviene a los que le pagan, o a losque tienen la sartén por el mango en este mundo enel que todos vivimos. Pero eso lo único que indica es que

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Mayor o menor dificultadde la objetividad

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es un mal profesor, un impostor, un vendido, un mercenariodel saber, o quizá, sencillamente, un ignorante, unincompetente. Nada de eso indica que aquello por lo quese le paga sea en absoluto distinto que aquello por loque se le paga a un profesor de matemáticas. Suobligación es ser objetivo e intentar decir la verdad, noaquello que más le conviene o le interesa.

Piénsese en que sea sobre lo que sea, incluso si setrata de un tema político, donde todo parece más

discutible que en ningún otro sitio, tenemos la sensaciónde que alguien está razonando cuando nos da laimpresión de que está diciendo las cosasindependientemente de sus intereses. Precisamente, unode los síntomas de que alguien nos está dando gato porliebre es que haya motivos para decirle algo así como que«ya, eso lo dices porque ya sabemos dónde tienesinvertidas tus acciones, eso lo dices porque eres rico ytienes determinados intereses, eso lo dices porque erestal y tal; si en lugar de eso fueses tal o cual, ya veríamoslo que dirías». En definitiva «se te ve el plumero, tío».

Así pues, sea en matemáticas, sea en otras ciencias, osea con respecto a cualquier cosa, una persona que

razona es una persona que está en condiciones de decir:«Lo que yo estoy diciendo lo diría igual si yo fuese otro». Ypor otro, ya lo hemos visto, incluimos aquí, también, a losmarcianos, a los ángeles, a cualquier ser que searacional.

Acabamos de ver que, muchas veces, acaso sin sentirnada especial, hemos estado situados en ese extraño

lugar desde el que Tales de Mileto fundó la historia de lafilosofía y, en realidad, la historia occidental. Cada vez quehacemos matemáticas o cada vez que pretendemos estarrazonando, estamos colocados en un lugar en el que yahemos acordado algo con los espartanos, los atenienses o

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Razonar o engañar

2. Segundo contacto con el lugar de la Ciudadanía:la moral y la libertad

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los persas, incluso, como hemos visto, con los marcianosen caso de que existan. Hemos estado dándole vueltas alasunto porque era importante aprender a sentir la fuerzaportentosa de ese enigma. En verdad, acabamos de estarviendo que el viaje más alucinante que podemos realizar es–-¡oh, sorpresa!– el que realizamos todos los días cuandoentramos en clase de matemáticas. Puede que una agenciade viajes nos prometa ir a una playa muy lejana, a unardiente desierto o un emocionante safari. Nunca nosllevará a un sitio tan enigmático como aquél en el que nossentamos cuando estamos en clase de matemáticas.

Ahora ha llegado el momento de plantear una preguntacrucial. Si sumergidos en una situación cualquiera de la

vida cotidiana nos proponemos actuar desde ese mismolugar exacto desde el que deducimos los teoremasmatemáticos, ¿qué ocurre? Pongamos que yo soy gallego yque, en un determinado momento, me pregunto a mí mismo:«A ver, ¿qué es lo que los gallegos solemos hacer en estetipo de situación?». O que soy hombre o mujer y que me digoa mí mismo: «En una situación así, ¿qué es normal quehaga un hombre, qué es normal que haga una mujer? ¿Quésería un comportamiento “viril” o un comportamiento“femenino”?». O pongamos que soy rico o pobre. ¿Esoquiere decir que, en cualquier situación, estoy abocado aintervenir únicamente para la defensa de mis interesescomo rico o de mis intereses como pobre?

Ante un determinado acto que yo realice: ¿siempre va aser legítimo decirme «ya, eso lo has hecho porque eres

rico, si fueras pobre ya veríamos lo que habrías hecho»? O«ya, eso lo has hecho porque eres mujer, si fueras unhombre serías… por ejemplo, como todos los hombres,machista, y por tanto te habrías comportado de forma machista». ¿Siempre es posible decirle a cualquiera«eso lo haces así porque eres irlandés y ya se sabe, losirlandeses siempre hacéis esto y lo otro, o porque eresmejicano y ya se sabe cómo sois los mejicanos? ¿Todo elmundo hace su papel en este mundo como si se tratase deuna de esas viejas películas del oeste en la que el mejicanosiempre es vago, juerguista y traicionero, el irlandés

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Un viajealucinante

¿Y si ahora se trata de actuar?

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borrachín, simpático y noble, el indio callado, valiente ytaciturno? Si hago esto o lo otro, ¿siempre será, en elfondo, porque soy gallego y es normal que así secomporten los gallegos, o porque soy rico y es lógico quemire por los intereses de mis acciones, o porque soy mujery eso me hace tener comportamientos femeninos, o porquetuve una infancia desgraciada que me hizo más biendepresivo, de tal modo que no puedo hacer otra cosa quetener comportamientos propios de un depresivo, según unaagenda que podría irme dictando mi psicoanalista?

Vamos a plantear una pregunta muy extraña. Tan extrañaque ni siquiera nos suele parecer extraña, porque, si

alguna vez nos la planteamos, no solemos hacerlo en serio.Es muy difícil, en efecto, tomarse en serio una cosa tanrara. Hemos visto antes que, frente al teorema de Pitágoras,no somos ni espartanos ni atenienses ni persas, niciudadanos ni esclavos, ni hombres ni mujeres, ni ricos nipobres, ni depresivos ni optimistas. En realidad, hemosvisto que no somos siquiera ni humanos ni marcianos.Somos, tan solo, seres racionales. Pues bien, en unasituación dada, ¿cómo sería el acto de un ser racional?¿Qué sería lo que yo haría en esta determinada situación,si viniera a comportarme en lugar de como gallego oandaluz, rico o pobre, mujer o varón, cristiano o musulmán,alcohólico o abstemio, depresivo o tal o cual, si mecomportara en lugar de como esto o lo otro sencillamenteen tanto que ser racional? La cosa es, como decíamos,algo más difícil de responder de lo que parece.

Siguiendo la misma lógica de lo que antes decíamosponiendo las matemáticas como ejemplo, tendríamos

que decir que un ser racional se comportaría de un modotal que luego pudiera decir algo así como que «he hechoesto y soy mujer, pero si hubiera sido hombre habría hecholo mismo; he hecho esto y soy andaluza, pero si hubierasido gallega habría hecho lo mismo; he hecho esto y soyheterosexual, pero si hubiese sido lesbiana habría hecho lomismo; he hecho esto y soy rica, pero mi acto no hadependido de eso, porque si hubiese sido pobre, habríahecho lo mismo; tuve una infancia feliz, una adolescencia

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La acción de un ser

racional

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desgraciada, un trauma en mi vida matrimonial que marcómuy profundamente mi carácter, pero, en este caso, puedodecir que lo que he hecho no ha dependido de nada de eso:si hubiese sido otro, habría hecho exactamente lo mismo».

Esta frase que acabamos de soltar así como si tal cosatiene, desde luego, algo de enigmático. Y sin embargo,

si lo pensamos bien, una frase parecida es la que solemosesperar que diga cualquier persona honesta. Por ejemplo:del protagonista de la película, del héroe que lucha contralos bandidos, siempre esperamos que sus actos seanhonestos, y sabemos que son honestos cuando vemosclaramente que los ha hecho de forma desinteresada, esdecir, que «los habría hecho igual si hubiese sido otro».

Pongamos que vamos por la calle y vemos a una pandillade neonazis pegando una paliza a un emigrante de raza

negra. Si soy rico, me puedo decir a mí mismo: «Bueno, misacciones no creo que vayan a bajar por esto». Si soygallego, puedo reflexionar que «lo más probable es que lacosa no vaya conmigo, porque el tío ese al que estánpegando es demasiado negro para ser gallego como yo».También podría decirme a mí mismo: «Seguramente esenegro es musulmán; si fuera cristiano como mi abuela, ledefendería». «O si fuera del Real Madrid, pero seguramenteserá del Barça.»

Pongamos que, en cambio, al ver semejante escena medigo a mí mismo que eso es intolerable. Pongamos que

llamo inmediatamente a la policía, que pido ayuda a lostranseúntes para intervenir, que me interpongo entre losneonazis y el emigrante y les trato de convencer de que loque están haciendo es una barbaridad. O pongamos quesencillamente me lío a karatazos con ellos, salvo al pobremuchacho y hago huir a los neonazis habiéndoles dado sumerecido. Ahora da igual si es mejor intentar una cosa uotra, contando con las fuerzas de uno y las posibilidades dela situación. Lo importante es que reflexionemos sobre esode que la cosa resultaba «intolerable». ¿Me resultabaintolerable que estuvieran pegando a una persona quequién sabe si podría ser, como yo, gallega, o cristiana, o del

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«Si hubiese sidootro,habría hecho lo mismo»

Lo intolerable,sean cualessean misintereses

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Real Madrid? Lo intolerable es que estaban pegando a unser humano. Ahora bien, ¿desde dónde, desde quéinstancia, desde qué lugar se siente eso de que al queestán pegando es un «ser humano»? ¿Cómo me trato a mímismo cuando siento eso? Vamos a fijarnos en una cosa.Si, una vez huidos los neonazis, el héroe de esta películaes entrevistado por los periodistas, ¿qué tipo de explicaciónesperamos que nos dé sobre su conducta? Pongamos quenos dice lo siguiente: «Miren ustedes, yo es que soyirlandés y voy algo borracho, y cuando los irlandeses hemosbebido un poco más de la cuenta lo que más nos gusta esmontar bronca, así es que cuando he visto a los neonazisesos montando bronca, he reaccionado de forma instintiva yme he dicho a mí mismo: ¡ésta es la mía!». Una respuestade este tipo hace que todo el aspecto heroico delprotagonista se venga abajo. Puede incluso que nos hagagracia, pero esa respuesta hace que le perdamos, depronto, todo el respeto. Lo mismo ocurriría si noscontestase que si ha impedido la paliza es porque desdepequeño ha tenido tendencia a meterse en líos y, sobretodo, a dejarse llevar por su carácter, que es muy violento,probablemente debido a no sé qué cosa en la que siempreinsiste su psicoanalista. Piénsese que, en realidad, leperdemos todo el respeto desde el momento en que lo queresponde es algo así como «si he hecho eso es porque...así soy yo». Por el contrario, lo que esperamos de nuestrohéroe para seguir respetando lo que ha hecho es queconteste precisamente lo que «el bueno de la película», trashaber tenido tales y tales comportamientos heroicos,contesta siempre invariablemente: «No es nada, cualquierahabría hecho lo mismo», «cualquiera habría hecho lo mismode encontrarse en mi lugar».

Se trata, en realidad, de una respuesta muy profunda. Aldecir una cosa así, lo que nuestro protagonista declara

es que lo que ha hecho, lo habría hecho igual si hubiesesido otro. Que él es gallego, pero que si hubiese sidoandaluz habría hecho lo mismo; que es rico, o pobre, omujer, o gay, o heterosexual, o cristiano, o musulmán, oateo, o depresivo, o pacífico, o irascible, pero que sihubiese sido otra cosa, también habría hecho lo mismo,

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«Cualquiera habría hecho

lo mismo»

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porque su acto no ha dependido de ninguna de esas cosas,su acto, en definitiva, no ha dependido de nada, lo cual estanto como decir que su acto ha sido, sencillamente, unacto libre.

Ahora es la primera vez que nos topamos con la palabralibertad. Y resulta ser una palabra que nos sirve para

designar ese mismo enigmático lugar al que antesllamamos razón. Se trataba de ese lugar en el que, comovimos, nos encontramos instalados cuando deducimos elteorema de Pitágoras. Ahora vemos que, si actuamos desdeese lugar, tratándonos a nosotros mismos de la mismamanera en la que nos tratamos para deducir el teorema dePitágoras, lo que ocurre es que intentamos actuarindependientemente de que seamos esto, lo otro o lo demás allá, es decir, intentamos que nuestro acto sea un acto

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La Libertad

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libre. Razón y Libertad son términos que señalan, así pues,lo mismo, sólo que bajo dos distintos aspectos.

Razonar y actuar tienen algo en común. En un casoestamos diciendo ciertas cosas con la pretensión de

que las diríamos igual si fuésemos otro. En el otro caso,hacemos ciertas cosas con la pretensión de que lasharíamos igual si fuésemos otro. El matemático sabe muybien que cualquier otro, en su lugar, habría dicho lo que él.Sabe, además, que si alguien, en su lugar, frente a esapizarra no dice eso que está siendo ahí demostrado, es quemerece, de alguna forma, suspender (a no ser que se tratede un nuevo genio de la historia de la ciencia y resulte quelo que está aportando es un razonamiento mejor o máspotente). Pues bien, nuestro héroe también está seguro deque, en su lugar, cualquier otro habría hecho lo que él ha hecho. «No es nada, cualquiera habría hecho lo que yo.»Ahora bien, a éste se le podría objetar que está muy lejosde ser así. ¿Cómo que «cualquiera» habría hecho lo que él?Ése, aquél, el otro, aquél de más allá que pasó leyendo elperiódico, ese otro que miró de soslayo como quien noquiere la cosa, aquél que se dijo a sí mismo «esto no vacontigo, no te busques problemas» o «ya llego bastantetarde al trabajo, no voy a perder el tiempo llamando a lapolicía» o «bueno, al fin y al cabo es un negro musulmán yyo soy blanco y cristiano, esto no es cosa mía», todoshicieron algo distinto de lo que él hizo. Sin embargo, en unsentido distinto al de la clase de matemáticas, hemos dereconocer que todos esos que pasaron de largo, merecían,de alguna forma, «suspender». Suponemos, en efecto, quea todos ellos, al mirarse al espejo, se les debe «caer lacara de vergüenza». En lugar de decir eso de que «cualquierotro habría hecho lo que yo», nuestro protagonista podríahaber dicho que si hizo lo que hizo es porque, si hubierapasado de largo, «se le habría caído la cara de vergüenza».

Pero pensemos un poco en esto. ¿Es su cara de gallegola que se le habría caído de vergüenza? ¿Su cara de

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Razonar yactuar

Caerse la cara devergüenza

3. La dignidad y el respeto

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macho ibérico que no desperdicia una oportunidad demeterse en peleas para demostrar eso de que «los tienebien puestos»? No, es su cara en general, su cara,podríamos decir, de ser racional. En verdad, no estamoshablando de su «cara», estamos hablando de su dignidad.Habría sido indigno pasar de largo viendo como apaleabana un inocente. De lo que se habría arrepentido si hubiera«pasado de largo» no es de haber dejado mal la cara deGalicia o de los hinchas del Real Madrid. Se habríaarrepentido de haber dejado en mal lugar su dignidad deser racional. Ante el espectáculo de unos neonazis queapalean a un inocente, ningún ser racional puedepermanecer de brazos cruzados... sin que se le caiga lacara de vergüenza. Otra cosa es, claro, si lo que es másconveniente hacer es empezar a pegar gritos, llamar por elmóvil a la policía, atraer la atención de los transeúntes,ponerse a dialogar con los agresores o partirles la cara sies posible. Pero el caso es que hay que pensar que cuandonuestro protagonista ha dicho eso de que cualquiera habríahecho lo que él, está diciéndolo tan en serio que en ese«cualquiera» hay que incluir también (igual que nos pasabaen clase de matemáticas) a los marcianos.

Si traemos aquí a colación a los marcianos, igual quehemos hecho antes en clase de matemáticas, no es

porque el tema de la vida extraterrestre nos importe ni unpito. Es porque es una buena manera de pensar las cosasen el límite, hasta sus últimas consecuencias. Y vamos aver que, entre estas consecuencias, hay algunassumamente interesantes para la vida de los hombres y, encierta forma, también sumamente inesperadas. Podemosestar seguros de que a un marciano que pasara de largoencogiéndose de hombros frente a una injusticiaintolerable se le caería la cara de vergüenza: no, porsupuesto, su cara de marciano, pero sí su cara de serracional. Antes, hablando de las matemáticas, decíamosque, pese a no tener ni idea de sus costumbres, de suhistoria, de su cultura o de su personalidad, estamosseguros de estar de acuerdo en muchas cosas con losmarcianos, existan o no. Por ejemplo, en la serie de losnúmeros primos. Ahora lo que preguntamos es, en verdad,

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Ladignidad

La carade los seresracionales

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más chocante aún: ¿estamos de acuerdo con losmarcianos en aquello que hay que hacer en una situacióndada… para que no se nos caiga la cara de vergüenza?En esa película que se llamaba Independence day, elpresidente de los EEUU, tras mantener una conversacióncon uno de los marcianos, llegaba a la conclusión de queno eran seres racionales, que eran «langostas», unaespecie de plaga animal que iba por el universo arrasandoplanetas. Desde luego, no es cosa de fiarse de lospresidentes de los EEUU, y menos de los que salen en laspelículas, pero esa escena de la película tenía sentido.Tanto el protagonista como los espectadores saben que silos marcianos no fueran «langostas», si fueran seresracionales, habrían acordado con nosotros una serie decosas muy elementales, a partir de las cuales podríamosintentar llegar a un entendimiento. Aparte de en la seriede los números primos, un ser racional está siempre deacuerdo, por ejemplo, en que no se debe faltar a lapalabra dada. Eso no quiere decir, por supuesto, que nopueda ocurrir que la costumbre de los marcianos seafaltar todo el tiempo a su palabra, incumplir suspromesas, mentir. De hecho, de la película Independenceday hicieron luego una parodia llamada Mars Attacks en laque uno se partía de risa con las estrambóticascostumbres de los marcianos, entre las que se contaba,en efecto, la de no respetar ningún pacto ni ningunaexpectativa de los seres racionales. Pero el caso es que,si los marcianos no son langostas, si son seresracionales, podemos estar seguros de que, aun teniendopor costumbre mentir sin parar, en el fondo, en algúnlugar profundo de su alma o de su mente, saben muy bienque no se debe mentir.

No se debe mentir… ¿De dónde surge eso del «debe»?¿De dónde emana eso a lo que llamamos «deber»?

¿Dónde reside toda esa esfera de la vida humana en la queenglobamos la moralidad, las leyes y el derecho? Entre lasviejas películas del oeste, había muchas que tenían unargumento que nunca fallaba: pongamos un pueblo degente común y corriente, en el que cada uno cumple sufunción. El párroco en su iglesia, los campesinos y

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El deber

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campesinas, que aran la tierra y tienen hijos, los vaqueros,que cuidan de sus vacas mientras el enterrador entierra alos muertos y las actrices cantan en el saloon. Un día unosbandidos irrumpen en el pueblo y se instalan ahí paracometer todo tipo de injusticias. Nadie se atreve a hacerlesfrente: ni el párroco en su parroquia, ni los campesinos ensus tierras, ni los vaqueros, ni el enterrador. Nadie, exceptoun forastero que ha llegado de no se sabe dónde, un jinetesolitario que no tiene ni parroquia, ni tierra, ni vacas, niraíces, ni familia, sólo un oscuro y misterioso pasado. Porno tener, no tiene ni prejuicios: por ejemplo, es el único quetrata con respeto y de igual a igual a una mujer a la quetodo el pueblo considera deshonrada (al final de la películaacabará besándola). En realidad, todo esto no son sinotrucos del guionista para presentarnos un personaje en elque está muy claro que sus actos no dependen de nada, esdecir, que son actos libres. Mientras el párroco hace sufunción en la parroquia, los campesinos en sus tierras, losvaqueros con sus vacas, la función del protagonista es lade no tener ninguna función. Él no se va a comportar comoirlandés, ni como mejicano, ni como piel roja, ni comocampesino, ni como párroco… El jinete solitario no está ahípara comportarse según sus costumbres o su condición,sino para actuar en tanto que ser libre. Así pues, lo quehace es enfrentarse a los bandidos y vencerlos. (En algunaspelículas le ayuda la mujer de pasado deshonroso y unmuchacho casi adolescente, honrado y valiente, es decir,dos personas que, un poco como él, tampoco tienen ningúnlugar definido en este mundo, la una porque el mundo la harechazado, el otro porque es demasiado joven.)

En realidad, en el manual del buen guionista deHollywood late una profunda sabiduría que, si te pones

a pensarlo, tiene algo de paradójica. Al final de la película,el jinete solitario, sin ley, patria ni familia, ha salvado alpueblo de los bandidos; y los ciudadanos, agradecidos, leponen la estrella de sheriff, la insignia de la ley. Y a losespectadores nos parece de lo más razonable: el únicoque puede representar a la ley en esa película es el único que se ha comportado libremente, es decir, el únicoque ha decidido algo, el único que ha actuado. El párroco

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El jinetesolitario

El manualdel buenguionista

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no «actuó», se comportó como un párroco, se movió comose mueven los párrocos, trajinando por aquí y por allá ensu parroquia. Lo mismo puede decirse del campesino, quetampoco actuó, sino que se comportó como correspondea un campesino, moviéndose de aquí para allá entre latierra y su familia. El enterrador hizo también su papel, lomismo que el vaquero. Mientras tanto, un gallego quepasaba por ahí se comportó como gallego, el rico hizo derico, el pobre de pobre, el borracho, de borracho; lasamas de casa hicieron de amas de casa e hicieron uncocido, los varones machistas hicieron el macho en elsaloon y lo rompieron todo a puñetazos. El jinete solitario,en cambio, es el único que puede decir que lo que hahecho, lo habría hecho igual si hubiese sido otro, porquelo que ha hecho no ha dependido de nada de lo que él es.De hecho, ¿quién es él? Como él no tiene, según lo hanpintado en la película, ni patria, ni familia, ni dios, ni amo,es un poco como si fuera «nadie», como si sus actosfuesen los actos de «nadie». Si se enfrenta a los bandidos(que están extorsionando a un pueblo en el que, porcierto, a él no se le ha perdido nada) es porque ve que loque ahí está ocurriendo es intolerable y porque, si pasarade largo ante eso intolerable, luego no podría mirarse alespejo sin que se le cayera la cara de vergüenza. Asípues, el héroe de la película (y por eso funciona elargumento y atrae la atención del espectador) hace,sencillamente, «lo que tiene que hacer». Lo queesperamos de él es, en efecto, que al final de la películapueda decir «no es nada, sólo hice lo que tenía que hacer,eso es todo». Esta frase significa, en realidad, lo mismoque esa otra que antes apuntábamos: «no es nada,cualquiera habría hecho lo mismo». ¡Pero nadie ha hecholo que él, se podría objetar! Todo el mundo, por elcontrario, pasó de largo, mirando hacia otro lado; solo élhizo «lo que tenía que hacer». Así es, en verdad, pero ¡conqué vergüenza! ¡Con qué vergüenza el párroco secomportó como párroco, el enterrador como enterrador, elirlandés como irlandés! Todos ellos saben, en el fondo desu alma, que no hicieron lo que tenían que hacer… esdecir, que no hicieron lo que habría hecho… cualquiera.

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La Libertad y la Ley

Sin patria,sin dios ni

amo…

La paradójicadificultad

de comportarsecomo cualquiera

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No estamos jugando con las palabras. Si nos lo parecees porque partimos de la idea de que lo normal es ser

cualquiera, cuando, en realidad, es al revés. Es muy difícilser cualquiera. Lo habitual es más bien que el rico secomporte como rico (y no como cualquiera), el pobre comopobre, el párroco como párroco, que el enterrador haga deenterrador, la bailarina de bailarina y el borracho deborracho. No es cualquiera el que se comporta comocualquiera, sino, precisamente, el héroe de la película. Lonormal en esta vida es que nunca seamos cualquiera, quenunca hagamos lo que habría hecho cualquier otro. Unosiempre hace, por ejemplo, lo que hacen los gallegos si sees gallego, lo que hacen los ricos si se es rico o lo quehacen los neuróticos obsesivos si es que se es neuróticoobsesivo. El que ha hecho «lo que cualquiera habría hecho»no es el que ha hecho «como todo el mundo», sino,precisamente, el que ha hecho lo más excepcional. Asípues, podríamos concluir que ese lugar al que hemosllamado «lugar de cualquier otro» es lo más difícil y lo másexcepcional. Se trata del lugar desde el que actuamos detal modo que nuestro acto no depende del hecho de queseamos gallegos o andaluces, ricos o pobres, hombres omujeres, hombres o marcianos, es decir, cuando actuamosde tal modo que nuestro acto no depende de nada. Eso noquiere decir, por supuesto, que al actuar no tengamos encuenta que somos todas esas cosas. Sería absurdo andarpor la vida sin tener en cuenta lo que somos. Lo únicoque quiere decir es que nuestro acto no es consecuenciade que seamos esas cosas, es decir, que no somosesclavos de esas cosas que somos. Se comprende, así,que esto que estamos llamando «el lugar de cualquier otro»es lo que llamamos libertad.

Por tanto, en nuestra película, el personaje que ha sidolibre es, curiosamente, el que se ha comportado como

cualquiera, en lugar de comportarse «como todo el mundo», porque lo que todo el mundo ha hecho escomportarse en tanto que esclavo de su condiciónsocial, económica, familiar, religiosa, psíquica, etc. Si nos paramos un momento a reflexionar sobre estaaparente paradoja, quizá llegaremos a comprender un

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Es muy difícilser cualquiera

Lo másexcepcional

El lugar decualquierotro y laLibertad

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asunto que suele presentarse como muy difícil, un asunto,podríamos decir, de altos vuelos filosóficos que, enrealidad, es todo el meollo del pensamiento ético de esefilósofo tan importante llamado Kant. Cuando un serracional, sea gallego o marciano, ve a unos neonazisapaleando a un negro, hace «lo que tiene que hacer». Enefecto, de un ser racional que hace todo lo que puede porevitar esa situación intolerable, lo que esperamos oír esalgo del tipo «Cualquiera habría hecho lo que yo», pero,también «no he hecho más que lo que tenía que hacer, loque era mi deber». ¿Cuál es la esencia profunda de estarelación entre Libertad y Deber?

Partamos de la libertad. Ser libre es hacer lo que a unole da la gana. Si en lugar de hacer lo que me da la gana

hago lo que manda un amo, un rey, un tirano, alguien quepuede dominarme por la fuerza, no soy libre, soy unesclavo. Hago lo que me da la gana cuando mis actos nodependen de nada. Ahora bien, si porque soy gallego mecomporto como gallego, mis actos dependen entonces detodas aquellas cosas en las que consiste ser gallego.Muchas veces, ser gallego es como cocinar la propia vida ala gallega, ser siervo de mil recetas, de mil servidumbres,de mil prejuicios. Si, por ejemplo, porque soy mujer mecomporto como corresponde comportarse a las mujeres, esfácil caer en la cuenta de que seguro me estaré haciendosierva de un sinfín de prejuicios y costumbres machistasque han instituido, mediante mil servidumbres y milmicroscópicas tiranías, que lo propio de la mujer es haceresto y lo otro, lavar los platos o conservar la virginidadhasta el matrimonio, o vete a saber. No soy libre cuandome limito a seguir el papel que me ha tocado en la vida, lomismo que al mejicano de la película del oeste le tocabahacer de mejicano, al párroco de párroco, al campesino decampesino, a la camarera de camarera. En realidad, paraque mis actos, verdaderamente, no dependan de nada,conviene que tampoco me fíe mucho de «mis ganas». Hacerlo que a uno le da la gana parece que tiene que ver con la

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La libertad y el deber

Hacer lo que me da la gana

4. De la Libertad a la Ley

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libertad, pero es fácil caer en la cuenta de que no es así sinos fijamos en la vida de un neurótico. Un neurótico es,podríamos decir, un esclavo de sus ganas. Jack Nicholson,por ejemplo, hacía en la película Mejor imposible de unneurótico con una vida infernal. Cada vez que tocaba algoque no estuviera esterilizado tenía que lavarse las manos ysiempre con una pastilla de jabón recién estrenada; nopodía pisar las cruces de las baldosas del suelo y muchasveces tenía que andar como de puntillas. Hacía, desdeluego, lo que le daba la gana, pero sería absurdo pretenderque era libre. Si un neurótico va a un psicoanalista, trasmucho investigar sobre su personalidad, se llegará a laconclusión de que cada uno de sus síntomas escondeciertas atávicas servidumbres contraídas durante ciertostraumas de la infancia. Esas servidumbres se conservanlatentes en su carácter. Para un neurótico, su principalenemigo son, precisamente, «sus ganas». Una neurosis esuna especie de tiranía privada y personal, con la que tieneque cargar la libertad. Ahora bien, ¿quién no es, en elfondo, bastante neurótico? ¿Qué son nuestros rasgos decarácter si no una especie de neurosis llevadera?Pongamos que soy tímido. Pongamos que me gusta unachica pero que no me atrevo a acercarme a ella, porquesiempre me pongo a tartamudear y entonces paso tantavergüenza que me dan ganas de que «me trague la tierra».¿Cuándo hago lo que me da la gana? ¿Cuando obedezcoa mis ganas de acercarme o cuando obedezco a mis ganasde salir corriendo por la vergüenza que me da? En realidad,soy libre cuando hago lo que decido hacer, no cuandoobedezco a las ganas de hacer esto o lo otro. Cuandoactúo, cuando decido, tengo muy en cuenta, por supuesto,mis ganas, lo mismo que tengo en cuenta el hecho deque soy hombre, o mujer, o gallego, o rico, o pobre, o joven,o viejo. Pero tener en cuenta todo eso es muy distinto quedejarme llevar por todo eso. Si veo a los neonazis apaleara un negro y decido intervenir, por supuesto que tengo encuenta muchas cosas, por ejemplo, si soy losuficientemente fuerte para liarme a golpes o si más bienme conviene llamar por el móvil a la policía o empezara gritar pidiendo ayuda. Pero al pretender que miintervención ha sido resultado de una decisión, estoy

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Esclavos desus ganas

La neurosisy el carácter

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pretendiendo que al tomarla he sido libre, que si heintervenido en la situación no ha sido obedeciendo a unamo, que no se ha tratado ahí de obedecer a mi padrede Sevilla, o a mi abuela gallega, ni tampoco al dios de misancestros, ni a las costumbres de mi patria, y tampocoa los diosecillos tiránicos que llevo escondidos en micarácter más o menos neurótico, según podría atestiguarmi psicoanalista. Al pretender así que mi acto «no hadependido de nada», al pretender que mi acto ha sidolibre, estoy en el fondo diciendo algo que nos recordarámucho a lo que antes veíamos declarar en clase dematemáticas. «He hecho esto y soy gallego, pero si en lugarde gallego hubiera sido andaluz o persa o marciano, habríahecho lo mismo…pues no lo he hecho por ser andaluzo persa o marciano, sino porque lo que estaba ocurriendoahí era intolerable, intolerable para cualquier ser racional.»«He hecho esto y soy mujer, pero si en lugar de mujerhubiera sido hombre habría hecho lo mismo, pues esimposible que un ser racional, sea lo que sea, pase delargo ante una cosa así sin perder inmediatamente sudignidad.» «He hecho esto y soy pobre, pero lo habría hecho igual si hubiese sido rico, pues ningún ser racionalpuede respetarse a sí mismo si pasa de largo ante unacosa así.» En resumidas cuentas: mi acto no dependía de eso ni de lo otro, mi acto era un acto necesario paracualquier ser racional que quisiera conservar su dignidad,que quisiera poder seguir respetándose a sí mismo,poder seguir mirándose al espejo sin que se le caiga lacara de vergüenza. Ahora bien, un acto necesario es unacto que, de alguna manera, exige convertirse en ley. Esoes lo que nos permitía antes decir que, aunque todo elmundo hubiera pasado de largo, nuestro héroe, que hahecho «lo que tenía que hacer», que ha hecho eso que«cualquiera habría hecho en su lugar», es el que, en efecto,como siempre supieron ver los guionistas de Hollywood,merecía llevar la insignia de sheriff, ser el representantede la Ley.

Es preciso detenerse un rato a pensar en esta aparenteparadoja. El representante de la Ley es precisamente el

que ha sabido comportarse libremente. De alguna manera,

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Un actoque nodependede nada

Un acto necesario

La exigenciade una ley

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el concepto de Ley y el concepto de Libertad coinciden.Cuando nuestro protagonista declara «cualquiera habríahecho lo que yo de encontrarse en mi lugar», está, enrealidad, diciendo que ningún ser racional «puede» hacerotra cosa si se encuentra en ese lugar, por muy gallego quesea, por muy femenino o viril, por muy rico o pobre o tímidoo neurótico obsesivo. Por supuesto que todo el mundopuede, en esa situación, tratarse a sí mismo en tanto quegallego o andaluz o persa y pasar de largo. Pero no puedehacer eso conservando su dignidad. Así pues, he aquí elmisterio que tenemos que desentrañar: la decisión denuestro protagonista se traduce en la declaración siguiente:cualquier ser racional (así sea gallego o andaluz o persa,rico o pobre, varón o mujer, tímido, obsesivo o neurótico)tiene la obligación de hacer eso que «cualquiera habríahecho»; todo ser racional debe, así pues, intervenir en esasituación y tratar de impedir que esos neonazis apaleen auna persona indefensa. De una decisión, podríamos decir,emana siempre una Ley. La Libertad es, en efecto, lafuente de las leyes. Tenemos leyes porque somos libres. Sien este mundo sólo fuéramos gallegos o andaluces, persaso franceses, hombres o mujeres, entonces no tendríamosleyes, tendríamos, tan sólo, costumbres: las costumbres deGalicia o de Andalucía, de los hombres o de las mujeres, delos persas o de los franceses. Sin duda que seguiríamosnuestras costumbres, pero no estaríamos obligados ahacerlo, ni estaríamos obligados a nada. Lo que ocurre esque, desde el mismo momento en que somos seresracionales además de gallegos o persas, tenemos, porencima de nuestras costumbres y por encima de cualquiercostumbre, leyes a las que obedecer, leyes que nos obliganpor encima de nuestros reyes y sacerdotes, de nuestracultura, nuestras supersticiones y nuestra tradición, ytambién por encima de nuestro carácter y de los reyezuelosy diosecillos que se esconden en él.

Pero ¿no es una contradicción decir que somos libres entanto que obedecemos la Ley? ¿No nos convierte eso en

siervos? No, ocurre más bien al contrario. Estamoshablando de una Ley que lo que hace es decirnos todo elrato que no tenemos derecho a obedecer sin más a las

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La Libertad comofuente de las

leyes

Leyes ycostumbres

La obediencia a la Ley

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leyes de nuestra patria, de nuestro carácter, de nuestracultura, que no tenemos derecho a obedecer sin más anuestras autoridades, a lo que diga la policía o el BoletínOficial del Estado. Pensemos en nuestra vieja película delOeste: en realidad ahí todo el mundo ha sido siervo de loque ellos llamaban «las leyes». El párroco ha seguido lasleyes de lo que le corresponde hacer a un párroco, elcampesino ha seguido las leyes de lo que le correspondehacer a un campesino, y así sucesivamente. Ahora bien,ninguno de ellos ha hecho «lo que tenía que hacer» oaquello que «cualquiera habría hecho». En cambio, ha sidoel jinete solitario, ese hombre sin ley, ni pasado, nicostumbre, ni familia, ni patria, quien ha hecho «lo quetenía que hacer» y quien puede declarar al final de lapelícula que «cualquiera habría hecho lo mismo, deencontrarse en su lugar». Y por eso mismo, porque era «elhombre sin ley», merece llevar la insignia de sheriff y ser elrepresentante de la Ley. Se entiende más o menos laparadoja si se piensa en que mientras que todo el mundoha obedecido las leyes de los campesinos, de los beatos,de los irlandeses o los mejicanos, el protagonista haobedecido las leyes de los seres racionales. Ahorabien, obedecer las leyes de los seres racionales y ser librees exactamente la misma cosa. Para hacer «lo que unotiene que hacer» (en tanto que ser racional) es preciso,muchas veces, estar por encima de lo que la gente llamainsensatamente «las leyes». Pensemos en una leycualquiera que haya llegado hasta nosotros a través de latradición, la costumbre o las autoridades. Por ejemplo, enmuchas comunidades indígenas de Sudán la ley exige laablación del clítoris. A las niñas o adolescentes se lesextirpa el clítoris y se les cosen los labios vaginales,dejando sólo un pequeño orificio para la orina y lamenstruación. Es evidente que no nos hacemos librescumpliendo esa «ley». O pongamos que un poderoso meobliga a dar falso testimonio. Si ese poderoso es un rey y elrey dice ser el que dicta las leyes, ¿es acaso obligación detodo ser racional obedecerle o más bien al contrario? Enefecto, es perfectamente posible que las presuntas leyesno sean, en realidad, más que leyes impostoras. Muchasveces las leyes son malas leyes o ni siquiera son leyes, son

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Por encima de lo que la gente llama«leyes»

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prejuicios exitosos, costumbres enquistadas por la historiay la tradición, o caprichos de los poderosos que seimpusieron un día por la fuerza (por eso el jinete solitariono sólo no tiene reparos en tratar de igual a igual a la mujerdeshonrada, sino que, al final, acaba besándola). Sólohaciendo lo que «uno tiene que hacer», aunque sea, si asíllega a ser preciso, contra la opinión de todos, contra lasórdenes del rey, contra la autoridad del jefe, contra losprejuicios familiares, contra la policía si se tercia, esposible conservar la dignidad. Sólo haciendo lo que «unotiene que hacer» es posible que uno esté en condicionesde respetarse a sí mismo. La dignidad es el síntoma de laLibertad. Las cosas dignas nos infunden respeto. Un actolibre nos infunde respeto. Entre otras cosas porque vemosen él algo que está por encima de todas nuestrascostumbres, de todos nuestros tinglados culturales yreligiosos, de todas nuestras autoridades, de todo eso a loque solemos llamar «leyes». Pero, si nos fijamos bien,vemos con claridad que en ese respeto por una acción libre,late ya el reconocimiento de que ahí se esconde la verdaderaley que todo el mundo debería haber obedecido, que eso es lo que todo el mundo debería haber hecho (en lugar de seguir cómodamente aferrado a sus costumbres, asus coartadas legalistas, a su servidumbre hacia el señor,el amo, el rey o el dios). El representante de la Ley, asípues, no es ni mucho menos el campesino que sigue suscostumbres, el enterrador que cumple su función, el beatoque cumple con sus dogmas religiosos, el hijo que obedecea su padre, el padre que obedece a su jefe, el jefe queobedece a los prejuicios de su patria o a los intereses delos poderosos. La Libertad es la única instancia que se haganado el derecho a ser respetada en tanto querepresentante de la Ley, de una Ley ante la que todo serracional tiene que sentir respeto.

Ante esta cuestión, nos encontramos de nuevo con queHollywood, en su empeño por ganar el máximo de

audiencia, lo que ha hecho es jugar sobre seguro y contaral espectador historias frente a las que es imposible nosentir respeto. Es imposible no sentir respeto por lo quehace Gary Cooper en Solo ante el peligro o Gregory Peck en

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Leyes que sonprejuicios

o costumbresenquistadas

El respeto y la dignidad

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Matar a un ruiseñor, es imposible no sentir respeto por loque hacen Juda Ben-Hur o Espartaco en aquellas famosaspelículas, todas de Hollywood. Estos personajesrepresentan la libertad. Son, de todos los personajes de lapelícula, los únicos que saben ser coherentes con sulibertad. ¿Acaso sus actos son por ello imprevisibles,caprichosos o gratuitos? No: más bien da la impresióncontraria, más bien ocurre que son los únicos personajesde la película que, en todo momento, saben qué es lo quehay que hacer o, mejor dicho, hacen lo que todo el mundosabe que hay que hacer. No son quizá los únicos queposeen esa peculiar brújula de la libertad, pero sí son losúnicos que se orientan por ella en sus acciones. Desdeluego, no se trata de una brújula que te indique el caminopara ser espartano o ateniense o persa, romano o judío,hombre o mujer, rico o pobre… Lo único que indica esabrújula es el camino para no perder la dignidad. ¿Será estosuficiente para orientarse? Desde luego, así lo pareceviendo esas películas. Pero, en realidad, ya hemos dichoque aquí Hollywood apostaba sobre seguro, porque no setrata de nada que no hayamos experimentado con fuerza ennuestras vidas. Hay ciertas cosas que no podemos hacersin perdernos el respeto a nosotros mismos, eso losabemos muy bien. Traicionar a un amigo o a un hermano,por ejemplo. Faltar a una promesa dada, por poner otroejemplo. Existe una brújula que te orienta para ser un buengallego o un buen andaluz, o una buena ama de casa o unbuen cerdo machista. Un buen cerdo machista, por ejemplo,debe «tenerlos bien puestos» y no comportarse como un«maricón». Un buen guerrero sioux debe ser capaz de cazarbisontes. Un buen vasco quizá deba saber apreciar elsonido del txistu y un buen gallego el de la gaita. ¿Cuál esla brújula para ser, sencillamente, un buen ser racional?Para ser un buen ser racional no hay por qué dejar de sersioux o gallego, no hay por qué dejar de tocar la gaita o debailar sevillanas. Pero, desde luego, ser un buen serracional, es decir, ser un ser racional que conserva sudignidad, es enteramente incompatible, por ejemplo, contraicionar a un amigo. (Y también con ser «un buen cerdomachista», aunque algunos prejuicios muy enquistadoshagan a algunos cerdos machistas creer lo contrario.)

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La brújula de la libertad

No perder la dignidad

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¿Cómo es posible saber que no se debe traicionar a unamigo por encima de cualquier otra consideración? ¿Cómosabemos que es mezquino en cualquier caso hacerdepender nuestra fidelidad a los amigos, por ejemplo, delos beneficios que pudiera reportarnos la traición? ¿Qué eseso frente a lo que cualquier cálculo de utilidad estáobligado a esconderse lleno de vergüenza? En cierta forma,la voz de la dignidad habla, muchas veces, más clara quelas confusas voces de la vida. En realidad, los hombres nosuelen confundirse con respecto a la dignidad. Aunque aveces sí se confunden, desde luego. A veces confunden ladignidad con cosas tales como el honor, la reputación, laaceptación social, el no salirse de la norma, etc., y esoserrores o prejuicios se arrastran durante milenios. Pero, enrealidad, cuando un ser humano se ve en la situación deoptar entre esos prejuicios o su dignidad, sabe muy bien loque tiene que hacer, como si todos llevásemos dentro unaespecie de jinete solitario, como si todos supiésemos quetenemos la obligación de poner nuestra libertad por encimade ese entramado de prejuicios, costumbres y tradiciones.Seguramente la mayor parte de la gente seguirá optandopor sus prejuicios, pero deberían hacerlo muertos devergüenza. Y si los prejuicios son tan poderosos que ya notienen ni vergüenza, siempre será posible ponerles en unasituación en la que comprendan lo indigna que es la vidaque llevan. Para ello, a veces, sólo hace falta una palabra.Un ejemplo famoso es cuando Jesús se acerca a unamultitud que está a punto de lapidar a una adúltera y dice«quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».Cuenta el Evangelio que la gente se sintió avergonzada porlo que estaban a punto de hacer, se dieron la vuelta y semarcharon. Sin embargo, unos momentos antes todosestaban completamente seguros de que estaban haciendo«lo que tenían que hacer», que estaban cumpliendo con sudeber, con lo que ordenaba su tradición, sus ancestros, susautoridades religiosas y su mismísimo Dios. No parecerazonable pensar que el género humano tuviera que esperara Jesús para entender este tipo de cosas. Parece másplausible pensar que aquí Jesús se limitó a hacer comoantes decíamos que hacían los guionistas de Hollywood:apostar sobre seguro e interpelar a las conciencias desde

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La voz de la dignidad

y las confusasvoces de la vida

Jesús y laadúltera

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aquello que no tienen más remedio que respetar si quierenrespetar lo que pretenden respetar. Cualquier cosa queparezca una ley puede ser obedecida si el hombre se limitaa dejarse arrastrar como un autómata. Por eso, cuandoJesús interpela a sus conciudadanos, lo que les estádiciendo es que sean libres, que se miren a sí mismosindependientemente de su religión, de sus costumbres, desu tradición, incluso independientemente de los mandatosde su dios, y que luego se pregunten, desnuda ysinceramente, si tienen o no derecho a apedrear a unaadúltera. Se podrían contar mil historias parecidas. Dehecho, hay algunos romances castellanos o sefardíes muyantiguos que toman partido inequívocamente por lasvíctimas de la tradición y los prejuicios religiosos. Hastahace no tanto tiempo, en España, cuando una muchachaperdía «la honra» antes del matrimonio, era maltratada ymarginada con una crueldad extrema. El patriarcado y elmachismo eran lo que estaba bien, y no cuidar de lavirginidad lo que estaba mal. Sin embargo, hay romancesque demuestran que en el sentir popular siempre estuvolatente una rebeldía heroica contra los dictámenes injustosde la propia cultura. Cualquiera puede imaginar milargumentos de película en los que se inviertan las tornas,haciendo a la gente avergonzarse de su comportamiento ysentir infinito respeto, aunque sea a regañadientes, ante ladignidad de una pobre muchacha que no ha cometido otrodelito que el de haber hecho el amor al margen de todo eltinglado de supersticiones y prejuicios culturales de sucomunidad.

Pese a que se puedan dar confusiones, porque seconfunda la dignidad con otra cosa, lo que no ocurre es

que los hombres y las mujeres, una vez localizada, no sesientan comprometidos hasta el final a conservarla. Hastatal punto es así que –tal y como recuerda Kant en la Críticade la razón práctica– es posible decir de ellos algo tanasombroso como esto: los hombres y las mujeres «seniegan a perder, por amor a la vida, aquello que hace a lavida digna de ser vivida».

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Otrosejemplos

La fuerza de la dignidad

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Para reflexionar un poco más de cerca sobre este peculiarasunto de la dignidad, intentemos ponernos en el caso

que nos propone Kant: supongamos que un príncipepoderoso quisiera provocar la ruina de un hombre honrado,un hombre al que no le puede en realidad imputar nada,pero al que desea hundir por cualquier motivo caprichoso.Supongamos que este príncipe, para lograr su objetivo,exige a un súbdito que levante falso testimonio contra él,que le acuse ante un tribunal de algún delito que no hacometido. Supongamos también que el príncipe premiaríacon generosidad el falso testimonio del súbdito, perocastigaría con dureza su negativa a colaborar. Kant nos diceque, antes de encontrarse metido en una situación así, esmuy difícil saber qué haría realmente cada uno, pero hayalgo que sí podemos saber con absoluta seguridad:sabemos que es posible no colaborar con esa vileza porque

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El ejemplo deKant

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sabemos que no debemos hacerlo, sabemos que, por muygenerosos que fueran los premios y por muy crueles quefueran los castigos, nadie nos puede arrebatar la opción…de conservar la dignidad. Incluso aunque tuviese queabrirse paso a codazos entre una maraña de tentaciones, lavoz de la libertad irrumpiría sin duda con un único grito:«¡Conserva la dignidad!». Ahora bien, lo fundamental es notarhasta qué punto ese grito exige que no se tome en cuentaninguna otra consideración. El mandato de conservar ladignidad es incompatible, por ejemplo, con preguntar «perobueno, ¿cómo de generosa sería la recompensa? Porquepor mil euros prefiero conservar la “dignidad”, pero por cienmil ya es otra cosa». Aquí la libertad ya habría perdido labatalla. Si lo que se discute es el precio, podemos estarseguros de que el tema de esa discusión ya no es ladignidad. Cualquier operación encaminada a calcular sicompensa o no levantar falso testimonio es ya por sí mismaincompatible con la cuestión de la dignidad. Ese «cálculo»sólo se puede hacer entre cosas del mismo tipo, entrecosas que se puedan poner en la misma balanza parasaber «qué trae más cuenta». Se puede, por ejemplo,calcular si la oferta del príncipe compensa lo molestos queson los cargos de conciencia; se puede calcular sicompensa el riesgo de que al final todo se sepa y terminarcondenado por perjurio; se puede calcular si compensa lapérdida de prestigio o de reputación social que podríacomportar atender a las demandas del príncipe, pero nadade esto tiene que ver con la dignidad. Cualquier resistencia deeste tipo a levantar falso testimonio se puede superar,sencillamente, con una oferta mejor: bastaría con que elpríncipe ofreciese más dinero para compensar lasmolestias, bastaría con que garantizase que ninguno de sustribunales le iba a acusar de perjurio, o bastaría con que lecolmase de honores y títulos nobiliarios que multiplicasensu prestigio social y certificasen su «nobleza». Sin embargo,nada de esto tiene que ver ni remotamente con el asuntode la dignidad: ni siquiera, claro está, la buena reputación yel certificado de nobleza que un príncipe puede ofrecermediante todo tipo de títulos. No es ni mucho menos esanobleza la que tiene que ver con la dignidad. Kant, citandoa un escritor muy famoso en su época, decía: «Ante un gran

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La batalla de ladignidad

¿Todo tienesu precio?

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señor me inclino; pero mi alma permanece en pie»; yañadía: «Ante un hombre corriente y de baja condición, en elcual percibo una rectitud de carácter mayor que la mía,inclinaré mi alma, quiera yo o no, aunque llevase la cabezaalta para no dejarle olvidar la superioridad de mi rango».

Eso ante lo que cualquier alma necesariamente se inclina,incluso si mientras tanto se hacen esfuerzos por

mantener bien alta la cabeza, eso es algo que, porprincipio, no se puede poner en la balanza para averiguar sial súbdito le conviene o no la oferta del príncipe. Sihablamos de la conveniencia, no hablamos ya de ladignidad. En este sentido, la voz de la libertad jamás haengañado a nadie. Jamás ha prometido que la dignidadfuese siempre a la postre lo más conveniente. Cuando lavoz de la libertad grita solemne: «¡Conserva tu dignidad!»,sabemos que siempre añade: «aunque no te puedo ofrecernada a cambio». En efecto, si se trata sólo de qué convienemás, la cosa está ya siempre resuelta de antemano: elpríncipe nos puede colmar de riquezas, de honores, deprebendas y deleites con los que, desde luego, eso queofrece la dignidad no puede competir en el mismo terreno.Por el contrario, el príncipe también puede causarnos lapeor de las miserias, las más terribles torturas, desgraciasy pesares que la dignidad de ningún modo podrá compensaren el mismo terreno. La voz de la libertad no nos engaña aese respecto. Cuando grita «¡Conserva tu dignidad!»,sabemos que no ofrece nada a cambio más que la promesade que quien lo haga… conservará su dignidad.

Sin embargo, lo alucinante es que, en estas condiciones,la partida no está siempre decidida de antemano a

favor del príncipe. Durante las últimas décadas, muchostiranos (los más famosos en Chile, Argentina, Uruguay ytambién en España) han exigido falso testimonio so penade las peores torturas, y han golpeado, y han mutilado, yhan arrancado las uñas a quienes no colaboraban, y hanechado limón en las heridas a quienes seguían sincolaborar, y han metido ratas por la vagina o descargaseléctricas en los testículos de quienes todavía nocolaboraban… y, milagrosamente, ha habido quien ha

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Una citade Kant

Más allá de todo cálculo

La victoriade la

dignidad

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logrado de todas formas no levantar falso testimonio.¿Cómo es posible que, con tan pocas bazas, consiga de vezen cuando la dignidad ganar la partida? Es sin duda unmilagro que no es obra de ningún dios sino obra de algunoshombres y mujeres.

En el capítulo anterior, partimos de la Libertad ydesembocamos en la Ley (paradoja sólo aparente que nos

llevó a distinguir entre verdaderas leyes y costumbresenquistadas, y a reflexionar un poco más sobre el conceptode dignidad). Igualmente podemos recorrer ahora el caminoinverso y comprobar que, si nos tomamos en serio lo quees una Ley, desembocamos en el concepto de Libertad.¿Qué Ley es esa de la que estamos hablando? ¿Qué diceesa Ley, qué nos prohíbe y a qué nos obliga concretamente?Ya vemos claramente que no es ese entramado decostumbres que los campesinos de la película llaman su ley,ni ese dogma que los beatos de la parroquia consideran tansagrado. Mucho menos, por supuesto, se trata de lo que digael poderoso terrateniente o de lo que ordene el ricopropietario de ganado o el jefe de los bandidos, que para elcaso es igual. Generalizando, tenemos que concluir que nose trata de la ley de los espartanos, ni de los atenienses nide los persas, ni de los hombres ni de las mujeres, ni de losricos ni de los pobres, etcétera. No se trata de ninguna leyconcreta. Y sin embargo, como hemos visto, se trata de laúnica ley que merece ser llamada, propiamente, «ley». Setrata de la única que todo el mundo tiene la obligación deobedecer, ya sea espartano, ateniense o persa, hombre omujer, rico o pobre.

Se trata de una ley, por tanto, que cualquier ley concretatendría que respetar si quisiera ser, propiamente, una

ley y no una apariencia de ley, una costumbre criminal, porejemplo, o un dogma mentiroso y aprovechado, o una ordende un caprichoso poderoso disfrazado de legislador. Paraque una ley concreta sea verdaderamente una ley y no unaapariencia de ley tiene que cumplir aquello en lo queconsiste la ley. Para que una ley concreta sea una ley, tiene

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Más allá de lasleyesconcretas

La forma de Ley

5. De la Ley a la Libertad

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que tener forma de ley. Esto no es una cosa tan misteriosacomo a veces parece cuando se habla de Kant. Para queuna mesa sea una mesa tiene que tener forma de mesa ycumplir aquello en lo que consiste ser mesa. Así pues,«aquello en lo que consiste ser mesa» podría decirse quees una ley que toda mesa concreta tiene que cumplir. Puesbien: aquello en lo que consiste ser ley es una ley que tieneque cumplir cualquier ley concreta si quiere ser,verdaderamente, una ley. La forma de ley es una ley paralas leyes.

Pero veamos: ¿qué manda o qué prohíbe la forma deley? ¿A qué obliga la forma de ley? Lo primero que hay

que decir es que no manda ni prohíbe nada, o al menosnada concreto. Lo único a lo que obliga la forma de ley esa que la ley según la cual nos decidamos comportar, seala que sea, no resulte incompatible con eso en lo queconsiste ser ley. No dice nada sobre el contenido de lasleyes a las que debemos obedecer. Lo único que dice esque las leyes a las que decidamos obedecer tienen queser verdaderas leyes, es decir, compatibles precisamentecon la forma de ley. Ahora bien, ¿qué es precisamenteeso en lo que consiste ser ley? ¿Cuál es la condiciónfundamental que las leyes tienen que cumplir para serpropiamente leyes y no apariencias de ley? Pues bien, laforma de ley lo primero que impone es que cualquier leytiene que poder obligar, sin excepción, a todos por igual;en principio no dice nada sobre si debemos comportarnosde un modo u otro; a lo único que nos obliga es a que,hagamos lo que hagamos, no resulte incompatible conque eso mismo pueda hacerlo cualquiera, es decir, puedavaler para todos o, lo que es lo mismo, pueda adoptarforma de ley.

Por lo tanto, lo único que nos dice la forma de ley es queno tenemos derecho a comportarnos de un modo tal

que sólo resulte tolerable como excepción (en vez de,precisamente, como regla o como ley). Es decir, la forma deley nunca se opone a que nos comportemos comoqueramos, siempre y cuando resulte admisible (incluso paranosotros mismos) que cualquiera se pueda también

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Aquello en lo queconsiste ser

Ley

Leyes y apariencias

de leyes

Lo que dicela forma

de ley

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comportar del mismo modo si quiere. Lo único que nos dicela forma de ley es que lo contrario es intolerable; que esintolerable que hagamos el tipo de cosas que sólo podemosquerer a condición de que no las haga cualquier otro, o sea,el tipo de cosas que sólo podemos querer a condición deque las hagamos nosotros pero nadie más.

Retomemos el ejemplo de nuestro jinete solitario. Esevidente que lo último que puede ser un héroe de

película es un moralista que le va diciendo a todo el mundolo que debe y lo que no debe hacer. Eso nunca da para unbuen guión de Hollywood sino, como mucho, para algúnsubproducto cinematográfico financiado por alguna sectareligiosa para difundir su doctrina. El más digno o el únicodigno representante de la Ley no sólo no puede ser un camorrista o un matón, sino que tampoco puede ser unpuritano rigorista que se vaya metiendo en la vida de todoel mundo. Y no puede ser ninguna de las dos cosas por elmismo motivo: tiene que resultar evidente que si plantacara a los criminales no es porque tenga siempre muchasganas de meterse en alguna pelea y, por lo mismo, tieneque resultar evidente que si les impide cometer sus vilezasno es, ni mucho menos, porque no le guste en generalpermitir que cada uno haga lo que quiera. Tiene queresultar evidente, pues, que la única razón por la queinterviene es porque las acciones en concreto de esoscriminales son, sencillamente, intolerables. No «intolerablespara él», que es –quizá– un rigorista y un puritano, sinoincompatibles con la forma de ley y, por lo tanto,intolerables para cualquiera. En efecto, ese representantede la ley sólo interviene (utilizando, entonces sí, toda lafuerza que resulte necesaria) cuando se encuentra ante uncomportamiento miserable, ante algo que clama al cielo, endefinitiva, ante algo absolutamente intolerable desdecualquier punto de vista. Jamás se le ocurre intervenir amenos, por ejemplo, que el Ku Klux Klan esté intentandoquemar a un negro, a menos que algún miserable estéintentando violar a una mujer, o a menos que algúnmagnate del petróleo intente expropiar vilmente sus tierrasa unos honrados campesinos.

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Todo lo contrario que un moralista

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Es evidente en qué sentido estas cosas resultanincompatibles con la forma de ley y, por lo tanto,

intolerables. Es demasiado repugnante un mundo en el quela ley permitiese quemar a cualquiera por el color de supiel. Eso es algo que no puede querer ni el peor asesinomás que, en todo caso, como excepción, como excepciónen la que él sea el asesino y no la víctima. Ni el peorasesino puede querer ver su acto convertido en ley. Ni elpeor asesino puede querer un mundo en el que todostuvieran derecho a quemar a cualquiera, incluido él mismo,por el color de su piel. Igualmente, una ley que permitiese atodos agredir sexualmente a cualquiera, generaría unmundo demasiado repugnante para ser querido por nadie.Ni el agresor más despiadado puede querer que ésa sea laley. El agresor más despiadado sólo quiere ser él unaexcepción, y agredir a quien le dé la gana, pero nunca queeso se convierta en la ley de la que él mismo pueda servíctima. Por lo mismo, no es posible querer un mundo en elque la ley sea que cualquier truhán pueda expulsarimpunemente de sus tierras a la gente. Algún magnatepodrá sin duda querer expropiar sus tierras a todo el mundo, pero sólo si es él mismo el beneficiario y todoslos demás las víctimas, nunca al revés. Es decir, eso esalgo que sólo puede quererse desde el lugar delexpropiador pero nunca desde el lugar de cualquier otro. Nisiquiera el magnate más insaciable puede querer que esederecho al robo sea la ley. Lo que quiere es convertirse élmismo en la excepción de una ley que le garantice a él, esosí, su propiedad. Todas esas cosas que sólo puedenquererse como excepciones de las que uno mismo seríabeneficiario son, pues, incompatibles con la forma de ley y,por lo tanto, intolerables. Es decir, esas cosas que unomismo puede querer para sí, pero de ningún modo puedequerer que las haga cualquiera, es decir, esas cosas quede ningún modo soportaría ver convertidas en ley de la queél mismo pudiera ser un caso (pero un caso cualquiera, nonecesariamente el beneficiario sino, quizá, la víctima), esascosas repugnan a la forma de ley y, por lo tanto, a la razón.

Debe, pues, quedar claro que lo que manda la forma deley es, ante todo, lo siguiente: que hagamos siempre lo

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La ley y laconcepción

El lugar decualquier

otro

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que queramos, pero con una condición: que podamosquerer que cualquier otro tenga el mismo derecho a hacerlo mismo si quiere. La forma de ley no manda niremotamente a los demás que hagan lo mismo quenosotros. Por el contrario, se limita a mandarnos a nosotrosque no hagamos nada que nos repugnase ver convertido enley. No se dice otra cosa al afirmar que la forma de ley a loúnico que nos obliga es a hacer cosas que no seanincompatibles con la propia forma de ley, es decir, quenuestros actos no sean incompatibles con una formulacióngeneral válida para cualquiera o, lo que es lo mismo, queno nos resultase repugnante ver nuestros propios actosconvertidos en pauta que tiene derecho a seguir cualquiera.

La idea de Ley, pues, lejos de resultar en algún sentidoincompatible con la libertad, es precisamente la garantía

de que todo el mundo pueda hacer lo que quiera con suvida, con su sexo o con su propiedad, siempre que eso noresulte incompatible con que todos los demás puedan, enlas mismas condiciones, hacer también eso mismo siquieren, es decir, siempre que no se trate de actos porprincipio incompatibles con la forma de ley.

Ahora bien, no hace falta ser un asesino, un violador oun magnate expropiador para comportarse de un modo

incompatible con la forma de ley. De hecho, noscomportamos de un modo incompatible con la forma deley siempre que no cumplimos con nuestro deber. Porejemplo, si alguien sencillamente permanece impasibleante un asesinato racista, ante una violación o ante unaexpropiación injusta, hace algo que no es de ningún modolo que le gustaría ver convertido en ley, hace algo que lerepugnaría ver convertido en pauta general. Nadie puedequerer que cualquiera permanezca impasible ante esoscrímenes. No es improbable, desde luego, que cada unodecida hacer una excepción consigo mismo a la ley que aél mismo le gustaría que imperase. Cada uno puedequerer hacer una excepción consigo mismo porque noquiera ser él el que se busque líos, porque ya llegabastante tarde a su trabajo, porque él no es negro, nimujer, ni campesino y la cosa no va con él, porque no

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Si nuestrosactos seconvirtieranen ley…

Hacer una excepción conuno mismo

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quiere ni siquiera gastar saldo de su móvil para llamar ala policía, etcétera.

Tomemos este ejemplo en el que uno pasa y dice: «Quellame otro, a mí casi no me queda saldo». Desde luego,

esto es perfectamente posible, pero lo que es seguro esque esta hazaña no da para un guión de Hollywood (o parael guión de los Evangelios). De hecho, podemos estarseguros de que el protagonista no contará con orgullo, porejemplo, el tesón con el que está llevando adelante su plande ahorro; no contará con orgullo que, contra viento ymarea, incluso contra la tentación de salvar la vida a unmuchacho apaleado, ha sido capaz de mantenerse firme ensu «decisión» de reducir la factura del móvil. De ningúnmodo se puede contar esto con orgullo; esto sólo se puedecontar con enorme vergüenza. En esa presunta «decisión» loúnico que realmente ha decidido ha sido perder sudignidad. No ha decidido otra cosa. Puede parecer que hahecho lo que ha querido, pero en absoluto ha sido así.Ha hecho exactamente lo contrario de lo que él de verdadquería que ocurriese en el mundo. En este sentido, enabsoluto puede decirse que se haya comportado como unhombre libre. Bien es verdad que, en esta ocasión, el único(pero fatal) enemigo de su libertad ha sido él mismo, peroesto tampoco es tan raro: al tratarse a sí mismo como unrácano en vez de como un hombre libre, al no actuar desdeel lugar de cualquier otro sino desde el lugar del dueño desu móvil, ha sido él el que ha impedido que efectivamenteocurriese en el mundo lo que él quería que ocurriese: quealguien, que cualquiera (cualquier otro), hiciera algo.

Desde luego que andando uno justo de saldo, puededecidir no gastarlo en llamar a la policía, pero en

cualquier caso es obvio, incluso para sí mismo, que estáhaciendo todo lo contrario de lo que debería hacer, lo contrario de lo que querría ver convertido en ley, locontrario de lo que querría que hiciese cualquiera,lo contrario, pues, de lo que habría hecho él mismo si sehubiera tratado como uno cualquiera en vez de tratarse a símismo como el rácano que es, como un cobarde, como unblanco racista o como un varón misógino. Ante un crimen

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La paradójicaidentidad entre

hacer lo querealmente quiero

y hacerlo que debo

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deleznable, es imposible no querer que intervenga alguien(cualquiera) para evitarlo. Nadie puede querer un mundo enel que el deber fuese permanecer impasible ante esoscrímenes. Nadie puede querer un mundo tan repugnantecomo el que resultaría de convertir en ley la pasividad conla que nos comportamos a veces nosotros mismos ante loscrímenes. Sin duda uno puede querer no ser él el que hacelo que debe, el que cumple con su deber, pero siempresabiendo que con ello no se está haciendo lo que deberíahacer cualquiera, sino que está haciendo consigo mismouna excepción a la ley que él mismo propondría para elmundo. De este modo, al resultar sus actos incompatiblescon la forma de ley, está haciendo todo lo contrario de loque querría que se hiciese en el mundo y, por lo tanto, susactos son todo lo contrario a actos libres.

Es evidente, pues, que lo contrario de hacer excepcionescon uno mismo es, precisamente, tratarse a sí mismo

como uno cualquiera, obligado, como cualquier otro, aobedecer él mismo la ley que de verdad quiere (es decir, laley que quiere ver en vigor en el mundo). En este sentido, laforma de ley nunca me dice que haga esto o lo otro o lo de más allá. Me dice más bien que haga lo que quierapero de verdad, es decir, que obedezca yo también a la leyque de verdad quiero que rija. Me manda, pues, que hagalo que quiera, sí, pero sin trucos: o sea, que haga en elmundo efectivamente lo que de verdad quiero que ocurra enel mundo. Pero eso es idéntico a decir que haga lo quequiera, pero siempre tratándome a mí mismo como unocualquiera (y no como esclavo de ninguna de miscondiciones particulares, ni siquiera como esclavo de mis«ganas» particulares). Es decir, la forma de ley sólo me dicelo siguiente: «actúa de tal modo que puedas estar segurode que tu acto no es incompatible con la forma de ley»; quepuedas estar seguro de que no te repugnaría ver tus actosconvertidos en una pauta que cualquiera tiene derecho aseguir; que puedas estar seguro de que haces lo quequieres de verdad, es decir, que puedas estar seguro deque protagonizas las acciones que de verdad quieres verrealizadas en el mundo. Pero eso es idéntico a decir queactúes de tal forma que puedas estar seguro de que te

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¿Qué leyproponennuestrosactos?

«Haz lo quequieras»

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estás tratando a ti mismo como a uno cualquiera. Actúa detal forma que tu acto no dependa de nada de lo que tú enconcreto eres, que no dependa de que seas blanco o negro,valiente o cobarde, tacaño o generoso, rico o pobre,espartano, ateniense o persa, hombre o mujer, cristiano omusulmán. Aquello a lo que obliga la forma de ley es, porconsiguiente, a tratarse a uno mismo como a unocualquiera y, precisamente en ese sentido, a ser libre. Esfundamental comprender que la fórmula que dice «actúasiempre desde el lugar de cualquier otro», no significa másque esto: «haz lo que de verdad quieras ver hecho en elmundo» o, lo que es lo mismo: «sé libre».

Este resultado es de lo más interesante. Podemosconcluir así que cualquier ley que tenga la pretensión de

ser verdaderamente una ley (y no una impostora), aquello a lo que nos obliga en primer lugar es a ser libres. La formade ley, o sea, la condición irrenunciable de su posibilidad devalidez para todos, es como la gramática de la libertad. Esalgo así como el conjunto de condiciones que hay querespetar para que cada uno tenga derecho a hacer lo quequiera de modo que no resulte incompatible con el derechode cualquier otro a hacer también eso mismo si quiere. Enprincipio, el edificio entero de eso a lo que llamamosDerecho no debería ser otra cosa que la explicitación deestas condiciones, de esta gramática de la libertad. Eso noquita, por supuesto, para que en el Derecho haya todo tipode imposturas. Puede haber muchas pretendidas leyes queno resistan ser comparadas con la forma de la ley, delmismo modo que puede haber muchas supuestas mesasque no cumplan aquello en lo que consiste ser una mesa,cosas que parezcan mesas y que luego sean, por ejemplo,una mesa trampa que pierde una pata en cuanto te apoyasen ella. Del mismo modo, hay «leyes» que no son sinoapariencias de ley. Eso se pretende demostrar, en efecto,cuando se lleva una ley al Tribunal Constitucional, para queéste decida si se trata de una verdadera ley o de unaimpostura. El Tribunal Constitucional comprueba si esa leyes compatible con la Constitución, donde deben estarrecogidos los derechos fundamentales de todos, la cual, asu vez, es compatible con los principios del ordenamiento

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«Tienes la obliga-ción

deser libre»

La gramáticade la libertad

El problema delas apariencias

de ley

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constitucional (que sirven para interpretarla). Y en últimotérmino, los principios de la Constitución hacen referencia aalgo así como la Declaración Universal de los DerechosHumanos. Pero que todas las leyes deban siempre remitirde un modo u otro a esa Declaración, que todas las leyesdeban demostrar su compatibilidad con una declaración delos derechos de todos, no significa más que lo siguiente: elobjetivo de las leyes debe ser garantizar las condicionespara que los actos de cada uno sean compatibles con losderechos de cualquiera según la pauta irrenunciable de quelos derechos de todos deben ser por principio compatiblesentre sí.

Pensemos ahora, otra vez, en el texto de Kant:

Ante un gran señor me inclino; pero mi alma permaneceen pie. Sin embargo, ante un hombre corriente y de bajacondición, en el cual percibo una rectitud de caráctermayor que la mía, inclinaré mi alma, quiera yo o no,aunque llevase la cabeza alta para no dejarle olvidar lasuperioridad de mi rango.

«Ante un hombre corriente»… Quizás haya parecido quehasta el momento hemos estado siempre hablando dejinetes solitarios o de héroes de película, y no de la gentenormal. Por supuesto que no es así. Basta con que nosparemos a reflexionar un poco para advertir que eso quenuestro héroe ha hecho consigo mismo es lo que la ley nosexige hacer a nosotros, es lo que nosotros estamosobligados por ley a hacer ininterrumpidamente. Lo que nosha infundido tanta admiración y respeto en nuestro héroe esel hecho de que ha sido libre. Él es, por ejemplo, extremeño(y puede sentirse muy orgulloso de serlo), pero lo que hahecho no lo ha hecho arrastrado por las costumbres deExtremadura; es, por ejemplo, pobre, pero lo que ha hecholo habría hecho exactamente igual si hubiese sido rico. Nose ha comportado «como se comportan los pobres», «o los

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La DeclaraciónUniversalde los DerechosHumanos comoforma de la Ley

Todos somoshéroes

6. El Derecho y la constatación de que todos somos héroesaunque no queramos

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ricos», o «como se comportan los extremeños», sino que hasido libre: lo que ha hecho ha sido su decisión. Así pues, nose puede explicar lo que ha hecho alegando las costumbresde Extremadura o sus intereses económicos o laspeculiaridades de su carácter. Lo que nos ha parecidoadmirable es que, independientemente de todo eso, él hatomado la decisión de hacer lo que ha hecho. Así pues,quizás haya quien caiga en el error de pensar que en este mundo hay dos tipos de personas, los héroes quedeciden cosas y los ciudadanos normales y corrientes quese limitan a dejarse llevar por las costumbres, los prejuicioso la tradición y a obedecer las órdenes de sus superiores.Una buena manera de caer en la cuenta de que de ningúnmodo es así es pensar que somos llevados a juicio.

Pongamos que me monto en el coche borracho y queatropello a una vieja. ¿Me valdrá de mucho, ante un

tribunal, ofrecer explicaciones sobre mi conducta? No,pues, precisamente, se me acusará de no haber decididocontra esas explicaciones. Si digo que atropellé a una vieja porque conducía borracho, se me acusará de haberdecidido conducir borracho. Si alego que cogí el volanteporque, precisamente, estaba borracho y no sabía lo quehacía, se me acusará de haberme tratado a mí mismocomo a un borracho. Si demuestro que es muy propio delos españoles emborracharse, se me acusará de habermetratado a mí mismo como español. Si demuestro que soyalcohólico porque mi padre, como buen castellano, mehacía beber vino desde mi más tierna infancia, se meacusará de haberme tratado a mí mismo como hijo de mipadre. Si alego que es muy consustancial al ser humanoobedecer a su padre, se me acusará de haberme tratado amí mismo... como ser humano. A ningún juez se le ocurriríallamar a mi padre para juzgarle en mi lugar por haberatropellado a una vieja.

Así pues, la ley me obliga ante todo a ser libre. Me obliga,incluso, si así se tercia, a no tratarme a mí mismo en

tanto que ser humano, si es que resulta que ser humanoconlleva en ciertas situaciones eso de atropellar a las viejas.

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Responsabilidade imputabilidad

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Así pues, el hecho de estar ante un tribunal, sometido ajuicio, me desnuda de todos mis ropajes culturales y

psíquicos. Es como si el tribunal me obligara a sentarmeprecisamente en ese lugar del que hemos estado hablandohasta aquí, ese lugar en el que no tengo derecho a decirque la razón de lo que he hecho es que soy castellano(como si estuvieran juzgando a Castilla y no a mí) o que soyhombre y no mujer (como si se tratase ahí de juzgar a unasociedad machista y no de juzgarme a mí por haberatropellado a una vieja). Lo que el tribunal viene a decirmeen general es, en definitiva, que antes de ser cualquier otracosa (castellano, gallego o andaluz, rico o pobre, hombre omujer, alcohólico o abstemio, miembro, en definitiva, de unasociedad machista, alcoholizada o patriarcal) soy, ante todo,un ciudadano.

Un ciudadano es un ser libre. De un gallego esperamosquizá que toque la gaita y que beba ribeiro, de un

andaluz que baile sevillanas y coma pescaíto. Pero comotanto el gallego como el andaluz son, antes que eso,ciudadanos, lo que esperamos de ellos es que toquen lagaita o bailen sevillanas sólo si les da la gana, sólo si asílo deciden. Lo que esperamos de un ciudadano es, enefecto, que haga lo que quiera, que haga lo que decidahacer. Los actos de un ciudadano, habíamos preguntado,¿serán, entonces, imprevisibles, caprichosos y gratuitos? Larespuesta parece paradójica al principio, pero deja de serlocuando se comprende bien de qué se trata. Un acto libretiene siempre algo de excepcional, es incluso lo excepcionalpor definición (aunque consista precisamente en tratarse auno mismo como uno cualquiera y nunca, por el contrario,como a alguien excepcional). Pero no es nada gratuito ocaprichoso. En lugar de comportarse «como todo el mundo»,un ser libre se comporta de forma excepcional. Ahora bien,lo que tiene de excepcional su forma de comportarse es,como hemos visto, que él es el único que puede decir queha hecho «lo que habría hecho cualquier otro». Él es elúnico que puede decir que lo que ha hecho lo habría hechoigual si hubiese sido otro (si en lugar de gallego hubiesesido andaluz, o si en lugar de negro hubiese sido blanco,o si en lugar de hombre hubiese sido mujer). Así pues, si

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Un ciudadanoes unser libre

Tratarse como siuno fuesecualquierotro

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no hace como todo el mundo, es porque hace lo que habríahecho cualquier otro. Esto no tiene nada de paradójico ni setrata de un juego de palabras. Es tan sencillo como advertirque lo que todo el mundo hace es cualquier cosa menoscomportarse como cualquier otro: la gente lo que hace todoel rato es comportarse como gallego si es gallego, comomujer si es mujer, como rico si es rico, como católico si escatólico o como hincha del Real Madrid si es que es delReal Madrid.

Por consiguiente, para nosotros (que siempre vamos porahí ejerciendo de gallegos o de andaluces, de hombres

o de mujeres, de ricos o de pobres) la ciudadanía es algoexcepcional. Y desde luego que, tal y como venimosdiciendo desde el capítulo anterior, la ciudadanía ha sido laaventura más excepcional que ha emprendido lahumanidad. Sin embargo, hace ya muchos siglos que losseres humanos vivimos comprometidos con esa excepción.Aunque a veces se nos olvida su carácter excepcional y nosparece que la condición ciudadana es la cosa más normaldel mundo.

Nos parece de lo más normal, por ejemplo, que exista elDerecho. Y sin embargo, el Derecho no es, como hemos

visto, más que la gramática de esa excepción que es lalibertad. Desde luego, puede ser que haya leyes que seanmeras imposturas. Pero, como ya estuvimos viendo antes, lopropio de toda ley es tener que amoldarse a «aquello en loque consiste una ley», tener «forma de ley». Y lo que laforma de ley dice es algo así como esto: «Actúa de tal modoque puedas estar seguro de que te estás tratando a timismo como uno cualquiera» y, por lo tanto, «que tu acto nodependa de las imposturas de los castellanos, losandaluces o los gallegos, de los prejuicios machistas de tusvecinos, de las supersticiones enquistadas por tu tradición,de las órdenes de los poderosos, de los caprichos de lostiranos…». Es decir, no tomes por ley cualquier cosa que sete presente como tal. Puede incluso –no hay por qué pensarque no– que lo que nosotros llamamos Derecho adolezca deun vicio legal que lo convierta en una colosal impostura. Enrealidad, tenemos buenos motivos para pensar que es así,

Razón y Libertad 77

El carácterexcepcional

de laciudadanía

El Derechoy sus

imposturas

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viendo los resultados. Es fácil apreciar, por ejemplo, que noresulta nada razonable que en la cárcel no haya más quegente pobre y que, en cambio, anden sueltos por ahí lostraficantes de armas, los productores de armamento, los accionistas de las empresas armamentísticas, loscómplices de agresiones militares como la perpetrada enIrak, los directores de banco, etc. Algo va mal en eso quellamamos derecho cuando resulta tan difícil mantener en lacárcel a los criminales que tienen más de un millón deeuros, mientras que la gente pobre pasa años en la cárcelen espera de juicio. Hay algo mal planteado en el edificio delDerecho cuando resulta que es legal, en un mundo en el quela mitad de la población mundial sobrevive con menos dedos dólares diarios, que Bill Gates haya amasado unafortuna de unos cincuenta mil millones de dólares. Unsencillo cálculo nos permite averiguar que Bill Gates, sin

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La realidadde lo quellamamosDerecho

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necesidad de cometer en principio ningún delito, tiene en elbolsillo una riqueza que a la mitad de la población mundialle costaría 68 millones de años de trabajo conseguir(suponiendo, claro, que no se gastasen nada, ni en comer,durante ese tiempo). Aquí hay algo mal planteado seguro, nocabe duda. Ahora bien, lo único que podemos decir es queno hay derecho a que el Derecho sea eso. Ese derechodefectuoso e impostor puede y debe ser corregido con másderecho. El Derecho lleva en su interior el criterio paraefectuar esas correcciones, otra cosa es que los poderososlogren constantemente evitarlo. Ese criterio es, como hemosvisto, la forma misma de la ley, que no es otra cosa, en elfondo, que la obligación de ser libre que tiene todo serracional.

Antes preguntábamos a dónde indicaba la brújula por laque un ser libre sabía «lo que tenía que hacer». Ahora

podemos resumir una posible respuesta: un ser libre hacelo que quiere, eso es todo. Ahora bien, al hacer lo quequiere, hace algo que no viene arrastrado por su biografíapersonal, ni por el pasado de su pueblo, ni por las fuerzasde la historia, ni por las coacciones de los poderosos. Hacealgo que quiere hacer, algo que no es una meraconsecuencia de su pasado y de sus circunstancias. Hace,pues, lo que querría ver hecho en el mundo si se tratase así mismo como uno cualquiera. Algo, por tanto, que podríahacer igual en el caso de haber sido otro. Es así como lalibertad nos pone todo el tiempo en el lugar de los demás, enel lugar de los otros, de cualquier otro. A este horizonte en elque somos libres y en el que, en tanto que libres, somosiguales a cualquier otro, es a lo que llamamos ciudadanía.La consecuencia inevitable de cuanto estamos planteandoes que se trata de ese horizonte en el que cada uno puedehacer lo que quiera siempre que resulte compatible con quecualquier otro pueda también hacer eso mismo si quiere (esdecir, siempre que resulte compatible con la forma de ley).Sea lo que sea el Derecho, no debería ser otra cosa que laplasmación de esas condiciones en las que cada uno puedehacer lo que quiera siempre que no resulte incompatiblecon que cualquier otro pueda también hacer lo mismo siquiere, es decir, siempre que no se trate de algo

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El correctivodel Derecho

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incompatible con la forma de ley. En el caso, por ejemplo,de la riqueza de Bill Gates, por el contrario, vemos que setrata de algo que depende precisamente de que nadie másla tenga. Es decir, que la mitad de la población mundialtenga que malvivir con menos de 2 dólares diarios es a lavez consecuencia y condición de que Bill Gates hayaamasado su fortuna. En este sentido, resulta su fortunaincompatible con la forma de ley y, por lo tanto, intolerable.Y, por cierto, tal como vimos más arriba, debemos decirahora que también resulta intolerable que permanezcamosimpasibles ante este estado de cosas.

Vemos, desde luego, que si Bill Gates no ha tenido quecometer (en principio) ningún delito para amasar su

fortuna, no cabe duda de que eso que llamamos «Derecho»puede ser, de hecho, una impostura, pero no por eso hayque rebajar ni un ápice nuestra afirmación de que elDerecho debería ser lo que acabamos de decir. Hay muchosmotivos para pensar que hay algo que debe de estar malplanteado en la raíz misma de nuestros ordenamientosconstitucionales, pues es fácil comprobar que, en general,eso a lo que llamamos Derecho funciona en nuestrassociedades capitalistas como un instrumento de lospoderosos para ser aún más poderosos, un instrumento delos ricos para ser aún más ricos y, también, un instrumentode los ricos y los poderosos para extirpar cualquier brote derebeldía o de resistencia por parte de la ciudadanía. Ahorabien, eso no prueba que el Derecho sea eso a lo quellamamos Derecho, sino que eso a lo que llamamosDerecho no es más que una impostura.

Ahora entendemos por qué, desde el principio, nuestrojinete solitario estaba destinado a llevar la insignia del

sheriff al final de la película. Un acto libre es siempre elgermen de una ley. Al actuar libremente, el ciudadano estáinstituyendo una gramática, un lenguaje, el lenguaje de laciudadanía. Ese lenguaje es el que debería quedarplasmado en el Derecho. Las leyes no restringen la libertad.Son, más bien, el lenguaje de la libertad. El lenguaje por elque los ciudadanos pueden ser libres sin que la libertad deunos anule o restrinja la libertad de los demás. Así pues,

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La fortuna de Bill Gates

Cuando el Derechoes un instrumentoal serviciode lospoderosos

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una acción libre siempre está, de alguna manera, fundandouna ciudad, fundando una sociedad de libertades, unacomunidad de seres racionales. Esta comunidad de losseres racionales no tiene por qué ser incompatible, nimucho menos, con la sociedad que forman los catalanes,los andaluces, los españoles o los persas. Alguien puedeser ciudadano y persa al mismo tiempo, pero la ciudadaníaes siempre una condición más alta y más originaria. Encaso de conflicto entre ambas condiciones, la pertenenciadel ser humano al reino de la ciudadanía debe primar sobrecualquier otra consideración tribal, nacional o personal. Yasabemos por qué: ninguna ley, ya sea la ley de los persas,de los gallegos o de los indios sioux, puede contradecir«aquello en lo que consiste una ley», y ya hemos visto quelo que la «forma de ley» dice es que, antes que nada,tenemos la obligación de ser libres. Ninguna ley concreta,así pues, puede estar en contradicción con la libertad.Ninguna ley concreta, si quiere ser una ley y no una estafa,puede, por tanto, contradecir la condición de la ciudadanía.

Yel caso es que esta condición, esa pertenencia a unreino de la ciudadanía, es, precisamente, la brújula que

orienta la acción de la libertad. Un acto libre siempretrabaja por la instauración de ese reino (un reino en el que,por definición, no hay otros reyes que todos y cada uno delos ciudadanos). Un reino de la ciudadanía, en el que todosseamos libres e iguales, es el objetivo al que se orienta,acaso muchas veces sin ser consciente de ello, la acciónde un ser libre. Allí donde alguien se esfuerza en conservarsu dignidad, se está trabajando por la instauración de estereino. Y este reino es, en efecto, la única condición en laque el hombre puede aspirar a vivir con dignidad.

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El germen de lasleyesy lafundación de la ciudad

El reino de laciudadanía

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1. El señor Don Nadie y la división de poderes

Habíamos comenzado preguntándonos por ese lugardesde el que deducimos el teorema de Pitágoras. Luego

nos hemos preguntado qué pasaría si, ahí situados,decidiéramos en vez de decir ciertas cosas, hacer esto o lootro, es decir, actuar tratándonos a nosotros mismos de lamisma forma en la que nos tratamos cuando deducimos unteorema. Hemos visto que ese lugar es, pues, el lugardesde el que razonamos, en lugar de limitarnos a opinar, o desde el que decidimos y actuamos, en lugar de dejarnosllevar por el curso de las cosas (y sobre todo, de esa«cosa» que somos nosotros o que es nuestra patria,nuestro pueblo, nuestra familia, etc.). Finalmente hemosacabado por preguntarnos cómo sería la ciudad que seedificaría si decidiéramos edificarla a partir de ese lugar.¿Cómo sería una ciudad que viniera a hundir sus cimientosen ese pozo en el que se precipitó Tales de Mileto, en esevacío abierto por Sócrates en el vacío ateniense? Tenemosya la respuesta: se trataría de una ciudad «en estado dederecho», de una sociedad edificada sobre el Derecho y apartir del Derecho.

Según cuanto llevamos expuesto, una sociedad está «enestado de derecho» en la medida en que logre preservar

vacío el lugar de la Ley. Se trata, como decíamos alprincipio, de que el centro gravitacional de la ciudad sea unespacio vacío, que no pueda ser suplantado por ningúnTrono o Templo. Lo que tiene que haber en ese lugar no sonórdenes de un rey o designios de un dios, sino leyes.«Leyes» que sean verdaderamente leyes, y ya hemos visto

CAPÍTULO 3. El Estado de Derecho y ladivisión de poderes

Una ciudaden Estado

de Derecho

El vacío

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lo que eso significa: que cumplan la forma de ley y que, portanto, no sean otra cosa que la gramática de la libertad.

Reparemos en el hecho de que si en ese espacio nohubiera leyes el resultado no sería «un vacío más vacío»,

sino todo lo contrario. En efecto, si no hubiera ley, lo quehabría, en el mejor de los casos, sería… seres humanosque se comportarían cada uno de ellos como lecorrespondiera comportarse, las mujeres en tanto quemujeres, los ricos y poderosos en tanto que ricos ypoderosos, los espartanos según las costumbres deEsparta y los atenienses según las de Atenas… Enresumen: lo que tendríamos sería un espacio lleno dereyezuelos y diosecillos de toda índole, en el que sería sólocuestión de tiempo esperar que se impusiera uno de ellosmontando ahí un gran Trono o un gigantesco Templo.

Por el contrario, nosotros hemos querido pensar eseespacio como habitado por esa especie de «jinetes

solitarios» a los que hemos llamado ciudadanos. Pero, ya lohemos visto, esos jinetes solitarios son los que merecenllevar, todos y cada uno de ellos, la insignia del sheriff. Elenigma que nos planteamos, por tanto, sólo puede serresuelto de una manera: tenemos que encontrar algúnprocedimiento por el que haya leyes al mismo tiempo quehay un mecanismo que garantice que esas leyes sonverdaderamente leyes (y no órdenes de un poderoso).¿Cómo distinguir lo que verdaderamente son leyes de loque no son más que apariencias de ley?

Aunque no sea infalible, existe un procedimiento paralograrlo. Se llama «división de poderes» y, desde luego,

hasta el momento no se ha inventado nada mejor. Ladivisión de poderes se ha convertido así, para la humanidad,en el procedimiento por el que se garantiza el Estado deDerecho. La división de poderes es como si fuera el órganoque utiliza la sociedad para respirar a través del Derecho.

En realidad, pese a que lo habitual es entenderlo fatal,fue Platón quien primeramente reparó en esta cuestión.

Platón no paró de insistir en la idea de que nadie tenía

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Ni tronosni templos

Cómo distinguirlas leyesde lasimposturas

La división depoderes

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derecho a ocupar el lugar de las leyes. En una sociedadreligiosa, el mayor delito que se puede cometer es el deprofanar los templos. También nosotros consideraríamosabyecto entrar en una iglesia a profanar el sagrario en elque se supone que está encarnado Dios. En Grecia eranormal considerar que el profanador de templos debía sercastigado con la muerte. Ahora bien, dice Platón, existeotro acto que también debe ser merecedor de la pena demuerte, porque es el mayor delito que se puede cometercontra la ciudad: la profanación de las leyes.

«Quien esclavice a las leyes, entregándolas al poder de loshombres, debe ser considerado el enemigo más peligrosode la ciudad», dice Platón.

El lugar de las leyes, ya hemos insistido en estolargamente, debe permanecer vacío. Eso quiere decir

que si a alguien se le pilla, de pronto, sentado ahí, en ellugar de las leyes, ese hombre debe ser castigado con lapena más severa. Ya sabemos por qué: esa vida a la quellamamos ciudadanía depende precisamente de que en elcentro de la ciudad no se erija un templo para que reinenlos dioses o un trono para el rey, sino de que se abra ahíun espacio vacío, ese espacio al que hemos llamado«ágora». Entre nosotros, a ese lugar de las leyes se lo llamaParlamento. El Parlamento es, en efecto, la Asamblealegislativa. El 23 de febrero de 1981, el teniente coronel dela guardia civil, Antonio Tejero, entró en el Parlamento apunta de pistola y pretendió, así, ocupar el lugar de lasleyes. Cometió, de este modo, el delito más grave que sepuede cometer contra un orden constitucional. Él y suscómplices –entre los que se contaba el general Armada,preceptor y hombre de confianza del rey Juan Carlos I–habían intentado dar un golpe de Estado.

Lo mismo había ocurrido el 18 de julio de 1936, cuandoFrancisco Franco decidió rebelarse contra el orden

constitucional y ponerse él, como dictador, allí donde estabanlas leyes. Lo logró después de sumir a España en una guerracivil en la que millares de personas murieron intentandoimpedir que los generales golpistas se apropiaran del lugar

El Estado de Derecho y la división de poderes 85

Una cita dePlatón

Nadie tiene derecho

a ocupar el lugarde las leyes

Golpes de Estado

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de las leyes. En palabras de Platón, Franco «entregó las leyesal poder de los hombres», «sometió la ciudad a los dictadosde una camarilla», convirtió a las leyes en esclavas de suvoluntad, se puso, él mismo, en el lugar de la Ley. Durantecuarenta años ejerció de dictador, fusilando, asesinando,torturando, reprimiendo y atemorizando a la población. Apunto ya de morir, dejó, ahí, en el lugar de las leyes, al reyJuan Carlos, quien juró lealtad a los principios delMovimiento, es decir, a lo que el franquismo llamaba «Ley»,igual que luego juró también los principios de nuestra actualconstitución. Con este acto, que le valió ser acusado deperjurio por parte de los franquistas de la época, se suponíaque el rey de España aceptaba así un orden constitucional,es decir, aceptaba dejar vacío el lugar de la ley. Luegodiscutiremos si ese lugar quedó entonces realmente vacío osi otros se apresuraron enseguida a ocuparlo. Por elmomento, se admiten conjeturas.

Así pues, el lugar de las leyes debe estar vacío. Si seencuentra a alguien ahí, ocupando ese lugar, es que ese

alguien ha dado un golpe de Estado y debe ser consideradoel enemigo más temible de la ciudad.

¿Y el Gobierno legítimo? ¿No está el Gobierno por encimade las leyes? ¿No le ha sido encomendado al Gobiernoocupar el lugar de la Ley? ¿El presidente del Gobierno, elConsejo de Ministros, no pueden cambiar las leyes, decidirqué es ley y qué no lo es? Por supuesto, en modo algunoes así. La obligación del Gobierno es gobernar con arreglo ala ley, de ninguna manera legislar. Quien tiene derecho alegislar es la Asamblea legislativa, es decir, el Parlamento.El Gobierno puede, desde luego, proponer leyes alParlamento, pero sólo a éste corresponde decidir si seaceptará que lo sean.

Yademás, el Gobierno tiene que cumplir las leyes delParlamento, le guste o no. Esto es tanto como decir que

el presidente del Gobierno o su gobierno en pleno, si setercia, podría ser llevado a los tribunales si se sospecha queestá gobernando de forma ilegal. Esto es, por ejemplo, loque ocurrió en España con el caso GAL en la década de los

86 Educación para la Ciudadanía

Francisco FrancoyJuan Carlos I

Gobierno yParlamento

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ochenta. El gobierno de Felipe González decidió en secretoemprender la guerra sucia contra la banda terrorista ETA.Desde altas instancias policiales, y sin duda que poriniciativa de altas instancias políticas, se organizó el GAL, ungrupo terrorista que pretendía combatir a ETA en su propioterreno. El GAL fue responsable de 27 asesinatos y decenasde atentados; sus víctimas la mayor parte de las veces notenían nada que ver con ETA; fueron equivocaciones ovíctimas elegidas al azar para amedrentar. 104 ciudadanospusimos, entonces, una denuncia y el poder judicial tuvo quetomar cartas en el asunto. Como resultado, el que fueraministro del Interior, José Barrionuevo, y el que fuerasecretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera,acabaron en la cárcel. El propio presidente del Gobierno,Felipe González, estuvo a punto de ser imputado en el caso.

Se comprende en seguida que de poco serviría llevar algobierno a los tribunales si los tribunales estuvieran a su

vez regidos por el gobierno. Para que haya división depoderes, el poder judicial debe ser independiente. Paraempezar, el camino por el que se llega a ser juez no tienenada que ver con el camino por el que se llega a gobernar.No se llega a ser juez por votación popular, sino comoresultado de una carrera judicial. Y lo más importante: losjueces son funcionarios vitalicios. Eso quiere decir que nopueden ser despedidos o cesados o trasladados de su cargoy de su puesto por dictar una u otra sentencia. El gobiernono puede intervenir en el poder judicial. Por supuesto que,llegado el caso, un juez puede ser, a su vez, juzgado porprevaricación*. Pero lo juzgarán otros jueces, nunca elgobierno. Y lo juzgarán con arreglo a unas leyes quetampoco han hecho los jueces, sino el Parlamento, el poderlegislativo. En esto consiste la división de poderes: quienejecuta la ley, quien juzga y quien legisla nunca puede ser elmismo. Así pues, el gobierno puede en todo momento serjuzgado por un poder judicial, según unas leyes que no hanhecho ni los gobernantes ni los jueces, unas leyes que hansido hechas por otra instancia distinta, el Parlamento.

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El caso GAL

El poderjudicial

*Prevaricación es el delito que se imputa a los empleados por dictar oproponer, a sabiendas de su injusticia, una resolución.

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Todo esto no quiere decir, claro, que el mecanismo de ladivisión de poderes no pueda fallar o que no esté, de

hecho, fallando un poco o mucho constantemente. A veces,por ejemplo, el poder ejecutivo encuentra argucias legalespara intervenir en las decisiones judiciales. Vera yBarrionuevo fueron condenados a 10 años de prisión y endos meses y medio estaban ya en la calle. Más adelantetendremos ocasión de comprobar que el problema esmucho más grave y mucho más de fondo de lo que sepuede apreciar en este tipo de ejemplos.

Pero sea lo que sea lo que luego ocurra de hecho, lo quedebemos tener claro es, al menos, lo que debería ocurrir.

El lugar de las leyes tiene que estar vacío. Si el gobiernoocupara ese lugar, estaría, literalmente, usurpando el lugarde la soberanía, dando un golpe de Estado. Tendría, enprincipio, que poder ser juzgado por el más grave de losdelitos y condenado a la más grave de las penas.

Ahora bien, se dirá: ¿pero es que no está lleno siemprede personas ese lugar?, ¿qué son, si no, los diputados y

diputadas? ¿Están ellos, según lo que llevamos planteado,usurpando el lugar de las leyes? Es obvio que no, pero noes tan fácil como parece entender por qué. Quizás a alguiense le ocurra plantear que los diputados y diputadas tienenderecho a estar en el lugar de las leyes porque han sidoelegidos por la ciudadanía. Esto es, sin duda, importante,pero no es la razón fundamental por la que eso no suponeuna usurpación de la Ley. La garantía de que los diputadosno están ahí suplantando a la Ley no es que hayan sidoelegidos por el pueblo. Pensemos un caso límite, en el queuna mayoría de diputados elegidos legítimamente decideaprobar una ley anticonstitucional. Supongamos que esosdiputados, amparándose en su condición de electos por elpueblo, deciden desoír una sentencia del TribunalConstitucional en la que se anule esa legislación. En esecaso, estarían ocupando el lugar de las leyes, reinandosobre ellas, es decir, esclavizándolas, dando un golpe deestado subrepticio, por mucho que su mandato vinieraamparado por el voto popular. En resumen: los diputadosno están ahí más que en la medida en que reconocen, al

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Los fallos de ladivisión de poderes

El poder legislativo

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entrar, que la ley está, siempre, por encima de ellos, decada uno de ellos y de todos ellos.

Así pues, en teoría (otra cosa muy distinta es, pordescontado, intentar conseguirlo en la práctica), el más

insignificante de los ciudadanos puede en todo momentolograr que se derogue una ley aprobada por la mayoría delos diputados, si la denuncia ante el Tribunal Constitucionaly se logra demostrar su carácter inconstitucional. De estemodo, se puede decir, a la manera platónica, que nadie esdueño y señor de las leyes. La labor de los diputados en elParlamento consiste, sin duda, en legislar, pero en legislarde acuerdo con la Ley, de acuerdo con la Constitución. Sedirá, claro, que alguien hizo la Constitución y que alguien laaprobó. Se aprobó en referéndum por el conjunto de lapoblación. Pero, además, conviene que nos fijemos en unacosa: en los principios de todo ordenamiento constitucionalhay siempre alguna suerte de referencia a algo así como laDeclaración Universal de los Derechos Humanos. Eseinsignificante ciudadano del que hablamos podría considerarque las doce personas que integran el TribunalConstitucional no han interpretado bien estos principios. Pormucho que le valga de poco, ese señor Don Nadie podríaapelar todavía a algún tribunal de Derechos Humanos, alTribunal de Estrasburgo, por ejemplo. Si éste le diera larazón, no cabe duda de que en España se sentiría entoncesuna especie de gran conmoción jurídica, que obligaría areplantear muchas cosas.

Todo esto es un indicativo de lo muy convencidos queestamos de que la ley está siempre por encima de los

hombres, incluso de aquellos hombres que ocupan las doceplazas del Tribunal Constitucional. E incluso, también, de laopinión mayoritaria del conjunto de los ciudadanos de unpaís. Si, por poner el caso, la gran mayoría de losciudadanos españoles hubieran clamado por la pena demuerte para los terroristas de ETA que pusieron las bombasde Hipercor, no por eso habría sido legítimo fusilarles, puesla pena de muerte no está contemplada en la Constituciónespañola. Por supuesto que existe la posibilidad de que, enun momento dado, el Gobierno o el Parlamento, atendiendo

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La Constitución

y elTribunal

Constitucional

El Tribunalde Estrasburgo

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a un clamor popular, ponga en marcha una reformaconstitucional al respecto. Pero tendría que hacerlo así,mediante una reforma constitucional. En absoluto seríalegítimo, en cambio, limitarse a convocar un referéndumpreguntando si se acepta fusilar a los asesinos. Ungobierno que procediera así estaría, sencillamente,encabezando un linchamiento y estaría, además, incitando ala población al linchamiento, lo que también es un delitomuy grave. La única vía legítima sería iniciar una reformaconstitucional, según las normas recogidas en la propialegislación. Al hacerlo así, lo que se está, en realidad,reconociendo es que nadie, ni siquiera el conjunto de lapoblación, tiene derecho a estar por encima de la Ley.

Nadie… ni siquiera el conjunto de la población, puedeocupar el lugar de la ley. Si todos los ciudadanos de un

país estuvieran de acuerdo en linchar a un asesino ydecidieran hacerlo así con la complicidad del Gobierno, delos jueces y de los diputados, el más insignificante de losciudadanos podría –o debería poder, si esto fuera unverdadero Estado de Derecho– meter a todos en la cárcel: alos jueces, los diputados, los gobernantes y al pueblo en sutotalidad. Nadie tiene derecho a ocupar el lugar de la Ley:excepto alguien que sea capaz de ser «nadie»…

Volvemos, pues, a nuestro tema favorito, al asunto quenos lleva ocupando desde el principio. Este «señor Don

Nadie» del que estamos hablando, este señor que resultaque está por encima de gobiernos, parlamentos ytribunales, es, sencillamente, cualquiera. Su fuerza reside,precisamente, en que es cualquiera, en que podría habersido cualquier otro. Su voz es la voz de la Libertad, capazde recordar en todo momento al edificio jurídico en sutotalidad que la Ley no es en el fondo más que la gramáticade la Libertad y que, por tanto, ninguna ley puedecontradecirla.

El protagonista de la ley es cualquiera. Si en lugar decualquiera encontramos en el lugar de la ley a alguien,

así sea un monarca o el presidente del Gobierno, así seaun diputado o un juez, o quién sabe si un militar o un

90 Educación para la Ciudadanía

Ni siquiera el pue-blo está por encimade la Ley

Linchamientos

Un cualquieracapaz de serNadie

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banquero, que para el caso es igual, es que ese alguien hadado o está dando un golpe de Estado. Ya hemos visto queni siquiera el pueblo, o la mayoría del pueblo, tiene derechoa ocupar ese lugar y ejercer desde ahí la dictadura. Uninsignificante «cualquiera», si lo que hace es justo y lo quedice es verdadero, debe poder siempre tener razón contra lamayoría.

Se nos presenta ahora una buena ocasión para decircuatro cosas sobre Sócrates y Platón, con la esperanza

de deshacer algunos malentendidos fatales. Hay quienesacusan a estos filósofos de no respetar la democracia.Sócrates fue sin duda un rebelde, pero fue un rebelde, sedice, contra una ciudad «abierta y democrática». En elfondo, en el mensaje de Sócrates sería posible leer unaaversión profunda hacia la democracia, una inclinaciónhacia el autoritarismo e incluso el totalitarismo. Estasacusaciones ya fueron vertidas hace mucho contra Platónpor un filósofo llamado Karl Popper. Más tarde, algunos–en España, por ejemplo, Fernando Savater– fueron másallá, argumentando que el germen del totalitarismo habíaque buscarlo ya en su maestro, en Sócrates, pues tampocoél tenía ninguna simpatía por la democracia ateniense. Deeste modo, por lo visto, los genuinos herederos deSócrates serían personajes de la calaña de Hitler o Stalin,mientras que, por el contrario, los valores de la ciudadaníay de la democracia habría que anclarlos, más bien, enaquella asamblea de los atenienses que votó porcondenarlo.

Todo esto es un enorme disparate. Y lo malo no esque se digan tonterías respecto de Sócrates o de Platón.

Lo verdaderamente grave es que, al malinterpretarlos así,lo que se hace es escamotear una diferencia esencial:la diferencia entre Democracia y Estado de Derecho.Y es gracias a esta confusión que luego, como iremosviendo en este libro, pasan por ser «Estados de Derecho»cosas que en realidad distan mucho de serlo. EEUU o

El Estado de Derecho y la división de poderes 91

La polémicasobre

Sócrates y Platón

La diferenciaentre Democracia

y Estado de Derecho

2. Democracia y Estado de Derecho. El caso de Sócrates

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España, por ejemplo, pueden ser considerados«democracias» (representativas), si bien hay motivosde peso para negar que sean Estados de Derecho.Pero esta discusión la dejaremos para los próximoscapítulos.

Ya sabemos que, para que una sociedad esté en estadode derecho, el lugar de las leyes debe estar «vacío».

Acabamos de comprobar que ni siquiera el pueblo tiene elderecho de usurpar ese lugar. Si no se tiene en cuentaesto, si se considera que el pueblo tiene siempre y en todomomento el derecho de decidir lo que le venga en gana y que eso es, además, aquello a lo que llamamosdemocracia, estaríamos entonces legitimando, por ejemplo,los linchamientos. Si el pueblo decide masivamente linchara un criminal (que sería, además, un presunto criminal), lacosa puede ser considerada de lo más «democrática», pero,desde el punto de vista del Estado de Derecho, todos losque participaran en ese linchamiento tendrían que serjuzgados por un crimen terrible.

Pues bien, Sócrates estaba en contra de la democracia–mal que les pese a Savater o a Popper– porque estaba

en contra de los linchamientos. Estaba en contra no de lademocracia, sino de que la democracia no se sometiera alas normas del Estado de Derecho.

¿Qué sería una democracia sin Estado de Derecho, una pura y simple democracia, una democracia «en estadobruto»? En esas condiciones se impone la voluntad de lamayoría. Ello en principio no tendría nada de malo si nofuera porque la mayoría puede, claro está, decidir muchascosas malas (como, por ejemplo, exterminar o esclavizar ala minoría). Por otro lado, basta un poco de realismo parasaber que una mayoría que no tenga la obligación desometerse a la Ley o a la Justicia o a la Verdad, es fácilmentemanipulable. Si, por ejemplo, es legítimo engañar paraconvencer a la mayoría, ésta será, sin duda, engañada porquien tenga más poder o más dinero para invertir en sumanipulación. Y de este modo, la dictadura de lamayoría no será, bien mirada, más que la dictadura de una

92 Educación para la Ciudadanía

Sócrates contra la democracia

La voluntad y lamayoría

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minoría que ha manipulado, engañado, chantajeado,comprado o amenazado a la mayoría. Así pues, Platón seopone a la democracia porque no quiere seguir viendotiranizados a los ciudadanos por los intereses particularesde los que salen victoriosos en este tipo de pugna, en laque sólo el que mejor engaña puede vencer. Platón sabemuy bien que en esas condiciones el triunfo en la discusiónno depende del intercambio de argumentos entreciudadanos que se tratan de igual a igual, como ocurre porejemplo en un diálogo socrático. En este tipo de debatevence siempre el mejor pagado, el que sirve, con supalabra y su trabajo, a los más poderosos, a los quedetentan el poder. Lo que Platón rechaza es un sistemaque, en el mejor de los casos, nos somete a la tiranía de laresultante de todas las «opiniones» en litigio, sinpreocuparse de si éstas son justas o injustas, de si laprosperidad o el bienestar que prometen a unos exigen lasegregación, la explotación o el exterminio de otros. Eso,como decimos, en el mejor de los casos; actualmente,estamos más bien en el peor de todos: los medios decomunicación, el arma imprescindible para hacerte oír en elespacio público, están hoy día secuestrados por un puñadode grandes empresas ocupadas, claro está, en la defensade sus intereses privados; de hecho, existen fortunasparticulares que pueden llegar a monopolizar todos losmedios de lo que se llama la «opinión pública».

Es en defensa de la ley que Sócrates y Platón se oponena la democracia, y no en defensa de forma alguna de

aristocracia, de oligarquía o de tiranía. Por más que algunosse hayan esforzado en ocultarlo, tanto la oligarquía como latiranía son expresamente rechazadas tanto por Sócratescomo por Platón en favor de la soberanía incondicional dela ley.

Existe un episodio histórico que nos ilustra muyclaramente el sentido de la oposición de Sócrates al

gobierno del demos (esto es, del conjunto de los ciudadanoslibres con derecho a intervenir en la vida pública). En el año406 a.C., tuvo lugar en las islas Arginusas una de las másimportantes batallas navales de toda la Guerra del

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La dictadura de las

mayorías

La opiniónpública

En defensade la ley

Un episodio histórico

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Peloponeso. La escuadra ateniense venció a la flotaespartana, pero la fuerte tempestad que se desencadenótras la batalla impidió a los generales que comandaban lapartida vencedora prestar auxilio a los náufragos y recogerlos cuerpos de los atenienses que perecieron en la refriegapara darles sepultura según el ritual funerario que suscostumbres prescribían. Ello motivó que, a su regreso a lapatria, algunos les acusaran de un delito de abandono delos caídos, un delito muy grave que en Atenas se castigabacon la muerte. Contra ellos se celebraría un juicio políticoque marcaría profundamente el curso político ulterior de lademocracia ateniense. El veredicto fue objeto de unaviolenta polémica en el seno de la Asamblea Popular (que,cuando la ocasión lo requería, hacía las veces de tribunal dejusticia). Finalmente, a través de diversas maniobras muypoco limpias promovidas por Teramenes, uno de loshombres fuertes de la renovada democracia ateniense, elgrupo favorable a la condena a muerte de los generalesganó posiciones frente al de los que eran partidarios deexonerarles. En un intento de evitar la sentenciacondenatoria, Euritolemo, cuñado del prestigioso estrategaAlcibíades, denunció la ilegalidad del procedimiento dedecidir en bloque, y no individualmente, la suerte de todoslos generales, tal y como habían propuesto los del grupo deTeramenes. Pero el «pueblo soberano» que, por definición,era la Asamblea ateniense, lo increpó a gritos: «¡Esintolerable que se impida al pueblo hacer lo que mejor leparece!». De este modo, el «pueblo soberano», hábilmentepersuadido y engañado por las artimañas de Teramenes ylos suyos, proclamaba la superioridad de su voluntad sobrela autoridad de la ley. Éste es un buen ejemplo de cómo lasminorías que realmente detentan el poder hacen creer a lamayoría –gracias a una influencia que, por lo general, vamucho más allá de la que, a través del uso público de lapalabra, consiguen tener en el seno de la Asamblea y lasinstituciones políticas– que está ejerciendo soberanamentesu poder como «mayoría» cuando decide lo que ellas ledictan. En todo caso, mediante aquel fatídicopronunciamiento, el pueblo soberano reivindicaba susupuesto derecho a estar por encima de la ley, y losmiembros de la Asamblea que al principio titubearon

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El pueblo soberanocontra las leyes

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cedieron finalmente a la presión y a las amenazas deTeramenes, y votaron a favor de la propuesta de este último,aun a sabiendas de que era una propuesta ilegal.

Pues bien, Sócrates –que entonces era uno de losmiembros de la Asamblea elegido por sorteo– fue el

único que, frente a la posición adoptada por la «mayoría»,se mantuvo firme en el rechazo de la propuesta de juzgaren bloque a todos los arrestados. Tomó la palabra y dijoque él no reconocía otra autoridad que la ley y que «no haría nada que estuviera en contra de la ley». No sirvióde nada, pues la «mayoría» de la Asamblea, de buena o demala gana, había aceptado ya dicha propuesta y votó afavor de la condena. Pero el desafío de Sócrates al «pueblosoberano» fue muy mal visto por la Asamblea, que tomaríabuena nota del mismo y que, como es bien sabido, apenassiete años más tarde se lo haría pagar muy caro. Habíaosado poner en tela de juicio la tesis de la superioridad deldemos sobre la ley.

Platón recogería a este respecto el testigo de Sócrates.En su celebérrima Carta VII, exhorta encarecidamente a

los partidarios del asesinado rey de Siracusa a «no sometera Siracusa al gobierno de los déspotas, sino al gobierno dela ley». Y en la menos conocida Carta VIII, alaba a losespartanos por haber logrado que «la ley se haya convertidoen soberana de los hombres y que los hombres ya no seanlos tiranos de las leyes». En todo caso, en la madurez de supensamiento político, Platón defiende inequívocamente elpoder absoluto de la ley sobre todos los ciudadanos,incluidos los encargados de gobernar, mientras querechaza, por el contrario, enérgicamente que el demospueda convertirse en «tirano de las leyes», obedeciéndolaso desobedeciéndolas según su conveniencia, sinpreocuparse de otra cosa que de tener la aprobación de la«mayoría» (de la mayoría de esos pocos privilegiados sobrelos que en las ciudades griegas recaía la condición de«ciudadanía», se entiende).

Así, pues, si Sócrates y Platón se oponen a lademocracia es porque consideran su ejercicio

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Sócrates desafíaa la

Asamblea

El tirano de las leyes

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íntimamente solidario con la idea de que la voluntad deldemos en su conjunto está por encima de la ley, porque seniegan a aceptar la omnipotencia del demos, la idea de queel demos lo es todo, tenga o no razón y pueda o nodemostrarlo. Contra lo que están Sócrates y Platón escontra la idea de que hasta la más injusta violencia ha deser considerada legítima si es querida mayoritariamente porel pueblo, lo que, a fin de cuentas, es algo tan sensatocomo estar en contra de que la mayoría de los ciudadanosde un país puedan decidir el exterminio de, pongamos porcaso, todos los judíos de ese país. En este sentido se vecon claridad que «al oponerse a la sociedad abierta y lademocracia», Sócrates y Platón no están anunciando eltotalitarismo, sino, muy al contrario, oponiéndose a él: escomo si hubieran entrevisto a la perfección aquello de loque son capaces las mayorías al margen de la ley, lasgrandes masas populares aclamando a un Hitler o unMussolini en la plaza pública (es decir, en ese lugar «vacío»al que hemos estado considerando «el lugar de las leyes»).Es como si Sócrates y Platón hubieran entrevistoperfectamente que hay un tipo de golpe de Estado que esel más peligroso de todos y que consiste en que es elpueblo en masa el que usurpa el lugar de las leyes paraacabar con el Estado de Derecho. En ese punto, lademocracia y el fascismo se convierten exactamente en lamisma cosa.

Sócrates y Platón se oponen a la democracia «en estadobruto» porque se oponen a que el demos, aunque sea

realmente todo el demos, pueda decidir contra lo que larazón dicta como justo. Para ambos filósofos, cuando la leydeviene expresión de ese dictado de la razón, también eldemos debe estar sometido a la ley. Critican la democraciasólo porque no garantiza el imperio de la razón; porquecuando el chantaje económico, las amenazas, la ignorancia yla falta de ilustración del pueblo permiten que los poderesestablecidos secuestren su voluntad, el pueblo puededecidir, en contra de la razón y contra sí mismo, la ejecuciónde la mayor vileza. Lo importante, tanto para Sócrates comopara Platón, no es, por tanto, si decide el pueblo o un tirano;lo importante es que, sea quien sea el que lo haga, no

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Contra laomnipotenciadel demos

El germen delfascismo

El pueblodebesometersea la ley

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pueda hacerlo contra la razón, contra lo que ésta sancionacomo justo. Y el sometimiento incondicional de todos a laley constituye el único procedimiento a disposición de losmeros mortales para lograrlo. En ausencia de estesometimiento a la razón, que la ley debe vehicular, lademocracia se convierte inevitablemente en un instrumentopolítico al servicio de los poderosos. La omnipotencia deldemos acaba convirtiéndose siempre en la tiranía dequienes tienen la capacidad de persuadirlo (persuasión queno siempre radica en el engaño, sino también en el máspuro y abierto chantaje: «o nos das tu apoyo o te quedas sintrabajo»; «o votáis a los que son nuestros aliados en el paísu os hacemos la guerra hasta que se os quiten las ganas devolver a perjudicar nuestros intereses»). Sin el sometimientodel demos a la razón, la democracia se convierte en unsistema que concede la misma legitimidad a la virtud que alcrimen, con tal de que disfruten numéricamente del mismoapoyo popular, lo que, a su vez, hace de la democracia unsistema de gobierno que brinda a los poderosos laoportunidad –casi siempre al alcance de sus bolsillos– deconseguir que sus planes más criminales no puedan serdenunciados como tales.

Es verdad que, en la época de Platón, la democraciasirvió para desactivar el sistema de privilegios de la

sociedad arcaica y para privar de su influencia en laadministración de los asuntos públicos a la antiguaaristocracia. Pero también es cierto que con ello no se logrómás que proporcionar una ilusión de legitimidad al ejerciciodel poder por parte de los nuevos poderosos. Yefectivamente, algunos de esos nuevos poderosos (Solón,Clístenes, Efialtes, Cimón, Temístocles, Pericles, Milcíades,Cleón o Nicias) fueron expresamente criticados por Platón.

En la producción de esa ilusión de legitimidad,desempeñaron un papel fundamental los sofistas. Los

sofistas eran, más que nada, profesores de retórica.Enseñaban a expresarse de modo persuasivo y convincente.Se puede decir que, en ese sentido, los sofistas nacieronen la democracia y para la democracia. Sus enseñanzasresultaban de lo más útiles para saber expresarse en la

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La democraciacomocoartadade lospoderosos

Una ilusión delegitimidad

Los sofistas

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Asamblea, para convencer a los demás de que votaran estoo lo otro. Ahora bien, los sofistas no pretendían serpersuasivos diciendo la verdad. Se vanagloriaban más bien de ser capaces de hacer «fuerte el argumento másdébil», de ser lo suficientemente hábiles retóricamente paraque cualquier mentira pudiera aparecer como verdad. Enrealidad, su desentendimiento respecto de la verdad secorrespondía completamente con el tipo de democracia queexistía en Atenas. Se trataba de esa democracia que, comohemos visto que ocurrió en el juicio de los generales, secreía con derecho a decidir cosas ilegales con tal de queasí lo decidiera la mayoría. Así pues, los sofistas sedesentendían de la verdad en el mismo sentido en que lademocracia se desentendía de la justicia.

Frente a ellos, Sócrates se empeñó en demostrar que laúnica retórica legítima consistía en decir la verdad. Que

para convencer de verdad, hay que decir la verdad, porquesólo la verdad convence de verdad. Pero, por lo mismo,Sócrates se empeñó en demostrar que una democracia queno respeta la Ley es tan despreciable y odiosa como la másexecrable de las tiranías. Sócrates y Platón sabían muy bienque, bajo la influencia de los sofistas, la democraciaateniense no serviría más que para conceder unaapariencia de legitimidad a la tiranía de los que en cadacaso tuvieran la sartén por el mango.

Los sofistas y los «demagogos» cumplen, en la sociedaddemocrática, la exigencia de lograr que los ciudadanos

acepten o toleren situaciones y realidades que, sin unaprevia manipulación de sus conciencias, podrían no estardispuestos a tolerar. Platón fue el primero en mostrar laesencial solidaridad que existía entre la sofística y latiranía, y fue, asimismo, el primero en mostrar que dichasolidaridad respondía a una solidaridad más íntima, menosvisible, entre la tiranía y la democracia. Tan solidarias comoque la sofística viene a ser el instrumento político porintervención del cual la tiranía logra pervivir bajo lademocracia, bajo el gobierno de los ciudadanos. Es graciasa la sofística que, a menudo, la tiranía logra parecerlegítima, disfrazándose bajo un ropaje democrático.

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Los sofistas y lademocracia

«Sólo la verdadconvence

de verdad»

La solidaridad entre

tiraníay democracia

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Para Platón combatir al sofista es, al mismo tiempo,defender la ciudad contra la tiranía, defender la ley –que

es «el alma de la polis»– contra los que se colocan porencima de ella, contra el «anarquismo» de la «mayoría» que,en cuanto tal, se cree con derecho a decidir y a actuarilegalmente. Platón combate a los sofistas no en cuantopaladines de la democracia sino en cuanto «enemigos de las leyes» y, consecuentemente, en cuanto enemigos dela ciudad. Platón combate en ellos a los que, saltando porencima de la ley, decidieron la muerte de los comandantesde las Arginusas y, también, la muerte de Sócrates. Alcontrario que ellos, Sócrates, que se había negado,precisamente por respeto a la ley, a votar por la condena delos comandantes, se negó también, igualmente por respetoa la ley, a eludir la ejecución de su propia condena amuerte aprovechando la oportunidad de fugarse que losmismos que lo condenaron le habían ofrecidosecretamente. Pues, en efecto, nada más ser condenado amuerte, Sócrates recibió ofertas para escaparse de prisióny huir de Atenas. Pero él se negó a ello, empeñado en que,ante las leyes, hay sólo dos posibilidades: o se lasconvence, o se las obedece. Si una ley es injusta, hay queintentar cambiarla, sin duda, y hay que cambiarla conarreglo a la ley, siguiendo los cauces legales oportunos.Pero mientras que esa ley no cambie, decía Sócrates, espreciso obedecerla sin rechistar.

Quienes se empeñan en ver en la polémica de Platón conlos sofistas algo así como la reacción de los ideales

aristocráticos contra los revolucionarios ideales del pueblono han entendido una palabra del asunto. La polémica encuestión está mucho más cerca de ser un enfrentamientoentre la defensa de la omnipotencia anárquica del demos(los sofistas) y la defensa del imperio de la ley y el Estadode Derecho (Platón). Contra lo que a menudo se hapretendido, en esta polémica Sócrates y Platón defienden lomás parecido a los ideales más «moderados» y «sensatos»de la Ilustración, mientras que los sofistas profesan unradicalismo fanático que ensalza la «soberanía del pueblo»por encima de la misma ley y de la razón (y, por ende, de la«justicia»), impidiendo la constitución de un auténtico

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Los «enemigos de las leyes»

A las leyes«o se lasconvence,o se las obedece»

Fanatismo y radicalismode lossofistas

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«Estado de Derecho». Lo que Platón pretende es queincluso la «mayoría» quede sometida a la ley, mientras quelos sofistas quieren que, en última instancia, el demospueda legitimar una acción fuera de la ley.

Sí, de acuerdo, dirán algunos. De acuerdo con que Platóndefiende la soberanía de la razón por encima de la

soberanía del pueblo porque defiende que ni siquiera lamayoría tiene derecho a decidir cosas injustas. Pero, ¿nohay en ello una trampa? Porque ¿quién sabe lo que dice larazón y quién puede decir, al margen de la mayoría, lo quees justo y lo que no? Somos hombres, no dioses. Nadiepuede pretender tener la razón en sus manos. Nadie puedepretender saber mejor que nadie lo que es justo y lo que nolo es. Así pues, ¿la democracia al margen de la Ley es uninstrumento de la tiranía? ¿O más bien ocurre que lademocracia es el instrumento adecuado que tienen loshombres para otorgarse leyes a sí mismos? ¿No será mejor que sea la mayoría la que diga lo que es justo yracional, a que lo diga…? ¿Y quién podría decirlo? ¿Quiéncon más legitimidad que la mayoría?

No está mal que nos planteemos esta objeción, puesconviene salir al paso de algunas malinterpretaciones.

No somos dioses. Somos pobres mortales que nuncapodemos estar del todo seguros de nada. Ahora bien,somos mortales que podemos razonar y que somos libres.Eso no nos convierte en dioses, pero es suficiente para quepodamos estar seguros de ciertas cosas muy importantes.Por ejemplo, estamos seguros de que la mayoría (inclusouna mayoría muy amplia), a veces, puede decidir cosasinjustas. Esto basta para que no tengamos derecho adefinir la justicia como «aquello que la mayoría decideconsiderar justo». Sabemos muy bien que la mayoría,incluso si es muy mayoritaria, no tiene derecho a decidir elexterminio de, por ejemplo, la minoría gitana o judía o, porponer el caso, de los homosexuales. Sin embargo, a veces,

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¿Quiénsabe lo que

dicta la razón?

Los queno somos dioses

La mayoría puededecidir

cosas injustas

3. La constatación de que no somos dioses y la división depoderes como método de la razón

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se han decidido cosas así –o parecidas– «por mayoría». Enalgunos sitios se decide lapidar a las mujeres adúlteras poruna abrumadora mayoría. En algunas ocasiones el pueblo,casi en su totalidad, ha estado de acuerdo en linchar a unasesino. Pero hay algo (precisamente eso a lo quellamamos nuestra «razón») que nos dice que la democraciano tiene derecho a llegar tan lejos, que no cualquier cosadecidida democráticamente es, sin más, legítima.

Así pues, estamos seguros de que la mayoría no es elverdadero criterio de lo que es justo y de lo que no lo

es. Ahora bien, como no somos dioses, no se nos ocurreotro criterio para saber lo que es justo y lo que no lo es quediscutirlo y buscar convencer a la mayoría. En efecto, asíes, pero no hay aquí ningún círculo vicioso. No, porque enesa discusión en la que se trata de convencer a la mayoríalo que no vale como argumento es esgrimir que la mayoríapiensa igual que nosotros. No es nada convincente argüirque todo el mundo piensa igual respecto de algo. En todocaso, habría que demostrar que si todo el mundo piensaigual respecto de algo es porque ese algo resultaconvincente.

¿Cómo se distingue entonces lo que es justo de lo que nolo es? Es muy cierto que aquí no existen fórmulasmágicas, ni voces que provengan de los cielos. ¿Que cómose sabe? Pues, sin duda, con mucho trabajo, construyendopoco a poco el edificio jurídico del Derecho, a partir losprincipios más incontrovertibles, hasta decidir lascuestiones más discutibles. Ocurre aquí un poco comoocurre con la comunidad científica. Es con mucho trabajo ycon mucha reflexión como los científicos llegan a distinguirlo que es verdadero de lo que no lo es. Lo importante esreparar en que este trabajo y esta reflexión siguendeterminados métodos. Aciertan más con la verdad loscientíficos que tienen un buen método científico. Y desdeluego que el peor método de todos sería someter losteoremas científicos a votación. Hacer votar a la gente paraver si la mayoría cree que el calor dilata los cuerpos o quela aceleración gravitatoria terrestre es de 9,8 metros porsegundo al cuadrado, y considerar el resultado de la

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La tarea de convencera lamayoría

El trabajo dela razón

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votación como una prueba de su verdad o falsedad, seríael peor de todos los métodos. Lo que ocurre más bien esque los científicos demuestran las cosas según susmétodos científicos, y sus conclusiones, después (perosólo después), convencen por mayoría. Convencen a lamayoría porque son convincentes, no son convincentesporque lo piense la mayoría.

Se dirá que eso vale para las cuestiones científicas, perono para las jurídicas. Eso no es del todo verdad. Para

empezar, hay determinadas cuestiones jurídicas que sontan seguras como las matemáticas. Algunas proposicionespuramente formales como, por ejemplo, que es injustotratar desigualmente situaciones iguales (por ejemplo, quees injusto castigar a algunos por lo mismo por lo que sepremia a otros) se pueden sostener con el mismo rigor conel que se sostiene que dos y dos son cuatro. Además, hayalgunos principios fundamentales (como, por ejemplo, losrecogidos en la Declaración Universal de los DerechosHumanos que, en definitiva, se pueden deducir de aquellasproposiciones puramente formales) que deben estartambién blindados contra las decisiones de cualquiermayoría. Lo primero que exige la razón (y eso lo podemossaber con la misma certeza con la que sabemos que dos ydos son cuatro) es que determinadas cuestionesfundamentales se pongan a resguardo de cualquier posibledecisión (de la mayoría o de quien sea): por ejemplo,sabemos (con el rigor propio de las matemáticas) que a larazón le repugna la idea de que se condene a un inocente,o sea, de que se castigue a alguien por un delito que no hacometido. A partir de ahí, podemos deducir (como sededuce el teorema de Pitágoras) que la razón exige que seanecesario probar la culpabilidad del imputado («más allá detoda duda razonable», como impone cualquier ordenamientojurídico) antes de imponer una pena. De ahí se deduce lanecesidad de arbitrar mecanismos procesales consuficientes garantías que den a cualquier acusado laoportunidad de defender su inocencia, etcétera.

Existe, pues, toda una serie de cuestiones de ordenpráctico (relacionadas con las garantías procesales, los

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Las verdadescientíficas

Las cuestionesjurídicas

Certezas jurídicas

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derechos civiles o la seguridad jurídica) respecto de las quela razón impone sus exigencias de un modo tan nítido comoen las matemáticas. Se trata de exigencias tan absolutasque resulta formalmente imposible redactar unaConstitución o edificar un sistema jurídico sin incorporarlasy, por lo tanto, resulta imposible subordinarlas al caprichode la mayoría sin renunciar automáticamente a cualquierpretensión de legitimidad o de justicia.

Otra cosa distinta es que en el terreno político hayasiempre un montón de cuestiones que son, por

principio, mucho más difíciles y más inseguras que lascientíficas. En el terreno de la política hay siempre unaserie de cuestiones que no sólo son más inseguras, sinoque, de hecho, se trata de cuestiones respecto de las que

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En el terreno de lo político

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no podemos esperar en absoluto de la razón que sepronuncie de un modo tan tajante como en las anteriores.Se trata de cuestiones respecto de las que la razón sedebe limitar a pedirnos que seamos razonables, queatendamos a razones, es decir, que analicemos las razonesde unos, que sopesemos las razones de otros, que lasconfrontemos con nuestras propias razones, etc. Es sólo enesas cuestiones en las que no se puede encontrar ningunainstancia superior a la voluntad del demos (o de lamayoría). Todo el mundo puede entender la diferencia quehay entre la pretensión de decidir, por ejemplo, si losacusados deben tener derecho a un juicio justo o no y, porejemplo, la cuestión de decidir si los recursos de lacomunidad deben emplearse en construir una piscinapública o más bien en mejorar las fiestas parroquiales. Esobvio que con respecto a esta segunda decisión no cabebuscar ninguna instancia más alta que la decisión de lamayoría (y, por lo tanto, se impone la necesidad de arbitrarmecanismos para que el demos delibere y decida si prefiereuna cosa o la otra). Sin embargo, debe ser igual de obvioque le tiene que estar prohibido pronunciarse respecto delprimer asunto.

Lo fundamental es, pues, darse cuenta de que haydeterminadas cuestiones que deben estar blindadas contra

cualquier decisión (de la mayoría o de quien sea) con elmismo rigor con el que nos está prohibido decidir cuántosuman dos y dos. Es decir: implica ya de suyo una conductacriminal pretender que se puede decidir sobre cuestionescomo, por ejemplo, si es necesario probar la culpabilidad deun acusado para justificar la imposición de una pena.

Ahora bien, en cuanto a las cuestiones en las que sícabe decidir (es decir, esas sobre las que hay en

general derecho a decidir), conviene, por supuesto, que seala mayoría la que decida, pero una mayoría que decida enunas determinadas condiciones: esas condiciones en lasque hay tiempo de argumentar y convencer, en las que nohay amenazas ni chantajes, en las que está garantizadoque todos tienen derecho por igual a argumentar ycontraargumentar, y en las que, en definitiva, quepa al

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Lo razonable

La autoridadde la

mayoría

El espaciode la

discusión

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menos suponer que la mayoría pueda estar dispuesta adejarse convencer por el mejor argumento. Es decir, una vezgarantizada (como condición previa) la existencia de unaarquitectura jurídica que haya puesto a resguardo decualquier decisión cosas como, por ejemplo, las garantíasprocesales, los derechos civiles o la división de poderes,debe abrirse un espacio para la deliberación colectiva delque emanen, mediante la reflexión y la argumentación, lasdecisiones del demos (ya sea de todos, si hay unanimidad,o de la mayoría, en caso de no haberla). Ese espacioreservado para la deliberación, discusión y decisión (detodas las cosas respecto de las que cabe deliberar, discutiry decidir) es a lo que nuestros ordenamientos jurídicosllaman Parlamentos (en los que se supone que está todo eldemos al menos representado). Es obvio también que parala apertura de ese espacio es necesario observar ciertasreglas. Una de ellas es, por supuesto, la protecciónespecial de la que deben disfrutar los parlamentarios entodo lo relativo a la libertad de expresión. La discusión enel Parlamento no puede estar amenazada por ningún poderestablecido. Un diputado tiene que ser enteramente libre deexpresar sus argumentos, sin que por eso se le puedacesar o encarcelar.

Ahora bien, en próximos capítulos vamos a comprobarque ni mucho menos es eso suficiente. No basta con

que los diputados no estén amenazados. Es preciso que elParlamento mismo esté seguro de que puede hacerseobedecer, es decir, de que es, en efecto, el verdadero lugarde las leyes. Para ello es preciso que el Parlamento puedalegislar libremente. Si, por ejemplo, un parlamento legislabajo el chantaje de una gran potencia que amenaza conbombardearlo si no legisla a su conveniencia, en ese casola soberanía de la ley habría sido suplantada por la de esagran potencia. Lo mismo ocurre si el Parlamento se veobligado a legislar bajo el chantaje de unos empresarioscon suficiente poder como para decidir en todo momentolos destinos de la sociedad. Como más tarde se verá, denada sirve dividir el poder político, civilizarlo mediante ladisciplina que imponen los principios jurídicosfundamentales, si, mientras tanto, el poder económico

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Las condicionesde ladeliberacióncolectiva

La libertad deexpresión

La inmunidadparlamentaria

La ausenciade chantajes

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permanece indomeñable y sin obedecer a otra cosa que ala ley de la selva.

Todo esto tendremos ciertamente ocasión de analizarlocon más calma en próximos capítulos. De momento lo

que más nos interesa señalar es que cualquier discusiónparlamentaria está legítimamente obligada a respetarciertas reglas: por ejemplo, tiene que aceptar el marco dela Constitución y no debe tener derecho a salirse de él. Unaeventual mayoría parlamentaria que se decantara por unaley anticonstitucional, podría ser denunciada por cualquierciudadano ante el poder judicial, de tal modo que el TribunalConstitucional acabaría por derogarla. Se dirá,naturalmente, que la propia Constitución, en definitiva, hatenido que ser aprobada por el conjunto del pueblo y que,por tanto, siempre termina por ser el demos quiendictamina lo que es justo y lo que es injusto. Sin duda estoes cierto: cualquier constitución tendrá que haber sidoredactada por una Asamblea constituyente (en la que losdiputados deliberarán, argumentarán y reflexionarán comorepresentantes del demos) y, en último término, tendrá quehaber sido aprobada directamente por el demos en algúnreferéndum. Sin embargo, si bien es cierto que unaAsamblea constituyente puede elaborar la constitución quequiera y el pueblo tiene derecho a aprobar en referéndum laconstitución que desee, el hecho mismo de que seaprecisamente una constitución eso que tienen que aprobar(una constitución y no otra cosa como, por ejemplo, undecreto de suspensión de todos los derechos) impone yaciertas reglas de obligado cumplimiento, reglas que resultaformalmente imposible no respetar en la elaboración decualquier constitución (reglas que tornan jurídicamenteimposibles ciertas decisiones como, por ejemplo, introducirel «derecho constitucional» a condenar inocentes). Delmismo modo, el pueblo puede decidir cambiar laConstitución, desde luego, pero tiene que hacerlorespetando esas mismas reglas, tiene que hacerlo segúnun complicado engranaje y pasando por todos los filtros dela división de poderes, división de poderes en la que algunode ellos tiene que encargarse de asegurar, precisamente,que en ningún caso se viola ninguno de los principios

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El marcode la

Constitución

El filtro de la

divisiónde poderes

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fundamentales a los que nos referíamos más arriba (enúltima instancia algún poder internacional del tipo Tribunalde Derechos Humanos).

Nos encontramos, pues, con que, en último término, loque viene a desempeñar el equivalente al papel del

«método científico» en lo relativo a las cuestiones prácticases, en efecto, la división de poderes. Es evidente que nosomos dioses. Es evidente que nunca podemos estarseguros de no equivocarnos respecto de lo que es justo y loque no (igual que nunca podemos estar seguros de noequivocarnos respecto de lo que es verdad y lo que no).Nadie puede pretender nunca ser un portavoz privilegiadode la razón y, precisamente por eso, el «método» al que lossimples mortales no podemos renunciar en los asuntosprácticos es la división de poderes, es decir, que no existanunca ningún poder cuyas decisiones no estén a su vezsometidas a la autoridad de algún otro poder distinto de él.Ya sabemos que la división de poderes es la columnavertebral del Estado de Derecho. En resumen, de lo que setrata es de que se discuta lo que es justo y lo que esinjusto, es decir, que se legisle sobre esto o lo otro, enunas condiciones en las que quien hace las leyes no sea elque gobierna y tampoco el que juzga. La independenciarecíproca del poder legislativo, el poder ejecutivo y el poderjudicial es un buen marco para garantizar que nadie estélegislando a su favor, es decir, que más que legislando,esté dictando decretos para su propio provecho. Todo estesistema de pesos y contrapesos, toda esta maquinariajurídica por la que tiene que pasar la decisión popular es,en el fondo, un reconocimiento de la soberanía de la ley.Significa, ante todo, que el respaldo popular mayoritario (oincluso unánime) no basta para tener legitimidad, que elpueblo tiene que ser coherente con lo que decide y que esacoherencia tiene sus normas. La democracia tiene queplegarse a las normas del Derecho, está obligada afuncionar en estado de derecho.

108 Educación para la Ciudadanía

La división de poderescomométodo

Pesosy contrapesos

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Hubo un momento en la historia de la humanidad en elque este proyecto político que se plantearon los antiguos

griegos y que consistía en la pretensión de dejar vacío ellugar de la ley fue retomado con una fuerza inusitada. Asíocurrió en 1789, con la Revolución francesa. De pronto, secayó en la cuenta de que había alguien ocupando el lugar delas leyes, el rey Luis XVI. Según lo que hemos visto decir aPlatón, ese alguien estaría cometiendo el más grave delitocontra la ciudad. Ese hombre, decía el revolucionario SaintJust en un famoso discurso, debía ser condenado a muerte,y debía serlo sin necesidad de juicio alguno, pues todohombre tiene derecho a un juicio justo bajo la ley, exceptoaquel que usurpa el lugar de las leyes, aquel que es, en símismo, incompatible con el hecho mismo de que haya leyes.O hay Ley o hay Rey. Así pues, el 21 del enero de 1793,Luis XVI fue guillotinado… para que pudiera haber leyes.

El 26 de agosto de 1789, los representantes del pueblofrancés habían dictado la «Declaración de los Derechos

del Hombre y del Ciudadano». En ese momento, podríamosdecir que la humanidad recogía un guante lanzado a lahistoria hacía muchos siglos por Sócrates y Platón: habíacomenzado, de nuevo, la aventura de la ciudadanía. Sehabía puesto en marcha lo que conocemos como el proyectopolítico de la Ilustración: el proyecto de que sea la razónquien gobierne, de que sean las leyes (las leyes, y no loscaprichos de un rey o los designios de un dios) las quedeterminen lo que debe y no debe ser. Al cortar la cabeza alrey y poner en su lugar la Declaración de los Derechos delHombre y del Ciudadano, la humanidad se comprometía, así,a que todo su edificio político gravitara, en adelante, sobreel lugar de la ciudadanía.

Todas las democracias constitucionales actuales seconsideran herederas de este proyecto ilustrado. Todas

pretenden hundir sus cimientos más profundos en el lugar dela ciudadanía. Actualmente, ese lugar está señalado por elartículo II de la Declaración Universal de los DerechosHumanos, que en su formulación de la ONU de 1948 dice así:

El Estado de Derecho y la división de poderes 109

La Revoluciónfrancesa, 1789

La «Declaraciónde los Derechos

del Hombrey del Ciudadano»

El proyecto ilustrado

y su herencia

4. El proyecto político de la Ilustración

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Toda persona tiene todos los derechos y libertadesproclamados en esta Declaración, sin distinción alguna deraza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o decualquier otra índole, origen nacional o social, posicióneconómica, nacimiento o cualquier otra condición.

Se puede decir, por tanto, que nuestro edificio políticodescansa sobre la convicción de que, antes que pertenecer

a una cultura, una nación, una religión, una condicióneconómica o social, de forma más originaria que aquella por laque hablamos una determinada lengua, tenemos undeterminado sexo o una determinada raza, somos ya otra cosamás fundamental e importante, a saber, somos ciudadanos. Yen tanto que ciudadanos, tenemos determinados derechos queninguna ley puede violar sin entrar en contradicción con sucarácter de ley. Es muy interesante que reparemos en la formatan especial que tiene la Declaración de señalar el lugar de laciudadanía. De alguna manera, el artículo II que acabamos decitar viene a seguir la misma táctica que hemos seguidonosotros hasta aquí, al señalar que el lugar de la ciudadaníaes, ante todo, el lugar de «cualquier otro». En efecto, sipensamos en alguien independientemente de que sea hombre o mujer, negro o blanco, cristiano o musulmán,francés, italiano o persa, rico o pobre, es que estamospensando en cualquiera. ¿Estamos pensando en alguien o ennadie? ¿En nadie o en todos? La formulación de la ONU estremendamente radical a este respecto, porque esa largaenumeración (raza, sexo, idioma, religión…) termina con unetcétera, con un «o cualquier otra condición». Así pues, laDeclaración, esa Declaración que resulta que todas lasconstituciones toman como punto de referencia, deja muy claroque está señalando a una especie de agujero, a una especiede vacío, que no puede ser adornado con nada que quepa enese «etcétera». Se trata en efecto, de ese vacío que tantoasombrara al rey Ciro, de ese agujero en el que se cayera, yahace tanto tiempo, Tales de Mileto. Ahora ya sabemos cómopodemos nombrar el misterioso contenido de ese vacío.Aquello que no depende de la forma en la que se mueven loshombres o las mujeres, o los gallegos o los persas, o los ricoso los pobres, aquello que no depende, en realidad, de nadaque no está subordinado a ninguna condición, que no es el

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La condición de ciudadanos

Un etcétera y un vacío

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engranaje de ninguna maquinaria, de ningún tinglado culturalmontado por la tradición, la costumbre o los prejuicios, eso es,en definitiva, algo que es libre, es, sencillamente, eso a lo quellamamos libertad.

¿Qué debemos concluir de todo ello? Al remitir a losderechos del hombre, los ordenamientos constitucionales loque están haciendo es recordar que en lo alto de toda lapirámide legislativa tiene que instalarse una especie de«nadie», una especie de «vacío». Se trata, en definitiva, derecordar que todo depende de que nadie ocupe el lugar de laley. Que todo se basa en lograr arbitrar un mecanismo (ladivisión de poderes, como hemos visto) que garantice quenadie está usurpando ese lugar. Los revolucionariosfranceses tuvieron muy claro que todo se basaba enrespetar ese imperativo platónico. Dictaron la Declaración delos Derechos del Hombre y del Ciudadano para que, enadelante, sirviera de vara de medir para cualquier cuerpopolítico:

El pueblo francés, convencido de que el olvido o el despreciode los derechos naturales del hombre son las únicas causas de las desgracias de la sociedad, ha resueltoexponer, en una declaración solemne, estos derechosinalienables y sagrados, con el fin de que todos losciudadanos puedan comparar sin cesar los actos delgobierno con el objetivo de toda institución social, nodejándose jamás oprimir ni envilecer por la tiranía; con el fin de que el pueblo tenga siempre delante de los ojos lasbases de su libertad y de su felicidad; el magistrado, la reglade sus deberes; el legislador, el objeto de su misión.(Redacción de 1793)

Yentre los derechos humanos que explicitaron acontinuación, copiaron, prácticamente, la formulación de

Platón:

Artículo 27. Que todo individuo que usurpe la soberaníasea de inmediato muerto por los hombres libres.

El Estado de Derecho y la división de poderes 111

La Libertad

La Declaracióncomo vara de

medir

La formulaciónde Platón

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Ypor si no estuviera suficientemente claro:

Artículo 35. Cuando el gobierno viola los derechos delpueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cadaporción del pueblo, el más sagrado de los derechos y elmás indispensable de los deberes.

Se comprende que el rey apareciera consecuentementecomo un individuo que por su propia naturaleza política

ocupaba el lugar de las leyes. Debía ser condenado a muertepor los hombres libres, por la ciudadanía, y debía serlo, comohemos visto, de inmediato, sin esperar a un juicio.

En estos momentos históricos parecía muy claro que laalternativa entre ciudadanía y monarquía era absoluta. O

república, y entonces ciudadanía, o monarquía, y entoncesservidumbre. Si alguien ocupa el lugar de las leyes es que hadado un golpe de Estado, es que ha esclavizado a la ciudad.El rey era, por definición, algo así como un golpe de Estadopermanente convertido en institución.

Naturalmente, la ingeniería de la división de poderes arbitróalgunas alternativas menos extremistas. En España, por

ejemplo, hemos inventado algunos procedimientos bastantepintorescos para poder tener un rey y un ordenamientoconstitucional al mismo tiempo. Esto, por supuesto, sólo selogra a base de que el rey se someta a la Ley como cualquierotro; o también se le puede situar por encima de la Ley, pero,entonces, a condición de apartarle por completo de las tareasde gobierno, dejándole una función meramente ornamental. Escuestión de gustos decidir luego si al resultado de estaoperación se le puede seguir llamando «rey» con propiedad,pero en cualquier caso es suficiente para dar mucho quehablar a las revistas del corazón.

Podemos llamar «orden republicano» al resultado políticode la división de poderes. Aunque, en realidad, también

112 Educación para la Ciudadanía

El derecho a lainsurrección

El rey y la república

5. El protagonismo de la política: el verdadero anarquismo y elreino de la libertad

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podríamos decir que si la división de poderes fuerarealmente lo que pretende ser (cosa que no suele ocurrir en la realidad) sería la genuina fórmula política del verdaderoanarquismo. Puede que esta afirmación haga reír a muchosque se autodenominan anarquistas, pero es que aquí se produce siempre una importante confusión. Si se acepta,por ejemplo, que en España o en EEUU hay división de poderes, entonces por supuesto que es una tonteríalocalizar ahí la fórmula política del anarquismo. Ahora bien,más tarde nos ocuparemos de mostrar por qué es unaestafa hablar de división de poderes en estos casos. Encambio, si la división de poderes fuera lo que debería ser,sería, en efecto, la fórmula capaz de garantizar que no hayanadie detentando el poder e imponiendo por la fuerza suvoluntad. El imperio de la ley es lo contrario del mundo delas órdenes y la sumisión. «Ni Dios, ni Amo», solían decir losanarquistas. Nosotros hemos llegado exactamente al mismoresultado al hablar de un Estado de Derecho, es decir, deuna sociedad edificada a partir de un «espacio vacío» en elque no se ha instalado ningún trono ni ningún templo. Eselugar vacío no puede ser ocupado por nadie y los hombressólo pueden entrar en él en la medida en que sean capacesde tratarse a sí mismos en tanto que «nadie» o, si se quiere,en tanto que cualquiera, en tanto que cualquier otro.Pretender que el poder legítimo emana de ese espacio vacíoes tanto como decir que nadie tiene derecho a detentar elpoder, nadie excepto cualquiera… La legitimidad emana dela ciudadanía, es decir, de la capacidad que tienen loshombres de instalarse en el lugar de cualquier otro. Yavimos que esa capacidad era ni más ni menos que lalibertad. En este sentido, el orden republicano, al igual queel anarquismo, no hace otra cosa que postular que sólo lalibertad puede tener la legitimidad del poder. La división depoderes no es más que la forma de garantizarconstantemente que el espacio de la ley continúa vacío, queno es usurpado por ningún rey o por ningún dios, es decir,por ningún dictador. Sin un dispositivo político de ese tipo loque tendríamos en el ágora no sería «el anarquismo» másque por un rato. Lo que tendríamos sería un espacio públicopoblado de diosecillos y reyezuelos compitiendo entre sí, ysería sólo cuestión de tiempo el que uno de ellos se

El Estado de Derecho y la división de poderes 113

El orden republicano

y el verdaderoanarquismo

Ni Dios, ni Amo

El reino de la libertad

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impusiera sobre los demás y estableciera una dictadura,edificando ahí un enorme palacio y un enorme templo.Hemos visto, en cambio, que las leyes no son más que lagramática de la libertad. A condición, por supuesto, de quesean verdaderas «leyes» y no órdenes dictatorialesdisfrazadas de leyes. Y hemos visto también que el únicoprocedimiento con el que contamos para distinguir las leyesde las apariencias de ley es precisamente el dispositivo dela división de poderes: un dispositivo capaz de obligar algobernante a someterse a la ley. En realidad, la idea quehemos tomado de Platón y que se plasmó en la constituciónfrancesa de 1793, la idea de que no haya nadie «usurpandoel lugar de la ley», es la idea de que nadie puede ejercer ladictadura. La idea, pues, de un «reino de la libertad».

Esto es lo que en esencia pretendía sacar adelante elproyecto político de la Ilustración. Más tarde tendremos

ocasión de plantear por qué la cosa salió al final tanrematadamente mal y cómo es que, pese a ello, nosempecinamos todos en considerarnos legítimos herederosde ese proyecto. Se trata, en todo caso, tal y comoanunciamos al comienzo, de la aventura más excepcional yenigmática que haya emprendido la humanidad. Cuando losrevolucionarios franceses se pusieron manos a la obra, losnobles y el clero se rasgaron las vestiduras escandalizados,porque les pareció la idea más absurda del mundo.¡Construir una sociedad por medios políticos! ¡Como si unasociedad fuera un artilugio que se pudiera encargar a unaasamblea, como quien encarga que le hagan un zapato oque le monten una cafetera! La idea, en efecto, eratremendamente osada. Unos hombres se sientan alrededorde una mesa, argumentan, contraargumentan, escriben enun papel y luego dicen que ese papel es la Constitución yque la sociedad debe estar constituida según lo que poneahí. Es decir, se trata de que a partir de la razón se decidalo que debe ser la sociedad. ¿De dónde se ha sacado elhombre la idea de que él tiene el poder para construir unasociedad? El hombre puede podar un árbol, pero no puedehacer un árbol, decían los condes, los marqueses, losclérigos. El hombre vive en sociedad, pero no hacesociedades. La sociedad es una obra del tiempo, de la

114 Educación para la Ciudadanía

La Ilustracióny su proyectopolítico

Construir unasociedadpor mediospolíticos

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historia, de la Providencia, es el resultado de milacontecimientos que protagonizaron los ancestros, loshéroes mitológicos, la intervención de los dioses, el azar, lacasualidad, el destino. La verdadera Constitución de unasociedad, se decía, es su tradición, las costumbres, lasnormas, los valores que se han ido consolidando a lo largodel tiempo, generación tras generación. En el marco de latradición, los hombres han llegado a ser bastante libres ybastante felices, decían los reaccionarios. Pero la idea deconstruir una sociedad al margen de la tradición y a partirde la libertad se les antojaba absurda.

Sin embargo, este «absurdo» terminó por ser el punto de referencia de todas las aspiraciones políticas

occidentales. Actualmente, no existe ningún político al quese le ocurra desentenderse públicamente de la idea de unEstado de Derecho. Hoy día nos parece normal la idea deque una Asamblea elabore una Constitución. Nos parecenormal, por tanto, la idea de que se pueda constituir unasociedad por medios políticos. ¿Qué quiere decir esto? Ellosignifica que pretendemos vivir en sociedades edificadaspor la política y vertebradas a partir de la política, lo mismoque antes se vivía en sociedades constituidas por lahistoria y vertebradas por la tradición. La idea de laIlustración es la idea del protagonismo de la política. Laidea de que a partir de la razón y de la libertad es posible,por medios políticos, edificar una sociedad.

El resultado de este proyecto fue pensado desde el primermomento como una república cosmopolita, un orden

republicano universal. Es fácil comprender que la libertad nopuede conformarse con otra cosa y que, en principio, sedebería esforzar siempre en desembocar en este resultadopolítico. Su interés es, como hemos visto, edificar la ciudadtomando como cimiento el lugar de cualquier otro, ese lugaren el que, como se dice en la ONU, todo hombre tienederechos y libertades independientemente de ese largoetcétera que lo diferencia de los demás. Así pues, lalibertad no puede conformarse con las leyes de extranjería.Lo que estaba previsto en el proyecto político de laIlustración no era, por tanto, nuestro mundo actual, un

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La insensataosadía

de la Ilustración

El protagonismo de la política

La repúblicacosmopolita

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mosaico de Estados-Nación protegidos por fronteras,alambradas y leyes de extranjería. Es preciso preguntarsemil y una veces el porqué de este imprevisto que esnuestra realidad contemporánea. Y cómo es que, pese atodo, seguimos considerándonos los herederos de laIlustración.

116 Educación para la Ciudadanía

El resultadoimprevisto

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«La razón –decía Voltaire– es aquello que todos loshombres tienen en común cuando están tranquilos.»El espacio de la ciudadanía necesita de un cierto reposo,pues para hablar, para dialogar, para argumentar, paralegislar, hace falta, antes que nada, un poco de calma:uno no se sienta a charlar en medio de una tempestad.La mitología griega contaba esto de una forma muygráfica.

En el comienzo de los tiempos, Gea, la Tierra, y Urano, elCielo, no hacían otra cosa que copular el uno sobre el

otro. Urano se negaba a separarse de Gea, de tal modo queentre los dos no quedaba ni un solo hueco para nada. Asípues, no había ningún espacio en el que pudieran instalarselas plantas, los animales, los hombres... En definitiva, elmundo mismo era imposible, porque el cuerpo de Urano lotapaba todo. Mientras tanto, el vientre de Gea no paraba deconcebir hijos, hijos y más hijos. Pero ninguno de ellospodía nacer, ya que el pene de Urano bloqueabaconstantemente la salida. Así fue hasta que uno de estoshijos, Cronos, el Tiempo, encontró la solución. Tomó unahoz y, de un sólo tajo, cortó el pene de su padre desde el interior útero de Gea. Muerto de dolor, Urano pegó unsalto y se separó de Gea. Se convirtió así en el Cielo,dejando entre él y la Tierra un gran espacio abierto, al cualsalieron de inmediato todas las criaturas concebidas en elvientre de Gea. Cronos tiró el pene de su padre al océano ydel semen de Urano, al contacto con las aguas, nacióAfrodita, la diosa del amor. Y así fue como se originó el

CAPÍTULO 4. Capitalismo y Ciudadanía

La razóny la tranquilidad

Gea y Urano

Cronos

1. La venganza de Cronos

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Mundo. El Cielo quedó arriba, la Tierra abajo, rodeada delMar. En medio de todo ello, se abría un espaciosuficientemente amplio para todas las criaturas queconocemos.

Pero el Mundo tenía aún un problema que convertía enimposible la vida de los hombres. Cronos, el Tiempo,

destruía inmediatamente todo cuanto pretendía instalarse enese espacio. El Tiempo lo devoraba todo, nada podía echarraíces y permanecer. El mito cuenta esto a su modo,diciendo que Cronos devoraba a sus hijos en cuanto nacíandel vientre de su mujer, Rea. Una profecía decía que Cronostendría un hijo que lo destronaría. Así pues, Cronos devorabaa sus hijos, del mismo modo que cada año, cada día, cadaminuto, cada instante, se consumen en el crisolinmisericorde del Tiempo. En esas condiciones, ningunainstitución podía tenerse en pie. Era como si una tempestadrevolucionaria lo echara todo constantemente abajo. Como siel viento fuese derribando todo cuanto los hombres ibanconstruyendo. El mundo era inhóspito, inhabitable, y todoestaba a la intemperie. Así, era imposible sentarse a hablar,a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible. La vida delos hombres en general era imposible, porque éstos noencontraban nada a lo que agarrarse, ni un altar, ni untótem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la gramáticade la lengua permanecía: todo se lo llevaba el viento.

Rea, entonces, inventó una treta. Parió un hijo y loescondió. En su lugar, le dio a Cronos una piedra

envuelta en un pañal y éste se la tragó sin notar ladiferencia. Rea llevó a su hijo Zeus –que así se llamaba– auna cueva escondida, donde fue criado por los Titanes. Alhacerse mayor, Zeus regresó con el ejército de los Titanes yvenció a Cronos, su padre. A partir de entonces, el Tiempodejó de reinar. El Tiempo seguía pasando, pero ya noreinaba. Así comenzó la era de las instituciones. Los diosesy los hombres pudieron levantar instituciones, edificarpalacios y templos, legislar costumbres y, antes que nada,pudieron ponerse a hablar, a dialogar, porque el viento yano se llevaba la gramática de la lengua. Así fue como sehizo posible la aventura de la ciudadanía.

118 Educación para la Ciudadanía

El reino de Cronos

El triunfo de Zeus

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Nuestras instituciones resisten el tiempo. Desdeentonces el tiempo no reina en este mundo. Es cierto

que a la postre se le deja hacer su obra, pues todotermina por envejecer y por morir, pero esto es sólo acondición de que, mientras tanto, el tiempo hayareconocido que existe una autoridad más alta que él, laautoridad de la razón, la ley y la libertad. Los hombresvivimos en ese «mientras tanto», desplegamos nuestra vidaahí donde el tiempo ha dejado de reinar. Ese conjunto deinstituciones al que llamamos «ciudad» es, pues, unaespecie de antídoto contra el tiempo, una especie demáquina capaz de detener el continuo pasar de las cosas,es decir, un lugar lo suficientemente tranquilo como paraque sea posible sentarse a hablar, a argumentar ycontraargumentar, a dialogar y, también, a pensar. Eldeclinar de Cronos hizo posible el lenguaje y el lenguajetrajo después las leyes y la vida ciudadana.

Ahora bien, los griegos fueron muy conscientes de quepreservar ese espacio vacío para la palabra no era cosa

fácil. Había que construir instituciones capaces de resistirlas fuerzas de la naturaleza y, también, las fuerzas de lahistoria. No hay posibilidad de dialogar tranquilamente enmedio de una tempestad, allí donde la naturaleza semuestra tan hostil que hay que estar constantementedefendiéndose de ella. Tampoco es posible el diálogo enmitad de una batalla, una guerra o una invasión. El espaciovacío de la ciudadanía tiene que estar protegido de lasfuerzas incontrolables de la naturaleza y de la historia. Paraque en el centro de las ciudades hubiera un espacio vacío(al que acudir todos los días «para engañarse unos a otrosbajo juramento»), había que construir una muralla alrededorde la ciudad. Una muralla lo suficientemente sólida pararesistir las embestidas del permanente tsunami de lasfuerzas naturales e históricas.

De todos modos, conviene advertir entre paréntesis queel espacio de la ciudadanía griega fue siempre muy

defectuoso. En primer lugar, sólo era posible mantenerlogracias a la esclavitud. En segundo lugar, el espacio de laciudadanía estaba vedado a las mujeres. En suma, la

Capitalismo y Ciudadanía 119

Las institucionesy la ciudad

Un antídotocontra

el tiempo

Las murallas de la ciudad

Los esclavos

Las mujeres

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política, la vida ciudadana, era cosa de cuatro gatos. Peroademás de todo ello, ya advertimos desde el principio elinmenso desprecio que le inspiraba a Sócrates el espaciogriego de la ciudadanía. Ya vimos que el motivo de esedesprecio era el inverso al de Ciro, el rey de los persas.Para Ciro, el centro de las ciudades estaba demasiadovacío. Para Sócrates, en cambio, siempre estabademasiado lleno.

Sea como sea, Grecia sucumbió a las fuerzas de lahistoria. Y, en un cierto sentido, se puede decir que el

tsunami histórico no volvió a dejar a los hombres losuficientemente tranquilos como para desenvolver una vida ciudadana. Durante siglos y siglos, el centro de lasciudades vino a ser ocupado por templos y por tronos.

Así ocurrió, como hemos visto, hasta los tiempos de lasrevoluciones que marcaron el inicio de la sociedad

moderna, cuando el proyecto político de la Ilustración seempeñó, lo mismo que habían hecho Sócrates y Platón, enhacer gravitar la sociedad en torno a la razón y la libertad.Esta vez se trató de un impulso político incontenible, queconmocionó el planeta de arriba abajo. Los más grandesfilósofos, como Montesquieu, Diderot, Rousseau,Condorcet, Lessing, Kant, Hegel o Schelling, celebraron enesta época el triunfo de la libertad y la razón. «Desde que elsol está en el firmamento y los planetas giran en torno a él–decía Hegel–, no se había visto que el hombre se apoyasesobre su cabeza, esto es, sobre el pensamiento, y edificasela realidad conforme a la razón.» Esta vez parecía que lahumanidad entera se había comprometido con el proyectopolítico de un Estado de Derecho y que ya nada podríafrenarla en este empeño. Era la victoria definitiva de Zeus:una asamblea legislativa, con la Declaración de DerechosHumanos como punto de partida, elabora una constitución yobliga a todo el cuerpo social a acomodarse a lasexigencias de la ley. El espacio de la ciudadanía parecía así,por primera vez, contar con instituciones suficientementepoderosas para resistir los embates de la historia. Yahemos visto en el capítulo anterior cuál era la fórmula política que este nuevo Zeus brindaba ahora a la

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El declinarde Grecia

La Ilustracióncomo herenciade Sócrates

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humanidad: un aparato de Estado con división de poderes,capaz de poner las cosas en estado de derecho. Capaz, poruna parte, de garantizar que nadie usurpara el lugar de lasleyes y, por otra, de ser lo suficientemente fuerte paraproteger ese «espacio vacío», el «espacio tranquilo de lavida ciudadana», de las embestidas de la historia y de lanaturaleza.

Ysin embargo, como vamos a ver en seguida, lo que seavecinaba en realidad era un desastre sin precedentes.

Por expresarlo como en el mito, podríamos decir que, justoen el momento en que la Humanidad celebraba la victoriadefinitiva de Zeus –la consolidación de un reino de laciudadanía–, Cronos iniciaba su más potente y despiadadocontraataque. Cuando se nos cuenta la formación de losEstados modernos, se nos suele contar, en efecto, lapelícula del sufragio universal, de la democraciaconstitucional y del Estado de Derecho. Pero al mismotiempo que todas estas cosas, la humanidad se veíaenvuelta en otra película mucho más comprometida, unapelícula que, así, en el lenguaje de Hollywood, podríahaberse llamado, por ejemplo, Cronos, 2.a parte: lavenganza.

Podría llamarse, también, La resurrección de Cronos,porque, en efecto, de eso se trató: justo cuando todo

parecía ya preparado para hacer de la política la granprotagonista de la aventura humana, Cronos renació y sealzó imponente en el centro mismo del espacio ciudadano.Y así fue como en lugar de Ilustración tuvimos capitalismo.

Existen muchos motivos por los que esta comparación delcapitalismo con Cronos resulta oportuna. Uno de los

más grandes historiadores contemporáneos, InmanuelWallerstein, tras escribir una obra monumental sobre lahistoria del capitalismo, concluía diciendo que se tratabadel sistema más absurdo que ha conocido la humanidad.«Cuanto más vueltas le doy –decía–, más absurdo me

Capitalismo y Ciudadanía 121

Zeus consolidasu victoria

La resurrecciónde Cronos

El ágoray el mercado

2. El capitalismo

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parece.» El capitalismo es un sistema en el que se producemás para producir más. Se acumula capital para acumularmás capital. Los capitalistas son como ratones en unarueda, que corren más deprisa a fin de correr aún másdeprisa. En efecto, cada empresa se esfuerza porimponerse a la competencia, aumentando su ritmo deproducción, haciendo trabajar más deprisa y másintensamente a sus trabajadores, intentando conquistar lamayor cantidad de mercado posible para sus productos.Mientras tanto, todas las otras empresas estánembarcadas en la misma carrera. Todo el mundo producemás para no perder mercado, resistir la competencia y serel último en quebrar, es decir, para poder seguirproduciendo más y más indefinidamente. El sistema es tanabsurdo que su mayor problema acaba siendo lasobreproducción. El capitalismo vive continuamente bajo laamenaza de la crisis económica. Pero no porque faltenproductos, sino porque sobran. Se trata de una situaciónque, humanamente hablando, es disparatada. ¿Cuándo hasido, en efecto, un problema para el hombre que sobreriqueza? Sin embargo, lo es, y muy grave, bajo elcapitalismo. Así por ejemplo, durante la crisis económica delos años ochenta, las vacas gallegas se alimentaron de mantequilla. Una cosa bastante absurda, porque lamantequilla sale de las vacas y cuesta mucho trabajo ymucho esfuerzo producirla. Ahora bien, cuando lasempresas capitalistas han producido más mantequilla de laque es posible vender, no hay muchas alternativas. Regalarla mantequilla sería tirar piedras contra el propio tejado,porque cuanta más mantequilla tenga la gente, menos aúnla comprará. Pareció una buena idea dársela a las vacasporque ellas, al contrario, por ejemplo, que los niños pobresde Sudán, no son clientes potenciales en el mercado. Asíengordaban rápidamente y producían mucha más leche conla que fabricar más y más mantequilla, todo ello con laesperanza de resistir sin quebrar la crisis económica delsector. Lo mismo ocurrió en otros muchos sectores, en losastilleros, en la siderurgia, en la agricultura en general. EnCanarias tiraban por los acantilados toneladas y toneladasde plátanos y tomates que no se podían vender. Mientrastanto, por supuesto, multitud de pequeños fabricantes

122 Educación para la Ciudadanía

El capitalismoes insaciable

La sobreproduccióny la crisis

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quebraron sin remedio, grandes empresas tuvieron quecerrar o reducir su plantilla, el paro aumentó, la miseria seincrementó; fue un desastre humano muy grande: el parotrajo desesperanza, depresión, degradación, millares dejóvenes se engancharon a la heroína… en muchos casos latragedia familiar que se desencadenó no tenía límites. Elproblema era que la economía estaba enferma: sobrabamantequilla. Sobraban incluso misiles: había ya suficientespara destruir el mundo, no una sino mil veces. La economíacapitalista padece enfermedades que no tienen nada quever con las de los hombres. A los hombres les viene bien lamantequilla y cuanta más mejor. Al capitalismo no. Si a unaempresa privada le sobra mantequilla, puede resultarlefatal. Y además, el único remedio eficaz para los males delcapitalismo consiste siempre en fabricar más y más y más.Imponerse a la competencia, copar el mercado, resistir lascrisis. Al ser humano, cuando le sobra riqueza, le parecelógico pararse a descansar. Al capitalismo no: que sobreriqueza en el mercado es un grave problema que sólo tieneuna solución, producir aún más riqueza y de forma másacelerada, aunque para ello haya que dejar exhausta a lapoblación. Los capitalistas, en efecto, son como ratonesque corren en la rueda cada vez más deprisa, justamentepara correr aún más deprisa. Al capitalismo, el presentesiempre le sabe a poco. Del mismo modo que Cronosnunca se saciaba devorando a sus hijos, el capitalismodevora etapas y etapas aunque para ello tenga que devorartambién a los hombres que le son contemporáneos.

El capitalismo es como un tren sin frenos que se aceleracada vez más. Camina, sin duda, hacia al abismo. Pero

este abismo no es, como muchos marxistas imaginaron, sufin inevitable, que dará paso al socialismo. No, elcapitalismo rueda vertiginosamente hacia el agotamiento delos recursos ecológicos, hacia la destrucción de esteplaneta, que sobrevendrá quizá con rapidez, por undesastre nuclear, o quizá más gradualmente, por unaquiebra ecológica irreversible. Sería un gravísimo error, portanto, comparar la revolución comunista con un tren enmarcha o con un motor capaz de acelerar las fuerzas de lahistoria. Estas metáforas fueron una de las más grandes

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Como ratones que corren

en unarueda

Un tren sin frenos

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meteduras de pata de la tradición marxista. En realidad estodo lo contrario, tal como señaló hace ya mucho tiempo unfilósofo marxista llamado Benjamin: lo que está fuera decontrol es, precisamente, el capitalismo, y el socialismo noes otra cosa que el freno de emergencia. Es la únicaesperanza que le queda a la humanidad para pararle lospies al capitalismo.

Recientemente, Terry Eagleton, un marxista inglés muyperspicaz, ha insistido con mucha razón en que, hoy día,

hace falta ser muy radical y extremista para defender elcapitalismo. En comparación, el comunismo parece másbien cosa de gente sensata y moderada. Ya no se trata debuscar el paraíso o la utopía, a fuerza de acelerarinsensatamente las fuerzas de la historia. La mayor fuerzahistórica es, precisamente, el capitalismo, y ya se encarga

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El socialismoes el freno de emergencia

Radicales ymoderados

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él de acelerarlo todo. Lo que reclama el comunismo es unpoco de tranquilidad: lo que reclama es que se nos permitaparar. El capitalismo no puede detenerse: para no quebrarmañana, necesita producir al máximo hoy. El crecimientoeconómico es una imposición de la economía capitalista ypara potenciarlo no se repara en medios humanos yecológicos. La humanidad se encuentra así embarcada enun ritmo productivo criminal y suicida. Criminal, porque parapreservar su crecimiento económico las grandes potenciasno han dudado en explotar países, esquilmar continentes,colonizar pueblos, asfixiar economías independientes, hastaconvertir este planeta en esa especie de Tercer Mundointernacional en el que nos encontramos. Y suicida, porquehasta un niño sabría sacar las cuentas del desastre.Sabemos que, actualmente, el planeta corre ya gravepeligro ecológico. Sin embargo, los que vivimos «a niveleuropeo» somos, apenas, un veinte por ciento de lahumanidad, un veinte por ciento que consume el ochentapor ciento de los recursos gastados en el planeta. Hay2.000 millones de personas viviendo en la extremapobreza. Llevamos más de cincuenta años considerandoque el Tercer Mundo en general está «en vías dedesarrollo». Aunque, en realidad, no hacía falta más quehaber sumado dos y dos para haber descubierto hace yamucho que esto no podía ser más que un chiste de malgusto. Si el restante ochenta por ciento de la poblaciónmundial se «desarrollara» hasta alcanzar niveles deproducción y consumo cercanos al europeo, es fácilimaginar lo que sería del planeta y todos sus habitantes.

Este «desarrollo» europeo es, pues, como vemos, una deesas cosas incompatibles con la forma de ley. En efecto,

se trata de algo que es imposible querer que se produzcaen condiciones tales que cualquier otro pueda, si quiere,hacer lo mismo. El planeta, sencillamente, no da de sí losuficiente para que cualquier otro pueda explotar recursosnaturales y mantener el nivel de despilfarro de los países«desarrollados».

La objeción definitiva contra el capitalismo es que se tratade un modo de producción que no puede detenerse, que

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El derecho a parar

Un ritmo criminaly suicida

El mito de los paí-ses en

«vías de desarrollo»

El planeta no da de sí

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no puede, ni siquiera, aflojar la marcha, buscar un ritmosostenible de producción. Es esto lo que convierte alsocialismo y al comunismo en la única solución posiblepara la humanidad. La propaganda occidental manejósiempre el tópico de que las economías socialistas no erancompetitivas y consideró esto una gran objeción contra elcomunismo. Ahora las cosas están más claras: lo buenoque tiene el comunismo es, precisamente, que no tienepor qué ser competitivo. Que no tiene por qué exprimirtodas las fuerzas de la humanidad en un ritmo productivovertiginoso y suicida. El comunismo puede permitirse elcrecimiento cero, incluso el crecimiento negativo. Puedepermitirse, también, reducir la jornada laboral en la mismaproporción que la tecnología y la maquinaria aumentan la productividad. Ganar tiempo, por tanto, para el ocio, parala política, el arte, el descanso y el sexo. En este sentido,el socialista francés Paul Lafargue –yerno de Marx– serefería al comunismo como el ejercicio del derecho a lapereza que asiste a la humanidad.

Así pues, los comunistas no son revolucionarios porquequieran revolucionarlo todo. Son revolucionarios en el

plano de la economía, porque quieren poner fuera de juegouna economía demencial y absurda, una economíarevolucionaria que no es capaz de dejar al hombre unminuto de tranquilidad. Lo que ocurre es que para ponerfuera de juego el capitalismo hace falta, sin duda, unarevolución, pues los capitalistas no se dejan arrancar sinviolencia sus privilegios. Pero eso no debe confundirnos: losrevolucionarios, los partidarios de la revolución permanenteson ellos, no los comunistas. Como dice Eagleton, loscomunistas son gente moderada y sensata que pide cosasque, después de todo, son muy de sentido común; no esnada descabellado, por ejemplo, exigir que todo el mundotenga agua potable y comida suficiente. Por el contrario,hace falta realmente ser muy extremista y muy radical paradefender un sistema capitalista global en el que resultanormal que el jugador de baloncesto Michael Jordan llegaraa cobrar por anunciar las zapatillas Nike más dinero del quese había empleado en el pago de salarios en todo elcomplejo industrial del sureste asiático que las fabrica.

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El crecimientoceroo negativo

El derecho a lapereza

El capitalismo es laverdaderarevoluciónpermanente

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Pues bien: contra lo que pretenden las doctrinasneoliberales, esta revolución permanente a la que el

capitalismo somete a la humanidad es el mayor enemigode la ciudadanía. El capitalismo es un nuevo Cronos, muchomás insaciable y temible que el anterior, porque caminaincluso hacia su propia destrucción.

Ahora estamos en condiciones de abordar las causas deltan cacareado fracaso de la Ilustración. Porque ¿triunfó,

entonces, o fracasó el proyecto político de la Ilustración?¿Se hicieron realidad, a partir de los acontecimientos de laRevolución francesa, las esperanzas que Sócrates y Platónhabían puesto en la ciudadanía? Así habría sido, en efecto,si el mundo actual fuera un mundo en «Estado de Derecho»,edificado a partir de ese «lugar vacío» al que hemos llamado«el lugar de cualquier otro», ese lugar al que alude también elartículo II de la Declaración Universal de los DerechosHumanos. Está claro que no sólo no es así, sino que, encierto modo, tenemos todo lo contrario. Lo que tenemos noes una república cosmopolita protagonizada por la acciónpolítica de los hombres y las mujeres. Tenemos, por elcontrario, un mundo globalizado en el plano económico,donde la política tiene un papel casi ridículo comparado conel permanente tsunami de las subidas y bajadas de la Bolsa.

La mejor forma de constatar este radical fracaso de laIlustración es comprobar el patético papel que hoy

cumple en el mundo la Asamblea General de las NacionesUnidas. Tenemos ahí una asamblea constituida porinterlocutores de todos los países que supuestamente sehan puesto de acuerdo en una lista de derechos que sedeben tener independientemente de cualquier consideraciónnacional, racial, política, etc., y que están decididos adiscutir a partir de ese acuerdo fundamental. Ahí es dondedeberíamos poder localizar ese lugar vacío en el quecualquiera pudiera reivindicar sus derechos en tanto queciudadano. Ahora bien, la ONU apenas tiene ningún poderen el mundo actual. Y la Declaración Universal de los

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El nuevo Cronos

El fracaso delproyecto

político de laIlustración

La globalizacióneconómica, en

lugar de laRepública

cosmopolita

La ONU

3. El fracaso de la Ilustración: las teorías del «reverso tenebroso»

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Derechos Humanos, a partir de la cual la ONU debería estarenderezando el curso político del planeta, no es más queun papel mojado que unas cuantas ONG se dedican apasear por aquí y por allá. Nada puede ser más ilustrativodel fracaso de la Ilustración que el contemplar cómo lasalvaguarda de los derechos humanos ha quedado enmanos de organizaciones que, precisamente, secaracterizan por ser «no gubernamentales», es decir, por notener ningún poder. No es extraño, pues, que a los pobresmortales que habitan esta carnicería en la que se haconvertido el planeta, los derechos humanos les vengan,por lo habitual, demasiado tarde. Para gran parte de lapoblación mundial, eso de los derechos humanos es algoque se recuerda que tenías cuando ya estás muerto.Durante toda la segunda mitad del siglo XX ése fue el ordennormal de los acontecimientos: las dictaduras iban llenandode cadáveres las fosas comunes y luego llegaban las ONGa certificar que los huesos pertenecían a seres humanoscolmados de derechos. Las dictaduras administraban larealidad; la Ilustración, los lamentos.

Al final, en lugar de una república cosmopolita, en la quetodo el mundo pudiera exigir sus derechos en tanto

que ciudadano, lo que tenemos es un panorama políticointernacional demencial, una especie de guerra civilgeneralizada, un mosaico de Estados-Nación cada vez más balcanizados en una realidad global de multinacionales,es decir, de gigantes privados que no atienden a ningunaautoridad política, y mucho menos, por supuesto, a lapatética autoridad de la ONU. Todo ello, además, en unmundo surcado de alambradas y de leyes de extranjería,en el que en vano puede uno clamar por que se le tratecomo a «cualquier otro». Al otro lado de la valla de Melillasiempre serás un negro senegalés o un moro marroquí, seinvestigará si se te puede deportar a Camerún o a Nigeria,y en todo caso se te dejará muy claro que para entrar en elespacio de la ciudadanía española hay que comenzar porser español.

¿Cómo diagnosticar entonces las causas de este extrañodesfase entre lo que debería haber sido y lo que es en

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Las ONG

La crudarealidad

Fronteras,alambradas yleyesde extranjería

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realidad? Desde que la humanidad celebró con entusiasmoel triunfo de la razón, dictando la Declaración de losDerechos del Hombre y comprometiéndose con el ordenconstitucional de una vida ciudadana, las cosas no hanparado de salir al revés de lo esperado. Y eso en un mundoen el que las más grandes potencias se consideran a símismas con orgullo «Estados de Derecho» firmes yconsolidados. El proyecto político de la Ilustración era elproyecto de constituir una realidad en estado de derecho, el proyecto de edificar una sociedad por medios políticos apartir de la razón y de la libertad. Y de hecho, esto es loque pretenden haber conseguido los Estados europeos y losEstados Unidos; en realidad, la mayor parte de los Estadosdel mundo pretenden ahora ser un Estado de Derecho.Hasta la Colombia de Uribe (el ídolo de los paramilitaresmás asesinos y canallas) ha sido visitada por Letizia Ortiz yel príncipe, siguiendo el protocolo de quien visita un Estadode Derecho. La realidad a lo largo y ancho del planeta es,sin embargo, un panorama político sobrecogedor, en el quehemos desembocado tras recorrer el camino histórico de uncolonialismo genocida, dos guerras mundiales, una guerrafría, una barbarie económica que ha devastado continentesenteros; un mundo al borde del colapso nuclear, delagotamiento ecológico y, probablemente, de una nuevaguerra mundial.

Sin querer nunca reparar en el capitalismo, muchosfilósofos e intelectuales se han hecho famosos a fuerza

de preguntarse perplejos por qué ocurrirá estoprecisamente en la época en que la humanidad hacelebrado con más presunción el reinado del derecho, larazón y la libertad. Como han sido más que nada filósofos eintelectuales anticomunistas (aunque a veces pretenden locontrario), no quieren ni oír hablar de la responsabilidad delcapitalismo en todo esto. Así pues, se empeñaban en darlevueltas y vueltas al asunto de la Ilustración, buscándoletres pies al gato.

Todo menos reconocer que este desastre sin igual en elque hemos desembocado es efecto del capitalismo.

Puesto que el capitalismo se pretendía efecto del programa

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Mito y realidaddel

Estadode Derecho

Un supuestoenigma

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ilustrado, la culpa de sus efectos la tenía que tener elpropio programa político de la Ilustración. En consecuencia,había que aprender a descubrir un lado oscuro de la figurade Sócrates, un reverso tenebroso de eso que hemosheredado de Grecia, de eso a lo que solemos llamar la«razón occidental». Incluso la Declaración Universal de losDerechos Humanos se convierte así en sospechosa, comosi, paradójicamente, se tratase de un instrumentoimperialista del mundo occidental, en su afán de imponersesobre todos los pueblos de la tierra. Tirando por estecamino, Grecia no habría descubierto lo universal, sino unparticular imperialista y prepotente. Y desde entonces,habríamos estado llamando razón a lo que no era si no lapalabra del más fuerte. Según este sagaz diagnóstico, lacausa de todos los males del mundo sería el totalitarismode la razón occidental y, consiguientemente, el únicoremedio posible consiste básicamente en predicar losvalores de la diferencia, el multiculturalismo, el relativismo,etcétera (como si la razón fuese en algún sentido enemigade las diferencias y no, como es el caso, enemiga sólo delos crímenes y, por lo tanto, sólo de esas «diferencias»incompatibles por principio con la forma de ley).

Hay que detenerse un minuto en la gran pregunta con laque estos intelectuales y filósofos se han ganado los

cuartos durante la segunda mitad del siglo XX: ¿cómo esque nuestra edad contemporánea comenzó dictando laDeclaración Universal de los Derechos Humanos y, nadamás dictarla, puso a funcionar la guillotina, de forma cadavez más y más inquietante, hasta desembocar nada más ynada menos que en Auschwitz? ¿Hasta qué punto Auschwitzy nosotros somos, en el fondo, lo mismo? Estas piruetas deintelectual han tenido mucho éxito, pero son una completaestafa. Pese a que siempre corriera la sangre, la guillotinaha desempeñado papeles muy distintos que nada tienen quever entre sí. Esto no es tan difícil de entender. Al principio,se utilizó la guillotina para evitar que alguien pudiera usurpar el lugar de las leyes, es decir, para preservar un espacio enel que la ciudadanía pudiera hacerse con el poder. Auschwitzno es el final de todo eso, obviamente. Auschwitz fue unamanera que inventaron los nazis para exterminar judíos,

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¿El lado oscuro?

¿El reversotenebroso?

¿El totalitarismode la razón?

El relativismo

De la guillotinaa Auschwitz

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comunistas, gitanos y homosexuales. El nazismo y elfascismo no fueron un inquietante reverso tenebroso denuestra bendita razón occidental. El asunto es mucho másfácil de entender que todo eso. El fascismo y el nazismofueron los instrumentos de los que se valió el capitalismopara deshacerse del espacio de la ciudadanía en unmomento muy crítico, en el que se corría demasiado riesgode que la ciudadanía se decidiera por el comunismo comosistema de producción y organización social. El capitalismotolera la condición ciudadana de sus proletarios mientras nola utilicen para volverse comunistas. Y si hay que elegirentre sacrificar el capitalismo o sacrificar la ciudadanía, sesacrifica la ciudadanía. En principio, el fascismo y elnacionalsocialismo fueron tolerados y aplaudidos por lasgrandes potencias democráticas: se trataba de dejarleshacer para que acabaran con el comunismo, luego ya severía. Hitler fue alentado y financiado por los grandesempresarios estadounidenses mientras cupo la esperanzade que invadiera la URSS. Más tarde, durante toda laSegunda Guerra Mundial, las grandes empresasestadounidenses (Ford, IBM, General Motors, Coca-Cola)siguieron haciendo negocios con Hitler. No sólo se tratabade ganar la guerra contra él. Se trataba, también, de darletiempo para acabar con la Unión Soviética. Se han contadotantas y tantas mentiras sobre todo esto que no es posibleponer algo de orden en pocas líneas (existe un libro muyrecomendable sobre el tema: El mito de la guerra buena, deJ. R. Pawels, Hiru, 2002). Pero sea como sea, la pretensiónde que ahí se libró una batalla entre la democracia y eltotalitarismo es absurda. El fascismo y el nazismo fueronfinanciados por las más grandes fortunas como un últimorecurso contra la amenaza de una ciudadanía que habíaempezado a votar a los comunistas. En España, el golpe deEstado contra el orden republicano fue pagado a toca tejapor los más poderosos capitalistas, como, por ejemplo, JuanMarch. Aquí no hay ningún reverso tenebroso de algo asícomo la razón occidental o la ciudadanía de la Ilustración. Loúnico que hay es mucho dinero para matar comunistas y anarquistas. Naturalmente no es fácil matar comunistas oanarquistas en masa y con mucho dinero sin salirse de loslímites constitucionales. Eso siempre hay que hacerlo en

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El fascismoy el

nazismo

Hitler

Un instrumentopara acabar

con elanticapitalismo

España, 1936

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una especie de más allá de la ciudadanía. Luego, másadelante, cuando el fascismo haya cumplido su papel, sepodrá regresar al más acá de la democracia. Éste fue elguión que tenían en la cabeza los capitalistas europeos yamericanos allá por los años treinta, y ése fue más o menosel guión que se siguió hasta el final de la Segunda GuerraMundial. El único contratiempo fue que, al final, no se hizoposible continuar la guerra contra la URSS, pues todo elmundo había salido demasiado maltrecho del experimento.Con todo y con eso, tras el desembarco de Normandía,algunos generales americanos e ingleses eran partidarios defirmar una alianza con lo que quedaba del ejército nazi ydeclarar la guerra a la Unión Soviética. Luego vino la Guerra Fría.

Pero no, según estos avispados intelectuales (ladesdichada herencia de la llamada «Escuela de Frankfurt»)

la situación criminal, genocida, absurda e injusta en la queactualmente se encuentra el planeta sería consecuencia deuna especie de ambigüedad fatal o de reverso tenebroso queacechaba escondido en eso que desde el principio hemosvenido llamando «lugar de cualquier otro», «razón» o«libertad», un reverso tenebroso de ese lugar vacío en el quehemos anclado la aventura de la ciudadanía.

Se trata de una hipótesis seductora porque, al menos en unprimer vistazo, da la impresión de que las piezas encajan.

Probablemente, el propio Bush estaría satisfecho deconsiderarse a sí mismo la culminación de la aventura de laciudadanía occidental, la encarnación de la razón y la libertad.Estamos muy escarmentados respecto de todos aquellos quepretenden estar en posesión de la verdad y la justicia. Lacarrera bélica que emprendió EEUU tras el 11-S, al invadirAfganistán e Irak y hundir este planeta en la ignominia actual,comenzó autodenominándose «Justicia infinita»; más tardepasó a llamarse «Libertad duradera»; mañana quién sabe sise llamará «Razón occidental» o «Verdad universal».

Ahora bien, todos estos análisis olvidan que, por muchoque Bush y sus compinches se consideren la punta de

lanza de la razón occidental, no conquistan el mundo con

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Más allá de lademocracia

Las hipótesisdel reversotenebroso dela razón

El evangeliode Bush

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razones, sino con bombas. Esta ingeniosa «teoría delreverso tenebroso de la Ilustración» (con la que no pocossinvergüenzas se han hecho famosos filósofos eintelectuales) es, en realidad, una completa estafa. Se tratade un pésimo diagnóstico de lo que está pasando y de loque viene pasando desde los tiempos de la Revoluciónfrancesa.

Lo que realmente ocurrió es que, al mismo tiempo que seabría un espacio vacío en el centro de la sociedad,

desalojando de ahí el trono o el templo, lo que se instalabaen su lugar no era sólo una asamblea. Al mismo tiempo, enel centro de la ciudad, en el ágora, se instalaba el mercado.Es cierto que el mercado siempre había estado ahí. No sólolos ciudadanos iban al centro de la ciudad a discutir ydialogar en la Asamblea. Allí había también un mercado alque acudían los comerciantes y sus clientes para comprar yvender. Por eso, ya desde el principio advertimos que eseespacio vacío que tanto despreciaba el rey Ciro, ese espacioal que acudían los griegos a engañarse unos a otros bajojuramento, podía ser o bien la Asamblea o bien el Mercado.Ahora bien, en los tiempos de la Revolución francesa, eso alo que llamamos Mercado había sufrido ya unatransformación radical. Ya no se trataba de un recinto en elcentro de la ciudad al que se acudía para intercambiarproductos o adquirir mercancías que los comerciantestraían de mundos lejanos. Ya no se trataba sólo delcomercio, sino de otra realidad económica que, enadelante, se iba a convertir en el verdadero centro degravedad de la sociedad moderna: el Capitalismo.

El capitalismo no es sólo un sistema de intercambio demercancías: es un sistema para producirlas. Este

sistema no logró imponerse históricamente hasta que lamayor parte de la población se vio obligada a sobrevivir através del mercado de trabajo. Fue este un proceso queduró varios siglos, que se impuso mediante la violencia,

Capitalismo y Ciudadanía 133

Una imposturaintelectual

El ágora

La asamblea y el mercado

Del comercioal capitalismo

El mercado detrabajo

4. Ágora y Mercado: el cumplimiento mercantil delprograma ilustrado

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haciendo correr mucha sangre y haciendo pasar muchahambre a la población. Hasta que finalmente, ya en lasegunda mitad del siglo XIX, se había consolidado, por todoel mundo, un verdadero mercado de trabajo. Había nacidouna nueva clase social: el proletariado. Pero el proletariadono es sólo una clase social, entendido como un grupohumano muy numeroso. Se trata más bien de una condiciónvital, una condición en la que la humanidad se ha vistoabocada a existir, a subsistir, a vivir. Un proletario es unapersona que no puede sobrevivir sin pasar por el mercadode trabajo.

La razón de ello es muy simple: un proletario es unapersona que carece de medios de producción. La

condición de proletario consiste precisamente en eso: encarecer de condiciones para trabajar por cuenta propia, en estar, por lo tanto, abocado a ser empleado o contratadopor alguien que sea propietario de medios de producción.Mientras la población fue fundamentalmente campesina, mientras la gente tuvo a su alcance un pedazo detierra para cultivar y subsistir, por muy pobremente que fuera,no hubo mercados de trabajo. Por eso, el proceso históricoque dio lugar al mercado de trabajo fue, fundamentalmente,un proceso por el cual a la población le fue expropiada latierra. Luego nos ocuparemos de la naturaleza de esteproceso por el que, gradualmente, el conjunto de lapoblación dejó de depender directamente de la agricultura,la ganadería y la pesca, y comenzó a depender del mercadode trabajo, al mismo tiempo que, como es lógico, el campose iba despoblando y las grandes ciudades crecían sincesar hasta convertirse en gigantes urbanosdesmesurados. México DF tiene más de dieciocho millonesde habitantes. El Cairo se calcula que dieciséis. Madrid, sicontamos los barrios obreros y las ciudades dormitorio,más de siete millones. Lo que caracteriza a un obrero de laciudad, a un proletario, es que, al contrario de lo que sueleocurrirle al campesino, por pobre que éste sea, el obrero notiene ningún medio que le permita producir ni para la máselemental subsistencia. No se puede recoger trigo entre losadoquines o plantar cuatro zanahorias en el asfalto. Elobrero carece de medios de producción de forma absoluta.

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El nacimientodel proletariado

Carecer demediosde producción

El crecimientode las ciudades

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Lo único que posee es su fuerza para trabajar. Y por esoacude al mercado, con la esperanza de que alguien lecontratará. Fue así como la mayor parte de la población sevio un buen día abocada a pasar por el mercado laboralpara poder subsistir.

Esta proletarización de la humanidad fue la condiciónsine qua non del capitalismo. En virtud de ella, la

población mundial empezó a depender a vida o muerte detodo aquello que el capitalismo mismo llevaba consigo, esdecir, de sus necesidades, de sus problemas y de suforma de solucionarlos. En efecto, tiene sus propiasrazones, y como ya hemos visto en algunos ejemplos,éstas no tienen por qué coincidir con las razones de loshombres. Muchas veces, lo que para la economíacapitalista es un problema, para los hombres sería unabuena solución, y lo que para ella es la solución resultaser para los hombres su mayor problema. No hay más quefijarse en los planes de ajuste que el Fondo MonetarioInternacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) van predicandoe imponiendo a los países «en vías de desarrollo». Así,como por casualidad, ocurre siempre que las medidas queestos organismos proponen para «sanear las economíasnacionales» son siempre aquellas medidas que exigen unsacrificio más costoso a la población. Hace décadastodavía había quien se creía que tanto sacrificio acabaríapor compensar. Hoy día ya no hay quien se crea esecuento. Está completamente claro que una economía sanaes perfectamente compatible con una sociedadmuriéndose de hambre. En realidad, los hechos handemostrado casi sin excepción que esas recetas, cuantomás mejoran la salud de la economía, más enferman a loshombres que la protagonizan. Parafraseando a Pascal,podría decirse que el capitalismo, en efecto, «tiene razonesque la razón no conoce».

Ahora bien, una vez consolidada la proletarización de lahumanidad, el ser humano ya no puede desentenderse

de la forma en la que el capitalismo impone sus problemasy exige sus soluciones. Ya sabemos la razón de estanecesaria servidumbre hacia el capitalismo: una población

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Las razones delcapitalismo

y las razonesde los hombres

La saludde la economía

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proletarizada carece de medios de producción y, por tanto,está vendida a vida o muerte a la dinámica del capitalismo,que se le impone como un destino inescrutable. Elcapitalismo gestiona los medios de producción que lapoblación en general necesita para producir y subsistir. Laeconomía capitalista respira a través del mercado detrabajo, enfriándose y calentándose, expandiéndose ycontrayéndose. Y los seres humanos que dependen delmercado de trabajo para subsistir hace ya mucho que seacostumbraron a que estos ciclos fueran como losterremotos y los volcanes, o en el mejor de los casos,como las borrascas y los anticiclones, una realidad que nose puede cambiar y que sucede cuando tiene que suceder,sin preguntar a nadie su opinión.

AKarl Marx se lo conoce normalmente como el autor delManifiesto comunista, pero, en realidad, lo que él se

pasó toda la vida estudiando fueron las leyes internas delsistema de producción capitalista. De hecho, su obra másimportante no se llama El comunismo; se llama El capital.Marx descubrió que, en efecto, la economía capitalistatiene sus propias necesidades, sus propias razones, suspropios problemas y sus propias soluciones. Llegó,además, a la conclusión de que esas necesidades, razones,problemas y soluciones solían ser demasiado a menudocontrarias a las necesidades que los hombres suelen tener,ajenas a todo aquello que a los hombres les parecerazonable, indiferentes a sus problemas y opuestas a suforma de solucionarlos. De este modo, consideró que erauna locura mantener al ser humano dependiendo a vida omuerte de un sistema tan estrictamente inhumano.Precisamente por eso, Marx era comunista.

Sería muy largo explicar aquí los numerosos motivos porlos que Marx llegó a esas conclusiones sobre la

consistencia inhumana del capitalismo. A nosotros sólo nosinteresa ahora fijarnos en un aspecto de la cuestión. Es devital importancia que reparemos en ello: en el centro de laciudad, en ese espacio vacío del que llevamos hablandodesde el principio, la Ilustración pedía ciudadanos y elcapitalismo nos entregaba proletarios. Una vez desalojados

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Dependemos a vida o muertedel capitalismo

El descubrimiento de Marx

Un sistemainhumano

Ciudadanosy proletarios

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los Templos y los Tronos, esperábamos encontrar ahí unaAsamblea y nos encontramos, más bien, con un Mercado. Y no con un mercado al que algunos ciudadanos, loscomerciantes, acuden a vender sus mercancías; no unmercado al que de vez en cuando se puede acudir paravender, por ejemplo, los productos sobrantes de laeconomía familiar, tal y como es normal, por ejemplo, enlos mercados indígenas de Chiapas o Guatemala. No:estamos hablando de un mercado sobre el que tiene quegravitar necesariamente la vida entera de la ciudadanía,pues esa ciudadanía carece de medios de producción yestá abocada sin remedio a subsistir a través del mercadode trabajo. Estamos hablando, pues, de una ciudadaníaproletarizada.

Yéste es el verdadero quid de la cuestión. Es aquí dondeestá la raíz de la gran paradoja que nos venimos

planteando. Justo en el momento en que parecía posiblesaludar el triunfo de la Ilustración, nos hemos topado con elcapitalismo. La sociedad moderna ha sido la única sociedadde la historia humana que se ha querido a sí mismaconstituida por medios políticos, a partir de un espaciopolítico, de un espacio para la ciudadanía. Y, sin embargo,tal y como vamos a comprobar, hay motivos de sobra paraafirmar que nunca jamás ha existido una sociedad en laque la vida política de la ciudadanía haya estado másimposibilitada. Esperábamos una victoria definitiva de Zeus,una larga etapa de tranquilidad y sosiego para edificarinstituciones capaces de resistir al Tiempo e imponerle suautoridad. Y repentinamente nos hemos encontrado conque el espacio de la ciudadanía que habíamos despejadohabía sido suplantado por un Cronos renacido, más potentey enloquecido que nunca. Un Cronos absurdo e insaciableque necesita de los hombres, de todos los hombres, paraproducir más y más, para seguir produciendo más y más,aunque eso suponga acabar con el planeta, con loshombres y consigo mismo.

Nos encontramos, además, con que justo en el momentoen que esperábamos encontrar ciudadanos enteramente

libres, edificando una sociedad a partir de la gramática

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La proletarizaciónde la vidaciudadana

El verdaderoimprevisto

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misma de la libertad, lo que hallamos en la plaza pública es,ante todo, un mercado de trabajo. No una asamblea deciudadanos, sino una legión de proletarios buscando trabajo,dispuestos a hipotecar su vida entera para trabajar dondesea, como sea y por lo que sea, normalmente por un mínimosalario suficiente tan solo para seguir trabajando y trabajandomás aún. En realidad, es cierto: jamás el ser humano habíatenido en general tan poco tiempo para la vida política comobajo el capitalismo. Las sociedades de tipo neolítico, lascomunidades indígenas que todavía hoy son estudiadas porla etnografía, suelen disponer de mucho más tiempo libre y,además, son muy conscientes de que todo depende de loque se diga o se deje de decir en lo que ellos suelen llamarla Casa de la Palabra o en la reunión de los ancianos, de losguerreros, de las mujeres, es decir, en asambleasnormalmente muy ritualizadas pero que, en todo caso, sirvenpara gestionar la vida tribal de la comunidad. Hay estudiosque demuestran también que el hombre de la Edad de Piedratenía mucho más tiempo libre que nosotros, aunque vivieratambién mucho menos. Es cierto que entre los griegos y losromanos la política era un lujo de cierta elite, pero, de todosmodos, su vida social no cabe duda de que dependía muchomás que la nuestra de las decisiones de la clase política.

La verdad es que dentro de los márgenes del sistemacapitalista hay siempre muy poco que decidir. Marx tenía

razón al advertir de que no es la mala voluntad de loscapitalistas la que está en el origen de lo que identificamoscomo males del capitalismo. Los capitalistas acostumbran atomar las decisiones que hay que tomar, a decidir lo que,según las condiciones del propio sistema, resulta másprudente y beneficioso para todos decidir. Como los ministrosde Economía de los países capitalistas se esfuerzan en hacerver a los sindicatos y asociaciones de trabajadores queeventualmente protestan ante su ministerio, en condicionescapitalistas, resulta peligrosísimo arriesgarse a hacer algodistinto de lo que la patronal aconseja hacer. El capitalismoes el único sistema productivo de la historia en el que losremedios acostumbran a ser peores que las enfermedades.Los asalariados hace ya mucho tiempo que seacostumbraron a la paradoja de intentar mejorar a base de

Capitalismo y Ciudadanía 139

La negación de lavida

política

Cuando el remedio es peor

que la enfermedad

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tirar piedras contra su propio tejado. Porque todo sonparadojas en el mundo de la economía privada. Los obrerossuplican que se les permita cobrar menos para que laempresa pueda resistir la competencia sin tener que«deslocalizarse» en busca de países con mano de obra másbarata. Poner en dificultades a tu empresa es un suicidiocuando dependes a vida o muerte de ella para no quedar enparo. La absoluta traición de los sindicatos obreros a partirde los años ochenta se justificó siempre con este tipo dechantaje. Si se obliga a una empresa a pagar salarios másjustos a sus empleados, la empresa se hunde y aumenta elparo; si se consigue reducir sustancialmente el paro, el valorde la fuerza de trabajo sube, los empresarios no puedenpagarla y, nuevamente, las empresas se hunden y vuelve aaumentar el paro; si se obliga a las empresas a respetar elmedio ambiente, éstas ven encarecida la producción y tienenque bajar los salarios, echar gente a la calle o declararse enquiebra y dejar a todos, otra vez, en el paro; lo mismo queocurriría si se obligara a las empresas a pagar los numerososimpuestos de los que, por el bien de la economía, muchas deellas se hallan eximidas. Si se ponen en marcha políticas deahorro energético realmente eficaces, las empresaspetroleras, gasistas, eléctricas, etcétera, verán mermadossus beneficios y también se verán obligadas a ahorrar paraseguir siendo viables, lo que sin duda harán por la vía dedespedir trabajadores o de cerrar sus sedes en unos u otrospaíses; si, por ejemplo, se inventara una vacuna contra elSIDA y se pusiera a la venta a un precio que los habitantesdel Tercer Mundo pudieran pagar, se causaría un perjuicio tangrave a los laboratorios fabricantes de los carísimosmedicamentos que hoy se utilizan para paliar los efectos dela fatal enfermedad que, probablemente, tendrían que realizardrásticos «ajustes de plantilla» para recuperarse; si seracionaliza la producción para permitir satisfacer lasnecesidades primarias de todos los habitantes del planetaantes que la ingente cantidad de necesidades secundariascreadas por el propio sistema económico para su propio bien,se agravará la crisis económica y se desembocará en unasituación más grave aún que aquella que se pretendíacorregir. Y así, un largo etcétera de paradojas y círculosviciosos.

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La traición de los sindicatosobreros

El chantajedel paro

Círculos viciosos y paradojas

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Nos vemos ante un sistema económico que ni siquierapuede detenerse o decidir políticamente aminorar la

marcha, que respira mercantilmente a espaldas de todadecisión política, a un ritmo vertiginoso y ciego, enfriándosey recalentándose según leyes autónomas e ingobernables.Un sistema económico que, además, está armado hasta losdientes, protegido por la OTAN y EEUU, que puede recurriren cualquier momento a la gestión de instituciones como elBanco Mundial, capaces de chantajear cualquier iniciativaciudadana mediante el bloqueo económico, el control de loscréditos y la gestión de la deuda externa. Un sistema asítolera muy mal toda intervención política en la economíaque no juegue a su favor.

El capitalismo es como un nuevo Cronos colosal que nopermite que ninguna institución política se sostenga

sobre sus pies. Se dirá que esto no es así, ya que portodas partes estamos rodeados de instituciones y a todashoras se habla y se habla de política. Luego veremos queesto es solo una apariencia. El capitalismo es un nuevoCronos que sólo deja en pie aquellas instituciones que lepermiten seguir devorando sin tregua las esperanzasciudadanas de la humanidad. Sí hay instituciones: pero noinstituciones ciudadanas, sino aquellas institucionescapaces de administrar y gestionar su insaciablecolonización de todo el espacio social.

La esperanza del proyecto político de la Ilustración erahacer gravitar todo el tejido social a partir del espacio

público de la ciudadanía. Sólo algunos ingenuos puedencreer hoy día que la suerte de las sociedades se juega enlas asambleas de la ciudadanía y, en último término, en losparlamentos. Más tarde hablaremos de ello, pero un primervistazo hace que resulte obvio que la suerte entera de estemundo está en manos de gigantes privados que noatienden a las órdenes de ningún Estado, sino que, másbien al contrario, son capaces de coartarlos ycondicionarlos muy eficazmente. Así lo denunciaba, ya en1972, Salvador Allende ante la Asamblea general deNaciones Unidas. Éstas son sus palabras:

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Lo político ylo económico

Lo políticoal servicio del capital

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Estamos frente a un verdadero conflicto frontal entre lasgrandes corporaciones económicas y los Estados. Éstosaparecen interferidos en sus decisiones fundamentales,políticas, económicas y militares, por organismos globalesque no dependen de ningún Estado. Y que en la suma desus actividades no responden ni están fiscalizadas porningún parlamento, por ninguna institución representativadel interés colectivo. En una palabra, es toda la estructurapolítica del mundo la que está siendo socavada. Lasgrandes empresas transnacionales no sólo atentan contralos intereses genuinos de los países en desarrollo, sinoque su acción avasalladora e incontrolada se da tambiénen los países industrializados en que se asientan.

Este discurso fue aclamado durante casi cinco minutos deaplausos por la Asamblea General, es decir, por el único

espacio político que podría genuinamente considerarse obradel impulso político ilustrado. Eso no valió de gran cosa. ASalvador Allende le quedaban apenas diez meses de vida.Moriría el 11 de septiembre de 1973, cuando AugustoPinochet ordenó bombardear el Palacio de la Moneda.Las grandes compañías transnacionales se vengaban asíde un parlamento que había osado desafiarlas.

Si visitamos el verdadero centro de nuestras ciudades,no lo encontraremos precisamente vacío. Lo

encontraremos lleno a rebosar y de gigantes tan poderososque incluso el rey Ciro se quedaría pequeño a su lado. Noya sólo las multinacionales. Actualmente hay fortunasprivadas con mucho más poder que cualquier espaciociudadano. La fortuna personal de Bill Gates es superior alProducto Interior Bruto de Honduras, Nicaragua y Panamájuntos; la riqueza de las 84 personas más ricas del mundosupera el PIB de China con sus más de mil trescientosmillones de habitantes; las 225 personas más ricas delmundo acaparan una riqueza equivalente a los ingresosanuales de la mitad de la humanidad.

Jamás hubo ningún rey o ningún dios que poseyera elpoder que concentran hoy día algunas corporaciones

económicas. Estas corporaciones son empresas privadas,

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Las palabras deAllende, 1972

Las corporacioneseconómicasrecuperan el control

Fortunas privadascon más poderque los Estados

Los dueños del mundo

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que funcionan enteramente al margen de las decisionesciudadanas. Frente al inmenso océano de la economíaprivada, el espacio público de la ciudadanía, en laactualidad, no puede ser más que una anécdota. La EdadContemporánea, así pues, celebró el triunfo de laciudadanía justo en el momento en que ésta se hacía másimposible que nunca. Y desde entonces no se ha hechomás que insistir en el mismo malentendido. Cuanto más seconvierte el mundo en una carnicería en la que cincuentamultinacionales se disputan a mordiscos la carne dehombres y mujeres, más se habla y se habla del Estadode Derecho.

¿En qué se apoya, entonces, semejante malentendidocolosal? ¿Qué es lo que lo hace creíble? Ya hemos vistoque hay una legión de intelectuales y filósofos de lo másinteresados en hablar aquí de una especie de «lado oscuro»del proyecto político ilustrado. Para muchos, en efecto,sería de lo más rentable que la culpa de todo la viniera atener algo así como ¡la razón occidental! De este modo, elcapitalismo quedaría básicamente exonerado, por muchosrecursos ingeniosos que luego se inventen para consideraral capitalismo mismo un aspecto más de los aspectostenebrosos de la Razón occidental. Cualquier cosa menosconvertirse en un anticapitalista a secas, cualquier cosamenos acabar uno por ser comunista.

En el capítulo siguiente tendremos ocasión de comprobartodo el cinismo y toda la hipocresía que subyace a esta

forma de plantear las cosas. Ahora es mejor que noscentremos en las raíces de tanto malentendido y de tantaparadoja. No se trata de ningún «reverso tenebroso», ni deningún «lado oscuro». Lo que hay es más bien una especie deisomorfismo casual entre dos cosas completamente distintas,el capitalismo, por una parte, y la Ilustración, por otra. Esenteramente cierto, eso sí, que esta semejanza, esteisomorfismo, permitió desde el principio confundir Ilustración ycapitalismo como dos aspectos del mismo proceso.

Capitalismo y Ciudadanía 143

La dictadurade lo privado

La llamada«Razón occidental»

Un isomorfismocasual

5. Derecho, Ilustración y Capitalismo

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De hecho, también la tradición marxista cayó a menudoen este error y lo hizo en ocasiones con entusiasmo,

metiendo bien la pata (hay que decir que no faltabanalgunos textos de Marx que daban pie para ello). Fue asícomo acabó entendiéndose el Derecho (y el «Estado deDerecho» y, por tanto, la división de poderes) como unamera superestructura del modo de producción capitalista,un fenómeno superficial que tendría que ser superado juntocon el capitalismo mismo.

Se trataba por supuesto de un gravísimo error que, comoveremos en el próximo capítulo, la tradición marxista

acabó pagando muy caro. Una cosa es que el Derecho no funcione bajo condiciones capitalistas de producción, oque funcione de forma tan defectuosa que se convierta enun mero instrumento de dominación para las elites máspoderosas, y otra cosa bien distinta es que el Derechotenga que ser eso necesariamente. Más bien, al contrario,podría defenderse que el Derecho no puede ser más que loque ya dijimos antes, la gramática de la libertad, y que sibajo condiciones capitalistas de producción aparececonvertido en un instrumento dictatorial de poder, no esporque al Derecho le corresponda ser eso, sino porque bajoesas condiciones el Derecho resulta impracticable. Lo quese impone no es, por tanto, decir que puesto que esoocurre bajo el capitalismo, el Derecho es eso en realidad,sino más bien que en esa realidad el Derecho es imposibley que aquello a lo que se llama Derecho no es el Derecho,sino una mera apariencia de Derecho. Lo que se impone noes denunciar el Derecho sino denunciar al capitalismoporque, entre otras cosas, hace imposible que el Derechofuncione bien.

Yen efecto, lo que hay que sacar a la luz es el carácterintolerable del capitalismo y no ningún reverso tenebroso

ni ningún lado oscuro amenazante del Derecho, la razónoccidental o la ciudadanía. Resulta increíble, pero hayintelectuales que se han hecho famosos a fuerza de escribircontra las letras mayúsculas, como si ellas fueran lasculpables de todos los crímenes que hemos protagonizadolos europeos y los estadounidenses. En estos tiempos que

144 Educación para la Ciudadanía

El Derechocomo«superestructura»del capitalismo

El Derechocomo instrumentode la clasedominante

Lo intolerable es el capitalismo

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corren, una tontería tan grande ha llegado a parecer unatesis de altos vuelos filosóficos. La culpa de todos los malesde este mundo reside en nuestra manía de creernos enposesión de la Verdad con mayúsculas. Como si Irak sehubiera bombardeado con letras mayúsculas y no conmisiles, y como si fuera nuestra soberbia occidental ynuestra manía por tener Razón (así, con mayúsculas) la quenos hubiera hecho invadir ese país, y no, más bien, nuestrosintereses económicos y geoestratégicos respecto delpetróleo. En general, la filosofía llamada «posmoderna» y losintelectuales críticos socialdemócratas no han llegadomucho más allá. Se han mostrado tan sagaces como unosdetectives que tras descubrir que la casa la han robadounos ladrones disfrazados de carteros, se dedicaran enadelante a ir por ahí dando conferencias sobre el ladooscuro del servicio de Correos y sobre los peligros queconlleva, además, escribir la palabra Correos con esassoberbias e intolerantes letras mayúsculas.

¡Otra cosa bien distinta es que para justificar atrocidadescomo la invasión de Irak se invoque al Derecho, laDemocracia, la Razón occidental o la Ciudadanía! Eso nodemuestra que el Derecho o la Ciudadanía tengan ningúnreverso criminal. Eso lo único que demuestra es que losmayores criminales del mundo son también unos mentirososy que, con buenas dosis de propaganda (que siempre sepuede pagar), pueden hacernos creer que lo blanco es negro¡que, por ejemplo, una invasión criminal, terrorista ygenocida, se ha llevado a cabo «con arreglo a derecho» ypara «extender la democracia». Pero el Derecho no tiene laculpa de que se les crea. Nuestro actual edificio jurídico, loque llamamos nuestro «derecho positivo», puede tener todoslos fallos que se quiera. Puede incluso que no sea más queuna apariencia de derecho. Hay, por supuesto, que criticarlo,y muy duramente. Pero hay que criticarlo siempre a favor delDerecho y no para que deje de serlo.

Justo al revés de lo que es habitual. En el fondo, si unoexprime bien todas las pedanterías que se escriben en

gran parte de los medios académicos dedicados a lafilosofía política, se encuentra con que lo que se viene a

146 Educación para la Ciudadanía

La Verdadcon mayúsculas

Una imposturaintelectual

Críticas al Derechoa favor delDerecho

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decir es algo así como que los derechos humanos son losculpables de que los derechos humanos se violen... Y elEstado de Derecho, el responsable de que no haya Estadode Derecho. Esta genialidad sin igual, más o menosataviada de izquierdismo a la última moda, resulta sertambién la gran aportación teórica de los lectores de ToniNegri, Deleuze o Agamben (lo que actualmente se suelellamar la «izquierda líquida»).

Ahora bien, si bajo el capitalismo el Derecho es unamentira, lo que hay que concluir no es que el Derecho

sea mentira, sino que el capitalismo es muy mentiroso.Esto resulta muy elemental, pero hay cierta gente que nohay manera de que lo entienda. Los marxistas metieronaquí la pata porque se creyeron que el proyecto político dela Ilustración, en general, iba en el mismo saco que elcapitalismo, porque no era más que una de sus mentiras.Los filósofos posmodernos y socialdemócratas actuales hanestado y están también muy interesados en que la culpa detodo acabe teniéndola la Razón, el Derecho, la Ciudadanía,la Ilustración, y no el capitalismo. Eso les evitaba aparecerpúblicamente como comunistas y les ahorraba un sinfín deproblemas (sobre todo en estas tres últimas décadas, en las que los comunistas han tenido vedados los grandesmedios de comunicación, los premios literarios, lasconferencias pagadas, las invitaciones oficiales, loscanapés y todas estas pequeñas cosas que hacen a unintelectual la vida agradable).

De todos modos, es cierto que hay un asunto pendiente. Pormucho que se trate de dos cosas distintas, ¿qué tienen en

común Ilustración y capitalismo? ¿Qué es aquello que hapermitido a tantos intelectuales hacer pasar una cosa por otra?¿Qué es lo que ha permitido y está permitiendo al capitalismoimponer sus intereses y perpetrar sus matanzas siempre ennombre de los ideales ilustrados, siempre en nombre de lademocracia, la libertad y la razón? Si no se trata de un reversotenebroso de la Ilustración, ¿de qué se trata?

Capitalismo y Ciudadanía 147

Marxistas yposmodernos

6. Ciudadanía y proletarización

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Desde el punto de vista de la Ilustración, la sociedadestá habitada por ciudadanos. Desde el punto de vista

del capitalismo, la sociedad está habitada por proletarios.Para la primera, el centro a partir del que gravita la vidapolítica de la ciudad debe ser un espacio vacío, en el queuna asamblea pueda ponerse a dialogar y legislar. Para elcapitalismo, el centro a partir del cual gravita la vidaeconómica de la ciudad debe ser también un espacio vacío,pero para instalar ahí un mercado, el mercado de trabajo através del cual ha de pasar toda la vida de los ciudadanos.¿Cómo es posible confundir cosas tan distintas? ¿Cómo esposible que históricamente haya resultado tan fácil hacerpasar una cosa por la otra?

Para responder a esta pregunta tenemos que detenernosa pensar en lo que supone ser un proletario. El retrato

del proletariado que nos hace Marx en el Manifiestocomunista es imprescindible. Convendría releer ahora, enespecial, su segundo parágrafo, pero vamos a contentarnoscon parafrasearlo un poco.

Hay que ver –viene a decir Marx con ironía, refiriéndose alos burgueses– de qué cosas tan terribles nos acusáis

a los comunistas. Nos acusáis, para empezar, de querersuprimir la propiedad privada. ¿Pero de qué propiedadprivada estáis hablando? ¿De esa propiedad que tanlegítimamente tiene el ser humano sobre los productos desu trabajo? ¿De su derecho a ser propietario de losproductos de su esfuerzo, de su ingenio y de su sudor?¡Vamos! Ese tipo de propiedad hace tiempo que no existeya para el noventa por ciento de la población. Y no somosnosotros, los comunistas, los que la suprimieron. No, hasido el capitalismo el que ha dejado sin propiedad privadaal noventa por ciento de la población. Los obreros trabajany trabajan y no por ello se hacen propietarios de losproductos de su sudor. Esos productos pertenecen, segúnvosotros, al capitalista, es decir, al propietario de losmedios de producción. La propiedad privada capitalista quelos comunistas queremos suprimir no tiene nada que vercon ese derecho que tiene el ser humano a ser propietariode los productos de su propio trabajo o de su esfuerzo

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Mercado yCiudadanía

El Manifiestocomunista

La propiedadprivada

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Capitalismo y Ciudadanía 149

personal. La propiedad privada que queremos suprimir es lapropiedad privada capitalista.

La propiedad privada capitalista es la propiedad privadasobre las condiciones de trabajo de los demás. El

capitalista no es que sea propietario de muchos productos,de muchas cosas, de mucha riqueza. Lo importante es quela clase capitalista es propietaria de las condiciones detrabajo del conjunto de la población. Es por ello y sólo porello por lo que la población tiene necesariamente que pasarpor el mercado de trabajo para subsistir. Es esta condiciónde estar desposeído de las condiciones para subsistir laque convierte a la población en proletariado. Un proletariotrabaja a cambio de un salario y, una vez que ha trabajado,sólo tiene derecho a reclamar ese salario. De ningunamanera es propietario de los productos de su esfuerzo y su

Diferencia entrepropiedad

privadaen general

y propiedad privada

capitalista

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sudor. Cuando se va a su casa, esos productos se quedanahí, en manos del dueño de la empresa, en manos delpropietario de los medios de producción.

¿Y decís que los comunistas queremos suprimir lapropiedad privada? ¡Pero si no habéis dejado ya nada quesuprimir! Aunque eso sí, lo que sí queremos suprimir esvuestro supuesto derecho a ser propietarios de los mediosde producción que son imprescindibles para la población.Queremos suprimir el derecho a ser propietario de lastierras que la sociedad necesita para trabajar. Queremossuprimir la propiedad privada sobre las fábricas, latecnología, los descubrimientos científicos, es decir,la propiedad privada sobre todos aquellos mediosnecesarios para la producción. Y, bien mirado, si queremossuprimir la propiedad privada sobre las condiciones deexistencia de la población, es porque queremos devolverle aesta población su derecho a ser propietaria de losproductos de su trabajo. Los comunistas no tenemos nadacontra la propiedad privada sobre los productos que alguienpueda trabajar honradamente con el sudor de su frente, nicontra el derecho a poseer en propiedad todos losproductos que uno pueda comprar (honestamente).

Uno de los grandes trucos de la propagandaanticomunista ha sido siempre acusar a los comunistas

de querer suprimir la propiedad privada sin especificar acuál de los dos tipos de propiedad se está aludiendo (si ala propiedad privada sobre los productos del trabajo propio,o si a la propiedad privada sobre las condiciones de trabajode los demás). Durante el franquismo, en España, se metíamiedo a la población diciendo que si llegaban loscomunistas colectivizarían todo, dejando a la gente sin susvacas, sin su pedazo de huerto, sin su coche, sin sutelevisor, en fin, uno llegaba a pensar que si llegaban loscomunistas, en su obsesión anti-propiedad privada,acabarían colectivizando los cepillos de dientes y quiénsabe si las dentaduras postizas, que pasarían a serutilizadas por turnos. Con esta increíble confusión lo que sehace es encubrir el hecho de que, como bien señalabaMarx, es el capitalismo el que impide que la inmensa

150 Educación para la Ciudadanía

El comunismo noestá en contra dela propiedadprivada

Una confusiónmuy interesada

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mayoría de la población sea propietaria de los productos desu trabajo. Al arrancar a los capitalistas su propiedad sobrelas condiciones sociales de trabajo, lo que se hace, másbien, es devolver a la sociedad su derecho a administrar losproductos de su trabajo. Una vez hecho esto, es ya unacuestión que discutir y decidir políticamente si esosproductos deben llegar a ser propiedad privada individual opermanecer bajo control público.

Así pues, dice Marx, no somos nosotros, loscomunistas, los que queremos suprimir la propiedad

privada (sobre los productos del trabajo). Sois vosotros, loscapitalistas, los que habéis suprimido de formageneralizada ese derecho a la propiedad privada. Al hacerlohabéis dejado a la población sin derecho a decidir quéquiere producir, ni en qué cantidad, ni con qué medios, nide qué manera, ni con qué ritmo, ni con qué jornadaslaborales... Habéis arrancado a la población el derecho adecidir sobre su propio trabajo. ¡Y, por tanto, sobre lamayor parte del tiempo de su vida! La gente busca trabajoen lo que sea, como sea, por el salario que sea, al ritmoque sea, con el jefe que sea… No puede hacer otra cosa,porque carece de medios para trabajar por su cuenta ysubsistir con sus propios productos. Tiene que aceptar loque le den en el mercado de trabajo o aceptar quedar enparo y, con ello, resignarse a la miseria, el hambre, lamutilación de su vida familiar, etcétera.

Ahora bien, ¿qué hay de la ciudadanía en estascondiciones? ¿Qué es un ciudadano que no puede

decidir más que trabajar en lo que sea o quedar en paro?Un ciudadano así es, sencillamente, un proletario.

El proletario es, para empezar, un ciudadano sinpropiedad privada. Es un ciudadano que, por definición,

no es propietario de los productos de su trabajo. Sicontinuamos leyendo el Manifiesto comunista,comprobaremos que no es éste el único «sin» con el quepodemos definir al proletariado. En realidad, el proletariadoes una larga acumulación de negaciones; hay que definirloa fuerza de acumular un «sin» tras otro.

Capitalismo y Ciudadanía 151

El verdadero enemigo

de la propiedadprivada

Ciudadanos sinpropiedad

privada

Una larga acumulación

de negaciones

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Nos acusáis a los comunistas de querer suprimir lascosas más sagradas, nos acusáis incluso de querer

suprimir la familia, continúa Marx. ¿Y vosotros lo decís?¿Vosotros, que habéis imposibilitado casi por completo lavida familiar de la población? Según han ido bajando lossalarios, ha sido cada vez más y más imposible manteneruna familia con un solo sueldo. Los hombres estántrabajando doce y catorce horas en el turno de día o en elturno de noche, las mujeres trabajan doce y catorce horasde día o de noche. ¿Qué vida familiar pueden tener? Es yacasi un enigma cómo es que logran hacer hijos al cruzarsecamino de la fábrica.

¿Hijos? En tiempos de Marx (y actualmente más de lo quea veces se quiere reconocer) los niños trabajaban desde loscinco y seis años, y trabajaban diez, catorce, dieciséishoras. En ocasiones dormían en dependencias cercanas ala propia fábrica, en unos camastros de los que se decíaque «nunca se enfriaban», pues, en efecto, cuando erandesalojados por los niños que se levantaban para cumplir elturno de día, eran ocupados por los niños que se acostabantras trabajar en el turno de noche. ¿De esa vida familiar esde la que habláis?, pregunta Marx. La vida familiar delproletariado ha sido completamente destruida por laRevolución industrial y el capitalismo. Ahí abajo en lasminas, las mujeres están trabajando desnudas, delante desus padres y sus hermanos, mientras sus hijos trabajan enlas hilanderías. ¿Esta es la sagrada vida familiar que, segúndecís, los comunistas no respetamos? Hace ya muchotiempo que el proletariado no tiene familia y que, si la tiene,es sólo por casualidad. El proletariado, que es un serhumano sin propiedad privada, es también el primer serhumano (casi) sin familia.

Habrá quien diga que esto ocurría en tiempos de Marx,pero que la cosa ha cambiado sustancialmente. Es

verdad que en los papeles se ha prohibido el trabajoinfantil, pero, de hecho, hay cerca de 250 millones deniños explotados y forzados a trabajar para sobrevivir, 73millones con menos de 10 años y 8 millones encondiciones de esclavitud u obligados a prostituirse según

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Sin familia

El lugarde los hijos

El trabajoinfantil

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UNICEF y la Organización Internacional del Trabajo. Detodos modos, no hace falta irse a América Latina ni a Asia.Para lo que estamos intentando defender aquí, nos bastaincluso con mirar un poco alrededor. La patronal llevadesde los años ochenta exigiendo más y más flexibilidad almercado laboral. El resultado ha sido el mercado laboralbasura con el que cualquier joven se enfrenta hoy en díacuando decide ganarse la vida por su cuenta. Puede queencuentre un trabajo de tres meses, en una empresa detrabajo temporal, cobrando una miseria, en Vallecas. Luegopuede que le contrate una semana, pero esta vez enAsturias. Siempre podría encontrar un trabajo portemporada de tres meses, pero en un invernadero deAlmería. Puede también trabajar de teleoperador, tres díasen Orange, dos meses en Vodafone y luego un día sí y otrono en Telefónica, según los caprichos de la subcontrata.Luego, seguramente, tendrá que alternar con unos mesesde paro. Mientras tanto, habrá cobrado un sueldoinsultante que le habrá permitido subsistir, pero en un pisocompartido o, como suele ocurrir, en casa de sus padres,pese a contar ya con 25, con 30, con 35 años. ¿Estesujeto tiene muchas posibilidades de fundar una familia,de tener dos o tres hijos, de instalarse siquiera en algúnsitio? Mientras tanto, las viviendas están a un precioprohibitivo, del que mejor no hablar. Compárese lasituación de este soltero inevitable, de este nómada delmercado de trabajo, de este condenado a la minoría deedad que vivirá siempre en casa de sus padres o en pisoscompartidos de estudiantes, con la vida familiar de unindígena dogón, que puede recitarte siempre una lista detrescientos primos, decenas de tíos, sobrinos, abuelos ytatarabuelos. La movilidad y la flexibilidad vital que exigemás y más el mercado laboral hace ya mucho que hizoimposible la familia extensa; pero, cada vez más, incluso lafamilia más restringida se vuelve imposible. La gente sesorprende al ver que cuando están operando a un gitanoen el hospital, la sala de espera suele estar llena defamiliares, abuelas, tíos, sobrinos, primos, hijos, nietos,treinta o cuarenta personas a lo mejor. Teresa San Román,una antropóloga española estudiosa del tema, explica muybien que si los gitanos han logrado mantener una vida

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La flexibilidaddel mercado

laboral

El trabajo basura

Imposibilidadde una vida

familiar

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familiar muy densa y extensa, lo han hecho a fuerza deespecializarse en habitar ciertos intersticios del mercadode trabajo, sin lograr o querer jamás integrarse en él. Unono viaja por el mercado laboral llevando trescientos primosen la maleta. Uno no alega en una entrevista de trabajoque el puesto está muy lejos de la casa de sus padres yde sus hermanos, o del cementerio en el que descansansus ancestros. En una entrevista de trabajo la ley es que olo tomas o lo dejas. Y si tienes o no familia, es tuproblema.

Ysi por el capitalismo fuera, si se pudiera encontrar elmedio de que los hijos nacieran en botellas y los hombres

y las mujeres carecieran del todo de vida familiar, de talmodo que se les pudiera mandar cada día a trabajar a unsitio distinto si ello fuera necesario, pues tanto mejor. Detodos modos, para tener hijos e hijas, tampoco hace faltaconservar la vida familiar. En España, por ejemplo, losemigrantes más pobres están teniendo muchos hijos. Porcierto, ello se esgrime a veces para argumentar que quien notiene hijos es porque no quiere (y no por la situación a la quese enfrentan los jóvenes en el mercado laboral basura o porel precio de la vivienda). La vileza de este argumento es detal calibre que no merece comentario. Por debajo de unadeterminada línea de pobreza, es cierto que se tiende atener muchos hijos. Hay distintos motivos para ello: la faltade medios anticonceptivos, el machismo, la ignorancia, ytambién el hecho de que, cuando eres ya tan pobre tan pobreque no tienes nada de nada, los hijos empiezan a ser unaayuda en lugar de una carga. Ahora bien, ¿cuál es la vidafamiliar que resulta de ello? Hemos conocido, por ejemplo, auna chica colombiana de treinta años que tenía cinco hijos depadres distintos y desaparecidos. A los cuatro mayores loshabía dejado con su abuela en Bogotá. Ella trabaja deasistenta en Madrid. Su otro hijo, de dos años, se cayó en lapiscina de la casa que limpiaba y se ahogó. Así pues, ya seve que quien no tiene una vida familiar es porque no quiere.

Nos acusáis a los comunistas de no tener patria,continúa diciendo Marx, nos acusáis de querer abolir

las nacionalidades. No, no se puede abolir lo que no existe.

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El fin de lavida familiar

Los hijos de los emigrantes

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Para el noventa por ciento de la población, para eltrabajador asalariado, para el proletariado, no existen laspatrias. Y menos aún existirían hoy día si no fuera por lasleyes de extranjería. La situación en la que ha quedado elplaneta tras décadas de ajustes económicos por parte delFMI y el BM no da lugar a pensar mucho en las patrias.Millones de personas abandonan sus pueblos natales(y muchos millones más los seguirían si no fuera por lasalambradas de las fronteras) con tal de encontrar un sueldode miseria a miles de kilómetros de distancia, en otroscontinentes, al otro lado de océanos y cordillerasmontañosas. Todos los días, al amanecer, en muchospueblos de Almería, centenares o miles de personas seagolpan en las carreteras a la espera de que pase algunafurgoneta que les quiera contratar para trabajar ese día enlos invernaderos. Cada uno de ellos tiene enterrados a susabuelos quién sabe dónde. Unos son rumanos o lituanos orusos, otros ecuatorianos, colombianos o peruanos; los haychinos, pakistaníes, dominicanos, senegaleses, marroquíes,argelinos… Ahora, su patria son los invernaderos deAlmería.

¿Nos acusáis también a los comunistas de ser ateos, deno creer en Dios? Entre todas las potencias de la historia,ninguna ha sido más destructora de la vida religiosa de lospueblos que el capitalismo. Cualquier antropólogo sabeperfectamente que la condición de la vida religiosa son lasfiestas. Para que haya vida religiosa es necesario que elpueblo se reúna a bailar, a danzar, a rezar, a cantar, enhonor de sus dioses, de sus santos, de sus ancestros, desus muertos que yacen ahí cerca, enterrados en elcementerio. La religión lleva su tiempo. Y ya hemos vistoque el capitalismo es como un nuevo Cronos, que necesitadevorarlo todo en su provecho. No hay cultura indígena quepueda perdurar al proletarizarse, es decir, al acomodarse alas exigencias del mercado laboral. De hecho, si elprotestantismo se acomodó mucho mejor que el catolicismoa las exigencias de la economía capitalista, fue porque elprotestantismo suprimió las festividades del calendario, almismo tiempo que abogaba por un puritanismo popular quealejaba a la población de las juergas, el alcohol y las fiestas

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El ocasode las patrias

El ocaso de losdioses

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en general. El capitalismo no puede permitirse uncalendario jalonado por fiestas y por resacas, aunque seaen honor del santo patrón. Bajo el capitalismo, la religión haido dejando de ser un acontecimiento público, un ritualcolectivo, para convertirse en un asunto íntimo y personal,es decir, enteramente privado. Eso resulta mucho másrentable. En los invernaderos de Almería se trabaja losdomingos. Ahí no hay tiempo para la religión. Ni para lafamilia. Ni para las patrias. Ni tampoco, por supuesto, parala propiedad privada sobre los productos del trabajopersonal.

Nos acusáis también a los comunistas, dice Marx, depretender instaurar la comunidad de mujeres. Vete a

saber a qué se referían con eso. En todo caso, sabemosmuy bien que hay una comunidad de mujeres que no hadejado de crecer bajo las condiciones capitalistas: laprostitución y la esclavitud sexual. El patriarcado y elmachismo encuentran en el mercado laboral basura que lesbrinda el capitalismo, un terreno idóneo para campar a susanchas, operando entonces en sus formas más mafiosas yviolentas. El negocio de la esclavitud sexual nunca haconocido las dimensiones actuales. Marx dice en elManifiesto que los burgueses no paran de violar y deabusar de las hijas y las mujeres de los obreros. Hoy laviolación de niñas y mujeres mueve un volumen de negociosdel que el capitalismo no podría prescindir sin entrar en unacrisis explosiva. Actualmente, el equilibrio capitalista escomo un taburete de tres patas: el lavado de dinero en elmercado de la droga, la producción de armamento y laprostitución. No es extraño que resulte luego tan difícil«educar a la ciudadanía», en un mundo con esaconsistencia.

Otro de los efectos que la proletarización tuvo sobre lapoblación fue la desintegración cultural. Las grandes

potencias europeas colonizaron el planeta con la promesade civilizar a los pueblos salvajes. Se creía, o más bien sequería creer, que el mundo estaba habitado por pueblosignorantes e incultos, dominados por la superstición y elfanatismo. La antropología nos ha demostrado hoy día lo

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Sin propiedad,sin familia,sin patria,sin dioses

La esclavitudsexual

Droga, armamentoy prostitución

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disparatada de esta hipótesis racista y etnocentrista decriminales consecuencias. Esos pueblos a los que seconsideraba «salvajes» tenían una cultura densísima yrefinadísima, sólo que era muy distinta a la nuestra. Dehecho, todavía es posible observar, estudiando algo deantropología, que en las comunidades indígenas elprotagonismo de la cultura es mucho más pronunciado queentre nosotros. La mayor parte de las cosas importantesque determinan nuestra vida se decide en el mercado,fundamentalmente en los avatares del mercado laboral,que, a su vez, tienen mucho que ver con los calentamientosy enfriamientos de nuestra economía. En cambio, en lassociedades precapitalistas, casi toda la vida estávertebrada culturalmente, por los mitos, las creencias, losritos, incluso, muchas veces, los sueños o los cotilleostienen una importancia central en la vida de la comunidad.Si visitamos una comunidad indígena de Chiapas, porejemplo, lo primero que nos llamará la atención es que elcalendario está jalonado por un montón de fiestas y porfestivales, todos ellos perfectamente articulados por lacultura y la tradición. En realidad, uno llegaría a pensar(y tendría cierta razón) que toda la vida de esas comunidadesestá invertida y orientada a la organización cultural de susfiestas religiosas. De hecho, algunos antropólogos hanhablado aquí de «economía del despilfarro». Se trata desociedades que parecen culturalmente obligadas adespilfarrar en fiestas todos los excedentes de producción.Esto hace que sean sociedades que nunca han tenido nipueden tener recursos económicos para la inversión en unaparato de Estado o en una reconversión tecnológica oindustrial. Son sociedades que parecen encapsuladas sobresí mismas por imperativo cultural, lo cual explica, entreotras cosas, el que hayan cambiado (relativamente) tanpoco desde los tiempos de Hernán Cortés.

Pues bien, es fácil entender que con semejante cargacultural sobre las espaldas no es fácil plegarse a las

exigencias de flexibilidad del mercado laboral. Cuando unohace una entrevista de trabajo, no se le ocurre comenzarpor explicar que en su momento tendrá que celebrar el díade Santa Marta, lo que le exigirá pasarse una semana

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Culturay Mercado

La importanciade la vida culturalen las sociedades

precapitalistas

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bebiendo aguardiente y practicando complicados ritualesmuy aparatosos, por lo que, lógicamente, no podrá ir atrabajar. La verdad es que los pueblos se desintegranculturalmente al entrar en contacto con el mercado. Enmuchas de estas comunidades de las que estamoshablando, la proletarización ha logrado hacer en tres ocuatro años lo que no lograron quinientos años deevangelización católica. Históricamente, ahí donde avanzó laproletarización, la vida cultural fue perdiendo densidad eimportancia. Las más de las veces, las culturas sedisolvieron como un azucarillo al contacto con el mercadode trabajo; otras veces se fracturaron o se desorganizaron,se volvieron, en suma, inviables, impracticables. Al mismo tiempo que retrocedía la vida familiar extensa, almismo tiempo que la vida religiosa retrocedía frente almercado, al mismo tiempo que los hombres y las mujeresse veían obligados a vivir desarraigados, lejos de la tierrade sus ancestros, lejos de su pueblo y de su patria, la vidacultural se iba volviendo más y más imposible. De hecho,para la mayor parte de la población del planeta, el avancede la autodenominada «civilización» supuso un desastrecultural jamás experimentado por el ser humano.

En los tiempos en que Marx escribe el Manifiestocomunista, daba la impresión, en efecto, de que el

capitalismo acabaría con todo rasgo cultural de la poblaciónproletarizada. En los barrios obreros de Manchester o deLiverpool, los obreros llegaron a un grado de degradacióncultural desconocido hasta el momento en la historiahumana. No debemos creer que, actualmente, las cosasson muy distintas para gran parte de la humanidad. Paraempezar, los índices de alfabetización no son demasiadohalagüeños; pero, además, no debemos llevarnos a engañoal respecto: un ser humano alfabetizado puede estarculturalmente destruido. El alfabeto es un medio (sin dudaque, hoy día, imprescindible), pero sólo un medio para lavida cultural. Y, por otra parte, tampoco hay que dejarseengañar: ahí donde la escuela y en general la enseñanzaobligatoria funcionan relativamente bien, lo que tenemos esuna conquista obrera, no una ventaja del capitalismo. Si elcapitalismo no se hubiera encontrado enfrente la

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La desintegraciónde lavida cultural

La paradoja de la civilización

La degradaciónculturalmás extrema

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resistencia de la clase obrera, la humanidad en general nosólo carecería de toda vida cultural, sino que sería,además, mayoritariamente analfabeta.

Una de las acusaciones vertidas sobre el comunismo quemás éxito ha tenido en nuestros días entre los

intelectuales europeos ha sido la acusación de«totalitarismo», y lo cierto es que experiencias tan nefastascomo la del estalinismo en la URSS o la de la «Revolucióncultural» maoísta en China han complicado notablemente alos comunistas su autodefensa. Pero no hay que dejarseengañar: lo que la URSS estalinista o la China maoístatenían de totalitarias no era lo que tenían de comunistas,sino lo que no tenían de democráticas, lo que les faltabapara ser Estados de Derecho. Pero esta deficiencia, comoveremos detenidamente en el próximo capítulo, lejos de serconsustancial al comunismo, como ha pretendido lapropaganda neoliberal, es justamente la deficiencia que elcapitalismo ha tenido siempre en común con el estalinismo,el maoísmo y el fascismo. Porque, puestos a hablar detotalitarismo, lo que la mayor parte de los alegatosantitotalitaristas parecen ignorar es que nada hay mástotalitario que el propio sistema económico capitalista. Esun error circunscribir el fenómeno totalitario a lo político. Eltotalitarismo no es sólo ni primordialmente un tipo deejercicio del poder o un modo de organización y deactuación del Estado. El capitalismo es un «sistemaeconómico» y, sin embargo, es mucho más perfectamentetotalitario que cualquier Estado conocido. De hecho, ningúnEstado ha mostrado jamás una eficacia totalitaria tanpotente y tan profunda como el propio sistema capitalista.El capitalismo ha convertido a la humanidad entera en unamasa homogénea de la que progresivamente se han idoeliminando todas las diferencias culturales, étnicas,religiosas, nacionales. Los individuos han sido convertidosen habitantes desarraigados y erráticos de una «aldeaglobal» que sólo les interpela en cuanto «fuerza de trabajo»y «mercado», y que ya casi sólo en la «clandestinidad» desus hogares les permite ser otra cosa distinta de eso. Aduras penas alcanzan a ser todavía algo más que masaconsumidora proletarizable.

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El totalitarismoeconómico

La masahumana

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El capitalismo ha logrado, de este modo, coninfinitamente mayor eficacia que todas las fuerzas

movilizadas por las «revoluciones ilustradas» del siglo XVIII,liberar a los hombres de toda «heteronomía» arraigada en lareligión, la costumbre, el parentesco, la nación o latradición. Si a ojos de pensadores reaccionarios tanperspicaces como De Maistre, Burke o De Bonald, elproyecto de «emancipación» puesto en marcha por laRevolución amenazaba con reducir a los hombres de losdistintos pueblos y naciones a una vacía abstracción, laexpansión del capitalismo, por su cuenta, ha dado plenocumplimiento a esa amenaza. La inédita eficacia totalitariadel capitalismo ha despojado a los hombres de su identidadnacional, religiosa, cultural y sentimental, al tiempo que lesha reducido a una existencia casi totalmente «abstracta», auna realidad escuálida, bidimensional, de la que ha sidovirtualmente suprimida toda la riqueza cultural quesobredeterminaba su ser, la antigua densidad inabarcableen la que se extraviaba su conciencia de sí. «Todo loreferido al proletariado –decía, en esta ocasión con acierto,el jurista alemán Carl Schmitt– sólo puede ser determinadode forma negativa. De él sólo puede afirmarse con certezaque no participa de la plusvalía, que no posee y que noconoce ni familia ni patria, etc. El proletariado es una nadasocial. De él sólo puede ser cierto que no es nada más quehumano.» Y, en efecto, la proletarización ha privado a loshombres de todas aquellas determinaciones que lossingularizaban, que los diferenciaban de otros hombres yles permitían reconocerse e identificarse precisamentecomo otros frente a ellos. El capitalismo ha suprimidomaterialmente un sinfín de «costumbres y hábitos», de«pequeñas pertenencias» y «solidaridades menudas» (Levi-Strauss) que, más allá de su función socio-económica,operaban como vehículos de estabilización y transmisión dediferencias y constituían psicológica y sentimentalmente lasubjetividad. El capitalismo ha desprendido casi totalmentea los hombres de todos aquellos agregados de relaciones ysistemas de diferenciación, clasificación y jerarquización enlos que encontraban, a un tiempo, ubicación socio-cultural ydefinición, y los ha convertido en átomos flotantes,«intercambiables y anónimos», movilizados por las

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La eficaciatotalitariadelcapitalismo

El proletariadoes una nada social

Átomos en elmercado

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necesidades de la producción de plusvalor y comunicadosentre sí por el mercado. Ningún Estado totalitario ha tenidojamás un poder igualador, homogeneizador, «masificador» yalienante tan grande como la propia economía capitalista.El capitalismo, como ha dicho certeramente el filósofofrancés René Girard, es una suerte de «dinamismo» que «haarrastrado primero a Occidente, y luego a toda lahumanidad, hacia un estado de indiferenciación relativanunca antes conocido, hacia una extraña suerte de nocultura o de anticultura». En este sentido, la sociedadcapitalista es una sociedad que casi no alcanza a serlo:una sociedad insólitamente «desestructurada», afectada porun grado de indiferenciación tan grande que ya casi noposee el mínimo cultural imprescindible para poder seguirexistiendo como tal.

De ningún Estado, por poderoso y totalitario que fuese,cabe esperar una capacidad de actuación sobre la

totalidad del cuerpo social tan amplia y tan profunda comola ejercida por el sistema capitalista. De hecho, éste no selimita a reprimir, explotar y domesticar a los hombres, comoel aparato disciplinario de cualquier Estado más o menostotalitario; no se limita a afectar arbitrariamente su vida,como lo haría un régimen simplemente dictatorial. Muchomás profundamente, define a los hombres (como «fuerza detrabajo» y «mercado»), los constituye ontológicamente,establece de antemano –desde antes de su nacimiento– lascondiciones de posibilidad de su existencia; disuelve suconsistencia cultural y les da una existencia nueva en laque se ven obligados permanentemente a reconocerse.Ningún Estado totalitario alcanza a tanto. Ni la mente delmayor psicópata, ni la de novelistas tan brillantes comoGeorge Orwell, Aldous Huxley o Ray Bradbury, podríaimaginar un Estado que cumpliera más perfectamente lafunción de producir, a partir de la masa social, los sujetosque necesita, y de eliminar o de condenar a sobrevivir en elbasurero del mundo al resto inservible de la humanidad. LaGestapo, los centros de interrogación y tortura, los camposde concentración y de exterminio, no son más que signosde la debilidad y la impotencia que un régimen encuentrapara imponer un orden totalitario con tanta eficacia como

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Una sociedadque casi

no alcanzaa serlo

Estados totalitariosy sistemacapitalista

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–sin violencia y con un mínimo gasto de energía– lo imponepor sí mismo el capitalismo. Hoy día, el grado de desarrollode las relaciones capitalistas de producción y laglobalización de la economía han hecho casi innecesariostales recursos, que, por otra parte, son rápidos, pero carosy muy costosos ideológica y psicológicamente. Elcapitalismo impone su orden totalitario con infinitamentemayor eficiencia que todos los campos de concentraciónnazis juntos. Éstos sólo llegan a hacerse necesarios ensituaciones excepcionales, cuando se tiene mucha prisa yno se puede esperar a que el capitalismo haga a su propioritmo su trabajo o cuando un volumen de negociodemasiado grande se ve seriamente amenazado y necesitade una intervención urgente.

Sin duda que, pese a todo lo dicho, la gente sigueteniendo familia, parentesco, cultura, religión, patria e,

incluso, dignidad, es decir, todo aquello con lo que unantropólogo definiría aquello en lo que consiste una vidahumana. Pero no hay que olvidar nunca que, si la gente halogrado encontrar vías para conservar su humanidad,aunque sea entre los intersticios y las grietas del mercado,ha sido a base de amortiguar, de frenar y de protegersefrente a las presiones de una proletarización inhumana. Unproletario es lo que queda de un hombre cuando loarrancas de su familia, de su tradición, de su patria, de suvida religiosa y cultural. Como ya decíamos antes, elproletariado se define por una acumulación de negaciones.Sin patria, sin familia, sin dioses, sin parentesco, sincultura, sin costumbres, sin tener dónde caerse muerto, elproletariado es, como bien decía Carl Schmitt, una «nadasocial». En el mismo sentido, Marx terminaba el Manifiestocomunista diciendo que el proletariado, que ya no tienenada, que ya ni siquiera es nada, «no tiene ya nada queperder… excepto sus cadenas».

Ysin embargo –he aquí el quid de la cuestión–, elproletario, a fuerza de no ser nada, se parece en algo al

ciudadano. Los dos se parecen en algo muy importante: ensu libertad. Aunque, desde luego, no en aquello que puedenhacer con ella. El ciudadano, con su libertad, se propone

162 Educación para la Ciudadanía162 Educación para la Ciudadanía

El capitalismoy los camposde concentración

El límite de lo inhumano

La nada proletariay el vacío de la ciudadanía

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poner la sociedad en estado de derecho, es decir, edificaruna ciudad con unos cimientos anclados en «el lugar decualquier otro». El proletariado, con su libertad, no puedehacer otra cosa que plegarse a las exigencias del mercadoy trabajar en lo que sea, como sea y por lo que sea; su otraalternativa es el paro, la miseria y el hambre.

Son, desde luego, dos situaciones muy distintas. Ahorabien, si retrocedemos unas páginas atrás, hasta

recordar la estrategia que seguimos para definir en quéconsistía la ciudadanía, caemos en la cuenta de que hayuna especie de fatal isomorfismo con la manera en la quehemos caracterizado al proletariado.

El ciudadano es un ser humano que es capaz de tratarsea sí mismo independientemente de que sea hombre o

mujer, rico o pobre, negro o blanco, cristiano o musulmán,ateniense, espartano o persa. Precisamente por eso escapaz de intervenir en el ágora sin usurpar por ello el lugarde las leyes, es decir, sin introducir ahí dioses ni reyes, nitampoco –como decíamos– «diosecillos» ni «reyezuelos». Elciudadano, en el ágora, se obliga a sí mismo a argumentary, para ello, se obliga a hablar y a actuar como si fuesecualquier otro. Lo que se espera de él es que redacte unaconstitución y –ya lo vimos en su momento– una constituciónsiempre hace de alguna manera referencia a algo así comola Declaración de los Derechos Humanos, en dondepodemos leer eso de que «toda persona tiene los derechosy libertades proclamados en esta declaración, sin distinciónalguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión políticao de cualquier otra índole, origen nacional o social, posicióneconómica, nacimiento o cualquier otra condición». Asípues, podríamos decir que este «independientemente de»,este «sin distinción alguna de», es el cimiento –y en ciertomodo también el cemento– de una ciudad edificada porobra de la libertad.

Pues bien, es muy cierto que la estrategia que hemosseguido para definir al proletariado ha seguido un hilo

conductor sorprendentemente paralelo. El proletariado esuna «nada social», es el ser humano enteramente

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La libertad delproletario y la del ciudadano

Un fatal isomorfismo

El lugar de cual-quier otro

y el proletariadocomo nada

social

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desarraigado: sin patria, sin familia, sin dioses, sinparentesco, sin cultura, sin costumbres, el proletariado,dijimos, no tiene dónde caerse muerto. Ahora bien,mientras el «sin» de la ciudadanía servía de cemento a laciudad, el «sin» del proletariado no es más que el aceite delmercado de trabajo, la grasa que es capaz de volverlo losuficientemente flexible para las necesidades siemprecambiantes del capital.

En conclusión, cuando se opta por la ciudadanía, se optapor algo muy distinto que cuando se opta por la

proletarización. El camino de la ciudadanía se dirige a la edificación de una ciudad de la libertad, en la que todo sea decidido y legislado desde la libertad y para lalibertad. Ése es el camino por el que había decididointernarse la humanidad bajo el título del programa políticode la Ilustración. El camino de la proletarización, en cambio,desemboca en un mercado de trabajo bien engrasado.

Actualmente, es difícil no ver que ambas metas no sólono son la misma ni coinciden para nada (como pretendía

y pretende el liberalismo económico), sino que, antes bien,se trata de metas opuestas e incompatibles (como yahabían advertido desde el principio los comunistas y losanarquistas). El mejor libro escrito sobre esto (ya en 1944)es La gran transformación, de Karl Polanyi. Es una obrainsuperable que deshace los mitos más obcecados delliberalismo, demostrando que, cuanto más ha avanzado laproletarización, más ha retrocedido la ciudadanía. Así hasido hasta el punto de que, en los momentos históricos enlos que la utopía de un mercado de trabajo absolutamente«bien engrasado» ha estado a punto de consolidarse, eltejido social se ha deshilachado haciendo imposible no yasólo la vida ciudadana, sino, prácticamente, la vida humanaen general (lo que no impide, como es natural, que elhombre siga viviendo, en condiciones inhumanas, una vidainhumana).

Por consiguiente, el «sin» con el que hemos definido laciudadanía y el «sin» con el que definimos la

proletarización, marcan sendas muy distintas para la

164 Educación para la Ciudadanía164 Educación para la Ciudadanía

El cementode la ciudady el aceitedel mercado

Dos caminosdistintos y dosmetas incompatibles

La obra de Karl Polanyicontra el liberalismoeconómico

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humanidad. Es cierto, por supuesto, que ambos nombran, afin de cuentas, la misma cosa, la libertad. Pero esto notiene nada de misterioso. No hay que ver aquí ningún «granenigma de la modernidad», ni ningún «reverso tenebroso» dela Ilustración. Aquí no hay nada enigmático. Sencillamente,cuando a un hombre se le despoja de todo lo que tiene, hayalgo, de todos modos, que no se le puede quitar: sulibertad. Un proletario no es un esclavo. Es un sujeto libreque siempre puede decidir firmar un contrato (en lo quesea, para lo que sea, por lo que sea, con el jefe que sea) onegarse a firmarlo, aceptando, por supuesto, lasconsecuencias (que, por lo habitual, son el paro, la miseria,el hambre, etcétera). El proletario es una persona a la queya sólo le queda su libertad. Es, por tanto, libre de hacercualquier cosa, pero en unas condiciones en las que no haynada que hacer. Es libre de todo, pero en unas condicionesen las que no puede hacer nada (porque carece de losmedios para ello). En suma, el proletariado es lo que quedade la ciudadanía bajo las condiciones capitalistas deproducción. ¿Y qué queda de la ciudadanía en esascondiciones? Cualquiera puede comprobarlo echando unvistazo a ese desierto de libertades que es el mercadolaboral basura, el mundo de las entrevistas de trabajo, delas empresas de trabajo temporal, de las subcontratas, etc.Ahí es posible encontrar lo que es una ciudadaníaproletarizada.

Es una barbaridad, por tanto, entender que Capitalismo eIlustración, o Proletarización y Ciudadanía, son algo así

como dos caras de la misma cosa, de tal modo que loaparentemente opuesto resulta ser lo mismo y, a la postre,resulta no haber nada más «tenebroso» que el imperio deLas Luces (que es el otro nombre de la Ilustración). Estostruquitos filosóficos no son más que pedanterías paraincautos con pretensiones. Resultan, han resultado,bastante rentables en el mundo académico y en el mundillode los intelectuales, porque, en realidad, hace ya tiempoque ahí se premia, más que nada, la habilidad para encubrirlos verdaderos problemas y escamotear las verdaderassoluciones. El capitalismo no es la otra cara de la monedade las libertades ciudadanas. No: es una situación histórica

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Cuando ya sóloqueda

la libertad

Una ciudadaníaproletarizada

Pedanteríasfilosóficas

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en la que puede encontrarse la ciudadanía, lo mismo quepuede encontrarse en muchas otras situaciones. Y es, porcierto, una situación que obliga a la ciudadanía a reducirsea su mínima expresión, pues es una situación en la que lalibertad carece de condiciones para su ejercicio, teniéndoseque limitar a optar por el paro o el trabajo que se le ofrezcaen el mercado.

Ysin embargo, es cierto que, desde el principio y hastanuestros días, la historia ha operado como un astuto

prestidigitador que cuanta más ciudadanía nos prometía,más y más capitalismo se sacaba de la manga. Occidenteno conquistó el mundo prometiendo capitalismo yproletarización. Cada vez que se topaba con un nuevopueblo, les ofrecía la libertad y la civilización. Pasabaentonces, en verdad, lo mismo que ahora cuando sepretende que lo que se ha llevado a Irak ha sido laDemocracia. En realidad, EEUU e Inglaterra (con lainestimable colaboración de nueve millones de españolesvotantes del PP) han invadido ese país, lo han destruido,han matado directamente a doscientos mil civiles eindirectamente, desde los tiempos del bloqueo, a más dedos millones de personas; han sembrado el país de uranioempobrecido, lo que tendrá consecuencias sin dudaterribles; han alentado una guerra civil; han violado,asesinado a sangre fría, torturado sistemáticamente; hanmentido, mentido y mentido. Sangre por petróleo. Eso síque va en el lote del capitalismo, no la democracia.

Así fue desde el principio. Cuando la Corona inglesainvadía la India o el rey belga Leopoldo II se apropiaba

del Congo y sometía a su población a un criminal régimende explotación que provocó más muertos que el Holocaustoperpetrado por los nazis, lo que pretendían es que estabanextendiendo la civilización. Decían que estaban llevando lalibertad y la razón a esos pueblos semisalvajes o salvajesdel todo. La manera en la que se les daba gato por liebreconsistía en algo así como ofrecerles el «sin» de laciudadanía y darles el «sin» de la proletarización. Lo queOccidente promete cuando promete democracia y libertadtiene que ver con la liberación de un sinfín de

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«El avance de lacivilización»

Ejemplos históricos

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servidumbres y esclavitudes con las que siempre estátrenzada la vida de los seres humanos. Esos salvajes conlos que se topaba la Razón occidental, eran siervos, paraempezar, de mil supersticiones y fanatismos. Eran siervosde unas tradiciones absurdas y azarosas que en ocasionesimponían ritos atroces y sin duda que criminales, como elcanibalismo, el infanticidio femenino, la ablación del clítoris,el matrimonio obligatorio, etc. Eran siervos de unos diosesy siervos de unos reyes. En el centro de sus ciudades notenían un espacio vacío, sino, más bien, un trono o untemplo. Esos tronos y esos templos siempre vienen avertebrar una vida cultural muy densa, en la que todo tienesu lugar y en la que se es más o menos libre, pero nuncaenteramente libre.

Entonces llegaban los occidentales (armados concañones, no con libertades) y conquistaban esos tronos

y esos templos y, en el mejor de los casos, legislabancontra todo ese entramado cultural a veces tan criminal ytan absurdo. Ahora bien, en el lugar de los Tronos y losTemplos no colocaban precisamente un Parlamento,colocaban un Mercado. Y cuando los pobres indígenascaían en la cuenta de lo que había pasado, hacían elsiguiente descubrimiento: antes, vivían más o menos libresy más o menos sometidos, envueltos en un tejido desupersticiones y servidumbres que, mal que bien, les dabade comer. Ahora son enteramente libres, pero ya no paravivir en una sociedad, sino para desenvolverse en unmercado en el que no dan de comer más que a cambio dedinero. Y cuando empiezan a mirar qué es lo que ellospodrían vender en ese mercado, caen entonces en lacuenta de que, igual que el viento se llevó todas susservidumbres y sus supersticiones, se llevó también todassus pertenencias. Lo único que les ha quedado para llevara ese nuevo centro de sus ciudades es –como decía Marx–«su pellejo» (y lo único que pueden esperar ahí es «que selo curtan»).

Lo que realmente había ocurrido es que, al mismo tiempoque se les liberaba de sus servidumbres y de sus

supersticiones, se les «liberaba» también (pero en otro

Capitalismo y Ciudadanía 167

La servidumbrecultural

y la tarea de la civilización

La cruda realidad

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sentido) de lo que hasta entonces habían sido suscondiciones y sus medios para subsistir. Por ejemplo: almismo tiempo que se los «civilizaba» se convertía enpropiedad privada la tierra que les daba su sustento. Uncampesino sin tierra acaba en seguida por transformarse enproletario, es decir, en mano de obra disponible para elmercado de trabajo. El proceso «civilizatorio» con el queOccidente se adueñó de los últimos confines de estemundo, producía sin duda un desarraigo cultural muygrande, lo cual, por sí mismo, podría ser considerado buenoo malo, según se mire; pero es que ese desarraigo culturalno era sino el efecto de un desarraigo mucho másprofundo: el que arrancaba a poblaciones enteras de latierra que les daba de comer y en la que, por eso mismo,tenían tan hondamente ancladas sus raíces. Lo que en elfondo se hacía era separar a la población de sus medios deproducción, es decir, proletarizarla.

En resumidas cuentas: Ilustración y Capitalismo(Ciudadanía y Proletarización) son dos cosas bien

distintas. Si se dieron a la vez y se sirvieron la una de laotra, eso tampoco da ningún derecho a igualarlas. Eldiscurso de la Ilustración fue siempre, sin duda, unatapadera para todos los desmanes del capitalismo. Pero sifue una tapadera es porque no logró jamás ser otra cosa,es decir, porque el proyecto político ilustrado fue, enrealidad, derrotado desde sus mismos orígenes.Sencillamente, bajo las condiciones históricas impuestaspor el capitalismo, ese nuevo Cronos que había renacido,más loco que nunca, en el centro de las ciudades, laIlustración no tenía nada que hacer. Y por eso acabó siendoun discurso y sólo un discurso, un papel mojado.

Por supuesto que las bellas palabras de la Ilustración seconvirtieron en una coartada y en una mentira. Y es

cierto que, como hemos visto, si esa tapadera funcionó fueporque había una especie de isomorfismo entre el «sin» conel que se señalaba la libertad de la ciudadanía y el «sin»con el que se señala la libertad en el mercado de trabajo.Esa analogía ha justificado mil y una mentiras y también unmillón de crímenes. ¿Qué es entonces lo que había

168 Educación para la Ciudadanía168 Educación para la Ciudadanía

Las condicionesde existencia

La Ilustracióncomo coartadadelcapitalismo

Un papelmojado

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que hacer con ella? Lo que había que hacer, lo que hay quehacer, es denunciar una y mil veces que esa analogía esilegítima, que es una analogía «mal hecha», que hay gentemuy poderosa y muy criminal, además, para la que esaanalogía resulta de lo más rentable.

Pues no, lo que se hizo y lo que se sigue haciendo estodo lo contrario. ¡Cuántos y cuántos intelectualillos se

han hecho de lo más famosos con esa analogía, como si la hubieran descubierto ellos solitos, como si con ellahubieran descubierto el «gran enigma de Occidente», la otracara de la Luna, el «reverso tenebroso» de la Ciudadanía!Esa analogía entre Ilustración y capitalismo (fundidosambos bajo el ambiguo título de Occidente o de Civilizaciónoccidental) se ha convertido así en la palanca de la mayorestafa intelectual de todo el siglo XX, una estafa de la quetodavía no hemos despertado en el siglo XXI. Ahora bien, laanalogía en cuestión no es ningún gran descubrimientointelectual. Esa analogía la tenemos todos los días delantede las narices, cada vez que en los periódicos, en lostelediarios, en el Parlamento, nos hablan de ciudadanía ynos dan más y más capitalismo. Lo difícil no era laanalogía, porque el capitalismo mismo está de lo másinteresado en repetirla a diario. Lo difícil era explicar suilegitimidad, explicar por qué se trata de una analogía malhecha, de una analogía mal planteada. Explicar, por tanto,que no es que el Mal sea el reverso inevitable del Bien, queno es que el capitalismo sea la otra cara inevitable de latan deseada vida ciudadana; explicar, por consiguiente, quelo que ocurre más bien es que bajo las condicioneshistóricas capitalistas la vida ciudadana se reveló desde elprincipio impracticable y que, por tanto, lo que hubo fue unacompleta e inconfesada derrota del proyecto político de laIlustración.

La Ilustración, como estaba previsto desde el principio porVoltaire, necesita tiempo y tranquilidad. Porque sólo

estando tranquilos los hombres razonan y pueden, portanto, ponerse de acuerdo en algo. El sistema capitalista hasometido a la humanidad a un aceleramiento histórico quevuelve imposible todo reposo y, por consiguiente, la vida

Capitalismo y Ciudadanía 169

Denunciar la ana-logía en lugar

de alimentarla

La mayor estafa intelectualde todo el

siglo XX

La derrota de laIlustración

a causadel Capitalismo

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ciudadana en general. Así pues, el socialismo no deberíatraernos un «hombre nuevo», más allá de la ciudadanía. Elsocialismo ha de ser, más bien, la ocasión de que lasviejas aspiraciones de la Ilustración (que se remontan aSócrates y Platón) sean experimentadas por vez primera enla historia de la humanidad.

Y con esto damos paso al último capítulo del libro.

172 Educación para la Ciudadanía

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Una de las cosas que quedan claras al contemplar elsiglo XX es que los experimentos que puede ensayar el

ser humano en el terreno político son bastante limitados.Y más limitados son aún en el terreno jurídico.

Algunos de estos experimentos nos han dejadosuficientemente escarmentados. Así ocurrió, por

ejemplo, con algunos intentos comunistas de encontrarfórmulas superiores (o «más profundas» o «másauténticas») a lo que se llamó «derecho burgués» oderecho «formal». El entusiasmo izquierdista con el que sedefendieron aventuras políticas «más profundas» o«auténticas» que aquellas que la Ilustración habíaplasmado en la idea de un Estado de Derecho siempreserá una de las acusaciones legítimamente vertidas sobreel movimiento comunista.

CAPÍTULO 5. Capitalismo y Socialismo.El Estado de Derecho y la ilusión de

ciudadanía bajo condiciones capitalistas*

Los intentos de ir«más allá

del Derecho»

*Antes de formar parte de este libro, el contenido que vertebra estecapítulo lo hemos utilizado para combatir las increíbles mentiras con quela prensa y los medios de comunicación españoles y europeos haninformado sobre la Revolución bolivariana de Venezuela (cfr. ComprenderVenezuela, pensar la democracia, Hiru, 2006). Aquí no se trata de eso,sino de sacar conclusiones para una educación de la ciudadanía. Portanto, hemos cambiado la redacción y suprimido el énfasis en aquelasunto. Pero se trata tan sólo de una cuestión retórica; seguimosconvencidos de que una buena educación ciudadana no puededesinteresarse del compromiso político con las cuestiones de actualidad.La aventura de la ciudadanía todavía no ha concluido; más bien, seenfrenta hoy día a sus momentos más críticos.

1. Experimentos políticos en el siglo XX: más allá delDerecho y la Ciudadanía

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Pueden recordarse a este respecto, por ejemplo, losintentos de superar el derecho burgués por parte de

Vyshinski, el fiscal general de la URSS entre 1933 y 1939.Como fruto de sus teorías, se llegó a la conclusión de queel «derecho proletario» autorizaba a condenar a alguienindependientemente de que fuera «culpable» o «inocente»,pues estas categorías eran puramente subjetivas y propiasde una mentalidad individualista y pequeñoburguesa,debiendo ser sustituidas por ideas como la de «culpableobjetivo». Y resulta que para ser considerado «culpable objetivo» se consideraban válidas consideracionesestadísticas.

Hubo otro experimento jurídico que fue muy utilizado,sobre todo, para impartir justicia en el interior de los

partidos comunistas. Fue el intento de introducir una lógicadialéctica y revolucionaria en los razonamientos jurídicos. Elproblema es que una lógica dialéctica es una lógica quefunciona a base de contradicciones. Se puede uno imaginarla gracia que tiene eso de que te juzgue un juez que seempeña en no respetar el principio de no contradicción.Pero la cosa tenía su sentido. Gracias a esta lógicadialéctica, los errores del Partido nunca eran errores, sinoevoluciones necesarias entre tesis y antítesis, de talmanera que se podía ser culpable hoy por lo mismo queeras condecorado ayer, y así sucesivamente según fueranvariando las directrices del Comité Central.

Entre las corrientes de izquierdas, se propusierontambién algunos experimentos inspirados en la

Revolución cultural maoísta. En realidad, la revolucióncultural propugnada por Mao Tse Tung, en los años sesenta,fue una verdadera locura, un delirio colectivo que provocóun desastre humano incalculable. Lo que pasa es que losintelectuales europeos no tenían mucha información alrespecto, por lo que se limitaron a imaginarse la cosa a sumanera, como si se tratase de una idea excelente. Encierta forma, la Revolución cultural fue una especie degolpe de Estado que Mao dio contra el Partido Comunistaen el poder. Básicamente consistió en dar carta blanca alos adolescentes y los jóvenes para combatir la autoridad

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Experimentossiniestros

El culpableobjetivo

La lógicadialéctica

La Revoluciónculturalmaoísta

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de sus profesores, de sus jefes de partido, de susautoridades municipales, incluso de sus médicos, de suspadres, de los intelectuales más famosos, en fin, de todoaquel que representara algún poder. Lo que sedesencadenó fue una purga generalizada del Partido, dondeno se dejó títere con cabeza. Todo el mundo se convirtió ensospechoso y fue acusado de posible traición a la claseobrera. Se habilitaron gigantescos campos de concentraciónpara la reeducación cultural de estos supuestos traidores, ytanto y tanto se los reeducaba que acababan muriendocomo chinches. Era otra manera de hacer lo que ya habíahecho Stalin para arrancar al Partido el poder absoluto. LaRevolución cultural, capitaneada por jovencitos armados conel «libro rojo de Mao» (que se convirtió en un dogma másestricto que la Biblia para la Inquisición), fue un movimientomoralista, archipuritano, voluntarista y militante, en el quelo único que estaba bien visto era vivir por y para lo quedecía el libro sagrado.

Lo interesante del asunto es que se trató de unexperimento colosal (en el que murieron millones de

personas) que pretendía sustituir el Derecho por unaespecie de moralina revolucionaria que tomaba comoreferencia únicamente lo escrito en un librito rojo de cienpáginas, que era leído con verdadero fervor religioso. Sepretendía así sustituir completamente al ciudadano por elmilitante maoísta, y de ello se esperaba una regeneraciónmoral definitiva para la humanidad. Por supuesto, paraimpartir justicia bastaba con estar inspirado en la lecturadel libro rojo de Mao. Como no había Derecho, no habíagarantías jurídicas, de modo que bastaba un cotilleo, unacalumnia, un rumor, una habladuría, para que se tecondenase a un campo de concentración.

Aun así, como en Europa y en América Latina no se teníamucha idea de lo que realmente estaba pasando en

China, algunas experiencias maoístas en materia dederecho despertaron entusiasmo en algunos intelectualesprestigiosos. Sobre todo se ensayó la creación deTribunales Populares de Justicia. Lo que se pretendía eraque el pueblo pudiera impartir «su propia justicia» contra

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El libro rojode Mao

La regeneraciónmoral más allá

de la ciudadanía

Los TribunalesPopulares

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sus explotadores y contra los poderosos. Ahora bien, alrevés de lo que pensaron entonces no pocos intelectualesizquierdistas europeos, lo único que tuvieron de bueno losfamosos Tribunales de Justicia Popular maoístas es lo quelograron conservar de «justicia» y de «tribunal». Veamos unejemplo: en 1970, el más famoso de los filósofosfranceses de la época, Jean-Paul Sartre, aceptó presidir unode estos tribunales, donde se juzgó la negligenciaempresarial en la muerte de dieciséis trabajadores. La cosaparece, desde luego, de lo más sensata; y lo es, peroprecisamente porque no tiene nada que ver con unasuperación del «Derecho» o de los «Tribunales». Aquí no setrataba de inventar la pólvora. La cosa tenía mucho que vercon la denuncia de un sistema jurídico que estabasecuestrado por relaciones de poder que lo hacíanfuncionar de forma casi invertida; tenía que ver, también,con el intento de articular una decisión colectiva para noreconocer la competencia de nuestros aparatos de justiciaa la hora de juzgar cualquier suerte de delitos. Pero el noreconocimiento de un tribunal por parte del acusado es, enrealidad, una fórmula legal perfectamente admisible enDerecho. Es decir, aunque la cosa no tuviera mucho que vercon lo que realmente estaba ocurriendo en la Chinamaoísta, estos «tribunales populares» eran una buenamanera de denunciar que lo que se llama Derecho es unaapariencia de Derecho. Estos tribunales, así pues, podíanhaber funcionado correctamente para criticar el Derecho afavor del Derecho. Lo que sí que era una tontería erapensar que en ellos se escondía el germen de algo superiory mejor que el Derecho.

Yesto último fue lo que pensaron, precisamente, algunosintelectuales muy famosos, como, por ejemplo, Michel

Foucault y un sinfín de sus seguidores, que por entoncesalardeaban de ser muy de extrema izquierda (uno seasombra de ver ahora lo que ha sido de cada uno de ellos).Por ese camino se empeñaron en que había que «poner encuestión la distinción entre inocente y culpable» y acabarcon la «forma tribunal», acabar con la idea de que puedehaber una «instancia neutra» entre las relaciones de podero de violencia. En su polémica con los maoístas parisinos,

176 Educación para la Ciudadanía

Jean-PaulSartre

La denunciade una impostura

Michel Foucault

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Foucault llegó a hacer, en nombre de la espontaneidad delas masas, una apología del linchamiento y de la venganzacolectiva. Lo paradójico es que, mientras que él discutíacon el maoísmo del barrio latino de París, lo que realmenteestaba significando en China la «Revolución cultural» separecía mucho más a un régimen de linchamientosgeneralizados que a un sistema garantista de tribunalespopulares. Así es que bien podría Foucault haber alardeadode ser más maoísta que nadie, apuntándose así a eseexperimento histórico siniestro y demencial.

Una cosa es no reconocer la legitimidad de nuestrostribunales o denunciar que en determinadas condiciones

el aparato jurídico se convierte sin remedio en uninstrumento de los poderosos, y otra muy distinta espretender que la solución pasa por encontrar alguna fórmula«superior» o «más profunda» o «auténtica» de las categoríasdel Derecho. Una cosa es exigir que en un mundo atroz ycomplejo como éste se busque, se identifique y se persigaa los verdaderos culpables –que son precisamente los quemenos frecuentan la cárcel–, como ha hecho con toda larazón y con todo el coraje del mundo la teología de laliberación, y otra muy distinta dedicarse a poner en cuestiónlas nociones de culpabilidad o inocencia, como hizo ociosay pedantemente Foucault. Una cosa es establecer un marcoconstitucional para que sea posible, con la ley en la mano,arrancar privilegios a los poderosos, como se ha hechorecientemente en Venezuela o en Bolivia, y otra muydiferente pretender que con ello se ha inventado algo másnovedoso o profundo que el derecho «burgués». Lo que seha hecho en esos casos, obviamente, no es ir más allá delDerecho, sino generar los instrumentos legislativos paraque, por ejemplo, el hombre más rico de Venezuela, elempresario Gustavo Cisneros, acabe por ser lo que, conarreglo a derecho, siempre debería haber sido: unciudadano como cualquier otro, sin más influencia sobre losdestinos del país que el común de los ciudadanos. Unacosa es sentar las bases legislativas para que el Derechono pueda ser secuestrado por la burguesía y otra muydistinta considerar el Derecho mismo como un productoburgués destinado a ser superado por algún estilo superior

Capitalismo y Socialismo 177

La apologíadel linchamiento

Los verdaderos culpables

Reconquistarel Derecho

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de impartir justicia. Algunos países latinoamericanosparecen avanzar hoy por el primer camino. Por el contrario,los intentos de ir «más allá del Derecho» que se ensayarontanto por la vía fascista como comunista, acabaron siempreempantanados en un asfixiante más acá en el que se hacíaimposible la ciudadanía y todo aquello que hemos visto queconlleva la vida ciudadana.

En realidad, los intentos de superación del Derecho llevansiempre emparejado un intento de superar la noción

misma de «ciudadanía». Durante la segunda mitad del siglo XX

fue moneda corriente entre los intelectuales de izquierda lapretensión de que las categorías de «independencia civil» yde «seguridad jurídica» eran nociones «burguesas» que habíaque superar en favor de conceptos «proletarios» o izquierdistascomo «solidaridad», «comunitarismo», «cooperación»,«participación», etc. Frente al «ciudadano», se anunciabaalgo así como el «camarada». Al pretender desembocar enun «más allá del Derecho» se pretendía desembocartambién en un «más allá de la ciudadanía». Tanto elfascismo como el comunismo abordaron la tarea de forjaralgo así como un «hombre nuevo». Pero las diversastentativas de introducir en el mundo este «hombre nuevo»,lejos de desembocar en un más allá del derecho «burgués»,acabaron desembocando, saltando por encima de lacondición de la ciudadanía, en una u otra atrocidad política.Como era de esperar, al dejar atrás el Derecho, no selograba avanzar hacia ninguna tierra prometida, sinoretroceder hacia viejas formas de adoctrinamiento moral,oscurantismo religioso y ortopedia política.

Los intentos de creación de este «hombre nuevo»conforman, en efecto, uno de los capítulos más

siniestros de la historia del llamado «socialismo real». Aquítambién la revolución educativa maoísta es el ejemplo mássobrecogedor (si bien Kim Il Sung, en Corea, y Pol Pot, enCamboya, demostraron que podía llegarse aún más lejos).Pero, en realidad, el mito del hombre nuevo sigue calandotodavía en muchos movimientos de izquierda, a veces bajotintes guevaristas y a veces cristianos, sin advertir hastaqué punto se está jugando con fuego. En el fondo, el

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El camarada

El más allá de laciudadanía

El «hombre nuevo»

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objetivo al que apuntaban las doctrinas del hombre nuevoera a la conformación de un hombre tan moralmenteedificado, tan militante y adoctrinado, que ya no echara enfalta el Derecho, ni tuviese tampoco ninguna nostalgia de lacondición de ciudadano. Así, por ejemplo, todos los intentospor parte del movimiento comunista de instituir algosemejante a lo que Marx había denominado la «dictaduradel proletariado» se tradujeron en la tarea educativa deforjar un nuevo temperamento moral de la población y no enel intento de restablecer la condición de la ciudadanía enunas condiciones en las que ya no hubiera privilegios declase. No se advertía, o no se quería reconocer, que loúnico que se perseguía con esa tarea educativa eraacostumbrar a la personalidad a conformarse con la falta deseguridad jurídica y de libertades civiles, a base de que lamoral, la moralina, la militancia y el adoctrinamientovinieran a suplir el abismo sin fondo que había dejado laausencia del Derecho. En muchos casos, esteadoctrinamiento moral dejó atrás el rigorismo de las sectasprotestantes más puritanas. Una vez echado a rodar, ya nohabía modo de pararlo: tan pronto como se aceptaba comoinevitable el camino de la edificación moral, se volvíaimposible no meter la nariz en todas partes, regulando lavida familiar, condenando como antirrevolucionarias lasprácticas homosexuales o quién sabe si la masturbación oincluso el matrimonio por amor. La tarea de edificar unatleta moral capaz de colmar el agujero dejado por laausencia del ciudadano, se mostraba, una y otra vez,interminable. Y de este modo, ocurría aquí lo mismo queocurría con la búsqueda de algo más allá del Derecho: queel más allá resultaba ser un irrespirable más acá. Labúsqueda de una nueva mayoría de edad de la población,más allá de la mayoría de edad que la Ilustración habíaresumido en el concepto de ciudadanía, no dio comoresultado nada inesperado: nos dio de narices con el másacá de una minoría de edad archiconocida, algo parecido alinfantilismo de la mentalidad puritana, rigorista y militantede las sectas religiosas. Finalmente, el culto a lapersonalidad de Stalin, Mao o Kim Il Sung hundió a lapoblación en una sumisión ideológica sólo comparable a lade los imperios religiosos frente a los cuales se había

Capitalismo y Socialismo 179

El adoctrinamiento

El abismode la ausencia

del Derecho

El atleta moral

Del más allá al más acá

del Derecho

El culto a la personalidad

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alzado la voz de la Ilustración. Por supuesto que esainfantilización forzosa de una población de millones dehabitantes habría espantado a Marx tanto o más que elsistema de castas de la India (por el que, en efecto, notenía ningún respeto, pues Marx era, en el fondo, un tozudoilustrado muy intolerante con todo lo que le sonara aservidumbre religiosa, tribal o cultural).

Frente a todo este desatino y esta calamidad humana,haríamos bien en reconocer que el verdadero «hombre

nuevo», tan incesantemente anhelado por los movimientoscomunistas durante el pasado siglo, no es otro, después detodo, que el ciudadano ilustrado de toda la vida. Recientesexperiencias, como la «Revolución bolivariana» enVenezuela, están descubriendo que, en realidad, el más alládel derecho burgués no es ninguna misteriosa forma de«justicia popular», sino el Derecho a secas. Para ello hasido preciso asentar un marco constitucional «pacífico peroarmado» y, por ello mismo, capaz de arrancar de las manosde la burguesía el control del espacio de la ciudadanía.Ante los ojos atónitos del planeta y la rabia sin límites delos dueños de mundo, en Venezuela (y también en Bolivia yotros lugares de América Latina) se está emprendiendo unaverdadera revolución. Lo que pasa es que los medios decomunicación han mentido tanto y de forma tan descarnadasobre Hugo Chávez y la historia reciente de Venezuela, quela mayor parte de la gente no tiene ni idea de lo que estápasando ahí. Básicamente, lo que se está haciendo esobligar a los poderosos a comportarse como merosciudadanos y se está sentando la posibilidad de que losdesposeídos asuman todo el protagonismo que les otorgasu ciudadanía. De acuerdo con el espíritu de estarevolución, no se trata de crear un nuevo temperamentomoral marcado por la ideología y el adoctrinamiento. Setrata de extender las garantías de la ciudadanía y la independencia civil al conjunto de la población, para locual hay que empezar por alfabetizar a la población,entregar cédulas de identificación a millones de personassin censar, organizar un sistema de seguridad social muyelemental para un ochenta por ciento de la población quecarecía de todo tipo de asistencia sanitaria, poner freno a

180 Educación para la Ciudadanía

Infantilismode la población

El ejemplo de laRevoluciónbolivarianaen Venezuela

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la evasión masiva de capitales, obligar a pagar impuestos alos más ricos, etc.; es decir, hay que empezar por garantizartodas aquellas cosas que consideraríamos normales en unauténtico estado de Derecho. Lo llamativo en este caso, lo que por encima de todo debe llamar nuestra atención, esque sea preciso montar toda una revolución, aunque seapacífica, para hacer realidad en el mundo subdesarrolladoalgo que, para el Primer Mundo, que siempre ha presumidode haber conquistado el Estado de Derecho, debería ser tannormal. ¿No será más bien que, si en este caso hace faltauna revolución para poner las cosas en «estado dederecho», es porque por primera vez –quién sabe si en todala historia de la sociedad moderna– la aventura ciudadanadel Estado de Derecho está empezando a ser algo más queuna estafa?

La mayor parte de nuestros intelectuales pueden llevarseel susto de su vida con lo que se está empezando a

demostrar. En primer lugar, van a descubrir (aunque no loreconocerán) que el «hombre nuevo» que esta revolución vaa ser capaz de forjar no va a ser otro que el ciudadano quese considera más normal y más corriente. Y, en segundolugar, van a descubrir que este ciudadano normal ycorriente no se parece en nada a aquellos que, existiendobajo condiciones capitalistas de producción, vendieron hacetanto tiempo ya todas sus libertades a las necesidadesciegas e ingobernables de la maquinaria del mercado. Enlos próximos años, puede que asistamos al espectáculo decómo comienza para la historia de la humanidad la aventurade la ciudadanía. Porque, en efecto, lo que en Venezuela,Bolivia, Perú o México puede llegar a hacerse visible es elhecho de que eso que hemos tenido bajo condicionescapitalistas de producción en ciertas regiones privilegiadasdel planeta no ha sido más que una apariencia deciudadanía. Y puede que lo primero que vaya a hacersepatente sea la absoluta incompatibilidad –pese a loinsistentemente que se ha pretendido lo contrario– entre elcapitalismo y la democracia. Así pues, puede que, al final,vayamos a tener «educación para la ciudadanía» de sobra,pero no tanto para nuestros escolares como para nuestrosmás famosos intelectuales, para nuestras autoridades

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La posibilidadde una ciudadanía

bajo condicionessocialistas

La incompatibilidad

entre capitalismo

y democracia

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políticas y hasta para nuestros catedráticos de Ética y deDerecho constitucional. Y sus maestros van a ser losdesposeídos de este mundo, reclamando, de una vez portodas, una ciudadanía que no sea una completa estafa.

Como decíamos antes, da la impresión de que el númerode experimentos que el ser humano se puede proponer

ensayar en el terreno de lo político es bastante pequeño.Más bien, parece que toda la inenarrable historia de lasociedad moderna viene a dar la razón a Kant cuando decíaque «la idea de una constitución en consonancia con elderecho natural de los hombres, a saber, que quienesobedecen la ley deben ser simultáneamentecolegisladores», lejos de ser una «vana quimera», constituyepor el contrario «la norma eterna para cualquier constitucióncivil en general».

Se puede, sin duda, reflexionar o incluso denunciar elcarácter abstracto, etéreo, formal o vacío de nuestros

ordenamientos constitucionales y, en último término, de lapropia Declaración Universal de los Derechos Humanos.Puede parecer ocioso promulgar un derecho a la vivienda oal trabajo al mismo tiempo que no se reconoce el derechode amparo respecto de esos derechos, de modo que nadiepuede llevar a su gobierno a los tribunales por no ser capazde proporcionarle un trabajo o una vivienda. Ahora bien,pese a su indiscutible abstracción y su aparente ociosidad,nuestros ordenamientos constitucionales definen el marcosobre el que se establecen los regímenes políticos queconocemos como Democracias Parlamentarias. Y lo ciertoes que, hasta la fecha, no se ha inventado nada mejor y,a la vista de cuanto ha acontecido a lo largo del siglo XX, noparece tampoco que pueda llegar a inventarse.

La idea de una democracia constitucional y de un régimenparlamentario se basa en última instancia en la

convicción socrática, contundentemente expuesta porPlatón, de que lo mejor o, al menos, lo menos malo a lo

182 Educación para la Ciudadanía

Educación para la ciudadanía

El ideal de lapolítica

El carácterabstractode laConstitución

2. «O nos persuades o nos obedeces»

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que podemos aspirar en los asuntos humanos es a unmarco en el que las malas leyes puedan ser corregidaslegalmente. La ciudadanía es, decían los filósofos griegos,la condición por la que el hombre puede, en lugar delimitarse a vivir, aspirar a llevar una vida buena. Es elderecho del hombre a que la incansable tarea de sobrevivirno le impida vivir. Pero sin ley no hay ciudadanía. Y a lo quepodemos aspirar «nosotros los hombres» –como solíaexpresarse Kant– no es a que un dios nos regale la mejorde las leyes (para tener la mejor de las ciudades), sino a unmarco legal en el que la ley pueda corregir a la ley. Es aese marco al que llamamos Constitución. El Parlamento o laAsamblea legislativa constitucional es la institución quepermite a los que no somos dioses, a «nosotros loshombres», ser algo más que hombres y mujeres, pues, sibien es verdad que su existencia es la consecuencia de queningún dios puede regalarnos la mejor de la leyes (y de que,por tanto, los humanos somos nada más que humanos sinremedio), el hecho de que se haya encontrado una maneralegal de corregir las malas leyes es algo así como elmáximo de «divinidad» al que los humanos podemosaspirar. Es por ello por lo que Aristóteles (que no creía en lainmortalidad del alma), sin embargo, podía exhortarnos a«no tratarnos en tanto que hombres, puesto que somoshombres, ni en tanto que mortales, puesto que mortalessomos, sino, en la medida de lo posible, inmortalizarnos yhacer todo lo posible por vivir de acuerdo con lo más divinoque hay en nosotros: la razón».

Como ya supieron advertir los filósofos griegos, siemprees mejor una mala ley que la ausencia de ley. Tras ser

condenado a la muerte, Sócrates (en uno de los diálogosde Platón) mantiene una conversación imaginaria con lasleyes que lo han condenado. No cabe duda de que, enefecto, eran unas malas leyes. Por eso los amigos deSócrates le sugerían huir de la prisión y escapar así a esainjusta condena. Pero, en su diálogo imaginario con lasLeyes, Sócrates deja muy claro por qué se siente obligado adejar que se cumpla la sentencia. Si las leyes eran malas,había que haber hecho lo posible por cambiarlas. Si no,sólo queda obedecerlas. Esto es lo que las leyes vienen a

Capitalismo y Socialismo 183

Que las malasleyes sean corregidas legalmente

El marco constitucional

El máximo dedivinidad

al que podemosaspirar

Un texto deAristóteles

Las malas leyes

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decir a Sócrates: «Puede que al condenarte estemoscometiendo una injusticia contigo, puede incluso queseamos unas leyes injustas, pero es que tú deberías habervenido a la asamblea, haber hablado y convencido paracambiarnos; lo mismo pasa ahora, cuando ya parecedemasiado tarde, aunque sólo sea “por falta de tiempo”,ahora puedes intentar convencernos, pero si no lo logras,no tienes más remedio que obedecernos». En un Estado deDerecho, es decir, en un marco en el que la ley puede sercorregida legalmente, nadie puede legítimamente escudarseen que las leyes son malas para dejarlas de obedecer. Silas leyes son malas, lo que hay que hacer es lo que hizoSócrates, obedecerlas. Obedecerlas sin dejar de tratar depersuadirlas para que cambien, para que sean mejoresleyes a las que también obedecer. Ahí donde existe unmarco para convencer a las leyes, ninguna ley es losuficientemente mala como para que haya que dejar deobedecerla. Obedecer incluso las malas leyes es tantocomo reafirmar el marco legal en el que las malas leyespueden ser corregidas, reafirmar esa ley fundamental quelegisla, precisamente, que las malas leyes no tienenninguna posibilidad, que las malas leyes están abocadassin remedio a ser corregidas. En cierto sentido, lo quebuscaba conseguir la Ilustración a través de su proyectopolítico era ni más ni menos que convertir esta convicciónsocrática en la receta definitiva para la erradicación de laviolencia en el ámbito de vida política y, por tanto, para elsometimiento del poder a la ley. A las Leyes se laspersuade para que cambien, o se las obedece. Una vezinstituido un verdadero marco constitucional, todo recursoa la violencia es ilegítimo («terrorista») e implica lanegación misma de lo que hemos llamado «ciudad»; enningún caso ni de ninguna forma puede ser consideradouna opción ciudadana.

No obstante, hay que tener mucho cuidado para noolvidar algo fundamental: el presupuesto de todo este

argumento es que «las malas leyes puedan ser corregidas

184 Educación para la Ciudadanía

Sócrates y lasLeyes

También lasmalas leyesdeben ser obedecidas…

…al menos siexiste un marco legalpara corregirlas

3. El marco legal y la dictadura del capital

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legalmente». Sólo si esto es así, es verdad, a su vez, que lapeor de las leyes puede ser considerada a priori mejor quela ausencia de ley, es decir, mejor que una situación en laque las malas leyes no puedan ser corregidas legalmente(como ocurre cuando éstas no son sino los dictados deltirano de turno o de la oligarquía que lo sostiene).

Pero si es cierto que la ausencia de ley es algo peor que una mala ley, la historia política de los pasados

siglos XIX y XX ha venido a demostrar que hay algo aún peorque la ausencia de ley: el que dicha ausencia sea llamadaley y pueda llegar a ser considerada como tal. Y esto es,fatalmente, lo que ha llegado a ocurrir hoy.

Aeste respecto, hay que insistir en que, contra lo quetradicionalmente ha creído la propia izquierda, no hay

ninguna incompatibilidad entre defender el Estado deDerecho y seguir siendo «de izquierdas». Se puede defenderel Estado de Derecho sin necesidad de dejar de darle larazón a los movimientos comunistas que en su díacombatieron lo que entonces denominabandespectivamente «derecho burgués», e incluso sin dejar dereconocer que dichos movimientos tenían razón al defenderque la lucha política debía entablarseextraparlamentariamente. Pero la izquierda debería entenderque la asunción de tales planteamientos no tiene nada quever con la defensa de algo más «profundo» o más«auténtico» que el Estado de Derecho. Es un verdaderodislate intentar encontrar un «más allá del Derecho y laciudadanía». Porque no es la idea de un Estado de Derechola que resulta despreciable. Lo despreciable, lo inadmisible,es la pretensión de ser un Estado de Derecho que siemprehan tenido las sociedades capitalistas de lo que llamamos«Primer Mundo».

En realidad, lo único verdaderamente constatable en lasautodenominadas Democracias Parlamentarias es que

en lugar de un marco legal para que la ley corrija a la ley loque tenemos es una ausencia de ley que se llama a símisma ley. De ahí, que podamos decir que a la tradicióncomunista le sobraba razón en lo esencial: era verdad y

Capitalismo y Socialismo 185

Un presupuesto

La ausencia deley que se llama

a sí misma ley

Por qué los comunistas tenían

razón de todos modos

Cuando no existeun marco legal

para corregir lasmalas leyes

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sigue siendo verdad que lo que tenemos es una dictaduradel capital y no una democracia. Y, por lo tanto, que lo quetenemos no son leyes, ni siquiera malas leyes o las peoresleyes del mundo, sino la ausencia de ley. Y no son leyes,precisamente porque lo que no existe es un marco legalpara corregir legalmente las malas leyes.

Bajo el capitalismo, las leyes que dan la libertad aldinero se imponen sobre aquellas que regulan los

asuntos humanos. Como ha dicho plásticamente elescritor Eduardo Galeano, para liberar el dinero, el capitalismo encarcela a la gente. A partir de una convicción semejante, las mismas leyes de las quecanta el neoliberalismo sus alabanzas, fueron condenadaspor la izquierda anticapitalista como las peores leyesimaginables. Eso no habría sido suficiente para tenerrazón, desde luego, si hubiera existido un marco legal paracorregirlas. Ahora bien, ¿será posible seguir sosteniendotodavía que esas leyes, alguna vez durante todo el siglo XX,le dijeron a la izquierda lo mismo que antaño le dijeron aSócrates, «o nos convences o nos obedeces»? ¿Es que fueun sanguinario capricho de la izquierda el recurrir a laviolencia revolucionaria en lugar de plegarse a los caucesparlamentarios, tal y como si no existiera para nada unmarco legal para corregir las malas leyes? Preferir larevolución a la reforma legal, comprometiendo así la vidade millares o de millones de personas, habría sido unacriminal insensatez que pesaría sobre las espaldas de lastradiciones comunistas y anarquistas, al menos si fueracierto que había posibilidad de elegir. Y seguiríatratándose, sin duda, de un crimen mientras quedara elmás mínimo resquicio de un marco legal para corregir a la ley.

La derecha, la extrema derecha, el neoliberalismo y lasocialdemocracia hace ya mucho que vienen diciendo

que ese marco legal ha existido y continúa existiendo. Enlas páginas que siguen vamos a hacer algunasconsideraciones que, sin embargo, suelen pasarcasualmente desapercibidas en sus argumentos.

186 Educación para la Ciudadanía

Una dictadura delcapitaldisfrazada dedemocracia

Ni siquieratenemos malasleyes

«O nos convenceso nos obedeces»

¿Malas leyeso ausenciade ley?

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Los historiadores se han afanado en darle muchas vueltasy vueltas a todos esos casos en los que la izquierda,

tomando el camino de la revolución, trató de instaurar loque durante el siglo pasado se dio en llamar «socialismoreal». Pero los historiadores tienen al respecto, todavía, unacuenta pendiente. Porque esa historia no se entenderásuficientemente hasta que no sea conectada con la otra: lade todos esos otros muchos casos en los que la izquierdaanticapitalista se decidió por la opción de corregirlegalmente las malas leyes. Exceptuando algunos episodiosmás famosos por distintas razones, como el caso deAllende en Chile, esta parte de la historia es muy pococonocida en general. Y en particular, los historiadoresparece que se hubieran resistido a tratar el tema en suunidad. Mientras que sí puede reconocerse un temasustantivo en el asunto de las revoluciones socialistas delsiglo XX, pocos se han ocupado de buscar una coherenciahistoriográfica a los muchos intentos en los que la izquierdasiguió la vía parlamentaria, obedeciendo las leyes,persuadiendo, convenciendo y triunfando electoralmente; esdecir, todos aquellos casos en los que, tras haberobedecido y convencido, la izquierda anticapitalistaemprendió la tarea de corregir legalmente las malas leyes.

Si los historiadores occidentales no se hubieran limitadoa explorar tan sólo una parte de la historia política del

siglo XX, habrían comprobado lo siguiente: cada vez que laizquierda anticapitalista ha intentado valerse del marcolegal para corregir las malas leyes, se ha encontrado conque ese marco no existía; se ha encontrado con que elpretendido marco constitucional, pese a todas lasapariencias, jamás había existido.

En todas las ocasiones en las que, habiendo ganado laizquierda por vía parlamentaria, se ha intentado legislar

de manera que quedara afectada alguna cuestión deimportancia económica (es decir, cada vez que la izquierdano sólo ha logrado ganar, sino que ha intentado cumplir suprograma electoral), lo que inevitablemente ha ocurrido ha

Capitalismo y Socialismo 187

Una cuenta pendiente

de los historiadores

Cuando la izquierda

anticapitalistalogró

«convencer a lasleyes»

La ausenciade marco

constitucional

4. Incompatibilidad entre parlamentarismo y capitalismo

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sido que los mismos que antes presumían de un ordenconstitucional capaz de corregir las malas leyes, se hanocupado entonces de alentar, financiar, provocar o apoyarun golpe de Estado que diera al traste con el orden encuestión. Y demostrando así que había algo con más poderque la ley, se ha demostrado, una y otra vez, que eso quese llama ley bajo las condiciones de producción capitalistasno es, en realidad, una mala ley, sino una forma«ideológica» de nombrar la ausencia de ley.

Para los historiadores actuales debería resultar irrefutable(o al menos, debería ser cosa que llamara mucho la

atención, algo sobre lo que se reflexionara y escribiera sinparar) el hecho de que el destino efectivo de nuestrosordenamientos constitucionales esté siempre supeditado alo que ocurre fuera de las instituciones públicasciudadanas, en un terreno que, en la práctica, escapa casipor completo al control de las mismas. Todas lascuestiones políticas de importancia han sido y sondecididas en la arena de la economía y no en lo que sesupone que son las sedes de nuestra instancia política, esdecir, en el Parlamento (lo mismo podría decirse, a otronivel más global, del patético papel que siempre hadesempeñado la Asamblea General de la ONU). AlParlamento se le ha dejado hacer mientras no ha decididonada que contradijera los intereses de las corporacioneseconómicas que en cada caso tuvieran la sartén por elmango.

El poder, como decía Carl Schmitt, no lo tiene quien loejerce, sino quien te puede cesar por el uso que hagas

de él al ejercerlo. La historia del siglo pasado ha puestoinexorablemente de manifiesto que las corporacioneseconómicas han cesado al Parlamento cada vez que ésteha decidido algo que no les convenía. Y que lo han hechomediante operaciones económicas, y políticas a granescala, armando ejércitos, dictando bloqueos, chantajes yrepresalias económicas, o, sencillamente, bombardeando elParlamento, invadiendo países, financiando golpes deEstado. Lo cierto es que en este mundo sólo ha habidoEstado de Derecho y Democracia en la medida en que la

188 Educación para la Ciudadanía

Algo con máspoder que la ley

La arena de la economía,más allá de lasleyes

El poder y las leyes

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llamada instancia política se ha plegado a unos interesessobre los que el Parlamento tenía vedado discutir o legislar.Así, la Democracia no ha sido sino el paréntesis entre dosgolpes de Estado. Un paréntesis que ha durado tanto comoha durado la voluntad política de no legislar sobre nada deimportancia (al menos en el terreno económico), de modoque, a fin de cuentas, lo que se celebraba y se hacelebrado como democracia no ha sido, en realidad, másque la inutilidad y la impotencia de la instancia política.

Pero esto no tiene nada que ver con el cacareado «fin delo político» que pusieron de moda algunos filósofos. No

hay fin alguno de lo político. Lo que hay es la futilidadcreciente de todo ejercicio ciudadano de la política bajo lascondiciones capitalistas de existencia. Lo que ocurre esque, bajo el capitalismo, la política ha dejado de ser unaprerrogativa de la politeía, es decir, de la ciudadanía. Pero,por lo demás, las corporaciones económicas han hecho ysiguen haciendo política y la han hecho y siguen haciéndolaa lo bestia, es decir, de forma dictatorial y absolutamenteajena a la argumentación y contraargumentaciónparlamentaria, es decir, en realidad, al margen de la ley, deforma alegal y, a veces, abiertamente terrorista. Es por loque el estadounidense Noam Chomsky, uno de losintelectuales más importantes de nuestros días, ha podidoafirmar que «ni siquiera tenemos capitalismo», si porcapitalismo hemos de entender algo así como un laissezfaire que rechace el intervencionismo político en la arenaeconómica. «El FMI, el BM, el grupo G7, el GATT, elejecutivo de la Comunidad Europea, etc., son básicamentelos fundamentos de un gobierno internacional», y aunqueeste «gobierno internacional» está fuera de todo controlparlamentario y democrático, el hecho es que gobernar sígobierna. No es que no haya política, lo que no hay esdemocracia y, mucho menos, división de poderes, Repúblicao Estado de Derecho. Lo que no hay es un marco legal para«convencer» a las leyes, es decir, un auténtico ordenconstitucional. Tal y como la izquierda ha afirmado siempre,lo que una y otra vez ha quedado probado es laincompatibilidad esencial entre capitalismo y democracia.Pero también otra cosa en la que la izquierda ha insistido

Capitalismo y Socialismo 189

El paréntesisentre

dos golpes deEstado

La impotencia y lasuperfluidad de

la instancia política

¿El fin de lo político?

La política alegal de las

corporacioneseconómicas

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mucho menos: la incompatibilidad entre capitalismo yparlamentarismo, al menos si por parlamentarismo hay queentender lo que éste pretende ser y no la mascarada quehabitualmente pasa por tal.

Lo que es gravísimo es confundir las cosas y pretenderque esos parlamentos que se creen soberanos mientras

no deciden nada sobre la política dictatorial de lascorporaciones económicas, de todos modos podrían hacerlosi así lo decidieran, es decir, si, por un milagro o unacaprichosa casualidad, algún día ganara las elecciones unpartido de izquierdas que estuviera dispuesto a gobernarcomo tal. Los historiadores deberían ser unánimes aladvertir que ese gobierno tropezaría de inmediato conintereses incomparablemente más poderosos que él y quelo pagaría muy caro. Sin embargo, el aparente desinterésde los historiadores a este respecto, otorga, más bien, unacarta blanca a todo tipo de desarrollos mitológicos queluego son ideológicamente muy rentables comopropaganda. La Ley y el Poder tienen, como es obvio, algoque ver. Un marco legal sin poder para corregir legalmentelas malas leyes no es sólo, como suele decirse, «papelmojado». Es también una impostura, una mentira que, a suvez, tiene efectos políticos. Es una manera más, y no de lasmenos eficaces, de impedir que se hagan leyes contra laausencia de ley. Una manera más de defender por la fuerzael imperio de la fuerza.

Las mentiras que una sociedad necesita contarse a símisma para funcionar de una determinada manera son

como constelaciones de infinitas estrellas que giran en tornoa un centro gravitacional. Una vez sentado este núcleo, elmargen de acción en el que pueden mentir los periódicos ylos intelectuales en general puede llegar a ser muy amplio.Pero siempre hay dos o tres mentiras fundamentales sin lascuales se desvanecerían todas las demás. Son auténticosfocos ideológicos que conforman lo que podríamos considerarla mitología de cualquier sociedad, también de la nuestra.

190 Educación para la Ciudadanía

La incompatibilidadentre capitalismoy parlamentarismo

El imperio de lafuerza

Universos de mentiras

5. Las dos grandes mentiras de la sociedad capitalista

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Existen dos mitos fundamentales sin los cuales se haríamucho más difícil mentir en la sociedad capitalista. El

primero es el mito del liberalismo económico. El segundopuede resumirse en la idea de que el capitalismo históricoha sido y sigue siendo compatible con un Estado deDerecho.

El peso y el poder de convicción que ambos mitos tienenactualmente es muy desigual. El primero, podría decirse

que se mantiene creíble tan sólo a base de propaganda,porque ha sido eficazmente desmontado y desarticulado anivel académico por los historiadores. Por el contrario, elmito de la compatibilidad histórica entre capitalismo yEstado de Derecho no es sólo una cuestión de propaganda.Se trata de un mito tan imprescindible que ha sidonecesario convertirlo en una especie de verdadincuestionable incluso en medios científicos y académicos,lo que no se ha podido conseguir sin la complicidad de unnúmero importante de historiadores y pensadores confama de respetables. Pero veamos más de cerca la funcióny el destino que cada uno de estos mitos ha tenido ennuestros días.

En relación con el primero de estos mitos, hay que decirque el neoliberalismo apenas trata ya siquiera de

disimular su carácter ideológico. Cuando los defensores delneoliberalismo se atreven todavía hoy a discutir en elterreno académico, acaban sistemáticamente haciendo elridículo. El liberalismo económico se ha pretendido exportarsiempre a los países de la periferia mientras las grandesmetrópolis occidentales se protegían hábilmente de losindeseados –y a menudo letales– efectos de la economíade mercado. Las recetas del liberalismo económico hanservido siempre para los otros, pero jamás para nosotrosmismos, jamás para las grandes potencias que tanto sehan afanado en extender la ley del libre mercado por elmundo. No resultará extraño, dicho sea de paso, que aquínos venga a la cabeza lo que dijimos en su momento sobre

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Dos grandesmentiras

Una receta paralos demás

PRIMER MITO: el mito del liberalismo

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la forma de ley, pues, en efecto, este modo de operar esexactamente el contrario del que vimos que nos exigía esa«forma» («forma» que, como recordaremos, nos prohibíaexceptuarnos a nosotros mismos de las leyes quequisiéramos ver en vigor en el mundo).

En todo caso, para cualquier historiador honrado resultainnegable que los «planes de ajuste estructural» que los

promotores del liberalismo económico han obligado aadoptar a tantos países han llevado al planeta aconvertirse en una especie de «Tercer Mundo global». Lospaíses que, desde los años sesenta, se han consideradoen «vías de desarrollo», podría decirse que se handesarrollado tanto más al revés cuanto más han acatadolas órdenes neoliberales que, de uno u otro modo, lasgrandes potencias les han forzado a cumplir. Se hablasiempre de Chile como prueba de lo contrario, pero no secitan más casos, porque no los hay. Y, mirando más decerca los datos socio-económicos, resulta que ni siquieraChile vale realmente como ejemplo. Además, intentar ponera Chile como ejemplo a este respecto se encuentra con laimportante dificultad de tener que presentar a Pinochet(uno de los dictadores más implacables de todo el siglo XX)como un modelo de talante liberal. La coartada para explicarel ininterrumpido fracaso de los programas neoliberales esdecir que no han sido suficientemente neoliberales. Peroeste sarcasmo es insostenible para cualquier economistaserio, y ridículo para cualquier historiador honrado, tantomás después de la crisis argentina de 2002: nunca antesun país había aplicado con tanto celo las recetasneoliberales, nunca antes se habían hecho con tantoesmero los deberes del «plan de ajuste estructural», y elresultado fue, en consonancia, una catástrofe económicainédita hasta entonces (sólo comparable al descalabroque supuso aplicar las mismas recetas a las economíasde Rusia y Europa del Este). Lo que, echando un vistazo ala historia, salta a la vista es, más que nada, laincompatibilidad radical entre la economía liberal y lasposibilidades más elementales de supervivencia para lasociedad.

192 Educación para la Ciudadanía

Un «Tercer Mundoglobal»

Chile

La coartadadel fracaso

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Aeste respecto, tenía toda la razón Karl Polanyi cuandodecía –hace ya más de sesenta años– que el proyecto

liberal de un mercado autorregulador (en el que la tierra, eltrabajo y el dinero aparecían como mercancías) era lautopía más insensata y suicida que jamás ha emprendido lahumanidad. Cuando, en 1931, Gran Bretaña abandonó elpatrón oro, era ya evidente que este absurdo sueño utópicose había venido abajo enteramente. En realidad, no podíasorprender a nadie que el intento de aniquilar todas lasinstituciones sociales y sustituirlas por el mercadocondujera necesariamente a la total desintegración de lassociedades. Las razones son más o menos sencillas. Yahemos comentado que el capitalismo es una especie deCronos incapaz de permitir ese mínimo de tranquilidadimprescindible para la vida ciudadana. La única posibilidadde la ciudadanía pasa por la construcción de institucionescapaces de resistir sus embestidas. Cuando una sociedad,en vez de aplicarse con todas sus fuerzas en esta tarea, sededica más bien a desmontar todas sus instituciones parasustituirlas por el mercado, el resultado no es, comoprometían los liberales, una eficiente sociedad de mercadodonde reina la armonía; el resultado ni siquiera es unaineficiente sociedad donde reina la discordia. El resultadoes, sencillamente, la disolución completa de toda posibleforma de sociedad, la desaparición del mínimo dehumanidad necesario para la vida social.

Los países occidentales no tardaron en abandonar eldisparate de un mercado autorregulado y en imponer

regulaciones institucionales muy estrictas al mercado engeneral y a los mercados de dinero, tierra y trabajo enparticular. Ahora bien, precisamente el tipo de cosas quetermina siendo imprescindible regular institucionalmentenos da una idea muy aproximada de cuáles son los efectosque se producen en ausencia de esas regulaciones.Tomemos algún ejemplo que nos recuerda Marx a propósitodel mercado de trabajo: en 1833, el parlamento inglésredujo a 12 horas íntegras de trabajo la jornada laboral paralos muchachos de 13 a 18 años. En 1852, la clase obrerafrancesa defendió con uñas y dientes la ley que reducía a12 horas la jornada laboral contra los planes de Luis

Capitalismo y Socialismo 193

Una utopíainsensata y

suicida

Regulaciones institucionales

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Bonaparte (que procuraba congraciarse con la burguesía).En Austria, en 1860, se estableció la misma restricción a12 horas para los chicos entre 14 y 16 años, y en Zurich se limitó a 12 horas el trabajo de los niños mayoresde 10 años.

Nos encontramos, pues, con que eso de que los niños de10 años trabajen «sólo» 12 horas diarias es algo que

hace falta imponer institucionalmente contra las reglas que imperan cuando el mercado se autorregula.

Como decimos, la verdad es que los países occidentalesabandonaron muy pronto esa utopía criminal a la que

llamamos economía de mercado. Desde el principioinventaron procedimientos mediante los que poderdefenderse del automatismo mercantil respecto del trabajo,la tierra y el dinero: se implantaron legislaciones laboralesintervencionistas para protegerse del mercado de trabajo;medidas arancelarias sobre los cereales para protegersedel mercado agrícola; y mecanismos bancarios de creaciónde dinero fiduciario para protegerse de las fluctuacionesgenocidas del libre comercio mundial mediante la creaciónde una moneda nacional (o comunitaria) socialmenteestable, a salvo de las imprevisibles contingencias delmercado transnacional. Jamás se cumplió entre nosotros elsueño delirante del liberalismo económico, la utopía de unaeconomía internacional autorregulada por el mercado, capazde imponerse sobre las consideraciones tradicionalistas,religiosas, políticas, nacionalistas o tribales.

Yen cuanto tuvieron la oportunidad, los países máspoderosos del mundo adoptaron un proteccionismo de

urgencia que les permitiera sobrevivir como naciones-Estado. Reivindicarse como naciones y asegurar la fortalezade su dinero bancario era la única solución que pudieronencontrar contra las amenazas del mercado.

Afinales del siglo XX, la media de los gastos estatales delos países de la Unión Europea rondaba el 47 por 100

del Producto Interior Bruto. Y la economía privada tampocoparecía apostar por un modo de organización muy acorde

194 Educación para la Ciudadanía

Cuando el mercado se autorregula

Mecanismosproteccionistas

Cómo Europase salvóde las amenazasdel libre mercado

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con los principios del mercado autorregulado y elliberalismo. Para empezar, la actividad económica segestionaba cada vez más a través de gigantescosentramados industriales y comerciales que manejabanrecursos económicos muy superiores a los de la mayoría delos países, y empleaban a cientos de miles de personas enuna organización altamente jerarquizada y disciplinada quenada tenía que ver con el mercado. En el interior de esasgigantescas organizaciones empresariales, por supuesto, anadie se le ocurría proponer que el modo más eficiente deorganización pasaba por introducir mecanismos demercado. Cualquier gran empresa sabía que eso era undisparate que conduciría a su ruina. La actividad económicade esos gigantes empresariales (mayores que paísesenteros) se basaba en los principios de planificación yorganización centralizada. Habida cuenta de que el gruesode la actividad económica estaba, bien en manos deEstados muy potentes, bien en manos de un puñado deorganizaciones empresariales totalmente centralizadas, elresultado era una economía controlada desde menoscentros de decisión que en la propia Unión Soviética (y no,ni mucho menos, un mercado autorregulado en el que habíatantos centros de decisión económica como individuospululando en el mercado). Además, el capital privadotambién exigía una fuerte protección estatal mediante elcontrol de la oferta monetaria, la adecuación de la políticafiscal a las necesidades productivas, el saneamientodirigido de las pérdidas de capital, la domesticaciónintervencionista de los monopolios y, en última instancia, elfranco intervencionismo militar. Las grandes potenciasoccidentales y los grandes capitalistas hacía ya muchotiempo que no querían picar el anzuelo del liberalismo. Dehecho, jamás se habían tomado ese cuento demasiado enserio. Jamás habían estado dispuestos a subordinar susbeneficios económicos a la libertad; ni siquiera a la libertadde mercado. Esto, y sólo esto, es capaz de explicar que, enlos momentos históricos en los que el capitalismo se havisto amenazado, haya apostado con entusiasmo porcualquier tipo de intervención política siempre y cuandoasegurase su producción de beneficios. Ni hoy ni nunca elliberalismo económico ha sido un sistema deseable para

Capitalismo y Socialismo 195

Corporacioneseconómicas

planificadas y centralizadas

Empresas queson como países

Proteccionismoestatal

Socializaciónde pérdidas

Intervencionismo

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quienes lo proclaman, sino, más bien, un sistema que losmás poderosos pretendían siempre imponer a los otros, alos que no eran capaces de concitar las fuerzas suficientespara defenderse por sí mismos del mercado.

Así pues, no es cierto que con el derrumbe de losregímenes socialistas del Este europeo y el simbólico

derribo del Muro de Berlín (en 1989) «nuestro modeloeconómico» se hiciera casi completamente universal.Nuestro modelo económico ha seguido siendo privilegioexclusivo de los grandes. Lo que entonces se logró, pararegocijo de las grandes potencias y las poderosascorporaciones económicas occidentales, es imponer elliberalismo económico al 82 por 100 de la poblaciónmundial, incapaz de hacer ya nada por defenderse de lavorágine del mercado. Nosotros, mientras tanto, seguíamos,como siempre, bien protegidos del propio sistema que nosdedicábamos a predicar; así pues, en el fondo, y gobernasequien gobernase, nos podíamos seguir permitiendo el lujode ser «socialdemócratas» mientras el resto del mundo eraya liberal. Y en el colmo del cinismo, seguir condenandocomo «anacrónica» intentona «comunista», «totalitaria» o«antidemocrática» cualquier proyecto socialista emprendidoallende las fronteras de Occidente.

Aquellos a los que hoy vemos arriesgar su vida y la desus hijos intentando cruzar la frontera que separa el

miserable mundo en el que viven de nuestro confortablePrimer Mundo, no huyen de terribles regímenes comunistas,sino del capitalismo en estado puro, en un estado tan purocomo ya no existe en ninguno de nuestros protegidospaíses: huyen de la fría, ciega y genocida libertad delmercado. En España, intentando saltar ese otro «muro de lavergüenza» que son las alambradas de nuestras fronteras,se calcula que han muerto, solo en el año 2006, entre 700y 3.000 personas. El número de los que murieronintentando saltar el Muro de Berlín entre 1961 y 1989 sediscute hoy en día si fue de 86 o de 262.

En la actualidad, la embestida neoliberal que venimossufriendo desde los años ochenta del siglo pasado se

196 Educación para la Ciudadanía

La verdadera victoriadel modeloliberal

Un nuevo«muro de lavergüenza»

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esfuerza vanamente en ocultar un intervencionismo y unproteccionismo estatal de extrema derecha. En realidad, elneoliberalismo de hoy es, al igual que el de ayer, unmortífero instrumento de clase. Quizá en otro tiemporesultó más creíble, pero, pese a la propaganda y el trabajoideológico, pocos pueden ya albergar dudas sobre lo querealmente significó el sueño liberal del siglo XIX, la utopía deun mercado autorregulador a escala planetaria. El hechoincontrovertible es que las potencias que más predicaron elliberalismo, como Inglaterra, jamás aceptaron aplicarse a símismas las reglas del libre comercio. El liberalismo era,desde luego, una «receta» que querían ver funcionando sóloen cabeza ajena. Pero eso sí, la pasión con la quedeseaban imponerlo a otros era tal que también estabandispuestos a renunciar a procedimientos liberales paraconseguirlo. Si a alguna sociedad sin fuerza suficiente pararesistirse se le ocurría poner reparos al libre mercado, larespuesta no sería el desembarco de miles de liberalescantando alabanzas a la libertad. Sabemos muy bien lo queles pasó a los que libremente decidieron no dejar que se loaplicaran.

Nos limitaremos a citar un ejemplo: en 1864, el embajadoringlés en Buenos Aires, Edward Thornton, envió un

informe a Londres sobre el comportamiento del presidentede Paraguay, Francisco Solano López, explicando cómo«estaba infringiendo todos los usos de las nacionescivilizadas». Textualmente, los delitos eran los siguientes:«Los derechos de importación sobre casi todos los artículosson del 20 o 25 por 100. Los derechos de exportación sondel 10 al 29 por 100». En 1865, Brasil, Argentina y Uruguay,financiados por los bancos ingleses, invadieron Paraguay y lo«civilizaron»: exterminaron a cinco sextas partes de lapoblación. En 1865, Paraguay tenía un millón y medio dehabitantes; en 1870, al final de la guerra, 250.000.

Este caso y varios centenares más que podrían señalarse,han sido suficientemente recordados por los

historiadores como para levantar la voz de alarma respectoa la historia del liberalismo económico y sus pretensionesde legitimación.

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Los genocidiosdel liberalismo

El ejemplo de Paraguay, 1865

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No ocurre lo mismo respecto al otro núcleo mitológico de lasociedad capitalista actual. El mito de que el capitalismo

es compatible con un Estado de Derecho más o menossaludable, es decir, con un marco legal en el que las leyessiempre pueden corregir las malas leyes, ha sido muy pocodesautorizado por los historiadores. A este respecto, además,las izquierdas mordieron a menudo el anzuelo y contribuyeronellas mismas a engrosar el error, al querer convertir la ideade Estado de Derecho en un elemento de la superestructuraideológica de la sociedad burguesa. De este modo, tanto enla derecha como en la izquierda, se enquistó una ficción fatal:no sólo la idea de que democracia, derecho, parlamentarismo,división de poderes, ciudadanía, etc., eran conceptoscompatibles con el orden burgués de la sociedad capitalistasino incluso la idea de que democracia y capitalismo eranconceptos que se implicaban mutuamente de un modonecesario, es decir, la idea de que no podía haber nicapitalismo sin democracia ni democracia sin capitalismo.

Este tejido mitológico encubre la verdadera naturaleza delas cosas. Los datos incontrovertibles de la historia no

demuestran que el capitalismo sea compatible con lademocracia, sino, más bien, que el capitalismo jamás hapermitido a la democracia pronunciarse contra elcapitalismo. Se trata de una ley que Henry Kissinger, el queera entonces secretario de Estado de EEUU, enunció muycerteramente en 1973, con ocasión del golpe contraAllende: «Si hay que elegir entre sacrificar la economía o lademocracia, hay que sacrificar la democracia». Así pues, lacosa no es tanto que el capitalismo sea compatible con unmarco legal para corregir las malas leyes, sino si estádispuesto a conservar ese marco legal en el caso de quelas malas leyes a corregir afecten al capitalismo mismo. Lacopertenencia entre capitalismo y democracia dejaría así deser un dato histórico para convertirse en una tautología.

Aeste respecto, podemos recordar una broma muysignificativa que hizo, hace ya cosa de quince años, el

intelectual español Fernando Savater. Corrían precisamente

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Un mito aún más peligroso

La «ley de Kissinger»

SEGUNDO MITO: la compatibilidad entre capitalismo y Estado de Derecho

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Capitalismo y Socialismo 199

esos tiempos en los que la caída del Muro de Berlín y lostemores de que la izquierda no tuviera muchasposibilidades de sobrevivir obligaban a un replanteamientogeneral de todas las categorías habituales del pensamientopolítico. Con la agudeza sofística que le es característica,Savater nos explicó entonces que el capitalismo era comoel tubo digestivo de la sociedad y que la izquierdaanticapitalista, es decir, los comunistas, éramos un inventotan fenomenal como el Alka-Seltzer (un antiácido analgésicoque por entonces estaba de moda para los dolores deestómago). Mientras la izquierda se conformara con estepapel, obligando al capitalismo a tener cierta sensibilidadsocial y política, a respetar ciertos espacios públicos yciertas cotas de «Estado del bienestar», cosa que es verdadque el capitalismo no habría respetado nunca sin la presiónsindical de la izquierda, todo iría perfectamente.

Una analogíamuy ilustrativa

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Ahora bien, lo que sí parecía que había quedadodefinitivamente superado por el curso de la historia era

lo que Savater llamó entonces el «síndrome de Lenin»: elintento de convertir el Alka-Seltzer en tubo digestivo. Esto síque parecía, sin duda, una disparatada pretensiónfelizmente superada por los acontecimientos.

Esta ocurrencia venía, en realidad, a señalar lo que losintelectuales con voz y voto en el espacio público iban, en

adelante, a considerar los límites del Estado de Derecho:habría Estado de Derecho mientras éste no se utilizara parahacer experimentos absurdos como intentar convertir el Alka-Seltzer en tubo digestivo, es decir, mientras el anticapitalismono tuviera ninguna posibilidad de imponerse. Este asombrosorazonamiento implicaba, si se piensa bien, que, en unademocracia parlamentaria, es benéfico, útil y saludable quelas izquierdas tengan entera libertad y perfecto derecho apasarse la vida intentando ganar las elecciones, pero no quepuedan ganarlas, pues el anticapitalismo no es realmenteuna posibilidad política, sino un disparate y un contrasentido(por lo mismo que un antiácido puede aliviar los dolores deestómago, pero no convertirse en estómago). Lo que nosuele explicarse es qué es lo que habría que hacer en elcaso de que ocurriera un accidente electoral de ese tipo.Augusto Pinochet, en cambio, menos ocurrente que nuestrosintelectuales, fue en su momento muy realista: «Estoydispuesto a aceptar el resultado de las elecciones, con tal deque no gane ninguna opción de izquierdas», declaró díasantes de que Patricio Aylwin las ganara.

Quizás haya quien considere injusta esta comparacióncon Pinochet. Al fin y al cabo, los intelectuales, al

contrario que los militares, mienten y se equivocan, pero nodisparan. En todo caso, hay muchos intelectuales de granéxito mediático a los que la historia del siglo XX no les hadado la razón más que a fuerza de otorgársela a Pinochet.Y en efecto, «la filosofía» de Pinochet resultaba, en elfondo, muy acorde con las convicciones que la mayor partede nuestros honorables intelectuales escondían en lasprofundidades de su corazón. Lo que sí es seguro es que,por continuar con la afortunada metáfora, lo que, por su

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La negación delderechoa ganarlas elecciones

La filosofíade Pinochet

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parte, demostraba la historia era que, a la postre, ennuestras democracias occidentales los comunistas hantenido siempre el derecho de ejercer de Alka-seltzer, perono el de ganar las elecciones y legislar sobre el tubodigestivo de la sociedad.

Este es el motivo por el que podemos contestarnegativamente a la pregunta que planteábamos más

arriba. ¿Ocurrió alguna vez que las leyes dijeran a la izquierdalo mismo que antaño le dijeron a Sócrates, «o nos convenceso nos obedeces»? Mientras exista el más mínimo resquicio deun marco en el que se pueda cambiar legalmente la ley,incluso la peor de las leyes merece ser obedecida. Pero esemarco no existió jamás cuando lo que se trataba de corregirera el capitalismo mismo. Así pues, no es que los comunistasy los anarquistas optaran insensatamente por la revolución;es que no se les dejó otra opción, pues el marcoparlamentario dejaba de existir tan pronto como había laposibilidad de que ellos ganaran las elecciones.

La historia del siglo XX lo ha demostrado minuto a minuto.Con la democracia en el siglo XX ha pasado lo mismo que

con los aranceles en el siglo XIX, cuando una milésima deproteccionismo bastaba para desatar una invasión, aunquefuera preciso para ello masacrar a poblaciones enteras.Casos tan elocuentes como el que hemos citado de Paraguayse levantan como un grave escollo frente a las pretensioneslegitimadoras del liberalismo económico. Pero con respecto alas pretensiones legitimadoras de nuestro supuesto estadode Derecho, la lista de contraejemplos que habría quepresentar no es menos copiosa. Además, lo importante noes que hagamos muy larga la lista. Lo estremecedor es elhecho espeluznante de que, en todo el siglo XX, no podemosponer ni un solo ejemplo de una victoria electoralanticapitalista que no haya sido seguida de un golpe deEstado o de una interrupción violenta del orden democrático,ni un solo ejemplo en el que se haya demostrado que loscomunistas tenían, por tanto, derecho a ganar las elecciones.

Capitalismo y Socialismo 201

«O nos convenceso nos

obedeces»

¿Tenían los comunistas

derecho a ganarlas elecciones?

6. La historia de la que no se habla: una lista sin excepciones

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¿Los comunistas? No, aquí ha ocurrido como con losaranceles en el siglo XIX. Un 1 por 100 de anticapitalismoha sido justificación suficiente para bombardear elParlamento en nombre de la democracia. No estamoshablando de algunos casos excepcionales sino de lo queparece ser una ley incontrovertible de la democracia bajocondiciones capitalistas.

Los muchos ejemplos que ofrecemos a continuaciónrepresentan con contundencia qué es lo que ha pasado

en la historia del parlamentarismo cada vez que una gotade anticapitalismo ha ganado limpiamente las elecciones.Son, por consiguiente, ejemplos que nos hablan de lasverdaderas posibilidades que la izquierda ha tenido paraavanzar por cauces democráticos y parlamentarios;pruebas, por tanto, de cuánto valen, bajo condicionescapitalistas de producción, las palabras que las leyesdirigieron a Sócrates: «o nos persuades o nos obedeces».

Lo que pasó en España en 1936 es quizá el caso másparadigmático, porque ocurrió, además, ante la mirada

impertérrita de un mundo que caminaba hacia el abismo.Luego vinieron 40 años de dictadura: medio siglo paraexpiar una irresponsabilidad de los votantes, que habíanvotado a quien no debía ganar. Franco fusiló a varioscentenares de miles de personas, encarceló, torturó yamedrentó a dos generaciones, y cuando al fin se murió,los verdugos se sentaron a discutir y le regalaron a lapoblación española una «transición democrática». Pero no se le devolvió el poder a los que habían ganado las elecciones limpiamente en 1936. Se convocaronelecciones entre aquellos que Franco había dejado vivos,una población que ya había sido bien educada con unmillón de muertos sobre los peligros de votar una cosa uotra. Algo ya había quedado claro para todo el mundo: endemocracia se puede votar a cualquiera, pero elcapitalismo ni tocarlo.

Otros muchos ejemplos pueden atestiguar que loshistoriadores han confundido aquí el lugar de la norma y

de las excepciones:

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La ley de la demo-cracia bajo condi-ciones capitalistas

España, 1936

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En 1944 Juan José Arévalo ganó las elecciones enGuatemala e intentó sacar adelante un Código del

Trabajo que legalizaba los sindicatos. La United Fruit Co.financió durante su mandato 32 intentos de golpe deEstado. En 1951, ganó las elecciones presidencialesJacobo Arbenz, con un 65 por 100 de los votos. Esta vez(1954), EEUU invadió Guatemala. Eisenhower declaró(nueve años después): «Tuvimos que deshacernos de ungobierno comunista que había asumido el poder». Lahistoria de Guatemala en adelante es suficientementeconocida: represión, terror, genocidio. Si recientemente sehan podido restaurar las libertades y derechos ciudadanosno es porque «la democracia haya triunfado al fin», sinoporque los treinta años que convirtieron ese país en uncampo de exterminio fueron una «solución final» losuficientemente eficaz para tener la seguridad de que ya noquedan ciudadanos dispuestos a que el ejercicio de suciudadanía afecte a ninguna cuestión de peso.

Indonesia, 1963: William Kintner (un antiguo mando de laCIA) declara en Pensilvania: «Si el Partido Comunista

Indonesio es capaz de mantener su existencia legal, esposible que Indonesia pueda ser el primer país del SudesteAsiático que sea tomado por un gobierno comunista de basepopular y legalmente elegido». No son deslices retóricosocasionales; es la norma misma: cuando los comunistasganan legalmente las elecciones, no es que las ganen, esque «toman el país». En esos momentos, Sukarnogobernaba Indonesia. En realidad, era un nacionalistamoderado que en 1948 había reprimido muy duramente unareforma agraria apoyada por el Partido Comunista, causando36.000 muertos. Pero «la amenaza de que ganaralegalmente el Partido Comunista» llevó a EEUU a imponer unbloqueo y organizar el golpe de Estado del general Suharto(1965): según la CIA murieron 250.000 personas. SegúnAmnistía Internacional, bastante más de un millón.

Brasil, 1961: Joao Goulart gana las elecciones en 1961.Era un anticomunista declarado, pero, inmediatamente,

la CIA informó a Kennedy de que pretendía subir el salariomínimo oficial, lo que le hacía sospechoso de

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Guatemala, 1944

Guatemala, 1954

Indonesia, 1965

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ultraizquierdismo. Durante los años 1961-1963, EEUUbloqueó Brasil y aumentó la ayuda militar a los militaresgolpistas, hasta el golpe de Estado de 1964.

Chile, 1973: la historia es conocida. Bajo el gobierno deAllende, Chile vivía un esperanzador ciclo de afirmación

democrática y de recuperación de la soberanía nacional,pero, como ha escrito Eduardo Galeano, las institucionesdemocráticas chilenas, como todas las que el imperialismopermitía que existieran en America Latina, habían sidohechas para funcionar contra la verdadera democracia y nopor ella. Hay que advertir, sin embargo, que el golpe dePinochet venía con retraso; la embajada de EEUU lo habíaintentado ya el mismo día en que Allende ganó laselecciones, antes de que éste tomara posesión. Mucho mástarde, tras dieciséis años de una dictadura inaudita quehabía puesto remedio al desliz de que ganaran laselecciones quienes no tenían derecho a ganarlas, se declaróque los tiempos ya estaban maduros para la transición ypara la consiguiente resurrección de la democracia, aunque,eso sí, bajo la citada amenaza de Pinochet, a la cual, porcierto, había añadido, «si me tocan a uno solo de mishombres, se acabó el Estado de Derecho».

La lista puede ampliarse:

Irán, 1953: un intento de nacionalización del petróleo setraduce en un bloqueo, un golpe de Estado y una matanza.

República Dominicana, 1963: Juan Bosch Gaviño fueelegido por un 59 por 100 de los votos. Un golpe y una

invasión de marines estadounidenses que causó miles demuertos lo desalojaron del poder.

El caso de Haití es estremecedor. En 1990, Aristide, unteólogo de la liberación, se presentó en el último

momento a las elecciones, tras escapar a varios intentosde asesinato por parte de la policía heredera del dictadorDuvalier. Obtuvo el 67 por 100 de los votos, frente al 14por 100 que obtuvo Marc Bazin, el candidato de EEUU, que

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Brasil, 1961-1964

Chile, 1973

Irán, 1953

RepúblicaDominicana, 1963

Haití, 1990

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era un antiguo funcionario del Banco Mundial. Un mesdespués, un golpe de Estado puso remedio a la situación.

Aristide había propuesto aumentar el salario mínimo de1,76 a 2,94 dólares por día. La Agencia para la Inversión

y el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID) se opuso a estapropuesta, diciendo que significaría una grave distorsión delcosto de la mano de obra. Las sociedades estadounidensesde ensamblado radicadas en Haití (es decir, la casi totalidadde las sociedades extranjeras) concordaron con el análisis dela USAID y, con la ayuda de la Agencia Central de Inteligencia,prepararon y financiaron el golpe de Estado.

La evolución posterior de Haití no hace sino continuar conla lógica que nos ocupa, es decir, confirmar esto que

parece ser una ley incontrovertible de la democracia bajocondiciones capitalistas de producción. Así, tras distintosavatares en los que EEUU tuvo siempre la sartén por elmango, en el año 2000 Aristide volvió a ganar laselecciones, por lo que se hizo necesario otro golpe deEstado en julio de 2001, que, al fracasar, hizo necesariootro más, en diciembre de 2001, que fracasó también, porlo que se recurrió a bloquear todas las ayudas del BancoInteramericano de Desarrollo y todos los créditos del FMI,hundiendo la economía haitiana en un abismo sin fondo.Finalmente, en el 2004 se produjo por fin un golpe deEstado capaz de triunfar con la complicidad, por cierto, detoda Europa. Así pues, en cuanto se haya matado a todoslos que tengan el propósito electoral de subir el salariomínimo de las Alpha Industries, en Haití se podrá restaurar,sin riesgo, el Estado de Derecho. A un año del golpe, enabril de 2005, algunas organizaciones de derechoshumanos cifraban en 10.000 los ciudadanos asesinados.

En Colombia se inventó otro sistema que con vistas a laaplicación de la misma «ley incontrovertible de la

democracia bajo condiciones capitalistas de producción» dabatambién un resultado muy eficaz: ir matando a los candidatosde izquierdas que podían ganar las elecciones antes de queéstas se celebraran. Es lo que pasó con la Unión Patriótica(UP) a partir del momento de su fundación en mayo de 1985.

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Haití, 2000-2004

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Se trataba de un intento de avanzar por la vía parlamentariahacia la reconciliación nacional y la transformaciónestructural de la realidad de Colombia. Desde el mismomomento de su aparición a la luz pública, los simpatizantes ymilitantes de la UP empezaron a ser asesinados. A día dehoy, la cifra de asesinados supera los cinco mil. El candidatoa la presidencia Jaime Pardo-Leal fue asesinado en 1987. Lomismo ocurrió con Bernardo Jaramillo-Ossa, en 1990. En1994 fue asesinado el senador Manuel Cepeda-Vargas, elúltimo parlamentario que le quedaba a la UP. Antes de él, sehabía asesinado a ocho de sus diputados. Los alcaldes yconcejales asesinados se cuentan por centenares. Enalgunas ocasiones, en una misma localidad, se ha llegado aasesinar a cuatro alcaldes seguidos de la UP. En los últimosdiez años han sido asesinados en Colombia 12.000sindicalistas y dirigentes políticos legales. Así pues, bastanterazón tenía el comandante guerrillero del ELN, MiltonHernández, cuando a la pregunta «¿Qué es lo que lleva a unsacerdote a tomar las armas?», contestó: «En Colombiatenemos un decir: es más fácil y muere menos gente simontas una guerrilla que si montas un sindicato».

Las ejemplificaciones de esta ley histórica tanmenospreciada por los historiadores del siglo XX pueden

seguir enumerándose. Bolivia, 1980: el Partido Comunista,a través de la Unidad Democrática Popular, gana laselecciones con amplitud. Esta vez, el general Meza seocupó de enderezar el curso de la democracia.

El caso de Nicaragua es especialmente sangrante, porquesu gran repercusión internacional hizo que la opinión

pública mundial se hiciera cómplice de una ignominia queduró una década. Millares de periodistas y de intelectualestienen desde entonces, si no las manos, sí al menos elalma manchada de sangre.

Bajo el gobierno sandinista, en Nicaragua se dio lo másparecido a una democracia que se había podido

contemplar jamás. La democracia fue instaurada enNicaragua en 1979, cuando la Revolución Popular Sandinistaliberó el país de la dependencia imperialista e hizo al pueblo

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Colombia y la UniónPatriótica

Bolivia, 1980

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nicaragüense dueño de sus recursos y soberano de sudestino. La reforma agraria sandinista recuperó la propiedadterritorial usurpada por el régimen de Somoza y la entregó alpueblo para su explotación; la producción en las plantacionesagroindustriales, los ingenios azucareros y cafetaleros y lasplantaciones arroceras más grandes y tecnificadas pasaron aestar organizadas por las empresas estatales del ÁreaPropiedad del Pueblo o por las cooperativas agrícolas quefueron desarrollándose; los vastos latifundios improductivos,herencia del somozismo, fueron expropiados y entregados alos campesinos sin tierra, para que fueran explotados porpequeños propietarios, cooperativas y comunidadescampesinas. Los sindicatos y asociaciones de agricultores yganaderos participaban en la dirección de la producciónagrícola, industrial y agropecuaria; los trabajadoresparticipaban en la gestión de las empresas; lasorganizaciones populares, a través de los consejos políticos,constituían auténticos órganos gubernamentales. Gracias atodo ello, a diferencia de lo que ocurría en los tiempos deSomoza, marcados por la dependencia económica, ladesnacionalización de los recursos y el expolio, llegó a existiren Nicaragua un gobierno nacional y popular de la economía,un verdadero socialismo democrático.

Los sandinistas ganaron las dos convocatorias electoralesque se celebraron en Nicaragua tras el derrocamiento de

la dictadura de Somoza por el Frente Sandinista deLiberación Nacional. En efecto, el FSLN ganó limpiamente ycon amplitud las elecciones que siguieron a su toma delpoder. Para corregir ese desliz de la historia no se reparóen medios. Algunos de ellos rayaban en el surrealismo.El presidente estadounidense Ronald Reagan se dedicó, alotro lado del mundo (y de espaldas al Congreso), a venderarmas a sus enemigos iraníes en un intento desesperadode conseguir fondos para financiar, armar y entrenar a ladébil guerrilla contrarrevolucionaria nicaragüense, queconspiraba desde Honduras. Fue el famoso caso delIrangate. Sin embargo, y pese a todas estas presiones, enlas elecciones de 1984 el sandinismo había vuelto a ganar,aunque por aquí muy pocos prestaron atención al asunto. El país resistió años y años sumido en una carnicería

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Nicaragua, 1979-1990

Dos eleccionesganadas

El Irangate

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espantosa. Mientras tanto, los periódicos europeos vigilabanal ejecutivo sandinista, por si acaso se le ocurría censuraralguna mentira de la prensa opositora. Poco antes de laselecciones del 25 de febrero de 1990, se intensificó laofensiva contrarrevolucionaria y se anunció a los cuatrovientos que la guerra, el bloqueo estadounidense y el terrorno terminarían si no ganaba la Unión Nacional Opositora, unacoalición de catorce pequeños partidos, liderada por VioletaChamorro. Entonces, muchos nicaragüenses que en otrascircunstancias hubieran dado su voto al FSLN y, sobre todo,muchas madres y esposas, cansadas de que sus hijos y susmaridos estuvieran permanentemente movilizados por elEjército Popular con el riesgo evidente de que los mataran ode que fueran secuestrados y torturados por la «Contra» opor la CIA, dieron su voto a la opción política que, creyeron,podía devolvérselos sanos y salvos. Y así fue como EEUU,con la connivencia de la derecha local, acabó con lademocracia en Nicaragua y, de paso, como se ha visto en losaños subsiguientes, con la relativa prosperidad alcanzada,pese a todos los obstáculos puestos en su camino, por larevolución socialista sandinista. Hoy Nicaragua es uno de lospaíses más pobres de toda América, pero ya todo está bien:ha dejado de ser un problema.

Otro caso verdaderamente escandaloso (aunque casi porcompleto desconocido) es el modo como se logró

acabar con el comunismo en Rusia. En esta ocasión, elgolpe de Estado fue llevado a cabo por el propio presidentede la Federación Rusa, Boris Yeltsin (que había alcanzado lapresidencia desde el aparato del Partido Comunista peroque, nada más ocuparla, decidió aceptar el firme apoyo quele ofrecían las grandes potencias capitalistas a cambio deconvertirse en un anticomunista radical). El 21 deseptiembre de 1993 Boris Yeltsin dictó un decreto por elque liquidaba la Constitución y se asignaba a sí mismotodos los poderes. Ante este decreto con el que Yeltsindecidió ocupar el lugar de las leyes, el Sóviet Supremo(órgano colectivo de ejercicio del poder) y el Congreso delos Diputados del Pueblo (cámara legislativa) decidierondestituir al presidente. ¿Qué hizo entonces Yeltsin? Disolverel Sóviet Supremo y llevar los tanques al Parlamento para

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Fin de la guerra

Rusia, 1993

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sacar de allí a los diputados que se resistían aabandonarlo. Por si fuera poco, ordenó abrir fuego contralos ciudadanos desarmados que se habían concentradoante el Parlamento para protestar contra ese atropello ytratar de impedirlo. Puede resultar interesante que citemosaquí brevemente la declaración que publicó un grupo desacerdotes rusos en absoluto sospechosos de socialistas ocomunistas (declaración que reproduce en su libro La caídadel imperio del mal Alexandr Zinoviev, intelectual rusotampoco demasiado sospechoso de ser un estalinistafanático ya que, de hecho, tuvo que exiliarse de la UniónSoviética por sus duras críticas al sistema):

Esta declaración está dictada por nuestra conciencia–decían los sacerdotes–, pues no podemos resignarnos aaprobar en silencio o aceptar como inevitable el mal delasesinato en masa de cientos de individuos desarmadoslos días 3 y 4 de octubre de 1993 en Moscú […]. El fuegodel día 4 de octubre con proyectiles militares de tanque,incluidos los de acción incendiaria, contra la Casa de losSóviets de Rusia no se puede considerar «legítima defensa»del bando presidencial […]. Los disparos contra gentedesarmada que se hallaba en los alrededores de la Casade los Sóviets la mañana del 4 de octubre, causaronmuchas víctimas. Se abrió fuego sin previo aviso conametralladoras de grueso calibre. La noche del 4 deoctubre, en la cercanía de la Casa de los Sóviets, en elestadio, fueron fusilados varios defensores del Parlamento.

Sabiendo hoy lo que verdaderamente ocurrió, resultaasombroso ver cómo toda la prensa occidental

consiguió mentir de un modo tan orquestado y sin fisurasque lograron colar la imagen de Yeltsin liderando elbombardeo del Parlamento como el acto heroico del grandefensor de la democracia en Rusia. En efecto, este golpede Estado fue presentado por los medios de comunicaciónoccidentales como el intento desesperado de un líderpolítico «responsable» por «salvar la democracia» del peligrode una posible restauración del socialismo, que habría sidotanto más peligrosa si se hubiese producido por caucesdemocráticos y parlamentarios.

Capitalismo y Socialismo 209

Las mentiras dela prensa

occidental

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Otro ejemplo paradigmático de todo esto es, por supuesto,el golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002. Pero

remontándose en el tiempo se comprueba hasta qué punto lahistoria de Venezuela viene marcada por la misma lógica. En1935 el dictador Juan Vicente Gómez muere y se inicia unainterminable «transición» hasta que, diez años después, seconsiguen convocar unas elecciones, que gana la entoncessocialista Acción Democrática con el 80 por 100 de los votosy con el apoyo del Partido Comunista. Una vez más, laalocada aventura de legalizar los partidos y sindicatos y,sobre todo, de intentar ejercer mayor control sobre laeconomía por parte del Estado, se salda con un golpe military diez años más de dictadura, por si fueran pocos para lahasta entonces triste historia venezolana: tiempo suficientepara limpiar los partidos y convertirlos en títeres de un felizsistema bipartidista que gobernarían el país durante 40largos años turnándose para ver quién expoliaba más y mejor.

Antes del golpe de Estado del 2002, Chávez habíaganado ya ocho consultas electorales. Había ganado las

elecciones con un 56,20 por 100 de los votos. Su reformaconstitucional fue aprobada por un 71,78 por 100 de losvotos. El fracaso del golpe y de la estrategia golpista que seha venido practicando desde entonces con la colaboraciónabyecta y entusiasta de todos los gobiernos y los mediosde comunicación europeos, supone una victoria pococomún, pero también, por supuesto, una advertencia de loque puede pasar en cualquier momento.

Quizá se advierta un cierto sesgo tercermundista enesta lista. Ahora bien, lo que sería verdaderamente

interesante es que los historiadores se decidieran un día acontar la historia de la democracia europea en el siglo XX

desde el mismo punto de vista. Marx decía en El capitalque en las «colonias» se hacía visible a las claras la verdadoculta de la metrópolis. Esto es perfectamente aplicableen este caso. En realidad, las posibilidades electorales dela izquierda europea han respondido invariablemente a lamisma lógica que tanto llama la atención en Latinoamérica,lo que pasa es que la cosa resulta más larga y complicadade contar. Habría que retrotraerse a la primera mitad del

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Venezuela, 2002

Venezuela, a partir de 1935

El caso de Europa

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siglo XX y sacar a la luz la advertencia que supuso para elmundo entero la Guerra Civil española y las experienciasfascistas y nacionalsocialistas.

Aeste respecto, es verdaderamente ilustrativo ver cómola alta burguesía italiana financió y se apoyó en el

movimiento fascista de Mussolini para destruir lasorganizaciones obreras y combatir el impulso de la izquierda.También es muy ilustrativo ver cómo el propio Hitler obtuvo unenorme apoyo político y financiero de los sectores industrialesy de la burguesía (movidos fundamentalmente por el enormeregocijo que les produjo que, nada más llegar al poder en1933, ilegalizara los partidos socialistas y comunistas ydisolviera todos los sindicatos obreros). Una vez más, laselites económicas de los países capitalistas estuvierondispuestas a apoyar cualquier tipo de intervención políticacapaz de garantizar sus beneficios. El fascismo y el nazismono sólo fueron bien recibidos, sino apoyados con entusiasmoy financiados con generosidad (por mucho que con ello secontravinieran todos los principios del liberalismo; como yavimos, al capitalismo le importa más bien poco su propiomito). La amenaza que se cernía sobre la burguesía en Italia yAlemania era el comunismo y, contra esa amenaza, nodudaron en apoyar los proyectos más sanguinarios del siglo.El fascismo y el nazismo no eran desde luego defensores deun sistema de libre mercado, pero sí de que la clasecapitalista siguiera obteniendo impresionantes beneficios enese sistema económico políticamente intervenido. Porejemplo, en el caso de la Alemania nazi no sólo losindustriales autóctonos hicieron fabulosos negocios bajo elrégimen de Hitler. También las subsidiarias alemanas defirmas estadounidenses como Ford, General Motors, IBM oCoca-Cola multiplicaron sus beneficios al amparo del nazismo.

¿Por qué, entonces, intervino EEUU en la Segunda GuerraMundial contra el nazismo y no, como cabría esperar de unapotencia capitalista, contra el comunismo de la UniónSoviética? En la investigación realizada por el ya citadoJacques R. Pawels en su libro El mito de la guerra buena semuestra con claridad que la intervención de EEUU en laSegunda Guerra Mundial no fue exactamente como nos han

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Mussolini y Hitler

El apoyo de laburguesía

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contado. Para empezar, grandes capitalistas estadounidenses(como, por ejemplo, el influyente Henry Ford) apoyaron confirmeza a Hitler y, en efecto, se barajó la opción de que EEUUinterviniese en la Segunda Guerra Mundial intentandoconformar un bloque único de todos los países, incluidaAlemania, en contra de la URSS. De hecho, esta opción nodejó de ser muy hábilmente alimentada y explotada por elgobierno y el ejército de EEUU. Al final, tal como demuestraPawels, la estrategia de EEUU, que aspiraba a lograr unaabsoluta hegemonía mundial, fue más bien intentar queAlemania y la URSS se destrozasen mutuamente para,después, intervenir contra un enemigo comunista yadescuartizado por la impresionante maquinaria bélicaalemana.

La Unión Soviética no había parado de pedir que seabriera un frente de guerra por el lado occidental de

Europa. Eso impediría que Hitler concentrara todas susfuerzas contra ellos y sería más fácil vencerle. Sin embargo,EEUU permitió que Alemania concentrase sus fuerzascontra la Unión Soviética hasta que los rusos vencieron alejército alemán en la batalla de Stalingrado. Así, EEUU sóloabrió el frente occidental contra Hitler cuando la guerra enEuropa estaba ya decidida (tras la rendición del ejércitoalemán del general von Paulus en febrero de 1943) y no lohizo para parar al ejército de Hitler (que estaba ya hundido yen rápida retirada) sino, precisamente, para impedir a todacosta que fuera el Ejército Rojo el que liberara no sóloBerlín (como fue el caso), sino también París (lo cual habríaextendido el comunismo a toda Europa). En efecto, cuandoEEUU desembarcó en Normandía en 1944 (11 meses antesdel fin de la Guerra, que había empezado en 1939) elobjetivo ya no podía ser vencer a Alemania, que no habíaparado de perder terreno en el frente oriental desde febrerode 1943, sino, precisamente, impedir que fuese la UniónSoviética la que llegara hasta los Pirineos. Al parecer, hastael momento de la derrota del ejército alemán enStalingrado, a EEUU y Gran Bretaña no les pareció tan malaidea un escenario bélico en el que se permitiese aAlemania concentrar todas sus fuerzas en Europa en contrade la Unión Soviética.

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Empresariosamericanosque apoyarona Hitler

«El mito de la guerra buena»

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En todo caso, las cosas ocurrieron sólo relativamentesegún los planes de EEUU, pues, aunque la propia URSS

quedó en efecto muy debilitada (por el enorme desgaste dela guerra), el comunismo en general cobró un enormeprestigio en toda Europa. Así, después de terminada laSegunda Guerra Mundial, el comunismo no sólo se impusoen toda Europa oriental sino que había un riesgo importantede que empezase a ganar elecciones en Europa occidental.Por ejemplo, en Italia, en 1948, el Partido Comunista podíahaber ganado las elecciones. Pero hoy sabemos que EEUUtenía prevista una intervención militar en Italia en caso deque esto ocurriera. La doctrina Truman defendía quecualquier país amenazado por los comunistas sería ayudadopor EEUU. Bajo esta amenaza, los gobiernos belga, francése italiano se deshicieron de los ministros comunistas entremarzo y mayo de 1947.

En los años cincuenta, la OTAN, la CIA y varias agenciasde inteligencia europeas crearon la Red Gladio, que operó

clandestinamente en toda Europa hasta que, en agosto de1990, Giulio Andreotti desveló el secreto de estaorganización al Senado italiano. Gladio constituía unauténtico ejército de miles de hombres inicialmenteencargados de organizar una guerra de guerrillas en caso deinvasión soviética en Europa occidental. Ahora bien, en elmomento en que esta hipotética invasión dejó de serverosímil, la Red Gladio asumió otro objetivo más prioritario:contrarrestar el crecimiento electoral de partidos comunistaso fuerzas de izquierda capaces de influir sustancialmente enel escenario político. La OTAN consideraba a los partidoscomunistas y socialistas europeos como el «enemigointerior». En Italia, por ejemplo, el Partido Comunista habíallegado a ser el más fuerte del Parlamento y amenazaba conestar en disposición de dominar los destinos políticos delpaís. Los medios que se pusieron en juego para evitar estedesenlace electoral todavía no han sido enteramentedesvelados, pero los que ya han salido a la luz sonsuficientemente espectaculares, pues incluyen, al parecer,cuatro tentativas de golpe de Estado en Italia; centenares demuertos en la oleada terrorista que traumatizó Europadurante los años 1970-1980; alianzas con organizaciones

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La amenaza de una victoria de los

comunistas

La Red Gladio

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fascistas y de extrema derecha; vínculos con la mafia y ladelincuencia internacional; escándalos financieros quesalpicaron al Banco Ambrosiano, etc. (Para más información,se recomienda lo que promete ser la Biblia en la materia:Daniele Ganser, Operation Gladio: NATO’s Top Secret Stay-Behind Armies and Terrorism in Western Europe, editorialFrank Casas de Londres y Fazi Editori de Roma. Cfr. tambiénWilliam Blum, Freeing the World to Death: Essays on theAmerican Empire; Jean-François Brozzu-Gentile, L’affaireGladio: les réseaux secrets américains au coeur duterrorisme en Europe, París, Albin Michel, 1994). Lasconexiones de Gladio con la matanza de la estación deBolonia en 1980 están prácticamente probadas. Según el exagente de Gladio Vicenzo Vinciguerra, el objetivo era «atacara civiles, mujeres, niños, gente inocente, gente desconocidaque era totalmente ajena a cualquier actividad política. Larazón era bastante simple: obligar a la opinión pública aexigir mayores medidas y controles de seguridad, asustarlapara que apoyara el otorgamiento de poderes a losresponsables del gobierno y a sus amigos de las elitespolíticas y económicas, aprovechar para culpar de lasmatanzas a elementos subversivos izquierdistas o a otrosopositores políticos, demonizar a los enemigos señalados...»(Chris Floyd, «Global Eye – Sword Play», 2005, The MoscowTimes). Pero lo más interesante es un documento delPentágono que ha sacado a la luz el investigador DanieleGanser. Se trata de un Field Manual («manual de campo») enel que se teoriza la metodología para lanzar ataquesterroristas en naciones que «no reaccionan con la suficienteefectividad contra la subversión comunista». El manual no semuerde la lengua al señalar que la amenaza más peligrosase produce cuando los grupos izquierdistas «renuncian aluso de la violencia y se implican en el proceso democrático».Es entonces cuando «la inteligencia militar estadounidensedebe tener los medios para lanzar operaciones especialesque convenzan al gobierno y a la opinión pública del país encuestión del peligro real que supone la insurgencia». Todoello, por supuesto, «en el más absoluto secreto», se explicaen el manual. Pero este «secreto» no es, como hemosestado viendo, puramente estratégico y militar. En esesecreto se esconden los límites estructurales y esenciales

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Las actividadesde la Red Gladio

Manualesde terrorismo

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del parlamentarismo bajo condiciones capitalistas deproducción. En un cierto sentido, es verdad, la esencia delas cosas es tan secreta como ajenas al mundo de laexperiencia eran las Ideas para Platón.

Gladio no sólo operó en Italia. La red operó igualmenteen Francia, la República Federal Alemana, Austria,

Luxemburgo, Holanda, Noruega, Suecia, Bélgica y Suiza. En1984 el ala turca de Gladio se involucró activamente en lalucha contra el separatismo kurdo.

El caso griego es especialmente llamativo. Según desvelóAndreas Papandreu, Gladio actuó en Grecia entre 1955 y

1984, bajo la forma de una misteriosa organizaciónparamilitar llamada Piel de Cabra Roja. La regla de laHistoria también queda aquí confirmada: en 1967, a raíz deun escándalo judicial, el gobierno de Papandreu (padre)tiene que dimitir en pleno y convocar elecciones. Todo hacepensar que ganarán las izquierdas. Pero un golpe de Estadoimpuesto por los mismos coroneles que la ley habíacondenado, da al traste con la democracia griega. Esto eslo que ocurre con el Derecho cuando éste osa metersedonde no le llaman.

También resulta interesante la dimisión de OscarLafontaine en Alemania, en 1998, un mes después de

asumir su cartera de ministro y comprobar que eraimposible cumplir su muy relativamente de izquierdasprograma electoral sin que el Bundesbank y los poderesfácticos de la economía amenazaran con el Apocalipsis.Lafontaine, por lo visto, al ver su programa impracticable,fue moralmente incapaz de seguir el ejemplo español deFelipe González y comenzar a gobernar con otro programa,naturalmente de derechas.

Porque, en verdad, el caso del PSOE en Españamerecería un largo monográfico. Aunque durante la

transición el PSOE era un partido insignificante, estabadestinado a convertirse en un gigante electoral (para lo queno se reparó en gastos), pues, en efecto, era el único sobreel que había garantías de que si era votado masivamente

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Grecia, 1967

Alemania, 1998

España y el PSOE

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por la izquierda, aplicaría sin escrúpulos un programa dederechas.

Sin duda esta lista que estamos apuntando podría serampliada por extenso. Es muy interesante, por ejemplo,

estudiar lo que pasó en la transición portuguesa. Pero, pormucho que ampliáramos la lista, nos estaríamos perdiendo loesencial. Porque lo verdaderamente llamativo no es que seamuy larga, sino que no haya sido posible encontrar una solaexcepción, que no sea posible poner un solo ejemplo en elque se haya demostrado que el anticapitalismo tenía algunaposibilidad electoral que no estuviera destinada a sercorregida con una guerra, un bloqueo o un estado deexcepción.

En fin, luego se dice que el comunismo sólo escompatible con la dictadura política. No: el caso es que

ni una sola vez se le ha permitido ensayar si podía sercompatible con la democracia. Siguiendo con lacomparación inventada por Fernando Savater, habría queexclamar que... ¡hay que ver cuando es al capitalismo alque le toca ejercer de Alka-Seltzer! Cada vez que ha habidouna oportunidad para que el comunismo funcionara comotubo digestivo por cauces democráticos y parlamentarios,por modesta que fuera la ocasión, el capitalismo hadecidido aliviar sus dolores de estómago bombardeando elparlamento, es decir, haciendo reventar la democracia conel «antiácido» de la CIA, la OTAN, los marines y unpresupuesto militar de 445.000 millones de dólares para elaño 2006. Todo ello sin olvidar, como es natural, el apoyoparamilitar y paraperiodístico de las grandes corporacionesque dominan los medios de comunicación, todo un ejércitode periodistas que han evitado estar en paro a fuerza deconvertirse en mercenarios. Y sin olvidar tampoco a unoscuantos millares de intelectuales y filósofos, expertos enética, pensamiento político y principios constitucionales,todos los cuales han sido y son los encargados de movilizarlas mentiras pertinentes a cada ocasión.

También es muy socorrido decir eso de que la poblaciónno vota a los comunistas porque, en general, es de

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Una lista sinexcepciones

La verdaderarazón de que elcomunismo no haya sidodemocrático

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naturaleza moderada y centrista. Es bien cierto que sueleser así y a veces lo es de forma sorprendente, pues, enefecto, uno se sorprende de ver hasta qué punto el hombrepuede soportar la degradación más acusada de suscondiciones de existencia desde el más obcecadoconservadurismo y sin confiar en que haya cambio algunoque pueda ser para bien. Pero, a la luz de las enseñanzasde la historia que acabamos de citar, no resulta difícilaveriguar la causa de esta leibniziana convicción por la queel hombre suele confundir su basurero particular con elmejor o el menos malo de los mundos posibles. El caso deNicaragua vuelve a ser aquí de lo más explicativo. Lavictoria electoral, en 1990, de la supuesta centrista,moderada y liberal Violeta Chamorro se presentó por laprensa mundial como la recuperación del sentido común delpueblo nicaragüense, después de una década sandinista delocura radical, socialista y comunista. Lo que en realidadhabía ocurrido era que desde el mismo momento en que lossandinistas ganaron las elecciones, EEUU declaró la guerraa Nicaragua, obligando al ejecutivo y al pueblo nicaragüensea agotar todos sus esfuerzos en una matanzaininterrumpida. Se aguantaron diez años así, viendo morir alos jóvenes en una batalla en la que era imposible vencer.Así es que, finalmente, la población de Nicaragua moderósus pretensiones y optó por el capitalismo salvaje, es decir,por la política de centro. En realidad se habría votadocualquier cosa que pudiera traer la paz. En virtud de lamisma lógica, hoy puede decirse, sin duda, que la poblaciónchilena es bastante moderada y centrista. En España, trascuarenta años de escarmiento, no cabe duda de que, afinales de los setenta, la población se había vuelto lobastante moderada para que ganara las elecciones la Uniónde Centro Democrático.

Ala luz de esta lista de casos que jalonan la historia delsiglo XX, la actitud tan escrupulosa y tan rigorista que

tantos y tantos intelectuales socialdemócratas y deizquierda han tenido respecto de Cuba resultaespecialmente repulsiva e insensata. Mientras la derechaarmaba la guerra contra ella, desde la izquierda no se hacesado de vigilar la Revolución cubana para prestarle apoyo

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El voto moderadoy

centrista

Los casos deNicaragua, Chile o

España…

El caso de Cuba

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o retirárselo según su buen o mal comportamiento. Pero enlugar de emplearse en verter vanidosamente sobre Cubasus bendiciones y maldiciones, habría sido mucho másmodesto y adecuado para la izquierda reconocer que Cubaha sido el único punto de apoyo real del que ha podidodisponer, así como la única referencia histórica con la queel continente americano ha podido alimentar sus exiguasesperanzas de justicia. Lo que hoy saludamos en Venezuelay en Bolivia (y lo que se anuncia para próximas legislaturasen Perú, Ecuador o México) sólo ha sido posible porqueCuba supo comprender a tiempo que la verdadera opciónhistórica que se le ofrecía no se resumía entre Castro oAllende, sino entre «socialismo o muerte», es decir, entreun socialismo vivo o un Allende asesinado. Hace faltamucho cinismo para no reconocer una y mil veces que lahistoria del siglo XX jamás dejó otra opción. En efecto, laRevolución cubana, con todos los defectos que se quiera, síha logrado al menos conseguir aquello que en tantos paísesquedó ahogado en un baño de sangre: hoy es no sólo elpaís con los mejores sistemas de salud y educación detoda la región, sino el único país cuyo insuficiente desarrolloen absoluto le impide competir con los países másavanzados del mundo en terrenos como la sanidad y laeducación (aunque, por ejemplo, en absoluto en el terrenomilitar). En Cuba, índices como el de mortalidad infantil,analfabetismo o vacunaciones, se sitúan al nivel de lospaíses más desarrollados y sus titulados universitarios tienenuna formación en muchos terrenos superior a la europea.

Si no fuese gracias a estos titulados cubanos, estaríaresultando sencillamente imposible la construcción de

verdaderos Estados de Derecho en países como Venezuelay Bolivia (es decir, Estados de Derecho en vez de aparatosburocráticos a las órdenes de las oligarquías locales oextranjeras). En efecto, sólo gracias a los médicos cubanosse está consiguiendo construir un sistema público de salud,sólo gracias a sus técnicos se está consiguiendoreconstruir las infraestructuras y sólo gracias a susacadémicos se está consiguiendo extender la formaciónuniversitaria. Según lo que hemos visto hasta aquí, no nosdebe resultar difícil comprender por qué, sin una revolución

218 Educación para la Ciudadanía

O Castro vivo o Allende muerto

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triunfante en algún sitio, no hay plataforma en la queapoyarse para lograr con éxito alguna instauracióndemocrática, no hay punto de apoyo desde el que empezara cambiar el mundo. En este sentido, hay que reconocercon contundencia que si Cuba no hubiera resistidoheroicamente, las actuales vías democráticas que hoy seabren en Latinoamérica serían impracticables. La historia dela democracia está contrayendo con Cuba, de este modo,una deuda impagable. Hace tiempo que el pueblovenezolano es consciente de ello, al igual que los pueblosde Bolivia, Perú, Brasil o México. Pero es la humanidadentera la que debería reconocerlo así.

Nada se ha podido probar aún, por consiguiente, sobre lacompatibilidad entre socialismo y democracia. Ni una

sola vez se le ha permitido a nadie ensayar eseexperimento. Se mire como se mire, lo que la historia delsiglo XX ha demostrado con contundencia no ha sido, comotantas veces se ha repetido, que el comunismo secopertenece naturalmente con formas políticasdictatoriales: lo que, más bien, ha quedado demostrado esque el mundo capitalista no puede permitirse ni una solavez el mal ejemplo de un comunismo compatible con lademocracia, el parlamentarismo o el Estado de Derecho.Mientras se clamaba contra las dictaduras políticascomunistas, supuestamente porque eran dictaduras, sejustificaban, alentaban, financiaban, entrenaban e imponíanlas dictaduras más sanguinarias contra las posibilidadesdemocráticas del comunismo.

¿Por qué tanto miedo ante la posibilidad de que elcomunismo llegara al poder por vía electoral? ¿Por qué erapreciso impedir cualquier experimento al respecto?¿Y por qué era preciso impedirlo con medios tansobrecogedores y terribles y, además, de una forma tanexagerada y tan obsesiva que cualquier pronunciamientoanticapitalista de la política parlamentaria podía ser tomadopor comunista? La historia que acabamos de repasar apenas

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Una deudacon Cuba

Un mal ejemplo

7. Lo que habría supuesto un «comunismo democrático»

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deja hueco para otra respuesta: porque los beneficiarios delactual orden económico mundial no podían permitirse ni porun momento que se llegara a pensar en la posibilidad de queel comunismo sea efectivamente, en sí mismo, mucho máscompatible con la democracia y el Estado de Derecho que el capitalismo. Por eso, todas las ocasiones en que estacompatibilidad ha podido ensayarse con la legitimidad de lasurnas, han sido brutalmente combatidas y abortadas. Uncomunismo democrático habría sido un ejemplo demasiadopeligroso para el mundo. Para que toda la coberturaideológica del capitalismo no se desmoronara frente alejemplo del comunismo, no bastaba con mentirconstantemente y con todos los medios imaginables. Erapreciso, además, que al comunismo no se le dejara gestionarotra cosa que la guerra. Y eso es lo que hubo a lo largo detodo el pasado siglo: comunismo de guerra. En condicionesde guerra, la división de poderes es inviable; lo fue paraInglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, del mismomodo que lo fue en los países del socialismo real. Alsacrificar la división de poderes, los resultados políticosfueron, en ocasiones, desastrosos. Aun así, no pudoimpedirse que el resultado «económico» socialista resultarade todos modos un «mal ejemplo», una «tentación»demasiado peligrosa para el proletariado de los paísescapitalistas, hasta el punto de que el capitalismo se vioobligado a recurrir a todo tipo de medidas intervencionistas yproteccionistas (keynesianas), instaurando lo que se llamó un«Estado del bienestar», para contener los efectos políticosque un mínimo ejercicio de comparación podía provocar enlas clases populares.

Si ocurre que el comunismo ha de resultar, en sí mismo,mucho más compatible que el capitalismo con la

democracia y el estado de Derecho, se hace preciso, antetodo, replantear enteramente el tipo de «hombre nuevo» quelas tradiciones marxistas y anarquistas no dejaron deprofetizar y reclamar. El protagonista de la sociedadcomunista del futuro puede y debe ser el ciudadano exigidopor el proyecto político de la Ilustración. La existenciahumana en condiciones de Derecho implica la defensa de laslibertades civiles y de la seguridad jurídica del individuo. Así

220 Educación para la Ciudadanía

La compatibilidadentredemocraciay comunismo

El comunismo de guerra

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pues, la utopía que nos proponíamos desde el comunismoresulta ser aquello que insensatamente nos proponíamosdejar atrás. Ahora bien, la historia jamás nos permitió haceresta comprobación. Puesto que al comunismo no se le dejójamás gestionar otra cosa que la guerra, el protagonista delsocialismo real vino lógicamente marcado por la militarizacióndel trabajo, la reeducación cultural y la militancia política. Nohay libertades civiles en tiempos de guerra. Ni bajocondiciones capitalistas, ni bajo condiciones comunistas.

Hasta aquí nos hemos ocupado de ver cómo en todos lospretendidos Estados de Derecho ha sido

sistemáticamente vetada una de las posibles opcionesciudadanas (sin importar nunca gran cosa que, para ello,hubiera que dar al traste con el espacio mismo de laciudadanía). Ahora bien, en un cierto sentido, es posible queaquello que la historia se ha ocupado tan salvajemente deevitar y que tantos intelectuales, profesores, historiadores,periodistas y autoridades culturales en general se hanocupado tan meticulosamente de ocultar, sea algo másimportante aún que el mal ejemplo de un comunismocompatible con la democracia. Es muy posible, que lo queesté en juego sea mucho más que eso. Mucho más que lacompatibilidad entre comunismo y democracia, puede que loque dé tanto miedo sea sencillamente la democracia asecas. Porque, según lo que llevamos planteado, ¿qué noshace pensar que la humanidad ha experimentado en algúnsentido eso a lo que llamamos democracia? ¿Por quéestamos tan seguros de que en condiciones capitalistas deproducción ha sido y es posible la democracia? Bien pudieraocurrir que el comunismo no sólo fuera compatible con lademocracia, sino que, además, al menos bajo lascondiciones modernas de producción, fuera la únicaposibilidad democrática que le queda a la humanidad.

En efecto, puede ser que la humanidad todavía no hayaensayado jamás lo que es el Estado de Derecho. Esta

afirmación parecerá sin duda extravagante. Sobre todo si

Capitalismo y Socialismo 221

El protagonistade la sociedad

comunista

La democracia a secas

El comunismocomo condición

de la democracia

8. ¿Vivimos entonces realmente en un Estado de Derecho?

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advertimos que lo que se quiere decir con ella no es que larealidad nunca ha llegado a parecerse a algo así como unEstado de Derecho ideal y perfecto, situado en laestratosfera del mundo inteligible platónico. No: el problemaes que esa afirmación puede ser mantenida en serio: lahumanidad ha imaginado muchas veces vivir en un Estadode Derecho, pero, en realidad, esa experiencia aún está porrealizar.

Si esto puede decirse en serio es porque no hay maneraalguna de que los historiadores, los sociólogos, los

economistas, los teóricos del Derecho, nos muestren unasola situación real en la que las leyes hayan reconocido quehay un marco legal para corregir las malas leyes. Ni unasituación real en la que se haya demostrado que, en efecto,las leyes aceptaron el juego parlamentario, diciendo a laizquierda aquello que le dijeron a Sócrates: «O nospersuades o nos obedeces». Lo que hemos comprobadohasta el momento, lo que parece indudable a la luz de lalista de ejemplos que hemos apuntado y, sobre todo, lo quees imposible dejar de concluir a la vista de que esimposible poner un solo ejemplo histórico en contra, ha sidoque aquello que hemos llamado «democracia» ha sido tansólo el paréntesis entre dos golpes de Estado. Hemoscomprobado que este paréntesis puede permanecerabierto, a veces, durante largos periodos, pero sólomientras el capital se puede permitir convocar eleccionesporque no hay posibilidad de que ganen las izquierdas.

La humanidad no puede aportar ni una sola prueba dehaber experimentado de verdad lo que es el Estado de

Derecho. Pero todos los imperios mediáticos de nuestrasautodenominadas democracias constitucionales nospersuaden a diario de lo contrario. Se aprovechan, paraello, de una especie de «espejismo» que se produceespontáneamente en ciertas condiciones, coyunturas yregiones del mundo contemporáneo. Podríamos llamar a

222 Educación para la Ciudadanía

El marco legalpara corregirlas malasleyes

9. La ilusión de ciudadanía y el nuevo racismo denuestro tiempo

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este espejismo –luego veremos por qué– la ilusiónciudadana o la ilusión de la ciudadanía.

Se trata de un espejismo político, de una suerte deilusión óptica de la visión moderna que ha hundido al

hombre occidental en un inusitado analfabetismo moral yque viene sirviendo de base y de coartada a lasobrecogedora tranquilidad de conciencia con que asistimosa los más horrendos crímenes, a las más despiadadascarnicerías y a los más devastadores genocidios.

Esta «ilusión de ciudadanía», como quedaestremecedoramente patente en nuestros periódicos

y nuestros telediarios, en nuestras revistas de opinión,nuestras tertulias radiofónicas y en general en toda nuestraatmósfera ideológica e intelectual, ha herido de muerte lacapacidad de juzgar de nuestra época y ha dotado anuestras conciencias de una insólita indigencia para ladistinción del bien y el mal. Desde un punto de vista ético,el comienzo del siglo XXI adolece de una deformidad quesólo es comparable a lo que Hannah Arendt llamó el«colapso moral» de la Alemania nazi.

La «ilusión de ciudadanía» se ha convertido en la matrizdesde la que se logran hacer convincentes las mentiras

más absurdas y decentes las aberraciones más insensatas(cosas que, algunos, apenas podemos creer que puedanser dichas en público, como que EEUU y Gran Bretañabombardearon al pueblo iraquí para hacerlo libre).

Esta especie de espejismo de la visión política seproduce más o menos como vamos a explicar a

continuación:

Hay ciertas regiones, ciertos países, a veces sólo ciertosbarrios, en los que se observa lo siguiente: si se deja a

las personas asociarse libremente, reunirse libremente,expresarse libremente, votar libremente, esas personaseligen poco más o menos que la realidad continúe estandocomo está. Cada vez que se encuentra un fenómeno deeste tipo, se levanta una bandera que simboliza el triunfo

Capitalismo y Socialismo 223

Un espejismopolítico

El colapso moral

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de los ideales de la Ilustración y se decreta que esarealidad está en Estado de Derecho. Como es natural,después no resulta difícil constatar la realidad de estereinado de la ciudadanía. Basta con recordar, observar,celebrar e incluso vivir emocionalmente la manera en quelos protagonistas se asocian, se expresan, se reúnen yvotan con entera libertad. Surge entonces una ilusión muycomprensible. Como la ciudadanía en cuestión se sientelibre al votar que las cosas sigan como están (puesto quequiere que sigan como están), no es extraño que se sientainclinada a hacer el siguiente razonamiento: votamos para que las cosas sigan como están, pero si votáramos paraque las cosas cambiaran radicalmente, estaría en nuestramano conseguirlo. ¡Nada es demasiado grande para lademocracia!

Naturalmente, esto sólo ocurre en aquellas regiones,barrios, países u hogares que son lo suficientemente

privilegiados para conformarse con el estado de cosas queles ha tocado en suerte en la lotería de la historia. Es fácilentender que se trata de una ilusión. Nadie tiene la menorprueba de que, en caso de utilizar sus libertades paraconstruir un orden diferente (pongamos, por ejemplo, quenacionalizando la banca o legislando contra el derecho deherencia), los derechos de reunión, asociación, expresión yvoto permanecerían incólumes. No se pueden cerrar losojos ante el hecho de que la historia del siglo XX hademostrado una y otra vez todo lo contrario.

Lo que sabemos es que ahí donde la población sedecidiría de todos modos por el estado de cosas

existente, se puede decretar el Estado de Derecho, esdecir, instaurar constitucionalmente un amplio abanico dederechos civiles. Eso no es lo mismo que decir que ahídonde hay Estado de Derecho la población puede decidircambiar el estado de cosas existente.

Yel caso es que, por más que les pese a nuestrospredicadores de la democracia, sólo esto último podría

considerarse un Estado de Derecho. Lo otro, lo primero, nosólo no es un Estado de Derecho, sino que puede ser,

224 Educación para la Ciudadanía

La libertad de losprivilegiados

Elegir lo queya hay

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como bien pronosticó Bertolt Brecht, una forma muy sutilde fascismo ejercida por los poderosos, por aquellos queson lo suficientemente privilegiados como para permitirse ellujo de ser democráticos entre ellos. Es como si la mafiaalardeara de democracia porque todas las decisiones quese toman para extorsionar, robar y asesinar, se toman porvotación entre los capos.

Este nuevo tipo de fascismo es, además, solidario de unanueva forma de racismo más sutil que el racismo nazi

de corte biologicista, pero cuyas consecuencias pueden seraún más devastadoras. Se trata de un racismo al quepodríamos llamar «racismo histórico» por contraposición aese «racismo genético» que nos es tan familiar. No se tratade un juego terminológico. Se puede hablar, en efecto, deracismo cada vez que se presenta como obra de la Libertadalgo que no es sino obra del Tiempo. Cada vez que seseñala un pedazo de naturaleza y se quiere reconocer ahí larazón, la libertad y la humanidad, estamos ante unfenómeno racista. Pero esto afecta a todo lo que vienearrastrado por el curso temporal, aunque ya no sea en elterreno de la Naturaleza sino en el de la Historia. Presentaruna realidad que el tiempo ha coagulado en la historiacomo obra de la libertad o la razón, en nada difiere delintento de buscar la razón o la libertad entre los intersticiosde un código genético. En cualquier caso se estánconfundiendo lo que no son sino coágulos del tiempo conobras de la libertad, se está confundiendo, como gustandecirlo los filósofos, el Tiempo y la Acción.

Esto no es tan difícil de entender como algunos puedencreer. Cuando el Derecho obra sobre la realidad, cuando

una realidad cualquiera es enderezada por el Derecho, porlas exigencias de la ley, por el esfuerzo legislativo de losparlamentos, por la iniciativa ciudadana de legislar en esadirección (mediante las reformas legislativas necesarias),decimos con razón que esa realidad está en «Estado deDerecho». Pero la realidad que nos ofrece el mundosupuestamente ganado para la democracia escompletamente distinta: se trata de una realidad que tieneel privilegio histórico de no necesitar violar el Derecho para

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Un fascismodemocrático

Un nuevo racismo

Tiempo yacción

Ahí donde elDerechoes superfluo

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conservar sus privilegios, de una realidad a la que si se leconcediera el derecho de cambiar, decidiría de todos modospermanecer idéntica a como la ha conformado… ¡no elDerecho, sino la historia! Éste no es el caso de unarealidad en «Estado de Derecho», sino de una realidad en laque el Derecho es superfluo.

Pues bien, caemos en esa nueva forma de racismo a laque acabamos de referirnos cada vez que celebramos

como obra del Derecho lo que en realidad nos ha traído lahistoria, la historia del colonialismo, la historia de nuestrosprivilegios mercantiles, la historia de nuestro poderío military económico. Decir que Bruselas encarna las aspiracionesdel Estado de Derecho no es menos «racista» que decir quelas encarna la raza aria. ¿Qué más da que la coincidenciaentre razón y realidad sea un privilegio genético o unprivilegio histórico? En ninguno de los dos casos estaríamosseñalando una obra de la razón o del Derecho. Ni tampocoun lugar en el que el Derecho y la razón puedan obrar.Estaríamos señalando más bien una obra de la historia quepretende tener razón, un pedazo de realidad, una región delplaneta, una casta social, que se cree racional y que lo creepor un privilegio histórico o por un privilegio genético. Decirque el espíritu occidental de los ideales ilustrados seencuentra encarnado en la raza aria no es menos gratuito nimenos racista que decir que se encuentra «realizado» enParís, en Bruselas o en Washington.

A lgo muy distinto ocurriría si nos topásemos con unarealidad que de verdad estuviera conformada por

el Derecho, una realidad que estuviera obligada a ser dócilfrente a las exigencias del Derecho, que tuviese queobedecer, como decíamos al principio, a sus buenas y asus malas leyes, en un marco legal en el que la leypudiera corregir siempre a la ley (a través de laargumentación y la contraargumentación ciudadana).Podríamos afirmar que París, Bruselas o Madrid están en«Estado de Derecho» si pudiésemos estar seguros de que,si algún día los derechos de asociación, de reunión o deexpresión fueran capaces de obrar legislativamente encontra del estado de cosas existentes, el curso de las

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Privilegios genéticos o

históricos

Obras de la razón o del

Derecho

Lo que sería un«Estado de

Derecho»

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cosas obedecería a ese imperativo legal. Pero yahemos visto que toda la historia del siglo XX marcó asangre y fuego los límites de este juego: elDerecho puede obrar con entera libertad sólomientras sea superfluo, pero lo que le está vedado, al menos bajo condiciones capitalistas de producción, esmeterse en nada que afecte a cuestiones económicasrelevantes.

Los nazis ensayaron el intento de poner la realidad enestado de derecho, no por obra del propio Derecho,

sino por el terrorífico procedimiento de exterminar a todo elque pudiera llegar a encontrar un motivo para violar elDerecho. Una vez eliminadas las «razas inferiores» y«limpiada» la humanidad de impurezas genéticas, larealidad coincidiría con la recta voluntad del hombre puro(encarnado en la raza aria) y sería, por fin, como tiene que ser.

Lo que demostróel siglo XX

La raza aria

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Ahora bien, lo que estamos viendo es que nosotros, cadavez que presentamos un ejemplo de Estado de Derecho,

presentamos en realidad un pedazo de historia, no una obrade la razón. Lo que pasa es que presentamos un pedazo dehistoria lo suficientemente privilegiado históricamente parano necesitar entrar en conflicto con el Derecho. Es como sidijéramos que hemos demostrado estadísticamente que losbanqueros respetan más que nadie las leyes contra ladelincuencia porque nunca se les ha pillado robando unacartera en un autobús. Si los banqueros no roban carterasen los autobuses es porque ni necesitan robar carteras ninecesitan ir en autobús. Igualmente podemos encontrarregiones, barrios o clases sociales que para hacer su vida ydesenvolverse en la historia no necesitan para nada utilizarel Derecho y a lo mejor ni siquiera violarlo. Es una locura,nuestra locura, pretender que eso es una prueba de queestán en estado de derecho. La mera existencia de las leyesde extranjería basta para desmontar el andamiaje de estasuperchería. La única manera de conservar la coincidenciaentre Derecho y sociedad que han inventado por ahora lasdemocracias occidentales, no ha consistido en profundizaren los derechos de la ciudadanía, sino en legislar sobre laextranjería. No en profundizar en el Derecho, sino enprotegerse de la historia. Cuando el estar en «Estado deDerecho» no es una obra del Derecho sino de la historia, esnormal que ese estado de cosas tenga que ser protegidocon la historia, no con el Derecho. Así, cuando miles desubsaharianos empezaron a finales del 2005 a saltar lafrontera de Europa por Melilla y Ceuta, quedó claro que elDerecho europeo no tenía respuesta para ese problema:Europa se apresuró a destinar fondos extras para hacer másalta la valla de la frontera, para electrificarla o cubrirla decuchillas y espinos. Ya no se trata, pues, de ampliar la obrade la razón, sino de levantar una fortaleza que conserveincontaminada la coincidencia casual con la razón que esprivilegio de ciertas realidades. Se trata de un nuevoracismo, de un racismo tan devastador que ha encerrado encampos de concentración al ochenta por ciento de lapoblación mundial. Las alambradas son nuestras leyes deextranjería. Los planes de ajuste del BM y el FMI, la nueva«solución final».

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Las obras delDerecho

y el cursode la

historia

Las leyes de extranjería

Protegerse de lahistoria, no

profundizar en elDerecho

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Se podría decir que todos aquellos intelectuales que, enlugar de denunciar la «ilusión de ciudadanía», se

encargan de alimentarla, colaboran activamente con esanovedosa forma de fascismo a la que antes nos referíamos.Y hablar a este respecto de fascismo no es unaexageración terminológica que vulnere el significado deltérmino o que sólo busque la descalificación del contrario.Puede afirmarse sin la menor merma de rigor lingüístico queintelectuales tan inequívocamente comprometidos con los«principios democráticos» como Savater, Sartori, Rorty,Enzensberger o Habermas han colaborado eficazmente parasentar los pilares filosóficos y morales del nuevo racismocontemporáneo, otorgándole –nunca mejor dicho– «carta deciudadanía». Han brindado, así, a los privilegiadoshabitantes del Primer Mundo la coartada ideológica paraconservar la tranquilidad de conciencia, en el corazónmismo del nuevo Auschwitz de nuestros días.

Los habitantes del Primer Mundo podemos tener laconciencia tranquila porque las estructuras económicas

sobre las que se asienta nuestro privilegiado mundo matanpor nosotros allende nuestras fronteras, sin necesidad de que nosotros mismos tengamos que mancharnos lasmanos de sangre. En un mundo estructuralmente malo,resulta fácil ser bueno. En un mundo que consiste él mismoen exprimir al otro mundo y en pasarlo por las armas si seresiste al expolio, es fácil vivir sin faltar a un solo preceptomoral. Pueblos enteros pueden estar siendo bombardeadoscon «agente naranja» o uranio empobrecido: desde laconfortable seguridad de nuestro mundo, podemosmantener la conciencia tranquila, porque nosotros nohemos matado a nadie.

Incluso si fuimos de los que aprobaron la invasión de Irakporque tenía armas de destrucción masiva, podemos

seguir considerándonos inocentes. Y todavía después de saber que no sólo no tenía dicho armamento, sino quesiempre se supo que no lo tenía, podemos seguirmanteniendo la conciencia tranquila. «Nos equivocamos»,vale, pero podemos seguir considerándonos buenos:«nuestros dirigentes nos engañaron», «nos dejamos

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Los ideólogos delnuevo racismocontemporáneo

La tranquilidad de conciencia

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convencer» por ellos, pero podemos seguir durmiendotranquilos porque nosotros no hemos matado a nadie nihemos colaborado con banda armada alguna.

Mucho más difícil es reparar en que la consistenciamisma de nuestro mundo depende justamente de que

países como Irak, que de un modo u otro se han convertidoen obstáculos para la expansión imperialista, seanliteralmente descuartizados o sean puestos de rodillas poralgún tipo de chantaje financiero o comercial. Es muy fácilser moral en un mundo que no alcanza más allá denuestras narices: ser buen padre de nuestros hijos, seramable con los vecinos, cumplir con nuestras obligacionesciudadanas, recoger del suelo la caca de nuestro perro yser generosos con el sueldo de nuestra asistenta. Pero enun mundo estructuralmente criminal, para ser inocente nobasta con no cometer crímenes en el privilegiado reducto enel que nos movemos, no basta con tener una conductaintachable a este lado de la valla de Melilla, a este lado dela puerta blindada que protege nuestro sweet home. Lodifícil es asumir la responsabilidad que nos toca por elhecho de habitar en un mundo que sólo ha podido serconstruido a costa de millones de muertos, por disfrutar unmodo de vida que sólo ha podido establecerse, tras uninmenso baño de sangre, sobre montañas de cadáveres.Asumir de verdad esa responsabilidad no es, ciertamente,tarea fácil, aunque sí lo sea comprender que la exigencia decomportarnos libremente (esa exigencia que corresponde ala forma de ley) resulta incompatible con permanecer debrazos cruzados ante este estado de cosas.

La tranquilidad de conciencia que mantenemos pese atodo no sólo es reprobable por lo que ignora, sino

porque, además, sirve de coartada a los amos del mundopara seguir con la carnicería. Mientras nos escandaliza quealguien pueda seguir fumando en lugares públicos, elcolapso moral en el que hemos caído nos permiteexperimentar sin escándalo alguno, como si se tratase deun fenómeno natural, la violencia cotidiana sobre la que seerige nuestro fortificado mundo, el feroz terrorismo quehace posible nuestra american way of life. El colapso moral

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Más allá de lasnarices

La responsabilidad

La moral como coartada

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de nuestra inteligencia occidental parece habernosincapacitado completamente para entender que la elecciónmoral consiste en elegir un mundo bueno, y no en elegirsebueno a uno mismo. Elegir ser bueno en un mundo en elque no necesito pecar ni matar para vivir opulentamente notiene ningún mérito ni ninguna dignidad moral. Lo meritorioy digno desde el punto de vista moral sería negarse a viviren un mundo injusto y, sobre todo, a vivir de la injusticiaque se comete contra otros («otros» que, dicho sea depaso, son las tres cuartas partes de los habitantes delplaneta).

Esta tranquilidad de conciencia que tan obscenamenteexhiben políticos, intelectuales y periodistas de

reconocido prestigio en la actualidad es la seña del nuevoracismo contemporáneo (además del primer síntoma de laenfermedad moral de nuestro tiempo). Aunque porsupuesto, esta forma de racismo no es incompatible con elviejo racismo de toda la vida. Desde que Oriana Fallaci, trasel 11-S, dio el pistoletazo de salida para dejar de mordersela lengua y ser racista sin remordimientos, la filosofía delos halcones del Pentágono ha ido siendo cada vez másaplaudida por personajes como –por citar casos españoles–César Vidal, Jiménez Losantos o Gabriel Albiac, quienes, porejemplo, han «argumentado» contra el presidentevenezolano Hugo Chávez llamándole «negro», «gorila» y«chimpancé», y contra el presidente boliviano Evo Moralesllamándole «caracastaña». Pero estos racistas militantes noencontrarían tanto eco y audiencia, tantos medios públicosa su disposición, tanta tolerancia y tanta impunidad, si suspalabras no cayeran sobre una sociedad que ya estáideológicamente enferma y moralmente corrompida. Tieneque haber un racismo soterrado y profundo en el que echaraíces este racismo militante. Y en efecto, ¿qué es eso delo que se vanaglorian todos los días los editoriales denuestros periódicos más prestigiosos, de modo quepareciera que basta abrir las páginas de Le Monde o de ElPaís para vivir con fuerza la intensa sensación «ciudadana»de habitar en un Estado de Derecho? ¿Será que vivimosintensamente la sensación del Derecho porque hemostenido la suerte de nacer de raza blanca? ¿O porque hemos

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Una enfermedadmoral

El viejoracismo

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tenido la suerte de nacer ahí donde la Historia haacumulado suficientes privilegios como para que losderechos de la ciudadanía puedan ser decretados con laseguridad de que no se ejercerán contra el estado de cosasexistente? En cualquier caso, la «ciudadanía» no es elresultado de ciertos marcos legales a los que llamamosdemocracias constitucionales; es el efecto de que ciertoscampos de exterminio hayan funcionado con eficacia ytambién de que sigan funcionando en el más allá señaladopor las leyes de extranjería correspondientes.

Desde luego, para volver convincente la «ilusión de laciudadanía» en estas condiciones son necesarios

verdaderos imperios mediáticos con un ejército de miles deperiodistas e intelectuales. Hay tanto cinismo en sudiscurso que hemos terminado por acostumbrarnos yconsiderarlo normal y realista. Los mismos que se encargande alimentar día tras día la «ilusión ciudadana» (en lugar dedenunciarla y combatirla) son los que se autoproclamanincondicionales defensores del Estado de Derecho. Y encambio, se mira con mucha suspicacia a los que intentanllamar la atención sobre todo este tinglado ideológico queha convertido la ciudadanía en una estafa. Se sospechaque se trata de izquierdistas con un oscuro y atávicoresentimiento hacia la división de poderes y una inclinacióninstintiva hacia el totalitarismo estalinista. Este juego demanos se ve facilitado por el propio empecinamiento de laizquierda en meter la pata con el asunto del derecho«burgués». La estafa habría resultado mucho más difícil sila izquierda no se hubiera empeñado tan alegremente enregalar al enemigo el concepto de Estado de Derecho. Loque había que haber hecho, al contrario, era demostrar quesemejante proyecto es imposible bajo condicionescapitalistas de producción. Poner en evidencia a todos losque, diciendo defender el Estado de Derecho, no defienden,en realidad, más que unos privilegios históricos, del mismomodo que podrían defenderlos genéticos. En resumen, loque habría que haber hecho es denunciar y desmontar la«ilusión ciudadana» que ha sido, al menos durante lasegunda mitad del siglo XX, el arma ideológica más potentey eficaz del Primer Mundo.

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Estado de Derecho y campos

de exterminio

Desmontar la«ilusión

ciudadana»

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El capitalismo ha conducido al mundo a un callejón sinsalida, una matanza cotidiana y un suicidio global que

amenaza la supervivencia misma del planeta: una realidadque, además, sólo puede ser gestionada por la dictaduraimperial de grandes corporaciones económicas, un imperiofrente al que no pueden nada los parlamentos nacionales.Es el fracaso definitivo de las aspiraciones políticas de laIlustración.

Esta impotencia de la legítima instancia política haconvertido a nuestras asambleas legislativas,

supuestamente soberanas, en un espectáculo basura en elque sólo discuten los que están básicamente de acuerdoen que hay ciertas cosas que no pueden ser discutidas:todas aquellas que dependen o que afectan a la economía.Mientras los parlamentarios buscan temas sobre los quediscutir (las células madre o la lucha contra el terrorismo),los ministros de Economía declaran no sin cierto cinismoque hacen la política «que hay que hacer», pues, en efecto,la economía capitalista tiene sus reglas, sus necesidades ysus razones, aunque éstas no suelen coincidir con lasrazones y necesidades de las personas.

Ahora bien, por paradójico que resulte, esta impotenciade lo político es otra de las poderosas palancas del

«pensamiento único» y una de las mejores coartadas denuestra tranquilidad de conciencia democrática. Es, juntocon la superfluidad del Derecho, el otro gran ingrediente dela «ilusión ciudadana» y de ese «fascismo democrático» alque más arriba nos referíamos. Pues, en efecto, ahí dondeel poder político es impotente y reconoce su impotencia,¿por qué no ser especialmente cuidadoso y respetuoso conla división de poderes? Así pues, las democraciasoccidentales están especialmente orgullosas de la divisiónde poderes, pues saben que ahí radica la esencia mismadel Estado de Derecho anhelado por todas las aspiracionesilustradas. Sin embargo, el secreto de tanto orgullo resideen la más absoluta indigencia. Porque no tiene ningúnmérito dividir un poder político que no puede hacer nada

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Un callejón sinsalida

La impotencia delo político y lasuperfluidaddel Derecho

10. La ilusión ciudadana y la impotencia de lo político

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frente a la tiranía de un poder económico que circulaincontrolado al margen de los parlamentos nacionales.

¡Lo que sí que tendría mérito es una división política delpoder económico! Pero esto supondría, como mínimo, unaintervención política de primera magnitud en las entrañasmismas de la actividad económica. A la postre seríainevitable una politización de la economía que, inevitablemente, desembocaría en estatalizaciones ynacionalizaciones como las defendidas antaño por lospartidos comunistas. Pero los amos del mundo no van aconsentir que los comunistas empiecen a dar leccionessobre lo que es la división de poderes. Es, por supuesto,mucho más elegante y mucho menos arriesgado dividir elpoder ahí donde éste es superfluo o impotente.

Vivimos en una sociedad hasta tal punto chantajeada ehipotecada por sus estructuras económicas que el

margen de actuación de la política es, probablemente, unode los más irrisorios que haya conocido la historia de lahumanidad. Se trata, sin duda, de la paradoja más abismalde la sociedad moderna, pues, al mismo tiempo, lasociedad moderna es la única que se ha querido a símisma constituida por medios políticos.

Ya vimos que la Ilustración había hecho suya una viejaaspiración socrática o platónica: la de constituir una

sociedad a partir de la argumentación y lacontraargumentación, es decir, a partir de la razón. Tal cosaempezó a parecer posible con el triunfo moderno delprograma ilustrado, gracias al hallazgo de la división depoderes. Es la idea misma de una asamblea constituyente, laidea de una sociedad constituida por medios políticos. Lo queno se advertía es que lo que la política conquistaba por unlado, el mercado lo robaba por el otro. Mientras seentronizaban los derechos del hombre como referente políticofundamental, el capitalismo proletarizaba a la población.Mientras se decretaba la libertad absoluta del hombre y la«muerte de todos los dioses», anunciando una república en laque la política sería todopoderosa (como antes lo fueran lareligión o la tradición), el mundo se había convertido ya en un

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Dividir elpoder

político

La paradoja política de la modernidad

Una sociedadconstituida por

medios políticos

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mercado en el que no se podía utilizar la libertad más quepara comprar o vender; y la mayor parte de la población notenía otra cosa que vender más que «su propio pellejo». Laera de la política murió en el momento mismo de nacer.

Nada puede dar una idea más amarga de la impotencia delo político bajo condiciones capitalistas de producción

que el hecho de que las reivindicaciones de ATTAC (Acciónpor una Tasa Tobin de Ayuda a los Ciudadanos) hayan podidoser consideradas utópicas. En el mundo de la globalización,la relación entre el capital productivo y el capital financierose calcula de una a diez. Las consecuencias de esta burbujafinanciera son imprevisibles. Lo que ATTAC vienedefendiendo es de un sentido común abrumador: gravar conun porcentaje mínimo las transacciones de capitalpuramente especulativas y decidir por medios políticoslegitimados qué hacer con el montante económicoresultante. Bastaría un porcentaje ridículo para superarsobradamente el volumen que se obtendría con el famoso0,7 de los impuestos ciudadanos. Y, además, como essabido, el inventor de la famosa «Tasa Tobin» tampoco fueun enloquecido izquierdista, sino un economistaconvencional empeñado en aminorar los riesgos de laimprevisible «burbuja financiera» sobre la que reposa elmundo de la globalización. Nada más sensato y nada –por lovisto– más utópico: ¡pretender gravar con un 0,1 por cientode política el libre curso de las actividades económicas!

Bajo condiciones capitalistas, la acción parlamentariaestá encorsetada en una verdadera camisa de fuerza.

La tradición marxista, por tanto, no diagnosticó bien elproblema cuando, demasiado a menudo, cargó las tintascontra el parlamentarismo, como si éste pudiera tener algode malo por sí mismo. El parlamentarismo puede ser unsistema de lo más razonable, más razonable que muchosotros, un procedimiento para que la instancia política puedagobernar, en lugar de dictatorialmente, mediante unaconsulta más o menos frecuente de las razones de losciudadanos. Se puede siempre discutir sobre los límites dela representatividad, sobre la revocabilidad de losrepresentantes o sobre el sistema de su elección. Pero los

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La era de la política

ATTAC

Una tasa ciudadana

Una democraciacon camisade fuerza

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problemas del parlamentarismo siempre tienen una soluciónconstitucional, mientras que los del capitalismo no. Elsistema económico capitalista no funciona con los mismoscriterios que los hombres que viven bajo él y que discutensus razones y motivos en el parlamento. El capitalismo esun sistema en el que, por ejemplo, la sobreproducción deriqueza (algo que siempre fue para el hombre un motivo defiesta) supone una falta de mercado y una amenaza decrisis. Un sistema en el que el progreso tecnológico noacorta la jornada laboral, sino que la alarga y la precariza.Un sistema en el que la posibilidad humana de descansarse transforma en el desastre del paro. En el que la guerra,la peor de las calamidades para el ser humano, es el mejorestimulante económico. En el que la producción dearmamento supone la más pesada carga para los hombresy el mejor negocio para la economía. En el que a ladilapidación sistemática de recursos y riqueza se la llamaconsumo y estimulación de la demanda, y a la destruccióndel planeta, crecimiento. Bajo condiciones capitalistas, todoaquello que para los seres humanos es un problema, resultaque para la economía es una solución. Y lo que para elloses una solución, para la economía es un problema.

Eso explica que, bajo semejantes condiciones económicas,en las que los hombres y las mujeres dependen a vida o

muerte de las razones del capital, sea tan difícil saber lo quees o no es razonable. Y explica también que elparlamentarismo burgués parezca siempre una monumentalestafa. Pero la estafa no es el parlamentarismo. No es una estafa que los ciudadanos razonen para elegir a susrepresentantes y que éstos razonen en el parlamento,argumentando unos y otros sobre las razones de laciudadanía a la que representan. Lo que sí es una estafa eshacer todo eso bajo unas condiciones que, mientras tanto,tienen sus propias razones, unas razones que, casualmente,suelen mostrarse contrarias a las que la ciudadanía encuentramás razonables. Y, en realidad, hace ya mucho tiempo que laciudadanía es perfectamente consciente de que no merece lapena empecinarse en aportar argumentos cuando losargumentos de la economía tendrán siempre la última palabra.Éste es el verdadero motivo por el que la democracia

Capitalismo y Socialismo 237

El parlamentarismo

Los problemas ylas soluciones

Las razones de laeconomía y lasrazones de los hombres y las

mujeres

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representativa es tan poco participativa y no, como a veces sepretende, porque haya ninguna oposición real entre«representación» y «participación». Si no hay «participación» yni siquiera hay verdadero interés por la acción parlamentariarepresentativa es porque los ciudadanos se hanacostumbrado ya hace mucho tiempo a que el parlamentoesté secuestrado por el Ministerio de Economía y éste, a suvez, por los intereses de las grandes corporacioneseconómicas. Los ciudadanos saben perfectamente que no seles llama a votar para consultar sus razones, sino parahacerles entrar en razón. Y por eso votan a los políticos comoquien elige a un psiquiatra. Hay siempre algo terapéutico en laacción parlamentaria: se trata de convencer a la ciudadanía deque la única manera de defender sus propios intereses esdefender los intereses de la economía, pues, al fin y al cabo,se depende de ella a vida o muerte. De este modo, lo mejorque puede hacer la clase obrera en su favor es apretarse elcinturón a favor de la patronal. Por eso, los sindicatoseuropeos se han convertido en los órganos a través de loscuales los obreros proponen a la patronal trabajar más y másbarato intentando así impedir que las empresas se«deslocalicen» y les dejen, sencillamente, en el paro.

En unas condiciones en las que los interesesempresariales, por muy demenciales y suicidas que

sean, tienen por entero la sartén por el mango, es absurdodejarse fascinar por el juego del intercambio de razones enel parlamento. Pero no debemos suponer que el juegoasambleario de la «democracia participativa» sería en esascondiciones menos impotente y patético.

La izquierda lleva ya algún tiempo cayendo en una trampamuy burda cuando opone la «democracia participativa» a la

«democracia representativa». Hay quien piensa, en efecto, quese acaba de descubrir la piedra filosofal, el antídoto contratodos los vicios de la democracia burguesa. Pero se trata deun grave malentendido. Lo que tienen de malo nuestrossistemas parlamentarios no es que sean parlamentarios sinoque no es verdad en absoluto que sean sistemasparlamentarios. Son, mucho más esencialmente, dictaduraseconómicas encubiertas bajo la fachada del parlamentarismo.

238 Educación para la Ciudadanía

Democraciaparticipativa ydemocraciaparlamentaria

Una falsaoposición

El chantajeeconómico

Un malentendido

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Capitalismo y Socialismo 239

Bajo el totalitarismo económico del sistema capitalista, elmargen político de la ciudadanía (no así el de las grandes

corporaciones económicas) es insignificante, tanto en suforma parlamentaria como en su forma participativa. Las doscosas cumplen, en realidad, su papel. El parlamentarismo,haciendo de fachada legitimadora institucional. Laparticipación, extenuándose asamblea tras asamblea, hastaestrellarse contra el curso irremisible de los acontecimientoseconómicos. Finalmente, la verdadera oposición sigue siendo,pues, mucho más clásica: socialismo o barbarie.

Dictaduraseconómicas con

fachadaparlamentaria

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Ahora bien, una cosa son los malentendidos de laizquierda y otra cosa el cinismo generalizado con el que

se desenvuelven ideológicamente nuestros políticos ynuestros intelectuales mediáticos. El cinismo y los sofismascon los que se celebra a diario la farsa parlamentaria comosi se tratase del gran hallazgo de la civilización ilustrada,tiene que ser denunciado con toda contundencia. Perotambién con buenos argumentos, porque la farsa encuestión resulta en realidad muy convincente, y no sólo poruna cuestión de marketing. En verdad, ahí donde la políticano tiene ninguna posibilidad de intervenir en los asuntoshumanos, las posibilidades del espejismo de la «ilusiónciudadana» se vuelven infinitas. Ahí donde la política esimpotente, ¿por qué no conceder el margen más amplio delmundo a las libertades políticas? Ahí donde, por ejemplo,para lograr hacerte oír en el espacio ciudadano hace faltatener un millón de euros, ¿por qué no decretar la libertadde expresión más absoluta para todos los que no tengan unmillón de euros? ¿Cuántos Polancos en paro hay en Españaesperando a que la libertad de expresión les monte unperiódico o una cadena de televisión? Mientras tanto, ¿paraqué instituir la censura ahí donde los dueños del imperiomediático pueden contratar o despedir a quien deseen? Enrealidad, resulta escandaloso que durante décadas tantosintelectuales e historiadores se tragaran el mito de laausencia de censura en el llamado «mundo libre», sin que nipor un momento se llegara a reparar en el hecho tan obviode que todos aquellos periodistas a los que habría quecensurar estaban, al igual que lo están ahora, en el paro.

En una sociedad que no está edificada mediante lapalabra ni por medios políticos sino mediante muchos

euros y por medios económicos, la libertad, por muyabsoluta que se pretenda, no tiene capacidad para liberarnada. En esas condiciones, ¿por qué no decretar lalibertad de reunión, la libertad de asociación, elpluripartidismo y todo cuanto se quiera imaginar en elplano político? En las democracias occidentales, se dice,no hay presos políticos. Éste es otro anzuelo en el quepicaron los intelectuales de todo el siglo XX, y lo hicieroncon entusiasmo. No se advertía, lo mismo que no parece

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El mito de lalibertadde expresión

El mito de laausencia decensura

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advertirse ahora, que nada tiene de asombroso que nohaya presos políticos en un mundo en el que el poder nocircula por cauces políticos. El mérito sería, para nosotros,que no hubiera presos comunes, presos por delitoseconómicos, puesto que el poder circula por cauceseconómicos (incluso sería ya bastante mérito que llegarana pagarse de verdad los delitos económicos de los ricos, yno sólo los de los pobres). El mérito sería también que nohubiera presos políticos en una sociedad que dependierarealmente de sus decisiones políticas, como ocurre, porejemplo, en Cuba. Y en esta comparación, Cuba saldría, enrealidad, bastante bien parada, sobre todo si se lacompara con EEUU. Según las organizacionesanticastristas (como, por ejemplo, la Comisión de DerechosHumanos y Reconciliación Nacional) hay en Cuba alrededorde 300 presos de conciencia, aunque bien es cierto quelas organizaciones de Derechos Humanos más o menosindependientes (como, por ejemplo, Amnistía Internacional)reducen esa cifra a entre 60 y 80 presos. Sin embargo, simiramos a EEUU, lo que nos encontramos es unapoblación entre rejas. En efecto, en EEUU la poblaciónreclusa asciende a más de 2.000.000 de personas, y máso menos uno de cada cincuenta varones adultos está en lacárcel. El asunto es todavía más grave si se tiene encuenta que son el triple las personas que, aunque noestén en la cárcel, tienen algún tipo de restricción penal(es decir, están sometidos a medidas cautelares como lalibertad provisional o vigilada). La cosa toma además unsesgo racial y político si, desglosadas las cifras, seobserva que los negros tienen aproximadamente sieteveces más posibilidades de estar en la cárcel que losblancos. En EEUU uno de cada siete hombres negros haestado preso en algún momento de su vida.

Hasta aquí, hemos visto la responsabilidad delcapitalismo en la liquidación del proyecto político de la

Ilustración y en la frustración de las esperanzas de lahumanidad de constituirse en un cuerpo ciudadano capaz

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El mito de laslibertades

políticas

Cuba y EEUU

11. Capitalismo y supervivencia

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de darse a sí mismo un marco legal de actuaciónsusceptible de ser corregido legalmente. Hemos constatadoque el capitalismo resulta incompatible con la democracia yel Estado de Derecho. Pero además de estaincompatibilidad, cada vez resulta más evidente e incontestable la incompatibilidad –si cabe, aún máspreocupante– del capitalismo con nuestra simplesupervivencia física. Ninguna de las grandes decisionesglobales que haría falta tomar para atacar con algunaposibilidad de éxito los acuciantes problemas que hoyamenazan la supervivencia de la humanidad pueden sertomadas allí donde el mercado se impone frente a cualquierotra consideración. Tanto la crisis energética como eldeterioro ecológico que padecemos podrían ser abordadospor una sociedad de naciones cuyos gobiernos, a través desus parlamentos e instituciones públicas, pudieran tomardecisiones capaces de modificar esencialmente el rumbo dela economía global, pero no por naciones sometidas a unsistema que deja toda decisión económica de importanciaen manos de la libre iniciativa privada de los grandescapitalistas. Ni de la General Motors ni de las grandesempresas petroleras cabe esperar que reduzcan su volumende negocio en favor de otras formas de transporte y energíamenos perjudiciales para las futuras generaciones. Unadecisión de este tipo sólo cabría esperarla de gobiernosnacionales, sometidos a la ley y a la voluntad ciudadana,que tuvieran bajo su control las industrias petroleras y lasempresas fabricantes de automóviles.

Aestas alturas, no es seguro que un mundo socialistafuera capaz de aportar una solución satisfactoria al

problema energético y ecológico que tan seriamenteamenaza nuestra supervivencia, pero sí es seguro que bajoel modo de producción capitalista y la economía demercado no existe la menor posibilidad de conseguir nadaen este sentido. Es fácil de entender que a una empresaque acaba de hacer una transacción por valor de un billónde dólares, le importe un comino si dentro de diez añossubirá un grado la temperatura media del planeta o si alparlamento del país donde se halla ubicada le ha dado poraprobar una ley que impide llevar a efecto sus planes. En

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Intervenirpolíticamente enel rumbo de la economíaglobal

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un mundo organizado como lo está el nuestro, tal empresadispone de mil maneras de persuadir al gobierno de turnopara que le deje las manos libres; y, si no, siempre puedellevarse su negocio a otra parte o financiar la campañaelectoral de un partido que, una vez en el gobierno, noponga trabas a su negocio.

Se suele objetar a este respecto que el «socialismo real»no fue menos destructivo con el medio ambiente de lo

que lo ha sido el capitalismo. Y es cierto. Probablemente losgobiernos socialistas del Este europeo tomaron las peoresdecisiones políticas que se podían tomar en relación con elmedio ambiente y, además, las tomaron de forma dictatorial.En todo caso, si tomaron decisiones equivocadas es porquepodían decidir, y esto es justamente lo que, bajo elcapitalismo, ningún gobierno puede hacer. El socialismo esun sistema que depende de la instancia política y que puededecidir tanto lo peor como lo mejor. El socialismo no es en sí

Imposibilidadde tomar

decisionespolíticas

El caso de los países socialistas

en el siglo XX

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mismo la solución a ninguno de los gravísimos problemas alos que nos referimos. Pero sí constituye la condición paraque tales problemas puedan algún día ser solucionados.Habría que estudiar por qué los países socialistas (siemprecondicionados por la «guerra fría» con Occidente y por eldemencial ritmo de «crecimiento» de los países capitalistas)tomaron regularmente decisiones tan erróneas desde elpunto de vista ecológico y medioambiental, y si el hecho deque sus decisiones fueran erróneas tiene algo que ver o nocon el hecho de que fueran socialistas (si es que de verdadlo fueron, que también eso habría que analizarlo). Pero estono es algo de lo que podamos ocuparnos aquí. Lo que síestamos en condiciones de poder afirmar, sobre la base detodas las razones expuestas anteriormente, es que, bajo elcapitalismo, el vertiginoso proceso de destrucción ecológica ymedioambiental en el que estamos metidos no puede serdetenido.

Hasta los más acérrimos defensores del –hoy ya casiplanetario– sistema económico vigente saben que, si

algo del mismo no cambia drásticamente, los días de loshombres están contados. Hoy, casi es posible poner fechaal momento de su último suspiro: aquél en el que, por lapura necesidad de producción de plusvalía y de realizaciónde la misma en el mercado, el mundo se haya hechodefinitivamente inhabitable. Para evitar que esta catástrofefinal acontezca, haría falta sentar las bases de un sistemapolítico que permita a los ciudadanos tomar las decisionesde índole económica que el carácter privado de la economíacapitalista no permite que puedan tomar. Haría falta impedirque el rumbo de la economía dependa enteramente de lalibre iniciativa privada de los grandes poseedores de capitaly del enfrentamiento de éstos en el mercado, y establecerunas condiciones bajo las cuales la economía pudiera serpolíticamente gobernada. Ahora bien, el establecimiento detales condiciones exige la abolición de la tiranía delmercado y la asunción por parte de las institucionesciudadanas del control de la producción y la distribución dela riqueza. Y a esto es justamente a lo que llamamos«socialismo».

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Las peoresdecisiones

La tiranía del mercado

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¿Acaso creéis que yo habría llegado a vivir tantos años si me

hubiera ocupado de los asuntos públicos y, al ocuparme de ellos

como corresponde a un hombre honrado, hubiera prestado ayuda

a las cosas justas y considerado esto lo más importante, como

es debido? Está muy lejos de ser así. Ni yo ni ningún otro hombre.

Apología de Sócrates, 32e

Sócrates arroja esta pregunta al tribunal de losatenienses que lo condenó a muerte. Él no se extraña

de que lo vayan a condenar. Se sorprende de que no lohayan hecho antes. Si ha conseguido llegar a viejo esporque ha procurado hacerse notar lo menos posible.Sócrates, en efecto, ha ido por aquí y por allí, preguntandoqué es un zapato o qué es la virtud, pero siempre se hacuidado muy mucho de ir con sus preguntas a la asambleao de intervenir ahí en los asuntos públicos.

«Quizá pueda parecer extraño que yo privadamente, yendode una a otra parte, dé estos consejos y me meta enmuchas cosas, y no me atreva en público a subir a latribuna del pueblo y dar consejos a la ciudad.» El motivo,continúa diciendo Sócrates, es que tengo una vocecitainterior que me dice todo el rato que no caiga en latentación de meterme en política. «Y creo que me lo dicecon acierto. Pues sabéis muy bien, atenienses, que si yohubiera intentado anteriormente realizar actos políticos, yaharía tiempo que estaría muerto. Y no alborotéis tanindignados, sabéis que os estoy diciendo la verdad.»

Epílogo

El juicio de Sócrates

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Por supuesto, Sócrates tenía razón. En esa sociedadmachista, esclavista, supersticiosa y xenófoba, la voz de

la ciudadanía no tenía ninguna posibilidad. Atenas no iba asoportar que Sócrates se metiera en política. Sócrates erademasiado molesto incluso cuando andaba por ahírecordando a la gente que esa ciudad y esa democracia noeran más que una estafa.

Los más poderosos no estaban dispuestos a plegarse alas reglas de una existencia civil verdaderamente

ciudadana, en la que nadie pudiera usurpar el lugar de lasleyes. Antes que eso, preferían pasar a la historia comounos miserables que habían condenado a muerte a un viejode setenta años que no había hecho otra cosa en su vidaque preguntar y dialogar.

Desde luego, los dueños del siglo XX no fueron ni mástolerantes ni más benévolos. Al contrario, cada vez que

se les intentó recordar que el lugar de las leyes no era desu propiedad, cada vez que la voz de la ciudadanía se alzópara legislar contra ellos, no se molestaron en recurrir a lostribunales para condenar a nadie. Se dedicaron a matar adiestro y siniestro a viejos y a jóvenes, a hombres, mujeresy niños, recurrieron a la tortura y a las desapariciones,bombardearon parlamentos y arrasaron países. Luego,ofrecieron la democracia a los supervivientes. En realidad,esto que Santiago Alba ha llamado «la pedagogía del millónde muertos» ha sido la verdadera «educación para laciudadanía» que hemos tenido hasta ahora. Básicamente lacosa consiste en que cada treinta o cuarenta años se mataa casi todo el mundo y después se convocan elecciones.Esta forma de educar a la ciudadanía ha sido, hasta elmomento, suficientemente eficaz para que los votanteseligieran como Dios manda. Y así es como el capitalismo halogrado ser compatible con la democracia durante periodosa veces relativamente largos. En España debemos serbastante tozudos, porque para hacer posibles treinta añosque ahora llevamos de democracia, se hizo necesarioeducar a los ciudadanos españoles nada menos quedurante cuarenta años de dictadura. Algunos confían enque, como se ve normalmente en el resultado de las

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El mundo de hoy

La pedagogía del millón demuertosy la educación para la ciudadanía

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elecciones, de todos modos, aprendimos la lección. Que yasabemos bien que somos enteramente libres para votar alas derechas, si queremos, o, si lo preferimos, a lasizquierdas que están dispuestas a gobernar con programasde derechas. Que ya aprendimos lo que significa salirse deese marco y que ese marco es a lo único que tenemosderecho a llamar «democracia».

Algunos, sin embargo, todavía pensamos que lademocracia comenzará un día ahí donde se ponga fin al

chantaje con el que el capitalismo educa para laciudadanía.

Epílogo 247

El caso español

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