Carta Jauretche a Sabato

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Carta de A. Jauretche a E. Sabato

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    Carta de Arturo Jauretche a Ernesto Sabato

    luego del derrocamiento del gobierno de Juan

    Domingo Pern

    Septiembre de 1956

    Arturo Jauretche

    Fuente

    Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943 1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino.

    Buenos Aires, Emec, 2007.

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    Estimado amigo:

    Acabo de leer en el nmero de hoy de Marcha, de Montevideo, una sntesis

    de la nota sobre las torturas que usted publicara como director de Mundo

    Argentino, as como la secuela radiotelefnica y periodstica del episodio.

    Le estaba debiendo a usted la contestacin de la afectuosa carta que me

    dirigiera al enterarse de mi partida de Buenos Aires, pero debo confesarle

    que no estaba en mi nimo el hacerlo al verlo continuar en ASCUA. Su

    valeroso gesto de esta oportunidad lo libera ante m de los cargos que le

    haca. Ya s que usted pensar que puede hacrmelos a m por muchos

    silencios, pero antes de ahora le he expresado la conviccin en que viv

    durante los ltimos aos, de que cualesquiera fueran los errores y faltas

    que se cometieron entonces no importaban para el pas el seguro desastre

    que sobrevendra de alterarse el orden vigente y querido por las mayoras

    populares. Prev que detrs de la protesta de muchos sinceros estaban en

    acecho fuerzas ms poderosas que se apoderaran fatalmente del comando

    para intentar la restauracin del orden colonial de la dcada infame. Prev

    tambin, y lo dije en mi clausurado peridico El 45, cul sera la reaccin

    del pueblo profundamente politizado, para la defensa de sus conquistas y,

    asimismo, que sta desencadenara la persecucin de todos los sectores

    adscriptos a cualquiera de los tres lemas que encarnan el sentido de esa

    politizacin: liberacin econmica, justicia social y soberana popular.

    Los hechos han confirmado mis previsiones y justificado la posicin que

    entonces me criticaba y, lo que ha pasado a los peronistas pasar a los

    nacionalistas y a los demcratas autnticos, desde Amadeo a Frondizi y le

    suceder tambin a los sectores marxistas, una vez que cambie la lnea

    tctica que hace coincidir a Londres con Mosc en el Ro de la Plata.

    Marginalmente le dir que esa coincidencia no es muy visible dentro del

    pas, porque el gobierno hace declaraciones enfticas contra los comunistas

    y parece perseguirlos tratando de desorientar a Washington que en

    materia de sutileza no ha inventado la plvora y porque los comunistas,

    tratando de lograr algn prestigio entre los obreros, ensayan conatos de

    resistencia. Pero esto se ve muy claro desde afuera; Ud. conoce el poderoso

    aparato de propaganda que el Partido Comunista posee en Latinoamrica a

    base de colaterales y organizaciones de intelectuales y periodistas; ese

    aparato tan alborotador guarda el ms estricto silencio sobre lo que pasa en

    Argentina aun a sus mismos correligionarios. Ni Ud. ni nadie podr ignorar

    que ese silencio es una consigna, que responde a una poltica de

    coincidencia, que desde luego no es con el gobierno de Buenos Aires sino

    con quin est detrs de un plan comn para desplazar a EE. UU en la

    cuenca del Plata. Aqu, como en Medio Oriente, Occidente no tiene poltica

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    unitaria, que slo existe para los zonzos que quieren jugarnos en las luchas

    imperiales, en la defensa de eso que llaman civilizacin de occidente a la

    que slo pertenecemos en las listas de pelea, como deca Fierro.

    Tengo un amigo uruguayo que fue condiscpulo de Mendes-France y era el

    alumno ms destacado del Liceo. Suele decirme: me respetaban hasta que

    recordaban que yo era uruguayo; desde ese momento pasaba a ser una

    extraa clase de perroquet.

    Quiero ahora comentarle su ltimo libro: El otro rostro del peronismo con

    que Ud. contesta a la ltima publicacin de Mario Amadeo. Debo decirle que

    por ms que supere la adversa posicin que tenemos en poltica, lamento

    que Ud., que tiene formacin dialctica, haya recurrido a la interpretacin,

    inaugurada en nuestro pas por Ramos Meja, de querer resolver las

    ecuaciones de la historia por el camino de las aberraciones mentales y

    psicolgicas.

    Por aqu anduvo Borges tocando el mismo instrumento, a base de

    complejos de culpa y necesidades masoquistas. Despus vino Martnez

    Estrada que anduvo tambin por la huella de ese trillado resentimiento,

    aunque lo hizo enfermedad continental, desde luego excluyendo los rubios.

    Max Dickman fue ms prudente y slo nos ayud diciendo que la Revolucin

    Libertadora haba ubicado en el presupuesto a la mayora de los

    intelectuales. Palacios, en cambio, est muy silencioso, tal vez porque

    despus de una larga vida administrando la lgrima en dosis para viuda, se

    encuentra un poco en descubierto.

    El ms discreto de todos es un mozo Belgrano, que tiene un empleo de

    vicecnsul o cosa as, que nos sale al cruce cuando conseguimos publicar

    algo y, por lo menos, no mete la pata, dentro de sus modestas condiciones

    intelectuales.

    En conjunto, nos ayudan bastante con las manitos que desde all nos dan

    los actos de gobierno. Esto le explicar que podemos darnos el lujo de ser

    inexistentes o bien educados, como dice Rojas. En conjunto, han

    conseguido que en la opinin popular uruguaya se produzca una variacin

    de 180 grados y esto es la verdad, aunque Radio Carve y los peridicos

    argentinos quieran seguir sembrando cizaa entre nuestros pueblos.

    Esto har que, siempre dentro de las normas de la buena educacin, nos

    esmeremos en difundir lo de Mundo Argentino. Le aclaro que aqu la gente

    no cree en los diarios y que en las elecciones hay una norma infalible: los

    votos estn en relacin inversa al tiraje de los mismos.

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    No, amigo Sbato. Lo que moviliz las masas hacia Pern no fue el

    resentimiento, fue la esperanza. Recuerde Ud. aquellas multitudes de

    octubre del 45, dueas de la ciudad durante dos das, que no rompieron una

    vidriera y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo,

    provocando la indignacin de la seora de Oyuela, rodeada de artefactos

    sanitarios. Recuerde esas multitudes, an en circunstancias trgicas y las

    recordar siempre cantando en coro cosa absolutamente inusitada entre

    nosotros y tan cantores todava, que les han tenido que prohibir el canto

    por decreto-ley. No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podan

    tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos fonogrficos,

    veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y

    asomar siquiera a formas de vida occidentales que hasta entonces les

    haban sido negadas.

    Tengo aqu delante el tomo sexto de las Memorias de Churchill, edicin de

    Boston, y en su pgina 75 encuentro las instrucciones remitidas a Lord

    Halifax, negociador en los EE.UU., del 8 de junio de 1944. All el gran

    conductor ingls dice: Por otra parte nosotros seguimos la lnea de los

    EE.UU. en Sudamrica, tanto como es posible, en cuanto no sea cuestin de

    carne de vaca o de carnero. En esto, naturalmente, tenemos muy fuertes

    intereses a cuenta de lo poco que obtenemos. En una palabra, cedemos en

    todo menos cuando se trate de vacas y carneros, es decir, del Ro de la

    Plata. Maravillosa continuidad que reitera un siglo y cuarto despus, la

    frmula de Canning: Inglaterra ser el taller del mundo y Amrica del Sur,

    su granja. Es decir, el Ro de la Plata.

    Los ingleses no han pasado por el materialismo dialctico pero se lo

    palpitan, y para la conduccin poltica no se manejan con psicologas sino

    con intereses. Tampoco hemos enseado en nuestra Escuela Naval cmo las

    instrucciones de Canning a Ponsomby frustraron nuestro destino martimo

    al provocar la separacin de la Banda Oriental, con el objeto de impedir que

    la posesin de las dos orillas del Plata nos transformara en pas navegante

    suprimindonos el puerto de Montevideo, que es el natural de nuestros ros,

    y el cabotaje, que hubiera sido la matriz de nuestras marinas mercantes y

    de guerra. Ahora, que algunos suean con la expansin marinera,

    convendra que estuviesen enterados de quin dispuso concretamente que

    no hubiera una potencia martima en el Atlntico Sud. Tambin sabran

    entonces que de todos modos no lo podr ser quien se resigne a quedar

    como pas agrcola y pastoril. Es una broma trgica que quienes se vuelven

    contra su pas al sentirse frustrados, no se vuelvan contra quienes lo

    frustraron deliberadamente.

    Cualquier ensayo de la realidad argentina que prescinda del hecho

    fundamental de nuestra historia, es slo un arte de prestidigitacin que

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    hurta los trminos del problema, que estn dados por la gravitacin

    britnica en sus tres etapas: 1) Tentativa de balcanizacin, parcialmente

    lograda; 2) Promocin del progreso en el sentido del desarrollo unilateral

    agrcola-ganadero (para crear las condiciones de la granja), y 3) Oposicin

    a la integracin industrial y comercial de nuestra economa, para

    mantenernos en las condiciones ptimas de la segunda etapa, con un pas

    de grandes seores y peones de pata al suelo y una clase intermedia de

    educadores, profesionales y burcratas para su instrumentacin.

    Deje pues eso del resentimiento y haga el trabajo serio de que Ud. es capaz

    y que el pas merece. No importa lo que diga de nosotros, pero no eluda el

    problema de fondo o no lo mencione slo incidentalmente. Es Ud. mucho

    ms que Ghioldi o un Snchez Viamonte, para usar la tcnica que esos

    intelectualoides ya utilizaron contra el otro movimiento de masas, tambin

    resentidas, que acompa a Yrigoyen, el otro dictador.

    (Lo remito a la literatura periodstica y a los ensayistas de la poca.)

    Ms lgico hubiera sido en Ud. sealar la coincidencia entre estas dos

    pocas, las dos grandes guerras y el proceso de industrializacin y plena

    ocupacin que, al permitir levantar el nivel de vida de las masas, les dio

    acceso a la accin poltica, con sus demandas nacionalistas y de justicia

    social, fenmeno del que los conductores fueron ms efecto que causa.

    Percibira tambin las profundas analogas entre septiembre de 1930 y

    septiembre de 1955, aunque sus autores momentneos parecieran en un

    caso ultramontanos y en el otro jacobinos. El vencedor imperial fue siempre

    el mismo.

    Considere estas lneas como las objeciones modestas de un hombre que ha

    vivido bastante el proceso poltico de su pas, ya que me considero excluido

    del riesgo de pasar por intelectual, ni en la Confederacin de Baldasarre ni

    en sta que ha inventado este seor Erro que riega con los frutos de su

    rin de pensador todos los salones de conferencias disponibles y todas las

    audiciones radiales, aunque tenga que aguantarse hasta la noche para

    cumplir su higinica funcin.

    Deje que los intelectuales, tipo Mayo y Caseros, le metan fierro a los

    caudillos y a los negros. Pero son los negros los que nos volvern a salvar

    de esa economa pastoril ordenada en ingls y expresada bovinamente por

    el ltimo producto de la ganadera que destap la reciente exposicin rural:

    el inteligente seor Blaquier.

    Bromas aparte. Yo le conozco el espritu de luzbelito que seguramente Erro

    no le conoca y no creo que Ud. haya escrito en serio ese libro. Hasta me

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    sospecho que lo ha hecho para darse el gusto de contestarse, con el trabajo

    serio que esperamos de Ud. el ochenta por ciento de los argentinos y Ud.

    entre ellos, coincidimos en lo fundamental: la liberacin nacional, la justicia

    social y la soberana del pueblo. Unos marcan ms el acento sobre una de

    las consignas y otros sobre otras. Nuestras diferencias en este momento

    dramtico son adjetivas con respecto a lo fundamental pero entretanto, una

    mano extranjera organiza el cipayaje y los vendepatrias.

    Estamos dispersos y en campos encontrados pero debemos coincidir,

    aunque ms no sea en el terreno de las ideas, para una defensa elemental.

    Quisiera que Ud. interpretase en cunto estimo su valeroso gesto como

    periodista.

    Pero con la misma lealtad debo decirle, en cuanto creo que lo desmerece,

    su mal paso como escritor. Sus nuevos enemigos cargarn en su cuenta

    esta adhesin al primero y no le estimarn esta disensin al segundo.

    Cualquiera sea la impresin que le cause esta carta, recuerde que sigo

    considerndome su amigo.

    Arturo Jauretche

    Montevideo, septiembre de 1956.