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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

1

Amadeus Méndez

Cartas de un Loco

Enamorado Narraciones

Cuernavaca, Morelos. México 2017

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Titulo original: Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Autor: Amadeus Méndez. Portada: DeuS Cuernavaca, Morelos. México, 2017. Primera Edición.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

3

Índice Prologo ............................................................................................................................. 9

Él ..................................................................................................................................... 11

Ella .................................................................................................................................. 11

Obra en un acto .............................................................................................................. 15

Promesa .......................................................................................................................... 17

De nuevo aquí ................................................................................................................ 19

Nota ................................................................................................................................ 21

Rebeca ............................................................................................................................. 23

Romance ......................................................................................................................... 27

Calor y aire ..................................................................................................................... 31

Cuento de los dos que callaban ...................................................................................... 33

Balada a un amor no correspondido .............................................................................. 35

Mi querido amigo ........................................................................................................... 37

Nostalgia amarga ............................................................................................................ 39

Silvia ............................................................................................................................... 41

Carta del silencio ............................................................................................................ 43

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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CASIO. — Él es.

DESDÉMONA. — Vamos a recibirle.

CASIO. — ¡Mirad, ahí viene! (Entran Otelo y acompañamiento.)

OTELO. — ¡Mi hermosa guerrera!

DESDÉMONA. — ¡Mi querido Otelo!

OTELO. — Tan grande es mi alegría como mi admiración de verte aquí antes de lo que

esperaba. Si la tempestad ha de producir luego esta calma. Soplen en hora buena los

vendavales. Levántense las olas y alcen las naves hasta tocar las estrellas, o las sepulten

luego en los abismos del infierno. ¡Qué grande sería mi dicha en morir ahora! ¡Tan rico

estoy de felicidad, que dudo que mi suerte me reserve un día tan feliz como éste!

DESDÉMONA. — ¡Quiera Dios que crezcan nuestro amor y nuestra felicidad al paso de

los años!

OTELO. — ¡Quiéralo Dios! Apenas puedo resistir lo intenso de mi alegría: fáltenme

palabras y el contento se desborda. ¡Oh, la menor armonía que suene entre nosotros sea

la de este beso! (La besa.)

Otelo. — Acto II. — Escena primera.

William Shakespeare

(1604)

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A mis musas, demonios y alebrijes.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

9

Prologo

Existen cerca de siete años de creación en estas narraciones y sin el pleno uso de la

conciencia fueron apareciendo a lo largo de mi vida, no pretendiendo en un futuro lejano

juntarse y ser el compendio que hoy tus ojos leen, sino más bien, ser en su momento una

fotografía fiel a las desventuras de mi corazón, del amor de mis amigos, de las fábulas de

la familia, de todo aquel que mis oídos auxiliaron en situaciones críticas. Pero como es

de esperarse, la fidelidad de las historias es un tema a discutir. Una palabra jamás podrá

sustituir al más pario recuerdo y hablar siquiera de narrar fielmente un amor juvenil, es

por lo menos, una afrenta. A manera de expiación y redención se erigieron en mi

memoria; hoy están postrados en la eternidad del papel.

Puedo afirmar, con pretensión desde luego, que nos acercamos al cielo cuando amamos

y que vivimos un infierno cuando olvidamos. Será que se ama sabiendo de la pérdida, y

se pierde sabiendo que se volverá a amar. Será que nos toca jugar con la locura del

enamoramiento, del adiós, del llanto, del arrebato, del desconsuelo, de la plenitud, del

olvido, del miedo a llegar o a decir basta o a decir quédate. Será que nos construimos y

nos hacemos añicos con su fuerza impertérrita.

Entre la fantasía y la realidad, se conjuga la vida. Nosotros somos espectadores o

protagonistas, y a veces nos toca quedarnos en la delicia de la compañía, y a veces

atravesamos el valle del adiós. Sea como sea, parece una condicionante para todo ser que

se proclame humano: vivir el difícil arte de amar y su inexorable condena de recuerdos.

Amadeus Méndez

Cuernavaca, Morelos

12 de octubre del 2017

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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I Él

Los veo besarse; sus cuerpos danzan

con el fuego de la fogata y lloro en

silencio lamentando no ser el héroe que

esperabas, anhelando poder ser él…

Danzando, los labios se aman, los

cuerpos se desean, el tiempo se detiene.

Lentamente las hojas caen y la luz

revela en su velo majestuoso las virutas

de polvo; las nubes contemplan con

curiosidad a los mortales y los árboles

eléctricos de vida brindan sombras a los

enamorados.

Te veo una y otra vez, de nuevo

soñando algo inalcanzable, algo

inexistente, alguien, que no podré ser…

No puedo mentir, a leguas se ve que

eres feliz. Que él, ha logrado cautivarte

en cada aspecto posible; que él te está

enamorando letalmente, de esas, en las

que terminan casados y jurándose, ante

unos aros metálicos, amor eterno.

Todo continúa igual, te fugas de mí,

gritando hipocresía falsa y sudando

tristeza.

II

Ella

Te veo a la distancia. Aún te ocultas de

mí tras un árbol, una pared o una

ventana vacía o bajo las escaleras, entre

la gente, tras el fuego…

Te veo llorar otra vez; como lamento

nuestro pasado tortuoso. Lamento las

palabras empuñadas con furia y los

actos hipócritas a tu espalda.

Estando abismalmente separados,

nuestros labios se presentan en

escenarios diferentes, nuestros cuerpos

aún se buscaban bajo las sabanas, el

tiempo se detiene.

Rápidamente la noche lo cubre todo, la

luna me revela en su velo antiguo los

ecos que profesan las ranas con su

canto. Las nubes miran con cautela a las

sombras pasajeras y los arboles

estáticos de vida brindan sombra a los

desamparados.

Te marchas.

Pero sé que quieres regresar. Mírame de

nuevo corazón mío, sé que existes, sé

que quieres ocupar su lugar. Y a la vez

sé que nunca te vas, no me dejas de

cuidar ni un momento.

Aquí mi corazón que no te permite huir.

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Sé que me equivoqué y que perdí tu

amor estúpidamente, ¿pero eso es

suficiente como para que me hagas

esto?

Antes, te tomaba entre mis brazos,

imaginando con viveza que eras la flor

blanca que siempre había querido.

Esa rosa clara que se escondía en mis

sueños cubiertos de rocío matinal, de

espinas que abren la piel, repleta de

belleza sin necesidad de ella…

Recuerdo, amargo, el primer beso.

Tú temblando, yo sudando. Tú ansiosa,

yo muriendo de nervios. Tus pequeños

ojos cerrados, mis manos enredadas. Tu

cabello meciéndose con la brisa, el mío

haciéndose bolas. Tus labios

implorando un beso, los míos resecos.

Y nos besamos bajo la copa de un sabio

roble, y cayeron hojas felicitando a

nuestras almas, y había sombras

arropando de esperanzas a nuestros ya

cansados corazones.

Recuerdo la mañana en la que decidiste

amarme y ya. En la que apareciste de la

nada para abrazarme por la espalda y

jugar conmigo. Dándome como ganador

un beso de tu sutil deseo. Premiando

cada acto con un bombón rosa, con un

abrazo de chocolate.

Sé que me equivoque, y que perdí tu

amor de la manera más ingenua posible.

¿Por qué no sólo olvidamos nuestras

palabras y nos quedamos con nuestros

actos?

Antes, me cuidabas bajo tus alas, me

hacías soñar cosas que no sabía que

existían, que yo era la persona más bella

del universo, la más querida de este

mundo gris, tú media naranja o toronja

o limón, y en la alborada del fin de esa

creación te transformabas en el príncipe

que mi niñez soñó y la juventud

deformó, en el hombre valeroso y

sincero que deseaba encontrar, en el

niño tierno que me enamoró.

Recuerdo, dulce, el primer beso.

Yo temblaba y tú transpirabas. Yo

estaba desesperada, tú pasmado tan

lindo. Cerré mis ojos pero tus manos no

me buscaron. Sentí la brisa inquieta que

acariciaba el rostro. Yo estaba con el

alma en un hilo por tu titubeo. Abrí mis

ojos y vi tus labios resecos. No esperé y

te besé bajo ese árbol enorme; recuerdo

la hoja que se enredó en tu cabello,

Recuerdo la mañana siguiente.

Estabas de espaldas, platicando con tus

amigos, me abalancé sobre ti, te tomé y

abracé. Cubrí tus ojos pero me

descubriste por mi perfume. Te premié

con un beso. No podía dejar de

abrazarte, ni mucho menos, besarte.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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Alabando las pequeñas cosas que me

hacen ser, las tonterías para hacerte reír,

para hacerte sonrojar, para enamorarte,

para hacerte soñar.

Vuela, en la distancia más profunda de

este abismo cambiante, el recuerdo

sencillo de un amor igual, de un

romance fugaz que alimentó más a la

imaginación, que al corazón.

Te vas, parece ser que no regresarás

más. Partes a una vida nueva repleta de

ilusiones perpetuas. No te preocupes,

que estaré esperando tu regreso. Nunca

seré él, lo sé. Pero para mí tú siempre

serás la misma niña que conocí.

Aunque ya no estés aquí.

Aunque no me quieras hablar.

Aunque no existas más.

Aunque todo terminó y no volverá a

comenzar.

Yo, mi niña,

Te amaré siempre.

Y es que amaba cada aspecto de tu ser,

porque me hacías reír como nadie; a

veces me hacías sonrojar. Y finalmente

me enamoraste perdidamente. Me

hiciste soñar otra vez.

Vuela querido mío, en la distancia más

profunda de este abismo cambiante, ese

recuerdo sencillo de un amor sin igual,

de un romance fugaz, pero eterno, que

no sólo alimento a mi imaginación, sino

a todo mi corazón.

No te vayas, porque parece ser que no

regresarás, partes a una vida nueva

repleta de ilusiones perpetuas pero no te

preocupes, estaré esperando tu regreso.

No quiero que seas él (no lo intentes)

porque para mí tú siempre serás el

mismo niño que conocí.

Aunque te escondas de mí.

Aunque no te atrevas a hablar.

Aunque creas que no existes.

Aunque todo terminó y tal vez no pueda

comenzar.

Yo, mi niño, te aseguro,

Que te amaré siempre.

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III Obra en un acto

(A mi primer amor)

¿Quién crea los sueños?

¿Quién nos regala ilusiones reales, construcciones invisibles?

¿Quién pone los colores a ese hermoso lienzo?

Me encanta soñar

porque así regreso al lugar de vida,

al bosque templado al que llamé escuela,

a esos peldaños paralizados donde el amor me asaltó.

Amo dormir,

porque los recuerdos son tan amigos de los sueños,

y los sueños tan íntimos de los anhelos,

y yo anhelo regresar al bosque.

Quiero vivir de nuevo ese momento,

quiero paralizar al Dios tiempo,

Cronos, deja tu jornada,

déjame disfrutar de aquel instante un segundo.

De aquella mañana nerviosa,

esa que tenía a un par de jóvenes sentados en la roca fría,

traveseando en el juego de los amantes:

La niña estaba ansiosa de probar los labios tristes de su compañero. El niño parecía tonto porque no notaba nada.

La niña coqueteaba con la luz y la sombra del árbol,

regalaba sonrisas tiernas al universo, miradas dulces y traviesas al bobo de al lado. Pronunciaba palabras con una sola función:

revelar la cara oculta de su corazón. Enunciaba actos tiernos y consuelo sabor a miel.

Y el pelele aún creía que esa niña solo aguardaba en silencio a su lado.

Para ella la intención no era amistad

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sino el sabor de sus labios. Ella quería catar el aliento de su amado,

revelar el amor delegado a los secretos del pecho, de lo guardado.

Él meneaba un lápiz sobre la mesa…

Ella se armaba de valor, le sudaban las manos, no tenía saliva en la boca, sólo nudos en la garganta.

Él seguía con el artefacto de grafito.

En ella palpitaba su corazón

y las cuestiones traidoras arribaban a su mente jovial y confundida. ¿Y si no me quiere? ¿Y sí se burla, o peor, que tal si pierdo su amistad, o si no

funciona, o si sale corriendo? ¿Qué hago?

¿Le digo o no? ¿Y si hay alguien más?

Mientras él perdía el tiempo con el estúpido utensilio de madera.

Y con la duda en la boca,

con la ansiedad en la espalda, con el miedo en los actos, y con el terror del rechazo,

preguntó:

—Oye, ¿te puedo decir algo? Es importante. Escucha. —Claro… ¿Quieres el lápiz verdad? —dijo él. —No, no es eso… —Si lo querías me lo hubieses pedido desde hace rato —replicó. — ¡Que no! Escucha… —Sólo dime: ¡Hey necesito el lápiz! —pronunció. —No… —Y nos hubiésemos ahorrado palabras. Yo entiendo. Ten. —Y le tendió el lápiz. —Pero… —Descuida. Yo sé qué te cuesta decirme cosas… —comenzó. — ¡No! ¡Ya no te digo nada! ¡Todo lo tomas a la ligera! — ¿Qué? ¿Dije algo malo? —preguntó confundido. —Nada…

Y ella salió de su vida para siempre.

Y él terminó escribiendo esto…

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IV Promesa

No estás lejos, no como piensas,

ya no te enfades o cayes

porque esa furia no escapa de tu cuerpo,

y el silencio sólo sepulta nuestro amor.

Corazón de lluvia

no tengas miedo.

Yo te protegeré siempre,

o por lo menos, hasta que abandone este mundo.

Yo velaré por ti,

por los tuyos, por los míos, por nuestro amor.

Rézame los sacramentos que me escribiste;

cuidaré la sonrisa que me regalaste.

Viviré en la soledad eterna

sólo para no verte llorar nunca,

Viviré en la más humilde pobreza

para llenarte de riquezas innecesarias.

Secaré mi aliento

para darle más segundos al tuyo.

Destruiré mi esencia

para renovar de su letargo a la tuya.

Moriré tantas veces como sea posible,

sólo para verte sonreír una vez más,

sólo para verte bailar, cantar e interpretar.

¿Pero sabes que me hace titubear, temblar, flaquear?

Lo único que atenta contra mi valentía,

es saber que tu amor partió a un lugar mejor,

a un mundo donde no existo,

donde no soy yo.

Lo único por lo que me estremezco es que te olvides de mí...

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Y mis miedos se podrían confirmar;

el tiempo puede ser cómplice.

Puede sanar.

Puede hacerte olvidar.

(***)

Pero no temo. Ahí estaré.

En cada paso, en cada segundo,

en cada escena, foto, arte y poema.

Aún si caigo millones de veces,

aún si duele, lacera y daña,

aún si mi alma es abrasada

y mi corazón hecho añicos.

Aun después del fin del mundo,

te amaré.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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V De nuevo aquí

Haces ademanes, juegas con tus manos.

Una playera oscura cubre tu pecho,

un dije con una amatista resguarda tu corazón.

Lees. Te diviertes. Explicas.

Tratas de llevarnos en el viaje de la sabiduría.

Expones un tema en clase: algunos escuchan,

otros sólo ven, el profesor te corrige.

Unos más, los muchos, duermen.

Siempre supe que tu voz arrullaba y gracias a la salida del compañero adjunto lo

confirmo: —No puedo más —sentencia con sueño—, voy a echarme agua en la cara.

Ahora miro tu cabello: lo has recortado.

Ya no podré hacerte trencitas. Ya no podré peinarte.

Te ves tan guapo con el cabello corto.

Bajaste de peso y quitaste ese raquítico bigote de tus sensuales labios,

esos labios que me besaron con pasión y ternura.

Luces diferente, cambiado.

Adornaste tu boca con una sonrisa,

tu oreja con un pendiente,

tu rostro con esperanza…

Terminas de exponer, recoges tus aditamentos,

miras de soslayo mis ojos vagos y perdidos.

Te miro. Me miras. Nos miramos segundos con sabor a eones.

Reclinas tu cabeza, buscas algo invisible en el suelo,

te vas en silencio a tu butaca.

Yo lloró al terminar la sesión de Geografía.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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VI Nota

No sé cómo, pero lo sabía. Sabía que te volvería a ver. Era martes, recuerdo bien porque

ese día no fui al trabajo. Estaba nublado. Me encontraba en mi sillón favorito repasando

mi viejo libro de Lovecraft cuando alguien llamó a la puerta. Leía tan centradamente que

tu llegada, la física, la real, fue más que sorpresiva. Tocaste cuatro veces el timbre de la

casa. Al principio pensé que sería Joaquín, mi casero, quien no tendría ni un reparo en

pedirme la renta, al menos alguna de las cuatro que le debía. Me levanté, fui lentamente

hasta la puerta y pregunté: — ¿Quién es? —. Mientras deslizaba el cerrojo de la puerta.

Eras tú. Cargabas una mirada triste y el rímel descolorido. Habías llorado. Nunca

has sabido disimularlo desde que te conozco. No pregunté nada más. No me diste la

oportunidad de hacerlo. Te abalanzaste sobre mis brazos. Te invité a llorar sobre mis

muebles, pero decidiste hacerlo de pie como un perrito desamparado bajo la lluvia. Te

abracé.

Ya entrada la mañana comenzamos a platicar. Recuerdo haber preguntado por tu

estado tan lamentable y que tus sollozos eran los únicos que contestaban. Tenía que

preguntar si el causante fue él. Y sí, lo fue. De nuevo te había mentido y la plática

siguiente me reveló las hazañas de tu héroe. Te engañó, ahora, con una de tus amigas. Al

escuchar aquello tenía muchas ganas de torcerte: —Te lo dije ¡Lo sabía! —. Pero siempre

he sido blando de corazón. Y contigo, aquella bofetada sería peor que ruin.

Entonces cambié de tema. Me reí, salté, actué, jugué y hasta me paré de cabeza.

Logré mi cometido. Primero con una sonrisa tímida. Después una más seria. Finalmente

una carcajada de las que acostumbrabas atinar. Y como siempre, me pediste que me

detuviera. Comimos juntos otra vez. Hice unos sándwiches de jamón. Comida de solteros.

Hace mucho que alguien no amenizaba mis tardes y menos compartir la mediocridad de

mis comidas. Para entonces comenzó a llover con fuerza. Te pedí que te quedaras. El río

que se formó fuera del edificio terminó convenciéndote.

Comenzamos a recordar luego. Hablamos de la escuela, del trabajo, de nuestras

muy variadas y extrañas aventuras, de nuestros amigos. En ese momento empezaste a ser

la mujer que había conocido hace mucho: tierna, sencilla, carismática. Coqueta. Ya no

había rastro de la tristeza. Conversamos hasta ya entrada la noche y justo en el cenit de la

tormenta hablamos de lo nuestro. Fue delicioso y placentero. Hasta sanaron algunas

heridas que guardábamos. Y sin darnos cuenta de cómo había sucedido, veíamos

arropados en el sillón las gotas torrenciales que se deslizaban contra mi ventana. Juntos

como cuando fuimos amantes. Comencé a sentir. Sentí ese palpitar en mi pecho.

Deslizaste tu mano por mi antebrazo; tus ojos, por mi rostro. Me perdí. Me arremoliné

bajo el color de tu iris. Brillaban. Me llamaban. Recuerdo que te tomé con aquella dulzura

de antaño acercando lentamente mi cara a la tuya. Palpé, a continuación, tu miedo:

comenzaste a llorar.

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Pero no llorabas como antes. Era un llanto sin dolor. Sin culpa. Sin furia acaso.

Sequé tus mejillas con mis besos. Reíste. Me besaste luego de eso. Nuestros labios, a

pesar del tiempo, supieron encontrarse de nuevo. Nuestros cuerpos, por su parte, no

titubearon tanto. Te levanté entre brazos y te llevé a mi cama. Pero te rehusaste. Nos

desvestimos en la abadía de la sala. Desnuda, ante mí, ensayé aquel acto que disfruté

durante muchísimo tiempo a tu lado. Y al terminar, sin dejar de lado las costumbres, me

besaste la frente y te recostaste sobre mi pecho. Amaba que hicieras aquello. Poco a poco

mi conciencia se fue tornando cálida y tranquila. La oscuridad nos arropó en los sueños

de verano.

A la mañana siguiente no estabas. Una nota adornaba mi mesa.

“Pequeño, lo siento. A pesar de las circunstancias, aún lo amo…”

Contemplando la nota me sumí en los pasillos de la memoria. Y recordé, que aquella vez,

en aquel tiempo nuestro, en esos días de juventud infinita, me escribiste una nota

similar…

Lloré todo ese día.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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VII Rebeca

(A Daisuke)

Nadie me había dicho nunca que se podía sentir semejante calor por una persona, nadie

me advirtió de lo rápido que es el asesinato de Cupido, de lo irracional de su elección…

Tengo dudas respecto a eso, no sé aun si yo la elegí a ella, o ella a mí, o si fue el

comandante amor o si simplemente es una coincidencia extrañamente placentera. De

hecho, no sé si llamarlo “amor”. En la escuela, en mi casa, no me han sabido explicar los

pasos a seguir en la receta casera del enamoramiento; sé que hay aleteos molestos en la

barriga, sé que hay un resplandor eterno de su recuerdo en mi cabeza, no niego los

recurrentes sueños húmedos, pero…Todo eso, ¿es amor…?

Fue en Agosto, el día que regresamos al bachillerato cuando la conocí por primera

vez. El profesor de matemáticas, nuestro tutor, la presentó frente al grupo:

—Alumnos, desde este día y durante todo semestre la compañera…

—Rebeca, Rebe… de cariño —respondió ella.

—Rebe…ca, estará durante todo el semestre acompañándonos. Trátenla bien. —

Dijo y agregó: —Y ahora… puedes tomar asiento en… veamos…

— ¡Aquí! —levanté mi mano en señal de cortesía.

Sin preguntar nada, ella tomó sus cosas y con bastante elegancia depositó su ser

justo a un lado de mi butaca. El profesor prosiguió:

—Bien ¿Quién hizo la tarea…? ¿Nadie…? Cómo es que no me sorprende…

Cuando me disponía a sacar mi libreta, Rebe me preguntó en voz baja y de manera

curiosa:

—Oye, ¿te gusta el cine?

— ¿Disculpa?

—Que si te gusta el cine…

—Ah… ¡Claro! Supongo que a ti también, ¿verdad?

— ¡Me encanta! ¿Quieres ir saliendo?

— ¡¿Qué?!

—Je, je, je. ¡Venga! ¡Vamos!

—Bueno, déjame mandar un recado a mis padres.

Y de la nada, conocí a Rebe. Supuse que siendo su primer día, ella intentaba hacerse de

amistades, pero debo admitir que sin conocernos, sin saber nada de mí no inspiraba mucha

confianza el acto de invitarme en la primera semana a un lugar así. Pero había algo en su

tono dulce que me llenaba de confianza, pareciera que siempre hubiera sido así de

extrovertida; al final acepté ir al cine con ella por educación y porque era la chica nueva.

—Rebe… este…

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—Dime.

— ¿Está bien que vayamos so…?

— ¡Sí! —interrumpió dejándome con la pregunta en la boca, añadió: — ¿Te doy

miedo o algo así?

—No, no, nada de eso. Pero puedo decirle a alguien que nos acompañe.

— ¿Tanto miedo te doy?

— ¿¡Qué?! ¡No! No es eso, es sólo que…

—Hm. ¿Te asusto verdad?

—Ah…

—Je, je, je, solo juego. ¿Si vas conmigo?

—Fiu… está bien.

A la salida del colegio y de nuevo sin preguntar nada, me tomó del brazo y en cuestión

de minutos ella y yo, cual pareja novelesca, entrabamos por las puertas principales del

cine. Invocando su natural coquetería eligió la película. Insistió en que comprara unas

palomitas, que compré, y una bebida, que tiró…

La película fue buena, no lo máximo en su categoría, pero buena al fin. Ella comía

palomitas y bebían refresco con mucha gracia, como una niña pequeña que tiene ante sus

ojos la primera película de su vida, como alguien que se mete tanto en la trama que deja

su cuerpo atrás. Y sus ojos… Sus ojos brillaban con una pureza tan fuerte y grata, con

una sencillez monstruosa, que era difícil no perderse en ellos. Eran hermosos. Del tiempo

que nos sobró luego de la proyección lo empeñamos jugando en las maquinitas del cine.

Rebe reía mucho, seducía en cada acción pasmosa que brotaba de su cuerpo, cuando me

veía, cuando me hablaba, cuando brincaba, cuando improvisó su baile de ganadores,

cuando perdía y sobre todo, cuando se despidió.

En el mes siguiente nos fuimos conociendo mejor; me platicó acerca de cómo

llegó aquí, el por qué salió de su antiguo colegio, lo que le gustaba, su comida preferida

y me habló de su mascota, Pocky, la tortura voladora. Fui conociéndola y me fue gustando

todo lo que me contaba. Cuando me percate de ello, ya era tarde, el amor había machacado

mi ser, ya había anidado sus huevos pestilentemente rosas en mi corazón. En el

pensamiento había un nombre que amanecía conmigo y me acompañaba en el almuerzo,

en la escuela y con mis padres, que me daba un beso de buenas noches y que terminaba

arropando con las sabanas de mi cuerpo. También hacía que mojara esas telas con el

deseo…

El día que yo me percaté de los sentimientos que brotaban por ella, fue el día que

la humanidad reparó en la construcción de la rueda o cuando descubrieron el átomo, o

cuando la física alumbró aquel bosón imposible. Cuando yo lo noté, ella ya ardía

fervientemente por la mía. Cuando yo soñé con cantar, ella ya lo había hecho; cuando yo

soñé en la posibilidad de una unión, ella ya había planeado una boda.

Una mañana, después de la siempre tediosa clase de historia, Rebe se me acercó

para invitarme a ver una película, como siempre lo hacía, pero con la excepción de que

en esta ocasión la proyección la elegiría ella, junto con el lugar. Al principio no sonó raro,

hasta que:

— ¡¿Qué?! ¡¿Tu casa?! ¡¿Por qué?!

—Je, je, je. ¿Qué tiene de malo?

— ¿Qué van a decir tus papás?

— ¿Y quién dijo que los ibas a conocer?

—Uh… por un momento pensé que…

—Je, je, je, claro que no, no te preocupes.

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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Al terminar la clase, emprendimos nuestros pasos hacia su casa, en el camino ella

me platicó que sus padres pasaban mucho tiempo fuera y que sólo los veía por la noche.

Fue en ese instante en que caí en la cuenta del por qué quería salir a diario conmigo y

cuando yo no podía, Rebe regresaba a casa a conversar con Pocky, a platicar sobre el

interesante día de la tortuga. Pocky soñaba con ser piloto, por eso el mote de la tortuga

voladora.

Al llegar a su hogar me invitó un poco de agua. Preparó unas palomitas sin

contratiempo y asistida por Pocky, subimos con premura al cuarto. Puso la película en el

DVD, nos acomodamos en la cama, Pocky prefirió la soledad de su roca acompañada de

unas poderosas algas verdes. Ella prendió, acomodó y preparó todo en un ritual ya

bastante practicado. Mi corazón latía muy fuerte cuando Rebe y yo, de nuevo aludiendo

a la metáfora de los amantes, nos postramos entre el desierto de telas y almohadas.

Confiaba y me deseaba tanto que se acercó a mí para abrazarme de una forma que nadie

había hecho antes. Me tomó y dijo, casi en mi oído:

—Oye… te tengo que decir algo.

—Dime —apresuré.

—Me gustas mucho —confesó.

Me quede en un silencio momentáneo que rompí con:

— ¿Es en serio?

—Sí, bastante, me gustaste desde que te conocí, casi casi.

—Órale…

— ¿No te gusto verdad? —preguntó angustiada.

— ¡¿Qué?! ¡Claro que no es…!

— ¡LO SABÍA! —gritó.

—No, no, espera, es que…

—No trates de arreglarlo, si no te gusto, no te gusto y punto —me zarandeó

alejándose de mi cuerpo.

—No, no, espera por favor.

Ella se levantó furiosa y con pasos decididos se dirigió a la puerta. En menos de

lo que canta un gallo, me levanté y fui a su búsqueda.

—Rebe, no me dejaste terminar.

Rebe se posó de espaldas a mí. Comenzó a llorar, no fingía, lloraba con mucho

dolor en los ojos.

— ¡Rebe por Dios! ¡Escúchame!

La tomé del brazo, la giré y abracé con mucha precaución. Sentí su sollozar contra

mi pecho, su miedo invadió mi cuerpo, el cuarto.

—Rebe, la verdad es que tú también me gustas mucho —dije con sinceridad.

— ¿Es cierto? —Comenzó—, o sólo lo haces para que no me sienta tan mal.

—Claro que es cierto, la verdad es que me gustas muchísimo.

Una sonrisa invadió su rostro y transformó esa mascara triste en una etérea, sonrió

tan fuerte que sus dientes podían ser tocados por cualquier vista curiosa. En segundos fue

más que bella. Se secó las lágrimas ya oxidadas. Pasó una toallita húmeda por la delicada

línea de sus ojos. Repentinamente de la nada se acercó tanto a mí que aprecié su aliento

cálido de ninfa y dijo:

—Si me amas, entonces bésame.

—Te quiero como amiga, pero…

— ¿Pero qué? —apresuró.

— ¿Amar? ¿No es muy pronto?

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—Sientes algo por mí, yo siento algo por ti. Si sólo te quisiera, te trataría como

trato a Pocky, por ejemplo, porque lo quiero, pero lo que siento por ti es muy diferente.

A ti te amo —dijo decidida.

— ¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? —exclamé.

—Simple. Te necesito.

— ¿Me amas por qué me necesitas?

—No..., te necesito porque te amo.

—Pero… ¿Cómo? ¿Cómo lo sabes Rebe?

— ¿Quieres saber?

—Sí.

—Entonces bésame, déjate llevar por lo que sientes y cerciora con un beso, con

un tonto beso, que me quieres… Si me besas y no sientes nada, me querrás. Pero si lo

haces y deseas fundir tu miedo y tu corazón con el mío, significa que me amas.

—Pero… no…, no puedo, es decir, no deberíamos de hacerlo.

— ¿Por qué…?

—Porque me han enseñado que las mujeres no deben besarse entre ellas, y menos,

sintiendo lo que siento.

Epilogo

—Sólo bésame Olivia…

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VIII Romance

Te siento distante como el Sol que brilla, que calienta,

pero ahora tú no eres eso que me gustaba,

estás en el horizonte, pero no enardeces,

ya no resplandeces.

Has perdido esa luz en tus ojos,

ojos que amaba, que soñaban,

tus manos han perdido calidez.

Ya no sienten. No anhelan a las mías.

Te has ido a otro sueño,

sueño más hermoso que este.

Este que compartíamos, que escribíamos juntos,

fantasía que se nos va…

Ya no estás cielo.

Hay días que te beso, pero tus labios están carentes de deseo,

que te abrazo, pero tú no pareces sentir,

que te anhelo, y tú suspiras taciturno,

que te llamo, pero no hay fuego en ti.

Ya no estás cielo. Y me duele.

Duele tanto como la muerte en vida,

duele como la primera caída,

como una espina en la mente,

duele tu ausencia.

Estás y no estás…

Ya no reluces,

hay oscuridad en tu semblante,

silencio sepulcral en tan recurridos actos,

e hipocresía, para no lastimarme, claro…

Sin embargo lo haces corazón,

me lastimas en demasía.

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Y lloro.

Cuando regreso a mi casa,

cuando paseamos agarrados de las manos.

Juntos, pero abismalmente alejados.

No me rendía,

trataba de encender eso que nos juntó,

pero ya me he dado cuenta

de que en tus planes sencillos, no estoy yo…

Trazaste una línea entre nosotros,

raya negra, ángulo que lastima al contacto,

decidiste ser uno,

ser el caminante y no “los”.

Me hiere mucho enterarme de ello,

del plan que fraguas aplicar.

Suerte lanzada. Suerte que conozco.

Moneda de dos caras.

Ahora suplico tus palabras más que nunca,

no te preocupes, mis oídos ya se encuentran preparados,

ya no esperan la dulce miel de tu boca

sino el filo de tu decisión.

Dilo por favor corazón,

no temo perderte,

te he perdido desde hace mucho,

Estás y no estás…

Me miras diferente,

me tratas como si no importara,

como si todo este tiempo juntos no valiera nada para ti.

No eres, no siento a tu lado,

y así comenzamos a evitarnos y dejar de compartirnos,

un dibujo, un aliento, un deseo,

ni siquiera sé si compartimos este dolor…

Me escondí esta tarde para escribir,

lloraba y me dieron ganas de hacerlo,

lo destruiré al terminar, no te preocupes.

Veo que te acercas,

es raro, no titubeas en tus pasos,

es raro, lo haces decidido, con convicción, con fuerza.

¿Qué es eso en tu rostro?

¿Alegría acaso? ¿Será posible?

¿Acaso todo lo ocurrido fue un sueño?

¿Una cruel comedia?

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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Mi corazón tiembla, lo tengo palpitando en mis manos,

ten la certeza que lo que desees lo haré,

hay algo en mí que me dice que has tomado ya un camino.

Una conciencia de todo.

Has visto mis ojos, sí, debió de ser eso,

viste por fin el dolor que cargan, que gritan.

Te acercas más y más…

Huelo tu perfume, tu olor a madera que me fascina,

que me hace sentir plena y a veces, excitada…

—Hola, ¿por qué tan solita…? Te van a robar eh…

¡Sí! los dioses me han escuchado, me han dado una segunda oportunidad. Soy tan

feliz, tan plena, me siento llena de esperanza.

—Me dieron ganas de escribir corazón –le respondí.

—Qué bueno, oye, tenemos que hablar de algo…

—No importa —comencé—, lo que sea que te haya ocurrido lo entiendo mi niño.

No importa si sufrí, te amo y por lo que estás haciendo viniendo a mi lado para hablar de

esto, sé que tú también me amas. Ven, bésame corazón, abrázame muy fuerte y…

—Guoooo… Espera. —Interrumpió. Quería decirte que este no parece ser un buen

momento para nuestra relación.

— ¡¿Qué…?! No…, no te entiendo corazón…

—No fue fácil encontrar las palabras, la verdad.

—No mi niño…

—Pero al final pude hacerlo. ¿Sabes?, quiero que nos demos un tiempo.

—No… —le dije con la poca voz que me quedaba. Lloré con fuerza. Él, con toda

la sabiduría del mundo y guardando su distancia, comenzó a reír, primero con disimulo y

luego elevando el sonido.

— ¡¿Qué?! ¡¿Qué es tan gracioso?! —le gruñí furiosa, con lágrimas y sollozando.

— ¡Es broma! —sentenció el idiota esperando que con ello borraría el golpe que

acababa de acertarme. Me controlé. Pregunté con mucho cuidado. Con la palabra en

decadencia, con un nudo en la garganta, con mi mundo a punto de derrumbarse, con mi

corazón hecho añicos…

—No juegues con esto por favor. Dime ¿Es en serio…?

—Ja, ja, ja, ja, ja. No.

— ¡¿No?! ¡¿Cómo?!

—Ja, ja, ja, ja… en realidad, quiero que terminemos.

Fue entonces que dejé de llorar y con toda la delicadeza del mundo sequé mi

rostro. Me templé y le respondí, sin titubear, sin pestañear, con una voz firme carente de

mentiras:

– Rogelio, eres un pendejo.

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IX

Calor y aire (A Carmen)

Abrígate cielo,

alza las manos frías y deja que el calor del suéter arranque el temblor que muestran.

Déjame darte un beso sincero,

déjame ser guía, luz y sendero.

Permíteme ser aire,

el aliento que necesitas.

Concédeme ser alimento,

comida con sabor a entrega.

Bríndame el permiso

de cubrirte con mis alas de experiencia.

No quiero usurpar tu ser,

esa jamás será mi intención.

No deseo investir mi pasado, mi fracaso en ti,

no serás mis sueños rotos...

Quiero que brilles, que busques por el mundo,

que crezcas, que conozcas, que descubras,

que ames, que sueñes, que vivas,

que aprendas de la belleza del dolor,

que la serenidad sea el fuerte de tu razón,

que la imaginación sea tu solución a la vejez,

y que la alegría se convierta en tu sacramento más fiel.

Te veré florecer...

Reconoceré tus triunfos, con humildad.

Amaré tus pasiones, trataré de entenderlas.

Sobaré tus heridas, te abrazaré con fuerza.

Serás...

Y yo un día lo sabré.

Y cuando llegue el momento,

partirás...

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Y yo lloraré.

Cúbrete cielo, que hace mucho frío.

Ponte estos guantes, ponte está bufanda, ponte doble camisa...

Hay tanto por dar, hay preocupación en demasía,

hay mucho que aprender y tan poco tiempo para emplear.

Quisiera ser aire, calor, amor, agua,

lo elemental para tu vida,

pero solo soy tu madre,

soy la que te abriga...

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X

Cuento de los dos que callaban

Me gusta verte encima de las rocas

con esa pose heroica que adoptas,

Taciturno tu semblante color grisáceo,

enfrascado en tus pensamientos meditas.

Mirando sin escrúpulos el horizonte anhelante,

como queriendo sacar a luz los misterios de la vida.

Preguntándole al mundo la verdad de los hombres,

cuestionando siempre la razón de ser.

Luces tan apuesto con tu capa de filósofo,

luces tan bello escudriñando el firmamento.

Dejando que el viento roce tus mejillas y cabellos,

dejando que la ventisca de la tarde deseé tus prendas.

Aún usas la bufanda de tu padre…

Está sucia de tanto uso, deshilachada en las esquinas,

pero es lo único que tienes de él,

lo único que la muerte no te arrebató.

Casualmente siempre te encuentro allí,

sentado y vigilando que el sol no olvide su labor,

conversando en silencio con la naturaleza,

suspirando por lo que fue, porque sigues aquí.

He de confesar que la brisa parece tu amiga

ya que ha sabido brindar aire cuando se necesita,

ha sido confidente de batallas,

ha sabido secar las lágrimas de tu rostro.

Me gusta verte encima de las rocas, pero es injusto.

Ese lugar es sagrado para ti, pasabas las tardes con tu mentor.

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Luego consagrarse el sitio para el amor jovial, para saciar la carne,

con el tiempo el espacio lo sustituyeron tus más apreciables amigos, esos que llamaste

hermanos, con los cuales juraste miles de promesas.

Más adelante se convirtió en la exclusividad de tus cavilaciones, en la panacea de tus

conflictos internos.

Cuando él partió, se convirtió en tu eterno altar,

en el lugar perfecto para llorar en silencio.

Debo admitir que mis visitas han sido meras expectativas del acontecimiento,

cuando me acerco a ti no logro encadenar las palabras correctas.

La elocuencia en los discursos no ha sido mi fuerte, amigo mío,

sólo me he quedado a tu lado hasta que la noche nos engulle.

Después, simplemente, dices adiós,

y te marchas.

Pero esta tarde fue diferente; al momento de partir comenzaste tu discurso:

—Gracias por esta compañía. Cierto es que perdí a mi padre en tan terribles

consecuencias, y cierto es que lo extrañaré en demasía al acudir a este lugar tan sagrado

para mí. Lo amo y lo extraño. —Dijiste y agregaste: —Pero a pesar de ello debo

reponerme, sé que él me diría lo mismo, y sé que si él viviera, me acusaría de no sensato

al huir y dejar las rocas tras de mí alegando una pena infinita. Han significado mucho en

esta vida: alegría, amor, sorpresa, dolor. Vida y muerte. Pero sobre todo, han significado

cambio, amigo mío.

—Me alegra escucharte ¿sabes? No encontraba qué hacer para solapar tu pena. Te

amo, y quería ayudarte... —comencé.

—Lo mejor que pudiste hacer es brindarme tu compañía en silencio. Y sé que tu

amor es sincero, esperabas conmigo hasta que la noche arribaba. Ven, vayamos a mi casa

a cenar —respondiste.

Así que nos levantamos de las piedras y emprendimos un viaje al oeste, pero en

ese preciso momento, corregí tus pasos:

—Te olvidas de tu bufanda...

—Déjala —dijiste con una sonrisa en el rostro—, no es necesaria ya, ella pertenece

a este lugar.

La bufanda esa noche, fue raptada por el viento.

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XI

Balada a un amor no correspondido

Y yo te amo, pero tú no me amas de la misma manera.

Yo suspiro al escuchar el eco de tu nombre,

anhelo con vehemencia el sabor de tu presencia,

la fragancia de tu ser...

Te quiero en demasía, con locura.

Decidí amarte de esta forma porque es la única que sé.

Decidí no juzgar, ni consultar con mi pasado,

sólo vivir el presente, sólo ser para ti...

Te amo tanto y tú me amas tan poco,

yo no soy lo primero en tu mente,

no soy lo más importante de tu vida, no soy el sacrificio de los amantes,

a veces pienso que tal vez ni siquiera soy la sonrisa que muestras.

Soy el acompañante, el amigo de travesía,

ese que puedes dejar y olvidar a un lado del camino,

el que apoya, el que motiva, el de las palabras dulces,

soy esa persona especial que puedes pisar una y otra vez.

Y que no te dirá nada.

Toma una rosa cielo, toma mi alma corazón,

toma mi vida, te pertenece.

Tómalo todo, no dudes ni titubes al hacerlo,

que ésta voluntad nació para servirte.

Y este cuerpo para que lo destroces a capricho.

Te amo tanto y me duele mucho,

saber que mi romance jamás será correspondido,

saber que la entrega y la pasión no son recíprocas,

que el sentimiento no es mutuo.

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Y si te caes, te levanto.

¿Y si me caigo yo?

¿Me levantarás...?

Hoy dices amarme,

pero tus palabras son veneno, tóxico dulce,

miel atroz y aberrante de ilusión,

elixir de una vida que es, y que nunca será.

Hoy dices que me amas,

pero tus actos hablan mejor que tu boca,

tus acciones pesan como hierro y valen más que el oro.

Partirás,

y yo lo sé.

Te amo.

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XII

Mi querido amigo

Lamento haberte hecho llorar por segunda vez, no era mi intención, es sólo que no creo

que puedas entender esto, es tan difícil, es más, ni yo misma lo entiendo en su totalidad.

Sé que en su momento mi corazón no sentía nada, absolutamente nada por tus pasos, pero

el tiempo y tu verdadera compañía hizo estragos en mi mente. De la noche a la mañana

dejaste de ser aquel y te convertiste en él. Dejaste de ser el niño ingenuo que me hacía

reír en el receso, o a escondidas en los pasillos, o el que no le importaba ganarse una

detención en el colegio con tal de sacar mi sonrisa en medio de la clase de historia.

—Tonto. Te han sacado de nuevo…

—Mensa. Sabes que no me importa…

No sopesé adecuadamente tus palabras. No te importaba no porque la escuela no

fuese tu ideal, no te interesaba porque habías logrado tu cometido, porque al parecer la

recompensa era mayor al castigo: me hacías sentir feliz.

Lo hiciste muchas veces, muchísimas: cuando fallaba en los exámenes, cuando

olvidaba las tareas, cuando viajamos al puerto de Acapulco, cuando emprendimos el

regreso, cuando me acompañabas en el autobús, cuando arribaba a la escuela por las

mañanas con una cara de los mil demonios, cuando portaba mi mascara de tristeza,

cuando mi novio me dejó por otra, cuando mi padre abandonó a mi madre.

Pueden parecer banalidades, pero recuerdo que en esos momentos el mundo se me

venía encima, y tú…Tú sonreías y me contenías:

—Descuida. Veras que se soluciona.

— ¡No! ¡Esta vez no se podrá…! —y lloraba torrencialmente.

—Ven.

Y me abrazabas.

Te empeñabas neciamente en lograr tu cometido. Fueron esas pequeñas acciones las que

llenaron mi corazón desolado. De la noche a la mañana, niño, empecé a sentir algo por ti.

Cuando me di cuenta me dolió. Me dolió porque unos meses atrás tú sentiste lo mismo

por mí, y yo, empeñada en no jugar con tu amor, respondí secamente que no, que tú y yo,

nunca de los nunca podríamos experimentar con nuestros labios. Que en tu historia, está

niña sólo sería una amiga. Y nada más.

Lloraste. Lloraste desbordadamente. Recuerdo que te abracé pero ni así el llanto

cesó, recuerdo que dije unas palabras de aliento sin luz, recuerdo que estuviste en silencio

por mucho tiempo. Te alejaste de mí. Yo lo entendí. Tu corazón debía reponerse del golpe.

Tu mente, librarse de los fantasmas que la aquejaban.

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Después de unos meses regresaste. Cambiaste mucho. Decidiste ser mi amigo. Te

conocí. Al principio me contenté. Luego me enamoré. Cada vez que me tratabas

construías con fuerza un castillo de benevolencia en tu honor, una guirnalda de gratitud

te adornaba cuando te veía. Tu olor niño, tu olor me fascinó. Tu esencia de hombre ligaba

mis sentidos a tu presencia, el tiempo se volvió efímero con tus juegos, con tu

conversación, con tus ideas tan peculiares.

Una mañana, recuerdo, que cuando llegaste sentí un nudo en el estómago, palpé

sudor en mis manos y frío en las piernas. Ese día había cambiado el color de mi cabello

y de todos los que opinaron al respecto, tu impresión era, por alguna extraña e ilusa

intuición, la que más codiciaba.

— ¿Te digo algo?

—Dime.

—Me gustas más así, pelirroja…

Al escuchar tus palabras, mi rostro se llenó de rubor, de calor. Mis piernitas se

aflojaron y juraría por Dios, que esa mañana, tú te veías con un halo de luz floreciente

que te hacía resaltar entre todos los demás. Lucías apuesto, valiente, confiado, tierno,

romántico y un poquitín sexy… Sin pensar en nuestro pasado, me arriesgué. La pregunta

te hirió con violencia.

— ¿Quieres ser mi novio?

Y lloraste amargamente. Una vez más.

Perdón por haberte hecho llorar por segunda ocasión, mi amado y prohibido amigo.

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XIII

Nostalgia amarga (A Mariana)

Que hermoso es tu recuerdo de Abril.

Tu cuerpo esculpido atrapado en mis manos,

que dulces esos momentos sublimes.

Figura de Eva. Venus de bachillerato.

Curvas que ciñen tu contorno,

sombra que danza con gracia, con cadencia,

silueta que enamora, que hipnotiza,

mujer que despierta curiosidad.

Andar descuidado, masculino.

Piernas que no reconocen los géneros,

que han crecido libres, amoratadas.

Caminar seductor...

Pechos de ninfa,

ocultos bajo los pliegues de las telas oblongas,

furtivos de los ojos rebeldes e insensatos de la juventud.

Resguardados del deseo del mundo.

Como si esperarán por las manos expertas,

como si persistieran por una boca astuta.

Y el olor.

Tu bendita fragancia a virgen.

¡Y el olor!

Tu esencia de mujer que mareaba.

Que hermoso tú recuerdo de primavera,

memoria de tu arribo a mi prado desolado,

de tu embarque en mi río oscuro de vida.

De tu cuerpo en mis manos sudorosas, tersas, infantiles...

Escrito de un romance escolar.

Libro con un capitulo,

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con un inicio absurdo, con un clímax fugaz,

con un beso melancólico de final.

Vientos que soplan añoranza.

Que hacen flotar lágrimas en las cuencas de la muerte,

que hacen vislumbrar las raíces de la mortalidad,

que hacen perder segundos de aire...

Que me hacen sonreír:

Estuviste. Eras. Fuimos.

Y llorar:

Te fuiste. Te marchaste. Moriste.

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XIV Silvia

(A Anny)

Ella depositó toda su fe en la carta que me dejó escondida en la escuela. Al leerla, no pude

no evitar sentirme conmovido por la misiva: cuando a uno lo adoran, lo menos que se

puede hacer es suspirar y encender una sonrisa en los recuerdos. La carta derramaba

pasión, ternura, orgullo, miedo, soledad, alegría y misterio entre sus oraciones. La

perfumó con fragancia de flores.

Cuando llegó a mis manos, éstas instintivamente corrieron a leerla. Abrí el sobre

sin miramientos, pero guardé el contenido en lo profundo de mi chaqueta. El papel se

sentía pesado, como cargado de electricidad. Todo el viaje de vuelta a casa, mis yemas

no pudieron despegarse de su contorno. Quería leerla. Quería saber qué era tan importante

que no podía ser nombrado con el aire y que sólo mis ojos debían inspeccionar

celosamente.

Las letras me llevaron por un viaje maravilloso.

Ella me ama en secreto. Lo ha hecho desde hace años.

Ama que se me arrugue la nariz por el polen de primavera; sabe de mis alergias.

Le fascina el lunar gigante de mi tobillo, recuerdo cuando al nadar se le quedaba viendo

atentamente sin pestañar y un poco cohibido le pedía que dejara de hacerlo. Ahora

entiendo por qué lo hacía. Le gusta mi manera de tocar la guitarra, dice que mis manos

fueron creadas para las cuerdas y la música. Mi maestro dice que deje de perder el tiempo

en sinfonías televisivas y melodías de series web. Aún recuerda el accidente de bicicleta

en el cual perdí mi canino derecho. Piensa que eso compuso mi sonrisa; yo siempre le

decía que me lo comentaba para que no meditara el hecho de que me veía disparejo. Ahora

comprendo por qué se afanaba en hacerme cosquillas. Le gusta cómo me visto, el sonido

de mi voz y la aspereza de mi mano en las contadas ocasiones en las que he tenido que

ofrecérsela. Le vuelve loca mi cabello como a mí: al crecer su riza un poco y me da una

apariencia sesentera.

A lo largo de las palabras viajo en lo profundo de los recuerdos. Sí, muchas

situaciones cobran sentido: su cariño desmedido y las llamadas a media noche.

Adelante, sin embargo, comienza su martirio. Me ha visto con otras mujeres, me ha

sostenido tantas veces y aconsejado otras más. Estuvo presente en los regalos del cariño

ajeno: cuando las besaba, cuando las abrazaba, cuando torpemente la presentaba como mi

mejor amiga. Me ha arrullado entre brazos cuando las lágrimas acudieron a mi rostro.

Cocinó para mí el día que Raquel me abandonó por otro hombre; estuvo a punto de

golpearla pero yo insistí que no lo hiciera. Dice que estaba desolada por mi dolor y peor,

por no tener el coraje suficiente para decirme esto a cara.

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Estuvo mucho tiempo queriendo y reparando por su propia cuenta su corazón: se

lo quebré sin mover un solo dedo. En la adoración su tortura, su calvario, su juicio eterno.

Y no son sólo sus lágrimas las que bendicen estas palabras.

Acompaña el final con miedo:

Y si no puedes ser para mí, no te preocupes. Yo entiendo. Sólo te pido que no abandones

abruptamente esto poco que tenemos. Por favor, te lo ruego, no te vayas de mi vida. Con

miedo te escribí esto, y con pavor añoro volver a vernos. Perdón si no aparezco cerca:

me esconderé de ti unos días. Sea cual sea tu respuesta, quiero escucharla de tu boca.

Sólo, espera por mí… necesito un poco de valor.

Tuya, en estas líneas yectas

Silvia

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Cartas de un Loco Enamorado. Narraciones. Amadeus Méndez

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XV Carta del silencio

(Para los Romeo y Julieta Posmodernos)

Querida Aideth:

Nos han prohibido la existencia,

amor, fallezco con las decisiones crueles de tu padre,

¿Y si en mis sueños, comienzas a borrarte? ¿Y si la luna ya no muestra tu sonrisa? ¿Y si

el viento ya no acarrea más tu aroma a lavandas?

La duda, sí, siempre, eterna.

Pero también el resplandor constante de mi cariño.

Esta hoja es pequeña para el mundo, mis arrebatos por ti no pueden ser contenidos,

y cada palabra se burla de mi destino: no puedo buscarte.

Alguien se esmera en soplar nuestro fuego sagrado,

y aniquilar la emoción y el sonido de nuestros cantos.

¿Y si nos han arrebatado el gusto de la carne en este universo, serán tan viles para

quitarnos el de leernos?

Espero e imploro, que esta carta llegue a tus manos, y como a mí, te llene de consuelo.

Extraño tu caminar y tus manos de ramita, extraño tu silueta en el vestido y tus comidas

afroditas, extraño el hoyuelo de tu rostro y la fe relampagueante en tus ojos.

Poco es decir que te extraño toda, y mucho es creer que estas palabras saben expresarlo.

Poco es creer que sólo te amo y mucho es decir que sólo espero en silencio.

Aguardo tu primavera, no lo olvides.

Espero por la dulce flor de tu compañía, y las aves coloradas de tus acciones.

Espero por la avellana en tus cabellos, y la lavanda tatuada en tus mejillas.

Espero por el beso que me prometiste en invierno, el abrazo de otoño y la mirada del

verano.

Espero que seas tal y como este recuerdo te mantiene para mí: infinita.

Te quiero; te amo en realidad.

Tuyo, hoy, en esta fracción de nada.

Santiago

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•Sine anima nemo potest vivere•

•DeuS•