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7/28/2019 Ciencia jurídica o técnica política. Es posible una ciencia del derecho (Roberto J. Vernengo, Doxa No. 3, 1986) http://slidepdf.com/reader/full/ciencia-juridica-o-tecnica-politica-es-posible-una-ciencia-del-derecho 1/7 CIENCIA JURÍDICA O TÉCNICA POLÍTICA: ¿ES POSIBLE UNA CIENCIA DEL DERECHO? 1 onfieso una cierta fatiga ante el renovado malestar que los  juristas, insatisfechos al parecer con los logros y perspectivas de su quehacer teórico, no dejan de formular expresivamente, aunque poco o nada modifiquen en la actividad que denigran. Tenemos, por un lado, las tendencias que se consideran a sí mis- mas progresistas dando pábulo a orientaciones críticas en que se invoca una teoría revolucionaria cuyo mayor defecto, hasta la fecha, es el no haber sido elaborada. Estos críticos de la izquierda denuncian airadamente, no sólo la supuesta insuficiencia de la ciencia jurídica corriente, insuficiencia debida a una incapacidad aparente para abarcar el dominio completo de su tema objetivo de investigación, sino el incurrir quizás sin saberlo, en una oscura confabulación destinada a perpetuar el dominio de este o aquel grupo de  poder, o, con mayor abstracción e imprecisión, a facilitar la reproducción de algún sistema económico y social inicuo. De donde resulta que el inocen- te jurista, dedicado acaso a pergeñar algunas páginas sobre la perención pro- cesal de alguna abstrusa acción civil, o cosa pareja, se ve convertido de la noche a la mañana en cómplice necesario de una acción nefasta. Por la de- recha y por el otro lado, tenemos las líneas nostálgicas de alguna escolástica medieval, como las que dicen abrevar en el tomismo o en alguna de sus múl- tiples variantes, que fulminan a la dogmática comúnmente practicada, por incurrir en desviaciones morales condenadas a pasar por alto, por ejemplo, los principios que, a través de chispazos o recursos metódicos similares, cap- taríamos en algún hábito del entendimiento o de la voluntad -fenómenos todos ellos que la psicología contemporánea ignora-, como el que oscura- mente se suele denominar sindéresis. Y vemos así a devotos iusfilósofos, que, según supongo, rehuirían espantados someterse, al ir al dentista, a las técni- cas de los sacamuelas del siglo XII, anatemizar la actividad de juristas del siglo XX que no respetarían las pautas que habrían respetado los inexisten- tes científicos sociales del Medievo. Pero corresponde reconocer que aún los juristas «normales» (en senti- do kuhniano) de nuestro tiempo, quizás con un fervor más intenso que el manifestado por los biólogos, los astrónomos, los físicos o los matemáti- cos, no cesan en la interesante tarea de cuestionar el status científico de lo que hacen. E inclusive el jurista sin desvelos teóricos, el jurista práctico, suele incurrir en bizantinas discusiones metodológicas que, por lo que se sabe, no alteran excesivamente el sueño de carpinteros, tipógrafos, especialistas en la aceleración de partículas elementales, o de honestos jardineros, para men- cionar a otros tantos técnicos prácticos. Pongo de lado en este escrito la referencia a aquellas posturas que re- niegan enteramente de la cientificidad de la jurisprudencia, sea porque el de- recho, al ser un dato histórico cambiante y contingente, no admitiría ser ob-

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CIENCIA JURÍDICA O TÉCNICA

POLÍTICA: ¿ES POSIBLE UNA CIENCIADEL DERECHO?1

onfieso una cierta fatiga ante el renovado malestar que los juristas, insatisfechos al parecer con los logros y perspectivasde su quehacer teórico, no dejan de formular expresivamente,aunque poco o nada modifiquen en la actividad que denigran.

Tenemos, por un lado, las tendencias que se consideran a sí mis-mas progresistas dando pábulo a orientaciones críticas en que se invoca unateoría revolucionaria cuyo mayor defecto, hasta la fecha, es el no haber sidoelaborada. Estos críticos de la izquierda denuncian airadamente, no sólo lasupuesta insuficiencia de la ciencia jurídica corriente, insuficiencia debidaa una incapacidad aparente para abarcar el dominio completo de su temaobjetivo de investigación, sino el incurrir quizás sin saberlo, en una oscuraconfabulación destinada a perpetuar el dominio de este o aquel grupo de

 poder, o, con mayor abstracción e imprecisión, a facilitar la reproducciónde algún sistema económico y social inicuo. De donde resulta que el inocen-

te jurista, dedicado acaso a pergeñar algunas páginas sobre la perención pro-cesal de alguna abstrusa acción civil, o cosa pareja, se ve convertido de lanoche a la mañana en cómplice necesario de una acción nefasta. Por la de-recha y por el otro lado, tenemos las líneas nostálgicas de alguna escolásticamedieval, como las que dicen abrevar en el tomismo o en alguna de sus múl-tiples variantes, que fulminan a la dogmática comúnmente practicada, por incurrir en desviaciones morales condenadas a pasar por alto, por ejemplo,los principios que, a través de chispazos o recursos metódicos similares, cap-taríamos en algún hábito del entendimiento o de la voluntad -fenómenostodos ellos que la psicología contemporánea ignora-, como el que oscura-

mente se suele denominar sindéresis. Y vemos así a devotos iusfilósofos, que,según supongo, rehuirían espantados someterse, al ir al dentista, a las técni-cas de los sacamuelas del siglo XII, anatemizar la actividad de juristas delsiglo XX que no respetarían las pautas que habrían respetado los inexisten-tes científicos sociales del Medievo.

Pero corresponde reconocer que aún los juristas «normales» (en senti-do kuhniano) de nuestro tiempo, quizás con un fervor más intenso que elmanifestado por los biólogos, los astrónomos, los físicos o los matemáti-cos, no cesan en la interesante tarea de cuestionar el status científico de loque hacen. E inclusive el jurista sin desvelos teóricos, el jurista práctico, suele

incurrir en bizantinas discusiones metodológicas que, por lo que se sabe, noalteran excesivamente el sueño de carpinteros, tipógrafos, especialistas enla aceleración de partículas elementales, o de honestos jardineros, para men-cionar a otros tantos técnicos prácticos.

Pongo de lado en este escrito la referencia a aquellas posturas que re-niegan enteramente de la cientificidad de la jurisprudencia, sea porque el de-recho, al ser un dato histórico cambiante y contingente, no admitiría ser ob-

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 jeto de una ciencia pensando cánones quizá aristotélicos, cánones que obli-gan, por cierto, a renegar de buena parte de las ciencias modernas, incluídaslas exactas. Pongo también de lado, por ahora, el tratamiento de las tesisharto frecuentes en las tendencias autodenominadas «críticas», que atribu-yen a los juristas distintos grados de ceguera, miopía o estrabismo, cuandono perversidad moral o política, al no hacerse cargo suficientemente de aque-llas características del derecho que, para estos revolucionarios académicos,son de inexcusable tratamiento: la infra o la supraestructura económica oideológica, la glosa de algún oscuro dictamen de C. Marx o Tomasso d’Aqui-no, o el descuido de alguna otra nota atribuida al derecho por esos autores

que efectivamente la ciencia jurídica contemporánea se empeña en pasar por alto. No discuto tampoco -aunque sí lo haré más adelante frente a una in-terpretación que ahora cunde- la opinión que reniega de la posibilidad dealguna alcurnia teórica para la jurisprudencia, en cuanto ésta, por algún si-no inescrutable, tendría que contentarse con ser un producto de la razón prác-tica sobre lo cual, como se sabe, algo dijeron Aristóteles y sus intérpretesescolásticos. Descarto también, y por fin, las líneas que, aún admitiendo quela jurisprudencia pueda exhibir al menos una pretensión teórica, el conoci-miento producido habría sido logrado sin echar mano de ciertos procedi-mientos, variadamente bautizados de intuitivos, hermenéuticos, retóricos o propios de un «olfato» específicamente jurídico, que no encajan muy bienen modelos de ciencia más discretos, que no repudian de los recursos lógicosni de otros procedimientos tradicionales.

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Por cierto que esta penosa situación ha provocado una abundante lite-ratura destinada a diagnosticar, desentrañar y remediar la afligente situa-

ción de la jurisprudencia. También esta situación ha acuciado a pensadoresimportantes de nuestra época, empezando por Kelsen, a una permanente yrenovada atención por el problema del status epistemológico de la cienciadel derecho. Bobbio, por ejemplo, a lo largo de extensa preocupación por el saber jurídico, ha tenido muchas ocasiones de ocuparse de este insólitoaspecto de la actividad científica en torno al derecho. Así, en distintos mo-mentos, destacó el cariz técnico de la labor teórica de los juristas; en otro,la relación estrecha que la jurisprudencia mantiene con el análisis del len-guaje y la lógica; al tratarse, según se dice, de un conocimiento normativo

tuvo que examinar los posibles sentidos de tal atribución, pues no es nadaclaro que sea una ciencia normativa; por fin, al prestar atención a los usosdel conocimiento jurídico, hizo hincapié en las diversas funciones que el co-nocimiento científico del derecho puede adoptar en sistemas sociales de di-verso grado de desarrollo. Podría aludir aquí a recientísimos trabajos de Aar-nio, Pattaro o Jori; pero me interesa examinar las tesis recientemente for-muladas por Manuel Atienza en su «Introducción al derecho» de 1985, nosólo por tratarse de un pensador actual en el mejor sentido de la palabrasino porque me parece preocupante que una visión semejante sea vista co-mo la adecuada para inculcar a los estudiantes que recién se lanzan a los

vericuetos de la denostada ciencia dogmática del derecho.

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Cabe subrayar, por de pronto, que Atienza, como es corriente, se ve

constreñido a considerar el modelo dogmático de ciencia jurídica como el paradigma vigente en estos tiempos. Su severo cuestionamiento de la situa-ción presente del conocimiento jurídico -la pregunta es, ni más ni menos:¿es la jurisprudencia un saber científico físico? (op. cit.  p. 274/283)- partede ciertas consideraciones que no cabe sino reconocer como válidas: 1) noexiste una ciencia única en relación con el derecho, sino que contamos conuna pluralidad de saberes con status epistemológico variados: ciencia dog-mática, teoría general del derecho, sociología jurídica, lógica normativa, etc.El cuestionario crítico atañe principalmente a la dogmática tradicional y ca-

 be preguntarse cómo se relaciona con esas otras disciplinas, cuyo rango cien-tífico es menos discutido o discutible. 2) El discurso de la dogmática jurídi-ca tiene, enojosamente, un alcance normativo, un sentido práctico, que afec-tará menos a otras disciplinas más puramente teóricas. El jurista, por de pron-to, normalmente figura entre los destinatarios de las mismas normas que es-tudia y, en principio, las aceptaría como «criterio exclusivo de regulación»de la conducta social, y, por ende, de la propia. «La elaboración dogmáti-ca» provocaría así «una aproximación entre el sujeto y el objeto de la inves-tigación mucho mayor de lo que ocurre en el caso de las otras disciplinassociales». Y ¿cómo no pensar que ello introduzca un factor de distorsión

del objeto?Dadas estas desgraciadas características, resultaría que la «determina-

ción del objeto de estudio, el derecho vigente, no parece que pueda hacersecon independencia del análisis de la eficacia sociológica de las normas», quemodelan también la conducta del jurista. «Todas las operaciones normati-vas -decreta Atienza- son, de alguna forma, políticas». El jurista, sujetoa esa operación, está políticamente condicionado y, en consecuencia, las nor-mas que pretende describir o interpretar sólo podrían serlo partiendo de laaceptación de los fines políticos que las mismas están destinadas a lograr.

De ahí que, en la realidad de la práctica jurisprudencial, las funciones cum- plidas por la dogmática no se agotan en la ascéptica construcción de un sis-tema conceptual, sino en la elaboración de «criterios para la aplicación delas normas vigentes» y de «criterios para el cambio del derecho». Vale de-cir: hacer ciencia jurídica es hacer política, pues «el jurista teórico ha cum- plido siempre una función prescriptiva»: «contribuye a formar el derecho». No debe sorprender, pues, que la dogmática recibida, pretendida disciplinateórica, dedicada a clasificar y ordenar, y quizás explicar, un cierto materialnormativo de ciertos actos empíricos de creación de derecho sólo sea «unadisciplina normativa», tanto en cuanto a su objeto, como a su método y asu función. Atienza remacha el clavo: la ciencia o ciencias jurídicas padece-rían de una incurable incapacidad, que hace sospechosas todas sus formula-ciones. No podrían distinguir rigurosamente entre su objeto -las normas

 jurídicas- y su propio discurso, las proposiciones referentes a esas normas.¿Cómo dudar de que el lenguaje de la ciencia jurídica no sea tan prescripti-vo como las normas que dice estudiar y cómo diferenciar el discurso prag-mático del político del discurso del jurista que, a la postre, dice lo mismo?

Además, pretender que esta cuestionada ciencia, o este confuso haz desaberes de dudosa cientificidad, logre la mentada neutralidad valorativa que,

desde Weber, es piedra de toque (creen muchos) de toda ciencia social digna

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de tal norma, es utópico. El saber jurídico, para Atienza, constituye «unaactividad valorativa», no sólo en cuanto aporta criterios para la modifica-ción del derecho y para su aplicación, sino en cuanto la elaboración mismade su aparato conceptual le exige hacerse cargo de los valores ínsitos en lasnormas. De ahí a renegar de la posible neutralidad teórica del jurista frentea su objeto no hay gran trecho. El jurista es un político que, como ciertosanormales, n’ose pas dire son nom. Bien merece, pues, los denuestos quele propina la izquierda descontenta y la derecha cómplice.

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En su análisis, retorna Atienza el examen del conocido alegato sobreel valor científico de la jurisprudencia que pergeñara Kirchmann, un alega-to, pienso, que sería bueno archivar de una buena vez, puesto que respondea una idea de ciencia que ni siquiera refleja modelo aceptable de ciencia mo-derna. Atienza apunta que el carácter mutable del objeto jurídico su con-tingencia y la manifiesta inutilidad y falta de actualidad de la actividad del

 jurista científico, que Kirchmann denuncia, son características que puedenhacerse extensivas a la jurisprudencia pensada como una mera técnica social.

La cuestión queda planteada así: la pretensión científica de la jurispru-dencia provendría de «la falta de prestigio social de los juristas y de la labor teórica que desarrollan», carencia que se pretende superar usufructuandoel rótulo de «científico». El reproche es conocido: en nada difiere del quehoy se dirige habitualmente contra el psicoanálisis y recuerda al que desdeel siglo XVI, se espeta contra la astrología u otros desvaríos. Por un ladonuestro autor sostiene que la dogmática jurídica no es una ciencia «porquesu objetivo no es el de conocer por conocer, sino el de conocer para actuar»,sonsonete en el que pervive la idea de una ciencia platonizante pensada co-mo pura contemplación gratuita, y la de una razón práctica productora deuna teoría que no limita a su practicante a la mera contemplación, sino quelo hace actuar, esto es: una razón que no se limita a declamar la verdad deciertas legalidades, sino que performativamente las realiza. Se trata clarode esa razón práctica y de su correspondiente scientia o tejné que los neoes-colásticos añoran y los neopositivistas repudian. Pero hay más en las afir-maciones de Atienza: la falta de percepción, por Kirchmann y otros episte-mólogos contemporáneos, de una «distinción adecuada» entre ciencia y téc-nica, hace desdeñar la verdad de la tesis que Atienza formula en términosquizás (o, mejor sin quizás) exagerados: «La jurisprudencia es una técnica

y no puede dejar de serlo». El fundamento de esta terminante afirmaciónnos es ahorrado. Con todo, no implicaría relegar a los juristas a un lugar social incómodo, donde se verían acompañados por plomeros, sacamuelasy remendones. La jurisprudencia, en tanto que técnica, exhibiría sí los acha-ques que Kirchmann atribuye a la atribulada ciencia jurídica, pero esos acha-ques no son tan desdorosos de tratarse de una mera técnica; más, constitui-rían elementos esenciales de tal técnica. Esta segunda tesis quedaría atenua-da con los siguientes argumentos, con los que Atienza cierra el correspon-diente capítulo de su libro y, según parece, deja formulada su opinión per-sonal: «carece de sentido y de interés plantearse el problema de si la juris-

 prudencia es o debe llegar a ser una ciencia...»; sí importaría la «cuestión

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 pertinente... de saber si, en cuanto técnica (la jurisprudencia) puede incor- porar y utilizar conocimiento científico y conocimiento tecnológico proce-dentes, en principio, de otras áreas (por ejemplo, conocimiento provenientede la lógica formal, la economía, la sociología, la teoría de juegos y de deci-sión, de la informática, etcétera)». Entiendo que estas afirmaciones expre-san tesis más que discutibles. Discutámolas.

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Si se deseara distinguir a la jurisprudencia, en tanto ciencia, de la juris-

 prudencia en tanto técnica, y si de esa distinción dependiera el poder pensar con alguna claridad qué sea eso que hacen los juristas y qué cosa sea lo que producen, pareciera importante saber a qué atenerse con respecto a qué seentienda por ciencia y qué, por técnica. Pero lo cierto es que no lo sabemosy que Atienza tampoco arroja mayores luces al respecto. No se trata de unadistinción evidente ni comprensible de suyo.

Lo que parece es que, en la discusión glosada, quedaran tácitos ciertos presupuestos que fundan las tesis expresas de Atienza. Pero no hay razónalguna para aceptar como verdades indiscutibles tales presupuestos. No alu-

diré a la nebulosa distinción entre un conocimiento teórico (un conocer por conocer, frase hecha que no sé qué sentido tenga) y un conocimiento prácti-co (un conocimiento resultante de las actividades de una razón práctica cu-ya mera existencia es sospechosa). En cambio, sí me referiré a la tesis fun-dante según la cual ciencia (teoría) y técnica (práctica) son dominios exclu-yentes, tanto vistas como actividades, como vistas como un discurso. Por el contrario, pareciera que lo típico de las ciencias modernas y de las técni-cas respetables es el no dar pie a tal dicotomía. En nuestro tiempo y desdeGalileo, según cuentan, ciencias y técnicas están inextricablemente enlaza-

das: las ciencias modernas no sólo dan lugar a técnicas; aun en las cienciasformales, donde un teorema puede traducirse en un algoritmo y éste ser usa-do en un cálculo, sino que esas técnicas son la aplicación de las leyes teóri-cas. Las técnicas desarrolladas son, expresamente, técnicas científicas. Ladistinción entre ciencias y técnicas, si cabe, se da según los contextos de usodel discurso científico: se usa la teoría para alcanzar ciertos efectos empíri-cos, pero también se recurre a ciertas prácticas para verificar, corregir, re-futar o extender la teoría. De ahí que sea un lugar común de la metodologíacontemporánea destacar el carácter científico de las técnicas vigentes, para

diferenciarlas de otro tipo de técnicas, como las primitivas utilizadas en las prácticas religiosas, en las artes y artesanías o, inclusive en la vida cotidia-na. Hasta un escritor tan poco perspicaz como Ortega no pudo dejar de apun-tar esta notoria característica de las ciencias y las técnicas modernas. De ahíque interrogarse sobre si una cierta actividad o un cierto discurso sea cienciao técnica, implica sustentar una disyunción que el pensamiento actual más

 bien conjuga. Si la jurisprudencia que hoy practicamos fuera necesariamen-te una técnica, en el sentido indicado, seguramente habría que suponerla fun-dada en conocimientos teóricos a los que no habría razón, de existir, para

negarles el título de ciencia. Y, en principio, pareciera que la técnica de los juristas, en cuanto pueden realizar ciertos actos y predecir ciertos efectos ala luz de la aplicación de ciertas leyes, difiere bastante de las técnicas del

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 brujo de la tribu, del pontífice romano o de los sacerdotes de algún culto. No se ve por qué el fundador teórico de las afirmaciones y actividades técni-cas del jurista sólo pudieran relacionarse con las ciencias en la medida enque recurrieran a ese pot-pourri (lógica, sociología, economía, teoría de jue-gos, etc.. .) que invoca Atienza. Los juristas del presente y los de ayer  seantécnicos científicos o chamanes iluminados, no trabajan de ese modo ecléc-tico: lo que el jurista dice y hace, en su práctica profesional se funda enenunciados técnicos sustentados en un conocimiento teórico del sistema nor-mativo de que se trate, y no en el recurso a aquellas variadas disciplinas

Es que, en el texto que gloso, aparece, creo, una cierta ambigüedad so-

 bre qué entender por técnica. Puesto que si bien una técnica es un repertoriode actividades orientadas a lograr ciertos fines (una modificación en el esta-do de cosas), también la técnica es aquel conjunto de enunciados legales cu-ya aplicación o realización pretende alcanzarse con esas actividades. Tene-mos tanto la actividad del técnico que manipula los ingredientes y mecanis-mos de un procedimiento industrial, como las reglas técnicas, fundadas enenunciados teóricos, que orientan a este técnico en lo que hace. En cuantonos ocupamos de la jurisprudencia, en cambio, la actividad realizadora (apli-cación de normas, interpretaciones de leyes, promulgación de códigos etc. ),esto es, las actividades que producen derecho, son vistas redondamente co-

mo una actividad política, en ese sentido amplio, es considerada una técnica(social) científica, en el sentido en que lo son corrientemente las prácticasclínicas del médico o la intervención en un proceso industrial del ingeniero.Pensamos que el jurista profesional (al que la opinión corriente no conside-ra un político en el sentido en que lo es un parlamentario), es capaz de llevar a cabo actividades fundadas en su conocimiento previo de ciertos enuncia-dos normativos, manteniendo inclusive un suficiente nivel de neutralidad va-lorativa tanto con respecto de los valores que esas normas presupongan co-mo con respecto del valor que quepa atribuir al efecto producido. Esto es,el postulado «sometimiento» a los valores del ordenamiento a que el juristaestaría condenado, o aun su compromiso personal con los mismos, no impi-den que pueda formular hipótesis sobre cursos de acción normados, suscep-tibles de verificación, falsificación, sistematización, etc. En este respecto nome parece acertada la propuesta de Atienza de reducir la dogmática a unatécnica no científica, técnica que quizás podría alcanzar un cierto nivel decientificidad recurriendo a los conocimientos de otras disciplinas que tienenal parecer y para nuestro autor, rango de ciencia.

Si este análisis es correcto, no se advierte cuál sea la razón que hayao qué suerte de fatalidad toque en suerte a la jurisprudencia, para tener que

asentir a la excesivamente fuerte tesis de Atienza, aquella de que «la juris- prudencia es una técnica y no pueda dejar de serlo». Creo, más bien, quehabría que limitarse a comprobar que los juristas cumplen actividades dedistinto tipo, algunas de las cuales no hay inconveniente en caracterizar co-mo científicas y en denominar «ciencia» a su formulación, así como no veoinconveniente en pensar como acciones técnicas a múltiples actividades y ex- presiones de los juristas. Algunas de esas técnicas tienen hoy nivel científi-co, según los rasgos generales que a las ciencias se atribuyen actualmente.Cierto que no responde esta ciencia jurídica a los tipos corrientes en las cien-cias empíricas o a las ciencias formales. Pero ello no basta para descalificar-

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la como ciencia. También es cierto que muchas de las técnicas utilizadas por 

los juristas no tienen el carácter de una técnica científica, manteniéndose elnivel de prácticas más primitivas. Pero si haciendo una generalización im-

 prudente, todas las actividades de los juristas, y su discurso, son considera-dos acciones políticas -incurriendo en gran confusión de lenguaje y, tam-

 bién, introduciendo subrepticiamente una motivación persuasiva-, parecenotorio que habría que aceptar que las actividades de los juristas y la ciencia

 jurídica dogmática no son, ya no ciencias teóricas conforme al modelo delas ciencias duras (puesto que, desgraciadamente, no hay tal tipo de conoci-miento teórico en el terreno de la política), sino tampoco técnicas en el sen-

tido indicado de técnicas respaldadas en un conocimiento teórico objetivo.¿Se parece más el jurista al político en trance de tomar una decisión a laluz de cierta valoración o de cierta ideología, o semeja más al psicólogo ensu práctica clínica? ¿O cabe compararlo con científicos como el sociólogoo el historiador, terrenos teóricos indispuestos pero donde la actividad ex-

 perimental o la práctica clínica son inexistentes? La respuesta es obvia: al-gunas de las cosas que hace el jurista lo asemejan al político; otras, lo acer-can al ingeniero, al médico, al psicólogo. ¿Por qué poner todo bajo un úni-co rasero?

5. Se me ocurre que habría que indagar, con un detalle y rigor imposi- ble en estas páginas, qué haya detrás de ese continuo interrogarse, crónicoen los juristas, por el status teórico de su discurso y por el sentido objetivode sus actividades. Se me ocurre que en las tendencias contemporáneas quemachaconamente ponen en el banquillo de los acusados, a una ciencia jurí-dica que, por otra parte, los propios impugnadores utilizan y desarrollan,se oculta una veta de irracionalismo, inspirada quizás en los tantos irracio-nalismos políticos, ideológicos, religiosos, etc., que hoy prosperan.