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CIHAC. CM- Versión digital E117-1 DARWIN, CARLOS Autobiografía. Madrid, España: Alianza Cien, 1993. 93 págs.

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CIHAC. CM- Versión digital E117-1 DARWIN, CARLOS Autobiografía. Madrid, España: Alianza Cien, 1993. 93 págs.

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JARWINAutobiografía

[117-1 .

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T EXTOS COj\\PLETOS

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IMPRESO EN PAPEl ECOLOGICO(EXENTO DE CLOROI

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CHARLES DARWIN

Autobiografía

Alianza Editorial

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Diseño de cubiert'l: Ángel UriartelIuslradón de cubierta: J. Coll ier, Charles Darwill

GaJena Nacional de Retratos. LondresTraducción de Aarón Cahen

Revisada por ,\\aría Teresa de la Torre

bJBLlOITC "CARLOS MELW[)¡;z

UNJVI:PS\OAD 1X COSTA I1ICAC.I,J.l.A.C.

--1870 Z

22 I GO. 20\1Uti 1Í¡-=E--=-R-=-:SI-=-DA.,....,D=-D::-:E=-C::-:OSTjÚ~ICA

ItJj.iJ Centro de Investigaciones ~j,~ Hlstoncas de ., América Cenlral "."'~

CENTRO DE DOCUMENiACION

(c) Alianza Editorial. S. A. \\adrid. 1993Calle J. 1. Luea de Tena, 15, 28027 ,\1adrid; teléf. 711 6600

ISB N: 81 ·206· 1612' 1Depósito legal: B. 33.889·93

Impreso en NDVDI'HINT, 5.1\.Printed in Spain

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I

ILos recuerdos autobiograficos de mi padre, que ofrecemos enel presente ca/Jitulo, Ji,eron esenios para sus hijos sin inumúónalguna de que se publicurc.m jamás. •\ muchos les parecerá estoalgo imPosible, pero aquellos que conocieron a mi padre compren­derán cómo no solamente era posible, si lla natural. Lu autobio­grajia lleva el título: Rccoltections of UIC Dcveloprncnt of rny.\1 ind and Charactcr (.\1emoria.s del desarrollo de mi /x!/lsamien·lo y mi (arácter) y concluye con /a siguiente Ilota: fr3 de agosto de/876. Comencé este bosquejo de mi vidu alrededor del 28 demayo en 1{opedene y desde p"tonces he esaito alrededor de unahora (asi todas las tardes». Se comprenderá fácilmente que enuna narración de carácter personal e i"limo, escrita para su es­POsa e hijos. se presenten pasajes que deben omitirse aquí; no heconsiderado necesario indicar dónde se han hecho tales omisio­nes. Se ha juzgado imprescindible hacer ulgunas correcciones deevidentes errores de expresión, si bien se ha" reducido al míminotales a/teraciones.-F. D.)

Habiéndome escrito un editor alemán para solici­tarme una nota sobre el desarrollo de mi pensamientoy carácter, con un esbozo de mi autobiografía, he pen­sado que el asunto me divertia y que quizá pudiera in­teresar a mis hijos o a los hijos de éstos. Sé quc me hu-

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"iem interesado grandemente haber leído un apunte,aunque fu era tan breve y superficial como éste, delpensamiento de mi abuelo, escrito por él. He inten!:.­do componer el relato de mí mismo que viene a conti­nuaci6n como si hubiera muerto y estuviera mirandomi vida desde otro mundo. Tampoco me ha resultadodifícil, ya que mi \~da casi se acaba. :-Jo me he tomadoninguna molestia en cuidar mi esWo literario.

Nací en Shrewsbury el 12 de febrero de 1809, y mirecuerdo más temprano sólo alcanza a la fecha en quecontaba cuatro aiios y unos meses, cuando fuimos cer­ca de Abcrgele para bañarnos en la playa; conservocon cierta nitidez la memoria de algunos hechos y lu ­gares de allí.

Mi madre murió en julio de 18 17, cuando yo teníapoco más de ocho años, y es extraño pero apenas pue­do recordar algo de ella, excepto su lecho mortuorio,su vestido de terciopelo negro y su mesa de costura,extrañamente fabricada. En la primavcra del mismoaño fui en~ado a una escuela diurna en Shrewsbury,'donde estuve un año. .\-Ie han dicho que yo era muchomás lento aprendiendo que mi hermana CaUlerine, ycreo que en muchos sentidos era un chico tra~eso.

Por la época en que iba a esta escuela diurna, miafición por la historia natural, y más especialmentepor las colecciones, esk'lba bastante desarrollada.Trataba de descifrar los nombres de las plantas, y reu ­nía todo tipo de cosas, conchas, lacres, sellos, mone­das y minerales. La pasión por coleccionar que lleva aun hombre a ser naturaliS!:l sistemático, un ~rtuoso o

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un avaro, era muy fuerte en mi, y claramente innata,puesto que ninguno de mis hermanos o herman"stuvo j"más esta afición.

Un" "nécdota sucedida aquel año h" qued"do fir­memente grabada en mi mente, supongo que por 1""marga desazón con que afectó después a mi concien­ci,,; es curiosa como prueba de que por lo visto yo meinteresab" Y" a tan temprana edad por la variabilidadde las plantas. Conté a otro chico (creo que era Leigh­ton. que después llegaría a ser un conocidísimo Iique­nólogo Ybotánico), que podía producir primaveras Y\'elloritas de diferentes colores regándolas con ciertoslíquidos coloreados. lo cual por supuesto era un cuen­to monstruoso, Y yo no lo había intentado j"más.También puedo confesar aquí que cuando pequeiioera muy dado a inventa.r historias falsas, y lo hacíasiempre para causar admiración. Por ejemplo, en un<locasión cogí de los árboles de mi padre mucha frutade gran valor Y la escondí en los arbustos; despuéscorrí hasta quedar sin aliento para propagar la noli­ci" de que había encontrado un montón de fruta ro­bada.

En mis primeros años de escuela debía ser un niñomuy ingenuo. Un chico, llamado Garnett., me llevó undía a una pastelería, y compró unos pasteles que nopagó, pues el tendero le fiaba. Cuando salimos le pre­gunté por qué no los había pagado, y, al instante, con­testó: ,¿Cómo? ¿,No sabes que mi tío dejó una granSuma de dinero a la ciudad, a condición de que tonocomerciante diera gratis lo que quisiera quien llevara

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su viejo sombrero y lo mO\iera de una forma determi­nada?, y luego me enseñó cómo había que moverlo.Entonces entró en otra tienda donde le fiaban, pidióuna cosa de poco valor, moviendo su sombrero de lamisma manera, y, por supuesto, la obtuvo sin pagar.Cuando sali mos, me d ijo: "Si quieres ir ahora tú so lo aaquella pastelería (iqué bien recuerdo su situaciónexacta!), te dejaré mi sombrero, y podrás conseguir 10que gustes. mO\iéndolo adecuadamente sobre tu ca­beza.• Yo acepté de buen grado la generosa oferta yentré, ped í algunos pasteles, mo\; el \iejo sombrero, yya salía de la tienda, cuando me acomctió el tendero,así que tiré los pasteles, salí huyendo descsperada­mente, y mc quedé atónito cuando mi falso amigoCarnett me recibió riendo a carcajadas.

Puedo decir en mi favor que era un muchacho com­pasi\'o, si bien esto lo debía por completo a la instruc­ción y ejemplo de mis hermanas. En efecto, dudo quela humanidad sea una cualidad natural O innata. Eramuy aficionado a coleccionar huevos. pero nunca e,o­gía más de uno de cada nido de pájaros, excepto enuna sola ocasión en que los cogí todos, no por su va­lor, sino por una especie dc bra\'ata,

Tenía una gran afición por la pesca, y me hubieraquedado sentado en las márgenes de un río o estanquemirando el corcho durante infinitas horas: desde eldía en que me dijeron en ~ laer que podía matar losgusanos con sal 'yagua, jamás arrojé un gusano vivo,aun cuando mi éxito pudiera resentirse,

Una vez, cuando chico, en la época de la escuela

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diurna, o antes, actué cruelmente: golpeé a un perri­110, creo que simplemente por disfrutar de la sensa­ción de fuerza; sin embargo, el golpe no pudo ser do­loroso, pues el perrito no ladró, de eIlo estoy seguro,ya que el lugar estaba cerca de casa. Este acto pesagravemente sobre mi conciencia, como lo demuestrami recuerdo del sitio exacto donde el crimen fue co­metido. Probablemente me pesara más por mi amor alos perros, que era entonces, y fue durante muchotiempo más, una pasión. Los perros parecían saberesto, pues yo era un experto en robar a sus amos elafecto que eIlos les tenían.

Sólo recuerdo claramente otro incidente de aquelaño en que estaba en la escuela diurna de Mr. Case, asaber, el entierro de un soldado dragón; y es sorpren­dente lo claro que veo todavía el caballo con las botasvacías y la carabina del hombre colgando de la silla demontar, y las salvas sobre la tumba. Esta escena exci­tó profundamente toda la fantasía poética que habíaen mí.

En el verano de 1818 fui a la escuela principal deldoctor Buller en Shrewsbury; allí permanecí sieteaños, hasta mediado el verano de 1825, cuando teníadieciséis. Estaba interno en esta escuela, de modo quetenía la gran ventaja de vivir la vida de un verdaderoescolar; no obstante, como la distancia a mi casa ape­nas era de más de una miIla, iba corriendo allá muyfrecuentemente en los intervalos más largos entre lasIlamadas para pasar lista, y antes del cierre por la no­che. Creo que esto fue ventajoso para mí en muchos

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aspectos, pues me permitía consen'ar mis afectos e in­tereses familiares. Hecuerdo que al principio de mivida escolar frecuentemente tenía que co rrer muchopara llegar a tiempo. y generalmente lo lograba, puesera un veloz corredor; pero cuando dudaba conse­guirlo, pedía encarecidamente a Dios que me ayuda­ra, y me acuerdo bien de que atribuía mis éxitos a lasoraciones y no a mis carreras y est.qba admirado de lafrecuencia con que recibía ayuda.

He oído a mi padre y mi hermana mayor decir quecuando era muy pequeño tenía gran afición por loslargos paseos en solitario: sin embargo ignoro quépensaba yo al respecto. Frecuentemente me quedabaabsorto y una vez. volviendo de la escuela. en lo altode las viejas fortificaciones que hay alrededor deShre\\"sbury, que habían sido convertidas en un cami­no público sin parapeto a uno de los lados. me salí deél y caí al suelo, pero la altura era sólo de siete u ochopies. Sin embargo, fue impresionante el número depensamientos que pasaron por mi mente durante estacortísima pero repentina y completamente inesperadacaída, y apenas parece compatible con lo que creo hanprobado los fisiólogos en el sentido de que cada pen­samiento requiere un espacio de tiempo bastanteapreciable.

Nada pudo ser peor para el desarrollo de mi inteli­gencia que la escuela del doctor l:luUer. pues era es­trictamente clásica, y en ella no se enseñaba nada, sal­vo un poco de geografía e historia antiguas. Como me­dio de educación, la escuela fue sencillamente nula.

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Durante toda mi vida he sido singularmente incapazde dominar ningún idioma. Se dedicaba especial aten­ción a la composición poética, cosa que nunca pudehacer bien. Tenía muchos amigos, y juntos consegui­mos una buena colección de versos antiguos, que po­día introducir en cualquier tema, combinándolos, conla ayuda de olros chicos a veces. Se dedicaba muchaalención a aprender de memoria las lecciones de losdías anleriores; esto lo podía hacer con gran facilidad,memorizar cuarenta o cincuenta líneas de Virgilio uHomero mientras estaba en la oración de la mallana;pero tal ejercicio era completamente inútil, pues se meolvidaban todos 105 versos en cuarenta y ocho horas.No era perezoso, y, por lo general, excepto en versifi­cación, trabajaba concienzudamente mis clásicos, sinrecurrir al plagio. La única alegría que he recibido dek1les estudios me la han proporcionado algunas de lasodas de Horacio, que admiraba grandemente.

Cuando dejé la escuela no est<¡ba ni adelantado niatrasado para mi edad; creo que mis maestros y mipadre me consideraban un muchacho corriente, másbien por debajo del nivel común de inteligencia. Mipadre me dijo una vcz algo que me mortificó profun­damente: «No te gusta m;ís que la caza, los perros ycoger raL:'ls, y vas a ser una desgracia para ti y paratoda tu familia.» Pero mi padre, que era el hombremás cariñoso que he conocido jamás, y cuya memoriaadoro con todo mi corazón, debía estar enfadado yfue algo injusto cuando utilizó estas palabras.

Recordando lo mejor que puedo mi carácter duran-

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te mi vida escolar, las únicas cualidades que prometíapara el futuro en aquel1a época eran: que tenía aficio­nes sólidas y variadas y mucho entusiasmo por todoaquello que me interesaba, y que sentía un placer es­pecial cn la comprensión de cualquier materia o cosacompleja. Un profesor particular me explicó Euclides,y recuerdo claramente la intensa satisfacción que meproporcionaban las claras demostraciones geométri­cas. Con la misma nitidez recuerdo el deleite que meproducían las explicaciones de mi tío (el padre deFrancis Calton) sobre el vernier de un barómetro.Con respecto a mis gustos variados, independiente­mentc de la ciencia, era aficionado a leer libros diver­sos y solía quedarme durante horas sentado leyendolas obras históricas de Shakespeare, generalmentejunto a una vieja ventana en los gruesos muros de laescuela. También leía poesía, como Seasons de Thom­son y los poemas recientemente publicados de I:lyrony Scott. Menciono esto porque posteriormente en mivida perdí completamente, con gran pesar mío, to(logusto por cualquier clase de poesía, incluido Shakes­peare. En relación con mi afición por la poesía, puedoañadir que en 1822, durante un recorrido a caballopor la frontera de Cales, se despertó en mí por prime­ra vez un vivo deleite por el paisaje, que ha duradomás que ningún otro goce estético.

Al principio de mi etapa escolar, un chico tenía unejemplar de Wonders of the World (Maravil1as delmundo), que lo leía con frecuencia, y discutíamos conotros muchachos sobre la veracidad de algunos rela-

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tos; creo que este libro me inspiró el deseo de \~ajar

por países remotos que se cumplió finalmente con elviaje del Beagle. Después durante mi vida escolar, meaficioné apasionadamente a la caza; no creo Que nadiehaya mostrado mayor entusiasmo por la causa mássanta que yo por cazar pájaros. Qué bien recuerdocuando maté mi primera agachadiza; mi emoción eratan grande que me fue dificilísimo recargar la escope­la, a casua del temblor de mis manos. Esta aficiónconlinuó mucho tiempo y llegué a ser un tirador muybueno. Cuando estaba en Cambridge solía ensayar lle­vándome la escopeta al hombro delante de un espejopara ver si lo había hecho correctamente. Otro méto­do mejor era conseguir un amigo que agitara una velaencendida, y entonces disparar a la vela con una tapaen el cañón del arma, de tal forma que si la punteríaera buena, la pequeña corriente de aire apagaba lavela. La explosión de la tapa producía un violentochasquido, y me contaron que el prefecto del colegiohizo la siguiente obsenración: ((Qué cosa más extraor­dinaria, Mr. Darwin parece pasar las horas chas­queando un látigo en su habitacón, pues oigo frecuen­temente el chasquido cuando paso bajo sus ventanas.»

Entre los escolares contaba con muchos amigos alos que apreciaba cariñosamente y pienso Que enton­ces mi carácter era muy afectuoso.

Respecto de la ciencia, continuaba coleccionandominerales con mucho entusiasmo, pero bastanteacientíficamente: lo único que me preocupaba era en­Contrar un mineral recién descubierto, y apenas inten-

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taba clasificarlos. Debía observar a los insectos concierta atención, ya que cuando tenía diez anos (18 19)fui tres semanas a Plas Edwards, en la costa de Gales,y me interesó y sorprendió mucho ver un gran insectohemíptero negro y escarlata, muchas polillas (Zygoe­na), y una cicindela, que no se encuentran en Shrops­hire. Casi me decidí a empezar a coleccionar todos losinsectos que pudiera encontrar muertos, pues trasconsultar a mi hermana llegué a la conclusión de queno estaba bien matar insectos con el objeto de haceruna colección. Desde que leí Selborne de White, meinteresó mucho observar las costumbres de los pája­ros e incluso tomé notas sobre la cuestión. En mi sim­pleza, recuerdo que me preguntaba por qué no todoslos caballeros se hacían ornitólogos.

Hacia el final de mi vida escolar, mi hermano se de­dicaba concienzudamente a la química; montó unbuen laboratorio con aparatos propios en la casetadonde se guardaban las hcrramicntas del jardín y meperrnjtía Que le ayudara como auxiJiar en la mayprparte de los experimentos. Obtenía todos los gases ymuchos compuestos; yo leí atentamente diversos li­bros de química, tales como Chemical Caleclúsm (Ca­tecismo de la Química) de Henry y Parkes. La materiame interesaba mucho y con frecuencia continuába­mos el trabajo por la noche hasta bastante tarde. Éstafue la mejor faceta de mi educación en la escuela, yaque me mostró prácticamente el significado de la cien­cia experimental. El hecho de que nos dedicábamosde alguna forma a la química llegó a conocerse en la

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escuela y. como era un suceso sin predecentes, me pu­sieron el mote de «Gas._ En otra ocasión, el director,doctor Butler, me reprendió públicamente por perderasí mi tiempo con materias inútiles; muy injustamen­te, me llamó poco curante, y como no comprendí loque quería decir, me pareció un reproche terrible.

Como no hacía nada útil en la escuela, mi padre, in­teligentemente, me sacó a una edad bastante más tem­prana de la habitual, y me envió (octubre de 1825)con mi hermano a la Universidad de Edimburgo, don­de permanecí dos años o cursos_ Mi hermano estabacompletando sus estudios, aunque no creo que tuvieraintención de practicar nunca, y me enviaron allá paracomenzarlos. Pero poco después me convencí, por di­vcrsas circunstancias, de que mi padre me dejaría he­rencia suficiente para subsistir con cierto confort, sibien nunca imaginé que sería tan rico como soy; sinembargo, mi comicción fue suficiente para frenarcualquier esfuerzo persistente por aprender medicina.

La educación en Edimburgo se impartía entera­mente en forma de lecciones magistrales, que resulta­ban intolerablemente aburridas, a excepción de las dequímica de Hope; pero, en mi opinión, este sistema deenseñanza no presenta ninguna ventaja y sí, en cam­bio, muchas desventajas. en comparación con el quese basa en la lectura. Las clases de '\1ateria Médica deldoctor Duncan a las ocho en punto, en una mañana deinvierno, son algo horrible de recordar. El doctorMunro hacía sus conferencias de anatomía humanatan aburridas como él mismo, y la materia me disgus-

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taba. Que no se me obligara a practicar disección seha revelado una de las mayores calamidades de lavida, ya que pronto hubiera superado mi repugnan­cia, y la práctica hubi~ra sido estimable para todo mitrabajo futuro. Esto ha sido un mal irremediable, asícomo mi incapacidad para dibujar. También asistíaregularmente a las sesiones clínicas en el hospital.Ciertos casos me angustiaron enormemente y aúnconservo vivas imágenes de algunos de ellos; sin em­bargo. no era tan tonto como para dejar que esto ami­norara mi asistencia. o puedo comprender por quéesta parte de mis estudios médicos no me interesómás, pues durante el verano anterior a mi llegada aEdimburgo. empecé a asistir en Shrewsbury a algunospobres, principalmente niños y mujeres: Tomaba no­tas del caso tan completas como me era posible, contodos los síntomas. y las leía en \'oz alta a mi padre,quien me sugería nue"as indagaciones y me aconseja·ba las medicinas que había que administrar, y que yomismo preparaba. Ilubo momentos en que teníacomo mínimo doce paeientes, y sentía un profundo in ­terés por el trabajo. Mi padre, que era con mucho' elmejor juez de caracteres que he conocido jamás. decíaque yo triunfaría como médico; quería decir con estoque tendría muchos pacientes. Sostenía que el princi­pal elemento del éxito era inspirar confianza; sin em·bargo, lo que no sé es que vio en mí que le convencierade que yo inspiraría confianza. También asistí en dosocasiones a la sala de operaciones en el hospital deEdimburgo y vi dos operaciones muy graves, una de

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ellas de un niño, pero salí huyendo antes de que con­cluyeran. Nunca más volví a asistir a una, pues nin­gún estímulo hubiera sido suficientemente fuertecomo para forzarme a ello; esto era mucho antes delos benditos días del cloroformo. Los dos casos me tu­vieron obsesionado durante muchos años.

Mi hermano sólo permaneció un año en la Universi­dad, así que durante el segundo año fui abandonado amis propios recursos; y esto fue una ventaja, ya quellegué a conocer a varios jóvenes aficionados a la cien­cia natural. Uno de ellos era Ainsworth, que publicóposteriormente sus \~ajes por Asiria; era un geólogowemeriano y sabía un poco de muy diversas materias.El doctor Coldstream era un joven muy diferente, esti­rado, formal, altamente religioso y sobre todo bonda­doso; post.eriormente publicó algunos buenos artícu ­los zoológicos. Un tercer joven era Hardie, que piensohubiera sido un buen bouinico, mas murió pronto enla India. Por último, el doctor Grant, que me llevabavarios años; sin embargo no puedo recordar cómo lle­gué a conocerle; publicó algunos ensayos de primeraclase sobre cuestiones zoológicas, pero después de irsea Londres como profesor de Colegio Universitario, nohizo más en ciencia, algo que siempre me ha resultadoinexplic.wle. Lo conocía bien; era de maneras secas yformales, con mucho entusiasmo bajo esta corteza.Un día, mientras paseábamos juntos, expresó abierta­mente su gran admiración por Lamarck y sus opinio­nes sobre la evolución. Le escuché con silencioso estu ­por, y, por lo que recuerdo, sin que produjera ningún

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efedo sobre mis ideas. Yo había leído con anteriori­dad la Zoollomia de mi abuelo, en la que se defiendenopiniones similares, pero no me había impresionado.No obstante, es probable que el haber oído ya en mijuventud a personas que sostenían y elogiaban talesideas haya favorecido el que yo las apoyara, con unaforma diferente, en mi Origen de las especies. En aque­lla época yo admiraba muchísimo la ZoollOmia, peroal leerla por segunda vez tras un intervalo de diez oquince años quedé muy defraudado, tan grande era laproporción de especulaciones respedo de los datosque proporcionaba.

Los dodores Grant y Coldstream prestaban muchaatención a la zoología marina, y frecuentementeacompañaba al primero a buscar animales en las lagu­nillas de marea, diseccionándolos lo mejor que podía.También me hice amigo de algunos pescadores de

ewhaven; a veces les acompañaba cuando pescabanostras a la rastra, y de este modo obtuve muchos espe­címenes. Sin embargo, mis intentos eran muy pobrespor no haber tenido una práctica regular en di~ección

y por no poseer más que un pésimo microscopio. Noobstante, hice un pequeño descubrimiento interesantey alrededor de los comienzos del año 1826 di ante laPUllíall Society una breve disertación sobre la mate­ria. Consistía en que las llamadas ovas de Flustra te­nían capacidad de movimiento independiente por me­dio de cilios, y que eran de hecho larvas. En otra cortadisertación demostré que los pequeños cuerpos glo­bulares, que se suponían correspondían a una etapa

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jO"en del Fucus loreus, eran los depósitos de huevosdel vermicu lar Pontobdella lIlurícata.

La PUnian Society fue fomentada, y creo que funda ­da, por el profesor J2meson; se componía de estudian­tes y se reunía en un sótano de la Universidad con ob­jeto de leer y discutir comunicaciones sobre ciencianatural. Solía asistir con regu laridad, y dichas reunio­nes influyeron positivamente en mí, estimulando miafición y proporcionándome nuevas amistades agra­dables. Una tarde se levantó un pobrc joven, y trastartamudear durante un prodigioso espacio de tiempoy enrojecer, balbuceó finalmente las siguientes pala­bras: .Sr. Presidente, he olvidado lo que iba a decir.»El pobre chico parecía bastante abrumado y losmiembros estaban tan sorprendidos que no se les ocu­rrió ni una palabra para ocultar su confusión. Las co­municaciones Que se leían en nuestra pequeña sacie·dad no se publicaban. así que no tuve la satisfacciónde "er la mía impresa; sin embargo creo que el doctorGra nt hizo mención de mi pequeño descubrimientoen su excelente memoria sobre las Flustra.

También era miembro de la Royal Medical Societyy asistía con bastante regularidad, pero co mo las ma­terias eran exciusi\'amente médicas no me interesa­ban mucho. Se decían allí muchos disparates, aunquehabía algu nos buenos oradores, de los cuales el mejorera el difunto sir J. Kay-ShutUeworUl. El doctorGrant me llevaba a veces a las reuniones de la Werlle­rían Society donde se leían , discutían y posteriormen ­te se publicaban en las actas, comunicaciones diversas

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sobre historia natural. Oí a Audubon pronunciar al­gunas interesantes conferencias sobre las costumbresde los pájaros norteamericanos, despreciando algo in­justamente a Waterton. A propósito, en Edimburgovivía un negro que había viajado con Waterton y quese ganaba la vida disecando pájaros, cosa que hacíaexcelentemente: me daba lecciones que yo pagaba, yacostumbraba a reunirme con él a menudo, ya que eraun hombre muy agradable e inteligente.

El señor Leonard Horner me llevó también una veza una reunión de la Royal Society de Edimburgo,donde vi a sir Walter Scott. que desempeñaba el cargode Presidente, y que se excusó ante la concurrencia,porque no se consideraba el hombre idóneo para di­cho cargo. Yo le miraba a él y a todo el escenario concierto temor y respeto, y pienso que debido a estavisita durante mi juventud y a haber asistido a laRoyal Medical Society, me alegró más ser elegidomiembro honorario de ambas sociedades, hace unoscuantos años, que cualquier otro honor similar. Sime hubie.A'an dicho en aquel tiempo que un díaiba a ser honrado de esta forma, reconozco que mehubiera parecido tan ridículo e improbable comosi me hubieran dicho que iba a ser elegido Rey de In­glaterra.

Durante mi segundo año en Edimburgo asistí a lasclases de Jameson de Geología y Zoología, pero eranincrelblemente pesadas. El único efecto que produje­ron en nú fue la determinación de no leer nunca másun libro de Geología ni estudia r esta ciencia en forma

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alguna. Sin embargo, estoy seguro de que estaba pre­parado para un estudio filosófico de la materia, pues­to que· dos o tres años antes un viejo de Shrewsbury,Mr. Cotton, que sabia mucho de rocas, me habia he­cho notar un gran canto rodado, conocidisimo en laciudad de Shrewsbury, al que llamaban la .piedra­campana», diciéndome que no existian rocas de estetipo más cerca de Cumberland o de Escocia, y me ase­guró solemnemente que el mundo Ilegaria a su fin an­tes de que nadie pudiera explicar cómo esta piedra ha­bía llegado donde estaba. Ello me impresionó profun­damente y medité mucho sobre esta maravillosa pie­dra. De modo que senti el más vivo deleite cuando leipor primera vez acerca de la acción de los icebergs enel transporte de cantos rodados y quedé encantadopor cl progreso de la geologia. Igualmente sorpren­dente es el hecho de que, aunque no tengo actualmen­te más que sesenta y siete años, oyera al profesor enuna excursión geológica en Salisbury Craigs disertarsobre un dique volcánico con márgenes amigdaloidesy los estratos endurecidos por todos los lados. Estába­mos total mente rodeados por rocas volcánicas. Elprofesor decia que se trataba de una grieta rellena desedimentos procedentes de arriba, añadiendo con ges­to despectivo que algunos sostenian que se habian in­troducido desde abajo en estado de fusión. Cuandopienso en esta lección no me sorprende que decidierano ocuparme nunca más de la geologia.

Asistiendo a las clases de Jameson conoci al conser­vador del museo Mr. MacGillivray, que después pu-

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blicaría un amplio y excelente libro sobre las aves deEscocia. Sostuve con él muchas charlas interesantessobre historia natural yera muy amable conmigo. Medio algunas conchas raras pues en aquel tiempo yo co­leccionaba moluscos marinos, aunque sin gran entu­siasmo.

Durante esos dos años mis \'acaciones yeraniegasfueron totalmente consagradas a la diversión, aunquesiempre tenía entre manos algún libro que leía con in­terés. En el verano de 1826 hice con dos amigos unlargo recorrido por el norte de Gajes. a pie y cargadoscon mochilas. Andábamos treinta millas la mayoríade los días, incluyendo uno de ellos la subida al Snow­don. También hice un recorrido a caJ)aJlo por cI nortede Gales. con mi hermana y un criado que llevaba unaalforja con nuestras ropas. Los otoños los dedicaha ala caza, por lo general en la residencia de .\1r. Owen,en Woodhouse, y en la de mi tío Jos. en ~1<Ier. Ivli en­tusiasmo era tan grande que so lía dejar las bolas decazar junto a mi cama antes de acost.1rme, para noperder ni med io minuto en ponérmelas por la maña­na; en una ocasión, el 20 de agosto, para cazar gallos­lira antes de que hubiera amanecido, fui a parar a unlugar lejano de la fin ca de Maer; después seguí cami­nando con el guardalJosques durante todo el día, en­tre espesos brezos y jóyenes abetos escoceses.

Llevaba cuenta exacta de todos los pájaros cazadosa lo largo de la temporada. Un día , cuando cazaba enWoodhouse con el capitán Owen, el primogénito. ycon su primo el mayor HiJl , más t.1rde lord Berwick,

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con los que simpatizaba mucho, experimenté la sensa­ción de haber sido trat2do ignominiosamente, puescada vez que disparaba y creía haber mat2do un pája­ro, uno de los dos simulaba cargar su escopet2 y ex­clamaba:« o debes contar ese pájaro pues yo he dis­parado al mismo tiempo., y el guardabosques, perca­tándose de la broma, les daba la razón. Más t2rde mecont2ron la broma, que para mí no era 121, ya que ha­bía cazado un gran número de pájaros, pero no sabíacuántos, por lo que no podía añadirlos a mi list2, queconfeccionaba haciendo un nudo en un trozo de cuer­da at2do a un ojal. Mis mordaces amigos se habíanpercat2do de este detalle.

¡Cómo disfrul2ba cazando!; pero creo que semi­conscientemente, esl2ba avergonzado de mi entusias­mo, ya que tral2ba de persuadirme a mí mismo de quela caza era casi una ocupación intelectual; requeríalant2 habilidad para averiguar dónde encontrar máspiezas y llevar bien a los perros...

Una de mis visit2s otoñales a Maer en 1827 fue me­morable porque encontré allí a sir J. Mackintosh, elmejor conversador que he escuchado jamás. Al ratooí, con una llamada de orgullo, que decía: «Hayalgo en este joven que me interesa.• Ello se deberíaprincipalmente a que se percató de que pres­taba mucha atención a cuanto él decía, pues yo eratotalmente ignorante en sus materias de historia,política y filosofía moral. Creo que oír un elogio deuna persona eminente es bueno para un joven,pues le ayuda a mantenerse en el buen camino, a pesar

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de que probable o seguramente excitará su vanidad.Mis visitas a Maer durante los dos años subsiguien­

tes fueron verdaderamente deliciosas, independiente­mente de la caza de ot.oño. La vida allí era absoluta­mente libre; la región era muy agradable para pasearo montar a eaballo y por las tardes había a menudoconversaciones interesantes, no tan personajes comosuelen ser generalmente en las grandes reuniones fa­miliares, y también había música. En verano se senta­ba toda la familia en los peldaños del viejo pórtico,delante dcl jardín. La empinada ladera, poblada debosques, enfrente de la casa, se reflejaba en el lago, encuya superficie se veía de vez en cuando un pez que sa­lía súbitamente, o un pájaro aucátieo ehapoteando.Nada ha dejado en mi mente un recuerdo tan vivocomo el de estas tardes en Maer. También estaba muyvinculado a mi tío Jos, al que respetaba mucho; era unhombre silencioso y reservado, de apariencia terrible,pero a veces hablaba sinceramente conmigo. Era elprototipo del hombre recto, con un criterio insobor­nable. Creo que ninguna fuerza de la tierra le hubierapodido desviar una pulgada de lo que él considerabael buen camino. Yo solía aplicarle mentalmente la ca­nocidísima oda de lloracio, que ya he olvidado, queincluye las palabras «nec vultus tyranni, etc.».

Cambridge, 1828-18:11. Tras haber pasado doscursos en Edimburgo, mi padre se percató, o se enterópor mis hermanas, de que no me agradaba la idea deser médico, así que me propuso hacerme clérigo. Mipadre estaba vehementemente en contra de que me

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\'ol\riera un señorito ocioso, cosa Que entonces parecíami destino más probable. Pedí algún tiempo para con­siderarlo, pues. por lo poco que había oído o pensadosobre la materia, sentía escrúpulos acerca de la decla­ración de mi fe en todos los dogmas de la Iglesia An­glicana aunque. por otra parte. me agradaba la ideade ser cura rural. Por consiguiente, leí con gran aten­ción Pearson on ¡he Creed (Pearson: acerca del credo)y otros cuantos libros de teología y, como entonces nodudé lo más mínimo sobre la \'erdad estricta y literalde cada una de las palabras de la Biblia. me convencíinmediatamente de que debía aceptar nuestro credosin rrse l'Y3S.

Considerando la ferocidad con que he sido atacadopor los ortodoxos. parece cómico que alguna "ez pen­sara ser clérigo. '\ no es que yo renunciara expresa­mente a esta intención ni al deseo de mi padre, dichaintención murió de muerte natural cuando, al dejarCambridge, me uní al Beagle en calidad dc naturalis­!<l. Si hemos dc fiarnos de los frenólogos, yo era, encierto sentido, idóneo para ser clérigo. Hace unosaños. los secretarios de una sociedad psicológica ale­mana me pidieron encarecidamente por carla una fo­tografía. y algún tiempo después recibí las actas deuna de sus reuniones, en la que, al parecer. la configu­raciÓn de mi cabeza había sido objeto de una discu­siÓn pública, y uno de los oradores había declaradoque tenía la protuberancia de la re"erencia desarrolla­da cama para diez sacerdotes.

Puesto que había decidido ser clérigo. se imponía la

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necesidad de asistir a alguna de las universidades in·glesas y graduarme; pero como no había abierto un li­bro clásico desde que dejé la escuela, me di cuenta deque, para desencanto llÚo. en los años transcurridosdesde entonces, había oh·idado. por increlble quepueda parecer, casi todo lo que había aprendido, in­cluso algunas letras griegas. Por ello no ingresé enCa mbridge en la época habitual, en octubre, sino queme preparé con un profeso r particular en Shrews­bury, y fui a Cambridge después de las vacaciones deNavidad, a comienzos de 1828. Pronto recuperé minivel escolar de conocimientos .1' pude traducir obrassenci llas, como I lomera y el Testamento griego, conrelati\'a facilidad.

Durante los tres años que pasé en Cambridge des­perdicié el tiempo I<1n absolutamente como en Edim­burgo y en la escuela, en lo que a los estudios acadé­micos se refiere. Traté de estudiar matemáticas y has·ta fui a BarmouUl durante el verano de 1828 con unprofesor particular, pero ava nzaba muy despacio. Eltrabajo me resu ltaba repugnante, sobre todo porqueno veía ninguna utilidad al álgebra durante mis pri'meros pasos en dicha materia. li impaciencia fue dis·paratada; años después he lamenl<1do profundamenteno haber avanzado al menos lo suficiente para com­prender algo de los grandes principios fundamentalesde las matemáticas, ya que las personas que tienen esedon parecen poseer un sexto sentido. Sin embargo, nocreo que hubiera pasado de un nivel muy bajo. Conrespecto a los clásicos, no hice nada excepto asisti r a

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algunas clases obligatorias del College, y la asistenciaera pniclica rncnlc nominal. En mi segundo anos tuveQue trabajar uno o dos meses para pasar el LitÜe-Go·,cosa Que conseguí fácilmente. Asimismo, en mi útimoaño trabajé con cierto ahínco para el dip loma final deB.A.··, repasé mis clásicos, así como un poco de Ál­gebra y de Euclides; este último me proporcionó unenorme placer, como ya me había suced ido en la es­cuela. Para aprobar el examen del B.A. había que co­nocer también Evidences o[Christiallity (Pruebas delCristianismo) de Paley, y la Moral PhilosoPhy (Filo­sofía moral) del mismo autor. Los estudié a fondo, yestoy seguro de que podría haber transcrito el Evidell­ces entero con perfecta corrección, aunque, por su­puesto, sin el claro estilo de Paley. La lógica de este li ­bro y, puedo añadir, la de su Natural Theology (Teo­logía natural), me procuró tanto deleite como Eucli­des. El estudio cuidadoso de estas obras, si n tratar deaprender nada de memoria, fu e la única parte del cur­so académico que, como pensaba enlonces y sigo cre­yendo ahora, sirvió algo para la ed ucación de mi men­te. En aq uel tiempo no me preocupé por las premisasde Paley y, aceptándolas de buena fe , quedé encanta­do y convencido por la prolongada argumentación.Como respondí acertadamente las preguntas del exa­men sobre Paley, hice bien las de Euclides y no fracasé

-* El primer examen para el títu lo de 13. A. en Cambridge. (T.)** Bachclor of Arts. Licenciatu ra de grado medio en las fa­

Cultades humanísticas de la Universidad in~ l esa. (T.)

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rotundamente en Clásicos, conseguí un buen puestoentre los OL 1toAAoi, o multitud de gente que no se pre·senta a examen para calificaciones superiores. Extra·ñamente, no puedo recordar en qué lugar quedé, y mimemoria fluctúa entre el quinto, décimo o duodécimonombre de la lista.

En la Universidad se daban clases en diversas ra·mas, siendo la asistencia absolutamente voluntaria,pero estaba tan harto de las de Edimburgo que noasistía ni siquiera a las elocuentes e interesantes lec·ciones de Sedgwick. Si hubiera ido, probablementeme habría convertido en geólogo antes. De cualquierforma asistía a las conferencias de botánica de Hens,low, que me agradaban mucho por su extrema clari·dad y las admirables ilustraciones; sin embargo, naestudié botánica. Henslow solía llevar a los alumnos,que incluían varios de los miembros más antiguos dela Universidad, a excursiones de campo, a pie, o encoche cuando eran trayectos largos, y en una barcazapor el río, disertando sobre las plantas y animales másraros que se observaban. Estas excursiones eran deli·closas.

Aunque, como veremos, hubo algunos rasgos bue·nos en mi vida en Cambridge, en general perdí el tiem'po allí, y más que perdido. Debido a mi pasión por eltiro y la caza, y, cuando esto no era posible, por cabal·gar en el campo, fui a parar a una pandilla poco seriaen la que se reunían algunos jóvenes relajados y me·diocres. Solíamos comer juntos, aunque con frecuen'cia se sentaba con nosotros alguien de mejor calaña. A

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veces bebíamos demasiado, cantábamos alegrementeydespués jugábamos a las cartas. Sé que debería aver­gonzarme de los días y las noches que pasé de esta for­ma, pero como algunos de mis amigos eran muy sim­páticos y todos gozábamos del mejor humor, no pue­do remediar el recordar estos días con gran placer.

Sin embargo, me alegra pensar que tenía muchosotros amigos de naturaleza muy diferente. Era íntimode WhiUey, que llegaría a ser Senior Wrangler*; so­líamos dar largos paseos juntos. Él me infundió la afi­ción por las pinturas y los buenos grabados, de loscuales compré algunos. Con frecuencia iba a la Fitzwi·lliam Gallery y debía tener bastante buen gusto, pues,desde luego, admiraba las mejores pinturas, y las dis­cutía con el viejo conservador. Así mismo leí con mu­cho interés el libro de sir Joshua Reynolds. Esta afi­ción, aunque no era instintiva en mí, me duró muchosaños, y muchas de las pinturas de la National Galleryde Londrcs me proporcionaron gran deleite; las deSebastián del Piombo excitaban en mí la sensación delo sublime.

También me introduje en un grupo musical, creoque por medio de mi simpático amigo Herbert, que segraduó con las máximas calificaciones. Juntándome aestas personas y oyéndolas tocar, adquirí una granafición por la música y muchas veces ajustaba el hora·rio de paseos para oír el himno que se cantaba en la

I *. En Cambridge. persona situada en los primeros puestos dea !Ista de los que han obtenido un título superior. (T.)

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capilla del King's Co llege durantc la semana. Ello meproducía un intenso placer, hasta el punto de que a ve­ces sentía mi espinazo estremecerse. Estoy seguro deque en esta afición no había ningunél afectación nimera imitación, pues yo solía ir solo al King's Collegeya veces pagaba a los chicos del coro para que canta­ran en mis habiJ.,1ciones. Sin embargo, tengo tan maloído que no soy capaz de percibir una disonancia nide llevar el compás o tararear una melodía correcta­mente: es un misterio có mo podía encontrar placer enla música.

Los amigos que compartían esta afición se percata­ron de mi ineptitud, j" a veces se divertían sometiéndo­me él una prueba consistente en ave riguar cuántas me­lodías podía idenlificar si las interpretaban a un ritmomás rapido o más lento de lo habitual. El . Cod saveUle King» tocado de esa forma era un penoso enigma.Había otro chico con un oído casi tan malo como elmío, y, aunque resulte extraño, tocaba un poco laflauta. En una ocasión tuve la alegría de derrotarle enuna de nuestras pruebas musicales.

Pero durante el tiempo que pasé en Cambridge nome dediqué a hinguna actividad con J.,1nta ilusión, nininguna me procuró tanto placer como la de coleccio­nar escarabajos. Lo hacía por la mera pasión de colec­cionar, ya que no los disecaba y raramente compara­ba sus caracteres externos con las descripciones de loslibroS, aunque, de todos modos, los clasificaba. Vayadar una prueba de mi entusiasmo: un día, mientrasarrancaba cortezas viejas de árboles, vi dos raros es-

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('arabajos y cogf uno en cada mano; entonces vi a untercero de otra clase, que no mc podía permitir per­der, así que melí en la boca el que sostenía en la manoderccha. Pero ¡ay', expulsó un fluido intensamenteácido que me quemó la lengua, por lo que me vi forza­do a escupirlo, perdiendo este escarabajo, y tambiéncl tcrcero. -

Sc me daba muy bien coleccionar e inventé dos mé­todos nuevos. Contrataba a un peón para que rasparamusgo de árboles viejos durante el invierno y lo me­tiera en un gran saco, y también para que recogiera labasura del fondo de las barcazas que transportabanjuncos traídos de los pantanos. De esta forma conse­guí algunas especies muy raras. Jamás poeta algunose ha delcitado tanto al ver su primer poema publica­do como yo cuando vi en Illus/ya/ions o[ British In­see/s (Grabados- de insectos ingleses) de St.ephen laspalabras mágicas: "Capturado por C. Darwin, Esq.»Me inició en la entomología mi primo segundo, W.Darwin Fax, hombre inteligente, y agradabilísimo,que entonces estaba en el Christ's College, y con el queintimé mucho. Posteriormente hice buena amistadCon Albert Way del Trinity, con el que salía a buscarinsectos, y que aii.os después seria un conocidísimo ar­queólogo; también con H. Thompson, del mismo co­legio, más tarde notable especialista en agricultura,presidente dc un fcrrocarril y miembro del Parlamen­to. ¡Parece como si la afición a coger escarabajos fue­ra indicio de un futúro éxito en la vida!

Me sorprendo de la impresión tan indeleble que de-

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jaron en mi mente muchos de los escarabajos que cogíen Cambridge. Puedo recordar el aspecto exacto dealgunos pilares, \iejos árboles y riberas en los que hehecho buenas capturas. El bello Panagaeus crux­major era un tesoro en aquellos días; aquí en Down viun escarabajo que corría por un camino y, a l cogerlo,percibí al instante que difería ligeramente del P. crux­major; resultó ser un P. quadripunctalus, que no esmás que una variedad o especie muy parecida a aq ué­lla; sólo las separa una pequeña diferencia morfológi­ca. En aquellos tiempos jamás había visto un Licinusvivo, el cual, para unos ojos inexpertos. apenas se dis­tingue de los escarabajos negros carábidos; pero mishijos halJaron aquí un ejemplar, e inmediatamente re­conocí que se trataba de algo nuevo para mí. Y sinembargo, en los últimos vei nte años no había visto niun escarabajo británico.

No he mencionado aún una ci rcunstancia que influ­yó más que ninguna otra en mi carrera. Se trata de miamistad con el profesor Ilenslo\\'. Antes de ingresaren Cambridge. mi hermano me había hablado de élcomo hombre que conocía todas las ramas del saber,por lo que yo estaba ya predispuesto a respetarle. Elprofesor recibía en su casa una vez en semana, y allí sereunían por la tarde todos los estudiantes aún no gra­duados y algunos de los miembros más antiguos de laUniversidad vinculados a la ciencia. Pronto conseguíuna invitación a través de Fax, y desde entonces asistía aquellas reuniones regu larmente. Al poco tiempohice buena amistad con Ilenslo\\', y durante la segun-

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da miuld de mi estancia en Cambridge paseábamosjuntos muchos días, por lo que algunos alumnos mellamaban «cl quc pasca con Henslow». Con frecuenciame invitaba a comer con su familia. Tenía grandes co­nocimientos de botánica, entomología, química, mi­neralogía y geología. Su mayor afición consistía endeducir conclusiones a partir de largas y minuciosasobservaciones. Su criterio era excelente y su inteligen­cia. en conjunto, muy equilibrada; sin embargo, su­pongo que nadie diría que poseía un genio original.

Era profundamente religioso y tan ortodoxo queun día me dijo que se afligiría si se alterara una solapalahra de los treinuI y nueve Artículos. Sus cualida­des morales eran admirables en todos los sentidos.Esu,ba libre del menor asomo de vanidad u otros sen­timientos mezquinos. No he visto nunca un hombreque pensara tan poco en sí mismo o en sus intereses.Su huen humor era imperturbable y sus maneras en­cantadoras y corteses; con todo, pude observar quecualquier mala acción podía despertar en él la másacelerada indignación y hacerle actuar impetuosa­mente.

Una vez, en compañía de Henslow, vi en las cal1esde Cambridge una escena casi L1n horrible como lasque pudieran haberse visto durante la RevoluciónFrancesa. Dos ladrones de cadáveres habían sido de­tenidos y, cuando eran conducidos a la prisión, unaencrespada multitud se los arrebató al alguacil, y losarrastró por las piernas a lo largo del embarrado y pe­dregoSO camino. Estaban cubiertos de barro de pies a

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cabeza, y sus caras sangraban, ya fuera por las pata­das o por las piedras; parecían ya muertos, pero lamultitud era tan densa que apenas pude echar un vis­tazo a las infelices criaturas. Nunca en mi vida he vis­to en un rostro humano una expresión de ira como laque revelaba Henslow ante esta horrible eseena. Tra­tó de penetrar entre la muchedumbre varias veces,pero sencil1amente era imposible. Entonces se lanzóen busca del alcalde ordenándome que no le siguiera,sino que fuera a buscar más policías. He olvidado loque pasó después, excepto que los dos hombres pudie­ron ser llevados vivos a la prisión.

La benevolencia de Henslow era ilimitada, comodemostró con sus excelentes proyectos para sus feli­greses pobres, cuando años después ocupó e1 benefi­cio de Hitcham. Mi íntima amistad con este hombredebió ser, y espero que así lo fuera, de un provechoinestimable para mí. No puedo evitar la mención deun incidente insignificante que pone de manifiesto sucariñosa naturaleza. Estaba yo examinando unos gra­nos de polen sobre una superficie húmeda cuando vique emergían los tubos polínicos; en seguida corrí acomunicarle mi sorprendente descubrimiento. Ahorapienso que ningún otro profesor de botánica hubieraaguantado la risa al verme llegar con tal precipitaciónpara comunicarle una cosa así. Sin embargo, él coin­cidió conmigo en que el fenómeno era muy interesan­te y me explicó su significado, pero haciéndome com­prender e1aramente lo conocidísimo que era, de modoque lo dejé sin sentirme humillado en absoluto, antes

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bien complacido de haber descubierto por nú mismoun hecho tan importante, pero decidí no apresurarmeotra vez a comunicar mis descubrimientos.

El doctor Whewell era una de las personas más dis­tinguidas y de edad más avanzada de las que visitabanasiduamente a J-lenslow y en varias ocasiones me vol­ví a casa por la noci ,e dando un paseo con él. Despuésde sir J. Mackintosh, era el mejor conversador que ha­bía oído en temas serios. Leonard Jenyns, que poste­riormente publicaría algunos buenos ensayos de his­toria natural, se hospedaba frecuentemente en casa deHenslow, que era su cuñado. Yo iba a visitarle a sucasa parroquial, cerca de los Fens [Swaffham Bul­beck], y dimos muchos paseos y sostuvimos muchascharlas sobre historia natura!. También hice amistadCon olras personas que eran ajenas a la ciencia, peroamigas de Henslow. Una de ellas era un escocés, her­mano de sir Alexander Ramsay, y tutor del Jesus Co­lIege; era un hombre encantador, pero no vivió mu­chos años. Otro era Mr. Dawes, posteriormente deánde Hereford, y famoso por sus logros en la educaciónde los pobres. Estos hombres y otros de la misma ca­tegoría, junto con J-lenslow, solían hacer de vez enCuando largas excursiones por la región, a las que medejaban ir, y eran de lo más agradable.

De estos recuerdos ded uzco que debía haber algoen mí que me hacía un tanto superior a lo común en­tre los jóvenes; de otro modo, los señores antes men­cionados, que me llevaban tantos años y cuya posi­ción académica estaba tan por encima de la mía, no

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me hubiesen dejado unirme a ellos. Indudablementeyo no era consciente de tal superioridad y recuerdoque uno de mis amigos juerguistas, Turner, que mehabía visto trabajando con mis escarabajos, me dijoque algún día yo sería miembro de la Royal Society yla idea me pareció descabellada.

Durante mi último año en Ca mbridge, leí con aten­ción y profundo interés Personal Narrative (Relatoíntimo) de Humboldt. Esta obra y la ll1trodllctioll tothe Study oiNatural Phi/osophy (Introducción al es­tudio de la filosofía natural) de sir J. Herschel suscita­ron en mí un ardiente deseo de aportar aunque fuerala más humilde contribución a la noble estructura dela ciencia natural. Ningún libro de la docena que ha­bía leído me influenció tanto como aquellos dos.Tomé nota de largos párrafos de Humboldt sobre Te­nerife y se los leí en voz alta a llenslo\\', Ramsay y Da­wes (creo), en una de las excursiones antes menciona·das. ya que precisa mente les había hablado en unaocasión de las glorias de Tenerife y algunos del grupohabían declarado que intentarían ir allá: pero creoque hablaban medio en broma. Yo, sin embargo, melo tomé muy en serio, y conseguí que me presentaranél un marino mercante de Londres que me informarasobre barcos: por supuesto. el proyecto quedó frustra­do por el "iaje del Beagle.

Dediqué mis vacaciones de verano a coleccionar e<;­carabajos, leer algo y hacer breves excursiones. Enotoño consagré todo el tiempo a la caza, principal­mente en Woodhouse y Maer y a veces con el joven

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Eyton de Eyton. En general, los tres años que pasé enCambridge fueron los más g07.0S0S de mi afortunada"ida, pues tenía una salud excelente y casi siempre es­taba de buen humor.

Como ro había ingresado en Cambridge después deNavidades, tU"e que permanecer allí dos trimestresmás una vez pasado mi examen final, a principios de1831, Y Henslo\V me persuadió de que comenzara acstud ia r geología. Por lo tanto a mi regreso a Shrops­hire examiné algunas zonas y coloreé un mapa de lasregiones de los alrededores de Shrewsbury. El profe­sor Sedgwick pensaba ,isitar el norte de Ga les a co­mienzos de agosto para proseguir sus famosas investi·gaciones geológicas en medio de las rocas más anti·guas, y Henslow le pidió que me dejara acompañarle.Asi pues, vino a casa de mi padre, pasando aHi lanoche.

Una breve conversación que tuve con él aqueHa tar­de dejó una fuerte huella en mi mente. Un obrero mehabia contado que, cuando estaba examinando unviejo cascajar cerca de Shrewsbury, habia encontradouna gran concha tropical de voluta deteriorada, comolas que se "en en las campanas de las chimeneas de lascasas de campo: r. puesto que el obrero no estaba dis­puesto a "ender la concha, me com'encí de que enefecto la habia encontrado en el hoyo. Hablé del asun­to a Sedg\\ick, quien, al instante, dijo (sin duda contoda sinceridad) que la habia tirado alguien al hoyo;pero, a continuación aiiad ió que si la concha estabarealmente enterrada al lí, seria el mayor infortunio

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para la geología, pues echaría abajo todo lo que cono­cemos sobre los depósitos superficiales de la región delos Midlands. En realidad, estas capas de grava perte­necen al período glacial y años después he encontradoen ellas conchas árticas rotas. Pero en aquel tiempome sorprendió que Sedgwick no encontrara placer enun hecho tan maravilloso como es descubrir una con­cha tropical casi en la superficie, en medio de Inglate­rra. Con anterioridad, pese a que había leído varioslibros científicos, nada me había demostrado tanclaramente que la ciencia consiste en agrupar datospara poder extraer de ellos leyes o conclusiones gene­rales.

A la mañana siguiente salimos para LJangollen,Conway, Bangor y Capel Curig. Esa expedición fue deindudable utilidad para mí, pues me inició en la formaen que hay que estudiar la geología de una región. Amenudo Sedgwick me enviaba a una zona paralela ala suya y me decía que le llevara ejemplares de rocas yque marcara la estratificación en un mapa. No mecabe la menor duda de que hacía esto por mi bien, yaque yo era demasiado ignorante para ayudarle. Estaexpedición me proporcionó un sorprendente ejemplode lo fácilmente que pueden pasar inadvertidos los fe­nómenos, por evidentes que sean, antes de que nadielos haya estudiado. Pasamos muchas horas en CwmIdwal, examinando con extremo cuidado todas las ro­cas, pues Sedgwick estaba empeñado en hallar fósilesen ellas; pero ninguno de los dos vio ni un rastro delos maravillosos fenómenos glaciales a nuestro a1re-

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dedor; no advertimos ni las rocas claramente estria­das, ni los cantos rodados detenidos en posicionespoco estables, ni las ,norrenas laterales y terminales.Sin embargo, estos fenómenos eran tan evidenles que.como ya manifesté en un articulo publicado muchosaños después en l'hilosophical Magazine, una casaarrasada por el fuego no expone tan claramente suhistoria como aquel valle. Todavía, si hubiera sido re­llenado por un glaciar, los fenómenos serían menosclaros de lo que son.

En Capel Curig dejé a Sedgwick y, valiéndome debrújula y mapa. me fui en línea recta por las montañasde Barmouth, sin seguir nunca una senda, a menosque coincidiera con mi camino. De este modo pasépor extraños y agrestes lugares y disfruté mucho via­jando así. Visité l:larmouU. para "er a unos amigos deCambridge que estaban estud iando allá, y después re­gresé a Shrewsbur:r y a ~\aer para cazar. pues enaquellos tiempos había pensado que estaba loco si hu­biera ren unciado a los primeros días de la caza dela perdiz a causa de la geología o de cualquier otraciencia.

I'laje del «Beagle» del 27 de diciembre de 1831 al2 deoctubre de 1836

1\1 regresar a casa tras mi breve excursión geológicaPor el norte de Gales, encontré una carta de Henslow,informándome de que el capitán Fitz-Roy deseaba ce-

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der parte de su camarote a un joven yoluntario quequisiera ir con él en el \~aje del Beagle como naturalis­ta, sin recibir ninguna retribución_ Creo que en midiario manuscrito di detallada cuenta de las circuns­tancias que concurrieron en aquel momento; aquí melimitaré a decir que inmediatamente se apoderó de mila impaciencia po r aceptar la oferla, pero mi padrepuso serias objeciones, añadiendo estas palabras quefueron mi fortuna: «Si puedes encontrar una personacon sentido común que te aconseje ir, te daré mi con­sentimiento.• De modo que aquella misma tarde escri­bí, rechazando la oferla. A la manana siguiente mar­ché a Maer, con el fin de estar ya allí el I de septiem­bre, y euando había salido a eazar, mi lío me mandóllamar y se ofreció para llevarme a Shrewsbury y ha­blar con mi padre, pues consideraba que sería sensatopor mi parte el aceptar la oferla. Mi padre había dichosiempre que mi lío era una de las personas más inteli­gentes que había en el mundo, y consintió en seguidade la manera más comprensiva. En Cambridge habíasido bastante derrochador y para consolar a mi padrele dije que «mientras estuviera a bordo del Beagle len­dría que ser condenadamente listo para gastar másde lo correspondiente a mi asignación.; pero él, son­riendo, contestó: «iSi me han dicho que eres muylisto!.

Al día siguiente salí para Cambridge, para ver aHenslow y de allí a Londres a entre\istarme con Filz­

. Roy, y todo se arregló pronto. Más tarde, cuando yahabía intimado mucho con Filz-Roy, me dijo que ha-

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bía estado a punto de no ser aceptado ¡a causa de laforma de mi nariz! Él era un discípulo apasionado de!..avater y estaba com'encido de que podía juzgar elcarácter de un hombre por la configuración de susfacciones; y dudaba de que una persona con una narizcomo la mía tuviera la energía y decisión suficientespara hacer la travesía. Pero creo que posteriormentese alegró de que mi nariz hubiera mentido.

El carácter de Filz-Roy era muy singular, con ras­gos de gran nobleza: era fiel a sus obligaciones, gene­roso hasta el exceso, valiente, decidido, incorregible­mente enérgico y amigo apasionado de cuantos esta­ban bajo su mando. Se hubiera tomado las molestiasque fueran necesarias para prestar ayuda a alguienque la mereciera. Era un hombre elegai1e, sorpren­dentemente caballero, de maneras extraordinaria­mente corteses, que, según me dijo el embajador enRío, recordaban las de su lío materno, el famoso lordCasUereagh. Sin embargo, debía haber heredado deCarlos 11 muchos rasgos de su aspecto, pues el doctorWallich me enseñó una colección de fotografías de lasque era autor y me llamó la atención el parecido deuno de ellos con Filz-Roy; al ver el nombre, observéque se trataba de Ch. E. Sobieski Stuarl, conde de Al­bania, descendiente de aquel monarca.

Filz-Roy tenía muy mal genio. Generalmente erapeor por la mañana temprano; con su vista de linceera capaz de detectar en el barco cualquier cosa queno le gustara, y condenaba la falta sin piedad. Aunquemuy amable conmigo, era un hombre con el que re·

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sultaba muy difícil tener un trato íntimo, a lo que, porolra parte, yo esl.:'1ba forzado por vivir en el mismo ca­marote que él. Tuvimos varias disputas, por ejemplo,en una ocasión, al comienzo de la travesía, en Barna,I3rasil, en que él defendió y alabó la esclavitud, cosaque yo abominaba, y me contó que acababa de visitara un gran propietario de esclavos que había reunido amuchos de ellos y les babía preguntado si eran feliceso si deseaban ser libres, a lo cual todos contesLc~ron

«(No». Entonces le pregunté, Quizá con cierta ironía, sipensaba que la respuesta de los esclavos en presenciade su amo tenía algún valor. Esto lo puso extremada­mente furioso y dijo que puesto que yo dudaba de supalabra, no podíamos seguir viviendo juntos mástiempo. Pensé que me vería forzado a dejar el barco,pero tan pronto como la noticia se extendió, cosa quesucedió con gran rapidez, ya que el capitán había he­cho llamar al primer lugarteniente para que calmarael enfado que tenía por haberme insultado, recibí unainvitación de todos los oficiales de cubierta para quecomiera con ellos, cosa que me alegró profundamen­te_ Pero al cabo de pocas horas Fitz-Hoy mostró suhabitual magnanimidad enviándome un oficial queme transmitió sus excusas y su ruego de que continua­ra viviendo con él.

Su caréicter era en muchos aspectos uno de los másnobles que he conocido.

El viaje del Beagle ha sido con mucho el aconteci­miento más importante de mi vida, y ha determinadotoda mi carrcra; a pesar de ello dependió de una cir-

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cunstancia tan insignificante como que mi tío se ofre­ciera para llevarme en coche las treinta millas que ha­bía hasta Shrewsbury, cosa que pocos tíos hubieranhecho, y de algo tan tri,;al como la forma de mi nariz.Siempre he creído que le debo a la travesía la primerainstrucción o educación real de mi mente; me ,; obli ­gado a prestar gran atención a diversas ramas de lahistoria natural, y gracias a eso perfeccioné mi capaci­dad de observación, aunq ue siempre había estadobastante desarrollada.

La investigación geológica de cada uno de los luga­res "isitados fue mucho más importante, puesto queen ella entra en juego el razonamiento.

Cuando se empieza a examinar un territorio desco­nocido, nada parece más desesperanzador que el caosde las rocas; pero al ir registrando la estratificación yla naturaleza de aquéllas y de los fósiles en múltiplespuntos, especulando siempre y pronosticando lo queencontraremos en otros lugares, se empieza a ver cla­ra la región. y su estructura de conjunto se hace más omenos inteligible. Había lIe"ado conmigo el primervolumen de Principies ofGeology (Principios de Geo­logía) de Lyell, que estudié atentamente, y me resultóde gran ayuda en muchos aspectos. El primer lugarque examiné, Santiago. en el archipiélago de CaboVerde, me demostró claramente la mara,;lIosa supe­rioridad del método que Lyell aplicaba a la geología,en comparación con el de los autores de cualquiera delas obras que yo llevaba conmigo, o que haya leídodespués.

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Otra de mis ocupaciones era recoger todo tipo deanimales; hacía una breve descripción y disecaba gro­seramente muchos de los que procedían del mar,pero, como no era capaz de dibujarlos y no poseía unconocimiento anatómico suficiente, el montón de ma·nuscritos que había hecho durante la travesía resultóprácticamente inservible. Perdí mucho tiempo de estemodo, con la excepción de que dediqué a adquirir al­gún conocimiento sobre crusl.:1.ceos, pues esto me sir­vió cuando, años después, emprendí una monografíasobre los cirrípedos.

Consagraba parte del día a escribir mi diario, y po­nía especial cuidado en describir minuciosa y viva­mente todo lo que había visto; esto fue una buenapráctica. Parte de mi diario sirvió tanibién para mi co­rrespondencia con casa, que enviaba a Inglaterra encuanto se prestaba una oportunidad.

No obstante, los diversos estudios concretos cita­dos no tuvieron ninguna importancia en comparacióncon la práctica del trabajo enérgico, y de la atentaconcentración en cualquier cosa de la que me ocupa­ra, que adquirí entonces. Todo lo que pensaba o leíase refería directamente a lo que había visto o pudieraver, y este hábito mental se continuó a lo largo de loscinco años del viaje. Estoy seguro de que este ejercicioes lo que me ha permitido hacer todo lo que yo hayahecho en la ciencia.

Mirando atrás, puedo darmc cuent.o ahora de laforma en que mi devoción por la ciencia se fue impo­niendo gradualmcnte al rcsto de mis aficiones. Duran-

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te los dos primeros años, mi ,'ieja pasión por la cazasobrevivió préicticamenle con toda su fuerza y cazabayo mismo todos los pájaros y animales para mi colec­ción; pero como la caza interfería en mi trabajo y es­pecial mente en el estudio de la estructura geológica decada región, fui abandonando mi escopeta progresi­I'amente, hasta dejarla por completo y dársela a micriado. Descubrí, aunque inconsciente e insensib le­mente, que el placer de observar y razonar era muchomayor que el que reside en la destreza y el deporte, Elhecho de que mi mente se desarrollara por medio delas acti"idades que lIe"é a cabo durante la travesía,adquirfc verosimilitud por un comentario de mi pa­dre. que era el observador ¡mis agudo quejamás haya,'isto, escéptico por naturaleza y que estaba lejos decreer en la frenología; nada más verme después delviaje, S{' ,"oh"ió hacia mis hermanas y exclamó: ~ iSi leha cambiado hasul la forma de la cabeza'»

Pero I'olvamos al viaje. El 11 de septiembre (de1S:ll) hice con Fitz-Ho)' una bre"e visita al Beagle enPlymouth, De alú fui a Shrewsbur)' para despedirmede mi padre y mis hermanas, El 2~ de octubre trasla­dé mi residencia a Plymouth. donde permanecí hastael27 de diciembre, en que el Beagle se alejó definitiva­mente de las eosuls de 1nglaterra para dar la vuelta almundo, Ilicimos dos intentos pre,-ios de salir, perolU'-imos que "oh'er a puerto a causa de los fuertes"ientos, Estos dos meses en Plymollth fueron los mástristes de mi vida. a pesar de que me ocupaba intensa­mente en diferentes asuntos, La idea de dejar a toda

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mi familia y amigos por un lapso de tiempo tan largome deprimía profundamente y ]a atmósfera de aque­llos días me pareeía inere{blemente triste. Tambiénestaba preoeupado por las palpitaeiones y dolores decorazó n y, como la mayoría de los jóvenes ignorantes,estaba eonveneido de que tenía una enfermedad ear­díaea. No consul té a ningún médico, porque estabaseguro de que me diría que no me hallaba en condicio­nes para hacer el viaje, y yo estaba dispuesto a ir atodo trance.

No es preciso que haga referencia aquí a 10 sucedi­do durante la travesía - dónde fuimos y qué hici­mos- puesto que di una relación suficientementecompleta de los hechos en mi diario, ya publicado.Hoy día, lo que más vivamente me viene a la memoriaes e] esplendor de la vegetación de los Trópicos; aun­que la sensación de sublimidad que excitaron en mílos grandes desiertos de Patagonia y las montañas cu­biertas de bosques de la Tierra del Fuego ha dejadouna impresión indeleb le en mi mente. La vista de unsalvaje desnudo en su tierra natal es algo que no sepuede olvidar nunca. Muchas de mis excursiones a ca­ballo por regiones selváticas, o en barcas, algunas delas cuales duraban varias semanas, fueron enorme­mente interesantes; en aquel tiempo, la incomodidady el cierto grado de peligro que encerraban, apenassuponía un inconveniente, y posteriormente ll egué aaceptarlos con toda naturalidad. Pienso también congran satisfacción en a lgunos de mis trabajos científi­cos, corno la so lución del problema de las islas de] co-

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ral y la explicación de la estructura geológica de algu­nas otras, por ejemplo la de Sta. Elena. Tampocodebo pasar por alto el descubrinllcnto de las singula­res relaciones existentes entre los "nimales y las plan­tas de las diversas islas del archipiélago de las Galápa­gos y de todos ellos con los de América del Sur.

En lo que puedo juzgar respecto de mí mismo, tra­bajé al máximo durante la travesía por el mero placerde investigar y guiado por mi firme deseo de añadiralguno más a la gran masa de datos con que cuenta laciencia natural. Pero también ambicionaba alcanzaruna buena posición entre los cienüficos, aunque notengo idea de si lo ambicionaba más o menos que lamayoría de mis colegas.L~ geología de Santiago es muy chocante. y sin em­

bargo, sumamente simple; sobre el fondo del mar,consl.ituido por conchas recientes trituradas, y por co­rales, corrió en otro tiempo un río de lava que endure­ció aquellos materiales, convirtiéndolos en una rocablanca y dura. A partir de entonces fue surgiendo laisla. Pero la línea de rocas blancas reveló un nuevo eimportante hecho, a saber, que alrededor de los cráte­res que desde entonces habían estado en actividad, yhabían vertido lava, se había producido un hundi­miento. Entonces se me ocurrió por primera vez quequizá podía escribir un libro sobre la geología de lasdiversas regiones visitadas, y ello me hizo estremecerde gozo. Aquélla fue una hora memorable para mí yrecuerdo con extraordinaria claridad el profundoacantilado de lava bajo el cual descansaba, con un sol

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abrasado r, a lgu nas extrañas plantas del desierto jun­to a mí y, a mis pies, corales ,-ivos en las lagu nas demarea. Posteriormente, durante el viaje, Fitz-Hoy mepidió que le leyera algo de mi dia rio y manifestó quemerecería la pena publicarlo; iasí que aquí había unsegundo libro en perspectiva'

Cua ndo esLci ba mos en Asce nsió n, hacia fi nal del via­je. recibí una carla en la que mis hermanas me conta­ban que Sedg\\' ick había visitado a mi padre y le habíadicho que yo me situaría entre los cienüficos más ¡m­l)ortantes. En aquel tiempo no podía comprendercómo podía él haber tenido conocimiento de mi labor,pero me he enterado (creo que posteriormente) de queI lenslo\\' había leído ante la P/¡i/osop/¡ical Society deCambridge algunas de las cartas que yo le había escri­to, y ¡as ha!)ía impreso para distribuirlas privadamen­te. También mi colección de huesos fósiles, que ha!)íaenviado a Henslo\\', dspertó co nsidera!)le interés entrelos pa leontó logos. T ras lee r esta carla, subí las monta­¡las de Ascensió n con paso sa ltarín e hice resonar lasrocas "oicán icas con mi marti llo de geólogo, Todo estoprueba lo ambicioso que era; pero creo que puedo decircon toda ,'erdad que en los años que siguieron, mepreocupé al máximo por conseguir el beneplácito dehombres como Lyell y Hooker. que eran amigos /lÚas,pe ro no así por el del público en general. Ello no quieredecir que no me causara alcgrín un;) reseña fa"orable ouna buena venla de mis libros. pero era una alegría pa­sajera. y estoy segu ro de no haberme desviado jamásuna pulgada de ca mino pa ra lograr la fama.

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Desde mi regreso a 1ng/aterra (2 de octubre de 1836)hasta mi boda (2 de enero de /839)

Estos dos años y tres meses fueron los más activosde mi vida, aunque en ocasiones me encontraba indis­puesto, por lo que perdí algún tiempo. Tras haber es­tado yendo y viniendo varias veces entre Shrewsbury,Maer, Cambridge y Londres, finalmente, el 13 dediciembre fije mi residencia en Cambridge, don ­de estaban todas mis colecciones bajo la custodiade Il enslow. Allí me quedé tres meses, y examinémis minerajes y rocas con la ayuda del profesor~liller.

Empecé a preparar mi Diario de viaje, lo que no re­presentaba un trabajo muy duro, puesto que había re­dactado cuidadosamente el manusc rito de mi diario, ymi objetivo fundamental era hacer un compendio delos resultados científicos más interesantes. A peticiónde Lyell, envié (.,mbién a la Geologica/ Society unabreve relación de mis observaciones sobre la eleva­ción de la costa de Chile.

El 7 de marzo de 1837 trasladé mi residencia aGreat .\\arlborough Street, en Londres, donde perma­necí casi dos años, hasta que contraje matrimonio.Durante estos dos años terminé mi diario, di variascharlas en la Geological Society, empecé a preparar clmanuscrito de Ge%gical Observations (Observacio­nes geológicas) y gestioné la publicación de Zo%gy oi

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Ihe Voyage oflhe Beagle (Zoología del viaje del Bea­gle). En julio inicié mi primer cuaderno de notas sobredatos relacionados con El origen de las especies, temasobre el que había reflexionado durante largo tiempoyen el que trabajé sin cesar durante los veinte años si­guientes.

A lo largo de estos dos años hice también ciertavida de sociedad y fui secretMio honorario de la Geo­10gUalSociely. \'eía mucho a Lyell. Una de sus princi­pales características era su solidaridad hacia el traba­jo de los demás, y yo estaba tan impresionado comocomplacido por cl interés que mostró cuando, a mi re­greso a Inglaterra, le expuse mis puntos de vista sobrelos arrecifes de co ral. Esto me animó extraordinaria­mente y su consejo y ejemp lo tuvieron mucha influen­cia sobre mí. También veía bastante en aq uel tiempo aRobert Brown; solía visitarle y acompañarlo mientrasdesayunaba los domingos por la mañana, y me obse­quiaba con un rico tesoro de obselyaciones curiosas yagudas advertencias. aunque siempre referidas a cues­tiones insignificantes; nunca sostU\imos una discu­sión sobre problemas amplios o generales de la cien­cia.

A 10 largo de estos dos años hice algunas excursio­nes cortas, a modo de esparcimiento, y una más largaa la rada paralela de Cien Roy, de la que se publicóuna referencia en las Philosophical TransactiollS. Estearüculo fue un gra n fracaso y me avergüenzo de él.Como estaba profundamente impresionado por loque había visto de la elevación de la tierra en Sud amé-

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rica, atribuí la rada paralela a la acción del mar; perotuve que renunciar a esta opinión cuando Agassiz pro­puso su teoría de los lagos glacia res. Yo me había pro­nunciado en favor de la acción del mar porque deacuerdo con el nive l de nuestros conocimientos enaquellos tiempos, no era posi ble ninguna otra explica­ción; y mi error fue una buena lección que me enseñóa no confiar jamás en el principio de exelusión en elterreno científico.

Como no era capaz de dedicarme el día entero a laciencia, leía bastante sobre diversas materias, inclusoalgunos libros de metafísica; sin embargo no estabamuy <lou.do para tales estudios. Por aquel entoncesme deleitaba muchísi mo la poesía de Wordsworth yColeridge y puedo alardear de haber leído la Excur­sión entera dos veces. Anteriormente El paraíso perdi­du dc Milton había sido mi principal favorito, y, cuan­<lo en las excu rsiones que hice durante mi viaje en elBeagle podía lIe\'ar un solo libro conmigo, siempre es­cogía cl de Millon.

Desde mi boda, el 29 de enero de 1839, y residencia en( 'pper Guwer Street, hasta nuestra marcha de Lon­dres y asentamiento en Down, el 14 de septiembre de/842

!Después de hablar de su feliz vida de casado, y desus hijos, continúa):

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A pesar de que trabajé todo lo que pude en los tresalias y ocho meses que residimos en Londres, jamáshe hecho tan poca cosa en un período de tiempo simi­lar. Ello se debió a que frecuentemente estaba indis­puesto, y a una larga y gra\'e enfermedad. La mayorparle de mi tiempo, cuando podía hacer algo, la con­sagraba a mi trabajo sobre los Coral Reefs (Arrecifescoralinos) que había empezado antes de mi boda ycuya última prueba de imprenta estu\'o corregida el6de mayo de 18,12. Este libro. aunque pequelio. mecostó \'einte meses de duro trabajo. pues tm'e que leertodas las obras que traL1ban de las islas del Pacífico)'consultar muchos mapas. Fue altamente consideradopor los científicos y creo que en la actualidad la teoríaexpuesta en él esuí totalmente demostrada.

:-.lo he emprendido ninglín otro trabajo con un espí­ritu tan deducli\'O como éste. pues toda la teo ría fueconccbida en la COSUI occidenta l de América del Sur,antes de haber visto un \'erdade ro arrecife de coral.Por lo tanto, sólo tenia que \'erificar y amplia r mispuntos de \'isul med iante un detenido exa men de losarrecifes "¡,,os. Sin embargo. hay que tener en cuentaque en los dos alias anteriores había prestado incesan­te atención a los efectos de la ele\'ación intermitentede la tierra sobre las costas de Sudamérica. así como ala denudación y deposición de sedimentos. Esto mccondujo necesariamente a rcDcxionar mucho sobrelos efectos del hundimiento, y me resultó f,icil reem­plazar en mi imaginación la continua deposición desedimento por el crecimiento ascendente de los cora-

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les. llacer esto suponía elaborar mi teoría sobre laformación de arrecifes-barrera y de atolones.

En el tiempo que residí en Londres. además de mitrabajo sobre los arrecifes de coral. di algunas charlasen la Ge%gica/ Society. una de ellas sobre los cantosrodados de Sudamérica. otra sobre los terremotos yotra sobre la formación de humus por mediación delas lombrices de tierra. También continué supervisan­do la publicación de Zoology of/he \loyage of/he Sea­g/e. Y no dejé de recoger datos relacionados con elorigen de las especies: a "eces podía hacer esto cuan­do. por enfermedad. estaba incapacitado para hacerninguna otra cosa.

En el "erano de 18~2 me encontré algo restablecidoe hice yo solo un pequeño recorrido por el norte deGales, con el fin de obsen'ar los efectos de los anti­guos glaciares que antaño habían ocupado los vallesmás extensos. Publiqué una breve referencia de losque vi en la Philosophica/ Magazine. Esta excursiónme interesó muchisimo, y fue la última ocasión en laque me encontré con fuerzas suficientes para escalarmont'lñas o hacer marchas largas, como precisa la la­bor del geólogo.

Durante la primera época de nuestra ,ida en Lon­dres, tenía suficientes fuerzas para hacer vida de socie­dad y "isitaba a varios científicos)' otras personas máso menos distinguidas. Contaré mis impresiones conrespecto a ellos, aunque no tengo mucho que decirque merezca la pena.

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Tanto antes como después de mi boda veía más aLyell Que a cualquier otra persona. A mi parecer, suespíritu se caracteri7.aba por la claridad, la prudencia,un buen criterio y una gran originalidad. Cuando lehacía alguna observación sobre geología, no descan­saba hasta ver claramente todo el problema y a me­nudo conseguía Que yo lo comprendiera mejor Queantes. Solía hacer todas las objeciones posibles anteuna sugerencia mía, y aLÍn después de haberlas agota­do todas permanecía mucho tiempo dubitativo. Unasegunda característica era su cordial sentimientode com prensión hacia los trabajos de otros cientí­ficos.

A mi regreso de la travesía en el Beagle, le expliquémis puntos de vista sobre los arrecifes de coral , Que di­ferían de los suyos, y Quedé enormemente sorp rendi­do y animado por el vivo interés Que mostró. Su delei­te por la ciencia era apasionado y sentía el más pro­fundo interés por cI progreso de la humanidad en elfuturo. Tenía muy buen corazón y era enteramente li­beral en sus creencias; aún aSÍ, era firmemente teísta.Su candidez era muy notable. La pone de manifiestoel hecho de Que aceptara la teoría de la evolución,siendo así Que se había hecho famoso por su oposicióna las opiniones de Lamarck; yeso, cuando ya era an­ciano. Me recordó Que hacía muchos años, cuandodiscutíamos sobre la oposición de la vieja escuela degeólogos a sus nuevos criterios, yo le había dicho:«Qué bueno sería si todos los científicos murieran a lossesenk~ años, ya Que después es seguro Que reehaza-

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rían toda nueva doctrina•. Pero él esperaba que ahorale l,erdonara la ,ida.

La ciencia de la geología tiene una enorme deudacon Lyell -creo que más que con cualquier otra perosona en todos los tiempos. Cuando iba a partir parami viaje en el Beagle, el sagaz Henslow, que en aqueoIlos días creía, como todos los geólogos, en los cata·c1ismos sucesivos, me aconsejó que consiguiera y estu·diara el primer tomo de los Prináples, que acababa depublicarse, pero que de ninguna forma aceptara lospuntos de vista que en él se defendían. ¡De qué modola n diferente hablaría cualquiera de los Principies hoydía! Me enorgullezco de reco rdar que el primer lugaren el que hice observaciones geológicas, Santiago, enel archipiélago de Cabo Verde, me convenció de la in·finita superioridad de los puntos de vista de Lyell enrelación con los que se defendían en las delÍlas obrasque )"0 conocía.

Los poderosos efectos de los trabajos de Lyell semanifestaron en aquellos tiempos con extraordinariaclaridad en cI distinto prog reso de la ciencia en Fran·cia y en Inglaterra. El total olvido en el que han caídoen la actualidad las descabelladas hipótesis de Ehe deBeaumont, las que expone en sus obras Craters ofE/e·vation)' Lines ofElevation (he oído a Sedg",ick, en laGe%gical Society, clamando al cielo al referirse aesta última), hay que atribuirlo en gran parle a Lyell.

\'eía bastante a Robcrl Brown, . facile Princeps Bo·lanicorum», como le Ilamba Humboldt. Me parecíaUn hombre especialmente notable por la minueiosi·

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dad de sus observaciones y su perfecta precisión. Susconocimientos eran extraordinarios, y muchos murie­ron con él, a causa de su excesivo temor a cometer unerror. A pesar de que me confiaba su saber de la ma­nera más abierta, era extrañamente celoso en algunascuestiones. Antes de emprcnder mi viaje en el B eaglele visité dos o tres veces y en una ocasión me pidió quemirara por un microscopio y le describiera lo queveía. Así lo hice, y ahora creo que lo que vi era el pro­digioso fluido protoplasmático de una célula vegetal.Entonces le pregunté qué era lo que había visto, perome respondió: «Ése es mi pequeño secreto.»

Era capaz de las acciones más generosas. Siendo yaviejo, con una salud muy delicada, e incapaz de hacercualquier esfuerzo (según me contó Hooker), visitabaa diario a un criado anciano que vivía lejos (y al quemantenía) y le lcía cn voz alta. Esto es suficiente paracompensar cualquier grado de tacañería o celos comocientífico.

Puedo mencionar aquí a otras cuantas personaseminentes a las que ocasionalmente haya visto, perono tengo mucho que decir acerca de ellas que merezcala pena. Sentía un gran respeto por sir J. Herschel yme entusiasmó comer con él en su encantadora casasituada en el Cabo de Buena Esperanza, y más tardeen su casa de Londres. También lo vi en algunas otrasocasiones. Nunca hablaba mucho, pero valía la penaescuchar cada palabra que pronunciaba.

Una vez, durante una comida en casa de sir R. Mur­chison, conocí al ilustre Humboldt, que me honró ex-

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presando su deseo de yerme. Quedé un poco decepcio·nado del gran hombre. aunque es probable que mehuhiern hecho una imagen pre\'ia demasiado ideaIi7.a­da de él. • o puedo recordar nada de nuestra entrevis­ta. excepto que Ilumboldt estuvo muy jovial y charlómucho.

X me recuerda a lluclde. al que encontré en unaocasión en casa de Ilensleigh \Vedg\\'ood..\Ie alegrómucho que Buclde me explicara el sistema que seguíapara hacer acopio de datos. .\le contó que comprabatodos los libros que leía. y de cada uno de ellos hacíauna ficha completa. con los datos que pudieran resul·tarle útiles. y que siempre podía recordar en qué librollalJía leído alguna cosa. porque su memoria era ma~

ravillosa. Le pregunté que cómo podía juzgar a prioriqué dalos podrían ser útiles y me respondió que no losabía . pcro que lo guiaba una especie de inslinto. Gra­cias a eSk1 costumbre de hacer fichas ha podido dar elsorprendente número de referencias que contiene sullislor)' oICivili:atioll . Pensé que este libro sería mu)'interesante JI lo leí dos veces. pero dudo que sus gene­ralizélcioncs siryan para algo. 13uckle era un gran COI1­

\"efsador: yo le oía sin decir apenas palabra. aunque la\wdad es que tampoco podía hacerlo. pues no dejabanin~ún resquicio. Cuando .\1rs. Farrer empezó a can·tar. me levanté de un salto JI dije que tenía que oírla.Cuando )'0 había salido se volvió hacia un amigo ydijo (segLÍn pudo oír mi hermano): ,B ueno. los librosde ~\r. Darwin son mucho mejores Que su cOllversa­c¡dll.)}

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Entre otros grandes hombres de letras. conocí enuna ocasión a Sydney Smith, en casa del deán Mil­manoHabía algo inexplicablemente gracioso en cadauna de las palabras que pronunciaba. Qui7.iÍ ello se de­biera en parte a que uno esperaba siempre que dijeraalgo gracioso. Jlablaba de lady Cork, que en aqueltiempo era ya viejísima. Según decía, en una ocasiónesta señora se emocionó tanto con uno de sus sermo­nes de caridad que pidió prestada una guinea a unamigo para ponerla en el platillo. Entonces dijo: . Esopinión común que mi querida y ,ieja amiga ladyCork ha sido perdonada.; y lo dijo de tal manera quenadie pudo dudar por un momento que lo que queríadecir era que su querida y \ieja am iga había sido per­donada por el demonio. Cómo consiguió dar a enten­der esto. es algo que no sé.

Igualmente conocí en cierta ocasión a Macaulay encasa de lord Stanhope (el historiador), y como sólohabía otra persona más cenando con nosotros, tuveuna oportunidad estupenda de oírlo conversar. y meresultó muy agradable. No hablaba mucho; cierta­mente un hombre como él no podría hablar mucho,pues permitía a los demás cambiar el curso de su con­versación.

Lord Stanhope me dio una \'ez una curiosa peque­ña prueba de la precisión de la memoria de MacauJayy de lo completa que era. En casa de lord SLanhopesolían reunirse muchos historiadores que discutíansobre diversos temas; a veces diferían en algo con Ma­caulay y, al principio, solían recurrir a algún libro

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para comprobar quién estaba en lo cierto; pero poste­riormente, según advirtió lord Stanhope, ningú n his­toriador se tomaba esta molestia, y cualquier cosa quedijera Macaulay era definitiva.

En otra ocasión, conocí en casa de lord Stanhopeuna de sus tertulias de historiadores y otros hombresde letras, entre los que se encontraban Mol1ey y Gro­te. Después del a lmuerzo estuve paseando con Grotepor Chevening Park durante casi una hora y quedégratamente impresionado por su interesante conver­sación y por la simplicidad y ausencia de toda preten­sión en sus maneras.

I lace ya mucho tiempo, comía en ocasiones con el\lejo conde, padre del historiador. Era un homhre ex­traño, pero me agradaba lo poco que conocía de d.Era campechano, cordial y ameno. Tenía unos rasgosenérgicos, una tez morena y, siempre que le he visto,llevaba una indumentaria oscura. Parecía creer entodo aq uello que a los demás les resultaba absoluta­mente increlble. Un día me dijo: «¿Por qué no dejaesas bagatelas de geología y zoología y se pasa a lasciencias ocultas?, El historiador, en aquel tiempo lordMahon, pareció escandalizado de que me hablara deaquel modo, y su encantadora mujer se di\irlió mu­chísimo.

La última persona que vaya mencionar es Carlyle,al que vi varias veces en casa de mi hermano, en la queestaban, entre otros, Babbage y Lyell, ambos buenosaficionados a la charla. Sin embargo, Carlyle loscalló a todos, pronunciando una arenga, a lo largo

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de toda la comida, sobre las ventajas del silencio.Carlyle hablaba despectiyamente de casi todo el

mundo: Un día, en mi casa, dijo de la llistory de Groteque era .un fétido tremedal sin ningún valor intelec­tual•. Hasta que apareció su Reminiscences, siemprehe pensado que su desprecio era en parte una broma,pero a1mra lo dudo mucho. Su expresión era la de unhombre deprimido, casi desesperanzado, pero a pesarde todo benéyolo, y es sabido que cuando reía lo hacíaa carcajadas. Creo que su beneyolencia era real. aun­que estaba empañada por no pocos celos. j adie pue­de poner en duda su extraordinaria capacidad paradescribir cosas y personas -a mi parecer, mucho másbrillante que la que se manifiesul en cualquiera de losperfiles de Macaulay. Que sus retratos se ajusten a layerdad o no, es otra cuestión.

Tenía una gran capacidad Ilara inculcar grandesyerdades morales en la mente de los hombres. Porotro lado, sus opiniones sobre la esclaYitud eran re­pugnantes. Para él, la fuerza era el derecho. Su inteli­gencia me parecía muy limitada, incluso si se exclu­yen todas las ramas de la ciencia que él menosprecia­ba. Me resulkl sorprendente que Kingsley hablara deél como un hombre con el suficiente talento para ha­cer ayanzar la ciencia. Reía con desdén ante la idea deque un matemático, como \\11e\\'ell. pudiera juzgar,tal como yo sostenía, las ideas de GocUle acerca de laluz. Encontraba la cosa más ridícula que alguien sepreocupara de si un glaciar se movía un poco más rá­pido o un poco más despacio, o de que se moviera en

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absoluto. Que yo recuerde, jamás hc conocido a unapersona con una inteligencia tan poco dotada para lainvestigación científica.

Durante el tiempo que viví en Londres, asistía contanta asiduidad como me era posible a las reunionesde varias sociedades científicas. y actué como secreta­rio de la Geological Society. Pero tales actividades, y lavida social en general, le sentaban tan mal a mi saludque tomamos la resolución de vivir en el campo, cosaque los dos preferíamos y de la que nunca nos hemosarrepentido.

Residencia en DOWI!, desde el 14 de septiembre de1842 hasta la actualidad, 1876

Después de haber buscado casa en Surrey y en otroslugares durante algún tiempo, encontramos ésta y laadquirimos. Me gustó el aspecto variado de la vegeta­ción, propia de una zona cretácea. y tan diferente deaquella a la que yo estaba acostumbrado en la regiónde los Midlans; y aún más me gustó la extremadatranquilidad y la rusticidad del lugar. iDe todas for­mas no es un lugar tan apartado como lo pinta un es­critor en un periódico alemán, que dice que sólo sepuede llegar a mi casa por una vereda de mulas! Nues­tra residencia aquí ha satisfecho admirablemente unaexigencia que no previmos: está a una distancia muyCómoda que facilita las visitas de nuestros hijos.

Pocas personas pueden haber vivido una vida más

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recogida que la nuestra. Aparte de algunas visitas aparientes y en alguna ocasión a la playa o algún otrolado, no hemos salido a ningún sitio. Durante la pri­mera parte de nuestra res idencia aquí hicimos ciertavida de sociedad, y recibía a algunos amigos en casa,pero mi salud se resentía casi siempre a causa de la ex­citación, que me provocaba violentos escalofríos y ae­cesas de vómitos. Por lo tanto, desde hace muchosaños me veo obligado a declinar todas las invitacionesa comer; y esto ha supuesto para mí bastante priva­ción, puesto que aquellas reuniones me animabanmucho siemp re. Por la misma causa sólo he podidoinvitar a casa a muy pocos científicos amigos mios.

A partir de entonces mi mayor goce y mi única ocu­pación ha sido el trabajo de la ciencia, que me estimu­la de tal forma que llego a olvidar mis molestias dia­rias, o incluso casi me desaparecen del todo en el tiem­po en que me dedico a él. Por lo tanto, del resto de rrúvida no tengo nada más que referir. excepto la publi­cación de mis diferentes libros. Quizá valga la pena ci­tar algunos detalles sobre la forma en que sugieran.

Mis diversas publicacianes.-A com ienzos de 1844,se publicaron mis observaciones sobre las islas volcá­nicas visitadas durante mi viaje en el Beagle. En 1845me esmeré en la co rrección de una nueva edición demi Jaumal afResearches (Diario de investigaciones),que había sido publicado originalmente en 1839como parte del trabajo de Fitz-Roy. El éxito de éstemi primer producto literario cosquillea siempre en mivanidad más que el de cua lquier otro de mis libros.

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Aún hoy día se vende continuamente en Inglaterra yen los Estados Unidos, y ha sido traducido al alemánpor segunda vez, al francés y a otros idiomas. Esteéxito de un libro de viajes, y cspecialmente de un librocientífico, tantos años después de su primera publica­ción, es sorprendente. En Inglaterra se han vendidodiez mil ejemplares de la segunda edición. En 1846 sepublicó Geological Observations on South America.Tengo registrado en un diario que siempre he llevado,que mis tres obras geológicas (incluida Coral Reefi)me exigieron cuatro años y medio de constante traba­jo; "Y ahora hace diez años desde mi regreso a Jnglate­rra. ¡Cuánto tiempo he perdido por enfermedad!. Notengo nada que decir respecto a estos tres libros, ex­cepto que me causó gran sorpresa que recientementeme hayan pedido nuevas ediciones.

En octubre de 1845 empecé a trabajar sobre «cirrí­pcdos» (percebes). Estando en la costa de Chile, en­contré un tipo curiosísimo de ellos, que amadrigabanen conchas de Concholepas, Y que diferían tanto delos demás cirrípedos que tuve que idear un nuevo su­borden exclusivamente para incluirlos. Posterior­mente se ha encontrado en las playas de Portugal ungénero similar que se refugiaba en el mismo tipo denidos. Para comprender la estructura de mi nuevo ci­rrípedo tuve que examinar y diseccionar muchas delas formas corrientes, y ello me condujo gradualmen­te a abarcar todo el grupo. Durante los ocho años si­guientes trabajé constantemente sobre la materia yPor fin publiqué dos grucsos volúmenes describiendo

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todas las especies vivas conocidas r dos libritos encuatro sobre las especies extinguidas. No me cabeduda de que sir E. LyUon llulwer pensaba en mí cuan­do incluyó en una de sus novelas a un tal profesorLong que había escrilo dos enormes vol úmenes sobrelas lapas.

Aunque estuve ocupado con este trabajo duranteocho años, en mi diario consta que de ese tiempo per­dí aproximada mente dos años por enfe rmedad. Poresta razón, en 1848 pasé unos meses en Malvern paraefeeluar un tratamiento hidropático que me sentómuy bien, de tal modo que a mi "uelta a rasa pudereanudar el trabajo. Estaba tan carente de salud quecuando mi querido padre murió el 13 de noviembrede 1848, no pude asistir a su funeral ni oficiar comotestamentario.

Creo que mi trabajo sobre los cinipedos poscc con­siderable valor, pues, además de describir varios tiposnuevos e interesantes, completé las homologías de losdiferentes órganos -descubrí el aparato cementante,aunque me equivoqué estrepitosamente con las glán'dulas del cemento- y finalmente demostré la exis·tencia, en ciertos géneros, de machos diminutos com­plementarios y parásitos de los hermafroditas. Poste·riormente este último descubrimiento se confirmaríatotalmente; aunque en cierta ocasión un escritor ale­mán se dio el gusto de atribuir todo el info rme a mifértil imaginación. Los cirrípedos constituyen un gru'po de especies variadísimas y difíc iles de clasificar, Ymi trabajo me resultó de considerable utilidad cuando

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tuve que examinar los principios de una clasificaciónnatural en El origen de las especies. Sin embargo,dudo que la tarea mereciera tanto tiempo como le de­diqué.

A partir de septiembre de 1854 me consagré total·mente a ordenar mi enorme montón de apuntes, a ob·servar y a experimentar en relación con la transmuta·ción de las especies. Durante el viaje del Beagle habíaquedado profundamente impresionado cuando des·cubrí en las formaciones de las Pampas grandes ani·males fósiles cubiertos de corazas, como las de los ac·tuales armadillos; en segundo lugar, por la manera enque animales estrechamente emparentados se sustitu·yen unos a otros conforme se va hacia el sur del conti·nente; yen tercer lugar por el carácter sudamericanode la mayor parte de los productos de las Islas Galá·pagos, y más especialmente por la manera en que di·fieren ligeramente los de cada una de las islas del gru·po sin que ninguna de ellas parezca muy vieja en senti·do ~eológico.

Era e\idente que hechos como éstos, y tambiénotros muchos sólo podían explicarse mediante la su·posición de que las especies se modifican gradualmen·te; y el tema me obsesionaba. Pero era igualmente evi·dente que ni la acción de las condiciones del entorno,ni la inclinación de los organismos (especialmente enel caso de las plantas) podían explicar los innumera·bies casos en que sistemas de todas clases están ex·traordinariamente adaptados a sus hábitos de vida-por ejemplo, un pico carpintero o una rana de San

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Antonio para trepar a los árboles, o las semillas paradispersarse por medio de ganchos o plumas. Siempreme habían llamado mucho la atención tales adapta­ciones, y hasta que no pudieran ser explicadas me pa­recía inútil esforzarse en demostrar por pruebas indi­rectas quc las especies se habían modificado.

Después de mi regreso a Inglaterra me pareció que,siguiendo el ejemplo de Lyell en geología, y recogien­do todos los datos que de alguna forma estuvieran re­lacionados con la variación de los animales y las plan­tas bajo los efectos de la domesticación y la naturale­za, se podría quizás aclarar toda la cuestión. Empecémi primer cuaderno de notas en julio de 1837. Traba­jé sobre verdaderos principios baconianos y, sin nin­guna teoría, empecé a recoger datos en grandes canti­dades, especialmente en rclación con productos do­mesticados, a través de estud ios publicados, de con­versaciones con expertos ganaderos y jardineros'y deabundantes lecturas. Cuando veo la lista de libros detodas clases que leí'y resumí, incluyendo series com­pletas de revistas y actas de sociedades, me sorprendemi laboriosidad. Pronto me di cuenta de que la selec­ción era la clave del éxito del hombre cuando conse­guía razas útiles de animales y plantas. Pero durantealgún tiempo continuó siendo un misterio para mí laforma en que podía aplicarse la selección a organis­mos que viven en estado natural.

En octubre de 1838, esto es, quince mcses despuésde haber empezado mi estudio sistemático, se me ocu­rrió leer por entretenimiento el ensayo de Malthus

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sobre la población y, como estaba bien preparadopara apreciar la lucha por la existencia que por do­quier se deduce de una ohservación larga y constantede los hábitos de animales y plan!<ls, descubrí en se­guida que bajo estas condiciones las variaciones favo­rables tenderían a preservarse, y las desfavorables aser destruidas. El resul!<ldo de ello sería la formaciónde especies nuevas. Aquí había conseguido por fin unateoría sobre la que trabajar; sin embargo, eSkwa !<lndeseoso de evi!<lr los prejuicios que decidí no escribirdurante algún tiempo ni siquiera el más breve esbozo.En junio de 1842 me permiti por primera vez la satis­facción de escribir un resumen muy breve de mi teo­ría, a lápiz y en 35 páginas; éste fue ampliado el vera­no de 1844, convirtiéndose en otro de 230 páginasque copié entero y que todavía poseo.

Pero en aquel tiempo pasé por alto un problema degran importancia; y, a no scr por cl principio del hue­vo de Colón, me resulla sorprendente cómo pude olvi­dar esta cuestión y su solución. Este problema es latendencia en seres orgánicos descendientes del mismotronco a divergir a medida que se modifican. Que hanllegado a diferenciarse mucho, es obvio, por la mane­ra en que las especies de todas las clases pueden serclasificadas en géneros, en familias, las familias en su­bórdenes y así sucesivamente; y aún recuerdo el lugarexacto del camino en que, yendo en mi coche, y parami contento, se me ocurrió la solución; esto fue mu­cho después de haber venido a Down. La solución, se­gÚn creo, es que los vástagos modificados de todas las

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formas dominantes y crecientes tienden a adaptarse alos muchos y sumamente variados lugares por econo­mía de la naturaleza.

A comienzos de 1856 Lyell me aconsejó que dacta­ra mis puntos de vista con bastante extensión, y en se­guida empecé a hacerlo a una escala tres o cuatro ve­ces más amplia que la que adoptaría luego en El ori­gen de las especies; con todo, se trataba sólo de un re­sumen de los materiales que había recogido, y realicéalrededor de la mitad de la obra a esta escala. Peromis planes se vinieron abajo, pues a comienzos dcl ve­rano de 1858, Mr. Wallace, que en aquel tiempo esta­ba en el archipiélago malayo, me envió un ensayo, Onthe Tendency of varietes to depart indefinilety fromthe Original Type (Sobre la tendencia de las varieda­des a apartarse indefinidamente del tipo original) , yeste ensayo contenía una teoría exactamente igual a lamía. Mr. Wallace expresaba el deseo de que en casode que me pareciera bien el ensayo se lo enviara aLyell para que lo leyera cuidadosamente.

En eljournat ofthe Proceedings ofthe Linnean 50­ciety, 1858, p. 45, se exponen las circunstancias en lasque atendí a la petición de Lyell y Hooker de que ac­cediera a la publicación de un resumen de mi manus­crito, así como una carla a Asa Gray, con fecha del 5de septiembre de 1857, al mismo tiempo que el ensa­yo de Wallace. Al principio no estaba nada inclinadoa dar mi consentimiento, pues pensaba que Mr. Wa­lIace podría considerar injustificable que yo hicieraesto, ya que entonces yo no sabía cuán generoso y no-

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ble era su carácter. Yo no había redactado el extractode mi manuscrito ni la carta a Asa Gray pensando ensu publicación, y estaban muy mal escritos. Por otraparle, el ensayo de Mr. Wallace estaba admirable­mente expresado y era absolutamente claro. Sin em­bargo, nuestros trabajos combinados merecieron muyescasa atención, y la única mención que se publicó alrespecto fue la del profesor Ilaughton de Dublín,cuyo veredicto fue que todo lo que había de nuevo ennuestros trabajos era falso, y lo que había de ciertoera \~ejo. Esto demuestra lo necesa rio que es el quetodo nuevo punto de vista se explique con una exten­sión considerable, con el fin de despertar la atencióndel público.

En septiembre de 1858 me puse a trabajar, siguien­do el insistente consejo de Lyell y Hooker, para pre­parar un volumen sobre la transmutación de las espe­cies, pero sufría frecuentes interrupciones a causa demi mala salud y de las breves visitas al delicioso esta­blecimiento hidropático del doctor Lane en MoorPark. Hesumí el manuscrito que había empezado a es­cala mucho mayor en 1856. y completé el volumen enla misma reducida proporción. Me costó trece meses ydiez días de duro trabajo. Se publicó con el título deOrigill ofSpecies en nO\~embre de 1859. Aunque con­siderablemente aumentado y corregido en posterioresed iciones, continúa siendo sustancialmente el mismolibro.

Es, sin duda, la obra más importante de mi vida.Desde un principio tuvo gran éxito. La reducida pri-

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mera edición de 1250 ejemplares se vendió en el mis·mo día de su publicación, y una segunda edición de3.000 ejemplares, poco después. Hasta ahora (1876)se han vendido dieciséis mil ejemplares en Inglaterra;y, si consideramos que es un libro difícil, es una ventaimpúltante. Ha sido traducido a casi todos los idio·mas europeos, incluso a algunos como el espaúol, bo·hernia, polaco y ruso. Según Miss Hird, también hasido traducido al japonés, y en Japón es objeto de nu·merosos estudios. j Incluso ha aparecido un ensayo so­bre él en hebreo. demostrando que la teoría está pre·senle en el Alllig:uo Te~tall1clllo1 Las reseíi<.ls fueronlllUY numerosas: durante algún tiempo coleccioné lo­da~ las que aparcclall en relación cun El Origen y conlas demás obras mías ya citadas, y llegan a 265 (exclu·yendo las aparecidas en los periód icos); pero pocodespués renuncié al intento, desanimado. Han apare·cido muchos ensayos suellos y libros sobre el tema yen Alemania cada uno O dos aúos se publica un catá·lago o bibliografía sobre «darwinismo».

Creo que el éxito del Origen puede atribuirse engran parte a que mucho antes yo hubiera escrito dosesquemas condensados, y a que finalmente resumieraun manuscrito mucho más grueso, que ya era a su vezun resumen. De esta forma pude seleccionar los datosy conclusiones más notables. Durante muchos aúos heseguido también una regla de oro, a saber, que siem­pre que me topaba con un dato publicado, una nuevaobservación o idea que fuera opuesta a mis resultadosgenerales, la anotaba si n falta y en seguida, pues me

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había dado cuenta por experiencia de que tajes datose ideas eran más propensos a escapárseme rápida­mente de la memoria que los favorables. Debido a estacostumbre se hicieron muy pocas objeciones contramis puntos de ,-ista que yo no hubiera al menos adver­tido e intentado responder.

Se ha dicho en ocasiones que el éxito del Origen de­mostró «Que el tema estaba en el aire», o «que la mentede la gente estaba preparada para dicho lema». Nocreo que esto sea estrictamente cierto, pues a vecessondeé a no pocos naturalistas, y nunca di con unosolo que pareciera dudar de la permanencia de las es­pecies. ;.Ji siquiera Lyell y Ilooker parecían estar deacuerdo, aunque me escucharan con interés. En una odos ocasiones intenté explicar a hombres capaces loque entendía por selección natural pero fracasé noto­riamente. Lo que creo que era absolutamente cierto esque innumerables hechos perfectamente observadosestaban esperando en las mentes de los naturalistas,listos para ocupar su puesto tan pronto como se expli­cara suficientemente una teoría que los abarcara.Otro elemento en el éxito del libro fue su moderado'·olumen, y ello lo debo a la aparición del ensayo de\Ir. \Vallace; si lo hubiera publicado a la escala enque comencé a escribirlo en 1856, el libro hubierasido cuatro o cinco veces más grueso que el Origen, ymuy pocos hubieran tenido la paciencia de leerlo.

Gané mucho retrasando la publicación desde alre­dedor de 1839, en que la teoría estaba ya claramenteconcebida, hasta 1859 y no perdí nada por ello, pues

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me imporlnba muy poco el que la gente atribuyeramás originalidad a Wallace o a mí, y sin duda su ensa­yo facilitó la recepción de la teoría. Únicamente meprecipité en un punto imporlnnte, y que mi vanidadme ha hecho siempre lamentar, a saber, en que recu rríal período Glacial para explicar la presencia de idénti­cas especies vegetales y de algunos animales en cum­bres montanosas distantes y en las regiones árticas.Esta exp licación me complacía tanto que la redacté inextensa, y creo que Hooker la leyó algunos anos antesde que E. Forbes publicara su célebre memoria sobrela cuestión. En los poquísimos puntos en los que dife­ríamos, sigo pensando que yo estaba en 10 cierto. Porsupuesto, jamás he publicado alusión alguna respectoa que yo hubiera llegado independientemente a estamisma solución.

Mientras trabajaba en el Origen, ningún otro aspec­to me procuró tanta satisfacción como la explicaciónde la gran diferencia existente en muchas clases entreel embrión y el animal adulto, y del estrecho parecidoentre los embrioncs dentro de una misma clase. Hastadonde alcanza mi memoria, en las primeras críticas alOrigen no se recogía ningún informe sobre este punto,y recuerdo que expresé mi sorpresa por cste particu­lar en una carln a Asa GraO'. En anos posteriorcs va­rios críticos dieron total crédito a Fritz Múller yIliickel, que indudablemente han estudiado este pun­to en forma más completa, yen algu nos aspectos máscorrecta, que yo. Yo tefÚa materiales para un capítu loentero sobre el tema y dcbía haber hecho una exposi-

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ción más amplia, pues esui claro que no co nseguí im ­presionar a mis lectores; y, en mi opinión, el que lograesto merecc todos los honores,

Esto me lleva a advertir que casi siempre he sidotratado honestamente por mis críticos, pasando poralto aquellos a los que, por carecer de conocimientoscientificos, no merece la pena mencionar. Mis opio­niones han sido a menudo groseramente tergivcrsa­das, amargamente combatidas y ridiculizadas, perocreo que por lo general esto se ha hecho de buena fe.No me cabe duda de que. en conjunto. mis obras hansido una y otra vez sobrevaloradas, Ivle alegro de ha­ber evitado las contro\'ersias. yeso lo debo a Lyell,que hace muchos años. y cn rclación con mis obrasgeológicas. me aconsejó firmemente quc no me enre­dara en polémicas, pues raramente se conseguía nadahueno y ocasionaban una triste pérdida de tiempo yde paciencia.

Cada vez que he descubierto que me había equivo­cado, o que mi trabajo había sido imperfecto, r cuan­do he sido desdeilosamente criticado e incluso he sidosobrevalorado hasta 1<,1 punto que me sintiera morti­ficado, mi mayor consuelo ha sido decirme a mi mis­mo cientos de veces que «he trabajado tanto como po­día y lo mejor posible. y que nadie puede hacer másque esto». Recuerdo cuando, estando en la Balúa delBuen Suceso, en la Tierra del fuego. pensé (y creoque escribí a casa en este sentido) que no podría dar ami vida mejor utilidad que la de ailadir algo a la cien­cia natural. Esto lo he hecho lo mejor que he podido,

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y los críticos dirán lo que quieran , pero nunca destrui­rán esta convicción.

Durante los dos últimos meses de 1859 estuve com­pletamente ocupado preparando una segunda ediciónde El origen, y con una enorme correspondencia. El 1de enero de 1860 comencé a ordenar mis notas parami obra sobre la Variation ofAnimals and Plants un­der Domestication (Variación de los animales y plan­tas en régimen de domesticidad); pero no se publicóhasta comienzos de 1868; el retraso fue causado enparte por frecuentes enfermedades, una de las cualesduró siete meses, y en parte porque estuve tentado depublicar sobre otras materias que en aquel tiempo meinteresaban más.

El 15 de mayo de 1862 se publicó mi librito sobrela Fertilisation ofOrchids (Fertilización de las orquí­deas), que me costó diez meses de trabajo: la mayorparte de los datos habían sido lentamente acumuladosdurante los años precedentes. Durante el verano de1839, y creo que también en el verano anterior, hubede prestar atención a la fertilización cruzada de lasOores por med io de insectos, por haber llegado a laconclusión, en mis meditaciones sobre el origen de lasespecies, de que el cruzamiento jugaba un importantepapel en el mantenimiento constante de las formas es­pecíficas. Presté atención, en mayor o menor medida,al tema durante todos los veranos subsiguientes y miinterés por él se acrecentó grandemente cuando, ennoviembre de 1841 , Ypor consejo de Robert Brown,me procuré y leí un ejemplar de la maravillosa obra

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de C. K. Sprengel, Das entdeckte Geheimniss dey Na­luy (El secreto de la naturaleza descubierto). Antes de1862. me había dedicado especialmente durante algu­nos a"os a la fertili7A.ción de nuestras orquídeas britá­nicas j' me parecía que el mejor plan sería preparar untrabajo lo más completo posible sobre este grupo deplantas. en \'ez de utilizar la gran maóa de materialque había ido recogiendo poco a poco en relación conotras plantas.

,'vIi decisión resultó atinada, pues desde la apariciónde mi libro se han publicado un número sorprendente,h- ;I/'lícul"" obra> óuelL.1> >obre la fertilización detoda c1aóe de nor~. r son mucho mejores que el queyo habría realizado. Los méritoó del pobre Sprengel.tanto tiempo o lvidado, se reconocen ahora plenamen­te. muchos al10s después de su muerte.

El mismo al10 publiqué un artículo On Ihe TwoFonns, oy Dimorphic Condition ofPrímula (Sobre lasdos formas , O el carácter dimórfico de la oreja de oso)en elJoumal ofthe Llnnean Socie/y, j' a lo largo de loscinco años siguientes otros cinco artículos sobre lasplantas dimórficas j' lrimórficas. No creo que ningunaotra cosa me haya dado en mi vida de científico tantasatisfacción como descifrar el significado de la estruc­tura de estas plantas. En 1838 ó 1839 había advertidoel dimorfismo del Llnumjlavwn, y al principio habíapensado que Sé trataba meramente de un caso de va­riabilidad sin significación. Pero al examinar las espe­cies co munes de oreja de oso, encontré que las dos for­mas eran demasiado regulares y constantes para ser

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consideradas de este modo. Por lo tanto quedé prácti­camente convencido de que la primavera y la velloritacomunes csta ban próximas a la diocicid ad, de que elpistilo corto de una forma y los cstambres co rtos de laotra tendían a atrofiarse. Por lo trlnto, sometí lasplantas a experimentación desde este punto de vista;pero tan pronto como las flores con pistilos cortos fcr­tilizaron con polen de los estambres cortos quedófrustrada la teoría de la atrofia. pucs descubrí que seproducían más semillas que en cualquier otra dc lascuatro uniones posibles. Después de algún experimen ­to adicional, resultó ev idente que [as dos formas, aun­que ambas eran hermafroditas perfectas, sosteníanentre sí pr:íclicarncntc la misma relación que los dossexos de un animal corrientc. Con cl Lythrum tene­mos el caso todavía más maravilloso de tres formasque guardan entre sí una relación similar. Posterior­mente descubrí que los vástllgOS de la unión de dosplantls pertenecientcs a la misma forma presentabanuna estrecha y curiosa analogía con los híbridos de launión de dos cspecies distintls.

En otoño de 1864 terminé un largo articulo sobreClimbing Plants (plantas trepadoras) y lo envié a laLinneal1 Saciety. Me costó cuatro meses escribir esteartículo; pero estlba tln enfermizo cuando recibí laspruebas de imprenta que me vi forzado a dejarlo muymal redactado, y en muchos pasajes oscuros. El ar­tículo pasó casi inadvertido. pero cuando en 1875 locorregí y lo publiqué como un libro aparte, se vendióbien. La lectura de un breve articulo de Asa Gray, pu-

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blicado en 1858, me llevó a dedicarme a este tema. Élmc cnvió scmillas, y a l cultiva r algunas plantas quedétan fascinado y perplejo por los movimicntos de loszarcillos y los tallos, movimientos que son realmentemuy simples aunque a primera vista parezcan muycomplejos, que me procuré otras varias clases de plan­tas trcpadoras y estudié todo el tema. Me atraía éstetanto más cuanto que no había quedado cn absolutosatisfecho con la explicación que nos dio Henslow ensus c1ascs a propósito de las plantas trepadoras: quetenían una tcndencia natural a crecer en espiral. Estaexplicación resultó completamente errónea. Algunasde las adaptaciones exhibidas por las plantas trepado­ras son tan extraordinarias como las que aseguran enlas orquídcas dc fertilización cruzada.

Inicié, como ya he dicho, Variation ofA nimals andPlants under Domestication a comienzos de 1860,pcro no se publicó hasta comienzos de 1868. Era unlibro extenso y me costó cuatro años y dos meses dedura tarea. Recoge todas mis observaciones y un in­menso número de datos tomados de diferentes fuen ­tes, en relación con nuestros prod uctos domésticos.En el segundo yolumen se examinan , en la medidaque lo permite nuestro presente estado de conoci­mientos, las causas y leyes de variación, la herencia,etc. Hasta el final de la obra cxpongo mi vilipendiadahipótcsis dc la pangencsis. Una teoría no verificadatiene escaso o ningún vaJar; pero si en lo sucesivo pu ~

diera inducir a alguien a hacer observaciones median­te las cua les pudiera establecerse alguna hipótesis por

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el estilo, habré hecho un buen servicio, ya que de estaforma podrán conectarse un número asombroso dedatos aislados, y se harán inteligibles. En 1875 se pu­blicó una segu nda edición ampliamente corregida,que me costó bastante trabajo.

Mi Deseen! ofMan (Origen del hombre) se publicóen febrero de 1871. En el año 1837 ó 1838, tan pron­to como llegué a la conclusión de que las especies eranproductos mutables, no pude evitar el convencimien­to de que el hombre debía estar sometido a la mismaley. En consecuencia con eso. recogí notas sobre eltema para satisfacción propia)', durante mucho tiem­po, sin intención alguna de publicarlas. Aun cuandoen El origen de las especies no se examina la deriva­ción de especie alguna en particular. pensé que, conobjeto de que ninguna persona honrada me acusarade ocullar mis puntos de viSk1. convenía añadir quepor medio de la obra "se aclararía el origen del hombrey su historia». llabría siclo imitil, y perjudicial para eléxito del libro, haber alardeaclo cle mi convicción conrespecto a este origen, sin facilitar ninguna prueba.

Pero cuanclo supe que muchos naturalistas habíanaceptado plenamente la doctrina de la evolución delas especies, me pareció aconsejable ciar forma a lasnotas que poseía y publicar un tratado sobre el origendel hombre específicamente. Yo estaba contentísimode hacerlo, ya que ello me proporcionaba la oportuni­dad de discutir plenamente la selección scx ual -untema que siempre me había interesado muchísimo.Este tema y cl de la variación de nuestros productos

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domésticos, junto con las causas y leyes de va riación,la herencia y el intercru7A1miento de las plantas, sonlos línicos temas de los que he I)odido escribir sinabre"iar, de ta l manera que pude utilizar todos losmateriales que había reco~ido, Escribir el Deseellt oflIlan me llevó tres años, pero en esta ocasión, como decostumbre, perdí parte de este tiempo por enferme·dad, y parte en la preparación de nuevas ediciones yotras obras meno res. En 1874 apareció una se~unda

edición del Deseellt, ampliamente corregida.~\i libro sobre la Expressióll of the ElIlotio/lS ill

Men and Allillla/s (La expresión de las emociones enel hombre y en los animales) se publicó en el otoño de1872. Yo penS<1ba presentar únicamente un capítu losobre el tema en el Deseellt ofMall , pero k1n prontocomo empecé a reunir mis notas. \i que requeriría untratado aparte.

tvli primer hijo nació el 27 de diciembre de 1839, yen seguida comencé a tomar nota de los primeros des·tellos de diversas expresiones que mostraba, pues es·taba convencido, ya en aquella época. de que los máscomplejos y sutiles matices de exp resión debían tenertodos un origen ~ radual y natural. Durante el veranodel aíio siguiente, 18·10. leí la admirable obra de sir G.13ell sobre las expresiones, )' ello acrecentó considera·hlemente el interés que tenía sobre el tema. si bien nopodía estar en absoluto de acuerdo con su convicciónde que diversos músculos habían sido especialmentecreados para la expresión. De entonces en adelanteme dediqué ocasionalmente alterna. en relación tanto

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con el hombre como con nuestros animales domésti­cos. .\1i libro se \'endió bien: el día de la publicación sea~otaron 5.267 ejemplares.

El \'erano de 1860 estu\'e holgando y descansandocerca de Ilartfield. donde abundan dos especies deIHosolíJ. )' ad\'ertí que numerosos insectos habíanquedado atrapados por las hojas. L1e\'é algunas hojasa casa, y al darle inseclos vi los movimientos de losten[¡jculos. lo que me hizo pensar q ue probablementelos insectos eran co~idos con un fin especial. Afortu­iladamente se me ocu rrió un<t prueba crucial, la de co­locar un gran número de hojas en di\'ersos líquidos ni­tro~enados)' no nitrogenados de igual densidad; y encuanto descubrí que tan sólo los primeros excitabanenérgicos mO\·imlentos. resultó ob\'io que aquí habíaun nuevo y estupendo terreno para la investigación.

En los años siguientes, siempre que estaba desocu­pado continuaba mis experimentos. y en julio de1875 se publicó mi libro sob re IlIsectivorous Plants(plantas insectí\'oras) -esto cs. dieciséis años des­pués de mis primeras observaciones. En este caso, aligual que en todos mis otros libros. el retraso ba sidoulla grall \-entajél para mí. puesto que tras un largo in­tcr\'alo. una persona puede criticar su propia obracasi [¡m bien como si fuera de otro. El hecho de queuna planta. adecuadamente excit..:'lda. secrete un líqui­do quC' contiel1e un <icido y un fermento, estrcchamcn ~

te an,í logo al líqu ido digesti\'o de un animal, era sineluda un nO[¡lble descubrimiento.

i)urante el próximo oloJio de 1876 publicaré los

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t.]fects oJCross-and SelfFertilisation in the Vegetablel<ingdom, (Efectos de la autofertilización y de la ferti ­lización cruzada en el reino vegetal). Este libro consti­tuirá un complemento de Fertilisation oJOrchids, enel que demostraré la perfección de los intrumentospara la feltilización cruzada, y aquí demostraré la im­I>ortancia de sus resultados. Una mera observaciónaccidental me llevó a hacer, durante once años, losnumerosos experimentos recogidos en este volumen;y claro está que fue preciso que se repitiera el acciden­te antes de atraer plenamente mi intención sobre el in­teresante hecho de que los plantones procedentes deautofertilización son inferiores en altura y rortaleza alos que proceden de rertilización cruzada, incluso enla primera generación. También espero publicar unaedición revisada de mi libro sobre las orquídeas, ydespués, mis artículos sobre plantas dimórficas y tri­mórricas, junto con algunas obselTaciones adiciona­les sobre cuestiones relacionadas con ello, que nuncahe tenido tiempo de ordenar. Entonces probablemen­te mi resistencia se habrá agotado y estaré en condi­ciones para exclamar «Nunc dimitlis)).

Escrito elIde mayo de 1881.-The EfJects oJCross- alld SelfFertilisatioll se publicó en otoño deJ876 y creo que sus conclusiones llegaron a explicarlos interminables y maravillosos artificios que facili­tan el transporte de polen de una planta a otra de lamisma especie. De todas formas, ahora creo, sobretodo después de las observaciones de Hermann Mü­Iler, que debería haber insistido más enérgicamente

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de lo que lo hice sobre las muchas adaptaciones parala autofertilización; aun cuando yo conocía ya mu­chas de tales adapk1ciones. En 1877 se publicó unaedición muy ampliada de mi Fertilisation olOrchids.

El mismo año apareció The DijJerent Forms olFlo­wers, etc. (Las diferentes formas de las nares, etc.), yen 1880 una segunda edición. Este libro consta prin­cipalmente de varios articulas sobre las nares heterós­tilas publicados originalmente por la Linllean Society,corregidos y ampliados con abundante material nue­vo, junto con observaciones sobre otros casos en losque una misma planta produce dos tipos de nares.Como he anotado anteriormcntc, ningún pcqueñodescubrimiento mío mc ha proporcionado jamás tan­to placer como descifrar el significado dc las nares he­teróstilas. Creo que los resultados de cruzar tales na­res de manera ilegítima son muy impork1ntes, puestoque están relacionados con la esterilidad de los lubri­dos, aunque estos resultados sólo han sido observa­dos por unas cuantas personas.

En 1879, hice publicar una traducción de Life 01b'rasmus Darwin (V ida de Erasm us Oarwin) del doc­tor Ernst Krause, y añadí un esbozo de su carácter ycostumbres basándome en materiales que yo poseía.Muchas personas se han interesado por esta corta bio­grafía, y me sorprendió que sólo se vendieran 800 6900 ejemplares.

En 1880 publiqué, con la ayuda de mi hijo Frank,nuestro Power 01Movement in Plan/s. Fue éste un ar­duo trabajo. El libro mantiene en cierto modo la mis-

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ma relación con mi librito sobre C/illlbillg Plallls QueCross~ Ferlilisalioll con Ferli/isalioll ofOrchids, pues~

lo que de acuerdo con el principio de e\'olución eraim¡)os ible explicar que las plank1s trepadoras se ha~

ya n desa rro ll ado en gcupos k1n diferentes, a menosque todas las clases de plantas poseyeran una ciertacapacidad de movimiento de análoga naturaleza. De~

mostré que éste era el caso~ y más tarde llegué a unageneralización bastante amplia: que los grandes e im~

port.antes til)OS de mo\~imientos, los cxcik1dos por laluz. la atracción de la gra\·cdad. etc~, son todos formasmodificadas del mo\'imiento funda menta l de ci rcun­mu tac ión. Siempre me ha agradado cleY<lr las plantasa escala de se res organizados, y por lo ta nto sentí unplacer especia l a l demostrar la cantidad de mo\~im ien ~

los que l)Osee la punk1 de una raíz y lo adm irablemen~

le adaptados que est,in.,\hora (1 de mayo de 1881) he ell\~iado a los impre ~

so res el manuscrito de un lihrito sobre rile FormatioJloJTegelable ,l/oL/ld lhrollgh lhe ,\ clioll of \\ 'orllls (La[o rmaeión del mantil lo "egelal por la aec ión de laslom brices). Sin embargo. este trma es de escasa ¡m·portancia )' no sé si interesará a algún lector, pero amí me ha inlcrl" ado. El libro completa un pequeñoensayo que 11" ,n,te la Geological Society hace más decuarenta é1ilo~ . y ha rE'\'j"ido ,"icjas consideracionesgeológicas.

Ya he mencionado todos los libros que he pu b l i ea ~

do, y éstos ha n siclo los hitos en mi \'ida, por lo quepoco queda por decir. Que )~O sepa, no se ha p rod uc i ~

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do ningún cambio en mis facultades mentales a lo lar­go de los últimos treinta años, excepto en un puntoque luego mencionaré; en verdad, tampoco podía es­perarse ningún cambio, excepto el que supone un de­terioro general. Sin embargo, mi padre vivió hasta laedad de ochenta y tres ailas con una mente tan vivacomo siempre y sin mermar alguna de sus facultades,y espero poder morir antes de que mi mente falle sen­siblemente_ Creo que ahora soy un poco más hábilpara conjeturar explicaciones acertadas e idear prue­bas experimentales, si bien es probable que ello seasimplemente consecuencia de la práctica y de un ma­yor acúmulo de conocimientos. Tengo tanta dificul ­tad como siempre para expresarme clara y concisa­mente; esta dificultad me ha ocasionado una gran pér­dida de tiempo, aunque, COIllO compensación, ha su­puesto la ventaja de hacerme pensar larga y aten!",­mente cada frase, y ello me ha llevado a percatarmede los errores de razonam iento y de los contenidos enmis propias observaciones o en las de otros.

Parece que hay una especie de fa talidad en mi men­te, que me induce a empezar expresando de formaequivocada o Lorpe misafirmacioneso proposiciones.En otro tiempo solía pensar las frases antes de es­cribirlas, pero desde hace varios años he descubier­to que ahorro tiempo garabateando páginas ente­ras con la mayor rapidez posible y con malísima le­tra, abreviando la mitad de las palabras, y co­rrigiéndola luego pausadamente. A menudo las fra ­ses escril.<1s aprisa de este modo son mejores de

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las que pudiera haber escrito tras larga meditación.Puesto que ya he dicho tantas cosas de mi manera

de escribir, añadiré que mis numerosos libros me hanhecho dedicar mucho tiempo a la ordenación generaldel material. Primero hago un grosero esquema endos o tres páginas y luego uno más extenso en algunasmás, en el que pocas palabras o una sola representantoda una disq uisición o una serie completa de datos.A su vez, cada uno de estos titu las es ampliado y a me­nudo cambiado de lugar antes de empezar a escribirin extenso. Como en algunos de mis libros he utilizadomuchísimos datos observados por otros y, además,siempre he tenido entre manos varios temas totalmen­te diferentes, diré que guardo de treinta a cuarentagrandes carpetas en armarios de estantes marcados,en las cuales puedo colocar al instante una referenciao una nota suelta. He comprado muchos libros y al fi ­nal de cada uno hago una ficha completa de todos losdatos que se relacionen con mi trabajo, o, si no sonflÚOS, escribo un resumen aparte. y tengo un gran ca­jón lleno de tales resúmenes. Antes de adentrarme encualquier tema repaso todas las fichas cortas y hagouna ficha general y clasificada, y recurriendo a la o lascarpetas idóneas tengo toda la información recogida alo largo de mi vida lista para usa r.

He dicho que en un aspecto mi mente ha cambiadodurante los últimos veinte o treinta aIlos. Hasta laedad de treinta, o algo más, muchos tipos de poesía,tales como las obras de Milton, Gray, Byron, Words­worth, Coleridge y Shelley me procuraban un gran

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placer, e incluso cuando colegial me deleitaba inten­sa mente con la lectura de Shakespearc, especialmenteen las obras históricas. También he dicho que antañola pi ntura me ~ustalJa bastante. y la música muchís i­mo. Pero desde hace muchos años no tengo paeienciapara leer una línea de poesía; poco tiempo atrás he in­tentado leer a Shakespeare y lo he encontrado tan in­tolerablemente pesado que me dio miuseas. Tambiénhe perdido prácticamente mi afición por la pintura ola música. Por lo general, la música, en lugar de dis­traerme, me hace pensar demasiado activamente enaquello en lo que hc e,tado trabajando . lOlblT\O UII

cierto gusto por los bellos paisajes, pero no me causanel exquisito deleite de anl;lIio. Por otra parle. duranteafios, las novelas. que' son obras de la imaginaciónaunque de no muy alt.-:I. categoría. han sido para mí unmaravilloso descanso)' placer. r a menudo bendigo alos novelistas. I\le han leído en voz all;l un númerosorprendente de novelas. y me gustan todassi son me­dianamente buenas y no terminan mal -contra éstasdebía prolTIulgarsc una ley. Para mi gusto. una novelano es de primera categoría él menos que contenga unapersona que lo conquiste a uno por completo, \1 si esuna mujer guapa, mucho mejor.

Esta curiosa r lamentable pérdida de los más eleva­dos gustos estéticos es de lo más extrmio, pues los li­bros de historia, biografías, \'iajes (independiente­mente de los datos cienlíficos que puedan contener), ylos ensayos sobre todo tipo de materias me siguen in­teresando igual que antes. Mi mente parece haberse

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com'ertido en una máquina que elabora leyes genera­les a partir de enormes cantidades de datos: pero loque no puedo concebir es por qué esto ha oc<~sionado

únicamente la atrofia de aquellas partes del cerebrode la que dependen las aficiones más elevadas. Supon­go que una persona demente mejor organizada oconstituida que la mía no habría padecido esto, y situviera que vivir de nuevo mi vida. me impondria laobligación de leer a lgo de poesía y escuchar algo demúsica por lo menos una vez a la semana, pues Lal vezde este modo se mantendría activa por el uso la partede mi cerebro ahora atrofiada. La pérdida de estas afi­ciones supone una merma de felicidad y puede serperjudicial para el inteleclo. y más probablementepara el canícter moral. pues debilita el lado emotivode nuestra naturaleza.

.~\is libros se han vendido ampliamente en Inglate­rra, se han traducido a muchos idiomas y han sido su­cesivamente reeditados en países extranjeros. Il e oídodecir que el éxito de una obra en el extranjero es lamejor prueba de su valor permanente. Dudo que estosea totalmente de fiar: pero, si juzgamos por este pa­trón, mi nombre debería perdurar algunos años. Porlo tanto, puede que merezca la pena tratar de analizarlas cualidades mentales y las condiciones de las que hadependido mi éxito, aun cuando soy consciente deque ninguna persona puede hacerlo correctamente.

No tengo la gran presteza de aprehensión o inge­nio, tan notable en algunos hombres inteligentes, porejemplo Huxley. Por lo tanto soy un mal crítico: la

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lectura de un artículo o de un libro, susciUi en un prin­cipio mi admiración, y sólo después de una considera­ble reflexión me percato de los puntos débiles. Mi ca­pacidad para seguir una argumenUición prolongada ypuramente abstracUi es muy limiUida, y por eso nuncahubiera triunfado en meUifísica ni en matemáticas. Mimemoria es amplia, pero poco clara: sólo basUi paraalerUirme, advirtiéndome vagamente cuando observoo leo algo que se opone a la conclusión a la que estoyllegando, o, por el contrario, algo que la favorece, ygeneralmente después de cierto tiempo puedo recor­dar dónde he de buscar mi fuente. En un determinadoaspecto mi memoria es Uin mala que nunca he sido ca­paz de retener una so la fecha o un verso durante másde unos pocos días.

Algunos de mis críticos han dicho: ,¡Es un buen ob­servador. pero no tiene ninguna capacidad para razo­nar!. o creo que esto pueda ser verdad. ya que Elorigen de las especies es una larga demostración, deprincipio a fin r convenció a no pocos hombres de Ui­lento. Nadie que ca reciera en absoluto de capacidadde argumenUición podría haberlo escrito. Tengo unamediana dosis de inventiva y de sentido com ún o dis­cernimiento, igual que el que deben tener los aboga­dos o médicos que triunfan: pero creo que no en ma­yor grado.

En cuanto alIado fa"orable de la balanza, creo queestoy por encima del común de las gentes en lo que serefiere a la percepción de cosas que escapan fácilmen­te a nuestra atención, y a su atenUi observación. Mi la-

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boriosidad ha sido la máxima posible en la obser..a­ción y reco~ida oc datos. Y lo que es mucho más im­porL.~nte. mi pasión por la ciencia natural ha sidoconstante y ardiente.

De cualquier forma. esta pasión pura ha recibidoun gran estímulo: la ambición de contar con la estimaoc mis colegas naturalisL.~s. Desde los primeros añosde mi jU\'entud he tenido el más firme deseo de com­prender o explicar todo lo que observaba -esto es,de agrupar todos los hechos en leyes generales-. Es­las razones combinadas me han dado paciencia parareflexionar o meditar. durante los alias que fuera, entorno a cualquier problema no explicado. IlasL.~ don­de llega mi crítica. no soy capaz de seguir ciegamentela dirección de otra persona. Continuamente me he es­forzado por mantener libre mi mente a fin de renun·ciar a cualquier hipótesis. por querida que fuera. encuanto que se demostrara que los hechos se oponían aella (y no puedo e\'itar formarme una respecto de cadatema). En verdad, no me quedaba m,ís elección que lade actuar de esta manera. ya que con la excepción delos arrecifes coralinos. no recuerdo ni una sola hipóte­sis de primera intención que no haya desdeñado o mo­dificado considerablemente después de cierto tiempo.Naturalmente. esto me ha hecho desconfiar del razo­namiento deducti,'o en las ciencias miXk'ls. Por otraparte. no soy muy escéptico -condición intelectualque creo perjudicial para el progreso de la ciencia. Esaconsejable un cierto escepticismo en un científicopara evitar mucha pérdida de tiempo, pero me he en-

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contrado con no pocas pcrsonas a las Que estoy segu­ro Que este escepticismo ha impedido llevar a cabo ex­perimentos u observaciones Que hubieran resultadodirecta o indirectamente útiles.

Voy a relatar, como ejemplo, el caso m..ls extraiioque he conocido. L'n caballero (del cual SUJlC poste­riormente Que era un buen botánico local) me escribiódesde un condado del Este para decirme que aquelaño todas las semillas o las judías de un ejido habíancrecido en su vaina en el lado contrario al habitual. Leescribí pidiéndole más información, pues no com­IJfendía bien lo Que Quería decir; pero durante muchotiempo no recibí contestación. Entonces vi en dos ¡Je­r;ód icos. uno publicado en Kent y el otro en Yorkshi­re, scndos p'¡rrafos Que afirmaban quc era un hec hoextraordinario el que «este afiO los granos se hayanproducido al re,·és•. Así Que pensé Que una afirma­rión tan general debía tener algún fundamento. Con­,ecuentemente. me dirigí a mi jardinero, un ,-jejo deKent, y le pregunté si había oído algo al respecto, yme contestó: «Oh. no seJior, debe ser una eQui\"Oca­ción, ya Que los granos sólo nacen en el otro lado enaños bisiestos•. Entonces le pregunté cómo crecían enaños normales y cómo en años bisiestos, pero prontome di cuenta de Que no sabía absolutamente nada decómo crecían en ningún caso aunque se aferraba a suconvicción.

Algún tiempo después tu"e noticias de mi primerinformante Que. co n muchas disculpas, me decía Queno me habría escrito de no halJer oído tal afirmación a

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,·arios granjeros inteligentes; pero que desde entonceshabía hablado de nuevo con cada uno de ellos, y nin­guno tenía ni idea de lo que había querido decir. Demanera que aquí una creencia -si realmente unaafirmación no vinculada a ninguna idea definida pue­de llamarse una creencia- se había extendido pl'.-í...ti ­camente por toda Inglaterra sin ningún '"C.,üglu deevidencia.

En el transcurso de mi vida he conocido sólo tresafirmaciones intencionadamente falsificadas; una deellas quizá fuera una burla (y ha habido varias burlascientíficas) que, sin embargo, consiguió e:-.l;:,far aUllapUÍJlicacjón agrícola americana. Se refería a la obtell­ción en I Iolanda de una nueva raza de hueyes. cru­zando disüntas especies de Bos (algun"s <1e cuy,.,uniones he sabido que son estériles), y el autor tuvo eldescaro de afirmar que había mantenido correspon­dencia conmigo y que yo había quedado enormemen­te impresionado por la importancia de sus resu ltados.El artículo me fue enviado por el director de un perió­dico agrícola ingles que me pedía mi opinión antes dereeditarlo.

Un segundo caso fue un informe sobre diversas va­riedades que el autor había criado a partir de variasespecies de orejas de león, y que habían producido es­pontáneamente una gran cantidad de semillas, a pesarde que las plantas madre habían sido cuidadosamenteprotegidas del acceso de los insectos. Este informese publicó antes de que yo descubriera el significadodel heterotilismo y, o la afirmación era totalmente

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fraudulenta, o hubo un descuido tan grande en laexclusión de insectos Que resulta escasame nte fia +ble.

El tercer caso er" más curioso: ,\Ir. Huth publicó ensu libro sobre .Enlace consanguíneo» algunos largosextractos de un autor belga que afirmab" que habí"efectuado cruzamientos de conejos estrechamente em­parentados durante muchísimas generaciones, sin quese percibiera el menor efecto perjudicial. El informefu e publicado en una revista respetabilísima, 1" de laRoyal Society de Bélgica; sin emba rgo. no pude e,·itarabrigar dudas -no sé por qué. si no es por el hechode que no se habían producido accidentes de ningúntipo, y mi experiencia en la cría de animales me hacíapensar que esto em improbable.

Así que, tras muchas nlcilacioncs. escribí al profe·sor Van 13encden pregunt.:indolc si el autor era unhombre digno de crédito. Pronto sll pe por su respues­ta que la Sociedad se había disgustado muchísimo aldescubrir que todo era un fraud e. El escritor habíasido desafiado pLíblicamente en la revista a decir dón­de había residido." mantenido su gran acopio de co­nejos mientras lIe"aba a cabo sus experimentos, quedebían haber exigido varios, y no se le pudo sacar nin­guna respuesta.

Mis costumbres son metódicas, y ello ha sido de nopoca utilidad para mi particular línea de trabajo. Porúltimo, he disfruk~do de bask~ntes ratos de ocio porno tener que ganarme el pan. También mi mala salud,aunque ha an iqu ilé1do varios aiios de mi vida. me ha

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librado de las distracciones de la sociedad y de la di~

versión.Por lo tanto, mi éxito como hombre de ciencia,

cualquiera que sea la altura que haya alcanzado, hasido determinado, en la medida que puedo juzgar, porcomplejas.l' di\'ersas cualidades y condiciones menta~

les. De ellas, las m,;s importantes han sido: - la pa~

sión por la ciencia - paciencia ilimitada para refle­xionar largamente sobre cua lquier tema -Iaboriosi ~

dad en la obser\'ación y recolecc ión de datos -y unamediana dosis de im·ent;\'a asi como de sentido co~

mún. Con unas facultades tan ordinarias como las queposeo, es ,·erdaderamente sorprendente que haya in~

nuenciado en grado considcrable las creencias de loscienüficos respecto a algunos puntos importantes.

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La Autobiografía ha sido publicada bajo el mis­mo titulo junto con algunos fragmentos de la obrade Dan\~n y una selección de su correspondenciapersonal y cientifica en la colección «El Libro de

Bolsillo» con los números 668 y 669.

Otras obras del autor en Alianza Editorial:

La expresión de las emociones en los animales y enel hombre (LB 1011)

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Títulos de la colección:

l. MIGUEL DELlBES: La nwrtaja2. ALEJO CARPENTIER: Guerra del tiempo

3. H. P. LOVECRAFT: El horror de Dunwich4. ISAAC ASIMOV: Los lagartos terribles

5. CARMEN MARTÍN GAITE: El balneario6. JORGE LUIS BORGES: Artificios

7. JACK LoNOON: Por un bistec. El chinago8. MARVI HARRlS: ]ejes, cabecillas, abusones

9. FRANCISCO Ay ALA: El Hechizado. San]uan de DiDJ10. JULIO CORTÁZAR: El perseguidor

I l. OSCAR WILDE: El fantasma de Canteroil/e12. CHARLES DARWIN: Autoblografla13. Pío BARaJA: La dama de Urtubi

14. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ: El coronel no tienequien le escriba

15. JOSEPH CONRAD: Una avanzada del progreso16. ANNE DE KERVASOOUÉ: El cuerpo jemenino