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Ciudades 2.0¿Qué se esconde detrás del cambio climático?
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Edita: ECOLOGISTA EN ACCIÓN Marqués de Leganés 12 28004 Madrid Tel: 915312739 Fax: 915312611 [email protected] www.ecologistasenaccion.org
Ilustraciones: Esther Fernández
Diseño y maquetación: Loredana Pellecchia
Edición: Noviembre 2009
Depósito legal:
Impreso en papel 100% reciclado, blancheado sin cloro
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Introducción¿quién no imagina cómo viviremos en algunos años? ¿quién no se pregunta cómo
nos moveremos, de dónde vendrá nuestra energía o qué comeremos? ¿quién no
piensa que nuestra calidad de vida dependerá de cómo nos enfrentemos al cambio
climático?, ¿quién duda de que las soluciones al cambio climático sean una tarea
colectiva? Y sobre todo, ¿quién no espera que las personas más jóvenes, las que
ahora acuden a colegios e institutos, sepan enfrentarse con justicia e igualdad al
desafío climático que les estamos dejando? Sin duda depende de lo que hagamos
ahora y de cuanto les tengamos en cuenta.
Esta historia es imaginaria, pero tiene mucho de real. ¿Qué piensas? Estamos en
el año 2020 y algunas cosas han cambiado. Las emisiones que provocan el cambio
climático se han empezado a reducir en grandes cantidades, y las ciudades han
contribuido a que esto ocurra. Gracias a ello, son lugares más adecuados para
la vida. Hay muchos menos coches circulando por las calles. La mayoría de las
personas se desplaza a pie, en bicicleta o en transporte público. Las calles no son
tan ruidosas. Las zonas verdes y de arboleda están en buen estado y dibujan un
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paisaje vivo. El pequeño comercio se ha revitalizado y la mayoría de las personas
compran en ellos. El alumbrado público no despilfarra energía. Los nuevos edificios
están bien orientados en el espacio para aprovechar la iluminación natural y la
luz del sol y muchos disponen ya de paneles solares para producir electricidad y
calentar el agua. En el interior, las viviendas se iluminan de forma eficiente. Hay
algunos huertos urbanos.....
¿Te parece esta ciudad muy distinta a las ciudades de hoy? ¿se te ocurren otras
ideas de cómo podrían ser las ciudades dentro de algunos años? ¿crees que
puedes hacer algo para hacerlas realidad?
Seguro que tienes mucho que decir....
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Capítulo I
Vija tiene dudasEl día de su cumpleaños, Vija se enteró de que había suspendido el examen de matemáticas.
Nunca se había considerado un malabarista de las ecuaciones, pero esta vez tendría que
volver a repetir el examen de trigonometría; ¡con lo que le costaba pronunciar la palabra
trigonometría! Desde niño se le atragantaban algunas palabras, que de su boca salían con
las sílabas cambiadas de orden. Esta situación le había costado el que terminaran llamándole
Vija, en vez de Javi. Con el tiempo y la ayuda del logopeda había conseguido solucionarlo casi
por completo.
Con la cabeza caída, más de lo habitual en un chico de su edad,
bajó la escalera hasta llegar al patio.
No tenía el cuerpo para ir a casa, así que casi inconscientemente
tomó su bicicleta y sin montar se dejó llevar caminando. Las calles
a aquella hora estaban llenas de gente yendo de un lado a otro.
La mayoría hacía las compras cotidianas; pan, leche, fruta, queso.
Otros simplemente paseaban o charlaban mientras descansaban
en los bancos. Vija caminaba arrastrando los pies. El bullicio de
la gente provocaba en él un efecto tranquilizador. Una bicicleta
paso delante suyo llevando una tarta de chocolate sobre la cesta
del manillar. Vija amaba el chocolate, cuanto más negro mejor. Sin
darse cuenta se había plantado delante de la frutería de los Picaflor.
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La familia Picaflor se había dedicado toda su vida a vender frutas, verdura y hortalizas en la
calle que llevaba hasta la plaza. Se decía que el señor y la señora Picaflor no envejecían con el
paso de los años y nadie les había conocido ni más viejos ni más jóvenes de lo que eran. Había
quien decía que el secreto era que la señora Picaflor tenía dotes de bruja, y conocía recetas
heredadas de su bisabuela, que a su vez las había heredado de la suya y así hacia atrás en el
tiempo más de 500 años. Parado sobre su bici, se quedó mirando al señor Picaflor mientras
atendía al señor Contreras, un vecino conocido por haber sido un famoso pinchadiscos. Las
frutas y verduras de los Picaflor eran traídas de una huerta ecológica que cultivaba el hermano
de la señora Picaflor a las afueras de la ciudad. Había gente que decía que el hermano de la
señora Picaflor también era brujo y se pasaba el día hablando a las plantas en un idioma que
nadie entendía, y por eso crecían con mucho color y más sabrosas que ningunas otras en toda
la región. “¡La huerta debe ser todo un espectáculo!” pensó Vija.
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Mientras imaginaba a la señora Picaflor en su
casa echando hierbas de colores en un cazo y a
su marido removiendo con una enorme cuchara
de palo, los dos sonrientes como si guardaran
un secreto, Vija empezó a caminar llamado por la musica
que llegaba desde la plaza. Si las calles cercanas a la plaza
eran coloridas y alegres, la plaza era casi una fiesta. Niños
y niñas jugaban entre los árboles, los puestos de artesanía
se mezclaban con las mesas de reparación de artilugios, en
los que se alargaba la vida de bicicletas, radios, lavadoras, despertadores y todo tipo
de aparatos y artefactos. Un grupo de payasos entrenaba en un rincón lo que parecía
ser un nuevo número. Y al fondo un gran dragón rojo parecía volar sobre las cabezas
de la gente que, vestidas con trajes verdes y azules, tocaban la cítara y la pipa china.
Después de dar un par de vueltas por la plaza se acordó que hacía días que no se
encontraba con Bilbo, y pensó que era hora de pasarse por el parque.
Se montó en la bicicleta y salió de la plaza por una de las calles más estrechas.
Mientras pedaleaba recordaba que su padre le había contado el día anterior que
en su juventud era raro ver a gente en bici por la ciudad. Vija no podía imaginarlo.
Para él las bicicletas eran como los árboles. No podía imaginarse una ciudad
sin chopos, arces o aligustres del japón. Vija acudía cada 11 de marzo a la Fiesta del Árbol, y
volvía a casa con los bolsillos llenos de semillas.
Finalmente llegó al parque. El viento soplaba y las hojas de los árboles resonaban suavemente.
Pensó en Bilbo y comenzó a caminar por la arena entre las moreras mientras imaginaba los 9
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gusanos de seda que tan gustosamente comen las hojas de este árbol. Se sentó a esperar.
Era la hora correcta. Por fin escucho que se aproximaba Bilbo.
Bilbo era un perro Pastor, concretamente un Pastor Maremmano, blanco como la nieve, con
pelo brillante y más bien largo. A Vija Bilbo le parecía enorme. Bilbo era sin duda el perro
mgrande del barrio y vivía con un grupo de personas que compartían la casa de los balcones
grandes situada justo al lado del parque, en la parte trasera a la puerta principal. En la entrada
colgaba un cartel que decía “El Sauco”, en honor al árbol que daba la bienvenida a la casa.
Bilbo solía aparecer a menudo por el parque, y a Vija le gustaba sentarse a mirar como Bilbo corría
de un lado a otro, moviendo sus patas robustas como si fuera un oso. Vija creía muy a menudo
que Bilbo era realmente un oso, y no un perro, un gran oso polar. Lo imaginaba caminando
sobre el mar helado del Ártico, mirando tranquilo de un lado al otro, jugando a deslizarse
sobre su pecho por las laderas
montañosas al llegar la primavera. En
invierno lo imaginaba dormitando en
su madriguera, tranquilo, esperando
de nuevo la llegada de la nueva
primavera. Desde hacía medio año
Vija se había aficionado a sentarse
en los bancos del parque mientras
imaginaba la vida en el Ártico. Ahora
seguía imaginando a Bilbo como el gran oso
polar, recorriendo tranquilo miles de kilómetros para buscar comida, hundiendo sus
zarpas sobre la nieve blanda en verano, cuando tras el deshielo comienzan a aparecer 11
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arbustos y flores, y animales como el caribú comparten espacio con insectos y aves.
Vija había leído muchos libros sobre animales. Los que más le gustaban eran los perros, los
osos polares y las libélulas de montaña. Le encantaban los osos polares porque descendían
de otros osos más pequeños que habían evolucionado desde hacía 20 millones de años,
cambiando su color de piel para hacerla del mismo color de la nieve.
Pensando en los osos polares recordó una historia que le había contado su tía Conchi, a quien
Vija llamaba la tía aventureras. Una osa era la protagonista y la historia decía más o menos así:
“Cada año, al comienzo de la primavera aparecían en el cielo bandadas de aves llegadas
desde África, India y América del Sur. Una de estas aves era el Chorlo Ártico. La osa reconocía
a los Chorlos por tener el cuello y el pecho de color blanco, y el pico negro. La llegada de
los Chorlos era la señal de que la primavera había comenzado, y hacía
que la Osa emprendiera su largo viaje de miles de kilómetros en busca
de comida. Al final de cada verano la osa regresaba al mismo lugar donde los
Chorlos había anidado, habían puesto los huevos y ampliando la familia. Durante
el verano, los Chorlos cambiaban de color, volviéndose de color negro donde antes
eran de color blanco. La osa llegaba siempre al mismo lugar, satisfecha de haber encontrado
alimento y lista para pasar el largo invierno. Pasaba el invierno soñando con la llegada de las
aves de pecho blanco. La historia se repetía año tras año.
Pero ocurrió que un año la osa tardó mucho en aparecer. Los Chorlos preparaban la llegada
de la osa, momento en que partían hacia las cálidas tierra del sur, donde habitarían hasta
la llegada de la próxima primavera. Aquel año la osa no apareció a tiempo. Los Chorlos
esperaban y esperaban, pero el viento era cada vez más frío e intenso. Estaban preocupados.
Los pequeños pollos no serían capaces de resistir el viaje si seguían esperando la llegada de 12
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la Osa, así que antes de que fuera demasiado tarde decidieron poner rumbo hacia el sur.
Aquel verano la osa había tenido problemas para encontrar comida. El mar helado se había
derretido más que el anterior, y tuvo que recorrer distancias más largas, andando y nadando
miles de kilómetros en busca de su alimento. A la vuelta, cansada, había perdido el camino,
y terminó llegando tarde a su cita puntual para despedir a los Chorlos. Esperando la señal de
cada año, el regreso de la osa, las aves también partieron tarde. Perdieron muchas de sus
crías por el camino.
Aquel año fue el último que la osa vio llegar los Chorlos blancos desde el sur. Esto lo descubriría
a la primavera siguiente.”
Esta historia se la había escuchado la tía Conchi a un anciano esquimal hacía más de diez
años. Su tía era periodista e investigadora, y había realizado un viaje al Polo Norte para
conocer cómo los humanos estaban experimentado los cambios del clima.
La historia fue la respuesta del esquimal cuando su tía le preguntó, ¿qué es
para ti el cambio climático?
Un ladrido de Bilbo hizo que Vija volviera en sí, se había quedado pensando en el Ártico, en
el anciano esquimal, en los Chorlos que cambiaban de color y en la osa blanca. Era hora
de volver a casa.
Mientras salía del parque vio como Bilbo caminaba lento y tranquilo
hace la casa “El Saúco”. Una vez más le pareció ver a un oso
polar volviendo a su madriguera para pasar el invierno. Salió
del parque, montó en la bicicleta, y ya de camino a casa,
pensativo, se preguntó,
¿y para mí?, ¿qué es el cambio climático? 13
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Capítulo II
Una noche extrañaEn la misma ciudad y en el mismo barrio que Vija, vivía Rasha. No eran amigos y jamás habían
cruzado una palabra, aunque alguna vez se habían visto en el parque, cuando Vija, sentado
sobre el respaldo de un banco de madera y con la mirada perdida esperaba hasta que aparecía
Bilbo, el gran perro blanco y compañero de aventuras imaginarias. Sobre la hierba, Rasha,
solía comer pipas que sacaba de la mochila de forma mecánica, mientras se sumergía en las
páginas de algún libro de aventuras. Esta escena se había repetido en varias ocasiones desde
el último verano, pero ni Rasha ni Vija se habían interesado el uno por el otro, pese a ser casi
de la misma edad.
Era un nublado día de otoño y Rasha se encontraba leyendo en el parque. Aquel mismo
día había comenzado con “El Hobbit”, y desde la primera página se había quedado
prendida con la magia y las criaturas de aquel fantástico mundo. Hacía un poco de
frío, y el viento soplaba en ráfagas levantando las hojas caídas de los castaños
de indias. No pasaba apenas gente y tampoco había rastro del enorme perro
blanco que paseaba frecuentemente por allí acompañando a la gente de “El
Saúco”. Rasha siempre había sentido curiosidad por la gente que vivía en aquella
casa de los grandes balcones. Le parecía gente misteriosa, como de otra época y
de otro lugar, y eso le gustaba.
El viento se estaba haciendo cada más intenso y una gota de lluvia había caído
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sobre una página ilustrada del libro. Rasha la secó con la manga de su chaqueta y miró al
cielo. Las nubes negras amenazaban con descargar una tormenta, de esas de gota gorda,
truenos furiosos y relámpagos eléctricos. Apuró los últimos instantes del capítulo, guardó
el libro en la mochila y se dispuso a correr para resguardarse bajo la parada del autobús. Vio
como una bicicleta se apuraba por escapar del agua que empezaba a caer. No se veía a nadie
más en los alrededores. Parecía como si la gente hubiera huido de la ciudad.
Rasha comenzó a andar ligero mientras trataba de recordar donde estaba la parada de
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autobús más cercana. Su casa no estaba lejos, pero necesitaría un buen rato a pie,
y estaba segura que llegaría calada hasta los huesos. Se acordó de la chaqueta de
lana gruesa que había metido en la mochila antes de salir de casa. La sacó y se la
echó por encima de la cabeza cubriéndose también los hombros. – Esto ayudará
hasta que pase la tormenta – pensó. Comenzó a llover, las gotas eran grandes, pero
aún caían dispersas. La chaqueta le serviría de protección por el momento.
A Rasha no le importaba mojarse bajo las tormentas refrescantes del verano, pero
con las del otoño era distinto, sobre todo en tardes tan oscuras como aquella. Ahora
caminaba todo lo rápido que le daban las piernas bordeando el parque a la espera
de encontrar cualquier cobijo. Pensó en resguardarse debajo de un árbol, pero no
le resultó una buena idea.
Por fin le pareció ver una parada de autobús. Salió corriendo. Antes de llegar pudo
observar algo con lo que no contaba. La marquesina de la parada no estaba cubierta
por la parte superior. La parada se componía de una pared de cristal de doble grosor
sobre la que se insertaba publicidad, en esta ocasión un anuncio de una revista de
moda, pero del techo que la cubría no había ni rastro. - ¡No puede ser! – murmuró
Rasha, - apostaría a que aquí había un techo.
Por un momento pensó en esperar al próximo autobús, aunque no tenía ni idea de
a donde le llevaría. Buscó el horario de paso de los autobuses, pero no lo encontró.
-¡Vaya! – pensó, - ¡esto sí que es una faena! -. De repente se acordó de la calle con
los portales de las columnas de piedra, en la parte posterior del parque. Aquel sería
un buen lugar para esperar. Algunas personas se apuraban en los balcones a cerrar
las ventanas por temor a la lluvia, pero sobre todo por miedo a los truenos y los 17
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relámpagos. Llovía fuertemente y los truenos
se oían cada vez más cerca; la tormenta estaba
encima de la ciudad.
Rasha corría lo más rápido que le daban las piernas. Por
fin llegó a los portales. Jadeante se esforzaba por respirar
hondo y coger aire mientras se quitaba la chaqueta que le
cubría la cabeza y los hombros. La lana se había empapado, ella también.
El agua le chorreaba por el pelo hasta los pies calados. Le pareció estar
a salvo, así que decidió esperar.
El viento en los portales soplaba a través de las columnas de piedra y
Rasha empezó a sentir frío. No se veía a nadie. Aun tendría que recorrer unas cuantas
manzanas para llegar a su casa. Pensó que si atravesaba las estrechas calles del centro
llegaría antes, aunque ahora extrañamente no recordaba muy bien el camino. Sintió
miedo de perderse, lo que le pareció raro porque conocía perfectamente el barrio. Estaba
dejando de llover, pero el viento seguía soplando muy fuerte. La gente continuaba sin
atreverse a salir de casa, y a aquella hora las tiendas ya estaban cerradas.
Cuando cesó la lluvia ya se había hecho de noche y las luces de las calles comenzaban a
encenderse. Por el medio de la calle bajaba el agua en tromba, y había grandes charcos
que reflejaban la luz de las farolas. Rasha caminaba tratando de esquivarlos. Las luces
de las calles le resultaban muy intensas, demasiado blancas y deslumbrantes. Le hacían
daño a los ojos. El ruido de sus pasos al andar resonaba en toda la calle mientras el viento
terminaba por llevárselo. Sentía que caminaba sobre la superficie de un ser vivo, como si
la ciudad sintiera los pasos de Rasha sobre su espalda y el asfalto fuera su piel. 18
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Continuó caminando, sola en la calle desierta. Dobló la última esquina antes de tomar
la calle de la escuela y se paró. No recordaba haber estado allí jamás. Estaba en un lugar
horrible, delante de un descampado lleno de barro y charcos y más allá no se veía nada,
estaba casi oscuro, allí la ciudad llegaba a su fin. Se quedó parada un instante sin creer lo
que estaba viendo. Sobre los charcos de agua se apilaban montones de coches viejos, rotos
y destartalados. Eran miles de coches viejos y rotos en pedazos los que allí, en mitad de la
noche, habían aparecido en su camino a casa.
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Dudó un instante, se dio la vuelta y empezó a correr como quien escapa de un
volcán a punto de echar lava y fuego. Quería salir de allí y llegar a un lugar con
gente, con mucha gente, donde sentirse a salvo y sin miedo. Corrió hacia la
plaza todo lo rápido que pudo, subiendo y bajando aceras, esquivando farolas,
señales de tráfico, cubos de basura, motos aparcadas y todos los obstáculos
que se ponían en su camino. Llegó a la plaza, que en mitad de la noche se
encontraba desierta, así que sin dejar de correr la atravesó, enorme y vacía.
Continuó corriendo calle arriba deseosa de ver gente en las calles, cuanta más
mejor, gente paseando, gente jugando, gente cantando, le daba igual, solo
quería volver a su ciudad, a una ciudad con gente.
Así llegamos a la última parte de esta breve historia, cuando Rasha cae en el
agujero.
Después de cruzar la plaza y seguir calle arriba, cogió el camino de la estación.
Este camino pasaba por debajo del pasadizo de “sal si puedes” y llegaba
hasta el puente que cruzaba la autopista. Al llegar a él, Rasha se detuvo. Miró
hacia abajo. El viento le recordó que su ropa fría aún no se había secado.
El ruido estrepitoso de los coches sobre los ocho carriles de la autopista le
hacía daño en los oídos. Nunca le había parecido que aquella carretera fuera
tan grande. Rasha permaneció sobre el puente, mientras las luces blancas
y rojas se cruzaban bajo sus pies. Quiso gritar a todos aquellos coches y
preguntarles, - ¿es que no me veis?, ¿por qué no me ayudáis? - pero en vez de
eso, una lágrima se deslizó por su mejilla.
Rasha era valiente, así que empezó a correr para llegar por fin a casa, deseosa 20
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de encontrar gente por el camino,
jóvenes, adultos, ancianos, a todos
juntos. Así que corrió cuanto pudo,
bajó la calle hacia la plaza, la atravesó,
pensando que pronto estaría a salvo.
Dobló esquinas, subió y bajó escaleras
y finalmente se dispuso a entrar en su
calle. Entró veloz como un rayo sin
pensar que en aquella calle, la de su
casa, un enorme agujero sin fondo
había sido excavado por las obras. No
tuvo tiempo de parar y se precipitó al
vacío de aquel enorme agujero que
se extendía de principio a fin y de un
lado a otro de la calle.
Fue en aquel momento que Rasha
despertó en mitad de la noche,
sudando. Se levantó y fue hacia la
ventana. La abrió y, mientras miraba
hacia la calle, respiró muy hondo
aliviada de que aquello hubiera sido
sólo un mal sueño.
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Capítulo IIl
“No cambiemos el clima, cambiemos nuestra forma de pensar”
De las múltiples actividades que se hacían en el instituto de Emma, la
más esperada era el concurso anual de cuentos. En aquel año de 2020 el
tema del concurso era “tú ante el cambio climático”. Emma había estado
investigando sobre el cambio climático y se le ocurrió inventarse una
historia que no sólo pudiera ganar el concurso, sino que pudiera interesar
a su familia. Así que decidió escribir sobre coches, pues su padre era un
amante de las carreras de automóviles.
Como cada año, quien recibía el premio al cuento más original tenía que
leerlo delante de todo el instituto. Emma ganó el concurso de aquel año, y
temblando como un flan por los nervios, leyó su cuento desde lo alto de la
tarima del salón de actos. El cuento dice así:
“- ¡Oye papá!, ¿has visto las carpas blancas que han puesto en la plaza
nueva? -, preguntó Diana mientras examinaba minuciosamente una
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tostada. Era domingo por la mañana en casa de la familia Jiménez, donde el desayuno estaba
considerado la comida más importante del día. A Diana le encantaban aquellas tostadas que
preparaba su padre con todo detalle cada fin de semana, y daba igual si afuera lucía el sol,
llovía o nevaba, aquellas tostadas eran tan ricas y crujientes que la familia de Diana podía pasar
horas comiéndolas. El mérito era del padre de Diana, Jaime, un verdadero fanático de los
desayunos, que con su variedad de zumos, quesos, leche, tostadas, croissants y mermeladas
caseras, había conseguido hacer de los aburridos desayunos una pequeñita fiesta familiar los
fines de semana.
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- Sí, ayer las vi. Creo que es una buena
forma de inaugurar la plaza. Ha quedado
bastante bien, ¡pero lo mejor es que ya no pasan los coches
por ahí! - comentó Jaime. – Seguro que a la familia del quinto no
les hacer tanta ilusión, se acaban de comprar un coche nuevo - dijo Diana.
–Algunas compañeras del instituto van a ir esta tarde con sus padres, va sobre el
cambio climático, que lo estamos viendo en clase de Ciencias. ¿Podemos ir con mamá y el
enano?- Sin decir una palabra, Jaime asintió con la cabeza.
- Podemos decir a la tía Silvia que se venga, y que pase a recogernos con su flamante auto
familiar. Está un poco lejos para ir a pie con Ito , ¿no? -. Propuso Diana. Sabía que a su padre
no le parecería una buena idea lo de ir en coche, y que la respuesta sería: - Curiosamente,
desde que tiene ese coche viene menos por aquí -. – Luego la llamo por teléfono-, dijo Jaime,
- pero lo del coche no seré yo quien se lo proponga. Curiosamente, desde que tiene ese
coche viene menos por aquí - añadió. Jaime era un padre de los que se repiten.
- Pues a mí me gusta el coche de la tía -, insistió Diana. Jaime se quedó en silencio haciendo
que no la había oído. Diana sabía que su padre tenía una extraña relación con todo lo que
tuviera ruedas y un motor. Creía saber porqué, pero quería que fuera él quien se lo contara.
De momento no lo había conseguido, pero seguía intentándolo.
- ¿Por qué no te gustan los coches, papá? - preguntó Diana. Hubo un largo silencio. Jaime
miraba por la ventana. Era un día agradable.
- Te lo he dicho muchas veces, Diana, porque me parece más divertido ir en autobús, o en
tren, o en bicicleta - respondió su padre. - Además, ¡no sé porqué te ha dado últimamente
con los coches, la semana pasada me preguntaste lo mismo! -. 25
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Diana observaba cómo la
mermelada de frambuesa
resbalaba lentamente por la
cuchara y terminaba cayendo
en el pan. Jaime continuó
hablando. –Tengo compañeros
de trabajo que adoran su coche
y se pasan el día limpiándolo y
mirándolo -. - ¡Como el primo de
Pía!. – Interrumpió Diana. - ¡Nos
lo encontramos el otro día en
una visita a la universidad que
hicimos con la clase!. Estudia
para ser ingeniero -. Hizo una
pausa. - ¡Yo también quiero ser
ingeniera! -, añadió. - ¡Sí, no
sigas!,- la interrumpió su padre,
- creo entenderlo. - De nuevo
quedaron ambos en silencio. Su
madre había salido de la cocina
llevándose a su hermano Ito, de
cuatro años, que hacía ya un rato
había dejado de interesarse por 26
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lo que estaba pasando en aquella cocina. - ¿Y para ser ingeniera tienes que tener un coche?
- continuó ahora el padre, mientras le daba un beso en la frente. – ¡Ay, las jóvenes de hoy
en día, lo queréis todo, hasta desearíais la luna si pudierais tenerla!-. ¡Anda, acaba lo que te
queda y baja a comprar el pan!
Realmente a Diana no le interesaban mucho los coches, le parecían sucios y ruidosos, y lo
único que sabía sobre coches era que el primo de su amiga Pía tenía uno y era un chico muy
simpático, y hasta un poco guapo.
A Jaime tampoco le gustaban los coches, pero hubo un momento años atrás en que la
situación había sido diferente. Había tenido varios a lo largo de su vida, de varias marcas
y modelos. Una vez compró uno grande de los que llaman todo terreno y van por ahí con
dientes de goma sobre las enormes ruedas, y hasta en algunas ocasiones había llegado a
tener dos coches al mismo tiempo. Pero hacía bastantes años que se había desecho de ellos,
y de ser un gran aficionado había pasado casi a tenerles alergia(¿).
Algo le había ocurrido hacía unos años, una mala experiencia. Y ahora le resultaba muy difícil
responder a las preguntas que le hacía su hija.
Diana no se quedó conforme. No era una chica tozuda, pero últimamente le costaba
entenderse con sus padres. Así que siguió. - Yo no he dicho eso -. Cambió el tono poniéndose
más seria. -¡Mira papá, creo que es hora de que dejes de tratarme como si no entendiera
nada! Estamos en el 2020. Sé, como todo el mundo que los coches echan
gases muy contaminantes, ¡pero
no entiendo porqué no me quieres
contar lo que te pasó!, y creo que
tiene algo que ver con eso coches-. 27
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-¿No sé lo que quieres decir?- preguntó Jaime. - ¡He visto fotos de cuando mamá y tú erais
jóvenes, y bueno, parece que entonces vivíais de otra manera, y hasta viajabais mucho- dijo
Diana, que se había puesto roja.
Jaime quería terminar la conversación, pero no sabía cómo. Su hija esperaba una respuesta
y quizá había llegado la hora de dársela. -¡No pasa nada porque hayas visto las fotos, a mí
también me gusta mirarlas, me traen buenos recuerdos! - Jaime sintió que ya no había
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vuelta atrás, así que se sirvió un poco de té, y empezó a contar. –Eran años difíciles, muchas
cosas empezaban a cambiar. Yo era joven y muy activo, quería vivir bien, tener un buen
coche y viajar mucho, como la mayoría de los jóvenes de aquella época. Hacíamos lo que
veíamos en la televisión. Supongo que había gente que no pensaba como yo, pero no me
interesaban mucho. Estaba satisfecho con ser un chico normal,
no mal estudiante y con buenas amistades. Estando yo en
la universidad fue cuando empezó a hablar del cambio
climático, de la contaminación de los coches y las fábricas.
Bueno, en realidad se llevaba hablando ya hacía muchos
años, pero fue entonces cuando se empezó a aparecer
en los medios de comunicación. Inundaciones en el
norte de Europa, llamadas de socorro desde las islas del
Océano Pacífico porque el mar estaba subiendo, o largas
sequías alertaron de la situación. - Eso lo hemos visto en
clase- interrumpió Diana. Jaime miró a Diana con una sonrisa,
y siguió hablando. – Cuando salí de la universidad empecé a
trabajar en una empresa en la que hacíamos gasolina para
coches. Recuerdo que también me apunté a un club de
montaña donde se organizaban salidas al campo, y donde
aprendí a reconocer las flores de primavera y las de otoño,
las huellas de los zorros, el aleteo del Águila Perdicera y
un montón de plantas y animales. Un día apareció una noticia
en un periódico. Según la noticia una compañía internacional 29
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había destruído una selva y había expulsado a sus habitantes para poder extraer el petróleo
de debajo de la tierra. La noticia fue como un pequeño golpe a mi realidad. Poco tiempo
después aquella compañía compró la empresa para lo que yo trabajaba. Pasó el tiempo.
Un día, en una salida de las que se organizaban en el grupo los fines de semana, comencé a
hablar con Paul, un irlandés que durante mucho tiempo fue mi mejor amigo. Paul pensaba
que sólo podríamos solucionar el cambio climático si la gente dejaba de hacer cosas como
comprar tantos coches, pues lo coches funcionan con gasolina, que se saca del petróleo,
y que además, decía Paul, no había otra cosa que pudiera hacer mover todos los coches
que había entonces. Más de 800 millones, sin contar camiones y motocicletas. Yo le decía
que los coches también tenían ventajas, pues podías ir de un lugar a otro en poco tiempo
y transportar cosas más fácilmente. A mí también me importaba el cambio climático,
claro que sí, pero confiaba en que los humanos inventaríamos algo, quizá una máquina, y
se solucionaría. Paul también creía que debíamos inventar algo, pero no creía en inventar
nuevas máquinas, sino en inventar otras formas de pensar. Aquel día Paul y yo estuvimos
discutiendo durante horas sin ponernos de acuerdo. Poco tiempo después, y antes de
que nos pudiéramos reconciliar de la pelea, Paul dejó el grupo de montaña. Yo
realicé algunos viajes para conocer los sitios donde mi compañía sacaba
el petróleo de la tierra. En algunos de esos lugares la gente parecía
ser muy pobre, y no tenían el suficiente dinero para comprarse
una bicicleta, y mucho menos un coche. También visité
lugares en los que la gente no era pobre pero un coche
era algo totalmente inútil, como en la selva. El último
destino de mis viajes fue aquel lugar que había 30
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sido destruido años atrás y que había aparecido en la noticia del periódico. Lo vi con mis
propios ojos y lo pisé con mis propios pies. No había rastro de personas en aquel lugar y
toda la biodiversidad había sido eliminada. Miles de tipos diferentes de animales y plantas
con millones de años de antigüedad habían sido destruidos en unos meses. A la vuelta de
mi viaje tome la decisión de cambiar de profesión. Y aunque algunas personas trataron de
convencerme para no hacerlo, también vendí mi coche. –
Jaime se quedó con la mirada perdida por un instante, tomó un sorbo del té que se le había
quedado frío y mirando a su hija siguió hablando. – Con todo esto que te cuento entenderás
si pienso que quien va en coche no es peor ni mejor persona que yo. Yo prefiero no utilizarlo.
Hay incluso quien decide no utilizarlo sin haber visto lo que yo vi. Pienso que un coche
no es un problema, ni diez ni si quiera mil lo son, pero entonces había 800 millones de
coches moviéndose por millones de carreteras, y eso sí era un problema. Y no sólo había
coches, también fábricas, centrales eléctricas, de coches, de papel, de metal, de vidrio, de
ordenadores, de millones de cosas. Estábamos llenando el mundo de máquinas artificiales.
Para mí fue suficiente.
Jaime terminó su relato. No siguieron muchas palabras entre Jaime y su hija. Finalmente
Diana se levantó y abrazó a su padre. Le dijo: - gracias por contármelo, ahora te entiendo un
poco mejor. Voy a por el pan.-”
Emma terminó de leer su cuento, miró al público que se había quedado en absoluto silencio
y antes de bajarse de la tarima pronunció unas últimas palabras. – quiero dedicar este cuento
no sólo a mi padre, a quien quiero mucho, sino a todas las personas que respetan los bosques
de la Tierra y las personas que viven en ellos, y a todas las personas que quieren hacer de
nuestra ciudad un lugar sin tantos coches.31
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Capitulo IV:
Ideas confusas
Desde la planta número 11 del edificio abandonado que se levantaba al borde de la ciudad,
la vista era todo un espectáculo. A un lado, la propia ciudad con sus múltiples bloques de
viviendas, más bajos que los árboles de más altura, sus calles, parques, plazas y tiendas. Al otro
lado, el río y las huertas, tranquilas, cambiando de color con las estaciones.
De noche, cuando la ciudad dormía, aquel lugar servía para el encuentro de
gentes de todo tipo. Allí podían aparecer tanto viajantes que estaban de paso
por la ciudad y encontraban en él un refugio veraniego para pasar la noche al
aire libre resguardos de la lluvia, como bandas de música practicando.
Entre las diferentes gentes que allí se daban cita, estaban Rasha y Emma. Se
conocían desde los 6 años, y les unía una fuerte amistad y una gran afición por
los libros de aventura. Estaba atardeciendo y los rayos del sol iluminaban la
planta 11 del edificio. Rasha y Emma charlaban mientras esperaban la llegada
de Vija. Los tres se habían conocido virtualmente en Internet hacía más de
un año, hasta que un día chateando los tres se dieron cuenta de que vivían
en la misma ciudad y que incluso se habían visto muchas veces en el parque
o en la plaza. Les parecía mentira haber tardado un año en darse cuenta.
El edificio abandonado era el único de los altos bloques que no derribados
había sido parte de un proyecto que nunca terminó. La gente del 33
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barrio se había manifestado para que aquellas viviendas no fueran construidas, pues en la
ciudad había muchas casas vacías. Había pasado tiempo desde entonces, casi diez años. Aquel
edificio, mejor dicho su esqueleto, no fue derribado porque la gente que vivía en El Sauco pidió
al Ayuntamiento que quedara de recuerdo como muestra del pasado, y se aprovecharan las
plantas bajas como centro de actividades para la gente del barrio. Había muchos edificios altos
en la ciudad, pero el tiempo en que habían sido construidos había pasado, ya no se construían
más.
Vija alcanzó el último piso jadeante por el esfuerzo de haber subido a pie 11 plantas. Saludó.
-¡Hola ¿cómo estáis?-. - ¡Muy bien!, ¿y tú? - contestaron ambas casi a la vez. -¡Rasha, me alegro
de verte!; ¡Emma, enhorabuena por el premio, ya me he enterado por tu correo!.- dijo Vija.
- ¿Qué premio? – preguntó Rasha. – El premio por el concurso de cuentos del instituto, ha
vuelto a ganar- adelantó Vija antes de que Emma pudiera contestar. -¡Sí, estoy muy contenta!-
añadió Emma -. -¿Y de qué trata esta vez?- preguntó Rasha. – Del cambio climático, de los
coches y de los bosques, es un cuento que he escrito pensando en mi padre, a ver si reflexiona
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un poco sobre su locura con los coches, a la que él llama pasión -. Contestó Emma. -No es el
único que está un poco obsesionado con algo- mencionó Vija. Hubo un largo silencio después
de aquellas palabras, como si los tres se hubieran quedado pensando en cuántas personas
había como el padre de Emma. El sol había descendido un poco más, pero aún quedaba un
rato antes de que se escondiera.
- No sé, creo que todo el mundo está un poco obsesionado con alguna cosa. - siguió hablando
Vija. – Incluso la sociedad entera tiene obsesiones -. añadió. -Sí, y a las obsesiones de la
sociedad hay quien las llama cultura- saltó Rasha casi antes de que Vija hubiera terminado
de hablar. Los tres rieron. Vija siguió hablando. – Mi tía también estuvo obsesionada, y su
obsesión era viajar. Cuenta que ha viajado a muchos países y ha conocido a mucha gente.
Siempre decía que viajaba para poder ver otros lugares y otras culturas. Pasaba meses fuera
y siempre viajaba en el transporte más lento que pudiera encontrar. Decía que cuanto más
despacio viajaba más lugares veía y más cerca le parecía que estaba todo. Una vez me contó
una historia sobre los esquimales y el cambio climático-.
- No sé – dijo Rasha, - a mí también me interesa conocer más cosas sobre el cambio climático,
sobre todo lo que yo puedo hacer para solucionarlo. ¿Qué pensáis? – Tú sola no puedes, ni
yo sola tampoco – dijo Emma. – y eso es así, aunque la solución esté en manos de todas las
personas. Es el truco para solucionar el cambio climático. Si todo el mundo actúa sin pensar
en lo que hacen los demás, nunca lo conseguiríamos, pero si todos pensamos mientras
actuamos con los demás, entonces sí sería posible.- añadió Emma.
Rasha y Vija se quedaron pensando un momento en las palabras de Emma. Desde luego,
Emma había pensado bastante sobre el cambio climático.
- Pensando en lo del cambio climático y en sus soluciones, a mí lo que me hace gracia es la 35
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gente que va al gimnasio en coche. Estamos en el 2020, y aún hay gente que lo hace. No digo
que estén obsesionados, pero, ¡no será más útil caminar o correr hasta el gimnasio! – Comentó
Vija. – Sí, y hay quien se compra un exprimidor eléctrico y luego paga por ir al gimnasio!–
añadió Rasha. Los tres rieron.
- ¡Ah, sí! -, dijo Vija, - ¿y qué pensáis de las patatas de Marruecos? – preguntó. – Que fritas están
buenísimas – contestó Emma. – No, me refiero a que si sabéis que las patatas de Marruecos
acaban aquí mientras que las de Grecia llegan a Marruecos, y que las de Francia llegan a
Grecia, y que las de aquí se van a Francia. ¡En pleno año 2020, las patatas se van pisando los
talones! Antes ocurría con otras cosas, como las fresas. Ahora ya cada vez ocurre con menos
cosas, por suerte para el clima.- dijo Vija. -¿Y por qué viajan tanto?- preguntó Emma. -No sé-
respondió Vija, -¡pero ahora entiendo porqué mi tía ama las patatas!-. Los tres volvieron a
reír.
-El chiste es un poco malo.- comentó Emma, - pero lo del gimnasio me hace pensar en las
cosas tan raras que hacemos a veces: encendemos las luces de casa mientras tenemos las
cortinas echadas, o encendemos el aire acondicionado y dejamos las ventanas abiertas, o
vamos en manga corta con la calefacción encendida. Y hay hasta quien deja todas las luces
encendidas sin preocuparse, pensando que son de bajo consumo.- añadió.
-Así va a ser difícil solucionar el cambio climático, si ni siquiera hacemos esas cosas medio bien-
habló Rasha. –Hace un mes que inauguraron el nuevo tranvía, ¿y sabes qué ha pasado?Que quien
lo usa son las mismas personas que antes iban andando. Supongo que ahorran tiempo, pero
visto lo que ocurre con el tranvía, quizá sería mejor que siguieran yendo a pie y tuvieran menos
tiempo para quedarse en casa con las luces de bajo consumo encendidas- dijo Vija riendo.
- Y es que aún hay muchas personas adultas que no se enteran de nada- dijo Emma contagiada 36
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con la risa de Vija. – Van al centro comercial pensando en que van a ahorrar tiempo y dinero, y
encima van en coche, se meten en el atasco, luego a buscar aparcamiento, a gastar gasolina
y a perder más tiempo en el atasco para volver a casa. Al final le sale más caro, y es peor
para el medio ambiente y la salud. –Es que van en coches ecológicos- añadió Rasha. Los tres
rieron una vez más-
Entre risas y reflexiones sobre el cambio climático se fue poniendo el sol. Fueron muchas
las carcajadas las que se oyeron aquel día en el piso 11 del edificio abandonado. Emma, Vija y
Rasha siguieron contando sus ideas y observaciones hasta que se hizo de noche.
¡Seguro que tú también tienes algo que contar!
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