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Claves de la memoria autobiográfica 1 JOSÉ MARÍA RUIZ-VARGAS Facultad de Psicología. Universidad Autónoma de Madrid Lo que se recuerda no es el suceso, sino la experiencia del suceso. ENDEL TULVING 1. Introducción Hablar de memoria autobiográfica es hablar de los recuerdos que una persona tiene de su vida o, más exactamente, de las experiencias de su vida. Esta última matización, recogida en la cita inicial del psicólogo Endel Tulving –una autoridad indiscutible en teoría e investigación de la memoria–, nos coloca frente al atributo esencial, en mi opinión, de la llamada memoria autobiográfica; a saber, el sentido de “yo” o de “mí” que comporta; porque es a través de los recuerdos autobiográficos como percibimos nuestro “yo”. Y es que este tipo de memoria, a diferencia de las demás memorias (a las que me referiré más abajo), constituye el punto crítico en el que convergen los sentimientos, las motivaciones y los deseos, las metas y los logros, los valores, las creencias y los significados de cualquier persona. Como han señalado, al respecto, Singer y Salovey 2 (1993), en cada recuerdo autobiográfico están los elementos esenciales de la emoción, la memoria y la personalidad. 1 Este trabajo apareció publicado en C. Fernández y M. A. Hermosilla (eds.). Autobiografía en España: Un balance. Madrid: Visor, 2004; pp. 183-220. 2 Mientras no se especifique nada, todos los autores citados son psicólogos de la memoria.

Claves de la memoria autobiográfica

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Claves de la memoria autobiográfica1

JOSÉ MARÍA RUIZ-VARGASFacultad de Psicología.

Universidad Autónoma de Madrid

Lo que se recuerda no es el suceso, sino la experiencia del suceso.

ENDEL TULVING

1. Introducción

Hablar de memoria autobiográfica es hablar de los recuerdos que una persona tiene de su vida o, más exactamente, de las experiencias de su vida. Esta última matización, recogida en la cita inicial del psicólogo Endel Tulving –una autoridad indiscutible en teoría e investigación de la memoria–, nos coloca frente al atributo esencial, en mi opinión, de la llamada memoria autobiográfica; a saber, el sentido de “yo” o de “mí” que comporta; porque es a través de los recuerdos autobiográficos como percibimos nuestro “yo”. Y es que este tipo de memoria, a diferencia de las demás memorias (a las que me referiré más abajo), constituye el punto crítico en el que convergen los sentimientos, las motivaciones y los deseos, las metas y los logros, los valores, las creencias y los significados de cualquier persona. Como han señalado, al respecto, Singer y Salovey2 (1993), en cada recuerdo autobiográfico están los elementos esenciales de la emoción, la memoria y la personalidad. Por todo ello, la memoria autobiográfica se constituye en el soporte y el organizador de nuestra biografía, de la historia narrada de nuestras experiencias personales. Una historia que es el resultado de la interacción del yo con el mundo: “Quienes somos está definido básicamente por lo que hacemos”, escribe Fivush (1988, 277), porque las personas aprendemos sobre nosotros mismos mientras nuestro yo actúa. En definitiva, gracias a la memoria autobiográfica los seres humanos podemos organizar y combinar armónicamente nuestro conocimiento sobre el mundo y nuestro conocimiento sobre nosotros mismos. Y el resultado esencial de todo ello es la conciencia de identidad personal y la capacidad de toda persona para revivir su pasado, interpretar el presente y planificar su futuro. “Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada”, nos dice el genial director de cine Luis Buñuel en Mi último suspiro (2000, 11), su legado autobiográfico.

1 Este trabajo apareció publicado en C. Fernández y M. A. Hermosilla (eds.). Autobiografía en España: Un balance. Madrid: Visor, 2004; pp. 183-220.2 Mientras no se especifique nada, todos los autores citados son psicólogos de la memoria.

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2. Un marco teórico para la investigación de la memoria autobiográfica

Me atrevería a decir que sobre la memoria existen más ideas erróneas que sobre cualquier otro aspecto o proceso cognitivo3. Entre tales creencias falsas destaca, por su frecuencia y por lo que supone de punto de partida, la poca importancia que en nuestra sociedad se atribuye a la memoria. Tras muchos años de estudio, investigación y docencia de la psicología de la memoria, la constatación de ese error entre la gente de a pie y también entre los estudiantes de Psicología (de los cursos iniciales de carrera, afortunadamente) me sigue sorprendiendo extraordinariamente; sobre todo, porque cada vez implica una mayor paradoja: la gente minusvalora la memoria al tiempo que aumenta su preocupación por perderla. No me cabe duda de que ello es fruto del desconocimiento acerca de la verdadera naturaleza de la memoria, o bien de una falta de reflexión sobre la actuación humana, o de ambas cosas; porque lo que también he comprobado es que, cuando las mismas personas que minusvaloran la memoria se enteran o caen en la cuenta de lo que realmente significa la memoria para la vida, cambian inmediatamente de opinión. En muchas otras ocasiones, será la propia experiencia vital la encargada de reivindicar la importancia capital de la memoria. Este último caso queda magistralmente ilustrado en la siguiente observación de Buñuel (op. cit., 9-11):

...a medida que van pasando los años, esta memoria, en un tiempo desdeñada, se nos hace más y más preciosa (...) Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida...

Para los investigadores de la memoria, la importancia de ésta es el punto de partida indiscutible de toda su labor. Centrados ya en el contexto científico, empezaré diciendo que, desde hace década y media, aproximadamente, estamos asistiendo a un crecimiento exponencial del conocimiento científico sobre la memoria humana. Los factores responsables de dicho progreso son a la vez muchos y de naturaleza diversa. No obstante, para los propósitos de este trabajo, sólo considero oportuno mencionar los cuatro siguientes:

1) La convergencia de intereses y de programas de investigación para desentrañar la naturaleza de la memoria de tres grupos de científicos que, tradicionalmente, no han compartido ni sus inquietudes ni sus hallazgos: los psicólogos cognitivos, los neuropsicólogos y los neurocientíficos. La comunalidad de intereses y objetivos de estos tres grupos de científicos cognitivos ha producido, en los últimos años, el surgimiento de una nueva disciplina –la Neurociencia Cognitiva– que significa, de hecho, un cambio de paradigma.

3 En un trabajo muy reciente (Ruiz-Vargas, 2002a), me he referido a algunas de las creencias falsas más extendidas sobre la memoria.

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2) La constatación de que la memoria no es una sola cosa. En efecto, la abundante literatura sobre el fenómeno de las disociaciones de memoria ha certificado sin lugar a dudas que lo que entendemos por memoria no es una entidad unitaria o indiferenciada sino un conjunto de sistemas independientes, aunque interactuantes, que difieren entre sí respecto al tipo de información que representan, las reglas que rigen sus operaciones, y las áreas o regiones cerebrales en las que se asientan (cf. Schacter & Tulving, 1994; Ruiz-Vargas, 2002b).

3) El cambio paradigmático que ha supuesto la integración, en el seno de la psicología de la memoria, de dos enfoques o modos de entender y analizar la memoria que, hasta hace relativamente poco, parecían condenados a no entenderse. Me refiero al enfoque de laboratorio o cuantitativo, cuyo objetivo es evaluar el número de elementos almacenados en la memoria, y al enfoque naturalista/ecológico o cualitativo, cuyo objetivo es evaluar la exactitud o la fidelidad de la representación del pasado.

4) La consolidación de un área de investigación que, si bien no es completamente nueva, representa el reconocimiento oficial –en el seno del núcleo duro de la psicología experimental– de la pertinencia, de la legitimidad epistémica y del rigor metodológico de la investigación de un tipo de memoria que, como señala Brewer (1996), abarca un dominio natural y que, mayoritariamente, es llamada memoria autobiográfica. Esta observación adquiere una especial relevancia si tenemos en cuenta que, si bien la importancia y el estudio de los recuerdos personales han estado presentes en la psicología desde sus inicios como disciplina (e.g., Galton, Freud, Henri y Henri, Hall, entre otros), no sería hasta la década de 1980 cuando la memoria autobiográfica empieza a ser estudiada de un modo continuado y sistemático. La razón principal de tal ausencia, durante la mayor parte del siglo XX, en los programas de investigación de los psicólogos de la memoria fue de naturaleza metodológica: los recuerdos de las experiencias personales han resultado difíciles de verificar y, sobre todo, no se prestan al control experimental. Tras unos años de controversias y disputas metodológicas entre los partidarios de cada uno de los dos enfoques mencionados en el punto anterior, la sensatez se ha impuesto finalmente entre la mayoría, que entiende que la ciencia de la memoria tiene que ser capaz de investigar con el mismo rigor cualquier fenómeno de memoria en el laboratorio y en la vida cotidiana. Naturalmente, entre estos cuatro factores existe una relación causal, que se manifiesta tanto desde una perspectiva ontológica y/o epistemológica como desde una perspectiva temporal o histórica. No considero oportuno detenerme en los detalles de esta observación, pero resulta bastante patente que el reconocido estatus científico del que actualmente goza la investigación de la memoria autobiográfica no hubiese sido posible sin el reconocimiento previo por parte de los neurocientíficos cognitivos de la existencia de diferentes tipos de memoria.

3. Definición de memoria autobiográfica

Para entender la noción de memoria autobiográfica, conviene establecer previamente un cierto contexto conceptual dentro del cual está teniendo lugar su

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desarrollo y análisis. La consecución de ese objetivo pasa por ofrecer, en primer lugar, una definición general de memoria; a continuación, hacer referencia a los distintos tipos o sistemas de memoria humana, para, finalmente, centrarnos en la definición y características fundamentales de la memoria autobiográfica.

Una definición sencilla, aunque rigurosa, de memoria considera a ésta como la capacidad de los animales para adquirir, retener y utilizar conocimiento y habilidades. Desde mediados de los ochenta, ha cambiado sustancialmente la manera como los científicos cognitivos contemplan la memoria. Como ya he señalado, la vieja idea de la memoria como una entidad monolítica ha sido desplazada por la evidencia irrefutable de que ésta consiste, en realidad, en una colección de diferentes sistemas con manifestaciones propias en los dominios conductual, cognitivo y cerebral. Aunque existen distintas taxonomías de la memoria, creo que la propuesta por Schacter y Tulving (1994) es la que ofrece mayor cobertura teórica a los datos empíricos disponibles. En su clasificación, estos autores distinguen un sistema a corto plazo o memoria operativa, y cuatro sistemas de memoria a largo plazo: la memoria de procedimientos (o procedimental), el sistema de representación perceptiva, la memoria semántica y la memoria de episodios o episódica4. Para nuestros objetivos resulta especialmente pertinente detenernos en la definición de los dos últimos sistemas mencionados, y, de un modo especial, en la memoria episódica5.

Hace casi treinta años, Tulving (1972) distinguió por primera vez entre una memoria semántica y una memoria episódica6. La memoria semántica es el sistema encargado de la adquisición, retención y utilización de conocimiento acerca del mundo en el sentido más amplio, esto es, hechos y conceptos. La memoria episódica haría lo propio con la información relativa a los sucesos personales y a los eventos de nuestro pasado que han ocurrido en un momento y en un lugar específico.

En la memoria episódica, pues, la información está organizada en torno a un episodio vivido y su recuperación implica necesariamente que las claves disponibles formasen también parte del contexto de codificación. Esta idea es fundamental para entender tanto el recuerdo como el olvido de la información episódica. La regla básica está contenida en el llamado “principio de codificación específica” y reza así: el modo específico como codificamos un suceso determinará las claves de recuperación que

4 Agradezco al Profesor Castilla del Pino la oportuna y perspicaz observación de que, efectivamente, en castellano lo “episódico”, además de significar “perteneciente o relativo al episodio” (Diccionario de la RAE, 1992), tiene la connotación de discontinuo, incidental, intermitente, etc., algo que no tiene nada que ver con lo que para los psicólogos de la memoria de todo el mundo significa “memoria episódica”. Por tanto, y para evitar ese equívoco, quiero precisar y subrayar que “episódica” en este contexto es el adjetivo derivado de “episodio”, por lo que la expresión “memoria episódica” se refiere exclusivamente a la memoria de episodios, sucesos o acontecimientos pasados. 5 La definición y las características de todos y cada uno de los sistemas de memoria enumerados se encuentran expuestas con bastante detalle en varios de mis trabajos anteriores (e.g., Ruiz Vargas, 1994, 2000, 2002b). 6 La validez de esta distinción ha sido intensamente debatida en el seno de la psicología cognitiva durante muchos años, y puede decirse que hasta el surgimiento de la neurociencia cognitiva de la memoria dicho debate se ha mantenido más o menos abierto. Durante todos esos años, se han ido acumulando las pruebas a favor de la propuesta de Tulving, al tiempo que él mismo ha ido modificando y refinando ambos conceptos.

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nos ayudarán posteriormente a recordarlo7. Es decir, una persona sólo podrá recordar algo con éxito si las claves o las ayudas que tiene presentes formaron parte del contexto de codificación, por la sencilla razón de que esas claves, al ser parte del episodio que se desea recordar, son la única vía eficaz para restaurar o reactivar ese episodio. Por ejemplo, si alguien me dijese “¿Te acuerdas de lo que pasó el 23 de Noviembre de 1963?”, le diría que no recuerdo nada de ese lejano día; sin embargo, si me dice “¿Te acuerdas del día que asesinaron a Kennedy?”, le respondería, inmediatamente, que sí y además con absoluta claridad. La razón es que la clave de recuperación que se me ha proporcionado en el primer caso (“el 23 de Noviembre de 1963”) no forma parte del recuerdo que guardo de aquel día, mientras que la clave segunda (“el día que asesinaron a Kennedy”) forma parte del núcleo de mi recuerdo de aquel suceso8.

A diferencia de la memoria episódica, la memoria semántica no representa información alguna relativa al contexto espacio/temporal en el que se ha producido la adquisición. Las representaciones semánticas constituyen el conocimiento general de los individuos que puede ser descrito en forma de proposiciones. Gracias a este sistema, las personas podemos representar estados, objetos y relaciones entre unos y otros sin necesidad de que estén presentes físicamente. Por eso, Tulving considera que la representación estructurada del conocimiento semántico tiene como función principal el modelado cognitivo del mundo.

A pesar de sus diferencias, la memoria episódica y la memoria semántica están estrechamente relacionadas. Así, desde una perspectiva evolucionista, el sistema de memoria episódica se ha desarrollado a partir de la memoria semántica; por consiguiente, ambos sistemas comparten muchas propiedades, aunque la memoria episódica, al ser un sistema más evolucionado, transciende el abanico de capacidades de la memoria semántica. Las siguientes palabras de Tulving reflejan éstas y otras ideas acerca de su concepción actual de la memoria episódica:

...la memoria episódica se refiere a un sistema que hace posible el “viaje en el tiempo” mental a través del tiempo subjetivo: desde el presente hacia el pasado y hacia el futuro, una proeza que no puede realizar ningún otro sistema de memoria. Al hacerlo, permite al individuo reexperimentar, mediante la conciencia autonoética, las experiencias previas, y proyectar experiencias similares sobre el futuro. La memoria episódica evolucionó más tarde que los demás sistemas, probablemente es exclusiva de los humanos y se desarrolla tarde en la infancia. Sus operaciones dependen de la memoria semántica y de otras formas de memoria. Por tanto, comparte mecanismos neurales y procesos cognitivos con

7 El principio de codificación específica es la propuesta teórica más potente para explicar psicológicamente el recuerdo exitoso y el olvido de los episodios pasados. Este principio fue formulado por Tulving y Thomson (1973) a partir de sus hallazgos experimentales, y ha sido avalado desde entonces por los datos de innumerables investigadores.8 Obviamente, para poner este ejemplo, he tenido que consultar antes la fecha en que fue asesinado el presidente John F. Kennedy. Guardo un recuerdo extraordinariamente rico en detalles de todo tipo del día en que me enteré del asesinato de Kennedy; sin embargo, la fecha no forma parte de mi “recuerdo fotográfico” de aquel suceso.

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otros sistemas, pero, además, se apoya en mecanismos y procesos específicos que no forman parte de ningún otro sistema (Tulving, 1999a, 13).

Tulving está insistiendo mucho y de manera muy explícita en sus trabajos más recientes (cf. Tulving, 1999a,b; Tulving y Lepage, 2000) en dos cuestiones de especial relevancia en este contexto. Por un lado, en que el concepto de memoria episódica “ha cambiado considerablemente desde su introducción hace casi treinta años” (Tulving, 1999a, 12). Por otro, en la singularidad de la memoria episódica, puesta de manifiesto básicamente a través de dos características absolutamente exclusivas de este sistema; a saber, (1) que es el único orientado hacia el pasado: la recuperación episódica significa viajar mentalmente hacia atrás por el pasado personal a través del tiempo subjetivo (todos los demás sistemas de aprendizaje y memoria están orientados al presente), y (2) que la evocación o rememoración episódica va acompañada de “conciencia autonoética”, es decir, la experiencia consciente de sí-mismo como una entidad continua a través del tiempo, que permite darse cuenta de que el yo que reexperimenta ahora un episodio del pasado personal es el mismo yo9 que experimentó ese episodio en un tiempo anterior (Wheeler, Stuss y Tulving, 1997). Como muy sabiamente señalan Tulving y Lepage, gracias a la conciencia autonoética podemos distinguir entre “estar pensando en algo” y “estar rememorando”. Lo sustancial y único de la memoria episódica estaría, por tanto, en esa sensación consciente de pasado; es decir, en el sentimiento subjetivo de que, en la experiencia que se revive en el momento presente, una persona está re-experimentando algo que sucedió anteriormente en su vida; una experiencia mental única e inconfundible que no tiene nada que ver con conocer o saber algo (memoria semántica).

La idea de conciencia autonoética, –que es la “corriente de conciencia” de William James–, se encuentra magistralmente expresada por Carlos Castilla del Pino al comienzo de su autobiografía Pretérito imperfecto, cuando escribe:

No me he sumergido en mi memoria; he traído los recuerdos a mí, es decir, al Yo de este momento, el que ahora me siento ser, como si fuera posible decir “he sido”, como si no fuera el mismo que en otros momentos fui... No me veo habiendo sido y no siendo ya. Mi vida me aparece como una formación singular en la que las etapas anteriores de mi existencia son peldaños que me conducen al que ahora soy (p. 11).

9 Según la “teoría del sujeto” de Castilla del Pino (1999), “el yo” en este contexto sería “el meta-yo” o, más propiamente, “el sujeto” (“el sistema del organismo mediante el cual se construyen yoes adecuados” para actuar en las diferentes situaciones de la vida cotidiana). Debe quedar claro que no tengo inconveniente alguno en sustituir en mi sentencia “el yo” por “el sujeto”. De hecho, en psicología experimental se ha utilizado tradicionalmente el término “sujeto” para evitar las complicaciones epistemológicas que conllevaría el término “yo”. No obstante, he preferido expresar la idea de conciencia autonoética en términos del “yo” para demostrar hasta qué punto ha evolucionado la teoría de la memoria de Tulving y de todos los que nos sentimos identificados con sus postulados básicos.

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Sobre la base de esas dos características (pasado y conciencia autonoética), Tulving (1999a, 16) considera que la función de la memoria episódica es “la recuperación consciente del pasado personal”. Resulta claro, pues, que la memoria episódica es una memoria autobiográfica, y, de hecho, en la definición de 1972, Tulving ya se refirió explícitamente a dicha propiedad: “Un evento... es siempre almacenado [en el sistema episódico] en términos de su referencia autobiográfica...” (p. 385). Por tanto, siguiendo el pensamiento de este autor, memoria “episódica” y memoria “autobiográfica” serían dos términos equivalentes.

En este punto, considero absolutamente necesario resaltar el hecho de la evolución del pensamiento de Tulving, en los últimos treinta años, respecto a su concepción de la memoria episódica, tal y como ha quedado de manifiesto en los párrafos anteriores. Sobre todo, porque los investigadores actuales de la “memoria autobiográfica” siguen pegados a la definición tulvingiana de 1972, y, en consecuencia, continúan pensando que la “memoria episódica” parece referirse más al recuerdo de listas de palabras en un contexto de laboratorio de aprendizaje verbal que al recuerdo personal de las experiencias de la vida cotidiana. Esa limitación conceptual tan primitiva les ha llevado, en su opinión, a tener que introducir numerosas distinciones conceptuales entre memoria episódica y, por ejemplo, memoria genérica, memoria de eventos, memoria genérica de eventos, memoria autobiográfica, memoria recolectora, etcétera, etcétera (cf. Brewer, 1996). En general, lo que estos investigadores vienen a proponer es que la memoria episódica –entendida como la memoria de los hechos específicos que ocurren en un momento y en un lugar específicos– sea considerada como una categoría supraordinal en la que estarían incluidas las otras memorias mencionadas (i.e., la memoria autobiográfica, la memoria de eventos, la genérica, la recolectora, etc.). Esto significaría, según ellos, que la memoria autobiográfica es un tipo de memoria episódica, pero no todo recuerdo episódico es de naturaleza autobiográfica.

A mi entender, sin embargo, la anterior categorización jerárquica de “lo episódico” en sistemas y subsistemas resultaría difícil de justificar científicamente; fundamentalmente, porque no existe ninguna evidencia experimental en apoyo de una propuesta así, y, además, porque considero que violaría el principio de parsimonia: si podemos explicar los hechos observados de forma simple (a saber, el sistema de memoria episódica –cuya existencia está suficientemente probada– es el encargado de registrar lo que una persona experimenta a lo largo de su vida y, por ende, su propia biografía) no hay por qué apelar a explicaciones complejas (i.e., una memoria “episódica” para eventos cotidianos sin relevancia personal, otra memoria “autobiográfica” para eventos personalmente significativos, etc.). Además, la mayor parte de los términos propuestos para diferenciar “lo autobiográfico” de “lo episódico” se refieren, en realidad, como advierte el propio Tulving (1999a, 13), al tipo de información recordada más que a hipotéticos sistemas de memoria con propiedades específicas distintas de las del sistema episódico. Por tanto, entiendo que el concepto actual de memoria episódica cubre adecuadamente la idea de una memoria para los sucesos vividos personalmente y, en consecuencia, hace innecesaria la introducción de otros términos.

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No obstante, soy consciente de que no se puede ser ajeno a lo que para muchos investigadores actuales significa memoria autobiográfica en su actual contexto de uso, por lo que asumo ese término como una parte del contenido del sistema de memoria episódica; aunque, en aras de una coherencia teórica, creo que lo adecuado sería utilizar el término recuerdos autobiográficos mejor que memoria autobiográfica. En resumen, no hay razones para asumir la existencia de una memoria autobiográfica distinta de una memoria episódica, pero sí podemos hablar de “recuerdos autobiográficos” como un tipo de información episódica.

4. Características de los recuerdos autobiográficos

4.1. Relación con el yo

Existe un consenso general respecto a que una de las características más definitorias –si no la que más– de los recuerdos autobiográficos es que contienen información relacionada con el yo10. William James (1890) señaló que para que un evento mental sea experimentado como un recuerdo personal éste debe, en primer lugar, referirse al pasado y, segundo, estar asociado con la sensación de yo, es decir, debe estar incluido en el pasado personal del sujeto. Modernamente, son muchos los investigadores que definen estos recuerdos en términos de “información relacionada con el yo” (Brewer, 1986). Lo cual significa que el contenido de estos recuerdos es una combinación de informaciones relativas a lugares, momentos, personas, objetos, sentimientos, creencias, actitudes, prejuicios, y todo aquello involucrado en la actuación de las personas. A este respecto, Marcia Johnson incide en las “actividades reflexivas” contenidas en este tipo de recuerdos, que “personalizan la información y ayudan a mantener el sentido del yo” (Johnson et al., 1988)11.

4.2. Estructura narrativa

Otra característica especialmente relevante de los recuerdos autobiográficos es su estructura narrativa. Cuando una persona evoca cualquier experiencia personal de su pasado lo hace contando una historia, no recitando una lista fragmentada de atributos o características. Más aún, la estructura narrativa de estos recuerdos es muy similar a la 10 Una definición operativa del yo –y que ha permitido que éste sea objeto de estudio de la psicología empírica– es la que lo considera como una “organización de conocimiento”. Greenwald y Pratkanis (1984) lo han descrito como una estructura de conocimiento que combina componentes declarativos y procedimentales, lo que ha favorecido las conceptualizaciones estructurales del yo como un “esquema actitudinal complejo” o como “una red de memoria”. Para los propósitos de este trabajo, resulta interesante destacar que las revisiones históricas sobre el yo ponen de manifiesto la idea dominante de que el yo y la memoria son dos caras de la misma moneda.11 Puede verse, en este sentido, la reciente y magnífica revisión en castellano de Suengas (2000) sobre los recuerdos autobiográficos.

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estructura narrativa de otras formas de comunicación social, razón por la cual Hirst y Manier (1996) consideran que rememorar es un acto de comunicación:

La gente rememora la historia de sus vidas escribiendo autobiografías, conversando con parientes, amigos y extraños, e incluso hablándose a sí mismo... El acto de rememorar no puede separarse del acto de comunicar, ni la memoria autobiográfica puede ser considerada como algo distinto del discurso mismo. Las evocaciones surgen... de un deseo de comunicarse con otros sobre el pasado personal (p, 271).

Estos y otros autores (e.g., Bruner y Feldman, 1996) han insistido igualmente en cómo el discurso empleado influye en lo que se evoca y cómo se evoca. Es un hecho constatado que la misma persona recuerda el mismo episodio de modo diferente cuando escribe su autobiografía, cuando lo cuenta a un grupo de extraños, cuando lo rememora con un amigo íntimo, o cuando lo evoca a través de un diálogo interno (cf. Tenney, 1989; Pillemer et al., 1991; Robinson, 1996). En definitiva, las convenciones sociales de la escritura o del habla autobiográfica, el papel de la audiencia, los supuestos sobre el uso del lenguaje en las conversaciones, el ajuste del significado al contexto, y la relación social entre el hablante y su audiencia representan un conjunto de factores que determinan tanto la forma como el contenido de los recuerdos autobiográficos.

Por otro lado, la naturaleza social de los recuerdos autobiográficos supone que los individuos tenemos que aprender a narrar o a contar las historias que vivimos. Un grupo importante de psicólogas evolutivas de la City University of New York, lideradas por Katherine Nelson, llevan varios años aportando datos muy interesantes sobre el desarrollo de las habilidades narrativas de los niños para hablar a otras personas de sus recuerdos. Entre sus hallazgos destaca el papel básico desempeñado por los padres y, muy especialmente, los estilos que éstos adoptan cuando hablan del pasado con sus propios hijos. En este sentido, resulta muy sugerente la distinción establecida por Minda Tessler entre madres de “estilo paradigmático” y madres de “estilo narrativo12”. Las primeras se caracterizan por plantear a sus hijos preguntas del tipo “¿Qué tiene la ardilla en la boca?”, mientras que las “madres narrativas” hacen preguntas relacionadas con el episodio, como por ejemplo, “¿Viste cómo la ardilla enterraba la nuez para poder encontrarla y comérsela cuando llegue el invierno?”. A partir de esta distinción, esta investigadora ha descubierto que los hijos de madres narrativas recuerdan significativamente más que los hijos de madres paradigmáticas. Y lo que parece más importante, Tessler descubre también que ningún niño de los participantes en uno de sus estudios –el que incluía la visita a un museo– recordaba nada de la experiencia del museo si después de la visita no habían hablado de ello con sus madres. Hasta tal punto eran así las cosas, que los niños sólo recordaban lo que su madre y cada uno de ellos habían hablado juntos, y eran incapaces de recordar nada de lo que su madre hubiese hablado sola acerca del museo y nada de lo que cada uno

12 Los términos “paradigmático” y “narrativo” fueron introducidos por Bruner (1986) para distinguir entre estilos de organización cognitiva. Las características específicas del estilo paradigmático son la denominación y la focalización en los atributos de los objetos, mientras que las características del estilo narrativo incluyen las perspectivas de tiempo, intencionalidad, causalidad y evaluación.

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de ellos hubiese comentado a solas. Estos hallazgos han sido replicados con éxito en otros estudios y permiten establecer, al menos, dos importantes principios: (1) que la narración de los episodios experimentados resulta fundamental para que éstos se fijen en la memoria y sean memorables, y (2) que el contexto social parece esencial tanto para compartir las experiencias como para compartir los recuerdos que guardamos de ellas. Judith Hudson, otra investigadora del grupo de Nelson, ha propuesto un modelo de interacción social para explicar el desarrollo de la memoria autobiográfica, cuyo postulado esencial es que los niños aprenden de forma gradual cómo hablar con los demás de sus recuerdos a través de las llamadas “charlas sobre recuerdos” (memory talks) o conversaciones sobre eventos pasados entre la madre (o los padres) y el niño o la niña y, en consecuencia, a organizar sus recuerdos narrativamente13.

Una cuestión no resuelta todavía entre los teóricos es si los recuerdos autobiográficos se almacenan como narraciones o si la estructura narrativa se impone posteriormente durante la recuperación. Teniendo en cuenta el conocimiento actual sobre la dinámica de la memoria y su naturaleza constructiva y reconstructiva, yo me inclino a pensar que los recuerdos de las experiencias de la vida sólo se organizan narrativamente si son recuperados, ya sea para contarlos a otros o para contárnoslos a nosotros mismos. Por tanto, la experiencia se convierte en narración a través de la recuperación.

4.3. El papel de las imágenes mentales

Los recuerdos autobiográficos se caracterizan, asimismo, porque su evocación generalmente incluye imágenes visuales y de otras modalidades sensoriales: “La memoria episódica nos permite visitar mentalmente y ‘ver’ el pasado”, nos dicen Tulving y Lepage (op. cit., 213; cursivas añadidas pero entrecomillado en el original).

Una gran diversidad de pruebas apoyan el componente imaginístico de estos recuerdos. Por ejemplo, esa propiedad de “ver” el pasado es considerada por la gente en general como lo definitorio de los llamados recuerdos autobiográficos. Más aún, cuando alguien rememora un suceso y lo acompaña de comentarios del tipo “es como si lo estuviese viendo”, su relato se hace más creíble y más verídico para sí mismo y para los demás. De hecho, las personas actuamos como si el recuerdo de detalles sensoriales significara que lo que se está evocando es exacto. Este aumento de la credibilidad y de la veracidad de las evocaciones propiciado por las imágenes se pone especialmente de manifiesto en las declaraciones de los testigos presenciales de actos delictivos. Y también, como no podía ser de otra manera, siempre que una persona evoca un episodio personal o lo narra como parte de su autobiografía cargado de imágenes. Porque, en todos estos casos, las personas no se limitan a decir lo que sucedió, sino que en su narración nos dicen que pueden “ver” la situación, “oír” lo que

13 Los estudios de Tessler, cuyos resultados básicos proceden de su Tesis Doctoral, aparecen comentados, junto con los de Hudson, en el trabajo de Nelson (1993). Para más detalles sobre “el modelo de interacción social”, véase la revisión de Hudson (1990).

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se dijo o “sentir” lo que sintieron, convencidos de que así avalan y aumentan la exactitud de su recuerdo14.

Vladimir Navokov nos ofrece un ejemplo extraordinariamente rico en imágenes sensoriales y emocionales en el siguiente pasaje de su autobiografía Habla, memoria, que, sin duda, aumenta en el lector –y seguro que en el propio Navokov– la sensación de verdad de lo evocado:

A continuación veo a mi madre conduciéndome hacia la cama a través de aquel enorme vestíbulo, del que partía una escalera central que subía y subía, y arriba del todo sólo unos cristales como de invernadero separaban el último rellano del cielo verde claro del anochecer. Yo solía resistirme y arrastraba los pies o patinaba por la tersa superficie del piso de piedra, obligando así a la suave mano que se apoyaba en mis riñones a que empujara mi poco dispuesto esqueleto con indulgentes golpecitos (p.81).

Asimismo, en contextos clínicos se revela también, y de una forma especialmente dramática, el componente imaginístico de los recuerdos traumáticos. Existe una amplia literatura sobre supervivientes de episodios traumáticos que confirma que estas personas reexperimentan los traumas de una forma especialmente clara e intensa. Por ejemplo, la psiquiatra estadounidense Lenore Terr (1990) ha observado que las víctimas de traumas psíquicos sufren una “propensión imparable a ‘ver’ sus traumas” casi constantemente:

Tras la experiencia traumática, los niños ‘ven’ repetidamente lo que les sucedió. Esas visiones, exactas o inexactas, aparecen cuando el niño o la niña visita el lugar donde se produjo el suceso, cuando alguien menciona el episodio traumático, cuando algo conectado con el trauma les viene a la mente por asociación, y cuando los olores, la atmósfera y la época del año renuevan la sensación de ‘estar allí’ (p. 138).

Las imágenes son igualmente una parte muy sobresaliente de los recuerdos de situaciones menos extremas que las anteriores aunque también emocionalmente intensas. Un ejemplo prototípico lo encontramos en los llamados “recuerdos fotográficos” (flashbulb memories), un tipo de recuerdos muy vivos, muy exactos y muy duraderos, cuyo contenido mantiene de forma “casi fotográfica” la mayor parte de los

14 Desde hace bastantes décadas, se sabe que el pasado personal puede ser evocado desde dos perspectivas o puntos de vista, la del participante y la del observador (cf. Freud, 1899). Nigro y Neisser (1983) realizaron la primera investigación experimental sobre este fenómeno y comprobaron que los “recuerdos de campo” (o del participante) eran más frecuentes que los “recuerdos de observador”, aunque se puede cambiar con facilidad de un punto de vista a otro. Además, observaron que las experiencias recientes tienden a ser evocadas desde la perspectiva de campo, mientras que las más antiguas se evocan desde la perspectiva del observador; y, algo más muy interesante, cuando los sujetos se centraban en los sentimientos asociados al episodio aumentaban los recuerdos de campo, frente a un aumento de recuerdos de observador cuando se centraban en el contexto físico. Para muchos teóricos, ésta es una prueba más de que una parte importante de nuestra experiencia pasada es construida o inventada en el momento de la evocación.

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detalles sobre las circunstancias en las que nos enteramos de sucesos emocionalmente impactantes, inesperados y de gran relevancia personal o social. Por ejemplo, los sucesos del 23 de Febrero de 1981 generaron en la mayor parte de los españoles un recuerdo de aquella experiencia cuya evocación es una combinación de imágenes visuales y emociones intensas que nos hacen decir, cuando se nos pregunta por aquella fecha, frases como: “Lo veo todo como si hubiese pasado ayer. Recuerdo perfectamente dónde estaba, qué estaba haciendo, con quién estaba, etcétera, etcétera”15.

Por último, la relación entre nivel de imágenes y credibilidad de los recuerdos ha sido demostrada por Brewer (1988). Este investigador comprobó empíricamente que los sujetos que asignaban niveles altos de confianza a sus recuerdos autobiográficos demostraban tener recuerdos repletos de imágenes visuales, mientras que los sujetos que mostraban poca confianza en sus recuerdos decían tener pocas imágenes visuales de los mismos. En resumen, la imaginería mental es una característica básica de los recuerdos autobiográficos.

4.4. El componente emocional

Sin duda alguna, la gente sabe que las experiencias cargadas de emociones fuertes se recuerdan de un modo distinto a aquellas otras en las que la emoción o los afectos apenas son visibles. Este convencimiento, sin embargo, se torna en problema, y en problema de dimensiones formidables, cuando los científicos de la memoria tratan de determinar hasta qué punto y cómo las emociones influyen en los recuerdos autobiográficos. En concreto, las dos cuestiones más espinosas y controvertidas son las relativas a (1) el efecto real de las emociones sobre la memoria, es decir, si la emoción aumenta o disminuye la fuerza de los recuerdos personales, y (2) si para explicar esos efectos hay que apelar a mecanismos especiales. La resolución de estas dos cuestiones se ha buscado a través de la investigación en tres ámbitos concretos: la memoria de los testigos presenciales, los recuerdos fotográficos y los recuerdos de sucesos traumáticos.

Respecto a la primera cuestión, debemos tener presente el hecho paradójico y, en consecuencia, desconcertante, de que las experiencias traumáticas en ocasiones producen recuerdos excelentes (piénsese en el caso de los recuerdos fotográficos, comentados en el apartado anterior) o son recuperadas excesivamente (éste sería el caso de algunas víctimas de episodios traumáticos) y, por el contrario, otras veces, no se recuerdan en absoluto (represión/amnesia). Este problema, que no es otro que el del impacto real de la emoción sobre la memoria, sigue abierto a la investigación y a la teorización; si bien, hallazgos recientes sugieren que esta relación está determinada por

15 En una investigación propia sobre los recuerdos del 23-F y de la muerte de Franco, realizada y publicada hace unos años, pude comprobar empíricamente que las especiales características de los sucesos del 23-F generaron en la memoria de la mayoría de los españoles un recuerdo especialmente vívido, claro y repleto de detalles; un recuerdo casi fotográfico del escenario en el que estábamos cuando nos dieron aquella noticia, que parece haber quedado congelado en nuestra memoria y que, además, parece inmune al olvido y al paso del tiempo (cf. Ruiz-Vargas, 1993).

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interacciones muy complejas entre muchas variables de muy distinta índole y cuya identificación y mejor comprensión permitiría explicar el patrón antagónico descrito.

En un intento por concretar algo más esta última idea, quiero señalar que los teóricos lo que plantean es que las circunstancias (externas e internas) que rodean a los procesos de codificación, consolidación y recuperación podrían ser la clave en este asunto. Una línea de investigación que está resultando especialmente eficaz en la resolución de este problema es la que está analizando a nivel neurocognitivo los procesos de consolidación de los recuerdos, por un lado, y el papel de las hormonas del estrés en la modulación de los recuerdos, por otro. Sin pretensión alguna de exhaustividad, sólo quisiera señalar un par de hallazgos que me parecen especialmente relevantes. En primer lugar, existen datos que apuntan la posibilidad de que las situaciones traumáticas reducen la capacidad del hipocampo para integrar (consolidar) los distintos componentes de los recuerdos emocionales en un todo coherente. Esta consolidación defectuosa produciría unos recuerdos traumáticos poco cohesionados y, consecuentemente, muy difíciles de recuperar deliberadamente, lo que explicaría los casos de amnesia post-traumática y, al mismo tiempo, el que sean recuerdos cuya recuperación queda a merced de las claves situacionales (cf. McClelland, 1995; Krystal et al., 1995). Por otro lado, y en segundo lugar, el grupo de trabajo del neurobiólogo de la memoria Larry Cahill16 está aportando datos muy sugerentes acerca de la importancia crucial de los sistemas endógenos de las hormonas del estrés (especialmente, las catecolaminas) y del complejo amigdalino (en particular, la amígdala basolateral) en la codificación y almacenamiento de los eventos emocionales. En resumen, lo que estos últimos trabajos están mostrando es que las experiencias estresantes liberan en el organismo diversas sustancias, unas con efectos potenciadores sobre la memoria (e.g., la epinefrina) y otras con efectos inhibidores (e.g., los opiáceos). Las condiciones en las que se liberan unas u otras es algo todavía no aclarado.

Estos descubrimientos, incluso en su estado actual no definitivo, parecerían apuntar en la dirección de determinados mecanismos especiales (neuroquímicos y de consolidación) que se activarían/inhibirían en situaciones emocionales fuertes; sin embargo, esta sigue siendo una cuestión muy contradictoria todavía.

Al margen de estos hallazgos, cuya confirmación aún precisa muchos más estudios, lo que está fuera de toda duda, y a nosotros nos resulta especialmente revelador, es que disponemos de numerosos estudios psicológicos que demuestran convincentemente la especial longevidad y fidelidad de los recuerdos emocionales. En concreto, la memoria de los testigos presenciales de sucesos emocionalmente negativos ha demostrado ser muy precisa, sobre todo tras intervalos de retención largos (no inmediatos). Por otro lado, los recuerdos fotográficos resultan ser muy consistentes en situaciones de test-retest, así como excepcionalmente claros, ricos en detalles y asombrosamente resistentes al olvido y al paso del tiempo. Por último, las experiencias traumáticas parecen ir asociadas a evocaciones dolorosamente vívidas que han demostrado ser muy exactas e inmunes al olvido en muchos de los casos estudiados (especialmente, en casos de secuestro y de supervivencia en campos de

16 Para una revisión reciente, véase Cahill (2000).

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concentración). En suma, los datos disponibles sugieren de forma abrumadora que las emociones generalmente ejercen un efecto fortalecedor sobre los recuerdos17.

5. Distribución temporal

La investigación ha puesto de manifiesto que la disponibilidad del pasado personal no presenta una distribución temporal uniforme; aunque esto no implica necesariamente que todo lo más viejo se recuerde menos.

Un modo sencillo de examinar la disponibilidad de los recuerdos autobiográficos es pedir a las personas que rememoren distintos períodos de su vida. En este sentido, un método de probada eficacia consiste en tomar muestras de la memoria episódica de una manera nada restrictiva, como la que se produce cuando al sujeto se le presentan unas palabras (llamadas “claves de recuperación”), como, por ejemplo, “casa”, “orgullo”, “fuego” o “pájaro”, y se le pide que nos cuente el primer recuerdo autobiográfico que le venga a la cabeza18. Una vez hechas las asociaciones, el propio sujeto debe fechar el episodio descrito en cada recuerdo. Siguiendo este procedimiento, distintos investigadores han comprobado empíricamente que la fiabilidad test-retest del fechado es bastante alta y, para el caso concreto de las personas que hacen un diario –en cuyo caso la verificación es posible–, se ha demostrado que el fechado es muy preciso (cf. Rubin, 1982). Sin embargo, la fiabilidad del fechado no significa que los recuerdos autobiográficos contengan representaciones directas del tiempo: estos recuerdos contienen información sobre lugares, personas, objetos, acciones, pensamientos y emociones, pero no sobre la fecha exacta de las experiencias. La edad19 de los recuerdos autobiográficos –salvo excepciones– no se establece sobre criterios intrínsecos a los mismos, sino a partir de inferencias derivadas de elementos externos e internos al propio recuerdo.

La distribución de estos recuerdos según su edad permite hacer una estimación de los recuerdos que cada sujeto tiene disponibles en cada intervalo temporal. Cuando se han combinado los datos de muchos sujetos y de distintos estudios, se ha comprobado que resulta un patrón consistente de distribución temporal del pasado personal. El patrón gráfico obtenido es una función exponencial en forma de S horizontal (ver Figura 1) que representa la contribución de tres componentes: una función de retención, un factor de reminiscencia y un factor de amnesia infantil (Rubin et al., 1986). El componente de retención es necesario para explicar la función monotónicamente decreciente que todas las personas muestran respecto a los 20 años más recientes de

17 Para una revisión actualizada y rigurosa sobre los efectos de la emoción sobre la memoria, véase Schooler y Eich (2000).18 El método de las “palabras clave” fue creado y utilizado por primera vez por Francis Galton (1883) para describir y cuantificar los contenidos de su propia memoria. Dicho estudio, recogido en su obra Inquiries into human faculty and its development (Londres: Macmillan), es considerado como uno de los antecedentes del método de “asociación libre” utilizado unos años después por Freud. Modernamente, en este tipo de investigaciones se utilizan como claves de recuperación tanto materiales verbales como no verbales (cf. Rubin et al., 1986).19 La edad de un recuerdo se define como el tiempo transcurrido desde que se produjo el evento hasta la fecha actual del acto de memoria.

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su vida (en la Figura 1, está representado por la última porción de la curva). El componente “reminiscencia”, que aparecerá si y sólo si los sujetos tienen más de 35 años de edad, representa un incremento muy significativo de recuerdos de cuando los sujetos tenían entre 15 y 25 años. Por último, el componente “amnesia infantil” representa la gran escasez de recuerdos de los primeros años de la vida (en la Figura 1, corresponde al inicio de la curva).

FIGURA 1 AQUÍ [ver al final del texto]

Considero pertinente, en un contexto sobre “autobiografía” como el presente, comentar siquiera brevemente lo más esencial de los fenómenos de “reminiscencia” y “amnesia infantil”.

5.1. El fenómeno de la reminiscencia

La reminiscencia se define como el incremento desproporcionado de recuerdos autobiográficos de la adolescencia y la juventud. El fenómeno de reminiscencia fue conceptualizado formalmente por primera vez por el psiquiatra Robert Butler (1963) en un trabajo teórico con un título muy sugerente: “The life review: An interpretation of reminiscence in the aged”. Allí escribió:

Entiendo la revisión de la vida como un proceso mental, que es universal y se produce de un modo natural, caracterizado por el retorno progresivo a la conciencia de las experiencias pasadas y, particularmente, por el resurgimiento de conflictos no resueltos; simultáneamente, y normalmente, estas experiencias y conflictos que se revisan pueden ser analizados e integrados (p. 66).

Sin embargo, las investigaciones empíricas de la propuesta de Butler no parecen confirmar sus asertos básicos. En concreto, no está claro que todo el mundo “revise su vida” ni que esa revisión, cuando se produce, conlleve una reorganización de la experiencia. El problema de la propuesta de Butler es que no puede ser evaluada adecuadamente (cf. Merriam, 1993). Pero esto no invalida en absoluto ni que la reminiscencia sea un hecho ni los muchos hallazgos que sobre su naturaleza se están produciendo en los últimos años en el seno de la psicología de la memoria. Como ha señalado Fitzgerald (1996), el incremento de los recuerdos autobiográficos del comienzo de la edad adulta es actualmente un fenómeno bien replicado, aunque su explicación se mantiene abierta. En este contexto empírico, merecen ser mencionados los siguientes hallazgos: (a) el “pico de la reminiscencia”20 aparece, además de en situaciones de recuperación con claves, en las narraciones libres de la vida (Fromholt y Larsen, 1991); (b) no se limita a la memoria episódica, sino que la reminiscencia se produce en todos los ámbitos cognitivos: “lo que se aprende antes de llegar a la adultez es lo que mejor se recuerda” (Rubin et al., 1998, 3); (c) el período vinculado a la 20 Los investigadores han introducido el término “pico de la reminiscencia” (reminiscence bump) para destacar la naturaleza empírica del incremento de recuerdos procedentes del período vital comprendido entre los 15 y 30 años (ver Figura 1).

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reminiscencia (15-25 años de edad) tiende a ser identificado por los adultos como “su época” y en ella colocan su música favorita, los libros más apreciados o influyentes, las películas favoritas, etc. (cf. Sehulster, 1996); (d) investigaciones psicosociológicas han constatado que las personas tienden a recordar los sucesos políticos nacionales e internacionales, que ocurrieron cuando tenían entre 16 y 24 años de edad, como “especialmente importantes”, influyentes, significativos y formativos, en el sentido de que consideran a tales sucesos como los definidores de una “generación”.

El fenómeno de la reminiscencia se ha intentado explicar desde diferentes presupuestos teóricos, de entre los que destacan, por su mayor poder explicativo, las tres hipótesis siguientes: (1) la hipótesis madurativa, que sugiere que el mayor número de recuerdos de la adolescencia y la juventud está producido porque en ese período de la vida las capacidades cognitivas están en su momento álgido; (2) la hipótesis de la formación de la identidad, que asume que durante ese período se forma la identidad adulta individual y social, así como las narraciones adultas que se utilizan para comprender y presentar al yo en los círculos sociales, y (3) la hipótesis del cambio cognitivo, que postula que los sucesos de la adolescencia y la juventud se recuerdan mejor porque se han vivido durante un período de estabilidad cognitiva tras un período de cambio rápido21.

5.2. La amnesia infantil

Un hecho sobradamente constatado es que los adultos de cualquier edad son incapaces de recordar los acontecimientos vividos durante los primeros años de su vida. Freud (1905) fue el primero en identificar este fenómeno, y en llamarlo amnesia infantil, en su obra Tres ensayos sobre teoría sexual. Concretamente, en el segundo de tales ensayos, “La sexualidad infantil”, se refirió al mismo como sigue:

...un fenómeno psíquico que hasta ahora ha eludido toda explicación... [es] la peculiar amnesia que oculta a los ojos de la mayoría de los hombres, aunque no de todos, los primeros años de su infancia hasta el séptimo o el octavo (...) de los que nada hemos retenido en nuestra memoria, fuera de algunos incomprensibles recuerdos fragmentarios. (...) ¿Por qué razón permanece tan retrasada nuestra memoria con respecto a nuestras demás actividades anímicas, cuando tenemos fundados motivos para suponer que en ninguna otra época es esta facultad tan apta como en los años de la infancia para recoger las impresiones y reproducirlas luego? (...) No puede existir, por tanto, una real desaparición de las impresiones infantiles; debe más bien tratarse de una amnesia análoga a aquella que comprobamos en los neuróticos (...) y que consiste en una mera exclusión de la conciencia (represión). (pp. 41-42)22

21 Una exposición detallada de las hipótesis explicativas más relevantes se encuentra en el reciente trabajo de Rubin, Rahhal y Poon (1998).22 Esta cita procede de la edición de bolsillo publicada por Alianza Editorial (Madrid, 1972) con el título genérico de Tres ensayos sobre teoría sexual.

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Como se puede apreciar, Freud no sólo llamó la atención sobre el fenómeno sino que lo atribuyó a los efectos de la represión. Desde finales del siglo XIX, se han realizado numerosas investigaciones con una cierta variedad de métodos y, aunque la mayor parte se han llevado a cabo con adultos, todas ellas coinciden en que, en efecto, la inmensa mayoría de los adultos no recuerda nada anterior a su tercer cumpleaños; sin embargo, se han propuesto diferentes explicaciones alternativas a la represión freudiana.

En una rigurosa revisión de Pillemer y White (1989), se establece que los adultos situamos el recuerdo más antiguo alrededor de los 3½ años23, lo cual no significa que la llamada amnesia infantil se acabe a esa edad, porque, como han constatado empíricamente estos autores, en realidad, la amnesia infantil abarca dos fases. La primera, que se extendería hasta los 3 años aproximadamente, implica un bloqueo prácticamente total de recuerdos, y la segunda, que iría de los 3 a los 6 años, aunque incluye algunos recuerdos, sigue presentando una escasez muy significativa de recuerdos accesibles respecto a la memoria posterior.

Para explicar la amnesia infantil, se han presentado diversas propuestas teóricas: (1) los recuerdos de los primeros años de la vida han sido reprimidos; (2) la amnesia infantil refleja sencillamente la no existencia de memoria en los niños pequeños; (3) los niños pequeños tienen memoria pero el paso del tiempo ha borrado los recuerdos correspondientes a los primeros años; (4) los recuerdos correspondientes al período de la amnesia infantil resultan inaccesibles para los adultos porque los esquemas del adulto no son “receptáculos apropiados” para la reconstrucción de las experiencias infantiles; (5) la amnesia infantil es el resultado de la ausencia en los primeros años de la vida de un esquema del yo, de una falta de autoconciencia o de conciencia autonoética, que se traduce en la incapacidad de los niños pequeños para codificar los acontecimientos que viven como “experiencias personales”, y (6) la amnesia infantil se explicaría en términos de la incapacidad narrativa de los niños pequeños, como consecuencia de la falta de un desarrollo apropiado del lenguaje, para implicarse en conversaciones sobre el pasado guiados por los padres (recuérdese lo expuesto en el apartado sobre “estructura narrativa” de los recuerdos autobiográficos). De todas estas propuestas, sólo las dos últimas están recibiendo apoyo empírico; las cuatro primeras han sido invalidadas por los datos disponibles24.

6. La estructura organizativa del conocimiento autobiográfico

La cuestión de la organización de los recuerdos personales ha sido abordada por un elevado número de investigadores y todos ellos coinciden en que este tipo de recuerdos están organizados en diferentes niveles de especificidad. Aunque resulte sorprendente, la

23 Durante más de 5 años, he recogido material sobre “el recuerdo más antiguo” con mis alumnos de la asignatura “Psicología de la memoria”. Sobre una muestra que se acerca al millar de sujetos, he confirmado que los 3½ años es la fecha en la que sitúan su primer recuerdo el 80-85% de los participantes.24 Los trabajos de Nelson (1993) y Perner (2000) se hacen eco de estas propuestas y de su poder explicativo.

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extraordinaria complejidad, variedad y casi ilimitada cantidad de recuerdos en los que está contenida la historia de cada persona se ajustan siempre a una estructura bien definida.

Siguiendo la propuesta de Martin Conway (e.g., Conway y Rubin, 1993; Conway y Pleydell-Pearce, 2000), todo recuerdo autobiográfico contiene tres tipos de conocimiento organizados jerárquicamente: períodos de la vida, acontecimientos generales y conocimiento específico de acontecimientos. Los períodos vitales o de la vida representan el conocimiento más general y más abstracto y denotan períodos largos de tiempo que se miden en años o décadas. Por ejemplo, “cuando iba a la escuela”, “cuando estaba en el internado”, “cuando mi hija era pequeña” o “cuando trabajaba de asistente voluntario en el hospital X”. Los acontecimientos generales representan tipos más específicos y también más heterogéneos de conocimiento autobiográfico que suele medirse en días, semanas o meses. Por ejemplo, “los paseos diarios con mi perro”, “el viaje a las cataratas de Iguazú” o “la reunión anual con los viejos compañeros de carrera”. Por último, y en el nivel más bajo de la jerarquía, estaría el conocimiento que se refiere a los recuerdos de acontecimientos concretos y se mide en segundos o minutos y, posiblemente también, en horas. Por ejemplo, “la pelea en la que se enzarzaron mi perro y el de un vecino la semana pasada”, “el momento en que vi por primera vez las cataratas de Iguazú desde la ventana del hotel” o “el malentendido que surgió entre el camarero y mi amigo X cuando éste llegó al restaurante y preguntó dónde estaba nuestro grupo”.

La investigación experimental ha demostrado que siempre que recordamos el pasado personal, ya sea en una conversación o al escribir una autobiografía, intervienen entrelazados o “anidados” los tres tipos de conocimiento descrito. Esto significa que el conocimiento específico de acontecimientos forma parte de acontecimientos generales y éstos, a su vez, forman parte de períodos vitales. Esta organización implica que los tres tipos de conocimiento forman parte de la misma base de conocimiento autobiográfico, es decir, del mismo sistema de memoria episódica. No obstante, el hecho constatado de que algunos pacientes que sufren amnesia orgánica retrógrada tengan preservado el acceso al conocimiento relativo a los períodos vitales y, hasta cierto punto, al de los acontecimiento generales pero, por el contrario, presenten un déficit severo para recuperar el conocimiento específico de los acontecimientos correspondientes a los períodos afectados por la amnesia (cf. Conway, 1993), abre la posibilidad de que el conocimiento específico forme parte de un sistema de memoria distinto al episódico (dadas las características de este tipo de conocimiento específico de eventos, los investigadores consideran que es compatible con el “sistema de representación perceptiva”).

Por otro lado, y como parece obvio, cada uno de los tres tipos de conocimiento autobiográfico cumple una función determinada. En concreto, los acontecimientos generales parecen ser los puntos naturales para iniciar un recuerdo autobiográfico, mientras que el conocimiento autobiográfico almacenado en los períodos de la vida proporcionaría las claves para recuperar conocimiento relativo a acontecimientos generales y el conocimiento específico de episodios individuales.

¿Cómo se construye un recuerdo autobiográfico? En términos generales, la construcción de un recuerdo implica el establecimiento de un patrón estable de activación en la base de conocimiento autobiográfico y la intervención de los procesos centrales de control en la recuperación. Brevemente, el proceso de construcción incluiría una serie de fases con tres momentos críticos: acceso, búsqueda y verificación. Así, y de acuerdo con

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este modelo, todo comienza siempre con una clave (externa o interna) que proporciona el acceso a la base de conocimiento autobiográfico; a continuación, se inicia un proceso de búsqueda que ofrece un resultado, y, finalmente, ese resultado es evaluado o verificado a la luz de unos criterios establecidos de antemano. Si el conocimiento recuperado es consistente con tales criterios, se da por terminado el proceso de recuperación de un recuerdo, de lo contrario, se inicia de nuevo todo el ciclo, con la particularidad de que cada vez se accede con una clave nueva o con la clave anterior modificada. Por tanto, el proceso de construcción de un recuerdo autobiográfico es un proceso cíclico que implica la localización y recuperación de los recuerdos por “aproximaciones sucesivas”. Según se desprende de lo expuesto, el éxito en la recuperación de recuerdos autobiográficos depende de un modo crucial de dos factores: (1) contar con claves eficaces o adecuadas, tal y como establece y predice el “principio de codificación específica” (véase, más arriba, el apartado 3), y (2) establecer unos criterios válidos de verificación. Son muchos los estudios que están demostrando la validez de este modelo (cf. Burgess y Shallice, 1996; Conway, 1996).

A partir de sus propios hallazgos y de los de otros investigadores, Conway considera que los recuerdos autobiográficos son construcciones mentales transitorias generadas por procesos complejos de recuperación a partir de diferentes tipos de conocimiento autobiográfico. Esta propuesta resulta muy sugerente porque destaca, en mi opinión, dos ideas fundamentales: Primera, los recuerdos autobiográficos son construcciones resultantes de la combinación de trozos de conocimiento de cada uno de los tres tipos descritos. Segunda, estos recuerdos son transitorios, es decir, que en la memoria no existe una representación ni única ni isomórfica de la experiencia original, sino que cada reconstrucción autobiográfica está determinada tanto por el pasado como por el presente: la experiencia original será recuperada por un yo que ha ido cambiando con el tiempo y que interpreta sus experiencias pasadas en función de sus metas y planes actuales, las expectativas propias y ajenas, el contexto social, etcétera.

Respecto a estas dos ideas, creo que debe advertirse también que ambas forman parte del patrimonio teórico de la psicología cognitiva de la memoria. Así, la primera de ellas –los recuerdos son construcciones– está en la médula de la teoría de la memoria de Bartlett (1932), y la segunda, concretamente en lo que se refiere al papel decisivo del pasado y del presente en dicha construcción, aparece recogida en el concepto de “ecforia sinergística” de Tulving (1976), que expresa y enfatiza la idea de que el resultado de un acto de memoria depende críticamente no sólo de la información contenida en el engrama sino también de la información proporcionada por el ambiente de recuperación o las claves de recuperación. Me interesa recalcar estas coincidencias porque, fundamentalmente, son pruebas de confirmación teórica y empírica de algunos principios esenciales para entender la naturaleza de los recuerdos y, de un modo muy especial, los recuerdos autobiográficos, como veremos a continuación.

7. La exactitud de los recuerdos autobiográficos

El problema de la exactitud o de la precisión, esto es, de la fidelidad de los recuerdos autobiográficos es, sin duda alguna, el gran escollo con el que inevitablemente se encuentra todo investigador o teórico de la memoria episódica. Dada

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la complejidad del asunto, resulta especialmente útil tratar de identificar cuanto antes qué factores se relacionan o intervienen de un modo decisivo en el grado o nivel de exactitud de estos recuerdos. En este sentido, el análisis de factores tales como la naturaleza constructiva de la memoria, la importancia crucial de las claves de recuperación, así como el hecho constatado experimentalmente de que la memoria humana es extraordinariamente poderosa y precisa, se constituyen en puntos de partida básicos para abordar el problema de la fiabilidad de los recuerdos autobiográficos. Veamos, a continuación, lo más relevante de cada uno de estos tres factores.

7.1. La memoria humana es extraordinariamente poderosa y precisa

La larga tradición experimental de la psicología cognitiva de la memoria ha proporcionado una base amplia y sólida de conocimiento acerca de las características fundamentales de los distintos sistemas mnemónicos. Por lo que respecta a los sistemas que configuran la llamada memoria a largo plazo, sabemos que entre sus características básicas destacan una capacidad ilimitada, la permanencia de lo almacenado y unas tasas relativamente bajas de pérdida de información. Un modo rápido y sencillo de ilustrar estas ideas es reconocer que, como ya advirtiera T.K. Landauer hace un par de décadas, la capacidad de los seres humanos para almacenar información es mucho más impresionante que la del ordenador más potente, ya que no parece que existan límites ni respecto a la cantidad ni respecto al tiempo que la información adquirida puede permanecer en nuestra memoria.

Por otro lado, la investigación de los procesos que rigen el funcionamiento básico de la memoria ha destacado el papel crucial que en la obtención y recuperación de información desempeñan la codificación, la organización y la recuperación, y, de un modo especial, la interacción entre codificación y recuperación. La información es almacenada en la memoria a largo plazo mediante una variedad de formatos representacionales y está organizada en estructuras complejas de conocimiento tales como conceptos y proposiciones, y en macroestructuras como marcos, guiones y esquemas, los cuales obran y reobran de forma decisiva sobre la configuración, construcción y reconstrucción en nuestra memoria de los efectos de las experiencias pasadas. Asimismo, la investigación experimental ha comprobado que la propia dinámica de estos procesos está influenciada por variables tales como las voliciones del sujeto, la profundidad de los análisis perceptivos, el conocimiento previo, el contexto, las claves de recuperación, los procesos de búsqueda, las imágenes mentales, la toma de decisiones, y otras.

Los estudios de laboratorio certifican, por tanto, que la memoria humana, además de ser de una complejidad sorprendente, es extremadamente poderosa para la adquisición y mantenimiento de todo tipo de información, y, en condiciones óptimas de disposición de claves de recuperación adecuadas, es asimismo de una alta precisión y eficacia para recuperar sus contenidos. Todo lo cual no significa, en absoluto, negar u olvidar que, con más frecuencia de la deseada, no podemos acceder y recuperar informaciones concretas. Pero este hecho cotidiano de relativa frecuencia no puede en modo alguno justificar la posición de aquéllos que sostienen que, frente a la

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espectacular capacidad para almacenar y retener información, los seres humanos no somos nada fiables para recuperarla25.

7.2. Importancia de las claves de recuperación

A lo largo de este trabajo, se ha aludido varias veces a la importancia crucial del contexto de recuperación para que un sujeto recuerde lo que realmente desea. Lo que esto significa, en esencia, es que para poder recordar cualquier episodio de nuestro pasado tenemos que partir de una información (las llamadas “claves de recuperación”) que forme parte de la experiencia que deseamos recordar (este es el presupuesto básico del “principio de codificación específica” ya comentado). Por ello, conviene insistir en la necesidad ineludible de las claves y, además, en la riqueza informativa de las mismas, que es lo que, a nivel práctico, las convierte en eficaces e ineficaces. Por ejemplo, consideremos la clave “cartilla” en dos condiciones de evaluación de la memoria personal: (1) A un hombre de 72 años se le dice “¿Se acuerda Vd. de la cartilla?”, y éste responde “Bueno, sí... pero, ¿a qué cartilla se refiere Vd., porque yo tengo precisamente aquí la cartilla del banco?”; (2) A continuación, a ese mismo hombre se le pregunta “¿Se acuerda Vd. de la cartilla de racionamiento?”, e inmediatamente, sin dudarlo un momento, e incluso con un cambio ostensible en su expresión facial, nos dice “¿Que si me acuerdo de la cartilla de racionamiento? Pues, ¡claro que me acuerdo!, hombre. Estupendamente... y de las calamidades que pasamos... ¡Qué años aquellos...!”26. En el primer caso, la clave resulta ser ineficaz o inadecuada, por su imprecisión, para examinar un período importante de la vida de este hombre, mientras que en el segundo caso, la clave demuestra ser extraordinariamente eficaz al producir una evocación autobiográfica repleta de sucesos, detalles senso-perceptivos y emociones.

Siguiendo la lógica del principio de codificación específica, los psicólogos de la memoria consideramos que el olvido o el recuerdo fragmentado e incompleto de episodios autobiográficos no significa realmente pérdida de información relativa a dicho episodio sino, básicamente, el no disponer en el momento preciso de las claves adecuadas. No me cabe la menor duda de que todos sabemos por experiencia –porque lo hemos vivido muchas veces– que, en muchos de los casos en que nos rendimos ante la imposibilidad momentánea de recordar un episodio que nuestro interlocutor nos trata de recordar, y decimos, “Lo siento, no insistas, no me acuerdo, ...se me ha olvidado”, posteriormente –lo que pueden ser minutos, horas, días o más–, puede aparecer en nuestra conciencia a pesar de que antes lo dimos por olvidado. Situaciones de la vida cotidiana, como la anterior, apoyan lo que en el laboratorio hace años que demostraron los psicólogos de la memoria: la mayor parte de los olvidos cotidianos de

25 La definición de la arquitectura funcional de la memoria, la descripción de los procesos básicos, así como el análisis de toda su dinámica se encuentra en numerosos textos sobre la psicología experimental de la memoria. Para consultas generales, pueden verse Ruiz-Vargas (1994, 2002b), Tulving y Craik (2000). 26 Este ejemplo forma parte de una entrevista formal realizada por mí como parte de un protocolo de evaluación de la memoria.

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las personas sanas representan fallos para acceder a la información, por falta de claves adecuadas, y no pérdida o eliminación real de recuerdos concretos.

7.3. La naturaleza constructiva de los recuerdos autobiográficos

Bajo la influencia inequívoca del trabajo de Frederick Bartlett, Remembering27

(1932), la investigación experimental y la teorización llevadas a cabo por los psicólogos cognitivos de la memoria desde mediados de la década de 1970, aproximadamente, asume que la memoria, en general, es de naturaleza constructiva, en el sentido de que sus contenidos no son una copia literal del pasado sino el resultado de una interpretación. En realidad, esta concepción constructivista de la memoria fue propugnada por el biólogo alemán Richard Semon en 1904, es decir, tres décadas antes de que Bartlett publicase su influyente obra. Lo más novedoso de la teoría de la memoria de Semon fue la importancia dada a la relación entre los procesos de “engrafía” (codificación) y los procesos de “ecforia” (recuperación). Según este autor, en todo acto de codificación la situación presente activa la recuperación de pensamientos, imágenes y recuerdos previos, razón por la cual el “engrama” recién creado no es una copia literal de la realidad, sino una interpretación en la que están incluidas la información nueva y la información recuperada. Esto significa que si lo que entra en la memoria no es una réplica exacta de la realidad, lo que sale tiene que ser necesariamente también algo distinto de esa realidad.

Pero, ¿por qué han de ser así las cosas? En el trabajo experimental de Bartlett se encuentran algunas de las claves para responder a esta cuestión. En efecto, Bartlett comprobó que cuando los sujetos recordaban la misma historia una y otra vez, tras intervalos de tiempo cada vez más largos, sus relatos se iban haciendo cada vez más cortos. Concretamente, observó que los sujetos omitían detalles o determinados elementos que no encajaban en sus propias expectativas, cambiaban palabras o nombres por otros más familiares, alteraban el orden de los acontecimientos y, lo más relevante, el contenido de la historia se iba distorsionando hasta hacerse cada vez más compatible con las experiencias culturales de dichos sujetos. A partir de estos resultados, Bartlett llegó a la conclusión de que los recuerdos son reconstrucciones de eventos vividos que están fuertemente influenciadas por estructuras preexistentes de conocimiento o esquemas. Con otras palabras, el recuerdo es un proceso esquemático, en el sentido de que la gente interpreta los estímulos a través de un conjunto de modelos (o esquemas) que tienen su origen en la experiencia vivida. En consecuencia, cuando el material que se presenta a un sujeto no es consistente con su modelo de mundo o con sus esquemas, éste lo interpreta en función de éstos. Por tanto, lo que se retiene en la memoria es una versión esquematizada del material original, que se utilizará, en el momento del recuerdo, para reconstruir la experiencia vivida.

Análisis experimentales posteriores, han confirmado las ideas de Bartlett. Por ejemplo, John Bransford y su equipo de la Universidad de Vanderbilt (EE.UU.) demostraron que cuando las personas oyen o leen oraciones, pasajes e historias, construyen significados e inferencias, y son esas construcciones las que almacenan en

27 Existe traducción castellana con el título Recordar (Madrid: Alianza, 1995).

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su memoria a largo plazo, en lugar de lo que realmente oyeron o leyeron. Asimismo, Walter Kintsch, profesor de psicología de la Universidad de Colorado (EE.UU.), llegaría a una conclusión similar acerca de la memoria de historias: cuando los sujetos tienen que aprender pasajes o historias, recuerdan lo esencial del texto presentado y reconstruyen los detalles de acuerdo con su conocimiento previo. Una conclusión importante de estos estudios fue que los procesos constructivos se llevan a cabo durante la codificación, y los reconstructivos durante la recuperación28. En definitiva, estos y otros muchos estudios posteriores han demostrado que los recuerdos de historias, o de episodios en general, están fuertemente determinados por el conocimiento previo de los sujetos. De hecho, la investigación moderna ha demostrado que la influencia del conocimiento previo sobre la memoria es mucho más fuerte de lo que el propio Bartlett sugirió.

Permítaseme reproducir un hallazgo propio que creo que ilustra con claridad el carácter constructivo y reconstructivo de los recuerdos autobiográficos y el papel fundamental que desempeñan en el proceso de construcción y reconstrucción variables tales como los convencionalismos culturales, las expectativas, hábitos, estereotipos, prejuicios y todo lo que implica la experiencia previa del sujeto.

A un grupo de alumnos se les leyó la siguiente historia:

Había sido un día agotador. Martínez abrió la puerta, entró en el salón, se sentó en un sillón y se puso cómodo.

Veinticuatro horas después, se les pidió que trataran de recordar dicha historia con la mayor fidelidad posible. Uno de tales recuerdos rezaba así:

Era un día agotador. Martínez llegó a su casa, abrió la puerta, se sentó, se puso las zapatillas y encendió el televisor29.

En mi opinión, este sencillo hallazgo nos proporciona muchas pistas acerca de la exactitud o el grado de fidelidad de los recuerdos autobiográficos. Porque, como resulta evidente, el recuerdo anterior no sólo no es exacto, sino que contiene diversos errores (que comentaré más adelante). Pero, ¿significa eso que el recuerdo anterior no es verídico, incluso que es falso o, por el contrario, hay algo en él que se mantiene inalterable a pesar de sus errores? ¿Podemos colegir de este caso y de las ideas anteriores que todos los recuerdos autobiográficos han de ser inexactos? ¿Los errores o inexactitudes de los recuerdos autobiográficos los convierten en falsos? ¿Tiene sentido hablar de “verdad” en este contexto? ¿Los errores de los recuerdos autobiográficos se ajustan a un mismo y único patrón de reglas?... Si encontramos respuestas sólidas a estas preguntas, probablemente habremos avanzado bastante en nuestra comprensión de los recuerdos personales.

7.4. La exactitud/inexactitud de los recuerdos autobiográficos

28 Información más detallada sobre estos estudios se encuentra en Ruiz-Vargas (1991, cap. 1).29 Ibidem.

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La evidencia experimental acumulada en psicología de la memoria desde el trabajo de Bartlett, permite afirmar que los recuerdos autobiográficos no suelen ser completamente exactos, por la sencilla razón de que nuestra memoria no registra representaciones literales de los sucesos que experimentamos. Pero, como veremos, la exactitud no es un factor relevante.

En realidad, esta cuestión pone sobre la mesa un problema mucho más amplio, que apunta directamente a uno de los presupuestos fundamentales de la psicología cognitiva; a saber, la actuación humana no se lleva a cabo directamente sobre los objetos del mundo sino sobre representaciones mentales de los mismos. Una representación mental, a su vez, es una construcción, no una copia isomórfica del objeto. Y la razón primera de todo ello es que la propia percepción del mundo es una interpretación, que se realiza en el contexto del conocimiento acumulado en la memoria. Por tanto, la realidad de cada persona es una creación, una construcción mental, donde sólo están representados los aspectos que tienen un significado personal.

En consecuencia, no tiene sentido alguno suponer que los recuerdos son registros pasivos o literales de la realidad. La psicología de la memoria ha demostrado que todos los procesos básicos de la memoria (codificación, almacenamiento, consolidación y recuperación) están fuertemente influenciados por nuestro conocimiento previo acerca del mundo, por nuestros esquemas de conocimiento, por nuestro modelo del mundo y, de un modo muy especial, por nuestro “esquema del Yo”. Las experiencias pasadas, las emociones, las expectativas y las metas actuales, el estado de ánimo, etcétera, imponen fuertes sesgos sobre lo que percibimos y cómo lo valoramos. Ello significa que, en todo momento, seleccionamos, abstraemos, interpretamos, integramos y organizamos la realidad circundante en función de nuestra experiencia pasada30. En definitiva, el sistema cognitivo humano no está diseñado para guardar en su memoria copias exactas de la realidad; entre otras razones, porque la realidad no existe hasta que una mente no la interpreta. Por eso, los psicólogos de la memoria insistimos en que lo que guardamos en nuestras memorias son las experiencias de los acontecimientos, no copias de tales acontecimientos. Carlos Castilla del Pino refleja inequívocamente esta idea cuando, en las primeras páginas de su Pretérito imperfecto, nos dice:

Para mis recuerdos me he bastado a mí mismo, y apenas si he tenido necesidad de contrastarlos. Cuando lo intenté, comprobé que cada uno de los que participamos en la misma situación la experimentamos de una manera singular (en el supuesto de que la realidad aprehendida por todos fuera la misma). Expongo, pues, “mi” experiencia y así, sólo así, debe ser aceptada (p. 13).

Ahora bien, el hecho de que los recuerdos sean registros de nuestras experiencias y éstas, por definición, (re)construcciones de eventos episódicos pasados,

30 La abundante evidencia experimental sobre los efectos de los esquemas y, concretamente, de todos estos procesos sobre la memoria, aparece recogida en la revisión de Alba y Hasher (1983).

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no significa que los recuerdos autobiográficos sean falsos en su totalidad ni que la “base de conocimiento autobiográfico” sea una fantasía; porque, si así fuera, no podría haber comunicación entre las personas sobre los acontecimientos experimentados. A este respecto, Katherine Nelson (1993) sostiene que una de las funciones básicas de la memoria episódica/autobiográfica es, precisamente, compartir los recuerdos con los demás, lo que convierte a los recuerdos autobiográficos en un elemento de solidaridad social. No obstante, no puede olvidarse que, en ocasiones, las personas recuerdan experiencias pasadas que nunca ocurrieron, como el famoso caso de recuerdo falso experimentado por el propio Jean Piaget31. Pero estos casos, además de ser excepcionales, no invalidan la naturaleza real de los recuerdos autobiográficos.

Los investigadores coinciden plenamente a la hora de señalar que los recuerdos autobiográficos son inexactos respecto a los detalles pero muy precisos y, por lo tanto, fidedignos en lo que se refiere a la esencia de lo ocurrido. Si revisamos el ejemplo expuesto un poco más arriba (“Había sido un día agotador...”, etc.), resulta fácil comprobar que la persona ha recordado fielmente la esencia del suceso (i.e., que después de un día agotador, una persona llega a su casa y trata de descansar) aunque ha cambiado los detalles originales e, incluso, ha añadido detalles nuevos. Pero repárese en que los errores registrados en el recuerdo no sólo no alteran el significado del suceso sino todo lo contrario, lo realzan.

Esta parece ser la característica esencial de los recuerdos autobiográficos respecto a su exactitud o precisión: “son inexactos en los detalles pero verídicos en la expresión de la esencia del propio yo”, nos dice Barclay (1988). En efecto, la investigación experimental y el análisis de casos de recuerdos autobiográficos parecen confirmar que la inclusión de detalles erróneos o inexactos es frecuente y, además, que se ajusta a ciertas reglas. Veamos un ejemplo en el recuerdo que Buñuel tiene de la boda de su amigo Paul Nizan y que dice haber contado “durante mucho tiempo” a sus amigos:

Cada vez, me parecía estar viendo la iglesia de Saint-Germain-des-Prés, la concurrencia, entre la que me encontraba yo, el altar, el cura, Jean-Paul Sartre, el testigo del novio. Un día, el año pasado, me dije de pronto: ¡Imposible! Paul Nizan, marxista convencido y su mujer, hija de una familia de agnósticos, nunca se hubieran casado por la Iglesia. Totalmente inimaginable. Entonces, ¿había yo transformado un recuerdo? ¿Se trataba de un recuerdo inventado? ¿De una confusión? ¿Puse un marco familiar de iglesia a una escena que alguien me describió? Todavía no lo sé (op. cit., p. 11).

Lo relevante de este recuerdo es que guarda una experiencia real de Buñuel, la asistencia a la boda de su amigo Paul Nizan, pero contiene algún detalle incorrecto, como es la localización de la boda en una iglesia. No obstante, el error de inclusión (o de comisión) que aparece en este recuerdo –localizar la boda en una iglesia– no hay duda de que resulta totalmente congruente con el acontecimiento real (la mayor parte

31 Piaget relata “su recuerdo falso” en su obra La formación del símbolo en el niño (p.257). México: FCE. También se encuentra reproducido en Ruiz-Vargas (1991, p. 33).

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de las bodas tienen lugar en una iglesia), y no transgrede ni altera la esencia o el significado personal que realmente tuvo para Buñuel dicho acontecimiento. Pero veamos otro ejemplo más antes de establecer conclusión alguna.

Marcia K. Johnson, Profesora de Psicología en la Universidad de Princeton, y figura destacada en la investigación de la memoria, rememora en uno de sus trabajos el siguiente recuerdo:

Siendo estudiante de primer año de Facultad, llevé a un par de amigos a cenar a casa de mis padres. En un momento de la conversación, salió el tema de las sequías y pensé en un incidente que nos ocurrió cuando yo tenía alrededor de 5 años, y decidí contar la historia: Mi familia [conmigo incluida] iba en coche por el Valle de San Joaquín en California y tuvimos un pinchazo. No teníamos rueda de repuesto, así que mi padre quitó la rueda pinchada e hizo autostop hasta una gasolinera para reparar el pinchazo. Mi madre, mi hermano, mi hermana y yo nos quedamos en el coche. Hacía un calor espantoso, más de 100ºF y estábamos sedientos. Finalmente, mi hermana cogió un par de botellas vacías y se fue por la carretera hasta una granja. La dueña de la granja le explicó que en todo el valle estaban sufriendo una fuerte sequía y que sólo le quedaba un poco de agua embotellada. La mujer reservó un vaso de agua para su niño, que estaba a punto de llegar de la escuela, y rellenó las botellas de mi hermana con el resto. Mi hermana regresó al coche y nos la bebimos toda. También recuerdo haberme sentido culpable por no haber guardado nada para mi padre, que probablemente estaría sediento cuando volviese con la rueda reparada (Johnson, 1985, 1).

Marcia Johnson añade que, cuando terminó de contar la historia, sus padres se rieron y le dijeron que la historia no había sucedido realmente así, sobre todo en lo referente a la segunda parte de la misma, cuando –según recuerda Johnson– su hermana va a por agua a una granja. Es decir, que, efectivamente, una vez hicieron aquel viaje por el valle de San Joaquín, que era época de sequía, que pincharon y que el padre tuvo que ir a una gasolinera a reparar el neumático, mientras los demás miembros de la familia se quedaron en el coche, y que la hermana de Marcia se quejó mucho del calor que hacía, pero que nadie fue a buscar agua a parte alguna. Johnson argumenta que lo que pasó, entonces, fue que ella imaginó una solución al problema de la sed y dicha solución imaginada se integró en el recuerdo de aquel suceso.

La cuestión a destacar en este caso es que, como en los casos anteriores, el error integrado en el recuerdo no vulneró la esencia del suceso original, ni el conocimiento general acerca del mundo físico y social –parece natural que si hace calor y se está en un paraje deshabitado alguien busque agua en alguna parte para compartirla con los demás–, por lo que el recuerdo de la historia experimentada incluyó algunos detalles falsos que, como también vimos antes, no sólo no quebrantan su significado sino que le dan más fuerza: una familia tiene un incidente (el pinchazo de un neumático) que los deja tirados en medio del campo con un calor espantoso y sin agua para beber.

Pero, además, hay que llamar la atención sobre otra cuestión particularmente importante, y es que en éste, como en los demás recuerdos analizados y, según parece, en buen número de recuerdos autobiográficos, las personas tienden a incluir

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abundantes detalles irrelevantes, es decir, que a veces las descripciones de episodios pasados se acompañan de una prolijidad extraordinaria (recuérdese el ejemplo expuesto más arriba de Navokov). Como señalé a propósito del recuerdo de Navokov, parece claro que la función de los detalles extra –que suelen ir cargados de imágenes sensoriales de todo tipo– es aumentar la confianza del propio sujeto que recuerda, así como la del interlocutor, en la historia que cuenta; esto es, aumentar la fidelidad de su recuerdo. Bell y Loftus (1989), dos grandes expertos en memoria de testigos, han comprobado que los miembros de los jurados utilizan la presencia de detalles irrelevantes en los informes de los testigos como prueba de la exactitud de la memoria de estos últimos. En definitiva, existe abundante evidencia empírica que avala la idea de que los recuerdos que contienen detalles sin importancia son recuerdos especialmente fiables y precisos.

Podría seguir comentando más ejemplos, pero los expuestos nos permiten apoyar las conclusiones que los investigadores actuales mantienen respecto a la precisión de los recuerdos autobiográficos; a saber:

(a) Los recuerdos autobiográficos suelen ser bastante exactos en lo concerniente al significado personal del acontecimiento original32.

(b) Dado que estos recuerdos son interpretaciones (basadas en parte en acontecimientos reales y en parte en procesos cognitivos de integración de tales acontecimientos en el esquema del Yo), frecuentemente incluyen detalles inexactos o erróneos.

(c) La inclusión de detalles erróneos parece seguir ciertas reglas.(d) Las personas tendemos a integrar en nuestros recuerdos autobiográficos

detalles irrelevantes (unos son exactos y otros inexactos) para enfatizar y aumentar nuestra confianza en la fidelidad de tales recuerdos.

(e) Las inexactitudes de los recuerdos autobiográficos generalmente son triviales y no vulneran el significado del episodio recordado.

(f) Las inexactitudes de los recuerdos autobiográficos no les restan veracidad, porque la verdad de la memoria está mediada por el sentido del Yo, que interpreta y reconstruye honestamente su pasado. Precisamente, la reconstrucción sincera de los recuerdos autobiográficos –como señala Barclay (1988)– es la que confiere “verdad” a los recuerdos.

Resumiendo, los recuerdos autobiográficos se caracterizan por no ser nunca completamente exactos sino por ser compatibles con el esquema del Yo, es decir, con las creencias y el modelo de mundo del sujeto que recuerda. Y ello significa que la falta de exactitud es irrelevante, porque, teóricamente, tanto los recuerdos exactos como los inexactos pueden ser verídicos si el sujeto que recuerda acepta honesta y sinceramente sus errores y sus dudas; es decir, se compromete a decir la verdad con fidelidad y exactitud33. Estas ideas, derivadas de la investigación psicológica de los recuerdos

32 Para evidencia empírica en apoyo de la gran exactitud de los recuerdos autobiográficos, véase la revisión de Brewer (1996) y los estudios basados en diarios (e.g., Linton, 1978; Wagenaar, 1986; Thompson et al., 1996).33 La aceptación implícita de este compromiso es la idea básica del llamado “pacto autobiográfico” (Lejeune, 1975).

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autobiográficos, encuentran su expresión más explícita en las autobiografías, donde los autores suelen insistir, por lo general en las primeras páginas, en que van a ser excepcionalmente sinceros y honestos. Siempre me ha gustado cómo Eleanor Roosevelt establece ese pacto con el lector cuando dice que el objetivo de su Autobiografía es “ofrecer un retrato lo más sincero posible de un ser humano”. Y me resultan especialmente tiernos y sinceros, por razones distintas, los casos de Wolff y Buñuel.

Tobias Wolff abre su relato autobiográfico Vida de este chico, con la siguiente advertencia:

[Familiares y amigos] me han corregido algunos puntos, fundamentalmente de cronología. Mi madre piensa que un perro que yo describo como feo era en realidad muy bonito. He dejado alguno de estos puntos como estaban, porque éste es un libro de memorias, y la memoria tiene su propia historia que contar. Pero he hecho todo lo posible para que contara una historia verdadera.

Y nuestro Luis Buñuel cierra sus consideraciones sobre “la memoria” (Capítulo 1 de su autobiografía Mi último suspiro) confesándonos que:

Como no soy historiador, no me he ayudado de notas ni de libros y, de todos modos, el retrato que presento es el mío, con mis convicciones, mis vacilaciones, mis reiteraciones y mis lagunas, con mis verdades y mis mentiras, en una palabra: mi memoria (p. 12).

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Figura 1. Distribución temporal de recuerdos autobiográficos de grupos de personas adultas de más de 70 años. Los datos han sido obtenidos promediando los incluidos en diferentes estudios publicados.

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