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8años
Desde
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LA LIGA DE LOS ESPANTOS
EL ORIGEN
OLIVIA VERA
ILUSTRACIONES DE GUSTAVO ORTEGA
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Colección Planeta Lector
Diseño de colección: departamento de diseño Grupo Planeta Ilustraciones de interior y de cubierta: Gustavo Ortega
© 2018, Olivia Vera
© 2018, Editorial Planeta Colombiana S. A. Calle 73 N.º 7-60, Bogotá
ISBN 13: 978-958-42-6996-6ISBN 10: 958-42-6996-8
Primera impresión: julio de 2018
Impreso por: Editorial Bolívar Impresores S.A.S.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.
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OLIVIA VERA
(Colombia, 1988). Vive con sus dos perros y una gata siamesa en una casa a los pies de una montaña, donde asegura encontrar la verdadera libertad. Además de escribir, Olivia toca el bajo en algunas bandas de indie rock y cada tanto viaja de mochila al hombro. Ya ha recorrido cerca de 15 países, pero su favorito sigue siendo Colombia, que empezó a conocer mejor cuando quiso reescribir las leyendas populares. Vivió unos meses en Nueva York y allí tomó clases de Kung Fu con un discípulo de Bruce Lee. Algunos de sus autores favoritos son Marina Colasanti, A. A. Milne, Maurice Sendak, Miguel de Cervantes, Kurt Vonnegut, Květa Pacovská y Sara Fanelli.
Durante varios años se dedicó a escribir la saga de los espantos y la mantuvo inédita hasta ahora.
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ÍNDICE
I. Los malvados mellizos Guerrero ............ 11
II. La extraña aparición del espejo ............ 15
III. Una prueba extrema ............................. 23
IV. El Coco .................................................... 33
V. Un espanto en casa .................................. 43
VI. La invitación .......................................... 57
VII. Una trampa .......................................... 63
VIII. Un acto de justicia ............................. 67
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ILOS MALVADOS MELLIZOS
GUERRERO
«Esto sería más fácil si supiera hacer ejercicio»,
pensó Nacho mientras intentaba ganar veloci
dad y así evadirlos. «O si al menos conociera
el secreto para volverme invisible». «O si los
superhéroes fueran de verdad y vinieran a sa
carme volando de aquí», meditó otra vez, sin
parar de correr.
Siempre era igual. Cada tarde, en el tercer
recreo, al verlo salir de clase a almorzar, los
mellizos Guerrero se iban detrás de él por todo
el colegio hasta interceptarlo. Nunca lograba
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escapárseles. Solo que en esta ocasión iba a ser
el propio Nacho quien les facilitaría el trabajo
al tropezarse, ahogado y sudando, contra las
baldosas.
Entre carcajadas, los dos se le plantaron de
frente mirándolo, mientras Nacho seguía tirado
en el pasillo.
—Menos mal no regó la comida, Batracio, o
lo hubiéramos tenido que castigar. Ahora cuén
tenos qué nos trajo hoy de almuerzo —comenzó
la Melliza.
Nacho se quedó mudo, adolorido, ahogado
y temblando, mientras se sacudía la mugre del
uniforme.
—Si no va a hablar no estorbe, cuatro ojos
—amenazó de nuevo ella arrebatándole la lon
chera de las manos. Luego le empañó los dos
lentes con su aliento a cebolla.
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La abrió. Sin prisa, entre ambos la registra
ron. Mordisquearon un durazno. Lo arrojaron
lejos sin terminárselo y siguieron revolcándole
la comida. Finalizada la inspección, se apodera
ron de una barra de granola y del sándwich de
queso derretido que le hizo Amatista.
A verlo tan asustado y con la rabia contenida,
como si este asalto fuera culpa suya, el Mellizo
agarró a Nacho del cuello de la camisa y lo le
vantó con una mano a veinte centímetros del
suelo.
—Deje tanta chilladera y agradezca que no
me gustan el mango ni el jugo —amenazó.
Cuando el Mellizo lo soltó, Nacho quiso alis
tarse para huir cuanto antes. Pero en lugar de
devolverle la lonchera, sus verdugos decidieron
ir más lejos, la lanzaron al suelo y la despeda
zaron a pisotones con todo lo que le quedaba
adentro.
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Nacho se sintió devastado. Su lonchera… esa
misma de la que se sentía el más honrado dueño
por tener al Hombre Araña impreso en ambas
caras, reducida ahora a deshechos gracias a los
caprichos de dos patanes. Pero no pudo hacer
nada más que contemplar los despojos con an
gustia, preguntándose por qué la suerte lo había
escogido precisamente a él como la víctima pre
dilecta del par de hermanos más siniestros del
colegio, quienes arrancaron enseguida a correr
orgullosos, mientras recitaban en coro:
—Chao, «Ignacio… el Batracio que piensa
despacio». ¡Hasta más tarde!».
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IILA EXTRAÑA APARICIÓN
DEL ESPEJO
Los mellizos Guerrero se habían hecho famo
sos desde el kínder en toda la primaria Los
Urapanes por lo gigantes y por lo descorazona
dos. A medida que crecieron llegaron a hacerse
expertos también en atormentar al pobre Nacho
con un amplio repertorio de torturas que varia
ban según lo crueles que amanecieran ese día.
Le escondían la maleta, las gafas, los libros
y los cuadernos. Le lanzaban un promedio de
diez calvazos sorpresa diarios. Le hacían esta
llar los tímpanos gritándole ‘cabeza de trapero’.
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Le pegaban chicles al pelo. Le quitaban los
juguetes. Curiosamente, siempre lograban ha
cerse los idiotas para que no fueran a pescarlos.
Además, entre uno y otro martirio le advertían
que si llegaba a denunciarlos, ellos mismos
se encargarían con sus manos de cobrárselo.
Y aparte de tenerlos como compañeros de clase,
estaban situados un puesto detrás del de él en
la ruta escolar.
—¿Qué le pasó a tu lonchera, Nacho? ¿Le
cayó una bomba encima? ¿Estás bien? —le pre
gunto Amatista, su madre, preocupada al verlo
llegar con cara tristona.
El pobre tartamudeó ante una pregunta tan
comprometedora:
—E…. E…. Es que…
—¿Es que qué, Nacho? Cuéntame tranquilo
—le insistió con cariño.
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Los dos comenzaron a caminar a la cocina
para tomar el chocolate caliente que acababa
de batir.
—Es que… —Ignacio trató de ganar unos
segundos para encontrar algo qué inventarse,
con la excusa de soplar la bebida—… al tercer
recreo estaba jugando fútbol y me caí encima.
Amatista se quedó pensando, como si algo de
la historia le resultara un poco extraño. Pero en
unos segundos pareció olvidarse y concluyó al
mismo tiempo que le acariciaba la cabeza
—¡No es nada grave, Nacho! No te preocupes.
Después veremos cómo reponerla. Mientras
tanto puedes usar la antigua. Más bien, ahora
que hablamos de antigüedades… ¿Cómo estás
durmiendo en tu nuevo cuarto? ¿Ya te estás
sintiendo más cómodo? Muchos cambios son
difíciles, pero uno con el tiempo se acostumbra
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y acaba por darse cuenta de que ocurren por
algo bueno.
Una vez más, Nacho no supo qué contestarle.
La casona a donde acababan de mudarse era de
dos pisos, estaba lejos y aunque limpia y grande
se veía mucho más vieja de lo que él querría.
Por su trabajo, Amatista necesitaba mucho
espacio. El doctor Linares, padre de Nacho, era
científico y también le hacía buena falta un sitio
amplio dónde trabajar. Pero adentro olía a mu
seo. Una enredadera gigantesca parecía tener la
construcción agarrada desde afuera entre miles
de tentáculos que se asomaban como pulpos
amenazantes por la ventana de su cuarto. Los
corredores y cuartos albergaban decenas de
adornos, pinturas y muebles que sus habitantes
de otras épocas dejaron ahí abandonados y que,
por acuerdo con los arrendadores, tenían que
seguir ahí. En su habitación, por ejemplo, le
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había tocado un viejo espejo. Y no había forma
de sacarlo.
Ignacio trató de ocuparse el resto del día y
olvidar sus angustias. Jugó con la consola, entró
a internet, miró unas revistas de animales, se
devoró las golosinas disponibles en la alacena
y adelantó una tarea. Después, como a las ocho
y media, dio las buenas noches a Amatista y al
doctor Linares.
Apagó la lámpara. Volvió a inquietarse, como
era usual, con los reflejos que la enredadera di
bujaba sobre el viejo espejo que tenía enfrente.
Habría preferido hacer como si no estuviera ahí,
darse una vuelta y seguir ajeno a esos vaivenes,
pero no podía evitar devolverse una y otra vez
a mirarlo, solo para asustarse más. Al final, el
sueño superó al miedo y consiguió dormirse.
En la madrugada, un sonido lo despertó. Pri
mero creyó que era un ratón o algún otro animal
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travieso. A medida que el ruido aumentaba, la
habitación se enfrió hasta quedar envuelta en
una niebla verde y amarilla que no parecía de
este mundo. El confundido Ignacio se enroscó
lo más que pudo dentro de las cobijas. Quiso
gritar. Pero la lengua parecía habérsele atasca
do en la garganta.
El reflejo de una criatura para él desconocida
y monstruosa apareció sobre la superficie del
espejo. Nacho se aterró. Aunque la poca luz no
permitía detallarla, se trataba del ser más extra
ño que hubiera visto jamás. Era enorme. Tenía
su cuerpo todo recubierto de algo que parecían
escamas o plumas. De la espalda le colgaba
una especie de canasto. Sus globos oculares
emanaban un par de rayos rojos y penetrantes
que le hicieron dudar de si esto sería acaso una
pesadilla o una verdad. Pensó si quizás estaría
siendo testigo de un encuentro alienígena y
se asustó al contemplar la posibilidad de que
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vinieran algunos extraterrestres de Saturno a
arrebatarlo.
Cuando Ignacio ya sentía el corazón a segun
dos de estallársele, la voz de Amatista le anun
ció que era hora de bañarse, disfrutar del cereal
con frutas que el doctor Linares le acababa de
preparar para el desayuno y luego salir con
prisa al colegio. Nacho abrió los ojos, aturdido y
vio que todo en su cuarto estaba normal. Quizás
esta vez había sido solo una pesadilla. Lo que no
sabía era que el destino le tenía preparada otra
igual de realista y aún más angustiante.
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IIIUNA PRUEBA EXTREMA
—Le advierto que esta pregunta va a sonarles
muy rara —dijo Nacho a sus padres mientras
desayunaban—, pero… ¿están seguros de que
los monstruos no existen?
—En el mundo de la realidad, no —contestó
el doctor Linares—. En la ficción sí. Aunque,
si lo pensamos bien, entre los humanos hay
gente que se comporta como monstruos. Tal
vez los que deberían preocuparte son ellos.
Pero monstruos, lo que se dice monstruos, a
lo Frankenstein, a lo Hotel Transilvania o a lo
Monsters Inc… no.
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—¿Y casas encantadas en las que uno ve cosas
raras? —insistió Nacho.
—Las visiones están en la imaginación de la
gente inteligentísima y creativa como tú, Nacho
—le aclaró Amatista con voz muy dulce.
—No sé. ¡Anoche me pareció ver un mons
truo reflejado en el espejo ese que hay en mi
cuarto! Por culpa de eso no pude casi dormir.
El doctor Linares, que era científico y por
lo tanto no creía en nada que no pudiera ser
probado, agregó:
—Seguramente sigues impresionado por la
casa. Todavía no te acostumbras y crees oír y ver
cosas que no son. No te preocupes: es normal.
Ya se te pasará.
No muy convencido, Nacho partió de prisa a
tomar el bus, con los Mellizos a bordo. Las dos
primeras horas de clase era de educación física
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con el profesor Pelado. Después de cambiarse
el uniforme de diario, dejarlo en el vestier y po
nerse el de gimnasia, Ignacio salió acobardado
para soportar su tortura semanal.
Según contaban los chismes, Pelado soñó
toda su vida con ser militar, pero un problema
médico había terminado por impedírselo.
Después de organizar a todos los presentes en
hileras perfectas según estaturas y sexo, el pro
fesor sopló con fuerza aquel silbato que siempre
llevaba colgado al cuello para producir un es
truendo agudo que dejó sordos a los presentes.
Luego les explicó con alaridos de sargento:
—Bueno, señores y señoritas… No sé si ya se
les olvidó, pero la excursión está programada
para dentro de unas semanas y va a ser durí
sima. Vamos a escalar montañas, a atravesar
ríos, a aguantar frío y a hacer otras cosas que
exigen un estado físico óptimo. Tienen que
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