16
REVISTA SEMANAL DE CRÍTICA Y ARTE Oficinas: VICTORIA, 1287 ^ _____ ALBERTO GHIRALDO OIR 6 CTOR Afio U O BUENOS AIRES, EKERO 17 DE 1814 « Número 103 COíDISftRÍfl oe Cflmpflñfl - - Por Delio morales lü n/icial. retnovic'ndose perezoxavtcn'e en- el sillón , tunUmmmtdv, advirtió con insolencia - • Ah ... no ilii/n... ¡f <ÍK)ien>. riendo eou ae.rit/nd ;/¡ue hay?... K l viyilanie., ten mormueho raquítico y feo. Irmblnrox», se m ercó— : Traía ii este mocito. . . el recomendado de Don Macario, el de « ha Palomar, »eñtir. . . Está bien V claco en Robledo una mirada lena, y )iroeoeatira. Después, canto meditando, intbu ile bajar la rista, ti ante la enlntuxa indiferencia, del' detenido, un tanto molesto, empezó a huronear en un papel. disiniuUeirlo la ¡M/uie/ud de sentirse inferior. DibuJ. de (lacaya. www.federacionlibertaria.org

COíDISftRÍfl o e Cflmpflñfl - - Por Delio morales · 2013-02-22 · (¡rabada por el xo! de la victoria! ... o guardia» un hombro amable do ojos azules y bigote sedinn y abiMKlanto,

Embed Size (px)

Citation preview

REVISTA SEMANAL DE CRÍTICA Y ARTEO f i c i n a s : V IC T O R IA , 1 2 8 7 ^ _____ A L B E R T O G H IR A L D O

O I R 6 C T O R

Afio U O BUENOS AIRES, EKERO 17 DE 1814 « Número 103

COíDISftRÍfl o e Cflmpflñfl - - Por Delio morales

lü n/icial. retnovic'ndose perezoxavtcn'e en- el sillón , tunUmmmtdv, advirtió con insolencia - • A h . . . no ilii/n.. . ¡f <ÍK)ien>. riendo eou ae.rit/nd ;/¡ue h a y ? .. . K l viyilanie., ten m orm ueho raquítico y feo. Irmblnrox», se m ercó— : Traía ii este m ocito. . . el recomendado de D on M acario, el de « ha Palom ar, »eñtir. . . E s tá bien V claco en Robledo una mirada lena, y )iroeoeatira. D espués, canto meditando, intbu ile bajar la rista, ti ante la enlntuxa indiferencia, del' detenido, un tanto molesto, empezó a h u ro n ea r en un papel. disiniuUeirlo la ¡M/uie/ud de sentirse inferior.

DibuJ. de (lacaya.

www.federacionlibertaria.org

“ La Columna de Fuego”UNA JO Y A

lio recibido ¡i. manera, de regalo intelectual, mili jo y a arl ístiea— «La Columna do F uego— que aprecio de toilo corazón.

A rl Íntica, digo, porque es rea l; v iv id a intensamen- te en las m últiples y compleja« corrientes que am al­gam an a la sociedad— esta m ala sociedad. Do moret devrs y de t a r t u f o s . . . !

JI ay 'A rte en lo noble, en lo valiente. Y eso ha hecho, con la entereza y gallardía propia de un g la ­diador, et lírico, el virilizante cantor de los humildes: el aeda libertario de esta nueva enfloraeión A m eri­cana :— A lberto Oliiraldo.

K1 viejo problema social,— que pretende, inútilm en­te, hallar solución dentro del código tan loado de la economía política— íu é puesto en escena— por este pensador de f ib r a anarquista— con todos sus raigam bres y fenómenos psicológicas, choques y cont.racho <|iios, flu jo s y re flu jo s__

Y triu n fó : como una grande, inmensa, estupenda flo r febea, abierta en pétalos aurisolares! Deslum ­brando así a los cuervos quo habíanse agazapado en la penumbra., p ara herir en form a artera, solapada.

Y t r i u n f ó :

La naturalidad de su colorido en las escenas del drama y desenvoltura, al par quo trág ica , noble, de sus personajes, hace de esta obra, una jo y a expíen- dente— ¡pie luciremos nosotros, los que en el batallar cotidiano, impelidos por un mismo Ideal, laboram os un futuro de paz. y de armonía en la vida y para la V id a : Propagando la Id ea y sintiendo su amor.

K k así como han de brindar«« los frutos más óp ti­mos y lozanos: Sem brando__

I>as fulgen cias de sus rayos iluminan.

Ya lo d ijo el poeta de Triunfo» Xnevo». . . «a me­dida que el tiempo pase, «La Columna de H’negn» iluminará m ás; es decir: se verán mejor sus ra y o s ...»

' Y nos dio su drama en libro.Mos lo dió con una sonrisa:

H/lulf la infam ia y el dolor sonrío. . . .K m mi tsonnxa mi arma tic combato».

Y la hipérbole de su sonrisa nos dice muy aguda­mente como si fuese un latigazo o un apostrofe o una exhortante in citación :

«Marcho xolo y triunfante IAerando por bandera M i dolor arrollante.¡M i dolor que tx mi fuerza // ex in.' exendo,M i dolor que ex mi cumbre y ex mi ijloria!¡D olor que tstii en mi frente (¡rabada por el xo! de la victoria!»

P or eso, sin temor, valientem ente mandó su drama en libro a modo de una bien certera estocada: «Para que la crítica ignara, sectaria y cobarde de mi tierra se siga cebando en él».

Y la «crítica» se cebó.Pilé en los .1 liegos F lorales del Sanio Oficio A r­

gentino como d ijera el otro.lie aquí la jo y a artística que he recibido, a ma­

nera. de un regalo intelectual: «lia Columna de Fuego».

A rmando L akkoxa.( f >e «( >dios».— Tuctiiná n ).

t í Crónicas Argentinas7’© p i u i o n e s

«Crónicas A rgen tin as» , por A lberto (¡hiraldo— A l­berto Ghiraldo acaba de publicar este nuevo libro. Como en sus anteriores, fluctú a en él su alma iniiien sa, donde cada dolor engendra una aurora, don.de cada ignom inia arranca un rayo de ese astro poderoso que es su cerebro de a rtista y de pensador cedido en holocausto a un Ideal que por extraordinariam ente bello y hum anitario, llega a tocar los lím ites de lo imposible.

Foro, Chiraldo tenaz., imperturbable, siempre el mismo com batiente sincero, pasea, el gesto de su re ­belión florid a como una bandera de redención clavada en las arenas do las claudicaciones.

A los impostores que han pretendido desvirtuar la obra de (íliiraldo, el tiem po se ha encargado de dalles

un mentís soberbio. A hí está toda su obra: obra de A m o r; obra de revolución por el Am or y !a: Mondad; pero, jam ás revolución por el predominio.

V' mientras las grandes ambiciones políticas han disparado en los campos de batalla la m ortífera me tralla «le hierro, (ìhiraldo desde su fuerte ha dispa rado los cañones que han dispersado por el pueblo una lluvia de flores. Porque el alma del combatiente por el Amor y la Libertad, es un jardín inmenso de esperanzas, l ’or eso, en nuestro am biente intelectual, (ìhiraldo es una. aurora.

¡B ienvenidas sean sus «(’roñicas Argentinas»!

K. O(De T.a N o lin a — Buenos A ire s).

La imagen de la verdad(Capítulo del libro tu preparación «La rixión de! por reñir»)

1.a bella imagen de lo verdadero perseguida c<.n entusiasmo por los pequeños y por los grandes espíri tus, ¿en qué parte de nuestra vida podemos encon­trarla? L a verdad nos pertenece tan directam ente que no se aparta lo más mínimo de nosotros, pero más que encontrarla dolante do nuestra vista, por las sen das que nuestra alm a camina, podemos verla en nues­tra» huellas, en el simple pasado de nuestras enor g ías y de nuestros esfuerzos.

L a imagen del m aterialism o que testim onia el paso de nuestra vida individual y colectiva, aun cuando pugnem os con la memoria de los recuerdos «pie en­traña, os la. única imagen de la verdad. Si nos opo­nemos a ella y con ta l oposición queremos negarla, padecemos la idea <le nuestras propias negaciones, in­currimos, entonces, en la argucia filosófica de despre­ciar lo qne somos.

(Continúa en la .p á g in a 10)

www.federacionlibertaria.org

AÑ O V B u e n o s A ire s , E n e ro 17 de 1914- N ú m . 103

IDEAS Y FIGURASR E V I S T A S E M A N A L D E C R Í T I C A Y A R T E

OFIC IN AS: V IC T O R IA . 1287 A L B E R T O G H IR A L D OD I R E C T O R

COMISARÍA DE CAMPAÑA1 K ii el ca la b o zo había od io hombros, »dio dolin-

101 oficial rem oviéndose p erezosam ente t'ii ol si­llón, nmlluijurirado advirtió con insolencia:

— A h . . . lio d i g o . . . , — y , áspero, inquiriendo con acritud— {qué h a y ? . . .

101 v ig ilan te , un m oroiiudio raq u ítico y feo , tem ­bloroso, se acercó— : T ra ía u este m o c it o .. . 0.1 re- rimiendudo «le J)oi* M acario, el ile «La i ’alnma», se­ñor. . .

—Kstá Iim' ii— y c lav ó en Robledo, una m irada torcfi y p ro vo cativa. Después como m editando, hubo ilc bajar la v is ta , V auto la calm osa in d iferen cia iirl detenido, mr tanto molesto, empozó a borronear en un |>ajiet. ilisinnilaiido la inquietud do. sen tirse inferior. De pronto, a g ita d (simo levan tóse brusca- mriiTf, ciuncskihIo a pasear inquieto, inseguro, irri­tad», no sabiendo qué hacer de las m anos, <pio e x ­traña-; en aquel cuerpo nervioso, se m ovían como a f obradas. H izo tin descanso, y notando que R oble­do sonreía, ncalió de enfurecerse, y por con siguien te las uuinos, se a g itaro n más, yen d o a p a rar en un proiiit-io de uutomal¡tono, las do*, una en cada uno, encima de un p ar de tim bres; accesorios in dispen ­sables en aquella mesa de o fic in a . Y em pezó a ch i­llar en una je rg a b ru tal, inquiriendo sobre el d elito ilo Kobledo.

Hl detenido, in q ireto y a por la aco m etivid ad del ¡Milicia, creyó de con ven ien cia una in terven ción .

•Señor o f i c i a l . . , soy iin deten ido p olítico , y . . .- V qué í

q u e .. . a|>ol:iudo a las consideraciones que rl tlódigo de las p enalidades gen erales tien e para r.osotros, yo , exi jo que se me respete.

— Qué códice ni c ó d ig o ! . . . Vil. no sabe lo que w1 d ic e .. . ir conoce la fu erza de la U n . . . T.a L e y :*¡iiiis i¡:.MHr<i> ¡ r a b o ? . V yo, soy quien le manda ■■aliar.. . ¿ahora mismo!

Koiilrdii '■c rebeló, y cotuo si <>1 corax'm se le flieiu per la linca, d ijo : Sí, la U y es lu que son iisieiles. Y aunque no lo fuera, su valor y su eficacia implican ol •lom iiiio de la v io le n c ia ; pero a n te la lev, y ante un soldadote que no la conoce, ahora y siempre está la soberan ía del h o m b r e ... etc., etc., —¡me* ol mozo form alm en te in dign ado, con «an- liante» parecido, se exp layó on un discurso fogoso, e iinít:l, que tu vo la desgraciada, v irtu d do eomu- uii-air el furor de que estab a im pregnado a la ira ■ leí señor o fic ia l. Se exasperó en un derroche de ig ­norancia, ésto: M arcos Robledo, redobló sus ap os­trofes, y va ol escándalo a a ltu ras irrecon ciliab les, aparecieron linos hom brecitos, tr iu n fa n te s en botas gratule< y sacias que on su calidad de «empleados lie la casa», c o n v a le n tía oncom iable, ayudaron al oficial en la tarea, punto final de aquella diseu- »¡úi imposible.

Marcos, doliente y m altrecho, hubo de en tra r luego al calabozo, p re v ia presentación del «caboo guardia» un hombro am able do ojos azules y bigote sedinn y abiMKlanto, que compasivo y gravelo invitó a seguirle .

cuentes buenos o m alos que se rieron buenam ente de lío b led o y acabaron por in sultarse en el afán de interrogar con éxito al detenido.

101 cab o de gu ard ia , em bajad or de la delincuencia y el dolor en sus vario s aspectos, parado aún ju n to a la roja, sonrió p atern al ante la in só lita a legría de sus pupilos; más notando el mal cariz que lo m a ­ban la s brom as de los reclusos, se propuso ap arecer serio, adoptan do un con tin en te de furiosa g r a v e ­dad.

— Me l ena. . . déjalo— y sumvííuhkIo la voz, d i­rigiéndose a R obledo:— no le baga caso j sa lió ? . . . son así. V se retiró tran qu ilo , ol b igote sedoso y retorcido haciendo guiñ os encim a del labio ext.ro- mecido por una sonrisa.

lira un buen hom bre; a lto , b igotudo y am able, son reía siem pre; a co n seja b a a los deten idos y los golpeaba, con del ¡cade; a, cuando sus porquerías asumían proporciones di; mala especie. I ’or lo demás, en el p atio Hales le apreciaban, exten­diendo a veces la ternura, c o le ctiv a a fases muy sig n ’ lic a tiv a s y v io le n t a s . .. A tra v esó descansad a­mente ol patio , ancho y sucio, desapareciendo al rato en un cu arto sin p u ertas y muy inm undo, des­tin ad o a posada de heridos, do. m uertos y de b o­rrachos. . . V no- se acontó más de M a reo s...

Ksto al verlo tan inseu-sible, dueño de aquella filo s ó fic a in d iferen c ia , pensó que, decididam ente, la bondad del liomiue de les bigotes sc<los::s. no p asaba de ser una bondad p olicia l.

#* *

l ’asados los prim eros momentos, Robledo se im ­puso la consideración de sus compañeros, p ievia una - dem ostración de ingenio can alla y otra de. a g ilid a d m uscular: había visteado.

L e dejaron tran qu ilo , y después de «intim ar» e x ­tendida. la nueva de que el preso nuevo «la sabía bien do escrib ir y loor», pronto pudo notar la sencilla admiración que los doten ido*, en la nía y o r ía gen te del campo, le rendían como h ijo de Ja c iu d a d .. . Le ofrecieron hierba, azú car, g a lle ta , de t o d o . . . «para ¡jasarlo» regu lar, y tin ta , papel y plum a, p a ra que v ertiese en la mudez blanca del papirl a lgun a décim a, donde hubiera una qu eja ¡»ara la suerte, una b lasfem ia para los hombros y una am arga im ploración al m isterio de la muerto.

Roldedo no podiendo dar una cosa, se negó a reeü’ir la o tra ; entonces (ialiodre, un vejete bo­rrachín y a leg re que decía ser payador, b arrun tan ­do con su perspicacia de zorro corrido, algun a des­aven en cia , in terv in o con ciliatorio .

— D i g a . . . y porque 110, a m ig o ? .. . N o se ía g a rogar. Los «bonaerenses» suben— y se calló fe liz , sa tis fech ís im o de la p a lab ra: los «bonacreines>__

R obledo so disculpó: l-il no sabia hacer uiu: déoi t:ia; ni siquiera oi.íi. c u a r t e t a . . . C a r a m b a ! ... y a verían que no era o r g u llo ... Hscribir si tullía, pero natía m á s . . . y ahora, aunque sólo fu era 00-

www.federacionlibertaria.org

p ia r, no pod ría hacerlo, pues estab a m uy n er­v io s o __

G alin d re aparen tem en te con ven cid o no insistió , pero deseoso ile engarzar en las elegaiic-ias de una tro v a los sucesos de la m añana, hubo de rogar a B runo escrib iera a l d ictado.

— (,‘hé, O cta vio , »acá p a p el; v o y a escrib ir unas décim as— y em pezó a pasear, tir ita n d o do fr ío , em ­bozado en un «poncho» grueso, que cubriéndolo el cuerpo hasta los m uslos d e jab a a l descu bierto las p iernas íla cu ch as, larga» y tem b lan tes.

Hruno re v o lv ió d eb a jo de la cab ecera de su colchón, sacó papel, p lum a y tin ta , y , m uchacho á g il v san óte se cuadró a n te Ga-lindre, « v isteán ­dolo» con la mano.

— D iga v ie jo , le hago un tir ito ; vam os— y a rro ­jó le el poncho, un poncho c la r ito de v icu ñ a, largo v iluro, que cim breándose en el a ire se enroscó en el cuello del p ayador.

— A h , m u c h a c h o !...— ( ¿ l ie . . . no q u ie re ?__— No, a la ta rd e; ahora sen ta te y escrib í con

buena le tra — y dióse otra v ez a los paseitos, in i­ciando la recitación.

Kobledo se entretenía. Sentado desde su entrada en la tarim a colo cada a l rededor del ca la b o zo a ochenta cen tím etros del suelo, o b servab a a lo» de­tenidos con cariñ osa atención . E ra n ocho, ocho hom bres como ocho p lagas, como ocho esperanzas, com pletam ente d iferen tes lo» unos de los otros. Kn los modos, rasgos y cara cte re s; 110 h abía muía de com ún en ellos, y esto 110 ob stan te la tr is te p re­visión de los hombre» a lo» fenóm enos del dolor y la desgracia , rcuniéndolos a llí, los había hecho her­mano» en la tr is te za y la desesperación.

S e d estacaba en prim er lu gar, O c ta v io B runo, aliígre v dccididor, 1111 poco insolente y 1111 poco ingènuo, siem pre dispuesto a v is te a rlo a G alin dre, a insultar al «(borrentino», un vigilante de nariz colorada v muy b r u t a l . . . ; luego (Jalin-dre, trem en­do ca la ve ra , absurdo payador, am igo de poneyse serio a veces, fin g ien d o una fo rm alid ad muy ¡ule-' cunda a sus años, es verdad , pero que rápidam ente se esfum ab a, al em puje de una risa n ervio sa en la- qii eliabía escarnio y penlón. para rodos y para sí m is m o ... Después « l ’ rucbita». un m uchacho tr iste y silencioso, siem pre calla d o y a te n to a todo, como una c o r n e ja .. . K1 «< .’hiño», mocetón rid íisto y cuadrado, cuadrado con una fa ta lid a d geom étrica: ile hombros, de pecho, de cara, ile ojos, cuadrado del t o d o . . . D011 Paco, un padre de fa m ilia que se reía de ella, em borrachándose con la n u ijsr y >.u- rram lo brutalm en te a los h ijo s; y el «Mataco.», un moreno de póm ulos muy sa lien tes, ojos hundidos y e xtra v ia d o s, p rofon dam en te a n tip á tico n i 1 <1 cham bergo siem pre encim a de los o j o s . . . y otros dos, rubios o «morochos», tip os .'ndefinidos. sin un rasgo propio y característico que los librase de perten ecer a ese «anónimo» den igran te del montan.

('aliado» todos, prestaban atención a la voz g a n ­gosa. del payador.

(ialin d re se devan ab a lo» sesos: aquellas iuji111itns décim as 110 » a lia n .. . límpozó a rascarse las orejas, golpeó ligeram ente el itiselo, y tirán dose de !«■» de- das V, y a ! . . . pero 110.

V d 'iá y don G a lin d r e ’— a d v ir t ió el cop ista mirándolo ti jám ente— y el viejo por toda contesta­ción m anoteando en el a ire se puso sa tis fe c h o — A l i . . . yn e s t á ! . . . ropiú— y d ictó , paseando deII n c V i; :

)’ rsimfdn 1 a Ut Uf/onpi- ini dolor y mi n e ó n . . .

— Qué v ie jo aquél— pensé; R obledo que segu ía como todos la escena, v sonrió buenam ente.

L u ego, como si en e llo le fu era a lg o de mucha niportancia. se f i jó con deten ida atención en la»

p ared es: e l hombre se a b u r r í a . . . A l fondo del ca­labozo casi tocando el techo se abría un ventanuco por el que se f iltra b a una clarid ad g r is y morte­c in a ; d e b a jo del ven tan uco e stab a una inscripción e x tra ñ a que h ablaba de un loco, de un crim inal y una m uerte; y luego, en los otros lados, a nnu al­tu ra con siderable, escenas de cam po, grotescas cu. la to rp eza de »us rasgos: el caballo , el paisano y la daga , más gran de la d a ga que el hombre y el b ru to : después el a rb o lito de la p u erta de la pul­p ería , a que el anim al e stá a tad o p rev ias unas bri­das desproporcionadas. Kn el rincón encim a de la lín ea de a lq u itrá n , resguardad ora de la h u m e d a d ... notó Kobledo una perforación que comunicaba con el calabozo vecino y que servía de trasinisor de las in decen cias de Bruno cam b iad as con un ta l Ro­d rígu ez; y rom piendo la pared como una escala de luz tendida a I:l libertad y la vida, la roja de hierro un poco desm an telada en k>» gozn es y cerrada ma­lam ente por 1111 candado h erru m b ro . I'nr allí se veía el patio, inunda-do en los días de lluvia, y pleno de lu z en los d ías de so l; se v e ía el cuartucho do los heridos, de lo» m uertos y de los b o rra ch o s... siem pre lleno do presos a quienes su «buen proce­der» dispensaba la lib ertad de correr por el patio. A l lado de este cu a rtito , o tro en el que Robledo ob servab a, y a grita n d o o y a besándose a una mujer y un hombre, m uy a lto y mal encarado, que previa una desinteresada coim a, h ab la conseguido do la iu ago ta b le bondad del com isario, perm itiera a su señora plisar a llí p a rte del d í a . . . y por encima de estas piccec i tas, los árboles de un huerto vecino, con su verde obscuro bajo el c ielo plom izo de la. tard e llu vio sa , cual una ilusión o un ensueño coro­nando el am argor de lina d esgracia in fin ita .

Q u itó a R obledo de su ensim ism am iento un grilo de B runo. S e qu ejaba el rap az de la lata de Oaliii- dre, aprem iando tirán icam en te rapidez en la emi­sión de las estrofas, al cerebro estéril y agostad« del pobre v iejo . Se indignó éste, insultando rabioso al m uchacho, quien dispuesto a reírse, un poco cu brom a y uu poco en serio, d esafió a Don Gulindre a un tir ito . V el lam entable p ayad o r haciendo en brom a, lo que seguram ente ib a a ser d if íc il evitar• le veras , se ap restó a. la defen sa enroscando el poncho en el brazo izquierdo.

V empezaron las golpes y los « v i s t o . s» cun nnu rapidez in qu ietad ora. Bruno, á g il y robusto esti­raba. los brazos rápidam ente; medía con el. dnrerlio uu ataq u e a la. cab eza, y an tes de que el v iejo si* apartara del golpe figurado, con el brazo iz­quierdo soltaba el poncho que «o iba a ciiun-cur fu rio so en el cuerpo tem b lan te de (ialindre. Kste se defen d ía , calm oso, mañero, pero im potente ante la arrem etid a tr iu n fa l de los vein tiú n años de su enem igo: dando un golpe certero, que le era de­vu elto por otro más fu e rte aún ; luchando con hu­mada raposi ría, pero d ébil, in sign ifican te , en ver­dad in fericr y muy poca cosa para medirse con !:■ insolente plétora de v ig o r v en erg ía de Bruno. V seguía así aquel duelo h ipó crita concertado pnru so laz y d ivertim ien to , y efectu a d o en un remolino de golpes, en un v éítigo de liTiilílliditd. Octavín v icto rio so y a taca n te , e xcitan d o su acometividad, con una carcajada llena, sonora y au b ru ta l; y (ialin d re, el p ayad o r Don r rota do, ex lia listo, h a c e n d ó p rodigios de brío, saltando aquí y a llá, las piernas cansado, jad ea n te . P id ió tregua el v ie jo , y el riendo estrep itoso, siguió acosándolo hasta dejarlo m olido; hostigólo en una única y cobarde intento­na, ganoso de escupirlo en su derrota. Mtitonces el ¡layador como si rev iviese , fundiendo en un gesto el últim o esfu erzo 110 vén delo aún a aquella faisa sangrienta gritó amenazador, am argo, iracundo:

— De j a m e ! . . . déjam e en paz!¡V io el otro, sin cesar de reir, burlón, atrevido,

www.federacionlibertaria.org

oaMalla hasta la crueldad, «'orno un escarn io su­premo, lo escupió retándolo:

— Apremia, v iejo !Galindre estiróse, demudado, lív id o , an gu stiad o:

-aió un salto enorme, y agarrando nerviosamente al jovenzuelo por la. pechera, le cruzó la cara con uua tormenta de cachetazos.

Y en el calabozo, rompiendo la calm a expectante de los ánim os, e sta lló h iriente el estúpido dolor <h' lina carcajada c o le ctiv a , ruidosa.

II

Hacía ya «lias que Robledo estaba preso y había ocurrido en aquel nicho de sombras, una serie de sucesos, todos pueriles v dolorosos y de una sim ­plicidad cruel rayan a en la in congruen cia.

Estaban hechos unos amigot.es, cam aradas g ra n ­dísimos, Bruno y Don G alin d re; había sido puesto i'ii libertad para luego v o lv er al encierro el resig­nad» y silencioso « P ru eb ita ’ ; estaba enferm o el «Mataco»; y por tercera v ez— que y a lo halda intentado en dos— noches a trá s h a b ía querido fu ­garse el «Chino», quien ahora en el «cero» p agab a aquella audacia de su sangre. K1 pobrecito siempre huraño y fo sco como un oso, porque «no sabía explicarse» se p asab a los d ías ta citu rn o , p re ­sa de la in fin ita añoranza de sus d ías de luz en la clara libertad de las Pam pas; los ojos siem pre l i ­cuados, fijos en el verde de los árboles vecinos, en les que tu alma de un modo vago, secreto y silencioso en sayaba un poema incom prensible de inquietud y alocam iento. Noches pasadas bahía querido e s c a p a r s e .. . ; pero nunca fa lta un hom bre­cito, cobarde y desgraciado que, en el n a u fra g io ilc su dignidad, crea sa lvarse si ech a en sus en tra ­ñan el abismo de la tra ic ión p a ra luego escupirlo, supremo delator, en g a rg a jo s de cobard ía. De a llá de enfrente, del cuarto de los borrachos, un- viejo retenido a llí, por escándalo, o a lgo de menor cu a n ­tía, viéndolo sa lir a a lta hora de la noche a v isó al calió é gu ardia . Y lo am arraron otra v ez vendo a parar al «cero», después de su fr ir una ruda prueba del coraje p olicial.

Kn Marcos, la piedad, le roía el a lm a, v pensaba Cdii tristeza en la lla ga que gangrena el corazón del inundo, v em puja a los pobres hom bres en c a ra v a ­nas desoladas y misteriosa« hacia las riberas do la angustia. Y viéndose él a llí, tam bién víctim a de las represalia« estúpidas de la in conciencia , carne hermana de aquellos p illastres, in fa n tile s como niños, confiados como santos, v io len to s como es­clavos, sintió por e llos una honda so lidarid ad en la que se le iba el alm a, am ándolos en una conmu- n¡ñu fratern al y retan te de ju s tic ia reparadora. Y para él, en aquel m inuto, todos, desdo G alindre, bueno, borrachín y brom ista, pasando por Bruno, por el padre de fa m ilia , y tam b ién por el «M ataco», hasta «l’ ru ebita1, el menor del calabozo, siem pre ca­llado, en una e x p e c ta t iv a a flig e n te y som bría,— todos fueron herm anos; herm anos por los que sen­tía un cariño y una co n fia n za que de tan gran de casi le ahogaban.

l'.ii estas cosas p ensaba Robledo, y acongojad o como un ternero abandonado, su fr ía con du lzu ra, uua compasión lastim osa que en volv ién d olo a él, iba luego a cernir la fig u ra de Galindre, de Bruno, del padre de fam ilia , de P r u e b i t a . . . de todos los cautivos de la. tie rra , a los que v e ía d e s fila r en una escursióu in term in able sobre una fra n ja de p lata , hacia las tierras de la Igu ald ad ; unas islas m ara­villosas, que él en aquel momento, a cariciad o por la tibieza de un ¡mucho de Bruno y una m anta del «Chino», desde encim a de la tarim a veía , nim badas de iris ile pedrería, p e rfecta m e n te ideales.

Amanecía; en el p a tio sen tíase el chapoteo de los caballos, al cru zar h acia las cu adras, el can tu rreo

do los v ig ila n te s , y , uno que o lro g r ito del a u x ilia r n el cabo é guardia. Kn el calabozo, por el ventanuco en traba una. escala de luz c en ic ien ta y tenuísim a que arrastrán d ose por la humedad del suelo, ponía, fre n te a la re ja un re fle jo muy le ve en un charco de agu as sucias. Del calabozo vecin o llegó a tra ­vés del agujero realizado en la pared, la voz en­ronquecida de Rodríguez, un ciud adan o que se pi­ropeaba escandalosam ente con B runo a la menor ocasión o m otivo, y un poco más ta rd e abrien do la calm a de la m añana, se sintió c lara y to n an te como un c a c h e t e la palabra de Montanar, el o fic ia l de g u ard ia ; hombre salido de los talleres de la tram pa hum ana con condiciones d ifíc ilm en te superables de cretin o, de bruto adm irable, v de egreg io ru fián . A p o stro fab a al cabo de servic io por h aber éste gu ardado con sideracion es tristem en te p olicia les con un hombre form al, humanamente sencillo y vulgar que había ten ido la in grata ocurrencia de em bo­rracharse. I,o a p ostro fab a con r u d e z a .. . y el cabo, que e ra el bondadoso cabo de los b igotes retorcidos y sedosos, el hombre pacífico y policialmente sa ­tis fe ch o de su suerte, ca lla b a , ca lla b a , dejando que en el silencio m atutinal las p alabras de la injusticia, vibrasen como una acusación. Se hizo el silen cio; luego, un ga llo un ta n to dorm ilón, saludó afón ico al buen d ía , que saliendo de la. obscuridad, se in i­ciab a am orta jad o por los velos de la n ie b la . . . y Robledo, suspirando fastidio-, dió inedia vuelta- en la ta rim a cuidando de no caerse, y se dispuso a pensar, acaband o por dar unos bostezos c r in i nales, y ecandalosos. T en ía la m anía de pensar, y como bostezara ya. muy ruidoso, G alindre se anunció le ­v an ta n d o la cabeza y re tr ib u yó luego el saludo del can san cio y el ted io con el esta llid o desgarrado de una tos áspera y m olesta . . .

— P arece que no andam os bien, e h f . . . Tose usted mucho. Yo conocía a uno que to sía igu al, igual que usted— -habló Robledo, deseoso de aparecer am a­ble.

— Sí, am igo: si v ie r a . . . hay veces que me aplas­ta ría la c a b e z a . . . ; es una t o s . . . — y no siguió , l 'n a taq u e v io len to , roncó en el pechoo subiéndole a la g a rg a n ta , con gestion an te. T osía , horrible, peno­sam ente, m arcándosele en el cuello colorado los te n ­dones, cu a l cuerdas que su jetaran a la nuca, estre­m ecida. A liv ia d o un poco, la boca aún ocupada de sa liv a , s igu ió : A h . . . am igo, es una tos que mem ata; sí, me m a ta __y y o lo siento porque aunquev ie jo y borracho, ten go h ijo s __

— T ien e h i jo s . . . ¡ Y porqué está Y d . p r e s o ! . . . por una borrachera.

— S í, por una b o rra c h e ra ... y disparo de a r m a s ... Porque ¿pa qué s o m o s ? ... Y o siem pre fu i muy ca la v e ra . A m igo, si v ie ra Vil. cuando m o c it o .. . Ahora me ve así, pobre pueblero aporreao por la su erte e in su ltado p o r . . . pero cuando vio era jo ­v e n . . . así como V i l . . . . ¡ah, e n to n c e s ! . ..

— Com prendo buen v ie jo . . . Y dígam e ¿por qué están esos, todos e s o s '? . . . M e gu sta mucho esc m uchacho que Vds. llam an «Pruebita».

C alle am igo, «esa» es una injusticia. A yer lo golpeó fieram ente el com isario y por mulita, am igo, por n a­dita. Por lo dem ás, los presos todos son bnemaj Y o el otro día fu i ¡ierro con Bruno. Y yo soy i(P ^ v ie jo sin fuerzas y sin nada, y él es mozo, g a rifo V v a lien te , y pod ría m atarm e de un g o lp e . . . pertSr ya v e si tenem os corazón nosotros, la m ala gen te: se acordó de su p adre que es un v ie jo así como yo, y . . . B runo está preso por robar tres g a l l in a s . . .Y el «Chino» que quiso fugarse la otra noche, ya110 es la prim era v ez que lo in tenta. 101 pobre, nació allá fuera en los campos y le duele mucho, él dice que m uchísim o, v iv ir aquí en tre dos paredes de dolor, lina de in fam ia y o tra d o s o m b ra .. . pobre!Y tiene aquel otro, el que duerme en el rincón. E s un buen hom bre; padre de fam ilia y como y o tiene

www.federacionlibertaria.org

dos hijo» y una hija bonita como un bendito fruto «le esta tierra . E stá jireso por «lar unas p u ñaladas al enterrador, «jue es hombre m uy a fo rtu n a d o en el ju ego , y le gusta la m ujer del prójim o. V luego aquél ¿lo v e ? . . . que no se porque está aq u í; nunca lo pudo t r a g a r . . . h a y hom bres a quien y o m ataría , sólo por no verm e retratad o en sus o j o s . . . hay hombres m uy an tip ático s, m o c it o . . . ¿ Y Vd. por qué está p r e s o ? .. .

— Porque g r ité a un c an alla en nom bre do la libertad , señor G alindre.

— A h ! . . . am igo. H ay ta n to s can allas en la tierra que la libertad hace tiem p ito que se fu e al c ie lo — y perdónem e la tirad a , que y o soy p a y a d o r .. . ¿ sa b e '?

— Como- quiera Don (íalindro— consintió Robledo; y calló , vien do las p u ertas de m adera «leí calabozo que se abrían fran qu ean do en trad a a Ja clarid ad g ris de la m añana.

L lo v ía , y en el ancho p a tio hundido en ('1 centro, las a gu a s habían hecho una. laguna en la que los gorrion es obligados por el ham bre a aband on ar sus nidos, se 'zabullían rápidam ente apresando ya un pedazo «le pan, y a un «lesventura«lo gusano, conde­nado a la exclusión en honor de la p an za del más ch a rla tán de los v o lá t i le s . . . En el cuarto de los m uertos, cuatro o cinco v ig ila n te s brom eaban c a ­lentándose las manos, sin desaten der la tarea de lim p iar la hoja del sable, a rre g la r la c in ta del p ito y a tiz a r el fu ego que lam ía con su a lien to rojo la pa red ennegrecida.

En la p ieza vecina el hom bre a ito tocaba una gu itarra extrañ a; instrumento hecho de 1111 plato de lata del rancho, un cartón , 1111 pedazo de m adera, y las cuerd as y llaves indispensables. T o cab a, y a quella desarm onía ríe los g r ito s agudos de las cuer­das lastim ad as sin un eco, m ezclad as a la sonnolen- cia perezosa y absurda de una c a n ta ta can alla, au ­m entaba de un modo angustioso e irr ita n te la tr isteza in ab arca b le de la m añana llu vio sa . Bruno se levan tó y sintien do rumores tan m aravillosos como extrañ o s en aquel sit.io, sin tió deseos de apo­derarse de cualqu ier modo d e l condenado in stru ­mento. Pronto lo con siguió: dejan d o de to ca r el o tro ,tiró el gu ita rrín encim a de la cam a, saliendo al rato en dirección al fon do; verlo Bruno, dar un brinco de la tarim a, ca lzarse za p a tilla s , vestirse saco y p a n t a ló n .. . y em pezar a g r ita r , llam ando a l cabo é gu ard ia , todo fu é uno. V in o el cabo, y el joven p retextan d o una u rgentísim a d ilig en cia sa lió a fu e ra ; sorteó el agua del p a tio arrim ándose al muro, y agarran d o la g u ita rra corrió rápido al c a ­labozo, con tento y satisfech o . A l cabo lo engañó diciéndole una piadosa m entira, de las que ten ía siempre un estoc co n sid era b le ...

No duró mucho la sa tis fa cció n del ju g u e te (»11 sus manos. L leg ó el otro, y enterado, hubo a llí una trem olina en ««lo» m a y o r .. . E l buen hom bre he- cho una fu r ia , a tacó a todo el mundo con el fu ro r de un ja b a lí de edad que de sopetón, g ra c ia s a los deslices de su co stilla con un veleidoso ga lán , se admira hecho un verdadero cuerno. Arm ó ca­morra a los v ig ilan tes; pegó a 1111 preso «le su catego ría , rompió dos m ates y d ió un p u n tap ié al b r a s e r o . . . y enterado al f in , del verdad ero ladrón de aquel prodigio con que m ataba las horas, v in o a la re ja y allí escupi<> 110 -s«>lo a Bruno, sino a todos los del calabozo, cuanto de a gra d a b le y de- iicad o tien e el d iccion ario del in su lto , y el b re v ia ­rio de la in fa m ia y la «ofensa m ayor».

— T ra e acá , la d r ó n ! . . . más que ladrón que estás preso por una ga llin a. T íra la y a , m a u la . . . t íra la , h ijo de mala m adre. . . t íra la , que cuando salga he de comerte las e n tra ñ a s ... t ír a la !— y segu ía así, furioso , a p ostro fan te, sacudiendo la re ja en el p a ­roxism o «le la r a b i a . . . queriendo m order los b a rro­tes, desesperado an te la risa «le B run o que «les«le

a«lentro ju zgán d o se seguro, reía estrepitosam ente, brincando de un lado para otro, las manos en la b a rriga do lorida y a «»11 el em pasm o «le aquella car­c a ja d a escarn icen te, p r o v o c a d o ra ...

Se produjo una gresca descom unal, a lgo en ver­dad «notable» según d ecir de Don G alindre que go zab a lo más bellam ente p osible a costa «le esto género de sain etes.

De los otros calabozos, los detenidos despertados por la am arga im potencia de los grito s del hombro a lto y la risa procaz y m alvada de Bruno, gritaban, azuzando a los con trin can tes, riéndose de. paso «le la dolorosa com icidad de aqu ella tr ifu lca . A cudie­ron v a rio s v ig ila n te s , en tre ellos el « (-orrentino», 1111 soldadote arrastrad o y feo <|ue odiaba al beli­coso joven . S u jeta ro n al hombre a lto y el (Jorren- tin o en posesión «le las lla ves aquella mañana, creyó de oportun idad ren dir cuentas al señor B runo.

— A ver, che M elena, tra ig a eso que robó de allí.— Q u ié n ! . . . Vd. qué s a b e ? . . . Y no entre al

calabozo, porque aquí m andam os nosotros.— M ira, «M elena» que vas al «cero».— A l c e r o ? . . . perm ítam e una sonrisa y véase la

n ariz . . . ¡b c re n g e n a !. . .L a n ariz colorada, era el cen tro «le las suscepti­

b ilid ad es «leí «C orrentino». . . Y aquel tim ante le lla m a b a b e r o n g e n a ... ¡b e re n g e n a !. . . Rugió ira­cundo.

— A h, ladrón, l a d r ó n ! . . . irás al «cero».El otro siguió insultándole, im provisando unas

origin a lís i mas cu ch u fle ta s que ponían «mi conmo­ción de a leg ría a toda la gen te «leí p a tio ; pero el «(.Jorren!ino» prudente como 1111 raposo no entró en el calabo zo solo, v erificán d o lo luego acompañado por el o fic ia l de gu ard ia , quien toim> a B runo por una o reja y lo condujo, con una am abilidad socarro­na, al tem ible número «cero».

P a ra cuando Bruno sa liera , los del calabozo, se o frecían re la tos y p erip ecias a trap o largo. Bueno estaría el m uchacho.

III

H ablaba siem pre Don G alin dre «le su señora: «su señora», según él, era una v ie ja m uy buena y muy fea , que queriéndole mucho, le era fiel. La verían pronto; seguram en te ven dría aquel d ía trayéndole a lgo elaborado por sus m anos. . . por las manos su­cias de su m ujer, como decía G alin dre. Estaba Bruno otra vez en el calabozo, y como siem pre úis- puesto a fa s tid ia r a alguno. E n aquella mañana había pegado a «P ruebita», por haberse negado el m uchacho a p a rtic ip a r de cierto ju ego poco decen­te y asqueroso. S en tado «Pruebita» en la tarima, B runo disim ula«lam ente, le pasaba la mano por las espaldas, en una c aric ia , que corriéndose hasta las caderas, se parab a oprim iendo las carn es «leí lin­ch a d lo en un halago sensual. E l e x -titir ite ro — pues «P ru ebita» habiendo o fic iad o como ta l, bajo las órdenes de aquel su caro am o que le ten ía preso, pertencía a la farán dula Iráigica— por pudo-r, pri­m eram ente, ech ab a a reír, no q u e r í a l o ver en aquello más «pie una. brom a; más «*l o l o satisfecho de su p icard ía, creyen do en la íingi«l^ingcnui«ia<l del m uchacho, sigu ió ten az, haciendo que disimu­l a b a . . . Se en ca b ritó «P ruebita» falsean do los cál­culos de su am able enem igo, quien por no ceder, que ta l a él le resultaba den igran te , siguió ya abu­sador, b rav atero , irresistib le de insolencia. De modo que el ch ico con la voz desgarrada, casi llorando, lo in sultó , resum iendo en la am argura, de sus dé­biles ap ostro fes, todo cuanto de h iriente y peca­

da i n oso hay en el ser humano; y Bruno, procediendo ¡romo necesariam ente en tran ces análogos tenía que proceder vapuleó al m uchacho, reduciéndolo al si­lencio, pues in defen so y poca cosa, no tu vo en aque-

www.federacionlibertaria.org

11« pocilga, gu arid a ilo lobos mansos, n ingún gesto quo fuera una defensa y una p ro te cc ió n ...

Hacia fr ío y se tom aba m ate. Don Paco, ten dido cu la tarim a fum aba silencioso, coino ensim ism ado, los ojos f i jo s cu el humo del cigarro, que se retorcía en volutas ligeras. Iíl «M ataco» enfundado en im tapado a modo de «m anferlau», m edía el calabozo de un lado a otro paseando tonto y m irando con rocolo a Robledo. Bruno ten dido en la cam a reci­taba las décim as que G alin d re le había d ictad o días pasados, y G alin dre, el p ayad o r G alin d re son­reía satisfecho a todos, saltando- de un lado al otro, y brom eándose de lo lindo, con un detenido nuevo que atacad o de la m anía del tra b a jo , en el cansancio de la v id a in ú til de la cárcel, hacía unas inedias m oviendo las a g u ja s con a g ilid a d y de un modo tan regular, que la calceta im prim ía a sus movimientos, y hasta a su respiración un com pás rítmico y sosegado.

Se abrió la re ja de hierro y ap arec'eron eu el hueco de la puerta dos hom bres acom pañados por el cabo gu ardián . A m ontonáronse todos los reclu­sos en la en trad a, recibiendo a los nuevos pupilos con m uestras de ap recio que prom etían una so lid a ­ridad bastan te irónica.

Y los hombres en traron ; la gente v ie ja del cala­bozo se hizo a un lado en con elábulo, y los nuevos detenidos extrañ os y recelosos quedaron solos y silenciosos.

Se notaba pronto que eran trab ajad ores. Iíl uno. alto, rubio, de ojos azu les plenos de m ansedum bre, brillando a veces socarrones, bajo la v isera de una gorra caída h acia ad elan te; el otro b a j 'to y fla c o : un tipo raro y dolorosam ente absurdo. Con su aspecto sombrío, a p e n a s entró en el cf.lnho-zo, fue ya el «ha?me reír» de todos. Venía haraposo, sucio y mojado: cubierto el cuerpo por un chaquetón rayado en fran ja s, en rodo lo largo de las espaldas. Su cara ch ica, los rasgos casi tapados por 'a m ugre y la crecid a barba, resultaban una m edalla horri­ble y sin expresión, en la que únicam ente b r illa ­ban, bajo las ce ja s hirsu tas y pobladas los o jillo s castaños, unos ojos chicos y v iva ra ch o s, que reco­rrían rápidam ente el calabo zo , m iraban escru tad o­res a todos y se p legaban asom brados al menor movimiento de los deten-dos. D ijo llam arse -losé Fernández, nom bre y ap ellid o al que B runo p ara fisga am able del pobre hombre, antepuso a l mo­mento, la bu rocracia de un ribom bante «Don». Y a 110 era sim plem ente José F ern án d ez; todos le l la ­maron desde aquel in stan te , entre risa y recelo «Don».

— Diga Don .losó F ern án d ez; cuente porque lo trajeron.

— I ln i i : . . . Don J o s é . . . y o no so y «Don».— B a h ! . . . ni> se f i je . A qu í a todos les deei-.nos

«Don». G aindre s a b e . . .— Verdad— con testó el in terp elad o y corroboró

las ton terías de B runo diciendo a Don Jo sé— ¿p or­qué los tra je ro n ?— ¿vien en jun tos?

— Sí,— m asculló Don -José— venim os ju n to s; y bruscamente— : Y o so y un trab aja d o r, una persona honrad». A unque me ven a s í . . . así como ea::oy, en c 'crto tiem po yo, y o «Don José Fern án dez», re­galaba ponchos a todo el mundo. Y por qué me prendieron a m í ? , . . S erá— ; rodiós que s í ! . . . p o r­que llevo el saco roto; pero no im p o r ta ... Don José Fernández— y sonrió sa tis fe ch o de decirse «Don» — ahora es un pobre, pero eso siem pre lo fu é , ¡re- diós que s í ! . . . — y no sabien do que d e c ir más, como si los pensam ientos le ach ich arrasen eü alm a, escupió con doloresa repugnancia— : H u m ! . . . yo siempre fu i un hombre honrado, un t r a b a ja d o r . . . y esto es una :n ju stic ia ¿p or qué me traen preso a m í? ... V Don José- ca lló , c lavan d o en todos una mirada serena y sin cera, que era así como un regalo de tristeza que hablaba, de la ausen cia irrem ed ia­

ble de las energías mozas y los tiem pos buenos. Kra nn v iejo .

Robledo p restab a atención a las p a lab ras de Don José, que como una le ta n ía de d esgracias y m ise­rias hacían v ib ra r e l a lm a de los r e c lu s o s ... (41 alm a obscura de los detenidos que ta n pronto b a i­laban en los labios con cosquillas de risa, como aso­m aba a los o jos en un gu iñ o de su a ve piedad. Don José a todos cau saba risa, y a todos cau saba lás­t i m a . . . y así, d isgu stab a, pues, la p iedad en los m iserables es el período calmoso de un dolor de m u elas__ nada más.

Rolíledo sintió rab ia contra aquellos zopencos que tan pronto reían como párvulos, como gruñ ían com ocerdos; contra Don José que interpretaba la rebeld ía de las cosas m irando cou una lastim osa fu r ia a la in s ig n ifica n cia de cua lqu ier m ajad ería: con tra sí mismo, condenado por las con tin gen cias de la vida, a v e je ta r a llí entre aquellos gandules com pañeros de dolor, hombros hum ildes y m alvados, valo res perdidos en el con cierto de la estupidez y ía dep ravación . K staba ahogado, le ardían los ojos, pesándole el corazón como a lg o e xtrañ o e in vero­sím il cu su organism o. Q uería h ablar, d ecir algo, y fu é que levan tán d ose se d irig ió a Don Fern án dez,

— Pero V d . es pobre y la p obreza es un delito— co-menfó Robledo.— L a miseria, p revia una d efor­mación o un v ira je dem asiado v io len to , responde in m ediatam ente a un fenóm eno cualqu iera, de los penados por la am arga previsión de los hombres.H ay que ser r ic o __y s i no lo somos, para serlo,debem os ser lacayos, debem os ser babosos o com er­c ian tes, para poder estacion arnos mansa y cóm o­dam ente, eu esa pendiente de valores, en que g r a ­c ias a l em puje de <la casualidad uno puede volverse craso y ord in ario como un sa p o ... . o segu ir siendo pobre. H ay que v iv ir en ese radio; hay que «pien­sa r» tran q u ila , b ea tífica m en te en el tab lad o de las renunciaciones para ser un buen ciudadano, un catecúm eno del R stado, dignísim o, aunque lejan o, p arien te de la L e y . Y Vd. Don José F ern án d ez, es nn m iserable que gozó m ucho en la época, en que los esfuerzos del esc lavo , a rro jan sobre sí el men­drugo de los amos,— y que hoy por no ten er y a es­fuerzo s que rega lar, estando fa lto de él se lam enta; y vosotros, todos m is buenos com pañeros, h ijo s de la m adre C an alla , hermanos del m ago A bsurdo, sois unos ham brientos, y y o , iluso defen sor de las cau ­sas que por ser buenas, resultan pésimas, también soy un desgraciad o que ap adrin ado por el H am bre y la L ocura, de modo irrem ediable desposarém e pronto con la m uerte: un herm ano vuestro, hijo del v ien tre com ún; de ese respetable y gran de v ien tre que no conocéis y de quien sois hijos, como y o lo soy, y lo son todos los graneles y m ezquinos de la sab id u ría , del dolor, del rid ícu lo y la g lo ria—

N osotros por causas de las que somos v íctim as, v iv im o s en el b a ile social, desviados del radio f a ­v ora b le y decente, de ese radio especial y bueno en que pululan los personajes muy gruesos, y las llam as m uy f l a c a s . . . Y es por oso, herirtta*as míos, e r iz a d o s de la g a llo fa , abanderados de 1% au d acia, que lle v á is en los o jos el asom bro de la cM jird ía y en iv corazón la bondad que os ha perdid™ por lo qué e stá is aquí presos, y por lo qué yo, lo estoy tam b ién , haciéndom e cou vosotros todo un cama- rada del o lvid o y la d e sp re o cu p a ció n ...

T odos callaro n , eu lo que todos fueron justos, pues ninguno entendió la je rg a declam atoria de Robledo. Don ,-losé F ern án d ez, por quien lia b ía sido pronunciado aquel extrañ o y e xa ltad o d iscu r­so un ta n to m olesto por la f is g a zum bona que la ign oran cia de lo dicho, despertaba eu los otros, adoptó un aspecto verdaderam en te fú n eb re; miró• le soslayo volcan do los ojos y con trayen d o la s m andíbulas, y vien do que los otros le m iraban son­rientes y burlones, tosió dos o tres veces, se rascó

www.federacionlibertaria.org

las orejas, y dando un tirón a su gorra de apache que se le v in o a la fre n te , gruñó resueltam ente, hecho una pila ile cora je:

— No, 110 se lía n , que aquí ese mozo tien e ra ­z ó n . . . y y o soy un tr a b a ja d o r . .. una persona hon­rada ! . . .

Robledo notando la in e fic a c ia de su discurso, íntim am ente ofendido, trató de sa lvarse del rid ícu lo can alla de aquellas gen tes, y echó a reir estrep i­tosam ente. Los reclusos creyendo aquella ca rca ja d a el punto final de una brom a oratoria lo fes te ja ro n ; y lo tuvieron en m á s . . . G alindre resum ió en dos palab ras la conciencia del momento en todos.

— P c l ia . '. . . m ocito, como lo farreó a Don Per- u á n d e z .. . y qué p a lab ras lindas.

Para Robledo, en aquel in stan te G alin dre a ca b a ­ba de descubrirse un poco más, un poquito más.

A p areció el cabo é gu ard ia en la re ja , llam ando al payador. A cudió el v ie jo , vo lv ien d o pasado un buen rato, con tento y dichoso.— Iba a ven ir su se­ñora y . . . ¡c a iie jo !__ y a verían si le quería.

— V ea, l*on j lo quiere mucho en v erd ad ?— C h i s t . . . mi m ujer, es mi m ujer.— Y e n to n c e s .. . A qu ello que se dice— murmuró

el «M ataco».— Verem os. G alindre es un v ie jo de l í n e a . . .

saben?— v el p ayador em pezó a re ir dando saltos de un lado al otro m olestando a t o d o s . . . y , su­prem a audacia in exp licab le, acabó por in v ita r a P run o a un tir ito . A h o ra era el v ie jo el que in v i­ta b a ; acep tó el joven , y prestam ente, en el caja- bozo, 110 se sintió más que el traq u eteo to n an te de los pies p atean do el suelo, el esta llid o seco de los ponchos al cim brearse en el a ire y el ja d e a r de los sim ulados d u elistas; siem pre más, el suspiro de G alindre, que a veces ten ía en su pecho el eco de un arañazo cruel dado en un tam bor, v ie jo y des­tem plado. V enció como siem pre B runo, a pesar de la g in n a s ia dolorosa de G alindre, que al sa lta r, m i­diendo y ev itan d o los golpes, sim ulaba un sapo g ig an tesco bailando un cancán desenfrenado.

Y llegó el cabo, otro cabo de gu ard ia , m ocito aún.

H abló ¡i G alin d re; d ijo a l p ayad o r que estab a a llí su m u je r . . . y que 110 se p erm itía a nadie en­trar, pero que con él, siendo v ie jo del pueblo, tas cosas se hacían de otro m o d o ...

G alin dre gozoso, sa ltán dole los o jillo s de jú b ilo , expuso a los am igóte» la p referen cia de que era objeto. Y todo porque él era esto, en cierta ocasión había hecho lo otro, y lo de más a l l á . . .

El padre ile fam ilia , incorporándose com entó fríam en te— : Eso es hacer bien la s c o s a s . . .

Y G alin dre hinchado, hecho un p e lle jo de v a n i­dad, quiso ju s tif ic a rs e — : Bueno, que yo siem pre fu i un hombre trab ajad or. Y después de todo, serán lo que se quiera ser, las cosas. . . pero a h o n ra d o !.. .

— No hay quien lo gane— acopió el «M ataco», y term inó— si 110 que lo digan los gansos de Don Teo- d o lin d o .. .

G a l’ ndre sonrió ingènuo como un niño sorprendi­do (*u una m ajad ería, y se puso un poco c o lo r a d o - aquel v ie jo se ru borizaba to d a v ía — quedando luogo silencioso y apesadum brado. A l rato com entó— : L á stim a que vo soy un borracho— y em pezó a reir, viendo aparecer delante de la re ja , acompañada por el cab o a su señora.

Era una m ujer m enudita y feú ch a, de cara arru ­gada, pelo muy negro p artid o en bandas iguales, y pecho laxo y raqu ítico ; casi una v ie je c ita fre sca y arrugada como un higo tardío,— humilde consorte que sonreía desde a fu era a l caro G alin dre, contem ­plándole con mansa a leg ría , h a lagad a su van idad sencilla y pueril, propia de una m ujer a ja d a por el tiem po, que tien e un m arido que aunque un poco v ie jo es un ca la v e ra trem endo, hace m alísim as dé­

cim as y sabe en tregarse p r o o después de una bo­rrachera.

Se acercó a la reja a una indicación de su esposo que se ju n tó a e lla , quedando separado por los barrotes, largos y e n d e b le s . . . Y h a b la r o n ... P ri­m eram ente se dijeron m uchas cosas de los hijos; después de la casa, de las ga llin as, de 1111 cab allo y un buey. L uego hablaron de ía tie rra , del trab ajo , de d ía s de m ezquindad; de horas de h a m b r e ... y bajan do la voz como si aquello fu era de corazóni corazón, diperon, queda, muy quedam ente, de la tr isteza de la v id a , am argada p o r ' la insaciable a v a ric ia de los h o m b re s ...

Gim ió la esposa.— Ché v ie jito . . . hay que hacer por sa lir ; la nena

está enferm a. H ace sol y los m uciiachos están tr is­tes. . . todos te extra ñ a n , y hasta los p errvs andan aburridos como b o r r a c h o s ... l la y que hacer por sa lir, v ie jo .

Lo deslizó entre los barrotes un a tad o ; el atado codiciosam ente esperado, y recibiendo en la cara unos besos que G at’ndre e n v ia b a a los nenes, se retiró seguida del cabo.

IV

R einaba un tiem po lluvioso. D espués de un claro de sol de cinco días, había el espacio cam biado, vo l­v ien do la llu via otra vez. El cielo estab a cubierto por una m anta gris, enorm em ente gris, sin una v aria c ió n ; g r is obscuro, m onótono e igual en todo el espacio, cual una lám ina com ba de' acero, que n iciada en los lím ites del in fin ito cubriese como una p esad illa de a b u rrm ie n to el jard ín de la tie­rra. L lo v ía , una fr ía llu via que cayend o en hilos de p la ta sucia, form ab a un cortinado molesto, que a veces el v ien to soplando en rachas cerradas, arre­molinaba en el a ire con fu ria ,— ta l como si se pro­pusiera term inar con el azote ten az e im placable del agua fr ía y cortan te. El mal tiem po cansado sin duda de p asar p a cífica m e n te por todo, refrescando 'a s cosas, y quitando la suciedad a /¡as paredes, liizóse n otar de p ronto, como un señor de mal g e n :o. E l agua, pesando en el zinc se estancó, ho­radando con su peso el techo por v ario s lados.

El calabozo todo estab a m ojado, viéndose los presos obligados a cam b iar de sitio muy a menudo. A qu ello y la cara rugosa del tiem po arañ aba en los ánim os, en una gesta de iritaeión y violencia. Todos gruñ ían , y de los otros com partim ientos lle­gaban a veces atenuados por la m úsica gangueante de la llu v ia , los ecos de una riña o la dulzura p erd id a de algun a canción fastid io sa . El pat.:o es­ta b a otra v ez inundado, pero más lleno hecho 1111 soberbio lago, cu y a s aguas irisad as por el viento, casi anegaban las p ocilga s de los detenidos.

No estaban y a Don F ern án dez, ni su callado acom pañante, y Bruno que duran te la permanencia del e xtrañ o tra b a ja d o r pasaba am ablem ente el tiem po d iv irtién d o se con él, ahora aburrido, para m atar el tedio , m artiriza b a a «Pruebit%«^ liado en la callada y dolorosa com placencia del m ichacho.

101 M ataco y Don M arcos, charlaba® , diciendo gran des cosas de la libertad . El p a d re ó le fam ilia se la m e n ta b a :-— quería ver a sus hijos y reírse un poco con su m ujer. . . seguram ente regalándose con una gran b o r r a c h e r a ... ; y el M ataco a sen tía como por com prom iso, encogiéndose de hombros v apro­vechando las pausas de la conversación para gruñir unas cosas trem endas contra el in tendente, contra el p illo del intendente que no le quería atender.

— C a i i e j o ! . . . — El era rico, y le había mandado un buen regalo por un am igóte de in f lu e n c ia .. . y el cochino del intendente, 110 le había hecho caso, no le había querido reconocer. A h ! . . . el maula, el muy la d r ó n ! . . . con seguridad que p ara ablan­dar al redom adísim o cuco, era preciso una «purre-

www.federacionlibertaria.org

tarta» <le p e s o s ! . . . Y v ea , todo por q u e . . . por ha­cerle uu chirlo a un «taitón» que le te n ía a lboro­tado el p o to r r o ...

— Cálmese I)on— a d v irtió con fin ís im a zum ba e! padre de fa m ilia . Y el otro ap aciguán dose m asculló resignado— m a u la !. . . pero no h ay rem edio; habrá que hacerle otro p resen te— que la L e y tien e esas exigencia».. . y sus pupilas, sin él a l fre n te , bien que la go zarían , las puercas.

En el calabozo el fa s tid io rum oreaba en un gru ­ñido catd gen era l; los ánim os bajo la presión a p la ­nante dol tiem po, húmedo y sucio perm anecían e x ­citados en una te n sió n -m o lesta p ro p icia a los des­mayos de an gu stia , de tr is te za , o a los e sta llid os de la ira. G alindre dorm ía en vu elto en un poncho grueso y la n u d o .. . Robledo, am argado, como si en los riñones le cosquillease el hastío, pleno de pesadumbre, ju n to a la re ja , m iraba el p a t i o . . . Fijándose en el agua, en las piezas de enfrente, en el algibe de la in tend encia, que ap arecía tras una em ­palizada de madera, en la que linos carteles de carac­teres bruscos e im p erfecto s decían de una p ro h i­bición que R obledo se em peñaba en deletrear a la distancia en un deseo repentino, estúpido y ten az como una obsesión. L u ego se fijó en el muro, con ­tando las g r ietas , la s ra y as m areadas por la llu v ia y los m anchones verdosos del musgo, que retoñ aba lozano en algunos puntos, con el fre sco r de aq u e­llos días de a g u a . . . Y sin tió p resa de una m elan­colía- in fin ita , escap ársele e l dlm a con la resp ira ­ción, enfriársele las carnes ya laxas y como sc- níctas, ante la enorm e tr is te za de to das las cosas en aquella tarde de llu v ia : ni un p ájaro , ni un g rito en el patio, una desolación absurda en el a ire ; la puerta de la p iezucha ocupada por el hom bre a lto y mal encarado, cerrada; y la contigua, el cuarto de lo» muertos y los borrachos, solitaria— la cam illa de traer a los hom bres ven cid os por la v id a o la degradación, m irando a un tach o muy gran d e en que se hacía el rancho, e l tach o ju n to a un recado y una «maroma» *on deshechos,, y otros enseres aviejados e in servib les, todos hablando en un mudo diálogo p rotegid o por la s so n a ra s , con el a b u rri­miento form idable del techo agujereado y r o ñ o s o .. .Y en el calabozo, a llí jun to a él, gruñendo como viejos, unos cuantos hom bres desgraciados, sen ci­llos, humildes y brutos, in vo lu n tariam en te irr ita d o s por la insisteneia abrum adora de aquel tiempo-, fas- tidoso, marrano.

[Qué enorme angustia le roía eJ a l m a ! . . . Se mo­vió Galindre estiran do ios p liegu es del poncho que le envolvía y em pezó a toser: el p ayad o r siem pre se despertaba to s ie n d o .. . L uego m iró al patio , los ojos fijo s y sin p estañ ear en la c larid ad g r is de la tarde. Y empezó a toser otra vez, gruñendo una sorda protesta contra el tiempo, protesta que al fin se condensó en una g rita impotente.

— T’eha!— dijo— que tiempo m arrano. . . que tiem ­po; así no se puede estar preso; cuando hay ve. 1, hay gente en el p a tio que g r ita y se d iv ie rte , y se siénte can tar a la s m uchachas que pasan corriendo por afuera, por la c a l l e . . . y uno puede ponerse un poco triste al anochecer, sintien do la voz de a l­gún pebete, que desde la esquina llam a a sus her­manos para la c o n a . . . pero así, con esta l l u v i a . . .

A excepción de M arcos, nadie le h izo caso. Don Paco seguía hablando con el M ataco; B runo, con dulce y solapada am ab ilidad m a rtiriza b a a Prue- bita, el que y a dem asiado m olido y experim en tado, con estoica resignación se d ejab a m anosear por la hipocresía sexual del leva n tisco zagalón .

Galindre siguió— : S í, am igo, está, un tiem po m uy puerco... j y V d . se aburre, 110 ? ... L e creo, lo creo am igo; ostar preso da mucho «estrilo», mu­cho.. y es m alo. Quedó un rato p e n sa tivo y m ur­muró como para term inar— : A h !, si uno pu diera emborracharse aquí, enton ces sería otra c o s a . . .

— T ien e razón Don G alin dre— com entó Robledo por d ecir a lgo — ; si uno pu diera em borracharse aquí, sería otra cosa; es la v e r d a d . . . pero quien sabe como an d aría e s to __

— I l u n i . . . — y el v e je te arrebu ján dose, con te r ­quedad cecean te, soliloquió en tristecid o — Y Vd. que es de B uenos A ir e s ! . . . V e a , y o so y un v ie jo , pero soy un hombre b u e n o ... los años nos hacen bueno» ¡ c l a r o ! . . . como somos tan f lo jo n e s; pues bien, v ie jp y todo, V d. me dá lástim a, lástim a, ¿ s a b e ? . . . ahí tie n e lo que son la» c o s a s . . . U sted aquella m añana ten ia gan as de re ir y como había mucho sol los agen tes de aquí, del B ragad o, lo tra jero n p r e s o . , , y a v é . . .

Y levem en te arrastran d o Das p alab ras, tem b lan tes en el jad ear de su respiración fa tig o sa continuó: Y ahora l lo r a r . , que casi hay p ara e l l o . . . ; pero llo rar 110 jc .a n e jo ! . . . que un hom bre es un hombre.

— S í, así es— form uló R obledo un tan to in trigad o, pero perezoso, aplanado para contestar a lg o — U sted tiene raión, alguna razón; es cierto algo de lo que d ice: que hay para llo rar que es una in ju stic ia , y que tam b ién h ay p ara re ir; pero yo no e n tien ­d o . . . hoy, me parece que no puedo entender.

— A h ! . . . es a sí; y o tam poco entiendo mucho, p e r o . ..

— P e r o . . . { c ó m o ? .. . ah, sí, eso e s . . . en f in , y o no puedo saber, no-, 110 sé, lo que quiere decir V d.

-— D e m o n io .. . hoy estam os un poco aburridos, y no sabem os más que rezo n gar— contestó el p a y a ­dor, y m oviendo la cab eza alzó la v oz, d ir ig ién ­dose a los otros— E h ! . . . ¿v erd ad m u ch ach os?. . .

— A sí es Don G alin dre— ap un tó el padre de f a ­m ilia.

Y B run o corroborando g r itó — S í, tien e razón—Y saltan do de la tarim a empezó dando v u elta s a l­rededor del calabozo, una carrera desaten tada, es­cupiendo, fu rio sam en te, eon te rr ib le asco.

— Es c ie r t o . . . no se puede estar p r e s o ... Total, qué hice y o ? . . . n ad a ,nada, m al me está el decirlo, pero siem pre fu i un m uchacho t r a b a ja d o r . . . y por que p ara ir de «garufa» robé inocentem ente tres g a l l in a s .. . tres puercas g a linas, me tien en aquí. Es ju sto e s t o ? . . . A h ! . . . [ C r is t o ! . . . tam poco se puede hacer bien a nadie ¡a n a d i e ! . . . E n cuanto sa lga, que pronto v a a ser, v o y a m orderle aunque sea a mi m adre; que la m u y . . . bien que se acu erda de m í. . .

E l M ataco son reía. . . gu iñ aba los ojos, casi ocul­tos por el som brero.

— D e qué se ríen ustedes, hato de p e r r o s ! ? . . .Intervino el padre de fam ilia— : Pero ché, te tra ­

je ro n a y e r p la ta y unas t o r t a s . . . adem ás te traen sien?pre.

— S í, pero las to rta s las comimos, y la p l a t a . . . y a no es m ía: U sted sabe.

— C ierto , yo sé. L a p la ta no es tu y a : te la ganó el M ataco.

— M e la g a n ó ? . . . bueno. Pero en cuanto yo te n ­ga «guita» , si el quiere ju g a r , verem os q f fW gana.

E l m uchacho, hablaba triscan d o las p a ^ i r a s de rah ia , con seco despecho, y m irando a ^ ga n a ­dor de la v ísp era, con firm eza retadora. E ste miró fríam en te al joven zu elo , y como sornándose con­testó calm oso, con voz áspera y ga n gu ean te:

-— M ire m o c it o . . . eso es «com padriar»: cuando ten ga «guita», si ju e g a conm igo, la «guita» serám ía. . . j s a b e t __ que no al cuete es uno zorroviejo .

— 'D e a ’donde, ¿cu á n tas veces jugam os y me gan ó?Y eso de que al c u e t e . . . aquí, s o b r a . . .

— -O no sobra— roncó el otro som bríam ente.Iban a pelearse; no cab ía d u d a . . . y Don P aco

con la au to rid ad de su b a rb ita cerrada en pu nta se interpuso co n cilia to rio — : Vam os, que no se d ig a; y to ta l, por n a d a . . . pero v é a n l o s . . . .

www.federacionlibertaria.org

— Ks que e s e . . . oree (|iu* aquí todos son Galin- «tres.

Quiso in terven ir ( ¡a liu d ie , y va pensaba R obledo eu hacer a lgo, par aponer sosiego en el rencor «le aquello« hommres, cuando eu la p u erta ap areció ol cab o ¡fritando en voz a lta :

Ju sto R e p r e s a s ! . .. y abrien do la re ja , su avizó chanceándose: Che P ru eb ita , s a l í . . . hoy ten és de­c la r a c ió n ... y verem os si estas preso por cu estio­nes p o l í t ic a s . . . K sto de «las cuestion es p olíticas» era un ch iste: por lo re gu lar cuando lle g a b a un preso, si sospechaban que lo tra ía n por robo, le p regu n tab an con am ab ilidad si era. por «cuestiones políticas».

— A h, entonces, lo van a so lta r— murm uró G a­lindre.

— lis fá c il, no pueden p ro b ar n ad a; p arece— y cerró la p u erta desapareciendo acom pañado del si­lencioso y m altratad o m uchacho.

A l ra to , se sin tió g r ita r fu rio so a l com isario, quien a p ostro fab a con grosera v io len cia a los v i­g ila n te s ( y aquí habla el com isario) «que prendían a borrachos tran qu ilos y honorables como G alin dre, pegaban porque sí al pibe de los títeres, y dejaban en libertad a los c a n fin fle ro s doblada la autoridad por unos pesos, o sim plem ente por la. c o p a . . . ¡Se aca b a ría la v en alid ad , gran dísim os m a u la s ! . . .»

R obledo sintien do la je rg a p recip itad a y brutal de aquel hombre grueso que no veían , pero que él conocía, d esco n fiab a de la gen erosidad que indu­dablem en te había en aquellos berridos de rep ara­dora justicia. A cercándose a Don M arcos inquirió:

— P arece bueno el com isario ¿ o h ? . . . c a r a m b a .. . y sin em bargo a mi me tien e aquí in ju stam en te; ya van muchos d í a s . . .

— Es un perro, am igo— contestó el hom bre tra n ­qu ilo— : farsan te corno un m a c a c o .. . g r ita así porque le parece que paga dem asiado a los agen ­t e s . . . A y e r noche andullo de com ilona, se habrá em borrachado com o un bandido, y con seguridad que no le fu é bien en el juego . A dem ás eso «le los c a n f in f le r o s .. . ¡pero f í je s e ! . . . p arad as am igo, nada más que paradas. Kn las «casas» del pueblo qiréties «cafichean» a las m ujeres; q u ié n e s ? .. . pues él, M on tan ar, S ila n a . el sargen to y P é re z el escrib ien ­t e . . . y está hablando. Ks un hom bre m alo, am igo: un perro.

A p areció otra vez el cabo y entró de nuevo P ru e ­b ita al calabozo siendo presto acosado por !:■ curio­sidad de los detenidos. E l m uchacho, como a co rra la ­do por ta n ta p regu n ta, con testab a tard am en te, de­form ando los vocab los en m onosílabos ap agados, m i­rando tem eroso y descon fiad o a sus in te r lo c u to re s .. .

A Robledo lodo aquello tan pu eril, tan sin mo­tiv o y estúpido le a n g u stiab a enorm em ente; estaba aburrido, casi desesperado, sin saber porqué, con unas gan as terrib les de llorar, o de lia rse en una zam bra de cachetes, con los detenidos. L a monotonía• leí calabo zo con la punzan te tr is te za de la llu via cayen d o sin cesar lo ten ían aplan ado, sin tien do el pecho v acío como si le fa lta s e el corazón, notándose rodeado de una oquedad tan g la c ia l que le an u lab a el cerebro cual si ¡as volic ion es p síq u icas en él, se negasen a dar trasm isión a la. frescura de alguna idea, o la belleza de algún recuerd o. . .V e rd a d e ra ­m ente estaba anonadado, haciéndosele poco menos que im posible el sen tir, o «lesear a lg o ; con uua am ar­gura en la boca que le asqueaba, con una fr ia ld a d en los huesos de lo mas insípido y m olesto, y un tib io escozor en el pecho, que su ave y v iscoso como la caric ia de una salam andra, le daba la sensación pa­vorosa <te Un ahogo, lento pero irrem ed iable. No p en ­saba en nndft, el esp íritu y e rto como si por el hubiera pasado el a lien to form id able de un conjuro desola­dor; y todo su cuerpo lo que en aquel mom ento era su «ser», m ateria fo fa , e in sen sib le, y la obscura an­

g u stia , del caos de sil pensam iento, como sacudido de pron to por una v io le n c ia anim adora, se removió in stin tiva m e n te h ac:a la p u erta , hacia las rejas, que con la tr is te za de la tard e nubosa y y a caída soste­nían una queda, y m isteriosa conversación en la que no quedaban m u y bien p arad as la libertad de los h o m b re s ... y esa muda bondad del dolor y la des­g rac ia .

A nochecía; la obscuridad en leídos desdoblamiento!) de som bra, se desprendía de lo a lto , resbalando por tas paredes, y eu el lago betum inoso del patio, la bru­ma prem atura de la noche ponía un re fle jo gris, que era como una oración sen cilla por la melancolía, de la s cosas inanim adas, y la rara son Dolencia de las horas m uertas.

Kn el cuartu ch o «le los borrachos ardía una foga­ta , a lrededor de la cual todos los gan dules del pa­tio hacían rueda en una a lg a ra za ruidosa. Challa- laban grita n d o , y reían a. gran des carcajadas, dichosos «le poder insultarse h asta llegar al escar­nio, y ver que ninguno tom aba las cosas poi lo t r á g i c o . . . ; por lo «lemás, «-amaradas y solidarios, tratán d o se de h acerle una tra s la d a a cu alq u ieia «le «los gn-nlo«»; es decir, al cabo, a Montanar y :i[ mismo com isario si se te rc iab a la cosa.

Eran felices como burgueses aquellos perillum-s, y los v ig i la lites, a l fin y a l cab>, lu jos «le padres «guales, envid iosos de a le g r ía tan I,arala <-n tiem­pos «le fastid io , se reunían a ellos, ensanchando <! corro y recibiendo cotí sa tis fa c ció n algo avinagra­da, toda clase «le cu ch u fle ta s; broliras que ni bien 110 tocaban gran dem en te el honor «le la institución que les pasaba el garb an zo, uo por «-so dejaban en buen punto las su scep tib ilid ad es propias «le un re­p a rtid o r de la autorid ad . Y a llí lio había otro re­m edio que a g u a n t a r . . . y 110 v a lía n los desplanten de mando, pues resu lta b a terrib le la bu rla de unos cuantos hombres que p ara m atar el tiem po, ino­cen tem en te, no podían hacer o tra cosa que zum­barse de toilo el m undo. . .

Se a p artó «leí grup o el hombre a lto , y vino atra­vesando el patio con cuidado, hasta el calabozo.Y habló con Robledo y otros m á s . . . con todos. Bio- me«") haciendo indirectas, y estirando el sentido <le las palabras, salpicando aquel palique con retrué­can os p intorescos; luego tu vo unas frase s «le com- pasión dichas así com o por com prom iso, a los di; aden tro «propósito de su encierro, y y a por irse, sin darle im portancia, deslizó dos buenas noticias: el com isario h abía «lado orden de lib ertad para ocho o d iez presos. A él le pondrían en liberta«! al día s ig u ie n te ; «leí ca lab o zo vecin o pom lrían a Ro«lri- guez y a «tro m ás; y de este calabozo,— dijo enca­rándose con R obledo— está Vd. m ocito, y también ese m uchacho del C irco; luego, oAuis.

— A l a . . . se nos vil P r u e b i t a f i j f i t ó B run o— te vas, ohé ? . . . ■

V el m uchacho mita«! a legre , niita«l medroso— : Parece— 11111 rnmró.

Y G alin dre saltan do alegre, propuso burlona- m ente— : Ksos m acarrones Don Ju sto Represas— y le ten dió la mano con sincera a leg ría .

K 1 hombre a lto , «leíante «le la re ja , siguió toda­v ía un buen rato brom eando con los reclusos, es­p ecia lm en te «“ou Bruno, quien por lo v is to muy con­form e con ello , se extrem aba en un derroche de am abilidad con su e x -e u e m ig o .. . Luego otra vez cuidadoso de uo m ojarse, se retiró sorteando el agua del patio , h a sta su habitación .

E ra y a casi n oche; la hoguera del cuartucho en la sein iobscuridail «le la ta rd e agón ica, expleiulia en rápidos iengiietazos de fu e g o ; rojas pinceladas de luz, que deshaciéndose en la penum bra, se apa­gaban luego m ortecinas, perdiendo su tonalidad

www.federacionlibertaria.org

rojiza ai lam er ia hosquedad roñosa de la s p a re ­des.

Vino como todos los días el cocinero D on Pepe, un viejo ita lia n o bonachón y a legre que a ú n ju z ­gando a loa presos gen te de poeo m ás o m e n o s ... hacía ios posibles p ara que el rancho a lcan zase .para redos; pues en puridad de razones la comida sólo se h acía p a ra los presos som etidos a causa. Acompañado por uno de los tunantes del patic que arrastrab a el calderón del rancho, recorría los calabobos repartien do en p la tos de la ta racion es de un caldo, con p retensiones de sopa, en e l que n ad a­ban los fid eos, escasos y a lgu n a que otra v e z por casualidad y para am arga diversión del calabozo, un pedazo de pulpa o de hígado.

Se comió descansadam ente, rom piendo el que la había guardado de la m añana, pedazos de g a lle ta marinera, que en e l líquido harinoso de la sopa, figuraban una escuadra en m iniatura cruzando un mar am arillento,— sin duda por e l a za frá n de los tallarines; después, como de costumbre, todos pa­searon un poco «para a sen tar la c e n a » .. . pero no se hicieron «vísteos» y otras diabluras como todas las noches, pues los ánimos arrasados de glacial i dad, estaban como a lterad os por el v acío p resen tid o que iba a dejarles la lib ertad de los cam aradas R o ­bledo y P r u e b i t a . . . E s te siem pre silencioso, con el alma llen a de serena, a leg ría porque a l f in le •soltaban, m iraba con fiad o a los detenidos, sonrien­do feliz , en gu iñ adas con tin uas de los ojos, ahora tranquilos y como ilum in ados. . . R obledo p erm ane­cía como ensimismado, abstraído en una red de reflexiones dulces y d e s o la d a s .. . L e p a re cía e x ­traño. una eosa sin razón, que después de perm a­necer encerrado un m es y pico sin causa y m otivo, ahora que y a casi se h a b ía acostum brado a la idea de aburrirse un poco todos los días, con el can san ­cio de aquella v id a m uerta, así porque sí, porque el •señor comisario lo ordenaba, le pusieran en lib e r­tad: no se e x p lica b a bien aquello, no acertan do a comprender como p od ían e x is tir hom bres tan estú ­pidamente bru tos y zoquetes, que sin más ni más, sin echar una m irada al «porqué» de la v id a ni tener un m inuto de re flex ió n sobre la an gu stia del cau tivar o, diesen un zarpazo en la lib e rta d a jen a, a la simple in dicación de cualqu ier eab ezote de influencia. A qu ello era irr ita n te .

Ah, qué cornudos! Y después de proceder tan necio, de m edida ta n fu e ra del orden sim ple y n a ­tural de la s cosas, aqu ella orden de lib ertad , h ija de una in conscien cia y estup idez ineolm ables, dan ­do al traste con la prosopopeya c a c iq ir l y absoluta de aquellos tiran o s r u r a le s . . .

Demonio con e l l o s ! . . . qué anim ales e r a n . . . . ¡qué cerdos irre sp o n sa b le s !... y la L e v .en sus ma­no?. Bueno; y lo chocante a llí era que él ya se había, acostumbrado a aquella vida monótona y sedante; pero b a h ! . . . haría el sacrificio de entrar otra vez en la v id a ciud adan a y lib re ; ¡qué iba a hacerle, si le ponían de p a tita s en la c a l l e ! . . . v a y a . . . Y Robledo quo ahora estaba c.as: contento, em pezó a barajar p ro yecto s de aeción, de lu ch a, de una. es­tupenda laboriosidad, p ara cuando s a l ie r a . . . p ara cuando go zara aquella lib e rta d que le estrem ecía el corazón como un p resen tim ien to a legre.

Los otros, los que quedaban, huraños y a flig id o s , callaban, no pudiendo resign arse a quedar a llí contemplando aquellas p aredes su cias y llen as de macacos indecentes, m ientras otros se iban p ara pasear al sol, cogidos del b razo de la Ilusión , una buena mujer, que a v ec es en un Ijeso da la m uerte, pero que siem pre a legra.

Se prendió la lu z ; una. lám para m inúscula, p ro­piedad del M ataco, que p ro yectó en la p ared las siluetas de los detenidos en desdoblam ien tos es­

p a n tab les de som bra. Se acostó e l dueño de la lám ­para, lo hizo luego el padre de fam ilia , y con el últim o (iespliegue de obscuridad, noche cerrada ya, llegó una v is ita .

A b rió el cabo la re ja y en su ca ra cte r de em ba­jad o r g r itó sonriendo— : E h ! . . . m uchachos; ahí les dejo eso— y em pujó a uu jo v en cito , casi niño; un esm iriado rap az, morenueho, de duras fac io n es y unos ojo s negros, grandes y serenos que chispea­ban al m irar en e l círculo enrojecid o de los p árp a­dos irr ita d o s p or la fa t ig a y el desvelo. E l m ucha­cho, que presto se echaba de ver era un g ran u ja corrido, entró saludando' resuelto.

— B uenas n oches;— y el cabo un poq uitín pasm a­do del aplom o del mocoso p regu n tó— : Ché, «sos» de B uenos A ires?

— S í, de la ciudad.— C a ra m b a !. . . — y d irigiéndose a Robledo te r­

minó p ara irse— : ¿ V d . tam bién es de a llá , ¡1 0 ? ... M añ ana lo la rg a n ; dió orden e l com isario.

Y se fu é cerrando sobre las re ja s las p u ertas de m adera.

E l calabo zo quedó com pletam ente a obscuras, p ues el M ataeo m u y a va ro de sus cosas, ni en ho­nor del n uevo in gresado quiso ceder la lám para; bueno es a d v e rt ir que tam poco ninguno incurrió en la to rp eza de pedírsela. P or un rato n ad ie h a­bló , a lteran d o únicam en te e l silen cio el le ve chas­quido do la s ropas a l ser sacu d id as p a ra im p rovi­sar la cam a. I)e p ron to B run o exclam ó:

— Ché « p o rte ñ o » ... contanos a lgo ¡ p u c h a ! . . . ¡10 dicen nada.

— Y que quiere que le d i g a . . . ¿m e prestan unas p i lc h a s ? . . . hace frío .

— Tom á— y se sintió el ruido ahogado de a lgo quo ca ía .— C on tá ahora, ¿por qué te trajeron ?

— ¿N o será por cuestion es p o lítica s?— d ijo G alin ­dre.

— Qué, q u é ! . . . ¿«p olíticas»? a v ise — ; el ch iste había trascen dido a fu e ra y el m uchacho estab a en­terado. Jjuego contó porque estab a a llí:

— Com o en B uenos A ire s no encon traba tr a b a ­j o . . . ¿ s a b e n ? . .. con uno que me tr a ía engañado, íbam os p á P eh uajó . I la e e cu aren ta d ías salim os de a llá , no por que sea m uy lejos, sino que como mi com pañero robaba g a l l in a s . . . A h , qué f a r r a ! . . . estuvim os u na p u n ta de días presos. P rim ero en Coronel R odríguez por d e s co n o cid o s ... ¡ p u f ! . . . que risa en el calabo zo con unos in gleses: estaban borrachos, y uno a la fu e rza q u e r ía . . . ja , ja , ja . D espués en L u já n y en G o w la n d ... ¡com o diez d í a s ! . . . y luego en G arcía una noche: p or acos­tarn os en el andén nos hicieron dorm ir en un v a ­gón ¡qué g a ru fa ! pero a l otro día nos llevaron a M ercedes en coche. P eh á, d igo, como «se» reímos esa m añana. D espués nos p reád ieron en Suipacha, en C h iv ilc o y , en una punta d « * í i o s .

— Ché, y tu socio?— i n q u i A Bruno.— M i s o c io ? . . . A la g r a ir . .— p a lab ra que dijo

a lgo verdad eram en te de m al gusto.— Se fu é en H e- ch ita , se e s c a p ó .. . en ese campo de m aniobras.

G alin dre echó a re ir— : A h , te a garraron a h í ? . . . cómo a Don F ern án d ez. . . caray.

— S í, y fu é a y e r noche.— E stá bien, está bien. Lindo muchacho, nomas.

S ilva n o s un ta n go , ché— term inó Bruno.Y el m uchacho silvó , silvó con su avid ad de f la u ­

ta , d ilu yen d o en la obscuridad el halo m usical de un ta n go c a n a lla : una qu eja lan cin an te de un sen­tim en talism o la scivo , que p ob lab a la s som bras del calabozo con un a lien to de sensualidad adorm ece­dora. Sonaron palm adas, y e l m uchacho in stado a can tar, se hizo acom pañ ar silvan d o por B runo, que inició un estilo campero, fresco, apacible y suave como un crepúsculo otoñal. Y’ la c án tiga , hecha en décim as preñ ad as p or la m usa de la T ierra , salió

www.federacionlibertaria.org

<1<‘ su g a rg a n ta como una fr a n ja de luz que f i ltr á n ­dose en la som bra tr a je ra a la tr is te z a de los pre-- «os la mansa a legría de la Pam pa, alfom brada »le ven te y de oro en el parto fecundo del trab ajo .

JCs Iindo de mañanita

....................................... y la estro fa leve y serena

como una brisa , se ceñía a la dulzura del silvido, como la realización de un sueño de libertad , de am or y de salud: U na tierra muy grande y florida; unos hom bres fu ertes, nobles y buenos; y unas m ujeres ingénitas y s a n t a s . . .

D f x io M o r a l e s .

EL PROCESO A “ LA PROTESTA”Su estado actual — Una carta de los presos

La defensa a carg o del D octor Jesú s H. P az

Departamento de l ’olicía. Dicien'.'ire 30 de l í >13

.■I Alberto GhiraUlo:

Mi estimado compañero:

Ilace un momento acabo de d e jar I d e a s y F i<í i ?RAS, miiiio.ro de la feclia. donde he leído totalm ente todo el proceso de /.« Protesta, en que y o soy tan directa­mente interesado; y en especial, el memorial de mi defensor el doctor M artínez Cuitiño a laj Cám ara Crim inal, para mi inédito, donde encuentro reforza­da con erudición y verdadera solidez la argumentación anterior, ilevantable según mi concepto, de su prim i­tivo escrito <le defensa: hermoso realmente y conte­niendo levantados idéalos, aún en el orden republica­no, sin apartarse de las instituciones presentes y se­

ñalando una ruta, tolerable a. la libertad en este pais. Lo- publicado anteriorm ente por usted en L a P ro­testa— esto es: el escrito prim itivo de defensa) y el infundio ju ríd ico del juez— me ba refrescado aspec­

to« olvidados ya de este proceso; y hoy, que por publicaciones que ham llegado hasta mí, lie sabido la resolución de la Cám ara, que no solo me confirm a a mi lo« tres año«, sino que a. B arrera absuelto en p ri­mera instancia, le sacude con un año y medio, amén de la «pérdida de los derechos políticos para los dos» y de los pagos de las cosita« procesales para, las que responden «cinco» pesos que nos secuestraron a cada lino el día de la detención; y hoy, decía, me hacen ver toda la magnitud de este criníem contra las ideas, y el embrollo ju ríd ico que le ha precedido^ le bai pres­tado cauce y lo lia rematado por fin en el alto trib u ­nal. Y o 110 puedo concebir cómo las razones, la clara

doctrina do la- defensa, no han podido convencer; y cómo, en cambio, los considerandos del ju e z Será que pecan de obscuros, que son además malos, que son un enredo no desenredado, ni a.l final ni e.n- ninguna fiarte de su escrito, han encontrado máls eco que en él mismo en la Cám ara C r im in a l.. . La vacilación del juez es evidente ea esa- sentencia, gran parte de sus citas «oír falsas o han sido destruidas com pletam ente; no brilla el hombre tampoco por su talento y su ilus­tración parece que no es máls que la necesaria para ser

ju e z; y en cambio lai Cámara, le ha encontrado exce­lente: habrá reeditado sus considerandos y habrá revisado a su vez el «Larouse», gran fuente de ilus­tración para estos señores, parece__ O h! am igo

(.¡hiraldo: la estrechez d e los m agistrados es evidente, y su lim itación para entender de artículos de prensa es cosa c lara : nos amenazan, pues, todos los peligros!

M uy bien, compañero (¡hiraldo; usted que ha sido el primero en acudir, con su excelente am igo el doctor M artínez Cuitiño para que brillantem ente nos defen ­diera; usted que fu é inm ediatam ente a hacerse cargo de L a Protesta, e inició la cam paña que pronto se coronará con una. monstruosa y nunca v ista protesta; usted hace muy bien en llevar todas estas cosas al

público, para vencer la obcecación de los magistrados empeñados en sostener la Ley Social, cuando tendrían mil razones para rechazarla.

1)6 usted las gracias por nosotros al doctor M artí­nez Cuitiño y usted reciba mis felicitaciones por ha­ber dispuesto d e I d e a s v F ig u r a s par» h acer más conocido el proceso a La Protesta.

L a maiu> de un hombre sin derechos |H>líticos:

T . A x t i l i .í .

L a mano, de otro hombro sin derechos políticos:

A . B a r r e r a .

N ota.— Sírvase decirme si sabe que debemos hacer cuando se nos notifique: si tenemos que apelar nos­otros o apela el abogado. Al mismo tiempo, expli­que me como t-s eso del abogado, si lo tenemos o esta­mos on el aire. Mañana .‘II, estaremos todo el día aquí, todavía.

Compañeros A n tillí y Burrera:

E l proceso, el monstruoso caso legal en que iisíodes se hallan envueltos, se encuentra en- el último período, es decir, que solo resta ya echar mano del recurso ante la Suprem a Corte de Justicia, tentando la de­claración de esta sobre la constitucional ¡dad de 1h Le y Social 011 el pedido hecho por la defensa desde el prim er instante y que tanto el ju e z de sentencia como la Cám ara a que se apeló, han esquivado con una cobardía y com plicidad crim inal dignas de la época

que nos tova padecer dentro de esta factoría nial llam ada República.

El abogado a quien yo con autorización de ustedes entregué la defen sa y el «pie hasta hoy ha desempe­ñado el puesto con competencia y valentía recono­cidas por todos, se ve obligado a ausentarse de la A rgen tin a hasta principios de M arzo próximo. Mien­tras dure su ausencia quedará en su reemplazo uno ile los prim eros abogados argentinos, constitucioua- lista de nota ademáis y profesor de la Facultad de Derecho-, e»l doctor .Jesús II. Paz, quien lia aceptado la designación con la decisión requerida por las cir­cunstancias y a que se trata de 1111 caso de honor y ile prueba para todos los buenos y 110 contaminados con la debilidad presente.

Por su intermedio, pues, tendrán desde hoy ustedes lo« datos que al respecto necesiten.

Con la cordialidad de siempre.

A t.B E K T O (¡H IRALD O .

Buenos A ires, Enero 4 de 1014.

www.federacionlibertaria.org

LA ORAN REVOLUCIÓN .1789-1793por Pedro Kropotkine

Impresión del traductor

Compañero A lberto Ohiraldo:H acia poco <fue había enviado una copia del adjunto escrito a L a Protesta,

cuando, par Ideas t F ig u r a s , recibí la noticia de que el diario anarquista había sido nuevamente atropellado.

A n te todo protesto en nombre de la libertad del pensamiento contra esa repe­tida iniquidad, haciendo notar que en la defensa del privilegio no d ifieren la democracia argentina del despotismo ruso, resultando evidente qtte en perseguir a los desheredados coinciden todas las form as de gobierno y todos los gober­nantes, y que la libertad y la ju sticia se hallan únicam ente en el ideal anarquista.

L o que L a Protesta no pudo hacer, lo pido ahora a Td r a s y F ig u r a s querido compañero.

Se trata de preparar al público de ese pa4s para que acoja debidam ente L a Oran Revolución 178!)-] 793, obra de nuestro ilustre campa»ero Pedro Kropotkine, que publica la casa editorial Publicaciones de la Escuela M oderna, Cortés ¡78, Barcelona, creada■ por Ferrer, el mártir de M ontjuich, y continuada por su sucesor Lorenzo Portet.

E n ese ecrito consta mi impresión de traductor, en que, dejando a los lectores su libre criterio, expongo que Kropotkine, desraneriendo la leyenda burguesa, restablece la verdad histórica y la convierte en u lilísim a lección social y revolu­cionaria.

Confiando en que acogeréis con benevolencia mi demanda, os sabida fra ter­nalmente vuestro amigo y compañero.

A n s e l m o L o r e .v z o .

Barcelona. 1!) Diciem bre 10!:).

Por la con cordan cia 1*11 un momento h istó rico de (los grandes corrien tes la de la s idean y la de la acción, que, con tenid as por el p riv ile g io , existen generalmente en la sociedad y que ex istía n p a r t i­cularmente en F ra n cia , se hizo la revolución.

Por la d isconform idad p osterior de esas «los corrientes, se desvió prim ero y se interrum pió des­pués la obra revolu cio n aria , y la evolución v o lv ió a ser la norma de ese m ovim ien to esencialm ente de avance p ositivo y racional hacia la ju s tifica c ió n de la sociedad.

Evolución y R evolución, ab straccion es sin v a lo r por si mismas, son térm inos con ven cionales de que nos servimos p a ra exp resar la relación que gu ardan entro sí ciertos hechos que representan la r e c t i f i ­cación do errores y de p rá ctica s d efectu osas, ca u ­sada por la exp erien cia .

Cuando esos errores y esas p rá ctica s se van m a­nifestando sin correg irlo s, a la v ez que al am paro de ideas erróneas y an ticu ad as que han creado y se van creando in stitucion es y gran des in tereses re ­fractarios a todo progreso, se evoluciona, (.'liando nuevas ideas han evid en ciad o lo erróneo y lo in ­justo de lo antiguo, surge, en el momento apropó- sito, el acto revolucionario, como corriente largo tiempo conten:da por un obstáculo , que ha ido g a ­nando en a ltu ra lo que perdía en pro lon gación ; hasta que por la fu erza misma de su m asa rompe el obstáculo, se desborda, se extiende impetuosa y desor­denadamente hasta que por fin se frag u a un cauce «miniado y natural.

No es, pues, la R evolución fran cesa un hedió aislado que com ienza en e l juram en to solem ne del Juego de P elo ta y acaba en í) term idor; es la in i­ciación del proceso m oderno de los desheredados contra los p riv ileg iad o s del mundo entero, y re­presenta la p rotesta del p a ria en vilecid o por la supremacía de las castas, el sueño del esc lav o que

ansia librarse de la. e rgá stu la , la desesperación del v illan o que ha de tom ar com pañera m an cillada por el señor, la ira del p ro le tario quo se vé despojado por el burgués del producto de su tra b a jo , la in d ig ­nación del pensador que vé o fu scad a la verdad por el error v 1» m entira declarad os dogma sagrado. Por eso la Revolución es tan antigua como la in­ju s tic ia , evolucion ando, v iv ien d o en estado laten te cuando por el a islam iento y corto núm ero de revo­lucionarios no puede m an ifestarse , y desbordándose como to rren te aso lad or cuando las flu ctu acio n es de la v id a social em pujan a la decadencia a los t ir a ­nos y se elevan potentes por el pensamiento y por el sentim iento los tiran izad o s.

S i; la R evolución v iv e siem pre, y lo que v u lg a r­m ente se llam an revoluciones, son episodios, exte- ro r iz a c io n e s de la p rotesta y de la fu e rza revolu- cion u rias; y acaso es más fu e rte cuando, osten si­blem ente dom inada por la Reacción, se despoja de ¡os errores p a rtid ista s y sectarios, de las m iserias de los cau dillos, de las am biciones de los necios que querían su jetarla a m ezquinos utilitarism os, y, er, e! secreto de la catacum b a o de la logia, la sociedad secreta acen túa la c rític a n eg a tiva , fo r ­mula m ás claram en te el ideal y determ ina en ér­gicam en te la vo lu n tad a la acción.

A lgu n os añes an tes de que los Matados Ge novales se tran sform aran en A sam blea N acional, el pueblo persegu ía m ortalm ente a los a g io tis ta s y monopoli- zadores de los a rtícu lo s de prim era necesidad en ■as ciudades, m ientras en los campos incendiaba, los a rch ivo s y colgaba de la horca señores de horca y cuchillo.

B ien puede decirse que si el estado llano escribió ¡a liticiclopedia, la plebe urbana y rural aceptaba .'as doctrin as, deducía leg ítim as consecuencias,

www.federacionlibertaria.org

a rro llab a obstáculos y so d ir ig ía resueltam ente al f in por el cam ino m ás corto.

A sí, luibo con cordan cia pre-revolu cion aria « M i t r e

los esen cia lm ente discordes, porque estad o llano y plebe coincid ieron eu determ inada p ro p o reo n en la n eg a tiva de cada uua de la» clases, en tan to que los unos llegaron al térm ino «le su deseo y quisieron deten er en él la R evolución, los otros v eían m uy le jos aún la realización de su ideal, quisieron los unos cam biar de su jeto al p r iv ile g io en b e ie fb iio propio, y em plearon para, lo gra lo su saber y el poder su gestivo de su elocuencia en d esvin cu la r la riqueza social, basta enton ces m onopolizada por el m onarca, el clero y la n o b leza ;— m ientras que los otros se a ferra b a n a la. igu ald ad social y aspiraban vagam en te a su p a rtic ip ación ig u a lita r ia en el p a­trim onio universal.

Y la d iscordan cia 110 tardó en m a n ifestarse : el 14 de Julio, m ientras el pueblo de París se d irig ía en masa a la B a stilla p ara an iq u ila rla , la bu rgue­sía, y en su representación una especie de ju n ta revolucionaria que funcionaba en el Hotel de Ville, conspiraba traid oram en te en defen sa de la té tr ic a cárce l-fo rta le za y en con tra tlel pueblo. P osterior­mente se lia sabido que F lesselles, sil p residente, ex-prebost-e de los m ercaderes de i ’ arís, estaba en relación con los je fe s m ilitares que, de acuerdo con el rey y la a risto cra cia , prep araban la cont-ra- revobición, y m urió de un tiro que se supone le tiró uno de sus colegas para que no re v e la ra sus secretos,

Kl desacuerdo continuó, latente u ostensible, se­gún el a lza y b a ja de los sucesos llo ran te el pe­ríodo le vo lu cio iiario ; con la a g ra v a n te de que m ien­tras el pueblo siem pre sincero, generoso y con su­blim e e levación de m iras, lle g a b a al eolmo de la en erg ía revo lu cio n aria en días solem nes, y , ham ­brien to , descalzo, casi desarm ado, pero en tu siasta , derram aba su san gre eu las fro n te ra s lu c-oaüción

“ •europea, los girondinos, sus enem igos declarados, fingían adhesión al pueblo por hipócrita cobardía, con la idea «le escap ar «le 1111 p e ligro inm eiliato para resarcirse después en tiem po oportuno. Y ocurrió a l fin que los m ontañeses, que a lardearon del m a­y o r radicalism o t.rás la rga s luchas con los g iro n d i­nos en d efen sa «leí pueblo, cuando por la expulsión y m uerte «le ios v ein tid ós girondinos in flu y en te s dom inaban a sus anchas en la C ám ara, y las a sp i­raciones populares com unistas exig ieron quo se le ­g islara sobre la propiedad, la C onvención aprobó poi unanim idad, excep to el v o to «le M arat., este• locroto «mi 1K «le M arzo «le 17SW: «Pena «le m uerte con tra q iren proponga una ley a g ra ria o cualqu iera otra su b v ersiv a «le las propiedades -territoria les, com unales o individuales» .

1)«> esa m anera, los represen tan tes del pueblo, fie le s a su origen , m ejor dicho, a tá v ic o s más que hombres libres e ¡lust.ra.ilos, hicieron traic ión a sus representados, y con ese abom inable y reaccion a­rio decreto m ataron la R evolución a n tes que los term iilorianos, y de una m anera más torpe y brutal que la que em pleó B ou ap arte el 18 brum ario, por­que obraron como si d ije ra n :— ¡P ueblo, obedece, tra b a ja , su fre -privaciones, muere por la p a tria y no a lte re s los p riv ile g io s adquiridos, los in tereses erea- «los, «i mucre ignom iniosamente si aspiras a «lis- fr u ta r «le tus «lerechos n aturales y so ciales!

I,a usurpación p ro p ietaria ven ía «lominamlo almundo; por e lla fu é necesario a b rir v io lentam en te, paso a la R evolución, m ejor dicho, al Progreso; pero la brecha revolu cio n aria fu é in su fic ien te , uo se llegó a la expropiación de los usiirpa«lores, y la

C on stitución del 91 lo mismo que la del ÍKi dejaron su bsisten te la «propiedail romana».

R esu ltan do «pie todas las fu e rza s hum anas «pie como p ro testa trad icio n a l y soliilari«la«l contem ­p oránea cooperaron a trasto rn ar el orden político y social ile F ra n c ia y del mundo, datlo id cará cter cosm opolita de la R evolución, fueron to ilav ía im­p oten tes p ara rech azar, a p artar, d estru ir el obs­tá cu lo opuesto a l libre desen volvim ien to «le la hu­m anidad por los decen viros rom anos en la le y de las D oce T a b la s hace y a más «le mil trescien tos años.

Y 110 es «|iie el obstáculo fu era desconocido: bien claro lo expresó C ondoreet: «la ;gu ald ad «le dere­chos p olítico s «sin la igu ald ad de hecho», es inú­til. La desigualdad de las riquezas, la desigualdad del estado y la «lesiguablad «le instrucción son la cau sa prin cip al «le todos los males». V, 110 ob stan te, la R evolución que escrib ió al fre n te «le su prim era con stitu ció n : todos los hom bres nacen y perm ane­cen libres e igu ales en derechos, y declaró «¡ue el ob jeta '«le toda jw ie d a d 'política íes la conserva­ción «le los derechos n aturales e im p rescrip tib les del hombre, d iv id ió a los hom bres en ciudadanos a ctiv o s y p asivos y dejó subsisten te la división do pobres y ricos, de p ro p ietarios y no propietarios, con sigu ien te a la d ivisión rom ana «le «hombres- personas» y «hom bres-cosa», pudiendo decirse que el resultado ta n g ib le de Ja R evolución fu é reducir todas las c lases p riv ile g ia d a s a una especie «le pa­tr iarca d o bu rgués y todas la s desheredadas, escla­vos, siervo s y p lebeyos en el proletarim lo jornalero de nuestros días.

Y si eu la gran de, rica y dom inadora Roma ha­bía esclavos sumidos en la m ayor abyección para el tra b a jo , p ara el circo y h asta p a ra engordar en los lagos las m urenas «pie se servían en las mesas de los potentados, así tam bién trá s muchos s !glos de cristianism o, de filo so fía , de ciencia y de evo­lución p ro gresiva y «le una revolución usurpada por la bu rguesía , hay en nuestra civilizaeii'in moderna jornaleros no menos miserables, que trab ajan y que mueren de fa t ig a , cuando uo de ham bre en su pa­tr ia o en ia em igración , porque e! progreso indus­tr ia l, m onopolizado por 5 >ro p iola ríos cap ita listas, los reem p laza por la m áquiua.

Con la d ife re n c ia de que antes el e sc lavo era cosa d esp reciable, fu e rza anim al uo más, con 1a que 110 se con taba para nada fu e ra de lo que consti­tu ía su in fam ad a condición, y hoy el jorn alero es ciudadano con tas p rerrogativas nominales anejas a condicióu tan elevad a.

Y así seguirá siem lo en rep ú blicas y en monar­quías, con revoluciones p o lítica s o sin e llas, urea- tra s lo «pie es ile todos sea post»ído por algunos, y en tan to que la riqueza social, producida por la c ieu eia y por el tra b a jo , est«’ a m erced «le los ricos im prod uctivos poseedores de m illones do monedas.

Con el dom inio burgués se han reorganizad o y consolidado pero con esa reorganización la bur­gu esía p r iv ile g a d a se ha Cerra«!« a las i 11 novaciones fu tu ras. A l serv ic io «!e sus p riv ile g io s ha ailaptado toilas las fu e rza s co n te n tiva s y d efen siva s ,entre ellas los ejércitos, y con ellas y por ollas rompe la so lidarid ad hum ana, poniendo fo rta le za s y adua­nas eu las fro n tera s y abrien do profundos abismos en tre las clases reducidas a «los d iv isio n es prin­cipales y antagónicas: los «unemployed:-» y los arch im illon arios, que v iv irá n en relación de lucha y de odio m ortal basta que «tra G ran Revolución arrase los p riv ile g io s , a ve n te los intereses creados, pisotee los respetos im puestos por tirá n ico orgullo a la se rv il hum illación y replantee la sociedad so­bre el p e rfecto acuerdo en tre el in terés de cada in dividu o y el de la co lectiv id ad .

www.federacionlibertaria.org

I’ara vencer y tr iu n fa r en el miimlo se lia de ser fuerte, pero tam bién se ha de ten er razón: fu erte es hoy esa burguesía, que no siendo a n tes nada, Jlejíó después a ser rodo; fuerte es con esos e jé r ­citos con que am enaza a su pueblo y a otros pueblos, pero fa lta do idea p ro gresiva y sa lvad or» , sucum ­birá, enl re otras cau sas, por la abom inación insos­tenible de la paz arm ada. D ébil ap arece aquel pue­blo trabajador som etido por el sa lario al despojo legal vigente hace muchos siglos llam ado derecho •le ai-cesión, pero gu iad o por la idea em ancipadora y fortalecido por la organ ización s in d ica lis ta , p re­para la huelga gen era!, que p a ra lizará un d ía la producción, el transporte, de los producto?, el a b as­tecimiento de los mercados y hasta dejará sin ran ­cho a los soldados, p ara v o lv e r al d ía sigu ien te a l trabajo libre de todo género de patronato en fra ­ternal comunismo.

ha (¡ran R evolución indicó el cam ino al p ro le­tario, y al p resen tarla ta l como fu é , desp ojad a de las falsas in terp retacion es de los historiadores bur­gueses y de las g a la s orato rias con que le presen ta la rutina o fic ia l y p a trió tic a cada 14 de Ju lio , K ro- potkine ha hecho ob ra m eritoria.

La burguesía desvió la R evolución, pero al des­

v ia rla , al bu scar en e lla el medio de m onopolizar­la riq ueza social y lo gra lo hasta ser la clase social que dom ina en todo el m undo, puesto que ha ab u r­guesado todas las otras clases superiores, ha de­ja d o la m isión de progresar, de dar ca rá cte r c ien ­tífico y racional a la sociedad, al proletariado, a la c lase social que a nadie e xp lo ta , que a nadie oprim e y la que a l em anciparse 110 puede d e ja r t r i s si otra clase v íc tim a ; ia que como g a ra n tía de que cum p lirá 'debidam ente su misión declaró en el pro­gram a de L a Internacion al «que los esfuerzo» de los trabajadores para conquistar su emancipación no lian de ten d er a co n stitu ir nuevos p riv ile g io s sino a estab lecer pura todos los mismos derechos y los mismos deberes».

Y el p ro le tario cum plo su misión que por su si­tuación en la hum anidad le incum be y si ha habido una fu erza que del paría, del ilota, del esclavo y <lel s iervo ha hecho 1111 ciudadano, aunque, jo rn a le ­ro, L a Intern acio n al, el sind icalism o le co n ve rtirá en c a p ita lis ta y produ ctor en una sola pieza.

Y term ino asegu ran d o que toda revolución f u ­tu ra que no pon ga fin a los K stados con sus leyes,, con sus gobiernos y sus ejércitos 110 será la lucha final.

L a an a rq u ía es !a paz.

A n s e l m o L o r e n zo .

La imagen de la verdad( Conclusión)

1:1 desprecio de nosotros mismos es el alim ento ve­nenos» que con más placer saborea nuestro espíritu. Xos encanta sobre manera, lo falso y lo maravilloso, lo que jam ás puede ser verdadero, lo que nos hace esperar interminablemente. Nuestro sentido de la be­lleza es el sentido de las bellas ¡deas irreales, bollas por lo remotas y por lo profundam ente escondidas en no salten.os qué parte de los misterios del l'n iverso.

I.a ííIiim f ía se halla llena, de sofismas acerca del valor y de la naturaleza de las ideas. Gran liarte de esos sofismas atribuyen la verdad del hombre por lo qne piensa y no por lo que hace. 1¿1 hecho suel-j desencadenar nuestras ¡ras y la ira de los -filósofos. Toda relación de verdad humana, la pensamos en el espíritu moral, que pasa de un recodo a otro recado del engaño. Pero si la verdad la tomamos, como debe­mos tomarla en su sentido matemático ¿podemos decir que son exactam ente verdaderas nuestras ideas? Si nuestra rnente concibe la idea de una existencia superior, ¿podemos decir (pie esa existencia es una verilail? El pensamiento es una de nuestras muchas calidades, tal vez la m ejor, pero a lo sumo sólo- podre­mos decir que esa calidad es una verdad de nosotros v 110 así las ideas que desparram a hacia todos los confines de su fan tasía .

Lo que nos sorprende con su exactitud es lo ver­dadero, y en ocasiones lo verdaderam ente borroso. Porque, ¿cuántas veces la s ideas que exterioriza nuestra calidad de pensar se nos han presentado como vesta­les de la certidum bre? ?.No vemos como el pensa­miento creador se ve, sugestionado por las decisivas influencias de la evolución para alcanzar la virilidad de un testimonio verdadero? Puede decirse que nues­tra calidad do pensar sólo es verdadera en relación de esas altas decisiones evolutivas.

Ijos ideales humanos de no coronarse con los gran ­des éxitos de los acontecimientos, 110 concretan una verdad de nuestra vida. Claro e» que a tales ideales se les puede conceder una naturaleza, en cuyo caso el sentido de la reflexión nos dice que toda naturaleza representada es una verdad. Pero, ¿.no existe un ex­

ceso de escrúpulo en ese. sentido de re flex ió n f Porque si los ideales tienen una naturaleza, ¿ta l naturaleza de dónde se desprende, cuál es su origen? E l origen cercano se halla, en nosotros, luego nosotros somos los -que representamos en el Universo la verdad de nues­tra organización, nosotros somos la verdad organizada que concretam os la verdad de nuestra vida por el conjunto de nuestras calidades i n d i v i d u a l e s .

l.úi verdad de 1111 hombre como la. verdad de un pueblo, solo puede saberse por lo que hace y no pol­lo que piensa. Los frutos de nuestra verdad son las concreciones indelebles de nuestra verdad de organi­zación. Los progresos humanos, ¿ no son al cabo de los tiem pos el resultante de los hechos unidos de los pueblos? 1 Y no son, además, esos misil.os progresos ios que m ejoran y virtuali'/an a la especie! Luego la verdad m aterial de los hechos es la que decide los órdenes de nuestras sociedades y el vigor pre­ponderante de sus desarrollos.

I jo s ideales humanos que degeneran en creencias dogm áticas ete.rniza.bles, se atribuyen las propiedades de hacer m ejores a los hombres, de hacerlos más sanos y más dichosos. Pero si tal determinismo bienhechor es positivo, ¿por qué los hombres 110 traducen en sus actos la bondad de dichas creencias, evitando la con­tradicción y el desacato? L a verdad de lo que sou.os se re fle ja únicam ente en la imagen de lo que hacemos, y esa verdad tan escasam ente adm itida es la que fundam enta el descrédito de nuestras creencias y os la que tiende a ilum inar al mundo con la belleza de sus resplandores.

La moral de esa verdad de nuestra vida, será la moral del porvenir, donde los hombres, perfectam ente evidenciados de sus concreciones, tendrán la virtud y el bien de su practisism o y no la imposible virtud y el imposible bien de su» ideas incoloras y de sus absolutism os m etafísicos.

J o sé T orrai.vo.

www.federacionlibertaria.org

OBRAS EN ÜENTA

EN LA ADMINISTRACIÓN

DE “ IDEAS Y FIGURAS”

LA CRUZ (Drama en 8 actos) . . . . $ 1.00 in/n

SANGRE NUESTRA. . : ........................ » 2 . 00 »

ALBERTO 6HIR ALDO por Juan Mas y P¡ » 0.50 »4»

MARIA CLARA (Novela por MargaritaAudoux..........................................»1.00 >

1

CRÓNICAS ARGENTINAS por AlbertoGliiraldo . . . , ...........................»1 .00 »

ALMA GAUCHA (Drama en B actos y 6 cuadros) por Alberto Ghiral- do (2.a edición)........................... » 0.50 »

LA COLUMNA DE FUEGO (Drama en 3 actos y 5 cuadros) por A l­berto Ghiraldo............... ' . » 1.00 »

Envío libre de porto a cualquier punto de la Repú^ic^.. ijDescuento a los libreros y Agentes de IDEAS Y FIGUHÁ&. !Pedidos a la administración .le esta revista, calle VICTORIA, \

1287. Buenos Aires. • \

Administración de IDEAS Y F!GURASj-ViurORIA,i287 — Bs. Aires. Núm. suelto, 20 cts.Imp. « A L S IN A V , V ie to ria , 12S7. '

www.federacionlibertaria.org