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Colección - Miño y Dávila · cedor que Mario Carretero supo implementar entre FLACSO Argentina y la Universidad Autónoma de Madrid es también una pieza importante para entender

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Colección

Educación, crítica & debate

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Edición: Primera. Diciembre de 2014

ISBN: 978-84-15295-85-3

Tirada: 600 ejemplares

Diseño: Gerardo Miño Composición: Eduardo Rosende

© 2014, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores sl

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de los editores. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

dirección postal: Tacuarí 540 (C1071AAL) Ciudad de Buenos Aires, Argentina tel-fax: (54 11) 4331-1565 e-mail producción: [email protected] e-mail administración: [email protected] web: www.minoydavila.com redes sociales: @MyDeditores, www.facebook.com/MinoyDavila

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ÍNDICE

Prólogo ........................................................................................................................... 9

Capítulo 1Introducción. Psique y ciudadanías: un laberinto de identidadespor Fernanda González y Alberto Rosa ............................................................... 13

Capítulo 2Psique en democracia: ciudadanía y virtudes de ciudadaníapor Alberto Rosa y Fernanda González ............................................................... 23

Capítulo 3Cultivo de psique ciudadanapor Alberto Rosa y Fernanda González ............................................................... 51

Capítulo 4Valores ciudadanos, identidad y conflicto. Un estudio de ética en acciónpor Fernanda González y Alberto Rosa ............................................................... 89

Capítulo 5Injusticia social y vivencias de la ciudadanía en jóvenespor Hernán Fernández-Cid, Miriam Kriger y Alberto Rosa .......................... 129

Capítulo 6Visualizando valores de ciudadaníapor Marcela Lonchuk y Alberto Rosa ................................................................... 157

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Capítulo 7Desarrollo moral y ontogénesis de los valores democráticos en la escuelapor Angela Branco Uchoa y Alia Barrios ............................................................ 187

Capítulo 8Actuando la ciudadanía desde niños: el intercambio de objetos en el aprendizaje de valorespor Gustavo Faigenbaum .......................................................................................... 215

Capítulo 9Ciudadanía en la cotidianeidad: un estudio de las negociaciones familiares sobre recuerdos históricospor Fernanda González ............................................................................................. 239

Capítulo 10Identidad, recuerdo y posicionamientos de la ciudadaníapor Ignacio Brescó de Luna ...................................................................................... 263

Capítulo 11¿Quién puede ser ciudadano? Agencialidad y representación histórica de los indígenas en las narrativas de jóvenes mexicanos y argentinospor Everardo Pérez Manjarrez y Fernanda González .................................... 287

Capítulo 12Psiudadanos: ciudadanía y autogobierno en el horizonte postmodernopor Jorge Castro-Tejerina .......................................................................................... 327

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PRÓLOGO

Este libro está dedicado a estudiar cómo la psique se hace ciudadana, además de examinar diversos ámbitos en los que algunas destrezas

de ciudadanía se muestran. Es un libro de psicología, pero también podría decirse que también es un libro de moral, pero de moral ciudadana, de ética democrática. Su intención no es proponer qué o cómo debería ser la ciudadanía, sino examinar diversas variedades de cómo puede llegarse a actuar como ciudadano, con mejor o peor fortuna.

Este libro trata también de la psique demócrata. O, mejor dicho, hace psicología concibiendo a psique no sólo con capacidad de adaptarse al ambiente, de aprender, de desarrollarse y de ser construida, sino también de participar en la co-construcción de sí misma y de l@s otr@s, en la conformación del ambiente –material, social, cultural– compartido en donde se vive. La consecuencia es que cada uno tiene arte y parte en la co-construcción de la comunidad misma, lo que le hace también corres-ponsable del estado de ella. Psique, entonces, no puede ser solamente individual, sino también social y política. Pero, para convertirse en una psique ciudadana debe saber no sólo reclamar igualdad, sino también ejer-cerla. El derecho a la igualdad es simétrico al deber de responsabilidad.

Ciudadanía, compromiso, identidad, moral, autenticidad, honradez, dignidad, nación, historia, virtudes, son algunos de los conceptos sobre los que pivota el argumento de este volumen. Es interesante constatar que estos términos, que hasta hace no demasiado tiempo parecían antiguallas fastidiosas muy lejos de las preocupaciones de la gente, tengan ahora una presencia destacada no sólo en los discursos públicos, sino también en las conversaciones privadas cotidianas. En muchos lugares se está produciendo una movilización ciudadana inédita, en la que ciudadanos

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y ciudadanas de carne y hueso reclaman y buscan crear nuevas condicio-nes –más justas y solidarias, menos inequitativas– para su vida común en cives. La crisis económica, también política e ideológica, y a veces incluso moral e identitaria, está golpeando muy fuerte, no sólo afectando dura-mente las vivencias de muchas personas, sino también conmocionando la conciencia ciudadana de muchas más. Sorprendentemente, cuanto más activa resulta la ciudadanía, más apelan quienes detentan los poderes públicos a que la población ejercite una virtud particular: la paciencia. Parece como si la disminución del conformismo mostrado se confundiera con una pérdida del respeto debido, cuando precisamente es eso –respeto a sus sentimientos y su inteligencia– lo que los ciudadanos demandan.

Vivimos tiempos tan interesantes que resulta difícil concebir que la ciudadanía sólo pueda ejercerse al modo liberal, votando cuando toca, y callando y pagando mientras tanto. El cuerpo social parece no ya recla-mar, sino estar empezando a ejercer una ciudadanía republicana –la que se preocupa del día a día de la cosa pública, que está alerta y vigilante de unos derechos que se sienten amenazados, cuando no directamente recortados. La conformidad con ser parte de lo que se decide empieza a acompañarse con la demanda de tener también arte en la toma de decisiones.

Resulta curioso que a pesar de la agitación sentida, el debate sobre la ciudadanía no haya vuelto a activarse. Creemos que sería bueno que se reanudara. No son pocas las voces que indican que la democracia –una forma de vida en común– se sostiene si existen ciudadanos iguales ante la ley y en el ejercicio de sus deberes y derechos. Ciudadanos que tengan las destrezas precisas para posicionarse y actuar frente a aquello que consideren justo y oportuno, para ellos mismos, para los demás y para las comunidades a las que pertenecen. Nuestro modesto intento es participar en la continuación de este debate.

Este volumen recopila trabajos de investigación, empírica y teórica, realizados por investigadores de habla española y portuguesa radicados a ambos lados del Atlántico. Tal dispersión geográfica, sin embargo, no afecta a la coherencia del contenido. Ciertamente se trata de un volumen resultado de una compilación, pero no está muy lejos de una monogra-fía de autoría colectiva. Más allá de la especificidad del contenido de cada capítulo, de los temas que trate, de los casos que estudie, o de los materiales o las técnicas empleados, hay una malla teórica que articula un argumento que corre a lo largo de todo el libro. Ello ciertamente se debe al común encuadre dentro los amplios márgenes de la psicología

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cultural, además de resultar del entramado que salta a la vista al repasar la autoría de los diversos capítulos.

Si hubiera que buscar un origen, más o menos remoto, a las preocu-paciones que están en la base de buena parte de los capítulos que aquí se presentan, habría que referirse a un conjunto de trabajos que relacionaban memoria, formatos de relatos y narraciones históricas (consumidas y/o producidas) con los modos en que los agentes estudiados se identificaban con tendencias ideológicas, con entidades históricas o con instituciones. Poco trecho quedaba desde aquí para saltar a plantearse cómo los mate-riales culturales se hacen susceptibles de transformar la misma estructura del agente cuando éste se apropia de ellos y los pone en uso, y a explorar algunos de los entornos en que tal cosa sucede. El contacto con colegas especialistas en desarrollo moral, en activismo político entre jóvenes, y en trabajo con profesores y alumnos en entornos escolares completa el periplo que origina la compilación que el lector tiene en sus manos.

Es de justicia mencionar aquí que este encuentro no hubiera tenido lugar sin el apoyo de algunas instituciones. La Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología del Gobierno de España, financió en el trienio 1995-98 un proyecto titulado “El papel del discurso histórico en la constitu-ción de las identidades culturales. Integración social y multiculturalismo”, que se continuó con el titulado “Dinámicas de la identidad y gestión distri-buida del conocimiento en culturas de aprendizaje y socialización” (Ref. SEJ2005-09110-CO3-01). La concesión de un proyecto de Cooperación Interuniversitaria titulado “Memoria, Identidad y Cultura Cívica” (PHB-2007-0009-PC) otorgado a la Universidad Autónoma de Madrid (UAM, España), la Universidad de Brasilia (UnB, Brasil) y la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED, España) permitió convertir en colabo-ración efectiva los contactos puntuales que previamente ya existían entre colegas brasileños, españoles y argentinos. El intercambio mutuo y enrique-cedor que Mario Carretero supo implementar entre FLACSO Argentina y la Universidad Autónoma de Madrid es también una pieza importante para entender una colaboración que va mucho más allá de este volumen, pero sin la cual no podría siquiera haberse concebido. Han sido las actividades realizadas en este marco las que han permitido el inicio de la colaboración entre autores de distintas procedencias y nacionalidades.

Aunque la gestación de las ideas que aquí se van a presentar ha llevado un tiempo no corto, la confección de este volumen ha sido relativamente rápida. En cierto momento quienes tomaron la iniciativa de compilarlo tomaron conciencia de ser miembros de una red de colegas competentes y

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diligentes que, además de compartir un conjunto de ideas y de argumen-tos nucleares, tenían conocimientos complementarios entre sí, y además disponían ya de resultados de investigaciones que resultaban de interés. Los trabajos que este volumen compila son, entonces, originales que en algunos casos comunican resultados parciales de investigaciones que aquí ven la luz por vez primera, y en otros revisan, resumen o amplían resultados de investigaciones que estaban inéditas en lengua española. Resulta de justicia agradecer la colaboración que Marcos Bernal aportó en labores de traducción y edición de materiales que sirvieron de base para confeccionar los capítulos 2, 3 y 4 de este volumen.

Alberto RosaMadrid, noviembre de 2014

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CAPÍTULO 1

Introducción. Psique y ciudadanías: un laberinto de identidades

Fernanda González y Alberto Rosa

“Educating for world-citizenship is psychology’s next great challenge”.

Carlo Strenger (2012)

Ciudadanía y Psicología

¿Se nace ciudadano? ¿Son las psiques demócratas? ¿Es la democra-cia una preocupación para la psicología? Si a uno se le pidiera una

respuesta corta e inmediata a estas preguntas, sin tiempo de reponerse a la perplejidad que produce su extravagante formulación, con seguridad respondería, incluso a su pesar, con un terminante no. Pero, seguramente, enseguida trataría de justificar tan radical respuesta. Probablemente diría que dependiendo de dónde (y cuándo) se nazca se puede ser, o llegar a ser, ciudadano, o no. También puede que arguyera que cada psique trata de ir a lo suyo, y que llegar a tener en cuenta a las demás es resultado de un largo proceso de entrenamiento, con no pocos sinsabores. Si salta de las psiques individuales a la disciplina que se dedica a estudiarlas, y se repasan las áreas típicas a las que la psicología aplicada se dedica, seguramente recordará cómo sus mayores contribuciones han estado dedicadas a clasificar y ordenar psiques por sus habilidades, en buscar cómo predecir y controlar su conducta, cómo entrenarlas para ejecutar tareas, o en cómo repararlas para volver al trabajo; pero enseguida, tras algún titubeo, recordará que también hay una psicología preocupada por el bienestar personal, por que la gente tenga sentimientos positivos respecto de la vida y de sí mismos; también por la gestión de los grupos, de manera que la gente se sienta bien en ellos, y que éstos sean eficientes para ello –y no sólo para cumplir sus objetivos institucionales–; incluso hay psicologías preocupadas por la autorrealización, por que la gente aprenda a estar satisfecha con su vida, a vivirla plenamente, cada uno,

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aunque también con su amigos y su familia. Puede que, finalmente, re-cuerde que hay una psicología moral, conectada con la ética, y también con la psicología educativa, y la psicología social, que también se ocupa de cómo uno aprende a someterse y a crear reglas de comportamiento para vivir en sociedad, y también en paz, con los demás y con uno mis-mo. Puede que también se sienta algo perplejo por haber tardado tanto en acordarse de que tal tipo de psicología existe.

Este libro pertenece a este último tipo de psicología. Una psicología centrada en el sujeto, pero en un sujeto que piensa en sí mismo no como si fuera un náufrago de la evolución tratando de sobrevivir en un ambiente natural, sino como una persona que vive no sólo en sociedad, sino tam-bién en comunidad; un individuo que no sólo se ocupa de sí, que no sólo teme, sino que desea y espera; que sabe obedecer, pero también quiere mandar; que desea que se le quiera, pero que también se preocupa por los otros y por que el grupo funcione y que todos puedan vivir en paz. Algo que, seguramente, tiene poco de natural, que es artificial, que tiene que ser construido, como los instrumentos, las instituciones, las normas, los discursos y los ritos; que son producto de la cultura (Rosa, 2007 a y b)

Este es un libro escrito desde la psicología cultural, una psicología que, más que preocuparse por levantar acta de las diferencias entre los humanos pertenecientes a diversas culturas, se centra en estudiar cómo se puede ser humano de muchas maneras, porque cada grupo cultural tiene su historia propia, ha desarrollado sus propias instituciones y normas, sus creencias y discursos, sus ritos y sus mitos; y su forma de vivir en comunidad. Todos los grupos culturales humanizan a quienes en ellos viven, los domestican de alguna manera. Al hacerlo no pueden impedir que los individuos sean iracundos, rencorosos, agresivos al defender a los suyos y desconfiados ante quienes no lo son; vengativos, y a veces cariñosos en demasía; e incluso asesinos o mártires en nombre de lo que sienten y creen. Pero en cada caso, en cada cultura, eso se hace de una manera particular. Por eso, la psicología cultural se fija en cómo los individuos tienen experiencia de su propia vida, de lo que son, de lo que hacen, de lo que deberían hacer y de lo que deberían de haber hecho (Valsiner & Rosa, 2007; Valsiner & Branco, 2012)

Ciudadanía en el laberinto de las identidades

Se puede ser humano de muchas maneras, pero cada grupo cultural acota las suyas propias, lo que considera bueno o malo, refinado o vulgar,

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admirable o despreciable. Y eso lo hacen porque tienen un modo de vida particular, porque su acontecer cotidiano, su tiempo, sus actividades, sus normas y su gobierno tienen una determinada forma. Y cada uno debe de comportarse de la manera que se le demanda, como es debido, para ser un buen… ¿salvaje o ciudadano?

Ser un “buen lo que sea” implica que exista una norma sobre lo que es bueno y malo, adecuado o inadecuado, propio o impropio. Lo que, a su vez, exige que se añadan un conjunto de precisiones; “para qué”, “para quién”, “dónde” y “cuándo”. Algo que nos lleva a pensar que lo que es bueno en unas ocasiones puede no serlo en otras; que cada uno debe saber quién es, saber qué hacer, y tener discernimiento para hacerlo en algunas ocasiones y no en otras. Dicho de otra manera, cada uno tiene que saber las normas de su grupo y ser no sólo diestro en su uso, sino también prudente. Pero, desde fuera, un observador podría tomar nota de que las normas de unos grupos y de otros pueden ser bastante dife-rentes; al tiempo que en todos los casos son consideradas como bastante naturales; casi diríamos que todos ellos tienen su propia idea de actuar “como Dios manda”. Y quien así lo hace es “bueno”, por lo menos a ojos del patrón elegido.

Hay muchos tipos de comunidades políticas, de formas de gobierno, de derechos y deberes. También muchas formas de pertenencia a un grupo. Pero cada uno tiene la suya, aunque a veces, y desde luego ahora cada vez más frecuentemente, uno puede sentirse miembro de varias comunidades; pero incluso en estos casos, suele ser común sentirse más vinculado a una comunidad que a otra. Esto hace que no sólo la perte-nencia, sino la identidad, la sentida, no sea ajena a las discusiones que aquí tengamos.

Hay muchos modos de vivir en sociedad y de gobernar las comu-nidades. Pero todas ellas exigen respetar las normas y obedecer a la autoridad, y si no, atenerse a las consecuencias (castigo o destierro). Esto sucede en todos los grupos de mamíferos sociales. Lo típico de los grupos humanos es que las formas de gobierno cambian cuando se mira a unas comunidades o a otras a lo largo del tiempo y a lo ancho del espacio. Lo más extendido ha sido las sociedades divididas en castas, donde las normas y el poder se ejercen desde la cúspide; donde la mayoría de la población son súbditos de un poder, considerado investido por alguna clase de legitimidad, aunque sea la de la más primitiva de todas las for-mas de impartir orden: la violencia. En cualquier caso, todo ejercicio de

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poder, para ser efectivo, requiere de que se le otorgue credibilidad, que haya sometimiento, aunque sea como temeroso súbdito.

Lo realmente extraordinario es que llegue a establecerse un sistema de gobierno donde se reconozca la igualdad entre todos los miembros de grupo, en el que las normas se pongan por encima de la autoridad y en el que, de una manera u otra, todos tengan parte en el procedimiento de confección de las leyes (el que tengan arte para ello, ya es harina de otro costal). A esta forma de gobierno se le llama democracia, y a quienes tienen la plena capacidad de participar en ella, ciudadanos (Cerezo, 2005)

Naturalmente, no se nace siendo ciudadano, sabiendo qué hacer para respetar y para reclamar el cumplimiento de las normas y para tener parte, e incluso arte, en su cambio. El ciudadano, como el esclavo o el súbdito, se hace; de muchas maneras, en muchos sitios, con distintas ideas de ciudadanía, en distintas comunidades, con derechos y deberes distintos. En cualquier caso, resulta difícil conceder que pueda haber democracia sin demócratas, sin ciudadanos que la guarden y la defiendan, además de acatarla.

La democracia es igualdad, pero también reconocimiento de la diver-sidad en las normas. Sin ese reconocimiento no existiría la libertad indi-vidual, la capacidad de compaginar la vida privada con la vida pública, sin imposiciones de unos sobre otros. Por eso, también la identidad es importante. Uno no sólo es miembro de una familia o de una clase social, de una confesión religiosa o de una corporación profesional, de una región o de una nación. No sólo tiene derechos o deberes en cada una de esas comunidades, en tanto que miembro de ellas, sino también en cuanto sujeto, en cuanto ciudadano de una entidad política, o incluso como humano. Y todos esos deberes y derechos, en democracia, se basan en la igualdad ante las normas de la comunidad política. Algo que exige considerar al otro también como sujeto de derechos, igual que uno mismo.

El propósito y el argumento de este volumen

Naturalmente esto está lleno de recovecos en los que aquí no pode-mos entrar. Hay muchas nociones sobre la naturaleza humana, sobre el gobierno de las grandes colectividades y de los grupos y, por consiguiente, sobre qué pueda ser la ciudadanía; y todas ellas están llenas de dificultades al ponerlas en práctica. También hay muchas maneras de entender cómo los individuos deben comportarse en comunidad, y muchas ideas sobre cómo educarlos, o no, para que sean, o para que no puedan llegar a ser,

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ciudadanos. Nosotros carecemos de la autoridad, y de la ambición, de dar lecciones a nadie sobre estas materias. Lo que este libro pretende es mucho más modesto. Se trata de presentar nuestras ideas al respecto, y hacerlo a través de una propuesta teórica sobre cómo nosotros entendemos que el conocimiento psicológico puede ayudar a concebir la ciudadanía, además de presentar una serie de estudios empíricos dedicados a escu-driñar algunos de los recovecos específicos que se presentan en la vida cotidiana en cives. Por eso este libro no ha sido confeccionado con la intención de ser una revisión sobre el estado del arte de la investigación psicológica sobre ciudadanía, ni tampoco un manual sobre cómo educar para ella; aunque desde luego no renuncia a ser útil para esos dos pro-pósitos. Su objetivo fundamental es participar en un debate que nunca dejará de estar abierto, y hacerlo agrupando un conjunto de voces de autores de habla española y portuguesa, europeos y latinoamericanos.

Los dos capítulos que siguen a éste, firmados por los editores de este libro, Alberto Rosa y Fernanda González, ofrecen un recorrido teórico sobre los conceptos nucleares que articulan el libro en su totalidad. El primero de ellos, titulado Psique en democracia: ciudadanía y virtudes de ciudadanía, presenta, primero, un recorrido histórico por las diferen-tes formas que ha ido adoptando la ciudadanía, desde sus orígenes en la polis griega. Los autores analizan el interjuego creado entre cives, polis, etnos y demos y su configuración en diferentes sociedades a lo largo del tiempo, hasta llegar al ámbito contemporáneo, caracterizado por la multiculturalidad y la hibridación identitaria. Todo ello sirve como marco para afirmar una relación entre democracia y ciudadanía que sólo puede sustentarse cuando existe una población que no sólo comparte unos valores comunes, sino que también los pone en ejercicio cultivando unas virtudes de ciudadanía. Una vida democrática en común sólo puede sostenerse cuando estas virtudes se manifiestan en formas de conducta efectivas, por lo menos en un cierto grado. Si se habla de una “psique ciudadana”, ésta no sería nada diferente a la capacidad y al ejercicio de esas virtudes en formas de actuación efectivas.

El tercer capítulo, titulado Cultivo de psique ciudadana, elaborado también por Alberto Rosa y Fernanda González, está dedicado a examinar la génesis de los procesos psicológicos que hacen posible el comporta-miento ciudadano. Esto se hace, por una parte, partiendo de los procesos psicológicos más básicos, y por otra, prestando atención a los cambios histórico-culturales que se dan en las sociedades en las que el individuo humano se socializa. Es a través de la consideración de estas dos escalas

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temporales como resulta posible atender a los cambios en la identidad, los afectos y la deliberación racional, que permiten la aparición de una reflexividad cimentada en el diálogo con los otros y con uno mismo, que conducen finalmente a la formación de un carácter que haga posible la autonomía personal precisa tanto para el autogobierno individual, como para la participación política. Se trata, por tanto, de la presentación de un modelo psicológico que intenta explicar cómo un primate humano puede llegar a transformarse en un ciudadano, que es una forma particular de agente moral.

El capítulo cuarto, titulado Valores ciudadanos, identidad y conflicto. Un estudio de ética en acción, es un trabajo empírico en el que los mismos autores aplican las herramientas conceptuales desarrolladas en los capítulos anteriores. Allí se estudia cómo se participa, se negocia y se actúa en una situación socialmente conflictiva que involucra tanto aspectos morales como identitarios. Para ello se diseñó una situación, que los participantes (un grupo de estudiantes universitarios de diversas nacionalidades) creían real, en la que un grupo de actores simulaban un hurto. Para su estudio se utilizó una amplia panoplia de procedimientos de recogida de datos, que incluyeron desde grabaciones en video de la situación, hasta la realización de autoinformes y la confección de narra-ciones sobre la experiencia personalmente vivida. La metodología utili-zada y la secuenciación de aplicación de los diversos instrumentos, fue diseñada de manera que suministraban un andamiaje de actividades en la que los propios participantes debían generar soportes discursivos para re-mediar (y por tanto, seguir re-semiotizando) la situación vivida. La propia estructura y secuenciación de las tareas propuestas (al vivir la situación, autoinformarla y narrarla) requería de la aplicación de sucesivos niveles de reflexividad sobre la situación vivida, sobre el papel de cada uno en ella y, por tanto, del establecimiento de una –inevitable– valoración en términos morales que implica al yo. Los resultados que se presentan, centrados especialmente en el estudio idiográfico del comportamiento y las vivencias reportadas por una de las participantes, permite dar cuenta del proceso semiótico de constitución de sus experiencias subjetivas y de cómo éstas se relacionan con sus actuaciones efectivas.

El capítulo quinto, elaborado por Hernán Fernández-Cid, Miriam Kriger y Alberto Rosa, titulado Injusticia social y vivencias de la ciu-dadanía en jóvenes, se centra en el estudio de cómo un grupo de adoles-centes argentinos se posicionan frente a situaciones de injusticia social referidas a su entorno próximo. En el estudio, los estudiantes –chicos y

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chicas de 17 y 18 años– analizan dos noticias relacionadas con situacio-nes de conflicto social y de vulneración de derechos (trabajo informal y carencia de vivienda). La metodología utilizada combinaba la realización de cuestionarios abiertos y la realización de grupos focales, además de tomar en cuenta el grado de implicación personal de cada uno de los participantes en la vida ciudadana y comunitaria. Los resultados, que toman en cuenta los relatos y argumentos producidos, permiten apreciar la valoración afectiva de las situaciones, los argumentos que ante ellas se construyen y las disposiciones a actuar de manera efectiva que aparecen. Estos tres aspectos se ven luego analizados de forma conjunta a través de la elaboración de trayectorias de experiencia personalizadas que tratan de dar cuenta del proceso de posicionamiento seguido por cada uno de los participantes ante las temáticas que se les plantea. Esta estrategia les sirve a los autores para construir un andamiaje conceptual (psicológico y semiótico) común sobre el cual proyectar la variabilidad en la expresión de las experiencias individuales.

En el capítulo sexto, titulado Visualizando valores de ciudadanía, Marcela Lonchuk y Alberto Rosa exploran los modos en que repre-sentaciones pictóricas y carteles gráficos evocan interpretaciones argumentativas sobre temáticas identitarias y valores ciudadanos. El interés que guía este trabajo está precisamente en explorar cómo los participantes (estudiantes universitarios argentinos) constituyen una temática a partir de una serie de presentaciones pictográficas que se les muestra y cómo se posicionan ante los significados que evocan. Dado que los carteles que contemplan aluden a temáticas en las que convergen significados asociados a la identidad nacional y a la identidad ciudadana, mixturándose y entrecruzándose de diferentes maneras, los resultados muestran diversas maneras en que se formulan, y a veces resuelven, dilemas morales e identitarios que los mismos participantes constituyen.

En el siguiente capítulo, titulado Desarrollo moral y ontogénesis de los valores democráticos en la escuela, Angela Branco Uchoa y Alia Barrios nos ubican en uno de los contextos centrales en la construcción de ciudadanía, la escuela, centrándose particularmente en el rol que en él juegan uno de sus principales agentes: los profesores. En este caso, las autoras brasileñas examinan las formas en que los profesores conciben el desarrollo moral y de valores ciudadanos y democráticos en sus alumnos de escuela primaria. El estudio muestra que, con demasiada frecuencia, la actuación de los profesores en la escuela primaria responde a una perspectiva limitada acerca del desarrollo moral, que pone la mayor

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parte del énfasis de la actuación educativa en la transmisión de normas disciplinarias. Esto tiene la consecuencia de contemplar las situaciones de conflicto como negativas, sin que tales ocasiones se aprovechen para aplicar estrategias de diálogo compartido y de negociación, que faciliten la co-construcción de valores ciudadanos democráticos, tanto por parte de los profesores como de los niños.

El capítulo octavo, titulado Actuando la ciudadanía desde niños: el intercambio de objetos en el aprendizaje de valores, se ocupa justamente de la construcción de valores que se produce a través de la actuación efectiva, cuando los niños intercambian objetos en situaciones cotidianas y espontáneas. Su autor, Gustavo Faigenbaum, sostiene que las activida-des infantiles de intercambio de objetos y los conflictos por la propiedad que a raíz de ello surgen, son experiencias que los niños viven y que les sirven para ir desarrollando normas morales y jurídicas, entrenándose así para la vida institucional. El autor presenta varias investigaciones propias, realizadas con niños argentinos de cinco a doce años, que muestran cómo las experiencias infantiles en y con la polis permiten la construcción de un temprano sentido de justicia y equidad, elementos fundamentales para el futuro ejercicio ciudadano democrático.

El capítulo noveno, titulado Ciudadanía en la cotidianeidad: un estudio de las negociaciones familiares sobre recuerdos históricos, nos ubica en otro contexto cotidiano de construcción de ciudadanía, como es la familia. La autora, Fernanda González, realiza un estudio empírico con un grupo de familias españolas en el que investiga dos aspectos de las negociaciones familiares ocurridas en conversaciones sobre cambios políticos e historia nacional. El primero tiene que ver con qué se negocia, y se define fundamentalmente en términos de narrativas sobre la memoria familiar, y el segundo se centra en el cómo se negocia, atendiendo a dife-rentes indicadores de las dinámicas familiares, tales como las reglas de convivencia, las temáticas de las conversaciones familiares o los modos de resolver desacuerdos. La autora encuentra que las familias generan distintas formas de gestionar los recuerdos históricos traumáticos y tam-bién los desacuerdos ideológicos, lo que a su vez da forma a prácticas familiares singulares que conforman modos de actuación cívicos que involucran a todos los miembros del grupo familiar.

Los siguientes dos trabajos sitúan a la ciudadanía en su relación con la nación, en especial, con la historia y la identidad nacional. El capítulo décimo, titulado Identidad, recuerdo y posicionamientos de la ciudada-nía, cuyo autor es Ignacio Brescó de Luna, investiga cómo jóvenes vascos

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Fernanda González y Alberto Rosa 21

y madrileños, adscritos a diferentes ideologías políticas, ofrecen interpre-taciones distintas del conflicto vasco y de su evolución futura, a partir de un mismo repertorio de documentos periodísticos que se les ofrece. Esas concepciones, que se ponen de manifiesto en las narraciones producidas por los participantes, dan cuenta de diferentes posicionamientos, que unas veces se expresan en términos exclusivamente identitarios, centrados en el propio grupo; y en otras ocasiones muestran puntos de vista más abiertos. Al respecto, Brescó ofrece una reflexión sobre el papel de la enseñanza de la historia en la promoción de posicionamientos de ciudadanía más amplios, inclusivos, críticos y reflexivos.

El capítulo undécimo centra su atención precisamente en el modo controvertido en que el ciudadano aparece ya construido en los discursos sobre el pasado. En este caso, Everardo Pérez Manjarrez y Fernanda González rastrean las representaciones que construyen adolescentes mexicanos y argentinos sobre el indígena americano, dentro de narrativas históricas referidas a la construcción de la nación propia. La hipótesis que guía el estudio de los autores es que las narrativas históricas no sólo construyen un “nosotros” y unos “otros” en términos de identidad nacional, sino que también operan determinando grados de participación y agencialidad de diferentes grupos y personajes históricos. El tipo de representación y la atribución de agencialidad a los indígenas america-nos en las narrativas podría relacionarse con el modo en que los jóvenes perciben a estos grupos como ciudadanos de pleno derecho (o no) de las naciones latinoamericanas.

El libro concluye con el capítulo de Jorge Castro Tejerina titulado Psiudadanos: ciudadanía y autogobierno en el horizonte postmoderno. Este trabajo, que es una vuelta al plano teórico con el que se iniciaba el volumen, ofrece una discusión sobre el concepto de ciudadanía en estos tiempos postmodernos, caracterizados –entre otras cosas– por la densidad de las biografías personales y por la variedad de inscripciones identitarias en que los ciudadanos viven, además de por los fallos y las deficiencias de la vida democrática en los estados occidentales. En ese contexto, el autor propone un enfoque crítico-genealógico de las nociones de ciudadanía y de ciudadano, al mismo tiempo que ofrece una reflexión sobre el papel que los discursos de la psicología científica ha venido cumpliendo en la manera de concebir las subjetividades modernas. Su propuesta, que queda abierta, nos obliga a preguntarnos hasta qué punto el sujeto psicológico autónomo, reflexivo y autogobernado, que ha venido siendo tomado como ideal de ciudadano democrático, puede seguir existiendo en las

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condiciones actuales en las que las estructuras políticas y económicas están sujetas a fuertes tensiones. Si las transformaciones socioculturales que llevaron a la constitución de democracias de variado tipo, han dejado su huella en la manera en la que la psicología científica ha llegado a concebir al sujeto moderno, cabe esperar también que la transformación actual de las estructuras de gobernanza y los productos culturales y las prácticas sociales que de ello pueden derivar –entre las cuales está tam-bién la tecnología psicológica–, lleven también a transformar no sólo la idea de ciudadanía, sino también la subjetividad propia del ciudadano, o del concepto que pudiere venir a sustituirlo. Ni que decir tiene, que tal tesitura invoca a la psicología, y a los psicólogos, a situarse ante el espejo; de manera que no puedan ignorar que la psicología misma tiene también agencialidad en la transformación de las subjetividades y del sistema cultural como un todo. Dicho de otra forma, la psicología no puede escapar a su condición política, y mucho menos cuando las varie-dades de ciudadanía están entre sus preocupaciones y sus ocupaciones.

Referencias

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Rosa, A. (2007a). Acts of Psyche: Actua-tions as synthesis of semiosis and action. En J. Valsiner & A. Rosa (Eds.), Cambridge Handbook of Socio-Cultural Psychology (pp. 205-237). New York: Cambridge Uni-versity Press.

Rosa, A. (2007b). Dramaturgical actuations and symbolic communication. Or how

beliefs make up reality. En J. Valsiner & A. Rosa (Eds.), Cambridge Handbook of Socio-Cultural Psychology (pp. 293-317). New York: Cambridge University Press.

Valsiner, J. & Rosa, A. (Eds.) (2007). Cam-bridge Handbook of Socio-Cultural Psychol-ogy. New York: Cambridge University Press.

Valsiner, J. & Branco, A.U. (2012). Cultural psychology of human values. Charlotte, NC: Information Age Publishing.

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CAPÍTULO 2

Psique en democracia: ciudadanía y virtudes de ciudadanía

Alberto Rosa y Fernanda González

“…la virtud en la república es el amor (…) a la igualdad. Esta no es ni una virtud moral, ni una virtud

cristiana; es la virtud política”.Charles de Secondat, Baron de Montesquieu:

Del espíritu de las leyes (1748)

Este capítulo está dedicado a presentar una visión sobre la relación mu-tua entre la democracia y el comportamiento de las gentes que habitan

en un espacio en el que esa forma de gobierno se ejerce. La democracia está lejos de ser una forma natural de gobierno de las comunidades; es una criatura frágil que sólo ha llegado a establecerse en algunos lugares y en algunos momentos, y que siempre es consecuencia de un largo proceso histórico en el que las transformaciones de los modos de vida han precisado, y posibilitado, cambios de los modos de comportamiento, de los afectos y de los valores, y, en consecuencia, de la estructura de la subjetividad de los habitantes de esos espacios. Un sistema político no puede ser democrático, de forma medianamente factible, sin una cultura democrática en la sociedad que gobierna, sin que los valores culturales sobre los que se sustenta la democracia se encarnen en los individuos. Dicho de otra manera, la democracia no es posible sin ciudadanos de-mócratas, sin ciudadanos.

Hay muchas formas en la que la democracia puede ser entendida. La manera en que lo vamos hacer aquí es la de la democracia heredera de la modernidad, que surge a partir de lo que se ha dado en llamar la Ilustración. Se trata de una forma de gobierno que se llega a establecer en el espacio euroamericano, por lo menos en sus aspectos formales, a lo largo de un proceso histórico que se inicia en el siglo XVII y todavía continúa. Sin embargo, este proceso, como no podría ser de otra manera,

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ni surge de la nada, ni tampoco está desprovisto de antecedentes de muy diversos tipos en localizaciones geográficas muy variadas, además de presentarse en formas muy diversas.

Nuestro objetivo, sin embargo, no pasa por escrutar los entresijos del concepto de democracia, sino que se dirige a estudiar el modo en el que los individuos pueden llegar a hacerse demócratas, a convertirse en ciudadanos: una forma particular de ser sujetos de derechos y obligacio-nes en un espacio sociopolítico. Ello requiere, primero, fijarse en cómo se estructuran los entornos sociopolíticos en los que se desenvuelve la actuación humana; segundo, examinar los recursos que tales estructuras proporcionan y los límites que establecen; y, tercero, la manera en la que puede caracterizarse el modo en que los individuos pueden llegar a comportarse dentro de esos parámetros. Estos tres pasos configuran la estructura del argumento que desarrollaremos a lo largo de este capítulo.

Son muchos los campos de conocimiento involucrados en las cues-tiones que vamos a tratar aquí: entre ellos la Sociología, la Política, la Ética y la Psicología. Nuestro intento consistirá en explorar cómo los conocimientos provenientes de estas diferentes disciplinas pueden ser útiles para estudiar la forma en que los individuos experimentan su implicación en la vida cívica, qué sienten y piensan al respecto, cómo deciden qué hacer y, finalmente, cómo actúan y cómo se sienten cuando lo hacen. En otras palabras, lo que nos interesa es cómo el conocimiento proporcionado por estas disciplinas puede servirnos para la explicación de la experiencia y la actuación individuales en contextos de actuación ciudadana.

Ciudadanía: escenario para el ejercicio de los valores

Comenzaremos revisando críticamente el desarrollo histórico del concepto de ciudadanía para luego relacionarlo con una forma de iden-tidad: la identidad ciudadana dentro del contexto estatal, distinguiéndolo también de otras formas de identidad.

¿Qué es ciudadanía?

La ciudadanía es una de las formas que la identidad sociopolítica ha adoptado a lo largo del tiempo (Heater, 2004). Las otras formas serían la feudal, monárquica, tiránica y nacional. Lo que distingue a la ciudada-nía es la identificación del individuo con el Estado (una institución) en

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lugar de hacerlo con un gobernante particular o una comunidad cultural de pertenencia.

La identidad cívica (ciudadanía) proviene del otorgamiento de dere-chos a los individuos por parte del Estado a cambio de los deberes que les corresponden en condiciones de igualdad. La ciudadanía se diferencia así de las formas feudales y monárquicas de relación con la esfera política, en las que los derechos y deberes se otorgan en función de la pertenen-cia del individuo a una determinada clase. Las relaciones políticas en la ciudadanía son diferentes a las establecidas en regímenes feudales o monárquicos, en los que la pertenencia de clase provee unos derechos y obligaciones diferenciados. Sin embargo, no hay una nítida definición establecida de ciudadanía, por lo que los límites entre las formas de identidad antes mencionadas y la ciudadanía son bastante confusos.

En cualquier caso, la ciudadanía se relaciona tanto con cives (la ciu-dad (un tipo de entorno para la interacción social) como con polis (el Estado). En la Antigüedad y la Edad Media, ambas entidades coincidían en las ciudades-Estado en las cuales algunas personas tenían una cierta igualdad política (incluso aunque pertenecieran a clases diferentes como es el caso de los plebeyos y la clase senatorial en la antigua Roma) más allá de que existieran también “excluidos” (los esclavos y extranjeros no disfrutaban de iguales derechos).

La ciudad no era solo un lugar donde se establecía una tribu, para la cual los lazos de sangre eran primordiales. Las ciudades no eran simple-mente pueblos grandes; eran lugares para el intercambio, para el comer-cio, con gente yendo y viendo, con nuevos vecinos o colonos. En ellas, alguien se podía convertir en un ciudadano no sólo por haber nacido dentro de la tribu (ius sanguinis) o del territorio del Estado (ius solis) sino, incluso siendo extranjero, sometiéndose a las obligaciones que le garantizaban ciertos grados de igualdad dentro de la ciudad. Cuando esto sucedía, el individuo ya no era solamente un “animal social” (zoon poli-tikon, en términos aristotélicos), sino que se convierte en un ciudadano con entidad legal, un ciudadano naturalizado según la Ley Romana (o derecho romano). La ciudadanía se obtiene a través de un procedimiento legal y el nacimiento deja de ser la vía exclusiva para obtenerla.

Ser un ciudadano significa también tener alguna responsabilidad y lealtad hacia el Estado, algo que requiere el dominio de aptitudes cívicas y hábitos del corazón (Bellah et al., 1985), una paideia que, de acuerdo con los antiguos griegos, convertía a los bárbaros en cultos (aculturación) permitiéndoles ser “uno de nosotros” (San Martín, 1999).

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Variedades de ciudadanía

Las ciudades-estado de la Antigüedad y la Edad Media tenían un tamaño y una población que facilitaba el ejercicio directo de los dere-chos y los deberes cívicos y políticos. Cives y polis (los ámbitos sociales y políticos) todavía no estaban separados. Los ciudadanos (sólo una fracción de la población que no incluía a los esclavos, los extranjeros y algunas veces las mujeres) podían ejercer, y de hecho ejercían, sus derechos y deberes cívicos y políticos, no sólo militares y fiscales sino también administrativos y políticos.

A partir de ese ejercicio se fue desarrollando una virtuosidad moral, que junto con la formación de/en esas virtudes permitió y dio poder a los ciudadanos para vivir una vida buena (una vida digna de ser vivida) dentro de las ciudades-estado. A menudo, a este tipo de ciudadanía se le llama ciudadanía republicana.

Cuando los Estados se ampliaron más allá de las ciudades-estado, cives y polis comenzaron a separarse y con ellas también los derechos y deberes políticos y cívicos; de ese modo apareció una nueva forma de ciudadanía propia de la Modernidad: la llamada ciudadanía liberal, que examinaremos más abajo.

También podemos encontrar una tercera clase de ciudadanía que empezó a perfilarse durante los imperios helenísticos: la ciudadanía cos-mopolita. Esta expresión parece incluir una contradicción en sus términos y hasta cierto punto representa una identidad utópica que merece ser tenida en cuenta. Los interrogantes que suscita esta ciudadanía se refieren a la inexistencia –en el pasado y en el presente– de un estado universal capaz de garantizar derechos o exigir deberes. Además, si la ciudadanía es una clase de identidad, ¿cómo podría ser universal? ¿Podría existir sin alguna forma de alteridad desde la que diferenciarse? Pero, por otro lado, ¿a qué ámbito que no sea alguna clase de ciudadanía cosmopolita podrían pertenecer, por ejemplo, los Derechos Humanos universales?

Estos tres espacios para la ciudadanía (Rivero, 2001) se daban ya en el periodo helenístico pero tomaron diferentes formas a medida que avanzó el tiempo. Los cambios sociales, culturales y económicos de la Modernidad produjeron transformaciones radicales. Las guerras religio-sas europeas de los siglos XVI y XVII provocaron novedades políticas y legales que se fueron implementando a partir del siglo XVIII. Entre ellas se encontraban: (a) la separación de los ámbitos público y privado: la libertad de conciencia; (b) la creación de un orden racional sociopolítico:

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el Estado de Derecho; (c) la racionalidad instrumental (economía) bajo el control del Estado; y (d) los pactos políticos, que reemplazaron a la violencia como forma legítima de resolver los conflictos entre indivi-duos o grupos; ahora será el Estado quien tiene en exclusiva el mono-polio del uso legítimo de la violencia. Estas transformaciones hicieron que los reinos se convirtieran en Estados-nación construidos alrededor de los valores de Igualdad, Solidaridad y Justicia.

La justicia actuó como la columna vertebral de la polis equilibrando los derechos y los deberes dentro de las nuevas ciudadanías nacionales. Esto ocurrió junto con el desarrollo de las formas representativas de democracia que implicaron la separación de la cives respecto de la polis, los derechos y los deberes del ejercicio efectivo de las funciones y el poder político. Una nueva tríada de valores pasó a primer plano: Liberté, Égalité, Fraternité (Libertad, Igualdad y Fraternidad).

Instituciones, leyes y derechos: agencias para la actualización de los valores

Teorías modernas del pacto social

Los teóricos de la política legitimaron este nuevo estado de cosas a través de teorías del pacto social, que pueden ser divididas en dos ver-siones, inspiradas respectivamente en Hobbes y en Rousseau. A partir de estos autores se desarrollan dos aproximaciones diferentes de lo que en su momento se llamó “Ciencia Moral” y que hoy llamaríamos Ética y Ciencias Sociales entre las cuales también se incluye a la Psicología.

La versión hobbesiana dio por sentado que el pacto social tenía sentido porque los individuos tenían que preservar sus intereses, entre ellos, la seguridad; por eso el Estado (el monstruoso Leviatán) debía imponer el orden para evitar la guerra de todos contra todos. Los empiristas británicos y otros fundadores del liberalismo desarrollaron una visión en la que los intereses individuales constituían el impulso del progreso económico, un acercamiento que convertía a la codicia (anteriormente un vicio) en ambición (una nueva virtud). Este impulso egoísta era contrarrestado por la existencia de sentimientos pro-sociales de compasión, de manera que no se podía sobrepasar al más débil sin que aparecieran sentimientos de culpabilidad. Los liberales presentaban la marcha de la historia como un progreso siempre hacia adelante, como movido por la mano invisible de la Naturaleza. Esta visión optimista de Adam Smith no pudo resistir las

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objeciones de las nuevas contribuciones a la economía liberal, realizadas por Malthus y Ricardo, que subrayaban que los recursos eran siempre más escasos que las necesidades y que los salarios tenían que ser mantenidos a la baja de manera que el capital pudiera ser acumulado y reinvertido. Finalmente, los utilitaristas como Bentham, James Mill y John Stuart Mill entraron en escena y produjeron un punto de vista político en el cual la acción gubernamental debía ser orientada por el principio de utilidad, que define al bien común como el balance positivo que puede existir entre los estados de felicidad e infelicidad de la totalidad de la población de un Estado. Algo que finalmente podría llegarse a conocer gracias a informes o encuestas sociológicas. En resumen, este acercamiento considera a los individuos como movidos por sus propósitos y sentimientos, al Estado como un medio para el impulso de los intereses individuales, y al cambio histórico como el resultado de cierta clase de dinámica natural. Dicho en forma simplificada: los principios psicológicos y las regulaciones de las técnicas políticas y económicas van de la mano, y por ello las Ciencias Morales no serían diferentes de las Ciencias Naturales: ambas se presentan como funcionando siguiendo principios similares a los de la física newtoniana.

El pacto social de Rousseau comienza con una visión más optimista de los seres humanos. Para él, los humanos tienden a la cooperación más que al estado de guerra permanente entre unos y otros como pare-cía pensar Hobbes. Este acercamiento marca una gran diferencia en lo que se refiere a la relación del individuo y el Estado. Mientras que para Hobbes el Estado es un Leviatán frente al cual el individuo resigna su voluntad para que se pueda preservar la paz, para Rousseau el Estado debe ofrecer o garantizar recursos para la cooperación y de ese modo lograr que emerja una voluntad común o volonté generale. Puesto que la voluntad común es el resultado de una negociación, las personas deben obedecer los resultados de esa negociación en tanto acto de libertad, aun cuando no estén de acuerdo con el resultado final. De ese modo, el pacto, la elaboración y la consecución del bien común, es el resultado de un ejercicio racional. Los acuerdos hacen del Estado una agencia para el progreso moral (tanto colectivo como individual) y las reglas morales son el resultado de la deliberación pública que se convierten en imperativos para la dirección u orientación de la acción individual.

Tanto el Estado como el individuo colaboran en el desarrollo de nue-vas reglas para la búsqueda y desarrollo del Bien y se convierten de ese modo (el uno para el otro) en agentes para el desarrollo moral. Las leyes

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y las reglas morales son el resultado de una deliberación, como lo son también los juicios del tribunal de la razón (pública y privada). De ese modo, la conciencia individual es un espacio para la deliberación, para la producción de reglas de conducta y para el juicio, en tanto es también una internalización de la esfera pública. Kant y Hegel continuaron estos argumentos, del mismo modo que lo hicieron posteriormente en el ámbito de la psicología Freud, Kohlberg, Piaget y Vygotsky.

La perspectiva hobbesiana presenta una visión pretendidamente natu-ralista de la vida social y económica y de la misma historia. Cuando el punto de vista evolucionista de Spencer y de Darwin es incorporado a la concepción liberal, de la que es continuación, el orden social pasa a ser con-cebido como el resultado natural de la prevalencia de los mejores, quienes han triunfado en la competencia social, los más preparados, los que han puesto de manifiesto su eficiencia. Por eso no es sólo natural que sean ellos quienes gobiernen, cargando con una mayor responsabilidad y poder, sino que además eso también es bueno para el progreso social en general. El resto de la población (los menos eficientes) puede quedarse disfrutando de los placeres de la vida privada, eso sí, pagando el precio de tener un poder proporcional a su contribución a la vida pública; su participación se reducirá a poder votar, cuando así se les ofrezca. Esta variedad de ciudadanía es la conocida como ciudadanía liberal.

El punto de vista rousseauniano y kantiano, en contraste, es cons-truccionista más que reduccionista. El Estado mismo se concibe como un instrumento fruto de la negociación dentro del espacio público, que genera nuevas instituciones y normas, abriendo a su vez nuevos espacios de participación y ofreciendo recursos para ello.

Haciendo un contraste rápido entre las dos perspectivas sobre el pacto social, se puede decir que, en el primer caso, el Estado es un mal menor que debe tolerarse como un instrumento para garantizar el libre juego de intercambios de deseos y necesidades entre los individuos, aunque debe estarse vigilante para que no se convierta en opresor de esos mismos deseos; mientras que en el segundo, los deseos de los individuos deben negociarse a través de los procedimientos articulados por el Estado para la búsqueda del bien común. O dicho aun más brevemente, según la primera perspectiva, todo el mundo conoce desde el principio cuál es su propio bien, y el bien público es resultado de un cálculo de los bienes individuales; mientras que en el segundo, tanto el bien común como el individual son concebidos como resultado de un producto histórico de continuas negociaciones.

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30 Capítulo 2

Libertades y derechos

Con el tiempo, estas dos perspectivas evolucionaron y los límites entre ellas empezaron a hacerse más borrosos. John Stuart Mill en su trabajo Ensayo sobre la Libertad argumenta que la libertad no puede ser entendida como algo totalmente primordial o natural ni tampoco como la capacidad de conseguir el objeto de deseo cuando uno quiera. Al contrario, la libertad sería el resultado de liberarse a uno mismo de la tiranía de la inmediatez y abrir nuevas alternativas para la acción. Así vista, la libertad no sería algo natural sino algo que uno puede alcanzar conquistando con gran esfuerzo algunos espacios para la autonomía. Ello hace que los derechos sean un producto histórico de los esfuerzos socioculturales por abrir nuevas posibilidades de acción con menores grados de dependencia respecto de los poderes (sociales o naturales) existentes, lo que crea nuevos espacios para el ejercicio de la autonomía; es decir, son los derechos los que dan lugar a la libertad. Esa es la razón por la cual el concepto de “derechos” es tan frágil; los derechos no son propiedades naturales sino realidades culturales nacidas de la creación de pactos sociales. Para que los derechos se impongan se requieren recursos e instituciones, así como la disposición de los ciudadanos para el cum-plimiento de sus deberes.

Así vistos, los derechos se crean histórica y socialmente y nos libe-ran de algunas limitaciones naturales tales como la sumisión a la fuerza bruta, ya sea natural o social. Los derechos legales (propiedad, justicia, voto), los derechos sociales (salud, educación, vivienda, trabajo), los derechos humanos (conservación de la vida, libertad de pensamiento, diálogo) no son en absoluto naturales en el sentido de que no podrían existir en la naturaleza sin la cultura; por el contrario, son el resultado de esfuerzos para abrir y crear espacios para el ejercicio de la libertad. Por ello son enteramente artificiales y una consecuencia de la creación de normas que ordenan la vida social de una forma que hacen posible que los individuos adquieran nuevas propiedades como sujetos, en el doble sentido de convertirse en agentes y ciudadanos del Estado. Así, los derechos crean nuevas capacidades para el individuo quien, como resultado, se convierte en una entidad cultural (una persona) capaz de planificar su propio futuro imaginando nuevas formas de construirse a sí mismo. Los derechos pertenecen al dominio ético y proporcionan a los humanos un rasgo bastante “antinatural”, la dignidad (Marina, 1995).