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. INTRODUCCIÓN A pesar de que en nuestro día a día apenas lo percibamos, el hombre es por ex- celencia un animal narrativo . Desde la infancia, el niño entra en contacto con una «galaxia» plagada de narraciones que tendrá que aprender a descifrar: lo que en principio es sólo una mera sucesión de ilustraciones o palabras (las de las canciones infantiles, los cuentos, los dibujos animados) se hilvana y convierte en historias con planteamiento, nudo y desenlace. Y ello gracias a la «competencia narrativa» de nues- tra cultura, es decir, a esa capacidad de comprender y crear narraciones que los ha- blantes vamos adquiriendo con nuestro aprendizaje cultural (Valles Calatrava, , p. ). Afirma el escritor italiano Claudio Magris que «quien narra una historia, cuenta el mundo». La narración es un vehículo para entender la realidad y para comunicarnos con los demás. Sin conciencia de ello, la utilizamos diariamente en nuestras relaciones familiares y laborales (porque contamos qué tal nos ha ido en el dentista o nuestro fin de semana), y absorbemos a su vez las narraciones de los anuncios publicitarios, de las noticias y reportajes de la prensa y televisión, de las películas, de los chistes, de la música de moda y hasta de los videojuegos. No nos puede extrañar, pues, que muchas de las manifestaciones artísticas del ser humano se materialicen en el relato, y que el narrativo se haya convertido en uno de los tres grandes géneros de la tríada, junto al lírico y al dramático. Ya antes de que la Literatura se tornara littera (se plasmara en letra, por tanto), la oralidad sostenía un gran cauce de narraciones, a menudo de carácter mítico o religioso. Leyendas, fábu- . Introducción . El pacto narrativo: autor, autor implícito , narrador . Historia y discurso , de Aristóteles a la narratología . El discurso narrativo ( ): a) La voz . Bibliografía básica CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA. TEORÍA Y PRÁCTICA DEL RELATO, I CAROLINA MOLINA FERNÁNDEZ* IES Augustóbriga. Navalmoral de la Mata * Carolina Molina es doctora por la Universidad de Extremadura. Recientemente ha publicado Gabriel García Márquez: crónica y novela , Cáceres: Universidad, .

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. INTRODUCCIÓN

A pesar de que en nuestro día a día apenas lo percibamos, el hombre es por ex-celencia un animal narrativo. Desde la infancia, el niño entra en contacto con

una «galaxia» plagada de narraciones que tendrá que aprender a descifrar: lo que en principio es sólo una mera sucesión de ilustraciones o palabras ( las de las canciones infantiles, los cuentos, los dibujos animados) se hilvana y convierte en historias con planteamiento, nudo y desenlace. Y ello gracias a la «competencia narrativa» de nues-tra cultura, es decir, a esa capacidad de comprender y crear narraciones que los ha-blantes vamos adquiriendo con nuestro aprendizaje cultural (Valles Calatrava, , p. ).

Afi rma el escritor italiano Claudio Magris que «quien narra una historia, cuenta el mundo». La narración es un vehículo para entender la realidad y para comunicarnos con los demás. Sin conciencia de ello, la utilizamos diariamente en nuestras relaciones familiares y laborales (porque contamos qué tal nos ha ido en el dentista o nuestro fi n de semana), y absorbemos a su vez las narraciones de los anuncios publicitarios, de las noticias y reportajes de la prensa y televisión, de las películas, de los chistes, de la música de moda y hasta de los videojuegos.

No nos puede extrañar, pues, que muchas de las manifestaciones artísticas del ser humano se materialicen en el relato, y que el narrativo se haya convertido en uno de los tres grandes géneros de la tríada, junto al lírico y al dramático. Ya antes de que la Literatura se tornara littera ( se plasmara en letra, por tanto), la oralidad sostenía un gran cauce de narraciones, a menudo de carácter mítico o religioso. Leyendas, fábu-

. In t roducc ión . E l pac to na r r a t ivo : au to r , au t o r imp l í c i t o , n a r r ador . Hi s t o r i a y d i s c u r s o , d e Ar i s tó t e l e s a l a na r r a to log í a . E l d i s cu r so na r r a t ivo ( ) : a ) La voz . B ib l i og r a f í a bá s i c a

CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA. TEORÍA Y PRÁCTICA DEL RELATO, I

CAROLINA MOLINA FERNÁNDEZ*IES Augustóbriga. Navalmoral de la Mata

* Ca ro l i na Mo l ina e s doc to r a po r l a Un ive r s i dad de Ex t r emadura . Rec i en t emen te ha pub l i c ado Gab r i e l Ga r c í a Má rqu ez : c r ó n i c a y n o v e l a , Cáce r e s : Un ive r s i dad , .

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PER ABBAT

las, mitos y poemas épicos cedieron su lugar en la historia a otras manifestaciones narrativas como la novela o el cuento, pero a pesar de su diferente transmisión (oral, escrita ), de su modo de presentación (verso, prosa) o de su procedencia, todas tienen en común el hecho de contar una historia.

Pero, ¿por qué es narrativo un texto? ¿Cuáles son los rasgos que nos permiten afi rmar que una obra como Don Quijote de La Mancha es una novela? La Teoría Li-teraria, como disciplina encargada de refl exionar acerca del carácter literario de los discursos, ha intentado responder a preguntas semejantes. A este respecto, el siglo nos ha deparado un importante volumen de estudios que han alumbrado el camino, hasta el punto de que hoy podemos hablar de una ciencia de los relatos a la que se le ha bautizado con el nombre de Narratología.

En las siguientes páginas intentaremos, pues, ofrecer un compendio de aquellos aspectos de la teoría del relato que nos permitan acercarnos a la narración literaria con una perspectiva un tanto más crítica. Se trata de profundizar un poco más en lo que García Márquez ha llamado, con una metáfora muy ilustradora, los «tornillos del relato», es decir, en aquellos elementos que ayudan a «armar» una novela. Para ello, se ha recurrido con frecuencia a textos narrativos que ilustran las refl exiones teóricas. Con el análisis no se pretende ejercitar una mera disección entomológica: estas pági-nas son un ejercicio de lectura que se vale de instrumentos de precisión retóricos. Sin lugar a dudas, profundizar en los textos narrativos puede ayudarnos en esa labor de enseñar a descodifi car mensajes que realizamos los profesores en las horas de Lengua y Literatura.

. EL PACTO NARRATIVO: AUTOR, AUTOR IMPLÍCITO Y NARRADOR

Abrir un libro, aceptar un tratoHay un breve relato de Julio Cortázar, «La continuidad de los parques» ( recogido en Juegos. Ritos. Azares ), que como otros muchos del escritor argentino refi ere un hecho imposible, que se ha aderezado esta vez con ecos cervantinos y reminiscencias de novela negra. El protagonista de este cuento se sienta en un sillón, mirando a su jar-dín, y comienza a leer la novela por la que se siente fascinado en los últimos tiempos. Inmerso por completo en la trama, no es consciente de que en ese libro se planea su propio asesinato. Los personajes de la narración preparan un homicidio, que resulta ser el del lector personaje: éste contempla absolutamente inconsciente su propio fi n. El título del cuento alude a la imposible fusión entre la vida novelesca y la vida real: el parque que contempla desde su ventana el protagonista se solapa al otro bosque, al de los seres de papel. Dicho espacio físico, tan recurrente en la literatura y en el folklo-seres de papel. Dicho espacio físico, tan recurrente en la literatura y en el folklo-seres de papelre, se torna mágico pasadizo entre la novela y la vida, y de ahí ese título tan misterioso que recalca la «continuidad». El protagonista del cuento no ha sabido o no ha podido diferenciar entre la fi cción y el mundo real, de la misma manera que Don Quijote tampoco pudo discernir entre un yelmo y una bacía de barbero.

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CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA

El cuento de Julio Cortázar resalta un aspecto que es común a toda literatura: en el acto de leer, nos abandonamos por completo al autor del libro, aceptamos aquello que nos cuenta como si fuera verdad, y tales condiciones duran hasta el momento de como si fuera verdad, y tales condiciones duran hasta el momento de como sicerrarlo. Cuando abrimos un relato literario (novela, cuento, poema épico... ), hemos de admitir como real aquello que se nos cuenta. Es decir, como lectores nos entrega-mos por completo al mundo que nos ofrece el autor, y de ninguna manera podemos cuestionar las «verdades» que contiene dicha obra. A nadie se le ocurre, por ejemplo, poner en duda que el padre del niño que concibe Fortunata sea Juan Santa Cruz (en Fortunata y Jacinta ), o que una jovencita se vea obligada a casarse con un monstruo en el cuento La Bella y la Bestia, o que los extraterrestres invadan la tierra como detalla George Orwell en La guerra de los mundos. No importa lo apegado a la reali-dad, lo fantástico o lo «descabellado» de aquello que se nos refi era: abrimos el libro, y mientras no lo cerremos y nos olvidemos de él, hemos de suscribir todo lo que se nos relata.

Ese contrato tácito que establece el receptor con cada una de las obras que des-cifra ha recibido diversas denominaciones. El poeta inglés W. S. Colerigde lo llamó la willing suspension of disbelief, la «voluntaria suspensión del descreimiento». Darío Villanueva denomina a esto mismo la epojé literaria, utilizando un término procedente de la fi losofía griega clásica. Según Villanueva, la epojé (que se podría traducir como «suspensión del juicio») se produce cuando leemos un texto artístico y «aceptamos como aserciones o juicios auténticos los que se nos cuenta» (Villanueva, , p. ). José María Pozuelo Yvancos habla del «pacto narrativo», y es quizá esta expresión la más extendida entre los teóricos españoles:

En e f ec to, e l d i s cu r so de l un r e l a to e s s i empre una o rg an i z ac ión con -venc iona l que s e p ropone como ve rdade r a . En e l mundo de l a f i c c ión […] pe r manecen en su spenso l a s cond i c iones de ve rdad r e f e r i da s a l mundo r e a l en que s e encuen t r a e l l e c to r an t e s de ab r i r e l l i b ro. […] Ese pac to e s e l que de f ine e l ob j e to —la nove l a , e l cuen to, e t c .— como ve rdad y en v i r tud de l m i smo e l l e c to r ap rehende l a s cond i c iones de Enunc i a c ión -Rece pc ión que s e dan en l a m i sma […] . No hay nove l a que no inv i t e a l l e c to r a a ce p t a r una r e -tó r i c a , una o rdenac ión convenc iona l po r l a que e l au to r , que nunca e s t á p ro -p i amen te como pe r sona […] , a c aba d i s f r a zándose cons t an t emen te , c ed i endo su pape l a pe r sona j e s que a vece s son muy d i s t i n to s de s í . En t r a r en e l p ac to na r r a t ivo e s a ce p t a r una r e tó r i c a po r l a que l a s i t u ac ión enunc i a c ión - r ece p -c ión que s e o f r ece den t ro de l a nove l a e s d i s t i ngu ib l e de l a s i t u ac ión fue r a de l a nove l a (Pozue lo Yvancos, , p. ) .

Las palabras de Pozuelo profundizan en uno de los aspectos más estudiados por los teóricos de la fi cción literaria. Si por una parte está la literatura, con sus personajes de papel, y por otro la vida, tendremos que afi rmar que el autor «nunca está propia-mente como persona», que «acaba disfrazándose constantemente, cediendo su papel a personajes que a veces son muy distintos de sí». Así, por poner un ejemplo extremo, el hecho de que Raskólnikov asesine a una vieja usurera en Crimen y castigo no quiere

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decir en absoluto que Dostoievski haya precisado probar tal experiencia para repre-sentarla, de la misma forma que no hace falta haber estado en la Tierra Media para describir a un hobbit como lo hace Tolkien (aunque en ciertas épocas esto se olvida, recordemos las acusaciones a Flaubert tras la publicación de Madame Bovary, y el famoso aserto «Madame Bovary, c’est moi» ).

Sucede que los escritores, conscientes de la efectividad del pacto narrativo, a me-nudo favorecen la exhibición y relevancia de algún aspecto biográfi co (aunque sólo sea el nombre) en sus propios relatos. Con ello se logra un efecto de gran verosimi-litud: por ejemplo, en Pabellón de reposo ( ), de Camilo José Cela, un tal «C.J.C.» fi rma muchas de las cartas que conforman esta obra, y el protagonista de El castillo ( ) de Kafka aparece nombrado siempre como «K»; inevitablemente, pensamos que alguna relación tienen ambas siglas con estos dos escritores. Hay incluso algunos autores que se convierten en verdaderos seres de papel: recordemos que «Miguel de Unamuno» es un personaje de Niebla ( ), o que en La vida exagerada de Martín Romaña ( ), novela de Bryce Echenique, un tal «Alfredo Bryce Echenique» llama a la puerta de la habitación parisina de Martín y mantiene una larga conversación con el joven.

El juego llega hasta tal punto que ciertos autores han bautizado con sus propios nombres a los personajes narradores de sus novelas. En El filo de la navaja ( ), novela del escritor inglés William Somerset Maugham, el narrador dice llamarse So-merset Maugham, y con frecuencia se hace alusión a su ofi cio de escritor. Lo mismo sucede en La piel ( ), del italiano Curzio Malaparte: el narrador, llamado «Curzio Malaparte», acompaña a las tropas americanas en su viaje por Italia, y detalla la cruel-dad de los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. La más reciente Soldados de Salamina ( ), de Javier Cercas, está narrada por un periodista que curiosamente se llama «Javier Cercas», y que investiga un episodio confuso de la vida del falangista Rafael Sánchez Mazas.

Es verdad que el autor puede servirse de sus vivencias para su material narrativo, pero en absoluto podemos afi rmar que ese ser de papel, fi ccionalizado, sea el escritor real, el de fuera de las páginas.

¿Quien escribe es quien existe?Para salvar tal escollo, esa línea que separa la vida y la novela, la teoría literaria acuñó los términos técnicos de «autor» y «narrador». A pesar de que el lector común tien-da a manejarlos como sinónimos, conviene diferenciar ambos vocablos: autor es la persona de carne y hueso, ser empírico que escribe la obra, su nombre suele aparecer en la portada y con suerte fi rma ejemplares en las ferias del libro; el narrador, sin em-narrador, sin em-narradorbargo, es aquella instancia de la propia narración que nos cuenta el relato, se trata de un ente fi cticio más o menos personalizado —ya lo veremos más adelante—, que en ocasiones es bautizado con el mismo nombre que su creador. Así, por ejemplo, Láza-ro de Tormes es el narrador del Lazarillo, pero la crítica todavía no se ha puesto de

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CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA

acuerdo en ponerle nombre a su anónimo autor. La diferencia autor/narrador resulta tan vieja como la propia literatura, y conviene tenerla en cuenta porque llamar «autor» a quien narra (por mucho que coincidan nombres y hechos biográfi cos) es hacer un fl aco favor a los escritores, es tragar el anzuelo del pacto narrativo hasta en el propio ejercicio de interpretar un texto.

Ahora bien, sí que es cierto que en ocasiones los autores pueden exponer su ideo-logía en las obras, y servirse de sus narradores para explicar su propia concepción de mundo. Por ejemplo, a juzgar por lo expuesto en La cabaña del Tío Tom ( ), tende-remos a pensar que su autora, Harriet B. Stowe, se muestra a favor de la abolición de la esclavitud, de la misma manera que tras leer Germinal ( ) de Émile Zola nadie creerá que el naturalista francés considera justas las formas de vida de los mineros en el siglo : en ambos casos, percibimos la denuncia de las condiciones de miseria en dos continentes y en dos épocas. Ello sucede también en otras disciplinas artísticas como el cine: después de haber visto, por ejemplo, La lista de Schindler ( ) de Steven Spielberg o El pianista ( ) de Roman Polanski es difícil que un especta-dor considere que ambos cineastas se muestran a favor, o siquiera son indiferentes, a la barbarie del nazismo. En estos casos, podríamos afi rmar que las ideas del autor real, ser de carne y hueso, coinciden con lo expuesto en las novelas o en las películas. Pero, ¿qué sucede, por ejemplo, en las obras por encargo?, ¿qué ocurre cuando nada sabemos del autor? Pensemos que durante los Siglos de Oro españoles muchos dra-maturgos escribieron textos dramáticos donde se ensalzaba el sistema monárquico y la fi gura del rey: ¿era ésta la verdadera opinión de sus autores, o tan sólo cumplían con su deber de asalariados?

Precisamente porque no siempre las ideas del autor real han de coincidir con las del narrador, la teoría del relato emplea otro vocablo al aludir a la representación del autor en la novela. En , el crítico inglés Wayne Booth utilizó en su libro La retó-rica de la ficción el sintagma «autor implícito» para referirse a la imagen del autor, a la idea del autor que nos queda después de la lectura:

Según su de f in ido r [ s e r e f i e r e a Boo th ] , e l au to r imp l í c i to e s l a imag en que e l au to r r e a l p royec t a de s í m i smo den t ro de l t ex to. Se t r a t a , pues, de una r e a l i d ad i n t r a t ex tua l —aunque no s i empre exp l í c i t amen te r e p re sen -t ada— e l aborada por e l l e c to r a t r avé s de l p roce so de l e c tu r a , que puede en t r a r en ab i e r t a con t r ad i c c ión con e l na r r ador. Es un hecho e spec i a lmen te ev iden te cuando e l na r r ador l evan t a so spechas sobre su s i nce r idad o ve rda -de ro conoc im ien to de l o s hechos. Lo impor t an t e e s que e l au to r imp l í c i to s i en t a l a s ba se s, l a no r mas —según Boo th , de c a r ác t e r mora l— que r i g en e l f unc ionamien to de l r e l a to y, cons i gu i en t emen te , su i n t e r p re t a c ión (Gar r i do Domínguez , , p. ) .

Por tanto, y de modo general, las ideas del autor implícito suelen coincidir con las del autor real, aunque hay numerosos ejemplos donde no sólo no armonizan sino que son plenamente contradictorias. El caso de Fernán Caballero es ilustrativo a este

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respecto: Cecilia Böhl de Faber, autora absolutamente liberal en su vida real, defendió siempre posturas reaccionarias en sus novelas (y así lo demostró Montes Doncel, en una monografía de ).

No todos los teóricos del relato se muestran a favor de esta noción de autor implí-cito (es un ejemplo relevante el de Gérard Genette, de él hablaremos más adelante), pero lo cierto es que se trata de un concepto que ayuda a entender de qué forma la vida y la literatura tienen nexos en común, a pesar de que los separe la frontera del papel:

Afi rma Roland Barthes, y es un aserto que se repite mucho entre los teóricos de la fi cción, que «quien escribe no es quien existe»: como acabamos de ver, el narrador puede llegar a ser una entidad muy diferente al autor, aunque también es posible que las líneas del relato se conviertan en resquicios de la ideología de este último. He aquí una de las grandezas del pacto narrativo.

. HISTORIA Y DISCURSO , DE ARISTÓTELES A LA NARRATOLOGÍA

Un breve paseo por la reflexión sobre el relatoComo puede suponerse, existen múltiples y muy diferentes acepciones de «relato», casi tantas como escuelas y autores se han acercado a él, de forma que resulta muy difícil conformar una defi nición que satisfaga plenamente (un intento loable es la entrada «narración» del Diccionario de términos literarios de D. Estébanez Calderón). Ahora bien, en Occidente la primera refl exión sobre el hecho de narrar corresponde a los clásicos, en concreto a Aristóteles. Tanto en la Poética como en la Retórica, el fi lósofo griego formuló algunas propuestas que han cimentado las deliberaciones posteriores sobre el texto narrativo.

AUTOR LECTOR

NOVELA:

AUT OR IMPLÍCIT O( i d eo log í a de l au to r )

NARRADOR

PACTO NARRATIVO

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CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA

Esa larga cadena de refl exión sobre la narratio (que continuaron Quintiliano, Cice-rón, las retóricas y poéticas medievales y renacentistas... ) es recogida por las distintas escuelas del siglo ; especial relevancia han adquirido para el análisis narrativo las propuestas del Formalismo Ruso.

Movidos por la pretensión de buscar la literariedad (es decir, aquello que más allá del tema dota a un texto de carácter literario), los formalistas rusos inauguraron un modelo de análisis inmanente, ajeno por tanto a todo aquello que no estuviera en el «texto». A los formalistas rusos les preocupaba la «forma» del relato y no tanto el contenido o los aspectos biográfi cos que se cuelan tras la palabra artística, y con ello se alejaron enormemente de los modos de la crítica decimonónica. Son un resultado de tales planteamientos la famosa Morfología del cuento del folclorista Vladimir Propp, así como las investigaciones de Tomachevki, Tinianov, Sklovski, Eichenbaum... Todos estos estudios se consideran hoy un referente para los narratólogos.

A pesar de que el Formalismo Ruso se consolida como escuela teórico-literaria en la década de los veinte, sus aportaciones se conocieron muy tarde en Europa, en torno a los años sesenta. Resultaron determinantes el tratado de Víctor Erlich (El formalismo ruso, de ) y la recopilación y traducción que hizo Tzvetan Todorov de algunos de estos estudios (Teoría de la literatura de los formalistas rusos, de ). Sucede que la difusión de tales ideas no es ajena al auge del Estructuralismo, y que esta corriente lingüística, bajo el magisterio de Jakobson (quien ya había pronunciado su famosa conferencia Lingüística y Poética ), absorberá muchos de los fundamentos de los formalistas rusos.

El Estructuralismo, especialmente en su rama francesa, se afana en confi gurar una «gramática del relato», un modelo descriptivo y teórico de validez general: ha nacido la Narratología. Autores como Greimas, Brémond, Barthes, Todorov, Genette publicarán a lo largo de los setenta estudios donde se combinaban las propuestas teó-ricas y su aplicación práctica en obras como el Decamerón, Las amistades peligrosas, En busca del tiempo perdido, el noveau roman... Hoy en día, muchos de estos estudios han sido criticados porque su excesivo apego al texto y su estructura impediría ver la complejidad de ese fenómeno comunicativo que es la literatura, pero lo cierto es que abrieron una brecha en las investigaciones sobre la narrativa. Tampoco podemos olvidar que el mundo anglosajón, con los escritores Henry James y E. M. Forster en la vanguardia, ha originado una interesante producción de la mano de Wayne Booth, Norman Friedman, Seymour Chatman, cuyas monografías se han conver-tido ya en clásicos del relato. En el ámbito hispánico, cabe destacar trabajos como los de Mario Baquero Goyanes (Estructuras de la novela actual ) y M.ª del Carmen Estructuras de la novela actual ) y M.ª del Carmen Estructuras de la novela actualBobes Naves (Teoría general de la novela ), ambos con una perspectiva semiótica muy enriquecedora.

Tras la explosión estructuralista de los años y , no podemos olvidar la im-portancia que para los estudios del relato posee la refl exión de otras escuelas teórico-literarias como la Estética de la Recepción, la Lingüística del Texto o la Pragmática Literaria. Y todavía falta por ver, en los próximos años, las aportaciones de las teorías

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feministas, del postcolonialismo o de los estudios del canon (para una explicación de todas estas corrientes, es muy recomendable la monografía coordinada por D. Villa-nueva, Curso de Teoría de la Literatura, ).

El qué y el cómo: historia y discursoEn su Poética, Aristóteles estableció una distinción que ha cimentado gran parte de las especulaciones posteriores sobre el hecho narrativo: el fi lósofo griego advertía ya de que una cosa son los hechos, los sucesos de una historia, y otra un tanto diferente el modo en que se organizan tales acciones, la «estructuración», la «composición de los hechos» (Poética: a y ss ). Dicho de otra forma, para Aristóteles convenía dis-tinguir entre qué se cuenta y cómo se cuenta, entre el suceso en sí y la fábula (mythós es el vocablo que emplea). Por ejemplo, la conocidísima «Caperucita Roja» resultaría un tanto divergente si convertimos en narradora de su aventura a la propia niña, si se cuenta desde la perspectiva de un lobo hambriento que se topa con un exquisito manjar, o si comenzamos la historia por el fi nal. En cualquiera de los tres casos, el ar-gumento —la historia— es el mismo, pero variaría notablemente el discurso, la forma en que se exponen y organizan las acciones del cuento.

Esta divergencia entre el qué (historia ) y el cómo (discurso) ha sido mantenida por quienes se han ocupado de la narración a lo largo del siglo . Es cierto que los narratólogos han recurrido a diferentes designaciones —a veces con esquemas un poco más complicados, es el caso del de G. Genette ( )—, pero todas fomentan una dicotomía que recuerda a la del signifi cante/signifi cado, enunciación/enunciado, verba/res empleada por la Lingüística (vid. Chatman, , pp. – ). La siguiente tabla recoge las denominaciones más empleadas; como se observa, algunas de ellas se citan en sus lenguas de origen pues así se las encontrará el lector en las monografías especializadas. En cualquier caso, utilizaremos para estas páginas la última de ellas, perteneciente a la Narratología estructural (recogida por Bal, , y Chatman, ):

Resulta muy interesante comprobar cuáles son los procedimientos que tornan una historia más o menos conocida, más o menos previsible, en discurso novelesco. Por ejemplo, un tema muy recurrente en el siglo , el adulterio femenino, propi-ció varias novelas —varios discursos— bastante disparejos entre sí (Madame Bovary de Flaubert, Ana Karenina de Tolstoi, La Regenta de Clarín, El primo Basilio de Eça

QUÉ CÓMO

Ar i s tó t e l e s suce so f ábu l a (m y t h ó s )

For ma l i smo t r ama a rgumento ( sjuzet )

C r í t i c a ang lo s a jona s t o r y p l o t

Nouve l l e c r i t i que r é c i t r a c o n t é r é c i t r a c o n t a n t

Nar ra to log í a h i s to r i a d i s cu r so

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CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA

de Queirós), y así lo ha advertido la crítica. Los escritores son muy conscientes de que la literatura se hace, sobre todo, cincelando la forma, convirtiendo una historia en una «estructuración», en una «composición» única y peculiar. El principio de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez nos ofrece una sencilla muestra de qué tipo de operaciones puede realizar un novelista para transformar la materia narrativa ( las cursivas son nuestras ):

E l d í a que l o i b an a ma t a r , S an t i ag o Nasa r s e l e va n t ó a l a s 5 . 30 d e l a mañana pa ra e spe r a r e l buque en que l l e g aba e l ob i spo. Hab í a s o ñ a d o que a t r ave s aba un bosque de h i gue rones donde c a í a una l l ov i zna t i e r na , y po r un in s t an t e fue f e l i z en e l sueño, p e r o a l d e s p e r t a r s e s i n t i ó po r comp le to s a lp i c ado de c ag ada s de pá j a ro s. «S i empre soñaba con á rbo l e s » , me d i j o P l á c i d a L i n e r o , s u mad r e , e v o c a n d o añ o s d e s p u é s l o s po r menore s de aque l l unes i ng r a to. «La s emana a n t e r i o r h a b í a s o ñ a d o que i ba so lo en un av ión de pape l de e s t año que vo l aba s in t ropeza r po r en t r e l o s a lmendros » , me d i j o. Ten í a una r e pu t ac ión muy b i en g anada de i n t é r p re t e de l o s sueños a j enos, s i empre que s e l o s con -t a r an en ayunas, pe ro no hab í a adve r t i do n ingún augu r io a c i ag o de e sos dos sueños de su h i j o, n i en l o s o t ro s sueños con á rbo l e s que é l l e hab í a con t ado en l a s mañanas que p r eced i e ron a su muer t e .

Tampoco San t i ag o Nasa r r e conoc ió e l p r e s ag io. Hab í a do r mido poco y ma l , s i n qu i t a r s e l a ropa , y d e s p e r t ó c o n d o l o r d e c a b ez a y con un s ed imen to de e s t r i bo de cobre en e l p a l ada r , y l o s i n t e r p re tó como e s t r ag os na tu r a l e s de l a pa r r anda de bodas que s e hab í a p ro long ado ha s t a d e s p u é s d e l a m e d i a n o -c h e . Más aún : l a s muchas pe r sonas que encon t ró de sde que s a l i ó de su c a s a a l a s . h a s t a que f u e d e s t a z a d o c omo un c e r d o u na h o r a d e s p u é s , l o r e co rdaban un poco soño l i en to pe ro de buen humor, y a todos l e s comentó de un modo ca -sua l que e r a un d í a muy he r moso (Crón i c a d e u n a mu e r t e a nun c i a d a , pp. – ) .

El fragmento refi ere las últimas horas de vida de Santiago Nasar: el asesinado había tenido diferentes sueños a lo largo de la semana que precedió a su fi n, ha asis-tido a una boda la noche anterior, sueña con «un bosque de higuerones», se despierta con dolor de cabeza, se levanta a las . de la mañana, sale de su casa a las ., y es asesinado «como un cerdo» una hora después. Toda esta información, además, es recogida por el narrador veintisiete años después en boca de su madre. El resumen que se acaba de esbozar (es decir, la historia ) nada tiene que ver con la forma en que se ha dispuesto, con el discurso fi nal.

Se podrá comprobar por los subrayados que tales referencias no aparecen en el or-den en que han sido enunciadas: el narrador se ha encargado de romper por completo la linealidad cronológica, de modo que el pasaje transmite un absoluto caos temporal. Evidentemente, esta operación sobre la historia posee una intención, significa algo: un poco más adelante averiguaremos que quien narra pretende reconstruir el crimen de este amigo de la juventud bastantes años después, y para ello ha regresado al pue-blo con el propósito de entrevistar a todos aquellos que lo vivieron. Como sabrán quienes hayan leído la obra, el trasfondo policíaco de la novela no está descubrir la identidad del asesino ( la muerte se nos anuncia desde el título), sino en la difi cultosa

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reconstrucción de la secuencia de los hechos, en la maraña de datos y versiones a que se enfrenta el lector. En este sentido, el desorden de este principio inaugura un proce-der retórico que se convierte en la pauta estructural de todo el texto.

Pensemos, por otra parte, en el tipo de narrador que García Márquez ha elegido para esta novela: quien cuenta aparece como un personaje de la historia, por lo que deducimos de esa entrevista con la madre a la que hace referencia («me dijo Plácida Linero, su madre, evocando años después los pormenores de aquel lunes ingra-to»). La novela está contada, por tanto, en primera persona: el autor necesitaba de un personaje «de carne y hueso» que fuera recogiendo las diferentes interpretaciones. Este tipo de cronistas aporta al relato una buena dosis de verosimilitud, porque quien cuenta tiene nombre, «presencia corporal» en el texto, y posee también las mismas limitaciones cognitivas y físicas que los seres humanos. Así sucede, por ejemplo, en las novelas policíacas del escritor americano Raymond Chandler (El sueño eterno, La dama del lago, El largo adiós ), en las que el investigador privado Philip Marlowe narra en primera persona sus avatares detectivescos. Veremos más adelante que en casos como el citado el mundo novelesco queda enmarcado en la propia percepción sensorial y cognitiva del narrador-personaje, y así sucede también en Crónica de una muerte anunciada.

Resulta también signifi cativo que la primera versión de la reconstrucción del crimen pertenezca a un familiar muy directo de Santiago Nasar. El hecho de que se privilegie la perspectiva de la mujer nos obliga a empatizar de una forma muy sutil con el entorno de la víctima. Sin saberlo, se ha inducido al lector a ponerse del lado de esta familia en el drama de honor que desencadena la tragedia, y que el narrador drama de honor que desencadena la tragedia, y que el narrador drama de honordescubrirá poco después. Las palabras de Plácida Linero nos instan a compartir el su-frimiento de madre, acentuado además porque en este caso no ha servido su facultad de interpretar sueños: curiosamente, fue incapaz de descifrar el presagio oculto tras los de su hijo («pero no había advertido ningún augurio aciago de esos dos sueños de su hijo»), con lo que ya desde aquí advertimos el signo de fatalidad recogido en el propio título (si la muerte es anunciada, ¿por qué no se pudo evitar? ). Piénsese, en todo caso, cuán diferente habría sido la novela si el narrador hubiera dado voz a los asesinos de Santiago Nasar.

Obsérvese además que se ha empleado el estilo directo, que se citan textualmente las palabras de los personajes: «me dijo», «me dijo». Todo ello dota de credibilidad a lo que se cuenta, porque se simula exponer sin ningún tipo de fi ltro los comentarios de la mujer. Este estilo directo está vinculado también al remedo del lenguaje perio-dístico que posee la obra (es una «crónica»), y que se puede observar también en las precisiones numéricas («a las .», « años después», «a las .» ), tan gratas a García Márquez.

Parece evidente, pues, que el autor ha realizado maniobras de selección narrativa al menos en cuatro aspectos: en el tiempo (desorden cronológico), en quién cuenta la historia (un narrador en primera persona), en el punto de vista que privilegia (el de la madre), y en el modo de exponer los acontecimientos (estilo directo). Pues

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bien, veremos en las siguientes páginas que éstas son cuatro de las distinciones con las que la narratología explica ese proceso mediante el cual una historia se convierte en discurso.

Advertimos, ya desde aquí, que este breve compendio sobre cómo se analiza una novela se centrará en lo que algún teórico ha denominado la «narratología del dis-curso»: nos detendremos en aquellos conceptos narratológicos más estrechamente ligados a la elocutio verbal. Dejaremos a un lado el estudio de la manera en que se secuencian los acontecimientos (conceptos de motivo, función, núcleos y catálisis... ), y el análisis del espacio y de los personajes. Son todos ellos aspectos muy interesantes y profundamente tratados por la crítica, tal y como puede comprobar el lector en la bibliografía adjunta.

. EL DISCURSO NARRATIVO

Lo acabamos de ver: la historia se hace discurso a través de palabras. De la misma manera que la retórica clásica sistematizó y clasifi có las fi guras como fórmulas «que se apartan de las más habituales con fi nes expresivos o estilísticos» (DRAE ), podemos hablar de «fi guras de la narración» (Pozuelo Yvancos), es decir, de aquellos procedi-mientos con los que cuenta el autor para armar una narración. Nos detendremos en cuatro categorías que, al igual que las fi guras retóricas, se hallan íntimamente ligadas a la propia elocutio, a la forma elegida por el autor para construir su narración. De ellas se ha ocupado especialmente la crítica francesa (Todorov, Genette):

a) la voz, es decir, aquella instancia que nos cuenta el relato.b) la focalización, el punto de vista desde el que se nos cuenta el relato.c) el tiempo, la disposición cronológica de la narración.d) el modo, la forma en que se reproduce lo contado.

a) LA VOZ

La palabra «narrador» procede en última instancia del vocablo latino gnarus (adjetivo derivado del verbo gnosco o nosco, «conocer» ), que se suele traducir al español como «sabedor». La etimología prueba la enorme importancia que tiene esta categoría na-rrativa: el narrador es el puente que el autor nos tiende hacia la fi cción; la narración nos llega a través de sus palabras, y precisamente de su sabiduría (aunque como precisa Chatman saberlo todo no signifi ca contarlo todo) dependemos los lectores. Los estudios sobre el narrador han insistido siempre en su doble papel de hablante y de organizador de toda la información, el narrador maneja los hilos del relato pero a su vez da forma al discurso a través de sus palabras. Lo explica con claridad M.ª del Carmen Bobes Naves:

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El na r r ador , e s a pe r sona f i c t a , s i t u ada en t r e e l mundo emp í r i co de l au to r y de l o s l e c to r e s y e l mundo f i c c iona l de l a nove l a , y que a vece s s e pa s a a l mundo de l a f i c c ión como un pe r sona j e obse r vador , e s e l c en t ro hac i a e l que conve rg en todos l o s s en t i dos que podemos encon t r a r en una nove l a , y de l que pa r t en toda s l a s man ipu l a c iones que s e pueden s eña l a r en e l l a , pue s e s qu i en d i spone de l a voz en e l d i s cu r so y de l o s conoc im ien tos de l mundo na r r ado ; é l e s qu i en da cuen t a de l o s hechos, e l que e l i g e e l o rden , e l que u s a l a s pa l ab r a s en l a fo r ma que c r ee más conven i en t e , y a pa r t i r de aqu í cons -t r uye con un d i s cu r so ve rba l un r e l a to nove l e s co, do t ado de s en t i do p rop io que p rocede de l con jun to de l a s un idades t ex tua l e s y de su s r e l a c iones. Toda l a ma te r i a , t oda s l a s func iones y r e l a c iones que g ene r an s en t i do en una no -ve l a t i enen su cen t ro en l a f i gu r a de l na r r ador (Bobes Naves, , p. ) .

No parece posible, pues, que exista una narración sin una voz que la cuente, tal y como sostuvo durante una parte del siglo cierta crítica angloamericana (Percy Lubbock, Norman Friedman o Émile Benveniste). El ya citado Wayne Booth, junto con los narratólogos franceses (Roland Barthes, Tzvetan Todorov, Gérard Genette) han venido proclamando en sus estudios la imposibilidad de una enunciación sin enunciador, pues como afi rma Todorov, los acontecimientos no se cuentan a sí mis-mos, «no hay relato sin narrador» (apud Garrido Domínguez, , pp. – ). Es cierto que los narradores pueden ser más o menos visibles ( los de Hemingway, por ejemplo, son casi imperceptibles ), pero el hecho de que la voz esté solapada y ape-nas quiera dejarse percibir no signifi ca en absoluto que la historia se cuente sola, tal y como veremos más adelante.

En las clasifi caciones tradicionales de las voces narrativas, se suele hablar de que existen dos tipos de narradores, los narradores «en 3.ª persona», y los narradores «en 1.ª persona». En el primer caso, el relato nos es transmitido desde una 3.ª persona gramatical (así, el narrador de El Quijote ); por el contrario, el otro tipo de narrador se revela en esa primera persona gramatical de los verbos (y es característico, por ejemplo, de la picaresca española). Sin embargo, Gérard Genette ha cuestionado esta identifi cación entre voz narrativa y persona gramatical, y propone una nueva termino-logía que poco a poco se va imponiendo en los estudios sobre la novela. Partiendo del cultismo diégesis ( término de origen griego que signifi ca «narración, relato, desarrollo narrativo de los hechos»), el narratólogo establece una oposición entre relato hetero-diegético y relato homodiegético:

• En el relato heterodiegético, el narrador permanece ajeno a la narración, de ahí ese prefi jo (hetero) que marca la otredad, la diferencia: la voz opta por «hablar de otros».

• En el relato homodiegético, la propia voz está inserta en la diégesis, así que el na-rrador forma parte de la historia que cuenta. El prefi jo homo se encarga de señalar esa inclusión. Ahora bien, el narrador homodiegético puede ser tan sólo espectador y relator de la historia (su función es la de mero relator testigo, el caso paradigmático de este tipo de narradores es El Gran Gatsby de Scott Fitzgerald), o puede ser él

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mismo protagonista, héroe absoluto, de su propia narración. Así sucede en Nada de Carmen Laforet: para casos como éste Genette habla de relato autodiegético.

El relato heterodiegéticoEn los relatos heterodiegéticos abundan los narradores omniscientes, es decir, aquellos «que lo saben todo», y que poseen el don de la ubicuidad. Se trata del narrador más propio de la novela decimonónica: es la voz de las obras de Galdós, de Clarín, de Tolstoi, de Víctor Hugo, de Stendhal, de Balzac, de Flaubert. Este narrador se pasea por la fi cción sin ningún tipo de trabas: es capaz de introducirse en la conciencia de los personajes y reproducir sus pensamientos (por ejemplo, sabe lo que piensan Ana Ozores, el Magistral, Álvaro Mesía ), puede cambiar de lugares sin problema (y de lo más recóndito de la habitación de la mujer conducirnos a la sacristía de la catedral ), conoce el pasado de sus fi guras y a veces se retrotrae a él ( sabemos, así, de la triste infancia de Anita, con el famoso episodio de la barca que tanto le marcará); es, por tanto, un pequeño «dios» dueño absoluto de su propia creación.

Ahora bien, este tipo de voz omnisciente puede manifestarse en distintos grados. Hay veces en las que los lectores advierten al narrador detrás de cada línea, en otras pasa casi desapercibido. Norman Friedman habla de «omnisciencia editorial» en los casos en los que el narrador es absolutamente explícito, y de «omnisciencia neutral» cuando éste se afana en parecer imparcial y oculto. Vamos a detenernos en el prin-cipio de El callejón de los milagros ( ), del egipcio Naguib Mahfuz; se trata de un buen ejemplo de narrador heterodiegético con abundante presencia, nos hallamos por tanto ante una clara omnisciencia editorial:

Muchos t e s t imon ios l o p roc l aman : e l c a l l e j ón de Midaq fue una de l a s j oya s de o t ro s t i empos y b r i l l ó como r u t i l an t e e s t r e l l a en l a h i s to r i a de E l Ca i ro. ¿A qué Ca i ro me r e f i e ro ? ¿A l de l o s f a t im í e s, a l de l o s mame lucos o a l de l o s su l t ane s o tomanos? La r e spues t a só lo l a s aben D ios y l o s a rqueó -log os. A noso t ro s nos ba s t a con cons t a t a r que e l c a l l e j ón e r a una p r ec io s a r e l i qu i a de l pa s ado. ¿Cómo podr í a s e r de o t r a mane r a con e l he r moso empe-d r ado que l l eva d i r e c t amen te a l a h i s tó r i c a c a l l e S anad iq i y a ? Además t i ene e l c a f é que todos conocen como e l c a f é de K i r sha , con muros ador nados de ab i g a r r ados a r abescos. Todo e s to con una an t i güedad ne t a , en e s t ado de r u ina y decadenc i a , y con fue r t e s e f l uv io s de med i c ina y d rog a s de o t r a s época s, que a l p a so de l t i empo s e van su s t i t uyendo por l o s de l p r e s en t e y l o s de l f u tu ro.

Aunque e l c a l l e j ón e s t á to t a lmen te a i s l ado de l bu l l i c i o ex t e r io r , t i ene una v ida p rop i a , cuya s r a í c e s conec t an , bá s i c a y fundamenta lmen te , con un mundo p ro fundo de l que gua rda s ec r e to s muy an t i guos.

Se anunc i aba l a pues t a de so l , envo lv i endo a l c a l l e j ón de Midaq en un ve lo de sombra s, más o scu ro aún porque e s t aba ence r r ado en t r e t r e s pa r e -de s, como una r a tone r a . S e en t r aba a é l po r l a c a l l e S anad iq i y a , y l u eg o e l c amino sub í a en de so rden , f l anqueado por una t i enda , un hor no y un c a f é a un l ado, po r o t r a t i enda y un baza r a l o t ro, pa r a a caba r de p ron to, i gua l

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que a cabó su pa s ado g lo r io so, an t e dos i nmueb l e s con t i guos, compues to s de t r e s p i so s c ada uno.

Los r u idos de l d í a s e hab í an apag ado y comenzaban a o í r s e l o s de l a t a r -dece r : su su r ro s d i spe r sos, j a cu l a to r i a s , «Buenas noches a todos » , «Pa sad , e s l a ho ra de l a t e r tu l i a » , « ¡ S é bueno, t í o K ami l , y c i e r r a l a t i enda ! » , « ¡Camb i a e l a gua de l na rgu i l e , S anke r ! » , «Es t e hach í s me opr ime e l pecho» , «C inco años de apag ones y bombardeos e s e l p r ec io que hemos de pag a r po r nues -t ro s pecados » .

Dos t i enda s, s i n embarg o, l a de l t í o K ami l , e l vendedor de du l ce s, a l a de r echa de l a en t r ada de l c a l l e j ón , y l a ba rbe r í a de en f r en t e , con t inuaban ab i e r t a s de spués de l a pues t a de l so l . E l t í o K ami l t en í a l a co s tumbre de s en t a r s e en una s i l l a a l a pue r t a de su t i enda —mejo r d i cho, su covacha— y de do r mi r con un ma tamosca s sobre e l pecho. No s e de spe r t aba ha s t a que no en t r aba un c l i en t e , a no s e r que Abbas a l -He lu , e l b a rbe ro, l o h i c i e r a con una de su s b romas. Era un hombre co r pu l en to, con dos p i e r na s como t ron -cos y un enor me t r a s e ro r edondo como una cúpu l a : l a pa r t e c en t r a l r e posa -ba sobre una s i l l a y e l r e s to de sbordaba por l o s l ados. E l cue l l o no s e ve í a , pe ro de en t r e l o s hombros s a l í a un ro s t ro r edondo, h inchado e i nyec t ado en s ang re , con lo s r a sg os de sd ibu j ados po r l a s h inchazones, s i n podé r s e l e ve r en é l n inguna t r a za (El c a l l e j ó n d e l o s m i l a g r o s , pp. – ) .

Cuando el receptor ha leído estas dos primeras páginas de la novela, ha de tener ya claro que quien cuenta es un narrador heterodiegético. Los verbos en 3.ª persona se tornan el signo más claro: «proclaman», «fue», «brilló», «se anunciaba», «se entraba», «subía», «tenía».

Ahora bien, como explicamos antes, el hecho de que estemos ante una heterodié-gesis no obsta para que el narrador se haga notar desde el principio. A este respecto, resulta curioso comprobar cómo ya en las primeras líneas la voz, que como hemos dicho habla de los demás y no de sí misma, aparece representada en el texto a través de la primera persona y mediante una interrogación retórica: «¿A qué Cairo me refie-ro?» Un poco más adelante, esta primera persona del singular utiliza un plural de mo-destia: «A nosotros nos basta con constatar...» Aquí el cambio en el número posee un cierto carácter inclusivo, como si el narrador representado nos invitara a los lectores a abrir con él la puerta de la fi cción.

El hecho de que en un relato heterodiegético la instancia vocal se muestre de for-ma tan ostensible mediante la primera persona del singular, o mediante otros índices lingüísticos como los posesivos (en sintagmas del tipo «nuestro héroe», que tanto gustaban a Galdós) es característico de la novela europea hasta el siglo : Cervantes, por ejemplo, hace un magistral uso de este recurso en el famosísimo «de cuyo nombre no quiero acordarme» del Quijote. Este procedimiento narrativo supone en realidad un salto de nivel diegético, de una heterodiégesis a un instante de homodiégesis (de «ha-blar de él»blar de él»blar de él a «hablar de mí» ), y recibe el nombre de hablar de mí» ), y recibe el nombre de hablar de mí metalepsis. El vocablo procede de la tradición retórica y en el análisis del relato Gérard Genette ha rescatado el término con su originario sentido de «transposición». Para los narratólogos, la metalepsis re-sulta en un texto heterodiegético el grado más elocuente de la presencia del narrador,

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pues se trata de un comentario que no tiene que ver con el universo narrativo, sino que alude a la enunciación, a la materia textual, al acto discursivo en sí. De hecho en el ejemplo de El callejón de los milagros el narrador menciona su propia alocución, se señala a sí mismo («me refi ero»). La metalepsis provoca, pues, «una transgresión o cambio de unos elementos pertenecientes a un nivel narrativo […] a otro distinto» (Valles Calatrava, , p. ).

En realidad, la metalepsis de El callejón de los milagros confi ere a la novela una hechura netamente clásica: ese primer fragmento, separado del resto del capítulo por un espacio en blanco (como en la lírica, también los blancos son semióticamente re-levantes en narrativa), tiene visos de pequeño prólogo, de introducción de la historia. Al igual que en los libros de caballería europeos, el narrador se presenta como un «cronista» que va a contar una historia —verídica, por supuesto, de ahí la referencia a los «muchos testimonios» en la primera línea—, y que nos muestra en presente el es-pacio donde se va a desarrollar la narración. Obsérvense la abundancia de pinceladas descriptivas con verbos en dicho tiempo verbal, a modo de fotografías: «el callejón es una preciosa reliquia del pasado», «hermoso empedrado que lleva a la histórica calle Sanadiqiya», «tiene el café que todos conocen como el Café de Kirsha», «tiene una vida propia». Para la retórica clásica, los verbos en presente son indicio de evidentia, es decir, de que el narrador quiere señalarnos con el dedo la realidad de ese lugar de El Cairo, que aparece no como una creación de un demiurgo sino como un espacio físico real. Esta pequeña introducción tendría su equivalente en el lenguaje cinemato-gráfi co en los planos panorámicos que abren muchas películas, y en las que, a menudo desde el aire, se nos muestra el lugar donde va a acontecer la historia. Así lo hacen, por ejemplo, Woody Allen al comienzo de Manhattan ( ), Wim Wenders en Cielo sobre Berlín ( ), o Clint Eastwood en Mystic River (Mystic River (Mystic River ).

Pero además de esta clara metalepsis, la voz de El callejón de los milagros se deja traslucir en otros aspectos: según S. Chatman, «la presencia manifi esta de un narrador está indicada por la descripción explícita» ( , p. ). Describir supone recrear un espacio u objeto con palabras, y las palabras, evidentemente, las dice alguien, por eso la descripción es, como afi rma Philippe Hamon, «la conciencia lexicográfi ca del enun-ciado» ( , p. ). La extensa descripción que hay en el fragmento queda apuntalada por dos aspectos lingüísticos: las formas verbales y la adjetivación. Respecto a las formas verbales, además de ese tiempo presente que nos pone ante los ojos el lugar, el narrador hace uso del imperfecto del indicativo, un tiempo muy adecuado para esta tipología textual por su ausencia de demarcación aspectual en la línea temporal. Son muchos los imperfectos, y todos perpetúan el aspecto durativo de esa «fotografía» de la que hablábamos antes, como si el tiempo permaneciera en suspenso: «se anunciaba la puesta de sol», «se entraba a él», «comenzaban a oírse los del atardecer», «continua-ban abiertas»... Obsérvese además la ingente cantidad de adjetivos califi cativos ante-puestos que acumula este narrador: «rutilante estrella», «preciosa reliquia», «hermoso empedrado», «histórica calle», «abigarrados arabescos», «fuertes efl uvios». Tampoco escasean cuando el heterodiegético describe al primer personaje sobre el que se cen-

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tra tras su paseo por el callejón, el tío Kamil, en una clara perspectiva de abajo-arriba digna de un cuadro expresionista: «hombre corpulento», «enorme trasero redondo», «pechos abultados», «rostro redondo, hinchado e inyectado en sangre», «rasgos des-dibujados». A la descripción ayudan, además, las continuas comparaciones de las que se sirve la voz para dibujarnos más claramente tanto el callejón como el vendedor de dulces: «como una ratonera», «como troncos», «como una cúpula», «como un tonel». La descriptio es tan evidente que está marcada incluso por índices espaciales: «a un lado», «al otro», «a la derecha», «enfrente». Por ello no podemos decir que el narrador se oculte, puesto que ha paladeado su propio entramado textual, se ha detenido en sus palabras sin importarle aparecer detrás.

Otras de las huellas discursivas de los narradores representados son las genera-lizaciones, es decir, aquellas observaciones o comentarios que se presentan como verdades generales (Chatman, , p. ). Justamente el pacto narrativo, el contrato tácito que aceptamos al abrir un libro, nos obliga a asumir las sentencias y afi rmacio-nes que hagan los narradores, aunque no tengan que ver exactamente con la trama de su obra, con su universo narrativo. Se ponen siempre como ejemplo de este tipo de generalizaciones la primera frase de Ana Karenina de Leon Tolstoi: «Si bien todas las felicidades suelen parecerse, cada desgracia suele tener un sello peculiar». Eviden-temente, no tenemos por qué estar de acuerdo con dicho aserto, pero si queremos seguir leyendo el libro hemos de aceptarlo. En dichas generalizaciones se trasluce claramente un narrador (alguien tiene que decir la frase) y además con mucho poder, precisamente por la carga categórica con la que son enunciadas.

Pues bien, en este fragmento de El callejón de los milagros hay al menos una gene-ralización, aderezada además con lo que parece un matiz irónico: después de pregun-tarse a través de metalepsis en qué época se sitúa la historia que va a contar, enuncia el decisivo aserto: «La respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos». Evidentemente, un gnarus, un sabedor omnisciente, conoce perfectamente en qué momento se sitúa la acción, pues como «pequeño dios» también decreta sobre la cronología. Con la afi rmación sobre Dios y a los arqueólogos (pensemos en la importancia de este ofi -cio en la sociedad egipcia ) aprovecha su simulada condición de cronista para omitir adrede el dato, de forma que se recalca su omnisciencia y su presencia. En una lectura profunda, el lector ha de percatarse de esta jugada irónica: ¿cómo que la respuesta sólo la saben Dios y los arqueólogos? ¿Y ese narrador omnisciente que poco después nos revelará lo más recóndito de la mente de los personajes? Por un instante, quien cuenta ha decidido no compartir con los lectores toda su sabiduría, y se guarda el dato am-parándose en dos entidades intocables (¿o quizá discutidas? ) en dicho país.

Otro de los índices de la presencia del narrador de El callejón de los milagros se halla en un pequeño paréntesis que seguramente pasa desapercibido en una primera lectura. Cuando el narrador describe el espacio del tío Kamil, asegura que se sienta «a la puerta de su tienda», afi rmación que es precisada enseguida con un paréntesis gráfi co: «—mejor dicho, su covacha—». El procedimiento es una fi gura retórica de larga tradición, y recibe el nombre de «corrección» ( correctio ). La corrección es una

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enmienda sobre lo dicho, pero lo que interesa aquí es que el recurso revela el «ente» que hay detrás del texto, ya que refl exiona sobre su propio enunciado y precisa su primera versión. Es otra explícita e intencionada marca de la presencia del narrador, porque el autor no tiene ninguna necesidad de trasladar sus dudas lingüísticas a la versión defi nitiva de la novela. El paréntesis con el que se perfi la el vocablo revela una vez más el trabajo del narrador sobre el discurso, el esmero sobre su propio texto creativo.

Podemos concluir entonces que la representación de un narrador heterodiegético se manifi esta en:

a ) las metalepsis, o aparición de una primera persona (ya sea en desinencias verba-les, en posesivos... ) en textos heterodiegéticos.

b) las descripciones explícitas (adjetivaciones, índices espaciales y deícticos).c ) los comentarios sobre el universo narrativo, y en especial las generalizaciones,

u «observaciones fi losófi cas que saliéndose del mundo de la fi cción llegan hasta el universo real» (Chatman, , p. ).

d) fi guras retóricas como la correctio, o enmienda que hace el narrador a su propio tejido discursivo.

Por supuesto, no todos los narradores son tan explícitos como el que acabamos de comentar. La heterodiégesis y la omnisciencia no suponen necesariamente la presen-cia explícita de las marcas del narrador. La historia de la novela cuenta con excelentes ejemplos de narradores solapados, de instancias vocales que parecen desaparecer como si la narración se contara a sí misma. En este sentido, parece obligado citar un fragmento de Gustave Flaubert, a quien siempre se pone como ejemplo de objetivi-dad narrativa. Los narradores de este creador se caracterizan porque, a pesar de la omnisciencia, quieren pasar desapercibidos:

Reg re s a ron a Yonv i l l e po r e l m i smo camino, vo lv i e ron a ve r sob re e l b a r ro l a s hue l l a s de su s c aba l l o s, una s a l l ado de l a s o t r a s , y l o s m i smos ma to r r a l e s , l a s m i smas p i ed r a s en l a h i e rba . Nada hab í a c amb i ado en to r no a e l l o s ; y s i n embarg o, pa r a e l l a hab í a ocu r r i do a l g o más impor t an t e que s i l a s montaña s s e hub i e s en de sp l azado. Rodo lphe de vez en cuando s e i nc l i n aba y l e tomaba l a mano pa r a be s á r s e l a .

¡Es t aba encan t adora a c aba l l o ! Ergu ida , con su t a l l e f i no, l a rod i l l a do -b l ada sobre l a s c r i ne s de l an ima l y l i g e r amen te co lo r eada por e l a i r e l i b r e sobre e l fondo ro j i zo de l a t a rde .

A l en t r a r en Yonv i l l e c a r a co l eó sobre e l p av imen to.Desde l a s ven t ana s l a m i r aban .Su mar ido en l a c ena l e encon t ró buen a spec to ; pe ro e l l a pa r ec ió no o í r l o

cuando l e p r egun tó sobre su pa seo ; y s i gu ió con e l codo a l bo rde de su p l a to, en t r e l a s dos ve l a s encend ida s.

—¡Enma !— d i jo é l .—¿Qué?—Bueno, he pa s ado e s t a r t a rde po r c a s a de l s eñor A l exandre ; t i ene una

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v i e j a po t r anca todav í a muy buena , con una pequeña he r ida en l a rod i l l a so -l amen te , y que nos de j a r í an , e s toy s egu ro, po r unos c i en e s cudos…

Y añad ió :—Inc lu so pensando que t e gu s t a r í a , l a he apa l ab r ado…, l a he compra -

do… ¿He hecho b i en? ¡D íme lo !E l l a mov ió l a c abeza en s eña l de a s en t im i en to ; l u eg o, un cua r to de ho ra

de spués :—¿Sa l e s e s t a noche?— pregun tó e l l a .—S í , ¿po r qué?—¡Oh ! , n ada , nada , que r ido. Y cuando quedó l i b r e de Cha r l e s , Enma sub ió a ence r r a r s e en su hab i t a -

c ión (Madame Bo va r y , pp. – ) .

Este fragmento de Madame Bovary, muestra fi el del estilo predominante en toda la novela, responde a lo que Norman Friedman denomina «omnisciencia neutral»: la instancia vocal tiene plena capacidad de meterse en la mente de sus personajes, pero no juzga, no comenta, procura ser imparcial. Afi rma Mario Vargas Llosa en su libro La orgía per petua (brillantísimo ensayo sobre la novela de Flaubert ) que el narra-dor de Madame Bovary es invisible, y ello le exige «una actitud impasible frente a lo que narra, le prohíbe entrometerse en el relato para sacar conclusiones o dictar sen-tencias. Su función es describir, no absolver o condenar» ( , p. ). Como si estuviéramos ante un tratado científi co, el escritor francés sólo pretende diseccionar el alma de sus personajes, ofrecer los resultados con absoluta asepsia y dejar que el lector saque sus propias conclusiones.

Este tipo de narrador nos obliga, pues, a cooperar activamente en la interpretación de la obra. El texto pertenece al capítulo de la novela, que sucede al de los famo-sos comicios agrícolas: el donjuán Rodolphe Boulanger (adviértase que en francés el apellido signifi ca «panadero») convence al doctor Bovary de que la delicada salud de Emma podría mejorar con excursiones a caballo, y él mismo se ofrece a acompañarla. A pesar de sus iniciales reticencias, los ánimos del propio marido hacen que la mujer acabe aceptando. Ya en esta primera salida con Rodolphe, en medio de un bosque solitario que se torna locus amoenus, Emma se entrega a él y se convierte en adúltera; el fragmento corresponde a la vuelta de ese signifi cativo paseo.

La muestra más clara de que este narrador es omnisciente reside en el constante cambio de punto de vista: a pesar de su relativa brevedad, sabemos lo que pasa por la mente de Emma («para ella había ocurrido algo más importante que si las montañas se hubiesen desplazado»), por la de Rodolphe («¡Estaba encantadora a caballo!» ), y por la del doctor Bovary («Su marido en la cena le encontró buen aspecto»). Este in-sistente trueque de perspectiva y la breve incursión en la mente de los tres personajes sitúa al lector en una atalaya que parece conferirle el poder del narrador.

Ahora bien, esta omnisciencia fl aubertiana no signifi ca que la instancia vocal se revele como «hablante». Resulta muy signifi cativo que el discurso del narrador de la primera parte se sustituya, a partir de la mitad, por el diálogo entre los dos esposos. Se ha preferido que sean los propios personajes quienes se muestren mediante el estilo

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directo. En ningún momento asevera la voz que Charles siente inseguridad y dudas acerca de cómo tratar a su mujer, pero descubrimos sus contradicciones (dice haber apalabrado la yegua, al momento se corrige: «la he comprado») e incluso oímos sus balbuceos, gráfi camente representados por la fi gura estilística de los puntos suspensi-vos ( llamada en retórica aposiopesis ). Y por otra parte, descubrimos que Emma, que parece no oír a Charles cuando le pregunta sobre su paseo, desea incluso perderlo de vista. El diálogo escueto de la protagonista, que apenas responde con monosílabos y sube en cuanto puede a su habitación, revela el propio estado de ánimo de Emma, para quien el episodio con Rodolphe ha tenido una importancia inusitada. Además, en todo este diálogo el narrador ha evitado cuanto le ha sido posible el empleo de verba dicendi, pues a fi n de cuentas los verbos introductorios del diálogo («dijo», «decía» ) son una marca explícita de la presencia de la voz.

Y tampoco parece haber valoración en esa primera parte en la que la instancia vocal narra el regreso a Yonville con sus propias palabras. Ahora bien, esta aparen-te asepsia implica siempre selección de detalles, y éstos pueden ser semióticamente imprescindibles para el receptor. Por ejemplo, la trimembración del primer párrafo («volvieron a ver sobre el barro las huellas de sus caballos, unas al lado de las otras, y los mismos matorrales, las mismas piedras en la hierba») hace aún más agudo el con-traste entre el bullente interior de la mujer y el anodino Yonville ( «Nada había cambia-do en torno a ellos; y sin embargo, para ella había ocurrido algo más importante que si las montañas se hubiesen desplazado»). Obsérvese además que el narrador se detiene en el hecho de que las huellas de los equinos permanecen juntas («unas al lado de las otras» ), precisamente en un lugar de tan poca pureza como el «barro».

La revelación de los pensamientos de Rodolphe desenmascara al personaje, pues si bien a Emma le ha hablado de un amor puro («Usted está en mi alma como una madona en su pedestal», le ha dicho páginas antes), el narrador nos dibuja el recorrido visual de quien observa el físico de la mujer: «Erguida, con su talle fi no, la rodilla do-blada sobre las crines del animal». Es muy sutil, además, el hecho de que en la descrip-ción de la potranca se nos diga, unas líneas más abajo, que tan sólo tiene «una pequeña herida en la rodilla». La circunstancia de que en tan poco espacio textual se citen las rodillas de ambas parece animalizar a Emma Bovary, algo que no extraña a un lector que sabe de las verdaderas intenciones de su amante. Adviértase, además, que luego el galán «caracoleará» ante todos, como si estuviera celebrando ufano su triunfo.

Si la descripción era otra característica de los narradores que se hacen notar, se po-drá advertir que apenas existen en este fragmento. Hay tan sólo un apunte cromático: sabemos que Emma regresa «ligeramente coloreada por el aire libre sobre el fondo ro-jizo de la tarde». Por supuesto, el lector sabe que la tez de Emma no ha adquirido ese color sólo por el paseo, y tampoco podemos olvidar que el «fondo rojizo» parece una romántica (y libresca) consonancia de la pasión que han sentido ambos personajes.

La ausencia de metalepsis, de comentarios explícitos sobre la historia, de llamadas al receptor o de descripciones más o menos gratuitas son los síntomas de un narrador heterodiegético que quiere pasar desapercibido. Se trata de simular que la historia se

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cuenta sola y que no hay un entramado discursivo sustentado por la instancia vocal. Es el narrador invisible del naturalismo, pero también el de grandes novelas del siglo como Manhattan Transfer ( ) de John Dos Passos, La peste ( ) de Albert Camus (en la que la objetividad narrativa permite un interesante juego de heterodié-gesis y homodiégesis ), o La canción del verdugo ( ) de Norman Mailer.

El relato homodiegéticoUn tanto diferentes a lo hasta ahora visto son los narradores homodiegéticos, aquellos que participan (bien como protagonistas, bien como meros espectadores) de la histo-ria que cuentan. El principio de otra gran novela francesa, El extranjero ( ) del ya citado Albert Camus, constituye uno de los ejemplos más llamativos de las múltiples homodiégesis que podamos encontrar en la novela del siglo :

Hoy, mamá ha muer to. O t a l vez aye r , no s é . He r ec ib ido un t e l eg r ama de l a s i l o : «Madre f a l l e c ida . En t i e r ro mañana . Sen t ido pé same» . Nada qu i e r e dec i r . Ta l vez fue aye r.

E l a s i l o de anc i anos e s t á en Mareng o, a ochen t a k i l óme t ros de Arg e l . To -maré e l au tobús de l a s dos y l l e g a r é po r l a t a rde , a s í podré ve l a r l a y r eg r e s a r é mañana por l a noche . He ped ido a m i pa t rón dos d í a s de pe r mi so que no me pod í a neg a r con una excusa s eme j an t e . Pe ro no pa r ec í a s a t i s f e cho. L l egué i nc lu so a dec i r l e : «No e s cu lpa m í a » . No r e spond ió . Pensé en tonces que no deb í a habé r s e lo d i cho. Por supues to, no t en í a po r qué d i s cu lpa r me. Era a é l , más b i en , a qu i en co r r e spond í a da r me e l pé s ame. Pe ro l o ha r á s i n duda pa s ado mañana , cuando me vea de l u to. Por e l momento, e s un poco como s i mamá no hub i e s e muer to. Después de l en t i e r ro, po r e l con t r a r io, s e r á un a sun to r e sue l to y todo hab rá r eve s t i do un a i r e más o f i c i a l .

S a l í en e l au tobús de l a s dos. Hac í a mucho ca lo r. Comí en e l r e s t au r an t e de Ce l e s t e , como de cos tumbre . Todos e s t aban muy apenados por m í , y Ce -l e s t e me d i j o : «Só lo hay una madre » . Cuando s a l í me a compaña ron hac i a l a pue r t a . Yo e s t aba un poco a tu rd ido, po rque fue nece s a r io que sub i e r a a c a s a de Emmanue l pa r a que me p re s t a s e una co rba t a neg r a y un b r aza l e t e . Pe rd ió a su t í o hace a l gunos mese s.

Hube de co r r e r pa r a no pe rde r e l au tobús. Esa p r i s a , e s a c a r r e r a , todo e l l o s i n duda , añad ido a l t r aque t eo, a l o lo r de l a g a so l i na , a l a r eve rbe r a -c ión de l a c a r r e t e r a y e l c i e lo, h i zo que me ador mec i e r a . Dor mí du r an t e c a s i todo e l t r ayec to. Cuando de spe r t é , e s t aba echado con t r a un m i l i t a r , que me sonr ió y me p regun tó s i ven í a de l e j o s. Con te s t é « s í » pa r a no hab l a r más (El ex t r a n j e r o , pp. – ) .

El extranjero de Albert Camus es una muestra de relato homodiegético cuyo na-rrador es protagonista, y no sólo mero espectador, de los hechos. Estamos, pues, ante lo que Gérard Genette ha bautizado como relato autodiegético. Los verbos en 1.ª per-sona del singular apuntan a dicha diégesis: «tomaré», «llegaré», «he pedido», «llegué», «pensé», «salí». Además de este signo tan notorio, hay otros indicios de la coherente construcción homodiegética: por un lado, el personaje-narrador no puede acceder a lo que piensan los personajes, de modo que ha de utilizar verbos que refl ejan esa per-

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cepción semánticamente. Así, al comentar la reacción de su jefe respecto a la noticia de la muerte de la madre, precisa: «Pero no parecía satisfecho», efectivamente tan sólo puede anotar sus impresiones («parecía» ), porque al contrario de los omniscientes una voz homodiegética posee limitaciones cognitivas y perceptivas.

Estas restricciones también se observan en la pequeña elipsis originada por el sue-ño del personaje. Al estudiar el tiempo veremos que la narratología denomina elipsis a los frecuentísimos saltos en el tiempo de la historia, muchas veces con gran relevancia en el discurso. Esta elipsis a la que nos referimos ahora apuntala la coherencia de esta voz: «Dormí durante casi todo el trayecto. Cuando desperté, estaba echado contra un militar». Evidentemente, quien narra no puede contar qué ha sucedido mientras está durmiendo, de modo que el discurso ha de prescindir de ese período de tiempo inaccesible al narrador.

Ahora bien, ¿cómo es este personaje-narrador que descubrimos los lectores al comienzo de El extranjero? Indudablemente, estamos ante un inicio in medias res verdaderamente llamativo. Parece claro que Camus ha pretendido epatarnos (permí-tasenos el galicismo) con un principio sorprendente, que revalida la teoría del extra-ñamiento expresada por los formalistas rusos, para quienes la principal característica de la literatura era extrañar al receptor. Se trata de un comienzo inquietante, que en alguna medida anuncia la cierta sensación de zozobra que puede llegar a tener un re-ceptor durante la lectura de esta novela.

Porque ya desde aquí llaman la atención los signos de duda («O tal vez ayer, no sé», «tal vez») que manifi esta el narrador. El personaje parece estar desorientado respecto a la cronología, y ello se refl eja en la mezcla de tiempos verbales (pasados, presentes y futuros) que condensan estas pocas líneas: «he recibido», «tomaré el autobús», «lo hará sin duda pasado mañana», «es un poco como si mamá no hubiese muerto», «salí en salí en salíel autobús», «hube de correr», «hube de correr», «hube de correr hizo que me adormeciera», «dormí». ¿En qué momento dormí». ¿En qué momento dormíse sitúa el tiempo de la enunciación respecto a lo enunciado, es decir, cuánto lapso ha transcurrido desde que suceden los hechos ( la historia ) hasta que el narrador los plasma en el discurso? En un principio, tendemos a atribuir estas manifestaciones de incertidumbre cronológica al estado de conmoción por la noticia recibida («yo estaba un poco aturdido», dirá más adelante), pero lo curioso es que este tipo de exhibicio-nes se perpetúan a lo largo de la novela. Meursault, que así se llama el narrador y pro-tagonista de El extranjero, es un ser desubicado; quien se halle interesado puede com-probar que sintagmas del tipo «yo no comprendía», «yo no sabía» son muy frecuentes a lo largo de sus páginas (así, en las veinticinco primeras: «Como yo no entendía»; «Sin embargo, no los oía»; «De vez en cuando solamente, oía un ruido singular y no podía comprender de qué se trataba»; «No oí el nombre de la señora y comprendí tan sólo que era la enfermera delegada»).

Adviértase además que el narrador no muestra en ningún momento signos de dolor, y de hecho un poco después del fragmento reproducido reconocerá el escaso contacto con su madre: «durante el último año apenas vine aquí [ se refi ere al asilo ]. Y también porque venir anulaba mi domingo, sin contar con el esfuerzo de ir al autobús,

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de tomar los billetes y de hacer dos horas de viaje». Es sorprendente la crudeza con que se nos manifi esta el poco apego a la progenitora, pero es que pensemos que en el segundo párrafo de la novela nos percatamos de que la mujer está en un asilo (con todo lo que puede signifi car un asilo de ancianos en una colonia francesa de los años cuarenta), que su intención es velarla y regresar pronto, califi ca de «excusa» el viaje, habla de «asunto resuelto» después del entierro, y parece preocuparle tan sólo «el aire ofi cial» que revista todo.

Por otra parte, este narrador no parece asumir en ningún momento las palabras de los otros, hasta el punto de que recoge siempre en estilo directo las intervenciones de los demás, y las suyas propias. Se nos reproducen literalmente el telegrama, sus respuestas al patrón y al soldado del autobús («Llegué incluso a decirle: “no es culpa mía”»; «Contesté “sí” para no hablar más»), y el pésame de la mujer del restaurante («Celeste me dijo: “Sólo hay una madre”»). Veremos al analizar el modo que la vero-similitud determina, en muchos casos, la fi el reproducción de las conversaciones; sin embargo, parece que en este caso el narrador ha buscado a su vez el alejamiento de todo y todos, como si el personaje no quisiera implicarse en aquello que está diciendo, como si quisiera permanecer ajeno a su propia historia. Reproducir en estilo directo los diálogos de los demás personajes es establecer una separación —también tipográ-fi ca— entre las palabras del narrador y las de los interlocutores.

De todo lo expuesto hasta aquí, podemos refl exionar acerca de cuál es la impre-sión que tiene el lector del personaje tras la lectura de estas líneas. Pensemos que no se ha dudado en determinar todos aquellos aspectos que dibujan a Meursault como un ser egoísta, que vive ajeno a la propia madre, y al que de su muerte sólo parecen preocuparle las incomodidades que le acarrea. Desde luego, al menos hasta este punto parece claro que este autor implícito no se muestra muy de acuerdo con la actitud de su narrador.

(Continúa en el núm. de Per Abbat)

. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

EstudiosARISTÓTELES, Poética, ed. de V. García Yebra, Madrid: Gredos, .

La l e c tu r a de Ar i s tó t e l e s puede s e r un exce l en t e modo de i n i c i a r s e en l a t eo r í a sob re l a na r r a t iva , pues to que e l f i l ó so fo g r i eg o e s e l pun to de pa r t i d a de mu-cha s de l a s r e f l ex iones que l l enan lo s t r a t ados de l s i g lo .

BAJTIN, Mijail, Teoría y estética de la novela, Madrid: Taurus, .Es t e l i b ro de l t eó r i co r u so Mi j a i l Ba j t i n e s una de l a s monog ra f í a s que más i n f l u jo ha t en ido en aque l l o s que s e han a ce r cado a l a nove l a de sde l o s más d ive r sos ámb i to s. En é l podemos encon t r a r noc iones como l a s de « c rono topo» , «d i a log i smo» y «p lu r i l i ngü i smo» , comunes hoy en l o s e s tud io s sobre l a na r r a -t iva , además de un i l uminador aná l i s i s de l o s d i s t i n to s t i pos de nove l a ( g r i eg a , c aba l l e r e s ca , p i c a r e s ca ) .

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BAQUERO GOYANES, Mario, Estructuras de la novela actual, Madrid: Estructuras de la novela actual, Madrid: Estructuras de la novela actualCastalia, . En consonanc i a con e l Es t r uc tu r a l i smo de l o s años s e t en t a , Baque ro Goyanes h i zo en e s t a monog ra f í a un r eco r r i do por l a s fo r mas de l a nove l a y s i s t ema t i zó a l gunos de su s c auce s e s t r uc tu r a l e s , como e l v i a j e , e l d i á log o o l a con junc ión de pun tos de v i s t a . Su l e c tu r a , a pe s a r de l t í t u lo, pe r m i t e en t ende r l a evo luc ión de l a nove l a a l o l a r g o de l o s s i g lo s.

BAL, Mieke, Teoría de la narrativa, Madrid: Cátedra, .Es t e b r eve l i b r i to de Mieke Ba l cons t i t uye , j un to con l a monog ra f í a de Seymour Cha tman c i t ada más aba jo, un buen p r inc ip io pa r a e l ap r end i z de na r r a tó log o. Se hace un r e co r r i do exhaus t ivo por toda s l a s c a t eg o r í a s na r r a to lóg i c a s que s e t r a t an en l a s dos pa r t e s de e s t e i n fo r me.

BOBES NAVES, María del Carmen, Teoría general de la novela. Semiología de La Re-genta, Madrid: Gredos, .La monog ra f í a supuso un h i to en l a h i s to r i a de l a c r í t i c a en España . Ap l i c ando l a s he r r amien t a s de l a s emio log í a , Bobes Naves r e a l i z a un aná l i s i s de La R e -g e n t a que e s un exce l en t e e j emp lo de cómo comb ina r l a t eo r í a l i t e r a r i a con l a c r í t i c a .

BOBES NAVES, María del Carmen, La novela, Madrid: Síntesis, .En La n o v e l a Bobes Naves hace un r e co r r i do d i a c rón i co y s i nc rón i co por e s t e g éne ro l i t e r a r io, r eve l ando a spec to s sobre l a s i n t ax i s , l a s emán t i c a y l a p r agmá-t i c a de é s t a . La au to r a supe r a e l e squema de l a na r r a to log í a e s t r uc tu r a l y aborda e l t ex to na r r a t ivo de sde l a s d i f e r en t e s e s cue l a s t eó r i co - l i t e r a r i a s de l s i g lo .

BOOTH, Wayne, Retórica de la ficción, Barcelona: Bosch, .E l l i b ro de Wayne Boo th e s y a un c l á s i co pa r a l a t eo r í a de l a nove l a . Espec i a l impor t anc i a t i ene e l hecho de que en e s t a monog ra f í a apa r ece e l conce p to « au -to r imp l í c i to » , que s i gue v i g en t e en l a a c tua l t eo r í a na r r a t iva , más de t r e in t a años de spués de que Boo th lo a cuña r a .

CHATMAN, Seymour, Historia y discurso. La estructura narrativa en la novela y en el cine, Madrid: Taurus, .E l l i b ro de Seymour Cha tman e s qu i z á e l t r a t ado de na r r a to log í a más ameno y de más f á c i l l e c tu r a pa r a aque l l o s que qu i e r an a ce r ca r s e a e s t a d i s c ip l i n a . Cha t -man ape l a con t inuamente a l o s e j emp los, muchos de e l l o s de o r i g en c inema to -g r á f i co, l o que f a c i l i t a su a s im i l a c ión y comprens ión .

ESTÉBANEZ CALDERÓN, Demetrio, Diccionario de términos literarios, Madrid: Alianza Editorial, .S e t r a t a de un d i c c iona r io muy r ecomendab l e , t amb i én pa r a l a s a ce pc iones r e -l a c ionadas con l a na r r a to log í a . Respec to a d i c c iona r io s e spec í f i co s sobre t eo r í a de l a na r r a t iva , son exce l en t e s l o s de Ca r lo s Re i s y e l de Jo sé Va l l e s Ca l a t r ava , c i t ados t amb ién en e s t a b ib l i og r a f í a .

FORSTER, Edward Morgan, Aspectos de la novela, Madrid: Debate, .En e s t e e s tud io de p r inc ip io s de s i g lo, qu i z á uno de l o s p ione ros en e l aná l i s i s de l a nove l a , e l f amoso e s c r i to r i ng l é s a cuña r á noc iones como l a s de «pe r sona j e r edondo» y «pe r sona j e p l ano» , comunes hoy en l o s manua l e s de Secunda r i a . S e t r a t a de un ensayo y como t a l , Fo r s t e r de sdeña cua lqu i e r vocab lo demas i ado « c i en t í f i co » o e spec í f i co, l o que hace que su l e c tu r a r e su l t e s enc i l l a .

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GARRIDO DOMÍNGUEZ, Antonio, El texto narrativo, Madrid: Arco-Libros, .E l l i b ro de Gar r i do Domínguez r e a l i z a un exhaus t ivo r eco r r i do por todos l o s a spec to s t eó r i cos de l a na r r a c ión . Puede s e r muy ú t i l p a r a qu i en busque un manua l sob re e l t ex to na r r a t ivo con una m i r ada s i s t emá t i c a a l a t eo r í a de l a l i t e r a tu r a de l s i g lo .

GENETTE, Gérard, Figuras III, Barcelona: Lumen, .Fi g u r a s I I I e s e l l i b ro de Gene t t e donde apa r ece r e cog ido su f amoso «D i s cu r so de l r e l a to » , l a monog ra f í a en l a que exp l i c a r á , a pa r t i r de l aná l i s i s de En bu s c a d e l t i emp o p e r d i d o d e Marce l P rous t , noc iones como l a s de na r r ador he t e rod i egé -t i co y homod i egé t i co, foca l i z a c ión in t e r na o ex t e r na , p ro l e ps i s y ana l e ps i s , e t c . , conce p tos muy emp leados po r l a c r í t i c a y que en r e a l i d ad s e han conve r t i do en pa t r imon io de todos l o s na r r a tó log os.

GENETTE, Gérard, Nuevo discurso del relato, Madrid: Cátedra, .En e l Nue v o d i s c u r s o d e l r e l a t o Gene t t e p r ec i s a a l gunos conce p tos de su t eo r í a na r r a to lóg i c a expues to s en l i b ro s an t e r io r e s ( e spec i a lmen te en Fi g u r a s I I I ) , y r eba t e a l gunas de l a s cons ide r ac iones que l a c r í t i c a l e ha i do hac i endo a l o l a r -g o de l o s años. Espec i a l i n t e r é s t i ene e l a sun to de l au to r imp l í c i to, i n s t anc i a neg ada s i empre po r e l n a r r a tó log o f r ancé s.

GULLÓN, Germán y GULLÓN, Agnes, Teoría de la novela, Madrid: Taurus, .En e s t e l i b ro l o s comp i l adore s r e cog i e ron va r io s t ex to s en l o s que g r andes e s c r i to r e s h i spán i cos de d ive r s a s época s (Pé r ez Ga ldós, Or t eg a y Gas se t , P ío Ba ro j a , E r nes to Sába to, Va rg a s L lo sa ) r e f l ex ionan ace r ca de l g éne ro que cu l t i -van . Son toda s pág ina s memorab l e s y con g r an i n f l uenc i a en l a t eo r í a l i t e r a r i a pos t e r io r , y pe r mi t en ve r cómo t amb ién lo s c r e adore s han r e f l ex ionado muy ce r t e r amen te sobre l a s c a r a c t e r í s t i c a s de l a na r r a t iva .

HAMON, Philippe, Introducción al análisis de lo descriptivo, Buenos Aires: Edicial, .De f á c i l l e c tu r a , Hamon s e ha conve r t i do en e l au to r más c i t ado en cue s t i ones r e f e r i da s a l t ex to de sc r ip t ivo ( sobre todo de sde que e s t a t i po log í a t ex tua l e s t á r e cog ida en e l p rog r ama de bach i l l e r a to ) . E l l i b ro o to rg a muchas p i s t a s a ce r ca de cómo a f ron t a r e l aná l i s i s y comprens ión de un t ex to de sc r ip t ivo, y u t i l i z a e spec i a lmen te pa r a e l l o f r agmen tos de nove l a f r ance s a dec imonón i c a .

JAKOBSON, Roman, Lingüística y poética, Madrid: Cátedra, .E l l i b ro r ecog e l a f amos í s ima confe r enc i a de Jakobson donde s e exp l i c an l a s func iones de l l engua j e , y l a s r e l a c iones en t r e e l e j e pa r ad i gmá t i co y s i n t agmá-t i co en l i t e r a tu r a . En r e a l i d ad , r e su l t a de ob l i g ada l e c tu r a pa r a cua lqu i e r f i l ó -l og o.

MAINER, José Carlos, La escritura desatada. El mundo de las novelas, Madrid: Temas de Hoy, .S e t r a t a de un ensayo muy ameno ace r ca de e s a « e s c r i t u r a de s a t ada » , g éne ro i nc l a s i f i c ab l e , que e s l a nove l a . Muchas de l a s cue s t i ones que comenta Ma ine r a l o l a r g o de su s pág ina s han s i do t r a t ada s en e s t e i n fo r me de fo r ma un t an to más t eó r i c a .

MONTES DONCEL, Rosa Eugenia, Del estilo a la estructura en la novela de Fernán Caballero, Sevilla: Diputación, .A pe sa r de que l a monog ra f í a e s un e s tud io sobre l a nove l a de Fe r nán Caba -l l e ro, e s t e l i b ro puede s e r v i r de exce l en t e e j emp lo de cómo ap l i c a r e l mé todo

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CÓMO SE ANALIZA UNA NOVELA

na r r a to lóg i co a l e s tud io de un au to r conc re to. Con t i ene abundan te t eo r í a de l a na r r a c ión , c l a r amen te exp l i c ada y comentada .

POZUELO YVANCOS, José María, «Teoría de la narración», en Villanueva, Curso, , pp. –.Es t e a r t í cu lo cons t i t uye un exce l en t e manua l pa r a p r inc ip i an t e s, po rque exp l i c a l o s a spec to s más impor t an t e s de l a t eo r í a de l a na r r a c ión , i nc lu ida l a «na r r a -to log í a de l a h i s to r i a » que aqu í no hemos inc lu ido. La b ib l i og r a f í a e s s e l e c t a y opor tuna .

PROPP, Vladimir, Morfología del cuento, Madrid: Fundamentos, .Es t e l i b ro de P ropp e s un c l á s i co en l o s e s tud io s de l r e l a to, y puede r e su l t a r muy sug e s t ivo pa r a aque l l o s i n t e r e s ados e spec i a lmen te en e l cuen to popu l a r.

REIS, Carlos y LOPES, Ana Cristina, Diccionario de narratología, Salamanca: Edicio-nes Colegio de España, .

SENABRE, Ricardo, Literatura y público, Madrid: Paraninfo, .Es t e l i b ro fue uno de l o s p r imeros que , en e l ámb i to h i spán i co, ana l i zó l a im-por t anc i a de l a r e ce pc ión y e l modo en que l a l i t e r a tu r a s e ve cond i c ionada por e l púb l i co. R i c a rdo Senabre de sg lo s a , de sde l a c r í t i c a , a sun tos ve rdade r amen te r e l evan t e s pa r a l a t eo r í a de l a nove l a , como l a ex i s t enc i a de l a nove l a en c l ave , l a « coa r t ada » au tob iog r á f i c a , o e l o r i g en de l g éne ro de sde l a pe r spec t iva de l a r e ce pc ión .

SULLÁ, Enric, Teoría de la novela, Barcelona: Grijalbo Mondadori, .E l l i b ro de Enr i c Su l l á e s una p r ec i s a r e cop i l a c ión de f r agmen tos sobre e l co r-pus ex i s t en t e en t eo r í a de l a na r r a c ión , y pe r mi t e e l a cce so en e spaño l a t ex to s de d i f í c i l consu l t a en nues t r a s b ib l i o t eca s, como e l f amoso a r t í cu lo de Nor man Fr i edman donde exp l i c i t a l o s d i s t i n to s t i pos de na r r adore s, de l o s que hemos hab l ado en pág ina s p r eceden te s.

TODOROV, Tzvetan (coord. ), Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Madrid: Siglo XXI, .S e t r a t a de una comp i l a c ión de a r t í cu lo s impre sc ind ib l e s pa r a conoce r l a s t eo r í a s de l fo r ma l i smo r u so, y conce p tos t an c i t ados como «desau toma t i z a -c ión» o « ex t r añamien to» . Des t a can lo s c e r t e ro s aná l i s i s na r r a t ivos de Bor i s E i chenbaum: su s pág ina s s e han to r nado impre sc ind ib l e s pa r a l a na r r a to log í a .

VARGAS LLOSA, Mario, La orgía per petua. Flaubert y “Madame Bovary”, Barcelona: Seix-Barral, .Es t e ensayo e s un e s tupendo e j emp lo de l buen hace r c r í t i co de l e s c r i to r pe r ua -no. Desde su pa s ión por l a l e c tu r a y s i n t e cn i c i smos, Va rg a s L lo sa de sen t r aña l o s m i s t e r io s de Madame Bo va r y y ev idenc i a po r qué e s t a nove l a e s uno de l o s g r andes p i l a r e s de l a na r r a t iva dec imonón i ca .

VALLES CALATRAVA, José Rafael (dir. ), Diccionario de teoría de la narrativa, Gra-nada: Alhulia, .

VILLANUEVA, Darío, Teorías del realismo literario, Madrid: Instituto de España-Espasa Calpe, .Te o r í a s d e l r e a l i smo l i t e r a r i o e s una monog ra f í a impre sc ind ib l e pa r a aque l l o s que qu i e r an a ce r c a r s e a l a nove l a de fo r ma un poco más p ro funda , pues to que aun -

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PER ABBAT

que s e c en t r a en e l r e a l i smo, s e exp l i c i t an muchos de l o s mecan i smos que ha i do de s a r ro l l ando e s t e g éne ro a l o l a r g o de su h i s to r i a . S e t r a t a de un e s tud io t eó r i co - l i t e r a r io que mane j a abundan te s conce p tos t eó r i cos, a s í que s e r equ i e -r en unas m ín imas noc iones en t eo r í a l i t e r a r i a pa r a pode r aborda r lo con éx i to. Hay una ve r s ión más r e c i en t e de e s t e l i b ro, con e l m i smo t í t u lo, pub l i c ado en Madr id : B ib l i o t eca Nueva , .

VILLANUEVA. Darío (coord. ), Curso de Teoría de la Literatura, Madrid: Taurus, .E l l i b ro r ecog e a r t í cu lo s de g r andes c r í t i co s y t eó r i cos e spaño l e s (R i c a rdo Se -nab re , Jo sé Mar í a Pozue lo, Dar ío V i l l anueva ) a ce r ca de l o s p r inc ipa l e s a sun tos que s e t r a t an en l o s p l ane s de e s tud io a c tua l e s de l a a s i gna tu r a Teor í a de l a L i t e r a tu r a de l a l i c enc i a tu r a en F i l o log í a .

Ediciones de las obras literarias citadasCAMUS, Albert, El extranjero, traducción de José Ángel Valente, Madrid:

Alianza, .FLAUBERT, Gustave, Madame Bovary, edición y traducción de Germán Palacios,

Madrid: Cátedra, .GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel, Crónica de una muerte anunciada, Barcelona:

Plaza-Janés, . MAHFUZ, Naguib, El callejón de los milagros, traducción de Helena Valentí, Madrid:

Alcor, .