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Comunidad, clase y cultura en los trabajadores mineros del Sur de Portugal * Paulo Guimarães (Traducción: Leopoldo Llaneza Fadón) L a historiografía portuguesa sobre el mo- vimiento obrero en Portugal durante la I República (1910-1926) ha insistido en la importancia de los trabajadores ligados a los oficios y a su desclasificación por la indus- tria moderna para explicar la naturaleza del conflicto y de las organizaciones de clase durante aquel período (Mónica y Patriar- ca,1981; Valente, 1981; Mónica,1983,1986 y Freire, 1992). Siguiendo la línea de los debates sobre el papel de la aristocracia obrera que caracterizaron a la historia social inglesa, el estudio se centra sobre un determinado grupo de trabajadores conocidos por su organización, protagonismo social y político así como su especialidad técnica, de los que son ejemplos los conserveros, los vidrieros, los tipógrafos y los sombrereros. Refutando, en parte, a la tesis defendida por Cabral (1977) según la cual la modernización de la industria portuguesa a partir de finales del Ochocientos estaría detrás de la aguda conflictividad social que perturbó profundamente la primera experiencia republi- cana portuguesa, Freire (1992) realzó el carác- ter del trabajo industrial realizado en talleres cerrados y la importancia de los oficios mecá- nicos y manuales en el reclutamiento de los grupos libertarios. Como telón de fondo, los primeros estudios se realizaron con las limita- ciones de las fuentes documentales conocidas, junto al casi medio siglo de «longa noite fas- cista», y a los preconceptos ideológicos relati- vos a la «verdadera» naturaleza de los com- portamientos «de clase» y a la función esencial de sus organizaciones. Al mismo tiempo que se tendía a revalorizar más el documento escrito que la memoria social que todavía se podía recuperar, los trabajos sobre grupos tan impor- tantes como los trabajadores rurales y mineros fueron iniciativas aisladas, marginales al medio académico, (Rocha y Labaredas, 1982; Gesta, 1982; Guimarães, 1989) cuando no eran inte- grados en la corriente que pretendía ver en las luchas del pasado algo sustancialmente dife- rente de lo que iría a acontecer durante el pro- ceso revolucionario que sucedió al Movimento dos Capitães, en abril de 1974 (Pereira, 1983). En el campo teórico se realzaron las condicio- nes de producción y la economía industrial pero se descuidó, en nuestra perspectiva, la importancia de los procesos de comunaliza- 457 Título del artículo Pablo Guimarães. Universidad de Evora, Departamento de Historia, CIDEHUS. Portugal. Política y Sociedad, Vol 39 Núm. 2 (2002), Madrid (pp. 457-479)

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Comunidad, clase ycultura en lostrabajadores minerosdel Sur de Portugal *

Paulo Guimarães

(Traducción: Leopoldo Llaneza Fadón)

L a historiografía portuguesa sobre el mo-vimiento obrero en Portugal durante laI República (1910-1926) ha insistido

en la importancia de los trabajadores ligados alos oficios y a su desclasificación por la indus-tria moderna para explicar la naturaleza delconflicto y de las organizaciones de clasedurante aquel período (Mónica y Patriar-ca,1981; Valente, 1981; Mónica,1983,1986 yFreire, 1992). Siguiendo la línea de los debatessobre el papel de la aristocracia obrera quecaracterizaron a la historia social inglesa, elestudio se centra sobre un determinado grupode trabajadores conocidos por su organización,protagonismo social y político así como suespecialidad técnica, de los que son ejemploslos conserveros, los vidrieros, los tipógrafos ylos sombrereros. Refutando, en parte, a la tesisdefendida por Cabral (1977) según la cual lamodernización de la industria portuguesa apartir de finales del Ochocientos estaría detrásde la aguda conflictividad social que perturbóprofundamente la primera experiencia republi-cana portuguesa, Freire (1992) realzó el carác-ter del trabajo industrial realizado en tallerescerrados y la importancia de los oficios mecá-nicos y manuales en el reclutamiento de losgrupos libertarios. Como telón de fondo, losprimeros estudios se realizaron con las limita-ciones de las fuentes documentales conocidas,junto al casi medio siglo de «longa noite fas-cista», y a los preconceptos ideológicos relati-vos a la «verdadera» naturaleza de los com-portamientos «de clase» y a la función esencialde sus organizaciones. Al mismo tiempo que setendía a revalorizar más el documento escritoque la memoria social que todavía se podíarecuperar, los trabajos sobre grupos tan impor-tantes como los trabajadores rurales y minerosfueron iniciativas aisladas, marginales al medioacadémico, (Rocha y Labaredas, 1982; Gesta,1982; Guimarães, 1989) cuando no eran inte-grados en la corriente que pretendía ver en lasluchas del pasado algo sustancialmente dife-rente de lo que iría a acontecer durante el pro-ceso revolucionario que sucedió al Movimentodos Capitães, en abril de 1974 (Pereira, 1983).En el campo teórico se realzaron las condicio-nes de producción y la economía industrialpero se descuidó, en nuestra perspectiva, laimportancia de los procesos de comunaliza-

457Título del artículo

Pablo Guimarães. Universidad de Evora, Departamento de Historia, CIDEHUS. Portugal.Política y Sociedad, Vol 39 Núm. 2 (2002), Madrid (pp. 457-479)

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ción inherentes a los procesos modernos decambio social, los cuales constituyen loscimientos para la construcción de identidades,habitus y valores normativos que permitendiluir socialmente la acción específica de dife-rentes grupos profesionales. Los estudios dehistoria social sobre comunidades de trabaja-dores en cuanto tales son, así, relativamenterecientes (Almeida,1993). Es en este contextoque éste estudio se inscribe, mostrando laimportancia de los procesos de comunaliza-ción en la construcción de las identidades declase y en la organización del conflicto.

Se pueden identificar dos grandes fases en lahistoria social de las minas del Alentejo entré ladécada de 1860 y los finales de 1950: la prime-ra que va hasta la primera guerra mundial, mar-cada por la apertura al exterior; y otra, lasegunda entre los años 1920 y 1950 con ca-racterísticas fuertemente centrípetas 1. Durantela primera fase, como veremos, reconocemos elreclutamiento de algarvios 2 y la presencia deespañoles, parte de ellos como individuos cuali-ficados y experimentados en trabajos mineros.Las minas reclutaban localmente muchos traba-jadores de oficios utilizados en los trabajosmineros o auxiliares (carpinteros, herreros, ce-rrajeros). La segunda fase tuvo, como telón defondo, el aumento de la población en el ámbitorural que no dejó de presionar las condicionesde negociación de los trabajadores. Los prime-ros años 30 y 40 se mostraron traumáticos de-bido a la reducción del empleo y de las condi-ciones de vida. En algunos casos, las grandesminas llegaron a cerrar (Aljustrel), llevando alEstado a intervenir por razones sociales. Porotro lado, el trabajo minero fue transformadotanto con la expansión del diesel, de la electri-cidad y de la mecanización como por la genera-lización de las prácticas de control relativas a laorganización científica del trabajo. Las nuevascategorías profesionales permitieron algunamovilidad entre las minas. El tercer periodo,que queda fuera de este análisis, tuvo su inicioen los años 60. Puede decirse que fue marcado,simultáneamente, por el cierre de varias explo-taciones mineras en la región (entre ellas lamayor mina, la de São Domingos, en el conce-jo de Mértola en 1965), por el salto migratoriode los mineros con destino a la margen Sur delrío Tajo en la región de Lisboa y, sobre todo, aFrancia y a Bélgica. Finalmente, la «fuga de lasminas» fue también estimulada por el rápido

crecimiento industrial en Portugal que repercu-tió, a mediados de esa década, en avances sig-nificativos en las condiciones de vida.

Desde la óptica del conflicto, el periodo ana-lizado conoció el surgimiento de la organiza-ción autónoma de clase, volviéndose abiertoen los finales de la monarquía y muy intensodurante la I República (1910-1926). El paso dela primera a la segunda fase corresponde, enesta perspectiva, a la contención del conflictopor el control corporativo y burocrático delEstado, en el momento de los primeros ensayosde integración con representación en la nego-ciación y en los acuerdos colectivos de trabajo.La huelga de 1962 en Aljustrel representó así laquiebra del sistema autoritario en el camposocial y el camino para agudizar las tensionesque explotaron en el 25 de abril de 1974.

Durante el Estado Novo (1934-1974), los mi-neros se distinguieron como estereotipo regionaldel Alentejo. Integrados en el orden corporati-vo, los trabajadoes mineros eran presentadosen acontecimientos simbólicos promovidospor el régimen como fue el caso de los con-cursos regionales de cantares alentejanos. Elamor a la profesión y el espíritu de sacrificioera enaltecidos como virtudes propias de estegrupo 3. Los mineros se enorgullecían de sermineros y «no querían ser otra cosa», comonotaba el director del Fondo de Desempleo en1962 4. En el momento en que, pasado más deun siglo ininterrumpido de explotación, seanunciaba el cierre de la mina de São Domin-gos en el Concejo de Mértola, esta rigidez nodejaba de constituir un problema social grave 5.

Por otro lado, con las luchas desarrolladas enlas décadas de 1950 y 1960, los mineros adquie-ron, tal como ya sucediera en otros países, lacarga simbólica inherente al arquetipo comunistade clase obrera: solidarios, con elevado espíritude sacrificio, disciplina, es decir, «consciente»(Lazar, 1985). En ambos casos estamos delantede imágenes intemporales con una elevada cargaideológica. No obstante, ello no es óbice paraplantear la cuestión que esta subyacente: ¿en quémedida los mineros alentejanos se diferenciaronde otros grupos de trabajadores de la región?

Estas líneas pretenden contribuir a circuns-cribir el universo del trabajador minero en elAlentejo tal como puede ser comprendido porel análisis histórico. Éste se centraría en losprocesos inherentes a la comunalización de lasrelaciones sociales en las minas, generadoras

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Figura 1. Principales explotaciones mineras en el Alentejo en los principios del siglo XX

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de identidades grupales y del conflicto de clasedurante el periodo histórico comprendido entrela Regeneración y el final del Estado Novo, osea, desde mediados del siglo XIX hasta ladécada de 1960. Entre esos procesos destaca-mos los modos de reclutamiento, el papel delpaternalismo minero y, en particular, la habita-ción y la familia en su articulación con lasorganizaciones productivas. Como han desa-parecido o han sido destruidos los papeles delas principales empresas mineras de la región,el análisis empírico se basó en las fuentes dis-ponibles en los archivos del Estado (InstitutoGeológico e Mineiro, Ministerio do Interior), dela administración local y regional (Gobierno Ci-vil de Évora, Câmaras Municipais de Aljustrely Mértola) en los papeles depositados en el Ar-chivo Histórico-Social (Biblioteca Nacional deLisboa) y en los archivos de los sindicatos na-cionalistas del Sur («O Sindicato Nacional dosOperarios Mineiros e Oficios correlativos doDistrito de Beja – secções de Aljustrel e de SãoDomingos»). Otra parte importante de los datosfueron recogidos durante diferentes estadías enAljustrel, entre 1984 y 1994, período en el cualrecogí decenas de historias familiares y testimo-nios orales.

La exposición se desarrolla en cinco temas.El primero se refiere a la forma en que la adop-ción de nuevos planes de explotación minerarealizados en las minas a ciero abierto (córtas)envolvieron alteraciones fundamentales en lacomposición del tejido social en el campo mi-nero. Al mismo tiempo, las políticas de las em-presas condujeron deliberadamente a la crea-ción de lazos directos de dependencia y a laestabilización de la población trabajadora. Esteaspecto será desarrollado en el segundo punto,en el cual se describen los modos de recluta-miento y el papel central del alojamiento cedi-do por las compañías. El tercer tópico mani-fiesta la relación entre el trabajo rural y elminero así como el papel desempeñado por lafamilia, aspecto que será desarrollado poste-riormente. Finalmente, se describen deferentesrepresentaciones de los mineros, un grupo quepocas veces se escucha en primera persona, sureligiosidad y sus organizaciones. Se concluyeque, aunque los mineros comparten un patri-monio cultural común a los trabajadores de laregión, su horizonte vital y las formas de orga-nización de los conflictos se inscriben inmedia-tamente en los órganos de las empresas.

1. Los mineros«inteligentes» y

los trabajadores indígenas: las estrategias

de desclasificación y de subordinación del trabajo minero

E l desarrollo de la moderna explotaciónminera a partir de finales de la décadade 1850 no encontró en el Alentejo

mano de obra abundante disponible ni trabaja-dores experimentados. Salvo raras excepcio-nes, los yacimientos estaban en sitios yermos ylas compañías estaban obligadas a crear todaslas condiciones necesarias para el desarrollode una actividad orientada a la exportación(Guimarães, 1996). Además de conseguir lostrabajadores necesarios para la explotación delas minas, los esfuerzos debían extenderse alas actividades para la valorización local de losyacimientos, garantizar la manutención de losequipamientos y ocuparse de las inversiones ylos gastos de infraestructura del transporteterrestre y portuario. De este modo, el recluta-miento de mano de obra se colocó como unode los problemas serios que las compañíasmineras tenían que resolver, llevándolas adesarrollar estrategias para fijar la mano deobra y bajar su costo.

La gran mayoría de los trabajos requeridosestaban lejos de poder ser realizados por manode obra indiscriminada o no cualificada. Lasminas exigían, además de los mineros y barre-neros, entibadores, carpinteros, carpinteros devagonetas, cerrajeros, picadores, fundidores,maquinistas, herreros y, en fin, un abanico muydiversificado de oficios que, siendo comunesen las minas y en los medios industriales, esca-seaban en una región que ahora despertaba a lamoderna minería. El propio minero, individuocapaz de hacer avances en pozos y galeríasorientando a un grupo de hombres, necesitabaconocimientos y experiencia que lo distinguiafrente a los restantes trabajadores. El procesode trabajo, basado en las ejecuciones de planesde avance licitados, bien en subasta públicabien a través de contratos informales, entre laempresa y las quadrilhas, reforzaba el poder

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del contratista sobre sus peões (peones) ylimitaba la entrada de extraños. De este modo,los primeros mineros tuvieron su origen enHuelva cuando no venían con los inversorescapitalistas, ingleses en su mayoría. El Inqué-rito Industrial de 1890 relata así las dificulta-des de adaptación de los trabajadores inglesesen las minas de Brancanes (Alvito):

«y cuanto al personal empleado en la mina,ya fue abandonado el inconveniente demandar venir mineros ingleses de Cornwall,que aparte de ganar por lo menos 45.000réis por mes, adolecen en general de fiebresy por efecto del calor, o se acostumbran alvicio de la embriaguez, al punto de volver-se, tanto por una causa como por otra, com-pletamente ineptos para cualquier servicio,teniendo que ser repatriados a costa de lacompañía.

Actualmente sólo trabajan en la mina uncerrajero, un maquinista y un capataz ingle-ses; el resto del personal es portugués y delas inmediaciones de la mina».

(Portugal, 1891:II,18)

La posición de los mineros en la jerarquíalaboral pueden percibirse a través de las dife-rencias salariales, pues éstas traducían distin-ciones en la calidad del trabajo. Entre 1877 y1880, en la mina de São Domingos, los barre-neros cobraban 590 réis 6 al día de promediopor los trabajos contratados, igual a lo queganaban los carpinteros. Los trabajadores queestaban en el tajo ganaban 380 réis y los quetransportaban el material en bestias de carga,que eran pagados por jornada, recibían 335réis. (Sequeira, 1883:250-259).

El aumento de la producción minera pasa-ba necesariamente por el número de mineros«propiadamente dichos» así como de barrene-ros y esto sólo podía obtenerse, en el sistemade arranque con pozos y galerías, aumentandola oferta en los salarios existentes. La opcióngeneralizada en las minas de cobre y hierro porla explotación a cielo abierto permitió a lasempresas traspasar esta limitación. En el infor-me de 1866, James Mason, director de la minade São Domingos, justificó la opción por estesistema de explotación, que le llevaría a remo-delar todo el sistema de producción, defen-diendo que:

«para duplicar esa producción (de piritas) elúnico método a seguir es el de la explotación

a “cielo abierto”, siendo este, además deltrabajo más seguro para los propios minerosy el que mejor nos habilita a emplear indis-tintamente a las poblaciones indígenas, porestar aquel trabajo al alcance de todos losobreros de estas regiones. La proporción demineros inteligentes, a quien se pueda con-fiar los trabajos arriesgados, es bien peque-ña y continuará siéndolo en cuanto no lle-guen a la edad madura las generaciones quehoy están aquí en aprendizaje».

(Sequeira:1884)

Al contrario de lo que defendía el ingenieroinglés, el trabajo en el tajo era bastante más pe-ligroso, siendo responsable de más de dos do-cenas de muertos en un corto espacio de tiempo,aunque permitía, eso sí, «emplear indistintamen-te a las poblaciones indígenas».

Por otro lado, los mineros eran incapaces depermanecer mucho tiempo en una mina. Nos di-ce la «Noticia sobre la mina de São Domingos»,que «el minero, propiamente dicho, de esta re-gión del sur del país tiene una tendencia notablepara ser nómada, y raras veces se ajusta a traba-jar en una mina después de haber sido contrata-do allí en dos ocasiones seguidas» (Sequeira,1884:245). Es una referencia al «espíritu aven-turero e inquieto» de los mineros que los lleva-ba a regresar después de circular por otras mi-nas durante un periodo más o menos largo.

La subordinación del trabajo a la disciplinaimpuesta por la empresa, comenzando por lapropia regularidad en la prestación del trabajo,se convierte en uno de los objetivos inherentesa la construcción de las viviendas obreras. Enel Relatório de Inspección de 1860, el ingenie-ro portugués explicaba una de las fuentes deléxito empresarial del ingeniero Mason:

«Los sacrificios muchos y grandes son elresultado de la administración inteligente,habiendo sido el mejorar considerablemen-te las condiciones económicas de la propiamina. No habiéndose contentado con los pri-meros beneficios, ha querido y conseguidodisminuir los gastos de la mano de obra,levantando grandes construcciones, prestan-do así comodidades a los empleados paraque permanecieran en la mina; juzga yjuzga muy bien que un obrero que tiene unahabitación donde recogerse, trabaja más ymás barato que otro cualquiera que es con-denado a pasar horas de descanso teniendopor abrigo la noche y el estar expuesto a laintemperie de las estaciones». 7

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La necesidad de estabilizar al personal mi-nero llevaba las empresas a distinguir entre lostrabajadores internos y los externos, siendo lamasa de trabajadores que fluctuaban aquelloscompuestos por inmigrantes temporales queeran destinados a las Casas de Malta. Las deu-das en los almacenes patrocinados por las em-presas así como la proliferación de las ventasde vino y el juego, contribuían a mantener loslazos de dependencia forjados en el endeuda-miento permanente.

La degradación del estatuto minero estáacompañada con la llegada a la edad adulta dela nueva generación de mineros del Alentejo.La desaparición de los trabajos licitados ensubasta y la generalización de los trabajos porcontrata van juntos con la degradación gradualde la renumeración del trabajo, acentuada a fi-nales del Ochocientos con la creciente presiónejercida por la oferta del mundo rural. El de-sarrollo minero y agrícola había llevado aMason Barry Lted. a reclutar trabajadores delas Beiras en 1873 (cf. figura 1). Dos años des-pués era la Transtagana la que anunciba en elprincipal periódico del bajo Alentejo, O Bejen-

se, el reclutamiento de trabajadores. A partirde entonces, la presencia de españoles tendió adisminuir. En la década de 1880, el ingenieroPedro Sequeira afirmaba:

«en general puede decirse que los trabaja-dores extranjeros frecuentan, actualmente,la mina (de São Domingos) menos que enlos comienzos, porque hay en el bajo Alente-jo un numeroso personal minero debidamen-te habilitado» (Sequeira, 1884:244/5).

La principal mina del país tenía entonces unescaso número de «artistas» ingleses, de entiba-dores piamonteses y de barreneros españoles.La gran mayoría de la población minera era for-mada por algarvios y alentejanos, siendo losprimeros utilizados sobre todo para los trabajosindiscriminados, duros, peligrosos, como eranlos trabajos de la córta. La siguiente figuramuestra el registro de residentes españoles en elMunicipio de Mértola, número infravaloradocara a la población que efectivamente trabajabalas minas, pero que muestra de forma gradual lapérdida de importancia de esa movilidad comoresultado de la estabilización de la población.

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Figura 2. Legitimaciones de españoles residentes en Mértola, 1888-1894 (variación anual yvalores acumulados)

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Fuente: Guimarães, 1994.

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2. Comunidades mineras del Alentejo: fases y

reclutamiento

L a duración y la dimensión de losproyectos mineros fueron elementosdeterminantes en el proceso de comu-

nalización o de construcción de las identidadeslocalmente enraizadas. De este modo importaidentificar las tres fases en la óptica de la es-tructuración del conflicto en la comunidad: elestadio inicial está generalmente marcado porlas relaciones abiertas, con una fuerte masculi-nidad de la población minera, resaltando unaocupación del espacio de campamento; el se-gundo momento está caracterizado por la esta-bilización de las relaciones y por una fuerteendogamia de clases la fase de la madurez y lamás duradera; el ciclo se cierra finalmente, conuna nueva fase de apertura de la comunidad,pero esta vez, para el exterior, por la inmigra-ción de la población activa, por cambios deactividad, a la vez que internamente la pobla-ción envejece. Los momentos finales, siendolos más cortos, no son necesariamente breves.Estos periodos tienen en cuenta, sobre todo, laforma en que se relacionan las comunidades ensu conjunto cara al exterior: un primer momen-to de reclutamiento largo, un segundo en el quelas fluctuaciones en la búsqueda de trabajo sonfácilmente satisfechas con las reservas localesde trabajo entre tanto generadas y, finalmente,el tercero, de disipación por vía de la mecani-zación y de la transformación del conjunto dela economía.

Este esquema ideal nos sirve, levemente, co-mo un guión para el análisis histórico de estascomunidades. No tiene una incidencia necesa-riamente cronológica ya que se aplica tanto a laevolución general durante este vasto periodo enanálisis como a la historia individual de cadacomunidad 8. Si es fácil identificar casos dondepodemos encontrar estas tres fases (aunque concronologías diferentes), la mayoría de las ex-plotaciones no tuvieron una vida tan larga quelas llevase a recorrer todas las etapas. Así, sololas grandes minas de la faja de piritas alenteja-na (grupo Caveira-Lousal, Aljustrel, São Do-mingos) tuvieron dimensión y duración sufi-cientes para que se cumplieran todas la fases.Cada explotación tuvo, con todo, su propia

cronología. Con excepción de São Domingosninguna otra aldea alentejana alcanzaría lamadurez antes de finales de los Ochocientos.En otras palabras, tal como sucedía en otrasregiones industrializadas durante este periodo,la mayoría de las explotaciones tuvo una vidabreve (Samuel, 1977). No obstante, como losperiodos dan indicios respecto a la circulaciónde los propios trabajadores, a la transformaciónde las relaciones del trabajo y al reclutamientoen el interior de las explotaciones, se puedenaplicar por extensión a la experiencia de clase.Así, por ejemplo, difícilmente se consigue co-nocer el drama experimentado en las minas depiritas del Sur durante la crisis de los años trein-ta y después, durante la segunda guerra mun-dial, sin esa pérdida de contacto con el mediorural, o mejor, sin la fuerte dependencia que lostrabajadores tenían de las propias minas. Y asíidentificamos la tercera fase con el período quese inicia en la década de 1950 y encuentra en laprimera mitad de los años 60 la apertura exter-na, o sea, el momento en que gradualmente au-mentó la escolarización y se comenzó a «fugir»en las minas, por vía de la inmigración para«Europa» y para la periferia de Lisboa o por laentrada en otros tipos de trabajos posibilitadospor la modernización económica. Volvamosentonces a la transición de la 1ª a la 2ª fase.

A lo largo de este periodo es posible distin-guir en todas las minas una población especia-lizada que circula entre explotaciones, elreclutamiento local y la población fluctuante.No obstante, el peso relativo de cada una deellas es bien diferente de mina en mina, depen-diendo de la fase de desarrollo en que seencuentre. Nuestro análisis se centra en elreclutamiento de los trabajadores de la SociétéAnonyme Belge des Mines d’Aljustrel, daMason & Barry Lted. y de la pequeña empre-sa Aboim Inglês Ltd.

Debido a la ausencia de documentos en elarchivo de la compañía belga, el análisis delreclutamiento de las minas de Aljustrel pudoser hecho a partir de los ficheros de socios delSindicato Nacional dos Operários Mineiros dodistrito de Beja (secção de Aljustrel). El regis-tro de los trabajadores data de 1945 y, como lainscripción era obligatoria, tenemos toda la po-blación presente en el servicio en dicha fecha.La muestra de los socios nacidos antes de 1901nos puede dar una indicación de las fuentes dereclutamiento de la compañía. Se trata, pues, de

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intentar llegar al perfil de reclutamiento de lostrabajadores en la primera fase de la historia dela empresa partiendo de la selección de los tra-bajadores más viejos o que se encontraban to-davía en activo cuatro décadas después. Talmetodología de análisis «retrospectiva» no estáexenta de riesgos y debe ser confrontada conotras fuentes. Tomemos por ahora los resulta-dos: la mayoría (casi la mitad), eran originariosde la freguesia 9 minera y los restantes veníandel concejo donde se situaba la mayor mina delpaís (Mértola) y del Algarve (especialmente delconcejo de Loulé) 10. Detectamos también unpequeño número de individuos que vinieron deotras regiones mineras en España (Huelva) ydel norte de Portugal (São Pedro da Cova y Sil-va Escura, en el litoral). Encontramos tambiéngente cercana de la región, oriunda de Panóias,Castro Verde y de Ourique, tierras donde pro-liferaban las minas de manganeso. Es notorio,sin embargo, la ausencia de gente oriunda delAlentejo cerealífero. Fueron las regiones más

pobres –al sur de Aljustrel– y del Algarve lasprincipales fuentes de reclutamiento externo.Por otro lado, parece evidente la circulaciónentre minas, particularmente en el sentido Mér-tola → Aljustrel. Es cierto que en esta muestrade 133 socios, la población de Aljustrel puedeestar sobrevalorada frente a las probables canti-dades de reclutamiento en las primeras décadasdel siglo.

Afortunadamente podemos contar con otrafuente preciosa: el Livro de Registo dos Operá-rios que entraram ao serviço da Société Belgedes Mines d’Aljustrel, hecho en la Administra-ción del Concejo 11 como consecuencia de lahuelga de 1905. Este registro de la época des-miente la imagen que teníamos a partir del aná-lisis «retrospectivo» de los sindicalizados en1945. De hecho, la gran mayoría de los trabaja-dores mineros tenían su origen en el Algarve, ymuy especialmente en un Concejo donde predo-minaba la pequeña propiedad (Loulé), mientrasque el reclutamiento local no alcanzaba el 10%,

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Figura 3. Origen geográfico de los trabajadores mineros de Aljustrel

Fuente: Guimarães, 1995.

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lo que era inferior a la población originaria deMértola 12 (figura 3). Es muy probable que, enalgunos casos, estemos hablando de una pobla-ción flotante que circulaba entre las minas.

A pesar de las diferencias en el peso delreclutamiento local que nos dan las dos fuen-tes, hay un patrón geográfico de reclutamientocomún: gran parte del reclutamiento de los tra-bajadores para las minas del sur tenía su origenen el Algarve y en la zona serrana y pobre delBajo Alentejo. El Algarve era también, final-mente, la zona de reclutamiento de trabajado-res agrícolas en las épocas de gran demanda deempleo (Silva Picão, 1983). Por otro lado, lashistorias familiares sugieren que el recluta-miento local fue, por lo menos en la primerafase, selectivo, siendo el algarvio el que reali-zaba los peores trabajos (v. infra).

Hasta los años treinta este mundo minero fueobjeto de una intensa movilidad geográfica,disminuyendo de manera significativa la pobla-ción de la Vila de Aljustrel en los períodos decrisis, como sucedió en la última década delsiglo XIX y durante la primera guerra mundial.En 1930, como consecuencia de una aguda cri-sis de trabajo, fueron las autoridades que «man-daron» (sic) regresar 800 trabajadores algar-vios a sus lugares de origen. De esta forma, enmomentos posteriores el reclutamiento localcomenzó a tener un peso creciente, explicandolos números que encontramos en 1945.

Usando la misma metodología en el análisisdel fichero de socios del sindicato para la sec-ción de São Domingos, los resultados parecendiferentes pues sugieren que en 1880 la comu-nidad presentaba una tendencia fuertementeendogámica. En otras palabras, en ese momen-to «el minero era hijo de minero». A pesar deello, está bien claro que el reclutamiento se hacesobre todo en el sur, en las poblaciones vecinasdel Algarve, teniendo poca expresión la pobla-ción al norte de Mértola, al igual que la delmargen izquierda del Guadiana. 13 (figura 3).

Otro síntoma de estabilidad de la comunidades el reclutamiento realizado a edades más tem-pranas. Efectivamente, el análisis «retrospecti-vo» de la misma fuente muestra que la entradade los trabajadores en las minas de São Domin-gos tendió a realizarse cada vez más pronto amedida que entramos en el siglo XX 14. Entré1890 y 1910 cerca de la mitad de los indivi-duos entraban al servicio de la empresa entrelos 11 y los 14 años. La tendencia parece

comenzar a invertirse a partir de los años trein-ta, cuando empieza a tener más peso la entra-da entre los 15 y los 18 años. La razón está enla acción combinada de varios factores. La exi-gencia de fuerza muscular y de prestación re-gular de trabajo cuando se entraba al serviciode la empresa se combinaba con la degradación,en términos relativos, de los salarios minerosfrente a los rurales. Muchos jóvenes estabanimpedidos para trabajar debido a las exigen-cias físicas del reclutamiento o preferían, ellosmismos, retrasar su entrada para encontrar otrasactividades menos exigentes. El trabajo mineroera cada vez más exigente físicamente, estandolos años treinta marcados por la imposición deritmos laborales más violentos en todos los ti-pos de trabajos. La introducción del Diesel enel transporte subterráneo junto a la mecaniza-ción de muchas tareas (trituración, especial-mente) y el surgimiento de nuevas categoríasprofesionales, en la cual el trabajador se con-vertía en el anexo de una máquina (barrenista)o el controlador del trabajo (vigilante). Esteciclo de modernización técnica quedaría con-cluido en las minas de piritas en los años 50.

La gran mayoría de las explotaciones minerastuvieron una vida corta y una dimensión relati-vamente pequeña. No se llegaron a constituir enmuchos casos auténticas aldeas mineras, conuna vida social propia. La estructura de empleoen estas minas de vida corta era bastante diferen-te. Las minas de manganeso, por ejemplo, usa-ban intensamente el trabajo de mujeres y niños,lo que permitía un reclutamiento predominante-mente local. En la mina de Lagoa de Paço de laempresa Aboim Inglês Ltda., que estuvo en acti-vo entre 1944 y 1974, más de la mitad de los tra-bajadores tenían su origen en las poblacioneslimítrofes a la explotación 15. Más de la mitad delos trabajadores estuvieron ahí empleados menosde cuatro años, siendo reducido el número deaquellos que estuvieron al servicio más de nueveaños. En las minas de Orada (Serpa), explotadapor Cofena (Companhia de Ferro Nacional) ycerrada en 1972, junto a la población local y deBeja, tenemos una parte muy importante oriun-da de São Domingos, cuyos trabajos habíancerrado en 1964 16. La distribución de la restan-te población por el país demuestra la incidenciaen regiones marcadas por la explotación minera(Guarda, Castelo Branco, Sobral de Adiça).

La habitación ofrecida por la empresa era des-tinaba a estabilizar la población minera alrededor

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de las explotaciones y constituía un elementocentral del paternalismo minero. Ella fue dirigi-da, de manera preferente, a la población quevenía de fuera. La asistencia en la enfermedad yla muerte, que se extendía a la familia del tra-bajador, fue acompañada por inversiones en lavida social. Las empresas subvencionaron unabanda filarmónica, más tarde un club de fútbol,construyeron iglesias, escuelas y mantuvieronuna policía privada. En Aljustrel la sociedadbelga heredó el patrimonio edificado por la anti-gua compañía portuguesa, creó una asociaciónde socorros mutuos que obligó la asociación delos trabajadores y uso los recursos de la Miseri-cordia local para la asistencia a sus accidenta-dos. Invariablemente, la caja de las multas erausada para fines asistenciales. Con la instituciónde los Seguros Sociales Obligatorios en 1917 y,más tarde, con la intervención del estado autori-tario, las Cajas de Auxilio creadas por el patro-nato o por el movimiento obrero durante la Re-pública quedaron subordinadas a la políticasocial Salazarista.

La construcción de los cuarteles obreros porlos ingleses obedeció a los patrones culturalesmínimos existentes en la región. En São Do-mingos eran hileras de casas con una puerta,sin ventanas y con dos divisiones, tal comoeran las casas de los más pobres trabajadoresrurales. En diciembre de 1875 había 594 barra-cones construidos de manera dispersa por elcampo minero y por el puerto de Pomarão, en

el Guadiana. Había entonces 1423 trabajadoresy solamente 1077 dependientes. La poblaciónminera tenía 2050 residentes y vivían fuera dela mina el 32% de los trabajadores. La mediade personas que habitaban una casa era de 3,1.

En Aljustrel, al contrario, la población sedistribuía entre los barrios obreros, las pobla-ciones rurales y la propia villa. La figura 4muestra la localización de los principales nú-cleos familiares e individuales que trabajaronen las minas de Aljustrel (Minas de São Joãodo Deserto e de Algares). La residencia exactade la población minera fue identificada a partirde los libros de registro de consultas del Mon-tepío entre 1911 y 1914. Esta muestra signifi-cativa permite comprender el patrón de ocupa-ción del campo minero (figura 4). Los barriosde São João y de Algares, construidos al ladode los yacimientos situados en los extremos dela Villa, absorbían una parte importante de lostrabajadores. Al lado de las instalaciones fabri-les (el triturador) y de Piedras Blancas, delcampo de quema y el depósito del mineral quequedaba a 16 km, surgieron varios lugares dehabitaciones. Sin embargo, una parte significa-tiva vivía en la aldea proletaria de Rio de Moíh-nos o en las huertas de los alrededores. Otraparte de la población ocupaba los márgenes dela Villa: la zona de los Altos y el antiguo tér-mino, la Aldea de las Magras, antes ocupadapor trabajadores rurales y pastores (mayorales).Este nuevo espacio fue después integrado a la

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Figura 4. Localización de los principales núcleos familiares de las minas de Aljustrel e de São João do Deserto, 1911-1914.

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Villa, siendo designado como la calle de Alga-res, Avenida, Plano, etc. En el viejo núcleourbano, por ello, encontramos pocos trabajado-res de las minas. Tan sólo apareció un pequeñonúmero de personas en el registro del médicodel Montepío que no indicaban la residencia,mientras que otros vivían en la mina de Juliana,localizada a dos docenas de kilómetros.

En suma, con los yacimientos de São João yde Algares localizados en los extremos de laVilla, la población minera ocupó rápidamentelos espacios donde antes estaban los proletariosrurales, pastores y mayorales. Esta promiscui-dad entre una villa rural alentejana y las minas,fruto del acontecimiento geológico, fue excep-cional (figura 4). Aquí, las minas acabaron pordeterminar la vida de la villa conocida por suselevados precios de arrendamiento y por el altocoste de vida. Hacia los años 20, la villa tendránuevas particiones de terreno, siendo conocidaslas casas construidas de forma cooperativa entrevarios compañeros. En los años 50 nuevosbarracones fueron construidos en Val d’Óca (Algares).

La sobre-ocupación constituyó una de las ca-racterísticas del alojamiento minero. Familiasnumerosas viviendo en espacios exiguos for-maban habitualmente el escenario que los visi-tantes encontraban. Al hablar del interior de las«míseras cuadras donde vivían los mineros» yel papel que la mujer desempeñaba, el famosoescritor y periodista Ferreira de Castro escribióen 1929:

«estas infelices mujeres, productoras de unheroismo cotidiano (...) están impedidas deigualar a sus hermanas alentejanas, que man-tienen las casas populares más aseadas y másestéticamente ordenadas de todas las existen-tes en Portugal. Les falta espacio» (Castro,1986:III).

Era frecuente que familias con más de seishijos se alojasen en casas con una sola divisiónque también servia de cocina, en una promis-cuidad que atizaba a la imaginación burguesay preocupaba por la degeneración moral.

«El cuarto servía de cocina, de sala ydormitorio; y a la noche, en esa promiscui-dad absoluta de cuerpos, los padres, si eranrespetuosos, apagaban la luz o se colocabande espaldas, cuando las hijas ya crecidas sedesvestían».

En un estudio realizado al final de la décadade 1950, en un momento en que la poblaciónminera comenzaba a disminuir y ya habían si-do construidas algunas otras casas como obracorporativa, se estimaba que serían necesarias3.070 habitaciones para alojar a la poblaciónsobre una base aceptable. En ese momentohabía 3.770 habitantes para 1.090 habitacio-nes, con un total de 1.938 divisiones 17.

Se verifica todavía, acotaba el citado estudio,que 928 habitaciones (85% del total) poseenapenas una o dos divisiones. Considerando elconjunto, no llega a verificarse una media dedos divisiones por habitación. En contrapartidahay cerca de dos habitantes por cada división.

Estos números son altamente significativospara probar que esta gente vive en condenablepromiscuidad. Crecen también las deficienciasde las instalaciones sanitarias, normalmente deuso colectivo y situadas en el exterior de habita-ciones, y la carencia de la distribución de agua.Las casas no tienen iluminación eléctrica, pormucho que la mina posea su propia central des-de hace varios años.

Este panorama todavía se oscurece un pocomás si consideramos que las habitaciones conel mayor número de divisiones se destinan úni-camente al personal dirigente superior 18.

3. Salarios: jerarquías y carreras. Trabajo minero

y trabajo rural

L a jerarquía de los salarios estableci-dos en las minas determinaba un cir-cuito conocido entre los trabajadores

mineros. Los niños entraban a las minas por-que el salario de los padres eran evidentemen-te insuficiente para el sustento de la familia.Entre los ocho y los diez años era el momentoen el que el niño abandonaba la escuela paraentrar al servicio de la empresa como «pin-cho», haciendo trabajos en la superficie. Des-pués, en función de sus posibilidades físicas yrelaciones, encontraba otros trabajos mejorrenumerados pero más duros, en la trituracióndel mineral, en el llenado de la vagonetas, enla extracción o en los sumideros de las minas,auxiliando a los más viejos. En este momento

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él tendría entre catorce y dieciséis años. Eracuando iba al fondo de la mina para recorrer lasdiversas categorías de zafrero o minero. Pocosaños más tarde llegaba el momento del matri-monio. El salario del jefe de familia alcanzabael punto más alto cuando nacían los primeroshijos. Para sostener a su familia arruinaba susalud en trabajos extraordinarios y acababa porregresar a la superficie en el momento en quesus primeros hijos comenzaban a trabajar. Esteera el momento en que, si la salud ayudaba yhabía caído en gracia, podía surgir una oportu-nidad para tener un trabajo mejor como el decapataz de oficio, apuntador, o cualquier otracategoría superior. Con 35 años de edad él yatenía 25 años de mina. A medida que envejecíale correspondían trabajos más leves. El mejorde ellos, el de guarda, era generalmente reser-vado a los «silicóticos». Ganaba una miseriapero sus hijos ya estaban casados.

El trabajo de las mujeres era eventual. Ellasegaba, recogía las aceitunas aunque de unaforma menos sistemática que los trabajadoresrurales. Los hombres, para equilibrar el presu-puesto y ganar algún dinero para el matrimonio,ropa u otros gastos, hacían campañas durante elverano, es decir, trabajaban a destajo para loslabradores durante las cosechas llegando a for-mar sociedades informales cuyos beneficioseran repartidos entre todos. De esta manerahacían más de 16 horas de trabajo durante elverano: se quedaban en el turno de noche parasalir a las cuatro de la tarde y después marcha-ban a las cosechas con la «campaña» hasta elanochecer.

Desde finales del siglo pasado tenemos noti-cias de estos complementos salariales por partede trabajadores internos. En São Domingos, lostrabajadores deseaban que durante el verano lamina no tuviera trabajo. Este sistema permane-ció hasta mediados de la década de 1960. Otrosse mataban literalmente haciendo horas extraor-dinarias e imponiéndose así mismos ritmos detrabajo increíbles para conseguir los premios deproductividad. En cada mina encontramosvarias historias de mineros que quedaron así«estropeados» o a los cuales les «reventaron lospulmones». Sin embargo, la ganancia era malvista y sólo una familia numerosa podría justifi-car dichos comportamientos.

Hay aquí una nota necesaria para el lectormenos familiarizado con el tema. Los ranchosde trabajadores, así como los grupos de «mal-

teses» son siempre figuras presentes en esteuniverso. Las relaciones con el mundo mineroson definidas por la precariedad. El objetivode los primeros es conseguir la mayor cantidadposible de dinero para regresar a casa y, debi-do a ello, tienen actitudes respecto al trabajoque los mineros condenan: se arriesgan dema-siado, trabajan demasiado y, además, trabajanpor poco dinero. Podría decirse de esta mane-ra que la experiencia minera fue vivida pormucha más gente de lo que sugieren los núme-ros medios diarios de trabajadores al servicio.De cualquier forma, sin lazos especiales con laempresa, éstos trabajadores podrían fácilmentecambiar el trabajo minero por cualquier otro.En el caso de los mineros propiamente dichos,las empresas evaluaron entregar tierra comouna forma de mantener los salarios bajos. Asíocurrió en todos los lugares, aunque nuncallegó a encontrarse al minero campesino quePoinsard (1909) describe en las minas de cobredel distrito de Aveiro en Le Portugal Inconnu.Tal actitud por parte de las compañías no dejóde indignar a los propios mineros, como suce-dió en los años 40 cuando los mineros de Lou-sal (Grândola) fueron obligados a aceptar aguapara riego y permiso para cultivar pequeñashuertas como contrapartida por la disminuciónde los salarios.

4. El papel de la familia:lazos de afecto y

reproducción social

L a organización de la vida común alre-dedor de la mina era consagrada enlos momentos en que se afirmaba la

identidad local tal como sucedía en las fiestas.Eran estos los momentos privilegiados en quelos jóvenes iniciaban nuevas relaciones.

La regla en el matrimonio era la figura del«ajuntamiento», aunque en las generaciones delas primeras décadas del siglo el matrimoniopor registro (y raramente por la iglesia) fuese lanorma. En un momento dado del noviazgo losjóvenes de mutuo acuerdo iban a vivir a casa delos padres del novio, a menos que ella fuesehuérfana y su casa tuviera más espacio. El jovenpodía tomar la decisión definitiva de aceptar o

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rechazar a su futura compañera porque, a partirde este momento, su posición (y la de ella) a losojos de toda la comunidad era la de casado defacto. Era relativamente frecuente que el jovenrecusara a la chica que, de esta manera, era en-gañada porque era de todos conocido sus rela-ciones íntimas. Las «enganadas» eran proscritaspor que «se não é boa para fulano também nãoé para mim» y «se fulano a abandonou algumdefeito há-de ter». También los jóvenes queda-ban marcados porque «se ele abandonou fulanatambém me há-de abandonar a mim». A pesarde la relativa frecuencia con que el joven recu-saba seguir adelante, después de este casamien-to informal las separaciones eran relativamenteraras. El «ajuntamiento» en casa de los padrespodía dar lugar más tarde a la constitución deuna nueva casa. Si las circunstancias hicieronque se optase por la legalización fue sobre todopor un esfuerzo del régimen. En 1940, las mi-siones católicas llegaron a las minas y «casa-ram a malta toda», actos estimulados por lossubsidios que eran ofrecidos por la empresa. En1953 y 1954 hubo varios matrimonios colecti-vos promovidos por la Acción Social y quetuvieron lugar en el sindicato minero. Estas ini-ciativas fueron inseparables de la política socialdel estado nacionalista y católico que procurabaconvertir estos trabajadores «ariscos y analfa-betos, poco permeables a la propaganda y a lacreencia en las virtudes de la colaboración conel régimen fascista» 19.

El papel del padre era el de llevar el sustentoal hogar. El comportamiento típico era entregartodo el salario a la mujer y pedirle dinero parael «copito» de los sábados. No dar dinero a lamujer, gastarlo en la bebida o en el juego y dejara los hijos pasar hambre era moralmente conde-nable. El hombre debía dejar la administraciónde su casa a la mujer. El único momento dediversión era el que pasaba con sus compañe-ros, en la taberna, siempre los sábados (estelugar no debía ser demasiado frecuentado). Notener dinero era estar proscrito de ese esparci-miento alrededor del vino. Por eso, los momen-tos de mayor tensión familiar surgían general-mente cuando el hombre quería salir con suscompañeros pero su mujer no tenía dinero paradarle o cuando él, alcoholizado, regresaba acasa. La autoridad paterna surgía frecuentemen-te por vía de la violencia arbitraria y el respetoque inspiraba se confundía con la distanciaimpuesta por el temor. El trabajador transfería

al plano familiar el orden social que reproducíay del que él era la primera víctima.

La mujer debía «hacer el gobierno de la ca-sa», educar a los hijos, llevar la comida del ma-rido a la mina que descendía por el pozo deextracción. Cuando el hombre salía del trabajoera fundamental que ella estuviera en casa,señal de que ocupaba su lugar y garantizaba lacohesión de la familia. Ella era por eso la últi-ma en entrar en el mercado de trabajo. El hom-bre prefería hacer horas extraordinarias, trabajaren el campo, arruinar su salud trabajando antesque ver a su mujer en el trabajo. El trabajo de lamujer debía ser, cuando mucho, eventual y tenerlugar solamente cuando los hijos era capaces yade trabajar. Así, los trabajos que se daban a lasmujeres en las minas eran, preferentemente, paralas viudas y las niñas de aquellas familias enpeores condiciones. En los años «más negros»(crisis de 1931-1932, crisis de 1940-1947) estasreglas fueron subvertidas por los hombres de-sempleados que se quedaban en casa mientrasveían a sus mujeres (algunos embarazadas ocomo bebés recién nacidos) ir para el trabajo.

Recurrir de manera «sistemática» al trabajoinfantil y femenino ponía en riesgo la reproduc-ción del grupo y su estabilidad en cuanto tal, nosólo porque ello tenía lugar en condiciones decrisis alimenticias ocasionadas por la disminu-ción de los salarios o en situaciones subempleopermanente, sino también porque la mujer deja-ba de garantizar las funciones que desempeñabaen la economía doméstica. Ella dejaba de garan-tizar la fidelidad al marido. El rechazo de la mu-jer podía tener lugar cuando ella dejaba de garan-tizar la sucesión del hombre, cesando entoncessus obligaciones tanto con ella como con su des-cendencia. Los trabajadores que se alcoholizaban«faziam figuras tristes» comprometían la super-vivencia de la familia. La mayor vergüenza parael hombre era ser incapaz de garantizar el sus-tento de los hijos y para la mujer era no garanti-zar la cohesión del hogar con la fidelidad al mari-do. Cuando esto sucedía, el hombre o la mujerdejaban de contar con la solidaridad de sus veci-nos. La separación de mujer/hombre, en estos ca-sos, era aceptada por la familia y por la comuni-dad. Pero tanto en un caso como en el otro, laseparación no aparecía como inevitable. Tal vezla mayor diferencia entre el mundo rural y el me-dio minero del Sur esté, precisamente, en las ma-yores variaciones de los comportamientos indivi-duales frente a la norma colectiva registrada.

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Alimentar a la familia y a la comunidad eranlos papeles colocados en lugar destacado en lassituaciones de crisis alimenticias. Era conocidala lógica del hambre en los medios mineros,motivada por las situaciones de desempleo o desubempleo duraderos. Cuando se perdía el cré-dito dado por los comerciantes era cuando seempezaba a vender las pocas cosas que se tení-an: una cama, un colchón, un candil de petróleo,ropas, una mesa, un arcón y poco más. Despuésera el momento de ir a la «falca» (ir a pedir demonte en monte 20, lo que las mujeres hacíancon los bebes) o de ir a la «boleta» 21 (con losniños por los montados). Muchas veces la mujertenía que tomar la decisión entre dar de comeral hombre o a los niños. La primera decisión erasuya y generalmente le entregaba lo que tenía,pues era él el que necesitaba fuerzas para traba-jar. La última decisión era del hombre que debíadevolver lo que tenía a la mujer o, por lo menos,repartir con los niños. En el fondo de la mina élrecibía una marmita o una bolsa vacía o con pie-dras para hacer volumen. Cuando llegaba lahora de la comida, él se apartaba discretamentede sus colegas porque no tener nada que comerera una vergüenza muy especial. Si él lo revela-ba a sus colegas, suscitaría de inmediato queellos repartieran su escaso alimento, disminu-yéndolo. Si le ofrecieran comida, el se ofende-ría. De esta manera, los compañeros sabiendo loque pasaba, nada hacían. Algunas vecinas tení-an el espontáneo gesto de ofrecer comida - en elcaso de que lo pudieran hacer- a aquellas otrasmujeres que estaban en situación más crítica,pues a ellas les competía la responsabilidad dealimentar a la familia. La solidaridad en perío-dos de hambruna creó entre estas familias unfuerte sentimiento de unión que lleva inclusohoy, a los viejos mineros, a recordar aquellasrelaciones entre las personas del pasado deforma casi idílica («éramos como una familia»,«nos llevamos todos bien») al mismo tiempoque lamenta el «individualismo» de las perso-nas de hoy. Serafim Gesta, a la vez, nos comen-taba las formas de tratamiento íntimas y cariño-sas de las gentes de San Pedro da Cova (lasminas de carbón cercanas a Oporto).

La familia desempeñaba un papel fundamen-tal en la formación de clase pues, a partir deella, se definían los límites de movilidad de losindividuos en el interior de las minas. La entra-da de los jóvenes en el mundo del trabajo sehacía generalmente por algún familiar próximo

que intercedía frente a la empresa y establecíanasí redes de relaciones que limitaban la movili-dad. Por esta vía se trazaban carreras, se esta-blecían límites a la movilidad –incluso en elinterior de las empresas–. La primera divisiónera la de empleado/ trabajador. El empleadocompartía los lugares destinados a la direccióny las tareas de la administración, tenía un sala-rio, un trabajo limpio y poseía conocimientosque sólo se podían alcanzar con muchos años deestudio. La segunda división tenía lugar entrelos trabajadores y los «artistas» u «obreros».Estos trabajaban generalmente en las oficinasde mantenimiento y tenían conocimientosadquiridos con la práctica en talleres, estabanmás escolarizados y hacían lo posible por dis-tinguirse. Estas divisiones afectaban a la forma-ción de grupos de sociabilidad que, en los do-mingos, desfilaban por la calle que atravesabaAljustrel. Los dos grupos tenían espacios desociabilidad relativamente diferenciados. Granparte del aprendizaje era realizado en las pro-pios talleres y por eso, el control de acceso delos menores a los talleres, así como al saberconstituían los elementos claves que explicanlas restricciones de los jóvenes al trabajo. Deeste modo, la genealogía social de los trabaja-dores mineros y de los obreros revela, a lo largodel siglo XX, una continuidad que atraviesageneraciones: del mismo modo que el hijo delminero será también minero, el hijo del artesa-no o del obrero será obrero. La instalación delCentro de Formación Profesional en Aljustrel afinales de la década de 1960, sería así presenta-da, por el presidente del Sindicato Nacional 22,como una victoria para toda la clase. Esta déca-da marcará un período de cambio con el iniciodel movimiento migratorio hacia los países delnorte de Europa. Entre 1963 y 1967 serán cercade 2000 las bajas de los sindicalizados en laindustria minera del distrito de Beja, lo que pro-vocó un aumento en los salarios.

Procuramos reconstruir, en Aljustrel, un aba-nico variado de familias de trabajadores minerosy con ellas formar y determinar las relacionesexistentes entre el parentesco y las diferentescategorías de las minas así como la movilidadentre diferentes generación. Seleccionamos parala descripción algunas «familias-tipo» en fun-ción de diferentes patrones de relación social,sociabilidad y alianzas matrimoniales 23. El tra-bajo de reconstrucción a través de medios oralescorre algunos riesgos conocidos: existe una ten-

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dencia que olvidar los niños muertos prematura-mente así como los parientes más alejados desdeel punto de vista geográfico y del modo de vida.Para las generaciones anteriores a la I Repúblicalos datos no son muy fiables pues los lugares deorigen permanecen oscuros. Los cinco recorri-dos familiares que aquí presentamos constitu-yen, desde nuestro punto de vista, tipos ideales.

E.V.S. nació en 1935 en el barrio obrero deVal d´Oca situado en los alrededores de la minade Algares, término de la Villa de Aljustrel.Comenzó por ser mayoral de ganado antes deentrar como « pincho» en la empresa pasandodespués a vagonero antes de llegar a minero, yaen la edad adulta. Su familia (caso 1) descono-ce su origen más allá del medio minero y se pre-senta fuertemente endogámica. E.V.S., tal comosu madre, vive en Val d´Oca y tiene otros fami-liares que trabajan en la mina de São João, en lavilla y también en Francia (1985). Buscando susorígenes encontramos familiares en las grandesminas de piritas de Huelva y en S. Domingos.La madre de E.V.S. pertenece a la primera gene-ración que ocupó el barrio minero bajo la admi-nistración belga. Su genealogía resume perfec-tamente el recurso geográfico de lostrabajadores mineros del sur en los últimos 100años. El abuelo de E.V.S. vino de Salir (pueblode la sierra del Algarve) para trabajar en lasminas y «llamó» después a su mujer e hijosquienes también acabaron trabajando en lasminas. Su padre se unió por matrimonio confamilias de otros mineros. Así, sus tíos mater-nos nacieron en Río Tinto (aunque su madrehubiese nacido en Val d´Osa) y se unieron aotras familias mineras. Su abuelo materno fueminero en S. Domingos y en España llegando aser capataz general de la mina de Algares en1914. El se casó con una señora cuyos herma-nos también eran mineros. La esposa de E.V.Ses de Moura y llegó a Aljustrel de la mano de supadre que, de guardia nacional republicano(G.N.R) cambió a maestro de vías (contramina)en S. Domingos. La familia de la esposa apare-ce en Aljustrel en 1951, cuando ya era conoci-do el futuro y cercano agotamiento de la viejamina. Aún así, sus hermanos acabaron en dife-rentes departamentos de la empresa belga. Loshermanos de E.V.S. a su vez, se marcharon de lamina a través de la emigración en los años 60aunque uno de sus hijos está en las minas deNeves Corvo y vive todavía hoy (1993) enAljustrel. Lo que sorprende en la genealogía

social de la familia de E.V.S. no son los fre-cuentes matrimonios realizados entre trabajado-res de las minas sino el trasfondo de las sucesi-vas generaciones de mineros: el minero es hijoy nieto de mineros.

En la familia A.M.A. (caso segundo), al con-trario, los hombres trabajaron siempre en las pro-fesiones más «limpias», sin que nunca hubieran«ido al fondo». Durante tres generaciones unafamilia de obreros de Aljustrel consiguió traba-jar siempre en la empresa belga sin tener des-cendientes masculinos por la vía paterna quedesempeñaran las funciones de minero, zafrero,maquinista o cualquier tipo de trabajo en el sub-suelo. Con todo, son personas que comenzarona trabajar pronto, sin tener un grado de escolari-zación apreciable y su especialización fue obte-nida a través del trabajo práctico en la empresa.Una de las justificaciones comunes para expli-car el hecho de que existan familiares en el mis-mo sector de la empresa, fue la norma de que untrabajador «llamara» a sus familiares. De estamanera, el estatuto del padre dentro de la em-presa era heredado muchas veces por el hijo.

La casa de A.M.A. se sitúa en la periferiainmediata de la mina de Algares, en la zonafronteriza entre la Villa y los terrenos de la con-cesión minera. Ella se encuentra en la antiguaaldea de Magras ocupada por la población obre-ra que no entró en los barrios de la sociedadbelga. La casa fue construida por el padre deA.M.A. alrededor de 1920 cuando trabajaba enla empresa. A.M.A. fue herrero y su padre, aligual que sus hermanos, eran pedreros. Su abue-lo paterno era un pequeño labrador del concejoy en esa condición empezó a trabajar eventual-mente para la sociedad belga. Sus hijos acaba-ron todos en la mina a excepción de una hijaque se casó con otro pequeño labrador quien, asu vez, también trabajó en las minas aunquefuese por poco tiempo. Relacionado con ese ori-gen de pequeños propietarios, la familia deA.M.A. conserva todavía una taberna explotadapor un hermano. La familia de su madre se divi-de entre zapateros y mineros. La familia de laesposa de A.M.A. era originaria de Santa Bár-bara de los Padrões (Almodóvar), una familiade pequeños labradores que acabaron siendotrabajadores rurales. El abuelo materno de sumujer llegó a ser el encargado de las pequeñasminas de Panóias y fue a Aljustrel a trabajar enlas minas cuando éstas retomaron la explota-ción, en 1895. Sus descendientes encontraron

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su destino fuera de la agricultura. Así tenemosuna asociación de dos ramas familiares idénticasen el origen (pequeños labradores) que encon-traron destinos diferentes: uno permaneciendoen el ámbito rural que se fragmentó en diversasocupaciones atraída por los centros urbanos(Beja, Lisboa) y el otro ligado a las minas delBajo Alentejo.

A.A.B (caso tercero) pertenecía a una familiade pastores de Rosário (Almodóvar) que estuvorelacionada con la industria cuando su padre ytío se fueron a las minas, en 1938, excepciónhecha de dos de ellos (Uno que acabó como za-patero y otro como guardia republicano). A par-tir de entonces, la familia de A.A.B. aparece liga-da a la empresa minera en diferentes posiciones(hortelanos 24, oficinas, dentro de la mina y enlos laboratorios). La generación a la que A.A.B.pertenece se caracteriza por haber «huido» de lamina a través de la emigración, especialmente apartir de la década de 1960, en un proceso simi-lar al de la familia de su esposa cuyo origen erade trabajadores rurales. Así, hermanos y cuña-dos y parientes de A.A.B., por primera vez alcabo de 100 años de historia minera, son casitodos obreros de la industria, emigrados enFrancia o en la periferia sur de Lisboa.

La familia de J.V. (caso cuarto) presenta unelevado grado de endogamia y es de las másantiguas en la mina. J.V. nació en Aljustrel en1914 y fue obrero en la trituración (molino) enAlgares. Sus hermanos fueron mineros y se unióa otra familia de mineros. Su padre, tal comosus tíos, era minero pero su esposa provenía deuna familia de trabajadores rurales de Ourique.Su suegro era natural de la aldea de Fernandes(Mértola) y se unió por matrimonio a una fami-lia de mineros de Aljustrel. Así, para ir más alláde esta homogeneidad entre mineros y trabaja-dores rurales, sin cualquier ejemplo de movili-dad ascendente, se registra la asociación entrelos grupos distintos por la proximidad social ygeográfica.

La familia J.F.R. (caso quinto) representa launión entre ramos de familias mineras de Aljus-trel y S. Domingos, siendo esta originaria deAlcoutim, una localidad próxima del Algarve.Ella presenta un elevado grado de endogamia yregistra entre sus miembros diversas ocupacio-nes que abarcan toda la jerarquía obrera llegan-do, inclusive, hasta la de capataz. El número demineros que trabajaban en el subsuelo era, noobstante, relativamente escaso comparado con

el número de trabajadores en los talleres. Tantola familia de J.F.R. como la de su esposa dierona las organizaciones de clase los mejores com-batientes, ligados al anarco-sindicalismo, al par-tido socialista, a las juventudes sindicalistas o,más tarde, al P.C.P.

Las familias descritas confirman los datos tra-tados en otras fuentes, especialmente en losficheros del sindicato y del montepío aquí anali-zados de forma breve. Ellas muestran cómo cadasubgrupo tendía a reproducirse, disminuyendolas perspectivas de movilidad en los cuadros dela compañía. Este hecho viene a realzar la red derelaciones familiares como determinante para laocupación de la posición que el individuo podíaaspirar dentro de la empresa. El hecho de que seentrara muy pronto al mundo del trabajo en unagran empresa, donde todos los aprendizajes eranrealizados en su interior, podría llevarnos a pen-sar en una igualdad oportunidades para todos losindividuos dentro de la clase, hecho que en rea-lidad no sucedía. Y ello no se debía exclusiva-mente a la política de la empresa. Jóvenes quepor un proceso aleatorio fueran colocados en lostalleres en un lugar considerado «indebido»veían levantarse un muro de indiferencia hostil asu alrededor. Hay explicaciones variadas paralos fracasos de estos jóvenes aprendices, desdecolegas más experimentados que no enseñabanhasta otros que escondían el secreto de su arte.El resultado final era que el aprendiz tenía quecambiar de sección y el destino lo acababa porllevar al fondo de la mina, al subsuelo. Así, ensentido estricto podremos hablar de familias yde familias obreras fuertemente endogámicas.Pero, de manera paralela, eran igualmente pode-rosos los caminos que los conducían a formaruna clase, uniendo familias de orígenes diferen-tes y personas que ocupaban socialmente luga-res diferentes.

5. Cultura, élites yorganización de clase

L a entrada de trabajadores oriundos delmedio rural en las minas significabapasar a obedecer un conjunto de nuevas

reglas de trabajo arbitradas por una entidad su-perior visible. También significaba formar partede una organización jerárquica compleja y dis-

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ciplinada cuyo significado y sentido a veces seescapaba y, en fin, vivir bajo un orden fundadosobre la voluntad de los individuos. En cuanto ala empresa, el trabajador era identificado con unnúmero y con la posición ocupada (definida porel trabajo que ejecutaba en los departamentosmineros). A veces, su número se convertía en suapodo y su comportamiento estaba condiciona-do por las arbitrarias normas disciplinarias, noescritas, pero que el uso transformaba en nor-mas de derecho dentro de la organización.

El primitivo obrero minero era visto comouna turba grosera e indisciplinada a la cual eralegítimo arrebatar la mayor cantidad posiblede trabajo, lo que sólo se tornaba posible por laimposición de normas disciplinarias rígidas,casi odiosas. Augusto César Cabral, en 1889,comparaba los mineros de S. Domingos conlos soldados del ejército al demostrar la cali-dad de sus habitaciones. De hecho, las habita-ciones de los mineros, formadas por dos divi-siones, se alineaban en filas estrechas teniendoen la cabeza de cada fila, la casa del capataz.Estas hileras de habitaciones, a su vez, se aline-aban geométricamente en torno a la explotaciónminera que era el epicentro de este universo quese simbolizaba en el trabajo continuo de loscaballetes de extracción enlazados con el ruidode las máquinas de vapor. En cada casa habíauna puerta y una chimenea como las habitacio-nes de los soldados. No era casual que se lla-marán a esos barrios «los cuarteles». La propiaprensa regional revela este modo de ver la con-dición del trabajador minero. En 1870, O Bejen-se se indignaba con la presencia de la fuerzapública en S. Domingos –a causa de las fiebrespalúdicas– pero no decía nada de los minerosque allí trabajaban 25. Sólo a partir de 1880 setradujeron en actos legislativos las preocupacio-nes relativas a la seguridad de las poblacionesmineras. Su fiscalización, entregada a los admi-nistradores de los concejos, permaneció en letramuerta. Pero la versión burguesa de este uni-verso, en 1905, en el año de la huelga de Aljus-trel, no estaba todavía cargada con los tonosamenazadores como sucedería dos décadas mástarde.

Las primeras manifestaciones de estos traba-jadores se traducen en una rebelión espontánea,individual o colectiva, a la disciplina impuestaen las minas, con resultados no siempre sinconsecuencias. A principios de siglo el repre-sentante local del gobierno escribía al director

Volpelière, indicando que ordenase a los ca-pataces «não abusassem dos operários» pueseso podría tener «mau resultado». Los «abu-sos» tendían a ser corregidos con «ajustes decuentas» personales y el medio minero se mos-traba si no más violento, por lo menos con unaviolencia particular, asumiendo ésta un carácterregulador e informal de las relaciones de domi-nación. Las manifestaciones colectivas pro-curaban habitualmente la protección de entida-des superiores: se recurría frecuentemente a lasautoridades locales cuando parecían agotadaslas posibilidades de resolución con la direcciónde la empresa aunque el enfrentamiento abier-to fue un hecho excepcional.

Los conflictos que nacían localizados en de-terminados sectores de la empresa, o limitadosa un grupo particular de trabajadores, podíantomar rápidamente un carácter tumultuoso oviolento. Su objetivo era la reparación de lo quese consideraba injusto o amenazante para susderechos. Se luchaba por mejoras salariales –opor una disminución de las jornadas de trabajo–en una mina porque se sabía que en otras minasse habían conseguido salarios más elevados y setrabajaba menos (Aljustrel, 1905; S. Domingos,1909). Se luchaba también por la liberación delos ciclos de dependencia provocados por lasdeudas contraídas con los almacenistas tutela-dos por las empresas (Aljustrel, 1898, 1905). Lamanifestación disciplinada y organizada de estostrabajadores era un ejercicio difícil que contósiempre con «apoyos del exterior» y con unaélite obrera, caracterizada por ser más culta, al-fabetizada, y con una voz activa entre sus pares.La organización de las asociaciones de clasecontaba con activas colaboraciones de liberta-rios y de republicanos, así como de otras pro-fesiones (profesores de escuela primaria, zapa-teros, trabajadores rurales, arrieros, etc.). Lasluchas en las minas de São Pedro de Cova, a6 km de Oporto (1917, 1919, 1924) y la propiaconstitución de la asociación de clase fueronsobre todo obra de la federación de anarquistasde aquella ciudad 26. Hasta la República (1910)las luchas de los mineros de Aljustrel contaroncon las simpatías y la colaboración de la bur-guesía republicana local, de raíz conservadora,pero «nacionalista» (Guimarães,1989 y 1994).

Las asociaciones de clase eran tanto centrospolíticos y sindicales como verdaderos clubesde obreros. Constituían, además de ello, escue-las de democracia donde los problemas funda-

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mentales «para la clase», eran tratados y dondese procuraba coordinar estrategias para los dife-rentes grupos que operaban en los locales detrabajo. Algunas asociaciones mantuvieron gru-pos de teatro, cooperativas de consumo, biblio-tecas y escuelas para los hijos de los socios que,en los años veinte, acabaron por integrar a lasjuventudes sindicalistas. Las asociaciones fue-ron la cuna donde nacieron las cajas de auxiliopara la enfermedad y la muerte.

El sindicalismo fue, pues, un fenómeno pos-terior a la I República y limitado a las mayoresminas del país. Explica esto, hasta cierto punto,la eficacia del paternalismo minero. Aislada delos centros urbanos e industriales, la poblaciónminera vivía en un universo privado desde el te-rreno que pisaba hasta las casas donde dormía,al igual que la iglesia, la escuela y los almace-nes. Como «–potentados–» económicos dispo-nían de policía privada y casi siempre con lacolaboración activa de las autoridades, bien ba-jo la monarquía, la República o el Estado Novo.En el terreno de las concesiones no entraban lossindicatos ni nadie que la dirección de la empre-sa no autorizara. Los indeseables del exterioreran fácilmente depurados si no contaban con lasolidaridad de sus compañeros. Ahora, este po-der de las compañías reposaba, en gran medida,sobre la inmovilidad de los trabajadores aunqueésta sería, al final, la base donde se asentaría elsindicalismo. En este universo, uno de los ma-yores obstáculos para difusión de las nuevasideas y para la organización de clase, dicho porlas propias élites obreras, era precisamente elelevado grado de analfabetismo y el bajo nivelde escolarización. Ello habría limitado el alcan-ce de experiencias innovadoras en el dominiocultural y económico generadoras de nuevasmentalidades. En estas condiciones era difícil laorganización formal de los mineros y su movi-lización con los movimientos políticos urbanos.De cualquier modo, durante la I República, losmineros no eran vistos como gente integrantede una clase potencialmente revolucionaria y notenían todavía la carga simbólica que adquirie-ron poco después. En 1917, los dirigentes de laU.O.N. se admiraban por el hecho de que losmineros de S.Pedro de Cova «aunque [vivien-do] a corta distancia [de la ciudad] de Oporto,hace más de diez años que no vienen a la ciu-dad. Algunos son relativamente inteligentes.» Yagregaban: «Con poco esfuerzo es posible quese consiga organizarlos» 27.

«En sí mismos», los mineros, así como los tra-bajadores en su conjunto, no eran tomados comoun grupo potencialmente subversivo porque seseparaba a los trabajadores de sus élites «diri-gentes». Estos eran los elementos portadoresdel «virus» subversivo que encontraba el terre-no propicio para propagarse cuando las relacio-nes paternalistas eran distorsionadas debido alas dificultades del capital. Esta idea, que veía alos trabajadores como un grupo acéfalo peropoderoso (como un buey, decía el político repu-blicano y escritor alentejano Brito Camacho),era corriente a comienzos de siglo. La tarea delcorporativismo en este terreno, como mostrare-mos en otro trabajo, sería sustentar ese pater-nalismo y llamar así a la conflictividad latente,obligando a las compañías a realizar una obrasocial mitigada en condiciones de franca pros-peridad, gracias a la «protección» del Estado(Guimarães, 1992). Para ello, el Estado Nacio-nalista tuvo que destruir el sindicalismo, depurarlas minorías rebeldes e integrar al resto, discipli-nando a las élites y, en fin, creando involuntaria-mente, a través de un proceso dominado por laviolencia del Estado contra los trabajadores, lasbases para la acción del partido obrero.

La identidad de los mineros se manifiesta ensu cohesión. Por eso comienza a ser una moralcon valores y reglas que defienden al grupo. Notraicionar a sus compañeros o dejarlos mal de-lante de sus superiores, no intrigar o «armar-senaquilo que não é» (querer ser lo que no es),«ser un buen camarada», son algunas de las fór-mulas vagas con que los mineros imprimen esaconciencia que, no en tanto, traduce comporta-mientos específicos y una evaluación moral delcomportamiento de cada miembro del grupo.Ello se traduce, por ejemplo, en el apoyo a nu-merosas instituciones del solidaridad (mutuali-dades diversas) y en nuevas iniciativas formalesde solidaridad extendiéndose a causas que vandesde la cotización para las familias víctimas desiniestros como a las de los presos políticos o ala de otros camaradas que están en huelga 28.Comandada por una visión moral del mundo,frecuentemente maniqueísta, esta conciencia secimentó en fuertes relaciones de vecindad y,muchas veces, de parentesco. Este tipo de con-ciencia, que derivada de experiencias comunesy del reconocimiento de sus intereses, nacía encomunidades mineras que eran estables.

En el periodo de formación de estas comuni-dades, la tendencia no era que los individuos

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abandonaran sus tradiciones y valores sino, to-do lo contrario, para que los reforzaran. Se for-maban pequeños grupos de acuerdo a su proce-dencia («malteses», rurales, algarvios, españoleso beirões) al mismo tiempo que de otro gruporeclutado en la región, que conservaba las señasde su procedencia 29. Por otro lado, estando lasmayores comunidades dispersas en el espacionacional, reclutadas entre la población regio-nalmente distinta, esas diferencias culturalespersistían. Así, en São Pedro da Cova (Gondo-mar, Oporto) la religiosidad se expresaba a tra-vés del culto público, en la cual la destacaba lafigura de santa Bárbara; en el sur, la religiosidadpermanecía en estrechos espacios del hogar. Enlos dos casos se puede ver la imagen de Cristo,la Cruz o el Sagrado Corazón pero la religiosi-dad permanece completamente diferente.

En las palabras de un minero de S. Pedro deCova, «Santa Bárbara fue usada como mediado-ra y conciliadora tanto para los males físicoscomo para los morales que se abatieron durantemuchas decenas de años sobre los mineros». Elculto de la Santa «parecía más, algunas veces,un acto público de alabanza a la de la explota-ción» pero ella «era, a pesar de todo, la media-dora fiel de los testimonios mineros contra laexplotación vergonzosa, contra las persecucio-nes de la PIDE, de la Legión, contra la serie depublicaciones altamente reaccionarias, contralos escándalos que se repetían en las minas, enfin» (Gesta, 1978:9) 30. El párroco era un ele-mento central de la vida de los mineros, cimien-to de la comunidad y había una relación tensaentre ellos. El párroco «debería ser» el portavozde «pueblos» y «si se callaba» frente a semejan-te explotación, «parecía» por eso que colabora-ba con ella. Por otro lado, él era visto muchasveces como una especie de sanguijuela, particu-larmente en la «exigencia» de dinero por las mi-sas de funeral que las familias más pobres no po-dían pagar 31. Esto era especialmente importantepara una población que creía en el cielo y en elpoder del párroco para garantizarlo 32. La tensiónentre el padre y la comunidad nunca llegó hastael punto de provocar una deserción de la iglesiao la pérdida de su posición.

En las minas del Alentejo, especialmente enAljustrel, el culto a Santa Bárbara fue especial-mente promovido por las fuerzas del régimen ysostenido por la empresa durante la década de1950. Durante la I República, sólo hubo unaúnica celebración pública y esto fue en 1917, en

Aljustrel, con el anuncio del año de SidonioPais. Los mineros, incluso los de la generaciónanterior a la I República, no iban a misa, aunquemuchos de ellos se casaban y morían con asis-tencia religiosa. Después de la I Guerra Mun-dial, los mineros ignoraban al párroco casi porcompleto: sus hijos eran inscritos en el registrocivil, se casaban (cuando no se juntaban, lo queera frecuente) por el registro y morían sin asis-tencia. No eran ateos, de ninguna manera, peroesta religiosidad no reconocía al párroco ningu-na competencia. La religión era algo que se vi-vía interiormente y no se comunicaba a tercerossi no era de una forma vaga (entre mineros no sehablaba sobre ello, pero se sabía que existía) 33.La defensa de los intereses de los miembros dela familia en el más allá eran entregados a lamujer más anciana de la familia 34. El contactocon Dios no era directo, pues El estaba muy ale-jado de las voces de los mortales. La familiatenía así alguien que intercediera en su favorjunto a El, además de uno o dos santos que pa-saban a veces a través de generaciones 35. Juntoa ellas, había mujeres virtuosas que tenían re-laciones privilegiadas con los santos: eran lasque hacían los rezos y las bendiciones 36. A ellaslos mineros recurrían frecuentemente en casode ciertas dolencias. Los muertos eran siempreacompañados por una multitud que, en su ma-yor parte, no tenía relaciones próximas con lafamilia. La muerte ocupaba un lugar central enla manifestación de la solidaridad de la comuni-dad. El luto era idéntico al practicado en lasminas del Norte. En suma, en el Alentejo es-tamos delante de un «cristianismo sin padres»en el que las mujeres ocupaban el lugar centralen la defensa de los intereses de la familia en elcielo.

En lo esencial, las tradiciones y prácticas reli-giosas de las comunidades mineras del Sur de-ben mucho al medio rural en que se insertan,siendo pequeño el impacto de las minas, toma-das en si mismas, en un posible proceso de des-cristianización. Por otro lado, ellas explicaríanlas resistencias colectivas a las utopías liberta-rias (especialmente en lo relacionado a la fami-lia y al amor) que permanecieron siempre comodevaneos individuales, más que como sueñoscolectivos. La contra cultura obrera, de raíz li-bertaria, portadora de una nueva conciencia so-cial, prácticas y actitudes, permanecería cir-cunscrita a un número restringido de individuosque se agrupaban en las asociaciones y en los

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grupos anarquistas de diversa composición enel origen profesional.

Conclusión

N uestro análisis realzó, en el caso delos mineros alentejanos, la impor-tancia de los procesos de comunali-

zación en la formación de las identidades declase, por un lado, y los trazos culturales y reli-giosos comunes al medio envolvente, por otro.Así tipificamos tres fases del ciclo de vida enlas mayores comunidades mineras del Sur dePortugal: una, abierta al reclutamiento en quepredomina una población masculina y una ocu-pación de campamento; después, el periodo deestabilización en que la comunidad presentabatrazos fuertemente endogámicos, creando fuer-tes nexos con el universo minero; y, finalmente,la tercera etapa en que se revela una nueva aper-tura al exterior, ahora marcada por la emigra-ción y por la movilidad proporcionada por laacción de la escolarización y de la moderniza-ción del tejido económico. Si en la primera fasese distinguió una población de oficios reclutadaen los medios mineros, sobre todo en la vecinaEspaña, y una masa de gente que circuló en ran-cho entre los trabajos del campo y las minas, enla segunda etapa las prácticas paternalistas ga-nan importancia cuando se intenta comprenderla estabilización de la comunidad. Más allá dela asistencia médica o farmacéutica, la constru-cción de la escuela y la iglesia o el manteni-miento de las bandas filarmónicas o, más tarde,de los clubes de fútbol, fue la gestión estratégi-ca del espacio económico, social y de habita-ción lo que contribuyó para la estabilidad, basesobre la cual se construyeron relaciones de ve-cindad y de afecto, identidades que traspasaronjerarquías y funciones impuestas por el procesode trabajo. En este proceso, nos pareció espe-cialmente relevante el papel de la familia y surelación con la empresa, siendo importante elpapel que ella desempeñaba en la inserción delos niños y de los jóvenes al trabajo.

Gran parte de los conflictos emergentes du-rante la primera etapa se centran en la resisten-cia a los mecanismos de dependencia alimenta-dos por las empresas mineras, que nacieron ymovilizaron directamente a grupos específicos.Encontrándose con una sociedad que, en la prác-

tica, no reconoce a los trabajadores cualquierderecho, los conflictos abiertos tomaban rápida-mente el aspecto de un motín incontrolable y, enesta perspectiva, la formación de las asociacionesde clase entre los mineros durante la I Repúblicasólo se podrá considerar, en parte, un fenómenotardío. Constituyendo otra cosa diferente a unaasociación de trabajadores de oficio o a una or-ganización de defensa de los intereses profesio-nales, este sindicalismo llamaba así, a la media-ción de los intereses de la comunidad, funciónque hasta ese momento era asumida directamen-te por el Estado o por el Patronato, comenzandopor la educación, por la redistribución del tra-bajo social, por la asistencia en la enfermedad,en la vejez y en la muerte, en fin, por la forma-ción cultural. La asociación llamo así a la orga-nización del conflicto, sirviendo de puente parala comunidad con el exterior y con el espacio dela decisión libre y colectiva, a través del papelque reservaba a las asambleas. Este acabó porcentrarse en la salvaguarda de la subsistenciafamiliar a través de la garantía de un salario mí-nimo reconocido, en la limitación de las jorna-das de trabajo y en la extensión de los derechosen el seno de las organizaciones, o sea, un pro-grama en consonancia con lo que encontramosen otros países europeos «más avanzados». Contal programa los progresos que la Repúblicavenía prometiendo en el sentido de consagrarderechos y mecanismos de regulación de los con-flictos entre los empleados y los patrones (sir-van de ejemplo la ley de huelga y la creacióndel Tribunal de Arbitros Avindores en 1910 y lainstitucionalización de los seguros obligatoriosen 1917) se mostraban insuficientes frente a lacreciente autonomía de clase alimentada por elideario sindicalista revolucionario. De este mo-do, el programa nacionalista para los sindicatospasó por la intervención autoritaria en el nuevoorden, paternalismo ahora reforzado con la in-tervención del Estado y cubierto por la doctrinasocial de los católicos. Con la ocupación de lossindicatos, la acción regresó a los grupos queoperaban en los diferentes sectores de las empre-sas y que pasó a ser coordinado por una organi-zación de nuevo tipo: el partido obrero.

NOTAS

* La primera versión de este texto fue presentada en elColoquio Interdisciplinar «Culturas populares em PortugalSéculos XIX e XX” celebrado en Évora, entre el 24 y el 26

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de mayo de 2001. Agradezco a la profesora María Cátedralas críticas y sugerencias que me han permitido mejorareste texto y a Leopoldo Llaneza su excelente traducción.

1 El Alentejo es la mayor región de Portugal (figura 1).Localizada al sur, sufre de un clima continental coninfluencias atlánticas y de un suelo predominantementepobre bajo el punto de vista agrícola. Es una región carac-terizada por la persistencia multisecular de estructurasagrarias latifundistas, baja densidad de población y de unaeconomía orientada a la exportación (en la óptica regional),centrada en un número relativamente restringido de pro-ductos primarios, de escaso valor añadido (cereales, lanas,vino, aceite, corchos, minerales). Junto a la gran explota-ción agrícola capitalista que marcaba un paisaje social divi-dido entre trabajadores rurales y seareiros (semi-proletá-rios) por un lado, y un pequeño número de familias degrandes propietarios; los núcleos urbanos concentraban unnúmero relativamente diversificado de grupos intermediosligados a las actividades artesanales e industriales, a laadministración pública, policía y ejército, profesionalesliberales, etc.. Se trata de una región que encuentra muchospuntos de contacto con la Extremadura española. Conside-rada o celeiro de Portugal (el granero de Portugal, nota detraducción) fue una región mitificada, en donde convergie-ron de manera sucesiva las esperanzas de desarrollo delpaís. La mejor descripción etnográfica para este periodo seencuentra en Silva Picão (1983). Para el siglo XIX véaseHelder Fonseca (1995) y en lo que respecta al desarrollominero, nuestros estudios: Guimarães 1995, 1996. Los sea-reiros eran trabajadores que tenían uno o dos animales paratrabajar la tierra en régimen de aparcería y que fueron res-ponsables de la roturación de las tierras alentejanas afinales del 800. Están entre los pequeños labradores y losjornaleros.

2 Naturales del Algarve, frontera sur del Alentejo. 3 «El minero tiene amor a su profesión como ningún

otro obrero, afirmaba el médico Covas Lima en la Asam-blea Nacional en 1970. “Si vive como minero, quiere lahonra de morir como minero! Su vida, su trabajo, y porqueno su muerte, son ejemplos de virtudes, porque todo digni-fican su profesión», intervención 1 de mayo de 1970 (Dia-rio de Sesiones) en defensa de los derechos de los minerosde Aljustrel (sobre la necesidad de los exámenes médicosregulares y mayor justicia para la evaluación de los gradosde incapacidad resultantes de las enfermedades o acciden-tes de trabajo). Cf. Soares Carneiro a propósito de losmineros del carbón: «en ese largo camino de la historia denuestra industria, muchos miles de personas, la mayorparte oriunda en la más noble humildad, muchos millaresdieron la vida, murieron mucho más temprano (y casi todoslo sabían cuando entraban en la mina), en una lucha degigantes, descamisados, más desnudos que desarrapados,para arrancar el precioso carbón, para mantener la llamadel progreso del país» (Carneiro, 1971:32)

4 Expresión usada en un oficio dirigido a la DirecciónGeneral de Minas (archivo del Instituto Geológico y Mine-ro, proc.36,pasta 5).

5 La mina de São Domingos, localizada en la faja piri-tosa ibérica de las minas de Huelva, fue hasta los añostreinta la mayor mina portuguesa. La explotación corrió acargo de la compañía inglesa Mason & Barry Ltd.

6 El réis o real fue la unidad monetaria portuguesa hastala I República. En 1910 mil réis se convirtieron en 1 escu-do. Un Millón de réis equivalía a un conto de réis (después

mil escudos) o más simplemente a un conto. (Nota de Tra-ducción).

7 Archivo de I.G.M., proc.11, pasta 5.8 El último ciclo que pudimos observar en la región

estuvo ligado al desarrollo minero en Neves-Corvo ( Cas-tro Verde). Es sintomático el tiempo que media entre el ini-cio del proyecto y la emergencia estructurada de un con-flicto que, en gran medida, persiste y se desarrolla almargen de la integración democrática (1999/2000).

9 Freguesía: término dado a la más pequeña unidadadministrativa en Portugal ( Nota de traducción).

10 Los números exactos son: 48,7% de Aljustrel; 8,8%de Mértola; 8% de Almodóvar; 8% de Loulé y 7,1% parael resto del Algarve.

11 El Administrador del Concejo era el representantelocal del gobierno, siendo responsable del mantenimientodel orden público. Sus funciones ejecutivas limitaban elpoder municipal.

12 En 1905, el 8,4% de las entradas en las minas fueronpersonas de Aljustrel. También en estas 237 nuevas entra-das tenemos tan sólo 2, 1 % de individuos del Alto Alen-tejo y de la Beira Interior y 6,8% del resto del país. El11% venían de Mértola y 57,4% del Algarve. Entre estosalgarvios, solo el Concejo de Loulé contribuyó con 42,2%del total de los trabajadores que entraron al servicio de laempresa en ese año. El peso de este Concejo es testimo-niado igualmente en el reclutamiento de mineros para lasminas de Río Tinto (Huelva) y fue explicado por la diná-mica de un Concejo donde imperaba la pequeña propie-dad (López Martínez,1999; cf. Gil Varón, 1984). LópezMartínez (1999) dice que el 30,4% de los 450 trabajado-res portugueses que entraron en las minas de Río Tintoentre 1871 y 1904 eran oriundos del Concejo algarvio deLoulé siendo el 42,4% restante de otras zonas del Algar-ve. El Alentejo contribuyó con el 13,3% de las entradas yel resto de Portugal con el 19,7%. En el período de 1905-1912 solo Loulé aportó 1267 trabajadores (70,4%) y elresto del Algarve 22,3% siendo el peso del Alentejo resi-dual.

13 Especialmente para Castro Marim Alcoutim, Martin-longo, Giões. También hay presencia de trabajadoresoriundos de las poblaciones mineras de Huelva (Paimogo,Ensasinola, Calanhas. Puebla Guzmán, etc).

14 Trabajando con una fuente mucho más fiable LópezMartínez (1999: cuadro 2) da los siguientes números paraRío Tinto en el periodo 1873-1904: entradas con edadesinferiores a diez años, 0,4%; de diez a catorce años, 2,6%;de 14 a 21 años, 10 %; y 21 a 45 años, 62,5%; y con másde 45 años, 21,1%. En el período siguiente, 1904-1912,estos números fueron respectivamente, 14,5%, 26%,37,9%,21,3% y 0,3%. Tal como Varón había mostrado(1984), se verifica una evolución en el sentido del recluta-miento precoz con la entrada de 40% de los individuosantes de los 14 años.

15 Aljustrel, Montes Velhos, Gasparões y Ferreira.16 32,8% eran de Pedrogão;23,5% de Corte Pinto, San-

tana de Cambas y de Mértola;18,4% de Beja. 17 En estas divisiones de la casa se incluía la cocina. La

población correspondía a la de la mina de São Domingos,Achada do Gamo ( fábrica de azufre), Pomarão (Puerto delGuadiana) y Moitinha. V. «Relatório da Comissão de Estu-do das Possibilidades Económicas da Reconversão daMina de São Domingos», 1959 in I.G.M.-11.

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18 «Relatório da Comissão...», p. 25 I.G.M.-11 La tablasiguiente sistematiza la situación de la habitación ofreci-da por la Mason & Barry Lted. en ese momento, puesmuestra la dimensión de la habitación y de las familias enla mina de São Domingos, Achada do Gamo, Pomarão yMoitinha.

Número de personas Numero de Habitaciones Total deDivisiones Número de Familias 1 557 557 185 2 371 742226 3 98 294 195 4 19 76 190 5 14 70 131 6 27 162 83 7 17 37 8 e más 3 30 43 Fuente: «Relatório da Comissão deEstudo...», 1959, pp.39-40.

19 João Francisco Rosa y Fernanda Patrício, entrevista(no grabada) en 30/12/1990, en Aljustrel. Ambos militan-tes comunistas. F. Patrício es hija de Manuel Patrício,secretario del sindicato al final de los años ‘20 y sobrina delanarquista Valentim Adolfo João, de São Domingos. Fueeducada con su padre en el sindicato minero, donde crecióy llegó a trabajar como funcionaria auxiliar.

20 El Monte es la finca central de la «herdade», similaral Cortijo andaluz.

21 La «belota» es el fruto de la encina utilizada para ali-mentar a las cerdos y que sirve de alimento regular a lospobres del Alentejo.

22 Los Sindicatos Nacionales fueron institucionalizadosen 1934 por el Salazarismo. Se denominaban Nacionalespor su doctrina nacionalista y su colaboración activa con elEstado y los organismos de la patronal. En el ámbito geo-gráfico continuaban siendo locales y regionales.

23 Este trabajo de campo fue realizado entre 1985 y 1989y la descripción realizada se refiere a este periodo.

24 Las minas tenían pequeñas huertas que eran utilizadaspara provecho propio por los ingenieros y los directores.En sus casas también trabajaban los jardineros que cuida-ban de los jardines por cuenta de la empresa. Aparecían porello algunos –muy pocos– hortelanos en la lista de trabaja-dores de la empresa.

25 Los miembros de la dirección, ingenieros y personaltécnico inglés se ausentaban siempre en otoño por estacausa 2 . Véase el Inquérito Industrial de 1881, III., la parterelativa e esta mina.

26 Cf. Serafim Gesta, Folclore Mineiro..., p.135:«Haciendo comicios, tomando parte en las huelgas, losdirigentes de la Confederación de Oporto estrecharon rela-ciones [con los mineros de S. Pedro da Cova], alertando ala clase e instruyéndola» .

27 Citado por Gesta-1978:73. De hecho, la huelga de1917 tendría el apoyo de la União Operária Nacional(U.O.N.).

28 Las primeras instituciones de solidaridad en las minasdata de finales del siglo XIX (1898, Montepío Aljustrensey 1897, y Associação de Socorros Mútuos de N.ª Sr.ª doAmparo de Rio Tinto, Fânzeres e S. Pedro da Cova, consede en Rió Tinto, daban socorros materiales, médicos yfarmacéuticos a los mineros enfermos y sufragaba los gas-tos del funeral).

29 Se designaba por maltés a los trabajadores que habi-taban en las Casas de Malta o que no tenían un vínculoreconocido y regular con la comunidad.

30 La Policia Internacional de Defensa del Estado(PIDE) fue tristemente célebre por su acción represiva lan-zando el terror y el miedo entre las personas. A pesar de sutítulo, su acción secreta se dirigió casi exclusivamente con-tra los «enemigos internos».

31 El problema con la asistencia en la muerte daría lugara una A. Socorros Mútuos Fúnebre. Véase S. Gesta, O cultodos mortos em S. Pedro da Cova, Porto, 1980.

32 En 1970, un trabajador escribió en carta dirigida a ladirección de las minas (16 de noviembre) y relacionada conel valor de la pensión a la que sentía tener derecho, rema-tada de esta manera: «A Justiça na terra é torpedeada demuitas maneiras, mas a justiça de Deus, Não! “(La justiciaen la tierra es torpedeada de muchas maneras pero la justi-cia de Dios, ¡No!)

33 Estas líneas deben mucho al trabajo de campo efec-tuado junto a las familias mineras de S. Domingos y deAljustrel. Fueron investigados varios ancianos de diferen-tes grupos mineros que confirmaron estas prácticas, noexclusivas de los mineros. Para el período posterior a la IIGuerra, me serví de la narración de P.e.Joao Lobato, desa-fortunadamente ya fallecido.

34 La anciana podía vivir en distinta casa a la de sus des-cendientes. En este caso, podría suceder que la mujer másvieja de la casa (la abuela, la madre a partir de cierta edad)asumiese también ese papel (pues no era exclusivo).

35 En Aljustrel, los cultos más frecuentes eran NossaSenhora do Castelo (Santa que invoca un lugar sagrado),Santa Bárbara e Santo António (patrón de la villa). Nóteseque, a pesar del rechazo del culto público de la santa (por-que fue apropiado por la empresa y por la iglesia) ella per-manecía como una divinidad protectora del hogar.

36 Una de estas mujeres era la madre de Luis Castilhoque fue presidente del sindicato minero en Aljustrel duran-te todo el periodo del Estado Novo. Esto puede dar unaidea de la extensión y profundidad de estas prácticas en eltejido social.

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