CONQUISTA-DE-JERUSALÉN-POR-LOS-ROMANOS

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    CONQUISTA DE JERUSALN POR LOS ROMANOSLos hombres belicosos de la ciudad y los revoltosos partidarios de Simn ascendan,descontados los idumeos, a diez mil, mandados por cincuenta jefes, de los cuales Simnera el supremo. Los idumeos que le ayudaban eran cinco mil, con ocho capitanes, siendo

    los ms famosos de ellos Jacob, hijo de Sosas, y Simn, hijo de Cath1a. Juan, quedominaba el templo, tena seis mil guerreros a las rdenes de veinte jefes, ms dos milcuatrocientos zelotas, pasados a su bando, dirigidos por su anterior cabecilla Eleazar ySimn, hijo de Arino. Como ya indicamos, el pueblo era la presa que se disputaban estasfacciones, que robaban a los que no se sumaban a sus maldades. Sim6n era dueo de laciudad alta, de la gran muralla hasta el Cedrn, de gran parte del viejo muro hasta dondedobla en Silo hacia el Oriente, en el palacio de Monobazo, rey de lo adiabenos allende elufrates, de la fuente, del Acra, que no es ms que la ciudad inferior, e incluso, delpalacio de Elena, madre de Monobazo. Juan se haba apoderado del templo y las partesadyacentes, de Ofla y del valle del Cedrn. Los contendientes haban quemado loslugares interpuestos, transformndolos en campo de batalla, pues sus diferencias no

    concluyeron siquiera cuando los romanos acamparon muy cerca de las murallas. Pocodur la duda que despert el primer ataque de los roma-nos, pues volviendo a su anteriordemencia, se separaron, pelearon, y, en fin, hicieron cuanto los sitiadores podan desear.Pero los sufrimientos debidos a los romanos no tuvieron tanta monta como los que ellosse produjeron. Todas las calamidades que se abatieron sobre la ciudad despus de sumando no pudieron estimarse inauditas, porque fue ms desdichada antes de la conquistaque cuando entraron en ella los conquistadores. En una palabra: afirmo que la revolucindestruy la ciudad y que los romanos destruyeron la revolucin, hazaa ciertamente msdifcil que tomar y abatir sus muros. Por tanto, hay que atribuir la adversidad a losnuestros y la justicia a los romanos, lo cual se comprobar mediante los hechos de unos y

    otros.Estando los asuntos internos en dicha situacin, Tito recorri todo el exterior de Jerusalncon un cuerpo de caballera escogido buscando el sitio ms adecuado para atacar.Comprendiendo que no podra dar el asalto por la parte de los valles, casi inaccesibles, obatir la primera y slida muralla con las mquinas de guerra, decidi acometer por elsepulcro de Juan, el sumo sacerdote, donde era ms baja y el segundo muro no se unacon ella a causa de que la ciudad nueva estaba poco habitada. Desde all tendra fcilentrada hacia el tercero, por el cual pensaba poder conquistar la poblacin superior, y, atravs de la torre Antonia, el templo. Mientras haca esta ronda, un amigo suyo llamadoNicanor fue herido en el hombro izquierdo, cuando se acercaba con Jos a las murallas

    con objeto de persuadir a sus ocupantes a la paz, porque era conocido de ellos. El Csar,viendo que no respetaban aun a los que buscaban su salvacin, determin apretar elcerco. Permiti a sus soldados que incendiaran los suburbios, y ordnoles quetransportaran maderas para levantar los terraplenes. Dividi su ejrcito en tres cuerpos afin de ejecutar las obras y coloc los arqueros y balisteros en medio de los terraplenesque se construan. Delante de ellos situ las mquinas que disparaban jabalinas, dardos ypiedras, para estorbar las salidas del enemigo y cuantos manejos idearan con objeto de

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    interrumpir los trabajos. Se talaron inmediatamente los rboles y los arrabales quedarondesnudos. Sin embargo, los judos no permanecan inactivos. El pueblo de Jerusaln,robado y diezmado hasta entonces, se envalenton con el pensamiento de que tendra uninstante de respiro durante los preparativos contra los romanos. Supusieron que stos, sivencan, les permitiran vengarse de los causantes de sus miserias.Juan no se mova, por miedo de Simn, aunque sus hombres queran atacar al enemigoextranjero. Simn, en cambio, no descansaba por estar cerca de los sitiadores. Dispuso aintervalos precisos las mquinas de guerra tomadas a Cestio y las que haba conquistadoal apoderarse de la torre Antonia. No obstante, apenas le eran de alguna utilidad porqueno saban manejarlas. Haba unos pocos adiestrados en su empleo por los desertores yse servan de ellas de una manera desastrosa. Disparaban piedras y dardos contra losque edificaban los terraplenes y tambin hacan salidas por compaas para combatirlo.Los trabajadores se protegan con caizos y sus mquinas respondan a sus atacantes.Las armas ofensivas de las legiones eran maravillosas; las ms extraordinarias eran lasde la dcima, que arrojaban dardos y piedras a mayor distancia que las dems,

    rechazando no slo a los judos que salan sino a los que guarnecan las murallas. Laspiedras lanzadas pesaban un talento y cubran una trayectoria de dos o ms estadios.Nada aguantaba su empuje; caan tanto los primeros como quienes chocaban como losque se hallaban detrs. Los judos se guarnecan del proyectil, guindose por el ruido quehaca y por el brillo proporcionado por su blancura. Los vigas, en las torres, avisaban quela mquina iba a ser disparada, y cuando la piedra parta, chillaban en su propia lengua:"El hijo viene". Los que se encontraban en su camino se echaban de bruces en tierra, yguardndose as de ella, la piedra se desplomaba sin hacer dao. Pero los romanosennegrecieron las piedras, que, no pudiendo ser vistas como hasta entonces, destruanmuchos enemigos de un golpe. A pesar de sus penalidades, los judos no dejaban a los

    romanos levantar en paz sus terraplenes, antes les estorbaban las obras de da y denoche con osada y astucia.Terminadas las obras, los romanos midieron con plomo y cuerda el espacio que lesseparaba de los muros, porque la resistencia de los judos estorbaba hacerlo de otromodo. Enterados de que podan utilizar las mquinas, las transportaron a sitios mscmodos. Tito mand ponerlas tan cerca de la muralla, que los judos no consiguieronrechazarlas y dio orden de que empezasen a obrar. En lugares distintos se levant depronto un ruido tan repentino y prodigioso, que los ciudadanos rompieron a gritar, y lossediciosos se espantaron no menos que ellos. As, unos como otros ante el peligrocomn, decidieron unirse a la defensa. Los de las distintas facciones se acusaron

    mutuamente de estar en connivencia con el enemigo, pero, agregaron, ya que Dios no lesconceda una concordia perpetua, deban en aquella situacin desistir de sus rivalidades afin de unirse contra los romanos. Por consiguiente, Simn pregon que los del templopodan acudir a los muros; Juan hizo lo mismo, aunque no se fiaba de su competidor.Ambos partidos, desechando su odio y sus querellas particulares, corrieron como un solohombre a las murallas con un sinnmero de antorchas que lanzaron sobre las mquinas,mientras asaeteaban a los que manejaban los arietes. Los audaces saltaron en grupos

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    sobre las cubiertas de las mquinas y las destrozaron, ataca-ron y vencieron a susencargados, todo ello no a fuerza de destreza, sino a causa de su osada. Sin embargo,Tito acudi en socorro de los que peligraban, coloc jinetes y arqueros junto a lasmquinas y ahuyent a los incendiarios; rechaz a los que disparaban piedras y flechasdesde la muralla e hizo que los ingenios prosiguiesen su tarea. El muro no cedi a los

    golpes. nicamente el ariete de la decimoquinta legin movi una esquina de la torre, sinperjudicar al muro, que no corri el mismo peligro que la torre, mucho ms alta, la cual,aunque cayese, no hara dao al muro.Los judos renunciaron de momento a sus salidas. Luego notaron que los romanos sedispersaban en sus trabajos y en sus campamentos, con-vencidos de que el enemigoestaba fatigado y medroso, y pasaron al exterior por una puerta disimulada de la torre deHippico. Prendieron fuego a las obras, se abalanzaron audazmente contra los romanos ysus fortificaciones, donde sus gritos apercibieron a los que estaban cerca, y atrajeron losalejados. El atrevimiento de los judos nivel la disciplina de los romanos. stos vencierona los primeros que encontraron y apretaron a los restantes. La pelea alrededor de las

    mquinas fue encarnizada: los unos intentaban quemarlas, los otros procurabanimpedirlo. Los combatientes vociferaban y moran muchos de los que se hallaban en lavanguardia. Los judos superaban a los romanos con sus locos ataques. El fuego lamilas obras. Hubieran ardido las mquinas de no intervenir muchos de los soldados selectosllegados de Alejandra, que, peleando con ms valor del que se esperaba, alcanzaronmayor reputacin de la que posean. As estuvieron las cosas hasta que el Csar, con losms bravos de sus caballeros, arremeti contra el enemigo, matando con su propia manodoce de los que se encontraban en la vanguardia de los judos. Presenciada la muerte deestos hombres, la muchedumbre se dispers. Tito la acos hasta la ciudad y logr salvarlos trabajos. En la lucha se captur vivo a un hebreo, que fue crucificado frente a las

    murallas a fin de asustar a los otros y abatir su obstinacin. Despus de la retirada, Juan,jefe de los idumeos, fue herido de muerte por una flecha rabe, mientras hablaba en elmuro con un soldado. Su fallecimiento arranc grandes lamentos a los judos y produjohondo pesar a los revoltosos, pues era un varn eminente por sus proezas y por suconducta.A la noche siguiente ocurri entre los romanos una alteracin asombrosa. Tito habamandado que se erigiesen tres torres de cincuenta codos de alto, que colocadas en losterraplenes con los soldados correspondientes, les serviran para alejar a los judos de lasmurallas. Pues bien, una de ellas se desplom a medianoche con pavoroso estruendo, loque asust a todo el ejrcito. Empuaron inmediatamente las armas, sospechando que el

    enemigo atacaba. Se produjo un tumulto entre las legiones, las cuales se quejaron envista de que nadie saba lo que aconteca. Como no se presentaba el enemigo, unosteman de otros y todos preguntaban el santo y sea con gran formalidad a sus vecinos,como si los judos hubiesen invadido el campamento. El pnico los domin hasta que Titoinformles de lo que haba sucedido. A continuacin, bien que con cierta dificultad, setranquilizaron.

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    Los judos, que combatan con los romanos valientemente, sufrieron mucho de aquellastorres, en las que se haban dispuesto mquinas livianas, adems de arqueros yhonderos. No podan alcanzar a sus ocupantes debido a la altura ni conquistarlas oderribarlas dado su peso, ni prenderlas fuego por estar cubiertas de hierro. Se pusieronpues a salvo de las flechas y fueron impotentes para impedir que los constantes golpes de

    los arietes acabaran por hacer mella en el muro. ste se rompi bajo el mpetu de Nico,nombre que daban los judos al ms grande de ellos, porque conquistaba todo. Elcansancio y las guardias vencan a los sitiados, que se retiraban a descansar de noche abastante distancia de la muralla. De otra parte se dijeron que era superfluo guardarla, yaque quedaban otras dos fortificaciones, mal aconsejados por su pereza hasta el extremode que se retiraron. Los romanos penetraron por la brecha abierta por Nico. Todos los

    judos retrocedieron al segundo muro. Los legionarios abrieron entonces las puertas atodo el ejrcito. As se apoderaron de la primera muralla el da decimoquinto del sitio,sptimo del mes de Artemisio (Jyar), demolindola en su mayor parte, lo mismo que lossectores septentrionales de la ciudad, que anteriormente haba destruido Cestio.Tito sent sus reales dentro de la ciudad en el sitio llamado Campo de los Asirios,despus de tomar todo lo que haba hasta el Cederrn, pero cuidando de hallarse fueradel alcance de las flechas del enemigo. Inici sus ataques, por lo que los judos sedividieron en varios cuerpos que defendieron con valenta la muralla. Juan y su faccin lohicieron desde la torre Antonia y el prtico norteo del templo, y pelearon con los romanosdelante de los monumentos del rey Alejandro. El ejrcito de Simn se encarg delterritorio contiguo al monumento de Juan y lo fortific hasta el portal por donde seacarreaba el agua a la torre de Hpico. Sin embargo, los judos hicieron frecuentes yviolentas salidas en grupo, en las que siempre eran vencidos por carecer de la destrezade los romanos. En cambio triunfaban cuando combatan desde la muralla. Los romanos

    se sentan animados por su poder y habilidad, como los judos por su audacia, fruto de sumiedo y de la resistencia natural de nuestro pueblo en las adversidades: les embravecala esperanza de salvarse, y a los romanos el convencimiento de someterlos en breve.Ninguno se cansaba. Las escaramuzas y encuentros, las constantes salidas,menudeaban de da, batallando de toda manera. La noche era peor para ellos, ancuando empezasen a contender con el alba, y la pasaban en sobresaltos, temiendo losunos ser conquistados y los otros las salidas.Los guerreros dorman armados, dispuestos a luchar en cuanto quebrase el amanecer.Los judos rivalizaban en buscar el peligro para lograr el favor de sus jefes. De modoespecial veneraban y teman a Simn, obedecindole con tanto ahnco, que estaban

    dispuestos a matarse si se los ordenaba. Lo que prestaba valor a los romanos era suhbito de triunfar y su ignorancia de la derrota, sus guerras constantes y sus constantesejercicios blicos, y la magnitud de sus dominios. Y el motivo principal de su valenta eraTito, presente en todas partes, pues se les antojaba afrentoso acobardarse en presenciadel Csar, que luchaba con tanta bravura como ellos, siendo el testigo que haba derecompensarlos.

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    Por lo mismo, muchos se esforzaron ms de lo que su vigor justificaba. Por aqulentonces estaban los judos formando un grueso cuerpo ante la muralla y arrojandodardos a sus enemigos, cuando Longino, del orden ecuestre, se arroj en medio de ellosy los dispers, matando a dos hombres valerossimos: hiri a uno en la boca alabalanzarse sobre l, y arrancando su venablo de cadver, atraves al otro por el cuerpo

    en el instante en que hua. Hecho esto se retir entre los suyos. As se seal este varnpor su valenta y muchos otros aspiraron a emular su reputacin. Los judos no sepreocupaban de los daos que les inferan los romanos, atentos slo al que ellos podranhacer. Les era indiferente morir si al mismo tiempo conseguan matar a un enemigo. PeroTito se cuidaba tanto de sus soldados como de vencer a sus contrarios. Asegur que elmpetu temerario era locura y que el verdadero valor iba unido a la cordura. Por tanto,mand a sus hombres que fuesen prudentes durante la pelea, sin recibir heridas,mostrando as una bravura autntica.Tito sent un ariete contra la torre central de la parte septentrional de la muralla. En la queun astuto judo llamado Castor, estaba emboscado con diez otros, despus de huir el

    resto a causa de los arqueros. Los escondidos permanecieron quietos un rato a causa delmiedo que se cobijaba debajo de sus armaduras, pero se levantaron al estremecerse latorre y Castor extendi la mano en ademn de splica, llamando al Csar, a quien supliccon voz quejumbrosa que los perdonase. El sencillo corazn de Tito lo crey, pensandoque los judos se arrepentan, orden que parase el ariete y anim a Castor a decir lo quequera. Respondi l que descendera, si le ofreca la seguridad de su mano derecha, a locual tito contest que le agradaba su conducta y que se alegrara mucho de que todosfuesen de su mismo parecer, pues anhelaba concertar la paz con todos los de la ciudad.De los diez, cinco fingan impetrar piedad mientras los dems chillaban que no seran

    esclavos de los romanos en tanto que pudieran morir libres. La discusin entre ellos durlargo rato y el ataque se pospuso. Castor avis a Simn de que tendra tiempo de ejecutarlo necesario, porque l contendra el poder romano por largo espacio; al unsono simulabaexhortar a los obstinados a que aceptasen la diestra de Tito, los cuales, representandouna gran clera, blandieron sus espadas desnudas sobre sus corazas, las hincaron ensus pechos y se desplomaron como si hubiesen muerto. Tito y sus compaeros, nologrando presenciar lo que ocurra, se maravillaron de su valor y se compadecieron de suruina. Durante el intervalo, uno hiri a Castor con una saeta en la nariz, y l,arrancndosela de la herida, la ense a Tito quejndose de que aquel era uncomportamiento indigno. El Csar reprendi al que haba disparado y mand a Jos, queestaba con l, a dar la mano derecha a Castor. Mas Jos replic que no ira, porque los

    supuestos suplicantes no tramaban bien alguno, y contuvo a los amigos que se proponanacompaarle. Entonces el desertor Eneas se ofreci. Castor les recomend que fuesealguien a recoger el dinero que tena. Esto acuci a Eneas a apresurarse sin armas y eltraidor le arroj una gran piedra que, si bien no le toc, porque se ech a un lado, alcanza otro soldado que se adelantaba con l.

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    Al conocer el engao Csar comprendi que la misericordia en la guerra es perjudicial yque la severidad no es engaada con la astucia, por lo cual, irritado con la emboscada,mand que la mquina reanudase su embestida con ms vigor que antes. Cuando la torreempezaba a ceder bajo los golpes, Castor y sus compaeros le prendieron fuego y selanzaron a travs de las llamas a un subterrneo oculto, a lo cual los romanos les

    apellidaron de valerosos, suponiendo que se haban arrojado al fuegoTito resolvi descansar un poco para que los revoltosos reflexionaran y ver si lademolicin del segundo muro los haba hecho menos pertinaces o si no les espantaba elhambre, porque el botn de sus rapias no les bastara para mucho tiempo. Por lo tanto,emple el descanso para sus propios fines. Como haba llegado la fecha de la distribucinde la soldada, orden a los jefes que pusieran el ejrcito en formacin de batalla enpresencia del enemigo y que distribuyeran las pagas. Los soldados, segn costumbre,sacaron las armas de sus cubiertas y salieron en orden con sus corazas, y los caballerosadornaron sus monturas con sus mejores jaeces. Los arrabales relucan magnficamentedesde muy lejos. No haba espectculo ms agradable para los hombres de Tito, ni cosa

    que ms aterrase al enemigo. Todo el muro viejo y el lado septentrional del temploestaban cubiertos de espectadores, las casa estaban llenas de gentes que los miraban ytoda la poblacin se apiaba por doquier.Un espanto indescriptible se adue de los judos ms impvidos a la vista del ejrcitocongregado, de la belleza de sus armas y de su disciplina. Y no puedo menos que estimarque los sediciosos habran cambiado de parecer, de no desesperar de que los romanosno perdonaran los horribles crmenes que se haban perpetrado. Determinaron morir enla guerra, seguros de que se les castigara con tormentos hasta la muerte en caso de quedescuidaran la defensa de la ciudad. Prevaleca tambin el hado, es decir, los inocentes

    deban perecer con los culpables y la ciudad sera destruida por los facciosos.

    El reparto de la soldada a cada legin dur cuatro das. Tito distribuy al quinto laslegiones, al no dar seales de paz los judos, y comenz a alzar terraplenes en la torreAntonia y en el monumento de Juan. Se propona conquistar la ciudad alta por aquellaparte, pues sera peligroso tomar la poblacin si el templo segua inexpugnado. En cadauna de estas dos partes una legin se encarg de batir un terrapln. Los que trabajabanen el monumento de Juan fueron estorbados por las salidas de los idumeos de Simn;otro tanto hicieron los partidarios de Juan y la turbamulta de los zelotas con los de la torreAntonia. Los judos comprometan a los romanos tanto en la lucha directa, porque poseanla ventaja de estar ms altos, como por haber aprendido ya el manejo de las mquinas

    con el constante uso cotidiano. Tenan trescientos ingenios que disparaban venablos ycuarenta que arrojaban piedras, con los cuales estorbaban que los romanos acabasenterraplenes. Tito, sabiendo que la salvacin o la destruccin de la ciudad dependan de l,no slo continu el asedio, sino que no se fatigaba de aconsejar a los judos que sesometiesen a los romanos. Y convencido de que muchas veces suele ser ms efectiva lapersuasin que las armas, trat de convencerles de que se salvasen entregando la

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    ciudad, ya casi conquistada, por mediacin de Jos, que les hablara en su propia lengua,confiando en que cederan a las palabras de un paisano suyo. Jos recorri la muralla, buscando un lugar lejos del alcance de sus flechas, pero desde elque pudieran orle, y les rog con empeo que no fueran la causa de la destruccin de s

    mismos, de su patria y de su templo, y que no se mostrasen ms porfiados que losmismos extranjeros, pues los romanos, aunque de distinta religin, respetaban sus cosassagradas y sus santuarios, a pesar de pertenecer a sus enemigos, y que ellos (los judos)se empeaban en buscar la perdicin y la muerte pudiendo librarse de ellas. Ciertamentehablan visto demolidos los muros ms fuertes y slo quedaban en pie los que lo eranmenos. Deban ya saber que era invencible el poder romano y que ellos le servan.Hermoso era pelear por la libertad al principio, pero el que haba estado sometido, el quehaba obedecido a su imperio mucho tiempo, no indicaba amar a la libertad, sino desearmorir miserablemente cuando quera sacudirse su yugo. Sera deshonroso estar sujetos aseores innobles; pero no a los romanos, que dominaban todas las cosas. Qu regindel mundo se haba librado de ellos, a menos que fuese intolerable por el fro violento?

    Era evidente que la fortuna se les haba entregado y que Dios se hallaba en Italia,despus de regir todas las naciones de sus dominios. Ley, inflexible e inmutable, tantoentre los hombres como entre las bestias, es ceder a los ms fuertes y soportar la victoriade los ms hbiles con las armas. Por cuya razn sus antepasados, aunque eran msduros y ms animosos y estaban provistos de otras cosas, fueron domeados por losromanos, a los cuales no hubieran jams sufrido de no saber que Dios les favoreca. Enqu confiaban, habiendo sido tomada la mayor parte de la ciudad? Y aunque los murossiguiesen en pie, cuando los habitantes soportaban mayores miserias que si hubiesensido conquistados? Los romanos estaban al corriente del hambre que la ciudad padeca,de la consuncin del pueblo y de que faltaba poco para que perecieran los ms fuertes; y

    aun cuando sus enemigos levantasen el asedio, aun cuando no se arrojasen sobre laciudad con las armas en la mano, eran vctimas de una guerra inagotable, una guerraexterior que creca a cada hora, a menos que combatiesen contra el hambre ysubyugasen sus apetitos naturales. Mas dijo: cun preferible era cambiar de parecerantes de la destruccin y seguir un buen consejo mientras les era posible. Los romanosolvidaran sus acciones pasadas, siempre y cuando no perseverasen en su insultanteconducta, porque eran benvolos de naturaleza en sus conquistas y apreciaban ms loprovechoso que la ira. Y les beneficiara no dejar la ciudad desierta de habitantes, ni elpas vaco. Por todo ello, el Csar les ofreca la seguridad de su mano derecha. Encambio, si se haca con la ciudad por la violencia, no perdonara a nadie, tanto mscuanto que habran rechazado sus ofrecimientos en la peor de las situaciones. Las

    murallas dominadas eran muestra cierta de la rapidez con que se tomara la tercera. Yaunque sus fortificaciones resistiesen a los romanos, el hambre combatira en su favor. Los judos, desde el muro, se rean y vituperaban a Jos mientras les aconsejaba, eincluso le dispararon algunas flechas. No pudiendo convencerles con buenas palabras,decidi recordarles los hechos de su propia patria, y grit con fuerza: "Desdichados!Tanto despreciis a los que desean ayudaros, que guerreis con vuestras armas y

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    vuestras manos contra los romanos! Cundo conquistamos otra nacin por ese medio?Hubo algn tiempo en que Dios, creador de todas las cosas, no vengase a los judos sieran afrentados? No volveris la vista atrs para considerar por qu combats y a cungran Defensor habis injuriado? No recordaris los prodigios realizados por vuestrospadres y este santo lugar, ni cmo l puso a vuestras plantas tremendos enemigos? Me

    estremezco al contar las obras de Dios ante vuestros indignos odos. Escuchadme, noobstante, y sabris que resists no slo a los romanos, sino al propio Dios... As habl Jos a gritos. Los sediciosos no se conmovieron, ni juzgaron seguro mudar deconducta. Empero, el pueblo sintise inclinado a pasarse a los romanos. Algunosvendieron incluso las cosas que apreciaban como tesoros lo mejor que podan y tragabanlas monedas de oro para que no las descubriesen los ladrones; cuando se encontraban asalvo entre los romanos, las expulsaban del cuerpo y adquiran con ellas lo que les eranecesario. Tito permiti que muchos de ellos fuesen por los campos adonde quisiesen. Yla principal razn que les mova a desertar era el estar libres de las miserias de la ciudad,sin caer en la servidumbre de los romanos. Juan y Simn con su gente vigilaron con ms

    inters a los que deseaban huir que a los propios romanos, y decapitaban en el acto alque despertaba sospechas en este sentido.Los ricos moran tanto si huan como si se quedaban, pues los ladrones, con el pretextode que eran desertores, los asesinaban a fin de apoderarse de su patrimonio. Lademencia de los revoltosos creca con el hambre, y cada da aumentaban estos dosmales. Como en pblico haba caresta de trigo, los ladrones entraban por fuerza en lascasas y las registraban; si lo encontraban, atormentaban a sus propietarios por haberlonegado; si no lo descubran, los martirizaban con mayor ahnco, porque sospechaban quelo haban escondido con habilidad suma. Pero bastaba ver el cuerpo de aquellos

    desdichados para cerciorarse de si lo tenan o no: si estaban fuertes, era seal de quecoman; en caso contrario, se retiraban sin registro, pensando que no deban molestarseen matar a los que no tardaran en perecer de inanicin. Muchos hubo que dieron todossus bienes por una medida de trigo, si eran ricos, o de cebada si eran pobres. Encerradosen lo ms secreto de sus casas, coman el grano conseguido. Algunos sin molerlo, acausa del hambre; otros cocan el pan como el miedo y la necesidad les daban aentender. En ninguna parte se pona mesa, sino que sacaban el pan del fuego a mediococer, y lo coman apresuradamente.Era un espectculo miserable que arrancaba lgrimas ver que los poderosos tenan endemasa y los humildes se lamentaban (de la caresta). Pero el hambre es ms fuerte que

    el resto de las pasiones y no hay nada que perjudique tanto a la dignidad y vergenza.Todo lo que mereca reverencia era despreciado, hasta el punto de que los niosarrancaban los bocados de los dientes de sus padres, y, lo que es ms triste, las madresarrebataban el alimento a sus hijos. No se avergonzaban de quitar a los moribundos lasmigas que pudieran conservarles la vida, y no ocultaban el haber obtenido el sustento deeste modo.

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    Los sediciosos aparecan en seguida y les despojaban de las cosas que haban hurtado aotros. Si vean una casa cerrada, lo tenan por indicio de que sus habitantes habanlogrado algunos manjares, derribaban las puertas, entraban y casi les sacaban de la bocalos bocados medio mascados. Los viejos eran apaleados si pretendan impedirlo, lasmujeres eran rapadas si escondan su alimento, no se tena piedad de los ancianos ni de

    los nios, a los que estrellaban contra el suelo en el instante de hincar el diente en lasviandas que haban encontrado. Ms brbaros y crueles se mostraban an con los que,estorbndoles la entrada, engullan lo que intentaban arrebatarles, como si los hubierandefraudado injustamente en su derecho. Inventaron tambin espantosas clases demartirio para descubrir si haba vveres y dnde estaban; atormentaban las partesvergonzosas de los hombres o los empalaban, y alguno hubo que padeci cosas terriblesde or por no confesar que tena un pan o porque ensease el escondrijo de un puado decebada.Aquellos atormentadores no tenan hambre, pues su acto hubiera sido ms excusable sila hubieran sufrido, pero lo hacan en su locura desenfrenada a fin de acopiar provisiones

    para los das venideros. Aun salieron al encuentro de los que haban burlado a loscentinelas romanos por buscar hierbas y plantas silvestres, y les robaban lo cosechado enel momento en que se crean libres del enemigo, incluso despus de haberles rogado porel temible nombre de Dios que les concediesen una porcin de lo que haban trado, perono lograban la brizna ms minscula y tenan a merced verse despojados y no muertos almismo tiempo.Estas eran las aflicciones que el pueblo bajo sufra de sus tiranos. Los ricos y poderososeran llevados a su presencia: los unos eran degollados por acusaciones falsas, los otroscon la mentira de que se disponan a entregar la ciudad a los romanos. El mtodo ms

    sencillo y rpido consista en sobornar a alguien que los denunciase de pretenderdesertar.Cuando Simn habla robado a alguno, lo enviaba a Juan, y a quien ste despojaba lomandaba de la misma suerte a Simn. De esta manera se embriagaban con la sangre dela poblacin y se repartan los cadveres del pueblo. No obstante contender en suambicin de mando, concordaban en maldades. Era mal visto el que no comunicaba alotro tirano lo qu consegua de las miserias de los dems, y el que no participaba en ellose dola de no haber compartido su barbarie como si hubiera perdido algo valiossimo. Por consiguiente, es imposible contar singularmente la iniquidad de estos hombres. Para

    exponer brevemente lo que pienso, dir que ninguna ciudad padeci jams tantasmiserias, ni, desde el origen del mundo edad alguna fue ms fructfera en perversin questa. Finalmente atrajeron el desprecio sobre la nacin hebrea por semejar menos imposcontra los extranjeros. Confesaron, lo que es verdad, que eran los esclavos, la hez, elbrote espreo, el aborto de nuestra patria, mientras obligaban a los romanos, quieras ono, ganarse una triste reputacin al vencerlos Casi con sus propias manos pusieron fuegoal templo, lo que no hubiera ocurrido tan pronto. Y ciertamente, cuando vieron arder en la

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    ciudad alta el santuario, no vertieron lgrimas; en cambio, entre los romanos hubo quiense doli en su nombre. De todo esto hablar en el lugar oportuno...Jos fue herido de una pedrada en la cabeza mientras recorra los muros. Al perder elsentido, los judos hicieron una salida para apoderarse de l, lo que hubieran conseguido

    de no enviar al punto el Csar gente que le protegiese. Fue retirado, sin que se diesecuenta de ello, durante la pelea. Los revoltosos supusieron que hablan matado al hombreque ms odiaban y se alegraron con fuertes gritos. Contaron el incidente por la ciudad ylos habitantes se desconsolaban pensando que haba muerto de veras aquel por cuyomedio se atrevan a pasar a los romanos. La madre de Jos estaba encarcelada cuandose esparci la noticia de su muerte, y dijo a los que la custodiaban que haba opinadodesde el sitio de Jotapata, que jams tornara a verle vivo. Llor en secreto con lassirvientas que la rodeaban, gimiendo que aqulla era la nica ventaja que haba tenido aldar a luz a un hijo tan extraordinario: no le era lcito sepultar a la criatura de quienesperaba ella ser enterrada. Sin embargo, la mentira no acongoj mucho tiempo a lamadre, ni alboroz a los bandidos, pues Jos se recobr pronto de la herida y corri ante

    ellos gritando que antes de mucho seran castigados por la herida que le hablan inferido.Nuevamente exhort al pueblo a que se rindiese y su aparicin reanim a los habitantes ycaus gran consternacin a los sediciosos.Los desertores, a falta de camino mejor, se deslizaban por los muros o salan de la ciudadcon piedras como si fueran a combatir, y entonces iban en busca de los romanos. Peroentonces la fortuna les era ms ad-versa que en la ciudad: la hartura que hallaban entrelos romanos les haca morir con ms rapidez que el hambre que haban sufrido dentro delos muros. Estaban tumefactos, como hidrpicos, a causa de la inanicin, y al llenar deimproviso sus cuerpos vacos de comida, reventaban, salvo los pocos capaces de

    contener sus apetitos, que avezaban su ser a lo que estaba tan desacostumbrado.

    Mas otra plaga descarg sobre los que as se salvaban. Uno de los desertores sirios fuedescubierto buscando monedas de oro en los excrementos de los judos, porque como yahemos dicho, los fugitivos solan tragarlas para que los bandidos no se las robasen, y enla ciudad haba tanto oro, que (en el campamento romano) se venda por doce (dracmas)ticas lo que antes compraban por veinticinco. Descubierto esto, se esparci el rumorentre los romanos de que los desertores llegaban llenos de oro.Los rabes y los sirios mataban a los suplicantes y hozaban en sus entraas. No creo queninguna miseria ms cruel que sta se cebara en los judos, pues dos mil de ellos fueron

    disecados en una noche.Enterado Tito de esta maldad, estuvo a punto de mandar a la caballera que alancease alos culpables, pero le contuvo la gran muchedumbre de los criminales: haban de sercastigados ms del doble de los que fueron asesinados. No obstante, convoc a los jefesde las legiones algunos de cuyos soldados haban delinquido en lo mismo, y exclamindignado con unos y otros:

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    "Es posible que mis soldados hayan perpetrado semejantes hazaas por una gananciaincierta, sin pensar que sus armas fueron forjadas de oro y plata? Van a hacer losrabes y los sirios lo que se les antoje, a saciar sus feroces apetitos en una guerraextranjera y atribuir la crueldad en el matar y el odio contra los judos a los romanos?"

    Tito amenaz con dar muerte al que osara repetir aquel desmn; adems, encarg a laslegiones que buscasen a los sospechosos y los condujeran a su presencia. Pero el amoral dinero venci al miedo; el deseo de beneficiarse es congnito en el hombre, y no haypasin ms audaz que la ambicin, porque todas las dems tienen ciertos lmites y serefrenan con el terror. En realidad, Dios haba condenado a toda la nacin y convertatodos los medios de salvarse en destruccin. Por consiguiente, se ejecutaba en secretocon los desertores lo que el Csar haba prohibido con amenazas. Los brbaros seprecipitaban sobre los fugitivos antes de que alguien los viese, y asegurndose de que losromanos no los espiaban, les abran el vientre y sacaban el dinero nefando de susentraas. Pero el oro slo se encontraba en unos pocos; los dems eran sacrificados conla esperanza de obtenerlo. Este horrible trato hizo que volviesen a la ciudad muchos de

    los que huan.No teniendo ya qu robar al pueblo, Juan lleg al sacrilegio. Fundi muchos de losutensilios sagrados pertenecientes al templo, los vasos necesarios para las ceremoniassantas, los calderos, los platos, las mesas, sin respetar siquiera los jarros donados porAugusto y su mujer. Los emperadores romanos haban honrado y adornado siempre estetemplo; en cambio, aquel individuo, un judo, se apoder de los donativos de losextranjeros y dijo a los suyos que podan usar las cosas divinas, ya que peleabanimpvidos por la divinidad, y los que luchaban por el templo, por l deban sermantenidos. Por tanto, vaci las vasijas que contenan el vino y el aceite sagrados, que

    los sacerdotes reservaban para los holocaustos, y lo reparti entre su gente, que seungieron y bebieron hasta saciarse. Aqu es fuerza que exponga lo que llena mi espritu:si los ro-manos hubiesen tardado ms en atacar a aquellos infames, la tierra se hubieratragado la ciudad, o la hubieran sumido las aguas, o la hubiera fulminado el mismo rayoque a Sodoma, pues contena una generacin ms depravada que los que sufrieron talescastigos. Por su demencia pereci todo el pueblo.Por qu he de relatar particularmente las calamidades que siguieron? Manneo, hijo deLzaro, se pas entonces a Tito y le cont que por la puerta cuya custodia se le habaencomendado se haban sacado de la poblacin no menos de ciento quince milochocientos ochenta cadveres desde el catorce del mes de Xanthico (Nisn), en que los

    romanos acamparon ante la ciudad, hasta el da primero del mes de Pnemos (Tamuz).Aunque este hombre no era el alcaide de la puerta corra a su cargo el pago delestipendio pblico a los que sacaban los muertos, teniendo por tanto que contarlos,porque los dems eran enterrados por sus parientes, si bien la sepultura que se les dabaconsista en echarlos fuera de la ciudad.

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    Los notables que siguieron a Manneo aseguraron a Tito que el nmero total de los pobresfallecidos ascenda a ms de seiscientos mil, arrojados por las puertas, aun cuandoresultaba imposible enumerar a los dems. Agregaron que, dada la imposibilidad de sacarlos cadveres de los pobres, se los amontonaba en casas muy espaciosas, que secerraban a cal y canto; y que una medida de trigo fue vendida por un talento. Cuando la ciudad qued cercada por el muro, prosiguieron, no pudiendo coger hierbas, yalgunos llegaron en su necesidad a buscar en los albaales y estercoleros, de los que senutran, y lo que antes les repugnaba y asqueaba, lo tenan entonces por manjar. Losromanos se compadecieron de su situacin con slo or su relato, en cambio, losrevoltosos que contemplaban la realidad, no se arrepentan; antes permitan que talestado de cosas tambin se apoderase de ellos, cegados por el hado y la fatalidad...La muchedumbre se espant de un peligro tan grande al or el discurso de Tito. Pero hubouno llamado Sabino, soldado de las cohortes, sirio de nacimiento, que haba probado suesfuerzo por las hazaas que haba realizado con gran valor, aunque quien juzgara por su

    aspecto no le hubiese tomado por soldado: era de tez negra, chupado y flaco, pero unalma heroica se albergaba en su exiguo cuerpo, pequeo en verdad para contener tantavalenta. Fue el primero en levantarse y dijo as:"A ti me entrego, Csar. Me anticipar a los dems a trepar por el muro y ojal mi suerteno abandone a mi fuerza y a mi resolucin! Y si se me niega el xito, sabe que no esperootra cosa, sino morir voluntariamente por ti." Dichas estas palabras levant el escudosobre su cabeza con la mano izquierda, y con la derecha empu la espada y corri haciala muralla a las seis horas del da. Le siguieron once soldados decididos a imitar subravura, pero l les preceda con mpetu divino. El enemigo arroj contra ellos numerosos

    venablos y flechas, y enormes piedras que derribaron a algunos de los once que leacompaaban. Pero Sabino, aunque cubierto de saetas, continu su ataque hasta queestuvo en lo ms alto del muro y dispers al adversario, amedrentado por su enorme vigory su valenta, hasta el punto de que crey que le escoltaban muchos. Es imposible dejar ahora de mal decir a la fortuna, envidiosa de la virtud que impide todaslas hazaas memorables. Se ensa con aquel hombre en el instante en que habaconseguido su propsito. Tropez Sabino con una losa y cay de bruces con estruendo.Los judos se volvieron. Al verle solo y cado le dispararon muchas flechas. l se arrodillcubrindose con el escudo, y se defendi con coraje, hiriendo a cuantos se le acercaban:pero sus muchas heridas debilitaron su diestra y al fin exhal su ltimo suspiro, erizado de

    saetas. Mejor suerte mereca por su valor. Pero muri en empresa digna de su nimo. Losjudos mataron a pedradas a tres de sus compaeros que casi haban llegado a lo alto; losocho restantes fueron llevados heridos al campamento. Esto aconteci el da tercero delmes de Pnemos (Tamuz)Dos das despus, se reunieron doce hombres de los que montaban guardia en losterraplenes, llamaron al abanderado de la legin quinta, a dos soldados de un cuerpo decaballera y a un trompetero, y avanzaron sin ruido a travs de las ruinas hasta la torre

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    Antonia a la hora nona de la noche. Degollaron a los primeros centinelas, que estabandormidos, se apoderaron del muro y mandaron al trompetero que tocase su instrumento.El resto de la guardia se despert y huy antes de cerciorarse cuntos eran los quehaban escalado, pues unos por miedo, otros por el trompetazo, imaginaban que lesatacaba una muchedumbre de enemigos. En cuanto el Csar oy la seal, mand que el

    ejrcito se armase inmediatamente y fue el primero en subir con los jefes y los soldadosescogidos que le escoltaban. Mientras los judos huan hacia el templo, cayeron en lamina que Juan haba socavado bajo los terraplenes.Los partidarios de Simn y los de Juan se formaron y pugnaron por echar a los romanoscon energa y presteza, convencidos de su prdida total si stos penetraban en el templo,que era hacia donde se dirigan los asaltantes. Se trab una lucha espantosa en la mismaentrada del santuario. Los romanos procuraban ganar el recinto sagrado y los judosintentaban rechazarlos hacia la torre Antonia. Durante la pelea resultaron intiles laslanzas y los venablos; los contrincantes se arremetan con la espada y combatan cuerpoa cuerpo. Estaban tan confundidos los unos con los otros que les era imposible distinguir

    a sus enemigos; la estrechura del lugar daba resonancia a las voces que aturdan tanto alos sentidos como al espritu. Se haca una gran carnicera por ambas partes; las armas ylos cuerpos derribados estorbaban a los combatientes, que los destrozaban con los pies.Siempre que la victoria se inclinaba por un bando, ste se senta animado a proseguir lacontienda, mientras los que eran vencidos se quejaban con amargura. No haba espaciopara huir ni para proseguir; los ataques y los retrocesos eran desordenados. Los que seencontraban en las primeras filas se vean forzados a matar si no queran morir; nopodan echar atrs, porque los rezagados empujaban obligndoles a avanzar. No existaespacio alguno entre los que peleaban. Por fin la violencia juda super la habilidadromana, y la batalla se decant en su favor. La lucha se prolong desde la hora nona de

    la noche hasta la sptima del da. Los judos acudan en tropel a fin de salvar el templodel peligro, mientras los romanos no empleaban ms que una parte de su ejrcito, pueslas legiones a que pertenecan los soldados no intervinieron en el combate, y secontentaron por entonces con haber tomado la torre Antonia.Julin, un centurin procedente de Bitinia, varn famoso, a quien yo haba conocido antesen la guerra, de gran fama por su destreza, vigor fsico y valenta, estaba con Tito en latorre Antonia, y al ver que los romanos cedan terreno, abrumados por el enemigo, searroj en medio de los judos. De vencedores los troc en fugitivos, persiguindolos hastala esquina del patio interior del templo. La muchedumbre huy convencida de que tantafuerza y tanto arrojo no eran propios de un mortal. Corri entre los judos que se

    dispersaban y mat a cuantos encontraba. Nada pareci ms maravilloso al Csar ni msterrible a sus adversarios. Sin embargo, el hado le fue fatal y l, a fuerza de humano,hubo de someterse. Llevaba, como todos los soldados, unos zapatos con gruesos yagudos clavos; a causa de ellos resbal al correr por el enlosado del templo, cayendo deespalda con gran ruido de armas. A esto los fugitivos volvieron sobre s mismos. Losromanos que ocupaban la torre Antonia lanzaron un alarido de espanto por l. Los judosle rodearon hirindole con lanzas y espadas por todos los lados. Julin paraba casi todos

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    los golpes con el escudo y procur muchas veces incorporarse, tornando a ser derribado.Aun en el suelo, mat a muchos a espadazos. Tard mucho en morir por tener cubiertossus puntos mortales con el casco y la coraza. Encogi el cuello, y as se mantuvo hastaque, destrozados sus miembros, se resign a su suerte, sin que ninguno de los suyos seatreviera a socorrerle.El Csar se entristeci con la muerte de un varn tan fuerte, sobre todo porque fuematado ante tanta gente; arda por precipitarse en su socorro, pero su cargo no lopermita, y los soldados que pudieron hacer-lo fueron detenidos por el miedo. Despus deluchar largo rato con la muerte y de herir a casi todos sus adversarios, Julin fuedegollado con bastante dificultad y cobr gran gloria no slo entre los romanos y ante elCsar, sino entre sus enemigos. stos se apoderaron de su cadver y tornaron a barrer alos romanos hasta la torre Antonia, en donde los encerraron. Los judos que se sealaronpor su valor en esta batalla fueron Alexas y Gifteo, del partido de Juan, del bando deSimn Malaquias, Judas, hijo de Merto, Jaime, hijo de Sosas, jefe de los idumeos, y entrelos zelotas, los hermanos Simn y Judas, hijos de Jairo. Tito mand a los soldados que le acompaaban que cavasen los fundamentos de la torreAntonia a fin de preparar un camino por el que pudiese subir el ejrcito. Mientras tanto,hizo presentarse a Jos, porque haba odo que aquel da, el decimosptimo de Pnemos(Tamuz) no se haba ofrecido a Dios el sacrificio cotidiano por falta de hombres, y que elpueblo se dola de ello, y le orden que repitiese a Juan lo que ya le habla dicho antes, esdecir, que si senta una perversa inclinacin por luchar, poda salir con tantos hombrescomo quisiera, evitando el peligro de destruir la ciudad o el templo, y que dejase demancillar el templo y de ofender a Dios. Poda, si lo deseaba, celebrar los sacrificios que

    jams hablan interrumpido los judos.Jos se subi a un lugar desde el que le oyeron Juan y todos los dems y les anunci loque el Csar le haba encargado en lengua hebrea. Les suplic con vehemencia querespetasen su ciudad, evitasen el fuego que estaba a punto de abrasar el templo ysacrificar a Dios en l, como de costumbre, Estas palabras produjeron gran tristeza yprofundo silencio entre el pueblo. Mas el tirano, despus de acusar e injuriar a Jos,agreg que la ciudad no sera conquistada porque era la sede de Dios. Jos respondigritando:"Por eso t la has conservado pura! Tambin el templo contina impoluto! Ni pecastecontra Aqul cuya ayuda esperas! Sigue an recibiendo los sacrificios habituales! Oh,

    maldito! T consideraras enemigo al que te privase del cotidiano sustento, y no obstanteesperas que Dios te socorra en esta guerra tras haberle arrebatado su culto sempiterno. Eimputas tus pecados a los romanos que reclaman ahora la observancia de nuestras leyesy procuran que se ofrezcan a Dios los sacrificios por ti interrumpidos. Quin no gemir nise lamentar al ver la asombrosa mudanza de esta ciudad? Son los extranjeros y losenemigos quienes corrigen tus impiedades. Y t, que eres judo, que fuiste educado ennuestras leyes, eres ms cruel con ellas que los romanos! Pero, Juan, no es vergonzoso

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    arrepentirse ni enmendar nuestras faltas siquiera en el ltimo instante. Recuerda, porejemplo, si te propones salvar la ciudad, a Jeconas, soberano de los judos, quien,atacado por el rey de Babilonia, sali voluntariamente de la ciudad antes de que fueraconquistada y so-port el cautiverio con su familia para que el santuario no cayese enpoder del enemigo y por no ver arder la casa de Dios. Por esto los judos celebran su

    memoria inmortal, que se conservar fresca entre nuestros descendientes a travs de lasedades. He aqu, Juan, un excelente ejemplo para los das de peligro. Me atrevo aprometerte que los romanos te perdonarn. Acurdate de que yo, que te exhorto, soy unode tu nacin: yo, un judo, te hago esa promesa. Piensa en quin es el que te aconseja yde dnde procede, pues mientras viva jams estar tan cautivo, que olvide mi linaje ni lasleyes de nuestros antepasados. Me aborreces, me insultas y me reprochas; no niego queciertamente merezco peor trato, porque, desafiando al hado, procuro convencerte eintento conservar a los que Dios ya ha condenado. Ignora alguien lo que escribieron losantiguos profetas y en especial el orculo que ahora va a cumplirse a costa de estamiserable ciudad? Profetizaron que sera arruinada cuando alguien emprendiese lamatanza de sus paisanos. Y no estn llenos de sus cadveres la ciudad y el templo? Es

    Dios, por tanto, es Dios mismo quien pone el fuego purificador en manos de los romanos,quien desarraigar esta poblacin llena de tan enormes maldades." Jos pronunci estas palabras con voz entrecortada por los sollozos y con lgrimas en losojos. Los gemidos le impidieron decir ms. Los romanos, maravillados, le compadecieron.Jero Juan y los suyos, ms exasperados contra los romanos por este motivo, anhelabancapturar a Jos. No obstante, su discurso emocion a los mejores. Algunos no osaronmoverse por temor a los centinelas puestos por los sediciosos, aunque estabanconvencidos de que la ciudad y ellos corran hacia la destruccin. Otros, en cambio,aguardaron el momento oportuno para huir en secreto hasta el campamento romano,

    entre ellos los sumos sacerdotes Jos y Jess, algunos hijos de sumos sacerdotes: tresde Ismael, que fue decapitado en Cirene, cuatro de Matas y uno de otro Matas, que fueasesinado por Simn, hijo de Gioras, con tres de sus hijos, como ya he relatado, el cualse pas a los romanos a poco de la muerte de su padre. Con stos desertaron muchosnobles. El Csar no slo los recibi con dulzura, sino que, comprendiendo que les seraarduo acomodarse al modo de vida de otra nacin, los envi a Gofna, dondepermaneceran de momento con la promesa de que les restituira sus bienes en cuantoacabase la guerra. Ellos se retiraron alegremente a la pequea ciudad, libres ya delpeligro. Al notar que no reaparecan, los sediciosos esparcieron el rumor de que losdesertores haban sido ajusticiados por los romanos, con el propsito de espantar a losque pensaban evadirse. La treta tuvo algn xito, como lo haba logrado anteriormente,

    porque nadie se atrevi a desertar por miedo de sufrir igual trato.Entre los judos haba uno bajo y feo, de oscuro linaje, llamado Jonatn, que subi almonumento del sumo sacerdote Juan, insult a los romanos y desafi a los mejores asingular combate. Sus adversarios le despreciaron, pero algunos, que siempre los hay, leteman. Bastantes pensaron, con razn, que no se deba pelear con un hombre queanhelaba morir, porque los que ya desesperan de conservar la vida atacan a sus

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    semejantes de modo irresistible, sin respetar siquiera a Dios, y contender con varones decuya victoria no se alcanza honra, y con quienes el ser vencido es oprobioso, seraejemplo, no de viril coraje, sino de simple demencia. Nadie, pues, acept el reto. Entonces el judo dio suelta a su altivez y odio por los

    romanos, tachndoles de cobardes hasta que uno de la caballera, Pudens de nombre,sali de las filas irritado por las injurias, la des-vergenza y la desconsiderada arroganciade un hombre tan pequeo, y le acorral, pero la fortuna le fue adversa. Resbal, yJonatn le cort el cuello mientras yaca en el suelo; luego se subi sobre el muerto yblandi su acero ensangrentado y el escudo, rindose del ejrcito romano, de su vctima yde todos los legionarios. Finalmente el centurin Prisco le atraves con una jabalinamientras bailaba y se jactaba. Los judos y los romanos lanzaron un grito, por razonesdiversas. Jonatn se desmay de dolor sobre el cadver de su contrincante, claro ejemplode cun repentina es la venganza en los que se envanecen de un xito inmerecido. Era prodigioso el nmero de los que fallecan de hambre en la ciudad e inexpresables las

    miserias que sufran. Una guerra particular se iniciaba en cuanto se descubra algo quecomer; los amigos ms entraables rean como fieras, arrebatndose los manjares msinverosmiles. Nadie crea que los moribundos no poseyeran vveres. Los bandidos losregistraban en el momento de expirar por si alguno esconda alimentos en su seno yfinga morir; recorran todo con las bocas abiertas como perros rabiosos, tambalendose y

    jadeando, y forzaban las puertas igual que si estuvieran ebrios. En su desesperacin,penetraban dos y tres ve-ces en las mismas casas en un solo da. Su hambre era tanintolerable que todo les pareca apetecible; recogan cosas que los animales ms suciosno hubiesen osado tocar y las engullan.

    Incluso devoraron correas, zapatos, y el cuero de sus escudos; transformaron en viandaslas briznas de heno viejo, buscaban fibras y vendan una cantidad exigua por cuatro(dracmas) ticas. Mas por qu des-cribo la imprudencia del hombre en comer cosasinanimadas, si puedo relatar un hecho inaudito en la historia, jams ocurrido entre griegosni brbaros? Es espantoso de contar e increble. Ciertamente no lo narrara para que nose pensase que lego mentiras a la posteridad, pero hay numerosos testigos de estafunesta desdicha. Y pocos motivos de agradecimiento tendra mi patria para conmigo sisuprimiera las desgracias que padeci, haba una mujer transjordana, de nombre Mara,cuyo padre se llamaba Eleazar, de la aldea de Bethezob, que significa la Casa del Hi-sopo, de noble y rica familia. Huy a Jerusaln con otros muchos y all qued cercada conellos. Los bienes que haba llevado de Perea le, fueron robados; cuanto haba escondido

    y las vituallas que haba logrado ahorrar, lo saquearon los rapaces sediciosos, quepenetraban a diario en su casa con este propsito. La pobre mujer se indign, provocandola clera de los bandidos con los frecuentes reproches o injurias que les diriga, peroninguno de ellos, quiz por piedad o por enojo excesivo, le priv de la vida. Si encontrabacomida, Mara comprenda que trabajaba para los dems. Le fue imposible buscarsesustento, el hambre corroy sus entraas y su tutano, y su ira aventaj a su hambre.

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    Slo pensaba en su furor y en su necesidad. Entonces se atrevi a algo contrario a la vozde la naturaleza, y arrancando de sus pechos a su hijo, exclam:"Desventurada criatura! Para quin te defender de la guerra, del hambre y de lamuerte? Los romanos nos esclavizarn, en caso de que nos respeten la vida; el hambre

    nos destruir incluso antes de que nos conviertan en esclavos. Pero esos rufianesrevoltosos son peores que todo eso. Ven, alimntame; acosa como una furia a esosforajidos, hazte proverbial, que es lo nico que falta para completar las calamidades delos judos."Dicho esto, mat a su hijo, lo as y consumi una mitad, escondiendo la otra. Lossediciosos, atrados por el olor del espantoso asado, la amenazaron con degollarla alinstante si no les entregaba el alimento. Mara repuso que les haba reservado un bocadoapetitoso y descubri lo que restaba de su hijo. Les domin el horror y la perturbacinhasta el ex-tremo de quedarse sin habla, y Mara insisti: "ste es mi hijo y sta es mi proeza. Vamos, comed; yo ya me he saciado. No finjis serms tiernos que una mujer o ms misericordiosos que una madre. Pero si sois msescrupulosos y desdeis mi sacrificio, dejadme el resto, ya que he devorado la otramitad."Los bandidos se marcharon temblando de haber sido espectadores de hazaa taninverosmil, aunque se resignaron con dificultad a dejar aquel alimento a la madre. Prontose difundi por la ciudad la noticia de aquel suceso; y todos se estremecieron al pensar enl como si hubiesen cometido aquella maldad tan inaudita. Los hambrientos corran enbusca de la muerte, y los que moran antes de padecer cosas tan horrendas eran

    llamados felices.

    Los romanos supieron a poco aquel crimen. Se negaron a creerlo o se apiadaron de losjudos, pero, de todas formas, creci su odio contra nuestra nacin. El Csar se excus detodo aquello ante la divinidad, diciendo que haba propuesto a los judos la paz y elperdn, olvidando las injurias recibidas, mas los haban rehusado, escogiendo la guerraen lugar de la paz, el hambre en vez de la saciedad y la abundancia. Ellos comenzaron aquemar el templo, que hasta entonces los romanos haban respetado, y por consiguientemerecan aquellos alimentos. Sin embargo, el espantoso acto de comer a su propio hijono se borrara ms que con la aniquilacin de aquel pas, pues no deba ver la luz del solla ciudad en que las madres se nutran de sus hijos, aunque los padres tenan que ser los

    primeros en alimentarse con aquellos manjares, porque no renunciaban a las armasdespus de tolerar cosas semejantes. Y mientras que esto deca, reflexion cul sera ladesesperacin de sus enemigos, siendo imposible que recobrasen la cordura, puesto quesoportaban tales sufrimientos cuando era razonable esperar que se arrepintiesen.Tito regres a la torre Antonia resuelto a asaltar el templo a primeras horas de la maanasiguiente y a acampar alrededor de l. Haca mucho que Dios lo haba condenado alfuego. Son la hora fatal tras el correr de los siglos: fue el dcimo da de Loos (Ab), el

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    mismo da en que fue tambin incendiado por el rey de Babilonia. Pero las llamas en estaocasin se debieron a los judos. Tras el repliegue de Tito, los revoltosos descansaron unpoco antes de acometer de nuevo a los romanos que custodiaban la casa santa yapagaban el fuego del patio interior del templo. Mas los soldados, vencindolos, llegaronhasta el patio. Uno de ellos, con mpetu divino, sin que nadie se lo mandase y sin

    vergenza, ni temor de una proeza tan enorme, cogi una madera encendida, y aupadopor un compaero, prendi fuego a una ventana de oro, por la cual era posible entrar enlas estancias de la parte septentrional del santuario. Las llamas se propagaron. Los judosclamaron como el incidente requera y se apresuraron a atajarlas. No se cuidaron ya desus vidas ni de reservar sus fuerzas, puesto que perdan aquello que guardaban con tantoempeo.Una persona comunic a Tito la noticia, cuando descansaba en su tienda de la pelea. Selevant inmediatamente y, tal como estaba, corri a la casa santa para prohibir elincendio, seguido de todos sus jefes, y, a poco, de las asombradas legiones. Se produjola confusin natural al avanzar en desorden un ejrcito tan considerable. El Csar mand

    a gritos que se sofocara el fuego, y haciendo seales con el brazo derecho a los soldadosque combatan, pero estos no le oyeron, ensordecidos por el ruido, ni se fijaron en susgestos, distrados en la lucha y por la ira. Vanos fueron los ruegos y las amenazas paracontener la violencia de las legiones que acudan llenas de furor. Chocaron y sepisotearon para penetrar en el templo; gran nmero cay en las ruinas de los prticos,que todava abrasaban y humeaban, pereciendo miserablemente como sus enemigos.Cuando estuvieron en el templo, fingiendo que no oan lo que el Csar les mandaba,animaron a los que les precedan a que lo quemasen. La situacin de los sediciosos erademasiado crtica para preocuparse de apagar el incendio. Moran en todas partes. Lagente del pueblo, dbil y desarmada, era pasada a filo de espada donde se la encontraba.

    En torno al altar se amontonaban los cadveres, la sangre manaba por las gradas y loscuerpos de los acuchillados eran arrastrados por ella.El Csar, impotente para contener el empuje y el entusiasmo de los soldados, vio que elfuego lo abarcaba todo y se traslad con los jefes al lugar santo del templo. Comprobque era ms notable de lo que se desprenda de los relatos de los extranjeros y quemereca nuestras alabanzas. La llama no haba llegado a l: consuma an las estanciascircundantes. Tito pens, lo que era verdad, que se podra salvar el sancta sanctorum;intent persuadir a los soldados de que apagaran el fuego y orden al centurin Liberalioy a un lancero de su guardia que apaleasen a los legionarios para hacerles entrar enrazn. Mas su furor venci el respeto y el miedo que tenan al Csar, adems de su odio

    contra los judos.La esperanza del botn los animaba, creyendo que el interior estara lleno de dinero, al verque cuanto les rodeaba estaba hecho de oro. Uno de ellos esquiv a Tito, cuando corri adetenerlos, y arroj fuego a los goznes de la puerta. La llama no tard en brillar en elinterior del lugar santsimo, a lo que el Csar y los jefes se retiraron y nadie estorb a losincendiarios. De esta manera fue quemado el templo sin la aprobacin de Tito.

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    Aunque es digna de lamentar la destruccin de aquella obra, la ms admirable de las quevimos u omos hablar, por su curiosa disposicin y grandeza, por las riquezas quecontena y por su imperecedera reputacin de santidad, debemos consolarnos con elpensamiento de que el hado, ineludible para los seres, las obras y los lugares, lo habadecretado. Con todo, es maravillosa la coincidencia del tiempo, pues, como antes dije, en

    el mismo mes y da, los babilonios quemaron el santuario. Los aos transcurridos desdela primera edificacin, que inici el rey Salomn, hasta su ruina, acontecida en el segundoao del imperio de Vespasiano, suman mil ciento treinta, ms siete meses y quince das; ydesde la segunda y postrera ereccin, obra de Haqgai en el segundo ao del reino deCiro, hasta su destruccin bajo Vespasiano, fueron seiscientos treinta y nueve, amn decuarenta y cinco das.Mientras arda el templo, se rob cuanto se hallaba a mano y se sacrific a diez milprisioneros. No hubo misericordia para la edad ni la dignidad: nios, ancianos, genteprofana y sacerdotes perecieron de igual modo. Todos eran perseguidos, los quesuplicaban el perdn y los que se resistan por las armas. El fragor del incendio form eco

    con los gemidos de los moribundos, y como la colina era alta y grandes las proporcionesdel santuario, semejaba que toda la ciudad era pasto de las llamas. Nadie imaginar algoms sublime o ms espantoso que aquel estruendo. Las legiones romanas chillaban alavanzar y los sediciosos aullaban su agona rodeados del fuego y de la espada; el pueblohua del enemigo aterrado, quejndose de sus desdichas. Los que estaban en la ciudadunan sus clamores a los de la colina. Muchos, medio muertos de hambre, abrieron susbocas al divisar las llamas del templo y reunieron las fuerzas que les quedaban paralanzar un alarido. Pera repiti el eco, lo repitieron los montes vecinos: todo retumbaba.Pero la ruina era ms terrible que el desorden. Cualquiera hubiera dicho que el collado deltemplo se abrasaba de raz a cima, tantas eran las llamas que lo cubran, o que la sangre

    que corra estaba a punto de apagar el fuego, o que los que moran eran ms que susmatadores. Los cadveres ocultaban toda la tierra, los soldados brincaban sobre ellos enpersecucin de los fugitivos. Los romanos expulsaron a los bandidos del patio interior deltemplo; desde ste se abrieron paso hacia el exterior y de all se diseminaron por laciudad. El resto del pueblo se refugi en el prtico del patio externo. Algunos sacerdotesarrancaron los espigones del recinto sagrado, cuyas bases eran de plomo, y los arrojarona los romanos en lugar de venablos. Pero comprendiendo que no sacaban nada de ello,con el fuego inmediato, se retiraron al muro, que medios ocho codos de ancho y all sequedaron. Dos de los ms eminentes, que pudieron salvarse entregndose a los romanoso resignndose a la misma suerte que sus compaeros, se tiraron al fuego, que losconsumi con el templo. Fueron Meiro, hijos de Belgas, y Jos, hijo de Daleo.Los romanos vieron que era intil conservar lo que haba alrededor del santuario yquemaron todo, incluso los vestigios de los claustros y las puertas, salvo dos: la oriental yla meridional. No obstante, las incendiaron despus. Tambin prendieron fuego a lascmaras del tesoro, en las que haba una cantidad inmensa de dinero, de ropajes y deotros bienes, pues, para decirlo brevemente, encerraban todas las riquezas de los judos.Los ricos haban construido cmaras para s mismos (que contuviesen su patrimonio). Los

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    soldados recorrieron el resto de los prticos del patio exterior del templo, donde se habanrefugiado seis mil personas, entre las que abundaban las mujeres y los nios. Antes deque el Csar decidiese su suerte y que los jefes diesen las ordenes pertinentes, lossoldados incendiaron, iracundos, aqul prtico. Sus ocupantes murieron sin excepcin,desdeados al tratar de salvarse, o abrasados. Un falso profeta fue el culpable de su

    destruccin. Aquel mismo da haba proclamado por la ciudad que Dios les mandaba subiral templo, en el cual haba muchos profetas falaces sobornados por los tiranos, los cualesdenunciaban al pueblo que esperase el socorro de Dios, a fin de impedir que desertase,despreocupndole del miedo y de las cuitas con tales esperanzas El hombre en laadversidad se convence fcilmente de todas las cosas y le sostiene la ilusin si un falsariole promete que se librar de las desventuras que le oprimen.Tito subi a la ciudad alta y admrose no slo de sus fortalezas sino de las torres que lostiranos haban cometido la locura de abandonar. Cuando sus macizas dimensiones, eltamao de varias piedras, lo exacto de su conexin, su dureza y su amplitud, el tamaode varias piedras, lo exacto de su conexin, su dureza y su amplitud, se expres de la

    manera siguiente:

    "En verdad nos asisti la divinidad en esta guerra, pues slo fue ella la que ech a losjudos de estas fortificaciones. Qu hombres o qu mquinas hubiesen conseguidosometerlos?"Dijo tambin muchas otras cosas a sus amigos y dio libertad a los que estaban en los queestaban en las crceles por orden de los tiranos. En una palabra: demoli la ciudad y lasmurallas por completo, salvo las torres, que dej como monumento de su buena fortuna,por cuyo favor sus auxiliares y l haban conquistado lo inexpugnable. Los soldados se cansaron de matar, cuando viva an una gran muchedumbre. El Csarorden que slo se acuchillara a los que no depusieran las armas, pero los romanosdestrozaron juntamente con los que haba mandado, cuantos viejos y enfermosencontraban. Encerraron en el patio de las mujeres, en el templo, a los de edadfloreciente que podran serles tiles. Tito envi a continuacin a un liberto suyo y a Fronto,uno de sus amigos, el cul deba decidir la suerte de cada uno de acuerdo a sus mritos.Fronto ajustici a todos los sediciosos y bandidos, que se acusaban mutuamente; escogia los jvenes ms altos ms hermosos para el triunfo, a los dems, si pasaban de losdiecisiete aos, los encaden y mand a las minas egipcias. Tito distribuy gruposconsiderables por las provincias, a modo de regalo, para las luchas de gladiadores y los

    juegos de circo con bestias. Los menores de diecisiete aos fueron vendidos comoesclavos. En los das que Fronto llevaba a cabo esta eleccin, perecieron por falta decomida once mil, unos porque los guardias no les daban de comer a causa del odio queles tenan, otros porque se negaban a tocarla cuando se las entregaban. La multitud eratan grande, que incluso los romanos sufran caresta de trigo.Los cautivos en toda esta guerra ascendieron a noventa y siete mil; los muertos durante elasedio, a un milln cien mil, en su mayora de la misma nacin que los ciudadanos de

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    Jerusaln, pero no de la ciudad, porque haban llegado de todas partes para celebrar lafiesta de los panes cimos. El ejrcito les cerr la salida, lo cual, en un principio, produjotal promiscuidad, que se declar la peste, y a poco comenz a reinar el hambre. Que laciudad no posea una poblacin tan numerosa, queda de manifiesto por lo realizado bajoCestio, quien, deseoso de informar a Nern del estado floreciente de la ciudad, porque la

    menospreciaba, oblig a los sumos sacerdotes a establecer un censo dentro de loposible. Los sacerdotes, llegada la fiesta de Pascua, estuvieron sacrificando desde la horanovena hasta la undcima las primicias ofrecidas por grupos de diez personas (porque noes legal festejar a solas) y a veces la compaa era de veinte. Ahora bien, los sacrificiosfueron doscientos cincuenta y seis mil quinientos, lo cual suma, considerando los gruposcompuestos de diez personas, unos dos millones setecientas mil doscientas personas,puras y limpias, porque los que adolecen la lepra y gonorrea, mujeres en el periodomenstrual y otros impuros, no pueden participar en los sacrificios, como tampoco, losextranjeros.Esta enorme muchedumbre lleg de los parajes ms remotos, de modo que casi toda la

    nacin fue reunida por el hado como en una crcel. Los romanos iniciaron el cercocuando la ciudad rebosaba. Por consiguiente, no es de extraar que las prdidashumanas excedieran a cuantas Dios o los hombres han ocasionado. Refirindonos slo ala que es de conocimiento pblico, los romanos mataron, esclavizaron y destrozaron a losque se haban escondido en las cloacas, despus de sacarlos a la superficie. En losmismos albaales se hallaron dos mil cadveres de personas que se haban suicidado,matado entre s, y, en especial, fallecido de hambre. El horrible hedor hizo retroceder a losque bajaron; no obstante, algunos codiciosos anduvieron entre los montones de cuerpos,pisotendolos sin duelo. En las cloacas se encontraron muchos tesoros. Todos los medioseran lcitos para ganarlos. Se liber a muchos presos de los tiranos, que no haban

    renunciado a mostrarse crueles hasta lo ltimo, pero dios se desquit ampliamente conambos. Juan, atosigado por el hambre, acompaado en las cloacas de sus hermanos,suplicaba a los romanos que le concediesen el perdn que tantas veces haba rechazadocon soberbia. Simn, despus de luchar contra la adversidad, hubo de rendirse, comoms tarde relataremos; por consiguiente, fue reservado para el triunfo y condenado amuerte. Juan sufri cadena perpetua. Por fin los romanos quemaron las partes postrerasde la ciudad y demolieron por completo sus murallas.