Criminología Menor, Algunas Proposiciones Colombia

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    ISSN 2011-7213/ vol. 2, no. 2/ julio - diciembre 2013 / p.p. 13-38/ Pensamiento y Poder/ Medelln-Colombia

    CRIMINOLOGA MENOR: ALGUNAS PROPOSICIONES*

    MINOR CRIMINOLOGY, SOME PROPOSITIONS

    Ezequiel Kostenwein**

    Todo dspota ama la simetra. G. Tarde

    Siempre hay una poltica tras los disparates. G. Deleuze y F. Guattari

    You gotta feel your lines. J. Frusciante

    Recibido: 15 de agosto de 2013Aprobado: 22 de octubre de 2013

    RESUMEN

    El contenido de este artculo es primordialmente descriptivo: co-mienza con la mencin de los usos que le atribuimos a la crimino-loga - uno mayor y otro menor-, para luego hacer referencia a cier-tas fechas importantes para su desarrollo histrico. Posteriormente mostramos tres posturas que, si bien no perteneceran de hecho a la criminologa menor, ofrecen alternativas a los criterios ms tradi-cionales. A su vez, se intenta dar especificidad a lo que entendemos por menor en criminologa y a continuacin sealar, solo preliminar-mente, cmo Nietzsche, Kafka, Tarde, Hulsman y Christie podran ser ubicados dentro de ella. En definitiva, es un esbozo que pretende motivar nuevas formas de percepcin en torno a lo que usualmente se considera criminologa.

    * Artculo producto del proceso de formacin posgradual adelantado por el autor en la Maestra en Criminologa de la Universidad Nacional del Litoral.

    ** Abogado de la Universidad Nacional de La Plata, Magster en Criminologa de la Universidad Nacional del Litoral, doctorando en Ciencias Sociales de la Universidad de La Plata. Docente de la Universidad Nacional de La Plata y Becario del Conicet. Correo [email protected]

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    PALABRAS CLAVE

    Criminologa, Menor, Devenir, Deleuze.

    ABSTRACT

    The content of this article is primarily descriptive: begins with the mention of the uses that we attribute to criminology, one major and one minor, and then refer to some important dates for their de-velopment, in historical terms. Subsequently three positions show that, while not actually belong to the minor criminology, offer alter-natives to traditional criteria. In turn, we try to give specificity to what we mean by minor in criminology and then noted, only preli-minary, as Nietzsche, Kafka, Tarde, Hulsman and Christie could be located within it. In short it is a sketch that aims to motivate new forms of perception about what is usually considered criminology.

    KEY WORDS

    Criminology, Minor, Becoming, Deleuze.

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    1. CUANTO MENOR, MEJOR

    No hace falta siquiera estar totalmente de acuerdo con J. Ferrell (2010, 1999) cuando afirma que los desafos propiamente criminol-gicos han sido orientados hacia la eficiencia cientfica, favoreciendo de ese modo una deshumanizacin tanto en los profesionales como en aquellos a quienes se debe investigar y controlar, restringiendo de una u otra manera diversos impulsos creativos. Podramos inclusive decir que no se trata tampoco de seguir en pleno a J. Lea (1993, 2000) cuando define a la criminologa, no tanto por el conjunto de respues-tas que ofrece, sino por los problemas que estudia. Problemas que, de hecho, resultan ser problemas no solo para aquellos que riguro-samente se desenvuelvan dentro de la actividad criminolgica pues socilogos, juristas, filsofos, trabajadores sociales, politlogos, psic-logos, pueden reclamar con el mismo seoro un sitio en este campo.

    Ahora bien, reflexiones as, naturalmente, favorecen cierta hete-rogeneidad en la imagen de la cuestin criminal y de las tareas que en ella pueden llevarse adelante. No obstante, mantienen impert-rrito el interrogante acerca del nmero de usos que posee la crimi-nologa y es a partir de esta inquietud que comienza a tener sentido, por pleno derecho, el proyecto de las siguientes proposiciones.

    Vayamos, sin ms rodeos, a formular la pregunta que ahora mis-mo resulta decisiva: cuntos usos puede tener la criminologa? Aqu partiremos del supuesto de que, al menos, tiene dos. El primero es el que le da la historia, la historia de la criminologa: uso mayor, bien apegado a una coherencia interna de la que gozara como propia, que habra que ir desplegando. Historia pensada como totalidad, cuyo proceso avanzara progresivamente, incluso persiguiendo una fina-lidad. El otro, el que pretende rastrear los devenires1 dentro de la criminologa, es un uso menor, proclive a resaltar aquello que escapa a esa historia entendida como la acabamos de describir. El devenir-

    1 Una definicin clebre al respecto es la siguiente: Devenir nunca es imitar, ni hacer como, ni adaptarse a un modelo, ya sea el de la justicia o el de la verdad. Nunca hay un trmino del que se parta, ni al que se llegue o deba llegarse. Ni tampoco dos trminos que se intercambien. La pregunta qu es de tu vida? es particularmente estpida puesto que a medida que alguien deviene aquello en lo que deviene cambia tanto como l. Los devenires no son fenmenos de imitacin ni de asimilacin, son fenmenos de doble captura, de evolucin no paralela, de bodas entre dos reinos (Deleuze y Parnet, 1980, pg. 6).

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    criminlogo, por lo tanto, de muchos que no poseen las condecoracio-nes suficientes para ser considerados criminlogos en trminos tradi-cionales. En estos ltimos lo ms importante es, justamente, el factor no histrico que sobrevuela sus ideas criminolgicamente interesan-tes: nos preocupa la experimentacin criminolgica, y la historia de la criminologa no es experimentacin, ella representa nicamente el conjunto de las condiciones casi restrictivas que permiten experi-mentar algo que huye de la historia. Es cierto que sin la historia, la experimentacin quedara indeterminada o incondicionada, pero la experimentacin con la que trabajaremos no es histrica sino cri-minolgica (Deleuze, 1999, pg. 149). Tanto filsofos como literatos, artistas en general, y criminlogos, entre otros, pueden hacerlo; y es esta nuestra manera de advertir que cualquiera est en condicio-nes de devenir-criminlogo, basta captar fracciones de lo intolerable a lo que nos enfrenta el estilo dominante de criminalizacin para, sin importar la pertenencia institucional, contribuir con algo que cri-minolgicamente valga la pena ser pensado. Pero atencin: devenir-criminlogo no significa forzosamente convertirse en criminlogo, a saber, estar en condiciones de llevar a cabo descripciones sobre el campo del control del delito. Devenir-criminlogo es experimentar algo criminolgicamente, todo lo cual escapa a la historia reglamen-taria de la criminologa.

    2. DEL USO CONVENIENTE DE LA HISTORIA

    Esto no impide reconocer que existan ciertas fechas histricas que, aun no siendo las nicas ni acaso las ms importantes, resultan fundamentales para el pensamiento criminolgico.

    Promediando el siglo XX, un ao irreversible, sin duda, fue 1949. E. Sutherland henda para siempre la manera de analizar la cues-tin del delito: este se aprende y en cualquier estrato social2. Otro momento: 1963 y H. Becker. La desviacin lograba dar un vuelco capital: de objeto de estudio se transform en resultado de un proce-so. Exactamente diez aos despus vuelve a irrumpir impetuosa la primicia: en 1973 un tro britnico concluir que los dos niveles, el

    2 Vale la pena recordar que ya en 1939, E. Sutherland haba publicado en la tercera edicin de sus Principios de criminologa la teora de la asociacin diferencial a la que aludimos, para diez aos despus hacer lo suyo con El delito de cuello blanco.

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    del acto trasgresor y el de la reaccin que este suscita, requieren ser investigados. A poco tiempo de esto, durante 1975, quien considera-ba que los textos criminolgicos inducan al degollamiento, pone a la prisin en el centro del anlisis social como nunca antes. Vuelta a saltar dos lustros y el control social es redefinido: 1985 es el ao en el que comprobamos su expansin informal junto a S. Cohen. A partir de 1992, con todo aquello que pueda refutrseles, M. Feeley y J. Si-mon consiguen que la lengua criminolgica metabolice la ingesta de algo nuevo: segn ellos, despuntaban discursos, objetivos y tcnicas hasta all desconocidos.

    Qu ha ocurrido, entonces? Por qu nos subyuga tanto este re-corrido cronolgico? Porque lo interesante prospera cuando la escri-tura consigue originar por s misma ese sentimiento de inminencia, ya sea porque algo va a suceder o porque acaba de ocurrir detrs de nosotros: Los nombres propios designan fuerzas, acontecimientos, movimientos. Las fechas no remiten a un calendario nico homo-gneo, sino a espacio-tiempos que cambian en cada ocasin (Deleu-ze, 1999, pg. 60).

    No es lugar ni momento para decretar si El delito de cuello blanco (Sutherland, 1999) ha provocado ms o menos revueltas que Out-siders (Becker, 2009), o si uno ya no puede hacer criminologa sin estudiar Vigilar y castigar (Foucault, 2003), y lo mismo para el resto: ciertamente esto carece de importancia para nosotros. Pese a ello, ad-vertimos con esta minscula parada, que hay toda una historia de la criminologa, ms all, incluso, de la dificultad que entraa precisar cundo y dnde se inicia. Aceptando estas sinuosidades, suele postu-larse a la consolidacin del capitalismo, junto con la centralizacin del Estado y el proceso codificatorio, como las condiciones necesarias, dentro de un nuevo tipo de relaciones sociales, para la irrupcin de una preocupacin ms organizada en torno al crimen y sus perpetra-dores (Pavarini, 2003). O dicho en otros trminos, es probable que en una pesquisa acerca de estos contenidos no estn ausentes, por ejemplo, ni la Escuela Clsica ni el Positivismo Criminolgico como puntos nodales de su desarrollo3. Pero a su vez existe, o al menos eso

    3 Esto porque la criminologa a veces se asimila, expresa o tcitamente, a las reflexiones acerca de la cuestin criminal. De all que sea vlido poner como perodo inaugural tanto el siglo XII, debido al comienzo del proceso expropiatorio de los conflictos a los particulares por parte de la autoridad (Anitua, 2006), as como el siglo XVIII por el

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    intentaremos dar a conocer, un conjunto de acontecimientos -o deve-nires- que, precisamente, no encajan en esta historia.

    3. CONTRA PARADIGMTICO

    Es necesario aseverar tambin que la disputa hacia el interior del espacio criminolgico, propia de la segunda mitad del siglo XX, acer-ca de si encolumnarse tras el paradigma etiolgico o el de la reaccin social (Baratta, 2004a), sin llegar a ser ruinosa, se volvi ciertamente estril. Resulta muy delicado sostener, como lo hace el primero, que el delito pueda ser estudiado como un hecho bruto, esto es, como un ente objetivo y universal cuya existencia material es autnoma de los controles sociales, preferentemente los formales. Aunque lo que plantea el segundo, a saber, que el crimen solo es un hecho institucio-nal creado por una serie de definiciones que se aplican exitosamente al comportamiento de las personas, tampoco parece ser una respues-ta satisfactoria. Es cierto que en muchos casos una mirada realista no supone negar in totum la hiptesis de que el comportamiento des-viado resulta, en parte, un producto de la misma sociedad que as lo caratula, como tampoco que todo criterio constructivista renuncie de plano a la posibilidad de explicar las conductas criminales advir-tiendo, claro est, que es la conducta y no su criminalidad lo que resulta pasible de conocimiento. Y si nos encargamos de realizar esta enmienda es porque lo mencionado tambin conforma la historia de la criminologa.

    Entre tanto, y para huir de esta encerrona entre dos paradigmas, el etiolgico y el de la reaccin social, se han venido elaborado innu-merables disquisiciones. Introduzcamos tres, al menos.

    Segn algunos tericos, toda criminologa que se estime crtica debera enfrentar principalmente al sufrimiento desatado por los di-ferentes desajustes sociales, tomando a la esperanza como un ins-trumento privilegiado en la tarea de precisar ese sufrimiento al que aquella habra de oponerse. Esta labor debe ser llevada a cabo en

    impacto de la Ilustracin en la esfera penal (Cid y Larrauri, 2001), el siglo XIX a partir de la llegada del positivismo criminolgico (Walton, Taylor y Young, 2001), o el XX si slo reconocemos los aportes estrictamente sociolgicos sobre la materia (Downes y Rock, 2010). Ms all de estas discusiones, no es dicho problema sobre el que indagaremos.

  • [ 19Criminologa menor: algunas proposiciones

    una coyuntura como la actual, que se ofrece ambivalente. En una situacin de virajes como la indicada, y en la que se aspire a conse-guir la meta sealada, puede intentarse cruzar fronteras, pues las verdades universales y concluyentes que otrora daban contencin, hoy parecen carecer de sustento:

    Comprendida de esta manera, la criminologa que cruza fronteras (border-crossing criminology) se ha cansado de todas esas historias de la liberacin, todos estos aos. La criminologa que cruza fronte-ras (border-crossing criminology) es un esfuerzo incesante por de-moler el lenguaje de las oposiciones binarias en que las lgicas de exclusin estn congeladas. (Lippens, 2006, pg. 290).

    Advertimos entonces aqu la intencin de desencializar los con-tornos que separan los discursos privilegiados de los que no lo son, para de esa manera conjurar la falacia de un dolor universal, y uni-versalmente estandarizado.

    Otra herida para la pretendida uniformidad criminolgica pro-viene de resistir cualquier explicacin global que aspire a subsumir toda conducta desviada en su rea, o lo que es lo mismo, permitir-nos pensar si el delito que estamos intentando desentraar a partir de determinadas causas no podra, sensatamente, ser explicado por causas opuestas. Brilla aqu la idea de que no es viable encontrar zonas centrales de imputacin: circunstancias que siempre existan all donde cualquier ilcito existe. Crmenes intra-familiares, por ejemplo, no podran explicarse a partir de las mismas razones si las condiciones de vida en los hogares en los que estos ocurren son anta-gnicas: en ocasiones, tanto la descomposicin como la excesiva in-tegracin domsticas dan el mismo hecho como resultado; entonces, sera paradjico especular con una teora unitaria que pretenda di-lucidarlos. De all que una de las crisis histricas de la criminologa sea compatibilizar los motivos generales nomogrficos- con aquellos individuales -ideogrficos-:

    Cada uno de estos caminos, creo yo, refuta la criminologa oficial, cuyo objetivo ms importante sigue siendo la identificacin de las condicio-nes que siempre estn presentes cuando el crimen se produce y siempre ausentes cuando el crimen no se produce. (Ruggiero, 2005, pg. 27).

    Por ltimo, la afanosa bsqueda de una superacin. Reconciliar los dos paradigmas de anlisis criminolgico antes mencionados es,

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    sin transacciones entre uno y otro, francamente inviable. Lo dicho no impide sostener que las conductas humanas puedan ser investi-gadas, ni que el crimen sea el resultado de la adjudicacin de ciertas instituciones. Los comportamientos criminales s pueden explicarse, pero no en tanto criminales sino en tanto comportamientos. De todo esto surgen dos interrogantes: qu causas llevan a las personas a co-meter ciertos actos? qu causas llevan a definir a ciertos actos como desviados? La conducta es un ente vlido para la indagacin, pero no el crimen, ya que debe su existencia a un estndar institucional:

    Esta teora del crimen como objeto paradojal puede ser caracteri-zada como una teora predisciplinaria del crimen en el sentido de que es anterior a toda construccin disciplinaria del objeto; sta concierne a todas las disciplinas que toman a la cuestin criminal como objeto. Elucida lo que es el crimen y lo describe como un he-cho institucional creado por un sistema. Luego, indica y justifica lo que las ciencias humanas pueden o no hacer cuando quieren ex-plicar los comportamientos criminalizados. (Pires, 2006, pg. 229).

    Estos muy breves planteos, entre otros posibles, permiten obser-var la incomodidad que ha venido sufriendo ltimamente la crimino-loga. En realidad, podramos prescindir de ese mal hbito de creer que estamos siempre frente a sucesos enteramente nuevos (Foucault, 1999; Garland, 2005) y afirmar que sera difcil encontrar algn pe-rodo en el que haya existido serenidad en este campo; es ms, por qu deberamos anhelarla? Lo que est claro de cualquier modo es que, frente a la cada de algunos grandes relatos que enmarcaban su derrotero, los efectos han comenzado a notarse en las construccio-nes investigativas (Hallsworth, 2006 y Young, 2004; OMalley, 1999, 2006, 2008; Simon, 2006, 2010, 2011; Garland, 2005, 2006a, 2006b, 2010; Pratt, 2006a, 2006b, 2007; Zimring, 1996). De hecho aquellos tres filones emergen de dichos derrumbes: con propsitos diferentes, intentan fugarse de una historia de la criminologa que ha jugado un papel en cierta medida conservador para la misma criminologa. Y lo ms incisivo de estas proposiciones es que sus contendientes no se encuentran en el mbito no-criminolgico, sino que provienen del sentido comn propiamente criminolgico (Deleuze, 2002, 2008): aqu es donde comienza la coalicin con lo que podramos definir como criminologa menor.

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    4. DEVENIR Y DEFINIR LO MENOR

    Cuando calificamos como menor una criminologa no es por un criterio estadstico, no es una minora numrica la que estamos pon-derando, sino aquello que en su realizacin no busca la legitimidad de parte de los centros ungidos para poder otorgarla: sera una es-pecie de produccin terica autnoma, no centralizada, es decir, que no necesita para afirmar su validez del beneplcito de un sistema de normas comunes (Foucault, 1996: 17). Por lo tanto, esta ltima se encarama no ya contra la mentira, o en favor de la verdad, respecto de la cuestin criminal: lo que detesta es la estupidez como estruc-tura de pensamiento que toma a la desviacin, genricamente ha-blando, como un espacio privilegiado de localizacin. Intenta hacer de esa estupidez algo execrable. Uno de los ejemplos paradigmticos sobre esto es La teora de las ventanas rotas, segn la cual, el trabajo ms importante para garantizar el orden de una comunidad es el de reprimir las pequeas incivilidades (ebriedad, vagancia, grafittis, prostitucin, etc.), caso contrario aumentaran las posibilidades de que esa zona sea invadida por verdaderos criminales. Lo que vale la pena dejar en claro aqu, ms all de la exactitud o falsedad de estos diagnsticos, es que el problema deriva de los presupuestos de los que parte, los cuales descansan en cierta imagen del hombre, de las interacciones en las que este se sumerge, de la sociedad que las posibilita. Leyendo a J. Wilson y G. Kelling (2001), advertimos que:

    La estupidez no es un error ni una sarta de errores. Se conocen pensamientos imbciles, discursos imbciles construidos totalmen-te a base de verdades;.... Tanto en la verdad como en el error, el pensamiento estpido slo descubre lo ms bajo, los bajos errores y las bajas verdades que traducen el triunfo del esclavo, el reino de los valores mezquinos o el poder de un orden establecido. (Deleuze, 2000: 148-149).

    Criminologa menor o devenir-criminlogo escaparn, por lo tan-to, de una forma moderna4 de pensar la cuestin criminal: en todo caso, consideramos que la historia de la criminologa asegura sola-mente el contexto que hace posible experimentar algo, pero como ya

    4 Algunas de las caractersticas que le adjudicamos a esta modernidad podran ser: el lugar central de la razn, la idea de progreso, el criterio de universalidad, la segmen-tacin y especializacin de las tareas, etc.

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    dijimos, esa experimentacin es criminolgica, y no histrica (Deleu-ze, 1996, 1999, 2000).

    Ahora bien, esta invitacin tampoco partir del sufrimiento y la esperanza para embarcarse en sus avatares (Lippens, 2006); ni pien-sa en lograr una sntesis superadora de aquello que de alguna u otra manera se encuentra homologado, esto es, los paradigmas etiolgico y de la reaccin social (Pires, 2006); relegar asimismo confeccionar una anti-criminologa (Ruggiero, 2005), ya que lo que hace, lo hace a favor de otro estilo de criminologa y no oponindose a cualquier otro tipo de criminologa.

    Para la criminologa menor no existiran teoras, solo tareas y diagnsticos. Tareas que dentro de la problemtica criminal no exi-jan una o ms teoras criminolgicas a las cuales tener que adaptar-se. Las teoras necesitan de la historia, las tareas del devenir. Y el devenir en criminologa no es patrimonio de dicho reducto. En mu-chos casos ese proceso se da fuera del espacio rigurosamente crimi-nolgico (Dwones y Rock, 2010; Becker, 2005; Pratt, 2006a; Ruggie-ro, 2003), pero ms en general, sobreviene al alejarse de cualquier espacio garantizado de conocimiento: es esto ltimo, en rigor, lo que la criminologa menor pretender rastrear.

    Crear un plano donde la cuestin criminal se emprenda sin que eso suscite la emergencia de un conjunto de saberes eruditos (Foucault, 1996; Deleuze y Guattari, 1988), o como exquisitamente lo sealara H. Becker (2005), increpando toda jerarqua de credibilidad. La crimi-nologa menor se ubicara, consecuentemente, no tanto en las coyun-turas como s en los intersticios de los grandes debates. Intersticios que, por supuesto, poseen intereses, excepto el de transformarse en un discurso unitario, apndice del Estado, pues esto ltimo entraara el riesgo potencial de hacer operativos efectos de poder devastadores.

    Si bien todo devenir-criminlogo, tal cual lo hemos expuesto, in-tenta rehuir al control que la historia real5 pretende ejercer sobre las irrupciones heterogneas, no obstante, historia de la criminologa y

    5 Lo real aqu debe entenderse como disidiendo con lo menor, sea la disciplina que fuere. El criminlogo real es un tipo ideal cuyas caractersticas eminentes seran: tomar al lenguaje criminolgico como un idioma con fuerte homogeneidad, separado de cualquier componente poltico y escptico ante la posibilidad de construcciones colectivas de significacin.

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    criminologa menor no se excluyen: ms bien la segunda sera un balbuceo dentro de la primera (Deleuze y Guattari, 1988)6.

    Es probable que lo dicho hasta aqu haya resultado un tanto abs-tracto, razn por la cual exhibiremos algunos planteos introductorios para hacer de estas cuestiones un aprendizaje prctico.

    5. GLOSOLALIA, CRIMINOLOGA

    As como B. Brecht aseguraba que las revoluciones ocurran, ge-neralmente, frente a callejones sin salida, se puede decir que los ma-nuales suelen ser una salida para cualquier tipo de callejn. Por ello nuestra propuesta est encaminada, en primer lugar, a ofrecer la contracara de un compendio criminolgico. Este ltimo presupone un saber acumulado que reproduce, con o sin premeditacin por parte de quien lo escribe, un horizonte sereno que otros ya han pensado por nosotros. Un Kafka atribulado anotaba en su diario: me aliment espiritualmente de un aserrn que, para colmo, millares de bocas ya haban masticado para m (Robert, 1970, pg. 23). Esta experiencia nos resulta muy conveniente dada la imagen que nosotros tenemos de un manual, ya que se intenta algo distinto: trabajar con pensado-res que, ya procediendo de mbitos ajenos al campo criminolgico, ya perteneciendo a este, han sido capaces de cavilar al crimen y al castigo con un estilo singular, creando al respecto nuevas percep-ciones. F. Nietzsche, F. Kafka, G. Tarde, L. Hulsman y N. Christie, entre otros, comparten el mrito de ofrecer una coloracin renovada a estas cuestiones, un nuevo estilo. Y el estilo es, acaso, algo as como el termoscopio de un pensamiento.

    El don de la germana, la glosolalia, es hablar una lengua que nos pertenece, construida de muchas otras existentes tal vez, pero con un sig-nificado inventado en el proceso mismo de modulacin: si bien se toman cosas de mbitos diferentes, el resultado solo es atribuible al desafo em-prendido por su hacedor. Y esto es, ni ms ni menos, lo que creemos que logran tanto Nietzsche como Kafka en su calidad de emigrantes.

    6 En todo caso, la criminologa menor tambin se aleja de la radical, al menos en los trminos planteados por S. Cohen: La criminologa radical debe adquirir relevancia poltica operando en el mismo terreno que ha sido expropiado por los conservadores y tecncratas (1994: 10). Dicho muy esquemticamente, se debe distinguir entre disputarse un espacio existente e inventar otro indito.

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    Pensemos el caso del primero, cuyo devenir-criminlogo se origi-na en cierta desterritorializacin del mbito filosfico: dentro de sus obras el lugar de la venganza y el castigo son privilegiados, y mu-chas de sus conclusiones al respecto, fulminantes; probablemente de quien salga indemne de sus aforismos, se podr decir que nunca los ha ledo. Pero no es que Nietzsche llegue a la criminologa, ni tampo-co que la criminologa se disuelva en su filosofa, sino que logra poner en un estado de variacin continua aquello que los criminlogos ofi-ciales transforman en relaciones constantes. Por ejemplo, al pensar una institucin como lo es la crcel, segn l, debemos tener en cuen-ta no tanto lo que ganamos al adquirirla, sino lo que pagamos por obtenerla, esto es, lo que nos cuesta (1946a, 1946b). Y esto por qu?, porque si algo resulta demasiado costoso, en general se lo utiliza mal ya que se relaciona a ello un recuerdo desagradable, consiguiendo as una doble desventaja:

    El autntico remordimiento de conciencia es algo muy raro cabal-mente entre los delincuentes y malhechores; las prisiones, las peni-tenciaras no son las incubadoras en que florezca con preferencia esa especie de gusano roedor: -en esto coinciden todos los observadores concienzudos, los cuales, en muchos casos, expresan este juicio bas-tante a disgusto y en contra de sus deseos ms propios-. Vistas las cosas en conjunto, la pena endurece y vuelve fro, concentra, exacer-ba el sentimiento de extraeza, robustece la fuerza de resistencia. Cuando a veces quebranta la energa y produce una miserable pos-tracin y auto-rebajamiento, tal resultado es seguramente menos confortante an que el efecto ordinario de la pena: el cual se carac-teriza por una seca y sombra seriedad. (Nietzsche, 1986, pg. 105).

    Quiz el hecho de que el filsofo alemn nos proponga pensar sin atenuantes qu es lo que estamos pagando realmente por una institucin hace posible reabrir esa herida a la que llamamos cr-cel; reflexionar en qu modo nos afecta la aparente necesidad de su existencia, incluso recapacitar sobre nuestras posibilidades de rea-propiarnos de los conflictos, y asimismo agudizar las habilidades, en tanto observadores, para no solo ver la mano que castiga, sino tam-bin a quin la dirige. Nos corresponde a nosotros seguir recapaci-tando acerca del sentido y el valor del encierro

    Y algo no muy distinto ocurre con Kafka, pero claro, en su media-cin con el espacio literario cuando trabaja con el control social en

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    la ciudad de El proceso (1984), el escritor checo hace de la literatura fuente de resistencia y creatividad, sin ningn tipo de compromiso respecto de los planteos dominantes: intruso en el mundo criminol-gico, carece de responsabilidad, de una identidad fija que transpor-tar. O al efectuar una crtica no jurdica al derecho de penar, y ms an, al de definir ciertos comportamientos como criminales -todo lo cual se halla naturalizado en nuestras sociedades-, consigue visibi-lizar prcticas sociales sumamente arraigadas que instituyen a todo el sistema penal. Si l tuvo algo claro desde el principio, fue que el castigo no buscaba remediar nada, simplemente marcar. En La co-lonia penitenciaria, la mquina que ejecutaba la pena tena como objeto un cuerpo y una sancin; esta ltima, no solo deba inscribir el veredicto, sino tambin la regla (Deleuze y Guattari, 1995: 219). Ese grafismo punitivo fue trabajado por Kafka con una doble finalidad: por un lado, confirmar que el castigo es un lenguaje, aunque por lo comn incomprensible para quienes lo padecen, y por otro, que la ley nunca es previa a la sancin: es un aparato singular dijo el ofi-cial al explorador, y contempl con cierta admiracin el aparato, que le era tan conocido (Kafka, 1973, pg. 117). Parece tambin balbu-cearnos el autor checo que aquello que primero aprendi el hombre puesto a mandar a otros hombres, mucho antes que de las bondades y los perjuicios de las leyes, ha sido que entre el dolor y la memoria exista un maridaje que precisaba manipular, del que poda extraer plusvala, para lograr domesticar todo aquello ingobernable en la na-turaleza de sus semejantes:

    toda la estupidez y arbitrariedad de las leyes, todo el dolor de las iniciaciones, todo el aparato perverso de la educacin y la repre-sin, los hierros al rojo y los procedimientos atroces no tienen ms que un sentido: enderezar al hombre, marcarlo en su carne, volver-lo capaz de alianza, formarlo en la relacin acreedor-deudor que, en ambos lados, es asunto de la memoria (Deleuze y Guattari, 1995, pg. 197).

    Pero qu pasa si esa plusvala que el ojo saca del dolor ajeno se transforma en una funcin, ya no manifiesta, sino latente del castigo?7 Qu ocurre cuando deja de proclamarse expresamente

    7 Cuando hablamos de funcin latente aludimos a la clsica diferencia expresada por R. Merton (1964) en torno a las funciones de las instituciones sociales: son ma-nifiestas aquellas que se supone y se espera que la institucin cumpla. Son latentes

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    como una meta eso de extraer algn beneficio del dolor de terceros, no obstante persista como una funcin, cumpliendo una funcin no declarada? En definitiva, cmo causar dolor a otros para hallar en eso un conato de tranquilidad propia, sin estar, a su vez, formal-mente habilitados para hacerlo? Quiz podamos decir, con maas del derecho procesal moderno, que se lo cause a travs de la prisin preventiva. En el caso del oficial de la colonia, no precisa de tantos ornamentos legales y afirma: Mi principio fundamental es ste: la culpa es siempre indudable (Kafka, 1973: 124). Acaso no se acerca este testimonio a la regla que utiliza buena parte de nuestros fiscales y magistrados, aunque travestido hoy de garantas para el desarrollo del debido proceso?8**

    Hasta aqu, el sucinto acercamiento a una posible manera de devenir-criminlogo: crear un espacio nuevo desde fuera de la crimi-nologa; una diversificacin que favorece el abordaje menor de una lengua estndarizada, un devenir menor de la lengua mayor (Deleu-ze y Guattari, 1988, 2002). Pero hay otros derroteros an para urdir una genuina criminologa menor; quiz los ms laudatorios, porque en ellos la desterritorializacin proviene del mismo campo crimino-lgico. Esto es lo que podramos sealar como desterritorializacin absoluta:

    Es lo mismo que tartamudear, pero siendo tartamudo del lenguaje y no simplemente de la palabra. Ser extranjero, pero en su propia len-gua, y no simplemente como alguien que habla una lengua que no es la suya. Ser bilinge, multilinge, pero en una sola y misma lengua, sin ni siquiera dialecto o patois. Ser un bastardo, un mestizo, pero por purificacin de la raza. (Deleuze y Guattari, 1988, pg. 101).

    El caso de G. Tarde lo encontramos ilustre al respecto. Cuando toda la tradicin criminolgica estaba empantanada en una filosofa del sujeto que inevitablemente llevaba a discutir la cuestin de la

    las funciones imprevistas o no esperadas. stas ltimas son, por lo general, las ms importantes para el anlisis sociolgico.

    8 De la ficcin a la realidad, basta sealar que ms de la mitad de los presos de nuestro pas, y cerca del 80% de los de la Provincia de Buenos Aires estn en estas condicio-nes. Por una medida cautelar como la prisin preventiva, que pertenece al derecho procesal, cumplen anticipadamente una condena que el derecho penal sustantivo todava no dictamin, razn por la cual se pasa, al menos en parte, de la presuncin de inocencia a la presuncin de culpabilidad. Si bien lo dicho entraa muchas simpli-ficaciones, puede servir a ttulo ilustrativo.

  • [ 27Criminologa menor: algunas proposiciones

    responsabilidad de las personas, o bien desde el libre albedro o bien desde el determinismo planteado por la nuova scuola, este autor en-contr inquietudes y prioridades analticas en las que ni el hombre ni la sociedad eran aquello que haba que explicar, sino ms bien los procesos de subjetivacin que se dan en la relacin siempre inestable entre ambos. Por lo tanto, ni crimen, ni criminal, ni objeto, ni sujeto, sino proceso: La gran cuestin, terica y prctica al mismo tiempo, no es saber si el individuo es o no libre, sino si el individuo es real o no (1922a [1890], pg.26). O como en su affair con E. Durkheim, del que podemos concluir que de acuerdo a qu consideremos problemas y a cmo los planteemos en tanto que tales, nuestras soluciones se-rn sensiblemente distintas. De all que no haya componenda posible entre ambos autores, dado que:

    [mi] concepcin es, en resumen, la inversa de la que sostienen los evolucionistas unilinearios y tambin la de E. Durkheim, pues en vez de explicarlo todo por la pretendida imposicin de una ley de evolucin que obliga a los fenmenos de conjunto a reproducirse y repetirse idnticamente en el mismo orden, en lugar de explicar, por consiguiente, lo pequeo por lo grande y el detalle por el con-junto, yo explico las semejanzas de conjunto por la agrupacin de pequeas acciones elementales, lo grande por lo pequeo, lo eng-lobado por lo detallado. Esta manera de apreciar la cuestin est llamada a producir en la sociologa la misma transformacin que ha ocasionado en las matemticas la introduccin del anlisis infi-nitesimal. (1983 [1897], pg. 32).

    Si bien las crticas tardeanas a Durkheim son imprecisas y clara-mente refutadas por este, como por ejemplo la cuestin acerca de la normalidad del crimen: justamente me dediqu a establecer que era un error creer que un hecho normal es todo utilidad; que no sea malo en cierto sentido (Durkheim, 2007, pg.136), o respecto del vnculo entre crimen y moralidad: para rebatir mi proposicin, hubiera habido que probar que se puede innovar en moral sin ser, casi inevi-tablemente, un criminal Cmo pues cambiar la moralidad si no se aparta de ella? (Ibd.), no es esto lo que nos preocupa. La normali-dad del delito, la moral colectiva, el genio, la locura y el crimen, son algunos de los tpicos sobre los que Tarde arremete, pero vayamos donde podamos encontrar justificacin a nuestra propuesta origina-ria, esto es, que la criminologa est en condiciones de ser escindida

  • 28 ] Pensamiento y Poder. Vol. 2 No. 2 Julio-Diciembre 2013

    entre un uso mayor y un uso menor. En nuestro autor, es la plenitud de la existencia aquello que posibilita las reflexiones ms eruditas, y no a la inversa, por lo que incluso el pensador ms abstracto debe esforzarse y llegar a vislumbrar algo de claridad en la intimidad de las cosas. Plenitud que est siempre otorgndole sentido y valor a la ciencia, y a cualquier actividad ligada a ese tipo de conocimiento. No debemos pedirle a la ciencia que haga por nosotros aquello que nos corresponde, como por ejemplo definir las cuestiones que considera-mos prioritarias de aquellas que no lo son. l afirma, precisamente, que una de las mayores discrepancias que mantiene con Durkhe-im se vincula con que la ciencia, o lo que llamamos de tal mane-ra, fro producto de la razn abstracta, extraa, por premisa, a toda inspiracin de la conciencia y el corazn, tenga sobre la conducta la autoridad suprema que ejerce legtimamente sobre el pensamien-to (Tarde, 2007 [1895], pg. 131). Las grandes transformaciones en el hombre provienen de sus afectos, deseos y creencias, y estos tres componentes abrevan de incontables elementos no cientficos, inten-tando imponerse mutuamente Por qu motivo los estoicos acaba-ron con la esclavitud? Por escuchar a cientficos de distintas ramas como los fsicos o gemetras? No, fue por la posibilidad de una nueva combinacin de los afectos, deseos y creencias que esa modificacin fue posible y realizable, y si no impngase silencio al corazn y la es-clavitud ser justificada, como para Aristteles (Ibd.; 1922a [1890], pg.41). Por todo esto, que es resultado de su inclinacin hacia una filosofa del acontecimiento, creemos que ha beneficiado un escape del tan crnico antropocentrismo reinante en su poca.

    Ms ac en el tiempo, Hulsman sobrevino, en nuestras conside-raciones, el verdadero apstata. El espacio criminolgico nunca ha dado con un conspirador de semejante magnitud: sostena que los congresos sobre dicha problemtica deban eliminarse y no prolife-rar. Ahora bien, cul fue su impronta hertica? Estar persuadido de que el abolicionismo era una prctica, un devenir, y no una teora, de all que haya escrito muy poco: actitud imperdonable para los cri-minlogos reales. A lo dicho, hay que aadirle un rechazo vehemente a la concepcin ontolgica del delito junto a la denuncia implacable de que el sistema penal es primordialmente un mal social. En otras palabras, que aparato de Estado y sistema penal son una y la misma cosa; al menos en trminos de preservacin, su relacin es simbitica:

  • [ 29Criminologa menor: algunas proposiciones

    el Estado no se define por la existencia de jefes, se define por la perpetuacin o la conservacin de rganos de poder. El Estado se preocupa de conservar. Se necesitan, pues, instituciones especiales para que un jefe pueda devenir hombre de Estado (Deleuze y Guattari, 1988, pg. 364).

    Llammoslo rgano de poder o institucin especial, el sistema pe-nal contribuye decisivamente a la supervivencia del Estado; no pue-den entenderse el uno sin el otro. Incluso observamos ciertamente que sus mutaciones son siempre asociantes, quiz este haya sido uno de los grandes aportes de M. Foucault en Vigilar y castigar9:

    El aparato de Estado sera ms bien un agenciamiento concreto que efecta la mquina de sobrecodificacin de una sociedad. su papel es organizar los enunciados dominantes y el orden esta-blecido de una sociedad, las lenguas y los saberes dominantes, las acciones y los sentimientos adecuados a dicho orden (Deleuze y Parnet, 1980, pg.146)

    Y es aqu, dentro de este diagrama, donde debemos ubicar la afir-macin de Hulsman relativa a que el sistema penal es un mal social. As como el primero exige la utilizacin de dualidades que funcionan y son funcionales-, decantando simultneamente en relaciones biu-nvocas y opciones binarizadas, como las clases o los sexos (Ibd., pg.

    9 Si bien no es posible encontrar en Foucault la utilizacin de los conceptos sistema pe-nal y aparato de Estado, al menos en los trminos que nosotros lo proponemos, con-sideramos que es factible observar argumentos que guardan cierta correspondencia: La disciplina "fabrica" individuos; es la tcnica especfica de un poder que se da a los individuos a la vez como objetos y como instrumentos de su ejercicio. No es un poder triunfante que a partir de su propio exceso pueda fiarse en su superpotencia; es un poder modesto, suspicaz, que funciona segn el modelo de una economa calculada pero permanente. Humildes modalidades, procedimientos menores, si se comparan con los rituales majestuosos de la soberana o con los grandes aparatos del Estado. El xito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la inspeccin jerrquica, la sancin normalizadora y su combinacin en un procedi-miento que le es especfico: el examen (2003: 175). A su vez, afirma: Como monarca a la vez usurpador del antiguo trono y organizador del nuevo Estado, ha recogido en una figura simblica y postrera todo el largo proceso por el cual los fastos de la soberana, las manifestaciones necesariamente espectaculares del poder, se han extinguido uno a uno en el ejercicio cotidiano de la vigilancia, en un panoptismo en que unas miradas entrecruzadas y despiertas pronto harn tan intil el guila como el sol (Ibd.: 220). Las racionalidades punitivas que van mutando desde la soberana y su teatro de la atrocidad a la disciplina y su sancin normalizadora muestran, al menos en la lectura que nosotros hacemos, un cambio del sistema penal junto al del aparato de Estado que lo contiene.

  • 30 ] Pensamiento y Poder. Vol. 2 No. 2 Julio-Diciembre 2013

    153), del mismo modo la organizacin institucional del castigo va de dos en dos: del criminal al no criminal, del culpable al inocente:

    El sistema penal est formado, por una parte, por ciertas organi-zaciones tal como yo las defino- como la polica, los tribunales y los servicios de prisiones y, por otra parte, por las organizaciones que construyen el lenguaje ideolgico, las definiciones, las justifi-caciones y las instrucciones. La especificidad de la organizacin cultural del sistema penal la encontramos, primeramente, en toda la estructura del lenguaje especializado de la justicia penal, en el sentido que esta es una manera especfica de reconstruir eventos (Hulsman, 1992: 129-130).

    De este modo, el criminlogo holands ofrece nuevas apreciacio-nes sin tener que asentir, como otros crticos lo hicieron, ante la sen-satez de que el delito existe, y a su vez, de que un sistema penal democrtico es posible, adems de deseable (Lea y Young, 2008; Ba-ratta, 2004b).

    Finalmente, N. Christie saqueando a la criminologa tradicional pudo hilvanar en ella criminologas menores an ignoradas. Lo que hace lo hace con una profunda mesura, y es esta sobriedad, que ob-tiene a caballo de un lenguaje amistoso, motivo de crticas maliciosas por parte de la pesada tradicin criminolgica. As las cosas, este autor no cesa de alzarse contra aquello que es la condicin de posibi-lidad del sistema penal: el dolor abstracto, el dolor del Estado. De la misma manera, exalta el lugar de la cultura fraternal, reivindicn-dola como la gran alternativa para contrarrestar la inercia que posee la mquina punitiva. En sntesis, haciendo huir la criminologa a fuerza de crear miles devenires criminolgicos, Christie toma para s dos tareas: pensar qu lugar ocupa el dolor en la imagen que el derecho penal tiene del hombre, y delinear un nuevo tipo de percep-cin que la deteriore, un flujo de creencias y deseos amplificador de sentido. Respecto de esto ltimo, y aludiendo al hoy conocido ejemplo de Tanzania, en la provincia de Arusha, el criminlogo noruego deja entrever un hecho inquietante: era un acontecimiento feliz, se escu-chaban charlas, se hacan bromas, se vean sonrisas, la atencin era entusiasta, no haba que perderse ni una sola frase. Era un circo, era un drama. Era un juicio10 (1992, pg. 160). All, donde se observa

    10 Las cursivas son nuestras.

  • [ 31Criminologa menor: algunas proposiciones

    poca distancia social entre los habitantes de un pueblo pequeo, don-de prcticamente no existe anonimato, all las partes son imprescin-dibles, porque resultan ser los verdaderos protagonistas; pero esto ltimo no impide que parientes, amigos o el pblico asistente logren participar en el encuentro. Lo verdaderamente relevante aqu es que el conflicto deviene un acontecimiento; en definitiva, es un proceso de construccin y no un mero acto emplazado dentro del tiempo. La burocratizacin penal ha invertido en nuestras sociedades ese acon-tecimiento, lo transform en un no-acontecimiento, en una actividad rutinaria y tediosa en la que solo participan los actores versados que dominan el lenguaje y el espacio: los ladrones profesionales de los elementos simblico y material, los especialistas, los guardianes de la hipocresa colectiva, los abogados (Bourdieu, 1991). Habra que tomar muy en serio el orden que Christie le da a las palabras en el cierre de la cita anterior, pues su inversin resulta agobiante. Bajo las condiciones actuales, con una angustiosa divisin del trabajo y la exclusin del mismo de grandes franjas de la poblacin- en la que aceptamos vivir, las personas solo se nos aparecen como figuras frag-mentadas a las que no logramos distinguir del todo: o solo son ve-cinos, o solo son compaeros de trabajo, o de estudio, etc. Esto trae aparejado en el mbito penal que el conflicto ya no sea entre las par-tes, sino entre una de ellas y el Estado. Aqu, a diferencia de aquella comunidad con alto grado de cercana, no hay un proceso sino un acto gestionado por fuera de sus protagonistas; aqu existe primero un juicio, luego un drama. Finalmente, un circo.

    Es por lo dicho precedentemente que consideramos a los tres cri-minlogos mencionados como parte de ese linaje que dentro de la misma criminologa se desembaraza de las lneas ms duras que esta misma traza sobre su objeto, deviniendo posible una nueva tonali-dad:

    Ah es donde el estilo crea lengua. Ah es donde el lenguaje devie-ne intensivo, puro continuum de valores y de intensidades. Ah es donde toda la lengua deviene secreta, y, sin embargo, no tiene nada que ocultar, en lugar de crear un subsistema secreto en la lengua. A ese resultado slo se llega por sobriedad, sustraccin creadora. La variacin continua slo tiene lneas ascticas, un poco de hierba y de agua pura. (Deleuze y Guattari, 1988, pgs.101-102).

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    En definitiva, encontraremos criminologa menor all donde pros-peren derrames que no puedan subsumirse al corpus criminolgico tal cual se lo disea en los manuales. Y los nmadas que lo hagan posible debern evitar el control nsito en toda jerarquizacin de sa-beres: Nietzsche, Kafka, Tarde, Hulsman y Christie, junto a otros, estn en condiciones de lograrlo:

    Los devenires no son la historia: aunque sea estructural, la historia piensa casi siempre en trminos de pasado, presente y porvenir. Si nos hemos interesado tanto por los nmadas es porque son un devenir y no forman parte de la historia: excluidos de ella, se meta-morfosean para reaparecer de otro modo, bajo formas inesperadas, en las lneas de fuga del campo social. (Deleuze, 1999, pg. 242).

    No existe, o al menos eso creemos, un espacio delimitado en el que todos ellos logren imponerse, sino ms bien el cruce entre muchas esferas donde la cuestin criminal conseguira ya no depender de ningn modelo al cual conformarse.

    6. ESA COSA, SE LLAMA CIENCIA?

    Un interrogante que podra surgir, luego de lo escrito, es si la cri-minologa menor supone un empeo anticientfico. Si bien nos cuida-mos en no utilizar esa adjetivacin, ya que nuestro inters tiene que ver con los usos de la criminologa, y no si esta podra considerarse una ciencia, quiz referirnos al tema permita evidenciar ciertos usos que de la criminologa se hace.

    Para ello vale la pena invocar la respuesta que brind E. Durkhe-im a G. Tarde, en el ao 1895:

    Viene ante todo de que yo creo en la ciencia y el Sr. Tarde no. Por-que es no creer en ella reducirla a no ser ms que un entreteni-miento intelectual y, como mucho, a informarnos sobre lo que es posible, pero incapaz de servir para la reglamentacin positiva de la conducta. (2007, pg.138).

    Esta impugnacin guarda, desde nuestro punto de vista, una con-siderable afinidad con la que noventa aos despus le hara M. Pava-rini a N. Christie respecto de su libro Los lmites del dolor:

    Conscientemente ajeno a toda preocupacin de rigor cientfico utiliza, sofsticamente, todo cuanto pueda ser empleado al servicio

  • [ 33Criminologa menor: algunas proposiciones

    del objetivo, atento a contextos de saber y metodologas distintas y contradictorias.. Todo lo afirmado en este volumen ha sido ya di-cho y repetido. Ausencia absoluta de originalidad cientfica. Pero cientficamente termino por indignarme cuando, por razones ins-trumentales se invoca un saludable retorno a las teoras absolutas de la pena y ello con el fin de deslegitimar ulteriormente el sistema de penas legales(1990 [1985], pgs.. 2-3).

    Una primera lectura de estas dos citas podra empujarnos a pen-sar que la cuestin aqu es la de la ciencia y su enfrentamiento con la mera opinin, poniendo en juego la clsica divisin entre episteme y doxa. Para nuestro caso, un adentro y un afuera del conocimiento cientfico, o ms en concreto, cientficamente criminolgico. Pero tal vez ambas disputas puedan releerse dejando de lado esto ltimo, al calor de otras formulaciones que priorizan menos la vigilancia epis-temolgica que los efectos nocivos de ciertos usos epistemolgicos:

    Cuando hablo de saberes sujetos entiendo toda una serie de saberes que haban sido descalificados como no competentes o insuficiente-mente elaborados: saberes ingenuos, jerrquicamente inferiores, por debajo del nivel de conocimiento o cientificidad requerido. saberes bajos, no calificados o hasta descalificados. Se trata en realidad de hacer entrar en juego saberes discontinuos, desca-lificados, no legitimados, contra la instancia terica unitaria que pretendera filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre de un conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que sera poseda por alguien. Se trata de la insurreccin de los saberes. Y no tanto contra los contenidos, los mtodos y los conceptos de una ciencia, sino contra los efectos de poder centralizadores dados a las instituciones y al funcionamiento de un discurso cientfico or-ganizado dentro de una sociedad como la nuestra. (Foucault, 1996, pgs. 18-19).

    Con una frase ldica, hacer entrar en juego, M. Foucault nos pro-pone otro reguero. Vale la pena aclarar que esto no equivale a decir que Tarde o Christie sean descalificados o jerrquicamente inferiores para todo el espectro criminolgico, o que sus trabajos hayan sido sepultados por no competentes. Significa s, que desde cierto uso de la criminologa, que nosotros definimos como mayor, padecieron ata-ques de una virulencia airada. Pero no ya para quedar fuera de la ciencia, sino para resultar descalificados cientficamente. Se vuelven, desde Durkheim y Pavarini, el smbolo de la derrota en una disputa

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    acerca de cmo se hace ciencia. Quedan dentro, pero agraviados, in-habilitados. Y es que lo no cientfico, para estos ltimos, no es algo externo a la ciencia, esto es, la doxa, sino aquello que dentro de lo cientfico se muestra como inabordable cientficamente. En contra-partida, tal cual lo exponen G. Deleuze y F. Guattari:

    Siempre hay una corriente gracias a la cual las ciencias ambulan-tes o itinerantes no se dejan interiorizar totalmente en las ciencias reales reproductivas. Y hay un tipo de cientfico ambulante que los cientficos de Estado no cesan de combatir o de integrar, o de aliar-se con l, sin perjuicio de proponerle un papel menor en el sistema legal de la ciencia y de la tcnica. (1988, pg. 378).

    Papel menor, entonces, el de Tarde y el de Christie, as como tam-bin el de Nietzsche, el de Kafka y el de Hulsman.

    Concisamente, lo que est en pugna desde nuestro abordaje es el uso que se le puede dar a la criminologa. Un uso menor, el cual no se definira por criterios extravagantes o alqumicos, en contraposi-cin a un saber recto propio del uso mayor. Es el hecho de no buscar la toma del poder criminolgico, o a la criminologa como un poder, aquello que define su uso menor:

    en el campo de interaccin de las dos criminologas, la crimino-loga ambulante se contenta con inventar problemas, cuya solucin remitira a todo un conjunto de actividades colectivas y no cient-ficas, pero cuya solucin cientfica depende, por el contrario, de la criminologa real, y de la manera en que esta criminologa en prin-cipio ha transformado el problema incluyndolo en su organizacin del trabajo. (Ibd.: 379).

    7. PARA SABER

    El devenir es aquello que puede favorecer lo menor en la crimino-loga, es, en definitiva, una lnea de fuga que contribuye a no aceptar los estndares a los que, de otra manera, deberamos ajustarnos: el paradigma etiolgico o la teora de la reaccin social, el realismo de izquierda o de derecha, el welfarismo penal o el populismo puniti-vo, la criminologa de la vida cotidiana o la criminologa del otro, etc.. Las minoras, como lo son Nietzsche, Kafka, Tarde, Hulsman o Christie para la criminologa, se caracterizan por escapar de las formalizaciones y las representaciones ms acendradas, a las afilia-

  • [ 35Criminologa menor: algunas proposiciones

    ciones profesionales, y desde all brindan nuevas percepciones. Vale la pena, entonces, repetir sin reservas lo siguiente: minoras y ma-yoras no se distinguen por una cuestin numrica. Incluso la prime-ra puede ser de hecho ms cuantiosa que la segunda. Lo que le da especificidad a una mayora es el modelo al que debe conformarse: burgus, adulto, masculino, criminlogo, etc. En contraposicin, las minoras no cuentan con un modelo, son un devenir, un proceso. Con otras palabras, es posible decir que nadie es mayora: todos, de un modo u otro, estamos atrapados en algn devenir minoritario que nos arrastrara hacia vas desconocidas si nos decidiramos a seguir-lo. Si una minora instaura sus propios modelos es porque pretende convertirse en mayora, lo cual es necesario para su conservacin. En el caso de la criminologa, tener sus congresos, sus manuales, sus premios Estocolmo. Pero su potencia menor deriva de aquello que ha sabido crear y que se integrar de alguna u otra manera en el mode-lo, sin depender nunca de l (Deleuze, 1999, pg. 271).

    Desde luego que todo esto es apenas un desacato terico, que ha-br que hacerlo funcionar con otros planos, de lo contrario las expre-siones refractarias al sistema penal, al castigo del Estado, a la selec-tividad invariable de ambos, sern arrestos meramente decorativos.

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