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I. MISIÓN, DESDE LA REALIDAD Y VIVENCIAS DE CRISTO, ENVIADO PARA ANUNCIAR LA BUENA NUEVA 1. La vida de Jesús es misión 2. La misión de construir una humanidad de hijos de Dios y familia de hermanos 3. La misión de Jesús no tiene fronteras Propuestas de estudio y bibliografía * * * 1. La vida de Jesús es misión Reflexionar sobre la “misión” y la “evangelización” equivale a entrar en sintonía con la realidad más profunda de Jesús. La “misión” significa envío; la “evangelización” es la puesta en práctica de este envío. Pero hay “alguien” que polariza todos los aspectos y ámbitos de esta realidad misionera y evangelizadora. Cristo es el “ungido” y “enviado” por excelencia, para realizar la misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 4,18; Jn 10,16). Él es la revelación definitiva de Dios Amor, la epifanía personal de su Palabra, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Toda la creación y toda la historia humana es un conjunto de huellas de la Palabra divina, como preparación y preanuncio de la venida de Jesús. Los numerosos textos que hablan de la misión de Jesús, ofrecen diversas facetas formando un todo relacional. Jesús no usa la palabra abstracta “misión·, sino que se presenta él mismo como enviado para realizar el encargo salvífico confiado por el Padre: - Es el Hijo enviado por amor a toda la humanidad (cfr. Jn 3,16). Dios envía a su Hijo porque ama al mundo, haciendo salir “su sol” para todos (Mt 5,45). - Es el enviado para “salvar al mundo”, con una salvación plena y definitiva (Jn 3,17; 4,42). 9

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I. MISIÓN, DESDE LA REALIDAD Y VIVENCIAS DE CRISTO, ENVIADO PARA ANUNCIAR LA BUENA NUEVA

1. La vida de Jesús es misión2. La misión de construir una humanidad de hijos de Dios y familia de hermanos3. La misión de Jesús no tiene fronterasPropuestas de estudio y bibliografía

* * *

1. La vida de Jesús es misión

Reflexionar sobre la “misión” y la “evangelización” equivale a entrar en sintonía con la realidad más profunda de Jesús. La “misión” significa envío; la “evangelización” es la puesta en práctica de este envío. Pero hay “alguien” que polariza todos los aspectos y ámbitos de esta realidad misionera y evangelizadora.

Cristo es el “ungido” y “enviado” por excelencia, para realizar la misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 4,18; Jn 10,16). Él es la revelación definitiva de Dios Amor, la epifanía personal de su Palabra, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Toda la creación y toda la historia humana es un conjunto de huellas de la Palabra divina, como preparación y preanuncio de la venida de Jesús.

Los numerosos textos que hablan de la misión de Jesús, ofrecen diversas facetas formando un todo relacional. Jesús no usa la palabra abstracta “misión·, sino que se presenta él mismo como enviado para realizar el encargo salvífico confiado por el Padre:

- Es el Hijo enviado por amor a toda la humanidad (cfr. Jn 3,16). Dios envía a su Hijo porque ama al mundo, haciendo salir “su sol” para todos (Mt 5,45).

- Es el enviado para “salvar al mundo”, con una salvación plena y definitiva (Jn 3,17; 4,42).

- La vida de Jesús es misión, como vivencia profunda y “alimento” que da sentido al existir (cfr. Jn 4,34).

- El amor del Padre sostiene su misión de dar la vida por todos (cfr. Jn 3,34-35; 10,17).

- Jesús cumple siempre con fidelidad el proyecto de misión trazado por el Padre (cfr. Jn 5,30; 6,38-39.44; 7,16; 12,49; 14,24).

- La misión del Padre da sentido a su vida de Hijo de Dios hecho hombre (cfr. Jn 8,29; 10,36).

- La dinámica de la misión de Jesús abarca todo su existir divino y humano: “salí del Padre... voy al Padre” (Jn 16,28; cfr. 14,28; 16,5.17; 20,17).

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- Creer en Jesús equivale a recibirlo como enviado por el Padre y como epifanía personal suya (cfr. Jn 5,24; 12,44-45; 13,20).

- Vivir la misión de Jesús significa correr su misma suerte y compartir su misma vida (cfr. Jn 15,21; 16,3).

- Es la misma misión que confía a sus discípulos (cfr. Jn 17, 18; 20,21-23; Mt 28,19)

- La misión se realiza con la presencia de Jesús resucitado, que envía y acompaña (cfr. Mt 28,20; Mc 16,20; Hech 1,8).

- Los enviados de Cristo son su expresión aquí y ahora. Cristo, presente en su Iglesia, “ungido por el Espíritu”, sigue pasando “haciendo el bien” (Hech 10,38).

El camino misionero de Jesús sigue realizándose en y por medio de su comunidad familiar “convocada” por amor, su Iglesia, para bien de toda la humanidad, porque “el Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre” (GS 22). La misión está enraizada en el ser y en la vivencia de Jesús: “Voy al Padre” (Jn 16,28). Todo acontecimiento humano, de éxito y de “fracaso”, lleva la impronta de la misión de Jesús.

Jesús vivió y sigue viviendo la misión, como “encarnación” y epifanía del amor. Por ser “el amor de Dios encarnado” (DCe 12), Jesús dinamiza a toda la humanidad hacia el “misterio pascual”. La muerte y resurrección del Señor dan sentido a la existencia histórica humana. “El amor es más fuerte que la muerte” (Cant 8,6). Lo que sucedió en la vida mortal de Jesús, sigue sucediendo, de algún modo, en sus enviados y en su comunidad eclesial.

La misión realizada por Jesús es única, porque manifiesta que “Dios es Amor” (1Jn 4,8ss). Sólo él es el Hijo enviado como “Salvador del mundo” (1Jn 4,14), para asumir responsablemente la historia de toda la humanidad (historia de dones, de fidelidad y de pecados), y para hacernos partícipes de su misma vida divina. Es misión “redentora”. No existe en ninguna cultura y religión un salvador como él: Dios hecho hombre para injertar al hombre en la vida de Dios.

Los evangelios, con los demás escritos del Nuevo Testamento, presentan una realidad única en la historia humana: Jesús se acerca a cada persona como alguien que asume “esponsalmente” su existencia, como parte de una misma biografía. Su modo de amar (“agapé”) consiste en darse a sí mismo. Quien lee el evangelio con el corazón abierto, dejándose sorprender por Dios, se encuentra siempre con una palabra viva y actual. Sólo Dios ama así, con amor apasionado, asumiendo la vida de cada ser humano como un pedazo de sus entrañas maternas y misericordiosas. Ofrecer el evangelio de Jesús, atestiguado por la propia vida, es el mejor modo de continuar la misión del Señor.

El encargo o misión recibida del Padre, en el amor del Espíritu Santo, es para que cada ser humano y toda la humanidad se hagan expresión o “gloria” de Dios Amor. Realizar la misión de Cristo significa ser expresión de su mismo vivir.

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La misión de Jesús tiende a “glorificar al Padre” cumpliendo su obra salvífica hacia toda la humanidad. "La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios".1

La "gloria" de Dios consiste en que todo ser humano (como persona y miembro de toda la familia humana) viva la integridad de su ser y llegue a participar de la vida divina. Toda la humanidad y cada ser humano en particular, ha sido elegido en Cristo, para convertirse en "la alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).

La misión de Jesús, como Hijo de Dios hecho hombre, es la prolongación en la historia humana de su “procesión” eterna del Padre (cfr. Santo Tomás, I, q.43, a. 2-7). Esta es su identidad personal, eterna y temporal. La historia humana se realiza, con Cristo centro (cfr. Ef 1,10), como construcción de una familia de hijos de Dios (por gracia o don divino), injertados en la filiación divina de Jesús. La vida íntima de Dios Amor se concreta en la procesión del Verbo respecto al Padre (por generación eterna) y en la espiración del Espíritu santo por parte del Padre y del Hijo. Esta vida “ad intra” de Dios Amor fundamenta la misión “ad extra”.2

Jesús tiene conciencia de esta misión, se identifica con ella, se presenta como “el enviado” (Jn 10,36). Es misión de ocuparse en el proyecto salvífico o “cosas del Padre” (Lc 2,49), viviendo y cooperando confiado en sus manos providentes.

Las circunstancias geográficas e históricas de la misión de Jesús, expresan el día a día de una realidad más profunda que confiere sentido a la vida de todo ser humano. “Jesús de Nazaret” (Jn 1,45; 19,19) es ya una realidad que marca la historia. Todo ser humano está llamado a tomar parte en esta biografía “comunitaria” del Hijo de Dios hecho hombre. La historia real de Jesús se encuentra meditando el evangelio en el corazón, porque entonces se le encuentra a él mismo, dándose tal como es.3

La misión de Cristo es de cercanía, para compartir su misma suerte; es de anuncio y testimonio de Dios Amor; es de donación de sí mismo para construir al “comunión” de hermanos que reflejen la “comunión” trinitaria de Dios Amor. Esta misión no necesita ser reconocida por poderes y privilegios humanos. No hay misión cristiana, si no se realiza en “una vida escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3). Los planes de Dios desbordan nuestros planes.

2. La misión de construir una humanidad de hijos de Dios y familia de hermanos

1 SAN IRENEO, Adv. Haer., lib. IV 20,7,184.

2 Cfr. L. SCHEFFCZYK, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940.

3 Los datos cronológicos y más precisos deben estudiarse a la luz de una exégesis crítico-histórica (que aporta datos siempre válidos); pero las narraciones evangélicas (con todas sus variantes) corresponden a la historia real de Jesús, narrada por sus discípulos pocos años después de su resurrección y ascensión, y conservados en la comunidad eclesial primitiva.

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Una reflexión teológica y misionológica adecuada a las circunstancias y situaciones geográficas, culturales y sociológicas, no puede partir de un “presupuesto” teórico o de una “intuición”, sino del mismo Cristo resucitado, presente y escondido en la Escritura, en los signos eclesiales y en los acontecimientos históricos.

Sólo la Palabra de Dios, que va más allá de sus expresiones humanas (sin anularlas), puede iluminar y responder a la realidad concreta histórica, geográfica y cultural. La Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo, se capta por medio de los testigos y de las expresiones eclesiales, en sintonía con los “sentimientos de Cristo” (Fil 2,5).

Las reflexiones teológicas y misionológicas, realizadas hasta el presente, son válidas y siguen ayudando para este objetivo. Pero hay que dejar hablar al mismo Cristo, presente en la Escritura y en la vida de la Iglesia, que ilumina los acontecimientos (cfr. GS 11, 44) y “espera (al apóstol) en el corazón de todo hombre” (RMi 88) y en las culturas de todos los pueblos (cfr. RMi 28).

Todo el mensaje evangélico de Jesús, proclamado sucesivamente por los Apóstoles, tiende a construir una humanidad que, en cada corazón humano y en toda comunidad eclesial, sea reflejo de Dios Amor.4

La actitud filial del “Padre nuestro”, en comunión vital con Cristo y con todos los redimidos por él, abarca a toda la humanidad y a toda la historia: “La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán” (DCe 14).5

Es la misma actitud filial de Cristo, dirigida al Padre, mientras asume los acontecimientos (dirigidos por la providencia divina) y los transforma en su oración, también por medio de las fórmulas de los salmos. En Cristo se hace epifánico el amor del Padre hacia toda la humanidad, quien “hace salir su sol sobre buenos y malos” (Mt 5,45).

Jesús vive pendiente de los designios del Padre y lleva a la práctica su proyecto de salvación. El mismo Espíritu que orienta las vivencias de Jesús hacia el Padre (cfr. Lc 10,21-22), guía también al creyente en Cristo para decir y vivir como él la dinámica espiritual y apostólica hacia Dios Amor (cfr. Rom 8,14-17; Gal 4,6). “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5).

Las teorías misionológicas, aún siendo válidas, deben dejar paso a esta realidad 4 En Dios Amor, cada persona (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es “relación” de donación total. Por esto, Dios es la máxima unidad vital. El proceso de misión (como el de santidad o perfección) se realiza viviendo la dinámica de: en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cfr. Ef 2,18; Mt 28,19).

5 Con esta expresión (“o lo serán”) se indica el universalismo de la misión, como realidad y como futuro de gracia. Es una frase que cuestiona los estudios misionológicos, como también esta otra: “La fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (DCe 31).

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salvífica, que va más allá de toda expresión teológica y que compromete apostólicamente a todos los que han sido llamados a hacer del “Padre nuestro” un programa de vida personal, comunitario y cósmico.

La misión de Jesús se concreta en anunciar y comunicar la actitud filial del “Padre nuestro” y, consecuentemente, del mandato del amor. Este amor a Dios y al prójimo, como trasunto del amor de Cristo, es posible. “El « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado” (DCe 14).

Las “bienaventuranzas” son el “autorretrato” de Jesús, como resumen de todo su mensaje y de su misma existencia y “como invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él” (VS 16). Efectivamente, "dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su resurrección" (CEC 1717). Son su modo peculiar de amar, que se traduce en el mandato-misión de amar como él.

El mensaje evangélico, que se anuncia en la acción evangelizadora, se traduce en testimoniar que Dios ama a cada ser humano sin excepción, especialmente por el hecho de haber enviado a su Hijo para la salvación de todos (cfr. Jn 3,16). Este amor se hace proyecto de respuesta para todos, en toda circunstancia. La fe en Cristo hace posible este modo de amar: darse a sí mismo, como un proyecto de “perfección” en el amor, a imitación y como recepción del modo de amar del mismo Dios (cfr. Mt 5,48).

La biografía de Jesús, que se prolonga en la Iglesia y por medio de ella en todo corazón abierto al amor, es un proceso respetuoso y milenario de roturar, sembrar, esperar activamente, cultivar..., antes de segar y recoger. El cristianismo, después de veinte siglos, está todavía en “los comienzos” del camino de perfección y de misión que debe abarcar a toda la humanidad (cfr. RMi 1). El amor llama a la puerta del corazón y espera una respuesta libre y en el momento oportuno previsto por Dios.

La comunidad del resucitado, que celebra la Eucaristía y escucha la Palabra, se convierte en “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), cuando toda ella se orienta a compartir todo lo que tiene para salir al encuentro de todos los hermanos que quieren “ver a Jesús” (Jn 12,21). El Señor se hace presente en su comunidad también por medio de la práctica del mandato del amor.

La comunidad eclesial se edifica sólo sobre el fundamento de esta caridad evangélica, al estilo de Jesús. La misión es siempre un cuestionamiento radical. El anuncio de la Trinidad de Dios Amor (que es la máxima unidad en la donación) se hace signo creíble sólo por medio de una comunidad que se construye en la “comunión”. La eficacia de la evangelización depende de esta unidad vital, reflejo de la Trinidad (cfr. Jn 17,21-23).

El Reino de Dios, predicado por Jesús, es el mismo Jesús, preparado desde milenios en el corazón de cada cultura y religión, anticipado de modo especial como esperanza mesiánica en al revelación veterotestamentaria, presente desde la Encarnación del Verbo, esperado en el corazón de cada ser humano. El Señor resucitado orienta la historia y todos los valores del Reino hacia un encuentro definitivo y pleno con él.6

6 Se puede hablar de “Reino de Dios” carismático (en el corazón), institucional (presente de modo inicial en la Iglesia), escatológico (plenitud en el más allá). También

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El evangelio, por su misma naturaleza y como don gratuito de Dios, ofrece la salvación en Cristo a todos los pueblos. “Aquellos (del Antiguo Testamento) que forman parte del mismo derecho natural y son origen de libertad para todos los pueblos, quiso Dios que encontraran mayor plenitud y universalidad, concediendo con largueza y sin límites que todos los hombres pudieran conocerlo como Padre adoptivo, pudieran amarlo y pudieran seguir, sin dificultad, a aquel que es su Palabra”.7

El mundo ya no tendría sentido sin Cristo. Ninguna cultura ni religión ha podido ofrecer una explicación perfecta y satisfactoria sobre el sentido del dolor y de la muerte. Cristo, asumiendo esta realidad y transformándola en donación de sí mismo, ha demostrado que la historia puede cambiar. Sus palabras siguen siendo un desafío:

- “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22).

- “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).

- “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 16,9).

- “El Padre os ama porque me habéis amado y habéis creído que y vine de Dios” (Jn 16,27).

- “He venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37).

Sólo la resurrección de Jesús, como “paso” a la plena glorificación con todo su ser humano, puede iluminar su vida escondida en Nazaret, su “humillación” y su cruz. Es el Hijo de Dios que, haciéndose hombre, ha asumido la historia para cambiarla con nuestra colaboración. Nuestra misma vida humana ya queda iluminada por la suya. Los acontecimientos no son irreversibles, pero se convierten en un reto para transformar la historia amando

Esta realidad de Jesús, Salvador por ser Dios hecho hombre, ha transformado la historia. La fe en Cristo da sentido a la existencia: “¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).

La misión consiste en anunciar y testimoniar que Dios, en Cristo, sigue amando a cada ser humano en cualquier circunstancia histórica, cultural y religiosa. Sólo Cristo puede transformar el mundo en más humano. Las personas que le encontraron y le siguen encontrando en el evangelio, se han sentido amadas y acompañadas por él, para poder transformar su propio Nazaret y su Calvario en esperanza de resurrección. “Si no resucitó Cristo, nuestra predicación es vacía, y también es vacía vuestra fe... Si

se puede hablar de los “valores del Reino”, como preparación evangélica. Pero siempre se trata del mismo Jesús: “El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible” (RMi 18).

7 SAN IRENEO, Adv. Haer., lib.4, 16,5.

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solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron” (1Cor, 15,14.19-20).

La actitud filial del “Padre nuestro”, aprendida y vivida con Cristo, se expresa en la realidad de reaccionar amando en todas las circunstancias. Es la actitud de las “bienaventuranzas”. El encuentro con Cristo, que es don de Dios (“nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae”, Jn 6,44), se concreta en hacer de la vida una donación a Dios y a los hermanos según el mandato del amor. La vida terrena de todo ser humano tiene su término, pero para un creyente en Cristo la “muerte” no tiene la última palabra. Se ha sembrado en la esperanza de que el granito de trigo producirá la espiga en el tiempo oportuno (cfr. Jn 12,24). Esta es la fe que vence al mundo, transformándolo en esperanza de resurrección para todos.

El último momento de la vida terrena de Jesús, muerto en cruz, es la máxima epifanía de Dios Amor. La vida humana ya puede transformarse en biografía complementaria de Jesús, que aporta a toda la historia humana semillas de “vida eterna”.

3. La misión de Jesús no tiene fronteras

La “salvación” que ofrece Jesús abarca a toda la humanidad y a todo ser humano sin distinción ni discriminación de raza, cultura o religión. Es el Salvador, único y universal, en virtud de su “encarnación” (por ser el Hijo de Dios hecho hombre) y de su “redención”. Es “responsable” de toda la humanidad como “mediador” que da la vida por amor. Por esto su “salvación”, que es única por el hecho de hacernos participar de su vida divina, no anula otros dones salvíficos del mismo Dios, comunicados para preparar el encuentro definitivo con él.8

Jesús es “el enviado” para anunciar esta “alegre” o “buena noticia” a toda la humanidad, especialmente a los más “pobres” y necesitados (cfr. Lc 4,18; Is 61,2). Él es “la Palabra” personal de Dios, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Por esto, en el sermón central de su mensaje (las “bienaventuranzas” o “sermón de la montaña”), Jesús habla de Dios, Padre de todos, que “hace salir su sol” sin distinción de pueblos ni de razas (cfr. Mt 5,45).

El hecho de que todavía miles de millones de seres humanos dispongan “sólo” de las “semillas de Verbo” en sus culturas y religiones, no les excluye de la salvación en Cristo, puesto que esta salvación les llega por caminos que sólo sabe el Señor. Pero esta realidad es una nueva urgencia misionera para los que ya creemos en Cristo. “La Iglesia piensa que estas multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad” (EN 53).

La vida y el mensaje de Jesús forman una unidad indisoluble. Las “parábolas” o 8 La salvación de Jesús no es exclusiva, sino inclusiva y armónica, en virtud del mismo Jesús, sin sincretismos ni relativismos, porque sólo él lleva todo a la perfección o plenitud, según los planes salvíficos del mismo Dios.

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comparaciones evangélicas delinean la misma fisonomía de Jesús, que camina con nosotros y asume todas nuestras dolencias. “La parábola del buen Samaritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor” (DCe 25).9

La salvación que ofrece es única y de modo único, como de “hijo del hombre”, que “ha venido para salvar lo que estaba perdido” (Mt 18,11). Sólo él, como Dios hecho hombre, puede asumir responsablemente el pecado de los hombres (cfr. Mc 2,7), puesto que él ha sido enviado como “propiciación”, para restañar todas las heridas de la historia humana y hacer entrar a todos en la participación de la vida y filiación divina (cfr. 1Jn 4,9).

En Jesús no encontramos solamente un destello de Dios, como en cualquier criatura, ni sólo una “imagen” suya como en cualquier ser humano. Tampoco encontramos en él sólo una experiencia mística de Dios. Él es la Palabra personal de Dios y, por tanto, definitiva, que sana, eleva y lleva a su madurez (sin destruir) todos los destellos de esta Palabra que se encuentran en las diversas culturas y religiones (cfr. TMA 6). La revelación de Dios Amor por medio de Jesucristo su Hijo, no destruye la razón, sino que la dignifica. Es una fe que no se impone, sino que se propone para los hombres de buena voluntad, los cuales se alegran de que Dios sea más allá de los descubrimiento humanos de la misma razón, y también más allá de toda anterior manifestación de Dios.

Anunciar esta Palabra, como personal y definitiva, producirá siempre los malentendidos del escándalo de Nazaret (cfr. Lc 4,28-30) y del Calvario. Difícilmente un creyente en Dios (también entre los cristianos) está dispuesto a dejarse sorprender por un Dios Amor que es más allá de nuestros esquemas, proyectos, conceptos y conquistas. El escándalo de “Cristo crucificado” será una constante en toda comunidad religiosa (cfr. 1Cor 1,23-25). La respuesta a la misión universalista, por parte de personas y comunidades, está siempre marcada por la cruz.

Este “escándalo” de la cruz deja transparentar la actitud filial de Jesús: “perdónales, Padre”, “tengo sed”, “en tus manos, Padre”... Sin esta actitud filial de Jesús en cada creyente, no aparecería la realidad divina del mismo Jesús. “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La misión de los creyentes en Cristo es la misma de Cristo y trae como consecuencia correr su misma suerte. La “Palabra” de Dios Amor se hace patente sólo a través de una Iglesia que sea “sacramento”, es decir, signo transparente y portador de Jesús, tocado por su cruz y resurrección.

El universalismo de la misión de Jesús, “a todos los pueblos” (Mt 28,19) no es sólo geográfico, cultural y sociológico, sino que también abarca a toda situación humana (personal y comunitaria). La convicción sobre el universalismo de la misión cristiana no nace de una teoría, de un consenso teológico, de una táctica o estrategia humana, sino de un encuentro vivencial con Cristo, contemplando su costado abierto, como máxima expresión de su amor a toda la humanidad. “Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita” (DCe 18).9 “Toda la humanidad, que cargas sobre tus hombros, es como una sola oveja” (SAN GREGORIO DE NISA, Sobre los Cantares, cap.2: PG 44, 802).

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El pueblo de Israel (como realidad salvífica o teológica) fue y, de algún modo, sigue siendo, el “signo” de salvación mesiánica prometida a Abraham en bien de “todos los pueblos” (Dan 7,12-14; cfr. Gen 12,3; 18,18; Gal 3,6-9), llamados a recibir al “hijo del hombre” (Dan 7,12-14). Después de la resurrección de Jesús, esta realidad misionera universal tiene lugar por medio de la Iglesia, donde el Señor está presente como “luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,32), haciendo de la misma Iglesia un “signo levantado en medio de las naciones” (Is 11,12; SC 2).

La comunidad eclesial fundada por Jesús asume y sublima, sin eliminar, la realidad de Israel (teológico), para anunciar la salvación definitiva de Dios “a todos los pueblos” (Hech 1,8). Es la misión que da sentido a la existencia eclesial “hasta que el Señor vuelva” (1Cor 11, 26; cfr. Hech 1, 11).

Todo ser humano es ya “hijo” de Dios por la creación y especialmente por la gracia que el Señor le ha podido comunicar (si no se ha perdido por el pecado personal). Pero Cristo ha venido para comunicar (por medio del bautismo explícito o de deseo implícito) una participación especial en su misma vida de Hijo de Dios. Este don de Dios está destinado a todos. “Si Dios es Amor, la caridad no puede tener fronteras, ya que la divinidad no admite verse encerrada por ningún término”.10

La predilección de Jesús por los más pobres es evidente en todo el evangelio. Cada ser humano está anclado en una realidad de pobreza radical, que necesita redención. Al experimentar la propia “pobreza” (por hambre, sed, sufrimiento, marginación, injusticias, enfermedad, etc.) el ser humano se abre a la capacidad de encontrar a Cristo cercano. Son estos “pobres” y “pequeños”, si no les manipulan, los que más fácilmente aceptan la revelación (cfr. Mt 11,25). Jesús es “la luz del mundo” (Jn 8,11), que “ilumina las tinieblas” (1,5) cuando éstas no se cierran en sí mismas. Sólo los “tocados” por la cruz, puede captar el misterio de la cruz.

El evangelio sigue hablando y aconteciendo, como palabra viva, realizadora de una nueva creación en Cristo. A Cristo sólo se le conoce amándole (cfr. Jn 14,21), es decir, con un conocimiento que equivale a vivencia y sintonía. La fe acontece en el corazón humano que se deja sorprender por Cristo, presente en su evangelio y en su Iglesia. Sólo él habla de este modo, dándose a sí mismo. Y es también él, como resucitado y presente, quien se hace encontradizo cuando quiere y como quiere.

Cuando un creyente se ha dejado encontrar por Cristo, ya no necesita otras explicaciones sobre el “misterio” de la vida, del dolor y de la muerte. Ya sólo basta su presencia, que acompaña, asume y transforma la existencia humana, haciéndola su complemento. “En la cruz se realizó un excelso trueque: allí se liquidó toda nuestra deuda, cuando del costado de Cristo, traspasado por la lanza del soldado, manó la sangre, que fue el precio de todo el mundo”.11

Propuestas de estudio y bibliografía10 SAN LEÓN MAGNO, Sermón 10 sobre la cuaresma, 3-5: PL 54, 299s.

11 SAN AGUSTÍN, Sermón 329, en el natalicio de los mártires, 1-2: PL 38, 1454s).

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1ª) Biblia y misión en la perspectiva de la fe cristiana:

Los contenidos de los textos escriturísticos se manifiestan a través de las circunstancias históricas y culturales en que fueron escritos, pero sobre todo se aclaran por medio de su resonancia en la Iglesia (Padres, liturgia, magisterio, santos). El Espíritu Santo que los inspiró, sigue actuando en la Iglesia para el bien de toda la humanidad.

Los planes salvificos de Dios, que es Padre de todos, se manifiestan en la Escritura siempre hacia la “recapitulación de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10), que es el “misterio” que debe anunciarse a todos los pueblos como “coherederos”de las “riquezas de Cristo” (Ef 3,6-10).

Adentrarse en la Escritura para releerla en dimensión misionera, no es más que dejarse sorprender por los planes salvíficos de Dios que es Padre de todos. Sin esta apertura universalista, la Palabra de Dios deja de ser de Dios, para convertirse en una interpretación personalista (subjetivista) con barnices "religiosos".

Los textos bíblicos, predicados, meditados y celebrados en la comunidad eclesial, son una llamada a la santidad y a la misión. Se leen o escuchan en la armonía de la revelación y de la fe, para que iluminen las realidades concretas. Es Palabra viva, donde se esconde manifiesta el Verbo, Palabra que “sigue propagándose” (2Tes 3,1). Es “viva y eficaz” (Heb 4,12), porque suscita la fe en Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, único Salvador, muerto y resucitad, para comunicar a toda la humanidad la vida divina, hacia el Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo (xfr. Ef 2,18). El estudio de la Palabra tiene una función misionera, puesto que urge a su anuncio a todos los pueblos y en todas las culturas. Los estudios misionológicos se adentra en el misterio de Cristo, presente en los textos revelados, para ser anunciado (como Dios, hombre, Salvador), celebrado y hecho presente bajo signos salvíficos eclesiales, comunicado a cada persona y a toda la humanidad, en sus circunstancias culturales e históricas.12

2ª) Antiguo Testamento y misión:

Los textos de la revelación veterotestamentaria reflejan la acción salvífica de Dios en todos los pueblos. El pueblo de Israel, portador de la revelación estricta, fue como custodio de esta benevolencia universal de Dios y "signo levantado en medio de las naciones" (Is 11,12; cfr. SC 2). Se trata de un patrimonio de toda la humanidad (cfr. Gen cap. 1-12). La promesa de salvación (cfr. Gen 3,15) quedó ratificada después del diluvio en la persona de Noé (cfr. Gen 9); luego se concretó en Abrahán y en su descendencia, como signo de una bendición para "todas las familias de la tierra" (Gen 12,2-3). Las promesas hechas a Moisés (cfr. Ex 3,15; cap.19-24) y a los profetas, tienen esta misma 12 Cfr. F. ASENSIO, Horizonte misional a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento (Madrid, C.S.I.C., 1974); F. PÉREZ HERRERO, Biblia, en: Diccionario de Misionología y Animación Misionera (Burgos, Monte Carmelo, 2003), 125-140; D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión. Fundamentos bíblicos de la misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985). Ver la parte bíblica en los manuales de misionología.

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derivación universal, confiada al pueblo de la primera Alianza. (cfr. Jud 6,11; 2Cron 24,19; Jer 7,25; Is 6,8 etc.). La esperanza mesiánica se concretará más en la figura de David, como símbolo del futuro Mesías (cfr. 2Sam 7,11; Sal 88). Hay una elección especial ("hâbar") de Israel, que indica también “misión”. Los profetas, como Jeremías, hablan de una nueva Alianza futura (cfr. Jer 31,31-34), que se abre plenamente a todos los pueblos, “hasta los confines de la tierra" (Is 49,6; cfr. Lc 2,32), a “toda criatura” (Is 40,3-5; cfr. Mc 1,1-2).

Así es la interpretación cristiana, que presenta a Jesús como "luz de las gentes" (Is 49,6; Lc 2,32). De este modo, "todos los pueblos" alabarán al Señor (Sal 116; cfr. Sal 66). "Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la Salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos... son entendidos bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad" (LG 55). Los salmos invitan a vivir la esperanza mesiánica, también en su perspectiva universalista (cfr. Sal 66; 96; 116).13

3ª) Evangelios y mandato misionero:

Jesús vivió la misión como mandato o encargo recibido del Padre. Y es ese mismo encargo el que Jesús resucitado confía a la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21; cfr. Jn 17,18). El encargo o mandato misionero no tiene fronteras: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20; cfr. Mc 16,14-20; Lc 24,45-53; Act 1,8). En este encargo trinitario, cristológico y pneumatológico, encontramos la síntesis del evangelio, a la luz del misterio pascual de Jesús, con estas características: presencia de Jesús resucitado (que envía y acompaña), fuerza del Espíritu Santo, urgencia y universalismo

La misión de Jesús es universal. En su encargo o mandato de “hacer discípulos” a toda la humanidad, se resumen todos los contenidos de la misión: anunciar y ayudar a vivir la salvación, la llamada a la fe como aceptación de la persona y mensaje de Cristo y como entrada en su comunidad (“mi Iglesia": Mt 16,18) por medio del bautismo. Se acentúa, al mismo tiempo, el anuncio y la oferta de unos signos salvíficos. La presencia de Jesús resucitado garantiza la eficacia de la misión.

La narración de Mateo apunta a la construcción de la comunidad eclesial universal y al grupo apostólico como signo portador del mismo Jesús (cfr Mt 28,19-20). En Marcos se hace constar el cumplimiento del mandato y se insta a proclamar la presencia de Cristo resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Mc 16,15-20). Los Apóstoles y discípulos, según Lucas (y los Hechos) deben dar testimonio de la resurrección de Jesús (cfr. Lc 24,47-48; Act 1,8.22; 2, 32). Cuando, en el evangelio de Juan, Jesús comunica la misión, indica que es la misma misión recibida del Padre y que está guiada por el Espíritu 13 Cfr. F. ASENSIO, Horizonte misional a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento, o.c.; J.A. IZCO, Fundamentos y rasgos bíblicos de la misión cristiana, en: AA. VV., La misionología hoy, o.c., pp. 80-95 (La misión de Dios a través del Antiguo Testamento); D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión, o.c., pp.19-186; y resumen conclusivo (pp.426-429).

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Santo (cfr. Jn 17,18-23; 20,21-23).14

4ª) San Pablo:

Pablo fue el “instrumento escogido” para la evangelización “a las gentes” (Hech 9,15). A partir de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco (cfr. Hech 9,1-10), se sentirá “amado” por Cristo (Gal 2,20) y “urgido” por este amor a anunciarlo a todos los pueblos (cfr. 1Cor 15,25; 2Cor 5,14). La “gracia” recibida le destinó a "ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús" (Rom 15,15-16). Su identidad era la de ser "apóstol por vocación, segregado para el evangelio de Dios" (Rom 1,1), "deudor de todos" (Rom 1,14), urgido por la caridad (cfr. 2Cor 5,14), sin otra razón de ser que la de anunciar el evangelio (cfr. 1Cor 9,16). En el ejercicio de esta misión tiende a preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28).

Como "embajador de Cristo" (2Cor 5,20), proclamó el evangelio sin fronteras. Su vida ya no tenía otra razón de ser que la de “gastarse totalmente” (2Cor 12,15) para "predicar el Evangelio” (1Cor 15,16). Esta era su vocación recibida de Cristo mismo: “Para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles" (Rom 1,5). Por donde pasó, dejó “en todas partes el olor de Cristo” (2Cor 2,14-15). Anunciaba a Cristo como Hijo de Dios hecho hombre, salvador y redentor (cfr. Rom 1,2-7), con el objetivo de "presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28) y "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). No es, pues, un cristocentrismo excluyente, sino inclusivo y armónico, como único “Salvador” (Tit 1,3), preparado en otras culturas y religiones (cfr. Hech 17,22-34). La conversión de los gentiles puede ser un aliciente para que el pueblo de Israel se abra armónicamente (en el momento querido por Dios) a los nuevos planes de salvación, puesto que "los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11,29).15

5ª) Salvación en Cristo:

La “salvación”, en sentido cristiano, significa un don gratuito de Dios comunicado por Cristo. En toda religión y cultura se ofrece una realidad “salvífica”, que tiene múltiples 14 Cfr. D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión, o.c., II (los fundamentos de la misión en el Nuevo Testamento), p187-422. Ver otros estudios en el tema Biblia y Misión.

15 Cfr. G. BARBAGLIO, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos (Salamanca, Sígueme, 1989); F. BROVELLI, En el corazón del apóstol. A la escucha de san Pablo (Madrid, San Pablo, 2004); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy. Un nuevo rostro del apóstol (Madrid, Paulinas, 1984); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); S. MUÑOZ IGLESIAS, Por las rutas de San Pablo. Ciudadano romano, apóstol y mártir (Madrid, Palabra, 1981); D. MUÑOZ LEÓN, Modelos de misión en las primeras comunidades cristianas, en: AA.VV., La misionología hoy, o.c., 112-137; F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993); J. SÁNCHEZ BOSCH, Nacido a tiempo (Barcelona, Claret, 1994); D. SENIOR, C. STUHLMÜLLER, Biblia y misión, o.c., pp.217-257 (la teología de la misión en San Pablo). Ver el tema de San Pablo también en el cap,II, 2, del presente estudio.

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facetas. La salvación peculiar ofrecida por Jesús es de participación en la vida divina. La novedad cristiana consiste en que Dios que es Amor, “envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,9). Sólo Cristo, por ser Hijo de Dios, envidado como “propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10), puede asumir nuestra realidad pecadora y transformarla. En ese sentido, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5). Sólo él es “el Salvador del mundo" (Jn 4,42), como único Mediador (Dios hecho hombre).

La salvación ofrecida en Cristo no se niega a nadie, porque "Cristo ha muerto por todos" (2Cor 5,14). "Los hombres podrán salvarse" (EN 80) participando también de la vida nueva ofrecida por él, por caminos que desconocemos. El camino ofrecido por Jesús es el de la conversión a la fe y el del bautismo, para entrar a formar parte explícitamente de la familia “convocada” por él (su “ecclesia”).

Esta realidad salvífica de Jesús no destruye, sino que potencia y lleva a su cumplimiento todo destello de salvación existente en la historia humana, ya sembrado por Dios como “preparación evangélica”. “Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia" (RMi 5).

La luz del mensaje y de la vida de Cristo se ofrece a toda la humanidad. “Quien deja entrar a Cristo en su vida no pierde nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. El no quita nada y lo da todo" (Benedicto XVI, Homilía 24 abril 2005, Misa de inicio del Pontificado).16

Ver otros temas en el índice de materias (vocabulario básico): Bienaventuranzas, discipulado, Encarnación, Gloria de Dios, Mandato del amor, Padre nuestro, Reino, Trinidad y misión, etc.

16 Cfr. J.M.ª CASCIARO, J.Mª MONFORTE, Jesucristo, Salvador de la humanidad. Panorama bíblico de la salvación (Pamplona, EUNSA, 1996); F. DE MIER, Salvados y salvadores. Teología de la salvación para el hombre de hoy (Madrid, San Pablo, 1998); J.A. SAYÉS, Cristianismo y religiones. La salvación fuera de la Iglesia (Madrid, San Pablo, 2001).

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