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83 César Augusto Zambrano Rodríguez César Augusto Zambrano Rodríguez La música como opción de vida Por: Polidoro Villa Hernández

César Augusto Zambrano Rodríguez

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César Augusto Zambrano Rodríguez

César Augusto Zambrano Rodríguez

La música como opción de vida

Por: Polidoro Villa Hernández

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César Augusto Zambrano Rodríguez

César Augusto Zambrano Rodríguez

Hay seres humanos que no encuentran un derrotero fácil para su vida. A otros, en cambio, un sino ineludible parece que los apremiara desde niños para prepararse en desempeñar la misión para la cual están predestinados. Para ello, se los dota de especiales atributos, se les infunde un impulso vital que posibilita que la cumplan y, también, se les inculca rigurosa disciplina e inagotable perseverancia. César Augusto Zambrano es uno de estos elegidos, y la música es su don, su pasión, su karma y su camino.

A los 66 años de edad, este reconocido músico tolimense –compositor, director coral y orquestal, arreglista y gestor cultural– transita creativo por la vida con su andar lento y pausado, el porte serio y reflexivo del académico, que lo es, orgulloso de aquello que ha construido, mientras en su mente siempre bulle algún nuevo proyecto musical, local o internacional, para los ibaguereños.

De mirada escrutadora y memoria extraordinaria, cuando se está con él da la impresión de que ejerciera su oficio de director todo el tiempo: Sus manos como instrumento personal de múltiples batutas, no cesan de marcar el compás de la exitosa pieza musical que ha sido toda su existencia

Amigos, colegas y familia lo sienten y describen como un ser sereno, amable, de voz grave, hombre sin rencores ni amarguras, que se siente a gusto con la soledad y un buen piano, generoso cuando de ayudar a otros se trata, y a veces se percibe lejano como si erigiera a su alrededor un muro inexpugnable para velar su sencillez. Es emotivo y de lágrima fácil cuando demuestra sus afectos; conmovido por un niño que no vendió sus periódicos y solloza bajo la lluvia, o cuando alguna emoción musical impacta las fibras de su ser.

Pero él tiene otra faceta que llama “circuitiarse”: Cuando alguien tra-ta de injuriar a un miembro de su familia, o se muestra irrespetuoso con los músicos, o pone en entredicho que Ibagué es la capital musical de Colombia; entonces, este afable músico estalla en un in crescendo de furia que pareciera alimentada con la energía telúrica de las sinfonías de Bee-thoven –su numen– para refutar y defender con convicción aquello que venera y ama.

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La credibilidad y respetabilidad de las que goza el maestro César Augus-to Zambrano en nuestro medio, y el reconocimiento nacional que ostenta, es el fruto de una vocación temprana alentada por su padre; una formación académica rigurosa, y el poseer tres razones que lo estimulan para trabajar, crear y crecer: Su genuino amor por Ibagué y la región, el loable deseo de inculcar el arte musical entre los jóvenes, y su plena convicción de que la música colombiana es la esencia de nuestra nacionalidad que hará perdurar nuestra identidad cultural en el tiempo.

El principio…Sus padres, procedentes de Honda, se radican en Ibagué, y César nace el 18 de mayo de 1949. El fermento musical se expande por toda la tranquila ciu-dad de 50.000 habitantes. Los Coros del Tolima viajan por el continente y se ufanan de la Cruz de Boyacá otorgada por el presidente de la República; el dueto Garzón y Collazos está en auge, y abundan las tertulias músico-litera-rias. César afirma:

“Soy de la cultura del río Magdalena. Mi padre, oriundo de Honda, ciu-dad de la que fue alcalde en dos ocasiones, tenía inclinaciones culturales y musicales estimuladas por selectas lecturas y las compañías de teatro y zarzuela que llegaban por el río Magdalena rumbo a los grandes teatros de Bogotá y que en muchas ocasiones se presentaban en Honda; era además promotor de actividades musicales. Esa sensibilidad la transmitió a nuestra familia y propició que tres de sus cuatro hijos estudiáramos música en el Conservatorio. En el hogar, mi madre, Merceditas, cantaba; Belén, mi tía de 75 años, tocaba el piano; mi hermana Aura Stella interpretaba la bandola y hacía coros, y mi hermano Gustavo, estudiaba y tocaba el violín. Eran fre-cuentes las tertulias musicales con vecinos y amigos”.

Mientras crecía en ese ambiente, César conoció historias y leyendas del puerto fluvial, convivió con la música y consolidó afectos y afinidades con su padre, don Antonio Zambrano Jiménez, siempre atento para apo-yarlo incondicionalmente en sus anhelos futuros. Esto le hizo comprender

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que los dos coincidían en que la música era una muy digna y prometedora op-ción de vida, cuando muchos la consi-deraban el camino hacia la disipación y la bohemia.

El pleno respaldo de su padre, el músico lo considera como el máximo pi-lar de su carrera. No en vano, su herma-no Carlos afirma que él era para César: “Además del padre, el cómplice, el com-pañero, el amigo, el hermano. Soñaban juntos”.

Los instrumentos buscan un intérprete…César agrega: “Cuando la profesora Carmen Castillo daba clases de bandola a mi hermana, yo, que tenía seis años, escuchaba atento por horas lo que para mí eran mágicos sonidos que brotaban de la caja de madera y, cuando quedaba solo, trataba de imitarlos con un tiple casi de mi tamaño que descansaba en un sofá, siem-pre con el temor de un regaño”.

Un tiempo después, al necesitarse acompañamiento para la bandola, César sorprendió a todos con su precoz y per-sonal aprendizaje y dejó saber para qué había llegado a este mundo.

Las competencias de triciclo en la Plaza de Bolívar, los juegos de ping-pong, la natación, deporte en el que solo rompía sus propias marcas, los prime-ros amigos, acompañar a su hermana al

1952. Adelante, Aura Stella y Gustavo; atrás, de izquierda a derecha, Carlos Antonio, César Augusto y sus padres Merceditas y Antonio.

Álbum familiar

1955. Atrás, sus padres Antonio y Merceditas; en el centro, Aura Stella; adelante, Carlos

Antonio y César Augusto a la derecha.

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Conservatorio donde ella recibía clases y él escuchaba fascinado el atrayente rumor de los instrumentos musicales y los viajes con sus padres, hicieron normal y grata su niñez; pero cumplidos los ocho años y sin previo aviso, el destino trajo hasta su hogar la que sería su profesión futura, para la cual ya estaba sensibilizado: “Mi padre recibió como regalo una selección de música en discos de acetato. Al escucharla, una de las piezas me impresionó profun-damente por el sentimiento de la obra y la belleza misma de la música, era La Muerte del Cisne de Camille Saint–Saëns. Al preguntar por el nombre del único instrumento que sonaba, la respuesta de mi padre me reveló un nom-bre que definiría mi vocación: Violonchelo”.

A partir de ese momento, la inclinación por la música clásica fue inten-sa y se agregó a las gratas experiencias melódicas que educaron su oído y es-timularon el amor por la música colombiana: “Porque la serenatas de mi pa-dre a mi madre fueron siempre de música colombiana; porque en las fiestas del folclor descubrí la fuerza de la música llanera de Luis Ariel Rey; porque Ibaguereña de Leonor Buenaventura era una de mis canciones preferidas; la música de Colombia, que fue mi refugio de niño, siempre está presente en mi corazón y en mi trabajo. En la música colombiana percibo el sabor a frutas, a cultivos, a caña, a panela, a tabaco, a arroz. A los aromas que descubrí en las plazas de mercado a donde me llevaba mi madre”.

Y de anteriores ocasiones, no tan divertidas, expresa: “Tenía cinco años cuando en un viaje a Chaparral con mi madre, nuestro automóvil se varó en Saldaña, población que estaba en fiestas patronales. Hasta la medianoche es-tuvimos en un taller mientras lo reparaban. Muy cerca de allí, un ruidoso al-tavoz, como si solo existiera ese disco que estaba de moda, repitió por horas Espérame entre palmeras ¡Esa pieza está grabada para siempre en mi mente!”

Cómo se modela un músico…Su aprendizaje básico de kínder y primaria en los colegios Externado, Cooperativo y San Simón, fueron bien aprovechados por la niñez de Cé-sar Augusto, cuya vida académica solo adquiere real sentido cuando llega

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al Conservatorio de Ibagué, para iniciar el bachillerato musical a los diez años de edad.

Fue allí, en ese claustro emblemático tolimense, donde César demostró lo sólida que era su vocación musical, lo bien dotado que estaba espiritual e intelectualmente para la música, su capacidad de trabajo, constancia y lide-razgo para alcanzar metas de excelencia. Al respecto afirma: “Debo decir que siempre ocupé el primer puesto en violonchelo y en las materias musicales en mi clase. Llegaba muy temprano todos los días, me gustaba lo que hacía y los profesores se sorprendían cuando les pedía que en los recesos que se presentaban en Semana Santa, fines de semana y vacaciones, me permitieran ingresar al Conservatorio para ensayar y repasar lo aprendido. Aceptaban, y de esta manera siempre estuve adelantado en conocimientos y ejecución de mi instrumento

”Cursando segundo de bachillerato, invité a mi hermano Gustavo, a Am-paro Aguiar y dos compañeras más, tan apasionadas por la música como yo, a tomarnos un salón de clases desocupado para hacer la música que yo quería dirigir. Fue una buena experiencia hasta que nos descubrió un rígido maestro alemán, Alfred Hering –en su momento director del Conservatorio del Toli-ma–, quién me citó para el día siguiente en su oficina. El temor de ser expul-sado y finalizar tan pronto mi carrera se apoderó de mí y no dormí esa noche.

”Pero la realidad fue otra: El profesor destacó mi iniciativa y la creativi-dad de mi música y me estimuló para que siguiera componiendo y haciendo arreglos instrumentales. Este incidente me dio confianza para alcanzar otra de mis metas: Ser director de orquesta.

”Más adelante, estando en cuarto grado, el Conservatorio hizo una ex-cepción conmigo y me envió a cursar Dirección de Orquesta en octavo gra-do. Obtuve el más alto puntaje y ello me dio mayor seguridad para dirigir”.

Cuando el amor también toca…En 1963, en los corredores del antiguo claustro de altas columnas de madera y en la plazoleta interior presidida por el busto del maestro Castilla, no solo

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danzaban en el aire notas musicales, también el amor hacía cabriolas en el corazón de los jóvenes estudiantes de música. Y es así como a los catorce años aparece en su vida, y permanece en ella para siempre, una suave jo-vencita con un raro aire de misterio, discreta, segura de sí misma, reservada pero con una vida interior muy rica, y tan musical como él: María Ampa-ro Aguiar. “Desde el principio fue una relación muy especial. Andábamos siempre juntos, dentro y fuera del Conservatorio. Alguna vez conversaba con un profesor en el Salón Alberto Castilla y él, mirando por encima de mi hombro, me dijo: ‘Mire, Zambrano, ahí se le ven los zapatos a la muchachita esa, que lo persigue a todas partes. Está detrás de las cortinas’”.

Hace 42 años formalizaron un acompasado dúo para la vida; luego, fue convertido en afinado cuarteto con sus hijos César Augusto, médico veteri-nario, buen pianista y compositor, y Daniel Mauricio, ingeniero industrial, conocedor y coleccionista musical. Desde niños, ellos formaron parte de los coros organizados por César, y aman y disfrutan la música.

La función social de la música…Fue también por este tiempo cuando César, con catorce años, comenzó a tener reconocimiento público por su capacidad musical: Señoras que habían sido sus profesoras de canto, le pidieron que dirigiera coros conformados por adultos y otras personas, que organizara grupos de niños en los colegios.

En este precoz ejercicio de director, el adolescente descubrió la función social de la música y el valor que tiene incorporar este arte a la educación de in-fantes y la formación de jóvenes y adultos. “Dirigí un grupo de ochenta jóvenes con problemas delincuenciales en una institución que por esa época se llamaba ‘Reformatorio de Menores’. Descubrí que solo un niño del grupo cantaba afi-nado. Investigué y supe que la mala alimentación, la falta de ternura y los pro-blemas familiares afectan la capacidad de un niño para afinar su oído. Es como si perdiera la posibilidad de conseguir un equilibrio personal, de comunicarse con el universo de la música. En cambio, a los niños criados con afecto se les facilita cantar y desarrollan con naturalidad la inteligencia musical.

1967. César dirige un grupo de Cámara en la Sala Alberto Castilla. De izquierda a derecha: Elmer Preciado, Gustavo Olaya y Humberto Triana. Álbum familiar

1968. César dirige la Coral Santa Cecilia de Ibagué.

Álbum familiar

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danzaban en el aire notas musicales, también el amor hacía cabriolas en el corazón de los jóvenes estudiantes de música. Y es así como a los catorce años aparece en su vida, y permanece en ella para siempre, una suave jo-vencita con un raro aire de misterio, discreta, segura de sí misma, reservada pero con una vida interior muy rica, y tan musical como él: María Ampa-ro Aguiar. “Desde el principio fue una relación muy especial. Andábamos siempre juntos, dentro y fuera del Conservatorio. Alguna vez conversaba con un profesor en el Salón Alberto Castilla y él, mirando por encima de mi hombro, me dijo: ‘Mire, Zambrano, ahí se le ven los zapatos a la muchachita esa, que lo persigue a todas partes. Está detrás de las cortinas’”.

Hace 42 años formalizaron un acompasado dúo para la vida; luego, fue convertido en afinado cuarteto con sus hijos César Augusto, médico veteri-nario, buen pianista y compositor, y Daniel Mauricio, ingeniero industrial, conocedor y coleccionista musical. Desde niños, ellos formaron parte de los coros organizados por César, y aman y disfrutan la música.

La función social de la música…Fue también por este tiempo cuando César, con catorce años, comenzó a tener reconocimiento público por su capacidad musical: Señoras que habían sido sus profesoras de canto, le pidieron que dirigiera coros conformados por adultos y otras personas, que organizara grupos de niños en los colegios.

En este precoz ejercicio de director, el adolescente descubrió la función social de la música y el valor que tiene incorporar este arte a la educación de in-fantes y la formación de jóvenes y adultos. “Dirigí un grupo de ochenta jóvenes con problemas delincuenciales en una institución que por esa época se llamaba ‘Reformatorio de Menores’. Descubrí que solo un niño del grupo cantaba afi-nado. Investigué y supe que la mala alimentación, la falta de ternura y los pro-blemas familiares afectan la capacidad de un niño para afinar su oído. Es como si perdiera la posibilidad de conseguir un equilibrio personal, de comunicarse con el universo de la música. En cambio, a los niños criados con afecto se les facilita cantar y desarrollan con naturalidad la inteligencia musical.

1967. César dirige un grupo de Cámara en la Sala Alberto Castilla. De izquierda a derecha: Elmer Preciado, Gustavo Olaya y Humberto Triana. Álbum familiar

1968. César dirige la Coral Santa Cecilia de Ibagué.

Álbum familiar

”Creo que la música debe articularse obligatoriamente en todos los ni-veles de la educación y etapas de la vida, porque ella abre a los niños, jóvenes y adultos todo un mundo de disciplina, de satisfacciones, de desarrollo cere-bral. Todos deberíamos cantar”.

Vivir como estudiante las veinticuatro horas del día en función de la música, también significaba para César Zambrano compartir aquello que aprendía, contagiar a los demás con el influjo de ese arte y ofrecerles otras opciones de distracción a los jóvenes de su edad. “En el tranquilo barrio Fen-alco, donde vivía con mi familia, los padres estaban preocupados porque los jóvenes del vecindario comenzaban a experimentar con las drogas. Organicé

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entonces un grupo musical con amigos adolescentes y ofrecíamos serenatas todos los sábados. Con el tiempo, varios integrantes de estos grupos se fue-ron a estudiar al Conservatorio. Me sentía muy contento cuando los vecinos me decían que había salvado una generación”.

Maestro y consejero hasta el final…Si bien el padre de César, don Antonio, lo catapultó con su decidido apoyo al firmamento de la música, fue el violonchelista italiano Quarto Testa, exigen-te profesor del Conservatorio, quién le sirvió de guía, maestro y consejero al joven aprendiz, no solo para alcanzar la perfecta ejecución del instrumento, también le enseñó cómo comportarse en un escenario, la actitud con los músicos, la conducta, disciplina y ética, que deben distinguir a un buen pro-fesional de la música. Así, perfeccionó conocimientos y destrezas que le per-mitieron remontar con seguridad su vuelo en el mundo musical.

“Recuerdo que cuando inicié mis clases con él, a los catorce años, una de las primeras cosas que me dijo fue: ‘En la vida solo hay dos tipos de mú-sicos, los más felices y los más tristes’. Él me ayudó a ser feliz. Desde el prin-cipio, Quarto Testa me hizo sentir que yo tenía talento y con exigencia, de-dicación y paciencia casi paternal, me guió en el largo y difícil aprendizaje del violonchelo.

”En una época, fuimos vecinos del mismo barrio. De noche, ambos sabíamos lo que estaba haciendo el otro: Yo, como siempre, ensayaba sin descanso; él, salía a pasear su perro alrededor de la manzana y escuchaba. Al terminar la vuelta y llegar a la puerta de mi casa se detenía, y si algo no le parecía bien, golpeaba, me daba las indicaciones necesarias para corregir y proseguía su paseo. Fueron muchas jornadas recibiendo sus enseñanzas: En el Conservatorio, en su casa donde él y su esposa me expresaban tanto cariño como si fuera un hijo más. Posteriormente, cuando fui a la universidad en Bogotá, al saber que los profesores que tenía no llenaban mis expectativas, fueron incontables las horas que a través del teléfono él me escuchaba tocar y corregía. Y al final de su vida, delicado de salud y vetados sus viajes a esa

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altura, iba a la capital solo a celebrar mis cumpleaños, a oírme tocar, a acon-sejarme, y regresaba el mismo día a Ibagué”.

1965. Sala Alberto Castilla, César acompañado al piano por su maestro Quarto Testa. Álbum familia

Hacia el conocimiento superior…El talento de César como estudiante le había labrado una buena imagen fue-ra del Conservatorio y ello motivó para que lo invitaran a hacer parte de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. El violinista Frank Preusse, su fundador, después de escuchar su examen, en la carta que escribió a su padre para que accediera a la invitación, expresaba de él: “Tiene magníficas dotes chelísticas, un oído por encima de lo normal, gran sentido de la afinación, y una intui-ción musical difícil de encontrar”.

Pero su proyecto en Bogotá tardó un año en iniciarse, por recomenda-ción de su maestro Testa. Con esas virtudes, y las mejores calificaciones en su examen final de violonchelo, viaja a Bogotá con dos objetivos definidos: Estudiar música en el Conservatorio de la Universidad Nacional y buscar una audición para ser admitido en la Orquesta Sinfónica de Colombia, que dirigía el maestro estonio Olav Roots, respetado organizador de la agrupa-ción y gran propulsor de la música colombiana.

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Sus dos sueños se hacen realidad, y con 18 años es el primer estudiante de bachillerato del Conservatorio del Tolima que ingresa a la Orquesta Sinfónica de Colombia y al Conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia.

“Una valiosa carta de recomendación del maestro Testa para su amigo el director Roots, me abrió las puertas un viernes para la audición, que por cierto me dejó un excepcional recuerdo. Sabía que estaba bien preparado para el examen y si bien sentía el nerviosismo de tocar por primera vez en el Teatro Colón ante un jurado exigente y una figura nacional como era el maestro Roots, dominé mi desasosiego, me senté, acomodé mi violonchelo y me concentré para iniciar la prueba. De repente, veo que el maestro Roots viene hacia mí, hinca una rodilla en el suelo y sin decir palabra ajusta ade-cuadamente el puntal de mi instrumento para que no fuera a resbalar. Fue un buen augurio. Toqué lo que tenía preparado para el examen y sentí que lo había hecho bien.

1973 – César al centro, con dos compañeros de la Orquesta Sinfónica de Colombia. Álbum familiar

”Paralelamente, en la Universidad tocaba con la orquesta experimental del Conservatorio y la Orquesta Colombiana, y dirigía el Coro Masculino de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y los coros de la Asociación Cristiana Femenina.

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”Concluí los estudios universitarios con los profesores Suzanne Mac-kintosh, David Ask y Rohini Coomara, buenos docentes, pero cuyas rígidas técnicas europeas y métodos de enseñanza en nada se parecían a los de mi maestro en Ibagué. También estudié música de Cámara con Ernesto Díaz.

”Era 1974 y cuando todos esperaban que culminara mi carrera en Bo-gotá o fuera del país, solicité se me permitiera regresar a Ibagué para que mi título lo firmara mi verdadero maestro: Quarto Testa. Él estaba gravemente enfermo y yo quería estar a su lado para poder expresarle la inmensa deu-da de gratitud que con él tenía y recibir la aprobación de mis estudios, sus orientaciones y consejos. Así lo hice, y de sus manos considero que recibí el mejor título: Su amado violonchelo”.

1973. César en un ensayo con la Orquesta Colombiana de Arcos. Álbum familiar

Un legado de excepcional musicalidad…Para quienes apenas somos fascinados espectadores cuando asistimos a un concierto de un grupo de cámara o una orquesta, nos llama la atención el tamaño del violonchelo. Pero una vez suena la música, nos olvidamos del volumen del instrumento y solo percibimos su sonoridad, lo versátil y ex-presivo de su sonido, la cualidad melódica de sus cuerdas, y entonces com-prendemos el porqué ocupa sitio preferencial dentro del conjunto musical.

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El chelo, además de grande, es un instrumento exigente. Los grandes violonchelistas coinciden en afirmar que las mayores virtudes que debe ejer-citar el joven que va a dedicar su vida a tocarlo, son: Perseverancia, constan-cia y muchísima paciencia, porque perfeccionar un pasaje de una obra puede durar meses.

Por este diario convivir en busca de la perfección, los músicos le pro-fesan un amor indefinible a su instrumento, como si fuera parte de su ser. Así describe ese sentimiento el poeta Leopoldo Lugones en su poema Vio-lonchelo: “…cuando en mis brazos te estrecho/ es tu alma, sobre mi pecho/ melancólico laúd”. Y, seguramente, le dedican un espacio apreciable al final de su vida pensando en quién tiene los merecimientos para legarle su más preciado bien. Cuenta el maestro Zambrano:

“Cuando el maestro Quarto Testa llegó a Colombia desde su natal Italia, traía un violonchelo con la etiqueta de un lutier famoso, Ferdinandus Garim-berti - 1935. Cada uno de los miembros de su extensa familia había aportado algún dinero para entregárselo como regalo de grado. Su aprecio por él era muy grande.

”Dos meses antes de su muerte, el maestro Testa me llamó y me dijo: ‘Sé que voy a morir. Le consulté a mi esposa y a mis dos hijos y estuvimos todos de acuerdo en que este instrumento debe quedar en sus manos’. Fue un momento de gran emotividad en mi vida [cuando esto cuenta, aparecen las lágrimas en los ojos de César]; primero, por la pronta desaparición de mi consejero y maestro, noticia que él mismo me anunciaba, y segundo, por el inestimable privilegio de heredar el preciado chelo que lo acompañó durante toda su vida académica y artística. Siempre había pensado que ese instru-mento, por su gran valor sentimental, regresaría a Italia, para ser entregado a su familia”.

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2010. Maestro Invitado, Conservatorio del Tolima. Álbum familiar

Una comunidad para desarrollar sus proyectos…César Zambrano siempre tuvo claro que los conocimientos y experiencias que adquiriera dentro y fuera de su ciudad natal, estarían al servicio de sus coterráneos; los utilizaría para influir en el entorno musical que frustraba talentos al tornarse elitista y discriminatorio, para buscar la proyección de la música de calidad del Tolima hacia otros ámbitos y para lograr que a la profesión de músico se le otorgara la dignidad que merece.

Corre el año 1975 y César es nombrado Director Musical de la Univer-sidad de Tolima, para que partiendo de cero, incorporara el arte de la música al colectivo universitario. Organiza inmediatamente un cuarteto vocal y el coro de los trabajadores. Con el tiempo conforma otras agrupaciones voca-les e instrumentales de mayor prestancia que hoy, consolidadas, identifican y representan nacionalmente a la institución.

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Los resultados positivos de su labor motivaron a las directivas para construir salas destinadas exclusivamente al quehacer musical, donde hoy sobresale el amplio y bien dotado Auditorio Mayor de la Música, con un espacio museográfico dedicado a compositores tolimenses. La gestión de César Zambrano ha sido tan fructífera en la Universidad del Tolima, que los ibaguereños afirman que esta institución progresa en la misma medida que le brinda apoyo a la dinámica actividad musical liderada por él.

Tanto influjo tenía su gestión que en 1977, cuando se presentó una gra-ve crisis en la Universidad, que amenazaba con su cierre, fue un concierto organizado por él con ánimo conciliador, el que desarmó los espíritus en-frentados y propició un gran acuerdo que impidió que dejara de funcionar. Hoy, todos los actos de la alma máter integran el componente musical. La Universidad editó un libro con las partituras de sus obras más representati-vas y lo promovió a Profesor Titular. En su categoría profesional también ha sido vicerrector encargado de Desarrollo Humano.

En estas cuatro décadas de múltiples actividades en Ibagué, su trabajo no se ha limitado al ámbito universitario. Puede asegurarse que no hay pro-yecto, programa, concurso o actividad significativa relacionada con la músi-ca que se organice en el Tolima o en departamentos vecinos, a donde asiste como invitado, participante, conferenciante, asesor o jurado.

Al principio no todo fue fácil. Cuando regresó a Ibagué el novel músico con conocimientos, proyectos, y quiso compartirlos y aportar, percibió un mal disimulado rechazo por parte de algunos personajes del establecimiento musical que se pretendían dueños de las instituciones y eran poco receptivos al cambio para proyectar el talento regional. Él reaccionó así: “Para superar el impacto que me causaban las persecuciones por querer subir el nivel de la música en Ibagué, seguí al pie de la letra el consejo que me dio una maestra: ‘Entre más fuerte golpea el viento una cometa, más se eleva la cometa’. Ella tenía razón”.

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2006. César Zambrano junto a la compositora ibaguereña Leonor Buenaventura. Álbum familiar

Aquello que mantiene al maestro Zambrano libre de asechanzas y envi-dias, tan comunes en el medio, es cuando una persona, grupo o entidad acu-den a él para pedirle ayuda en la organización de un coro o una agrupación instrumental, siempre encuentran a alguien bien dispuesto, con vocación de enseñar donde sea.

En El Espinal, organizó y dirigió el Coro Polifónico varios años y ayudó a gestionar con el Gobierno nacional una sede propia para el grupo. Ade-más, consiguió la colaboración de todos los espinalunos para rescatar “de la miseria en que viven los compositores” a una gloria de la música tolimense, el maestro Eleuterio Lozano, que habitaba una choza, y logró que él viviera dignamente hasta su muerte. También, su presencia es bienvenida en Co-corná, Antioquia, donde lo quieren como a un nativo. Allí ayuda a niños con talento, nunca se niega y lo hace con desinterés, al igual que en muchos municipios de Colombia.

Como Director de la Banda Sinfónica Departamental por un año, se le reconoce la labor de perfeccionamiento técnico del grupo, en colaboración

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con la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Como Director Musical de la Fun-dación Musical de Colombia y el Festival de la Música Colombiana durante dieciocho años, profesionalizó el concurso, trabajó para exigir una trayecto-ria seria a los participantes que los hiciera dignos de llegar a un escenario e impuso normas técnicas y artísticas que confirieron un nivel de excelencia a los eventos nacionales organizados por la entidad. Por eso, él afirma que la palabra que lo hace vibrar es “construir”: Construir coros, orquestas, crear y difundir la música, ayudar a músicos principiantes. De hecho, mantiene dos alumnos becados por su cuenta y pocos lo saben. Y agrega: “Al final uno tiene un destino. Es bueno cumplirlo y sentirse querido, saber que se ha servido a la comunidad; estar satisfecho de haber creado una plataforma de lanzamiento de nuevos valores del pueblo y aprovechar los talentos que allí hay; llevar instrumentos a los barrios receptivos a la música; contribuir para democratizar los conservatorios, porque estos no deben ser fábricas de músicos adocenados, sino modeladores e impulsadores de la personalidad de cada estudiante; los profesores nunca deben decir a los estudiantes: ‘To-que como yo toco’. No, hay que darles una libertad creativa, que con buena orientación logrará músicos profesionales brillantes.

”En todos los pueblitos debería existir una escuela de introducción a la música, colegios de formación musical superiores en las capitales y solo dos o tres conservatorios en Colombia, con una excelente nómina de profesores para el perfeccionamiento musical en especializaciones, maestrías y doctorados.

”No hay ningún medio con el cual se logre mejor comunicación entre las personas que con el lenguaje universal de la música. La música integra al mundo. El mundo sería mejor, si las sociedades se organizaran como una orquesta, en la que todos aportan su conocimiento y talentos con pasión y disciplina para buscar una meta y un objetivo común”.

El ser humano…César Zambrano es un hombre agradecido con la vida y con quienes le ayu-daron, y aún venera el recuerdo de su padre, que le dio el impulso y apoyo

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para llegar hasta donde está: “Mi papá murió pensando que era el padre de un gran músico. He hecho lo mejor que he podido para honrar esa con-fianza. Lo siento siempre tan presente, que cuando la revista Pedro J. Ramos publicó un artículo laudatorio sobre mi carrera, salí corriendo a mostrárselo a mi padre, esperando el aplauso de quién sabía vibraba con todo lo bueno que me sucediera. Al llegar a la casa, recordé que había muerto hacía un año. Volví a la realidad y duré tres horas deambulando por las calles, como avión sin torre de control”.

Cómo padre y maestro…Aquello que da estabilidad y sentido a la vida de César, es su familia; la música la ha articulado en su hogar como un fac-tor de crecimiento, unión y una forma de imponer disciplina, pues su esposa, y desde pequeños los dos hijos, han par-ticipado en sus actividades musicales. Las normas éticas y los códigos de con-ducta que ellos siguen, parecen la inter-pretación de una equilibrada partitura escrita por el padre, que ha modelado bien su formación. “Siento satisfacción de servir de puente entre la música y mis amigos, y sobre todo para mi fami-lia. Mis dos hijos son personas de bien y los ha unido la música. Cuando los dos hermanos se abrazan, siento que he acertado en mi paso por la vida”.

Su esposa, Amparo, se expresa así de él: “Para describirlo, puedo decir que siempre creí que yo podía con todo, hasta el año 2006 cuando tuve un grave tropiezo de salud; entonces encontré el esposo que realmente tenía a mi lado, que no había visto antes y me enternecía hasta la lágrima, pues

1952. César de la mano de su padre don Antonio Zambrano Jiménez; adelante, su hermano Carlos.

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siempre yo era la fuerza dentro de la familia. Él supo sortear perfectamente ese momento. Con estas palabras puedo definirlo como es él: Corazón de la familia, amor, ternura, sensibilidad, apoyo incondicional, unión familiar, pero además consentido. Como padre: Ejemplar, siempre solidario, com-prensivo, respetuoso, protector, acompañante para todo, amigo, maestro de sensibilidad y amor filial inmenso”.

Su hijo mayor, César Augusto, expresa de él: “Como padre, lo veo como un hombre que se ha esforzado porque sus hijos seamos felices; que siempre, no importa dónde estemos, nos una el corazón, y no perdamos de vista en el trayecto vital el respeto por los demás, teniendo como norte que los lo-gros que cada cual pueda alcanzar, serán valiosos siempre y cuando partan del trabajo serio y honesto, tanto frente a los demás como hacia nosotros mismos. Lo veo como un faro, que con su luz ha iluminado en nosotros una prolongación de su existencia; un sendero que pasa por la importancia del servicio a los demás, a la comunidad en la que respiramos, como la mejor manera de retribuir lo que nos ha sido dado. Es como una cuerda pulsada que vibra sin parar y que nos recuerda lo fundamental que es la familia en cada momento de nuestra existencia.

”Es un amigo de todas las horas y de cualquier circunstancia, siempre atento para escuchar y aconsejar, presente para orientar en los buenos y malos momentos, invariablemente listo a apoyarnos más que a juzgarnos, estimulando a cada momento nuestra capacidad de soñar y proyectar esos sueños como la mejor manera de alcanzarlos”.

Daniel Mauricio, su hijo menor, comparte: “Como padre, puedo decir que su papel ha sido impecable, siendo el referente o modelo con su diario actuar no solo profesional sino en otros aspectos o roles como los de esposo, hijo, hermano, alumno y maestro. Es para mí un desafío constante, pues no conozco una persona más desinteresada, transparente, persistente y brillante para todo lo que hace.

”Como amigo, te acompaña de la mano en las decisiones buenas o malas que tomes en tu vida, estando o no de acuerdo con ellas –esto nunca te lo dice–. Siempre ha estado a mi lado para mostrarme lo mejor de cada experiencia,

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buscando de alguna manera mi crecimiento con lo aprendido. Tiene en mí un efecto tranquilizador para los momentos desesperados y siempre encuentra las palabras de alivio suficientes. Esto lo logra, inclusive, hablando de cosas que aparentemente son ajenas y parecen simplemente distraer mi mente, lo que tiempo después, cuando baja la marea, por fin comprendo la directa relación de sus historias y el efecto alentador sobre aquello que me perturbaba.

”No es la figura paterna solamente para nosotros; puedo decir sin mie-do a equivocarme, que lo es también de alguna manera para cada una de las personas que integraron sus agrupaciones musicales”.

Los integrantes de grupos vocales e instrumentales que él dirige lo tra-tan con cariño, respeto y una admiración que se refleja en un trato que llama la atención, pues ninguno abandona el escenario o el aula, si despedirse an-tes de él. Uno de ellos, como reconocimiento personal, escribió en un table-ro: ‘Gracias maestro Zambrano, por ser parte de mi horizonte’.

2012. El maestro Zambrano con el coro y orquesta de la Universidad del Tolima. Álbum familiar

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Tolimenses que dejan huella

Un balance anticipado de vida…Para este hombre sencillo que de niño soñaba con tener una casa grande con un horno de leña, y tocar en el Teatro Colón, en su ser habitan dos per-sonalidades: Una disciplinada, que le exige consagración al trabajo y otra, hedonista que lo atrae hacia la buena vida, los viajes, el mar, y pasarlo bien. La existencia le ha otorgado aquello que deseaba, gracias a su constancia profesional.

Galardonado con las condecoraciones y distinciones más importantes del Departamento y la ciudad, acatadas sus opiniones y conceptos, amigo de muchos personajes importantes de la vida política y cultural del país, recor-dado por sus cantatas que rescatan hechos históricos, personajes, epopeyas de nuestro pasado y exaltan nuestro paisaje; aplaudido en sus conciertos y respetado por su rectitud profesional, el compositor y director musical pue-de afirmar que su paso por la vida ha sido fructífero, que no ha sido en vano su dedicación y apostolado por la música, y que ya tiene un legado que dejar a las futuras generaciones.

2012. Festival Internacional de Piano en Ibagué. De izquierda a derecha: Frank Preuss, Harold Martina, César Zambrano y Britt Landmark. Álbum familiar

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“Para mi satisfacción y orgullo creo que he sido profeta en mi tierra; me satisface cada vez que pronuncio la palabra Ibagué; me siento acompañado, querido. Ha sido una revelación para mí haber descubierto el espíritu musi-cal de Ibagué y ser parte de él.

”Creo que la música es alegría y comunicación. Soy exigente en buscar en la ejecución de la música el equilibrio técnico, la armonía de los meca-nismos sonoros. En el coro, tiendo más a refinar el sentimiento, lo humano. Quiero que se logre transmitir el sentimiento de la obra. Armonizar técnica y sentimiento. Cada instrumento tiene algo de la personalidad de quien lo toca. Yo deseo armonizar esos temperamentos, esas sensibilidades. Me gusta dirigir y escribir para el coro, porque cuando veo que se emocionan can-tando, y percibo la positiva satisfacción de quienes interpretan mi música, entonces sé que lo que escribo es bueno.

”La música es un vehículo mágico que me transporta al infinito, me permite que me comunique con los antepasados, y me impulsa a buscar los sonidos de nuestras raíces, de la naturaleza, la armonía del universo. Y mi plena felicidad la alcanzo cuando dirijo un concierto bien logrado; entro a una dimensión desconocida y sublime de la cual tardo varios minutos en regresar, y estoy abstraído en un estado espiritual difícil de definir. Al bajar del escenario recibo aplausos y felicitaciones, pero no estoy en este mundo, aún no termino de bajar de la gloria que me produce la música. Sé que voy a hacer música hasta mi último respiro, enseñaré a niños y viejos campesinos en mi pequeña finca”.

El maestro César Augusto Zambrano tiene claro que la felicidad no es una meta final, sino etapas dichosas en la vida. Para él, cada concierto es una etapa. Parece que César es feliz por principio, porque como alguien dijo: “Ama lo que hace y hace lo que ama”.

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2014. El maestro dirige un concierto en el Auditorio Mayor de la Musica, Universidad del Tolima. Álbum familiar

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para desarrollar en el aula. Se reco-mienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. Escriba una reseña de no más de diez líneas para presentar el personaje a alguien que no ha leído el texto; destaque en su escrito los rasgos que a su juicio son más relevantes porque definen mejor al personaje y cons-tituyen un buen ejemplo para los jóvenes.

2. En los años cincuenta, la ciudad de Ibagué experimenta un florecimien-to a nivel musical que es reconocido en muchos lugares. ¿Qué influen-cia musical recibió el maestro Zambrano en sus primeros años? ¿Cree que es importante estimular el desarrollo de habilidades artísticas desde la infancia? ¿Por qué?

3. ¿Puede buscar imágenes y sonidos de algunos de los instrumentos que se mencionan en el texto? ¿La bandola, el violonchelo, el piano? ¿Qué siente al escucharlos?

4. Explique ¿en qué radica la función social de la música? ¿A qué se refiere el maestro Zambrano cuando habla sobre la formación musical de los jóvenes? ¿Le gusta la música? ¿Cree que podría ser un músico apasiona-do como el maestro?

5. ¿Por qué cree que el maestro Zambrano dejó su trabajo en las grandes orquestas de Bogotá y regresó a Ibagué? ¿Cree que con su obra contri-buye al desarrollo de la región a través de la música? ¿Por qué? ¿Ha es-cuchado los coros del Conservatorio o los de la Universidad del Tolima?