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Capítulo 9 La caja de música Por mucho que Álvaro y Jero intentaron salvar lo que quedaba del fin de semana, no hubo manera: Tania no logró animarse. Ya no sabía cómo continuar la búsqueda de su padre, lo que le deprimió de sobremanera y ni siquiera la promesa de Álvaro de contratar a un detective privado si hiciera falta, mejoró su humor. El regresar al instituto tampoco facilitó que pudiera sentirse mejor, ya que las cosas seguían igual de mal: Erika continuaba con su pose de víctima, por lo que el internado casi al completo continuaba en su contra; además, sus miradas seguían encontrándose con las de Rubén sin que ninguno de los dos lo pretendiera, lo que resultaba muy doloroso. A veces lo encontraba romántico, bueno, si lo pensaba era bonito que se encontraran cuando intentaban ignorarse, pero el dolor era demasiado intenso como para apreciar la belleza de aquel gesto. Lo único bueno que tenía la vida en el internado era que Jero siempre estaba con ella, la intentaba animar, la ayudaba... Había pasado otra semana desde que había vuelto de Madrid. Habían empezado a llevar un jersey rojo encima de la camisa blanca; el de ella era de manga larga, aunque había un par de chicas (como La princesa de hielo o Erika) que lo llevaban sin mangas. El profesor de historia, Gerardo Antunez, había caído enfermo debido a una gripe, así que aquel día tampoco tenían clase. Como su habitación había quedado vetada, ya que temían encontrarse con Erika y sufrir un nuevo episodio de su guerra fría, acabaron en la habitación de Jero. - Estaremos tranquilos, Deker no suele pasar mucho tiempo por aquí - le explicó el chico, mientras abría la puerta para dejarla pasar.- Estoy convencido de que se ha echado una novia, pero, claro, es preguntarle y mirarme como si me fuera a atacar... - Qué marujo eres - sonrió ella. - Sólo me intereso por él. Nada más. Tania enarcó una ceja, dejándole claro que no se tragaba aquella historia. Después, colocó su nuevo portátil sobre el escritorio y se agachó para enchufarlo en el ladrón que había en el suelo. El último fin de semana, Lucía había ido a visitarla y se lo había regalado para que, así, no tuviera que depender de la biblioteca y pudiera mantener el contacto mejor. - Es verdad - siguió defendiéndose Jero.- Lo creas o no, me cae bien. - ¿Y en qué le ayudará exactamente saber si tiene novia? Jero miró hacia la puerta un segundo, después se acercó a ella para hablarle en tono confidencial: - ¿Es que no te has dado cuenta? - Eh... No - le respondió frunciendo un poco el ceño.- Me da un poco igual lo que hagan los demás, ya lo sabes. - Estoy absolutamente convencido de que a Deker le gusta Ariadne - al escuchar aquello, Tania hizo una mueca, frunciendo después los labios con evidente desagrado.- Siempre la está observando, que me he dado cuenta. - Y temes que su majestad le haga daño, ¿no? Bien temido por otra parte... Jero abrió la boca como para replicar, pero debió de pensárselo mejor, puesto que se quedó en silencio y la acabó cerrando. Se limitó a agitar la cabeza de un lado a otro, pesaroso, mientras esperaba a que el ordenador terminara de encenderse. Una vez que estuvo operativo, volvieron a revisar la cuenta de correo de su padre y, una vez más, Rondador Nocturno no dio señales de vida. Después, se pusieron a leer periódicos digitales y a buscar la caja de música por Internet. Tania estaba convencida de que tenía que ser

Cuatro damas: Capítulos 9, 10 y 11

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Tania y Jero siguen investigando la misteriosa caja de música que le robaron a Álvaro y, gracias a una de las pistas de Mateo, logran encontrar algo que no se esperaban... Y que, quizás, les lleve a estar más cerca de Rondador Nocturno.

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Capítulo 9 La caja de música

Por mucho que Álvaro y Jero intentaron salvar lo que quedaba del fin de semana, no hubo manera: Tania no logró animarse. Ya no sabía cómo continuar la búsqueda de su padre, lo que le deprimió de sobremanera y ni siquiera la promesa de Álvaro de contratar a un detective privado si hiciera falta, mejoró su humor. El regresar al instituto tampoco facilitó que pudiera sentirse mejor, ya que las cosas seguían igual de mal: Erika continuaba con su pose de víctima, por lo que el internado casi al completo continuaba en su contra; además, sus miradas seguían encontrándose con las de Rubén sin que ninguno de los dos lo pretendiera, lo que resultaba muy doloroso. A veces lo encontraba romántico, bueno, si lo pensaba era bonito que se encontraran cuando intentaban ignorarse, pero el dolor era demasiado intenso como para apreciar la belleza de aquel gesto. Lo único bueno que tenía la vida en el internado era que Jero siempre estaba con ella, la intentaba animar, la ayudaba... Había pasado otra semana desde que había vuelto de Madrid. Habían empezado a llevar un jersey rojo encima de la camisa blanca; el de ella era de manga larga, aunque había un par de chicas (como La princesa de hielo o Erika) que lo llevaban sin mangas. El profesor de historia, Gerardo Antunez, había caído enfermo debido a una gripe, así que aquel día tampoco tenían clase. Como su habitación había quedado vetada, ya que temían encontrarse con Erika y sufrir un nuevo episodio de su guerra fría, acabaron en la habitación de Jero. - Estaremos tranquilos, Deker no suele pasar mucho tiempo por aquí - le explicó el chico, mientras abría la puerta para dejarla pasar.- Estoy convencido de que se ha echado una novia, pero, claro, es preguntarle y mirarme como si me fuera a atacar... - Qué marujo eres - sonrió ella. - Sólo me intereso por él. Nada más. Tania enarcó una ceja, dejándole claro que no se tragaba aquella historia. Después, colocó su nuevo portátil sobre el escritorio y se agachó para enchufarlo en el ladrón que había en el suelo. El último fin de semana, Lucía había ido a visitarla y se lo había regalado para que, así, no tuviera que depender de la biblioteca y pudiera mantener el contacto mejor. - Es verdad - siguió defendiéndose Jero.- Lo creas o no, me cae bien. - ¿Y en qué le ayudará exactamente saber si tiene novia? Jero miró hacia la puerta un segundo, después se acercó a ella para hablarle en tono confidencial: - ¿Es que no te has dado cuenta? - Eh... No - le respondió frunciendo un poco el ceño.- Me da un poco igual lo que hagan los demás, ya lo sabes. - Estoy absolutamente convencido de que a Deker le gusta Ariadne - al escuchar aquello, Tania hizo una mueca, frunciendo después los labios con evidente desagrado.- Siempre la está observando, que me he dado cuenta. - Y temes que su majestad le haga daño, ¿no? Bien temido por otra parte... Jero abrió la boca como para replicar, pero debió de pensárselo mejor, puesto que se quedó en silencio y la acabó cerrando. Se limitó a agitar la cabeza de un lado a otro, pesaroso, mientras esperaba a que el ordenador terminara de encenderse. Una vez que estuvo operativo, volvieron a revisar la cuenta de correo de su padre y, una vez más, Rondador Nocturno no dio señales de vida. Después, se pusieron a leer periódicos digitales y a buscar la caja de música por Internet. Tania estaba convencida de que tenía que ser

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famosa, quizá una pieza robada de un museo o algo así, de ahí que la buscaran tanto, pero seguían sin encontrar nada. - Lo que no entiendo - soltó Jero de repente, tras que su idea de buscar en E-Bay fuera un fracaso absoluto.- es lo que nos dijo tu padre. Tiene que significar algo, ¿no? - Se me había olvidado - reconoció con pesar. - ¿Y qué tiene que ver una caja de música con La bella durmiente? Tania se encogió de hombros, puesto que no tenía la más mínima idea. Se volvió hacia el portátil para abrir un navegador de Internet, donde fue directa a Google. Estuvieron un buen rato investigando todo tipo de combinaciones: caja de música Perrault, caja de música cuentos, caja de música La bella durmiente... Al final tuvieron suerte con la última opción, donde encontraron una página Web dedicada a leyendas; en una de las secciones había un artículo que rezaba:

Por todos es conocida la hermosa historia de la princesa que quedó dormida durante cien años que contaban los hermanos Grimm o Charles Perrault, pero en ciertos países de Europa como Rumania o Austria existe una leyenda paralela que tiene que ver con el famoso cuento. La leyenda cuenta que la princesa existió, aunque no era una princesa, sino una joven de un pequeño pueblo. La joven, sin embargo, era conocida por su gran belleza, lo que la hacía querida y admirada por todos. Un buen día, un extranjero llegó a la ciudad y nada más ver a la muchacha, se quedó prendada de ella. El recién llegado era un hombre rico y poderoso, uno de esos hombres que siempre se salen con la suya. El extranjero cortejó a la joven, quería casarse con ella y llevársela con él, pero la muchacha ya amaba a alguien así que se negó. El extranjero no estaba acostumbrado a las negativas, así que no lo admitió, pero por más que insistió, la muchacha siempre denegaba sus peticiones. El día en que la hermosa joven iba a casarse con el hombre al que amaba, el extranjero decidió hacerle un regalo de bodas. Le regaló una caja de música. La caja de música más hermosa que se había hecho nunca... Y también la más malvada desde los tiempos de Pandora. Cuando la joven la abrió, escuchó una música igualmente hermosa, pero quedó prendada del hechizo, que la obligó a dormir por siempre jamás. La historia, por supuesto, no deja de ser una leyenda que acompaña a una obra de arte perdida en el tiempo. La caja de música en cuestión perteneció al escritor Charles Perrault, pero se le perdió la pista cuando se le fue robada. La caja ha reaparecido en alguna ocasión, lo que ha reforzado su fama de pieza misteriosa e igualmente codiciada por museos o coleccionistas.

- ¿Sabes? Haríamos una película cojonuda con eso - comentó Jero. Tania puso los ojos en blanco un instante, antes de volver a leer el artículo. Seguía sin creerse lo que acababan de descubrir y, por la reacción de Jero, a su amigo debía de sucederle otro tanto. Se giró un poco, mirándolo de frente. - ¿Mi padre tenía la caja de música de Perrault? - ¿Y cómo narices la consiguió? - ¡No lo sé! - exclamó un poco fuera de sí.- ¡Tampoco importa! Pero... Pero ahora podemos volver a escribir a Rondador Nocturno y decirle que la seguimos teniendo y lo que es. Quizás así nos crea. - Oh, genial...- susurró Jero, desanimado. Quiso decirle que no había que tener miedo, que todo saldría bien, cuando vio que el chico abría los ojos desorbitadamente en dirección a la puerta de la habitación. Dio media vuelta

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para descubrir a Deker Sterling en la misma, observándolos con menos desdén del habitual. De hecho, juraría que parecía hasta interesado en lo que estaban diciendo... O eso creyó durante un segundo, puesto que al siguiente el chico se acercó a su desastroso lado de la habitación para coger su mochila. - ¿No venís a clase? - ¿Qué? - inquirió Tania a la que la pregunta había pillado desprevenida. - Ya veo que interrumpo - Deker les sonrió con cierta malicia. Al mismo tiempo que hacía un gesto desdeñoso con la mano, añadió.- Usad protección, ¿eh? No pudo evitarlo, se sonrojó hasta la punta de las orejas. A su lado Jero (tan rojo como ella), dio un salto para ponerse en pie, mientras farfullaba cosas sin sentido, aunque a veces entendía palabras como “error” o “no es lo que crees”. Deker parecía realmente divertido ante aquella reacción, aunque no tuvo tiempo de añadir nada más, pues tanto Jero como ella se apresuraron en coger sus cosas y seguirles. Después de aquella segunda hora libre, la tercera resultó un poco pesada, sobre todo porque se trataba de Filosofía y el anciano profesor Francisco Hernández no ayudaba. Le llamaban El cebolla, ya que su calva cabeza se asemejaba a la verdura. Era un hombre afable de brillantes ojos azules, pero no lograba que la filosofía resultara mínimamente interesante. Aquel día lo estaban dedicando a leer en voz alta fragmentos de Ética para Amador de Fernando Sabater, libro del que tenían que hacer un trabajo para finales de octubre. Como siempre seguía el mismo patrón (cada uno leía un pasaje y luego le indicaba al siguiente alumno dónde comenzar), prácticamente todos estaban pensando en otra cosa. Habían acabado sentándose detrás de La princesa de hielo, puesto que Deker se había acomodado a su lado y le habían seguido desde la habitación. Tania podía ver que el chico estaba leyendo otro libro, que mantenía oculto debajo de la mesa, mientras que Su majestad había reposado su real cabeza en la mano izquierda y parecía encontrar harto interesante lo que había al otro lado de la ventana. - Oye, además de Antunez, ¿qué otros profesores de historia hay? - le susurró a Jero. Al muchacho se le tiñeron las mejillas de rojo y, también, se le dibujó una sonrisa bobalicona en los labios. - Ah, Barbarella... - ¿Qué clase de nombre es ese? Jero abrió mucho los ojos, mirándola con tal espanto que, durante un segundo, Tania creyó que había cometido un crimen espantoso. Al siguiente, su amigo agitó la cabeza con actitud crítica, aunque le acabó explicando: - Barbarella es una heroína de cómic y, más importante, una película de Brigitte Bardot... - Vamos, que esa profesora está buena y de ahí el mote. - En parte. - ¿Cómo que en parte? - Es que fue alumna de este internado - le explicó en susurros, conteniendo la risa a duras penas.- Y hay por ahí un bonito anuario donde sale disfrazada de mujer del futuro y... Vamos, que no teníamos elección. Las fotos son buenísimas - pareció deleitarse con esa imagen mental durante un segundo; luego, añadió.- ¿Por qué lo preguntas? - Porque quizás ella pueda darnos información sobre la caja de música de Perrault. En cuanto terminó aquella soporífera clase, los dos bajaron corriendo hasta la sala de profesores, que se encontraba en la planta baja. Llamaron con los nudillos, antes de asomarse y ver al director charlando animadamente con una mujer de pelo largo; éstos los miraron de forma inquisitiva, mientras, a su lado, Jero volvía a esbozar aquella sonrisa bobalicona. Quiso dedicarle una mirada furibunda, pero se controló para decir: - ¿Podríamos hablar un momento con...? Eh…

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Le tuvo que dar un codazo a Jero en las costillas para que saliera de aquel irritante estado y le ayudara, puesto que ella sólo conocía el mote de la profesora. - Con usted, profesora. La mujer pareció sorprendida, pero aún así dejó su asiento y se acercó a la puerta. - ¿Ocurre algo, Jero? - inquirió con suavidad, frunciendo un poco el ceño. - Hemos encontrado una cosa en Internet - le explicó el muchacho; no había rastro de la maldita sonrisa bobalicona, pero sus mejillas estaban encendidas.- Es sobre una caja música que perteneció a un escritor, eh... - Perrault - añadió Tania. - Sí, eso. Hemos leído que es una leyenda, pero que existe... ¿Sabe algo? La profesora se quedó un instante pensativa, apoyando un dedo en el borde de los labios. Después les hizo un gesto para que pasaran, lo que pareció impresionar un poco a Jero, a pesar de que el director les dedicó una radiante sonrisa antes de enfrascarse en sus cosas: tenía varias carpetas desperdigadas por la mesa. - A decir verdad, el experto en Historia del Arte es Gerardo - reconoció, mientras se sentaba frente al ordenador.- Es una pena que esté enfermo, él os podría ayudar muchísimo más que yo - hizo una pausa, antes de teclear algo.- Oh, mirad - se apartó un poco para dejarles ver un listado de libros que, en realidad, se limitaba a uno.- Hay un ejemplar en la biblioteca...- se movió lo suficiente para coger un post-it amarillo donde escribió el título.- Os será más útil que yo. - Gracias - sonrió Tania. El timbre que señalaba el inicio de la siguiente clase sonó justo en ese preciso momento. - Vais a tener que correr si no queréis llegar tarde - les recordó la profesora.- No os preocupéis, no es un libro demasiado solicitado. Tras despedirse, se encaminaron con cierta resignación hacia el aula de Música. Como ésta se encontraba en el primer piso del ala oeste, prácticamente tuvieron que correr como si les fuera la vida en ello. Llegaron por los pelos, acomodándose en las últimas filas, que era donde quedaban asientos libres. El aula de música estaba al lado del enorme auditorio y era la sala más pequeña donde habían dado clase o, al menos, eso le parecía a Tania. También era verdad que estaba llena de instrumentos, además de armarios donde guardaban los más pequeños. A Tania le gustaba mucho la música, había ido al conservatorio de pequeña y se defendía con el clarinete, pero Jero detestaba la dichosa asignatura, además de las mesas mariposa que tenían que utilizar. Ella echó un vistazo al post-it que la profesora de Historia les había dado y donde había escrito “Leyendas relacionadas con obras de Arte de Ismael Prádanos”. Sin embargo, no tardó en guardarlo al ver que Jero se ponía más tieso de lo que era habitual, antes de suspirar: - Como Deker siga faltando a clase, se va a meter en un lío... Al terminar la hora Tania tuvo que esperar en la puerta a que Jero saliera, ya que la profesora de música quería hablar con éste tras su estrepitosa demostración con la flauta. No tardó más de cinco minutos en abandonar la clase, arrastrando los pies, mientras resoplaba: - Me ha dicho que ha sonado como si estuviera matando a un gato con la flauta y no tocándola, ¿te lo puedes creer? - No te preocupes - le puso una mano en el hombro, mientras descendían las escaleras con calma.- La flauta sólo es una parte pequeña de la nota...- al ver la mirada dolida del muchacho, añadió.- ¡Y seguro que puedes mejorar! Se cruzaron con dos chicas de su clase que se llevaron las manos a los labios, intentando ahogar la risa. No lo lograron, por lo que Jero soltó un suspiro, agitando la cabeza de un lado a otro, pesaroso, mientras Tania sonreía levemente para infundarle ánimos. No obstante, cuando ocurrió lo mismo al llegar a la primera planta, frunció los labios, molesto: - Malditas risitas... - No les hagas caso.

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- Como tú, ¿no? Le fulminó con la mirada. Su caso era completamente distinto. Se estaban riendo de Jero únicamente porque no sabía tocar la flauta, mientras que ella seguía siendo la puta oficial del Bécquer y nadie le dirigía la palabra. Era una maldita apestada, así que tenía todo el derecho del mundo a verse afectada. En vez de decirle todo eso, entró en la biblioteca. En la misma puerta se cruzó con La princesa de hielo, que salía de ahí tranquilamente con unos cuantos libros contra el pecho. Decidió dirigir su ira hacia ella que, al fin y al cabo, se la merecía y resopló. - Podía dejar de pasearse por ahí como si fuera la reina de Saba, ¿no? Jero se encogió de hombros, antes de apoyar los brazos sobre el escritorio del bibliotecario: un hombre medianamente joven, un poco rechoncho, pálido, pero con sonrisa radiante. - Hola, Charlie - saludó alegremente Jero. - ¿Os puedo ayudar en algo, chicos? - Eh... Sí, estamos buscando este libro - Tania le pasó el post-it. - Un momento. Tecleó algo en el ordenador y les sonrió de nuevo, mientras les decía que nadie lo había cogido. Tuvieron que esperar ahí a que el bibliotecario volviera. No obstante, el ceño fruncido que traía les indicó que algo no había salido bien. - Vaya cosa más rara...- farfulló, sentándose en su silla. - ¿Ocurre algo? - preguntó Tania. - Pues... El libro no está. Y no, no puede ser que esté en otro sitio - se adelantó, dejando a Jero con la boca abierta; éste la cerró, sorprendido.- Yo mismo guardo todos los libros que se sacan de la biblioteca y, creedme, la sección de Historia del arte no es precisamente utilizada a menudo - se concentró en su pantalla.- Encima ese libro... - ¿Qué pasa con ese libro? - Tiene un par de años. Fue el trabajo de un importante catedrático, pero fue un fracaso impresionante - les explicó, acercándose un poco a ellos.- Nosotros tenemos un volumen porque el profesor Antunez lo usa en sus clases. - Antunez da Historia del arte a los de segundo de bachillerato - le susurró Jero. - A lo mejor lo tiene él - se aventuró la chica. - No - la negación del bibliotecario fue contundente, por lo que tuvo que reprimir un suspiro.- Lo habría registrado. Seguramente cualquier gamberro lo ha robado. Como tenían recreo, aprovecharon para quedarse en la biblioteca y buscar el dichoso ejemplar en Casa del libro y otras librerías en Internet, pero estaba descatalogado. Al final, Tania tuvo una idea, por lo que acabaron sentados en los columpios donde jugaban los alumnos más pequeños; ella sostenía su teléfono móvil y Jero pegaba la oreja para no perderse ni una sola palabra de su interlocutor, Álvaro. - Espera, espera, espera, que me estoy perdiendo - les dijo el hombre.- ¿Queréis que encuentre un libro descatalogado? - Sí - respondieron los dos a coro. - ¿Y cómo narices pretendéis que lo haga? ¿No sabéis lo que significa “descatalogado”? - Tiene que ver con la caja de música que te dio mi padre - insistió, irritada. ¿Cuántas veces debía repetírselo para que comprendiera que era importante? - Sé que soy la leche, pero... No hago milagros, Tania. - ¡Álvaro! - Vamos a ver, preciosa - pareció tranquilizarse, aunque ella no lo hizo.- Te prometo que lo intentaré, ¿de acuerdo? Iré al rastro, visitaré bibliotecas... Pero no te prometo nada, ¿entendido? Si está descatalogado, lo más probable es que no encuentre nada. - Oh, gracias.

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Jero sonrió, diciéndole que, al menos, algo había salido bien, puesto que habían convencido a Álvaro. Dos segundos después, se unió a los niños para jugar al fútbol, mientras ella los veía ahí sentada, riéndose. Hubo un momento en que le pareció escuchar algo, así que se giró con rapidez, topándose únicamente con unos arbustos. Espero que no haya animales por ahí... Tuvo que agacharse para esquivar un balonazo, por lo que se olvidó de aquella paranoia de animales salvajes correteando por el internado para regresar al improvisado partido.

- Oye, Val... Esto... Yo... Ariadne acababa de salir de la biblioteca, apretando una serie de libros sobre su pecho, cuando se topó con Felipe. El pelo castaño le caía graciosamente a ambos lados del rostro, reforzando su aspecto juvenil. A decir verdad Felipe era bastante joven, pero cargaba con tanto peso sobre sus delgados hombros que, últimamente, lucía unas profundas ojeras. Aún así seguía siendo guapo, con su radiante sonrisa y sus ojos brillantes. A su lado estaba una de las profesoras de Historia, Valeria Duarte, aunque ésta estaba más pendiente de su teléfono móvil que de él. - ¿Aún sigue intentándolo? A pesar de que el joven no había hecho ruido al acercarse, Ariadne no se asustó, sino que sonrió para sí. Era extraño, era como si pudieran sentirse con sólo estar en la misma habitación, como si hubiera magia entre ellos. - Es perseverante - asintió ella. - Pues la chica no le hace caso - apuntó Colbert. - Vuelve a tener novio. - Ah... Se volvió hacia él, encontrándolo vestido completamente de negro, a excepción de la gorra y de la chaqueta que eran rojas. No pudo reprimir una carcajada, por lo que el joven puso los ojos en blanco, hastiado. - ¿Qué narices haces así? - se carcajeó Ariadne. La risa de la chica debió de preocuparle, puesto que la miró alarmado, antes de sufrir un arrebato que le impulsó a cogerla de la mano y arrastrarla al patio. - Intento disimular - respondió en un susurro. - No lo lograrás si secuestras a una alumna - Ariadne esbozó una sonrisa traviesa, antes de arrebatarle la gorra con rapidez. Se alejó un par de pasos, colocándola tras su espalda con aire juguetón.- Esto me trae recuerdos, ¿sabes? Colbert la miró con cierta desesperación que no tardó en convertirse en hastío, aunque terminó por transformarse en una sonrisa incrédula. Lo conocía demasiado bien como para saber que se estaba preguntando que cómo era posible que aquello lo encandilara. Animada por aquel gesto, sacudió su larga melena. - ¿Una vez más? El joven no le respondió con una palabra, simplemente echó a correr hacia ella, por lo que Ariadne le esquivó con rapidez, antes de imitarle y huir hacia los terrenos. Tampoco se esmeró demasiado, puesto que no dejaba de reír, mientras Colbert la perseguía carcajeándose también. De repente, la alcanzó, sujetándola por la cintura. No obstante, la inercia de la carrera era tal, que los dos acabaron cayendo al suelo, atravesando unos arbustos. Después de las quejas varias, de apartar ramitas y hojas, se quedaron tumbados sobre la hierba, muy quietos, mirando el cielo. Un segundo después, como guiados por alguna clase de coreografía no meditada, tanto uno como otro giraron las caras y sus miradas se encontraron. Se quedaron mirándose un instante.

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Al siguiente, se echaron a reír. Estuvieron así un rato, hasta que, al final, se sentaron. Colbert agitó la cabeza como si se tratara de un perro para desprenderse de los restos de matorral que se habían adherido a su pelo. Después, sonriendo con aire nostálgico, se situó detrás de Ariadne y comenzó a quitarle las ramas de la melena con suma delicadeza. - ¿Por qué te marchaste? - susurró la chica. - Porque era lo mejor. Sintió los laboriosos dedos de Colbert sobre su sien, apartándole mechones para, así, separarlos con suavidad. Permanecieron en silencio un poco más hasta que ella al fin habló: - No para mí. Te eché de menos. Sigo echándote de menos. Las manos de Colbert le sostuvieron el pelo como si fuera a hacerle una coleta. Cuando ella se giró, se quedaron así, por lo que los largos cabellos se deslizaron por los dedos hasta escapar, cayendo sobre los hombros de Ariadne. Se miraron a los ojos con intensidad, con dulzura, con demasiadas emociones contenidas. A Colbert le costó reaccionar. Logró hacerlo casi dos minutos después, alargando su mano para apoyarla en la nuca de Ariadne que siguió como estaba. El joven se echó hacia delante, clavando las rodillas en el suelo y la frente en la de Ariadne. Ambos cerraron los ojos. - Yo también te echo de menos - susurró. Volvieron a quedarse en silencio. No se movieron ni un ápice. Entonces un grito, la celebración de un gol, les asustó tanto que acabaron cayéndose uno contra otro, enredándose de nuevo contra los matorrales. Al principio no se atrevieron a moverse, pero después se quedaron tumbados uno al lado del otro, mirándose. Se echaron a reír por lo bajo, intentando ahogar sus risas para no llamar la atención de ningún cotilla. - Todo esto es absurdo - dictaminó Ariadne con rotundidad, sonriendo después.- Pero, ¿sabes qué? Que durante un rato podemos fingir que no ocurre nada y... No sé, quedarnos aquí, juntos. Me conformo con eso. - Nunca has sido de buen conformar. - A ver cuándo te entra en la cabeza que, para mí, lo más importante es estar contigo.

Después del recreo tuvieron que volver a la monotonía de las clases, seguidas de la comida para continuar con las actividades extraescolares. Tania tuvo que separarse de Jero, pues mientras que su amigo iba a hípica, ella prefería algo más tranquilo como informática. Al dirigirse hacia el aula, se topó con Deker que iba en compañía de una chica de último curso. Al final será verdad que tiene novia... Bueno, al menos, no es la princesita. El chico básicamente la ignoró antes de seguir a la alumna al cuarto de baño. Era curioso, puesto que siempre se sentaban juntos en informática, pero apenas habían intercambiado cuatro palabras. Por eso, aunque estuvo tentada de advertirle que se la estaba jugando con tanta ausencia injustificada, decidió callarse y seguir con su camino. Ocupó uno de los ordenadores de la última fila, intentando pasar desapercibida. Varias de las amigas de Erika habían desarrollado la costumbre de sentarse a su lado para burlarse de ella o hacerle cosas como robarle bolígrafos o mancharle las hojas de los libros. Por eso, cuando una de sus compañeras de clase se encaminó hacia allí con una sonrisa maliciosa, cerró los ojos. No te sientes aquí, no te sientes aquí, no te sientes aquí... Escuchó un golpe seco, como de quien deja caer la mochila sobre la mesa. Sobresaltada, abrió los ojos de nuevo para ver a Rubén entre la chica y ella. Casi volvió a dar otro respingo al ver la expresión del chico: no había fruncido el ceño, pero todo en él le daba un aspecto ceñudo con aquella mirada tan severa y los labios tan tirantes. - ¿Se puede saber qué ibas a hacer? - inquirió con frialdad. - ¿Yo? Nada, nada, Rubén. ¿Qué iba a hacer?

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- Ya sé que vives a la sombra de Erika, pero no eres invisible - le recordó con crueldad, apretando tanto su propia mochila que sus nudillos palidecieron.- Te he visto escribir esa pintada en el recreo - se inclinó amenazadoramente sobre la muchacha, que se había quedado lívida.- Lo diré una vez y espero que se lo digas al resto del aquelarre: dejad a Tania en paz. - S-sí... Claro, Rubén... A continuación, el chico se sentó en la silla vacía y encendió el ordenador, sin prestar atención alguna a su compañera, que había regresado con el resto de sus amigas y ya estaban cuchicheando. Rubén dejó caer la mochila al suelo e introdujo la contraseña de los alumnos en el equipo. Todavía seguía furioso... Y Tania seguía sin comprender nada. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué la había defendido con tanta vehemencia? ¿Acaso le importaba? ¿Acaso ella era importante para él? No. ¿Cómo iba a serlo? Si lo fuera, no permitiría que sufriera tanto. No. Si lo fuera, no estaría con Erika, estaría con ella... Entonces, de pronto, Tania se vio invadida por una intensa oleada de furia. No estaba acostumbrada a sentirse así de enfadada. Nunca se había sentido tan iracunda. ¿Por qué narices tenía que hacer eso? ¿Por qué no la dejaba en paz? ¿Por qué se empeñaba en aparecer una y otra vez como si fuera un maldito caballero andante? ¿Qué se había creído que era? Ella también se dedicó a contemplar la pantalla del ordenador, rabiosa. La profesora de informática entró en el aula y les indicó que siguieran con los ejercicios de Excel que debían entregar a final de la semana. Tania se dispuso a terminarlos, quería quitárselos de encima cuanto antes, pero entonces escuchó algo que la turbó: - Perdóname. Nunca creí que fuera a ocurrir todo esto. - ¡No quiero tu perdón! - siseó. Abrió la última práctica que tenían que hacer, apretando los labios con demasiada fuerza para no ponerse a gritar como una loca en medio de clase. En realidad, era aquello lo que más deseaba hacer, puesto que sentía un placer casi culpable al pagar su frustración con Rubén. - Así va a ser ahora, ¿eh? Me vas a gritar siempre. - Cómo si te merecieras otra cosa. - Sí... Supongo que me lo merezco... Y la voz de Rubén sonó tan rota que, como por arte de magia, el regocijo que sentía al ser así con él desapareció. Ya no era un alivio, ya no era un placer, sino una culpa, como una losa que, de pronto, le pesaba demasiado. Se volvió hacia él, humedeciéndose los labios. Fue como recibir un segundo golpe. Rubén estaba reclinado, mantenía la frente apoyada en un puño cerrado y parecía terriblemente triste. Le hubiera gustado seguir mostrándose dura e inflexible, hacerle pagar el sufrimiento que había creado, pero, sencillamente, le iba a resultar imposible. Era verle así y derretirse. No podía evitarlo. - No me estás poniendo demasiado fácil el... Bueno, nada en realidad - le dijo. - Lo sé. Rubén parecía terriblemente culpable y Tania no pudo evitar preguntarse qué le estaría pasando por la cabeza. El chico era un misterio, era indescifrable, jamás sabía en qué podía estar pensando o por qué actuaba como actuaba. No es que le conociera demasiado, tampoco había tenido la oportunidad, a pesar de que sus encuentros, aunque pocos, habían sido tan intensos que se sentía muy cercana a él. Empezó a sentirse idiota, ¿cómo podía ser todo tan contradictorio? ¿Por qué no podía ser fácil y sencillo como con los otros chicos que había salido? Porque Rubén no es como los otros. - He intentado hablar con Erika sobre ti - siguió diciendo en susurros.- Le he dicho que te deje en paz, pero... Erika no es de las que hacen caso a nadie - suspiró, agitando la cabeza de un lado a otro.- De hecho, tuvimos una bronca... - Preferiría no saber nada sobre... Ya sabes, Erika y tú. - Claro. Perdona. Lo siento.

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Tania hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia, aunque había sentido tal punzada en su corazón que, durante un momento, creyó que había dejado de respirar. No podía concentrarse demasiado, así que se puso a revisar el correo electrónico de su padre sólo por hacer algo, por mantenerse ocupada y, así, no mirar a Rubén. Tenía un mensaje nuevo. En un principio apenas mostró interés, pero entonces leyó el asunto del mismo y casi se le volvió a cortar la respiración, pues éste rezaba:

LE HABLA SU AMIGO RONDADOR Tuvo que colocarse la mano sobre los labios para ahogar un grito, ya que el leer aquel nombre provocó que volviera a darle un vuelco el corazón. Rubén debió de percatarse de todo, puesto que la miró fijamente. - Rondador... Por fin.

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Capítulo 10 Con la ayuda de Rubén

- Rondador... Por fin. - ¿Ocurre algo? - susurró Rubén, acercando la silla a la de ella.- ¿Es sobre...? Durante un instante se quedó callada, pero después comenzó a hablar y ponerle al día de todo lo que Jero y ella habían ido descubriendo. No sabía por qué, a decir verdad tampoco tenía razones lógicas, aunque acabó contándole todo. Rubén escuchó en silencio, sin dejar de mirar la pantalla del ordenador. Cuando Tania terminó, el chico la miró un instante. Parecía reflexivo. Después habló con lentitud, como si estuviera eligiendo las palabras con sumo cuidado: - ¿Y no crees que podría ser peligroso? - Sólo creo que así podré encontrar a mi padre. Rubén, simplemente, asintió con un gesto, como si aquello fuera suficiente para él. Por eso, Tania abrió el e-mail.

Estimado amigo, He de admitir que su último mensaje no entraba dentro de mis cálculos y que no esperaba algo tan... Vamos a decir directo en vez de estúpido. Sin embargo, es cierto que me interesa lo que usted y yo sabemos, al igual que lo es que el señor Esparza está vivo y en mi poder. Supongo que no me creerá, al fin y al cabo las palabras se las lleva el viento, ¿no? Por ello, le adjunto un vídeo que le resultará interesante. Antes de verlo, estableceré mis condiciones. Usted verá, amigo entrometido, si las acepta o si prefiere seguir escondido donde quiera que esté. Este sábado se realizará una fiesta en El palacio de cristal. Por supuesto, acudiré. Como comprenderá no le diré mis motivos, al fin y al cabo sólo le interesa que yo estaré ahí y que será un lugar ideal para hacer el intercambio: con tanta gente y tanta seguridad tanto usted como yo estaremos a salvo. Por otro lado, para que yo pueda reconocerle, lleve una flor blanca y un lazo negro. Por mi parte, llevaré un sombrero negro con una cinta blanca. Así sabremos quién es quién. Una vez ahí, haremos el intercambio: usted me dará la caja de música y yo la dirección de donde se encuentra el señor Esparza. Se despide atentamente, Rondador Nocturno.

- Sé que es meterme donde no me llaman - comenzó a decir Rubén, mirándola a los ojos con fijeza.- pero el ir ahí no me parece una buena idea. No tienes la caja. Tania no le escuchaba, estaba descargando el archivo adjunto que resultó ser un video. Fue a darle al play, pero Rubén la detuvo con rapidez. Le hizo un gesto para que aguardara unos segundos y rebuscó en su mochila hasta sacar un carísimo I-pod; le quitó los cascos para enchufarlos en la clavija adecuada de la pantalla, tendiéndoselos luego. Ella sólo aceptó uno, por lo que él se colocó el otro en el oído. Entonces sí que le dio al play. Vio a su padre sentado en una silla. Detrás de él se podía ver la portada del periódico de aquel mismo día, pero Tania apenas pudo fijarse. El aspecto de su padre era espantoso. Su ojo derecho había acabado reducido a una masa amoratada con una línea negra en el centro, tenía sangre seca cubriéndole la parte inferior del rostro, la nariz torcida, el pelo convertido en un amasijo parecido a un nido... - No... hagas... nada...- repetía a duras penas. Tania se puso en pie de un salto. Temblaba de pies a cabeza. No se dio cuenta de que el resto de la clase la observaba entre risitas, simplemente dijo que se encontraba mal y salió

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corriendo. Acabó en el baño más cercano, donde fue directa hasta el váter más próximo. Se dejó caer y vació el contenido de su estómago entre lágrimas. Estaba ocupada en ello, cuando sintió unas manos apartándole el pelo de la cara. Al cabo de unos instantes, incorporó el torso, agitando la cabeza para soltarse. Detrás de ella estaba Rubén, también pálido, que la miraba preocupado. Fue a decir algo, pero no hizo falta. Rubén tiró de ella para abrazarla, por lo que Tania se dedicó a quedarse ahí, agazapada contra el pecho del chico, llorando sin parar. Se quedaron así un buen rato. Finalmente, Tania logró que las lágrimas se quedaran detrás de sus ojos y no recorriendo sus mejillas que, igualmente, estaban húmedas. Rubén le sonrió un poco, intentando calmarla. Por raro que pareciera, funcionó, se sintió un poco mejor. El muchacho le secó la cara con suavidad, la estaba mirando fijamente, tenía una expresión extraña. - No soporto verte llorar. - Mi padre... Estaba... Estaba... ¡Oh, Dios! - Estaba vivo y eso es lo que cuenta - afirmó Rubén con decisión. Seguía acariciando sus mejillas.- Esas heridas se curan - le apartó el flequillo de los ojos con suavidad, no había apartado la mirada de sus ojos ni un milímetro.- Yo si fuera él, estaría muy tranquilo. - ¿Eh? - Si estuviera en peligro y tú fueras a salvarme, estaría muy tranquilo. Curvó ligeramente los labios. A pesar de que sentía aquel maldito agujero en el estómago, a pesar de que seguía aterrada por el estado de su padre, no podía evitar sentirse mejor sólo porque Rubén estaba ahí. Éste había colocado la mano en su nuca, por lo que podía sentir la piel del chico. Era tan cálida. Rubén se puso en pie, tendiéndole una mano para ayudarla. En cuanto lo hizo, Tania trastabilló y acabó chocando contra el pecho del muchacho. Se sintió ridícula, sobre todo cuando, al pensar aquello, notó que se le encendían las mejillas. No obstante, al alzar la mirada todo desapareció. No sabía cómo, pero había acabado contemplando aquellos ojos grises y viéndose arrastrada por algo poderoso y salvaje. No sabía cómo, mas en un segundo sus labios habían encontrado los de Rubén y se estaban besando como si la vida les fuera en ello. Cuando, al fin, se dieron cuenta de lo que estaban haciendo, de lo que significaba, tanto una como otro dieron un respingo y se separaron. Cada uno se concentró en algo, sobre todo en darse la espalda. Tania, que seguía sonrojada, sentía como el corazón le martilleaba el pecho con demasiada fuerza. Di algo. Tania, di algo antes de que él lo diga. ¡Di cualquiera cosa! - Lo siento - las palabras comenzaron a brotar de sus labios para su propia sorpresa. Ni siquiera se sentía dueña de sí misma en aquellos momentos, así que no tenía demasiada idea de dónde podría acabar todo aquello.- No estaba bien y... Estabas ahí y... No volverá a pasar. Durante aquel improvisado discurso, sus ojos no dejaron de pasearse por todo el cuarto de baño, a excepción de la zona que ocupaba Rubén. Después de tamaño beso, no quería mirarle a la cara, pues temía que el chico pudiera leer en ella todo lo que había sentido. Por eso, al finalizar, ni siquiera se molestó en alzar el rostro, simplemente se marchó. Al girar en una esquina, se recostó en una pared, abrazando su propia mochila. Ojalá volviera a pasar. Una vez se hubo tranquilizado, acudió a las caballerizas donde esperó pacientemente hasta que Jero salió. El muchacho iba ocupado peleándose con la corbata, por lo que estuvo a punto de pasar de largo. - ¿Qué haces aquí?

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Tania no le respondió, puesto que no quería que nadie les escuchara. En su lugar, le empujó un poco para que entrara en las cuadras de nuevo. No le gustaban, de hecho, los caballos la inquietaban, pero era un gran lugar para hablar sin ser molestados. Echó un vistazo en derredor, a excepción de los equinos, estaban solos o, por lo menos, eso parecía. - ¿Queda alguien? - Eh... Bueno, a veces Ariadne se pasa por aquí después de clase, pero no la veo... Ah, mira, ahí viene. Se quedó callada, mientras Jero esbozaba una sonrisa radiante y alzaba la mano para saludar a la chica que acababa de llegar. Ésta se limitó a devolverle el gesto, antes de acercarse a una yegua de pelaje castaño oscuro con algunos topos blancos salpicándole la cabeza. La princesa de hielo se dedicó a rascar las orejas del animal, por lo que éste relinchó con gusto. Tania no podía dejar de mirarla con nerviosismo, ¿se quería largar de una vez? Llegó un momento en que tuvo la disparatada idea de que cuanto peor la mirara, más prisa se daría la muchacha. Por eso, no se contuvo ni un ápice, se dedicó a fulminarla. - ¿Necesitas ayuda? - inquirió Jero. - No, no, tranquilo. Tuvo la desfachatez de no prestarles ni la más mínima atención, seguía acariciando al animal. Estaba a punto de abandonar su auto-control, cuando La princesa de hielo decidió moverse: se subió con elegancia a la yegua, la cual salió al trote al exterior. Al verla marcharse con los claros cabellos ondeando entorno a su rostro como si estuviera en un anuncio de champú, Tania resopló, agitando la cabeza de un lado a otro. Hala, a ver si encuentras a tu príncipe azul y los dos vivís el maldito cuento de hadas. - ¿Se puede saber a qué viene tanto misterio? - quiso saber Jero, mientras se pasaba una mano por el pelo. - No te vas a creer lo que ha pasado. Sentándose de nuevo en un cubo del revés, le explicó todo lo sucedido, aunque omitió los pasajes relacionados con Rubén. Prefería guardarse esa información para sí misma. El muchacho abrió mucho los ojos; de hecho, cuando ella acabó, la mandíbula inferior se le quedó descolgada, lo que le daba un aspecto de lo más cómico. - ¿Y vamos a ir? - logró preguntar al fin. - No - le corrigió severamente.- Yo voy a ir, tú te quedarás aquí... - ¿Estás tonta? - le interrumpió Jero con un ataque de vehemencia que la sorprendió.- ¡No pienso dejarte sola! ¿Quién te has creído que soy? - No voy a ponerte... - Estamos los dos en esto. ¡Juntos! Desde el primer instante en que intercambió palabras con Jero, había sentido calidez en él, como si no hubiera sido necesario más que un cruce de miradas para hacerse amigos. Pero en aquel momento la ola de gratitud que sintió hacia Jero fue tal que la abrumó. Por eso, de pronto, se encontró abrazada a él, rodeándole el cuello con los brazos y, lo más seguro, con demasiado ímpetu. Le dio las gracias mil veces, sintiendo como Jero le devolvía el gesto con torpeza, como si no supiera actuar, como si aquello le hubiera pillado por sorpresa. Bueno, lo más probable es que fuera así... Al separarse, le sonrió con timidez, ladeando la cabeza al tiempo que se encogía de hombros. - L-lo siento...- murmuró. Jero hizo un gesto para indicarle que no ocurría nada y, justo después, se pusieron a planear cómo iban a actuar. Eso sí, ninguno de los dos se miró a la cara durante un rato, pues ambos estaban ruborizados. - Vale, ya sabemos qué es El palacio de cristal, ¿pero cómo vamos a entrar? La pregunta de Jero le provocó un tremendo suspiro. Al principio se habían sentido de lo más animados al descubrir en Internet que El palacio de cristal era un edificio situado a las

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afueras de Madrid, donde se celebraban actos benéficos o exposiciones muy exclusivas. Dado que la fiesta era un sábado, esperaban que o bien Álvaro o bien Lucía los sacaran del internado para pasar el fin de semana en la ciudad, por lo que podían ir ahí con facilidad. El colarse en la fiesta, por otro lado, representaba un reyo mayor. - Si al menos pudiéramos comprar entradas... Ante su comentario, Jero rió; se carcajeó tanto que incluso se le saltaron las lágrimas, por lo que Tania lo miró con gesto tosco. Cruzó los brazos sobre el pecho, girando el cuello para mirar hacia otro lado, ofendida: - Perdóname por no saber tanto de fiestas como tú. ¿A cuántas has ido, por cierto? A pesar de la malicia con la que hizo la pregunta, su amigo no se molestó. Todo lo contrario, le respondió muy serio: - A ninguna, en realidad. Sin embargo, sé bastante del tema. - ¿Ah si? ¿Y eso? Se le fue el color de la cara en un segundo, como si recordara algo nada agradable. Se quedó callado, humedeciéndose los labios como si estuviera buscando palabras que no encontraba y, al mismo tiempo, lanzó una elocuente mirada hacia su izquierda. Estaban sentados en una de las mesas de la biblioteca. Estaban los dos, puesto que la gente, en general, se esforzaba por alejarse de Tania. En la mesa que había a su lado, rodeados por varios miembros de su corte, se hallaban Erika y Rubén; ella susurraba con la chica que tenía enfrente, mientras que él parecía concentrado. - Tenía un amigo que solía ir y contármelo todo. Vio la tristeza dibujada en su rostro, la cual contrastaba enormemente con la radiante sonrisa que había trazado Rubén en el suyo. De nuevo, sintió deseos de tirarle algo a la cabeza a éste último, puesto que estaba segura de que le había hecho algo malo a Jero. Esa certeza era una de las razones por las que no se atrevía a preguntar sobre lo que había sucedido. - ¿Y sabes algún dato que nos sea útil? - Suelen ser fiestas muy exclusivas... Como las de los anuncios de Ferrero Roche - explicó, acompañándose de un incesante gesto afirmativo.- Hay mucha seguridad. No sólo hay objetos valiosos, sino que las mujeres llevan joyas carísimas y esas cosas. La imaginación de Tania se llenó de salas luminosas con montañas de bombones recubiertos con papel dorado y atestadas de gente vistiendo las mejores galas y luciendo las mejores joyas. Un escalofrío le recorrió la espalda, puesto que también se imaginó a Jero con los pantalones de chándal que solía usar cuando no iba de uniforme y ella con uno de sus vestidos de Zara: bonito, pero barato. No daremos el pego... Nos van a pillar seguro. La desilusión comenzó a invadirla, cuando una carcajada de Erika le llegó a los oídos. Nunca la había oído reírse y entonces lo agradeció, pues eran tan aguda que resultó desagradable. Sin embargo, aquel ruidito repulsivo provocó que se le ocurriera una gran idea. Según Jero, Rubén controlaba bastante del tema. Además, ella misma sabía que Rubén era miembro de una familia rica y poderosa, por lo que era bastante probable que Rubén pudiera acceder a la fiesta en El palacio de cristal con facilidad. Al pensar tantas veces en él, en su nombre, el beso que se habían dado volvió a quemarle en los labios, como si fuera un fénix renaciendo de sus cenizas ya frías. Se descubrió a sí misma acariciándose la boca de forma distraída. Jero no le dio ninguna importancia, seguramente pensaría que estaba abstraída, pero no podía mentirse a sí misma: lo hacía por él, por Rubén, aquel maldito chico que la volvía loca con su extraña forma de actuar. Incluso después de cenar, seguían buscando una forma de poder ir a la fiesta. - Podríamos hablar con Santi - decía Jero con aire pensativo, mientras subían por las escaleras hacia el segundo piso.- Somos amigos y también es de familia pija, puede que pueda conseguirnos entradas...

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- ¿Santi? - Pero si va a nuestra clase - Jero la miró con los ojos muy abiertos, como si no se creyera lo que acababa de oír. Después suspiró, agitando la cabeza de un lado a otro.- Deberías relacionarte más o serás la marginada de clase. - Voy a obviar ese comentario. - Santi es muy majo. Tania puso los ojos en blanco. No dudaba que lo fuera, pero no estaba como para cultivar su vida social, sobre todo cuando estaba convencida de que ese tal Santi, al igual que el resto de sus compañeros, prefería mantenerse alejado de ella. Estaba pensando en eso cuando llegaron a la puerta de su habitación, donde tuvo que contener un suspiro: resultaba de lo más desazonador estar en el dormitorio junto a Erika y sus miradas asesinas. Jero sonrió con suficiencia, como diciéndole sin palabras que la entendía. Después se despidieron y ella entró en la habitación, donde encontró a Erika sentada en las rodillas de Rubén. Durante un segundo fue como si sus pulmones se hubieran encogido tanto que le resultaba imposible respirar. Por suerte, pudo reaccionar con rapidez, sentándose en su cama y escondiéndose detrás del primer libro que cogió. A decir verdad no leía, pero necesitaba refugiarse donde fuera. No estaban haciendo nada, tan sólo revisar el trabajo que tenían que entregar al día siguiente. No obstante, la familiaridad entre ellos era tan dolorosa que Tania seguía sin recuperar la respiración. Cuando alzó la mirada por encima del libro, se dio cuenta de que Rubén la estaba mirando a ella, no a Erika que seguía concentrada en el portátil de color rosa. Le pareció que, de repente, el chico se divertía, pero entonces volvió a fingir que leía. De hecho, permaneció así hasta que los otros dos se pusieron en pie y comenzaron a despedirse. Y sucedió algo que no había esperado. Erika abrazó a Rubén, pero él, de alguna manera, se las apañó para que la chica quedara de espaldas a Tania. Entonces volvió a mirarla a los ojos, le mostró un sobre y se lo lanzó. Después, simplemente, dijo adiós antes de marcharse. Ignoró la mirada de superioridad y la sonrisa petulante de Erika, puesto que estaba demasiado ocupada con el sobre. Fue entonces cuando reparó en que Rubén había escrito algo en él:

Cuánto has tardado en subir a la habitación. Sé que no me creerás, pero te he estado esperando. PD: Tienes que enseñarme a leer al revés.

Aterrada, desvió la mirada hacia el libro que había fingido leer y que había depositado sobre sus muslos. Efectivamente, estaba al revés. Sintió que hasta la punta de las orejas le ardía. ¿Cómo se podía ser tan idiota? ¿Cómo? Tuvo unas ganas locas de estampar su propia cabeza contra la pared, que tenía a sus espaldas, en repetidas ocasiones. En su lugar, hizo algo más práctico: abrió el sobre para encontrar otro más pequeño, de papel más caro y elegante. En él estaba escrito su propio nombre con letras sofisticadas, que simulaban una caligrafía apretada y floreada. Dentro había una tarjeta de tacto suave donde encontró un texto con la misma tipografía que rezaba:

Por la presente se invita a la señorita Tania Esparza a la fiesta que tendrá lugar el próximo sábado en El palacio de cristal a partir de las 9 de la noche. Podrá acudir acompañada.

Se despide atentamente, Leonor Benavente.

- ¡Oh, Dios mío!

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Tuvo ganas de ponerse a gritar y a saltar, pero se contuvo a duras penas. Sonrió como una pánfila, mientras volvía a guardar la invitación en el sobre. Después se tumbó en la cama, aplastándolo sobre su pecho con cariño. Iba a poder ver a Rondador Nocturno, iba a recuperar a su padre y, sobre todo, sería gracias a Rubén, que la había ayudado sin que se lo hubieran pedido.

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Capítulo 11 El palacio de cristal

El viernes por la tarde Lucía fue a buscarlos al internado y, después, los acomodó en su casa. Habían decidido acudir a ella porque sería más fácil marcharse sin dar demasiadas explicaciones, ya que Lucía no estaba al corriente de sus pesquisas como era el caso de Álvaro. El hombre, de hecho, les había llamado para indicarles que seguía sin encontrar el libro que estaban buscando, el que tenía información sobre la caja de música de Perrault. El sábado por la mañana se despertaron temprano, puesto que querían ir al rastro a buscar una caja de música que diera el pego. Lucía ya había salido por cuestiones de trabajo. Les había dejado una nota dándoles los buenos días, donde, además, les indicaba que se sintieran como en su casa y que esperaba verlos antes de que se marcharan al cumpleaños de Clara. Al ver el trozo de papel manuscrito, el gesto de Tania cambió y, de hecho, no desayunó nada, ni siquiera se bebió un vaso de leche o un café. Eso preocupó a Jero. Desde que se conocían, la había visto pasar por todo tipo de circunstancias y nunca, jamás, había perdido el apetito. Por eso, justo cuando se detuvieron en un puesto lleno de antigüedades, no pudo soportarlo más: - Deja de sentirte culpable, mujer. Tania alzó sus rubias cejas. Éstas trazaron un arco perfecto. Además, había abierto un poco los labios, por lo que éstos adquirieron la forma de una graciosa o. - No le estás mintiendo a Lucía por razones malas o egoístas. - Lo sé - asintió ella.- Pero... - ¡Nada de peros! Estás siendo muy valiente y vas a recuperar a tu padre, así que deja de estar tan triste. ¿Vale? - le pidió con una sonrisa de oreja a oreja. Tania había estado observando una caja de música, que seguía entre sus manos. Durante un segundo, posó sus ojos castaños en el pequeño objeto, aunque Jero se percató de que curvaba sus finos labios. Sonreía. Sonreía gracias a él. Se sintió muy orgulloso de pronto, además de aliviado, pues sabía que su amiga estaba mucho mejor. Él también desvió su atención hacia la serie de antigüedades que había en aquel pequeño y atestado puesto, eligiendo un espejo de cobre bruñido que parecía muy, muy viejo. Encogió un poco el cuello, alzando los hombros para encorvarse, y movió los dedos con lentitud, mientras decía con voz nasal que intentaba parecer la de una anciana: - Espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino? Tania se echó a reír. - Qué tonto eres - logró articular; los ojos se le cerraban al reírse tanto. - ¿Cómo? ¿Qué no lo soy yo? - prosiguió con su imitación de la bruja de Blancanieves.- Oh, ya veo... Uh, voy a tener que matar a cierta rubia de piernas largas - Tania quedo levemente aturullada, pero él ya estaba embalado.- ¿Sabes dónde vive Patricia Conde? - Ja-ja, qué gracioso. Le dio un codazo como si estuviera ofendida, pero Jero sabía que estaba siendo cariñosa, por lo que sonrió y la siguió a través del gentío.

Tras rebuscar en el rastro y en varias tiendas de antigüedades, que estaban esparcidas a lo largo de Madrid, lograron encontrar una caja de música que les convenciera. Tras guardarla en el bolso de la chica, se encaminaron a casa de Lucía. Comieron solos, puesto que Lucía seguía con aquel cursillo y tomaría cualquier cosa con sus compañeros, lo que les permitió hablar con libertad de lo que iban a hacer por la noche.

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- Hemos perdido la mañana con la caja - observó Tania, mordisqueándose nerviosamente las uñas de la mano derecha.- Luego tendremos que ir a buscar algo de ropa... No creo que te dejen entrar en vaqueros, ni a mí con un vestido de Bershka. - ¿Crees que será fácil hacerse con un esmoquin? La mirada de Jero seguía distraídamente los círculos que trazaba el tupper que estaban calentando en el microondas. - No creo que sea necesario un esmoquin, señor Bond. - Vaya... Siempre he querido ponerme uno. - Buff - resopló la chica, pasándose una mano por el rubio cabello. El microondas pitó, por lo que ella lo abrió y colocó el tupper en medio de la mesa; Jero se apresuró a repartir el contenido entre los dos platos, mientras ella se dejaba caer en una silla.- Si no estuviera convencida de que tío Álvaro me encerraría de saber lo que vamos a hacer, le pediría ayuda. Seguro que él sabe cómo vestir. - No le des tanta importancia. Sinceramente, mientras no vayamos desnudos, seguro que vamos bien - su amigo se encogió de hombros. Ojalá todo fuera tan fácil. - Creo que es necesario algo más que eso. Revolvió las lentejas con la cuchara por hacer algo. A medida que se acercaba la fiesta, el nudo de su estómago se iba apretando más y más. Ni siquiera podía comer. Estaba a punto de hacer el esfuerzo monumental de llevarse una cucharada a la boca, cuando escuchó el timbre de la puerta. Jero había enarcado las cejas, curioso, pero ella no le prestó atención alguna: bastante tenía con salir corriendo hacia la puerta, todavía nerviosa y sin saber por qué. Se encontró con un mensajero que traía entre las manos dos paquetes blancos de tamaño considerable; uno de ellos, además, llevaba un lazo de tul plateado. Tras darle las gracias al hombre, cerró la puerta y fue directa a la cocina por pura inercia. Una vez ahí, echó un vistazo a la estancia, sin saber muy bien dónde dejarlos. Al final, los colocó en la encimera con sumo cuidado, sin darse cuenta, una vez más, de las miradas curiosas que le lanzaba Jero. Y es que estaba demasiado ocupada escuchando los atronadores latidos de su corazón. Sobre el paquete que estaba arriba, colocado entre el bonito y esmerado lazo plateado, había un sobre con su nombre manuscrito. Era la letra de Rubén. Era, de nuevo, la ayuda de Rubén. Las manos le temblaban de pura emoción, no podía ni concentrarse en abrir el sobre; sonreía sin parar y tenía unas ganas insostenibles de reírse como si fuera idiota. Todo por ver su nombre escrito con la caligrafía de Rubén. - ¿Te ayudo? - preguntó Jero. Hizo un gesto con la mano para indicarle que no, dándole la espalda para rasgar el borde superior del sobre. No fue consciente de hacerlo, ni siquiera sabía cómo lo hizo.

Espero ayudarte un poco más con esto. Es lo menos que puedo hacer por ti. Lamento no poder acompañarte. Lamento todavía más no poder verte con él. PD: Creo que el color te favorece, aunque no entiendo mucho. Ya me lo dirás cuando nos volvamos a ver. Suerte esta noche.

Rubén. Guardó la nota dentro del sobre, lo dejó con sumo cuidado sobre la encimera y, después, se quedó contemplando el primer paquete un instante. Después, con la delicadeza de quien está llevando a cabo una ceremonia importante e íntima, deshizo el lazo y apartó la tapa. Se encontró con el vestido más bonito que jamás había visto.

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Era de una tonalidad rosa tan clara que no llegaba a distinguirse si era de esa color o blanco. El corpiño era un palabra de honor y daba la sensación de ser rígido, además estaba cubierto de la más delicada pedrería. Donde éste acababa, se iniciaba la caída vaporosa de la falda que estaba plegada como las túnicas romanas; en realidad era una capa muy, muy fina sobre otra de tela sedosa que tenía forma de campana. Lo alzó con suavidad, quedándose extasiada al verlo, al tocarlo. Era un vestido maravilloso, precioso, era... Era... Es perfecto. - Vaya - Jero soltó un silbido, aunque el sonido le llegó lejano, como si su amigo se encontrara a mundos de distancia.- Qué bonito - se acercó a ella, sonriendo.- Al parecer tienes un hada madrina. Dime, ¿quién...? - de pronto se le congeló la sonrisa en los labios. - Es de Rubén - le informó, radiante. - Claro... En su mismo paquete había una caja de zapatos a juego, además de un pequeño bolso de mano. Por eso, se preguntó qué habría en el otro. No tardó en descubrirlo: un elegante esmoquin negro con camisa blanca. - Eh, mira, también tienes hado madrino - se volvió hacia él, curvando los labios todavía más, ya no podía controlarlos.- Además, lo que querías: un esmoquin. Vas a parecer James Bond. - Genial... Ni siquiera notó la desazón en la voz de Jero, se limitó a coger su regalo e ir a su cuarto, donde se encerró para poder tumbarse en la cama y contemplar la breve nota como si fuera la más bella obra de arte.

Se miró en el espejo. El esmoquin le sentaba como un guante, se ajustaba perfectamente a su cuerpo y le hacía parecer elegante, esbelto, como si fuera alguien importante, un espía guapo y rompecorazones... Le hacía parecer tantas cosas que no era y que jamás sería que, también, le hacía sentirse incómodo, como si estuviera disfrazado. Como si fuera disfrazado de él. De Rubén. Intentó peinarse el negro cabello, pero siempre se le desordenaba y se le ondulaba sobre los ojos, así que desistió y fue hacia el salón donde esperó. Tampoco tuvo que hacerlo mucho. De hecho, cuando estaba contemplando un punto cualquiera del infinito sin pensar nada en concreto, escuchó una leve tos. Se volvió automáticamente hacia ella, sin ni siquiera fijarse en lo que hacía, lo que fue peor, pues la visión le noqueó. Tania estaba debajo del quicio de la puerta, mirándole con ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja en los labios. Éstos estaban pintados de un bonito rosa claro, que casi relucía tanto como los ojos castaños de la chica. Había ladeado un poco la cabeza. Parecía expectante, como si esperase su juicio. - Madre... Mía. Sus palabras la hicieron reír. También parecieron desinhibirla, puesto que, mientras las carcajadas seguían escapándose de su hermosa y sensual boca, comenzó a girar sobre sí misma. Al detenerse, ladeó la cabeza y un ondulado mechón de pelo rubio se le escurrió por el hombro. - ¿Doy el pego? Creo que doy el pego - le dijo ella, todavía nerviosa.- ¿Te gusta? - ¿Q-qué si me gusta? - Tania le sonrió, asintiendo un poco, como animándole.- Claro. ¡Sí! ¡Estás tan...! Tan... ¡Bonita! Y tanto que lo estaba. Estaba condenadamente bonita. El vestido le sentaba como un guante. El color combinaba perfectamente con la piel nacarada de Tania, dándole un aspecto delicado, como de muñeca. Llevaba un par de pasadores a

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juego, retirándole el cabello a ambos lados del rostro; además, se lo había ondulado ligeramente, por lo que una especie de tirabuzones grandes le caían por la espalda. Parecía sacada de una antigua película de Hollywood, de las que eran en blanco y negro y rezumaban magia en cada fotograma. Eso hacía que, además de bonita, fuera especial. - Tú estás muy guapo - le sonrió ella, mientras se colocaba un chal.- ¿Nos vamos? Asintió torpemente, pues seguía impresionado por la presencia y la belleza de Tania. No es que le sorprendiera que fuera guapa, lo había sabido desde que la conoció, pero jamás había visto a nadie tan hermoso, superaba a las estrellas, tanto a las del cielo como a las que poblaban las películas que tanto le gustaban. De hecho, el tenerla a su lado le atontó durante un rato. Apenas fue consciente del viaje en taxi hasta El palacio de cristal, por eso, de pronto, se halló frente a un edificio impresionante. Se sintió un poco estúpido por no conocerlo. Su nombre lo describía a la perfección, puesto que parecía un palacio de cristal, casi como si lo hubieran sacado de un cuento y lo hubieran colocado en aquella zona alejada de la civilización. No era demasiado grande, sería del tamaño de una casa de campo, pero tenía tantas luces azuladas y tantas ventanas que parecía enteramente hecho de cristal. A medida que avanzaron hacia la puerta, se dio cuenta de que estaba en el inicio de un asombroso laberinto de esponjosos setos. Éstos también estaban decorados con elaboradas telarañas de luces blancas, plateadas y azules. Tania se encargó de mostrar la entrada a la persona que estaba en la entrada. Después, le sujetó de la mano y lo guió hacia el interior del edificio, que estaba lleno de gente bailando y bebiendo. Ahí estaban. Ya habían llegado a la meta. Por fin. ¿Y qué tenían que hacer a continuación? Miró a Tania en busca de ayuda, pero su amiga también parecía haberse desinflado, como si tampoco supiera qué hacer. Se percató de que la chica temblaba, seguramente estaría tan nerviosa como emocionada, así que miró en derredor; cuando localizó a un camarero que en su bandeja llevaba una serie de copas de champagne, fue directo hacia él y cogió dos. Regresó al lado de Tania, tendiéndole una, mientras él se terminaba el contenido de la otra. - Ahora mismo no sé si me siento como Harry Potter en la prueba final del Torneo de los tres magos o como Julia Roberts en Pretty woman - admitió. Hizo una mueca.- Aunque, bueno, no soy una prostituta a tu servicio... Tania siguió callada. - ¿Pasa algo? Claro que pasa. ¿Pero cómo puedes preguntar cosas tan obvias, idiota? - Tenemos que encontrar a Rondador - le dijo, aunque Jero tenía la sensación de que se lo decía más a sí misma que a él.- Sombrero negro y cinta blanca. - Tú no llevas lo acordado - observó de repente. - Creo que es mejor así. Mejor que me acerque a él que al revés. Estaba siendo lista. ¿Y si era una trampa? Él lo había pensado muchas veces, pero no había querido decírselo para no desanimarla... No. No era por eso. Era para que no lo echara de su lado, para que no creyera que era un cobarde y que no la apoyaba, por eso se había callado tantas veces. Le quitó la copa de la mano y depositó ambas en la primera bandeja que vio, aunque fuera una llena de canapés. Después, se volvió hacia ella, le sujetó de la mano y la guió a través de la sala, mientras le murmuraba: - Busquemos a Rondador. Estuvieron recorriendo todo el lugar e inspeccionando a todos los invitados, aunque no encontraron ni rastro de Rondador Nocturno. A medida que la noche avanzaba, a medida que se

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topaban con una negativa tras otra, el ánimo de Tania fue volviéndose inestable. A veces temblaba, otras parecía que se iba a echar a llorar, muchas temía que se pusiera a gritar y a destrozar todo... Al final, tras revisar a una pareja que acababa de llegar y volver a descubrir que no había rastro del dichoso sobrero, Tania explotó. No gritó. No montó un espectáculo. Simplemente un torrente de lágrimas silenciosas recorrieron sus mejillas, al mismo tiempo que daba media vuelta y se dirigía hacia el laberinto de setos. Jero la siguió a cierta distancia, puesto que sabía que muchas veces se necesitaba estar solo. La chica se había internado bastante, hasta dar con una especie de plaza donde había dos bancos, uno frente al otro, formando un círculo. Se había dejado caer en uno de aquellos asientos de piedra, agachando la cabeza, por lo que entre su pelo y las sombras le cubrieron el rostro. Aún así, podía escuchar a la perfección sus gemidos, por lo que sabía que estaba llorando. No sabía qué decirle. No sabía cómo ayudarla. Sólo sabía que si Tania seguía llorando, su corazón no lo soportaría y acabaría roto. Por eso, apartó la mirada. Observó las estrellas, el perfil de la luna creciente, los mullidos setos... Le pareció ver una sombra sobre éstos. Sintió un escalofrío. Entrecerró los ojos para comprobar si todo era producto de su imaginación o si de verdad había algo ahí... Pero no tuvo tiempo de hacerlo. Alguien se precipitó sobre él con la fuerza de un huracán. Lo agarró de un brazo, tirando de él. Empezó a escuchar un ruido extraño, escandaloso; un ruido que conocía, no sabía de qué, pero lo conocía y, aún así, le resultaba irreal. Aquella misteriosa fuerza siguió conduciéndole hacia delante, incluso cuando se reunieron con Tania. Al instante siguiente, los tres caían al suelo con brusquedad, quedando ocultos entre las sombras de un estrecho pasillo de vegetación. - Quietos - siseó una voz femenina. Fue entonces cuando lo comprendió. Podía ser a causa de la calma tras unos instantes tan intensos, podía ser el frío suelo contra sus piernas o el ruido de la respiración entrecortada de Tania... Podían ser tantas cosas las que le llevaron a la conclusión adecuada, que no tenía ni idea de cuál fue la exacta. Sólo sabía que aquel incesante ruido tan familiar y artificial al mismo tiempo era de unos disparos. Les habían disparado. Tal y como habían caído, sentía a Tania contra él, así que se dedicó a cogerle la mano, mientras su misteriosa salvadora se ponía en pie. Un instante antes había estado rebuscando en algo, seguramente un bolso o, al menos, eso deducía Jero, puesto que la oscuridad le impedía ver cualquier cosa más concreta que formas y sombras. Su salvadora fue hasta el borde del pasillo, donde se asomó para hacer algo que pasó desapercibido para Jero. ¿Por qué no llegaba la luz hasta ahí? Recordaba que las complicadas lucecitas se extendían a lo largo del jardín, laberinto incluido. - Ya está - dijo la voz femenina, saliendo al claro.- Vamos, dejad de perder el tiempo y seguidme. ¡Vamos! - resopló, alzando la voz. Agarró a Tania del codo para arrastrarla detrás de la misteriosa chica. ¿Qué narices acaba de pasar? Nos han disparado. No puedo creer que nos hayan disparado. Tania debía de estar todavía más asombrada e impresionada que él, pues le costó guiarla a lo largo del laberinto. De hecho, la chica trastabilló y estuvo a punto de caer, aunque Jero pudo sostenerla, instándola delicadamente a continuar. - No os deis prisa, ¿eh? Total, ni que vuestra vida dependiera de ello. - Creo que está en shock - añadió a modo de excusa. - Haz que se calme.

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Claro. Como si fuera tan sencillo. ¿Cómo narices iba a lograr que Tania saliera de aquella especie de abotargamiento? A decir verdad, ni siquiera sabía si estaba tan mal o no, pues no podía verle la cara en la oscuridad. - ¿Y la luz? - La habrán apagado para dejaros indefensos... Más todavía - le explicó su salvadora. - ¿Quiénes? Era la primera vez que Tania hablaba desde que los hechos se precipitaron, por lo que Jero soltó un suspiro: había vuelto. - Primero os saco de esta con vida, después hablamos. Otra primera vez. En aquella ocasión fue la primera vez que su salvadora les habló de una forma más suave, no tan brusca y malhumorada. Al escucharla así, aquella voz femenina le recordó a la de alguien que conocía, aunque no llegaba a caer en la cuenta de quién se trataba. Siguieron avanzando hasta que, al fin, se hizo la luz. Habían llegado al edificio, donde la fiesta continuaba como si no hubiera ocurrido nada. La misteriosa chica se detuvo frente a ellos, justo en la salida del laberinto, por lo que su figura se recortó contra el brillante resplandor que emitían las miles de bombillas. Pareció relajarse, como si creyera que estaban a salvo de una vez, quedándose quieta un instante. Al siguiente, se giró hacia ellos con rapidez, desplegando una larga melena que pareció estar hecha de oro al contraste con la luz de la fiesta. Llevaba un bonito vestido negro, decorado únicamente por una cinta blanca. - ¿Rondador? - susurró Tania, siseando después.- ¡Tú! La sorpresa que pudiera sentir su amiga fue nimia comparada con la suya. Conocía a Rondador Nocturno. Corrección: creía que conocía a Rondador Nocturno, pues nunca se imaginó que Ariadne Navarro intentaría engañarle y mucho menos matarle.