29
Capítulo 18 La importancia de llamarse Tania <<Hola, Tania... Bueno, yo... Que sólo quería desearte suerte. Espero que encuentres algo que te ayude en la búsqueda de tu padre. Te lo habría dicho en persona, pero... Bueno, creo que así es mejor para ti. Yo... Estoy aquí, ¿vale? Si me necesitas, llámame. Suerte, Tania.>> Un pitido marcó el final del mensaje. Tania suspiró, dejándose caer sobre la cama. Era una cama de matrimonio, pulcramente hecha y cubierta con una colcha extremadamente suave de color azul celeste. Aquella misma tarde, tras finalizar las clases y preparar la maleta, se montó en el coche de Colbert junto a Ariadne y Jero. Según Nicoletta, Ismael Prádanos vivía en Salamanca bajo una identidad falsa, por lo que habían acordado ir a visitarle el fin de semana. Si por ella habría sido, habría acudido inmediatamente, pero Ariadne había insistido en que era mejor no levantar sospechas (seguía increíblemente paranoica en lo que a Deker Sterling se trataba) y por eso habían esperado a tener una excusa para poder ausentarse del internado. Tras casi tres horas de viaje habían llegado a aquel hotel de cuatro estrellas, donde los cuatro se habían separado. Habían acordado visitar a Prádanos al día siguiente para poder pasar la noche tranquilamente y descansar un poco. Había intentado rebatir aquello, pero ninguno de los otros tres cedió y, además, recibió aquel maldito mensaje de voz de Rubén. Ya lo había escuchado ocho veces. Le encantaba oír su voz. Aquel mensaje le recordó todas las dudas que Rubén le provocaba, las que se estaba tragando ella sola sin poder hacer nada más que rumiarlas en silencio. Qué patética se sentía. ¿Y si llamaba a Clara para conversar? Solía hacerlo de vez en cuando, se esforzaba en mantener el contacto, pero en aquel tema no le servía de nada: ni siquiera conocía a Rubén. Se dio cuenta de que necesitaba un punto de vista racional, pragmático... Y tenía a la persona idónea justo a su lado. Acudió a la habitación y llamó a la puerta, la cual se abrió inmediatamente. Le sorprendió ver una sonrisa tan radiante en el rostro de Ariadne, aunque enseguida se marchitó. Entonces recordó la disparatada teoría de Jero, la que le había susurrado tras volver del pueblo el día que conocieron a Colbert; según su amigo, Ariadne y Colbert estaban juntos. Empezaba a sospechar que podría ser verdad. - No sé si molesto... - En estos momentos no. ¿Ocurre algo? - ¿Podemos hablar? Ariadne no parecía muy por la labor, aunque se hizo a un lado para que pasara. Tania se dio prisa, no fuera a ser que la chica se arrepintiera. Observó que la habitación de ésta era exactamente igual que la suya, pero parecía que Ariadne llevaba ahí más tiempo: la colcha estaba arrugada y llena de todo tipo de comestibles como bolsas de patatas fritas, gominolas, caramelos o chocolatinas. Podían escuchar la televisión, que estaba encendida, así que Tania se acercó un poco, lo suficiente para descubrir que Ariadne estaba viendo Bob Esponja. - ¿Dibujos animados? - se extrañó. - En primer lugar, dejemos una cosa clara - le advirtió la chica, alzando un dedo con aire severo.- Bob Esponja mola. Tengas cuatro años, tengas noventa y cuatro. ¿Entendido? - Tania asintió rápidamente, no quería discutir sobre una esponja amarilla con ojos.- En segundo lugar, no creo que hayas venido a cuestionar mi exquisito gusto televisivo. - La verdad es que no.

Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Siguiendo las indicaciones de la médium, Tania junto a sus amigos Jero y Ariadne, además de Colbert, viajan hasta Salamanca en busca de Ismael Prádanos, que permanece oculto. No obstante, las cosas no les resultarán nada fáciles y algo les está esperando a la vuelta de la esquina: las consecuencias de las palabras de Deker Sterling.

Citation preview

Page 1: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Capítulo 18 La importancia de llamarse Tania

<<Hola, Tania... Bueno, yo... Que sólo quería desearte suerte. Espero que encuentres algo que te ayude en la búsqueda de tu padre. Te lo habría dicho en persona, pero... Bueno, creo que así es mejor para ti. Yo... Estoy aquí, ¿vale? Si me necesitas, llámame. Suerte, Tania.>> Un pitido marcó el final del mensaje. Tania suspiró, dejándose caer sobre la cama. Era una cama de matrimonio, pulcramente hecha y cubierta con una colcha extremadamente suave de color azul celeste. Aquella misma tarde, tras finalizar las clases y preparar la maleta, se montó en el coche de Colbert junto a Ariadne y Jero. Según Nicoletta, Ismael Prádanos vivía en Salamanca bajo una identidad falsa, por lo que habían acordado ir a visitarle el fin de semana. Si por ella habría sido, habría acudido inmediatamente, pero Ariadne había insistido en que era mejor no levantar sospechas (seguía increíblemente paranoica en lo que a Deker Sterling se trataba) y por eso habían esperado a tener una excusa para poder ausentarse del internado. Tras casi tres horas de viaje habían llegado a aquel hotel de cuatro estrellas, donde los cuatro se habían separado. Habían acordado visitar a Prádanos al día siguiente para poder pasar la noche tranquilamente y descansar un poco. Había intentado rebatir aquello, pero ninguno de los otros tres cedió y, además, recibió aquel maldito mensaje de voz de Rubén. Ya lo había escuchado ocho veces. Le encantaba oír su voz. Aquel mensaje le recordó todas las dudas que Rubén le provocaba, las que se estaba tragando ella sola sin poder hacer nada más que rumiarlas en silencio. Qué patética se sentía. ¿Y si llamaba a Clara para conversar? Solía hacerlo de vez en cuando, se esforzaba en mantener el contacto, pero en aquel tema no le servía de nada: ni siquiera conocía a Rubén. Se dio cuenta de que necesitaba un punto de vista racional, pragmático... Y tenía a la persona idónea justo a su lado. Acudió a la habitación y llamó a la puerta, la cual se abrió inmediatamente. Le sorprendió ver una sonrisa tan radiante en el rostro de Ariadne, aunque enseguida se marchitó. Entonces recordó la disparatada teoría de Jero, la que le había susurrado tras volver del pueblo el día que conocieron a Colbert; según su amigo, Ariadne y Colbert estaban juntos. Empezaba a sospechar que podría ser verdad. - No sé si molesto... - En estos momentos no. ¿Ocurre algo? - ¿Podemos hablar? Ariadne no parecía muy por la labor, aunque se hizo a un lado para que pasara. Tania se dio prisa, no fuera a ser que la chica se arrepintiera. Observó que la habitación de ésta era exactamente igual que la suya, pero parecía que Ariadne llevaba ahí más tiempo: la colcha estaba arrugada y llena de todo tipo de comestibles como bolsas de patatas fritas, gominolas, caramelos o chocolatinas. Podían escuchar la televisión, que estaba encendida, así que Tania se acercó un poco, lo suficiente para descubrir que Ariadne estaba viendo Bob Esponja. - ¿Dibujos animados? - se extrañó. - En primer lugar, dejemos una cosa clara - le advirtió la chica, alzando un dedo con aire severo.- Bob Esponja mola. Tengas cuatro años, tengas noventa y cuatro. ¿Entendido? - Tania asintió rápidamente, no quería discutir sobre una esponja amarilla con ojos.- En segundo lugar, no creo que hayas venido a cuestionar mi exquisito gusto televisivo. - La verdad es que no.

Page 2: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Ariadne asintió antes de tirarse sobre la cama, apoyando la espalda en el cabecero y cruzando las piernas a la altura de los tobillos, mientras se hacía con una bolsa de gominolas extra ácidas. La observaba atentamente, por lo que Tania, un poco cohibida, se acomodó en una esquina, jugueteando nerviosamente con su teléfono móvil. - Antes de que todo esto ocurriera, me encontré con Rubén Ugarte en una discoteca. Nos miramos y, bueno, nos gustamos al instante. Estuvimos hablando y paseando y... Al escucharla, Ariadne casi se atragantó, aunque logró decir: - ¡Espera, espera, espera! ¿Me estás pidiendo consejo amoroso? - Sí. - ¿A mí? - Sí. - ¿Y no sería mejor que fueras al Diario de Patricia? O, no sé, llama a una señora de estas que echan las cartas o... No sé... ¿Y si te compras una revista de estas para chicas? ¿No hay ninguna que tenga un consultorio o algo? Para algo tiene que servir la SuperPop, digo yo. - Quiero hablarlo contigo. - ¿Pero por qué? - Ariadne parecía estar al borde del ataque de nervios, lo que provocó que Tania quisiera morirse de la risa, nunca la había visto así.- Quiero decir, yo... No creo que sea la mejor opción, la verdad - depositó la bolsa sobre la cama, retirándose el pelo de la cara, casi histérica.- Mira, no creo que veamos la vida desde la misma perspectiva, ¿entiendes? - En estos momentos no tengo perspectiva, así que cualquiera me vendría bien. - ¿Y si vemos algún episodio de Física o química? Seguro que hay tienes la respuesta, por haber había hasta tríos... Negó con un gesto, necesitaba hablar con ella. Ariadne suspiró, pasándose después una mano por el rostro. - Vale. Bien - asintió a regañadientes; alzó un dedo, como si fuera a advertirla.- Pero si luego acabas traumatizada o metes la pata gracias a mí, no quiero responsabilidades. Yo ya te he advertido, que conste. Y Tania pasó a contarle todo. Le relató el día en que se conocieron, los días en los que soñaba con él y era lo único bueno que había en su vida, el día en el que se reencontraron... Le explicó todo con pelos y señales. Ariadne escuchó en silencio, atenta, aunque, eso sí, no dejó de comer durante un solo segundo, ¿pero dónde metía tanta cosa? Cuando acabó, Tania también estaba tumbada en la cama y se permitió el poder coger un par de patatas fritas, no le hacía demasiada gracia el dulce. - Y bien, ¿qué opinas? - le preguntó. - Erika es una petarda... - No era precisamente lo que estaba buscando - rió Tania. - Si no me interrumpieras...- suspiró Ariadne con una mueca.- Decía que mientras que Erika es una pedorra, tú eres maja. Es decir, que es perfectamente normal que Rubén te prefiera y eso es lo que me mosquea. - ¿Eh? - ¿Por qué Rubén se empeña en seguir con Erika? Está claro que quiere estar contigo o, al menos, echarte un buen... - ¡Te he entendido! - la interrumpió Tania, sonrojándose al instante.- Y está claro por qué sigue con ella - susurró, desanimada.- Porque la quiere. Sólo por eso. Claro, yo le atraigo, pero a ella la ama. - Dudo que alguien pueda amar a Erika Cremonte. - No es tan mala. Cabeceó un poco, lo suficiente para darle a entender a Ariadne que se estaba pasando un poco con Erika. Sí, no estaban en el mejor momento, pero también era para entenderla, al fin y al cabo cualquiera podía tener celos. - Eso díselo a todas las chicas a las que ha hecho llorar.

Page 3: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Tú has hecho llorar a toda la parte masculina del internado. - Es diferente - repuso Ariadne muy seria, acompañándose de un ademán.- Yo no insulto a nadie ni ataco, simplemente rechazo peticiones. Erika no. A Erika le divierte meterse con los demás, quedar por encima de ellos... ¿O acaso crees que no disfruta haciéndose la víctima y dejándote a ti como la puta oficial del internado Bécquer? Debía reconocer que ni siquiera había pensado en eso. Al día siguiente Tania se despertó muy temprano. Estaba histérica ante la expectativa de conocer, al fin, a Ismael Prádanos. Sabía que no iba a lograr nada con semejante ataque de nervios, así que se dio un baño mientras escuchaba algo de música y después se vistió con mucha calma. Se puso unos vaqueros, un jersey fino de rayas moradas y rosa claro, además de unas manoletinas plateadas; por encima, se colocó su abrigo blanco de tipo marinero. Tras peinarse la rubia cabellera en dos coletas bajas, salió al pasillo donde Ariadne miraba con cara de malas purgas a Colbert. ¿Habrían discutido? - No me mires así - decía él, parecía cansado. - Cada vez eres más cobarde y cada vez duele más. Ariadne se recostó en la pared, masajeándose las sienes. Tras mirar a ambos lados, lo que hizo que Tania se escondiera detrás de su puerta para seguir observando la escena, se dejó caer, sentándose en la blanca moqueta. Colbert suspiró, acuclillándose ante ella. - Sabes que no puede ser, Ariadne. - No puede ser sólo porque tú no quieres que sea. - No soy uno de vosotros. La mayoría de los tuyos no pueden ni verme - la voz del joven estaba teñida de dolor y amargura, incluso había apretado los puños. Al instante siguiente, sólo parecía infinitamente triste, mientras acariciaba el pelo de la chica.- Sabes bien que nací en el seno del clan de los asesinos... Y sabes que tú eres la princesa, la heredera, no permitirán que estemos juntos nunca. La princesa no puede estar con un asesino. - Tú no eres un asesino. - Pero tú eres una princesa. Se estaban mirando fijamente y a Tania se le encogió el corazón por el dolor que había entre ellos, por la injusticia que destilaba toda la situación... Entonces Jero salió de su dormitorio y los dos se separaron con rapidez; además, la chica se había puesto en pie, fingiendo colocarse bien el pañuelo de un brillante turquesa que llevaba. Jero se quedó un instante quieto, cohibido, pero al siguiente echó una mirada a Ariadne y silbó: - Nacida para seducir, ¿eh? - bromeó. La interpelada sonrió momentáneamente, agradecida, antes de echar un vistazo a lo que llevaba puesto: una minifalda vaquera, una cazadora de cuero negra que, al llevar abierta, dejaba entrever una camiseta blanca y, además, unas botas altas negras y el pañuelo turquesa. - Hay vida más allá del uniforme, ya ves. Tania decidió salir de su habitación en ese momento, fingiendo que no había visto la escena entre su amiga y Colbert. Por eso, se limitó a dar los buenos días. Entraron en una sala pintada de blanco con grandes techos abovedados y cuyas cuatro paredes estaban absolutamente cubiertas de estanterías infestadas de libros. El segundo piso era un pasillo que recorría dichas estanterías. Mientras que enfrente de éstas había hileras de sillas de madera, en el centro de la sala había una serie de mesas. Según les había explicado Ariadne mientras se dirigían ahí, se trataba de la biblioteca conocida como General histórica o, más comúnmente, la antigua biblioteca. Como indicaba su nombre era la más longeva, de hecho fue la primera biblioteca de la universidad de Salamanca. - Según Nicoletta, Ismael Prádanos pasa aquí los sábados - susurró Colbert. Pero ninguno le estaba haciendo caso, pues en cuanto pusieron un pie en aquella sala, Jero murmuró:

Page 4: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Este sitio me da mal rollo. No dejo de pensar que el Tuno negro nos va a matar. - Tranquilo, lo único que podría matarte es la película en sí de mala que es - resopló Ariadne, poniendo los ojos en blanco. - ¿Podemos concentrarnos, por favor? - pidió Tania irritada. Los cuatro alzaron el rostro, mirando en derredor, buscando a Ismael Prádanos en aquella habitación que no tenía pérdida. Y, de hecho, lo encontraron en aquella especie de balcón que rodeaba a las estanterías. Tenía un libro en las manos, que no tardó en soltar, al mismo tiempo que caía; lo vieron aterrizar pesadamente sobre el ejemplar que había sostenido hacía poco. - ¿Qué coño...? Ariadne ni siquiera terminó la pregunta, se dedicó a correr junto a Colbert hasta alcanzar una escalera de caracol que había en una esquina. Gracias a ella accedieron al segundo piso, donde pudieron encontrar a un hombre que había pasado los cuarenta. Estaba en el suelo, boqueando en un vano intento por respirar, mientras su cuerpo sufría violentos espasmos. - Veneno - murmuró Colbert nada más verlo. Pero Tania no le escuchó, se arrodilló al lado del hombre. Tenía el pelo ralo de un rubio apagado, como si lo estuviera perdiendo poco a poco, de hecho había hebras plateadas en sus sienes. La nariz demasiado grande, unas gafas de montura cuadrada que se le habían caído y un cuerpo tirando a fofo... Justo igual que en las fotos. Era Ismael Prádanos. Aunque no conocía a ese hombre, le angustió verlo en ese estado, por eso, mientras le volvía a colocas las gafas en su sitio con delicadeza, las lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas. - Llamad a una ambulancia - pidió con un hilo de voz. Sintió una mano en su espalda, por lo que se volvió. Ismael seguía jadeando. Ariadne estaba a su lado, apretándole el hombro con suavidad; Colbert estaba detrás de ella, en tensión, como si temiera que les fueran a atacar; Jero permanecía varios pasos por detrás, pálido y tembloroso, visiblemente sobrepasado por las circunstancias. - No se va a salvar - le informó la chica. - ¡No lo sabes! ¡Llama! ¡He dicho que llames! - rugió, histérica. - Está aquí - dijo entonces Ismael. Se volvió hacia él, la miraba con los ojos muy abiertos, casi como si estuviera loco.- Vete... Ta... Tania... Sálvate... Co... Corre...- logró articular; las manos le temblaban muchísimo, pero pudo sujetarla con vehemencia.- Me... Traicionado... Creía... Era... mi amig... Dejó de agarrarla. Dejó de hablar. Dejó de respirar. Tania sintió que el aire abandonaba sus pulmones, aunque no se quedó quieta, agarró a Ismael Prádanos de la camisa y comenzó a zarandearlo. - ¡No te mueras! - gritó.- ¡No te atrevas a morirte! ¡Tienes que ayudarme, tienes que llevarme a mi padre! ¡Eres lo único que tengo! - le dolía la garganta, incluso los pulmones de tanto que había gritado. Ni siquiera había funcionado. Detrás de las gafas, los ojos de Ismael seguían en blanco; su pecho seguía sin moverse... Seguía muerto.- No... Te... Mueras... Se dejó caer sobre el cadáver del hombre y se echó a llorar.

Sabía que Tania no lloraba por la muerte de Ismael Prádanos, sino porque creía que había perdido la última oportunidad de encontrar a su padre. Quizás, por eso se mostró más fría que comprensiva y la apartó del cadáver. Lo primero en lo que reparó fue en el pinchazo que había tras la oreja de Prádanos; era una de las tácticas más limpias de los asesinos, introducían un veneno extremadamente raro con algún tipo de dardo y, así, lo hacían pasar por un infarto. Nadie se detenía a buscar un pinchacito de nada detrás de la oreja.

Page 5: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Eso significa dos cosas. Una, sin lugar a dudas un asesino se les había adelantado; dos, ese mismo asesino todavía estaría rondando por ahí, ya que el veneno solía actuar con mucha rapidez. Lo que le llevaba a una conclusión inequívoca: estaban en peligro. Con sus ágiles manos, acostumbradas a cachear a personas para robarles sus objetos preciados casi a la velocidad de la luz, examinó el cuerpo y se hizo con su identificación de profesor, además de los dos manojos de llaves que portaba consigo. Escondió sus nuevas posesiones en su cazadora, a sabiendas de que ninguno de sus acompañantes se habría dado cuenta. No quería discutir con ellos y sabía que ni Jero ni Tania se tomarían bien el que acabara de robarle a un muerto. Se puso en pie, arrastrando consigo a Tania que seguía sollozando. - Luego, si quieres, te limpias los mocos con mi camiseta, pero ahora cállate - le susurró con firmeza.- Tenemos que irnos sin hacer ruido. - ¿Asesinos? - murmuró Colbert. Asintió en silencio. Entonces los cuatro bajaron por las escaleras y, cuando alcanzaron el suelo, se dieron cuenta de que no estaban solos. Alguien acababa de entrar en la biblioteca. Su alta figura se recortaba contra la brillante luz del día que entraba por la puerta. El recién llegado dio un par de pasos más, mientras ellos permanecían quietos, atentos, tensos. Se trataba de un hombre realmente guapo y con buen gusto al vestir: llevaba un traje de marca realmente bonito... Lo que quería decir que, además, era pudiente. Eso, junto a su hermoso cabello rubio, que llevaba un poco largo y peinado graciosamente, y junto al agraciado rostro cargado de magnetismo le hacía un gran partido... Si no fuera un asqueroso asesino, claro está. A Ariadne no le habían pasado desapercibidos los guantes de cuero que lucía, ni la bolsa negra que colgaba de un hombro donde se oía el tintineo de las armas cada vez que se movía. El asesino de Ismael Prádanos les había encontrado. - ¿Tío Álvaro? Se volvió hacia Tania a toda velocidad, sorprendida. Un momento, ¿ese individuo era Álvaro Torres? ¿El mejor amigo de Mateo Esparza? - No quiero causar problemas - dijo Álvaro. No pudo decir nada más, pues Colbert siseó algo y se abalanzó sobre él. Los dos salieron despedidos hacia atrás, aterrizando sobre las escaleras de piedra que conducían a la biblioteca. Una vez en el suelo del pasillo, comenzaron a revolverse por el suelo, intercambiando golpes. Ariadne intercambió una mirada atónita con cada uno de sus compañeros, antes de que los tres les siguieran. Por el rabillo del ojo vio que Tania estaba pálida, descompuesta, lo que no era de extrañar dada la situación. Sin embargo, no podían permitirse el lujo de ponerse a intercambiar sentimientos y a consolarse, primero debían de salir de ahí con vida. En cuando bajó un peldaño, se quedó helada, pues acababa de ser consciente de seguían sin estar solos. A un lado del corredor había un grupo de personas encapuchadas que vestían completamente de negro. No eran ladrones, tampoco asesinos... Y eso era lo que más le inquietaba. Por eso, agarró a Tania y a Jero de las manos y los obligó a terminar de bajar las escaleras, dirigiéndose hacia el lado que estaba vacío. - Eh... Chicos, me gusta ver a dos tiarrones zurrándose como la que más, pero... Alguien se ha colado en nuestra fiesta y con “alguien” quiero decir “grupo de encapuchados con pinta de satánicos que dan muy mal rollo”. Colbert y Álvaro se detuvieron. Y entonces los hechos se precipitaron. Los dos hombres se pusieron en pie de un salto para encarar a los recién llegados, que se acercaban a toda velocidad; al mismo tiempo, Colbert gritó que se marcharan. Un segundo después, aceptaba un arma que Álvaro le había pasado tras sacarla de la mochila negra. Otro, y plantaba cara salvajemente a los recién llegados. - Colbert...- dijo con un hilo de voz, asustada por él.

Page 6: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- ¡Vete! Tienes que salvarlos. Ya sabes que me sé cuidar solo, ¡maldita sea! Asintió débilmente, sabiendo que Colbert tenía razón. Si ella estaba presente sólo sería una molestia, se preocuparía en protegerla y no en cuidar de sí mismo. Después agarró a sus dos amigos para arrastrarlos por el pasillo. En cuanto comprobó que la seguían, corrió todavía más hasta alcanzar la empinada escalera que llevaba a la planta baja. Se trataba de una escalera de tres tramos, decorada con motivos que indicaban el arduo camino que seguían los estudiantes para acceder al conocimiento. En aquellos momentos, descendiendo los escalones de piedra a toda velocidad, lo que le parecía arduo era eso. Menuda escalera incómoda de los huevos... Fue la primera en alcanzar la planta baja y, por tanto, la primera en darse cuenta que aquella zona tampoco estaba vacía. Había dos personas más vestidas completamente de negro y con una amplia capucha que les cubría el rostro por completo. Cuando soñaba con parecerme a Harry Potter, no pretendía vérmelas con imitadores de los dementores... Tania llegó a su lado, la agarró del brazo y echó a correr hacia la salida. Uno de esos tipos salió a su encuentro, por lo que le hincó el codo en el estómago antes de encarar al otro a quien le asestó una patada entre las piernas. Al verlo caer al suelo de rodillas, aprovechó para pegarle un puñetazo en todo el rostro, dejándolo inconsciente. - Los has dejado...- musitó Tania. - Lo sé - asintió ella, mientras registraba a uno de los hombres. Encontró un walkie talkie entre las prendas negras, que no dudó en llevárselo al oído: <<La chica escapa. Baja hacia la planta baja. Repito: Tania Esparza se dirige hacia la planta baja, que acudan refuerzos inmediatamente.>> - Ariadne - la llamó Tania. - ¿Si? - ¿Dónde está Jero? - ¿Eh? - Jero - Tania miraba de un lado a otro, asustada.- No está. ¿Dónde está? Cuando hemos empezado a correr estaba a mi lado, pero ahora... - Yo lo buscaré, tranquila. - Pero... - Vamos, acompáñame. No era la primera vez que visitaba las Escuelas Mayores, el edificio más antiguo y también el más emblemático de la Universidad de Salamanca. De hecho, en una ocasión robó un códice encantado de la biblioteca antigua. Por eso lo conocía bien y por eso no tardó en encontrar el aula conocida como Fray Luis de León. Era su favorita porque era la única que no había sido reconstruida, seguía teniendo los mismos viejos asientos hechos con vigas de madera. Para una amante del arte como ella, aquello era casi la sala del tesoro. ¿Qué lugar mejor que ese para llevar a cabo su plan? Con rapidez forzó la entrada e hizo pasar a Tania, cerrando la puerta tras ellas. Después le indicó que la siguiera a lo largo del aula, exactamente hasta llegar al fondo donde subieron unas escaleras. Una vez subidas al púlpito, Ariadne volvió a usar su entrenamiento para abrir la puerta que había ahí y, de nuevo, indicarle a Tania que entrara. - ¿Pero qué estamos haciendo? - quiso saber la chica. - Perdóname, Tania, pero no puedo arriesgarme. - ¿Eh? Antes de que la muchacha pudiera siquiera reaccionar, le presionó un pañuelo contra la nariz, lo que provocó que Tania se desmayara. La dejó tumbada en el suelo, tirando el clínex lejos de ella. Desde muy pequeña se había habituado a llevar una serie de cosas cada vez que salía en una misión; una de esas cosas era un supuesto bote de cacao que, en realidad, llevaba una pomada de cloroformo. Nunca se sabía cuándo vendría bien narcotizar a alguien.

Page 7: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- No puedo arriesgarme a que te cojan. Le acarició el flequillo un instante, después salió corriendo, cerrando la puerta tras ella. Su intención era llamar un poco la atención y darles esquinazo, alejándolos de su amiga. Pero, entonces, un estruendo resonó por el claustro, lo que la obligó a volverse... Justo a tiempo de ver el espectáculo más horrible al que jamás había asistido. Primero fue la lluvia de cristales. Luego vino él. Observó como Colbert caía al vacío, como aterrizaba violentamente sobre la verde hierba del claustro. El estrépito que provocó le revolvió el estómago. El silencio que le siguió hizo que el miedo atenazara su corazón. No se quedó quieta. Corrió. Salió del patio. Entró en el claustro. Al ver el cuerpo tan cerca, su cuerpo comenzó a no responderle. Cada paso que daba le costaba una barbaridad, aunque, al final, logró alcanzar a Colbert. Quiso echarse a llorar. Apenas se movía, ni siquiera el pecho parecía trabajar y, además, estaba cubierto de sangre; en sus ojos, por otro lado, todavía quedaba vida. Ariadne no podía respirar, ya no. Se dejó caer a su lado, hincando las rodillas en el suelo, mientras sus manos, de algún modo, encontraban el camino hacia los brazos de Colbert. Se aferró a él. Los ojos le ardían, lo que le resultó irónico, pues podía sentir el agua fría que emanaba de ellos y caía por el precipicio de sus mejillas. - Ariadne...- logró pronunciar él. - Shh, calla, no malgastes energías - le susurró con dulzura, acariciándole primero la sien y bajando después los dedos hasta su barbilla; se le tiñeron de escarlata.- Vas a tener que aguantar un poco, ¿sabes? Pero pediré ayuda y te salvarás... - ... Perdóname... - ¡Calla! - ... No cumpliré... Mi promesa... - No - más que hablar o gritar, simplemente lloró.- ¡No te puedes morir! ¡Tú no! Colby, escúchame, quédate conmigo, ¿vale? Aguanta, ¡no te mueras, maldita sea! Colbert la miró a los ojos, entre sus ensangrentados labios brilló fugazmente su sonrisa; al mismo tiempo, logró alzar una mano que apoyó en su nuca para, así, poder deslizar los dedos por su largo cabello. - ¿Te he dicho ya cuánto me gusta tu pelo? Se quedó así un instante, pero al siguiente sus ojos perdieron color, mientras él caía hacia atrás. Ariadne abrió los ojos de forma desmesuradamente, antes de zarandearle para despertarle, pero no lo logró. No, Colbert no iba a despertarse más. Por eso, hundió el rostro en su pecho, sin poder dejar de llorar. No tardó en escuchar el jaleo que organizaron los encapuchados al bajar por la escalera, por lo que hizo de tripas corazón y se puso en pie dispuesta a huir. Salió despedida hacia la salida, secándose las lágrimas con el dorso de la mano, no iba a permitir que aquellos imitadores de los Nazgûl la vieran así. No llegó muy lejos. En la puerta aparecieron tres encapuchados más. Estaba rodeada. Se preguntó si podría derribar a los recién llegados y perderse entre la multitud, pero uno de ellos debió de imaginarlo porque dijo con una voz grave y ronca: - Yo que tú ni lo intentaría, preciosa. No eres rival para nosotros tres. - Quizás vosotros no sois rivales para mí. - Puede que no sea la chica que buscamos - dijo otro de los encapuchados de la puerta; éste hablaba con suavidad, además de con un ligero acento inglés.- Deberíamos asegurarnos - se acercó a ella, tendiéndole una mano.- Su nombre, milady. Se quedó callada, no les iba a poner las cosas fáciles.

Page 8: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

El hombre de acento inglés dio un paso hacia ella, ladeando la cabeza, por lo que la capucha se movió un poco, dejando de ver una sonrisa sibilina y unos labios secos. A Ariadne le recordó a una serpiente. - Quiero hacerlo por las buenas, pero, si me obliga, puedo hacerlo por las malas - apenas le separaban un par de centímetros, Ariadne nunca se había sentido tan arrinconada.- Y le aseguro que dolerá - hizo una pausa, alzando una mano para retirarle un mechón de pelo detrás de la oreja.- No deseo hacerle daño, milady. Por favor, su nombre. - Tania. Tania Esparza. Aquel hombre, casi a la velocidad de la luz, se colocó detrás de ella, rodeándole el cuello con el brazo y apretando. Ariadne pensó que se ahogaba, intentó liberarse, pero la fuerza que ejercía aquel maldito bastardo era demasiada. Todo se hizo negro. Había caído inconsciente.

Page 9: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Capítulo 19 Angustia

Le dolía una barbaridad la cabeza. Sin abrir los ojos, se dedicó a masajearse primero la frente y luego las sienes. Menudo sueño raro había tenido... ¿O no? Se incorporó de un salto. No, no había sido un sueño, había sido todo real: el viaje a Salamanca, la muerte de Ismael Prádanos, la súbita aparición de Álvaro... Todo. Miró en derredor, estaba sola. No le sorprendía, pues había supuesto que si Ariadne le había drogado era para protegerla. Sin embargo, el que nadie estuviera con ella, la inquietó, ¿y si había ocurrido algo? ¿Y si habían secuestrado a todos los demás? ¿Y por qué narices Ariadne le había dejado una llave en la palma de la mano? Decidió que lo mejor era dejarse de teorías y comprobarlo por sí misma, así que se puso en pie y salió del despacho y también del aula teniendo cuidado. Sin embargo, por más que se recorrió el edificio de cabo a rabo, no encontró nada. ¿Qué narices había ocurrido? ¿Dónde estaban los demás? ¿Seguiría en peligro? Abandonó el edificio para mezclarse con el gentío que poblaba Salamanca, fingiendo ser una más y, de paso, sintiéndose un poco más segura. Acabó metiéndose en la cafetería más atestada que encontró, donde se pidió un café para despejarse y donde pudo detenerse a pensar en su próximo movimiento. Al final, tras darle varias vueltas, acabó tomando una decisión.

Gracias por existir, videojuegos. Una hora sin pensar y contando. Rubén apretó una complicada combinación de botones en el mando y asistió, sonriente, al grotesco espectáculo que ofreció el protagonista del videojuego al aniquilar a una horda de zombies asesinos. Soltó una exclamación de júbilo antes de proseguir con la aventura digital, aunque no durante más de dos minutos, pues las piernas de su madre se interpusieron entre él y la enorme pantalla plana. Demasiado bonito para ser verdad. Sic. Pulsó el botón de pausa y depositó el mando en el suelo, mientras echaba la cabeza un poco hacia atrás, lo suficiente para poder verla. Su madre llevaba una elegante falda de tubo gris, además de una blusa de diseño complicado de color blanco perla. Entre su buen gusto al vestir, lo alta que era y lo guapa parecía una estrella de cine. Su madre tenía las facciones muy suaves, dulces, que se acentuaban gracias a las esponjosas ondas de su cabello rubio. En aquel momento no había su ternura habitual, sino un gesto suspicaz, preocupado y duro, que hizo que Rubén supiera sobre qué le iba a preguntar. - ¿No te ha acompañado Erika este fin de semana? - No. Su madre torció los labios y colocó las manos sobre sus caderas. No era buena señal. Iba a caerle una buena bronca, aunque ya no era ninguna novedad, incluso desde antes del verano el tema de Erika se había torcido. Cerró los ojos, pensar en todo lo que había acontecido en el curso anterior le dolía. - ¿Sigues pensando en esa otra chica? - No es asunto tuyo. - ¡Sí, sí que lo es! Rubén se puso en pie, apretando los puños para controlar la ira que le embriagaba. Sabía por dónde iba a ir la conversación y le enfurecía. Estaba harto del discurso de su madre, estaba harto de su situación, de tener que controlarse y reprimir la fuerte atracción que sentía hacia

Page 10: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Tania. Si fuera eso, tampoco le importaría tanto, pero no dejaba de herirla y no podía evitarlo y todo por aquel maldito discurso chantajista que iba a escuchar de nuevo. - Basta - pidió. - ¡No! - prosiguió su madre, mirándole con severidad.- Ya sabes todo lo que hemos perdido, Rubén. También sabes cuánto necesitamos a Erika. Lo tuyo con ella tiene que funcionar para poder acceder a su familia. ¡Necesitamos a su familia! Porque no pienso volver a pasar por lo que ya sabemos, hijo. La desesperación, la incertidumbre... La pobreza, la soledad... La soledad me espera a mí, mamá. Por suerte, su teléfono móvil comenzó a sonar, cortando la discusión. Al mirar la pantalla descubrió que no era un número conocido, pero en el fondo sabía quién era. Por eso, mintió descaradamente a su madre: - Es Erika. Voy a hacerte feliz - gruñó, dirigiéndose hacia las escaleras. Las subió de dos en dos, llegando a su dormitorio en tiempo récord. Cerró la puerta, apoyando la espalda en ésta mientras aceptaba la llamada. - Tania, ¿eres tú? - ¡Rubén! - la chica pareció terriblemente aliviada al escucharle.- Yo... Tengo que pedirte algo. Es un lío, pero... No sé a quién más recurrir y, bueno, como tú me dijiste... Ya sabes, me hiciste prometer que te pediría ayuda... - Tania - la interrumpió, estaba demasiado nerviosa y había empezado a divagar.- Quiero ayudarte. No hace falta que te justifiques, sólo dime qué hago. - ¿Podrías venir a Salamanca? - ¿Qué haces en Salamanca? - No me fío de contártelo por teléfono. - Vale... Cojo la moto y voy hacia allí, creo que podría estar en dos horas y media. ¿Cómo nos encontramos? ¿Estás en un hotel o...? - Te espero en una de las terrazas de la Plaza mayor. - ¿Sabes la de gente que hay ahí? - Nos encontraremos.

El bullicio de la Plaza mayor de Salamanca la tranquilizaba, se sentía segura entre tanta gente, puesto que no creía que nadie la fuera a atacar y exponerse tanto. Al menos, en las películas la cosa siempre funcionaba así. Tras beber un poco más de su tercera Coca-cola, miró de nuevo el reloj de su muñeca. Rubén debería haber llegado ya. ¿Le habría sucedido algo? Pero, de pronto, alguien le dio un beso en la mejilla y se sentó a su lado, al mismo tiempo que la saludaba con naturalidad: - Hola, cariño, ¿has estado esperando mucho? Rubén estaba en la silla de su derecha, llevaba unas gafas de sol, una cazadora marrón y debajo una camiseta verde y negra. - Un poco - respondió, confusa. Se acercó a él para susurrar.- ¿Qué haces? - Dada tu llamada al estilo espía, he pensado que, quizás, sería mejor disimular. Vamos, que mejor un besito en la mejilla que comenzar a hablar del lío en que te has metido, no vaya a ser que alguien nos esté mirando. - Te has metido pronto en situación - comentó, divertida. - Quería demostrarte que puedo ser tu James Bond - curvó los labios hacia un lado, lo que le dio un aire canalla.- ¿Has pagado? - en cuanto ella asintió, Rubén se puso en pie y le tendió una mano.- Entonces vámonos - Tania la aceptó, viéndose arrastrada por la plaza, mientras el chico le susurraba.- He tardado porque primero he cogido una habitación en un hotel. Allí podemos hablar tranquilos... Si te parece bien, claro. Asintió. ¿Cómo no iba a parecerle bien?

Page 11: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

La condujo hasta un hotel de aspecto humilde, no tenía nada que ver ni con el que había elegido Ariadne ni con los que solía frecuentar con su padre cuando viajaban a la ciudad. Sin apenas compartir un par de palabras, subieron a la habitación. Una vez ahí, Tania se tiró en la cama, agradecida de poder descansar. - Habría elegido algo de más categoría - dijo Rubén, que miraba con visible desagrado las cortinas que cubrían la ventana.- Pero al final me he puesto un poco paranoico y me ha dado miedo que, de algún modo, mi madre se enterara de que estaba en una habitación contigo. - ¿Tu madre es muy severa? - Una plasta. - Todos lo son en mayor o menor medida. - Mi madre lo es en mayor, créeme - suspiró, sentándose a su lado en la cama. Después se encogió de hombros, añadiendo.- Sé que tiene sus motivos, porque los tiene, pero... Podría darse cuenta de que me ahoga, ¿sabes? Ya no te digo que lo tenga en cuenta, sólo que piense en ello - volvió a exhalar un suspiro, antes de agitar la cabeza con ímpetu.- No he venido hasta aquí para quejarme de mi madre, ¿qué ha pasado? - A decir verdad no lo sé - Tania se frotó las palmas de sus manos contra la cara.- Un amigo de Ariadne, nos trajo hasta aquí para visitar a Ismael Prádanos, un amigo de mi padre que lo ayudaba en sus pesquisas. - ¿Ariadne? ¿La princesa de hielo? - No es de hielo. Es... Ariadne. - Ah... Es sorprendente que la conozcas - observó con una mueca.- Aunque, bueno, eso no es lo importante. ¿Fuisteis a ver al amigo de tu padre? - Sabíamos que estaba en la biblioteca antigua de la universidad, así que fuimos ahí, pero...- de pronto su garganta se transformó en arena, aunque, tras tragar algo de saliva, logró continuar.- Lo encontramos muerto. - ¿Muerto? Ella asintió con un gesto. - Y entonces descubrimos que había sido asesinado hacía poco y... En ese momento apareció mi tío Álvaro - se le quebró la voz, volvía a tener ganas de llorar.- Lo mató él, Rubén. Todo este tiempo nos ha estado engañando... Creo que él... Creo que traicionó a mi padre. Rubén se acercó a ella, pasándole un brazo por la cintura para atraerla hacia él; con la otra mano le secó las mejillas. - ¿Os hizo algo? - Colbert y él empezaron a pegarse, pero... Aparecieron otras personas. Iban encapuchadas y debían de ser peligrosas porque Colbert y Álvaro dejaron de pelearse entre sí para hacerles frente - hizo una pausa, humedeciéndose los labios.- Entonces huimos y... No sé cómo, te juro que no sé cómo, pero Jero de pronto desapareció... Y luego Ariadne me pidió perdón y me dejó inconsciente y... Cuando he despertado, no sabía qué hacer: me daba miedo volver al hotel, ¿y si me esperaban ahí? ¿Y dónde estaban los demás? - Shh, calma, calma - susurró Rubén, acunándola entre sus brazos.- Todo va a salir bien, ¿de acuerdo? Tú y yo vamos a tranquilizarnos y vamos a pensar y vamos a solucionar la papeleta. Por algún motivo que se escapaba a la lógica, le creyó.

Ay, qué dolor, copón... Jero se llevó las manos a la cabeza, colocándose en posición fetal, mientras rememoraba sus últimos recuerdos. Primero Ariadne le había cogido de la mano para arrastrarle en aquella carrera frenética, pero había acabado soltándole y justo a tiempo; ni ella ni Tania se habían dado cuenta, pero él sí, uno de aquellos encapuchados se acercaba a las chicas. Por eso, se abalanzó sobre él y acabaron tirados por el suelo, rodando uno contra otros.

Page 12: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Después de eso no había nada. ¡Las chicas! ¿Están bien las chicas? Se incorporó como impulsado por un resorte, mirando en derredor, como enajenado, buscando a sus amigas. Pero no conoció el lugar donde estaba. Se trataba de una habitación con una cama de matrimonio, donde él se hallaba, y una cómoda bastante vieja. - Tranquilo, Jero, el peligro se ha pasado. Estás solo, bueno, conmigo. Se quedó lívido al reconocer la voz, pero, sobre todo, cuando se giró y encontró a Álvaro Torres sentado en el quicio de la ventana fumando.

- Está claro que Ariadne te dejó inconsciente y encerrada ahí para que no te atraparan, lo que me lleva a pensar que te están buscando a ti - observó Rubén con aire pensativo.- Cuando aparecieron los encapuchados, ¿fueron directamente a por ti? - No, más bien nos siguieron a nosotras - respondió Tania, distraída, acababa de darse cuenta de algo.- A pesar de perder a Jero en la huída, vinieron a por nosotras. De hecho, Ariadne me dijo que había oído por el walkie que enviaban refuerzos... ¿Crees que venían a por mí pero que no sabían cómo era? - Sí. Y creo que La princesa se hizo pasar por ti. - ¡No la llames así! - Vale, vale... Rubén había alzado las manos en señal de tregua, mientras Tania seguía con los labios fruncidos, reflexionando. - ¿Y qué pasa con los demás? ¿Qué pasa con Jero? ¿Dónde está? - Quizás se lo llevaron. Quizás atraparon a todos. - No - dijo Tania categóricamente.- No conoces a Ariadne, ella no se dejaría capturar jamás. Sé que ha escapado, ella ha escapado... Entonces, quizás, si encontramos a Ariadne, encontraremos a los demás. - Tania...- dijo Rubén con suavidad. - ¿Qué? - ¿No crees que si Ariadne hubiera escapado, habría ido a por ti? Cerró los ojos, noqueada por la realidad. Era algo que había estado rodando su cabeza, pero se había negado a pensar en ello, a darle forma. Si habían atrapado a Ariadne, a la famosa ladrona, ¿qué destino le esperaba a los demás? ¿Y a la propia Ariadne? ¿Le harían daño? Sintió los brazos de Rubén en torno a ella, también el pecho del chico sobre su espalda, la estaba rodeando y ella volvía a sentirse segura por estúpido que pareciera. Sin embargo, no se detuvo ni a saborear el momento, ni a pensar en ello, había cosas más urgentes de las que ocuparse, como salvar a sus amigos. - Me da miedo utilizar mi móvil, ¿sabes? - dijo entonces, sacando el pequeño aparato del bolsillo del pantalón.- ¿Y si lo rastrean o algo? - se quedó un instante callada, cerrando los ojos mientras resoplaba.- Y creo que he llamado a la persona equivocada. No te ofendas. - ¿Tienes el teléfono de un superhéroe ahí dentro? - Yo no, pero... Un momento. Prácticamente saltó de la cama para registrar su propio abrigo blanco, encontrando un teléfono móvil que no era suyo. No era el que le había visto a Ariadne, pero supuso que si salían en una misión o algo así no lo llevaría. No, usaría uno sin información, impersonal... Uno como ese que ni siquiera tenía fotos o música, sólo una agenda. - ¿Qué? - Es el móvil de Ariadne. - Creo que te ha dejado el móvil y la llave por algún motivo - Rubén se volvió hacia ella, que seguía examinando el teléfono.- ¿Se te ocurre por qué?

Page 13: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Con el móvil podría llamar a... La caballería. Dejémoslo así. Pero...- sacó la llave que había guardado en el bolsillo del vaquero.- ¿Y esto? - Tiene que abrir algo. - Qué deducción, Sherlock - le sacó la lengua. - Me refiero a algo significativo. Vamos, no creo que te haya dado la llave de su cuarto - el chico hizo una mueca.- Algo importante y que tenga que ver contigo o con tu padre. Y como si las palabras de Rubén fueran una especie de hechizo, Tania recordó a Ariadne tocando el cadáver de Ismael Prádanos. ¿Podría haberle robado la llave? Seguro que sí. No veía a su amiga con demasiados reparos en hacer algo así, seguro que pensaría que no había nada de malo en ello pues Ismael Prádanos ya no podría utilizarla. - Creo que sé de dónde podría ser. Por suerte, Rubén conocía lo suficiente Salamanca como para no tener problema en llegar al edificio donde había vivido Ismael Prádanos. Aparcó la moto cerca, pues ella seguía sin creer que estaban a salvo y acudieron al portal, que pudieron abrir con la llave. - Lo sabía - susurró Tania alegremente. Subieron al segundo piso, donde se encontraba el apartamento de Ismael Prádanos, al que pudieron acceder con la misma llave. Tania iba a comenzar a curiosear, cuando Rubén se colocó delante de ella en una clara actitud protectora. Durante un instante se quedó atónita, pero después comprendió a qué se debía. Delante de ellos, suspirando con aire aliviado, había un hombre alto, ataviado con traje. Lo reconoció nada más verlo, pero, a diferencia de en otras ocasiones, no se alegró de tenerlo delante. Todo lo contrario. - Es mi t... Es Álvaro - susurró. - Supongo que he dejado de ser tu tío - observó con suavidad el aludido. - Desde el momento en que traicionaste a mi padre - de pronto la furia hirvió dentro de ella, adelantó a Rubén, aunque éste se apresuró en cogerle y evitar que se acercara a Álvaro.- ¡Maldito traidor! ¡Sucio asesino de mierda! - rugió como una histérica, mientras pateaba el aire intentando librarse de su amigo.- ¿Qué has hecho con mi padre, eh? - Vaya...- Álvaro enarcó las cejas, asombrado, mientras emitía un silbido.- Menudo vocabulario. Para ser tú, claro - en sus labios apareció una sonrisa teñida de cariño.- Siempre has sido de las que dicen “jopetas”. - ¿Qué has hecho con los demás? ¿Los has matado igual que a Ismael Prádanos? - Tania, por favor, cálmate - le pidió con suavidad. - ¡Y una leche! - rugió la chica, sin dejar de forcejear con Rubén.- ¿Qué has hecho con mis amigos? ¿Dónde están? ¿Dónde está mi padre, maldito desgraciado? - Si no te tranquilizas... - ¡No pienso escucharte nunca más, maldito asesino! Álvaro puso los ojos en blanco, mientras deslizaba un dedo por una ceja, exhalando un profundo suspiro que denotaba cansancio. - De todas las cosas que podías aprender de Ariadne, tuviste que elegir precisamente esa - agitó la cabeza de un lado a otro, comenzando a pasear por el recibidor donde se encontraban.- Tu amiga es un tanto radical, por si no te has dado cuenta. Es demasiado severa con esa estúpida regla de un ladrón nunca roba una vida. Aquello la sorprendió tanto que dejó de luchar para quedarse quieta, como sin energías; sólo podía observar a Álvaro de hito en hito. - ¿La conoces? - Ariadne es un poco famosa en ciertos círculos - hizo un ademán desdeñoso con la mano, antes de reparar en ella, lo que le llevó a sonreír de nuevo, complacido.- Ah, veo que te has calmado. Bien, bien.

Page 14: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Tania no sabía cómo debía reaccionar: ¿debía acudir y soltarle un guantazo? ¿Dejar que se explicara? A decir verdad le estaban sucediendo tantas cosas que sólo pudo sentirse confusa. Por eso, decidió que lo mejor era aguardar, ver qué hacía Álvaro y reaccionar en consecuencia. Le hizo un gesto a Rubén, indicándole que le soltara. - Estás equivocada conmigo, cielo - le indicó y parecía hasta divertido. - Ya veremos - masculló Tania, cruzando los brazos sobre el pecho. El hombre, todavía con aquella radiante sonrisa danzando en sus labios, le hizo una seña para que esperara unos instantes. Desapareció del recibidor, al entrar en la habitación que había a la derecha, para volver a salir justo después con algo entre las manos. Bueno, algo no, alguien, pues Jero se revolvía y emitía ruidos ahogados, ya que le había amordazado. - ¡Jero! - exclamaron tanto Rubén como ella. Álvaro le quitó la cinta americana que el muchacho llevaba sobre los labios. Lo hizo con tal brusquedad que Jero comenzó a soltar quejidos y maldiciones a partes iguales, mientras corría hacia sus amigos. - ¡Me ha secuestrado! - voceó nada más verles. - Técnicamente... Sí - asintió el hombre, acompañándose de una mueca. - ¿Cómo qué técnicamente? - preguntó Jero con un tono demasiado alto.- ¡Lo has hecho y punto! ¡Nada de técnicamente ni...! - Otro exaltado. Bien - suspiró Álvaro. - ¿Pero estás bien? - quiso saber Rubén, visiblemente preocupado. - Eh... Sí, eso sí - asintió Jero. - A ver, chicos - Álvaro les mostró las palmas de las manos, pidiendo calma.- Quiero aclarar esto pronto porque estar aquí no es precisamente seguro. Sí, secuestré a Jero, pero lo hice porque el muy... Vamos a decir impredecible, se lanzó contra un Benavente, que le dejó K.O. - ¿Pero por qué hiciste eso? - le recriminó Tania. - ¡Para protegeros! ¡Iba a por vosotras! - Como iba diciendo - les interrumpió el hombre, sin perder la paciencia.- Si lo hubiera dejado ahí, le habrían matado o, peor, secuestrado. Por eso, acabé huyendo y me lo llevé para protegerle. Por el camino os busqué a vosotras dos, pero no os encontré, así que acabé en un hostal de mala muerte esperando a que La bella durmiente despertara. - Vale...- asintió Tania, acompañándose de un gesto de cabeza.- Eso explica el secuestro de Jero - tuvo que alzar una mano para evitar que su amigo protestara.- ¿Pero y qué pasa con Ismael Prádanos? ¿Por qué lo mataste? - No negaré que soy un asesino. Pertenezco al clan y, al parecer, debo oler como ellos visto como me han reconocido vuestros amiguitos ladrones - se encogió de hombros un instante y, después, clavó sus hermosos ojos en ella.- Pero te juro que ni he matado a Ismael Prádanos, ni he traicionado a tu padre. Jamás haría nada de eso. - ¿Por qué? - inquirió Rubén. - Porque los dos eran mis amigos. - ¿Los malos tienen amigos? - preguntó Jero. - No me considero un malo, que conste - dijo Álvaro seriamente; se pasó una mano por el pelo, de repente parecía triste.- Pero, sí, tengo tres amigos y nunca, jamás, les traicionaría. Y puedo demostrarlo. - ¿Cómo? - Tania no terminaba de fiarse. - ¿Cómo crees que tu padre, un profano en nuestro complejo mundo de ladrones y asesinos, encontró a Rondador Nocturno? Yo lo hice por él, usé mis contactos - hizo una pausa.- Y desde que desapareció te he estado vigilando, lo que me llevó a descubrir que habíais encontrado a Ismael. Vine para advertirle, para decirle que tenía que esconderse de nuevo... Pero llegué demasiado tarde. - Pero... ¿Por qué? ¿Por qué matarle?

Page 15: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- ¿Por qué va a ser, preciosa? Porque sabía demasiado... El conocimiento es poder y el poder te pinta una diana que nunca desaparece - volvió a mostrarse melancólico, aunque duró un instante, pues al siguiente les hizo una seña.- Seguidme. Los cuatro fueron hasta un pequeño salón donde, además de varias estanterías que iban del suelo al techo, únicamente había una mesa con una silla y un flexo. - Hemos estado aquí esperándote - le explicó Jero. - Mientras Jero dormía, regresé a la biblioteca y examiné el cuerpo de Ismael. Le habían quitado las llaves, así que supuse que Ariadne se las habría robado y que tarde o temprano vendría aquí...- se volvió hacia ellos, curvando los labios todavía más.- Ha sido una grata sorpresa el encontrarte a ti. Tú me importas. - ¿Y qué ha sido de Ariadne? Álvaro, que estaba frente a una estantería, se quedó quieto tal y como estaba: cabeza gacha y mano apoyada sobre un libro en concreto. - Me enteré de que los Benavente han atrapado a Tania Esparza. - Pero... - Pero estás aquí - Álvaro terminó la frase por ella, asintiendo casi imperceptiblemente.- Lo que quiere decir que... - Ariadne se hizo pasar por mí. - Lo que tu amiga querría buscar aquí es esto - cogió el libro que había estado tocando y se lo mostró momentáneamente.- Podemos verlo después, pero ahora nos vamos de aquí. De hecho, nos vamos de Salamanca. Ahora. Vamos.

Felipe volvió a mirar el reloj, nervioso. Ariadne y Colbert estaban tardando demasiado en establecer contacto. Apoyó la frente en la ventana de su despacho, observando como el cielo se había oscurecido y comenzaban a aparecer estrellas en él. ¿Por qué no le llamaban? Porque había sucedido algo, así de claro estaba. Sin embargo, el protocolo establecía que no haría nada hasta pasadas las veinticuatro horas sin haber podido comunicar con el ladrón en cuestión. Como odiaba el maldito protocolo en aquellas ocasiones, ¡se trataba de su sobrina! ¡Su única familia! Toc, toc. El corazón le dio un vuelco al descubrir que alguien había llamado a la puerta secreta, no a la del despacho. ¿Serían los chicos? Se obligó a controlarse, era el maldito líder del clan y debía mantener cierto comportamiento con el resto de los ladrones. Pero no fue un ladrón quien apareció tras la pared. Todo lo contrario: era un asesino, era Álvaro Torres. - ¿Qué haces tú aquí? - le preguntó, sorprendido. - Traerte a tus protegidos y una mala noticia. Mientras se acercaba a él, alargando la mano para apretarle el hombro, Felipe vio entrar a tres de sus alumnos: Tania Esparza, Jerónimo Sanz y Rubén Ugarte. Ni siquiera se detuvo a pensar en que Rubén no debería estar ahí, sólo podía hacerse una pregunta: ¿dónde coño estaba Ariadne? ¿Dónde estaba su sobrina? - Tenías razón - las manos de Álvaro se cerraron entorno a su mandíbula, obligándole a mirarle a los ojos.- ¿Me escuchas, Felipe? Tenías razón: estaban en peligro. - ¿Dónde está? - Es complicado, déjame contarte... Felipe se separó bruscamente, sintiendo que la angustia anidaba en su ser, tenía incluso ganas de vomitar. Le dio la espalda a Álvaro, mientras se pasaba ambas manos por el pelo y agitaba la cabeza de un lado a otro. - No está, ¿verdad?

Page 16: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- La han secuestrado. Habría querido golpear algo, más de un algo en realidad, pero sabía perfectamente que así no ayudaría a Ariadne en lo más mínimo. Si se había visto obligado a ser el maldito líder de los ladrones, a hacer todo lo que había hecho, le iba a sacar partido manteniendo la cabeza fría y salvando a su sobrina. - Lo primero es lo primero - dijo volviéndose para mirar fijamente a los tres adolescentes que aguardaban en silencio y con aire preocupado y también culpable.- ¿Vosotros tres estáis bien? - Rubén vive en la ignorancia, pero sobrevivirá por ahora - respondió Jero. - Estamos bien - asintió Tania con un hilo de voz. - ¿Alguno de los dos recuerda cómo ir a las habitaciones en las que estuvisteis la otra vez? - inquirió, observando que Jero hacía un gesto afirmativo.- Bien. Por ahora id ahí, ¿de acuerdo? Necesitáis descansar y supongo que el señor Ugarte necesitará sendas explicaciones. Encargaos vosotros por ahora, luego iré a visitaros. - Pero...- comenzó a decir Tania. - Ninguno de los tres pertenece a nuestro mundo - terció Felipe categóricamente.- No podemos tratar nuestros asuntos bajo vuestra atenta mirada - se obligó a recordar que los tres chavales no tenían la culpa de nada, por lo que se relajó un tanto y pudo dedicarles una sonrisa amable.- Sé que estáis preocupados por Ariadne, pero no podéis hacer nada. Descansad, en cuanto sepa algo os lo diré. Lo prometo. La muchacha abrió la boca, aunque debió de pensárselo mejor porque, de repente, la cerró y dejó que Jero la guiara al exterior. - Si hubiera tenido un profesor como tú, hasta habría ido a la escuela. Cruzó el despacho a zancadas para cerrar la puerta con llave, no quería que nadie les molestara. Después, fue hasta el sofá que tenía cerca y se dejó caer, mesándose el cabello, al mismo tiempo que alzaba la mirada para observar a Álvaro Torres. El hombre se había desprendido tanto del abrigo como de la oscura chaqueta del traje y los había depositado sobre el escritorio con sumo cuidado. A su vez, le estaba mirando con una expresión divertida, ladeando la cabeza. - Sigues siendo un gran mentiroso - le dijo. - Nunca tuve un profe enrollado como tú. - Deja de hablar como un colegial, anda - suspiró, recostándose en el sofá.- Y cuéntame lo sucedido. - Cuando llegué a Salamanca fui directamente a los Edificios Mayores y encontré a Ismael Prádanos muerto. Tus chicos debieron encontrarlo así también, pues el matón que empleas como guardaespaldas de tu sobrina se lanzó contra mí, creyendo que yo lo había asesinado - hizo una pausa, acercándose al sofá.- ¿Quieres una copa? - Quiero a mi sobrina. - Ariadne no está escondida en el último cajón de tu escritorio. El whisky sí. - Vale - suspiró; a decir verdad no le vendría mal, el miedo le estaba afectando demasiado y necesitaba calmarse un poco para poder pensar con claridad.- Y sigue con la historia. - El matón y yo nos estábamos zurrando de lo lindo, cuando aparecieron un montón de encapuchados - Álvaro había colocado dos vasos de plástico en la mesa y estaba sirviendo la bebida; se detuvo para mirarle a la cara.- No eran asesinos, tampoco ladrones. La cuestión es que el matón y yo les plantamos cara, mientras la chiquillería salió corriendo. Por el camino, por cierto, les atacó otro encapuchado, pero el chaval, Jero, le echó huevos y le derribó. Álvaro se sentó a su lado, tendiéndole un vaso, mientras vaciaba el contenido del suyo. - Eso me hizo ver que iban a por una de las chicas. A decir verdad, creí que la elegida era Ariadne, por eso de ser la única heredera y tal... Pero no. - ¿Querían a Tania? Álvaro asintió con un gesto.

Page 17: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Cogí a Jero y lo saqué de ahí, buscando de paso a las chicas. No había ni rastro de ellas, así que me escondí y atendí a Jero, que sólo tenía un buen chichón. Después, llamé a unos cuantos conocidos y descubrí que los Benavente estaban interesados en Tania y que, de hecho, habían conseguido atraparla. - Ariadne se hizo pasar por ella - dedujo Felipe, bebiendo de nuevo. - ¿Qué quieren los Benavente de Tania? Ella no es nadie. - ¿Crees que ellos tienen a su padre? - No - respondió Álvaro categóricamente, acompañándose de un movimiento de cabeza.- Descarté a los Benavente enseguida. Ni siquiera es lógico que lo secuestraran: no es uno de nosotros. - Tania tampoco. - Pero lo comprobé, por si acaso - insistió el hombre, enarcando después una ceja.- De hecho, estaban demasiado ocupados buscando al Zorro plateado y tú y yo sabemos por qué. No pudiste dejarlo pasar, ¿eh? Tuviste que quitarles a Olga, ¿eh? - Sabes lo que opino de esa gente. - Por eso te he traído esto - Álvaro fue hasta su abrigo durante un momento; cuando volvió, le tendió un ajado cuaderno de tapas de cuero marrones.- Le he echado un vistazo. Es muy completo. Si cae en malas manos... - No caerá en malas manos y las Damas tampoco. Se quedaron en silencio un instante. - Del chico no sé nada, por cierto. En cuanto vi que Jero estaba en peligro, me largué. Intenté que viniera conmigo, pero no quiso, siguió peleando. - Si han atrapado a Ariadne es porque Colbert ha muerto - dijo Felipe con un hilo de voz; cerró los ojos, apoyando la frente en el vaso vacío que todavía tenía entre las manos.- No puedo creerlo. Colbert muerto. Le conocía desde crío, ¿sabes? - No se puede hacer nada por los muertos, Felipe, ocupémonos de los vivos. - Intenta averiguar dónde la tienen los Benavente. - De acuerdo - asintió Álvaro, poniéndose en pie. Se acercó hasta el escritorio para coger sus cosas. Una vez se hubo puesto tanto la chaqueta como el abrigo, le miró dubitativo.- ¿Y qué vas a hacer tú? - Intentaré encontrarla por otras vías menos mundanas - Álvaro asintió, parecía estar satisfecha con su respuesta. Al ver que se dirigía a la salida, le llamó y, en cuanto el hombre se volvió hacia él, añadió.- Ten mucho cuidado: ha entrado un cuarto jugador en el juego. - Yo también había llegado a esa misma conclusión.

Page 18: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Capítulo 20 Deshacerse en pedazos

Cuando Ariadne despertó se sintió únicamente soñolienta, lo que le hizo deducir que sólo la habían drogado y no pegado. Agitó la cabeza con fuerza, intentando salir de aquel estado de abotargamiento. El pelo le cayó sobre los ojos, así intentó echárselo hacia atrás con un golpe de cabeza porque estaba maniatada. De hecho, además, estaba sentada en una silla, a la cual estaba atada con un grueso cinturón. ¡Maldita sea! Los cabrones saben lo que se hacen... ¿Qué les costaba poner unas cuerdas con sus nudos tan bonitos y tan fáciles de deshacer? Estuvo aguardando durante mucho rato, lo que provocó que se cabreara todavía más. Por si no tenía bastante con estar atada, ¡atada!, ahora además la ignoraban. Y sólo había una cosa que Ariadne odiaba que atacaran más que a su libertad: su orgullo. Puede que queráis torturarme, pero yo también os pienso torturar. Estaba planeando maneras de tocar las narices de sus captores, cuando se abrió la puerta de aquel zulo de paredes blanca y alógenos. A juzgar por su constitución, entraron dos hombres (uno bajo y rechoncho y otro alto y fornido) que llevaban máscara blanca e iban vestidos de negro de pies a cabeza. Eso estaba bien, quería decir que, a priori, no pensaban matarla, de ahí que no mostrasen sus rostros: si ella los recordaba y la liberaban, podría causarles problemas. Pero pensaba crearles unos cuantos quebraderos de cabeza por el camino. Por eso, soltó con mucho dramatismo: - Me llamo Ángela, me van a matar. - ¿Pero no se llamaba Tania? - preguntó, confundido, el alto. - Sí, eso creo... - ¡Jo, qué triste es la vida de villano! - exclamó ella, divertida.- No sólo no se tiene tiempo para ver películas, sino que no te das cuenta de que te están vacilando - les sonrió con petulancia.- Era una cita de Tesis, pedazo de genios. El más bajo se acercó a ella. Aunque no podía ver su rostro, supo que lo había enfadado, pues cada uno de sus gestos denotaba ira. El hombre se inclinó sobre ella, por lo que Ariadne pudo ver un par de ojos oscuros a través de los huecos de la máscara. Se quedó así, amenazante un instante, pero no tardó ni un segundo en arrearle un buen sopapo. La mejilla dañada le ardía de dolor, el pedazo de animal la había golpeado con todas sus fuerzas. Sin embargo, no iba a concederle el placer de mostrarle su aufrimiento, por lo que ladeó la cabeza y sonrió de forma burlona. - ¡Oh, qué machote! Pegando a una pobre chica indefensa como yo... Tu madre seguro que está orgullosa. - Una deslenguada - el bajito se apartó de ella.- Perfecto. No tardará en cantar mucho - le dijo a su compañero, que asintió con un gesto.- Aún podremos ir a tomar unas cañas, pero, antes... ¿Dónde tienes la caja de música?

- No voy a poder hacerlo - suspiró Tania. Tras que durmieran durante toda la noche del sábado, Felipe les despertó al llevarles el desayuno y, de paso, les informó que todavía no habían encontrado a Ariadne y que por la tarde deberían fingir haber vuelto y seguir como si nada. Debían de ir a la puerta principal por el patio para que nadie sospechara, pero Tania era incapaz de pensar en otra cosa que en su amiga. - Deberíamos estar buscando a Ariadne - insistió, cruzando los brazos sobre el pecho.

Page 19: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Somos como Dori y Marlin: nos pasamos la vida buscando a alguien - comentó Jero con una sonrisa, que se le congeló en los labios al ver el ceño fruncido de la chica. Alzó las manos a modo de petición de tregua.- Vale, vale, me meto las bromitas donde me quepan. - Perdónale - dijo entonces Rubén.- Cuando se pone nervioso, bromea. - ¿Y si le están torturando o algo? - No pienses en ello - le recomendó el chico, dándole un leve codazo.- Eh, mírame - puso un dedo en su barbilla para girarle la cara de tal manera que quedaron frente a frente.- Y no te sientas culpable. No tienes la culpa de nada. - ¡Eso! - corroboró Jero, asintiendo con la cabeza de forma un tanto frenética.- La culpa es de los cabrones que la han secuestrado. - Exacto - reafirmó Rubén. - Me sigue pareciendo mal que no hagamos nada - insistió ella, nada convencida. - Esa gente de la que me habéis hablado, los ladrones, ¿no? - Rubén frunció un poco el ceño, no muy seguro. En cuanto los otros dos asintieron en silencio, prosiguió, cogiendo la mano de Tania con suavidad.- Los ladrones se están encargando de buscarla y, no es por menospreciar vuestra labor, pero ellos están más preparados. Quiero decir, que Ariadne está en buenas manos, ellos lo harán mejor y tienen más recursos que nosotros. - Ni siquiera sabemos quién se la ha llevado y ellos sí - añadió Jero, pasándole un brazo por los hombros; le dedicó su radiante sonrisa.- Ya verás como en nada está rompiendo corazones por el pasillo y metiéndose conmigo. - Deberíamos irnos ya - observó Rubén. Tania suspiró, cogiendo su maleta. Después de abandonar la casa de Ismael Prádanos, Álvaro los dejó en su coche y en un visto y no visto fue hasta su hotel y recuperó las cosas de todos. Desearía que hubiera podido rescatar a Ariadne con tanta facilidad, con suerte lo haría pronto o, al menos, eso esperaba.

El golpe que recibió fue tal que cayó al suelo con silla incluida. Se raspó tanto el brazo como el torso y la mejilla, pero siguió mostrando su mejor expresión neutra. No iba a permitir que descubrieran que le dolía tanto que sólo quería irse a un rincón a llorar como nunca. Aquel día la estaba atendiendo un matón distinto, además de aquel hombre que hablaba con acento inglés, el que la había drogado. El matón hundió los dedos en su cabello, cerrándolos entorno a los mechones de la coronilla para levantarle la cabeza. - ¿Dónde está la caja? - ¡Qué no lo sé! - exclamó, harta. El otro hombre, el del acento, dejó el lugar apartado en el que había estado para acercarse hacia donde estaban. Tras que le hiciera una seña al otro, éste se alejó y el inglés se puso en cuclillas justo donde ella estaba caída. Con mucha delicadeza la sujetó de los hombros para colocarla tal y como estaba, sentada en la silla. - You have a pretty face, haven’t you? - inquirió para sí, mientras le acariciaba el pelo con suavidad, apartándoselo del rostro. Ariadne le entendió a la perfección, pero se suponía que era Tania y no estaba muy segura del nivel de inglés que la chica manejaba, así que fingió confusión. El hombre ladeó la cabeza, mientras deslizaba un dedo por el perfil de la muchacha, deteniéndose en la punta de su nariz.- Perdona, qué maleducado. Decía que tienes un rostro hermoso, una cara bonita, como prefieras. - A decir verdad preferiría que siguiera así, sin hostias como panes. - So do I... Yo también. Me gustan las cosas bonitas. Le dio un par de golpecitos en la nariz, antes de volverse hacia su compañero, que se encogió de hombros, añadiendo. - A mí me gusta la verdad.

Page 20: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Si nos dices dónde está la caja de música, no tendremos que pegarte más... My pretty kitten - volvió a acariciarle el pelo y Ariadne sintió unas ganas locas de morderle la mano, ¿cómo que gatita bonita? ¿Qué se había pensado el pervertido ese? - Que no sé ni de qué caja me habláis. - Empiezo a sospechar que le va el dolor - comentó el matón. - Oh, por favor, ponedme Mentiras y gordas para que se me derrita el cerebro y acabe esta maldita agonía. ¡Que no sé nada! ¿Cómo queréis que os lo diga? - miró al pervertido- ¿En inglés? Porque a eso llego, ¿eh? I don’t know anything. ¡Nothing! - gritó, revolviéndose para intentar liberarse, pero nada, que el cinturón no cedía.

Aquella tarde de domingo Deker se refugió en su cuarto y, para no pensar en nada, se dedicó a afinar su guitarra. Cuando terminó, alzó momentáneamente la mirada para contemplar la puerta por la que Jero podría entrar, aunque no estaba muy seguro de si acudiría en aquella ocasión. Había enviado a la organización contra Tania Esparza, pero los dos eran inseparables y, a decir verdad, no sabía cómo iban a actuar en lo que respectaba al chico. Se encogió de hombros, recordándose que eso no tenía que afectarle. Al fin y al cabo Jero sólo era su molesto compañero de cuarto, nada más. Empezó a tocar los primeros acordes de I want to be sedated del grupo The Ramones, pero no tardó en detenerse, pues Jero entró en la habitación y le dedicó una de sus sonrisas radiantes. De hecho, tras dejar la maleta de cualquier manera en el suelo, le saludó con la mano. - ¿A qué me has echado de menos? - No. - Oh, sé que debajo de toda esa fachada ruda, me aprecias - le guiñó un ojo, antes de tirarse en su propia cama. Entonces pareció reparar en la guitarra.- ¿Estás tocando? - Sólo la afinaba. Depositó la guitarra en su estuche, el cual dejó entre el hueco que había entre su cama y el armario. Después, se inclinó para sacar una caja de cartón de debajo de la cama y eligió una de las novelas que acababa de comprarse: El nombre del viento de Patrick Rothfuss. Se puso a leer, pero Jero, una vez más, no captó la indirecta. - ¿Qué tal tu fin de semana? ¿Has hecho algo interesante? - Oh, sí, una tortuga gigante tuvo una visión en la que un tigre muy cabreado se escapa de su prisión e iba a dominar el mundo y, de algún modo, me tocó pararle los pies - dijo Deker sarcásticamente. - ¿Eh? - durante un momento, Jero pareció maravillado, aunque al segundo frunció el ceño.- ¿Ese no es el argumento de Kun fu panda? - ¿En serio? - ¡Sí que lo es! - Será por qué lo más interesante que he hecho aquí encerrado ha sido verla - resopló, hastiado, esforzándose por no perder el hilo del libro.- Preguntas unas cosas... - No sé, quizás tuviste algún encuentro con alguna chica - Jero sonrió con aire malicioso.- Aunque, bueno, eso no sería ninguna novedad...- hizo una mueca, encogiéndose de hombros, antes de ponerse a deshacer la maleta. ¿Por qué no me ha preguntado si he avanzado con Ariadne? Está obsesionado con el tema... - ¿Y tú has hecho? - inquirió fingiendo no estar interesado. De repente el chico pareció incómodo e hizo una mueca, como si le estuviera dando vueltas a algo... ¿Buscando una buena mentira quizás? Él, por supuesto, sabía que Tania y él iban a ir a Salamanca pues les había escuchado. En un principio había creído que iban los dos solos, pero la ausencia de preguntas sobre Ariadne le hizo creerse lo peor.

Page 21: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Nada interesante - Jero se inclinó sobre su maleta para sacar las cuatro prendas que tenía ahí metidas.- Estuve por ahí con Tania, nada nuevo. Asintió antes de esconderse detrás del libro, aunque no pudo seguir leyendo. No tenía un buen presentimiento. Al día siguiente acudió al desayuno como si nada y, como siempre, Jero le siguió dándole conversación; más bien se trataba de un monólogo, pues el muchacho hablaba y él simplemente permanecía a su lado, escuchando de vez en cuando, como quien oye llover. No obstante, le sorprendió que, como cada día, Tania se les uniera. ¿Qué cojones hacía ahí? ¿No la había secuestrado la organización? Aquello era muy raro. Estuvo a punto de llamarles, pero ninguno de los otros dos parecía por la labor de dejarle de lado y tampoco quería levantar sospechas. Esperó pacientemente, aunque inquieto, durante el desayuno, incluso fue a la primera clase, matemáticas. Le sorprendió no ver a Ariadne en el comedor, aunque lo hizo todavía más el que no estuviera la primera en el aula. No era normal en ella. Siempre, absolutamente siempre, llegaba antes que nadie. ¿Le habría ocurrido algo? Estuvo a punto de salir corriendo, pero uno de sus compañeros, que venía hablando junto a Jero y Tania, se sentó a su lado. - Deker, este es mi amigo Santi - les presentó su compañero de cuarto. Le saludó con un gesto, no estaba interesado en aquel muchacho, ¿dónde estaba Ariadne? Entonces reparó en que Tania se quedaba mirando a algo, exactamente a otro de sus compañeros, el que trabajaba en secretaría, Rubén Ugarte. Éste, que iba acompañado de su novia, negó con la cabeza discretamente, lo que provocó que Tania palideciera. ¿Qué está pasando? Tuvo que esperar durante cincuenta minutos a que la maldita clase terminara y, además, le tocó corregir unos ejercicios que ni siquiera había hecho. Por suerte, siempre se le había dado bien improvisar. En cuanto aquella tortura acabó, salió corriendo al cuarto de baño más cercano. Sólo había un par de alumnos de cursos inferiores, unos niños, así que les fulminó con la mirada y, con toda la mala leche que bullía en su interior, aulló: - ¡Fuera! Los pobres chavales se quedaron con la boca abierta durante un segundo, aunque al siguiente el que había estado meando se subió la cremallera del pantalón y salió disparado junto a su amigo. Tras escuchar el portazo que dieron al marcharse, Deker sacó su teléfono móvil y llamó a la única persona con la que mantenía contacto de la organización. - Hombre, precisamente estábamos pensando en llamarte - le dijo; estaba tan enfadado que se le marcaba todavía más el acento inglés, lo que le puso de los nervios, ¿nunca se le iba a quitar o qué? - ¿Por qué? - La chica, Tania Esparza, no sabe nada de la caja. - ¿Habéis capturado a Tania Esparza? - inquirió, incrédulo. - El sábado. La hemos torturando desde entonces y no dice nada, ni siquiera sabe de qué caja le estamos hablando - hizo una pausa, añadiendo después con frialdad.- No nos mentirías, ¿verdad, Deker? Ni siquiera tú serías tan estúpido. Los estúpidos sois vosotros, panda de anormales. No tenéis a Tania Esparza, tenéis a Ariadne. ¡Joder! Tuvo que morderse los labios para no indicarle lo sumamente gilipollas que eran todos, pero si lo hacía, si decía la verdad, pondría en peligro a Ariadne. - ¿Dónde la tenéis? Quiero entrevistarla personalmente. - En la casa de las afueras. Te esperamos. Colgó y salió del cuarto de baño a toda velocidad, dispuesto a marcharse de ahí en aquel preciso momento. Cuanto antes mejor. Sin embargo, de repente, alguien se interpuso en su

Page 22: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

camino. Era un profesor. Le costó unos instantes salir del estado de abatimiento en el que se encontraba para fijarse en el hombre: cincuentón, pelo abundante gris, ojos claros detrás de unas gafitas de montura cuadrada... Gerardo Antúnez, profesor de historia con el que tenía clase en ese preciso momento. - ¿A dónde se cree que va, señor Sterling? El cerebro le iba a toda velocidad: si le soltaba una grosería e intentaba marcharse, Antúnez le obligaría a acudir a clase y sería otra hora desperdiciada. Sin embargo, si era lo suficiente desagradable, incluso un poco violento, lograría una expulsión de varios días, que sería lo que necesitaba ausentarse del internado. Por eso, se zafó bruscamente, alargando los brazos para darle un leve empujón a Antúnez, que se quedó sorprendido. No se había esperado eso de él. - Lo más lejos de su mierda de clase posible - soltó Deker, desafiante. - ¿Perdone? - De hecho, creo que me voy a bajar al patio a echarme un cigarrito - sacó del bolsillo del pantalón la cajetilla de tabaco y se colocó un cigarro entre los labios.- Al menos será más útil que esta pérdida de tiempo - prendió el extremo del cigarrillo, absorbió humo para, después, echarlo a la cara del profesor.- Uy, perdone. - Vale, está bien, usted y yo vamos ahora mismo a dirección - le agarró de un brazo, mientras se volvía a su clase; todos sus compañeros estaban apiñados en la puerta, atónitos ante el espectáculo que él les estaba dando.- Señor Ugarte, vigile la clase en mi ausencia. - Por supuesto, profesor Antúnez - logró articular el interpelado. - Le va a caer una buena, señor Sterling - gruñó el hombre, mientras lo arrastraba por el pasillo.- Y apague ese cigarrillo, por el amor de Dios. Días libres, allá vamos.

Sus compañeros de clase estaban desatados, todos comentaban lo que acababan de ver en grupitos, por lo que el aula parecía un gallinero. Cerró la puerta para no molestar a nadie y que, de paso, no acudiera ningún profesor de guardia mientras pedía paz, pero todos le ignoraban. Rubén aprovechó la coyuntura para acercarse a Tania y Jero que permanecían en su mesa, tan sorprendidos como los demás, pero más discretos. - Deker se ha vuelto loco - susurraba Jero con los ojos muy abiertos.- De todas las clases, la de Antúnez es la mejor. Es un viejo en vez de la tía buena de Barbarella, pero aún así... - No creo que dijera eso en serio - observó Tania con una mueca. - A decir verdad estaba raro ayer también... Debe de ser la falta de sexo. Tania y él compartieron una mirada divertida, mientras Jero asentía distraídamente. - Yo creo que estaba buscando la expulsión - opinó Rubén, sentándose en el pupitre del chico.- Por eso se puso a fumar delante de Antúnez. Está estrictamente prohibido - hizo una pausa, pasándose una mano por la nuca.- Ahora bien, ¿por qué quiere que le expulsen? - Quizás Ariadne tenía razón y no es de fiar - respondió Tania bajando todavía más la voz.- Estaba convencida de que quería apresarla. Quizás al no verla en clase, crea que está robando algo y quiera ir tras ella. - Que no - dijo Jero categóricamente.- Deker es de fiar. Es buena gente. - Hay veces en que las personas de fiar hieren - apuntó Rubén. Se esforzó en no mirar al muchacho, al que había sido su amigo durante años, pues los dos sabían que lo que acababa de decir era verdad. No había pronunciado esas palabras para hacerle daño, simplemente le salieron del alma y no quería ver la mirada dolida de Jero. Permanecieron en silencio un buen rato. Ellos dos pensando en sus cosas, recordando como habían llegado hasta esa situación, y Tania observándoles con aire cauto y también con curiosidad. Estaba claro que la chica sabía que habían sido amigos y que en aquellos momentos

Page 23: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

apenas podían verse, por lo que supuso que se moría de curiosidad por saber qué había pasado. No iba a contárselo, era algo de Jero y de él y tampoco quería que Tania se viera en la disyuntiva de elegir, ni que cambiara la opinión que tenía de Jero. Al final, Antúnez regresó y ocupó su lugar en la mesa del profesor, mientras se quitaba las gafas para apretarse el puente de la nariz. Todos volvieron a sus respectivos sitios. - Bueno, como conozco bien lo que pasa en estos casos - dijo tras colocárselas de nuevo.- Voy a cortar los rumores desde ya. Por un lado, el señor Sterling ha sido expulsado una semana entera por la vergonzosa escena que han presenciado - colocó el libro de Historia sobre la mesa.- Por otro lado, me supongo que se estarán preguntando a qué se debe la ausencia de la señorita Navarro. El director me ha explicado que el viernes por la noche la ingresaron en el hospital. - ¿Pero está bien? - inquirió Santi. - Ha sufrido un episodio de neumonía muy grave. Se le pasará, tranquilo. - Vaya, vamos a tener que cambiarle el nombre - se rió Erika con una sonrisa cruel.- En vez de La princesa de hielo va a tener que ser La princesa de cristal. Su novia y su séquito de descerebradas comenzó a mirarse entre sí, compartiendo risitas maliciosas, lo que provocó que a Rubén se le revolviera el estómago. Ya no era porque se estuviera metiendo con Ariadne, que había salvado a Tania, sino porque no dejaba títere con cabeza. Estaba tan harto que ni siquiera pudo controlarse: - ¿Podrías dejar de ser tan zorra? A su lado, Erika se quedó lívida, completamente sorprendida, pero Rubén estaba ya hasta las narices de su comportamiento. - ¿Qué has dicho? - preguntó ella. - ¿Pero qué está pasando hoy? - inquirió al mismo tiempo el profesor Antúnez; se había puesto en pie y estampado las manos sobre su escritorio, visiblemente enfadado.- Señor Ugarte, señorita Cremonte, las peleas conyugales en el pasillo. Fuera, los dos. - Pero...- protestó la chica. - Fuera. No les quedó más remedio que abandonar la clase, sintiendo que todas las miradas les seguían, además de un montón de cuchicheos. Por la forma en la que Erika caminaba, sabía que iba a dar un portazo, así que él se adelantó y sujetó la puerta para cerrarla con delicadeza. En cuanto lo hizo, echó a caminar hacia la puerta de entrada, suponía que le iba a caer una buena y no quería que lo escuchara todo el internado. En cuanto descendieron las escaleras de la puerta principal, Erika se le adelantó para colocarse frente a él. Parecía tan herida. - ¡Me has humillado! - le espetó tan furiosa que le temblaba la voz. - Y a ti sólo te importa eso, ¿no? - Muchas personas creen que soy una zorra, unas cuantas menos me lo han llamado, pero... ¡Lo acabas de hacer tú! ¡Precisamente tú! ¡Mi novio! - gritó con lágrimas en los ojos.- Y encima delante de toda la clase. ¡Todos se van a reír de mí gracias a ti! - Te bastas tú sola para que se rían de ti, ¿no te das cuenta? - preguntó con frialdad. - ¡Nadie se ríe de mí! - Te crees que te admiran y que quieren ser como tú, pero en el fondo todo el mundo te desprecia. Tus amigos porque te envidian y el resto porque no dejas de ser eso, una zorra - le espetó con dureza, sin dejarse impresionar por su expresión de sorpresa y dolor.- Y lo peor del caso es que te lo has ganado tú sola. ¿No puedes dejar a nadie en paz o qué? - ¿Ahora te interesa La princesa de hielo? ¿También te la quieres tirar o qué? - No me quiero tirar a nadie, Erika - suspiró Rubén, cerrando los ojos.- Pero estoy cansado de que te creas mejor que todos los demás... Estoy cansado de que hagas llorar a chicas que no te han hecho nada. Estoy cansado de que ataques continuamente a La princesa sólo porque la envidias... - ¡No la envidio!

Page 24: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

Rubén suspiró, haciendo un ademán. - Como quieras. Fue a marcharse, no quería seguir discutiendo con ella, no quería seguir viendo lo infantil que era Erika. Sin embargo, la chica no debía de compartir sus deseos, pues le agarró del brazo y le obligó a encararla. - No hagas como si esto fuera culpa mía - le pidió con un hilo de voz. - Tú eres la que se comporta así. - Siempre me he comportado así. - Y siempre me ha parecido deleznable... - Pero antes me querías y por eso no te importaba - susurró ella, llorando.- Por eso lo digo, Rubén. No es culpa mía, es culpa tuya y de Tania. Ya no sientes nada por mí, ¿verdad? Estás deslumbrado por ella... Te has cansado de mí, Rubén... - Erika - murmuró él, acercándose. - Pero yo te quiero. Te quiero de verdad, te quiero más que a nadie. Te quiero hasta cuando me llamas zorra - Erika se alejó un poco, intentando secarse las lágrimas en vano, pues no dejaba de llorar.- Siempre te he querido, desde que era niña. Siempre... Y sé que no soy perfecta, que a veces soy una zorra, pero... Pero yo te quiero. La muchacha se acercó a él, alzando las manos que le temblaban. Le rozó fugazmente ambos lados de la cara con la yema de los dedos, antes de besarle. - Si tienes que besarla, si tienes que acostarte con ella, hazlo. Haz con ella todo lo que quieras, no me importa, hazlo... Pero quédate conmigo. Elígeme a mí. Se quedó callado, mirándola. Erika sonrió un poco, todavía secándose las lágrimas. Volvió a acariciarle la mejilla con levedad, hipó un poco, soltó una carcajada y se dio media vuelta para alejarse de él. Rubén se dio cuenta de que lo que odiaba era su vida, era su maldita situación. Estaba obligado a estar con Erika por motivos tan importantes que no podía darles la espalda, pero ella no tenía la culpa. Tampoco tenía la culpa de que conociera a Tania y de que Tania le gustara tanto, pero había acabado pagando su frustración con ella. Nunca le había gustado como Erika se comportaba con los demás y, aunque el que se metiera con Ariadne le había molestado todavía más, no debía de haberla humillado en clase. Debía de haberlo hablado con ella en privado. Debía tratarla bien, al fin y al cabo Erika no tenía la culpa de nada. Lo siento, Tania. Y corrió detrás de Erika hasta alcanzarla, sujetarla de las manos un instante, para el siguiente acariciarle la cara. - Nunca te haría eso. - Siempre has sido mejor que yo - sonrió ella. Que equivocada estás... Tú siempre eres sincera y yo soy un puto cobarde.

- Entiendo, Gerardo, entiendo...- el director asentía ante la historia del profesor Antúnez, mientras él se dedicaba a contemplar la estancia. Cuando, al fin, el hombre terminó, Felipe Navarro le escrutó.- ¿Algo que añadir en tu defensa, señor Sterling? - Me he levantado con el pie izquierdo. - Conozco su expediente al dedillo, ¿sabe? - aquello le inquietó un poco, no sabía por dónde iba a salir y temía que no le expulsara.- Sé que le expulsaron de varios internados y que, en alguno de esos casos, se debía al consumo de drogas - el director enlazó las manos sobre la mesa.- No soy idiota, señor Sterling. - ¿En serio?

Page 25: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Usted desea que le expulse, por eso se ha comportado así con mi colega - se echó hacia atrás, sonriéndole con petulancia.- En este internado, por lo menos desde que ocupo el puesto de director, intentamos ayudar a nuestros alumnos en vez de quitarnos problemas. No le voy a expulsar, pero a cambio le castigaré durante dos semanas. - Con todos mis respectos, director, se está pasando de listo. - ¿En serio? - No estoy pasando el mono - ya veía por dónde iba Navarro y, aunque no estaba del todo seguro de que no fuera una trampa, decidió jugársela.- No quiero que me expulse para conseguir droga. Quiero que me expulse para encontrar a alguien. - ¿Si? - Quiero rescatar a una princesa. Y se quedó contemplando al hombre, serio, decidido, aguantando aquel pulso intelectual que Felipe Navarro le había propuesto. A decir verdad no podía asegurarlo con pruebas, era más una cuestión de fría lógica, mezclada con una corazonada, pero creía que Navarro sospechaba que era parte del mundillo de algún modo. La parte irracional eran sus sospechas de que Ariadne le consideraba un asesino (todavía seguía rememorando aquella mirada asqueada), la racional que la chica compartiera su temor con su padre. Los momentos de espera se le hicieron eternos, sobre todo al sentir la mirada escrutadora de Felipe Navarro. No le importaba que le mirara, sino el hecho de que estaba perdiendo un tiempo precioso en el cual Ariadne estaría sufriendo. Al final, el director esgrimió una expresión fría, calculadora, incluso un poco peligrosa. - De sabios es rectificar - dijo con una suavidad turbadora, aunque Deker permaneció impasible, estaba acostumbrado incluso a cosas peores.- Creo que va a ser mejor sancionarle con una semana de expulsión.

Tras recibir la buena nueva, Deker corrió hasta su dormitorio y lo primero que hizo fue llamar a un taxi. Después se puso sus vaqueros desgastados, una camiseta granate combinada con una chaqueta negra y con su cazadora de cuero. Echó un par de libros a su bolsa, además de un par de prendas, y la cargó al hombro tras colocarse la guitarra a la espalda. No iba a dejar el instrumento a solas, temía que el entrometido de Jero la tocara y la rompiera. No, no podía permitir eso. Ya preparado, abandonó el internado. El día fue largo: tuvo que viajar hasta Madrid, exactamente al aeropuerto y esperar al primer avión que se dirigiera a Londres. Una vez ahí, cogió otro taxi que le llevó hasta una zona residencial a las afueras. Cruzó el jardín con cierta parsimonia, no convenía que los suyos descubrieran que estaba interesado en la chica. Entonces, podría perderla para siempre. Sería más conveniente usar su habitual desdén, fingir normalidad... Aunque seguía sin estar convencido de poder engañar al viejo, era demasiado astuto. El camino que había recorrido era de unas baldosas rojizas que simulaban ser ladrillos, el jardín era precioso con sus setos, sus flores... Incluso tenía un columpio colgado de un árbol. En apariencia era un cálido hogar más, pero no lo era. Cuando llamó con los nudillos a la puerta, un hombre salió a recibirle. - ¿Desea algo? - le preguntó en inglés. - Entrar. Si no es problema, claro - respondió él en el mismo idioma. El hombre puso cara de pocos amigos, aunque se hizo a un lado y le dejo pasar. Después, cerró la puerta y le fulminó con sus ojos oscuros. El hombre era casi tan alto como él, tenía el pelo castaño oscuro con raya a un lado y vestía los pantalones perfectamente planchados, como siempre, además de una camisa blanca impecable.

Page 26: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Algún día podrías darnos la contraseña... El hombre le hablaba sin mirarle, estaba muy ocupado con la larga hilera de cerraduras que había en la robusta puerta blanca y que tenía que cerrar. Durante un instante, Deker se dedicó a contemplar el lugar donde estaban. Se trataba de un recibidor excesivamente estrecho y también largo. Debido a lo primero no había ni una sola ventana, por lo que se trataba de una estancia oscura; gracias a las pinturas al óleo de escenas de caza también le daba un aire fúnebre, a la par que típica y extremadamente inglés. Después, en cuanto dejó de escuchar las cerrajas, señaló: - Si tenemos en cuenta que eres mi contacto, has de admitir que me conoces y que, por tanto, es completamente absurdo - Deker hizo un gesto desdeñoso, antes de añadir en tono mordaz.- Y ya si tenemos en cuenta que eres mi padre... - Basta. Sabes que hay que cumplir el protocolo - añadió, ofuscado. Le señaló con un dedo antes de hacer lo mismo con el final del recibidor.- Te llevaré hasta ella. - Me parece excesivo el haberla traído hasta Londres. - La seguridad nunca viene mal. - ¿Le habéis sonsacado algo en este tiempo? - volvió a fingir indiferencia. Habían llegado al final del recibidor, donde, debajo de la escalera que llevaba al primer piso, había una puerta. Su padre se detuvo ahí, acariciando el pomo sin llegar a cogerlo. - Tiene carácter - señaló con suavidad, ladeando la cabeza con aire distraído; aquel gesto no le gustó, tampoco el tono de su voz, estaba interesado en Ariadne y no era bueno.- Es valiente y fuerte. No ha derramado una sola lágrima, ¿sabes? Al principio no dejaba de hablar y de soltar cosas que no tenían sentido para mí, pero que parecían ironías. - ¿Al principio? - Después me encargué yo de ella. La sonrisa retorcida de su padre provocó que se estremeciera, aunque siguió esgrimiendo su mejor disfraz de indiferencia. Su padre abrió la puerta y empezó a descender las escaleras, que estaban iluminadas por una ringlera de focos incrustados en el techo. Bajaron hasta un pasillo subterráneo, por el cual le guió hasta otra puerta; ésta era metálica, impersonal, fría, se notaba muchísimo que era un añadido y no parte de la casa. - Habla en español - le ordenó, mientras se sacaba del cuello una tarjera de plástico atada a una cinta roja.- La chica apenas habla inglés, cuando se me escapan palabras en inglés apenas me entiende... Eso es lo que tú te crees. Después le tendió una máscara blanca que, reprimiendo un suspiro, Deker se colocó sobre el rostro, sintiendo que le aplastaba la nariz. Odiaba aquellas estupideces del protocolo, aunque... En aquel caso era buena señal, no pretendían matar a la chica, sino liberarla. Con un poco de suerte, podría liberarla sin apenas esfuerzo... O sacrificios. Cuando su padre deslizó la tarjeta de identificación por la ranura correspondiente, Deker empezó a notar un nudo en el estómago. No le gustaba admitirlo, pero le daba miedo el pensar en el estado en el que se iba a encontrar Ariadne. - ¿Estás preparado? - Te ocupaste bien de que naciera preparado. - Reproches, reproches... La puerta se abrió y su padre entró primero, podía notar su excitación, incluso imaginar la sonrisa maliciosa que se había dibujado en sus labios. La sala consistía únicamente en cuatro paredes pintadas de blanco, sin ventanas y con una silla en el centro; estaba iluminada con cuatro fluorescentes que dibujaban un cuadrado. La intensa luz blanca de éstos caía directamente sobre Ariadne. La muchacha estaba sentada en la silla, tenía las manos atadas detrás del respaldo, además de una cuerda que la sostenía a éste y otra que le rodeaba los tobillos. La cabeza le caía sobre el

Page 27: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

pecho, tenía su larguísimo pelo castaño claro sucio y grasiento, además de con unos pocos trasquilones; a sus pies había esparcidos varios mechones. Como la melena le caía a ambos lados del rostro, cubriéndoselo por completo, además de pecho y partes del brazo, no podía verla como le gustaría. Por eso, se adelantó con calma hasta acuclillarse frente a ella. Le apartó el pelo con ambas manos, depositando después cada una en una mejilla, sosteniendo así su rostro frente al de él. Pudo examinarla minuciosamente: salvo un par de rasguños (un corte en el labio, otro en la sien y una mejilla excesivamente enrojecida) estaba en perfectas condiciones. Eso sí, Ariadne permanecía inconsciente. Mejor, sin su mal carácter se ahorrarían varios problemas, por no decir todos. - No te has aplicado con ella, ¿eh? Alguien está perdiendo facultades. - No, no, no - su padre negó con la cabeza. - ¿Ahora jugar a Llongueras es aplicarse? - fingió sorna, al mismo tiempo que le enseñaba uno de los largos mechones que había en el suelo; por dentro, el nudo de su estómago fue a peor. ¿Por qué ha tenido que tocarte el pelo? A mí me gustaba... Su padre se había acercado con un par de zancadas, él seguía agachado, por lo que tuvo que alzar la mirada para ver como le acariciaba la cabeza. El maldito bastardo le acarició el rostro con el dorso de la mano con delicadeza y sin pausa. - She is so beautiful - murmuró en su idioma, distraídamente. Otra vez aquel maldito tono, ese que le provocaba escalofríos. - Y siempre te han gustado las cosas hermosas. - Le he estado pegando con bates envueltos en trapos. Ni siquiera ha llorado. Deker quería vomitar. Quería vomitar y luego devolverle los golpes. Siempre se había preguntado cómo podía hablar con tanta naturalidad de dar semejantes palizas, de maltratar tan duramente a seres humanos. Era asqueroso. Era inhumano. - Es más fuerte que tú. Su padre le asestó un fuerte bofetón y, por primera vez, le miró con aquellos ojos que desprendían rabia, furia... Ojos rojos. En realidad eran oscuros, eran del mismo color que los suyos, pero desde que era pequeño le parecían rojos de tanta ira que reverberaba en ellos. - Si vuelves a hacer eso, Calvin, la próxima la recibirás tú. Desde el suelo, Deker se volvió hacia ambos lados: primero vio como su padre se tensaba ante el recién llegado, después observó a éste. Era un hombre mayor de exactamente sesenta y cinco años, bueno, casi sesenta y seis porque los cumpliría en los próximos meses. A pesar de su elevada edad, seguía siendo alto, seguía caminando completamente erguido y sus espaldas todavía conservaban la mitad de la anchura de su juventud. Si de alguna manera podía describirse a aquel hombre, de nombre Rodolfo Benavente, era con grande. Alto, fornido, de aspecto amenazador... Sobre todo con aquel par de ojos de un azul tan claro que casi parecía blanco, daban la sensación de haberse desgastado o de no tener brillo porque su dueño era un desalmado. De hecho, a pesar de llevar una sencilla camisa de cuadros y unos pantalones color caqui, aquel hombre imponía más que cualquier gorila de discoteca. Su padre, entonces, agachó la cabeza para hacerle una reverencia. - Señor - dijo en un perfecto español. - ¡Déjate de protocolos! ¡Como si se me fuera a olvidar lo que acabo de ver! - gruñó, acercándose a ellos con una agilidad asombrosa incluso para alguien más joven que él.- No lo repitas, Calvin. Aunque tenga el pelo de una niña, el carácter de un oso hormiguero y vista como un zarrapastroso, sigue siendo mi nieto. - Gracias, abuelo, yo también te quiero - soltó irónicamente Deker. - Cállate, Demetrio. Tan insolente como siempre... Deker puso los ojos en blanco. En sus diecinueve años de vida había insistido una y mil veces que su nombre era Deker, no Deme, el diminutivo de Demetrio, pero como al viejo no le gustaba lo inglés, nadie le llamaba por su nombre, sino por el que su abuelo quería.

Page 28: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

- Se llama personalidad. - Shut up! - siseó su padre. Su rostro se calmó, pareciendo otro muy diferente, cuando se dirigió hacia su suegro.- Padre, no sé si es muy adecuado hablar delante de ella. - Esa niña está inconsciente. Su cuerpo lo necesita, estará así un buen rato - observó el hombre con la frialdad de un doctor haciendo un diagnóstico. Contra todos los pronósticos, Don Rodolfo Benavente se volvió hacia él y añadió.- Tiempo más que suficiente para que te la lleves. - ¿Qué? - inquirió incrédulo. - Llévatela. Es tuya. - ¿Por qué? - Está claro que no sabe nada. Muy pocas personas soportan una tortura sin contar lo que saben y no creo que Tania Esparza sea una de ellas - respondió, haciendo un gesto desdeñoso.- Sospecho que si sigue aquí es porque tu padre parece encaprichado de ella - hizo una pausa, añadiendo antes de marcharse.- Además, me gusta pensar que tras los rizos de una muchacha, se esconde un Benavente de verdad y no un maldito invertido. Don Rodolfo se marchó sin más, dejando a padre y a hijo callados. Al final, Deker se encogió de hombros, apuntando: - El abuelo tan moderno como siempre.

Calvin Sterling sabía que si existía alguien en el mundo que conociera a Don Rodolfo Benavente era él, pues se había pasado toda su vida adulta sirviéndole. De hecho, como su padre, el respetable Mr. Ronald Sterling, había sido amigo de Don Rodolfo, lo había conocido desde niño y por eso había podido entrar en tan exclusiva sociedad. Por eso sabía que Don Rodolfo no actuaba por nada, sino que todo tenía la razón, para él cada gesto era como un movimiento en una partida de ajedrez: calculado hasta la extenuidad y de vital importancia. Tras que Deker se marchara, Calvin cerró la puerta y se dirigió hacia el amplio salón del primer piso, donde se encontró al anciano acomodado en un butacón de terciopelo. Estaba mirando el infinito, parecía pensativo, como si estuviera en su propio mundo, cavilando. Por eso, se situó frente a él, hincando una rodilla en la moqueta y agachando de nuevo la cabeza, mientras preguntaba: - ¿Por qué la ha dejado marchar? Pero si incluso la entrevistó usted en persona... - Porque esa chica no era Tania Esparza. A Calvin casi se le detuvo el corazón, ¿cómo que no era Tania Esparza? Ella había dicho que sí, incluso respondía a la descripción que Deker les había dado: pelo claro y largo, guapa... Un momento... Si se habían equivocado, ¿por qué no habían sufrido la ira de Don Rodolfo? ¿Por qué no les había castigado? - ¿Entonces, mi señor, quién era? - inquirió. - Alguien mucho mejor, Calvin. Una vieja conocida... Una princesita...

Por suerte, era ya noche cerrada cuando Deker sacó a Ariadne en brazos de aquella casa de los horrores. En cuanto la había desatado y cogido, había pensado en lo extraño que era tenerla así, además de lo liviana que era. En cuanto recibió el frío aire londinense en el rostro, sólo pudo pensar en llegar a su casa y atenderla. Llamó un taxi para que les llevara ahí y tuvo que comentar como si nada que su amiga había bebido demasiado, lo había hecho tanto que había acabado pegándose con otra. - Se parece mucho a Kelly, la de Misfits - apuntó en inglés, divertido.

Page 29: Cuatro damas: Capítulos 18, 19 y 20

El taxista, que era medianamente joven, rió ante sus palabras y asintió, como si comprendiera bien lo que quería decirle. De hecho, tuvo suerte de que conociera la citada serie porque pudieron conversar distendidamente durante el viaje, consiguiendo que, así, apenas prestara atención a Ariadne. Una vez estuvo en su casa, un pequeño loft en el ático de un edificio, subió a Ariadne en brazos y, cuando cruzó la puerta, no pudo evitar mirarla con una sonrisa en los labios: - Ojalá estuvieras despierta. Te diría que parecemos un matrimonio recién casado y tú te enfadarías, pero te controlarías, aunque yo sabría que por dentro sólo querrías pegarme - la depositó sobre la cama de matrimonio, la única que había. Volvió a contemplarla, sentado a su lado, acariciándole el pelo.- ¿Sabes? Tengo miedo de que te hayan domesticado, dejarías de ser interesante... Dejarías de ser tú. - Mmm... Ariadne abrió los ojos y enseguida su rostro se congestionó, seguramente debido al dolor. Sin embargo, fue un instante, un mero segundo de debilidad, pues la chica no tardó en dominarse para poder encarar la situación. Fue entonces cuando reparó en él, sus hermosos ojos del color de la miel la traicionaron al abrirse como platos momentáneamente, antes de que se cerrasen, formando unas rendijas de odio. - Sabía que no eras de fiar - siseó. - Entiendo que el dolor nuble tu juicio. Te perdonaré el que insultes a tu caballero de brillante pelambrera - soltó irónicamente, mientras dibujaba un círculo con el dedo índice.- Por si no te has dado cuenta, esto no es ese zulo tan cuco en el que estabas. Aquello la cogió por sorpresa. Se incorporó con rapidez y debió de dolerle pues, aunque mantuvo la expresión como estaba, sus brazos se pusieron tan en tensión que incluso temblaban. Ariadne se dedicó a mirar en derredor, inspeccionando el lugar. - ¿Estamos solos? ¿Me...? ¿Me has salvado? - Más o menos - respondió escuetamente. - ¿Qué quieres de mí? - Nada - no tardó en ver el escepticismo en el rostro de la chica, por lo que frunció el ceño, exasperado.- No soy un asesino. Soy un Benavente. Y sé perfectamente que eres una ladrona y que, de hecho, eres el famoso Zorro plateado. Podría haberte denunciado, podría haber dicho la verdad y ahora no estarías aquí. Pero te he protegido. - Qué altruista - soltó sarcásticamente ella. - No lo soy. Nunca lo he sido. - Entonces, ¿por qué me has salvado? - Porque sabía que si no acudía yo a tu rescate, acabarías muerta... O algo mucho peor. Y no soy un santo, pero tampoco un desalmado - hizo una pausa, añadiendo luego con desdén.- Además, voy a necesitar ayuda y pienso cobrarme el favor. Se quedaron mirándose fijamente un instante. Al siguiente, Ariadne, que debía de haber considerado la respuesta satisfactoria, se dejó caer sobre el colchón, desmoronándose. Dejó de controlarse, de dominar sus sentimientos, para retorcerse de dolor. A Deker se le pasó el enfado, por lo que se arrodilló a su lado y le pasó una mano por el pelo, apartándoselo del rostro. Después, se puso en pie para ir al cuarto de baño, donde acudió directo al botiquín y cogió una caja de analgésicos; luego fue hasta la cocina donde siempre tenía bolsas de guisantes congelados y mucho hielo. En cuanto tuvo todo, regresó a la cama y le ofreció a la muchacha una pastilla además de una botella de bebida isotónica. - Espero que esto baste para calmar el dolor. Bébete todo, no creo que esas bestias te hayan dado de comer o de beber. Y prepárate, van a ser unos días muy largos.