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La luna se cayó - Laura Devetach La Luna se cayó Un día el granjero de la granja puso un melón sobre el techo para que madurase al sol. Allí estaba el melón, madurando. Y era tan redondo que parecía una luna. Una luna color melón, brillando en medio de la mañana. El viento del verano iba y venía sobre la casa, sobre el techo y sobre el melón. “Din don, campanón”, se hamacaba el viento. “Din don, campanón”, se hamacaba el melón con el viento. Y era como si la luna se hamacase en el techo. Por el lado más verde del campito, galopando y caracoleando, llegó el burro de la granja y frenó el trote cuando vio el melón hamacándose sobre el techo. Lo miró, lo miró, y dijo muy preocupado: –¡La luna se descolgó del cielo! ¡Esta noche la granja se quedará sin luna! “Din don, campanón”, se hamacaba muy tranquilo el melón. –¡Quieta, luna, que te caes! –gritó el burro estirando el cogote para que la luna lo escuchara. “Din don, campanón”, se hamacaba el melón. Y hamacándose, hamacándose... ¡pácate! cayó a los pies del burro y se quedó con el cabo para arriba. –¡Firuletes! –dijo el burro muy afligido–. La luna se descolgó y solito no la cuelgo yo. Voy a llamar al chivo para que me ayude a colgarla del cielo. Y el chivo vino sacudiendo su cabezota con cuernos y moviendo la cola como un molinete. –La luna se descolgó y solito no la cuelgo yo –dijo el burro–. Te llamé para que subas sobre mi lomo y me ayudes a colgarla en el cielo. Y el chivo, tomando el melón por el cabo, subió sobre el burro y se estiró y se estiró para llegar al cielo. Pero no llegó. –¡Firuletes! –dijo–. Llamaré el perro para que nos ayude. Y el perro vino corriendo y husmeando todo lo que encontraba con su nariz brillante. –La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado. Te llamé para que subas sobre mi lomo y nos ayudes a colgarla –le dijo el chivo. Y el perro trepó y se estiró y se estiró, pero al cielo no llegó. –¡Firuletes! –dijo–. Llamaré al gato para que nos ayude. Y el gato vino haciendo rulos con su hermoso lomo. –La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado. Te llamé para que subas sobre mi lomo y nos ayudes a colocarla –dijo el perro. Y el gato trepó y se estiró y se estiró, pero al cielo no llegó. –¡Firuletes! –dijo muy afligido–. Llamaré al pato. Y el pato vino dando vueltas y vueltas como una calesita. –La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado –dijo el gato–.

cuentos

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La luna se cayó - Laura Devetach

La Luna se cayóUn día el granjero de la granja puso un melón sobre el techo para que madurase al sol.Allí estaba el melón, madurando. Y era tan redondo que parecía una luna.Una luna color melón, brillando en medio de la mañana. El viento del verano iba y venía sobre la casa, sobre el techo y sobre el melón.“Din don, campanón”, se hamacaba el viento. “Din don, campanón”, se hamacaba el melón con el viento. Y era como si la luna se hamacase en el techo.Por el lado más verde del campito, galopando y caracoleando, llegó el burro de la granja y frenó el trote cuando vio el melón hamacándose sobre el techo. Lo miró, lo miró, y dijo muy preocupado: –¡La luna se descolgó del cielo! ¡Esta noche la granja se quedará sin luna!“Din don, campanón”, se hamacaba muy tranquilo el melón.–¡Quieta, luna, que te caes! –gritó el burro estirando el cogotepara que la luna lo escuchara.“Din don, campanón”, se hamacaba el melón.Y hamacándose, hamacándose... ¡pácate! cayó a los pies del burro y se quedó con el cabo para arriba.–¡Firuletes! –dijo el burro muy afligido–. La luna se descolgó y solito no la cuelgo yo. Voy a llamar al chivo para que me ayude a colgarla del cielo.Y el chivo vino sacudiendo su cabezota con cuernos y moviendo la cola como un molinete.–La luna se descolgó y solito no la cuelgo yo –dijo el burro–. Te llamé para que subas sobre mi lomo y me ayudes a colgarla en el cielo.Y el chivo, tomando el melón por el cabo, subió sobre el burro y se estiró y se estiró para llegar al cielo. Pero no llegó.–¡Firuletes! –dijo–. Llamaré el perro para que nos ayude.Y el perro vino corriendo y husmeando todo lo que encontraba con su nariz brillante.–La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado. Te llamé para que subas sobre mi lomo y nos ayudes a colgarla –le dijo el chivo.Y el perro trepó y se estiró y se estiró, pero al cielo no llegó.–¡Firuletes! –dijo–. Llamaré al gato para que nos ayude.Y el gato vino haciendo rulos con su hermoso lomo.–La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado. Te llamé para que subas sobre mi lomo y nos ayudes a colocarla –dijo el perro.Y el gato trepó y se estiró y se estiró, pero al cielo no llegó.–¡Firuletes! –dijo muy afligido–. Llamaré al pato.Y el pato vino dando vueltas y vueltas como una calesita.–La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado –dijo el gato–.Te llamé para que subas sobre mi lomo y nos ayudes a colgarla.Y el pato trepó y se estiró y se estiró, pero al cielo no llegó.–¡Firuletes! –dijo–. Llamaré al granjero, que tiene una escalera muy alta.–La luna se ha descolgado y buen trabajo nos ha dado –dijo el pato al granjero–. Queremos que con tu escalera nos ayudes a colgarla otra vez.Y el granjero apoyó la escalera y trepó y trepó hasta llegar al pato que sostenía el melón por el cabito, allá arriba. Y lo miró y se puso a reír como loco y el pato también miró y se echó a reír como loco. Y el pato sobre el gato y el gato sobre el perro y el perro sobre el chivo y el chivo sobre el burro, todos, miraron de nuevo. Y se echaron a reír.–¡Es un melón, es un melón!El granjero puso de nuevo el melón sobre el techo para que siguiera madurando. Y mientras todos seguían riéndose, el melón se hamacaba sobre el techo.Esa noche la granja tuvo dos lunas.

Laura Devetach.

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El Nabo

Érase una vez un hombre viejo que plantó un nabo y después dijo:—¡Crece, crece pequeño nabo! ¡Crece y hazte mayor!Y el nabo se hizo mayor y dulce, y llegó a ser enorme.

Un día, el viejo fue a arrancarlo. Tiró y siguió tirando, pero no pudo conseguirlo. Llamó a la abuela. La abuela tiró del hombre. El hombre tiró del nabo. Y tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo.

La abuela llamó a su nieta. La nieta tiró de la abuela. La abuela tiró del abuelo. El abuelo tiró del nabo. Y tiraron de nuevo una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo.

La nieta llamó al perro negro. El perro negro tiró de la nieta. La nieta tiró de la abuela. La abuela tiró del viejo. El viejo tiró del nabo. Tiraron una y otra vez, pero no pudieron arrancarlo.

El perro negro llamó al gato. El gato tiró del perro negro. El perro tiró de la nieta. La nieta tiró de la abuela. La abuela tiró de del abuelo. El abuelo tiró del nabo. Tiraron y tiraron una y otra vez, pero tampoco pudieron arrancarlo.

El gato llamó a la rata. La rata tiró del gato. El gato tiró del perro negro. El perro negro tiró de la nieta. La nieta tiró de la abuela. La abuela tiró del abuelo. El abuelo tiró del nabo. Tiraron una y otra vez y, finalmente, el nabo salió. Publicado por Okapy en 13:27

El Nabo. Cuento Popular Ruso

El abuelo plantó un nabo, que creció y creció hasta volverse muy grande.El abuelo quiso sacarlo de la tierra, para que la abuela lo cocinara ese día en la sopa. Para eso él tiró y tiró. Pero no pudo sacarlo.Entonces el abuelo llamó a la abuela.La abuela se agarró del abuelo, y el abuelo se agarró del nabo y ambos tiraron y tiraron y tampoco pudieron sacarlo.Entonces la abuela llamó a la nieta.La nieta se agarró de la abuela, la abuela del abuelo y el abuelo del nabo, pero tampoco pudieron sacarlo a pesar del mucho tirar.Llamó la nieta a Yuchka, la perra. Yuchka abrió la boca y con mucho cuidado de no morder a la nieta, se agarró de ella.De esta manera la perra se agarró de la nieta y la nieta de la abuela, la abuela del abuelo y el abuelo del nabo: pero tiraron y tiraron y no pudieron sacarlo.Así que Yuchka llamó a la gata. El nombre de la gata era Mashka. Era una gata de pelo azul y muy presumida. Le gustaba jugar con los ovillos de la lana. Pero Mashka dejó la lana y fue a agarrarse de la perra Yuchka.Y este fue el orden en que tiraron: la gata de la perra, la perra de la nieta, la nieta de la abuela, la abuela del abuelo y el abuelo del nabo.Tiraron y tiraron, pero no pudieron sacarlo.Entonces Mashka llamó al ratón. Esta idea mucho no le gustaba a ella, porque era muy vanidosa y no le gustaba pedir favores. Pero lo hizo porque todos en esa casa querían arrancar al nabo de la tierra y comérselo en la sopa.El ratón fue. Al principio tenía un poco de temor, pero luego se le pasó y corrió a ayudar.El ratón se agarró de la gata, la gata de la perra, la perra de la nieta, la nieta de la abuela, la abuela del abuelo y el abuelo del nabo.Tiraron y tiraron y al final lo sacaron.

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¡Por fin!Y se comieron al nabo en la sopa.

La gallinita colorada

Author: Alberto | at:08:54 | Category : La gallinita colorada |

abía una vez, una gallinita colorada que encontró un grano de trigo. “Quién sembrará este trigo?”, preguntó. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo

no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella sembró el

granito de trigo. Muy pronto el trigo empezó a crecer asomando por

encima de la tierra. Sobre él brilló el sol y cayó la lluvia, y el trigo siguió creciendo y creciendo hasta que estuvo

muy alto y maduro.

“¿Quién cortará este trigo?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el

perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella cortó el

trigo.

“¿Quién trillará este trigo?”, dijo la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-

clo!”. Y ella trilló el trigo. “¿Quién llevará este trigo al molino para que lo

conviertan en harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!”. Y ella llevó el trigo al molino y muy pronto volvió con una bolsa de harina.

“¿Quién amasará esta harina?”, preguntó la gallinita. “Yo no”, dijo el cerdo. “Yo no”, dijo el gato. “Yo no”, dijo el

perro. “Yo no”, dijo el pavo. “Pues entonces”, dijo la gallinita colorada, “lo haré yo. Clo-clo!” Y ella amasó la harina y horneó un rico pan.

“¿Quién comerá este pan?”, preguntó la gallinita. “Yo!”, dijo el cerdo. “Yo!”, dijo el gato. “Yo!”, dijo el perro. “Yo!”, dijo el pavo. “Pues no”, dijo la gallinita colorada. “Lo comeré YO. Clo- clo!”. Y se comió el pan con sus

pollitos. FIN

“ Los socios sembradores “ -  Adaptación de Bibiana Amado

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Había una vez un zorro que era muy haragán. Él quería sembrar su campo para tener alimento, pero no quería trabajar. Entonces le pidió al quirquincho que lo ayudara.

En realidad, el zorro quería engañar al quirquincho.

Así, le propuso que él pondría la tierra y el quirquincho la trabajaría. Después  repartirían la cosecha de la siguiente manera: todo lo que dieran las plantas arriba de la tierra sería para el zorro y

todo lo que dieran para abajo sería para el quirquincho.

El quirquincho aceptó con gusto y decidió sembrar papas. De esa manera, una vez cosechadas las papas, el zorro tuvo que comer las hojas, que no le servían de alimento.

Al año siguiente, el zorro le propuso a su socio quedarse con lo que dieran las plantas debajo de la tierra. Para el quirquincho sería lo que dieran arriba de la tierra.

Esta vez el quirquincho sembró trigo. De esta manera, cuando cosechó, se llevó las espigas y al zorro le quedaron las raíces, que tampoco le sirvieron de alimento.

Llegó el nuevo año y el zorro dijo que para el quirquincho sería lo que estuviera en el medio de las plantas. Lo que dieran las plantas arriba y abajo sería para el zorro.

El quirquincho decidió sembrar maíz. Cuando terminó la cosecha, el quirquincho se llevó unos ricos choclos y al zorro le quedaron las cañas, las hojas y las raíces del maizal.

Por fin, el zorro reconoció que no le seria posible engañar al quirquincho. Y desde entonces no volvió a ser su socio.

 

Es el ZORRO  (atoj, en quichua; aguará, en guaraní)  el principal protagonista en una serie de cuentos animalísticos difundidos por casi todo  nuestro país, Bolivia y la campaña uruguaya. Puede considerarse como el símbolo de la astucia y de la viveza. Se le conoce por Don Juan o simplemente Juancito. Diccionario folklórico argentino Félix y Susana Coluccio

Los tres chanchitos

   

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iempo atrás, en el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. 

El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.

El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.

- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.

El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.

Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.

Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón

descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.

Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

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    En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

    El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.

    El mayor trabajaba en su casa de ladrillo.

- Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.

    El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.

    El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.

    Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.

    Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.

    Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

La leyenda del hueco del Diablo - Laura Devetach

Cuentan que el diablo estaba harto de navegar encerrado en una botella. Pero esperaba que se le diera la buena porque sabía que siempre que llovió, escampó.

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Y así fue. Un día la botella se hizo pedazos en una roca y el diablo salió como loco haciendo tumbacabezas.Enseguida se puso a buscar un buen lugar para vivir. Era pretencioso y haragán, quería verlo todo desde arriba y que lo transportaran, lo cuidaran.Cuando vio pasar a la hermosa muchacha, no dudó más. Se le prendió como un abrojo en el pelo. Imposible de desenredar. Se acomodó muy contento sobre la espalda y así andaba, de patas cruzadas.Criticaba todo lo que veía, decía groserías a los demás y se tiraba pedos con el mayor desparpajo.La muchacha vivía llena de rabia y de vergüenza, sin poder sacárselo de encima. Trató de ocultarlo, de esconderse, de parar el planeta, pero todo fue inútil.El diablo le comía la comida, le enturbiaba el agua y se le metía en los sueños.Entonces la muchacha decidió hacer huelga de soledad. Se recluyó durante mucho tiempo dispuesta a no comer ni hacer nada de nada.El diablo se las vio feas porque si había algo insoportable para él era el hambre. Tuvo tanta hambre que le crujía el estómago y, berreando lastimeramente, se lo contó a la muchacha.Le contó que tenía un hueco en el estómago. Un hueco que le dolía mucho.—Ay Ay Ay —dijo ella—. Veremos qué se puede hacer.Y se puso a pensar durante un rato largo.—Hay que vomitar —dijo por fin—. Vomitá, vamos. El diablo se puso los dedos en la garganta con temor. Entre arcadas, vomitó sobre la tierra.Ella miró con gesto de asco y vio que había vomitado el hueco. Era un círculo hondo, muy hondo, la boca de una bolsa sin final. La pura oscuridad.Miró al diablo. Estaba pálido, pero daba ínfimas señales de reponerse con celeridad de diablo.Ella pensó que no había tiempo que perder.Venciendo el miedo se asomó al hueco y miró muy interesada. —Así debe ser estar ciego —se dijo aturdida por los oscuro.El aturdimiento le dio la idea. Miró al diablo de reojos.—Oh —gritó, fingiendo sorpresa.—¿Qué? —preguntó el diablo, inquieto.—Hay... se ve...Su voz temblaba y sintió que la tensión la hacía balancearse en el borde. Pero bien valía la pena el riesgo.—Nunca me imaginé —siguió diciendo mientras se inclinaba hacia el hueco—. Nunca, nunca me imaginé que vería esto.—¿Qué? —dijo el diablo inquieto—. ¿Qué ves en mi hueco? —y se precipitó hacia el borde como queriendo proteger todo lo que allí existía.Entonces ella se plantó sobre la tierra y con las palmas de las manos ensanchadas para que no le fallaran, dio un golpe firme sobre el diablo y lo perdió para siempre.El llanto le surgió a borbotones y sin permiso, salpicó al hueco. Y la tierra volvió a quedar áspera y tersa como de costumbre.

Laura Devetach

La H pide la palabra

El Congreso Anual de Vocales y Consonantes se desarrollaba con tranquilidad, cuando la H estiró una mano para pedir la palabra.

—Te escuchamos —le dijo la T, que presidía el encuentro.

La H carraspeó y, sin timidez, expuso:

—¡Estoy harta de ser silenciosa! ¡Quiero sonar!

El alboroto alfabético que se armó fue tremendo. La T llamó al orden y pidió a la H que se explicara mejor.

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—Y… sí. todas tienen sonido. Yo, nada. Chicas, aparezco en palabras tan importantes como “hijo”, “hogar” e incluso “hablar”, pero la gente ni me pronuncia y son pocos los que se acuerdan de mí y me utilizan al escribir. ¡Exijo mi derecho a sonar! Aunque sea parecido a otra letra.

—¿Y yo, qué? Sueno a U o a V. Si estaré en treinta palabras es mucho. Y no me quejo —le retrucó la W.

—No sabés el dilema que es compartir un sonido con otras —dijo la Q mirando de reojo a la C y la K, que asentían con las cabezas.

—A mí me pasa lo mismo. Encima somos víctimas de los horrores de ortografía —agregó la Z que compartía un triste destino con la S y la C.

—¡Yo, en minúscula, tengo punto como la J y no me hago tanto drama! —agregó la I—. Aunque confieso que es injusto que la U a veces se dé el lujo de tener dos y se las tira de ser otra letra.

—Tenés dos patas y dos brazos. Yo no puedo decir lo mismo —le gritó la M que vivía renegando por su parecido con la N y la Ñ, que además tenía sombrerito.

La H seguía emperrada.

—No me importa. Necesito un sonido que me dé personalidad. Dependo del lápiz o la lapicera y eso no es vida. ¿A quién le gusta depender de otro?

El resto del abecedario se miró. Algo de razón tenía. La T volvió a tomar el control.

—¿Qué sonido se te ocurre, querida?

—No sé, me gusta el de la F…

—Ah, no, yo no cedo nada —se excusó la F que ya había batallado con la H por el derecho de la palabra “fierro”, entre otras.

—También me gusta el de la V.

—¿La alta o la petisa?

—La de “vaca” —respondió la H.

—Te entendemos, pero ninguna puede cederte su sonido. Se me ocurre que tendrás que salir a buscarte uno propio —sugirió la D, muy comprensiva.

A la T, la propuesta le pareció aceptable.

—Eso, tenés un año, hasta el próximo congreso, para encontrar un sonido para sonar.

Todas estuvieron de acuerdo. La H fue a su casa, armó las valijas y partió a buscar lo que tanto quería. Se le ocurrió que el viento podría prestarle alguno de sus tantos sonidos. Con bufanda, guantecitos y pasamontaña viajó al Polo Sur, donde el viento tiene su residencia de invierno. Luego de explicarle, el tipo le dijo que encantado, pero no le convenía.

—Si te cedo algún sonido, cuanto te pronuncien van a volar sombreros, papeles, hasta techos. La gente evitará

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usarte.

A la H le pareció razonable. Se fue a hablar con el mar. En malla, ojotas y lentes oscuros, llegó a la playa. Bajo una sombrilla escuchó cómo el mar la convencía de lo poco conveniente de sonar como un choque contra las rocas, un tifón o un maremoto.

—Cada vez que te usen cundirá el pánico.

A la H le sonó coherente. Se fue a ver a las aves. Los pájaros le explicaron que ellos vivían cantando y eso no era apropiado para una letra.

—Imagináte los tímidos. ¿Y los que desafinan? —le dijo un canario— ¿Quién va a usar una letra que suena a cacareo de gallina o graznido de cuervo?

Tenía razón. Así como los animales de la selva, el desierto y la montaña. A los del fondo del mar ni los consultó. El fuego, la música, los insectos hasta las máquinas también lograron convencerla con sus argumentos.

Así, yendo y viniendo, pasó un año. La H seguía sin sonar. Frustrada, se sentó en un paraje solitario y lloró. Entonces, sintió un zumbido que no sonaba pero estaba. Era el silencio. Ni se le había pasado por la cabeza consultarlo. A decir verdad, como causante de su dolor, no podía ni verlo… ni escucharlo.

Al notarla tan decaída, el silencio hizo lo que nunca: habló.

—Yo me sentiría orgullosa de ser silenciosa. No es un defecto, es una virtud.

—Habría que preguntarle a un mudo si piensa lo mismo —le reclamó la H con agresividad.

—Que no suenes no quiere decir que no existas —insistió el otro—. El sol brilla en silencio y a nadie le es indiferente. Las estrellas van y vienen calladitas. ¿Y alguien las olvida? Las flores y las plantas crecen sin conversar. Los artistas crean en silencio y muchas, muchísimas veces, es mejor callarse que decir algo. En silencio se piensa, se ama, se madura, se lee. Los colores y los perfumes no necesitan sonar. A nadie mata el silencio. Es más, detrás de mí hay un universo de emociones y sentimientos que se expresan sin decir ni mu… El silencio es una puerta o una ventana. No es mudo, querida —dijo y se calló.

La H pensó bastante en eso y cuando estuvo nuevamente frente a su pares alfabéticas, les repitió esos argumentos y comunicó su decisión de seguir sin sonido.

—El silencio significa muchas cosas. Tanto como las palabras —concluyó.

Las otras letras chillaron, gritaron, pero la H no dijo más nada. Solo cuando todas se miraron, en silencio, comprendieron.

La flor del Irupé - Ana María Shua

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Entre los jóvenes de la tribu, Pitá era el más valiente, el más fuerte, el más audaz. Y el más enamorado. Todo su coraje se rendía a los pies de la hermosa Morotí.

La muchacha estaba muy orgullosa del amor de Pitá y del poder que tenía sobre él. Se jactaba de la pasión que había inspirado, capaz de transformar al joven guerrero en juguete de sus caprichos.Cierto día paseaba con sus amigas por las orillas del Paraná. Los vientos y las lluvias recientes habían provocado una peligrosa crecida y las aguas del río bajaban torrenciales. En ese momento Morotí vio que se acercaba su fiel Pitá y quiso demostrar ante las otras muchachas todo lo que el guerrero estaba dispuesto a hacer por ella.

Sin pensarlo dos veces, Morotí se sacó el brazalete y lo arrojó a las aguas enfurecidas y turbias.-¡Pitá, mi brazalete! -dijo.Y fue suficiente para que el muchacho se lanzara al río detrás del objeto brillante. Pitá podría haber salido airoso de la prueba. Como cualquier guerrero guaraní, era un excelente nadador, conocía muy bien los riesgos y las jugarretas del Paraná y sus aguas traicioneras. Pero Ñandé Yará, el Gran Espíritu, había dispuesto castigar la coquetería de Morotí. Por un momento se vio asomar de las aguas la cabeza de Pitá y después, atrapado por un remolino, volvió a desaparecer. Esta vez, para siempre.Morotí y sus amigas no podían creer lo que habían visto con sus propios ojos. Recorrieron la orilla río abajo y río arriba, convencidas de que Pitá les estaba haciendo una broma. Gritaron su nombre con todas sus fuerzas. Después gritaron con desesperación.

Pero no era un juego. Cayó la noche y Pitá no volvió a la tribu.Morotí estaba enloquecida de dolor. Por su capricho y su tonto orgullo, Pitá había muerto ahogado.

Sin embargo, el chamán de la tribu consultó a los dioses y obtuvo otra respuesta. Pitá no estaba muerto. I Cuñá Payé, la hechicera de las aguas, lo retenía en su palacio del fondo del río, envuelto en sus redes de amor brujo.Desesperada, arrepentida, Morotí se ató al cuello una enorme piedra y llevando esa carga se arrojó al río antes del amanecer, cuando nadie podía retenerla. Una de sus amigas la había seguido y alcanzó a verla hundiéndose en el agua revuelta del Paraná. A gritos pidió ayuda.

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Los hombres y mujeres del pueblo guaraní vieron entonces salir de las aguas una enorme y extraña flor que jamás habían visto antes. Era hermosa y su perfume, delicioso. Los pétalos del centro eran blancos, como la pureza de la linda Morotí, y los del borde eran rojos, como la sangre bravía y enamorada de Pitá. El Gran Padre Tupá había perdonado su locura de jóvenes y había unido para siempre el alma de los dos enamorados en la flor del irupé.

La leyenda de la flor del irupé es una variante de un motivo que aparece en las culturas más diversas. Se trata del juego entre el Valiente y la Bella, en que la Bella (a veces su padre o su captor) impone condiciones al Valiente para conquistar o retener su amor, o para salvarla de un peligro mágico o real. Estas condiciones suelen dar lugar a largas aventuras.

El Valiente es un personaje que aparece siempre igual a sí mismo, sin grandes variantes. Siempre es joven, fuerte, valeroso, esforzado y dispuesto a soportarlo todo. Es casi el mismo personaje que pasa de un cuento al otro. En cambio, de la Bella se puede esperar cualquier cosa. Hay algunas francamente malvadas, como las que mandan a cortar la cabeza de sus pretendientes si fracasan en pasar ciertas pruebas. Otras permanecen a lo largo de la historia dormidas o sentadas en su trono (tal vez un poco aburridas) hasta que llega el momento de unirse al Valiente.Pero también, en historias y leyendas de todos los pueblos y de todas las épocas, hay Bellas tan aventureras como los Valientes, que comparten los riesgos y las emociones. Este es el caso de la Bella Morotí que, arrepentida de su cruel exigencia, participa en la aventura para salvar a su Valiente Pitá. Publicado por S. en 13:55 Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook

Los tres cerditos

Los tres cerditos

Anónimo

En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndolos para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar.

El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él.

El mayor trabajaba pacientemente en su casa de ladrillo.

-Ya verán lo que hace el lobo con sus casas -riñó a sus hermanos mientras éstos se divertían en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó.

El lobo persiguió al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.

Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor.

Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo sopló y sopló, pero no pudo derribar la fuerte casa de ladrillos. Entonces se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que

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entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.

Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

Canción de la vacuna - María Elena Walsh

Había una vez un bru,un brujito que en Gulubúa toda la poblaciónembrujaba sin ton ni son.

Pero un día llegó el Doctorrrrmanejando un cuatrimotorrrr¿Y saben lo que pasó?

¿No?Todas las brujeríasdel brujito de Gulubúse curaron con la vacúcon la vacunaluna luna lu.

La vaca de Gulubúno podía decir ni mu.El brujito la embrujóy la vaca se enmudeció.

Pero entonces llegó el Doctorrrrmanejando un cuatrimotorrrr¿Y saben lo que pasó?

¿No?Todas las brujeríasdel brujito de Gulubúse curaron con la vacúcon la vacunaluna luna lu.

Los chicos eran todos muy bu,burros todos en Gulubú.Se olvidaban la leccióno sufrían de sarampión.

Pero un día llegó el Doctorrrrmanejando un cuatrimotorrrr¿Y saben lo que pasó?

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¿No?Todas las brujeríasdel brujito de Gulubúse curaron con la vacúcon la vacunaluna luna lu.

Ha sido el brujito el u,uno y único en Gulubúque lloró, pateó y mordiócuando el médico lo pinchó.

Y después se marchó el Doctorrrrmanejando un cuatrimotorrrr¿Y saben lo que pasó?

¿No?Todas las brujeríasdel brujito de Gulubúse curaron con la vacúcon la vacunaluna luna lu. Publicado por S. en 14:39 0 comentarios Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook Compartir con Google Buzz Etiquetas: Para Peques, Poesía

El dragón Filiberto - Liliana Cineto

de Liliana Cinetto

El dragón Filibertoquiere dar un conciertoe invita a sus amigosa escucharlo cantarpues ha ensayado tantoen su clase de cantoque cree que está listopara un gran recital.Nadie falta a la citaen un claro del bosque.Filiberto nerviosose dispone a cantar.Pero entonces ocurreque enormes llamaradasle salen por la bocasin poderlo evitary le quema las plumasa un gorrión distraído,le chamusca la orejaa un conejo haragán.

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A una ardilla coquetase le enciende el vestidoy le incendia la colaa un zorro charlatán.Todos los invitadoshuyen despavoridosy el pobre Filiberto¡BUAH! se pone a llorar.Patalea en el sueloy no tiene consuelo:—No hay caso. ¡Qué fracaso!Nunca podré cantar.Al verlo deprimidoy descorazonadouna vieja lechuzalo quiere consolary le dice en secretoque le dará un consejopara que sin peligropueda por fin cantar.Otra vez Filibertoorganiza un conciertoaunque no es en el bosquesino en otro lugar.Pues siguiendo el consejode la lechuza sabiadentro de una bañerael dragón cantará.Y así mientras lo escuchancantar bajo la duchael dragón Filibertosu sueño cumplirá. Publicado por S. en 14:30 0 comentarios Enviar por correo electrónico Escribe un blog Compartir con Twitter Compartir con Facebook Compartir con Google Buzz Etiquetas: Para Peques, Poesía

Cuento con caricia

No sabía lo que era una caricia. Nunca lo habían acariciado antes. Por eso, cuando el changuito rozó su plumaje junto a la laguna –alisándoselo suavemente con la mano–, el tero se voló. Su alegría era tanta que necesitaba todo el aire para desparramarla.– ¡Teru! ¡Teru! ¡Teru! ¡Teru! ¡Teru! ¡Teru! –se alejó chillando.El changuito lo vio desaparecer, sorprendido. La tarde se quedó sentada a su lado sin entender nada.– ¡Hoy me han acariciado! ¡La caricia es hermosa! – seguía diciendo con sus teru-teru...– ¡Eh, tero! ¡Ven aquí! ¡Quiero saber qué es una caricia! –le gritó una vaca al escucharlo.El tero se dejó caer: un planeador blanco, negro y pardo, de gracioso copete, aterrizando junto a la vaca...–Esto es una caricia... –le dijo el tero, mientras que con el ala izquierda rozaba una y otra vez una pata de la vaca–. Me gusta tu cuero, ¿sabes? No imaginaba que fuera tan distinto de mi plumaje...La vaca no lo escuchaba ya. Pasto y cielo se iban mezclando en una cinta verde azul con cada aleteo del ave. Ni siquiera sentía las fastidiosas moscas... Con varios felices muuu... muuu... se despidió entonces del tero.

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¿Caminaba o flotaba? ¿Soñaba? No. Era tan cierto como el sol del atardecer, bostezando sobre el campo. Era verdad: ella sabía ahora lo que era una caricia...Distraída, atropelló un armadillo que descansaba entre unos matorrales:–Cuidado, vaca, ¿no ves que casi me pisas? ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?–Este quirquincho no puede entender... –pensó la vaca–. Es tan tonto... –y continuó caminando o flotando, mugiendo o cantando... Pero el animalito peludo la siguió curioso, arrastrándose lentamente sobre sus patas.Finalmente, la chistó:–Shh... Shhh... ¿No vas a decirme qué te pasa? Suspirando, la vaca decidió contarle:–Hoy he aprendido lo que es una caricia... Estoy tan contenta...– ¿Una caricia? – repitió el armadillo, tropezando con el nudo de una raíz–.¿Qué gusto tiene una caricia?La vaca mugió divertida:–No, no es algo para comer... Acércate que te voy a enseñar... –y la vaca rozó con su cola el duro y espeso pelo del animalito. Su coraza se estremeció. Tampoco a él lo habían acariciado antes...¿De modo que ese contacto tan lindo era una caricia? Para ocultar su emoción, cavó rápidamente un agujero en la tierra y desapareció en él.La noche taconeaba ya sobre los pastos cuando el armadillo decidió salir.La vaca se había ido, dejándole la caricia... ¿A quién regalarla? De pronto, un puercoespín se desperezó en la puerta de su grieta. Era la hora de salir a buscar alimentos.– ¡Qué mala suerte tengo! –exclamó el armadillo–. ¡Encontrarte justamente a ti!– ¿Se puede saber por qué dices esa tontería? –gruñó el puercoespín, dándose vuelta enojado.–Pues... porque tengo ganas de regalar una caricia... pero con esas treinta mil púas que tienes sobre el cuerpo... voy a pincharme...– ¿Una caricia? –le preguntó muy interesado el roedor–. ¿Te parece que mis dientes serán lo suficientemente fuertes para morderla? ¿Es dulce o salada?–No, amigo, una caricia no es una madera de las que te gustan tanto...ni una caña de azúcar... ni un terroncito de sal... Una caricia es esto...–y frotando despacito su caparazón contra la única parte sin púas de la cabeza del puercoespín, el armadillo se la regaló.¡Qué cosquilleo recorrió su piel! Un gruñido de alegría se paró en la noche.Su primera caricia...– ¡No te vayas! ¡No te vayas! –alcanzó a oír que el armadillo le gritaba riendo. Pero él necesitaba estar solo... Gruñendo feliz, se zambulló en la oscuridad de unas matas.La mañana lo encontró despierto, aún sin desayunar y murmurando:–Tengo una caricia... Tengo una caricia... ¿A quién podré dársela? Ninguno me la aceptará... Tengo tantas púas...– ¿Estás loco? –le dijo una perdiz.– ¡Se ha emborrachado! –aseguró una liebre. Y ambas dispararon para no pincharse. El puercoespín se enroscó. Su soledad de púas lo molestaba por primera vez...Ya era tarde cuando lo vio, recostado sobre un tronco, junto a la laguna.El changuito sostenía con sus piernas la caña de pescar. Un sombrero de paja le entoldaba los ojos. Dormitaba...El puercoespín no lo pensó dos veces y allá fue, llevándole su caricia.Su hociquito se apretó un momento contra la rodilla del chango antes de escapar –temblando– hacia el hueco de un árbol. El muchachito ni siquiera se movió, pero a través de un agujerito de su sombrero lo vio todo.–¡El puercoespín me acarició! –se dijo por lo bajo, mirando de reojo su rodilla curtida–. Esto sí que no lo va a creer mi tata... –y su silbidito de alegría rebotó en la laguna.–¿Dormita el chango? ¿Sonríe? ¿Pesca o silba? –se preguntó la tarde.Y siguió sentada a su lado sin entender nada.

© Elsa Bornemann, 1975, tomado de Un elefante ocupa mucho espacio,Alfaguara, Buenos Aires, 2004

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