Cuestiones Constitucionales_Pacheco y Rivero

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    CUESTIONES CONSTITUCIONALES

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    Presentacin

    CARLOSRAMOSNEZ

    Centro de Estudios Constitucionales

    Tribunal Constitucional

    Toribio Pacheco

    Cuestionesconstitucionales

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    Coleccin Biblioteca Constitucional del BicentenarioCarlos Ramos Nez (dir.)

    TRIBUNAL CONSTITUCIONAL CENTRO DEESTUDIOSCONSTITUCIONALESLos Cedros nm. 209 San Isidro Lima

    CUESTIONES CONSTITUCIONALES Toribio Pacheco y RiveroEnero

    Hecho el depsito legal en la Biblioteca Nacional del Per: N 2015-02157ISBN: 978-612-45411-8-6

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial de estaobra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright.

    Impreso en PerTiraje: 500 ejemplares

    Impresin: Q&P Impresiones S. R. L.Av. Ignacio Merino nm. 1546Lince Lima

    2015

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    TRIBUNAL CONSTITUCIONALDEL PER

    Presidentescar Urviola Hani

    VicepresidenteManuel Miranda Canales

    MagistradosErnesto Blume FortiniCarlos Ramos Nez

    Jos Luis Sardn de TaboadaMarianella Ledesma Narvez

    Eloy Espinosa-Saldaa Barrera

    CENTRO DE ESTUDIOSCONSTITUCIONALES

    Director GeneralCarlos Ramos Nez

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    CONTENIDO

    Presentacin............................................................. 11Advertencia.............................................................. 27

    I. CUESTIONES CONSTITUCIONALES..................... 31

    2. Examen rpido de nuestrascartas fundamentales.................................... 49

    4. ...................................... 110

    1. Poder legislativo........................................... 145 255

    1. Estado del Per antes y

    despus de su emancipacin......................... 36

    3. La Constitucin de 1839.............................. 86Forma de gobierno .

    II. R EFORMA CONSTITUCIONAL............................. 145

    2. Poder ejecutivo.............................................

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    PRESENTACIN

    Toribio Pacheco, un moderado entre dos fuegos

    CARLOSRAMOSNEZ*

    Toribio Pacheco es, en el Per, el eptome del humanista del sigloXIX. Esta afirmacin no es, como parece, hiperblica. Y es que Pa-checo no solo fue, como se sabe, jurista, y de las ms altas cotas;

    sino tambin poltico, diplomtico de circunstancias difciles yhasta penosas, periodista cabal y enrgico y, por aadidura, hom-bre de letras, en el sentido ms raigal del trmino. En cada uno deestos segmentos de vida pblica su desempeo fue sobresaliente,no solo por su versacin, brillantez y eficiencia, sino, sobre todo,por la impronta tica que le imprimi a cada uno de ellos.

    Su actividad diplomtica estuvo ntimamente vinculada a lapoltica y esta, en gran medida, fue la puesta en prctica de su pos-tura ideolgica (en la que se trasfunden elementos liberales y con-servadores) plasmada en sus artculos periodsticos. No solo se trata

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    *Magistrado del Tribunal Constitucional del Per,directorgeneral del Cen-tro de Estudios Constitucionales y profesor principal de la Pontificia Universi-dad Catlica del Per.

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    de actividades que se allegaban por la identidad poltica, sino, sobretodo, de convicciones que se sustentaban en una vitalsima cohe-rencia: la de una honradez y honestidad escrupulosas. Baste recor-dar su fecunda y apasionada actividad periodstica, que lo impulsa fundar diarios y a escribir con fulminante temperamento y pro-porcional brillo (es, acaso, uno de los escritores de ms hermosaprosa del sigloXIX); su monumental obra jurdica, cuya erudicin

    se refractaba con pareja excelencia en los mbitos del derecho p-blico y el privado; su ardua y magistral labor como diplomtico, derepercusin continental, donde hizo gala de extraordinaria versa-cin y esclarecimiento, poco comn en la poca, y de slido com-promiso con la unidad latinoamericana; su actividad jurisdiccio-nal, en la que dirimi controversias que oponan a poderosos inte-

    reses y a entidades millonarias, siempre guiado por sus vastos cono-cimientos del derecho y la bruida rectitud de su conciencia. Y quemuri trgicamente, joven y en una proverbial pobreza.

    Publicar hoy sus textos es una puntual exigencia. Su lecturaliga, en fecunda alianza, el conocimiento y el goce esttico. Y es quereactualizar el dilogo con los temas, las reflexiones y las posiblessoluciones a los problemas que aquejaban a la sociedad peruana delsigloXIX, que discerna este jurista excepcional en clave constitu-cional, no es solo una demanda de lucidez y honradez intelectualde viva actualidad, sino tambin de temple terico para afrontar losdesafos jurdicos de este tiempo.

    La magnitud fundacional de este autor para el derecho pe-ruano, entonces, justifica palmariamente que con l se inaugure laColeccin Biblioteca Constitucional del Bicentenario, que el

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    Centro de Estudios Constitucionales (CEC) del Tribunal Cons-titucional propone a la comunidad acadmica, y cuyo propsitoser, en lo sucesivo, publicar a los autores aurorales y clsicos delconstitucionalismo peruano. Revisitar nuestra tradicin jurdicaes, creemos, la mejor contribucin que se puede hacer para cele-brar, prximamente, los 200 aos de nuestra independencia.

    Cuestiones constitucionales (primera parte)

    El jurista arequipeo present al pblico Cuestiones constitu-cionales, como primera parte, hacia el ao 1854, un texto que, pesea su antigedad y su fijacin sincrnica, ha sido objeto de elogios einvestigaciones de parte de nuestros ms brillantes intelectuales

    (entre los ms ilustres se cuentan los juicios de Basadre y Mostajo,as como el iluminador estudio que le dedica Porras Barrenechea)por su agudeza, erudicin jurdica y clarividencia.

    Si bien Pacheco public en 1854 este trabajo en forma de li-bro (un folleto de noventa apretadas pginas, como anota Do-mingo Garca Belaunde, que es uno de los pocos que tiene unejemplar),breve tiempo despus public el mismo texto en las p-

    ginas de El Heraldo de Lima, entre el 22 de mayo y el 18 de junio de1

    Presentacin

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    1El Heraldo de Lima, cuyo primer nmero sali el 15 de febrero de 1854, fue

    uno de los diarios ms importantes de la poca, por su tamao, contenido y

    calidad tipogrfica, como lo reconoci el viejo editor Jos Mara Masas, que loconsideraba el mejor diario publicado en Lima. Sali a la luz por la iniciativade su propietario, el espaol Juan Martn Larraaga, quien haba comprado unaimprenta en los Estados Unidos. El diario, muy cercano al rgimen de Rufino

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    1855. En esta primera parte de Cuestiones, Pacheco fija como unprincipio moral su apuesta por la paz y la armona de la nacin, ycomo objetivo rector de su obra, consolidar la organizacin del po-der ejecutivo, que juzga de mayor importancia a efectos de impedirla pesarosa continuidad de las revoluciones y convulsiones sociales.As, anuncia que en el decurso del texto tratar sobre los podereslegislativo, electoral y judicial, as como sobre el consejo de Estado,

    las municipalidades, la instruccin pblica y otros temas concer-nientes al manejo de la nacin.

    Pacheco advierte, con tino admirable, un desfase entre lasinstituciones polticas y la norma constitucional, que deba mode-larlas y regirlas. Percibe esto como un problema severo, y tambin

    enjuicia, vigorosamente, a la corrupcin, como uno de los grandesmales que aquejan a la nacin (con lucidez premonitoria). Ponetambin de relieve, con un nfasis que tenemos que calificar de pio-nero, a la opinin pblica, como uno de los poderes, o acaso el pri-mordial, que ha de conducir los destinos de la nacin. La opininpblica es una instancia crtica del poder poltico, y su vigor y tran-sitividad son fundamentales para desenmascarar los intereses ve-nales y la corrupcin que seran producto entre otras cosas de lasconvulsiones sociales y los lderes recurrentemente militares quelas acaudillaban. No se libra de enjuiciar, acremente, a los lderes

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    Echenique, a la cada del rgimen de este, en julio de 1855, sufri la clausura delgobierno de Castilla. Reaparecido pocos meses despus, volvi a ser cerrado,luego de ordenarse la captura de Larraaga. A pesar de estos inconvenientes eldiario todava pudo reeditarse y continuar, pero solo hasta agosto de 1856.

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    libertadores, que haban devenido, segn su constatacin, gober-nantes despticos, con las funestas consecuencias que para las jve-nes naciones americanas adverta.

    Asimismo, se proclama deudor de una tradicin republica-

    na, a la que juzga como ms aceptable que la monrquica o aristo-crtica. La repblica se basa en la virtud, y esto lo convence de las

    bondades de la democracia, a la vista del proceso ejemplificadorque constitua, para su entusiasta criterio, la revolucin y el poste-rior gobierno norteamericano, que se haba dotado de institucio-nes y de una Constitucin que consagraban el respeto a la ley, yotorgaban una preferente prelacin a la opinin pblica. Esto ci-mentaba la marcha correcta de la nacin.

    Al hilo de este argumento, sostiene que solo la obediencia y elrespeto a la ley, aun cuando esta fuese mala o deficiente, garantiza-ban la vigencia del sistema democrtico. La supremaca de la legali-dad, para Pacheco, es el arma fundamental para combatir el caos yla anarqua.

    Cuestiones constitucionales (segunda parte)

    Entre el 19 de junio y el 7 de agosto de 1855, bajo el ttulo deReforma constitucional, el jurista arequipeo public varios tra-bajos relativos al quehacer constitucional en El Heraldo de Lima.Estos trabajos, como el autor mismo sealara, pueden ser conside-

    rados como la continuacin y el desarrollo ulterior de Cuestionesconstitucionales. Si bien, en la primera parte, Pacheco haba hechoun recuento rpido del perfil de nuestras constituciones hasta ese

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    Presentacin

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    momento, detenindose en algunos aspectos importantes de laCarta de 1839, es en esta segunda parte que se ocupa de examinarlaexclusivamente y con mayor detenimiento.

    Este segundo tramo est compuesto por dos grandes temasclaramente definidos:poder legislativo(del que se ocupa en la ma-yor parte) ypoder ejecutivo(al cual le dedica una pequea cantidad

    de pginas). Dentro del primer asunto, el jurista se ocupa de exami-nar dos cuestiones fundamentales: cmo delega el pueblo sus fa-cultades (poder electoral) y cmo ejercen este poder sus delegados(poder de legislar). El poder electoral es, para Pacheco, la base fun-damental de la soberana popular, ya que ejercindolo es como elpueblo todo entero toma parte en el gobierno de la sociedad y en la

    direccin de los negocios pblicos. Comienza, entonces, pregun-tando quines tienen el derecho de ciudadana, cmo se adquiereeste derecho y cmo se pone en prctica, a propsito de lo estableci-do en la Carta de Huancayo de 1839. As, para poner algunosejemplos, cuestiona que la Constitucin, para ejercer el derecho deciudadana, establezca como requisitos cumplir 25 aos de edad,cuando los derechos civiles se alcanzaban a los 21; que se exima alos indgenas del requisito de saber leer y escribir; y que se exija elpago de contribuciones directas que solo recaan sobre los propie-tarios de grandes terrenos.

    Pero Pacheco no discute nicamente disposiciones constitu-cionales, sino tambin leyes vinculadas a ellas. As, un asunto le-

    gislativoque no escap de la mirada de Pacheco es el mtodo deeleccin de los representantes. Para el jurista la ley electoral, votadaen 1851, iba ms all de lo establecido en la Constitucin en cues-

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    tin, al exigir que para ser elector uno deba ser natural o tener dosaos de residencia en la parroquia o en cualquiera de las de la pro-vincia. La nica razn que vea en esto era un funesto provincialis-mo, toda vez que se privaba del derecho de elegir a los hombres co-merciantes que viajaban por todos los puntos del pas para incre-mentar sus capitales, y, de esa manera, los del pas en general. En esamisma lgica, el jurista cuestionaba que, por disposicin legislati-

    va, los ciudadanos tuvieran que elegir a sus electores de provincia(encargados de nombrar presidentes, senadores, diputados, jura-dos, jueces de paz, sndicos, etc.), a razn de uno por cada quinien-tos individuos, de tal manera que, por ejemplo, dos millones de ha-bitantes solo podan tener cerca de cuatro mil electores. Pacheco sepregunta si poda llamarse a esto un sistema democrtico. Su res-

    puesta era negativa. Este sistema as ideado le pareca perverso, por-que entregaba el poder a un reducido grupo de privilegiados, que,al final, ni siquiera estaban obligados por el pueblo a votar por undeterminado candidato.

    En lo tocante al ejercicio del poder parlamentario, Pachecoexplora el fundamento de la divisin en cmara de diputados y se-nadores. Al hacerlo, entre otras ideas, se ocupa en varias pginas de

    los pensamientos de Guizot , quien sostena que la divisin se hacaen atencin a que nadie deba tener el poder absoluto, que en unademocracia representativa lo mejor era que el poder se comparta, se

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    2 Historiador, poltico y eminente publicista francs, que vivi entre 1787 y1874.

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    distribuya, y que sea el campo de la poltica el que decida quingana. As, esta lucha constante hara que las dos cmaras se contro-lasen entre s en la bsqueda de la justicia y la verdad. Ideas que, porcierto, Pacheco consideraba equivocadas, porque al ser nombradasambas cmaras por el pueblo, estas representaban la misma volun-tad. Ni siquiera aceptaba que la existencia de dos cmaras garanti-zase la reflexin de las decisiones legislativas; era partidario del uni-

    cameralismo y vea en la bicameralidad rivalidades, odios, desor-den, demora, etc. Para l, era el poder ejecutivo el que, usando elderecho de veto, poda hacer reflexionar al legislativo, toda vez que,por su propia naturaleza, conoca ms los asuntos del pueblo queaquel.

    As como el jurista haba cuestionado los requisitos relativosa la ciudadana, de la misma manera se ocupa de discutir las exigen-cias para ser representante. Por ejemplo, que se pida que los candi-datos perciban una renta de setecientos pesos (disposicin por lacual muchos hombres inteligentes e ilustrados se vean impedidosde participar), que sean oriundos del lugar al que quieren represen-tar o por lo menos que hayan residido tres aos, etc.

    El otro asunto que compone esta segunda parte es el poderejecutivo. Con fines ilustrativos mencionaremos tres ideas bsicasque ocuparon las meditaciones del jurista alrededor de este tema yque, una vez ms, dan cuenta de su afn por construir una patriaque camine tranquila y sin sobresaltos por la senda del progreso.

    En primer lugar, la cuestin relativa alperiodo presidencial.Una de las preocupaciones de Pacheco era evitar las revueltas pro-

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    vocadas por los caudillos que luchaban por el primer puesto de lanacin, la presidencia. As, buscaba una forma de morigerar lasconsecuencias de este tipo de ambiciones. Pensaba que el alimentode estas revueltas era la larga duracin del periodo presidencial deseis aos. En esa lnea, propona que fuesen solo cuatro: estimabaque siendo cortos los gobiernos las revoluciones seran cada vezmenos, porque al ser los regmenes insoportables menos durade-

    ros, a las gentes les saldra ms barato esperar un breve tiempo paracambiar de gobierno, sin tener que esperar los largos seis aos. Eramejor tener elecciones cada cuatro aos, por ms quisquillosas ymovidas que estas sean, que tener revoluciones de un momento aotro, que ciertamente cambiaran el gobierno pero con funestasconsecuencias.

    En segundo lugar, llamaba su atencin la responsabilidad delpresidente. En un sistema republicano, planteaba Pacheco, la res-ponsabilidad debe ser personal, y no conjunta con la de los minis-tros. Y para esto el presidente deba estar completamente libre paraelegir los brazos con los que iba a trabajar. A lo mucho toleraba quese le impusiera el nmero de brazos (ministros). Sin embargo, laConstitucin de Huancayo estableca que para ser ministro habaque cumplir los 40 aos. Disposicin absurda para Pacheco, puesalegaba que en otros pases haba ministros menores de 40 aos yque la edad no era sinnimo de talento para los negocios pblicos.Asimismo, crea que los cargos deban ser pasajeros, momentneos,de manera que el ejecutivo pudiera tener mayor margen de movili-

    dad para realizar su trabajo. As, los nicos cargos que le pareca quetenan que ser inamovibles eran los del poder judicial, el Tribunalde Cuentas y los del profesorado.

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    Y, en tercer lugar, conforme a sus convicciones, la estabilidaddel gobierno fue una de sus ms caras ocupaciones tericas. Paraasegurar la estabilidad del presidente y del gobierno, propona unaidea audaz: que se eligiera presidente y vicepresidente al mismotiempo, y que este ltimo sucediese al presidente cuando el prime-ro hubiera dejado el cargo. Este mecanismo, segn vea, hara queambos se ayudaran en la conduccin del Estado, el primero por

    querer mantenerse en el poder, y el segundo porque esperaba suce-derle en un clima de paz. Adems, el vicepresidente, mientras dura-ba el mandato del presidente iba aprendiendo a manejar los asun-tos pblicos.

    Son muchas ms las ideas fecundas que Pacheco desenvuelve

    en las dos partes de este clsico del constitucionalismo, pero bastenlas que hemos destacado de manera escueta, para que el lector sevaya haciendo una idea del talante de este personaje pionero en elcomentario de nuestras cartas constitucionales.

    Se trata, pues, de un moderado, que templado por una sensa-tez admirable, se adhera a las conquistas ms preciadas del consti-tucionalismo y republicanismo de esa hora (suscribe la libertadcomo patrimonio insobornable del hombre, elogia a la opinin p-blica y denosta a los regmenes despticos); pero, a la par, se cuida-ba de promover y legitimar las revueltas, asonadas y desbordes tu-multuarios, que muchas veces culminaban en el ascenso de caudi-llos propensos a la violencia supresora de libertades y a la tirana.

    Este republicano, para quien la democracia reposaba, sobre todo,en la virtud, era tambin un convencido de que solo el imperio dela legalidad poda respaldar el buen gobierno; el que ansiaba, el que

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    deba, sobre todo, cautelar las libertades, asegurar la paz y promo-ver la dignidad del hombre. Conquistar la libertad, s, pero sin vio-lencia, era su credo poltico y humanista en toda su expresin devida.

    De la presente edicin

    Un somero estado de la cuestin nos revela que, hasta el mo-mento, son tres las ediciones de la primera parte de Cuestiones cons-

    titucionales: la de 1854, que public el autor en vida; la de 1989,publicada en la revista Ius et praxis, que diriga Domingo GarcaBelaunde; y la de 1996, que public la editorial Grijley, con prlo-go de Garca Belaunde y con un extenso estudio preliminar de Jos

    Palomino Manchego. En esta edicin hemos optado por fiarnos delo que el mismo Pacheco entreg a prensa (y por partes) al hist-rico diario El Heraldo de Lima, hacia 1855. As, el texto que hoyentregamos a la comunidad acadmica, bajo el ttulo integral deCuestiones constitucionales, aunque ha sido adaptado a las reglas dela escritura moderna para facilitar su lectura, respeta fielmente lopublicado en el referido diario.

    Lima, enero de 2015

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    3No olvidemos que el texto fue republicado en El Heraldo de Lima en1855.

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    Sin el conocimiento del carcter, de la ndoley de las circunstancias de los hombres, una nacinmarchara a la ventura, tomara frecuentemente las ms

    erradas medidas y creera obrar con prudencia imitando a lospueblos que pasan por ilustrados, sin reflexionar que un sistema

    muy til para un Estado, puede ser funesto para otros. Cada cosadebe gobernarse segn su naturaleza lo exija: los pueblos no

    podrn ser bien gobernados si no se atiende a su carcter,y, para atender a este, es preciso conocerlo.

    VATTEL, T. I, ch. II

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    AL SR. D. FELIPE PARDO

    Seor de toda mi estimacin y respeto:

    Desde que tuve la idea de dar al presente trabajo la forma con que

    hoy lo presento al pblico, conceb el pensamiento de dedicrselo a us-ted, pues hace mucho tiempo que he deseado manifestarle pblicamenteel gran aprecio, el profundo respeto y la ilimitada admiracin que meaniman hacia un hombre que hace tanto honor a nuestra patria y cuyonombre recordar con orgullo nuestra posteridad. Siento seor que elobsequio no sea digno de usted, pero, al fin, usted sabe que cada uno hacelo que puede y da lo que tiene, y que un pobre entendimiento no puede

    producir sino pobrsimos frutos; as que, para disculpar mi atrevimiento,no he concebido cosa mejor que repetirle aquellas palabras del clebresecretario florentino, dirigidas a un amigo suyo, al dedicarle una de susobras: Pigliate adunque questo in quel modo che si pigliano tutte le cosedegli amici, dove si considera pi sempre l'intenzione di chi manda, che la

    qualit della cosa che mandata. E crediate che in questo io ho una satis-

    fazione, quando io penso che, sebbene io mi fussi ingannato in molte sue cir-

    constanze, in questa sola so ch'io non ho preso errore, d'avere eletto voi, ai

    quali, sopra tutti gli altri, questi miei discorsi indirizzi.

    Que esta consideracin sirva, pues, para disculparme y para hacerconocer a usted que, al dedicarle este imperfecto trabajo, no he tenidootro objeto que manifestarle el ms rendido aprecio y la ms profundaadmiracin con que me suscribo de usted atento seguro servidor.

    T. PACHECOPuno, setiembre 15 de 1854

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    ADVERTENCIA*

    Las pginas que siguen principiaron a escribirse por los meses dejulio y agosto del ao pasado y estaban destinadas a formar una se-rie de artculos que deban publicarse en El Heraldo(de Arequi-pa), de que era yo entonces redactor en jefe. La materia solo pudoser iniciada y la suspensin del peridico dej paralizado este traba-jo, que se ha continuado lentamente, segn me lo permitan otrasocupaciones. Desde esa poca hasta ahora, las cosas han variadonotablemente. Entonces escriba con reposo y con gusto, sin queperturbasen la calma del espritu los ecos aterrantes de la revolu-cin. Dedicado, por inclinacin, a los trabajos intelectuales, en losque solo dominan la razn y la inteligencia, deseaba ardientementeque esa razn y esa inteligencia fuesen las nicas que combatiesen

    los abusos y promoviesen las reformas. Poco tiempo haca que me

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    * N. E.El clebre folleto del autor, Cuestiones constitucionales, se public,como primera parte, en Arequipa hacia 1854. Poco tiempo despus, el folleto se

    volvi a publicar en la seccin especial Inserciones de El Heraldo de Lima, en-

    tre el 22 de mayo y el 18 de junio de 1855. Salvo el epgrafe, que solo aparece enel folleto de 1854, todo lo dems se ha tomado de lo que el autor divulg en laspginas del mencionado diario. Cabe apuntar tambin que el epgrafe, la dedica-toria a Felipe Pardo y esta advertenciapertenecen a la primera parte.

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    haba encontrado de espectador de grandes y memorables revolu-ciones, hechas para conquistar nuevos principios u obtener la gene-ralizacin y el completo desarrollo de aquellos ya adquiridos, ysiempre haba notado que, aun despus del triunfo, las consecuen-cias haban sido funestas para el pueblo. Conocedor adems de losmales que las conmociones y los trastornos haban producido en elPer, deseaba ardientemente que el pas permaneciese en la senda

    de paz y de tranquilidad en que haba entrado desde pocos aosatrs; dominando siempre mi espritu la mxima que me haba for-mado de que vala ms el peor de los gobiernos que la mejor de lasrevoluciones, y recordando sin cesar las palabras de Salustio: con-cordia parv res crescunt, discordia maxum dilabuntur. Pero notodos piensan del mismo modo y se encuentran en gran nmero

    los que creen que las reformas solo se consiguen por los medios vio-lentos, aunque tal vez este procedimiento no sirva sino para alejar-las. No es tiempo an de calificar la presente revolucin, y el juicioque sobre ella emitiramos podra quiz ser atribuido al mezquinoespritu de partido que, sin embargo, no domina ni es capaz de do-minar a los hombres que han fijado todo su amor en esta desgra-ciada y abatida patria sin considerar tal o cual personalidad.

    Cualquiera que sea el xito de la actual contienda, creo que elpresente escrito podr ser de alguna utilidad; no porque en l se en-cuentren grandes ideas de que pudiera aprovecharse, sino porqueestimular acaso a los hombres pensadores a ocuparse en una tareade tanto provecho para el pas y tan descuidada entre nosotros. La

    necesidad de la reforma constitucional se hace sentir imperiosa-mente en el Per, a medida que progresa la ilustracin y crecennuestras necesidades tanto fsicas como intelectuales. En el presen-

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    Toribio Pacheco

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    te trabajo me he dedicado exclusivamente a la parte que puede lla-marse positiva, como que no se trata de teoras cientficas ni de es-cribir un curso de derecho pblico filosfico, pues sobre estos obje-tos abundan producciones que nada dejan que desear.

    Como uno de los males que ms nos han agobiado es la am-bicin de nuestros caudillos, y como esta ambicin se dirige casi

    esencialmente a ocupar la silla presidencial, he credo que uno delos objetos ms importantes de un trabajo como el presente erabuscar la manera de organizar, mejor de lo que est ahora, el poderejecutivo y conciliar dos sistemas opuestos: la estabilidad del go-bierno y el deseo de dominar que tanto agita a nuestros grandeshombres y que, ms de una vez, les ha hecho emplear el medio vio-

    lento y pernicioso de la fuerza y de los trastornos para conseguir larealizacin de sus planes. No s si el mtodo que propongo realiceeste objeto.

    Adems, tratar en este escrito del sistema federal, del poderlegislativo y del electoral, del poder judicial y de la institucin deljurado, del consejo de Estado, de las municipalidades, de la ins-truccin pblica y de todas las dems cuestiones que estn ligadascon los grandes poderes de la nacin, sin perder nunca de vista quetodo lo que diga debe ser susceptible de aplicacin al estado actualdel Per.

    Ignoro si la publicacin de este escrito sea conveniente en las

    actuales circunstancias; pero tengo motivos particulares, indepen-dientes de la poltica, para emprenderla, y esto me decide a ello, sinfijarme en los resultados. El hombre a quien su conciencia le dice

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    que obra bien, no teme los abusos del poder y la razn jams se do-blegar ante la fuerza bruta: sufrir algn tiempo, pero al fin triun-far y su triunfo ser ms completo.

    Por lo dems, suplico a mis lectores que vean tan solo en estepequeo trabajo una prueba del inters que tomo en todo lo quetiene relacin con mi patria y del deseo sincero y vehemente que

    me anima a verla marchar tranquila, con honor y dignidad, por lacarrera de la civilizacin y del progreso.

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    CUESTIONESCONSTITUCIONALES

    Difcilsobremanera esexaminar profundamente y juzgar con acier-to las instituciones de un pas y, ms que todo, indicar las reformasa que debieran ser sometidas; porque las unas y las otras dependende variadas y numerosas circunstancias que no siempre es dable co-nocer. La ciencia del derecho pblico es, acaso, de todas las ciencias

    sociales la ms ardua, la ms espinosa y la ms sujeta a controver-sias; resultando de all que, por lo mismo de ser una ciencia que nopuede permanecer en las regiones elevadas y abstractas de la teorasino que demanda una aplicacin constante y diaria,los errores queen esta aplicacin se cometan, afectan, por lo comn, la masa ente-ra de la sociedad y la exponen a bruscas oscilaciones que interrum-pen su curso natural y tal vez la precipitan en un insondable abismo

    de males.

    El cdigo poltico que nos rige actualmente, est muy lejosde hallarse en armona con los sanos principios de la ciencia; sus de-fectos se palpan a cada instante y si el Per hubiera observado al piede la letra todo lo que en l se contiene, se puede asegurar que se ha-

    bra condenado a la inmovilidad y tal vez al retroceso. Pero si la si-tuacin en que la Carta fundamental nos coloca es altamente per-niciosa, por estrecharnos en un limitadsimo crculo, las violacio-nes repetidas que sufre constante, pero necesariamente, nos consti-

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    tuyen en un Estado anormal, cuyas funestas consecuencias se ex-tienden no solo a la vida pblica sino tambin a la privada. Las le-yes, por malas que sean, deben ser obedecidas so pena de convertir-se la sociedad en un caos inextricable en que tan solo dominen lafuerza y el capricho, y no puede haber seguramente situacin msdolorosa que aquella en que, para marchar progresivamente, tienela sociedad que violar, casi todos los das, su reglamento orgnico,

    su cdigo fundamental, en el que se le ha determinado, de unmodo expreso, la senda que ha de seguir, para alcanzar el fin socialque se ha propuesto. Y estas violaciones indispensables no puedenmenos que acostumbrar a los poderes polticos a un sistema de ar-bitrariedad continuado, que sirve de ejemplo para los dependien-tes de esos poderes encargados de poner en ejecucin las leyes que,

    viendo a aquellos salir muchas veces del carril constitucional, estnexpuestos a imitarlos y a obrar sin traba de ninguna especie, sin es-cuchar la justicia y el inters bien entendido de la sociedad.

    Cun pernicioso sea este sistema para la moral pblica y pri-vada no hay casi necesidad de demostrarlo; puesto que es evidenteque las costumbres pblicas y las privadas ejercen recprocamente

    las unas sobre las otras una grande e incontestable influencia; pu-dindose asegurar que en un pas corrompido casi nunca puede ha-ber buena administracin, y que donde hay mala administracin,difcilmente se encuentran costumbres puras y llenas de morali-dad. El gobierno de una nacin es, por lo comn, el reflejo de la so-ciedad; cuando esta es buena, aquel lo ser tambin, y cuando esmala, el gobierno lo es a su vez. Pero, aunque esta sea una verdad in-cuestionable, los individuos encargados de dirigir los destinos deun pueblo, y sobre todo los legisladores, estn en el deber de opo-nerse al mal, de resistir a las tendencias antisociales y a los grmenes

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    disolventes que dominen en la sociedad, a fin de enervar sus malfi-cos efectos y sus perjudiciales consecuencias. Sin duda es arduo eltrabajo de moralizacin, cuando desciende de pocos a muchos;pero al menos la influencia moral, que algunos individuos de pro-bidad y de luces ejercen en una nacin, sirve como de un dique quese opone al torrente de la desmoralizacin general.

    Qu diremos, pues, de las legislaciones que, lejos de ponertrabas al desenfreno social, parecen ms bien secundarlo y fomen-tarlo, entronizando el rgimen de la arbitrariedad? Por ms moralque fuese la nacin en que tal legislacin existiera, desde el instanteen que se sometiese a ella se condenara a una suerte desgraciada ymiserable, a la prdida de todo sentimiento de justicia y moralidad,que la hara presa de las facciones y de la anarqua para caer muy

    luego en completa disolucin y perder tal vez en su nacionalidad.

    Nos equivocamos, por ventura, al creer que la ConstitucinPoltica del Per adolece en sumo grado de esos defectos y que, siqueremos progresar, es preciso someterla a una reforma racional,en que se extirpe la fuente de todos los abusos y de las arbitrarieda-des, ponindola en armona con nuestro Estado social, con las exi-gencias de la poca y con los sanos principios de la ciencia poltica?No lo sabemos; pero las pginas que van a seguir lo demostrarn.

    Bien convencidos estamos de que la obra que tratamos deemprender presenta dificultades casi insuperables. Por lo que anosotros toca, no se nos oculta que carecemos del todo de las lucessuficientes para tratar un asunto tan arduo y tan espinoso, del quejams habramos tenido la necia presuncin de ocuparnos, si hom-bres ms aptos y ms competentes lo hubieran tomado a cargo.Pero al ver la indiferencia con que cuestiones de esta especie se mi-

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    ran entre nosotros; al presenciar la negligencia de nuestros hom-bres polticos que parecen aceptar nuestra situacin como la mejorque haya podido inventarse en el mejor de los mundos posibles, noha podido menos nuestro corazn que llenarse de amargura, y, enlos momentos de desfallecimiento, hemos llegado a dudar si verda-deramente hay entre nosotros amor a la patria y deseos sinceros yvehementes por su progreso. Al examinar atentamente la conducta

    y las ideas de los hombres pblicos del pas y aun de la mayora desus habitantes, se nota, con dolor, que el indiferentismo se ha apo-derado de todos ellos; el indiferentismo ms funesto aun, en nues-tro humilde sentir, que las facciones violentas que desgarran las en-traas de la patria; porque estas siquiera tienen la disculpa de ocu-parse de la cosa pblica, aunque lo hagan de un modo violento,

    mientras que los indiferentes ven con frialdad los males de la patria,sin que su corazn se oprima cuando ella sufre, ni experimente lamenor sensacin de gozo cuando progresa y adelanta. Subit quippeetiam ipsius inerti dulcedo, dice Tcito; et invisa prime desidia pos-tremo amatur: palabras que parecen escritas para nosotros. No per-mita el cielo que este sentimiento egosta e inmoral penetre jamsen nuestro corazn; mil veces preferible es la muerte fsica que lamuerte del sentimiento; antes ser borrado del libro de la vida, queverse condenado a mirar con culpable indiferencia los males de lapatria. He aqu la razn porque, a pesar de nuestra insuficiencia,nos hemos propuesto ocuparnos de las instituciones polticas denuestro pas, porque abrigamos la conviccin de que con las queactualmente posee, no progresar, y porque, ya que nadie empren-

    de esta obra, se mirar, al menos la nuestra como testimonio de unacendrado y puro patriotismo, nico ttulo que hacemos valer paraque el pblico mire con indulgencia nuestro trabajo.

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    Pero no son estos los nicos obstculos que encontraremosen nuestra marcha. Nuestras instituciones, en virtud de sus mismasimperfecciones, han creado intereses particulares con los que espreciso chocar; convicciones tal vez errneas, pero profundas, queno es fcil desarraigar; privilegios absurdos que se defienden contenacidad y que es difcil abolir, porque aquellos que los poseen sonlos que seorean la escena poltica y disponen a su antojo de los des-

    tinos de la patria; pero acaso estas mismas circunstancias, que sepresentan como vallas insuperables, sean una ventaja que debaaprovecharse. Esto parecer una paradoja, pero vamos a explicarlo.

    No son los pocos individuos que gozan de los privilegios es-tablecidos por nuestras instituciones los que forman la mayora del

    pas, ni mucho menos los que pretendieran dominar exclusiva-mente sobre la opinin pblica; al contrario, ellos no forman msque una minora, que posee esos privilegios porque nadie se haocupado en examinar la legitimidad de los ttulos que se les conce-den, pero que los perderan indudablemente desde que la nacinquisiese entrar en el pleno goce de sus derechos; ya que se repite, to-dos los das, que ella es soberana y que de ella emana toda autori-dad. Verdad es, y muy dolorosa, que en el Per la opinin pblicano existe y que la ausencia de este elemento constitutivo de los pa-ses libres permite a nuestros poderes polticos marchar a la ventura,sin ms norma que su capricho, sin ms gua que su propia volun-tad. Ciertamente la opinin pblica no se forma de la noche a lamaana, ni es la autoridad de un escrito, y mucho menos la de este,

    la que pudiera excitarla a formarse; pero el hombre, tomado indivi-dualmente, jams abdica del todo la libertad de su conciencia y,con tal que posea un poco de buen sentido, discierne el bien del

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    mal y aprueba en secreto a los que defienden el primero y combatenel segundo. Es, pues, a la conciencia individual a la que nosotrosnos dirigimos: contando con su aprobacin y benevolencia, poconos importaran la clera y el desprecio de los privilegiados.

    ESTADO DEL PER ANTES Y DESPUS

    DE SU EMANCIPACIN

    Antes de proceder al examen de nuestras instituciones, pare-ce conveniente echar una rpida ojeada sobre el estado de nuestrasociedad y sobre algunos acontecimientos que han originado nues-tra posicin social como nacin soberana.

    El hecho de nuestra existencia poltica est ya consumado, y,aunque fuera posible, sera insensato pretender anularlo y hacernosretroceder para colocarnos bajo la tutela de otro; pero nada se opo-ne a que ese hecho sea juzgado con imparcialidad, porque ese mis-mo examen puede sugerirnos algunas lecciones de que tal vez no se-ra superfluo aprovechar.

    Se hallaba nuestro pas dispuesto para la libertad cuando laobtuvo? Eran las instituciones democrticas las que ms le conve-nan para su progreso? No dudamos que, si del examen de los he-chos resulta una respuesta negativa a estas cuestiones, se tratar alque la deduzca de enemigo de la libertad y de amante del despotis-mo y de la servidumbre; pero quin tiene de ello la culpa? El que

    reflexiona sobre los hechos, o los hechos mismos que producen se-mejantes consecuencias? Ahora bien; examnense como se quieralos acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros desde que

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    nos emancipamos y ser preciso cerrar los ojos a la luz o pervertir elsentido lgico de las palabras, ya que no se pueden destruir las ac-ciones pasadas de los hombres para sacar una conclusin favorable.

    Al tratar de la independencia y de la organizacin de los esta-dos hispano-americanos, no se puede prescindir del recuerdo de loque sucedi en los Estados Unidos de la Amrica del Norte, cuando

    rompieron el yugo del coloniaje; pues ellos sirvieron de modelo atodas las cosas que tuvieron lugar en la Amrica del Sur en la pocade su emancipacin, y basta comparar la situacin de los unos conlos otros para convencerse de que no siempre es bueno el sistema deimitacin y que lo bueno en una parte puede convertirse en maloen otra.

    Las colonias inglesas se diferenciaron esencialmente desde suprincipio de las colonias espaolas. Las primeras fueron, en su ma-yor parte, formadas por individuos que abandonaron el antiguocontinente, a consecuencia de las persecuciones polticas y religio-sas que sufran diariamente, y que deseaban profesar en un suelovirgen y con entera independencia sus opiniones personales, sin es-tar expuestos, a cada paso, a los vejmenes y a los rigores que la into-lerancia inventaba con asombrosa fecundidad. Los unos haban vi-vido en pases acostumbrados a la libertad y haban aprendido aamarla, considerndola como el tesoro ms precioso que el hombrepuede poseer; los otros, que aspiraban por lograrla, se alejaban depases en que pareca no ser susceptible de aclimatarse. La revolu-

    cin de Cromwell ech a las playas de Amrica a los enemigos deldespotismo militar; las tentativas sospechosas de los Estuardos hi-cieron emigrar una multitud de rgidos protestantes que crean en

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    peligro el nuevo culto introducido en la Gran Bretaa; las dragona-das de Luis XIVy la revocacin del edicto de Nantes, tan funestapara la Francia, pero tan ventajosa para otros pases de Europa, diotambin a la Amrica un crecido contingente de laboriosos y acti-vos hugonotes, que prefirieron abandonar su patria antes de abju-rar las creencias religiosas que haban adoptado. As fue como laAmrica del Norte se pobl rpidamente de habitantes que se diri-

    gan all, no con un espritu de aventura y de especulacin, sino conel de vivir en paz y tranquilidad, gozando de una amplia libertadpoltica y religiosa, aunque no de una absoluta independencia.

    En las colonias espaolas sucedi todo lo contrario. Descu-bierto el Nuevo Mundo, cupieron en suerte a la Espaa los pases

    ms abundantes en metales preciosos, que ocasionaron la ruina delos conquistados y ms tarde la de los conquistadores. Los primerosque se lanzaron a apoderarse de estas regiones desconocidas fueronalgunos aventureros salidos de la hez del pueblo, gente sin princi-pios, sin moralidad, animada nicamente por una codicia desme-dida que aumentaba mientras ms acopio se haca del funesto me-tal. Los primeros conquistadores haban experimentado, all en supatria, todas las miserias de la vida social; haban sufrido los rigoresdel despotismo que los redujo a un estado de completa abyeccin,y, por esto, cuando se vieron convertidos, como por milagro, enamos y seores de inmensos territorios, hicieron pesar sobre sus ha-bitadores el ms tirnico yugo y la ms refinada opresin. Estos ele-mentos viciosos, con que se principi la colonizacin espaola,

    fueron ms tarde corregidos con la venida al pas de hombres mssanos que la Corte de Castilla enviaba, sobre todo para ocupar losdestinos de importancia.

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    Sera alejarnos de nuestro objeto si tratsemos aqu del siste-ma colonial puesto en planta por las naciones europeas, especial-mente en la parte econmica; lo nico que nos proponemos esexaminar el modo gradual como estas colonias fueron conducidasa la emancipacin y al pleno goce de sus derechos.

    Las colonias norteamericanas fundadas, como hemos visto,

    por s mismas y casi sin el concurso del gobierno de la metrpoli, sesometieron sin embargo, espontneamente a este, porque necesi-taban de su proteccin eficaz para evitar la conquista de parte delextranjero y tal vez la guerra entre ellas mismas; pero, por su parte,el gobierno les dej la suficiente libertad para que se administrasenpor s mismas, si bien les impuso, como era natural, agentes nom-brados por l y algunas cargas fiscales, que eran como el tributo quedeba manifestar la dependencia en que se hallaban. Cada uno delos estados orientales de la Unin Americana formaba una coloniaseparada, que tena su rgimen especial, en la que todos los miem-bros eran iguales y gozaban de todos los derechos civiles y polticos.Sobre todo el sistema municipal, que es la base de la verdadera li-bertad, haba pasado intacto de la Inglaterra a las dependencias bri-

    tnicas, pues aquellos que haban gozado de l en la madre patriaquisieron que su benfica influencia se hiciese sentir en el pasadoptivo, sin duda para que los ingleses trasplantados a Amrica nodejasen jams de ser ingleses. No fue esta la nica institucin queatraves el Atlntico: con ella vinieron a la Amrica del Norte todaslas garantas de que los sbditos britnicos haban gozado desde

    que cay el dominio absoluto de los reyes y, ms que todo, las queconquistaron en dos memorables y sucesivas revoluciones. Las mspreciosas fueron, sin duda alguna, las que sancionaban la seguridadindividual y la libertad del pensamiento.

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    Cun diferente es el cuadro que presentan las colonias espa-olas! Conquistadas, como lo acaba de decir Mr. Everett, antes deser descubiertas, fue el gobierno de Espaa quien las constituy,sometindolas al rgimen severo y absurdo que entonces dominabaen la pennsula misma, pero agravndolo con exageracin; persua-dido probablemente de que era preciso aherrojarlas para que no sele escapasen. Las posesiones espaolas no eran ms que una especie

    de propiedades a las que mandaban mayordomos que sacasen deellas todo el lucro que fuese posible. Tal fue al menos el carcter dela dominacin espaola en los tiempos posteriores a la conquista.Los pobladores eran colonos pero no ciudadanos; sin participacinde ninguna especie en los negocios pblicos de la metrpoli mien-tras vivieron en ella, deban tenerla menos en los de la colonia, don-

    de no era posible considerarlos ms que como aventureros que soloaguardan hacer fortuna para abandonar el pas.

    El sistema municipal, desconocido en la mayor parte de Es-paa, no pudo introducirse en las posesiones de los reyes catlicos,y la libertad de que carecan los sbditos residentes en la madre pa-tria fue asimismo completamente desconocida en los estableci-mientos ultramarinos. Cuando se sistematiz algn tanto la domi-nacin colonial, se hizo a los colonos participantes de los derechosciviles indispensables para la existencia y la marcha normal de unasociedad, y solo se pens en acordarles el ejercicio de los polticos,cuando ya las colonias haban hecho algunas tentativas para sacu-dir el yugo, y esto era muy natural. Si al tiempo de formarse las co-

    lonias britnicas, la soberana del pueblo era un dogma incontesta-ble en la Gran Bretaa, dogma arraigado profundamente en el es-pritu y en las convicciones de cada uno de los sbditos ingleses,

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    que deba, por consiguiente, viajar con ellos a cualquier parte quefuesen; el dogma opuesto del derecho divino de los reyes dominabaen Espaa, como en los dems pueblos de Europa, en donde losmonarcas lo ejercan del modo ms absoluto, sin oposicin y sinque a los sbditos les hubiera jams venido a las mientes gozar deotras facultades o derechos que aquellos que pluguiese al soberanoconcederles.

    Por esto es que, en la administracin de las colonias britni-cas, los reyes de Inglaterra guardaron cierta mesura y cierta circuns-peccin, que denotaban claramente que se hallaban en presenciade ciudadanos libres que, si conocan sus deberes, no olvidaban susderechos, ni los derechos y deberes del soberano; que se haban

    dado instituciones especiales para su buen gobierno y que podanresistir a cualquier medida arbitraria e ilegal. En las colonias espa-olas, quin hubiera podido decidir de la ilegalidad de una cdulao de un decreto de la autoridad metropolitana o de la colonial? Yen virtud de qu derecho, de qu facultad o privilegio se hubierajams intentado una oposicin? No residan los colonos en la co-lonia por favor especial del monarca que les haba dado un lugar enun territorio que a l exclusivamente perteneca?

    Pero es preciso detenerse en este paralelo. Basta decir que, altiempo de la emancipacin de las dos Amricas, exista una diferen-cia notable entre las colonias de origen ingls y las de origen espa-ol. En las primeras, los habitantes, salidos de un pas de libertad,

    haban gozado de esta sin interrupcin, cobrndole cada da mscario y que, por amor a ella, sacudieron el yugo, desde que vieronalgunos amagos que parecan limitarla. En las colonias espaolas,

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    formadas por individuos que no haban conocido ms que el go-bierno absoluto, bajo el cual continuaron viviendo, no se tena dela libertad ms que una idea vaga y confusa, y se suspiraba tal vezpor ella, ms bien por lo mucho que en su favor se deca, que porconviccin de que fuese una cosa buena.

    Losingleses de los Estados Unidos se sublevaron contra el go-

    bierno, cuando este quiso restringir su libertad, del mismo modoque los ingleses de la madre patria se haban sublevado contra eldespotismo de los Tudores y de los Estuardos. En Amrica, comoen Inglaterra, las mismas causas produjeron los mismos efectos: enambos pases los sbditos britnicos recurrieron el medio violentode una revolucin, a fin de conservar ilesos sus derechos, dando asal poder una leccin severa de los peligros a que se expone, cuandopretende poner trabas a la libertad de un pueblo que vive tan solopor ella y para ella. La conmocin de las colonias inglesas fue uni-versal; apoyadas en la justicia de su causa, no temieron ponerse enlucha con el colosal poder de la Gran Bretaa, que, en paz enton-ces, a poca distancia y con una numerosa flota, poda acaso ahogarlos grmenes de cualquier insurreccin. Pero la santa causa triunf

    y dio origen a la gran confederacin norteamericana.

    Tan notable acontecimiento produjo una extraordinaria sen-sacin en toda la Amrica, y desde entonces pudo considerarsecomo inevitable la emancipacin de las colonias espaolas. La con-quista de la pennsula por las tropas francesas y las guerras, que fue-ron la consecuencia, ofrecieron una favorable ocasin para lanzar el

    primer grito de independencia. La empresa fue ardua, pero al fin sevio coronada del xito ms feliz. Ya tenemos, pues, a la Amricatoda emancipada; veamos cmo procedi a organizarse.

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    Hay sucesos, en la vida de los pueblos, que manifiestan, msque otros, la intervencin directa e inmediata de la Providencia.Cuando los Estados Unidos quisieron independizarse, se presenta-ron numerosos campeones para combatir por su patria en el campode batalla, y, una vez obtenido el triunfo, esos mismos hroes, conotros individuos que se les asociaron, se convirtieron en sabios yprofundos legisladores, llenos de abnegacin y de desprendimien-

    to, para dar al nuevo Estado las instituciones ms adecuadas a su ca-rcter, a sus costumbres y a su situacin. Ningn sentimiento per-sonal lleg a dominar en sus corazones por un solo momento: to-dos, de un modo unnime, pensaban solamente en la salud y en laprosperidad del pueblo americano; y todas las medidas y resolucio-nes que tomaron estuvieron grabadas con el sello de una cordura a

    toda prueba y del ms acrisolado patriotismo.

    En la Amrica del Sur, no faltaron diestros y expertos capi-tanes que dirigiesen la campaa contra las huestes espaolas; pero,una vez fenecida la obra, principiaron las dificultades y ninguno delos grandes hombres, que entonces dominaban la escena poltica,se hall a la altura de las circunstancias, para organizar las nuevassociedades y darles las instituciones ms propias para hacerlas mar-char por una senda de tranquilidad y de progreso. A imitacin delos sucesores de Alejandro, cada uno quera heredar alguna parte delos despojos coloniales. An permaneca el enemigo en el territo-rio, cuando la ambicin se desarroll desmesuradamente en el co-razn de los vencedores, y la guerra civil principi casi sobre el mis-

    mo campo de batalla. Ser preciso recordar los cambios sucesivos ylas vergonzosas disensiones civiles de que nuestro pas fue el teatropor espacio de ms de veinte aos?

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    Mientras los Estados Unidos marchaban con pasos de gigan-te por el camino de la ilustracin y del progreso, parecamos retro-gradar a los tiempos de la ignorancia y de la barbarie, en los que nose respetaba la ley y en que todo se hallaba sometido a la influenciade las pasiones desordenadas,de la astucia, del capricho y de la fuer-za. Y, sin embargo, nosotros poseamos instituciones que llevabanel nombre de republicanas y que habamos tomado, en gran parte,

    de la Unin Americana. Por qu, pues, tan notable diferencia?

    Las leyes y las costumbres de un pueblo son las que forman labase de su progreso y de su ventura social; con tal que las primerasestn en armona con las segundas yque estas estn sometidas siem-pre a aquellas: leges sine moribus non valent. Cuando las leyes estn

    en contradiccin con las costumbres, con los hbitos, con las tradi-ciones de un pueblo, es imposible que produzcan buenos resulta-dos. Una ley desptica causara una violenta conmocin en los pa-ses libres; una medida liberal sera perniciosa en naciones que,como la Rusia y la Turqua, necesitan del gobierno absoluto.En lospueblos de costumbres democrticas, es decir, en aquellos acos-tumbrados a la vida pblica y al manejo de los negocios del Estado,las instituciones democrticas son esencialmente necesarias. Ahorabien, cul es el carcter del gobierno democrtico? Montesquieucree encontrarlo en la virtud, tomando esta expresin en el sentidode la palabra latina virtus, que significa valor,fuerza,poder,grande-za de alma, cualidades que el clebre escritor rene en dos: el amorde la patria y de la igualdad. Esto resulta de la naturaleza misma de

    este gobierno. En el gobierno monrquico, en el desptico y aun enel aristocrtico hay un poder cuyo origen tal vez se ignora, del quedependen todos los miembros de una sociedad y al que es preciso

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    obedecer necesariamente, ya impere la arbitrariedad, ya existan le-yes dadas por ese mismo poder. Pero en la democracia, como la so-berana reside en todos, y todos son iguales, el Estado es natural-mente lo que son los individuos; y, como la ley del individuo es lavirtud, en el sentido de que debe ser virtuoso, aunque en realidadno lo sea, esta misma debe ser la ley del Estado en que todos losindividuos son soberanos, legisladores, magistrados, ejecutores y

    guardianes de la ley. Por esto tiene razn un comentador de Mon-tesquieu de decir que la fundacin de las verdaderas repblicas hatenido lugar, en todas partes y en todos los tiempos, en una pocade virtud. Tales fueron las pocas de los romanos, en tiempo del pri-mer Bruto, de los suizos en tiempo de Guillermo Tell, de los holan-deses bajo los Nassau y de los americanos en tiempo de Washing-

    ton.

    S; fueron tiempos de virtud y de herosmo aquellos en que sevio a un pueblo que, por conservar su libertad, se someti a penosasprivaciones y a inmensos sacrificios que contrariaban hbitos inve-terados; en que los hombres que dirigan el movimiento general notenan ninguna mira interesada, ni se hallaban agitados por mez-

    quinas e innobles pasiones, y en que, el ms ilustre de todos ellos, elque poda disponer a su antojo de los destinos de su patria, hizo re-cordar los tiempos de los Cincinatos y de los Fabios, retirndose dela vida pblica, cuando vio afianzada la paz de la nacin y recono-cida su soberana por todo el mundo civilizado.

    La Unin Americana tuvo, pues, un origen eminentementedemocrtico: sus instituciones, sus leyes y sus costumbres se presta-ban muy bien al rgimen popular, y de all nace su preponderanciay el rol tan importante que desempea en los destinos de la huma-

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    nidad. Acostumbrados los americanos, como hemos visto, a gober-narse a s mismos, gozando plenamente de todos sus derechos y po-seyendo la organizacin municipal, no hicieron ms, al constituir-se en nacin independiente, que variar la forma de gobierno, sinque el fondo sufriese la menor alteracin. En lugar de obedecer aun monarca que resida en lejanas tierras, obedecieron a un gobier-no emanado de la voluntad misma del pueblo soberano, situado en

    el centro de la Unin, responsable ante la opinin pblica del pas ysometido al juicio y al fallo severo de esta en periodos determina-dos. O mejor diremos que nada cambi, que todo permaneci en elmismo pie que antes. Los colonos ingleses no obedecieron nuncams que a la ley; en defensa de sus leyes se sublevaron y, despus devencer, volvieron a entrar en su estado normal, reconocindose

    como sbditos sumisos y obedientes de la ley. Ahora bien, en cual-quier pas donde se conozca, se respete y se obedezca a la ley, reinarnecesariamente el sistema democrtico, que es el sistema de igual-dad racional, de la sumisin a las leyes y del respeto a la autoridad.Bajo este respeto, la Inglaterra y los Estados Unidos son los pasesms democrticos del mundo; ellos son los nicos en que los aso-ciados gozan de todos los derechos polticos, de todas las garantasindividuales; los nicos en que los ciudadanos comprenden la ex-tensin de sus deberes y la necesidad absoluta de practicarlos, res-petando a sus iguales para ser respetados de ellos, obedeciendo a laautoridad, pero vigilando constantemente sobre ella, para vitupe-rar el ms pequeo abuso, el ms insignificante descuido; en ellos,la autoridad comprende que su misin es velar por la seguridad de

    los asociados, contribuir a su progreso y bienestar, y no la de darse aconocer nicamente por sus alcaldadas, por la infraccin de las le-yes, por la violacin de las garantas escritas en una carta y que per-

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    manecen como letra muerta. He all todas las causas que han afian-zado el sistema democrtico en los Estados Unidos de la Amricadel Norte.

    Con opiniones, con hbitos, con costumbres, con institucio-nes diametralmente opuestas, era posible que ese sistema produje-se buenos frutos en la Amrica del Sur? Aqu todo vari completa-mente. Se proclam la independencia, y los que, pocos momentosantes haban sido sbditos, siervos de la Espaa, se hallaron, comopor encanto y en virtud de un cambio brusco, entregados a s mis-mos, a sus pasiones, qu decimos?, a las pasiones de algunos ambi-ciosos sin principios, sin patriotismo, sin virtudes, que no tenanningn conocimiento de las cosas ni de los hombres de su poca,asustados con la enormidad del peso que se haban echado a cuestas

    y que, cuando lleg el momento de organizar la nueva sociedad, seconvirtieron en plagiarios de instituciones exticas, porque ellospor s nada podan producir. Se dio al gobierno el nombre de repu-blicano, sin duda por burlarse de los pueblos, a la manera que losemperadores de Roma dictaban leyes e imponan su voluntad a larepblica romana; pero de hecho no se vio otra cosa ms que un tre-

    mendo y funesto despotismo militar que, desde entonces hastaveinte y tantos aos despus, haba de hacer sentir a la nacin unyugo frreo y destructor. El alma se llena de congoja, el corazn secubre de luto al pensar en la suerte desgraciada de la patria de losIncas; al comparar aquellos tiempos felices en que los hijos de Man-co disfrutaban de un gobierno paternal y de una tranquila y cmo-da existencia,

    Sin que amargos afanes, tristes lloros,A su dicha asaltaranY la quietud y gozo le robaran;

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    con la poca aciaga y calamitosa en que, habiendo recobrado su in-dependencia, tan lejos de aprovechar de ella, pareca que solo la ha-ban deseado para convertirse en enemigos los unos de los otros,despedazarse mutuamente y, con el pual fratricida en la mano,recorrer todos los ngulos de la Repblica, sembrando en ellos ladestruccin, el pillaje, el incendio y el asesinato.

    Difcil en extremo sera dar un nombre propio al desquicia-miento del orden social, al caos de nuestra existencia poltica, desdenuestra emancipacin hasta el ao 45, en que los pueblos fatigadosdieron tregua al desenfreno de las pasiones y a las discordias intesti-nas. Presa, en tan largo espacio de tiempo, de la anarqua o del des-potismo de los extraos, la nacin pareca precipitarse a su ruina,a su completa disolucin; pero la Providencia quiso apiadarse denosotros, para que reflexionsemos sobre los males de la discordia ysobre los bienes de la paz.

    Durante nuestras conmociones, se han forjado a menudocartas fundamentales que llevaban necesariamente el sello de la im-perfeccin, ya por el estado de las cosas, ya por la precipitacin con

    que se las confeccionaba, ya porque sus autores no haban tenidotiempo ni motivo de estudiar con madurez nuestra situacin polti-ca, ya tambin porque, ocupados de s mismos ms que de la gene-ralidad de los ciudadanos, queran reservarse ciertos privilegios,merced a los cuales estuviesen seguros de gozar de todas las ventajasy hallarse exentos de todos los inconvenientes que resultasen denuestro vicioso sistema constitucional.

    En los momentos del primer entusiasmo, se nos dieron insti-tuciones muy extensas y liberales, de las que no debamos disfrutar,

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    tanto por no estar an acostumbrados a ellas, cuanto porque la am-bicin, que se apoder de los prceres de la independencia, nosprecipit en la guerra civil y en la anarqua. Poco a poco se fue res-tringiendo esa libertad de la que, forzoso es confesarlo, poco casohaca la masa de la nacin, segn las ideas del jefe dominante, y,aunque era de suponer que las mismas disensiones intestinas hu-biesen familiarizado algn tanto al pueblo con la vida pblica, en

    lugar de ensanchar la esfera de sus derechos polticos, se la iba limi-tando, hasta el extremo de reducirla casi a una completa nulidad.La distancia entre el Estatuto de 1821 y la Constitucin de Huan-cayo es inconmensurable: el primero es la expresin genuina de lalibertad en su triunfo; la segunda es el parto monstruoso de una oli-garqua desconfiada y quisquillosa.

    EXAMEN RPIDO DE

    NUESTRAS CARTAS FUNDAMENTALES

    El primer Estatuto Provisional fue dado el 8 de octubre de1821, por el Protector D. Jos de San Martn, poco ms de dos me-ses despus de proclamada la independencia. Como su ttulo lo in-dica y como lo expresan los considerandos que le preceden, su obje-to era fijar las bases del edificio que haban de levantar los que fue-sen llamados al sublime destino de hacer felices a los pueblos. Du-rante las circunstancias en que se hallaba el pas y hasta que el pue-blo se hubiese formado las primeras nociones del gobierno de smismo, el Protector se reservaba el ejercicio de las funciones legisla-

    tivas y ejecutivas; pero protestaba no mezclarse jams en el de las ju-diciales, cuyo arreglo parece haber sido una de las principales cau-sas de la publicacin del Estatuto.

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    Principia este reconociendo la religin catlica como la nicay exclusiva del Estado; pero agrega que, aquellos que disientan enalgunos principios podrn obtener permiso del gobierno, con con-sulta del consejo de Estado, para usar del derecho que les competa,siempre que su conducta no fuese trascendental al orden pblico.Sera difcil determinar cules eran estos derechos, a no ser que porellos se entendiese la facultad de profesar pblica o privadamente

    otra religin; mas en este caso el Estatuto encerraba una enormecontradiccin desde el momento en que ordenaba se castigase seve-ramente a cualquiera que atacase en pblico o en privado los dog-mas y principios de la religin catlica. No es verdad que la profe-sin pblica o privada de un culto distinto, se habra consideradocomo un ataque a los dogmas y principios del culto catlico? Feliz-

    mente parece que no hubo lugar de lamentar ninguno de los abu-sos a que poda dar margen semejante contradiccin. El Estatutocontiene otra disposicin que no se halla en ninguna de las consti-tuciones posteriores: tal es la de que nadie pudiese ser funcionariopblico, si no profesaba la religin del Estado; disposicin absurda,puesto que, para convencerse de las creencias de un individuo, ha-bra sido necesario recurrir a procedimientos inquisitoriales.

    El Protector es el encargado del poder legislativo y del ejecu-tivo y, como tal, manda las fuerzas de mar y tierra, da reglamentosmilitares, arregla el comercio interior y exterior, dirige la adminis-tracin pblica y las relaciones exteriores y establece contribucio-nes, derechos y emprstitos, consultando, en este ltimo caso, al

    consejo de Estado. Los ministros dependen del Protector y son res-ponsables. El Estatuto no dice cuntos deban ser precisamente.

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    Haba un consejo de Estado compuesto de doce individuos:los tres ministros, el presidente de la Alta Cmara de Justicia, el ge-neral en jefe del ejercito unido, el jefe del Estado Mayor, el Den dela Iglesia Catedral de Lima y cinco individuos ms que ocupabanuna alta posicin civil o militar. Destinado este cuerpo a ser el con-sultor del gobierno, no poda haber sido instituido con mejoracierto, pues se trataba de hacer ingresar en l a aquellos individuos

    que por su situacin y sus luces fuesen ms a propsito para resolveralgunos casos dudosos y dirigir, en cierto modo, la conducta deljefe supremo. Como era natural, el consejo no poda reunirse sinocuando era convocado, ni poda discutir sino sobre las medidas queel gobierno sometiese a su deliberacin.

    En los departamentos haba presidentes, ejecutores inmedia-tos de las rdenes del gobierno y que tenan las atribuciones de jue-ces de polica. Eran tambin presidentes de las municipalidadesque deban existir en cada departamento.

    La administracin de justicia perteneca a una Alta Cmara ya los dems juzgados subalternos que entonces existan.A la prime-

    ra correspondan las atribuciones que antes tenan las audiencias, yadems el conocimiento de las causas civiles y criminales de los cnsulesy enviados extranjeros, disposicin que no estaba muy conformecon los principios del derecho de gentes; el juzgamiento de los fun-cionarios que delinquiesen en el ejercicio de su autoridad; el cono-cimiento, por entonces, de los juicios sobre presas hechas al enemi-go y ltimamente el de los asuntos de minera. Se abolan los dere-chos que antes perciban los jueces y se ordenaba que una comisinespecial redactase un reglamento de tribunales. La ltima disposi-cin sobre este ramo dispona que los miembros de la Alta Cmara

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    permaneciesen en sus destinos mientras duraba su buena conduc-ta; lo que prueba que no se tena mucha confianza en ellos y que seles supona capaces de abandonar los principios de la justicia y delhonor.

    En cuanto a las garantas individuales, fcil es suponer que elEstatuto fuese muy fecundo en su enumeracin y en promesas parahacer ejecutivos los reclamos que se hiciesen por cualquier viola-cin. Los ciudadanos tenan igual derecho a conservary defender suhonor, su seguridad, su propiedad y su existencia, sin poder ser pri-vados de ninguno de estos derechos sino por autoridad competen-te y conforme a las leyes. En caso contrario, se poda reclamar anteel gobierno y publicar libremente por la imprenta el procedimientoque diese lugar a la queja. El domicilio no se poda violar sino por

    orden del gobierno en la capital, de los presidentes (prefectos) enlos departamentos y aun de los gobernadores y tenientes goberna-dores en los casos de traicin y sedicin, crmenes que define el Es-tatuto.

    Un decreto anterior al Estatuto determinaba las cualidadesque se requeran para ser ciudadano. El gobierno crey, sin duda,

    que estas cualidades podan variar segn las pocas y que, por tan-to, no deban hacer parte de una carta fundamental, cuya revisines siempre algn tanto dificultosa, sino que era preciso determinar-las en una ley ordinaria, variable a voluntad del poder legislativo.Segn la Ley del 4 de octubre de 1821, eran ciudadanos todos loshombres libres nacidos en el pas que hubiesen cumplido la edad de

    21 aos, con tal que ejerciesen alguna profesin o industria til. Alos naturalizados se les exiga la edad de 25 aos. La cualidad de ciu-dadano del Per era indispensable para poder obtener un empleopblico.

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    Segn el Reglamento dado por el Supremo Delegado para laeleccin de diputados al primer Congreso Constituyente, para go-zar de voz activa, es decir, para ser elector, bastaba tener 21 aos oser casado y con casa abierta. Para el goce de la voz pasiva, es decir,para ser diputado, se requera la edad de 25 aos. El ciudadano queno asistiese a la eleccin, sin causa justa, quedaba privado, en lo su-cesivo, del derecho de elegir y ser elegido. La eleccin poda recaer

    sobre cualquier individuo que tuviese las cualidades necesarias, sinatender al lugar de su nacimiento. Sospechaba, por ventura, el go-bierno de esa poca, los males que nos haba de causar el absurdo ymezquino principio de provincialismo? La eleccin era directa y deun solo grado. Es de observar que la eleccin se haca por departa-mentos y no por provincias; sistema ms racional que el que ahora

    nos rige, pues as se evitan muchas intrigas y muchos manejos re-probados.

    El primer Congreso Constituyente se reuni el 20 de setiem-bre de 1822 y por el mero hecho de su reunin qued sin efecto elEstatuto del ao anterior. El Congreso reasumi el ejercicio del po-der ejecutivo, que despus deleg a una comisin de tres indivi-

    duos y en seguida a uno solo. El consejo de Estado dej de existirpor entonces. La Constitucin fue publicada el 12 de noviembredel ao siguiente, 1823.

    EstaConstitucin encierra algunos principios filosficos queciertamente no deban haberse reducido a disposiciones positivas,

    porque habra sido difcil, o ms bien imposible, aplicarles la res-pectiva sancin, sin la cual toda determinacin legislativa es vana ysuperflua. Pero hay un artculo que anula completamente la accin

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    del poder legislativo y aun la misma soberana nacional. Este art-culo extrao dice: que la nacin no tiene facultad para decretar le-yes que atenten a los derechos individuales. Es principio reconoci-do que la libertad individual, la propiedad, etc., son inviolables;mas, en virtud de otro principio, que exige de la nacin velar por suconservacin propia y que le atribuye el dominio eminente, el ejer-cicio de esa libertad y de esa propiedad puede ser paralizado, cuan-

    do as lo exija el bien pblico. Si la nacin no tuviese facultad deobrar contra los derechos individuales, no podra defenderse de losataques que algunos de sus individuos dirigiesen contra ella, nitampoco ejecutar obras de inters pblico, cuando algn intersprivado se encontrase de por medio. Y lo ms extrao es que la dis-posicin constitucional no conoce lmites, pues hablando de las ga-

    rantas individuales se insiste de nuevo en la inviolabilidad de la li-bertad civil, de la seguridad personal y de la propiedad, sin que semencione una sola excepcin en que el bien pblico exija tal vezimperiosamente la suspensin de estos derechos.

    La Constitucin regla asimismo las cualidades que se requie-ren para ser peruano, y las que se exigen para ser ciudadano. Estasltimas son: 1) ser peruano; 2) ser casado o mayor de 25 aos, yaaqu hallamos una reaccin opuesta a lo dispuesto en el Estatuto; 3)saber leer y escribir; cuya cualidad no se exige hasta despus del ao1840; la Constitucin del ao 23 tena el candor de creer que habade durar hasta despus del ao 40; 4) tener una propiedad o ejercercualquier profesin o arte con ttulo pblicou ocuparse en alguna

    industria til, sin sujecin a otro en clase de sirviente o jornalero. Heaqu el ejercicio de la ciudadana restringido a un limitadsimo cr-culo. Entre las garantas individuales se menciona la libertad de la

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    agricultura, industria, comercioy minera, y sin embargo se exige,para ser ciudadano, ejercer una profesin con ttulo pblico. Enqu consiste, pues, esa libertad de industria si es preciso un ttulopblico como en tiempo de los gremios y corporaciones? No es me-nos peregrina la circunstancia de no estar sujeto a otro en clase desirviente o jornalero. Por qu esta restriccin? Quin le dio alCongreso Constituyente el derecho de privar de la ciudadana a los

    hombres que ganan el pan con el sudor de su frente, a aquellos quecon su fatiga alimentan tal vez a una falange de parsitos y charlata-nes que con el vientre lleno van a dictar leyes y decidir a su antojode la suerte de la mayora de la nacin? Se cree que seran muchoslos que quedasen despus de eliminar a los sirvientes y jornaleros?Muchos s para ejercer un absurdo monopolio; pocos para que pu-

    diesen llamarse verdaderos representantes de la soberana nacional.Nada diremos de las no menos absurdas disposiciones relativas almodo como los extranjeros podan obtener la ciudadana. Pero me-recen elogios muy justos algunas excepciones que contiene el art-culo que trata de la suspensin del derecho de ciudadana, pues nie-gan este derecho a los casados que, sin causa, abandonan a sus mu-jeres, o que notoriamente faltan a las obligaciones de familia; a losjugadores, ebrios, truhanes y dems que con su vida escandalosaofenden la moral pblica; a los que comercian sufragios en las elec-ciones, etc. No solo la moral, sino el orden pblico, estn interesa-dos en corregir tan perniciosos abusos.*

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    * La Ley electoral de Francia, votada en 1849, contena una disposicin su-gerida por M. Pedro Leroux, en virtud de la cual no podan ser elegidos repre-sentantes del pueblo los individuos convencidos de adulterio.

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    A pesar de que la Constitucin parece reconocer la legitimi-dad del sufragio universal, asentando que todos los ciudadanos de-ben concurrir a la eleccin de sus representantes, sin embargo, esta-blece la eleccin a dos grados y determina las cualidades especialesque deban tener los electores, como las de ser ciudadano, ser veci-no y residente en la parroquia, y tener una propiedad o profesar al-guna industria que produzca trescientos pesos cuando menos. Pero,

    ms absurdas y extravagantes son las condiciones que se exigen paraelgrave cargode diputado; tales son: ser ciudadano en ejercicio; sermayor de 25 aos; tener una propiedad o ejercer una industria queproduzca cuando menos800 pesos de renta; haber nacido en la PRO-VINCIA, o estar avecindado en ella DIEZ aos antes de su eleccin. Se-gn estas disposiciones, puede calcularse que sera muy corto el n-

    mero de individuos aptos para ejercer las funciones de diputado.

    El poder legislativo se compona de una sola cmara y los di-putados se nombraban a razn de uno por cada doce mil almas.Haba un senado conservador compuesto de tres senadores porcada departamento, especie de consejo de Estado con menos atri-buciones que el actual, a pesar de que emanaba de la eleccin direc-ta de los colegios provinciales. Eran condiciones para ser senador:tener cuarenta aos de edad; ser ciudadano en ejercicio; haber naci-do en el departamento que lo elega o tener una residencia de diezaos; poseer una propiedad que excediese el valor de 10 000 pesos ouna renta de dos mil, o ser profesor pblico de alguna ciencia; gozardel concepto de una probidad incorruptible y ser de conocida ilus-

    tracin en algn ramo de pblica utilidad. Platn no habra exigi-do ms para su Repblica. El cargo de senador duraba doce aosy la renovacin del senado deba hacerse por tercios cada cuatro

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    aos. Sus principales atribuciones eran: velar sobre la observanciade la Constitucin y de las leyes, y sobre la conducta de los magis-tradosy ciudadanos. Esta disposicin, como se notar, pecaba pordefecto y por exceso. Por defecto, porque la vigilancia solo se exten-da a los magistrados y no a los dems empleados, en lo que habainconsecuencia, hasta cierto punto, pues el senado presentaba algobierno los candidatos para los empleos de la lista civil y eclesisti-

    ca, y, como nombrados de esta suerte, deban tambin estar some-tidos a su vigilancia. Por exceso, puesto que no concebimos cmoun cuerpo que deba residir en la capital hubiese podido tener a lavista la conducta de todos los ciudadanos. Pero tanto esta, como laanterior atribucin, son eminentemente absurdas, puesto que siera imposible que el senado vigilase sobre todos los ciudadanos, lo

    era tambin que inspeccionase a todos los magistrados y emplea-dos, siendo esta una atribucin que debe corresponder nica y ex-clusivamente al poder ejecutivo, que cuenta con agentes especialesen todas partes, para su exacta observancia. Eran adems atribucio-nes del senado convocar a Congreso Extraordinario; declarar laguerra y hacer tratados de paz; convocar el Congreso Ordinario,cuando no lo hiciese el gobierno; decretar, tanto en los casos ordi-narios como en los extraordinarios, que da lugar a formacin de causa

    contra el magistrado que ejerce el poder ejecutivo, sus ministros y el Su-

    premo Tribunal de Justicia. Esta ltima atribucin es, de todo pun-to, monstruosa y atentatoria de la soberana nacional. Ella colocaen las manos de un cuerpo oligrquico, que representaba la aristo-cracia de la fortuna y de la vejez y que por lo mismo deba hacerse el

    centro de odiosas rivalidades y de mezquinas pasiones, la suerte delos mandatarios, es decir de los representantes natos de la soberananacional, en virtud de la delegacin directa que de ella haban reci-

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    bido. Ms tarde, al examinar la Constitucin actual y las atribu-ciones del consejo de Estado, hablaremos detenidamente sobre estamateria que ahora no podemos sino indicar a la ligera.

    El poder ejecutivo se ejerca por un presidente que deba du-rar cuatro aos, siendo las nicas condiciones, para obtener estecargo, las de ser ciudadano en ejercicio y reunir las mismas cualida-

    des que para diputado; engalanando estas con una aptitud de diri-gir rigorosa, prudente y liberalmente una Repblica; cosas que no ha-bra sido muy fcil conseguir en persona que ascendiese por prime-ra vez al mando supremo. El presidente era elegido por el Congresode entre los individuos comprendidos en una lista que deba remi-tirle el senado al cual se la mandaban, a su vez, las juntas departa-

    mentales. La Constitucin no indica si estas listas deban ser remi-tidas ntegramente al Congreso o si el senado deba escoger una ter-cia. Con todo, cualquiera que fuese el modo de hacer la eleccin,se ve muy bien que el poder legislativo era el absoluto soberano,mientras que el ejecutivo estaba reducido a la condicin de depen-diente suyo.

    Haba tambin un vicepresidente, con las mismas cualidadesque el anterior, que administraba el poder ejecutivo en caso demuerte, renuncia, destitucin del presidente, o cuando este tuvieseque mandar personalmente la fuerza armada.

    El presidente era el jefe de la administracin general, y su

    principal atribucin era conservar el orden interior y la seguridadexterior. Adems de esta, tena las siguientes: promulgar y hacerejecutar las leyes; mandar la fuerza armada, expedir despachos de

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    oficiales del ejrcito y de la marina, con la restriccin de que, si losdespachos eran del grado de coronel para arriba, obtuviese antes elconsentimiento del senado; declarar la guerra, previa resolucindel Congreso; ordenar lo conveniente para que se practiquen laselecciones; hacer tratados de paz y alianza que deban ser sometidosa la aprobacin del Congreso; nombrar por s los ministros de Es-tado, y los agentes diplomticos con acuerdo del senado; decretar la

    inversin de los fondos sealados en el presupuesto; velar sobre laexacta administracin de justicia y sobre el cumplimiento de lassentencias; dar cuenta, en cada legislatura, del estado poltico y mi-litar de la Repblica, indicando las reformas que creyese necesarias.Sus restricciones eran: no poder mandar la fuerza armada sin con-sentimiento del Congreso o del senado; no poder salir del territorio

    sin permiso del Congreso; no poder conocer en asunto judicial al-guno; no poder privar a nadie de su libertad personal y, en caso dehaber alguna sospecha fundada, ordenar nicamente lo oportunopara el arresto de la persona sospechosa, ponindola a disposicindel juez competente dentro de veinticuatro horas; no poder impo-ner pena alguna; no poder diferir ni suspender las sesiones del Con-greso. El presidente era responsable de los actos de su administra-cin, los cuales deban estar autorizados por los respectivos minis-tros.

    Estos eran en nmero de tres: uno, de Gobierno y RelacionesExteriores; otro, de Guerra y Marina; y, el tercero, de Hacienda.Para ser ministro se requeran las mismas calidades que para Presi-

    dente de la Repblica. Cada ministro era responsable de los actosemanados de su departamento y todos in solidum de las resolucio-nes tomadas en comn.

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    El poder judicial se compona de una Corte Suprema estable-cida en Lima, de cuatro cortes superiores en los departamentos deLima, Trujillo, Cusco y Arequipa, y de juzgados de primera instan-cia en todas las provincias. Los empleados judiciales eran inamovi-bles y de por vida, siempre que su conducta no diese motivo para locontrario. Para ser miembro de la Corte Suprema eran requisitos:tener cuarenta aos; ser ciudadano en ejercicio; haber sido vocal de

    una de las cortes superiores. Para ser vocal de estas eran condicio-nes: tener treinta y cinco aos; ser ciudadano en ejercicio; habersido juez de derecho o ejercido otro empleo o destino equivalente.En fin, para ser juez de primera instancia eran requisitos: tenertreinta aos; ser ciudadano en ejercicio; ser abogado recibido; ha-ber ejercido la profesin, cuando menos por seis aos, con reputacin

    notoria.

    Si, por una parte, son disculpables las garantas de saber yprobidad que la Constitucin exige para el grave cargo de magistra-do; por otra, no puede dejar de aplaudirse la cuerda y acertada ideade establecer un orden jerrquico en el poder judicial, haciendoque los jueces inferiores sean los llamados a ocupar los puestos in-mediatamente superiores. De este modo, los ciudadanos que se de-dican a la carrera de la magistratura estarn seguros de que sus m-ritos, su saber y su probidad no sern desatendidos y que ellos nosern nunca pospuestos a personas extraas del todo a las delicadasfunciones de magistrado, y que solo se apoyen en secretas influen-cias para obtener un puesto en el tribunal de justicia.

    Eran atribuciones de la Corte Suprema: conocer de los recur-sos de nulidad; dirimir las competencias entre las cortes superiores

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    y entre estas y los dems tribunales; or las dudas de los tribunales yjuzgados sobre la interpretacin de las leyes y consultar al poderlegislativo; hacer efectiva la responsabilidad del presidente y de losministros, cuando el senado hubiese decretado haber lugar a for-macin de causa; conocer de las causas criminales de los ministros yde los miembros de su propio seno; conocer, en tercera instancia,de la residencia de los empleados sujetos a ella y, en primera, de la

    de las cortes superiores; conocer de las causas relativas a negociosdiplomticos y de los asuntos contenciosos entre los ministros,cnsules o agentes extranjeros.

    Corresponda a las cortes superiores: conocer, en segunda ytercera instancia, de todas las causas civiles, de hacienda, comercio

    y minera; conocer de las criminales, mientras se estableca el juiciopor jurados; decidir las competencias entre los juzgados subalter-nos; conocer de los recursos de fuerza; hacer efectiva la responsa-bilidad de los jueces de primera instancia.

    Para el rgimen poltico y administrativo, haba en cada de-partamento un prefecto, en cada provincia un intendente y en cadadistrito un gobernador. La Constitucin no dice absolutamentequin deba nombrar a los prefectos por lo que debe colegirse quequedaba vigente, de un modo tcito, la facultad de hacerlo, que ha-ba tenido el poder ejecutivo. Las atribuciones de estos funciona-rios se reducan a mantener el orden pblico y a cuidar de la exac-titud de sus subordinados. Les corresponda asimismo la intenden-

    cia econmica sobre la hacienda pblica. Su duracin era la de cua-tro aos improrrogables, pudiendo ser removidos antes si su con-ducta diese lugar para ello.

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    En la capital de cada departamento haba una junta departa-mental compuesta de un vocal por cada provincia, presidida por elprefecto, a quien serva de consejo. Sus principales atribucioneseran: inspeccionar la conducta de las municipalidades; formar elcenso y la estadstica del departamento en cada quinquenio; pro-mover todo lo que conduzca al progreso de la industria; cuidar de lainstruccin pblica y de los establecimientos de beneficencia; velar

    sobre la distribucin de los fondos pblicos e intervenir en la repar-ticin de las contribuciones; proponer al senado ternas de los ciu-dadanos aptos para el gobierno de las provincias y distritos; remitiral senado la lista de tres ciudadanos elegibles para Presidente de laRepblica.

    Adems, en todas las poblaciones, cualquiera que fuese el n-mero de sus habitantes, haba municipalidades compuestas de unoo dos alcaldes, uno o dos sndicos, y dos o ms regidores, hasta die-cisis; debiendo ser elegidos por los colegios de parroquia y reno-varse cada ao por mitad. Dependa de los cuerpos municipales lapolica de orden, de instruccin primaria, de beneficencia, de salu-bridad, de seguridad, de ornato y de recreo. Deban, adems, repar-tir las contribuciones o emprstitos sealados a su territorio; pro-mover la industria de su pueblo; formar ordenamientos municipa-les para someterlos al Congreso; presentar un informe anual de susactos a la junta del departamento. Los alcaldes eran los jueces depaz de su respectiva poblacin; pero tambin ejercan este cargo losregidores en las poblaciones numerosas.

    Tales son las principales disposiciones de la Constitucin delao 23 que, si por un lado presenta algunas ideas que merecen elo-

    Toribio Pacheco

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  • 7/21/2019 Cuestiones Constitucionales_Pacheco y Rivero

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    gio, por otro manifiesta claramente que sus autores no tuvieron unconcepto claro y distinto del equilibrio de los poderes, ni toma