Upload
juan-guillermo-marron-garay
View
158
Download
23
Embed Size (px)
Citation preview
ISA FONNEGRA DE JARAMILLO
^ i W i . 3S77
Tetéfwios Res>(t. 24-44-51 Ofic. 24-59-n
Sao José, Costa R k i
DE CARA A LA MUERTE
EDITORIAL ANDRÉS BELLO Barcelona • Buenos Aires • México D.F. • Santiago de Chile
Biblioteca Ui ...
Primera edición, 1999. Editorial Primer Latinoamericana Ltda., Colombia.
Segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta reimpresión, 1999. Colombia. Séptima, octava, novena y décima reimpresión, 2000. Colombia.
Duodécima reimpresión, 2001. Colombia.
Primera edición, 2001. Editorial Andrés Bello.
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la
reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
© ISA FONNEGRA DE JARAMILLO
Derechos en español con la excepción de Colombia, Ecuador y Venezuela
© EDITORIAL ANDRÉS BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile
www.editorialandresbello.com [email protected]
Editorial Andrés Bello de España, S. L. C/. Córcega, 257 I o 2 a B 08036 Barcelona
ISBN: 84-95407-71-X
Depósito legal: B-14.546-2001
Impreso por Romanyá Valls, SA. - Pl. Verdaguer, 1-08786 Capellades
Printed in Spain
, , . M - O . 3977
„ A 2 < . 4 . - 5 < O H * " - * » - 1 1
T ' 1 M ~ ' 1 0 Costa M «
A Merce, mi mamá, quien hasta hoy,
y a pesar de su enfermedad, ha conservado intactos
los rasgos que más admiración y gratitud me han
despeñado: su amorosa incondicionalidad,
su invariable respeto por los puntos de vista ajenos,
su intensidad vital y su inteligencia.
Mucho me ha enriquecido el compartir con ella
su duro y bello caminar hacia la muerte.
De la autora
No me fue fácil tomar la determinación de escribir este
libro. Por años consideré y descarté la idea, con la dis
culpa de que no disponía de t iempo para ello y conside
rando que lo que yo sabía sobre la muerte y el morir lo
había dicho ya, en diferentes momentos y contextos . No
encontraba muchas ideas nuevas para escribir.
Además, por estar tan familiarizada con los temas
del dolor humano y el morir, pensaba -equ ivocadamen
t e - que mis potenciales lectores lo estarían también. Pero
una exper iencia personal le dio un vuelco total a esta
idea. Por m u c h o t iempo he guardado en una caja cien
tos de papelitos con las preguntas o casos que me plan
tean los asistentes a mis charlas, seminarios y conferencias.
El revisarlos y volver a leerlos me mostró el vacío que
existe - e n Colombia, al m e n o s - en cuanto a información
básica pero actualizada sobre estos temas. De igual for
ma, me señaló la neces idad apremiante de respuestas a
tantas inquietudes, de orientación en momentos de ti
nieblas y de información oportuna, no sólo para quienes
están afrontando situaciones de pérdida o de duelo sino
también para profesionales c o m o médicos, psicólogos,
psiquiatras, enfermeras, trabajadores sociales y profeso
res de colegio, entre otros, que por trabajar tan de cerca
con el ser humano están presentes en sus momentos de
9
pérdidas y desgracias, muchas veces con pocas herra
mientas para comprender, apoyar, consolar y orientar.
Tales preguntas han sido el motor y la guía para
escribir estas páginas, en las que he prestado la mayor
atención a las inquietudes del público, no a las mías. Así
pues, este libro va dirigido a cualquier persona que de
see acercarse al f enómeno de la muerte c o m o una reali
dad humana. No hay requisitos previos para su lectura,
que puede estar motivada por la muerte reciente o próxi
ma a ocurrir de un ser amado; o por el h e c h o de encon
trarse, desde cua lqu ie r pe r spec t iva o c i rcuns tanc ia ,
enfrentado a la exper iencia del morir. O por la necesi
dad sentida de descorrer el velo de la ignorancia y los
tabúes y aproximarse a su misterio. O quizás por la ur
gencia de entendernos a nosotros mismos en los mo
mentos de tragedia y dolor, y saber qué podemos esperar
en el incierto camino hacia la superación personal. O,
tal vez, por el deseo de acompañar física, emociona l o
espiritualmente a quienes enfrentan la muerte. O, en el
ámbito profesional, por la neces idad de conocimientos
que, aunque elementales, son ignorados por muchos y
que permiten un acercamiento más adecuado, integral y
holístico al moribundo y su familia.
C o m o mi exper iencia ha sido fundamentalmente clí
nica, no he teorizado sobre los aspectos filosóficos, his
tóricos o antropológicos de la muerte, el morir y el duelo;
humildemente, dejo estos temas en manos de los exper
tos e interesados. Otro tanto he h e c h o con la concep
ción religiosa de la muerte.
Los conocimientos y la experiencia que sustentan este
libro provienen de muchas fuentes y aprendizajes: de la
observación permanente y atenta de los hechos que su
ceden a mi alrededor, en nuestra cultura, y de la forma
c o m o se asume en ella la muerte y la relación posterior
10
con el dolor y los recuerdos. También se nutre de las
exper iencias cotidianas directas con personas en trance
de morir, con sus familias, con los médicos , con nuestro
entorno religioso, y del contac to con exper tos tanatólo-
gos de muchos países y con sus diferentes costumbres y
culturas. Y, naturalmente, de todo lo que me han aporta
do, durante casi treinta años de práctica profesional c o m o
psicoterapeuta, mis pacientes que sufren.
El libro consta de tres partes. La primera, "Ante la
muerte", se ocupa de las actitudes hacia la muerte que
son comunes en nuestra cultura y en buena parte de
Latinoamérica, e incluye los resultados más significativos
de una encuesta sobre este tema realizada a 8 0 0 familias
colombianas en enero de 1998 . Se consideran de mane
ra independiente la muerte natural, la accidental, el sui
cidio y el homicidio.
La segunda parte, "El morir humano", nos acerca a la
experiencia personal de enfrentarse cara a cara con la
muerte: el diagnóstico médico , las decis iones por tomar,
los dilemas que se nos presentan y las alternativas para
un buen morir. El concep to de morir con dignidad y el
efecto que su adopción genera en una familia es otro de
los temas de esta segunda parte, también acompañada,
c o m o todo el libro, de preguntas ilustrativas y casos que
nos ofrecen un valioso test imonio del dolor humano.
La tercera parte, "Pérdida, dolor y recuperación",
trata del papel que las exper ienc ias de pérdida y duelo
t ienen en nuestra vida emoc iona l , y de la función de la
tristeza. Esta secc ión del libro habla de los diversos
tipos de pérdidas - l a muer te de un b e b é , de un niño,
de los padres, del c ó n y u g e - y sus consiguientes due
los, s iempre con la in tención de que el lector encuen
tre luz y or ientación y comprenda el valor profundo
del consolar .
11
Para concluir, deseo hacer un reconocimiento a aque
llas personas a quienes d e b o el haber podido dar a luz
este libro, y quisiera, a riesgo de omitir algunas, hacer
pública mi gratitud al doctor Gustavo Ángel Villegas, ex
perimentado psicoanalista que ha sido mi maestro per
sonal en el difícil arte de enfrentar las pérdidas y los
duelos. A Simón Brainsky, un amigo, un crítico y un
apoyo incondicional. A mis queridas colegas y amigas
Sarita Pérez de Cabrera y Nelly Rojas de González , por
su generoso respaldo de siempre. A Beatriz Kopp de
Gómez , gestora de la Fundación Pro De recho a Morir
Dignamente, con quien hace quince años inicié no sólo
esta quimérica cruzada sino una profunda amistad. Tam
bién va mi gratitud a los compañeros de la Junta de
D.M.D. Gracias mil a mis amigos médicos , por sus ense
ñanzas y su respaldo; quizás nunca sabrán de qué ma
nera el trabajar en equ ipo con ellos y el escucharnos
mutuamente en foros y conferencias ha ampliado mis
horizontes personales y mi visión del enfermo y de la
enfermedad.
A la psicóloga e inmejorable editora de textos Patri
cia Dimaté, quiero agradecerle su paciencia, su dedica
ción y, sobre todo, su inquebrantable fe en este libro.
Compartir con ella tardes y días enteros revisando mis
manuscritos, a veces ininteligibles, se convirtió en una
experiencia m u c h o más fecunda que una simple tarea.
Mis padres, Jo rge y Merce, y mis o c h o hermanos, en
un comienzo práct icamente los únicos que creyeron en
mi tarea, en mi pasión por el tema de la exper iencia de
morir y en mis proyectos, merecen un reconocimiento
ineludible por su amoroso apoyo y respeto.
A los diferentes grupos de profesionales que a partir
de 1984 han pasado por mi vida quiero también expre
sarles mi gratitud. Entre ellos, muy especialmente , a las
12
psicólogas de la Fundación Omega: Cecilia Gerlein, Elsa
Mantilla de Mejía, Luz Emilia Guerrero, Marcela Soto y
Martha Lucía Aristizábal, con quienes he compart ido pe
nas y fracasos personales, errores, logros, descubrimien
tos, satisfacciones y aprendizajes de incalculable valor.
Mi eterna gratitud para todas aquellas personas cu
yas vidas han penetrado en la mía, bien sea a través de
conversaciones, reflexiones, confidencias, consultas o psi
coterapia, c o m o también a mis queridos e inolvidables
pacientes cuyas muertes iluminaron c o m o faros mi reco
rrido y mi búsqueda en este campo. Así mismo, van
también mis agradecimientos a todas aquellas personas
que me autorizaron a incluir sus testimonios y preguntas
en este libro. A ellas debo , en gran parte, la riqueza y la
intensa humanidad de su contenido. Otras personas se
reconocerán en algunas alusiones o textos, y sabrán en
tonces cuánto me enseñó su dolor.
Finalmente, no t iene límites mi gratitud con Rodrigo,
mi compañero de vida desde hace 37 años, quien siem
pre ha respetado y apoyado mis proyectos y mis necesi
dades de crecimiento personal y profesional, sin importar
su dirección o la cuota de sacrificio que ello le exigía.
De la misma manera, a mis fuentes vitales de energía,
amor e inspiración: mis hijos. Son ellos Alejandro, Eduar
do, Liliana y Felipe, quienes me han dado su incondicio
nal apoyo, su paciencia y su comprens ión para realizar
este trabajo.
13
Era una fría madrugada del mes de febrero de 1988. Mi esposo, de 88 años, me despertó diciéndome: "Tengo frío, mija, abrázame fuerte". Al acercarme, su respiración fatigosa me sobresaltó y le dije que era mejor avisar a las bijas. "No es necesario -me dijo-, quedémonos aquí los dos, abrázame y acompáñame". Me di cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir. Puse su cabeza contra mi corazón y lo abracé fuerte. Le agradecí por lo que habían sido nuestros 52 años de matrimonio, nuestros cinco hijos. El, con los ojos cerrados, me escuchaba. Luego puse mi cara contra su frente y de nuevo le dije cuánto lo amaba. Permanecíamos tranquilos, abrazados. Cuando se estremeció, supe que era su último aliento de vida. Sentí algo indescriptible. Por un rato largo, hasta que aclaró el día, no llamé a nadie. Seguía acariciándolo. Llevábamos dos años preparándonos para este momento porque su organismo se desgastaba y ya nada se podía hacer. La fe en un Ser Supremo y nuestro amor nos habían dado la fortaleza necesaria para vivir, y fueron nuestros compañeros al tiempo de morir.
Experiencia personal. Publicado con autorización de su hija, A.C. de C.
15
PARTE I
ANTE LA MUERTE
-Voy a morir-profirió trabajosamente-. No me quejo de una suerte que comparto con las flores, con los insectos y con los astros. En un universo en donde todo pasa como un sueño, sentiría remordimientos de durar para siempre. No me quejo de que las cosas, los seres, los corazones, sean perecederos, puesto que parte de su belleza se compone de desventura. Lo que me aflige es que sean únicos. Antaño, la certidumbre de obtener en cada instante de mi vida una revelación que no se renovaría nunca constituía lo más caro de mis secretos placeres: ahora muero confuso como un privilegiado que ha sido el único en asistirá una fiesta que se dará sólo una vez.
Marguerite Yourcenar, Cuentos orientales
Nuestras costumbres, nuestra cultura
Co m o un niño que cuando aparecen en el c ine las
escenas de terror cierra fuertemente los ojos para
no ver esa realidad que lo incomoda y prefiere erradi
car de su exper ienc ia lo muy temido o doloroso, mu
chos de nosotros - u n a gran mayoría, me atrevería a
d e c i r - aún cer ramos los o jos ante la realidad del morir
y op tamos por jugar a ser inmortales. Así vivimos, y
con frecuencia así mor imos: con los ojos cerrados, in
consc ien tes ante la realidad de la muerte . Por esta ra
zón , a c e r c a r s e a su mis te r io , d e s c o r r e r el v e l o de
ignorancia que la rodea, es un desafío que incomoda,
que perturba, que inquieta.
Para poder mantener en el destierro este lado duro y
difícil de la vida, se apela a normas sociales que proscri
ben el tema por ser de mal gusto, esquivando las refe
rencias a la muerte y las evidencias de su inevitabilidad.
La nuestra es una cultura negadora de la muerte, que la
trivializa. Por esto los velorios en casa ya casi no exis
ten, y a cambio se prefieren las velaciones breves en
una funeraria. El luto tiende a desaparecer, y aquel reco
gimiento familiar que expresaba socialmente el duelo ha
sido remplazado por una actitud "natural", sin rituales
de ninguna clase. El doliente pronto reanuda sus activi
dades normales, y entre menos señales de dolor mani-
19
fieste, más admiración suscita. A cambio de la tristeza,
nuestra sociedad enal tece la valentía y la entereza.
La muerte, mejor ni nombrarla. Preferimos los eufe
mismos para hablar de ella: "Se fue", "perdimos a...", "des
cansó", "voló al cielo", "fue llamado por el Señor". A los
niños los marginamos de las experiencias familiares de
muerte y tristeza y les recomendamos compostura y con
trol ante la tragedia. Desde que son muy pequeños trata
mos de ocultarles el dolor, la enfermedad, la soledad y la
muerte, y en cambio les enseñamos a exaltar c o m o valo
res máximos la salud, la belleza, la juventud, la alegría y
los triunfos. Subestimamos así no sólo su capacidad para
enfrentar el dolor, sino también el profundo valor que la
tristeza y las pérdidas tienen en la vida emocional . Y es
que saberse capaz de experimentar dolor, aceptarse y que
rerse en los malos momentos , abre una puerta a la espe
ranza, a la reparación, a la posibilidad que tenemos los
humanos de reconstruirnos después de la catástrofe.
Aceptar nuestra condición de mortales y vivir de con
formidad con ella implica, entonces, reconocer como inevi
tables estos momentos de la vida y admitir c o m o propios
también los sentimientos profundos de despojo, de pérdi
da. Es admitir la vulnerabilidad inherente al ser humano.
Lo contrario sería recubrirse con una armadura emocional
que imaginariamente nos hace inmunes al peligro y al do
lor, pero que en realidad nos empobrece, quitándonos la
posibilidad de sentir también lo bueno, lo reparador, lo
que consuela, lo amoroso.
Culturalmente, casi s iempre el hombre lleva la peor
parte. De él se espera que se muestre invulnerable a la
pena y que, en vez de sentir, organice, comande , e jecute
y se haga cargo de la situación. Su fortaleza b ien puede
traducirse c o m o su anestesia ante las tribulaciones. Sólo
ciertas emoc iones le son permitidas: la rabia, la agresivi-
2 0
dad y el mal humor, pero no el quebrantamiento o la tristeza.
Con la mujer ocurre un f enómeno diferente: se le
c o n c e d e permiso social para reaccionar con tristeza ante
las pérdidas, e so sí durante un t iempo limitado arbitra
riamente fijado por la comunidad; pero su rabia, su re
beldía o su inconformidad no son aceptadas. Aun en
este fin de siglo, es privilegio de unos pocos el reaccio
nar libre y espontáneamente ante un dolor, desobede
c i e n d o e l manda to de acep ta r c o n res ignac ión que
nacimos para sufrir.
Reiterar el d e r e c h o del h o m b r e a estar triste y cen
surar el e s to ic i smo c o m o ob l igac ión cultural y actitud
vital ante el dolor, y rechazar la repres ión impuesta a
la exp res ión de las e m o c i o n e s fuertes de la mujer,
resulta útil en esta b ú s q u e d a de lo sa ludable , q u e es
darle curso l ibre al dolor, a lo q u e ve rdaderamente se
s iente , a las mani fes tac iones de tristeza, rabia o a le
gría. No es esta , n i m u c h o m e n o s , una defensa del
m a s o q u i s m o , de la depres ión , del de sán imo o de la
apatía ante la vida. T o d o lo contrar io: pe r sona lmen te ,
ent re más me a c e r c o a la muer te más la respe to , y
mayor y más in tenso es mi c o m p r o m i s o c o n la vida.
Pe ro tratar de exc lu i r las expe r i enc i a s do lorosas de
nues t ro panorama vital es impos ib le : equivaldría a te
ner días e te rnos , i nacabab les , sin el cont ras te y el va
lor q u e les da la n o c h e , la oscuridad. Así c o m o exis ten
m o m e n t o s propic ios para amar, disfrutar, sentir r ego
ci jo , compartir , luchar, reír y gozar, t ambién los hay
para vivir el s i lenc io , la tristeza y la so ledad .
Otra de las consecuenc ias positivas de afrontar la
propia mortalidad radica en constatar que la vida está
hecha de pequeños milagros, que infortunadamente no
todos perciben. Descubrirlos, registrarlos y saborearlos
21
es un autorregalo que amplía creativamente los confines
de la cotidianidad.
EL C O L O M B I A N O Y LA M U E R T E
¿Qué piensa, dice y siente el co lombiano promedio acer
ca de la muerte y el duelo? Esta inquietud dio origen a
una investigación financiada y publicada en ene ro de
1998 por el per iódico bogo tano El Tiempo, para la cual
diseñé una extensa y completa encuesta (61 preguntas)
que fue aplicada por la firma Napoleón Franco & Cía.,
en 811 familias de cuatro ciudades colombianas: Bogotá ,
Cali, Medellín y Barranquilla.
Los resultados señalan algunas de las tendencias, ac
titudes y valores ante la muerte y el duelo general izados
en Colombia. Quizás lo más destacado fue la constata
ción de que e l co lombiano promedio no ha pensado en
el tema de la muerte ni le ha dedicado t iempo, por lo
cual sus opiniones y actitudes al respecto son contradic
torias, inconsistentes y superficiales. Paradójicamente, de
bido a la cruda violencia que azota a dicho país, la muerte
es pan de cada día en las pantallas de televisión, en los
medios informativos y en la vida cotidiana. Excluirla c o m o
tema de reflexión hace que no haya claridad en cuanto
a valores y preferencias, y por e so l legado el m o m e n t o
final nos quedamos a la deriva, sin poder hacer respetar
la autonomía y la posibilidad de decidir del moribundo
y de sus familiares.
Dos de cada tres personas encuestadas admitieron
no hablar del tema de la muerte o hacerlo "sólo si al
guien ha muerto", y muy rara vez sobre la propia, por
considerarlo "de mal agüero", porque "es mejor no pen
sar en eso" o porque "entristece". Hablan menos de la
22
muerte los hombres que las mujeres y los catól icos no
practicantes que los practicantes. Es frecuente que la men
ción de este tema vaya acompañada del uso de excla
mac iones con algún carácter religioso c o m o "Dios me
libre" o "en paz descanse", y de gestos c o m o hacerse la
señal de la cruz o tocar madera. Los encuestados tam
bién reconocieron que "no es un tema c o m o cualquier
otro". La mitad de ellos c ree en la vida eterna, y el 17%
cree que no hay nada después de la muerte.
Un gran porcentaje de los encuestados c o n o c e el
concep to de buen morir, pero al explorar la relación
entre lo que afirman que debería ser la muerte (algo
natural e inevitable) y sus actuaciones cotidianas, se apre
cia que la suya es una posición teórica sin respaldo en
la práctica: en realidad, la mayoría de las personas igno
ran sus derechos y deberes en lo tocante al morir, así
c o m o las características y circunstancias de un morir na
tural y digno, es decir, informado, en casa o el lugar
elegido, con familiares que lo cuiden con dedicación,
sin dolor y con asistencia emociona l y espiritual. Buena
parte de los encuestados ignoraban que existe la opc ión
de aliviar al enfermo cuando ya no se lo puede curar,
con el fin de preservar a toda costa su calidad de vida.
Asimismo, a pesar de no querer que el moribundo sufra
dolores, desconocen el poder benéf ico de los analgési
cos op iáceos del tipo morfina, útiles y eficaces en la
etapa final de ciertas enfermedades ( 8 6 % de los encues
tados los rechazan, muy seguramente debido a que las
campañas contra la drogadicción han calado en Colom
bia) . El temor a la adicción hace que en muchos casos
el enfermo tenga que tolerar, innecesariamente, el dolor
terminal.
Al preguntar a los encues tados cuánto t i empo creen
que una persona necesi ta para reponerse del dolor cau-
2 3
sado por la muerte de un ser quer ido, una tercera par
te respondió que entre u n o y dos años, y las otras dos
terceras partes que la pena es interminable. El 8 1 % cree
que lo mejor para alguien que vive un duelo es dis
traerse y no hablar de quien murió, y 6 5 % recomienda
retornar a las actividades normales cuanto antes. Estos
dos hechos t ienen una expl icab le conex ión : s i la mayo
ría de las personas buscan distraerse, volver pronto al
trabajo y no hablar de quien murió, no pueden hacer
el duelo, lo cual expl ica que las penas sean para ellas
interminables. El c o n c e p t o de "hacer el duelo" será e x
pl icado en detalle en la tercera parte de es te libro.
De los encuestados, 4 0 % cree que no es b u e n o ha
blarles a los niños de la muerte. El restante 60% opina
que sí, pero en el colegio , no en la casa. Con respecto
al efecto que la violencia en los medios tiene sobre el
ciudadano común, e l 9 9 % reconoce que se siente afecta
do de muchas maneras por las escenas de masacres que
cada noche irrumpen en la sala o en la a lcoba y por las
noticias siempre negativas: se deprimen ( 3 5 % ) , se vuel
ven más violentos ( 3 6 % ) o insensibles ( 2 9 % ) y se l lenan
de miedo ( 3 6 % ) . Esta insensibilidad sirve c o m o defensa:
e l t iempo que se demora una persona en recuperarse
tras una noticia violenta, por e jemplo una matanza, es
cada día más breve. La capacidad de reaccionar, de in
dignarse y de conmoverse se ha empobrec ido ante la
avalancha de violencia que deja cada año 30 .000 ó 40 .000
muertos, y otros tantos heridos y damnificados.
Estas y otras respuestas indican que la muerte y el
morir son asuntos proscritos, tabúes para la mayoría de
los colombianos , lo cual nos señala la urgencia de abrir
un espacio y educar respecto de estos temas, ya que la
reflexión sobre la muerte es también una reflexión sobre
la vida.
2 4
1
Morir con dignidad es una oportunidad inmerecida, un gran regalo: el gran don. Y al mismo tiempo una gran tarea para la humanidad.
HANS KUNG, 1997
M U E R T E NATURAL R E P E N T I N A
Es la que sucede súbitamente sin un síntoma previo,
c o m o en el caso de un infarto cardiaco, un derrame
cerebral, un aneurisma y otras muchas enfermedades ful
minantes.
El impacto de la sorpresa, la duda de si quien murió
había dado señales previas que hicieran suponer que se
encontraba enfermo o enferma y la preocupac ión de si
sufrió o no al morir y si se dio cuenta de que estaba
muriendo, son tres e lementos que diferencian cualitati
vamente esta muerte de la muerte natural anticipada.
Aunque en la gran mayoría de estos casos nada de
lo que los familiares hubieran h e c h o habría evitado la
muerte, por tratarse de una enfermedad fulminante, es
común que durante un t iempo ellos se pregunten una y
otra vez qué habría pasado si "hubiera l legado más tem
prano ese día", "si le hubiera puesto más atención al
25
Muerte natural
malestar que dijo tener", "si lo hubiera obligado a ir
donde el médico cuando dijo que se sentía decaído", "si
me hubiera cerciorado de que se tomaba sus medici
nas", hasta llegar finalmente a admitir que los humanos
no tenemos poder sobre la muerte.
Buscar una expl icación médica sensata y coherente
para esa muerte ayuda a la familia a asimilarla mucho
mejor que si se aceptan razones tan superficiales c o m o
"murió de un ataque" o "cayó fulminado sin saberse por
qué", que siempre dejan incógnitas sin respuesta y mar
tirizan al doliente.
En estas muertes, al c h o q u e inicial hay que añadir
lo absurdo de tener que aceptar que quien ayer conver
saba t ranqui lamente o presidía la comida familiar sin
ninguna queja de salud, hoy está muerto y no volverá.
A es to se suman otros e l ementos c o m o la culpa y los
autorreproches , que no só lo se dirigen contra el su
pues to descuido m é d i c o s ino que también se ligan al
repaso minuc ioso y crí t ico de los últ imos días de vida
con qu ien murió. Un disgusto, una pelea , un distancia-
miento o lo contrario, un buen m o m e n t o en la rela
ción, cobran un valor des tacado para el doliente. Las
últimas palabras, af i rmaciones y conse jos son escrupu
losamente repasados una y otra vez, buscando una se
ñal de premonic ión , de despedida, de perdón o de
gratitud. A estas r eacc iones puede unirse la rabia, una
sensac ión de injusticia o un resent imiento casi inconfe
sable hacia e l que murió. Esto es c o m ú n cuando, por
e jemplo , si quien muere de un infarto mantenía, a sa
biendas de sus efectos noc ivos , conductas c o m o fumar,
no vigilar su coles terol y descuidar su dieta. La familia
puede interpretar este descuido c o m o un seudoaban-
d o n o voluntario o una e spec i e de suicidio velado, pues
si b ien la persona no propic ió di rectamente su muerte,
26
t a m p o c o hizo m u c h o por evitarla. "No me quería lo
suficiente", "se fue de jándome c o n todas las cargas ha
b i endo podido luchar más", "prefirió morirse: quizás
andaba deprimido", son pensamientos frecuentes en los
familiares de qu ienes mueren de repente , cuando había
señales de pel igro que fueron desatendidas.
Nuestras cos tumbres socia les obl igan a no hablar
mal de quien murió ni sentir rabia hacia él; por esta
razón, este t ipo de pensamien tos se e s c o n d e n c o n ver
güenza. El pode r expresar los abier tamente p roduce un
gran alivio y mitiga los rencores que b loquean la apari
c ión de los demás sent imientos propios del duelo.
M U E R T E NATURAL A N T I C I P A D A
Es la que resulta de una enfermedad fatal cuyo pronósti
co es inmodificable. Si bien en la segunda parte del libro
se habla con más detalle de la enfermedad en fase termi
nal, de su impacto en la familia, de las difíciles decisiones
que hay que tomar cuando se prevé el final y de la expe
riencia de morir y sus opciones, cabe recordar aquí que
existe una gran cantidad de enfermedades irreversibles e
incurables, y que su influencia en el enfermo y los seres
cercanos a él varía de acuerdo con tres factores:
LA EXPERIENCIA DE LA ENFERMEDAD
La enfermedad no debe ser vista sólo c o m o un conjunto
de procesos biológicos deteriorantes; hay que considerar
también sus implicaciones sociales y su significado psi
co lógico . Un diagnóstico de sida, por e jemplo, puede
ser visto por una persona c o m o una terrible infección
viral, mientras que otra puede asumirlo c o m o un castigo
27
divino, y una tercera c o m o un estigma familiar y social.
De la forma c o m o cada quien lo viva dependerá en
parte la posibilidad de desahogarse con otras personas
acerca de los detalles, los sentimientos y la neces idad de
apoyo, así c o m o la evolución del duelo posterior a la
muerte.
LA DURACIÓN EN EL TIEMPO
Es otro factor a tener en cuenta, pues una enfermedad
de curso rápido, muy agresivo, o que se descubre en
una fase ya muy avanzada, no da t iempo a la familia
para reorganizarse luego del choque inicial del diagnós
tico. Pero, por otro lado, una enfermedad muy prolon
gada ex ige a los familiares múltiples adaptaciones que
incluyen concede r sus espacios, replantear sus rutinas y/
o abandonar parcial o totalmente su mundo previo para
poder cuidar al enfermo. Con frecuencia, estas circuns
tancias generan una ambivalencia entre la devoción y la
dedicación exclusivas al enfermo y la a tención de las
necesidades y fatigas propias, junto con una sensac ión
de pérdida de la libertad. También aparece a veces el
deseo de retirarse de la tarea, con la consiguiente culpa.
Cuando una persona es víctima de una enfermedad
grave, su familia atraviesa tres momentos que acá enun
ciamos someramente , pues serán tratados en detalle en
la segunda parte:
Crisis aguda inicial con desorganización
profunda y angustia
Corresponde a la etapa de incredulidad e incertidumbre
relacionada con el diagnóstico.
2 8
Período de adaptación
Luego de la aceptación del diagnóstico y de haber ago
tado todos los recursos disponibles para anular el vere
dicto, buscando un posible error, o lograr la curación, la
familia se reparte las tareas y se adapta a vivir con el
enfermo y con la enfermedad. Las muchas personas que
en un principio los acompañaron han regresado a sus
actividades habituales, por lo que el paciente debe en
frentar so lo los síntomas de la enfermedad, los efectos
colaterales de las drogas y tratamientos y su propio pro
ceso interno de aceptar que es una persona enferma.
Algunas enfermedades con un patrón de desarrollo len
to, c o m o la esclerosis múltiple, presentan episodios agu
dos segu idos de p e r í o d o s largos de es tab i l i zac ión ,
mientras que el sida, la leucemia y algunos otros tipos
de cáncer muestran un patrón de altibajos marcados en
tre remisiones y recaídas. En ocas iones , estos períodos
de estabilización o de remisión son interpretados equi
vocadamente por el paciente y su familia c o m o curacio
nes; luego, cuando la enfermedad vuelve a manifestarse,
e l golpe que rec iben es peor.
Fase terminal
La muerte se acepta ya c o m o un evento inevitable y
próximo, y el énfasis se cambia de curar a aliviar. De
nuevo la familia, a menos que haya sido adecuadamen
te preparada, suele entrar en crisis. En esta etapa, tanto
el méd ico c o m o el paciente y su familia necesi tan re
plantear las decis iones anteriormente válidas para aco
modarlas, en lo pos ib le , a los valores y deseos del
enfermo, en búsqueda de una buena calidad de muerte.
2 9
LA INTENSIDAD DEL SUFRIMIENTO DEL PACIENTE
La percepción de qué tanto sufre un paciente a lo largo
de una enfermedad prolongada influye en el duelo poste
rior, pues puede generar sentimientos de impotencia o de
ambivalencia con respecto a la continuación de su vida.
Eventualmente puede bloquear el curso normal del due
lo, con la idea de que "lo mejor que pudo pasar es que
muriera", o "sufría tanto que por fin descansó". También
puede dar pie a dudas y dilemas de orden espiritual, si la
familia se pregunta por qué Dios es capaz de permitir
que alguien bueno padezca una enfermedad tan degra
dante y humillante o tan incontrolable en sus síntomas.
LAS D E C I S I O N E S M E D I C A S
Las decis iones en torno a los tratamientos y al cuidado
del paciente deben ser revisadas con flexibilidad y re
planteadas varias veces a través del curso de la enferme
dad. ¿Tra ta remos su c á n c e r c o n c i rugía , q u i m i o o
radioterapia? ¿Hasta cuándo se emplea la quimio y en
qué momen to se cancela para optar por los cuidados
paliativos? ¿Quién toma las decisiones? Todo este proce
so puede implicar profundos dilemas éticos que, mal
resueltos, influyen negativamente en el duelo porque tien
den a culpabilizar al doliente de lo que se hizo o se
dejó de hacer. Con bastante frecuencia he visto que,
luego del fallecimiento, la familia se cuest iona con re
mordimiento por qué permitió tantos exper imentos y tan
costosas e inútiles intervenciones médicas, que le oca
sionaron más sufrimientos a su ser querido y quizás una
muerte de muy mala calidad, solo, agobiado e incomu
nicado, a lo mejor conec tado a aparatos, ex tenuado por
el dolor y con el cuerpo martirizado.
3 0
Conoce r verbalmente o por escrito las preferencias de la persona acerca de las circunstancias en que le gustaría que se diera su muerte, y discutirlas, previene muchos problemas y conflictos entre los médicos y los familiares.
Preguntas y respuestas
¿Qué se puede hacer cuando una familia ejerce tanto
poder y dominio sobre el enfermo que ni siquiera le per
mite opinar?
Infortunadamente, muy poco . Tanto mis colegas c o m o
yo hemos tenido casos en que una familia muy domi
nante y egoísta no permite que el enfermo se entreviste
a solas con nosotros, ni siquiera mediando una solicitud
explícita de él en ese sentido. En tales casos, con toda
seguridad el paciente morirá c o m o vivió: dominado y
manipulado por sus familiares.
Una alternativa puede ser buscar una reunión de fa
milia para intentar que se entienda el derecho que tiene
todo paciente a expresar sus deseos y a que le sean
respetadas sus necesidades. A veces esta reunión da re
sultados, pero en algunas ocas iones los más acerbos ene
migos de una muerte buena y digna para una persona
son sus mismos familiares, que le imponen sus puntos
de vista sin permitir el acceso directo a él para someter
a su consideración las decisiones.
Cuando usted se reúne con una familia donde hay ban
dos, uno a favor de dejar morir a la mamá y otro a favor
de hacer hasta lo imposible para prolongarle la vida, ¿en
algún momento deja ver su posición personal?
31
El trabajo psicológico ex ige neutralidad y apertura para
respetar posic iones diferentes en cualquier campo . En
esta situación particular, hay que tener en cuenta que el
p roceso de tomar decis iones respecto al final de una
vida ni es simple ni fácil. Muchas veces , a pesar de que
se comparte información veraz y honesta acerca del pro
nóstico del paciente, no se logra consenso debido a que
entran en juego muchas fuerzas y presiones, tanto cons
cientes c o m o inconscientes, de cada uno de los miem
bros de la familia. Las decisiones se deben tomar teniendo
en cuenta la voluntad y el deseo del enfermo, conforme
a los principios bioét icos, a la moral y al vínculo de
afecto entre todos los involucrados. En ocas iones la fa
milia me pregunta: "Doctora, si se tratara de su mamá o
de un hijo suyo, ¿qué haría usted?" En tales casos ex
pongo, sustento y argumento mi punto de vista, sin im
ponerlo.
32
Homicidio
A mí también me mataron, lo que pasa es que no me morí.
Experiencia personal (una madre reviviendo el brutal asesinato de sus hijos de 12 y 15 años)
Cuando la muerte de un ser querido ocurre en circuns
tancias traumáticas, el duelo presenta una notoria ten
d e n c i a a c o m p l i c a r s e p o r q u e los d o l i e n t e s d e b e n
enfrentar, al mismo t iempo, el estrés postraumático.
La categoría de trauma es altamente subjetiva, pues
para una persona la pérdida de un ser querido c o m o
consecuenc ia de un homicidio o un accidente de tránsi
to puede ser, además de dolorosa, traumática, mientras
que para otra no. Sin embargo, algunos factores hacen
que una muerte sea traumática (y el duelo más compli
cado) ; entre ellos:
• Lo súbito, sorpresivo y no anticipado de la muerte.
• La violencia, mutilación o destrucción del cuerpo.
• Si la muerte fue determinada por factores de azar
que pudieron haber sido evitados.
• Las muertes múltiples (cuando fallece más de una
persona afectivamente significativa).
3 3
• El encuentro personal del doliente con la muerte.
En algunos casos, por e jemplo en las masacres y las
venganzas, esto se ve agravado por la existencia de una
amenaza explícita o latente a su vida y a su integridad.
Según la ps icó loga Thé ré se Rando, el trauma es "un
estado emoc iona l de malestar y estrés asoc iado a una
exper ienc ia catastrófica extraordinaria que desata en el
dol iente la sensac ión de ser vulnerable al daño". Esta
exper ienc ia devastadora genera un es tado de c h o q u e
que inunda o sobrecarga las capac idades de reacc ionar
y defenderse c o m o respuesta a vivencias traumáticas
que resultan de una amenaza personal a la invulnerabi-
lidad. Cuando la muerte ocurre de manera súbita, y
espec ia lmente si ha sido una muerte violenta, acc iden
tal o por homicidio , el duelo puede compl icarse debi
do a que:
» La capacidad de adaptación disminuye c o m o con
secuencia del choque ; el Yo se sobrecarga y aparecen a
la vez otros múltiples factores estresantes.
• El mundo presuntivo, esto es, el mundo predeci-
ble que c reemos relativamente seguro, se es t remece sin
preaviso ninguno, y las creencias que hasta en tonces
representaban el orden confiable del universo personal,
por e jemplo la noción de invulnerabilidad, se alteran o
invalidan.
• Se trata de una muerte absurda, que no puede
comprenderse ni absorberse y que t ampoco permite ha
cer un "cierre" (despedirse, decirse adiós, poner punto
final a la re lación) .
• Los síntomas agudos del duelo y el choque e m o
cional y físico persisten por más t iempo.
• El doliente reconstruye obsesivamente los eventos
y el escenar io en que sucedieron, buscando entender
esa muerte y obtener e lementos de control sobre ella.
3 4
• El doliente sobredimensiona los eventos de la rela
ción inmediatamente anteriores a la muerte, desatendien
do el valor de un vínculo con historia. Dichos eventos
- u n a discusión o pelea, el estar lejos de la persona, una
amenaza que se ignoró o una queja física que se des
o y ó - se salen de proporciones y generan culpas y auto-
reproches.
• Las reacciones emociona les suelen ser más inten
sas: son mayores la rabia, la culpa, la ambivalencia, la
desorganización, la confusión, el desamparo y la vulne
rabilidad. Todo esto unido a una gran neces idad de en
contrarle un significado a la muerte, un porqué.
• Aparece el estrés postraumático, que se manifiesta
a través de la intrusión repetitiva de imágenes y recuer
dos trágicos y del incremento de algunas respuestas fi
siológicas, de hiperactividad o parálisis.
Cuando no es posible ver el cadáver o los restos el
riesgo de compl icac iones es mayor, lo mismo que cuan
do las diligencias legales absorben una buena parte del
t iempo que deberían ocupar las respuestas iniciales de
duelo.
En el caso concre to de Colombia, un país que en los
últimos años presenta cifras desbordadas de muertes vio
lentas (30 .000 por año, de acuerdo con la información
del Instituto Colombiano de Medicina Legal), no sólo
resulta preocupante el curso del duelo de tantas familias
afectadas, sino el de poblac iones enteras que viven en
un estado permanente de estrés asociado a muertes trau
máticas. El terror, la sensación de desprotección y vulne
rabilidad, la rabia por la injusticia y la desesperanza por
la posible impunidad son algunas de las reacciones más
frecuentes en las comunidades que han sido amenaza
das después de haber presenciado, con horror, masacres
colectivas. Estos duelos tienden, obviamente, a ser exa-
3 5
gerados, demorados y complicados , y a manifestarse a
través de patologías c o m o depresión, a lcohol ismo y vio
lencia intrafamiliar.
En algunos casos, por ejemplo, cuando hay e m b o s
cadas guerrilleras o paramilitares en lugares geográficos
distantes, las madres o los familiares de los muertos se
enteran de la tragedia a través de los medios de comuni
cación. El manejo que es tos le dan al sufrimiento huma
no dista de ser el más respetuoso: generalmente la prensa
y la televisión son intrusos que invaden el territorio pri
vado e íntimo del dolor, del desconsuelo , de la rabia,
del deseo de venganza y de la paralizante impotencia .
Las bolsas negras que los co lombianos asoc iamos a res
tos mortuorios aparecen cada noche , en forma repetitiva
y morbosa, en la a l coba del ciudadano común o en la
sala de su casa a través de la pantalla de televisión. Esas
bolsas, que carecen de significado personal para el es
pectador, producen en las familias de las víctimas un
impacto emociona l de carácter traumático. Las brutales
escenas de charcos de sangre y muertos atados b o c a
abajo son imágenes de máxima violencia que nos im
pactan a todos y, de una u otra forma, nos afectan psi
cológicamente .
El homicidio viola todos los principios fundamenta
les que nos han enseñado desde pequeños : el respeto a
la vida, la no agresión, el maravilloso poder del diálogo
c o m o instrumento de conci l iac ión que remplaza a la vio
lencia. La impotencia, la desorganización y el desampa
ro se apoderan de los dolientes de muertes violentas,
junto con una crec ien te neces idad de vengar a su ser
querido, para así al m e n o s honrar su memoria . La sensa
ción de que el mundo, antes seguro y confiable, es aho
ra peligroso, genera en las víctimas terror y la angustia
de estar también en peligro.
3 6
Dadas las características de la muerte violenta, uno podría afirmar, casi sin temor a equivocarse, que toda familia que sufre el homicidio de uno de sus miembros debe recibir ayuda, apoyo y orientación emociona l con el fin de evitar patologías y compl icac iones ulteriores y prevenir que se establezca un nuevo es labón que, dadas las circunstancias, entre a fortalecer aún más el círculo vicioso violencia-venganza-violencia.
Para terminar, deseo compartir con el lector mi preocupac ión personal y profesional acerca del incierto futuro e m o c i o n a l de un pa ís cuya p o b l a c i ó n se ha anestesiado ante la avalancha de estímulos trágicos traumáticos provenientes de una situación cotidiana de violencia. Esa anestesia lesiona la capacidad de conmoverse , de indignarse, de ser solidario y empát ico con la desgracia y el dolor ajenos.
Preguntas y respuestas
Mi hijo menor, de 23 años, fue visto por última vez un
viernes a las 6p.m. en una heladería. De ahí, desapare
ció. Yo como madre tenía fe en que no había pasado
nada malo. El miércoles ya todos estábamos angustiados.
Encontraron su cadáver con dos balazos en la cabeza,
seis días después, en una carretera a una hora de la
ciudad. Me preocupa, doctora, que yo estoy como si nada:
sigo trabajando, sonrío y no pienso en él. De esto hace
un mes y medio. El nunca tuvo enemigos, era bello físi
camente, bueno como el pan, trabajaba en una firma de
computadores y se iba a casar. ¿Cómo me ve?
La veo . . . paralizada, anestesiada. Cuando a alguien le
ocurre una tragedia c o m o la que usted está viviendo,
tan absurda y tan dolorosa, se puede demorar semanas
3 7
y meses hasta poder permitirse aceptar la realidad. Sim
plemente usted continúa viviendo c o m o si nada hubiera
ocurrido, expulsando la idea del homicidio y mantenien
do a raya la avalancha de emoc iones y sentimientos que
necesar iamente se le vendrían encima si aceptara que su
hijo fue cruelmente asesinado.
Por otro lado, este tipo de muerte plantea un proble
ma de valores, de creencias y de confianza. ¿Cómo pue
de uno seguir exist iendo en un mundo tan amenazante
y peligroso? ¿Cómo volver a confiar? ¿Por qué le ocurre
algo así a alguien b u e n o e inocente? La mente humana,
en principio, no es capaz de asimilar un h e c h o tan bru
tal y tan injusto, por ello usted no lo ha podido registrar
en su conciencia . Le aconsejo buscar ayuda profesional
para que se sienta apoyada, y para que, cuando esté
lista, descorra el velo y pueda aceptar la desgracia en
toda su magnitud y con todas las incógnitas que plantea.
Salíamos del trabajo, mi mejor amiga y yo, cuando un
hombre, por arrebatarle a ella la cadena, la empujó vio
lentamente y ella cayó. Un taxi que pasaba en ese ins
tante la atropello, y falleció al día siguiente. Desde
entonces, vivo permanentemente con miedo, tengo terror
de salir a la calle, me parece que todo me va a volver a
pasar, tengo pesadillas y a veces siento que me estoy vol
viendo loca. ¿Quépuedo hacer?
Lo que usted está viviendo es una reacción muy normal
a los sucesos tan infortunados que me cuenta. Es lo que
se c o n o c e c o m o estrés postraumático, y quizás enten
derlo la haga sentirse un p o c o mejor. Seguramente usted
pasó las primeras horas o días c o m o anestesiada, con la
sensación de que "eso" no era verdad. Pero cuando el
choque inicial empieza a ceder, usted comienza a acep-
3 8
tar que su mejor amiga murió a su lado, sin que usted hubiera podido hacer algo para salvarla. Además, la muerte resulta absurda e inútil: "Por robarle la cadena". La secuencia tan rápida de los acontecimientos la sobrecargó a usted, se podría decir que la inundó psicológicamente , y por e l lo exper imenta esas sensac iones tan extrañas y desconcertantes. Quizás algunas escenas c o m o fotográficas se le vengan una y otra vez a la cabeza , atormentándola; quizás algunos sonidos e imágenes relacionados con la tragedia se repitan en sus pesadillas. Y c o m o el escenar io de la tragedia fue la calle, usted ex perimenta terror a salir, para no correr el r iesgo de que aquel lo vuelva a pasar; es c o m o una espec ie de fobia. Usted puede estar sintiendo que el mundo externo ya no es seguro y que, c o m o aparentemente nadie comprendería su "locura", es mejor aislarse, encerrarse en usted misma.
Todo esto es muy doloroso pero es normal y temporal. Le conviene m u c h o hablarlo con alguien y contar una y otra vez, hasta que los recuerdos se destiñan, sus sentimientos y la exper iencia vivida. Entre más hable de ello, mejor se va a sentir. Una vez el estrés postraumático vaya pasando, podrá en tonces afrontar una triste tarea: la de vivir el duelo, el dolor y la rabia por la pérdida de su mejor amiga en circunstancias tan absurdas, y darle cumplimiento a la labor de reacomodar su vida, ya sin su compañía , y acercarse a otras amistades sin olvidarse de esa persona tan querida.
A un hermano mío lo atracaron y luego lo abandona
ron muerto en las afueras de Bogotá. Este hecho generó
una conmoción familiar en mis sobrinos, mis padres y
hermanos. Mis dos hijos, de 9 y 6 años, nunca han ha
blado de esto ni preguntado sobre lo que pasó. Con mi
esposo consideramos que están demasiado pequeños para
3 9
comprender tanto horror, y delante de ellos no lloro.
Tampoco hablo de esto con mis padres. Los niños no
demuestran haberse impresionado y son muy juiciosos,
como su padre, un matemático que les exige mucho.
¿Qué piensa usted?
C o m o se explicará adelante en detalle, es más alarmante
la respuesta de un niño que no reacciona ante la muerte
que la de uno que deja ver la desorganización de su
vida a través de preguntas, protestas, cambios de con
ducta o desajustes escolares. No siempre hay que espe
rar a que los niños pregunten. A veces no lo hacen
porque han captado de los mayores el mensaje tácito de
que es mejor no hablar de eso . Pero un asesinato c o m o
el que usted relata -absurdo, violento, ev i tab le - plantea
a un niño innumerables incógnitas acerca de la muerte,
pero también acerca de la seguridad de su familia. Qui
zás ellos han sentido el temor de que a usted y a su
esposo les pueda pasar algo semejante, o han tenido
miedo o rabia, dolor por sus primos sin papá o un gran
porqué en sus mentes . No es probable que el homicidio
del tío no los haya afectado o que no hayan percibido el
impacto de la noticia y el duelo familiar. Lo que pasa es
que todas estas inquietudes, con sus concomitantes emo
cionales, pe rmanecen ocultas y luego emergen disfraza
das tras la fachada de s ín tomas f ís icos , p r o b l e m a s
escolares, apego ansioso, preocupación por los padres,
miedos, pesadillas. . .
Doctora, ¿es verdad que las desgracias unen?
Sí, las desgracias pueden unir a las familias o a las
personas . Pero también pueden desunir y, mal maneja
das, terminar con una relación. A v e c e s dos seres hu
manos se encuent ran en la vida y los une la similitud
4 0
de una tragedia q u e a m b o s compar ten , c o m o la muerte
de un he rmano , de un hijo, o de u n o de los padres en
la infancia. Quizás se comprendan mutuamente en su
dolor, sean solidarios y se ded iquen t i empo para sus
duelos, a lgo q u e otros no han h e c h o con el los. Pero
con frecuencia es to se confunde con el amor o el ena
moramiento , y es importante tener claridad sobre es tos
sent imientos para no apegarse a una relación que p o c o
t iempo después demostrará no tener p iso ni solidez.
Reco rdemos q u e "en é p o c a s de tempestad , todo puer to
es b u e n amigo". Po r ot ro lado, es indudable q u e la
empat ia o capac idad de pone r se en lugar del otro pue
de generar un ace rcamien to sano, sens ib le y amoroso
hacia quien sufre.
4 1
3 Muerte accidental
Un barco anclado en un puerto estará siempre a salvo, pero no es para eso que se han hecho los barcos.
TOMAS DE AQUINO
Todos, sin excepc ión alguna, es tamos expuestos en cual
quier momen to a sufrir accidentes, daños o el efecto
negativo de hechos fortuitos, imponderables e imprede-
cibles, sean estos de índole natural - u n rayo, una ava
lancha c o m o la de Armero, un derrumbe, una inundación,
un t e r remoto- o causados por fallas humanas - u n acci
dente automovilístico, la caída de un avión o el hundi
miento de un barco.
Mucho de lo que se dijo sobre la muerte violenta es
aplicable también a la muerte accidental, pues en ambos
casos se trata de un evento súbito o repentino. Adicio-
nalmente, hay otros factores que inciden en la respuesta
de los familiares a la tragedia y en la duración del perío
do inicial de choque que precede a la aceptación de la
muerte c o m o h e c h o innegable:
4 2
Q U E TAN " E S P E R A B L E " E R A L A M U E R T E
Por e jemplo, es esperable - m a s no deseable , desde lue
g o - que a un torero lo co rnee un toro, que un corredor
de automóviles sufra un accidente en una carrera o que
un joven dedicado al canotaje muera ahogado en un río
turbulento. Mas no es esperable que lo cornee a uno un
toro en un ascensor, c o m o ocurrió hace unos años a un
individuo en un edificio ce rcano a la plaza de toros, o
morir ahogado en la Autopista Norte de Bogotá al rom
perse un tubo madre de acueducto.
Q U E TAN P R E V I S I B L E E R A L A M U E R T E
Por e jemplo, s i sucede porque el automóvil se quedó
sin frenos debido a un descuido mecánico , o por mane
jar embriagado, permitirles a los niños jugar con pólvora
o materiales inflamables o dejar a su a lcance venenos o
armas. Entre menos esperable y más prevenible sea una
muerte, más absurda e ilógica aparecerá a los familiares,
y más difícil será el p roceso inicial de aceptación del
hecho . En muchos casos de muerte accidental, la desfi
guración o mutilación del cuerpo lleva a los familiares a
abstenerse de mirarlo para realizar la labor de identifica
ción o reconocimiento , tarea que generalmente se asig
na a un pariente del s exo masculino, quien considera
prudente no divulgar a los padres o hermanos el estado
final de la víctima. C o m o la muerte accidental presupo
ne un sujeto sano, se hace más difícil asimilar la noticia
de que alguien fuerte y saludable ayer, hoy está muerto
y no volverá.
Otro de los e lementos que suelen complicar la reac
ción de los dolientes es la duda acerca de si quien mu-
4 3
rió sufrió o no (durante el incendio o el accidente auto
movilístico, por e jemplo) , y qué pensaría, qué sentiría al
final, si se dio o no cuenta de que estaba muriendo y si
una ayuda más pronta u oportuna hubiera podido evitar
el fatal desenlace.
Los adolescentes representan un sector de la pobla
ción muy vulnerable a la muerte accidental, debido a su
actitud desafiante ante el riesgo y los peligros. Su nece
sidad de experimentarlo todo para demostrarse a sí mis
mos o a su grupo cuan arriesgados son, y el p o c o temor
que manifiestan ante la muerte por sentirse inmortales,
los co locan en una posición de muy alto riesgo. Cabe
mencionar aquí algunas conductas suicidas enmascara
das tras la fachada de valentía y carencia de miedo, c o m o
andar en pandillas buscando pleitos, hacer carreras de
automóviles en la ciudad cerrando los ojos al cruzar las
bocacal les , correr en motocicleta a altas velocidades sin
casco protector y otros seudodeportes altamente peligro
sos, detrás de cuya práctica se e sconden tendencias au-
todestructivas desatendidas en el adolescente .
Preguntas y respuestas
Mi hijo de 16 años se encontraba esquiando en un lago
cuando una lancha lo atropello, dejándolo descerebrado
durante ocho días. Las escenas siguientes al rescate fue
ron horribles, pues nosotros vimos todo desde la orilla,
presos de pánico, atónitos e impotentes. Aún me sueño
con esas escenas todas las noches y repaso una y otra vez
lo ocurrido hace siete meses. ¿Es eso normal? ¿Podré al
gún día sentirme mejor?
Sí, su reacción es normal puesto que no solamente ha
tenido que afrontar el duelo por la muerte de su hijo
4 4
adolescente, deportista y sano, sino también porque pre
senció la escena de la tragedia sin haber podido evitarla
y fue testigo impotente de las labores de rescate. Ello le
ha producido lo que se c o n o c e c o m o síndrome de es
trés postraumático. Si bien una reacción tan aguda c o m o
la que usted parece sentir no suele durar siete meses ,
hay casos en que las circunstancias particulares así lo
ameritan.
El h e c h o de que fuera un deporte bastante p o c o
peligroso, un joven con sus padres observándolo desde
la orilla, un accidente mutilante y cruento, seguido des
pués de ese per íodo infernal de desgastantes altibajos
entre la esperanza y la desesperanza, entre luchar o des
conectar lo, entre permitirle morir o buscar más alternati
vas, expl ica el que usted haya sufrido una exper iencia
emociona lmente devastadora. Más adelante podrá sentir
se mejor que hoy, pero debe ayudarse mucho; quizás le
sea útil la colaboración de un ps icólogo o un grupo de
padres en duelo.
Mi chiquita de 7 años cruzó la calle corriendo para al
canzar el bus del colegio, que ya la dejaba, y la atropello
un automóvil que cruzaba a toda velocidad. Quedó tira
da en el pavimento con seis fracturas y hemorragia cere
bral. Murió al ser llevada a la clínica y aún no me
repongo, porque además era yo quien la sacaba al para
dero. Precisamente ese día todo salió al revés porque salí
muy temprano a la peluquería y no la llevé. Por seme
jante motivo... ya no la tengo.
Al dolor por la muerte accidental y absurda de su hijita
se suma la culpa por no haber podido evitarla, que la
atormenta y le nubla su p roceso de adaptación a la pér
dida. El haber ido a la peluquería - a l g o trivial y secun-
4 5
dar io- y no haberla llevado usted misma al bus la hace
sentirse responsable de lo que ocurrió, c o m o si sintiera
que de haber estado usted cerca de la niña nunca habría
ocurrido el accidente.
Hace cuatro meses mi esposo murió en un accidente de
avión. Los cuerpos quedaron destrozados y a mí no me
dejaron ver los restos que nos entregaron. Desde enton
ces me atormenta día y noche la idea de si él sufrió con
el impacto, si quedó vivo unos momentos y, más que eso,
la imagen de un cuerpo quemado y mutilado. ¿Es eso
normal? ¿Usted cree que un día podré olvidar esa obse
sión que a nadie en mi familia le puedo confesar?
La muerte de su e sposo fue violenta, inesperada y trau
mática, y su cuerpo quedó mutilado. Todo esto expl ica
que su aflicción y su experiencia de duelo sean tan difí
ciles. Cuando una persona sufre un accidente grave, ge
neralmente entra en choque y no tiene sensación de
dolor. Muchas personas que luego se han recuperado
dicen que pasó un t iempo antes de que experimentaran
dolor físico; muchos no recuerdan el impacto, b ien sea
el c h o q u e del automóvil o del avión, un balazo u otra
forma de trauma. Muy probablemente el c h o q u e inicial
que usted sufrió al recibir la noticia fue m u c h o más ate
morizante que el de su ser querido que murió.
Su preocupación por el estado en que quedó el cuer
po es absolutamente natural, sobre todo al principio del
duelo; luego vienen la rabia, el dolor, la añoranza, el
miedo a afrontar la viudez. P o c o a poco , muchos otros
estados de ánimo irán ocupando su mente y su mundo.
Por ahora, pensar en ello no es malo, pero compartirlo
con alguien comprensivo y paciente sería m u c h o mejor.
Por otro lado, e se cuerpo que quedó destrozado era
4 6
importante para usted. Usted lo conoc ió , lo cuidó, lo acarició, lo amó, y ahora lo extraña y no puede imaginarlo incompleto. Además, c o m o no le permitieron verlo, quizás lo que usted se imagina es peor de lo que realmente sucedió. Puede ayudarle, cuando se sienta capaz, el leer con un médico amigo la partida de defunción, o que él mismo le expl ique c ó m o pudo haber quedado su esposo. Aunque parezca macabro, alivia mucho , y a la larga tranquiliza y le ayuda a hacerse a la idea de que él sí murió y que no sobrevive amnésico, quién sabe dónde.
Cuídese y téngase paciencia. Si lo necesita, busque ayuda profesional para compartir lo que la preocupa, porque a veces este tipo de ideas e imágenes que se rumian por meses impiden que el duelo siga su curso natural y que afloren los sentimientos esperables tras la pérdida de alguien tan importante.
Cumplí 25 años. Tenía, hasta hace tres meses, dos amigos
con los que desde la infancia había compartido la vida.
Eramos, se puede decir, más que hermanos, y así nos res
petaban las tres familias. Hace 86 días fuimos a hacer
canotaje diez personas en un grupo alegre, de entusiastas
y confiados deportistas de primera. Nos volcamos en el río.
Uno de mis amigos apareció a la semana, muerto, y el
otro apenas se recupera, luego de haber estado en coma
por los golpes que se dio contra unos troncos pesados. Mi
depresión no tiene límites, doctora; lo que la gente me dice
es que debiera estar de rodillas porque Dios me concedió
una segunda oportunidad, pero yo, tengo que admitirlo,
no quiero seguir viviendo. Yo soy veterinario, y mis dos ami
gos, administradores de empresas.
Su sensación de pérdida debe ser demoledora. Por un lado, la sociedad casi no valida el duelo por la muerte
4 7
de un buen amigo, y esa es una pena enorme. Nadie
más que uno mismo puede saber cuánto ha compart ido
a lo largo de una amistad, y lo que pierde con la muerte
del amigo. Hay amigos que son más que hermanos, así
c o m o hay hermanos que no son sino eso . Además, las
circunstancias en que uno de sus amigos murió, y el
otro quedó gravemente herido, son especia lmente difíci
les de asimilar: era un paseo de gente joven, sana y
fuerte. Por otro lado, usted puede resentir el no haberse
despedido y el no haber podido hacer nada para evitar
la muerte o el accidente. Esto es lo que se c o n o c e c o m o
la "culpa del sobreviviente" (survivor's guilt, según Lif-
ton): la sensación de culpa por estar vivo asociada a la
muerte de alguien importante afectivamente que muere
en el mismo accidente. Es c o m o si el precio que hubo
de pagarse por quedar vivo fuera la muerte de los otros.
Seguramente usted t iene recuerdos de índole muy
traumática ligados al momen to en que los extrañó, a las
maniobras de rescate, a la espera, a la angustia y al
ba lance tan desconsolador de lo que pretendió ser una
actividad de grupo sana y agradable. Por todo ello, le
sugiero que consiga ayuda profesional para poder ela
borar esa situación tan traumática. De no hacerlo, t emo
que su equilibrio ps icológico se vea seriamente afecta
do, lo cual podría acarrearle consecuenc ias negativas a
corto y a largo plazo.
Cuando un avión se accidenta en pleno vuelo y cae al
agua, y los cadáveres no aparecen, ¿qué se puede hacer
con los familiares de las víctimas?
Si los familiares están cerca del lugar del accidente, o es
factible que se dirijan a él, se puede hacer un servicio
religioso en la orilla para declarar camposanto esa por-
4 8
ción de mar. Además cada familia puede arrojar al agua,
en cajitas o botellas atadas a piedras, mensajes, cartas o
dibujos de despedida, o flores. Cualquier ritual que sim
bol ice un respetuoso adiós resultará útil y conveniente
para poder iniciar un duelo. Los rituales pueden ser muy
variados y creativos, respetando siempre las necesidades
y deseos de cada familia en particular. Si los dolientes se
encuentran lejos del lugar donde ocurrió el accidente, se
puede explorar con ellos qué rituales les ayudarán. Es
b u e n o que, además de los mensajes de despedida, invo
lucren el agua.
4 9
4 Suicidio
Si el tema de la muerte sigue s iendo tabú, mucho más lo
es el suicidio. No se considera adecuado abordarlo so-
cialmente, y cuando se h a c e es en voz baja. El suicidio,
aún hoy, estigmatiza, no sólo a la víctima sino a toda su
familia. Nunca se omite al hacer referencia a la historia
de un apellido. Por estas y otras importantes razones
incluyo el tema en este libro. Pasarlo por alto sería igno
rar que la frecuencia de esta forma de muerte ha au
mentado de manera preocupante en los últimos años,
sobre todo entre los adolescentes y la poblac ión escolar.
Además, considero que hablar de esto sirve para ayudar
en sus duelos a familias enteras de suicidas que, descon
certadas, se ven condenadas a un régimen de si lencio y
vergüenza, y para llevar a c a b o una eficiente y oportuna
detección de casos de alto riesgo.
Aque l los q u e cons ide ran y "rumian" la idea de sui
cidarse , y los que lo intentan c o n o sin éx i to , son
vistos nega t ivamente por la mayor ía de la gen te . Las
act i tudes hac ia los suicidas van desde la lástima y la
c o m p a s i ó n hasta implacab les ju ic ios sob re su coba r
día, su p resumib le p rob lemát i ca psiquiátr ica o su c e n
surable desleal tad y desobed ienc i a frente a Dios , quien
c o m o incues t ionab le Ser S u p r e m o nos da y nos quita
la vida. Inc luso entre los p rofes iona les ex is te m u c h a
5 0
des in formac ión a l r e spec to ; c o n bas tan te f recuencia
méd icos , psiquiatras y p s i có logos emi t imos c o n c e p t o s
ca tegór icos , tajantes y descalif icantes que lastiman hon
damen te a los seres c e r c a n o s al suicida, ya de h e c h o
her idos , a tóni tos y confundidos . Al hacer lo , subest i
m a m o s las per judiciales secue las e m o c i o n a l e s q u e se
p u e d e n derivar de comen ta r io s y e x p l i c a c i o n e s q u e
p e c a n de l igereza y d e s c o n o c i m i e n t o . D e j o de lado
las re f lex iones f i losóficas s o b r e los a l c a n c e s de la au
tonomía del ser h u m a n o en es te c a m p o , así c o m o tam
bién las cons ide rac iones mora les , é t icas y rel igiosas .
C o m o ps i có loga de muer te y due lo , mi ace rcamien to
profes ional al t ema del suicidio está o r ien tado a c o m
prender al suicida, su m u n d o y su conduc ta , an tes
que a juzgar lo .
Def inimos e l suicidio c o m o una actuación humana
- y a sea activa o pas iva- cuyo fin es causarse la propia
muerte. Para comprender al suicida es importante recu
rrir a una perspectiva diferente de la habitual, pues lo
que nosotros l lamamos suicidio es, en el fondo, un in
tento del sujeto de salvarse a sí mismo. Resulta paradóji
co , es cierto. ¿De qué se salva? De algo que para él es
mucho peor que la muerte: el tormento interior, la des
esperación, la locura, la crisis interna que, ya sea recien
te o antigua, él juzga en ese momento c o m o insoportable.
Quizás, en algunos casos , con su suicidio el ser humano
se salve de . . . matar. Aunque suene irónico, lo que el
suicida busca es aliviar su sufrimiento, anular los conflic
tos que le parecen insolubles o que se siente incapaz de
resolver. El suicidio es, entonces , la derrota de la espe
ranza.
El impulso suicida es inconstante: va y viene. Nadie
es ciento por ciento suicida: un hombre que hoy ve en
el suicidio su única salida puede considerar días des-
51
pues esta idea c o m o innecesaria, impensable , pavorosa.
En el momento en que una parte de la persona desea
morir debido a las circunstancias intolerables de su vida
actual, pero otra sí querría vivir, si las circunstancias fue
sen más favorables, es muy importante la intervención
psicológica.
Cuando alguien se suicida, o intenta hacerlo, su cam
po de conciencia se estrecha. Es lo que se ha denomina
do visión de túnel: todo alrededor es oscuro y confuso,
los estímulos externos - l a madre amorosa, la esposa o
novia suplicante, la hermana comprensiva, los hijos que
lo neces i tan- se exc luyen de la concienc ia y sólo perma
n e c e una imagen fija: la de la ventana, el revólver, el
frasco de barbitúricos o la soga, y una obses ión que le
dice "única salida".
La doctora Judith Stillion, experta en suicidios, ha ela
borado, con base en los conceptos clásicos de Durkheim,
Schneidman y otros investigadores, una "trayectoria del sui
cidio" que establece cuatro grandes categorías de factores
de riesgo (biológicos, psicológicos, cognitivos y ambienta
les), que pueden influenciarse mutuamente en diferentes
proporciones. Cuando el peso combinado de estos factores
es tal que la capacidad de adaptación se ve amenazada,
surge la ideación suicida, o sea la idea de ponerle fin a la
vida como única solución. En ese momento pueden apare
cer señales de alarma o un evento desencadenante llama
do "experiencia gatillo". Por esto es muy importante descartar
el mito de que para todo suicidio hay una razón y un
culpable, que trata de establecer una relación causa-efecto
entre algún acto del final de la vida y el suicidio.
Al trabajar la "autopsia psicológica" con los dolientes
del suicida - s u pareja, sus amigos, e t c . - , estos se pre
guntan qué pasó, por qué su ser querido eligió triste y
dramáticamente morir a vivir con ellos; si acaso no pen-
52
só en ellos antes de cometer el acto suicida; si no recor
dó a sus hijos; si no pensó en el amor, en el futuro, en
la casa que iban a comprar, en el trabajo que le habían
ofrecido, en la capacidad que la familia tenía de apoyar
lo o en que el problema e c o n ó m i c o se habría podido
solucionar por otros medios.
Otro mito, muy divulgado, es aquel según el cual
quien de verdad desea suicidarse no lo dice, no lo deja
notar, no lo anuncia. Esto t ampoco es cierto. Muchísimas
personas que se quitaron la vida lo hablaron, lo anun
ciaron y revelaron sus intenciones sutil o abiertamente.
Con excepc ión de algunos casos de adolescentes y per
sonalidades afines, en los cuales aparentemente el suici
dio no tiene conexión alguna con la historia de la persona,
la gran mayoría de los suicidios son conceb idos y estu
diados con anterioridad, aunque no con la precisión con
la que se planea una cita, con fecha y hora exacta. Pero
sí encontramos que esa persona, por ejemplo, había ad
quirido el revólver con anticipación, había averiguado a
qué hora se encontraba sola la residencia en que vivía,
o había comenzado a jugar ruleta rusa. Es decir, había
una serie de hechos que, mirados en conjunto, constitu
yen la historia de esos suicidios. De manera que todo
indicio debe tomarse en serio.
Es importante entender que cada ser humano tiene un
límite inconsciente de tolerancia a la adversidad, el cual
solamente se hace consciente cuando se llega a él. Una
vez que se pasa esta frontera, se aprieta el gatillo. Aquellos
que aún mantienen algo de esperanza piden auxilio. Los
que no, se matan rápidamente, con desesperación.
En otras palabras, en cada uno de nosotros existe
una ecuación que determina el punto en el cual la cali
dad de nuestra vida sería tan patét icamente pobre para
nosotros mismos que ya no desearíamos seguir vivien-
5 3
do. Esto expl ica por qué ante un mismo estímulo, por
e jemplo un ataque de la guerrilla en el cual cuatro o
c inco soldados quedan defendiendo solos la patria ante
un montón de guerrilleros, algunos se suicidan y otros
no. Estamos hablando de una ecuac ión personal, que
tan sólo c o n o c e m o s cuando nos enfrentamos a situacio
nes trágicas concretas .
P O B L A C I Ó N D E A L T O R I E S G O S U I C I D A
• Personas con intentos previos de suicidio.
• Personas que amenazan, directamente o en forma
velada, con suicidarse.
• Personas con historias familiares de suicidio c o m o
solución a las adversidades.
» Personas con historia de alcohol ismo.
• Personas con adicciones crónicas a barbitúricos,
tranquilizantes u otras sustancias.
• Personas que padecen desórdenes afectivos c o m o
depresión, esquizofrenia o diferentes tipos de psicosis.
• Personas que padecen enfermedades crónicas o ter
minales, especialmente en el momento del diagnóstico.
• Personas con duelos complicados, dificultades con
yugales, desempleo o en quiebra económica .
• La vejez y la jubilación son también factores que
generan desesperanza.
• La crisis aguda de la adolescencia .
Preguntas y respuestas
Hace un mes y medio me llamaron desde la ciudad don
de mi hermana vivía para decirme que se había suicida-
54
do. Yo no lo puedo creer aún, si bien ella era muy des
graciada. Lo que quiero que me explique es si será nor
mal la rabia que siento, me da pena decirlo, pero cuando
supe que le había dejado una nota a su hijo y otra a mi
papá, fue peor lo que sentí.
Sí, su rabia es totalmente normal, y hablar de ella con
alguien tolerante y de su confianza le puede ayudar mu
cho. Su rabia t iene que ver con muchas cosas: c o m o su
hermana no le dejó una nota, usted puede suponer que
no era importante para ella; además, usted siente que al
irse le hizo daño y que la dejó sin ninguna expl icación y
sin darle la oportunidad de decir adiós. Quizás usted la
culpe de cobarde por no haber luchado más, y tal vez
también sienta rabia al pensar en todo el dolor que e so
les causa, y en que la vergüenza y el sufrimiento de su
familia podrían haberse evitado. De otro lado, cuando
un ser querido opta por suicidarse, uno tiende a pregun
tarse el porqué, sin encontrar nunca un motivo que lo
justifique suficientemente.
Si en su comunidad hay algún grupo de apoyo para
familiares de suicidas, le hará bien asistir. Con la ayuda
de los otros participantes, podrá intentar comprender, y
no enjuiciar, e se acto final de su hermana, y aceptar su
rabia c o m o una reacción natural.
Mi hija de 16 años se tomó una sobredosis de somnífe
ros hace quince días y murió. El novio, con quien ha
bía terminado la noche anterior, me ha mandado
razones de que quiere hablar conmigo. Yo no quiero
ni verlo, sé que todo fue por su culpa y además de
nada vale pues mi niña no está. Aprovecho el no tener
que firmar este papel para pedirle su opinión en esta
conferencia.
55
Aunque cuando alguien se suicida uno siente la necesidad
de encontrar un culpable, la experiencia ha mostrado que
lo último que ocurre antes de la muerte no es la causa
sino el detonante; si uno averigua y explora la historia de
la persona, quizás encuentre información que le permita
entender mejor lo incomprensible. Seguramente la pelea
con el novio fue el gatillo que desencadenó el suicidio.
Creo que ese muchacho debe estar sintiéndose muy
culpable y asustado por lo que pasó. Yo le sugeriría
oírlo, pero . . . cuando se sienta capaz. Mándele razón de
que por ahora está muy triste y confundida, que quizás
más adelante podrán conversar. Pero ojalá alguien le es
cuche al joven su versión, le quite el sentimiento de
culpa y lo ayude. Si usted quiere, puede conversar con
alguna psicóloga o ponerse en contacto con una institu
ción que le ofrezca apoyo profesional y que la pueda
orientar y acompañar en su pena.
Mi mamá, de 43 años, se suicidó. Ella tomaba trago y
tranquilizantes con frecuencia. En los últimos meses no
salía del cuarto y yo creo que lo hizo para vengarse de
mí y de la felicidad que tengo con una nueva pareja.
Creo que quiso herirme de por vida y lo logró. Yo tengo
23 años, vivíamos las dos solas y peleábamos con fre
cuencia, pero... también tengo buenos recuerdos. ¿Qué
puede decirme, doctora Isa?
No es muy probable que su mamá se hubiera suicidado
para herirla o por envidia de su buen m o m e n t o afectivo.
Le sugiero buscar la ayuda de un profesional con expe
riencia en este tema para que exprese esos resentimien
tos, así c o m o la interpretación que usted tiene del suicidio
de su mamá. Indudablemente recuperarse del suicidio
de alguien tan central en la vida es una tarea muy com-
5 6
plicada y dolorosa. Valdría la pena ampliar la perspecti
va con la cual usted está juzgando a su mamá y contem
plar el sufrimiento, el dolor emociona l y espiritual, la
soledad y la sensac ión de fracaso que posiblemente in
vadían su vida. Es pos ib le que el suicidio haya sido su
única alternativa ante un mundo sin buenas opc iones
para ella y una vida que le resultaba un tormento intole
rable. Quizás en un episodio depresivo la visión de tú
nel le cerró toda otra perspectiva, o de pronto no se
sentía amada, o a lo mejor pensaba que al irse de este
mundo la liberaría a usted de la carga que ella represen
taba y le permitiría, precisamente, ser feliz.
En nuestro colegio se han presentado dos casos de suici
dio con cianuro. Aparentemente no eran ni amigos, ni
del mismo grupo. Ambos habían notificado a sus compa
ñeros, con ironía y burla, sus intenciones. También oían
el grupo "Pestilencia" y todo lo relacionado con la pelí
cula Rodrigo D: No futuro. Tememos que hubiera in
fluencias de sectas demoniacas porque en los cuadernos
se encontraron dibujos con cachos que invitan a matar
se. ¿Quépodemos hacer?
Abordar e l p rob lema c o n decisión, es to es , hablar con
los grupos, permitir e l d e s a h o g o de los c o m p a ñ e r o s
con profesionales de la salud mental y realizar una in
tervención en crisis masiva para prevenir futuros suici
dios y para detectar, identificar e intervenir a aquel los
estudiantes que por su vulnerabilidad, circunstancias fa
miliares difíciles, cercanía afectiva o dependenc ia de
quienes murieron, personal idad frágil y / o c o n s u m o de
sustancias, puedan estar en alto r iesgo de conductas
autodestructivas.
57
El novio de mi hija se pegó un tiro jugando ruleta rusa
con unos amigos una madrugada. El le había dicho que
no se graduarían juntos, pero ella no entendió el porqué,
puesto que ambos estaban en quinto de secundaria. Fue
como una amenaza. La mamá del muchacho fue asesi
nada tres meses antes en la puerta de su casa para ro
barle el automóvil. ¿Habrá relación en eso, doctora? Yo
no creo en brujerías, pero ¿será que esa familia tiene una
maldición y se están muriendo todos? ¿Recomienda usted
que la mandemos a otra ciudad, donde mi cuñada, para
que se olvide de él?
Sí puede haber alguna relación entre la muerte trágica
de la madre y el juego suicida del muchacho . Faltarían
muchos datos para saber con certeza si él estaba depri
mido y si lo afectó m u c h o la muerte de su mamá por ser
muy cercanos o por no haberla podido salvar de sus
asesinos. Es posible que él ya viniera mal, y e se h e c h o
traumático agravó las cosas . No creo que se trate de una
maldición, y t ampoco me parecería b ien separar a la
niña de su familia cuando t iene su duelo y tantos inte
rrogantes sobre su vida y la muerte. Converse con ella,
póngale mucha atención y dedíquele t iempo. Ojalá ella
pueda hablar y comentar con ustedes, con amigos co
munes o con el ps icólogo escolar, lo que él le decía. Lo
más importante es que ella no se sienta culpable por lo
que pasó y que pueda hacer b ien su duelo, pues se trata
de una exper iencia muy traumática y dolorosa.
5 8
PARTE II
EL MORIR HUMANO
... Sólo nosotros entre todos los seres vivientes tenemos conciencia de nuestra mortalidad, y esto es, entendiéndolo bien, un gran don y al mismo tiempo una gran tarea... Quien no trata de olvidar su muerte sino que la asume conscientemente, vive de modo distinto. Quien no recluye su propia muerte en el futuro lejano de la "hora de la muerte", sino que la practica a lo largo de la vida, tiene otra actitud fundamental ante la vida.
HANS KUNG, 1997
Asumir nuestra muerte
orno ya lo hemos afirmado, la nuestra sigue sien-
V > d o una cultura negadora de la muerte, aun a pesar
de los logros que hemos obtenido a partir de 1950. Cada
vez son más frecuentes los simposios, foros y congresos
internacionales sobre el tema; además, existen revistas y
publ icaciones científicas especializadas en el morir hu
mano . De la misma manera, la práctica clínica y la in
vestigación han h e c h o aportes teóricos muy importantes.
Sin embargo , a nivel cot idiano, el c iudadano c o m ú n
rehuye el tema de la muerte en sus conversaciones, c o m o
no sea para hacer chistes al respecto o para emplear el
término "morir" sin relación alguna con su significado
real: "me muero de pena", "me morí de la risa", "prefie
ro morirme a volver a verlo", "muerto de miedo", son
frases usuales en nuestro lenguaje diario. La gran mayo
ría de nosotros evita a toda costa la reflexión acerca de
un evento con tan enorme peso emocional , y cuya ocu
rrencia está totalmente garantizada.
La muerte continúa s iendo un misterio inexplorado,
y el morir es para muchos una pared y no una puerta
que se abre a un gran espacio sobrecogedor y fascinan
te a la vez, p leno de incógnitas, temores, oportunidades,
opc iones . . . La muerte es inherente a la vida; es a ella lo
que la n o c h e es al día, o lo que la oscuridad a la luz. Es
6 1
r>(>r e s o q u e incluirla en nuestra conc ienc ia , pensarla y
P u n i r l a ampl ía nuestro horizonte vital, pues le da senti-c , ( ) y significado al quehace r diario y le otorga un más a l | á , una t rascendencia , una tercera dimensión al p lano
V estéril vivir de quien se limita al escue to día a día. Así
t ) L l es , de la misma manera en que la neces idad de auto-n ° m í a de los seres humanos nos lleva a hacernos cargo ( , e nuestra vida, deber íamos hacernos cargo de nuestra t n Uer te , y más precisamente de nuestro morir.
6 2
La muerte y la práctica médica
La medicina es una profesión curativa. Los médicos de
ben descubrir la enfermedad, tratarla y eliminarla; en
términos generales, por definición, sus esfuerzos están
orientados a ayudar a las personas a vivir más y a fun
cionar mejor. Este enfoque de la práctica médica es casi
una visión de túnel a favor de curar a cualquier costo,
de luchar sin cuartel por la vida, sin importar sus cir
cunstancias ni su calidad. Sin proponérselo, ha ido de
jando de lado un enfoque más claro y amplio que incluya
la atención médica y humana adecuada para el paciente
en trance de morir. En otras palabras, cuando el propó
sito de la medicina se define solamente en términos de
curar y prolongar la vida, no hay directrices para asistir
al moribundo.
En nuestra época , la muerte ya no se considera un
proceso natural e inevitable sino algo que debe comba
tirse con todas las armas de la biotecnología. Cuando
ello ya no es posible, su significado es trivializado: "se
hizo hasta lo imposible", "no hay nada más que hacer",
"todos nos vamos a morir", "no se preocupe , es posible
que yo me muera antes que usted", suelen decir los
médicos.
De hecho , en la formación médica universitaria el
morir es el tema más olvidado. Durante diez o doce
6 3
semestres todo el entrenamiento del futuro galeno va
orientado precisamente a erradicar, a vencer a la muerte
c o m o un enemigo. Dejar morir en paz cuando e l mo
mento ha l legado se considera la peor de las derrotas
médicas . Ningún estudiante de medicina se gradúa sin
exper iencia en maniobras c o m o resucitación y reanima
ción cardiopulmonar, pero sí con notorias deficiencias
en cuanto al control del dolor y los síntomas terminales.
Aun la muerte "inevitable" de un paciente representa
una amenaza y un fracaso, y el deseo de impedirla lleva
al médico , en muchas ocas iones , a recomendar al pa
ciente y a su familia nuevos procedimientos, aun sabien
do que son totalmente inútiles para el caso. Todo esto
para encubrir su .incapacidad de admitir la "derrota", de
aceptar la muerte y de cambiar, con humanidad y humil
dad, el rumbo de sus intervenciones para pasar de curar
al paciente a aliviarlo y preparar a la familia para el
final.
Si cada médico se atreviera, c o m o un ejercicio ét ico,
a mirar retrospectivamente su práctica clínica y reflexio
nara sobre la justificación de muchas de sus intervencio
nes en pacientes con enfermedades incurables en su etapa
terminal, seguramente admitiría que en varios casos se
realizaron esfuerzos inútiles no justificados, con altos cos
tos económicos , físicos y emocionales para el paciente y
su familia, tan sólo para postergar la muerte un día o
unas horas más, para extender la vida una semana sin
tener en cuenta su calidad. Con argumentos c o m o "mien
tras haya un soplo de vida hay esperanza", cientos de
pacientes han sido sometidos a verdaderas torturas, y
sus familiares a un inolvidable martirio psicológico y emo
cional . En ocas iones , muchos años después ellos aún se
reprochan el haber permitido para su ser querido una
muerte tan indigna, degradante y solitaria.
64
No abandonar a un paciente es, a mi juicio, el com
promiso ét ico más importante de un médico . Consiste
en acompañar lo en el trayecto de la enfermedad, no
importa qué rumbo tome esta ni cuál sea su desenlace.
Esta es la esperanza que muchos abrigamos: contar al
final con un médico amigo, c o n un profesional humano
que, consciente de nuestra condición de seres mortales,
nos permita morir en su compañía , con los síntomas
aliviados y respetando nuestra autonomía.
Para muchos , morir en una unidad de cuidados in
tensivos, c o n su aislamiento y su infinita soledad en me
dio de tantos extraños, anula o desploma de un tajo la
esperanza de no estar abandonados en las últimas ho
ras. De hecho , mueren abandonados a las buenas inten
c iones y a los a l c a n c e s t e c n o l ó g i c o s de un e q u i p o
profesional altamente entrenado y capacitado, pero aje
no e impersonal. Tan abandonados c o m o los que mue
ren sin a tención médica, tirados en una cama, con dolor
y sin que su sufrimiento sea tratado. "El hospital y la
clínica se han convert ido en el sitio de la muerte solita
ria" (Nuland, 1993) .
Luego de tres lustros de trabajo cont inuo y compro
metido al pie de la c a m a de pac ientes terminales, pue
do afirmar que el morir es para m u c h o s una pesadil la
peor que la muerte en sí. Hay m u c h o s es tados de vida
peores que la muerte . Mi visión de la muerte no es una
visión románt ica s ino dura, triste y final. Prec isamente
de esa pe rcepc ión nac ió en mí, h a c e m u c h o s años , la
conc ienc ia de la responsabi l idad que cada uno t iene
frente a su muerte , la neces idad de abogar por una
postura más madura y respetuosa frente al morir huma
no y la importancia de incluir este tema - c o n sus dile
mas éticos, sus problemáticas decisiones, sus alternativas,
sus frustraciones y sus e n s e ñ a n z a s - en el panorama de
65
la formación médica . He tenido con tac to c o n méd icos
alrededor de la cama de un mor ibundo casi a diario.
De muchos he aprendido l ecc iones inolvidables que
nunca habría podido descubrir yo sola; trabajando en
equ ipo con el los he es tab lec ido vínculos profesionales
de una profunda riqueza humana, compar t iendo las du
ras dec is iones , los fugaces logros, la p reocupac ión y el
dolor de ver morir a tantos pac ientes quer idos e inolvi
dables, verdaderos maestros para mí. He rec ib ido apo
yo y e n s e ñ a n z a s de m u c h o s m é d i c o s , por q u i e n e s
profeso infinita admiración y gratitud. Sin el los mi re
corrido profesional por los caminos del morir habría
sido casi imposible . T a m b i é n he compar t ido c o n el los
la recóndita satisfacción de haber respetado los deseos
de los pac ientes y de haber los a c o m p a ñ a d o en el trán
sito final hasta una muerte digna.
Pero, de igual forma, he sido testigo de la ignorancia
de algunos profesionales, de su desconocimiento del arte
de ayudar a b ien morir, de su frialdad y autosuficiencia
- q u e ignoran la autonomía del pac ien te - , de su profun
da vulnerabilidad ante el dolor humano, la cual los ha
obligado, para protegerse, a hacer, cuando era impor
tante tan sólo acompañar. Recordemos esa máxima rec
tora del quehacer médico: "Curar, algunas veces , aliviar
con frecuencia y consolar siempre".
Y, finalmente, he enseñado a, he compart ido con y
he aprendido de la sinceridad de muchos estudiantes de
medicina que se permiten reconocer , en voz baja, su
incomodidad frente al paciente que va a morir, su caren
cia de herramientas para enfrentarse a la muerte y su
miedo visceral a la derrota, pero que saludablemente
optan por afrontar el problema, r econocen con humil
dad sus limitaciones, solicitan ayuda y aceptan orienta
c ión para subsanarlas.
66
No quiero dejar en el lector la equivocada idea de
que existe en mí animadversión hacia los profesionales
de la medicina, hacia los hospitales o hacia las unidades
de cuidados intensivos. Todo lo contrario: mis mejores
amigos y mis más grandes maestros han sido médicos .
Sin embargo, el lo no me impide señalar, con claridad y
franqueza, las fallas que he observado en el manejo y
cuidado de enfermos terminales. Al ponerlas en eviden
cia, busco generar concienc ia para poderlas remediar.
Preguntas y respuestas
Estudio medicina y quiero decirle que les tengo pavor a
los pacientes terminales. Los llamamos "chicharrones" en
tre nosotros y hacemos chistes de "ese ya no amanece"
para asustar al compañero a quien le toca el turno de
noche. ¿Quépuede hacer uno para contrarrestar este pro
blema?
Mucho. Ante todo, ser consciente de que es un proble
ma y quererlo modificar. A veces , la desinformación acer
ca de las necesidades de un enfermo terminal le hace
juego a nuestra necesidad de ignorarlas para no expo
nernos al dolor o a la emotividad con que puede res
pondernos un paciente aislado y muy enfermo. Existen
cursos breves y publ icaciones de alta calidad acerca de
la muerte de un paciente, los duelos del médico, las
alternativas que pueden ofrecérsele a alguien que cierta
mente va a morir pronto y la manera de dar las malas
noticias. Quizás sea una buena idea conformar un grupo
con otros compañeros y solicitar un curso específ ico de
tanatología en la facultad, o un taller para trabajar las
reacciones que nos suscita la muerte del paciente. Con-
67
sidero que todo médico , aunque se incline por una es
pecialidad que aparentemente no tenga que ver con en
frentar la muer t e de sus pac i en t e s , debe r í a rec ib i r
capacitación y entrenamiento concre to para responder a
las situaciones adversas que , en su práctica profesional,
ponen a prueba su sensibilidad humana y su responsa
bilidad. Disponer en su formación académica de un es
pacio para compartir sus actitudes y reacciones personales
hacia la muerte y los pacientes terminales es muy im
portante.
Soy un médico joven y me preocupa el énfasis que se le
está dando a la autonomía de los pacientes. ¿Quépasa si
mi paciente me reclama que le practique la eutanasia o
que lo vuelva a operar de algo de lo cual estoy seguro
que no obtendrá ningún beneficio quirúrgico?
La misma autonomía que le c o n c e d e al paciente el dere
c h o a rehusar un tratamiento, o a solicitar otro, le c o n c e
de a usted, c o m o médico , el de recho a decir no, si siente
que la petición del paciente va en contra de sus princi
pios éticos. En tal caso, considero que hay dos conduc
tas que usted puede seguir: en primer lugar, discutir con
el paciente su petición, ampliándole la información, ex
pl icándole claramente el motivo por el cual declina su
propuesta y ofreciéndole otras opciones ; y en segundo
lugar, luego de aclararle su posición, sugerirle que bus
que otro méd ico que quizás proceda en forma diferente
y más en conformidad con los deseos del paciente .
6 8
2 Decisiones de vida o muerte
Hace unas décadas, los libros que trataban el tema de la
muerte no incluían un aparte sobre las decis iones acerca
del final de la vida. La razón era muy sencilla: la muerte
natural, c o m o tal, s í se presentaba. C o m o no existían los
avances médicos de los que hoy se dispone, no era
necesar io explicitar a las familias y al méd ico los deseos
y las expectativas personales en torno a las circunstan
cias deseables para morir. No había mayores decis iones
que tomar: se moría en casa, pues los hospitales no
fueron diseñados para morir en ellos, sin adelantar y sin
retrasar el evento de la muerte y sin ningún tipo de
medidas artificiales de soporte vital (la diálisis, la ventila
ción mecánica , las complejas cirugías, los catéteres y los
sofisticados antibióticos no existían). En vez de la ali
mentación parenteral, el enfermo recibía en su cama, de
manos de un familiar amado, el tradicional caldo casero.
Se moría al lado del méd ico de la familia, quien ya ha
bía anunciado al paciente y a su familia acerca de la
proximidad del final, y c o n el apoyo de un sacerdote
que los preparaba y reconfortaba espiritualmente. Se te
mía a la muerte repentina pero no a la causada por una
enfermedad, pues daba al moribundo la oportunidad de
ponerse "en gracia de Dios", de despedirse de los seres
queridos y la servidumbre, de prepararse y de presidir
6 9
su propia muerte, c o m o hermosamente lo ilustra Phillipe
Aries en su libro Actitudes occidentales hacia la muerte
( 1 9 7 7 ) .
Hoy las cosas son diferentes, y la muerte no ocurre
cuando naturalmente debiera. La ciencia dispone de re
cursos médicos que pueden dilatarla por meses o años,
manteniendo al paciente vivo biológicamente , pero sin
capacidad de vivir a plenitud. Cada órgano o sistema
que falle puede ser reemplazado para no dejar morir a
la persona. El sufrimiento, el dolor y el cos to de una
intervención no se t ienen en cuenta al tomar la determi
nación de hacerla, pues el obje to único es ampliar el
t iempo de vida, aunque esto muchas veces signifique
olvidar su calidad y la voluntad del paciente.
En la actualidad cada nueva etapa, y práct icamente
cada nuevo síntoma de la evolución de una enfermedad,
exigen replantear las decis iones médicas vigentes hasta
el día anterior para remplazarías por otras. Cada una de
estas decis iones determina no sólo la calidad de la vida
restante sino la calidad de la muerte que ese ser huma
no habrá de experimentar (¿o de padecer?).
Durante mucho t iempo la medicina estuvo regida por
un espíritu paternalista que le otorgaba al médico pode
res de semidiós. El paciente y su familia depositaban en
él la responsabilidad de tomar las determinaciones, con la
certeza de que ellas serían las más acertadas, sensatas y
adecuadas, y sin atreverse a cuestionarlas y mucho menos
a contrariarlas. Pero la aparición de importantes avances
médicos y tecnológicos rompió ese equilibrio: la muerte
dejó de ser un evento triste, pero inevitable y previsible,
para convertirse en algo incierto, solitario, que inspira te
mor y en lo cual, muchas veces, ni el paciente ni su
familia tienen participación alguna. El morir viviendo se
puede alargar interminablemente gracias a la sofisticación
7 0
de aparatos y procedimientos, mientras los pacientes y su
familia se preocupan por el desenlace y por el prospecto
de un morir de inquietante calidad. Es así c o m o surgen
en el mundo entero los movimientos - d e tipo eutanasista
y no eutanasista- en favor del derecho a morir dignamen
te, ahora más que nunca susceptible de ser violado debi
do a los abusos de la tecnología. Esto ante la necesidad
de defenderse, de agruparse para reclamar el control per
dido y la autonomía que establece la diferencia entre mo
rir y poder "vivir mi muerte".
Con la conciencia de la propia autonomía y la divul
gación de los derechos que asisten al paciente terminal
- p o r e jemplo, a rehusar tratamientos o a solicitar al mé
dico verbalmente o por escrito, a través de documentos
c o m o Esta es mi voluntad, que ante la perspectiva de
una calidad de vida deplorable e indigna no aplique
medidas inútiles y desproporcionadas a la s i tuación- se
dio origen a un terreno propicio para el conflicto entre
la omnipotencia del méd ico y la voluntad del paciente
informado, au tónomo y competente . A pesar de eso, hoy
en día parece haber consenso en torno al derecho que
tiene todo paciente a ser informado. También se acepta,
en menor escala, que su voluntad y sus deseos , expre
sión de su autonomía c o m o ser humano, deben ser pro
tegidos y respetados.
¿ A Q U I E N C O R R E S P O N D E D E C I D I R ?
El paciente mentalmente competente y adecuadamente
informado acerca de las opc iones que existen para en
frentar su grave enfermedad, debe poder tomar la deci
sión de aceptarlas o rehusarlas, aun si la oposic ión del
médico es contraria:
7 1
Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para
ello tiene competencia y capacidad. En caso contrario,
por aquellos que tienen los derechos legales, respetando
siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos
del paciente. Catecismo de la Iglesia Católica, 1993-
Sin lugar a dudas una decisión reflexiva, tomada en
consenso entre el paciente y el médico , y en segundo
lugar la familia, sería lo ideal. Los deseos del paciente
pueden ser ratificados en ese momento , si él está en
condic iones de hacerlo, o pueden deducirse de docu
mentos c o m o Esta es mi voluntad, en los cuales, con la
presencia de testigos o familiares, la persona expresa
l ibremente su voluntad en torno a la forma c o m o desea
ría que se diese su muerte: en casa o en una institución
especializada, con o sin medicación generosa para con
trolar el dolor, con o sin auxilios espirituales, con o sin
información detallada acerca del diagnóstico y el pro
nóstico, incluyendo o exc luyendo a la familia en el pro
ceso , agotando hasta el final la búsqueda de medidas
extraordinarias para controlar de alguna forma la muerte
inminente o señalando en qué momen to del recorrido y
ante cuáles síntomas deben abstenerse de iniciar nuevas
intervenciones y medidas de soporte vital o retirar las
existentes, no sólo por inútiles, sino c o m o productoras
de sufrimiento adicional.
El profesional de la salud honesto , eficiente y huma
no, interesado no sólo en la cantidad de vida de su
paciente sino en optimizar la calidad de la que le quede
y en respetar su autonomía, podrá siempre formular una
recomendación. Esta sugerencia, sustentada en los crite
rios ét icos y en el conoc imien to de las circunstancias,
deseos y valores del paciente, y orientada por el sentido
común y el buen juicio, seguramente será adoptada por
72
él. Obviamente , en ningún caso se trata de una imposi
ción sin posibilidad de cuest ionamiento. En tales ocas io
nes el méd ico debe tener en cuenta que curar significa
mucho más que ex tender la vida biológica - y a que la
enfermedad nos enfrenta c o n las l imitaciones y la fragili
dad de nuestra condic ión h u m a n a - e implica la conside
ración de una amalgama de los valores, las necesidades ,
la historia personal y el m o m e n t o vital del enfermo.
El paciente s iempre d e b e ser tomado en cuenta, in
formado, consultado y acompañado en el duro p roceso
de tomar las decis iones relacionadas con su próximo
final. Ahora bien, c o m o ya se había dicho, el méd ico no
está obl igado ét icamente a satisfacer cualquier requeri
miento de su paciente, ni éste a permanecer ligado a un
médico impositivo, irrespetuoso y tajante o con el cual
no se haya establecido una buena relación, ni a aceptar
a ojos cerrados, y a cualquier costo físico y psicológico,
su conducta y determinaciones. Para algunos enfermos,
y esto es igualmente respetable, no se justifica el precio
físico y emociona l que hay que pagar por la curación,
incluso si existe la certeza de que esta llegará tras unos
días o semanas de infierno.
Si, del otro lado, determinada intervención médica so
licitada por el paciente o su familia riñe éticamente con
los principios del médico, éste deberá expresarlo sin sen
tirse culpable y sugerir otro profesional o institución.
C O N S E N T I M I E N T O I N F O R M A D O
Este concep to se refiere a la aprobación o desaprobación por parte del paciente de cualquier tratamiento o intervención médica, s iempre y cuando sea una persona competen te y adulta y disponga de información sufi-
7 3
cíente, actualizada y explícita, en un lenguaje compren
sible y detallado, acerca de lo que va a decidir. No es
posible elegir sobre opc iones que se desconocen ; por
tanto, el médico está en la obl igación de suministrar, a
través de un diálogo cuidadoso y concienzudo, basado
en la confianza, toda la información requerida para ilus
trar o apoyar la determinación del paciente. La actuación
médica así sustentada no corre ningún peligro de puni
ción (De Brigard, 1998) . Es recomendable buscar un punto
medio de equilibrio entre la absoluta soberanía de la
autonomía del paciente y el convencional paternalismo
médico .
Desde 1979, gracias a la labor de la fundación Pro
D e r e c h o a Morir Dignamente , Colombia es el único país
de Latinoamérica en el que existe la posibilidad de ex
presar por escrito - c u a n d o la persona es competen te
menta lmente- , en forma autónoma y sin ningún tipo de
coerción, la voluntad personal, esto es , los deseos , e x
pectativas e instrucciones en lo referente a la calidad del
fin de la vida. En muchos países este t ipo de documen
tos se c o n o c e c o m o Living Wills o Advanced Directives.
Solicitarlos, llenarlos y tramitar un carnet que se lleva en
la billetera no t iene cos to alguno. Su contenido puede
hacerse aún más personal si el firmante registra de puño
y letra las especif icaciones de su caso particular. Por
e jemplo, el e m p l e o de insulina en el diabét ico con cán
cer, la resucitación cardiopulmonar (RCP) en el anciano,
la diálisis en pacientes en etapa final, la medicación anal
gésica para el control del dolor y el e m p l e o de la uni
dad de cuidados intensivos (uc i ) . Vale la pena destacar
que el documento no reportará ninguna garantía al por
tador si su familia y su médico no c o n o c e n explícita
mente los a lcances e implicaciones del mismo. No sobra
insistir, una vez más, en que hablar opor tunamente del
7 4
morir y de los deseos personales con la familia, y desig
nar a un hijo, hermano, cónyuge o amigo c o m o apode
rado y encargado de hacer los respectar, es fundamental
para una buena muerte.
Á R E A S Q U E P L A N T E A N D I L E M A S D I F Í C I L E S
INFORMACIÓN
Es el primer escol lo por resolver, y nos plantea inquietu
des c o m o estas: ¿qué hacer con la información sobre el
estado y el posible curso de la enfermedad? ¿Hasta dón
de decir? ¿Quién lo d e b e decir? ¿En qué momento? ¿A
quién? ¿Qué tan detallada y precisa d e b e ser la informa
ción que se da al paciente? ¿Cómo manejar su esperable
reacción emociona l ante las noticias?
FAMILIA
El manejo del enfermo también enfrenta a la familia con
nuevos dilemas que llevan a preguntas c o m o ¿qué hace
mos con los familiares? ¿Los involucramos en el p roceso
o los marginamos? ¿A algunos de ellos, o a todos? ¿Les
permitimos cooperar y participar en el cuidado del en
fermo, o es mejor es tablecer una única vía de contac to
entre el paciente y el médico? ¿Les otorgamos un poder
absoluto en las decisiones, en ocas iones sometiéndolos
a presiones indebidas provenientes de conflictos previos,
intereses personales o sentimientos de culpa? ¿Les suge
rimos buscar ayuda psicológica especializada?
DETERMINACIONES MEDICAS
Al médico le corresponde orientar algunas de las mu
chas y difíciles decis iones que deben tomarse a la hora
7 5
de morir: ¿hacia dónde dirigir nuestro proceder médico?
¿A curar? ¿Se debe continuar con los procedimientos in
vasivos y agresivos destinados a erradicar la enferme
dad? ¿O es m e j o r c a m b i a r e l r u m b o y ev i t a r las
intervenciones heroicas, que finalmente serán inútiles por
lo incurable del caso, y optar más bien por el camino
paliativo de cuidar y aliviar los síntomas? ¿Hasta qué mo
mento se emplearán las medidas de soporte vital? ¿Cuá
les son las opc iones para sustentar la decisión de retirar
las ayudas existentes y permitir que sobrevenga la muer
te? ¿Cuáles sus consecuencias?
Los profesionales de la salud debemos buscar c o m o
norte en nuestra brújula el bienestar del paciente, la cali
dad de su final y la optimización de su cuidado, tratan
do de que las únicas medidas heroicas que se empleen
sean la empatia, el respeto, la compas ión y la responsa
bilidad ética. Enfrentaremos dilemas c o m o estos: ¿nos
comprometemos a acompañar al paciente hasta su muerte?
¿Lo remitimos? ¿Nos retiramos sutilmente de los casos
que nos parezcan frustrantes o sin interés? ¿Nos distan
ciamos? ¿Ignoramos al paciente?
CALIDAD DE VIDA Y CALIDAD DE MUERTE
Así c o m o existe una preocupación por optimizar la cali
dad de vida hasta el final, es igualmente importante pre
ocuparnos por ofrecerle a la persona una muerte con la
calidad que ella espera, teniendo en cuenta sus deseos y
neces idades . Entre las inquietudes que pueden surgir es
tán: ¿consultamos con t iempo y con respeto las prefe
rencias del paciente en lo referente a su proceso? ¿Qué
desea y qué no? ¿Qué es para él una vida con sentido, y
cuándo siente que su enfermedad le hace perderlo? ¿Es
prudente en nuestras conversaciones anticipar el final
7 6
posible para c o n o c e r sus expectativas sobre el lugar de
la muerte, la medicación para el dolor y la eventual se
dación terminal, los eventos que pueden desencadenarla
y las acc iones necesarias para evitar el pánico y el des
control? ¿Le ofrecemos nuestra disponibilidad en esos
momentos?
77
3 Principios éticos
Los principios éticos que, c o m o un faro en medio de la
tempestad, orientan el p roceso de toma de decis iones
acerca del final de la vida, son:
A U T O N O M Í A
Las decis iones de un paciente adulto, mentalmente com
petente y suf ic ientemente informado, son é t icamente
inviolables, aun si ellas implican el r echazo a tratamien
tos e in tervenciones que el m é d i c o puede considerar
aconsejables . Cuando el paciente no está capacitado para
comunica r se o para tomar decis iones , d e b e hacer lo el
familiar de legado c o n base en los deseos expresados
previamente por él . Si no existe esa persona o no se
c o n o c e n expl íc i tamente los deseos del paciente , el equi
po tratante d e b e usar su b u e n juicio.
Ante la inminencia de una muerte inevitable y a pesar de
los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la
decisión de renunciar a unos tratamientos que sólo gene
ran una prolongación precaria y penosa de la existencia.
Por eso el médico no debe tener motivos de angustia
como si no hubiera prestado asistencia a una persona en
7 8
peligro... Hoy día hay que proteger la dignidad humana
en el momento de la muerte contra el tecnicismo que
corre el riesgo de hacerse abusivo. Catecismo de la Iglesia Católica, 1993
H A C E R EL B I E N Y NO D A Ñ A R
( B E N E F I C E N C I A , N O M A L E F I C E N C I A )
Toda decis ión d e b e orientarse a hacer el b ien al pa
ciente. Permitir, que no procurar, la muerte a quien lo
desea o a quien padece inevitables dolores y sufrimien
tos, es hacer el b ien y es é t icamente correcto . No só lo
debe tenerse en cuenta el dolor físico s ino también el
sufrimiento que puede ocas ionar a un paciente deter
minada intervención. Recordemos los criterios para es
tablecer la futilidad o inutilidad de una intervención
médica:
» Carencia de eficacia médica, a juicio del médico.
Esto es , cuando se sabe que la medida es inútil.
• Carenc ia de una superv ivenc ia c o n s ignif icado,
en t é rminos de ca l idad y duración, de a c u e r d o no
c o n e l cr i ter io del m é d i c o s ino c o n los va lores , n e c e
s idades y d e s e o s del pac i en t e . Por e j e m p l o , en los
c a s o s en q u e se está c o n s i d e r a n d o una cirugía muti
lante o una qu imio te rap ia in tensa en un c á n c e r m e -
tas tás ico de un pac i en t e terminal , i n t e rvenc iones q u e
afectan c l a ramen te la ca l idad de su vida res tante . Esta
va lo rac ión es subjet iva y qu ien la realiza es el p rop io
en fe rmo , s egún l a Amer ican T h o r a c i c Soc ie ty ( 1 9 9 1 ) .
En Colombia, la ley que rige dice:
El médico no expondrá a su paciente a riesgos injustifi
cados. Pedirá su consentimiento para aplicar los trata-
7 9
mientos médicos y quirúrgicos que considere indispen
sables, que puedan afectarlo física o psíquicamente, sal
vo en los casos que ello no fuere posible. Entonces les
explicará a sus responsables de tales consecuencias anti
cipadamente. Artículo 15, ley 23 de 1981
Sobre este tema también se pronunció, en 1993, la
Iglesia Católica:
Aquellos cuya vida está disminuida o debilitada tienen
derecho a un respeto especial: la interrupción de trata
mientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios
o desproporcionados a los resultados puede ser legíti
ma. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el "en
carnizamiento terapéutico". Con esto no se pretende
provocar la muerte. Se acepta meramente no poder im
pedirla.
J U S T I C I A
La distribución ét icamente sensata de los recursos dispo
nibles es el tercer principio orientador en la toma de
decisiones. El e m p l e o indiscriminado de las opc iones en
aquellos casos en los que de an temano se sabe que no
se podrá ob tener ningún beneficio es censurable e inco
rrecto ét icamente. El u so del respirador mecán ico y la
práctica de cirugías o tratamientos extensos c o m o pue
den ser la quimioterapia, los trasplantes de órganos y
otros procedimientos extremos, injustificados y costosos ,
que desembocan frecuentemente en lo que se denomina
"encarn izamiento terapéut ico", d e b e n ser c l a ramente
orientados de acuerdo con la prioridad de la justicia. De
la misma manera, es inaceptable ét icamente ofrecerle a
8 0
un enfermo terminal un abanico de opc iones terapéuti
cas que escapen de sus posibilidades económicas , geo
gráficas o de recuperación. La ley de ética médica, que
regula en Colombia el proceder de los profesionales de
la medicina, afirma:
El médico usará los métodos y medicamentos a su dis
posición o alcance, mientras subsista la esperanza de
curar o aliviar la enfermedad. Cuando exista un diagnós
tico de muerte cerebral no es de su obligación mantener
el funcionamiento de órganos o aparatos por medios ar
tificiales.
Artículo 13, ley 23 de 1991
Este punto de vista de la ley de ét ica médica mere
ce tenerse muy en cuenta en Colombia deb ido a que la
ley 100 en Salud permite la apl icac ión indiscriminada
de métodos y procedimientos diagnóst icos en pacien
tes terminales, ocas ionando , a e l los y a sus familias,
cos tos físicos, e c o n ó m i c o s , dolor y sufrimientos ago
biantes injustificados.
¿ Y Q U E E S L A B I O É T I C A ?
Es inevitable, al hablar del tema de las decis iones de
vida o muerte, hacer referencia, aunque sea brevemente ,
a la bioética. Así el lector podrá familiarizarse con las
principales ideas de este nuevo movimiento, encamina
do a hermanar las ciencias con las humanidades y la
ciencia con el hombre y la vida.
Se debe al b ioquímico, méd ico y o n c ó l o g o Van Ren-
selaer Potter el haber puesto en circulación la palabra
bioética en su publicación Bioethics, Bridge to the Future
( 1 9 7 1 ) . Preocupado por e l compor tamiento depredador
8 1
de la espec ie humana frente a la naturaleza, y luego de
profundas reflexiones, Potter llegó a la conclusión de
que la supervivencia del hombre dependerá de una éti
ca basada en el conoc imien to biológico. De ahí que la
bioética sea considerada la ciencia de la supervivencia.
Su concepc ión de la ética es interdisciplinaria y abarca a
las ciencias y a las humanidades, estableciendo un puente
entre la ética y las ciencias biológicas, entre el hombre y
su medio ambiente .
La fundamentación teórica de la bioética no se limita
a una sola corriente filosófica ni a un solo sistema médi
co , y por el lo se considera pluralista, secular y democrá
tica. Al postular el principio de libertad moral, acepta
que el ser humano es un agente moral au tónomo y res
ponsable cuya dignidad debe ser respetada por quienes
mantienen posic iones morales diferentes.
En el campo de las ciencias médicas, y en concreto
en nuestra área de interés, el morir humano, la bioética
ha empezado a ocupar con fuerza el espacio antes reser
vado a la ética médica. Tanto el comienzo c o m o el final
de la vida humana son hoy del dominio de esta disciplina
pluralista. La muerte es, dentro del terreno bioético, un
tema de discusión natural, no tabú, que se analiza en la
práctica bajo la óptica de los principios éticos que ya
mencionamos: beneficencia y no maleficencia, autonomía
y justicia, cuya aplicación es ley moral para quienes nos
ocupamos profesional y humanamente de los enfermos
terminales (Sánchez Torres, 1998) .
En Colombia, dos instituciones trabajan en la bioética:
el Instituto Colombiano de Estudios Bioét icos (ICEB), fun
dado y presidido por el méd ico bioeticista Fernando Sán
chez Torres, y el Centro Nacional de Bioét ica (CENALBE),
fundado y presidido por el sacerdote jesuíta y bioeticista
Alfonso Llano. Estos dos centros congregan a un impor-
8 2
tante grupo interdisciplinario de profesionales interesa
dos y han estimulado la formación a nivel de posgrado
en varias universidades. Además, organizan jornadas, con
gresos y publ icaciones y coordinan acc iones concretas a
escala comunitaria.
8 3
4 Calidad de muerte: diferentes opciones
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiene su tiempo el nacer y tiene su tiempo el morir.
QOHELET
Dada la complej idad de los dilemas bioét icos y las en
crucijadas que plantea la toma de decisiones acerca del
final de la vida, tanto para el paciente y su familia c o m o
para el médico , hay que recalcar la importancia de no
caer en general izaciones y de estudiar y valorar cada
caso individual, con sus circunstancias vitales, historia
particular y tipo de enfermedad. Las decisiones rara vez
son entre b lanco y negro; generalmente se ubican en
algún punto de una extensa gama de grises, y para acer
tar se requiere inteligencia, conocimiento , tacto, empatia
y respeto por la dignidad humana y por la autonomía
del enfermo y del médico , además de una buena dosis
de compas ión y sensibilidad. Hay que tener también la
flexibilidad suficiente para replantear tal decisión una
vez más mañana, de acuerdo con las circunstancias.
Es importante diferenciar las alternativas de que se
dispone a la hora de morir, ya que con frecuencia se
presentan malos entendidos que pueden llevar a errores
8 4
imperdonables, por omisión o por comisión, que causan
muertes degradantes y rupturas familiares. Sin pretender
censurar, descartar o recomendar alguna de tales opc io
nes, p rocederemos a aclarar al lector en qué consisten,
pues se trata de concep tos que a veces se emplean con
ligereza y desconocimiento .
El morir humano c o m o experiencia, o sea, la viven
cia de morir, tan sólo la t ienen aquellos cuya muerte se
puede anticipar y prever c o m o consecuenc ia de una en
fermedad fatal. Quedan así por fuera del ámbito de este
capítulo las muertes súbitas no anticipadas - l a muerte
accidental, el suicidio y el homic id io - y aquellas que,
aunque causadas por una enfermedad, no eran previsi
bles (mencionadas en la primera parte del libro). Pero
c o m o ningún ser humano puede anticipar con certeza
c ó m o ocurrirá su muerte, nos conviene a todos conoce r
acerca de este tema y familiarizarnos con las diferentes
opciones: muerte digna, eutanasia activa (voluntaria), eu
tanasia pasiva, suicidio médicamente asistido, distanasia,
cuidados paliativos o del bienestar, abandono y muerte
natural no asistida profesionalmente.
M U E R T E D I G N A
Se llama así a la muerte que ocurre dentro del respeto
por la dignidad humana en todas aquellas condic iones y
circunstancias que resulten manejables. Esto es, preferi
b lemente en la casa; rodeado de personas afectivamente
significativas que atiendan y acompañen al moribundo
con amor y cuidado; con información suficiente sobre
su enfermedad, el diagnóstico, las opc iones disponibles
y el pronóstico; con auxilios espirituales de acuerdo con
el requerimiento y las creencias religiosas de quien va a
8 5
morir; habiendo podido prepararse para la muerte y des
pedirse de sus seres queridos y, además, con el dolor y
los síntomas controlados.
Algunas personas equiparan la muerte digna con los
cuidados paliativos. No estoy de acuerdo, puesto que si
bien estos t ienen c o m o objetivo procurar una muerte en
condic iones dignas, algunas muertes dignas no cuentan
con el apoyo de ellos: un campesino puede morir muy
dignamente en su casa, en la montaña, los llanos o re
giones costeras, donde el trabajo en equipo interdiscipli
nario es impensable .
Considero que la muerte digna es m u c h o más que
un esti lo particular de muerte: es un c o n c e p t o amplio,
una filosofía del morir basada en el respeto por la dig
nidad del ser h u m a n o hasta en la hora de su muerte.
Entonces , en la categoría de muerte digna se pueden
incluir los cuidados paliativos y cualquier otra c lase de
muerte que el sujeto juzgue c o m o tal. La muerte digna
no es un mito ni cor responde al e squema románt ico e
idealizado de la muerte perfecta, y comprende diversas
opc iones que algunos pueden censurar y otros acoge r
de acuerdo c o n su autonomía, creencias religiosas y
preferencias individuales.
EUTANASIA PASIVA
Aunque desde hace algún t iempo se ha tratado de evitar
el uso de este término por considerarlo confuso, origi
nalmente se designa con el nombre de eutanasia pasiva
a la muerte que ocurre c o m o consecuencia de la absten
ción de emplear, o la interrupción, de todas las medidas
artificiales de soporte vital c o m o diálisis, ventilación me
cánica, uso de sondas nasogástricas, procedimientos in-
8 6
ESQUEMA DE ALGUNAS
DE LAS DIFERENTES OPCIONES PARA MORIR
vasivos, antibióticos, etc. Esto generalmente ocurre cuando
luego de analizar sus efectos y resultados se concluye
que no están cumpl iendo una función diferente a la de
posponer o demorar el evento de la muerte, o cuando
el paciente así lo desee y lo exprese verbalmente o por
escrito. En estos casos, la intención no es matar sino
permitir q u e la muerte sobrevenga en forma natural, en
el m o m e n t o en que corresponda y c o m o consecuenc ia
de la enfermedad incurable e irreversible que el pacien
te padece . La Iglesia Católica y la ley co lombiana expre
san su total respaldo al ac to au tónomo por el cual el
paciente terminal rechaza el inicio de los tratamientos o
solicita su interrupción.
E U T A N A S I A ACTIVA V O L U N T A R I A
Se c o n o c e c o m o eutanasia activa al acto méd ico orienta
do explíci tamente a poner le fin a la vida de un paciente
víctima de una enfermedad incurable y ya en fase termi
nal, por requerimiento suyo y debido a la intratabilidad
del dolor o de los sufrimientos. En mayo de 1997, a raíz
de un fallo de la Corte Constitucional del cual fue po
nente Carlos Gaviria Díaz, Colombia se constituyó en el
primer país en despenalizar el ejercicio del "homicidio
por piedad" en pacientes terminales, s iempre que medie
una solicitud explícita del enfermo, se trate de una en
fermedad incurable, irreversible y en fase terminal, que
cause dolores intratables, y el acto sea l levado a c a b o
por un médico . El procedimiento debe ser regulado por
el Congreso.
La eutanasia activa es una opción más, y el lector
debe tener claro que la sentencia de la corte ni la sugie
re ni la recomienda. El sufrimiento sin dolor físico no es
8 8
causal para solicitarla, y sólo puede ser aplicada a pa
cientes en estado terminal y no a víctimas de enferme
dades crónicas, degenerativas, mentales o de ancianidad.
Ningún méd ico puede practicarla sin la libre solicitud y
consent imiento del paciente y sin reunir todos los requi
sitos estipulados por la sentencia. No podrá jamás con
vertirse en práctica habitual de una institución o para
determinada enfermedad, de acuerdo con lo que hasta
ahora se prevé. Esto disipa, al menos por el momento ,
los comprensibles temores de que se abuse de la medi
da y de que se la emplee contra las minorías débiles.
S U I C I D I O A S I S T I D O
Con este nombre se designa la muerte que el enfermo
terminal se procura empleando los medios sugeridos o
proporcionados por un médico (pastillas, inyección letal,
e tc . ) . La diferencia entre la eutanasia activa y el suicidio
médicamente asistido no radica en el medio que se em
plea sino en el sujeto que la lleva a cabo: en la primera,
el médico es el agente activo a solicitud del paciente,
sujeto pasivo; en el segundo, el paciente es el sujeto acti
vo, asistido y aconsejado por el médico.
D I S T A N A S I A
Este término hace referencia a la muerte que se difiere o
pospone mediante la aplicación de procedimientos y tra
tamientos b iotecnológicos . Aquí predomina el criterio de
cantidad de vida sobre el de calidad de vida. La agonía
del enfermo - q u e en la mayoría de los casos, aunque
está vivo, no v i v e - se prolonga por semanas, meses y
8 9
años mediante la apl icación de medidas agresivas, des
proporcionadas para un paciente terminal. Estas medi
das anteriormente conoc idas c o m o "heroicas", producen
lo que se ha l lamado encarnizamiento terapéutico. Den
tro de ellas se cuentan las cirugías que demeritan la
calidad de la vida que resta al paciente, algunas clases
de quimio y radioterapia, el empleo de métodos diag
nósticos que causan dolor, sufrimiento y gastos inútiles,
y otros procedimientos que se aplican a sabiendas de
que no curarán a l enfermo, manteniéndolo con vida c o
nectado indefinidamente a máquinas y tubos y generan
do expectativas injustificadas.
A B A N D O N O
Se designa así a la muerte que ocurre en circunstancias
degradantes, indignas y humillantes, no por el abuso ni
el empleo indiscriminado de los avances biotecnológi-
cos que retardan la muerte, s ino por lo contrario: la
carencia de la a tención médica mínima que le propor
c ione al enfermo analgesia adecuada para soportar dolo
res agobiantes, de medicac ión para los síntomas propios
de la enfermedad (ox ígeno para la disnea, higiene cor
poral para prevenir las escaras en las zonas de presión,
medicación para controlar las náuseas y el vómito, e tc . ) ,
y de información acerca de la gravedad del pronóst ico y
la cercanía de la muerte. Este tipo de muerte, que suce
de en circunstancias de desamor, abandono méd ico y
deshumanización, es frecuente en una franja de la po
blación de escasos recursos y deprivada, que ca rece aún
de los servicios de salud bás icos .
9 0
C U I D A D O S PALIATIVOS: M O R I R V I V I E N D O
Incurabilidad no es igual a no hay nada más que hacer.
Añadir más vida a sus días y no más días a su vida.
Se denominan cuidados paliativos o cuidado de los hos
picios (Hospice Caré) los que buscan procurar bienestar
al enfermo (Comfort Care). Se trata de un programa coor
dinado e interdisciplinario que presta servicio de control
del dolor y de los síntomas y brinda apoyo a las personas
con enfermedades mortales y a sus familiares. El cuidado
paliativo, c o m o aproximación científica y humana al trata
miento médico de pacientes incurables, incluye princi
pios, valores y técnicas diferentes de las del cuidado médico
tradicional. Concentra sus esfuerzos en mantener o mejo
rar; si es posible, la calidad de vida del paciente - e n el
marco del significado que la vida y la enfermedad tienen
para é l - y en aliviar sus síntomas, no en tratar de erradi
car la enfermedad ni de prolongar la vida.
Esta filosofía del cuidado integral al paciente termi
nal tuvo su origen en Inglaterra, hacia 1967, con la mé
dica Cicely Saunders. Desde en tonces se ha expandido
por el mundo entero c o m o una alternativa viable, eficaz
y económica que respeta la dignidad del morir. Se reco
mienda su iniciación en tres circunstancias específicas:
• Cuando los tratamientos tradicionales ya no son
efectivos para la curación de un paciente.
• Cuando la carga de sobrellevar la enfermedad su
pera los beneficios de la cont inuación de un tratamiento
médico agresivo.
• Cuando el paciente así lo solicite, decidiéndose a
favor del alivio de su dolor y no de luchar más en con
tra de una enfermedad que sabe ya incurable.
91
El cuidado paliativo lo presta un equ ipo de exper tos
en distintas disciplinas de la salud que busca responder
a las necesidades multidimensionales de un ser humano
que enfrenta la muerte en un período más o menos
breve. Generalmente , e l equipo consta de un médico
paliativista, una enfermera y una psicóloga o ps icólogo
con entrenamiento en tanatología. Si es posible, incluye
también una trabajadora social y un anestes iólogo ex
perto en dolor.
Este programa de atención presta asistencia domici
liaria, lo que facilita que el paciente pueda morir en su
casa e involucra a la familia hasta donde sea posible,
incluso a los niños, en el cuidado del enfermo. Los cui
dados paliativos también pueden prestarse en un pabe
llón o piso destinado específ icamente a los pacientes en
fase terminal que enfrentan la muerte en un per íodo no
superior a los seis meses (hasta donde sea posible pre
decirlo) . Otra alternativa consiste en establecer un sólido
equipo interdisciplinario que asista, en cualquier piso o
pabel lón del hospital, a los pacientes terminales.
El compromiso del equ ipo de exper tos c o n el pa
c iente y su familia se sustenta en el no a b a n d o n o del
ca so bajo ninguna circunstancia y en su disponibil idad
permanente . Los aspec tos emoc iona le s del enfermo y
su familia, de vital importancia dentro de los cuidados
paliativos, son atendidos por e l equ ipo comple to , de
manera más específ ica por la ps icó loga o el ps i có logo
que asume el caso , c o n el fin de orientar saludable
men te el p roceso del due lo anticipatorio, preparar a la
familia y al pac iente para vivir sanamente el even to
p róx imo de la muerte y propiciar conductas sanas y
reparadoras.
Detectar y atender el sufrimiento, y no sólo el dolor,
es otro de los objetivos por cumplir. También forma par-
9 2
te del programa la asistencia a la familia luego de la
muerte, durante el p roceso de e laboración del duelo. De
acuerdo con los l ineamientos de la National Hospice Or-
ganization (NHO):
El cuidado paliativo tiene como propósito dar apoyo y
cuidado a las personas que están en la etapa final de
una enfermedad mortal, permitiéndoles vivir de la mane
ra más plena y confortable posible. El cuidado paliativo
es una confirmación de la vida, y mira a la muerte como
un fin natural. El cuidado paliativo ni acelera ni pospone
la muerte. Su filosofía es que, a través de un sistema de
asistencia personalizada y de una comunidad sensible
que se preocupa, los pacientes terminales y su familia
puedan alcanzar la preparación necesaria para una muerte
que les sea satisfactoria.
El m é d i c o paliativista d e b e poseer , además de em
patia y to lerancia a la frustración y la impotenc ia , un
sól ido cue rpo de c o n o c i m i e n t o s ace rca del mane jo efi
caz del do lor y los otros s ín tomas del pac ien te : só lo
c u a n d o e l los son a tendidos y cont ro lados el ser hu
m a n o p u e d e enfrentar su propia expe r i enc i a de morir
en forma digna y respetuosa . Los d e s e o s y la voluntad
del pac ien te son exp lo rados y respe tados por el equi
po q u e lo cuida.
En Colombia , los cuidados paliativos se iniciaron
en los años ochen ta , y si b i en no han tenido la difu
sión esperada, sí han co laborado en forma tangible a
crear una conc ienc ia ace rca de la responsabi l idad del
ser humano frente a la cal idad de su propio p roceso de
morir, y han facilitado a cientos de pacientes una muerte
digna.
9 3
Preguntas y respuestas
Cuando un paciente suyo le habla de su preferencia por
la eutanasia activa, ¿usted qué le dice?
Lo escucho, exploro sus motivos y le amplío la informa
ción en lo concerniente a todas las otras opc iones dis
ponibles para un buen morir.
Tengo un primo de 40 años que tiene sida hace cinco.
¿Qué le parece a usted que, además de que está muy mal
y parece un cadáver, con oxígeno permanente y todo,
mañana lo operen para ponerle un marcapasos, que di
cen es solucionarle un problema cardíaco. ¿Cuál es su
opinión?
Para poder opinar, habría que detenerse un p o c o más a
analizar el caso, disponer de más información y conoce r
la historia y los deseos del paciente, así c o m o los criterios
del médico, pero en principio comparto su rechazo a que
se empleen procedimientos desproporcionados en pacien
tes terminales, en quienes sin lugar a dudas un marcapa
sos tan sólo conseguirá detener la muerte por unos días,
prolongando una vida ya de muy pobre calidad.
¿Lospaliativistas están en contra de las unidades de cui
dados intensivos?
No. Cualquier paliativista r e c o n o c e la inmensa utilidad
de una unidad de cuidados intensivos en miles de ca
sos. Sin su invención, muchas pe rsonas que están vivas
aún habrían muerto años antes. Lo q u e resulta cues t io
nable es que una uci , cuyo d iseño y obje t ivos no con
templan la a tención integral al paciente en su dimensión
bio-psico-social , sea un lugar r e c o m e n d a b l e para morir.
Defendemos la postura de hacerse d u e ñ o de la propia
9 4
muerte . En algunos casos , muy excepc iona l e s , puede hace r se necesar ia la in tubación de un pac ien te para prevenir su muer te por asfixia, y la u c i es indispensab le para el lo.
¿Cuál es la principal causa de que muchos pacientes no se beneficien de los cuidados paliativos? Yo no los conocía. ..
Hay muchas causas, no una sola. Creo que los médicos
no remiten a un paciente terminal al departamento o
servicio de cuidados paliativos porque equivocadamente
creen que el lo equivale a abandonarlo. En otras ocas io
nes , tanto el paciente c o m o la familia acuden a buscar
asistencia ya muy tarde en el curso de la enfermedad, y
tan sólo podemos apoyarlos en la agonía, pero no reali
zar una labor fructífera de apoyo y preparación para la
muerte. En a m b o s casos hay un común denominador:
falta muchísima educación y conciencia de que una buena
muerte es una inmensa responsabil idad y un gran regalo
al final de la vida, tanto para la familia c o m o para la
sociedad en general .
9 5
5 El paciente terminal.
Vivir muriendo: la enfermedad fatal
La mera sospecha de que los síntomas que se t ienen o
los exámenes practicados puedan poner en evidencia la
presencia desuna enfermedad fatal, activa ansiedades,
temores, i d e á s r e c u r r e n t e s y fantasías con respecto ^al
futuro, que desorganizan la vida en forma notable. Lue-
gosTfer -:oñTírmación del diagnóstico, y la certeza de que
no se trata de una sospecha sino de una enfermedad ya
cTflrTproBada, despiertan en el paciente una sensación
agobiante de terror, de pánJoo^jde incertidumbre, de de
sastre inminente.
La forma particular c o m o cada paciente reacciona de-
^'Kpende de varios factores, entre ellos qué tan sorpresivo es
el diagnóstico, si por algún motivo resultaba esperable, el
momento del ciclo vital en que se manifiesta la enferme
dad, la^característicag__d£_sju personalidad, los niecanis-
mos adapíativos que haya empleado con éxito en previos
momentos difíciles, el balance que pueda hacer de su
vida, el tipo de enfermedad y el futuro previsible, la ma
nera c o m o fue informado, el grado de apertura en la
comunicación y el apoyo que pueda derivar de su familia
(Jaramillo, 1988) .
• \ Aunque en muchos casos puede haber inicialmente
una aparente ausencia de reacc ión ,y un enfrejntarnienlo
valeroso, confiado y tranquilo a la noticia, en el curso_
96
deljecorriáo que va desdg_el diagnóstico hasta la muer-,
te la respuesta personal fluctúa, y así c o m o se presentan
períodos de negac ión en los que la persona sigue vi
viendo c o m o si no tuviera n inguna enfermedad o c o m o
si no supiera_^e_va__a_mQfir-xomo consecuenc ia de ella,
en otros momentos , .al cede r la negación, surgen la trLs-
teza, el miedo_p^ral izante 7 - la angustia ante la muerte,
muchas preguntas sin respuesta, la revisión de las tareas
pendientes y el dolor de t ener que separarse de los se
res queridos, de todo lo suyo, de la vida.
A u n q u e j i o lo diga, la gran mayoría de las personas
sabe que^su enfermedad es grave V que no tiene cura-
ción^oosible^ La exper iencia directa con pacientes termi
nales nos muestra que el los manejan la dura realidad
con djst intasj^nlscaias." , por así decirlo, dependiendo
d e l m o m e n t p , deHnterlocutoir. y de las expectativas de
familiares y amigos" s o b r e e l estoicismo, la valentía o Ta resignación con que se supone o espera que el enfermo
enfrente su siflnrdórrr"
Inevitablemente, la cotidianidad personal y familiar
se altera a partir del diagnóstico porque la enfermedad
invade la vida; la seguridad, la confianza y lo predecible
se van perdiendo. Con el transcurrir del t iempo, la per
sona tiende a ir aceptando, lenta y progresivamente, la
idea de la enfermedad grave, a acomodarse a las mu
chas pérdidas que ella conlleva, a buscar una organiza
ción más efectiva del medio familiar y, a nivel emocional ,
a hacer un duelo por lo que cada día se ve obligado a
renunciar. El p roceso de e laboración ocurre en algunos
pacientes de forma aislada e imperceptible para los de
más. Esto depende de la disponibilidad o no de res
puestas comprensivas , empát icas y no juzgadoras de
quienes lo rodean. Cuando aparece un interlocutor dis
puesto a escuchar y acompañar, el enfermo suele permi-
97
tirse compartir los momentos difíciles que van apare
ciendo, su tristeza, sus angustias y temores respecto a lo
que falta por vivir y al tipo de muerte que le sobreven
drá. Las personas introvertidas, solas o con una autoesti
ma sustentada en la admiración que su fortaleza ha
despertado siempre, sienten temor a defraudar a sus se
res queridos dejándoles ver su sufrimiento, lo cual los
lleva a disimularlo.
9 8
6 Decir u ocultar
Le atormentaba esta mentira, le atormentaba el hecho de que no quisieran reconocer lo que todos sabían y sabía él mismo, sino que quisieran mentirle acerca de su espantosa situación, obligándole a tomar él mismo parte en la mentira. La mentira, esta mentira de que era objeto en vísperas de su muerte, una mentira que debía reducir el acto solemne y terrible de su muerte al nivel de las visitas, las cortinas, el esturión de la comida... era algo atroz para Iván Ilich. Y, cosa rara, en muchas ocasiones cuando realizaban con él sus maniobras, estaba a punto de decirles: "No mintáis; sabéis, y yo sé, que me estoy muriendo; dejad de mentir al menos".
LEÓN TOLSTOI, La muerte de Iván Ilich
No hablar de la muerte con un paciente terminal es como no hablar del parto con una mujer embarazada. Ambos (forzosamente) tendrán que descubrirlo.
MICHAEL SIMPSON
Quizás la duda que con más frecuencia atormenta a los
familiares de un enfermo terminal, y que motiva inicial-
mente la consulta al ps icólogo, es si se le debe informar
o no sobre su gravedad y el curso probable de su enfer
medad. Los familiares se ven sometidos a indecibles pre
siones; algunos opinan que "mamá tiene todo el derecho
a saber lo que le pasa", otros que "si le decimos, se
9 9
muere la víspera" o "le ocasionaría tal sufrimiento saber
lo, que es mejor engañarla"; otros se inclinan por "dorar
le la pildora" para evitar su desplome emocional .
La conducta que generalmente asume nuestro equipo
profesional en esos casos, desde hace más de doce años,
es procurar promover una reunión de toda la familia, sin
incluir al enfermo. Luego de compartir información actua
lizada sobre los síntomas, riesgos, opciones y pronósticos
de la enfermedad que sufre el ser querido, se da a cada
miembro la oportunidad de expresar libremente, y sus
tentar con argumentos, su opinión a favor o en contra de
decirle al enfermo. Finalmente se solicita a cada uno que,
olvidándose de su posición personal, evoque qué le ha
oído decir al paciente; qué ha insinuado o solicitado, ver-
balmente o por escrito, esa persona en relación con la
muerte; c ó m o es su personalidad; qué cree que ella de
searía, y si él o ella ha comentado algo sobre su futuro.
Luego de ese ejercicio, que puede llevar horas y ser
acalorado y tenso porque facilita la expresión de los sen
timientos y las emociones de cada uno con respecto a la
muerte inminente del ser querido, se concluye - e n la gran
mayoría de los c a s o s - que ese ser querido sí sabe algo o
lo sospecha, pues lo han sorprendido llorando, o ha pre
guntado a alguno o, más aún, ya ha dado instrucciones a
alguien, o sencillamente que su actitud, en apariencia fuerte
y distante, corresponde al temor del grupo familiar a ha
blar de eso, y que juegan al mutuo engaño: "Yo sé que tú
sabes y tú sabes que yo sé, pero hagamos de cuenta que
ninguno sabe nada, ¿está bien?"
La experiencia ha demostrado repetidamente que si a
una persona se le ofrece la oportunidad de conocer la
realidad y los hechos de su enfermedad, poco a poco,
a su propio ritmo, siempre y cuando cuente con el
apoyo y la facilidad para compartir con otros los senti-
100
mientos que esta suerte le suscita, se evita que los de
más lleguen a sobrecargarlo con sus propios temores, y
el enfermo podrá avanzar progresivamente hacia una
confrontación con la situación, sin caer en el sufrimien
to de episodios de pánico paralizante y de desesperan
za total. PARKES, 1978
Como ya se dijo, la gran mayoría de los pacientes
saben que están graves y que van a morir, aunque no lo
verbalizan por temor a desatar un derrumbe emocional
en la familia, por miedo a la reacción de los más débiles
o por vergüenza ante la posibilidad de dejar ver su dolor,
su tristeza, su inconformidad y su vulnerabilidad. Lo sa
ben porque en algunas ocasiones han escuchado comen
tarios al descuido entre el médico y los hijos, o por la
aparición de secretos o conductas no usuales entre los
familiares, c o m o excesiva dedicación de los hijos o irrita
bilidad y lágrimas que se escapan. Además, por supuesto,
por la percepción del curso de sus síntomas y por el
deterioro físico. Usualmente el enfermo le permitirá ente
rarse de que él sí sabe a aquel o aquellos que supone
más capaces de recibir la noticia y compartirla con él.
Es un h e c h o innegable que una familia que ante la
inminente muerte de uno de sus miembros abre las com
puertas de la comunicac ión y logra compartir la infor
mación dolorosa en forma honesta y triste (¿por qué
no?) podrá enfrentar el evento próximo de la muerte del
ser querido y el proceso tan difícil y desgastante de to
mar las decis iones pertinentes de la mejor manera posi
ble, con un menor gasto emociona l y un más adecuado
manejo de la situación que una familia en que se calla,
se oculta, se disimula y se vive intensamente, pero en
forma aislada, el peso del secreto y del sufrimiento.
101
Desde los puntos de vista é t ico y legal, todo ser
humano tiene derecho a saber qué pasa con su cuerpo
y a participar activamente en las decis iones que se to
men en cuanto a las opc iones de tratamiento, pronósti
co , calidad de vida y preferencias ante el evento de su
muerte. El médico tiene la obl igación de informar ade
cuada, sencilla y detalladamente al paciente sobre su
enfermedad, y de darle la información que necesi te y
solicite; ni más, ni menos .
Sin embargo, hay una excepc ión a esta regla: el dere
cho a saber no implica la obligación de saber. Yo puedo,
en el ejercicio de mi autonomía, solicitar explícitamente
que no se me informe más, y mi deseo debe ser respeta
do. Por supuesto, el momento en que el médico le infor
ma a la persona de su enfermedad es penoso y doloroso.
Muy posiblemente dé lugar a una esperable reacción emo
cional de aislamiento, tristeza, dolor, angustia o irritabili
dad que merece, en lo posible, ser comprendida y aliviada
con amor. ¿Que es triste? Claro, no podría ser de otra
manera. Pero es una experiencia que de todas formas hay
que vivir para poder enfrentar la propia muerte, preparar
se y despedirse.
En muchas ocasiones , la forma en que se da la noti
cia determina tanto la reacción emociona l aguda (que es
temporal) c o m o el contenido en sí. Un médico humano
y sensible, que logre transmitir la noticia del diagnóstico
en términos sencillos, gradualmente y con consideración
y afecto, hace menos difícil este momento . Más aún si le
ofrece al paciente su t iempo, al día siguiente o varios
días después, para volver a reunirse y compartir el efec
to devastador que el anuncio puede causar no sólo en
el paciente sino también en su familia.
La comunicac ión con el paciente que va a morir no
se limita a la transmisión de la información. El paciente
102
percibe, a través de las actitudes de su familia y del
médico, la aceptación y el compromiso de no abando
no, o el pánico y rechazo que su situación genera. A
veces, la conspiración de si lencio le produce un inmen
so sufrimiento, unido a una angustiante sensación de
encontrarse aislado y abandonado, enfrentado solo a su
implacable sentencia de muerte.
Preguntas y respuestas
Soy psicóloga y trabajo en un hospital. Encuentro muy
difícil iniciar la conversación con un paciente terminal,
y sin querer me doy cuenta de que lo saludo y acabo
volteando la espalda y despidiéndome rapidito. ¿Puede
decirme usted qué sirve en estos casos?
Ante todo, establezca una relación con ese paciente: tó
melo en cuenta, sonríale, mírelo a los ojos, acerqúese a
su cama y salúdelo en una forma más personal. Por la
reacción de él usted podrá deducir si está dispuesto o
no a aceptar la comunicación. Cuando llegue el momen
to, pregúntele si desearía conversar, añadiendo que us
ted t iene t i empo. Puede mostrarle su disponibi l idad
acercando un banqui to o un asiento al pie de la cama,
lo cual le indicará que no está por obligación. Frases
c o m o "si no le molesta, cuén teme un p o c o lo que le
pasa, cuándo ingresó al hospital, de qué está enfermo" o
"¿cómo se siente?", "¿qué ha sido lo más difícil para us
ted?", "hábleme de su familia", son una buena forma de
iniciar la conversación, aunque también las circunstan
cias del enfermo, su ubicación en el hospital y los exá
m e n e s y p roced imien tos q u e usted ve que le están
practicando pueden ser muy útiles para romper el hielo.
Respétele sus señales de cansancio, su tristeza, sus silen-
103
cios y, si lo c ree oportuno, ofrézcale volver al día si
guiente, si él lo desea, para seguir conversando, para
saber c ó m o se sintió luego de su visita. Cumpla siempre
lo ofrecido.
¿Hay algunas frases que es conveniente emplear en la
comunicación con pacientes terminales?
No es fácil es tablecer recetas o protocolos para la comu
nicación que resulten invariablemente efectivos con to
dos los enfermos terminales, ya que cada uno tiene su
propia historia, sus anhelos, sus miedos muy personales.
Y ese paciente con su historia, con su situación especial ,
y usted con la suya, hacen que el diálogo sea irrepetible
y único. En general, interésese genuinamente en él y
pregúntele cosas como: "¿hay algo que pueda hacer por
usted?", "¿qué le preocupa?" o "¿qué ha sido lo peor de
su enfermedad?" Estas frases t ienden a abrir las puertas
de la comunicación, permitiéndole al paciente exteriori
zar sus preocupaciones , pos iblemente hasta ahora in-
c o n f e s a d a s . Qu i s i e ra a p r o v e c h a r es ta o c a s i ó n para
expresar mi convicción de que al abrir las compuertas
solidarias de la comunicac ión se adquiere un compromi
so ét ico que, a mi juicio, es incancelable . A la manera
bíblica de un Cirineo, usted adquiere la responsabilidad
de ayudarle a llevar su cruz a ese paciente, no importa
qué tan pesada resulte. Si usted no está dispuesta a vin
cularse al p roceso de morir de e se paciente, no se lo
ofrezca, pues generará con ello falsas expectativas. Sea
honesta y especifique el ámbito de su intervención: "Mien
tras usted esté en el hospital, vendré martes y viernes a
ver c ó m o está". No le diga, verbalmente o con su acti
tud, que puede contar con usted si no es cierto.
104
La esperanza
Uno de los argumentos más usados para ocultar la verdad
a un paciente terminal es "no destruir su esperanza, por
que eso aceleraría su muerte". Me parece importante acla
rar que, desde luego, el saber que se sufre una enfermedad
incurable y mortal derrumba la esperanza de llegar a la
vejez, de culminar los planes de vida. También destruye
la fantasía que, aunque irreal, todos guardamos en el fon
do del alma: la de ser inmortales y, de alguna extraña
manera, no tener que morir. Y pone fin a la esperanza de
recuperación. Ahora bien, mi experiencia humana y pro
fesional de escuchar tardes enteras a personas que en
frentan su propia muerte en un plazo corto, y dialogar
con ellas me ha enseñado la importancia de replantear el
término esperanza.
La única esperanza de un enfermo terminal no es la
de recuperarse; cada persona tiene sus propias esperan
zas y hay que descubrirlas, conocer las y luchar hasta el
final por no decepcionarlas . Por e jemplo, la esperanza
de no ser abandonado en ningún m o m e n t o ni por su
médico ni por sus familiares; la esperanza de morir bien
atendido, sin dolor y con sus síntomas adecuadamente
controlados; la esperanza de no ser engañado y de po
der confiar en su médico, su equipo y su familia; la
esperanza de poder morir en casa, con dignidad, sin ser
105
hospitalizado nuevamente si no lo desea; la esperanza
de que su autonomía será respetada por todos y de que
sus instrucciones respecto a su muerte serán cumplidas;
la esperanza de no morir solo; la esperanza de que al
guien se hará cargo de lo que él deja pendiente y de
que dispondrá de un sacerdote que le ayude, dentro del
marco de sus creencias espirituales, a encontrarle un sen
tido a su muerte; la esperanza de que solo, o con la
ayuda de un ps icólogo capacitado, tendrá la oportuni
dad de emplear su t iempo final para crecer espiritual-
mente , para crear, para pensar y sentir, para prepararse,
para vivir su muerte en toda su complejidad; la esperan
za de que una mano amiga lo reconfortará en sus m o
mentos de miedo y angustia. Todas estas, y muchas otras,
son esperanzas válidas que deben ser tenidas en cuenta.
A través del contacto personal, íntimo y sagrado con
quien está muriendo, el tanatólogo clínico las descubre
e intenta respetarlas y complacerlas .
T E M O R E S D E L E N F E R M O T E R M I N A L
En su trayectoria hacia la muerte inevitable, los enfer
mos terminales enfrentan múltiples temores que es muy
importante legitimar y resolver, en lo posible, dentro de
la asistencia psicológica. Los más frecuentes son:
• A lo desconocido , al curso de la enfermedad.
« Al dolor físico y al sufrimiento.
• A la pérdida de partes del cuerpo y a la invalidez.
• A inspirar compasión.
• A perder el control de sí mismos y la autonomía
en la toma de decisiones.
• A dejar a su familia y sus amigos.
• A la soledad por el abandono de los demás.
106
* A la regresión, la dependencia, a "volverse niños"
(tener que usar pañales, ser bañados y alimentados).
* A la pérdida de la identidad propia.
* A la muerte en sí y al p roceso previo.
* A morir privados de su dignidad.
Los enfermos exper imentan muchos otros temores
cuando se acerca el m o m e n t o de la muerte. Sin embar
go, el estar en relación activa con una o varias personas
que compartan con ellos, que reciban sus confidencias,
que los escuchen, ya representa un importante alivio
psicológico. En muchos casos los pacientes sienten "te
mor de compartir sus temores" con sus familiares, pues
no quieren inquietarlos, preocuparlos o causarles más
sufrimiento, lo cual representa algo así c o m o una conde
na a sufrir en silencio, cuyo resultado es una notoria y
dolorosa reducción en la comunicación, con la consi
guiente sensación de aislamiento (Jaramillo, 1988) .
107
8 Calidad de vida
A lo largo de este libro se ha hecho mención, varias ve
ces, a la calidad de vida, e lemento que nunca debe dejar
se de lado al considerar el t iempo que le queda al paciente
terminal. El concepto de calidad de vida es variable y,
por tanto, definirlo no es fácil, pues depende de quién lo
utilice: un paciente terminal, un comerciante, un poeta,
un economista , un filósofo.. . Pero en aras de la sencillez
podemos equipararlo con el término bienestar.
Ambos , el bienestar y la calidad de vida, son total
men te subjetivos. Para mí puede ser calidad de vida du
rar cuatro meses luego de un diagnóstico de cáncer
hepá t ico s iempre y cuando no tenga dolores, pueda es
cribir, tenga contac to con la naturaleza, esté rodeada de
mi e sposo , mis hijos y mis nietos, y además esté segura
y confiada de que ni mi médico ni mi familia traiciona
rán mis instrucciones y deseos sobre mi final. Otra per
sona puede no verlo así y, ante lo que le ofrece el
futuro, tomar la decisión de quitarse la vida, por ejem
plo, si para ella la actividad física no es un valor nego
ciable y la enfermedad le ex ige restringir o suprimir
actividades c o m o correr, montar en motocicleta, esquiar
y c o m e r exquisi tamente. De igual forma, vivir mutilado
físicamente puede ser muy tolerable para una persona, y
reñir con el concep to de calidad de vida de otra.
1 0 8
Por tanto, la cal idad de vida incluye una amalga
ma muy subjet iva y persona l de func ionamientos sa
tisfactorios q u e el m é d i c o y los familiares del pac ien te
d e b e n exp lora r cu idadosamen te antes de decidir q u é
conduc ta seguir. Hay cuat ro áreas en las cua les la ca
lidad de vida del en fe rmo terminal se expresa y se
altera, las cua les d e b e n ser evaluadas y respetadas:
• Psicológica: c o m p r e n d e el sufrimiento, la ansie
dad, la incer t idumbre , la sensac ión de ser un es torbo ,
etc .
• Ocupacional: comprende la posible renuncia a su
actividad, trabajo u oficio y el enfrentar una vida vacía,
sin retos ni exigencias , debido a las limitaciones que
impone la enfermedad.
• Social: comprende el sentimiento de abandono por
parte de la sociedad y el deseo de rehuir a los amigos
debido a los síntomas molestos y desagradables. El aisla
miento social del enfermo, producto de sus restricciones
para la interacción con otros, genera depresión y sensa
ciones de minusvalía personal.
« Física: comprende el dolor, síntomas c o m o náu
seas, vómitos o asfixia y la limitación o cancelac ión de
la vida sexual. Verse reducido a una cama y obligado a
usar pañales o babero , no poderse desplazar solo y te
ner que renunciar a la privacidad por necesitar enferme
ra de día y de n o c h e son limitaciones que forman parte
de la cotidianidad y resultan intolerables e inconcebibles
para algunas personas desde el punto de vista de su
calidad de vida.
Tanto el equipo interdisciplinario o el méd ico tratan
te c o m o la familia cercana deben hablar clara y sincera
mente con el paciente acerca de las renuncias que de
forma gradual su enfermedad le irá imponiendo y tomar
en cuenta, en forma muy seria y respetuosa, sus consi-
1 0 9
deraciones en torno a lo que para él es aceptable o no,
s iempre a la luz de su autonomía y de la obl igación de
buscar el bienestar y la calidad de sus días. El apoyo
psicológico es un recurso de enorme utilidad y riqueza
en los casos en que el avance de la enfermedad impone
al paciente renuncias y sacrificios difíciles de asumir.
Preguntas y respuestas
Además de un enfisema pulmonar de hace ocho años, le
han encontrado a mi padre, de 73 años, un cáncer de
pulmón. La situación es muy triste porque él necesita oxí
geno permanentemente y ya no puede moverse sino que
está sentado todo el día. Se desespera en su cuarto sin
hacer nada. Además, nada le duele. ¿Qué se puede hacer
por un paciente que aunque uno podrá decir que es ter
minal, puede vivir uno o dos años más? El manejaba
una empresa de asuntos contables y está jubilado.
Me parece muy amorosa y muy pertinente su preocupa
c ión acerca de la calidad de vida de su papá, enfermo
crónico y terminal. Cuando la enfermedad no se puede
curar, el énfasis debe ponerse en aliviar y en mejorar,
hasta donde sea posible , la calidad de vida. Algunas su
gerencias elementales podrían incluir el ubicarle su si
llón o cama cerca de la ventana, lo cual da una sensación
muy reconfortante de contacto visual con el mundo, que
en algo contrarresta su encierro obligado. Organice, con
una terapista ocupacional , algo así c o m o un horario de
actividades que incluya ratos de reposo, de visitas y com
pañía, de lectura, de televisión, de música. Seguramente
ocupac iones c o m o arreglar fotografías y revisar el kár-
dex o la contabilidad de algunos negocios le añadirían
1 1 0
vida de buena calidad a sus días, pues sentirse útil mejo
ra la autoestima. Estar entretenido proporciona cierta sen
sación de independencia y acorta los días que de otra
forma se sienten interminables.
Mi madre tiene 58 años de edad. Tuvo un cáncer de
seno hace cinco años, la operaron y duró bien hasta hace
un año, cuando aparecieron metástasis que ya la tienen
invadida. Aunque tengo un hermano mayor que vive en
Venezuela, me siento muy sola con ella. La cuido yo mis
ma y hemos tenido una muy buena relación. Lo único es
que no hemos podido hablar de lo que está pasando, más
por miedo mío que por ella. Ella como que busca el tema,
pero, le confieso, yo me hago la sorda y le contesto otra
cosa. Ahora pienso que... debería ser distinta. Pero me
pone muy nerviosa hablarle. No sé...
Por su pregunta deduzco que si su madre llega a morir
sin que hayan podido romper esa barrera que las sepa
ra, usted conservará para siempre la sensación de que
se quedaron ciertas cosas "en el tintero" y que no pudie
ron despedirse. Claro que es triste, y claro que duele en
el alma. Ojalá la próxima vez que ella busque el tema
usted pueda dejar de hacer lo que está haciendo, sentar
se, demostrarle interés y decirle algo así c o m o "yo sé
que tú quieres decirme algo hace días. A mí me cuesta
trabajo hablar de esas cosas tristes, pero c reo que nos va
a hacer m u c h o bien. Te escucho . . . " , o quizás usted mis
ma busque la oportunidad y tome la iniciativa. Si llora, o
si tiene reacciones emotivas, no se alarme. En lugar de
hacerles daño, les hará bien a ambas. El contacto físico,
un abrazo, una caricia, sentarse cerca si les nace , puede
ayudar mucho . Además, e so no quiere decir que en ade
lante sólo van a hablar de la muerte.
111
El saber que tiene cáncer, ¿ayuda o no ala persona? ¿En
qué forma puede afectarla?
El solo conocimiento de que uno está afectado por una
enfermedad fatal genera respuestas físicas y psicológicas
semejantes a las que se experimentarían ante una sen
tencia de muerte, y de h e c h o pueden alterar la calidad
de vida. Aunque esto ocurre también en personas que
t ienen una adecuada comprens ión de la enfermedad, los
efectos son m u c h o más devastadores en quienes desco
nocen la verdadera realidad del cáncer y su tratamiento
y que además t ienen creencias mágicas y erradas c o m o
estas: que es una enfermedad contagiosa o un castigo
divino por algo malo que se hizo en la vida, o que "a la
final, la gente se pudre por dentro".
De ahí la importancia de transmitir con precisión, en
forma clara y repetidas veces , de qué se trata la enfer
medad. Esto porque existe evidencia de que los pacien
tes no ret ienen la información sino que la reprimen o
seleccionan fragmentos que acomodan a sus deseos, c o m o
una defensa temporal frente al impacto emociona l de las
malas noticias. Un paciente bien informado colabora más
y sufre menos ansiedad y depresión ligadas a la incerti-
dumbre. Además, siempre debe respetársele su derecho
a saber cuanto él quiera y cuando lo desee, para poder
participar en las decis iones acerca del final de su vida.
El precio que se paga por saber lo que uno tiene es
alto, pe ro es inevitable para poder hacerse cargo de la
propia muerte.
¿Quién debe decidir cuándo llamarle un sacerdote a un
enfermo terminal? ¿El o su familia?
La familia puede sugerirle o preguntarle al paciente si
considera útil conversar con un sacerdote u otra persona
112
que lo acompañe espiritualmente, pero sin imponerlo y
siempre y cuando este ofrecimiento sea congruente con
la e lección religiosa del paciente, sus valores y sus creen
cias. Algunas personas comparten con sus familiares o
amigos cercanos sus dilemas e incógnitas a nivel espiri
tual o religioso, lo cual facilita la e lección de alguien que
pueda disipar sus dudas y orientar su proceso espiritual
de forma apacible y reconfortante.
Papá está muy grave y nosotras, sus hijas, tratamos a toda
costa de distraerlo, de forzarlo a seguir con la vida, de darle
ánimos. Cuando vemos que se entristece o va a llorar, lla
mamos a un bioenergético amigo y con sus gotitas natura
les le controla el estrés. Quisiera su opinión, por favor.
El problema de su papá no es de estrés sino más bien de
incomunicación. Aunque tiene hijas que lo distraen y lo
acompañan, quizás le serviría que ustedes pudieran res
petarle sus ratos de tristeza, inevitables cuando la muerte
se acerca. ¿Por qué se alarman ante las lágrimas? Con sólo
acercarle un pañuelo y sentarse cerca, ya le estarían de
mostrando empatia y comprensión. Tanto mejor si alguna
se atreviera a decirle "¿por qué no me cuentas lo que te
tiene tan triste papá? Si lo hablamos ambos nos vamos a
aliviar, o si no puedes hacerlo conmigo yo te consigo
alguien amable y capaz que pueda venir a la casa y con
quien puedas hablar y desahogarte. ¿Te parece bien?"
Mi cuñada de 25 años tiene un cáncer cerebral, diag
nosticado hace un mes. Llora de día y de noche y no
habla. Sinceramente, nos pone a todos muy nerviosos por
que con esa actitud es imposible ayudarle y ahuyenta a
todo el mundo. ¿Usted cree que darle tranquilizantes le
ayudaría?
113
En principio, no. Antes de recetarle tranquilizantes quí
micos sería mejor ofrecerle cercanía, comprens ión y no
censura, t iempo para que pueda poner en palabras su
tristeza y así manejarla mejor. Quien tenga con ella me
jor relación será el indicado para decirle algo c o m o "si
estuviera en tu lugar yo estaría también así de triste.
Quiero ofrecerte mi hombro para que puedas llorar acom
pañada y, si te sirve, comparte conmigo lo que te pre
ocupa, te asusta, lo que t ienes pendiente y lo que llevas
guardado por dentro. Seguramente yo no pueda modifi
carlo, pero quizás pueda acompañar te y protestar juntos,
si lo necesitas". Casi podría asegurarle que en parte las
lágrimas de su cuñada provienen de esa sensación de
estar sola, con su diagnóstico y su pena a cuestas, a
pesar de estar rodeada de gente querida.
¿Qué relación hay entre calidad de vida y preparación
personal para el morir?
Mucha. La calidad de vida de que se disfruta en la etapa
vital en que sobreviene la muerte es, con muy contadas
excepc iones , la que permite u obstaculiza el enfrenta-
miento personal con la vivencia de la propia muerte.
Tristemente, para muchos el per íodo que precede a la
muerte se convierte en un soportar dolores inenarrables
y situaciones ps icológicamente humillantes y degradan
tes, que semejan - p o r la pérdida de la autonomía, del
pudor y la pr ivacidad- más una tortura que un exi toso
tratamiento. Aunque hay algunas personas que sin sufrir
dolores niegan el evento de la muerte próxima y nunca
se preparan, también es cierto que muchas otras hubie
ran querido vivir su muerte de otra manera, pero las
condic iones físicas, psicológicas y espirituales no lo per
mitieron.
114
9 Dolor y sufrimiento
...Lo más doloroso para Iván Ilich era que nadie tuviese compasión de él, tal como habría querido: en algunas ocasiones, después de largos suplicios, lo que más deseaba, por mucho que le avergonzase reconocerlo, era que alguien lo tratase con cariño, como si fuese un niño enfermo. Quería que le hiciesen caricias, le besasen y llorasen con él como se acaricia y consuela a los niños. Sabía que era un grave personaje de barba entrecana, y por eso era imposible, pero, a pesar de todo, sentía esos deseos.
LEÓN TOLSTOI, La muerte de Iván Ilich
Comparto con Eric Cassel la observación de que, con
frecuencia, muchos colegas admiten c o n o c e r muy p o c o
acerca del sufrimiento de sus pacientes o, más radical
mente, que debido a e se desconocimiento lo ignoran, lo
omiten o lo marginan dentro de las metas propuestas
para la a tención de enfermos de cáncer, lo cual, paradó
j icamente, lleva a incrementar aún más su sufrimiento.
La tradicional dicotomía cartesiana mente-cuerpo es par
cialmente responsable de este hecho . La división de la
condición humana entre lo físico ( lo corporal, lo médi
c o ) y lo subjetivo ( lo "no real", lo no físico, lo no médi
c o ) ha estrechado los a lcances de la a tención médica. El
115
cuerpo experimenta dolor pero es e l ser humano quien
sufre, ante lo cual esta división resulta artificial.
El sufrimiento se presenta cuando se percibe una inmi
nente destrucción de la persona; continúa mientras la ame
naza de desintegración persiste o hasta que la integridad
de la persona pueda ser restaurada de alguna otra mane
ra. Se deduce de esto que aunque el sufrimiento ocurra
en presencia del dolor, la disnea u otros síntomas corpo
rales, se extiende más allá de lo físico... El sufrimiento
puede ser definido como el estado de malestar severo
asociado con eventos que amenazan la integridad de la
persona. CASSEL, 1992.
Los pacientes con dolor reportan también sufrimiento
cuando pe rc iben el dolor c o m o una amenaza a su exis
tencia, no só lo a sus vidas s ino a su integridad c o m o
personas: cuando el dolor está fuera de control , cuan
do es agobiante y se d e s c o n o c e n sus causas, cuando
no t iene significado o cuando es c rón ico . También es
fuente de sufrimiento la no val idación del dolor por
parte del médico , o cuando este lo considera "psicoló
gico", es to es , irreal. El sufrimiento s iempre es subjeti
vo, personal, t iene relación con el pasado de la persona,
c o n sus vínculos afectivos, su cultura, sus roles, sus
neces idades , su cuerpo, sus e m o c i o n e s , su vida secre
ta, sus fantasías y su futuro. Todas estas áreas son sus
cept ib les de ser les ionadas , de sufrir pérdidas y de
ocas ionar sufrimiento. Las heridas a la integridad per
sonal se expresan a través de sent imientos c o m o triste
za, so ledad , rabia , depres ión , a f l icc ión , infel ic idad,
ais lamiento, anhelos , que no son la herida s ino su ma
nifestación. La única forma de c o n o c e r qué causa el
sufrimiento es preguntar a quien lo padece ; só lo así se
116
puede mantener una relación médico-paciente más com
pleta, integral y personalizada.
Los m é d i c o s y demás profes iona les de la salud te
nemos la ob l igac ión mora l y profes ional de ampliar
nuestra óp t ica del pac ien te , de descubr i r las fuentes
de su dolor y sufrimiento y de emp lea r todos los m e
dios d i sponib les para permit ir le e l al ivio q u e él desee .
Y, en e l c a s o del pac ien te terminal , para q u e pueda
morir d ignamente : asistido, aliviado, a c o m p a ñ a d o e in
formado, y no agob iado por su agonía desatendida
(es to sin perder la perspect iva de que a la hora de
morir, a lgún sufrimiento es inevi tab le ) . No es pos ib le
c o n c e b i r la muer te en forma románt ica ni idealizada,
pe ro aliviarla, en lo pos ib le , es una forma moral de
respeto por la humanidad y la dignidad de la pe r sona
(Jaramil lo , 1 9 9 3 ) .
La médica británica D a m e Cicely Saunders, a quien
muy honrosamente puedo llamar mi maestra y amiga,
acuñó el término dolor total para abarcar, además del
dolor físico y otros síntomas, el dolor emocional , fami
liar, social y espiritual del paciente terminal. Ese es el
gran reto que nos plantea hoy el concep to de un buen
morir: detectar el dolor total del moribundo y responder
a él eficiente y eficazmente. Al referirnos al dolor consi
deramos también todos los síntomas físicos que deterio
ran la calidad de vida y que entorpecen la experiencia
del morir.
El poder vivir la muerte propia nos confronta ineludi
blemente con una amalgama de temores, ansiedades, sen
saciones de pérdida, reflexiones, revisiones, recuerdos,
nostalgias, enriquecimientos espirituales y búsquedas de
significado. Una paciente de 63 años, creativa en su ofi
cio artístico e inquieta intelectualmente, quien padecía
de un ex tenso y doloroso cáncer de garganta y cuel lo,
117
expresaba su vivencia al respecto diciéndome: "Los ár
boles me tapan el bosque: con hambre permanente, pues
no puedo comer, con dolor, y con sed, no puedo hacer
me cargo de vivir mi muerte".
Las clínicas del dolor y los médicos paliativistas es
tán actualmente en capacidad de controlar, de manera
efectiva, la gran mayoría de los dolores y síntomas de la
fase terminal. Además, la seguridad de que estarán siem
pre dispuestos a buscar nuevas alternativas y combina
c i o n e s d e m e d i c a m e n t o s pa ra p o d e r c o n t r o l a r l o s ,
tranquiliza al enfermo y a su familia. Síntomas c o m o la
náusea, los vómitos, el hipo, la tos, la constipación, la
disnea o dificultad para respirar, el insomnio, el prurito
y la hinchazón de las extremidades deben ser atendidos
con prontitud y eficacia por el equipo tratante. El em
pleo de op iáceos c o m o la morfina y otros, en combina
c ión con medicamentos que regulen o hagan llevaderos
sus posibles efectos secundarios, es una opc ión de gran
efectividad para el manejo de los síntomas terminales.
Los temores del paciente y de la familia en torno a una
posible adicción deben ser disipados y aclarados por el
médico tratante.
A pesar de todos los esfuerzos humanos y de las
posibi l idades farmacológicas exis tentes , en a lgunos ca
sos los s íntomas son rebeldes , incluso incontrolables ,
ocas ionando un sufrimiento que para el pac iente y su
familia es dramático e imborrable . Queda en tonces un
recurso: la sedación. Utilizada en casos inmanejables ,
en las últimas horas de vida y previa solicitud y autori
zación del enfermo, evita una agonía indigna y degra
dante y facilita un final más apac ib le para el enfermo y
un recuerdo m e n o s to rmentoso para su familia.
1 1 8
D E R E C H O S D E L E N F E R M O T E R M I N A L
• Derecho a mantener hasta el final de sus días la
misma dignidad y autovalor a los que ha tenido derecho
en la vida.
• Derecho a obtener información veraz, franca y com
pleta acerca de su diagnóstico, opc iones de tratamiento
y pronóstico. Esta debe ser suministrada en forma consi
derada, en términos comprensibles y con t iempo sufi
ciente para asimilarla.
• Derecho a participar en las decisiones referentes a
su cuidado y a aceptar o rehusar drogas, tratamientos o
procedimientos.
• Derecho a expresar sus deseos en lo referente a
las circunstancias que rodearán su muerte, y a que éstos
sean respetados por familiares y médicos .
• De recho a elegir entre las opc iones disponibles
para morir y, conforme a ello, a que ni se le acelere ni
se le posponga la muerte, lo cual incluye el derecho a
no ser resucitado.
• Derecho a conservar un sentimiento de esperanza, lo
cual no equivale a que se le creen falsas expectativas.
• De recho a beneficiarse de las alternativas humani
tarias existentes para su cuidado y a evitar la frialdad
que con frecuencia acompaña la aplicación de la cre
ciente tecnología en los lugares diseñados para casos
agudos o críticos, y el hacinamiento que se da en algu
nos albergues para ancianos o enfermos crónicos.
• Derecho a obtener alivio efectivo de su dolor y de
sus síntomas, aun si los medicamentos o medidas reque
ridas para ello le redujeran el t iempo de vida restante.
• Derecho a que le sean satisfechas integralmente
sus necesidades, sin olvidar nunca que detrás de ese
enfermo, hasta el último instante, hay un ser humano.
1 1 9
» Derecho a recibir apoyo psicológico para facilitar
su adaptación a la fase terminal de su vida y a la inmi
nencia de su muerte. Este puede provenir de sus fami
liares, de las enfermeras, del méd ico o de un profesional
de la salud mental, cuando el lo sea necesar io y factible.
• Derecho a elegir que su familia, c o m o parte direc
tamente afectada por su muerte, sea atendida, respetada
y cuidada.
• Derecho a su individualidad, privacidad y pudor.
• Derecho a ser acompañado en el momen to de la
muerte.
• Derecho a recibir asistencia espiritual, s iempre que
lo solicite, y a que le sean respetadas sus creencias reli
giosas, cualesquiera que sean.
• Derecho a ser cuidado por personas sensibles, pre
paradas y conscientes del difícil momen to que atraviesa
y de su obl igación de ayudarlo en lo posible.
• Derecho a disfrutar hasta el final de una vida con
buena calidad, criterio este que debe prevalecer sobre la
cantidad de vida.
• Derecho a morir con dignidad.
(Jaramillo, 1989)
Preguntas y respuestas
Perdone mi ignorancia, pero cuando usted habla de los
cuidados paliativos, ¿se refiere a lo que hoy día llaman
clínicas de dolor?
No son sinónimos. Un programa de cuidados paliativos
debe disponer siempre de un departamento o servicio
especial izado en el manejo y control de los dolores y los
síntomas, aun los más rebeldes; pero, además de eso ,
ofrece asistencia tanto a la familia c o m o al paciente des-
120
de el punto de vista emociona l y espiritual, no solamente físico. De la misma manera, una clínica del dolor puede no sólo atender el dolor físico sino disponer de un equipo que se ocupe también del dolor ps icológico y emocional .
¿Existen sufrimientos que ni los tanatólogos ni los cuida
dos paliativos pueden aliviar?
Sí. La misión del médico , y la del equ ipo interdiscipli
nario q u e cuida a un pac ien te terminal, es s iempre la
de mejorar la cal idad de vida de éste, cont ro lando el
dolor y otros s íntomas y ocupándose también del sufri
miento, ya sea causado por p rob lemas familiares, e c o
n ó m i c o s o s o c i a l e s , p o r a s u n t o s p e n d i e n t e s , p o r
incomunicac ión y aislamiento, por a b a n d o n o m é d i c o o
familiar o por los mismos tratamientos. Subsiste tam
bién un sufrimiento re lac ionado c o n la realidad de que
la muerte se acerca , de que d e b o abandonar no só lo a
un ser quer ido, un p royec to vital o una ilusión, s ino a
todos mis seres queridos, todos mis proyec tos y todas
mis i lusiones, y es to es imposible de modificar.
Ante la muerte c o m o evento final, triste y en cierto
sentido misterioso, un paciente puede experimentar mu
chos y diferentes temores que lo hacen sufrir y que los
expertos no están en capacidad de disipar o esfumar.
Acompañar, estar ahí cerca, disponibles, es lo único -y ya
es bas tante- que podemos hacer en muchísimos casos.
Quisiera saber si el empleo de morfina y sedantes en los
pacientes en la fase terminal de la enfermedad está éti
camente aprobado.
Sí. Es ética y legalmente lícito. Más aún, la Iglesia Católi
ca lo recomienda para aliviar el sufrimiento y el dolor
121
en la mayoría de los casos en que se busca una buena
muerte. A veces es necesario, para controlar los dolores,
retirar los tratamientos médicos activos de tipo curativo
y proveer a los pacientes en forma generosa de morfina
o sus derivados, aun si su aplicación les acorta la vida.
Esto es ét icamente permitido y aconsejado.
En aquellos casos en los cuales para ofrecer una muer
te confortable y apacible se requiere también el empleo
de sedantes para controlar los síntomas finales, el princi
pio del "doble efecto", según el cual la intención es
aliviar e l sufrimiento - a u n q u e es to tenga c o m o conse
cuencia un acortamiento de la v i d a - justifica é t icamente
tal proceder médico .
Mi papá tenía 90 años al morir, sufría del corazón. A los
88 años le encontraron un cáncer de próstata muy avan
zado, que después se propagó a los huesos. Lo hospitali
zaron por diez días y en dos ocasiones hizo paro cardíaco.
Ambas veces lo resucitaron, pero ya al final estaba in
consciente. El médico nos dijo que no haberlo resucitado
iba contra su obligación médica, que era salvar vidas.
Papá sufrió tanto, que al final... yo creo que fuimos muy
débiles al haberlo llevado a la clínica. ¿Qué dice usted?
Comprendo su malestar y su sensación de injusticia por
el hecho de que no hayan dejado morir a su padre cuan
do hizo el primer paro. No tiene sentido, ni es obliga
c i ó n é t ica para e l m é d i c o , p rac t i ca r m a n i o b r a s de
reanimación a un paciente de esa edad, en esas circuns
tancias clínicas y con tan pobre prospección de vida. La
postura del médico a favor de la vida a cualquier cos to
no se justifica desde el punto de vista ét ico. C o m o se ha
expl icado ampliamente, la calidad de la vida que le resta
al paciente, sus deseos y la apreciación realista de sus
122
posibilidades de curación son los pilares que deben fundamentar la toma de decisiones.
Mi marido tiene 50 años y sufre de un melanoma malig
no que está regado por todo su cuerpo. A ratos él está
consciente y a veces está como ido, creo que se acerca su
muerte. Tenemos una hija única que es enfermera y en
tre las dos lo hemos cuidado. Querría hacer una pregun
ta con mucha pena. Llegado el momento, ¿qué nos
aconseja hacer para que tenga una muerte digna?
Si el dolor y los síntomas están controlados y se ha
decidido que la muerte ocurrirá en la casa, c reo que
t ienen un largo camino ya recorrido. Aunque preferiría
hablar de esto con usted en privado, respondo su pre
gunta en públ ico porque supongo que varias personas
t ienen la misma inquietud y les falta el valor de formu
larla. Hasta donde sea posible, averigüe con el médico
qué puede causar la muerte y cuáles síntomas pueden
acompañarla; esto para que estén preparadas y dispon
gan de recursos para evitar el pánico. Por e jemplo, si es
previsible que la persona muera asfixiada, hay que tener
cerca un ba lón de ox ígeno y alguna medicación que
recete el médico para una emergencia; si es posible que
se presenten convulsiones, será necesario tener a la mano
un relajante muscular; de igual forma hay que estar pre
parado para una hemorragia, dolor, náusea e inquietud
terminal. Asumiendo que, en un caso muy favorable, se
den cuenta por la respiración, el sudor frío, la mirada
fija y otras señales de que la persona está muriendo,
pueden acercarse, tocarla suavemente, hablarle en voz
baja y cariñosa y decirle lo que el corazón les indique.
También se puede poner música relajante o tranquilizan
te, una luz tenue en la habitación, leerle salmos y lectu-
123
ras de su agrado o rezar - s i esa era su p red i lecc ión-
para permitirle irse con amor. No hay que "hacer", hay
que estar.
¿Qué es eso de la sedación terminal?
La sedación terminal con barbitúricos o benzodiazepinas es
una medida opcional de alivio para aquellas personas cuyo
sufrimiento o síntomas en las horas previas a la muerte son
incontrolables. La intención es aliviar al paciente, aunque
el empleo de ciertos medicamentos pueda acortar el tiem
po restante de vida. Con la sedación, previo consentimien
to del paciente, se le permite morir sin ser plenamente
consciente de su agonía, sino en un estado de sueño indu
cido. Aunque para algunas personas es impensable el no
estar lúcidas en sus momentos finales, para otras esto es
fuente de tranquilidad.
¿Cuál ha sido el recorrido del trabajo con los pacientes
terminales desde que usted y su equipo de Omega inicia
ron labores? Soy psicóloga.
En 1986 comenzamos a trabajar, inspirados en el trabajo
de Kübler-Ross, con pacientes terminales. Al principio,
c o m o no había médicos paliativistas, se les ofrecía bási
camente apoyo psicológico; luego incluimos la a tención
de los síntomas físicos, con el fin de aliviarlos. Años más
tarde optamos por incluir a las familias, hasta en tonces
desatendidas en las labores asistenciales de Omega . Re
cibimos entrenamiento profesional específ ico y pronto
pudimos constatar la gran diferencia que hay en la ma
nera c o m o se vive la muerte de un ser querido en una
familia preparada y en una sin preparación, sin ayuda y
muchas veces errática en sus decis iones y conductas ha
cia el paciente.
124
Creo que haber introducido el concep to de autono
mía del paciente en la toma de decisiones es el más
reciente y positivo logro. Ello nos ha permitido realizar
un trabajo más conc ienzudo destinado a explorar y co
nocer los deseos del paciente y a compartirlos con los
demás miembros de la familia, c o m o punto de partida al
iniciar el trabajo con ellos. D e b o añadir que no ha sido,
ni m u c h o menos , un camino fácil. Ha sido un desafío, y
c o m o tal lo hemos aceptado, con momentos descorazo-
nadores y momentos duros pero, así mismo, de una pro
funda r i q u e z a y s a t i s f acc ión t an to p e r s o n a l c o m o
profesional.
125
Etapas del proceso de morir según Kübler-Ross
Es imposible omitir, en un libro sobre la muerte y el mo
rir, el nombre y el valioso aporte de la psiquiatra y tanató-
loga suiza Elizabeth Kübler-Ross, con quien tuve el honor
de haberme entrenado y a quien indiscutiblemente hay
que reconocer c o m o maestra y pionera en la compren
sión del mundo del paciente en trance de morir. Su teo
ría, expuesta originalmente en 1967, ha sido revaluada en
algunos aspectos como, por ejemplo, el planteamiento de
una secuencia ordenada de etapas para describir las reac
ciones y estados de ánimo del moribundo desde que en
frenta el diagnóstico hasta su muerte. Sin embargo, esta
mujer abrió una ventana para penetrar en la comprensión
de la vivencia del morir, empleando la entrevista c o m o
herramienta clínica. Según la doctora Kübler-Ross, ciertas
respuestas emocionales se presentan en forma de etapas:
• Reacción inicial de c h o q u e e incredulidad: "No
puede ser que esto esté ocurriendo".
• Negación c o m o mecan i smo de defensa útil, puesto
que permite a la psiquis acomodarse y asimilar la reali
dad paulatinamente y no de un solo golpe: "Quizás es to
sea sólo un error en el diagnóstico", "esto no me puede
ocurrir a mí".
• Rabia e irritabilidad, c o m o una manifestación ini
cial del declinar de la negación. Preguntas c o m o "¿por
126
qué a mí?" o "¿por qué ahora?" expresan la inconformi
dad del paciente con su obl igado destino.
• Negociación, etapa fugaz en la cual el paciente ne
gocia con Dios, con la vida o con los médicos su cura
ción, o cuando menos la extensión temporal de su vida a
cambio de promesas, buenas obras y sacrificios.
• Tristeza y depresión, cuando el paciente constata
que la negociac ión no da resultados. Si su ambiente fa
miliar se lo permite, comienza a dejar ver su depresión
con llanto, desánimo y desapego. En un principio ésta
es de tipo reactivo ante las múltiples pérdidas que la
enfermedad le ha ocas ionado - p o r e jemplo, la caída del
pelo por la quimioterapia, la remoción de una parte de
su cuerpo, su capacidad de valerse por sí mismo, su
autonomía, su futuro-, y luego evoluciona hacia una de
presión que anticipa la pérdida de la vida, de todos sus
proyectos, sus ilusiones y sus seres queridos.
• Aceptación pacífica de la muerte cercana c o m o un
fin alcanzable. Este es quizás el hallazgo cl ínico más
valorado de la doctora Kübler-Ross.
La experiencia nos señala que estas etapas no ocu
rren en todos los pacientes en una secuencia cronológi
camente ordenada, y que no siempre al final se logra
una tranquila aceptación de la muerte por aquellos que
atravesaron las etapas anteriores. Sin embargo, estas re
acc iones - c h o q u e , negación, rabia e irritabilidad, nego
ciación, tristeza, depresión, y quizás resignada aceptac ión-
sí están presentes en muchos pacientes, junto con otras
respuestas, c o m o asombro, ansiedad, pánico, aislamien
to y múltiples temores - a l dolor físico, a la mutilación, al
incierto recorrido que el curso de la enfermedad ha de
seguir, al abandono de sus seres queridos y del médico,
al anuncio de desintegración y aniquilación que, entre
muchas otras vivencias, representa la muer te- . La muer-
127
te que la psiquiatra describe c o m o apacible y tranquila,
con frecuencia es menos romántica y está cargada de
preocupaciones de toda índole: de silencios, de tareas
pendientes, de conflictos familiares y de dilemas espiri
tuales.
En la calidad de la muerte inciden muchís imos facto
res, además de la ordenada y esperable evolución de las
etapas, que en el caso de las enfermedades terminales
se repiten en orden alternado una y otra vez, aun en un
mismo día. Este enfoque resulta muy útil para aproxi
marse a los requerimientos de un ser humano que en
frenta su muerte en un plazo breve, sobre todo porque
destaca su inagotable necesidad de compañía empática
y respetuosa y de una atención humanizada y personal
acorde con su particular historia de vida.
1 2 8
11 ¿Despedirse?
Los seres humanos neces i tamos poner le fin a una rela
ción, despedirnos, cerrar el ciclo vital antes de morir.
Intentamos conseguir, de alguna manera, una espec ie de
permiso de nuestros seres queridos para poder morir.
Esto se ha h e c h o evidente con algunas experiencias con
movedoras: alguien que no muere hasta tanto no regre
se su hijo de un viaje, pueda escribir una carta o enviar
un mensaje a sus seres queridos que dé razón de lo que
con él ocurrió. Un e jemplo fue el caso, que publiqué en
1989, de unos sobrevivientes de la tragedia de Armero,
que a pesar de tener gangrena gaseosa y padecer atro
ces sufrimientos, no podían permitirse la muerte. Inten
tamos, entonces , que cada uno dictara una carta sobre
su situación y nos compromet imos a hacerla llegar a sus
seres queridos, tras lo cual la mayoría de los pacientes
pudo acceder al descanso de la muerte.
La oportunidad de decir adiós que una enfermedad
ofrece a los familiares y amigos es muy valiosa y aporta
gran alivio, así se trate de un triste alivio, al paciente y
su familia: compartir las lágrimas, reiterarse los afectos,
perdonar fallas y heridas previas, abreviar las distancias
afectivas y manifestar agradecimiento por lo vivido y el
dolor por tener que separarse. El contacto físico, un abra
zo, una caricia o una mirada, dicen tanto o más que las
129
palabras y constituyen interacciones de profundo valor
humano de las cuales los sobrevivientes jamás se arre
pienten. Más b ien se lamentan de no haber lo h e c h o en
vida, especia lmente aquellos que por temor al dolor di
simularon sus necesidades tras una falsa fachada de en
tereza, desapego y control de la situación.
1 3 0
12
131
¿Dónde morir?
En algunos casos el recorr ido particular de una enfer
medad nos permite elegir en qué lugar querr íamos que
ocurriera nuestra muerte: ¿en el hogar? ¿En una clínica
u hospital, ac larando en qué condic iones? ¿En una ins
titución para la tercera edad? ¿En un hospic io o unidad
de cuidados paliativos o intermedios? Sin embargo , en
muchas ocas iones , por e jemplo cuando debido a las
características particulares de la enfermedad y a los sín
tomas de difícil mane jo domicil iario se h a c e indispen
sable la hospital ización, la muerte no sobrev iene en el
lugar e legido.
Aunque para m u c h o s en fe rmos e l ideal es morir
en su casa , no s iempre hay a lguien d i spues to a cui
darlos c o n ded icac ión y pac ienc ia . En otros ca sos no
se d i spone de las garantías médicas mínimas para ofre
cer les una muer te digna, c o n una enfermera pe rma
nente , si fuera necesa r io , un m é d i c o q u e los asista e
información y e d u c a c i ó n a la familia. En tales situa
c iones , un hospi tal o c l ín ica p u e d e n ser o p c i o n e s éti
c a m e n t e vál idas y r e s p e t u o s a s de la vo lun t ad del
enfe rmo, a la vez q u e ef ic ientes en la pres tac ión de
servic ios profes ionales mesurados , p ropo rc ionados y
de ópt ima cal idad científ ica y humana . Esto es lo q u e
f inalmente importa .
En Europa y Estados Unidos, donde el cu idado pa
liativo es cada día una o p c i ó n más factible y comple ta
para la a t enc ión del pac i en te mor ibundo , se of rece
a t enc ión domici l iar ia y en e q u i p o a q u i e n e s así lo de
sean - l a gran mayor ía - , y además se d ispone de casas-
cl ínicas e insti tuciones que brindan cuidados ópt imos
c o n calor de hogar. Estas se c o n o c e n c o m o hosp ic ios y
están local izadas en diferentes barrios o c o m u n a s de
las ciudades, cubr iendo la a tenc ión de los enfermos
terminales de un área geográf ica determinada. Estos lu
gares, a tendidos por personal ent renado, t ienen un to
que de cal idez. Los horarios de visita son f lexibles, los
niños y los anc ianos son b ienvenidos , lo mismo que
las mascotas del enfermo, y las hab i tac iones están de
coradas con fotografías familiares y plantas, si l lones,
cubre lechos y obje tos personales .
Me ha sorprendido muy favorablemente el e m p e ñ o
e interés de las entidades estatales que regulan la salud
en países c o m o Rusia y Polonia en implementar este
tipo de hospicios o albergues, cuyo funcionamiento re
presenta una solución económicamen te más adecuada
que una cama de hospital, y humanamente más respe
tuosa para un buen morir.
En Colombia la Fundación Omega , que trabaja c o m o
unidad de cuidados paliativos domiciliarios, ha intenta
do en tres ocas iones es tablecer hospicios de este tipo.
La primera fue en 1988; el proyecto debió ser cance lado
porque la obra en construcción fue atacada por los veci
nos de un sector del norte de Bogotá , temerosos de que
albergara pacientes terminales y eventualmente enfermos
de sida. Los dos intentos posteriores no prosperaron por
que no se consiguió la suficiente respuesta de la comu
nidad para su financiamiento.
132
Preguntas y respuestas
La negación, como mecanismo defensivo, ¿espatológica?
No. Yo diría que, en algún momento de su recorrido,
todo paciente acude a la negación, y no una sino varias
veces. Es un recurso adaptativo muy normal que le per
mite a él, y también a su familia, asimilar gradualmente
una realidad dura y dolorosa. La negación que hace un
paciente debe ser respetada por médicos, enfermeras y
psicólogos, y tan sólo en aquellos casos en que la integri
dad del enfermo o la de sus seres cercanos corra peligro,
es necesario poner en evidencia este mecanismo y sus
dañinas consecuencias .
¿Cómo se puede manejar una paciente terminal que siempre está de mal genio y callada?
Primero q u e todo, p regún tese s i ex i s te a lguna justifi
cac ión r azonab le para su rabia. Si h o n e s t a m e n t e no la
encuent ra , a t révase a ace rca r se y a preguntar le qué le
pasa. Quizás nadie lo haya h e c h o hasta ahora , y a ella
le serviría m u c h o p o d e r compar t i r su enfermedad, su
frustración, sus prevenciones , sus contrariedades. Puede
hacer le m u c h o b ien una acti tud abier ta y comprens i
va. En lugar de crit icar su mal g e n i o o se rmonear la
sobre las c o n s e c u e n c i a s funestas q u e la rabia y el ais
lamiento p u e d e n tener para su enfe rmedad , a ce rqúese
a ella cá l idamente , c o m p r o m é t a s e a cambia r lo cam
biable y b u s q u e n con jun tamente la so luc ión a a lgunos
de sus p rob lemas . Es muy pos ib le q u e al sentirse aten
dida, y no cast igada c o n el a is lamiento y la incom
prens ión de los demás , ella pueda p o n e r en palabras
su sufrimiento, su ans iedad y su inquietud, y r e c o n e c
tarse en forma más integrada c o n su m u n d o dolor ido.
133
Vivo un infierno, doctora. Mi hijo de 15 años es víctima
de un cáncer muy agresivo: un osteosarcoma. Le ampu
taron una pierna hace dos meses, y en la actualidad
está como un cristo. Yo le doy esperanzas y le ruego que
luche por vivir, porque sin él mi vida no tendría ningún
sentido. Con su experiencia, ¿qué me puede aconsejar?
Gracias.
No sabe cuánto dolor me produce su pregunta. Ojalá
pudiera responderle algo diferente, ojalá . . . Pero, respe
tando y honrando su infinito amor de madre, yo le pre
guntaría: ¿cuánto t iempo más quiere tener a un cristo
frente a usted? ¿No sería más generoso asumir su propio
dolor, que sé que es infinito y, si usted sabe que él no
t iene curación, dejarlo ir? A veces las personas en su
final sufren mucho , "un infierno", c o m o usted acertada
mente lo califica, porque les pedimos que no se vayan,
que se esfuercen por vivir, que no nos dejen, cuando su
vida ya no es más que un calvario. Cuando un joven
c o m o su hijo escucha de su madre palabras c o m o "¡Dé
jate ir! Sé que me harás una falta infinita pero sé tam
bién que querrías poder descansar de estos sufrimientos...
¡Hazlo y vuela, mi niño! Vete, que yo sobreviviré gracias
a tu recuerdo", recibe por fin permiso para poderse m o
rir. Aunque parezca paradójico, neces i tamos ese permiso
para irnos, para volar, para dejar de sufrir, para morir.
Otorgar ese permiso, cuando es oportuno, es un verda
dero regalo de amor.
Sé que le estoy diciendo algo profundamente dolo
roso y difícil de aceptar, pero en este caso concreto ,
c o m o en otros, es válida la afirmación según la cual
"amar es dejar partir". Amar a alguien no es retenerlo
contra su voluntad, haciéndolo además culpable de aban
donarnos.
134
¿Usted considera que hoy, en Colombia, morir en casa
bien atendido es imposible para la inmensa mayoría?
Sí. Hay esfuerzos importantes en ese sentido pero, en general, se puede afirmar que no existe una adecuada atención domiciliaria en equ ipo que ofrezca garantías y seguridad a las familias.
E L U L T I M O C A P I T U L O D E L A V I D A : U N A
O P O R T U N I D A D PARA C R E C E R I N T E R I O R M E N T E
La en fe rmedad fatal p o n e la muer te en un futuro cer
cano . Esa real idad inal terable se i m p o n e a l enfe rmo,
lo quiera o no , y a pesa r de los avances de la c i enc ia
y la medic ina , nada p u e d e h a c e r s e para derrotar el
dest ino de morir. Este pe r íodo de la vida al q u e ya
nos h e m o s referido c o m o vivir muriendo p u e d e e x
tenderse por semanas , m e s e s y a v e c e s años , y p u e d e
ser vivido de diferentes maneras . El c ó m o vivirlo per
t enece exc lus ivamen te a cada pe rsona , a su dec i s ión
personal , al ámbi to individual y pr ivado en el cual es
válida la de te rminac ión de re tener una parte de c o n
trol sob re la ca l idad interna de su des t ino. La forma
de afrontarlo es quizás lo que más me ha sorprendi
do, c o m o pe r sona y c o m o ps ico terapeuta , durante mis
m u c h o s a ñ o s de práct ica c l ín ica y profes ional . Me ad
miro c o n f recuenc ia de la capac idad de lucha y enri
q u e c i m i e n t o i n t e r i o r d e a l g u n o s e n f e r m o s , d e l a
posibi l idad de encont ra r le un sent ido persona l a esa ,
"su" muer te , del t emple y el valor c o n que , ya al final
de su vida, rep lantean lo espiritual, se r eencuen t ran
t o n un Dios o lv idado o le abren un e s p a c i o a la re
flexión y a la revisión interior de muchas de sus c reen
cias.
135
Por otro lado, un ser humano enfrentado de forma
inevitable a la inminencia de su muerte cercana , puede
optar por renunciar de un tajo a vivir la penosa espera
y solicitar en forma lúcida y au tónoma que su méd ico ,
de manera activa, le procure la muerte . Así, él quiere
retener el control y decidir cuándo, c ó m o y dónde debe
llegar al final de su vida. A pesar de tener la posibil i
dad de ser cuidadas, aliviadas, acompañadas y queridas
hasta el últ imo instante, algunas personas no están dis
puestas a vivir e se p roceso , ni a correr el r iesgo de
convert irse en un es torbo para la soc iedad y para su
familia, ni a verse a sí mismas deterioradas f ísicamente,
impedidas, dependientes . Para es te grupo minoritario,
la muerte es b ienvenida m u c h o antes siquiera de inten
tar opc iones diferentes para enfrentarla.
Para otro grupo, resulta tranquilizante que, luego de
conoc ido el diagnóstico y analizado el pronóst ico, se
establezca un acuerdo verbal y explíci to con el méd ico
tratante para recibir la ayuda profesional necesaria a fin
de aliviar al máximo los dolores, las penurias y los sufri
mientos de la etapa final, s iempre con una condición: si
se llega a un punto en ese recorrido en que la calidad
de vida del paciente se torna para él pobre e indigna a
pesar de los esfuerzos, y su futuro ya no tiene ningún
significado, se podrán suspender todas las medidas, aun
las paliativas. Así, apoyados y respaldados por la rela
ción de confianza que subyace al acuerdo con su médi
co , obtendrán de él la prescripción letal o la dosis de
barbitúricos necesaria para poner fin a sus días.
Un tercer grupo decide -o a veces precisamente re
nuncia a decidir- poner en manos de su médico o su
familia la calidad de su final. Estas personas están dis
puestas a todo, cualquiera que sea el costo físico o emo
cional, a cambio de la posible derrota momentánea de la
136
muerte o de la extensión de la vida, durante días o me
ses, sin importar su calidad. En estos casos, el sufrimiento
hace parte del precio a pagar, y así se acepta. La calidad
de vida no es un valor prioritario y el paciente soporta
resignadamente, o con insólita valentía, la tortura de una
agonía lenta, indigna, dolorosa y degradante, que todos
presencian y sufren pero que tácitamente es aceptada como
el único camino, la única alternativa para morir.
Y un cuarto grupo, frente a la devastadora inminen
cia de la exper iencia de la muerte, elige vivir los días,
semanas o meses que le quedan por delante. He sido
testigo y partícipe del crecimiento interior de estas per
sonas y de su compromiso con ellas mismas y quienes
las rodean y acompañan. El compromiso es buscar el
mejor destino para el t iempo que queda. Al no poder
hacer, optan por vivir hacia adentro, por explorar, por
sentir, por compartir, por recordar, por sacar a flote des
conocidos recursos internos para, con la fuerza intacta
de una creatividad que no muere, realizar sus mejores
obras: bordar, tejer, grabar música o cintas para sus seres
queridos, leer, departir con otros, pintar, escribir un li
bro, aglutinar una familia dispersa en torno a una luz
amorosa que consiguen irradiar, construir un nuevo y
último significado para su vida y asignarle un sentido a
su sufrimiento. Aceptando su destino con innegable tris
teza, pero con un valor inmenso, estos seres humanos
se despiden de la vida dejando tras de sí la huella amo
rosa y repleta de enseñanzas de quienes optaron por
vivir su muerte con dolor y también a veces con rabia,
con tristeza y desesperación, con búsquedas y con en
cuentros insospechados, con luz, con intensidad y con
una espiritualidad ensanchada.
Cuando los síntomas físicos se controlan y el sufri
miento evitable se maneja, es posible afrontar el morir
137
de esta manera. Si el paciente t iene la garantía de una
atención de exce len te calidad, puede emplear su energía
y su t iempo en resolver esas tareas primordiales y po
nerse en paz con su pasado, con su presente, con su
familia y con sus creencias espirituales, cualesquiera que
ellas sean. Aquellas ocas iones en que he intentado acer
carme a personas moribundas agobiadas por el dolor y
los síntomas degradantes, me he encontrado con un muro
sin puerta; la posibilidad de construir entre ambos un
buen morir se ve abortada desde un principio. Lo mis
mo ocurre con las personas que, aunque sin dolor físi
co , levantan una barrera, una armadura inexpugnable
que han construido a lo largo de su historia de vida,
refractaria a la ayuda, hostil, desconfiada, o una capara
zón neurótica infranqueable que b loquea la posibilidad
de oxigenar su p roceso de morir. Finalmente, para otros,
e se período es apenas una estéril y solitaria espera: días
en b lanco y un horizonte vacío.
T E S T I M O N I O
Hace casi dos años me dijeron que ya iba a morir. Ochenta
años. Un creciente tumor cerebral y unos pulmones enfer
mos lo hacían inrninente. Desde entonces empecé a vivir
una nueva y diferente relación con Dios. Encontré un Dios
más cálido, mucho más cercano, más comprensivo de la
angustia que me ha producido esta muerte larga, pero pue
do decir que he hallado la paz. La paz de sentirse uno
involucrado con Dios. No es la paz de no sufrir y estar
siempre dichosa. Es la paz de estar penetrada por Dios.
Hablo con El todo el día y toda la noche y ello me genera
profunda calma. MERCE
1 3 8
Merce, esta pac iente terminal que me ha conced ido
el privilegio de acercarme y convivir (vivir con el la) su
tránsito hacia la muerte -triste y duro, pe ro inmensa
mente r ico- , escr ib ió también esta oración que me per
mito, con su autorización, transcribir, pues considero que
para algunos lectores, de diferentes credos religiosos, pue
de concretar los sentimientos de fe y de esperanza:
No es toy solo
Tú estás conmigo,
s ien to Tu presencia,
s ien to Tu amor.
Tu fortaleza me ayuda
Tu comprens ión me da paz.
Gracias , Señor.
Bogotá , 1996.
1 3 9
13 El apoyo psicológico ante la inminencia de la muerte
Para comenzar, considero importante aclarar al lector el
sentido del término asistencia emocional , ya que al refe
rirnos a la asistencia emociona l que se brinda al pacien
te moribundo no se está presuponiendo la existencia de
una alteración psiquiátrica o psicológica ni la necesidad
de formulación de psicofármacos para enfrentar la muerte.
Se trata más b ien de la posibilidad de construir entre
dos - e l enfermo y el ps icólogo, o en su defecto la traba
jadora social, el médico o la enfermera con entrenamiento
en tanatología- un espacio de confianza, definitivamente
terapéutico. El objetivo es romper las barreras de la in
comunicac ión y facilitarle al enfermo el hablar y deposi
tar en otro los miedos, las angustias, incluso el terror, sin
la preocupación de dañar o empeorar las cosas - c o m o
puede ocurrir con un familiar, por e j emplo- . Esto genera
un espacio favorable para la introspección, para la revi
sión del presente y del futuro y para la construcción de
una actitud más decidida a favor de adueñarse de su
muerte y poderla vivir.
La capacidad del terapeuta de contener amorosamen
te, de recibir sin condiciones , de no asustarse ante los
contenidos erráticos y demoledores del enfermo, de res
ponder con empatia a su neces idad de ser acompañado,
escuchado y comprendido con respeto, representa una
1 4 0
garantía, una confianza en el h e c h o de que, aunque debe
morir solo, cuenta con una presencia tranquilizadora que
no lo abandonará. Comprendo que estoy mostrando un
panorama inaccesible para muchas personas, y que son
pocos los que pueden contar con ese privilegio a la
hora de morir. Además, c o m o se expuso anteriormente,
para algunos ello es innecesario e irrelevante. Pero tam
bién es cierto que muchos han muerto c o n el secreto
anhelo de haber contado con compañía , terapéutica o
no, y no la encontraron ni en su familia, que no com
prendió la importancia de su necesidad, la desvalorizó y
no le prestó atención, ni en el personal méd ico y para-
médico que los atendió en su enfermedad.
141
un efecto de bunker, o de muralla, en la familia. Para
defenderse del desorden y el caos que genera la enfer
medad, aparecen nuevas normas, y quien no las cumpla
atenta contra el precario equilibrio del núcleo familiar y
es "expulsado" de él (Rosen, 1990) .
El siguiente caso ilustra con claridad el efecto des
tructivo y desequilibrante que pueden tener la enferme
dad y la muerte de quien muy seguramente era la fuente
de control, la autoridad, el orden y el amortiguador de
los choques entre unos y otros:
Ante la desastrosa noticia de que mamá, persona central
en nuestra familia, tenía cáncer de páncreas y moriría
pronto, mis seis hermanos, entre los 13 y los 30 años, mi
abuelita y mi papá convertimos la casa en un completo
infierno. Mi hermano Julio, recién graduado en psicolo
gía, dijo que era mejor ocultarle la verdad a mamá, a la
abuela y a las mellizas de 13 años. Una hermana que
estudia enfermería se mostró muy afectada, se deprimió
y dejó la universidad para dedicarse a cuidarla. Dos her
manos de 18 y 20 años se peleaban y hasta se golpea
ban. Uno de ellos llegaba borracho todas las noches, y
mi papá se volvió autoritario y agresivo. Entre todos nos
gritábamos por cualquier cosa. Yo decidí ir poco a la
casa porque el ambiente era espantoso y nadie podía
poner orden. Para completar, se trasteó a la casa una
hermana de mi mamá, para ayudar con las cosas domés
ticas, y fue peor. Ella es impositiva y dominante y choca
ba con el psicólogo y con los otros dos hermanos, de la
mañana a la noche. No me creerá, pero una de las melli
zas sé puso a comer día y noche y subió once kilos en
seis meses. Mamá murió en Navidad; mis hermanos, los
tres hombres, se fueron de la casa y sólo quedaron papá,
1 4 4
la tía, la abuela y las mellizas. Yo perdí todo con esa
muerte de mamá: tengo resentimiento contra todos por
que nadie se portó como debía, y mamá, que era fuerte,
veía todo y no podía hacer nada porque sufría muchos
dolores. Mi hermana enfermera se casó embarazada hace
dos meses.
El hecho de que la madre no fuera informada acerca
de su gravedad, el que hubiera sufrido dolores, el desor
den y la creciente desintegración familiar, podrían haber
sido manejados en forma más saludable si la familia hu
biera reflexionado y pedido ayuda psicológica. Así la
enferma habría recibido apoyo emocional y adecuados
cuidados paliativos.
LA M U E R T E Y EL C I C L O VITAL FAMILIAR
La definición de familia debe ser entendida ampliamen
te, pues abarca no sólo a las personas que tienen un
vínculo consanguíneo - p a d r e s , hermanos , abuelos y
otros- , sino también a aquellas significativas afectiva
mente y que participan de la vida familiar, c o m o cier
tos amigos muy cercanos , la niñera o empleada de la
casa que lleva años conviviendo con ellos, el o la c o m
pañera homosexual y, en casos de divorcios y segun
das uniones, los nuevos parientes, que han de ser
tenidos en cuenta también c o m o integrantes del grupo
familiar.
El ciclo vital de una familia incluye períodos en los
que existe una tendencia a agruparse y a permanecer
unidos, y otros en los que la tarea saludable es despren
derse y facilitar la dispersión de los miembros. Un ejem
plo del primer caso es una familia con hijos pequeños
145
en p roceso de crianza, que debe cerrarse para poderse
solidificar c o m o un grupo y fortalecer sus jerarquías, lí
mites y normas. Un e jemplo de la segunda situación se
da cuando los hijos son adolescentes ( lo más sano es
conceder les libertad, espac io y t iempo propios) o cuan
do van a otras ciudades a estudiar o a vivir, se indepen
dizan o eligen pareja y dejan la casa definitivamente.
Una crisis familiar, en cualquier etapa del c ic lo vital
en que se produzca, es una poderosa fuerza centrípeta
que congrega a sus miembros . En t iempos de dificultad
las familias se cierran, a veces hasta el ex t remo de re
chazar la ayuda, la intervención y la orientación exter
nas , c o n s t r u y e n d o para p ro t ege r se una e s p e c i e de
barricada que puede aislarlas demasiado y sobrecargar
las con deberes y tareas. Pero esta natural tendencia a
cerrarse, cuando coincide con una etapa de la vida fami
liar en la cual lo natural es la separación y la sana dis
tanc ia en t re los m i e m b r o s , i m p o n e a la familia, a
destiempo, una obligada cercanía y convivencia que pue
de representar una regresión a etapas anteriores ya su
peradas y generar roces y dificultades entre unos y otros.
FACTORES QUE AFECTAN LA REACCIÓN FAMILIAR
A LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE
Para comprender el grado de lesión a que está expuesta
una familia que enfrenta la enfermedad y muerte de uno
de sus miembros, es importante recordar algunos factores
que ya mencionamos y que vuelven a aparecer aquí, aho
ra vistos desde la perspectiva familiar.
• Qu ién es la pe r sona q u e m u e r e y q u é pape l
de sempeña en la familia, qué tan importante y necesaria
es su presencia para los demás miembros del grupo,
qué representa y qué aporta.
146
• De qué y c ó m o muere: se refiere a la forma c o m o
sobreviene la muerte, si es repentina e inesperada o si
es el desenlace de una enfermedad, cuál es esa enfer
medad, qué tan bien atendido estuvo el enfermo en los
momentos previos a su muerte, si esta fue un evento
digno y tranquilo o no, si el enfermo tuvo la oportuni
dad de prepararse para el lo y de despedirse. No es lo
mismo un suicidio que una muerte por sida, un cáncer
"prevenible" ( en ciertos casos puede establecerse una
relación de culpa, por e jemplo, entre el cigarrillo y el
cáncer de pu lmón) o una muerte que pueda ser inter
pretada c o m o un castigo o una prueba divina por un
"pecado" anterior.
• Los valores y creencias familiares: qué significado
le asigna la familia a una determinada enfermedad y a la
muerte consiguiente; cuáles son sus actitudes y posturas
frente al morir y el más allá.
• El funcionamiento familiar previo a la enfermedad:
la reacción será totalmente diferente si se trata de una
familia con buenas relaciones, cercana, respetuosa de las
diferencias individuales entre sus miembros, o si se trata
de una familia con vínculos rotos o lesionados, conflictiva
y /o con patrones de comunicación insanos.
• Los recursos a que puede acudir en momentos de
crisis: qué tan sólida, generosa y disponible es la red de
apoyo emociona l y financiero con que cuenta la familia,
si es o no permitido solicitar ayuda, etc.
• El momen to en que ocurre la pérdida: no sólo se
refiere al m o m e n t o del c ic lo vital - e s decir, si el que
muere es un b e b é , un niño, una adolescente , un joven
casado que deja a su vez hijos pequeños , una madre
joven, madura o anciana, un padre cuya presencia y
colaboración económica y disciplinaria son fundamenta
les o un anciano que ya ha cumplido su misión vital
147
familiar- sino también al momen to emocional en que
llega la pérdida: ¿Han ocurrido, o se espera que ocurran,
otras experiencias de duelo cercanas? ¿Están enfermas
otras personas de la familia? ¿Algunos de sus miembros
están desempleados? ¿Hay rupturas familiares recientes,
u otras crisis? ¿Esta muerte viene a ser una pena más en
una época dura y difícil, o, por el contrario, coincide
con un buen momen to afectivo, estable y próspero?
LA FAMILIA SE PREPARA PARA LA M U E R T E
La familia y el enfermo van atravesando, en un recorrido
conjunto, diferentes momentos que pueden o no coinci
dir con el curso real de la enfermedad. Esquemática
mente, podemos afirmar que este trayecto o camino tiene
tres momentos diferentes, ya menc ionados en la primera
parte del libro. Vale la pena tener presente que, c o m o se
trata de fenómenos tan dinámicos y complejos , estas eta
pas son relativas, y su duración en el t iempo varía en
cada caso.
FASE INICIAL O PREPARATORIA
Con los primeros síntomas de la enfermedad y con los
exámenes de diagnóstico se activa una espec ie de res
puesta de alerta, algo así c o m o una situación de emer
gencia familiar. El temor a que se confirme lo que al
principio fue sólo una sospecha y el surgimiento de la
negación, c o m o defensa inicial que permite asimilar p o c o
a p o c o las noticias, aparecen, en diferentes momentos e
intensidades, en cada uno de los miembros de la familia.
Su estructura previa determina si se comparten los temo
res y la información abiertamente o si, por el contrario,
algunos miembros son excluidos mediante el estableci-
148
miento de bandos o alianzas que se califican entre sí de
"optimistas" y "pesimistas".
Esta primera fase preparatoria, que incluye los sínto
mas, la alarma, los exámenes , el diagnóstico, el pronósti
co y el plan de tratamiento, suele ir acompañada de gran
desorganización, ansiedad y labilidad afectiva entre los
miembros de la familia. Cuando el paciente elige trata
mientos inaceptables para algunos, o rechaza aquellos in
dispensables para otros, cuando unos tratan de imponer
su opinión ignorando a los demás o cuando la informa
ción es privilegio de unos pocos , se genera una tempes
tad agresiva que, a la manera de una cortina de humo,
desvía hacia el conflicto la energía emocional que debería
dirigirse a afrontar conjuntamente la dura realidad.
SEGUNDA FASE: CONVIVIR CON LA ENFERMEDAD FATAL
Cuando se abandonan las curas milagrosas y las segun
das, terceras o cuartas opiniones de "doctores maravillo
sos", es posible reorganizarse para cuidar al paciente
con menos ansiedad y una mayor aceptación, triste y
real, de los hechos . Los miembros de la familia se van
adaptando a la futura pérdida c o m o algo innegable y se
inicia la búsqueda de mecanismos para reorganizarse en
varios aspectos, entre ellos la disponibilidad de t iempo
para acompañar y cuidar al enfermo, la redistribución de
las funciones de cada uno -y de las del pac i en t e - y la
planificación económica , para prever los gastos futuros.
Esta etapa puede ser muy larga, y el reto de enfren
tar los vaivenes de la enfermedad, el desgaste emociona l
ante los dilemas por resolver diariamente, la evolución
de los síntomas y de los tratamientos y el predecible
deterioro del paciente suelen dejar exhausta a la familia.
En aquellos casos en que este período se alarga por
149
años y la familia se ve sometida a la tortura repetida de
prepararse para la muerte inminente, tan sólo para pre
senciar una semana más tarde la mejoría temporal del
enfermo y luego volver a hospitalizaciones prolongadas
y a demandas cada vez más exigentes de tiempo y dedi
cación, la familia queda en un estado emocional muy
vulnerable y agotador.
Con bastante frecuencia, se van creando expectativas
tácitas en el sentido de que el asunto compete a todos y
por lo tanto todos deben comprometerse con igual inten
sidad y dedicación, lo que desconoce las diferencias indi
viduales de los miembros de la familia y hace que algunos
sean blanco de censuras y reproches por sus respuestas
personales a la situación: por tomar distancia, por presen
tar reacciones sentimentales o de desvalimiento, por cui
darse a sí mismos, por solicitar descanso o por ausentarse
durante un fin de semana. Se intenta, así, imponer c o m o
válida una única forma de reaccionar ante los dolorosos
momentos. Estos problemas están presentes en la mayo
ría de las familias; admitirlos, hablarlos y buscar ayuda
profesional oportuna conduce a soluciones.
TERCERA FASE: ACEPTACIÓN DEL FINAL
Para casi todos llega un momento en que la muerte del
otro es una realidad próxima e innegable. Personas que
cancelaron sus demás compromisos vitales para cuidar
al ser querido durante su enfermedad pueden sorpren
derse al constatar que hay muy p o c o por hacer y que el
cuidado casi puede limitarse a acompañar y a prever
con temor lo que será ahora de sus vidas, vacías a partir
de la muerte de la persona objeto de sus cuidados.
Cuando la muerte se acerca, vuelven a aparecer emo
ciones intensas y desacuerdos explícitos o tácitos acerca
1 5 0
de las circunstancias en que se espera o se desearía que
esta ocurriera. La familia de nuevo se reconcentra en sí
misma esperando el final, lo cual deja en el ambiente
una sensación, a veces equivocada, de un fuerte bloque
de apoyo familiar incondicional. Este puede desaparecer
uno o dos meses más tarde, demostrando así su carácter
transitorio, de respuesta a la emergencia.
Cuando el evento de la muerte en sí pudo ser antici
pado, cuando en lugar de pánico y decisiones impulsiva
mente tomadas al final la persona tiene una buena muerte,
con su dignidad respetada y su voluntad cumplida, acom
pañada y aliviada en su dolor y en su sufrimiento, queda
rá en el recuerdo de todos los involucrados una imagen
triste pero tranquilizante, sin culpas ni remordimientos,
que perdurará para siempre y tendrá efectos apacibles en
la elaboración del duelo posterior. Cuando, por el contra
rio, el evento de la muerte está rodeado de confusión,
angustia, inculpaciones, reproches mutuos y sufrimiento
excesivo del moribundo, esta imagen caótica de una mala
agonía y una mala muerte perdurará en el recuerdo de
los seres queridos c o m o una pesadilla imborrable.
E L D U E L O A N T I C I P A T O R I O
Este término se refiere al proceso de duelo que se inicia
no con la muerte del paciente, c o m o es convencional-
mente aceptado, sino con el diagnóstico de la enferme
d a d fatal, y da pie a p r e p a r a r s e p a r a la m u e r t e ,
anticipando y viviendo día a día las muchas pérdidas
que la enfermedad obliga a afrontar.
El ser testigo del debilitamiento progresivo del ser que
rido, junto con la creciente impotencia personal para de
tenerlo, genera en la familia angustia, mucho dolor y una
151
honda sensación de pérdida y vacío. Es importante y útil
comprender que no existe una única muerte del ser que
rido, s ino q u e día a día se van mur iendo partes entra
ñables , rasgos muy valorados - c o m o el control y la
independencia- y actitudes muy necesarias para los de
más - c o m o las de acompañar, decidir y dar fortaleza-.
Por tanto, la familia debe, poco a poco , hacer varios due
los, esto es, ir aceptando esas pequeñas muertes que cul
minan en la muerte biológica y total, y adaptarse a ellas.
La manera c o m o cada uno de los miembros de la
familia realice esa penosa tarea de desprenderse paulati
namente de ciertos aspectos del ser querido dependerá,
además de los factores ya mencionados , de la relación
que haya tenido c o n el enfermo y, desde luego, de las
características de su personalidad. El tipo de enfermedad
también incide en la aceptación de la situación: un en
fermo de sida puede colocar sobre la familia la sobrecar
ga de una e n f e r m e d a d es t igmat izada y la p o s i b l e
necesidad de ocultar la fuente de contagio. Se dice que
una familia lleva a c a b o un buen duelo anticipatorio
cuando:
• Se comparte información honesta, veraz y confia
ble durante la etapa previa.
• Se permite la participación familiar en los cuida
dos del ser querido y en la toma de decisiones.
• Las reacciones de cada uno de los miembros son
bienvenidas y respetadas aunque no coincidan con el
precepto familiar de lo que es esperable.
• Se puede discutir o anticipar el evento de la muerte.
• Se habla de la muerte, se imagina, se prevé.
• Se otorga prioridad a las necesidades del enfermo,
a sus deseos y expectativas.
• Se permite el descanso, el humor y la recreación
durante esta etapa previa.
152
• Se le encuentra un sentido a la enfermedad y es
posible reparar heridas previas.
• Se permite a los familiares, sin abandonar al enfer
mo, atreverse a planear un futuro sin él.
Habe r in ic iado el due lo antes de la muer te del ser
quer ido no significa q u e no habrá dolor en e l pe r íodo
que le s igue, p e r o s í es un h e c h o c o m p r o b a b l e cl íni
c a m e n t e e l q u e en la medida en q u e se haya propic ia
do un b u e n due lo ant ic ipator io , el due lo post mortem
será más t ranquilo, s e r e n o y p redec ib le , y m e n o s tor
men toso .
El valor del duelo anticipatorio radica, pues, en la
habilidad de la familia para incluir al enfermo en el pro
ceso , facilitándole la despedida de sus seres queridos y
permitiéndole sacar a t iempo aquellos conflictos y mal
entendidos sin resolver, que no deben "dejarse entre el
tintero", para que pueda ponerse en paz con todos. En
este proceso, tanto el paciente c o m o la familia toman
concienc ia de que la pérdida es recíproca: así c o m o la
familia se prepara para perder a un ser querido, él debe
prepararse para perderlos a todos.
Una familia solidaria y abierta podrá vivir la paradoja
del duelo anticipatorio: por un lado, apegarse y retener,
y por otro, desapegarse, soltar y dejar ir al moribundo.
Algunas personas ven c o m o inapropiado el permitirse
hacer un duelo por alguien que aún está vivo, pero cuan
do el morir se conc ibe c o m o un largo proceso que in
cluye muchas pérdidas o pequeñas muertes que generan
duelos, este se hace más comprensible . El conocimiento
de que la muerte terminará pronto una vida, pero no
necesar iamente una relación, puede llevar a los miem
bros de un familia a sentir, a hacer cosas y a planear,
antes de que sea demasiado tarde.
153
Preguntas y respuestas
Nuestro padre de 74 años está siendo sometido a diálisis
cada tercer día, debido a una insuficiencia renal crónica.
Somos tres hijos, adultos y profesionales todos. Mi mamá
es ama de casa y está muy afligida por la situación. ¿Po
dría darnos alguna orientación o guía sobre cómo pode
mos vivir esta situación para salir triunfadores?
B u e n o , "triunfadores" no es el mejor calificativo para
designar el resultado final del p roceso de muerte de un
familiar. Quizás usted querrá decir más b ien reunidos,
reconfortados o, en palabras simples, "lo mejor posible".
En los párrafos anteriores he descrito con detalle qué
puede esperar de sí misma una familia que enfrenta la
muerte próxima de uno de sus miembros . Podríamos
decir que es importante y saludable el permitirse com
partir la información, los sentimientos y las emociones ,
así c o m o las expectat ivas con respecto al futuro. Com
partir es expresar, verbalizar y respetar la reacción de
los demás. Aprovechen los meses y las semanas que le
quedan por delante a su padre para cuidarlo, consentir
lo, conversar con él s i es posible que f luya una comuni
cación sin barreras, reparar viejas heridas, recordar y
preguntar todo aquel lo que necesitarían saber después.
El poder vivir momentos familiares y celebraciones , por
pequeñas que sean, fortalece la unión familiar. Conver
sen con su mamá, resuélvanle sus dudas y disípenle, si
es posible, sus temores con respecto al futuro. Hablen
juntos de lo que les gustaría que sucediera al final y de
lo que les produciría paz, y también permítanse recordar
momentos pasados, reírse y distraerse. Nunca se arre
pentirán de ello. Si durante este t iempo detectan que les
es difícil manejar las emoc iones y reacciones de cada
154
uno, o las de su papá o mamá, no vacilen en solicitar apoyo a alguien que pueda ayudarlos a buscar soluciones a los múltiples y desgastantes problemas que habrán de enfrentar.
Soy psicóloga y mi hermano es médico. Cuando murió
mamá yo estaba a un mes de tener mellizos y oyendo su
charla veo que nunca hice bien mi duelo, pues mis ne
nes y mi suegra, que se portó excelentemente, distrajeron
mi dolor. Recibí a los niños como un sustituto o un rega
lo que me hacía mi mamá catorce días antes de morir.
Entre los factores causantes de un duelo no resuelto está
la exper iencia familiar de verse abocado a atender, en el
t iempo inmediatamente posterior a la muerte de alguno
de sus miembros , una crisis no relacionada, pues la ener
gía emoc iona l que debería haberse invertido en asumir
y elaborar la pérdida se dirige y compromete en otras
tareas que revisten urgencias. Su caso es uno de ellos:
sus mell izos la obligaron a comprometer todo su tiem
po, su amor y su dedicación, y se vio forzada a pospo
ner el duelo por su mamá, ya que en un momen to feliz
no tiene cabida la tristeza. Es probable que en los cator
ce días que transcurrieron entre la muerte de su mamá y
el parto de sus b e b é s las personas más allegadas le acon
sejaran, con la mejor intención pero erróneamente , que
se concentrara en las alegrías de su próxima maternidad
y dejara a un lado la tristeza de su pena. Así, usted
recibió a sus hijos c o m o un sustituto afectivo de su mamá.
Recuerdo casos c o m o el de una familia cuyo padre
falleció de un cáncer pulmonar veinte días antes del
matrimonio de su hija mayor, el de la mujer que quedó
viuda la misma semana en que le descubrieron una leu
cemia agresiva a su pequeño hijo de c inco años, y el del
155
secuestro de un adolescente el día siguiente de la muer
te de su abuelo. Estas emergencias afectivas le "roban"
al duelo su oportunidad y obligan a "taparlo" tras un
acontecimiento importante que ocurre en los días siguien
tes a la muerte. Tales duelos quedan, c o m o en su caso,
"congelados" y pendientes por hacer, tarea para la cual
le sugiero buscar la ayuda profesional adecuada.
Según su experiencia, ¿hay familias que luego de la muer
te de un ser querido se fortalecen espiritualmente?
Sí, desde luego es una posibilidad muy enr iquecedora
para una familia. Son muchas las personas que encuen
tran en ese duro trayecto una oportunidad para dar, no
sólo para recibir, y para despertar su sensibilidad y su
creatividad en muchos sentidos, lo cual forma parte de
la fortaleza espiritual.
Una familia que por preceptos culturales no expresa emo
ciones ni se comunica entre sí, ¿tiene más riesgo de com
plicarse en un duelo que una familia expresiva?
Sí. Compartir las penas deja en las personas la sensa
c ión de no estar solas en los m o m e n t o s difíciles, de
contar con un h o m b r o para apoyarse y llorar cuando
están tristes y de tener, cuando neces i ten desahogarse ,
alguien que no las juzgue, que las respete y que las
e scuche con pac iencia y cariño. Ahora bien, exis ten
normas y preceptos culturalmente es tablec idos para el
mane jo del sufrimiento que pueden resultar patológi
cos en un grupo é tn ico o cultural y muy normales en
otro. En los países nórdicos y en J a p ó n , por e jemplo ,
el dolor no se manifiesta, mientras que en culturas lati
nas c o m o Italia, España y Sudamérica, el l lanto y la
expres ión del dolor son m u c h o más aceptados . Todos
1 5 6
estos factores d e b e n ser tomados en cuenta antes de calificar c o m o aceptab le o reprobable determinada ac titud hacia las exper ienc ias de duelo.
¿Hay familias que se rompen irremediablemente a raíz de una muerte?
Sí, pero por lo general se trata de familias ya fracturadas y con disfunciones que no han salido claramente a la superficie, sino que reposan latentes y afloran con una experiencia de crisis.
Cuando mi hijo de 20 años murió de sida, se lo oculté a mi
mamá y no le permití ir al entierro, aduciendo recomenda
ción médica. Ella cree que fue una hepatitis. Ha sido siem
pre una persona muy cerrada, dominante e impositiva con
sus ideas. Me he distanciado de ella porque con esta pena
no tengo paciencia para nadie más, y seguramente pelea
ría si me impusiera su forma de pensar. Sé que tarde o
temprano tendré que hacer algo. ¿Qué me aconseja?
Guardar un secreto toda la vida es una tarea difícil, pero
si cree que revelarle a su mamá que su hijo murió de
sida va a acarrearle dolor y problemas adicionales, no
hay otras opc iones . Ahora bien, a veces subest imamos la
capacidad de las personas para comprender situaciones
difíciles. Si ella quería a su nieto, si ve su dolor, es
posible que buscando un intermediario que haga de puen
te entre las dos -quizás una hermana suya u otra perso
na influyente en ella, un sacerdote, una p s i có loga - se
puedan acercar un p o c o y hablarlo. Es posible que ella
sufra, sin demostrarlo, por la distancia que usted le ha
impuesto, y no se extrañe si ella sabe más de lo que
todos creen.
157
P A R T E I I I
PERDIDA, DOLOR Y RECUPERACIÓN
Lo importante no es lo que la vida nos hace, sino lo que cada quien hace con aquello que la vida le hace.
EDGAR JACKSON
Comprendiendo el duelo
Las experiencias de pérdida y duelo son fundamen
tales en el desarrollo emocional de un ser humano.
Sin embargo, hasta hace muy p o c o t iempo eran subesti
madas, no sólo a nivel personal y familiar sino también
por médicos , psicólogos, psiquiatras y demás especialis
tas de la salud. En los últimos años ha surgido una ten
d e n c i a a r e c o n o c e r e l e n o r m e v a l o r e m o c i o n a l y
ps icológico que las pérdidas tienen, a estudiarlas y a
comprender sus procesos , su curso natural y sus efectos
en el ser humano.
En esta tercera parte del l ibro d e s e o compar t i r c o n
el lec tor un panorama global de la expe r i enc i a del
duelo , en un lenguaje senci l lo y comprens ib l e tanto
para el dol iente , sus familiares y amigos , c o m o para
los profes ionales y educadore s in teresados en el t ema.
Aquí se presentan los diferentes t ipos de pérdidas, e l
s ignif icado q u e cada una puede tener para qu ien la
sufre, los c a m b i o s q u e ex ige y el c a m i n o que segura
men te se tendrá que recorrer para reconstruir e l mun
d o p e r s o n a l , r e s q u e b r a j a d o t e m p o r a l m e n t e . E s e
recorr ido incluye t rechos de luz y de total oscur idad.
Espero q u e en la lectura de estas páginas e l dol iente
encuent re algo así c o m o un mapa que le permita orien
tar su rumbo , a sab iendas de que no hay dos c a m i n o s
161
iguales y de que cada e x p e r i e n c i a es única , diferente
y válida.
Al dar respuesta a algunas de las preguntas que me f
han sido formuladas a lo largo de más de quince años j
de experiencia acompañando en su dolor a muchos se- í
res humanos, intento resolver las inquietudes más fre
cuentes. Espero que, al finalizar, quede b ien claro que
con una combinación de t iempo y esfuerzo personal sí
es posible sentirse mejor de lo que u n o se sentía al
comienzo del duelo, reconstruyendo en forma saludable
y creativa una nueva identidad ante un mundo que se
plantea irreversiblemente diferente a raíz de la pérdida.
LOS V Í N C U L O S A F E C T I V O S
Para comprender las pérdidas y el duelo subsiguiente,
es fundamental tener en cuenta que para sobrevivir físi
ca y emocionalmente el ser humano establece desde que
nace poderosos vínculos de apego afectivo con aquellas
personas a quienes lo unen necesidades, sentimientos e
interacciones. Las relaciones con ellas pueden ser verba
les o no verbales, enr iquecedoras o frustrantes, gratifi
cantes o empobrecedoras , y aunque se dan a lo largo de
toda la vida, las que se es tablecen tempranamente en la
infancia cumplen un papel definitivo en la vida emoc io
nal del ser humano, por su intensidad y significado.
Cuanto más íntima, intensa e importante sea una rela
ción afectiva para alguien, tanto mayor será el efecto de
vastador de su pérdida, ya sea esta definitiva - p o r la
muer te - o por separación, abandono u otras circunstan
cias. Así, la reacción ante una pérdida, que llamaremos
duelo, será proporcional a la dimensión de lo perdido y
al monto de afecto invertido en la relación, no al vínculo
162
de consanguinidad o al rótulo que califique la relación
("esposos", "hermanos", "hijo" o "hija", por e jemplo) . Esto
explica que para cierta persona la muerte de su madre
constituya una experiencia psíquicamente demoledora, y
a otra pueda generarle muy p o c o dolor. De igual manera,
la muerte de un íntimo amigo puede representar para
alguien un desplome emocional mucho más intenso que
el que le ocasionó, meses antes, la muerte de un herma
no que no revestía mayor importancia afectiva en su vida.
T I P O S D E P E R D I D A S
Hay pérdidas físicas, tangibles, que se pueden tocar, por
ejemplo, la muerte de la esposa , la cartera robada, la
casa que se incendia . . . Pero también hay pérdidas sim
bólicas, aquellas q u e no son perceptibles externamente
y cuya naturaleza es psicosocial , tales c o m o la pérdida
del estatus cuando un militar se retira del servicio activo,
el divorcio, la pérdida de la independencia durante una
enfermedad, la de la libertad en caso de secuestro o
encarcelamiento, la pérdida de una ilusión, de un sue
ño, de partes nuestras m u y valoradas, de la juventud, de
la confianza o la seguridad ante la vida.
Del mismo modo, otras pérdidas son prácticamente
necesarias para crecer: perder la situación paradisíaca de
la vida uterina; la gratificación de ser cargado en brazos,
cuando aprendemos a caminar; la seguridad del hogar,
cuando ingresamos al colegio; la protegida infancia, cuan
do nos asomamos a la turbulenta adolescencia . Otras
pérdidas de este tipo son la de la mamá de dedicación
exclusiva, cuando nace un hermano, el renunciar a las
libertades y placeres de la soltería cuando se contrae
matrimonio y, desde luego, las pérdidas físicas, emoc io -
163
nales, sexuales y sociales que el ir envejec iendo y la
edad imponen. El desconocimiento de la amplitud del
término "pérdida" lleva a muchas personas a afirmar que
jamás han tenido que hacer un duelo porque nadie en
verdad significativo se les ha muerto aún.
En los casos que a c a b o de mencionar, a cada pérdi
da corresponde una ganancia, un logro; además, son
experiencias que aunque traen dolor no se pueden evi
tar. Todas ellas implican una renuncia, un abandonar
algo conoc ido y seguro para aceptar los retos que plan
tea el c recer y el alcanzar autonomía c o m o persona. Son
experiencias universales, y sean o no reconocidas c o m o
pérdidas, de todas maneras generan una reacción e m o
cional de deprivación y duelo. Pero nuestra sociedad,
que c o m o ya se dijo, es negadora del sufrimiento, del
dolor, de la muerte y, por ende, de las pérdidas, muchas
veces las ignora c o m o experiencias significativas por las
cuales todos, inevitablemente, tendremos que transitar.
Por este desconocimiento no se nos enseña c ó m o per
der, qué es natural sentir ante una pérdida y por qué . Al
contrario, condic ionamos a nuestros niños para que sean
siempre ganadores, es tableciéndoles muchas veces e x
pectativas inalcanzables que generan una permanente sen
sación de frustración, de no estar nunca a la altura de
las circunstancias, de no ser aceptados y queridos por lo
que son, y que constituyen una lesión a la autoestima.
Aprender a perder constituye todo un reto: equivale
a r econocer que la vida está compues ta no sólo de m o
mentos gozosos sino que estos se alternan con otros
dolorosos; es admitir que así c o m o hay épocas de pri
mavera también las hay de invierno, y que c o n o c e r lo
que es un duelo y lo que podemos esperar de nosotros
en los difíciles momentos de pérdida nos equipa e m o -
cionalmente con herramientas más útiles y adaptativas
1 6 4
para afrontar la adversidad en el instante en que ella se presenta.
Desde luego, la muerte de un ser querido es quizás
la pérdida emociona l más grave para muchos seres hu
manos, y a ella voy a referirme específ icamente en esta
tercera secc ión del libro, aunque cons idero conveniente
ampliar los concep tos de pérdida y duelo para abarcar
muchísimas experiencias que dejan en nosotros huellas
muy dolorosas y exigen un trabajo de duelo igual al de
una muerte, c o m o son, entre otras, la ruptura amorosa,
el divorcio, la salida de los hijos de la casa paterna y la
jubilación.
"HACER U N D U E L O "
Se c o n o c e c o m o duelo o luto, en términos de t iempo, al
período que sigue tras la muerte de alguien afectiva
mente importante. Desde un punto de vista más dinámi
co , e l duelo es un p roceso activo (y no un es tado) de
adaptación ante la pérdida de un ser amado, un obje to
o un evento significativo, que involucra las reacciones
de tipo físico, emocional , familiar, conductual , social y
espiritual que se presentan c o m o respuesta a él. El due
lo implica llevar a c a b o cambios que generan también
ansiedad, inseguridad y temor.
"Hacer un duelo" es el término que mejor descr ibe
la tarea por emprender luego de la muerte, puesto que,
por definición, otorga al doliente un papel activo y res
ponsable en su proceso, en contraposición a la postura
pasiva que anteriormente la psicología le asignaba y que
se traducía social y culturalmente en expres iones popu
lares c o m o "el t iempo todo lo cura", "tenga paciencia
que es cosa de semanas" y "todo volverá a la normali-
165
dad en p o c o tiempo". Estas tácitamente recomendaban
la resignación y la pasividad, actitudes por las cuales
muchos duelos no elaborados se volvieron crónicos.
Desde luego, el h e c h o de ser despojados, la expe
riencia de perder algo muy valorado, es algo que ocurre
sin nuestra participación y sin haber lo elegido así; es, en
cierto modo , un intruso no deseado en nuestras vidas.
Pe ro si bien somos impotentes para evitar la muerte, no
lo somos para elegir c ó m o vivirla después.
El duelo conceb ido c o m o un p roceso activo (Attig,
1991) ofrece al doliente cientos de opc iones que él pue
de y debe elegir o descartar: si se prepara o no para el
inminente evento de la muerte en los casos de enferme
dad, si ve o no el cadáver, si se despide o no, si guarda
o reparte las poses iones y pertenencias de quien murió,
si habla de la persona o de lo que ocurrió o se aisla en
el si lencio, si acepta ayuda y consue lo o asume una
posición arrogante de no necesitarla, si incluye a los
niños y la familia en su mundo adolorido o los margina,
si busca y acepta compañía o cierra sus puertas, si se
permite recordar, si ve o no las fotografías o videos, si
se permite la tristeza y el llanto o los esquiva o disfraza
con actitudes de falsa entereza y frialdad, si acoge o no
los rituales (la misa, las visitas al cementer io , e tc . ) , si
refuerza sus creencias religiosas para incluir la sobrevi
vencia del espíritu o sigue fiel a la convicción de que
con la muerte todo termina, si lucha por encontrarle un
significado a lo que ocurrió o no, si decide avanzar y
replantear las prioridades conforme a su nueva identi
dad o perpetúa su incapacidad, si sobrevive o . . . "se mue
re" psicológicamente.
Lo que se c o n o c e c o m o mundo presuntivo, es decir,
el mundo confiable y predecible de cada persona, es
transformado para siempre por las pérdidas (Neimeyer,
166
1997) . Tras el cambio y el crecimiento que puede supo
ner una experiencia de duelo la persona no retorna al
punto de partida s iendo la misma de antes; es posible
que sea mejor, pero nunca igual. El duelo implica no
sólo un proceso de reaprender el mundo externo desor
ganizado y cambiado, sino también el de reaprendernos
y reconocernos a nosotros mismos (Attig, 1996) .
Esto no significa que para hacer un buen duelo to
das las personas tengan que experimentar lo mismo y
seguir una secuencia universal de etapas que termina en
la recuperación, pe ro lo que sí es cierto es que tener
claridad sobre algunas de las reacciones , conductas y
dilemas naturales y esperables en un duelo, facilita el
poder validar la respuesta personal c o m o única y respe
table y, quizás, despejar la terrible amenaza de estar vol
viéndose loco que causa la inesperada intensidad de las
respuestas emocionales .
Preguntas y respuestas
Hace cuatro años desapareció mi cuñado de37años. Lo
buscamos por todo el territorio con ayuda de los organis
mos de seguridad y no dejó ni huella. Mi hermana, de
33 años, tiene dos niñitas y hace unos meses notó que se
siente atraída por un colega mío pero que no se atrevería
a iniciar una relación. ¿Cómopuedo ayudarla? Soy odon
tólogo. Gracias.
El drama del desaparecido deja secuelas emocionales ex
tremadamente difíciles para toda la familia. Hasta el día
de hoy su hermana no sabe si es casada, separada o
viuda. Como ella, miles de ciudadanos en América Lati
na enfrentan la incertidumbre y el calvario de la desapa
rición de un ser querido. Durante una fase inicial, la
167
familia guarda esperanzas y baraja diferentes conjeturas
sobre la posible suerte del desaparecido. Con las investi
gaciones y pesquisas renace la ilusión de encontrarlo o
de que aparezca, pero esta se va perdiendo gradualmen
te para darle lugar a la idea de que quizás no regresará
nunca. Esta idea, en el caso de los desaparecidos, no se
convierte en realidad debido a que no existen restos o
constatación de la muerte.
Tanto para los hijitos c o m o para su hermana sería
conveniente determinar una fecha a partir de la cual,
psicológicamente, se da por muerto al desaparecido. In
clusive se puede llevar a c a b o un funeral s imbólico, para
iniciar luego el p roceso del duelo. Al margen de las
anteriores sugerencias, debo manifestarle que este tipo
de duelos sin cadáver suelen no resolverse nunca, y con
frecuencia se expresan bajo la fachada de enfermedades
psicosomáticas. El temor de su hermana a volver a ape
garse tiene muchas y muy sensatas expl icaciones , pero
ella puede intentar superarlo, quizás con ayuda profe
sional, para volver a amar y, dada su juventud, restable
cer un nuevo y buen hogar para sus hijos.
En los últimos tres años ha pasado mi familia las peores
penas. Papá fue secuestrado, se pagó dos veces el rescate
y lo devolvieron muerto un año después. Una hermana
mía tuvo un accidente y le amputaron un brazo. Mi her
mano mayor se separó hace poco y mi sobrina de 18
años se afilió a una religión donde la enajenaron men
talmente hasta que se fue de su casa, hecha una nada,
detrás de los dos predicadores de la secta, a otro país. Mi
mamá, mis dos hermanos y yo no podemos ya con esta
cadena de desgracias. ¿Qué nos aconseja usted?
A veces las penas y los malos momentos vienen c o m o
en rachas, en oleadas, y azotan sin compas ión a una
1 6 8
familia. Lo que ustedes viven son duelos múltiples por
muchas pérdidas, que sobrecargan individual y familiar
mente las capacidades de enfrentar la adversidad. Cuan
do son muy seguidas en el t iempo, puede ocurrir que
uno no a lcance a recobrarse de una pérdida cuando
sobreviene la otra, lo que dificulta la posibilidad de ha
cer bien el duelo, de recuperarse, de ir res tableciendo la
confianza en la vida y en su bondad.
En momentos en que la vida es tan dura, hay que
echar m a n o de toda la ayuda que esté a nuestro alcan
ce: la solidaridad, la religión, la psicología, la paciencia,
la tolerancia. . . La familia y los amigos pueden ser apo
yos firmes de los cuales prenderse en estos momentos
difíciles. Abordar cada pena por separado ayuda a con
tener la avalancha y a enfrentar p o c o a p o c o la realidad.
Dicen que es malo llorar a un ser querido porque su alma
no puede descansar ni avanzar.
Me temo que quienes inventaron esa teoría tenían una
seria intolerancia a la tristeza y al sufrimiento y decidie
ron decirles eso a los dolientes para frenar el llanto que
los incomoda porque no han resuelto sus propias triste
zas internas de forma saludable. El llanto es bueno , tera
péutico, sanador y conveniente c o m o forma de expresión
de la tristeza; más daño hace reprimirlo que dejarlo fluir.
Luego de llorar, el doliente generalmente siente alivio y,
a la inversa, el que no puede manifestar su dolor a tra
vés de las lágrimas experimenta una sensación de opre
sión y una gran necesidad de desahogarse.
Soy enfermera y viví el caso de una hermana mía de 43
años cuyo marido desapareció hace seis meses. Nunca se
supo nada de él. La veo muy mal físicamente. ¿Puede
169
hablarnos de su experiencia en los casos en que no hay
cadáver ni funeral?
Tristemente, el duelo por personas desaparecidas parece
ser un duelo que . . . no se puede elaborar. Se b loquea
por la falta de evidencias para constatar la muerte y por
la natural ambivalencia que refuerza la esperanza, aun
cuando todo parezca indicar que la persona murió. La
somatización es una salida muy frecuente en estos ca
sos: los dolientes, c o m o su hermana, t ienden a enfer
marse físicamente, pierden peso en forma considerable
y presentan variados síntomas de índole psicológica. Mu
chas veces , en un intento por resolver la incertidumbre,
acuden a la magia, al espiritismo, a los "psíquicos" o
videntes. Esto, c o m o ya lo hemos afirmado, resulta peli
groso, pues por lo general se trata de charlatanes que
estafan a los dolientes dispuestos a pagar cualquier pre
c io por recuperar su perdida tranquilidad.
¿En qué consiste la ayuda psicológica profesional en un
duelo?
Depende bás icamente de la necesidad de quien consul
ta. Así, por e jemplo, en muchos casos tan sólo es nece
sario encauzar adecuadamente el proceso en un principio
y la persona, con sus propios recursos, continúa sola. En
otros se requiere apoyo ps icológico para poder iniciar
un duelo b loqueado o ponerle fin a un duelo intermina
ble, crónico. Para muchas personas ese rato terapéutico
constituye el único espacio semanal , en el que pueden
dejar fluir sus verdaderos sentimientos y sus recuerdos,
pues carecen de un real apoyo familiar y social que
valide su pena o de un interlocutor empát ico y sensible
que la e scuche .
170
1 El dolor de la ausencia
En inglés, idioma en el que se escr iben gran parte de
las publ icac iones sobre es te tema, exis ten tres términos
diferentes que complemen tan la noc ión de duelo:
• Bereavement: es la sensación de haber sido roba
do, de ser despojado de algo valioso. Equivale a quedar
se abrazando un espacio vacío.
• Grief es la reacción de aflicción ante la pérdida.
Incluye una amalgama de respuestas con componen tes
físicos, emociona les y espirituales.
• Mourning: se refiere específ icamente a la acc ión o
tarea, al trabajo psicológico, de la e laboración del duelo.
Incluye los procesos mediante los cuales el doliente des
hace los lazos o desata los vínculos que lo ligaban a
alguien que ya no está.
En español , el término duelo prácticamente abarca
estos tres. C o m o se dijo antes, no existen fases o etapas
predefinidas en el t iempo o por la calidad de sus com
ponentes que todos los dolientes deban cumplir inexo
r a b l e m e n t e ; sin e m b a r g o , p o d e m o s hab l a r de t res
momentos diferentes en el camino del duelo.
171
S H O C K , A T U R D I M I E N T O Y A N E S T E S I A
E M O C I O N A L
La primera reacc ión ante la noticia de la muerte de un
ser querido es la de incredulidad. Se entra en una espe
cie de b loqueo , de "esto no es conmigo", semejante a la
reacción inicial ante cualquier mala noticia, por e jemplo,
la confirmación de un diagnóstico de sida o cáncer. La
persona no siente, está c o m o congelada por dentro; sim
plemente actúa c o m o un robot, en forma automática.
Sufre de anestesia emocional , que es una forma de ne
gación, un mecan ismo de defensa que cumple el propó
sito de suspender o anular lo que ocurre, por demasiado
doloroso, que "cancela" temporalmente el evento para
poder seguir viviendo.
Muchas veces este es tado de aparente control sobre
la desgracia, que no es tal s ino, c o m o dec imos , una
reacc ión inicial de c h o q u e , embo tamien to e irrealidad,
es confundido c o n una admirable respuesta de valentía
y entereza ante la tragedia. Las personas relatan e sos
m o m e n t o s c o n frases c o m o "yo no era yo , actuaba, me
movía y daba órdenes , pe ro en el fondo no había re
gistrado aún la realidad a nivel emociona l" , "me quedé
paralizada, muda, sin move rme y sin poder reacc io
nar", o "veía el movimiento y el atafago a mi a l rededor
c o m o si fuera una pel ícula y yo la espectadora" . Ver a
la persona muerta, asistir a los funerales - i n n e g a b l e
ritual de despedida- , oír c ó m o ocurr ió la tragedia y
poder hablar de ella ayudan al dol iente a salir del esta
do de choque ; por el contrario, reforzar la anestesia
emociona l con tranquilizantes o antidepresivos, que b lo
quean la sana y natural capac idad para reaccionar , o
esconder le la verdad a la persona, definit ivamente no
ayudan para nada.
172
Entre más intempestiva e inesperada sea la muerte
más largo pude ser este primer momen to del duelo: al
gunas personas relatan que tan sólo semanas o meses
después pudieron sentir en toda su dimensión la ausen
cia del ser querido c o m o irreversible.
E N F R E N T A N D O L A A U S E N C I A : FASE A G U D A
Generalmente, luego del entierro la ausencia del ser que
rido se hace tangible e innegable en todo momento y
lugar: en la casa, en la cama, en el día, a la hora de las
comidas . . . Todo trae torrentes de recuerdos tristes. Se
imponen en tonces la realidad de la ausencia y una im
perativa y punzante necesidad de la persona, con olea
das de una agonía y un dolor profundos. El doliente, sin
darse cuenta muchas veces , explora los lugares familia
res en busca de su ser querido. Al no encontrarlo se
desespera y cae en un profundo desconsuelo , sintiendo
que le es imposible sobrevivir con ese vacío, con esa
urgencia. A veces es tal la necesidad de tenerlo cerca
otra vez que "siente" su presencia, su peso al otro lado
de la cama, el olor de su perfume y el tono de su voz, o
ve su silueta caminando por la calle y la sigue sólo para
comprobar, con profunda desilusión, que era una perso
na parecida.
También pueden sobrevenir momentos de pánico o
de intensa ansiedad e irritabilidad ante la temible pers
pectiva de seguir sin el otro, de rechazo a todo intento
de consue lo - p o r q u e pone de presente su incompletud
y su dolor sin so luc ión- y de rabia hacia Dios por haber
permitido esa muerte, hacia la institución de salud por
su negligencia, hacia el mismo muerto por su descuido
- p o r e jemplo, si murió en un accidente mientras condu-
173
cía ebr io- , hacia sí mismo por no haber podido evitar la
muerte o por las circunstancias en que permitió que
ocurriera. Así mismo, aparece la culpa en forma de auto-
reproches por lo que se hizo mal o por lo que se dejó
de hacer en la relación, desconoc iendo el carácter im
perfecto de todo vínculo humano.
Cada "primera vez" que suceden los eventos de la
vida sin él o ella ratifican su muerte y la consiguiente
soledad del sobreviviente, con lo que retornan el dolor
agudo, la tristeza y la nostalgia. Sin embargo , p o c o a
p o c o se va haciendo más difícil negar la muerte porque
ya no hay interacciones en lo cotidiano que refuercen la
continuidad de la relación. Así llegan "la primera Navi
dad sin él o ella", "el primer Día de la Madre o del
Padre", "la primera vez que vamos solos de vacaciones" ,
"la primera mañana en que no hay a quién despertar
para que no lo deje el bus", "la primera comida en la
mesa con un puesto vacío" . . . Esas primeras veces nos
confrontan con la ausencia.
La preocupación por la imagen del que murió es per
manente y rumiativa. Esa dolosa invasión de imágenes,
sentimientos intensos y emociones desequilibrantes, el re
vivir una y otra vez situaciones pasadas y la sensación de
no ser uno mismo por la extrañeza que causan las propias
reacciones inesperadas y desproporcionadas, forman parte
del proceso del duelo. Posteriormente, cuando ya se ha
aceptado lo ineludible de la muerte y se ha podido reac
cionar ante el hecho, se inicia la dura y larga tarea de
deshacer los vínculos que nos ligaban con esa persona
querida. Esto es lo que se conoce c o m o el proceso de
elaboración del duelo, que la persona puede vivenciar c o m o
interminable; algo así c o m o la aparente inmovilidad de
alguien que va de pie en una infinita banda móvil de un
aeropuerto, a veces lentamente y a veces avanzando de
1 7 4
forma casi imperceptible. Aquí se confunden tristeza y de
presión. Empleamos expresiones c o m o "está muy mal" o
"está deprimido" para referirnos a alguien en ese estado;
cuando en realidad, mediando una visión más amplia y
clara de lo que implica un duelo, deberíamos decir "está
muy triste pero va bien, puesto que eso es lo que le toca
vivir". El dolor del duelo no puede esquivarse; tan sólo
cuando se lo vive y enfrenta comienza a desvanecerse.
Cuando esa sensación de duelo se reprime o se ocul
ta tras una fachada de admirable fortaleza, de compromi
sos de t r aba jo a g o t a d o r e s , e x c e s o de ac t iv idad y
aceleramiento o abuso de alcohol y drogas para adorme
cer el dolor y el sufrimiento, estos sentimientos estanca
dos hacen estragos y buscan salir, manifestarse, a través
de síntomas físicos, enfermedades o trastornos del com
portamiento y dificultad para volver a amar y confiar en
los demás, acompañados de una imperiosa necesidad de
esquivar todas aquellas situaciones -cl ínicas, entierros, pe
lículas tristes o personas l lorando- que puedan revivir el
león dormido del duelo no afrontado.
La depresión puede también ser el resultado desfa
vorable de un duelo no resuelto, lo mismo que el a lco
h o l i s m o , las c o n d u c t a s d e s p ó t i c a s y m u c h o s o t ros
malestares que a nivel emociona l entorpecen el desarro
llo normal de la persona en diferentes aspectos de su
vida, sin saber que en el fondo de tales dificultades yace
una pérdida o duelo no elaborado.
V O L V E R A LA V I D A : C A M B I O , R E O R G A N I Z A C I Ó N
Y R E S T A B L E C I M I E N T O
Todo duelo bien e laborado debe llegar a un fin. Sin
embargo, en algunos casos las heridas son tan profun-
175
das que no cicatrizan totalmente y, ante determinados
estímulos, vuelven a doler una y otra vez, c o m o es fre
cuente en casos de sufrimiento ext remo c o m o la muerte
de un hijo. Completar el duelo no significa olvidar a
quien murió sino intentar alcanzar el restablecimiento,
de la misma manera que en el p roceso curativo de una
enfermedad: en la fase final la cicatriz ya no duele, pero
t ampoco desaparece nunca.
Al hablar de cambio nos referimos a la nueva identi
dad con que generalmente se descubre el doliente en
las etapas ya finales de su duelo, a veces sorprendido
cons igo mismo al advertir que vuelve a sonreír, cuando
hace p o c o no lo creía posible, que vuelve a sentir la
vida y que a través de la tristeza encontró dentro de sí
mismo intereses y libertades desconocidos que le abren
nuevas opc iones de vida.
La reorganización es el resultado final, esperado y
alcanzable, cuando tomamos en nuestras propias manos
los pedazos de nuestra vida resquebrajada, l loramos so
bre ellos y aceptamos la pena para después, con viejos
recursos y con lo aprendido en esta dolorosa experien
cia, emprender la tarea de reconstruir nuestro mundo
roto, de llenarlo c o n otros significados y con un para
qué diferente al que tenía antes de la muerte de esa
persona amada. Imaginemos el caso de un hombre o
una mujer que enviuda a los 55 años de edad, después
de treinta años de matrimonio: enfrentará un duelo de
moledor, acrecentado por las múltiples pérdidas secun
darias y simbólicas asociadas a su viudez. Es de desear
que tras un recorrido inicial penoso pero enriquecedor,
la persona logre aceptar su nueva vida y afrontar su
soledad con diferentes recursos. Quizás pueda volver a
estudiar o practicar alguna actividad que siempre había
querido, o tal vez escriba un libro o se vincule a un
1 7 6
grupo social para participar en diferentes planes cultura
les, deportivos o recreativos, placeres seguramente olvi
dados tras la prolongada enfermedad de su cónyuge, o
busque la compañía de otras personas de su condición.
En lo financiero quizás se revele c o m o una persona há
bil para administrar los b ienes que quedaron - q u e en el
caso de la mujer es un papel casi s iempre asumido por
el mar ido - y, probablemente , si la relación afectiva fue
positiva y predominan los recuerdos cálidos y amorosos,
volverá a relacionarse con alguien.
Reacomodarse a la pérdida es recordar a la persona
ya no c o m o presente sino c o m o ausente; es evocarla
con cariño y nostalgia, pero sin que su recuerdo sea un
obstáculo para el crecimiento personal; es aprender a
vivir sin e se ser, encontrando nuevas alternativas para
seguir adelante; es organizar un nuevo mundo presunti
vo con creencias y prioridades diferentes; es dejarlo ir,
soltarlo, separarse: la muerte acaba con la vida pero no
con una relación.
Las sensaciones y sentimientos propios de la fase agu
da del duelo tienden a repetirse con intensidad semejante
cuando se cumple el primer aniversario de la muerte. El
doliente, para entonces ya más tranquilo y reubicado en
la vida, se sorprende y se asusta cuando comienza a ex
perimentar una necesidad de revivir los acontecimientos
de hace un año, y su vivencia es acompañada de profun
da tristeza. Este fenómeno, conocido c o m o síndrome de
aniversario, es temporal, y de ninguna manera implica un
retroceso definitivo en la elaboración del duelo. Pasados
algunos días, la persona volverá a los niveles de funcio
namiento emocional que ya había logrado. Otro tanto pue
de ocurrir en Navidad, cumpleaños y diversas fechas
conmemorativas.
177
2
178
quien murió hacia la búsqueda de nuevos proyectos,
ilusiones, afectos y motivos para vivir.
Estas seis R equivalen a las cuatro grandes tareas
que William Worden postula, cada una de las cuales es
prerrequisito para la siguiente. Las seis R y las cuatro
tareas no son los únicos esquemas válidos vigentes, ni
pretenden invalidar otras formas de reacción de duelo.
Sin embargo, la exper iencia clínica ha demostrado que
son de gran utilidad práctica, pues permiten al doliente
o al profesional de la salud evaluar el recorrido de un
caso particular y detectar dónde se ubican los b loqueos
y fallas. Las cuatro tareas son:
• Aceptar: lograr admitir la muerte c o m o un final
inmodificable. Lo contrario sería negarla o desconocer la ,
ignorando sus detalles.
• Reacc iona r : p o d e r sentir y manifestar lo q u e se
s iente en tan difíciles m o m e n t o s ; s i es pos ib le , darle
un n o m b r e (dolor, tristeza, nostalgia , rabia, desespe ra
c ión, desesperanza , apatía, desmot ivac ión , fatiga, an
g u s t i a , c u l p a . . . ) . L o c o n t r a r i o s e r í a a h o g a r l o s
sent imientos , pasar por e n c i m a de la do lorosa reali
dad r ehusando acep ta r nuestra fragilidad h u m a n a y
reforzando nues t ro pape l de fuertes, inquebran tab les
y va le rosos a cos ta de un alto p rec io y una mut i lac ión
e m o c i o n a l . No hay q u e olvidar q u e los p recep tos so -
c iocul tura les v igentes refuerzan y exa l tan c o m o e jem
plares estas act i tudes.
• Readaptarse a un ambiente que acepta la ausencia
del que murió. Lo contrario sería no cambiar nada, dejar
las pertenencias del otro tal c o m o estaban antes y renun
ciar a asumir sus funciones y responsabilidades.
• Liberar la energía psicológica de la relación con
quien murió y reinvertirla en proyectos, ilusiones o en
un nuevo amor. Lo contrario es perpetuar e ternamente
179
Las seis R
El duelo es algo que hacemos nosotros mismos y no algo que algún otro pueda hacer por nosotros.
Para que sean más comprensibles los pasos que se deben
dar o los momentos que hay que atravesar para resolver
un duelo, Therese Rando, psicóloga de duelos, ha esta
blecido seis tareas cuyos nombres comienzan con R:
• Reconocer la pérdida: admitir y entender la muerte.
• Reaccionar ante la separación: permitirse sentir,
es to es , identificar, aceptar y expresar e m o c i o n e s y sen
t imientos.
• Recordar y reexperimentar la relación: admitir y
revivir los sentimientos, los recuerdos y los momentos
compartidos, ya sean buenos o malos, en forma realista.
• Replantear los papeles: estar dispuesto a replan
tear la identidad previa, el estilo, los valores y las priori
dades de la anterior forma de vida, aceptando que el
mundo presuntivo cambió irremediablemente.
• Reacomodarse: adaptarse a un mundo nuevo, dife
rente e incompleto, si se le compara con el anterior; susti
tuir la relación presencial por una de nostalgia y recuerdos.
• Reinvertir la energía psicológica: orientar el amor,
el interés y la dedicación que ligaba al doliente con
nuestra incapacidad y no volver a amar. En cierto modo ,
esto sería c o m o autodecretarse la muerte afectiva al tiem
po con la muerte biológica del ser querido; es sobrevivir
pero sin volver a vivir plenamente.
Q U É A Y U D A
• Reconoce r la vulnerabilidad y las l imitaciones tem
porales que implica vivir un duelo y eximirse en lo posi
ble de responsabil idades mayores.
• Tenerse mucha paciencia y ser benévo lo con uno
mismo.
• Hablar de lo que pasó; compartir los estados de
ánimo, los recuerdos y las necesidades con personas afec
tivamente cercanas y comprensivas que sepan tolerar y
consolar sin descalificar.
• Consentirse, es decir, buscar experiencias , compa
ñías y momentos gratificantes, que le produzcan paz y
respeten su proceso .
• Disponer de un t i empo para llorar, pensar y re
cordar.
• Darle un sentido a lo que ocurrió. Esto puede
lograrse abriendo un espacio espiritual en su vida, que
le permita recogerse , reflexionar y trascender a partir de
la pena.
• Comer b ien y descansar mucho .
Q U É N O A Y U D A
• Imponerse actitudes de falsa fortaleza, ignorando
los mensajes no verbales del cuerpo y la parte emoc io
nal, que reclama tolerancia.
1 8 0
• Tomar decisiones importantes -casarse , cambiar de
trabajo, trasladarse de país, romper una relación amoro
s a - en momentos de duelo, cuando no es fácil pensar
con cabeza fría.
• Viajar, mudarse de residencia, deshacerse de fotos
o cartas, y todo aquello que implique evadir recuerdos.
» Remplazar rápidamente a la persona muerta invo
lucrándose en una relación amorosa, casándose, tenien
do otro hijo o adoptando uno.
• No tocar, dejar intactos los objetos y las poses io
nes de quien murió. Tras esta conducta, llamada momifi
cación, se e sconde una sutil negación de la pérdida,
puesto que al dejar todo c o m o estaba se espera que
regrese. T a m p o c o ayuda el deshacerse de todo el primer
día.
• Idealizar al muerto, hacerle altares, convertirlo en
ídolo o en santo, rezarle y tan sólo recordar los aspectos
positivos de la relación.
• Recurrir a tranquilizantes, sustancias psicoactivas o
alcohol para ahogar la pena.
• Comprometerse en actividades sexuales promiscuas.
• Aislarse emocionalmente , rechazar la ayuda y cer
canía de familiares y amigos.
• Victimizarse, favorecer la autocompasión, sentir que
la vida jamás podrá reparar tan injusta pérdida.
• Comparar las propias penas o duelos con otros.
• Aceptar mandatos o imposiciones familiares, cultu
rales y sociales en lo referente al t iempo que debe durar
la pena. Es mejor ir descubriendo, con flexibilidad, un
camino personal para asumirla.
• Sentirse desleal con quien murió por sonreír, por
pasar momentos alegres, distraerse a ratos o divertirse.
181
F A C T O R E S Q U E INCREMENTAN E L R I E S G O
D E C O M P L I C A C I O N E S E N U N D U E L O
ASOCIADOS ESPECÍFICAMENTE CON LA MUERTE
• Muerte inesperada, repentina (especia lmente si es
traumática, violenta o mutilante).
• Muerte c o m o consecuencia de una enfermedad exa
geradamente larga.
• Muerte de un hijo.
• Muerte que el doliente percibe que se pudo pre
venir o evitar.
ASOCIADOS A SITUACIONES PREVIAS
O SUBSIGUIENTES A LA MUERTE
• Relación agresiva, ambivalente o marcadamente de
pendiente o destructiva con quien murió.
• Pérdidas previas, duelos no resueltos o problemas
emociona les importantes de índole psiquiátrica.
• Insuficiencia o carencia real de apoyo social, tal
c o m o es percibido por el doliente.
¿ C U A N D O S E C O M P L I C A U N D U E L O ?
Si b ien existe bastante literatura al respecto y no hay
unanimidad de criterios sobre este tema, se puede afir
mar que un duelo se complica cuando alguna de las seis
R o las cuatro tareas faltan, se encuentran inhibidas, mues
tran excesiva duración o se han vuelto crónicas. En tales
casos es urgente buscar la ayuda de un profesional de la
salud mental c o n exper iencia en detectar, ubicar y corre
gir los factores que incidieron en la complicación.
182
INDICADORES CLÍNICOS PARA DETECTAR
COMPLICACIONES EN EL DUELO
Muchos de los síntomas tratados en el consultorio de un
psicólogo o un psiquiatra están asociados a un duelo com
plicado, sea porque nunca se afrontó, porque se b loqueó
e inhibió su expresión a algún nivel o porque se "cronifí-
có", es decir, se volvió permanente. Como esta lista de
indicadores clínicos de duelo complicado no es exhausti
va, se recomienda no utilizar los datos de forma aislada
sino en el contexto particular de cada doliente, de su
pérdida y del t iempo que ha pasado desde la muerte:
• Excesiva sensibilidad y vulnerabilidad ante las ex
periencias que impliquen pérdida o separación.
• Conductas y respuestas psicológicas hiperactivas y
de desasosiego, aceleramiento o neces idad de mantener
se ocupado, c o m o si el si lencio o la cesac ión del movi
miento amenazaran permitir la aparición de contenidos
reprimidos y generadores de ansiedad.
• Temores ante la muerte, en particular la de los
seres queridos, demasiado exacerbados .
• Idealización excesiva de quien murió.
• Conductas rígidas, compulsivas, que limitan la li
bertad y el bienestar del doliente.
• Pensamientos obsesivos rumiativos persistentes alre
dedor del muerto y de las circunstancias de la pérdida.
• Dificultad para experimentar las reacciones e m o
cionales de dolor naturales ante la pérdida, debido a
una excesiva constr icción de la parte afectiva.
• Confusión e inhabilidad para articular sentimientos
y pensamientos relativos a quien murió.
• Temor a la intimidad en la relación con los demás
y otros indicadores de dificultades en la vida afectiva
relacionados con el miedo a volver a perder.
183
• Un patrón de relaciones y / o conductas autodes-
tructivas, entre ellas la necesidad compulsiva de cuidar y
proteger a los demás a cualquier costo emocional .
• Sensación crónica de aturdimiento, confusión y des
personalización que aleja al doliente de su entorno.
• Rabia e irritabilidad crónicas o unidas con depre
sión.
• Dificultad para hacer un relato coherente de la
experiencia.
1 8 4
Viudez, la muerte de la pareja
Al principio yo tenía miedo de ir a sitios donde ella y yo habíamos sido felices: al restaurante favorito, a un parque especial. Pero me decidí a hacerlo de una vez, tal como rápidamente se envía de nuevo a volar al piloto que ha tenido un accidente aéreo. Vi inesperadamente que no había tanta diferencia... Su ausencia no era local, no se hacía peor en esos lugares. Su ausencia era como el cielo, lo cubría todo.
C S. LEWIS
La muerte de la pareja y la de un hijo constituyen, qui
zás, las experiencias más dolorosas y amenazantes para
la estabilidad emocional . La intensidad y la complej idad
inherentes al vínculo entre una pareja hacen que el per
der al otro signifique afrontar innumerables pérdidas, tanto
tangibles y cotidianas (el esposo , la seguridad económi
ca, el compañe ro sexual) c o m o simbólicas, o sea, del
significado interno que t iene esa pérdida: la fuente de
seguridad, la autoestima cifrada en el respaldo de estar
casado, el saberse central en la vida de alguien, el esta
tus social, el apoyo en los momentos difíciles, la compa
ñía en la ve jez . . .
185
LA R E L A C I Ó N
A través del len to e interesante p r o c e s o de construir
una re lac ión amorosa , cada u n o aporta no s ó l o sus
afectos s ino también sus expecta t ivas en cuan to a la so luc ión de sus neces idades y carenc ias p roven ien t e s
del pasado familiar; aporta su historia personal , c o n ;
los pa t rones de re lac ión c o n sus padres, que ha inter
nal izado desde edad temprana, sus espac ios , su intimi
dad, sus i lusiones, los sueños l igados al futuro. Entre
la pareja se va te j iendo una comple ja red de múlt iples
e l emen tos de c rec imien to , de camb ios y de sa t i s faccio
nes , al igual que de frustraciones acep tadas e imper
fecc iones "negociadas" .
Amar y construir una relación de pareja es para la mayoría de los seres humanos la tarea vital de mayor
importancia. Contar con un compañe ro o compañe ra
aporta seguridad y confianza y hace más l levaderos los
momentos difíciles que la vida trae; además, poder c o m -
partir lo b u e n o y lo malo incrementa el g o c e de las
experiencias felices y mitiga el dolor de las tristes. Para
la mayoría de las personas, su pareja y el amor q u e los
une son un motivo para vivir. Un buen vínculo nos da la oportunidad de reparar o sanar viejas heridas emoc iona - '
les, c o m o abandonos y maltratos. La compañía , la inti>
midad y el respaldo que la relación de pareja aporta son
vitales para la estabilidad emociona l del adulto.
¿ Q U E S E P I E R D E ?
Muchas veces , tan sólo cuando se pierde a la persona se
toma conciencia de la gran cantidad de papeles q u e ella
desempeñaba en nuestra vida, de los espacios q u e Ue-
1 8 6
naba en nuestro mundo interno. Al morir la pareja, el
sobreviviente se ve obligado, luego de la desorganiza
ción inicial, a renunciar al mundo presuntivo que habían
construido ambos sobre la base de ser pareja del otro y
de ser dos enfrentando la vida. El mundo hasta en tonces
confiable y seguro se torna, al faltar el apoyo del otro,
amenazador, impredecible, confuso y peligroso. Surgen
la ansiedad, relacionada con el temor de no poder se
guir adelante sin e se otro, la sensación de estar incom
pleto, de soledad y vacío, la falta de sentido de muchos
proyectos y la necesidad, la tarea de hacer un duelo por
cada una de esas pérdidas.
Hasta ahora hemos h e c h o referencia a una relación
de pareja sana. En aquellos casos en que la relación, por
el contrario, ha sido fuente de sufrimientos, una tortura
psicológica, una incancelable adicción, una atadura de
dependencia que ha anulado a uno o a ambos a partir
de su simbiosis, una secuencia permanente de abusos,
podría uno suponer que c o n la muerte se le p o n e fin a
la cadena de maltratos y que llegará el alivio. Aunque
en parte sí se experimenta cierta paz cuando uno de los
dos muere, el duelo no se resuelve rápida y mágicamen
te. De hecho , se elabora más fácilmente el duelo por
una persona amada con la cual predominaban los as
pectos amorosos y positivos que por una persona hacia
quien se siente una profunda ambivalencia, con la que
existe una relación de odio-agresión y amor-necesidad
entremezclados, donde los aspectos negativos prevale
cen. En estos casos, es llamativa la tendencia a idealizar
al muerto, ignorando y exc luyendo definitivamente los
malos recuerdos. La viudez posterior a una mala rela
ción presenta un alto riesgo de compl icac iones emoc io
nales que, de no mediar ayuda profesional, pueden dejar
secuelas imborrables que irremediablemente limitarán al
187
viudo o viuda en su posibilidad de volver a creer en
alguien, confiar y amar.
La experiencia clínica ha demostrado que las perso
nas viudas que elaboran un duelo con mucho dolor pero
sin culpa ni mayores resentimientos, pueden más fácil
mente volver a entablar una relación amorosa estable una
vez que el duelo se ha completado. Se podría decir que
se trata de personas que saben amar y vivir en pareja. En
el caso contrario, tan sólo cuando la persona recibe ayu
da terapéutica puede resolver los intensos conflictos que
quedan latentes tras una relación predominantemente des
tructiva, para volver a querer.
D I F E R E N T E S M O M E N T O S E N L A R E L A C I Ó N ,
D I F E R E N T E S P E R D I D A S
Si la muerte del otro ocurre temprano en el curso de la
relación de pareja, seguramente lo que se pierde es el
otro idealizado. Al principio, el enamoramiento borra las
fronteras entre ambos y permite construir la fantasía del
amor idílico que todo lo soluciona, que todo lo puede.
Con el transcurrir del t iempo, c o n las interacciones in
evitables, esa relación sufre un p roceso natural de desi
dea l izac ión q u e da lugar a l e s t ab l ec imien to de una
relación más madura y asentada, más realista, que inclu
ye los aspectos buenos y malos del otro, los logros y las
frustraciones. Cuando la relación no pudo llegar a ese
punto de sano equilibrio, lo que se pierde corresponde
más al ámbito de la ilusión, del futuro, de lo que no
pudo llegar a concretarse nunca, de lo ideal, del compa
ñero perfecto.
Cuando hay hijos, además de la tarea de asumir el
propio duelo, el viudo o la viuda deben redefinir su iden-
1 8 8
tidad y sus funciones para adoptar las responsabilidades
del otro. Así, el hombre tendrá que regresar temprano a
la casa, supervisar las tareas escolares de los niños, llevar
los al médico, hacer el mercado y atender los desajustes
emocionales de cada uno en su propio duelo. La tarea
puede resultar intolerable para un hombre social y cultu-
ralmente enfocado a enfrentar otro tipo de actividades.
Tan difícil puede parecerle el futuro a un viudo joven que
no es raro que pronto se aventure a una nueva relación
amorosa, a veces prematura dentro de su proceso de re
cuperación, con el fin de garantizarles a sus hijos una
buena madre sustituía que comparta la agotadora carga
con él.
Por su parte, la mujer suele sentirse sobrecargada y
exhausta, pues su jornada parece no acabar en 24 horas.
Además de recibir las reacciones amorosas, tristes, de
mandantes o agresivas de sus hijos, debe preocuparse
por el bienestar e c o n ó m i c o futuro. Con frecuencia debe
salir a trabajar, por lo cual a los hijos se les duplica la
pérdida y a ella la jornada laboral, pues cuando regresa
cansada, triste y agobiada, en la noche , d e b e estar pron
ta para atender amorosa y pacientemente a los hijos.
La viudez en la edad madura plantea problemas di
ferentes. Luego de treinta o más años de convivencia la
persona ya ha construido su identidad c o m o la mitad de
un todo: los amigos son comunes , los hijos ya se han
ido de la casa y la vida en adelante parecía prometer la
plenitud y el disfrute que antes, debido a las tareas de
crianza, la educación de los hijos y el logro de un esta
bilidad económica , no habían sido posibles. Una perso
na cercana a los sesenta o setenta años puede sentirse
muy vital aún c o m o para permanecer sola, pero con
muchos años c o m o para volver a conseguir una pareja
estable. Sin embargo, en muchos casos las segundas unio-
1 8 9
nes en este m o m e n t o del c ic lo vital muestran ser una
tranquilizante solución a la neces idad de c o m p a ñ í a y
una opc ión m u y saludable, p e s e a los inconven ien tes
que suelen opone r los hijos, r eac ios .a aceptar la nueva
pareja del padre o la madre.
Ya en la vejez, la v iudez implica una e n o r m e c u o t a
de soledad pues to q u e no hay casi amigos - h a n ido
m u r i e n d o - y la pe r sona gene ra lmen te exper imenta do
lencias y achaques de salud q u e h a c e n difícil su super
vivencia so la y c u y o c u i d a d o p lan tea in t e rminab le s
dilemas y cargas extras para los hijos maduros . A u n q u e
las re laciones conyuga le s entre anc ianos suelen presen
tar una dinámica de intolerancia- tolerancia , de irritabili
dad y protesta mutua , es ta va unida a la abso lu ta
neces idad del otro: la vida sin el cónyuge es i n c o n c e b i
b le y la depres ión , la apatía, e inc luso la muerte , s o n
frecuentes en los due los por la pérdida de la pareja en
los más ancianos .
¿ C U A N D O O C U R R E L A M U E R T E ?
El h e c h o de q u e la muer t e ocurra en un m o m e n t o
singular, por e j e m p l o , l u e g o de una pe lea o un distan-
c iamien to tempora l , en seguida o durante una rela
c ión sexual , o en una m u y b u e n a e tapa de la vida de
pareja, incide en la fase t emprana del due lo , aportan
do cuotas extras de cu lpa y remord imien to , rabia, nos
talgia y dolor.
Las muertes repentinas o inesperadas, ya sean por
causas naturales, c o m o un infarto o derrame cerebral,
un accidente aé reo o automovilíst ico, homicidio o suici
dio, provocan respuestas iniciales de c h o q u e más inten
sas y p ro longadas , a c o m p a ñ a d a s de incredul idad y
1 9 0
anestesia emocional , las cuales retardan la aceptación y el reconocimiento de la muerte c o m o una realidad in-modificable.
Las enfermedades de larga evolución que implican la
agotadora tarea de tomar decis iones difíciles sobre el
cuidado del enfermo y presenciar su inevitable deterio
ro, también aportan tensiones, ambivalencia, cansancio ,
culpa por resentimientos y otras respuestas afectivas que
pueden generarle al sobreviviente compl icac iones en su
duelo, sobre todo cuando la enfermedad ha sido extre
madamente larga. Sin embargo, ésta ofrece al cónyuge
la oportunidad de acercarse, de reparar con sus cuida
dos, de despedirse l imando asperezas y viejos resenti
mientos, lo cual favorece un duelo triste pero apacible.
EL VACIO DE LA A U S E N C I A
Cuando la fase inicial de c h o q u e comienza de disiparse
y los familiares y amigos dejan de acompañar al doliente
para regresar a sus actividades, cuando luego de un pe
ríodo de unión y apoyo mutuo cada hijo d e b e reasumir
la vida, emergen con toda intensidad el dolor de la au
sencia, los recuerdos, el vacío y la misma ansiedad que
de pequeños sent íamos cuando se iba mamá. Aparecen
también el miedo, el temor a enfrentar solo o sola la
vida y a veces el deseo de morir también y no seguir
adelante. Se inicia la penosa tarea de ir deshaciendo
uno por uno los vínculos que tejían la relación de pare
ja; las reminiscencias de la vida en común, las promesas
y los planes futuros no realizados invaden al doliente
día y noche , junto con el nítido recuerdo de lo ocurrido
en los días o semanas que precedieron a la muerte. De
un m o m e n t o a otro, quizás tras una vida entera en com-
191
pañía, la persona debe volver a enfrentar la soledad,
intempestivamente y sin haber lo deseado. Lo único que
le serviría sería que su ser querido regresara, que sonara
el timbre de la puerta y él o ella dijeran: "Aquí estoy;
esto fue tan só lo una horrenda pesadilla".
La sexualidad y el manejo de las neces idades afecti
vas de los viudos y viudas son temas que p o c o se abor
dan, c o m o si la muerte del otro, por arte de magia,
decretara la muerte afectiva y sexual y se interrumpieran
las neces idades de contacto físico, de caricias, de intimi
dad. La exper iencia sugiere que los patrones de reacción
en este sentido son variados y muy individuales, aunque
mucho se ha dicho en chistes y rumores acerca de la
exagerada apetencia sexual de viudas y viudos, que los
convierten en una amenaza virtual en cualquier grupo.
En algunas personas sí se intensifican las necesidades
sexuales al principio del duelo, lo que les causa mayor
frustración y los pone en posición de vulnerabilidad para
una relación indiscriminada e inadecuadamente elegida,
movida sólo por necesidad de compañía física y rease
guramiento de la autoestima lesionada. A otros, la leal
tad a la persona muerta los lleva a reprimir sus deseos
sexuales, más aun cuando son conscientes del rechazo
que podría generar en su grupo social la expresión de
tales deseos en esos momentos . Un tercer grupo presen
ta una aparente ausencia inicial de deseo sexual; lo últi
mo en que pensarían en medio de tanta desorganización
vital sería en eso . Tal inhibición es en algunos casos
permanente , y la renuncia equivale a decretarse la pro
pia muerte sexual a raíz de la muerte del compañero o
compañera , y en otros casos es transitoria: pasado un
t iempo renacen las necesidades de intimidad, de abra
zos y caricias, que pueden ser saludablemente maneja
das hasta encontrar una relación que aporte la satisfacción
192
sexual dentro de un contex to de cuidado y afecto. En
esta área, desde luego, t ienen un papel definitivo la per
sonalidad del viudo o la viuda y el grado de madurez e
importancia que el área sexual haya tenido para ellos.
DUELOS SECPvETOS
Entre las posibilidades primordiales de un doliente están
la de poder compartir sus sentimientos y emoc iones y la
de recibir apoyo y solidaridad de su red familiar y so
cial. Esto no sucede en aquellos duelos inconfesables
por pérdidas afectivas de carácter secreto, que por algún
motivo no pueden salir a la luz y dejan al doliente en
una peligrosa soledad para enfrentarlas. Es el caso, por
ejemplo, de un aborto provocado del cual sólo se hace
responsable la mujer que toma la decisión de llevarlo a
cabo . O la muerte de un compañero o compañera ho
mosexual , ya sea por sida o por cualquier otra enferme
dad. En estas situaciones la relación amorosa debe ser
mantenida en secreto para protegerla. Las familias cen
suran o descalifican determinadas e lecc iones sexuales o
estilos de vida, y el sobreviviente de la pareja debe se
guir su cotidianidad sin dejar ver señales externas de
dolor que delaten su vínculo afectivo con quien murió.
Lo mismo ocurre cuando la relación amorosa es clandes
tina debido a que uno de los dos o ambos t ienen otras
relaciones vigentes o hijos que no aceptarían la existen
cia de una relación alterna o paralela en la vida de su
padre o madre. En este caso, el o la "amante" clandesti
na debe ocultar su dolor sin tener a cce so a ningún tipo
de validación social o familiar de su pena, ni a c o n c e
derse el permiso de compartir con alguien su tragedia. A
veces estos duelos no expresables y reprimidos, llama-
193
dos por los investigadores nor teamericanos disenfran-
chised griefs, afloran más adelante en forma de síntomas
físicos o psicológicos, de desadaptaciones laborales, de
depresiones inexplicables a los ojos de la familia o de
dificultades perdurables para volver a es tablecer com
promisos afectivos.
Es recomendable recibir ayuda profesional de un psi
có logo con amplia exper iencia en pérdidas, que ofrezca
al doliente la oportunidad de vivir su duelo plenamente ,
brindándole un apoyo respetuoso y no juzgador, y de
compartir los recuerdos, la nostalgia, los sentimientos y
emoc iones propios de tal "viudez" sin reconocimiento .
Preguntas y respuestas
Tuve una relación amorosa intensa y significativa du
rante catorce años con una mujer casada y con hijos.
Nadie jamás se enteró, pero a pesar de que mi vida esta
ba "organizada", por otro lado ella era central en mis
afectos. En una ocasión se hospitalizó para una cirugía
estética que se complicó y que luego de 46 días de tortu
ra, incomunicación y lejanía obligada para mí, le oca
sionó la muerte. Asistí a su funeral en la última fila de la
iglesia, cuando bien sabía que debía estar en la primera.
Como no pude llorar, ni despedirme, ni me preparé para
su muerte, me dio una úlcera gástrica que casi me mata
a mí también. Tengo 60 años y esto fue hace cinco. Aún
su recuerdo me invade permanentemente, así como la
duda de si en los últimos momentos me pensaba, si me
necesitó, si sufrió. Yo creo que estoy deprimido: nada me
motiva y nunca más he sentido interés amoroso ni sexual
por nadie, ahora mi vida es monótona y gris. ¿Qué pue
do hacer?
1 9 4
Su duelo secre to y c landest ino no ha podido evoluc io
nar satisfactoriamente porque t iene varios factores de
riesgo de compl icac ión : una relación inconfesable , una
muerte incomprens ib le e inesperada, la imposibil idad
de haber h e c h o un cierre y haberse desped ido de ella,
la prohibic ión de reacc ionar l ibremente ante la pérdida
con toda intensidad, la carenc ia de una red de a p o y o
cercana, la imperiosa neces idad de guardar ce losamen
te el secre to . Para usted só lo están presentes los re
cuerdos , la nos ta lg ia , las incógni tas , las cu lpas . Es
fundamental q u e solicite ayuda profesional para venti
lar su pena , pues tenerla guardada le está cos tando a
usted el p rec io de una depresión, de "morirse ps ico ló
g icamente" c o n ella.
Yo viví un duelo secreto, como usted los llama, hace
cuatro años, pero no fue por muerte sino por abando
no. Soy casada y con hijos y la vida me sorprendió ena
morándome con locura de un colega importante y
también casado. Mantuvimos una relación clandestina
pero maravillosa para los dos: a nadie hicimos daño nun
ca y nos complementamos en nuestras vidas como nin
guno de los dos antes lo había soñado posible. Estando la
relación en un excelente momento, su esposa enfermó y
la culpa lo arrebató. Un día me dijo que, adorándome,
me iba a dejar, pues me había convertido en el centro de
su vida. Y hasta el sol de hoy han pasado años, lo veo
ocasionalmente por nuestra profesión y porque vivimos
en la misma ciudad y es otra persona: fría, distante y
dura. De ese duelo quedan aún partes sin sanar, pero
quería escribírselo porque: 1. A nadie se lo he podido
contar, y 2. Yo quedé "viuda " sin que nadie se me hubie
ra muerto. Gracias, doctora, por esta oportunidad.
195
Indudablemente, un abandono sin expl icación convin
cente para uno de los dos deja una herida profunda y
un dolor difícil de superar, sobre todo si se trataba de
una relación tan especial (¿no estará usted idealizándola
un poco?) y si era clandestina. Ese es uno de los proble
mas asociados a tales vínculos: que l leguen a apropiarse
de terrenos afectivos más amplios de los que en princi
pio se está dispuesto a conceder . El h e c h o de que la
decisión fuera tomada unilateralmente, que no fuera com
partida, equivale a una muerte repentina de carácter psi
co lógico que a usted la tomó por sorpresa y le "robó" lo
que, de acuerdo con su descripción, era un regalo valio
so de la vida. Por otro lado, el no poder comentar lo con
nadie, el tener que ocultar su duelo en el hogar y el
enfrentarse a un cambio tan drástico y radical en quien
algún t iempo atrás era su amor, la deben haber afectado
mucho . Cuídese, asuma su duelo y sea valiente para
aceptar algo tan difícil c o m o la indiferencia de él hacia
su dolor. Quizás usted nunca percibió que esos rasgos
de personalidad estaban presentes en él desde antes.
Busque un proyecto, una ilusión, otras metas y, si lo
necesita, también la ayuda de un profesional.
1 9 6
4 La muerte de uno
de los padres para el adulto
No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que mi madre, por su edad, estaba condenada a un fin próximo, no atenuó la horrible sorpresa. Un cáncer, una embolia, una congestión pulmonar-, es algo tan brutal e imprevisto como un motor que se detiene en el aire.
SIMONE DE BEAUVOIR, Una muerte muy dulce
La muer te de u n o de los padres es la pérdida más
c o m ú n y natural para los adultos. D e p e n d i e n d o de la
edad, es más o m e n o s e spe rab le , no contraría las le
yes de la naturaleza c o m o ocurre con la absurda muerte
de un n iño , no deja el s abor de so l edad y pr ivación
que p roduce la viudez, no es tan impactante c o m o la
muer te de un h e r m a n o o amigo c e r c a n o . Además , en
much í s imos casos , es la so luc ión para una vida de
p o b r e cal idad, o un alivio para a lguien anc i ano q u e
sufre de achaques , do lenc ias y en fe rmedades físicas,
o de so ledad y a is lamiento po rque ya sus amigos han
muer to , o de falta de sent ido e improduct ividad por
que nuestra soc iedad ca rece de e spac ios laborales para
los viejos , o del vac ío profundo de un hor izonte sin
tareas, t odo lo cual lo l leva a sentirse un e s to rbo fami
liar y socia l .
197
Estas razones están presentes cuando consideramos,
antes de que ocurra, la próxima muerte de uno de nues
tros padres. Mil razones la explican, la justifican, y hasta
la convierten en amorosamente deseable . ¿Por qué, en
tonces , nos afecta tan profundamente la muerte del pa
dre o de la madre cuando , c o m o adultos, nuestras
prioridades son nuestro compañe ro o compañera , el ho
gar y los hijos? Si recordamos brevemente , c o m o corres
ponde a las limitaciones de espacio de este libro, la
importancia del vínculo entre un hijo y sus padres y las
implicaciones que tiene en la edad adulta, quizás poda
mos comprender mejor la "desproporcionada" reacción
de duelo que la gran mayoría de las veces se presenta, o
prepararnos para el momen to en que ocurra, si aún no
se ha dado.
La reacción de cada persona ante la muerte de un
padre es única y no se parece a ninguna otra. Y es que
nadie nos c o n o c e ni c o n o c e nuestro pasado y nuestra
infancia c o m o nuestros padres. Para bien o para mal,
son figuras muy especiales para los hijos. Sea que haya
mos elegido p a r e c e m o s a ellos o que consc ien temente
decidamos precisamente ser lo opuesto, o que hayamos
tomado lo b u e n o y dejado de lado los rasgos malos,
todos l levamos dentro a nuestros padres, y sin duda son
siempre un referente poderoso en nuestras vidas. A tra
vés de nuestra relación con ellos fuimos generando el
concep to que hoy tenemos de nosotros mismos: nues
tros gustos, deseos , esperanzas, estilos de vida, e lecc ión
de pareja y papeles laborales, sociales y familiares, en
mucho han sido determinados por ellos.
Q u e "nadie lo quiere a uno c o m o sus padres" es tan
obvio c o m o que la n o c h e es oscura. La gravedad del
due lo po r l a muer t e d e u n o d e e l los d e p e n d e - c o m o
todos los d u e l o s - de muchos factores, c o m o se menc io -
1 9 8
nó ya en otro lugar del libro: quién era para nosotros la
persona que murió, qué papel desempeñaba en nuestra
vida y qué espacios ocupaba en nuestro mundo interno,
de qué forma y en qué momen to del c ic lo vital murió.
También influyen la versatilidad y solidez de los recur
sos internos para enfrentar la adversidad y la pena y la
disponibilidad de una adecuada red de apoyo familiar y
social.
Estos elementos explican en cierto modo lo sorpresi
va, por su intensidad, que resulta con frecuencia nuestra
reacción de duelo, que no parece corresponder a las ex
pectativas que nos hemos formulado c o m o adultos para
afrontar la muerte de uno de nuestros padres. Si este
representaba una permanente fuente de apoyo, de amor
incondicional, o si la relación con él era dolorosa o nega
tiva, va a determinar que el duelo sea triste, pero apaci
ble, o cargado de ambivalencia entre alivio y culpa, este
último mucho más propenso a evolucionar con complica
ciones. Sobre la forma y las circunstancias particulares en
que ocurre la muerte, la dignidad y el amor que la acom
pañan y nuestra participación pobre o decisiva en su cali
dad, nos ocupamos ya en los capítulos iniciales.
Si la muerte del progenitor ocurre cuando el hijo
está en los veinte o los treinta, coincide con un momen
to en que aún subsiste algo de aquella lucha por sepa
rarse de los padres y en el que los esfuerzos vitales van
dirigidos especia lmente a construir un hogar y lograr
conseguir una estabilidad laboral y económica adecua
da. Pero si la muerte ocurre cuando el hijo está alrede
dor de los cincuenta años, seguramente coincide con un
momento vital más estable, debido a que en gran parte
las tareas anteriores ya se han consumado y completa
do. Se despejan otros escenarios de crisis en torno al
proceso personal de envejecimiento, la posible aparición
1 9 9
del s índrome de "nido vacío", que obligan a replantear,
en la madurez, el significado y las metas de la vida,
acordes ahora con las nuevas circunstancias, satisfacto
rias y plenas por un lado pero angustiosas y desafiantes
por el otro.
A lo largo de esta etapa de madurez vital está, sub
yacente, la preocupación por los padres ancianos y la
incertidumbre acerca de c ó m o será su deterioro y muer
te. Ocurre un f enómeno que, curiosamente, parece ser
universal: la inversión de tareas, en virtud de la cual
quienes cuidaron y protegieron acaban s iendo cuidados
y protegidos por aquellos a quienes cuidaron y protegie
ron cuando eran niños. Muchas veces es to p o n e sobre
los hombros maduros de los hijos pesadas cargas rela
cionadas con demandas incancelables de t iempo y asis
t e n c i a , q u e s i b i e n en a l g u n o s c a s o s s e r epa r t en
equitativamente entre todos, en otros recaen en uno o
dos de ellos, ocas ionalmente acompañadas de conflictos
fraternales y casi s iempre de una angustiosa sensación
de agotamiento físico, emociona l y e c o n ó m i c o .
La red de apoyo psicosocial ante la muerte de un
padre anciano suele ser cuantitativa y cualitativamente in
ferior a la disponible ante la viudez o la muerte de un
hijo. El esposo o esposa, el compañero, los hijos o los
compañeros de trabajo pueden subvalorar la importancia
e intensidad del duelo por uno de los padres viejos y
esperar una pronta y satisfactoria recuperación de una
pena transitoria, esperable y no traumática.
Si b ien el análisis de todos estos aspectos contribuye
a comprender mejor la magnitud del impacto, hace falta
recordar que para nuestros padres siempre somos sus
hijos, no importa la edad que tengamos, y perdurarán
sentimientos, emociones , resentimientos y recuerdos in
fantiles que tienden a aflorar en momentos vitales que
2 0 0
ya tienen otras prioridades definidas. Con la muerte de
los padres se interrumpe para siempre nuestra más im
portante conex ión con el pasado.
Finalmente, cabe señalar que el duelo es diferente si
se trata de la primera o de la segunda de las muertes,
pues para esta última estamos ya más preparados emo-
cionalmente, y quizás con ella se resuelve el drama de la
viudez y soledad del padre sobreviviente, ya anciano. Ahora
bien, hay que afrontar dos nuevas situaciones extremada
mente tristes: la orfandad, o sea, la sensación definitiva de
que ya para nadie seremos hijos, por lo que nos percibi
mos definitivamente c o m o adultos, y la tarea de deshacer
la casa de los padres, un refugio real o simbólico del que
hacíamos parte, e iniciar el proceso de reorganización de
la relación entre hermanos, ya sin la presencia de los
padres. Si fuimos de aquellos hijos que aunque adultos y
maduros dedicaron la vida con devoción a cuidar a sus
padres, antes que a construir pareja o cuidar de nosotros
mismos, el foco y el propósito de la vida se pierde con su
muerte, lo cual lleva a un largo y difícil período de ajuste
y adaptación. Si, por el contrario, la muerte del padre o la
madre pone fin a una relación tormentosa y mala, se
espera que con ella se terminen muchos problemas y se
abran las posibilidades de la libertad personal y la identi
dad propia. Pero quizás la persona se tendrá que enfren
tar no sólo al alivio sino también al paradójico miedo a
volar por sí misma y a un duelo difícil e intenso, desequi
l ibrante, c o n cargas pesadas de frustración - p o r h a b e r
s ido e m o c i o n a l m e n t e abusada y s a b o t e a d a - , de rabia
- p o r haberlo permit ido- y de culpa - p o r sentirlo así-. En
estas circunstancias lo más aconsejable es buscar ayuda
profesional oportuna y eficaz para encontrar, después del
duelo, nuevas y creativas formas de insertarse en el mun
do, solos quizás, pero libres por fin.
2 0 1
Preguntas y respuestas
Cuando mi papá murió en una clínica yo me encontra
ba en el Lejano Oriente en luna de miel. Lo dejé perfecto
y saludable. Mis hermanos y mi mamá acordaron no
avisarme para no dañar mi felicidad y porque de todas
formas llegaría dos días después del entierro. Yo no les
perdono esto. Pero oyéndola en esta conferencia, caigo
en la cuenta de que, como usted diría, yo no hice nunca
el duelo. Eso fue hace un año, y voy a tener un hijo el
próximo mes. ¿Quépuede decirme? ¿Quépuedo hacer?
A usted su padre no se le enfermó y luego se le murió;
s implemente se le desapareció porque usted nunca pudo
constatar la realidad de su muerte. Usted volvió y ya no
estaba; ni lo acompañó , ni se preparó para su muerte, ni
pudo despedirse, ni vio el cadáver, ni fue al entierro.
Por todo esto, usted senci l lamente ha ignorado el h e c h o
o, c o m o se dice en tanatología, ha negado la pérdida. Y
c o m o a usted no se le murió nadie, no ha habido duelo.
A esto se suma el h e c h o de que una de las si tuaciones
más difíciles y complicadas es la de enfrentar, a la vez,
una gran pena y una gran alegría; conciliarias es casi
imposible. Y c o m o la verdad es que el duelo duele, in
consc ientemente preferimos evitar el dolor y el drama y
cancelarlos, el iminándolos de nuestro campo de concien
cia. Queda en tonces en el panorama una sola opción:
c o m o "lo pasado ya pasó" y "para qué llorar sobre leche
derramada", la tarea es disfrutar de la naciente relación
de pareja e invertir en ello, en el embarazo y en las
ilusiones, toda la energía emocional . Pero usted tiene
una tarea emociona l pendiente: encontrar el m o m e n t o
(o buscarlo, mejor) para hacer su duelo por el padre
muerto. De lo contrario quedará c o m o congelada por
2 0 2
dentro y en algún momento , más adelante, ante una
circunstancia aparentemente inconexa, se descongelará,
y la avalancha de emoc iones puede inundarla. Me preo
cupa que el nacimiento del b e b é pueda producir ese
desequilibrio emocional . Le aconse jo buscar ayuda pro
fesional si le es posible.
¿Se les debe hablar a los ancianos acerca de la muerte?
¿Los deprimirá el tema?
Para una persona anciana la muerte no es, ni mucho
menos , una tragedia. Antes bien, para la gran mayoría es
un regalo, además de una solución a su soledad, a sus
achaques de salud, a su desocupac ión y a sus temores o
certezas de estar s iendo ya una carga para su familia.
Conversar de la muerte con los viejitos es darles la opor
tunidad de compartir con nosotros sus miedos y necesi
dades. No sólo no los deprime (más de lo que ya puedan
estar) sino que más bien los alivia. Preguntarles qué les
preocupa o qué sienten que les falta hacer antes de que
llegue el fin, les ayuda.
A menos que el tema le inspire mucho temor, y por
ello prefiera hacer le el juego a la negación e ignorarlo,
un ancianito se sentirá muy comprendido y muy acom
pañado si alguien, con cariño y consideración, aborda el
tema de sus preocupaciones y preferencias para la hora
final.
Mis padres son ecuatorianos y viven en Quito. Yo me vine
a Colombia con mucha pena en el alma hace tres sema
nas, pues mi esposo fue promovido por su empresa. Mi
madre tiene un cáncer que se propagó al cerebro. El mé
dico nos dijo que perderá la conciencia cualquier día, y
que tiene ya muy poca vida. Al oír hablar de despedidas
2 0 3
me asalta esta duda: yo nunca le dije adiós en forma
definitiva, pero faltando cuatro días para mi viaje le ofrecí
arreglarle su armario y su velador; pasamos toda una
tarde en esa tarea, me regaló muchas cosas de ella, fotos
viejas y otras cosas que me dejó para que repartiera a
mis cuñadas. Yo le di las gracias por cada regalo, muy
sensible y emotivamente la abracé. ¿Eso será despedirme?
De todas maneras, lo más importante es si usted lo vivió
c o m o una despedida, y me parece que sí. Dar regalos,
repartir poses iones , dejar instrucciones, organizar el ar
mario, son todas actividades ligadas al s imbolismo de
irse en un viaje, de una despedida. Esa tarde usted le
ayudó a su mamá a ordenar lo que quedaba pendiente,
y el lo tuvo un significado emocional muy lindo para las
dos. No siempre uno se despide hablando. A veces no
caben las palabras pero una mirada, un abrazo, una emo
ción compartida, un momen to no interrumpido de c o
nexión emocional , un "gracias" o un "no te preocupes
por mí que yo saldré adelante" transmiten, verbalmente
o con actitudes, el mensaje deseado, y dejan luego una
sensación triste pero apacible y tranquilizante.
Mamá murió el 20 de diciembre y mi papá dijo que sus
cenizas eran el mejor regalo de Navidad y que siempre lo
acompañarían. Las tiene puestas en el estudio en un es
tuche y yo creo que llora ahí por las noches y les habla.
El tiene ahora 50 años. ¿Qué piensa de eso? ¿Será bueno
no enterrarla después de ocho meses?
Mientras su papá conserve en casa las cenizas de su
mamá, les llore y les hablé, no podrá desprenderse defi
nitivamente. Fíjese que después de todo lo que hemos
hablado sobre el duelo, usted se pregunta si será o no
2 0 4
bueno, ya con preocupación. Aceptar que quien murió
ya no volverá es el primer paso para avanzar en el due
lo, y guardar las cenizas es c o m o tener el ataúd con los
restos en el jardín de la casa. Háblele al respecto y c o
méntele lo que hemos tratado en este grupo: que el
entierro o funeral es una ceremonia de despedida muy
triste pero que hay que hacerla para poder asumir la
soledad, vivir la tristeza y, con el t iempo, salir adelante.
Además, su padre es joven y merecería tener la oportu
nidad de reorganizar con alguien su vida más adelante,
pero con las cenizas en la sala jamás podrá querer abier
tamente a otra persona sin sentirse infiel. Un osario, un
cementer io o un jardín son mejores lugares para guardar
los restos de la mamá tanto para él c o m o para toda la
familia.
Soy un hombre de 48 años, casado y con hijos, famas me
imaginé que luego de la muerte de mi madre de 76 años
me sintiera tan golpeado y deprimido. Mi padre murió
cuando yo tenía 12 años. Además, mi esposa y mi hija
mayor no entienden lo que me pasa y no puedo hablar
de ello sin que se me haga un nudo en la garganta. ¿Es
eso normal a mi edad?
El dolor y la tristeza por la muerte de alguien muy espe
cial para uno no t ienen edad ni género. Aunque en su
pregunta no me aclara cuánto hace que murió su madre,
la reacción de duelo es un proceso más largo de lo que
uno cree, máx ime cuando la sociedad establece que por
un padre anciano la pena no debe ser mucha. El h e c h o
de que su padre hubiera muerto cuando usted tenía 12
años fortaleció la relación con su madre, y aunque usted
quizás no lo había previsto así se apegó a ella c o m o
2 0 5
s ímbolo de la única conex ión con su infancia. Usted
necesi ta más espacio y t iempo para poder elaborar la
sensación de ser huérfano a pesar de tener 48 años. Si
en un t iempo prudencial sigue sintiendo la tristeza tan a
flor de piel, valdría la pena hablar de lo que le pasa con
un psicoterapeuta de duelos que pueda ofrecerle orien
tación y validarle sus sentimientos.
Cuando mi padre de 78 años fue hospitalizado por repe
tidos infartos cerebrales y luego complicaciones en un
pulmón y los ríñones, mis dos hermanas y yo estuvimos
aparentemente muy unidas cuidándolo. Pero en el fon
do mi hermana menor, soltera, que vivía con él, nunca
aceptó que había que permitirle morir y no torturarlo
más después de dos meses inútiles en la clínica que nos
dejaron sin un peso. Ahora han venido a salir resenti
mientos y recuerdos de momentos muy difíciles en que
nos parece que la hermana del medio, que es enfermera,
no nos consultó ni compartió lo que conocía de la enfer
medad. ¿Qué nos aconseja hacer?
Los hijos que enfrentan la enfermedad grave de uno de
los padres deben afrontar uno de los procesos más du
ros y difíciles que hay: el de decidir en conjunto qué
conducta tomar al final, si seguir luchando mientras haya
un hilo de esperanza, aun a costa de un enorme sufri
miento y un gran cos to e c o n ó m i c o para todos, o si to
mar la determinación, ojalá orientados y apoyados por
un méd ico sensato y comprensivo, de cuidarlo pero ya
sin la esperanza de poderlo curar. Lo que ocurrió entre
ustedes tres es enormemente frecuente y e s e malestar
familiar a veces ocupa el t iempo en que están juntos y
el espac io que debería reservarse para el duelo de cada
cual. Le sugeriría intentar hablar con ellas de lo que
2 0 6
pasó tratando de recordar los eventos, lo cual ayuda en
el proceso de e laboración de la pérdida, y buscar - p o
niéndose cada una en el lugar de la o t r a - un mejor
entendimiento que fortalezca, en lugar de destruir, la
fuerte relación entre las tres. Si no se sienten capaces de
hacerlo solas, busquen la asesoría de un terapeuta de
familia con conoc imien to de los temas del morir y el
duelo.
Somos cinco hermanos ya mayores y siempre habíamos
estado muy unidos alrededor de mis padres, quienes mu
rieron con una diferencia de un año. Desde entonces,
mis hermanos están irreconocibles: distantes y egoístas.
Siempre pensé que la unión de la familia que ellos nos
infundieron perduraría, y esta situación me ha deprimi
do mucho.
Los padres muchas veces asumen el papel de "amorti
guadores" de los roces entre hermanos. Por ello muchas
ofensas se perdonan, y se pasan por alto situaciones
dolorosas. La relación con sus hermanos ha cambiado
tras la muerte de sus padres; tristemente, ellos ya no
pueden intervenir, y el deseo de no causarles sufrimien
to t ampoco ayuda en este momento . Suelen ser los pa
dres quienes aglutinan a la familia, y a veces con ellos
se va también el esfuerzo por mantener la unión y la
posibilidad de perdonarse unos a otros. Pueden reapare
cer viejos conflictos, resentimientos por favoritismos, ri
validades antiguas o recientes por el poder o por el
desbalance previo en las cargas de la atención y el cui
dado durante el deterioro o la enfermedad terminal, aun
que en algunas ocas iones sucede lo contrario. De tal
manera que en su caso la sensación depresiva es expli
cable , ya que en un año usted ha tenido que enfrentar
2 0 7
la muerte de su padre, de su madre y la ruptura de su
familia c o m o era antes, además de todas las pérdidas
secundarias de seguridad, compañía y respaldo que se
derivan de las anteriores.
Quisiera, si me permite, compartir con este grupo la ex
periencia que estoy viviendo actualmente con respecto a
mis padres y a su próxima muerte. Tengo 53 años, estoy
casada, con hijos y nietos. Mi familia de origen consta de
muchos hermanos, y aunque para diversas cosas somos
totalmente diferentes, en algunas somos muy parecidos:
cariñosos, efusivos, expresivos afectivamente e intensos en
nuestras reacciones. Mi padre, de 85 años, vive un lento
pero apreciable declinar de su vida y mi madre, de 80
años, tiene un tumor cerebral no maligno pero que com
prime los centros motores y respiratorios. Es oxígenode-
pendiente y no puede caminar. Ella, que es más
comunicativa que él, ha manifestado abiertamente su
duelo por las muchas pérdidas que ha tenido que afron
tar: su independencia, su privacidad, su funcionamiento
físico a todo nivel, como visión, audición, su capacidad
de organización del hogar, el manejo del dinero, etc. Pero
para retener una porción de control y de autonomía den
tro de su vida llena de pérdidas en este momento, ha
encontrado tres alternativas que a mí como hija me pa
recen creativas y ejemplares para muchos:
• Pasar una gran porción de su tiempo diario escu
chando música clásica y jazz, que siempre le ha fascina
do, y escuchando, porque no ve, televisión, actividad que
toda su vida descalificó por frivola y pasiva y que ahora,
con humildad, disfruta.
• A escala familiar, ha instituido una reunión sema
nal los jueves en la noche, que denomina "tertulia". Ella
y mi padre seleccionan temas literarios, históricos, musi-
2 0 8
cales o anecdóticos que con anticipación uno de sus hi
jos o nietos debe preparar y exponer a los demás. Luego
sigue una grata discusión que termina en una bulliciosa
y alegre reunión. Con esto ha logrado darle a su enfer
medad un sentido y un propósito: congregar a su familia
y reforzar sus lazos de afecto, a la vez que conseguir y
disfrutar una maravillosa sensación de ser amada y cui
dada.
* La enfermedad y sus restricciones le han abierto mu
chas nuevas y creativas oportunidades de vivir su relación
con Dios de una manera más libre, más profunda y más
enriquecedora. Sin imponerla, mantiene la costumbre ves
pertina de rezar el rosario con mi padre.
En este momento me asaltan varias preocupaciones:
la evolución que tomará la relación entre los hermanos,
basta ahora centrada en los padres, luego de su muerte;
hasta dónde es bueno seguir tan apegados a ellos, o si
será mejor irse desprendiendo afectivamente, ya que es
predecible que en poco tiempo falten; si llegado el mo
mento de tomar las decisiones con respecto a su final
algunos de los hermanos no comparten la idea de no
prolongar su sufrimiento o agonía y, prescindiendo de
los tratamientos curativos, dedicar los esfuerzos a con
sentirlos y cuidarlos, respetando el momento en que la
muerte llegue. Esto podría ocasionar conflictos, ofensas y
reclamos difíciles de soportar en momentos en que todos
vamos a estar alterados. ¿Cómo vivir el dolor por el que
muere y a la vez estimular al otro para que siga vivien
do? ¡Mil gracias!
Por considerar que su extensa carta es más un comenta
rio que una consulta y que las preguntas que plantea
están respondidas ya en otros apartes del libro, me limi-
2 0 9
to tan sólo a reproducirla c o m o un valioso e jemplo de una madre que opta por encontrarle riqueza a su final»
ofreciéndoles a sus hijos una admirable trayectoria hacia el morir. Su historia personal, y en particular la imagen
de su madre respetada y dueña de su final, me hacen pensar en dos frases que ya he citado en este libro: "Lo
importante no es lo que la vida nos hace , sino lo que cada u n o hace con lo que la vida le hace" (Edgar Jack* son ) y "A un ser humano se le puede despojar de todo,
menos de su libertad interna para percibir sus circuns*
tandas" (Victor Frankl) .
Afortunadamente tengo a mis dos padres vivos y ya cum
plí 54 años; ambos están achacosos, pues tienen 88 y 91
años. Me aterra su muerte y nunca pienso en eso. ¿Ha
brá alguna manera de prepararse?
Aunque uno nunca está del todo preparado para la muer
te y siempre hay un factor sorpresa que nos hace resentir
su advenimiento, sí c reo que es muy importante que, al
contrario de lo que ha venido haciendo hasta ahora, lo
piense, lo imagine, lo anticipe (si por salud sus padres no
parecen ser enfermos terminales, por su edad sí lo son) .
Si puede, hable de eso con alguien dispuesto a escuchar
la sin trivializar su eventual pena. A esto se conoce en
tanatología con el nombre de duelo anticipatorio. Me per
mito hacerle una recomendación, partiendo de la base de
que usted va a abrirle un espacio en su corazón a la idea
y la experiencia de perderlos: aprovéchelos, disfrútelos,
consiéntalos, escúcheles las historias de su infancia y de
las de ellos, que son valiosos tesoros que quedan graba
dos dentro para después poderlos recordar.
Mi madre murió hace un año, de 80 años. Tuve siempre
muy mala relación con ella, pues era dominante, injusta
2 1 0
e impositiva. Y siempre prefirió a mis hermanos hombres,
lo que marcó muy negativamente mi vida amorosa. Yo
creo que llegué a odiarla, aun cuando siempre tenía que
complacerla en sus caprichos. Con esta historia pensé que
no tendría duelo y, aunque parezca mentira, mi vida
cotidiana se me ha complicado terriblemente desde en
tonces y a veces me sorprendo llorando, con rabia, depri
mida y extrañándola.
Este tipo de relaciones, que conjugan la tortura emoc io
nal con el miedo y la impotencia para romper sanamen
te, dejan tras la muerte de quien maltrató múltiples heridas
psicológicas y generan el afloramiento de sentimientos y
emoc iones que por su intensidad y erupción casi volcá
nica no permiten avanzar en el duelo. Quedan en tonces
dos alternativas: reprimirlos, ignorarlos, taparlos con ex
ceso de trabajo, con tranquilizantes o a lcohol o con via
jes que faciliten el esquivar los recuerdos dolorosos, o . . .
vivirlos; atreverse a enfrentar ese monstruo interno de
una mala relación con uno de los padres, ojalá con ayu
da psicoterapéutica, para después de un largo per íodo
de desconcertantes altibajos emociona les conseguir una
adecuada y apacible resolución de su duelo. Quedarán
cicatrices, desde luego, porque son imborrables, pero
quizá el tormento asociado con la mala relación ceda
para dar lugar a un triste recuerdo, a la aceptada nostal
gia por lo b u e n o que no hubo, así c o m o también a la
tranquilizante evocac ión de lo b u e n o que existió.
T E S T I M O N I O
Cuando el médico confirmó que mi madre tenía Alzhei-mer, sólo le pedí a la vida tener la fortaleza suficiente para acompañarla hasta el final sin desfallecer. Fueron
2 1 1
tres años de una enfermedad devastadora. Necesité de
ayuda psicoterapéutica para "desnudar" la enfermedad.
Me preguntaba una y otra vez el porqué. Lloraba sin
descanso: en la cocina, en la casa de mi hermana, en las
navidades, en mi cuarto, en los corredores, hasta que
poco a poco fui aceptando que yo era "la mamá de mi
mamá" y que el ciclo de vida de mi madre se iba cerran
do y ella volvía a ser un bebé: yo la acariciaba, le daba
sus compotas, ayudaba a vestirla y elegía los pendientes
y la ropa que tanto le gustaban. Era como un pajarito
hundido en el silencio. Ya nunca más volveríamos a ha
blar como antes pero aún puedo recordarla en el altillo
de la casa, indicándome con su mirada infantil de qué
asuntos debía ocuparme. Aproveché cada fogonazo de
sangre en sus neuronas para repetirle cuánto la adoraba.
Le pasaba la película del día de su matrimonio en Mede-
llín, le ponía sus boleros de Manzanero, le mantenía gi
rasoles -sus flores preferidas- en su cuarto.
Doce días antes de morir mi madre, inesperadamente,
se pegó con fuerza a un árbol del parque al que íbamos a
caminar, y no pudo dar un paso más. La llevé a casa.
Ardía en fiebre. Estaba agotada. El médico que la atendía
dijo que una neumonía le había comprometido un pul
món, que le quedaban pocos días de vida. Me metí con
ella en su cama. Le puse bolsas de agua en los pies hela
dos. La besé y la abracé. Le repetí cuánto la amaba, cuán
to, cuánto. Le dije que todo iba a salir bien, que nosotros
tendríamos salud, que las niñas crecerían, que yo volvería
a escribir... y que ella iba a ser la estrella, luna, nube,
que ya podía volar si estaba cansada. La arropé con mis
palabras leyéndole poemas sobre la muerte.
Con las palabras reanimaba a mi madre mientras ella
agonizaba. Un sudor frío le brotaba de la frente y se
deslizaba por las sienes, ya casi dormidas. Yo humedecía
2 1 2
pedacitos de algodón y se los ponía en los labios. Abrí
el armario y mientras buscaba un piyama, supe que mo
ría. Volví a meterme a su cama y ahora su mano se soltó
de la mía. Así le fue fácil la muerte.. . en una espléndida
tarde de abril. Mi madre alcanzaba la luz. Y yo con ella.
Mi padre y los demás hermanos estaban también a su
lado. Yo he sido quien mejor ha reaccionado al duelo, a
pesar de que en un comienzo fue a mí a quien más
duro le dio su "muerte afectiva". Ese Domingo de Ramos
de su entierro no derramé una lágrima. Ya la había llora
do desde tres años antes. Tengo 35 años, soy periodista,
y más que preguntarle quería compartir con ustedes lo
que aprendí del dolor. Gracias.
2 1 3
5 La muerte de un hijo
Hay momentos en la vida en que no importa la posición que el cuerpo adopte, el alma está de rodillas.
R. P. de S.
Compart iendo con padres la infinita pena por la muerte
de un hijo he podido acercarme a la comprens ión del
significado exac to de la expresión "se me parte el alma",
porque si hay algo en la vida que produce dolor en el
alma es perder un hijo. Hay sutiles diferencias en la
intensidad de la exper iencia dependiendo de si era un
b e b é , una nena de 2 años, un travieso niño de 8, un
muchacho de 14, una joven de 22, un recién casado de
30 o un hijo maduro de 50 años. De si se trató de un
accidente, una muerte súbita, una cruel enfermedad o
un asesinato. De si es tamos solos para enfrentar el dolor
o tenemos pareja, y en tonces son dos dolores diferentes
a la vez. De si era único hijo o uno de ocho . En cual
quier caso, cada exper iencia es única, personal, particu
lar en sus circunstancias, demoledora en sus efectos,
asustadora por su intensidad e imposible de creer aun
que se la esté viviendo.
Todos sabemos que las pérdidas y los duelos constituyen circunstancias inevitables que, aunque dolorosas,
2 1 4
son necesarias para crecer. Q u e hay frustraciones y pe
nas a lo largo de la vida, c o m o piedras en un camino, y
que es todo un arte y un desafío reconocer las y luego
hacerlas a un lado o adaptarnos a su presencia, para
que no obstaculicen nuestro recorrido vital. Q u e nues
tros padres no son eternos y que tarde o temprano tene
mos que aceptar su partida y sobrevivir solos, sin su
protección. Todo ello t iene sentido, aunque preferiría
mos no tener que vivirlo.
Pero . . . que se muera un hijo, ¿en qué compartimiento
de las experiencias "sensatas" cabe semejante absurdo? Es
una grotesca contradicción a la ley natural de la vida se
gún la cual los jóvenes deben enterrar a los viejos. Como
idea, genera un rechazo instantáneo, y c o m o experiencia
una oposición visceral. ¡Los niños no deben morir! Son las
semillas, el futuro, la cuota liviana de la vida pesada, la
ilusión, la risa, el dulce sudor del cansancio, el ruido, el
juego, la ternura, el abrazo con manitas sucias, el beso
pegajoso, los ojos inocentes, son lo mejor de cada uno de
nosotros y . . . ¡no deberían morirse!
Desde antes de su concepc ión , el hijo existe ya en
nuestra fantasía, y en cada etapa de la vida se va defi
niendo de una manera más real: será quizás el deportis
ta que no pudimos ser, o el estudiante destacado, el
profesional exi toso, la hermosa que ya no somos; o re
presentará el amor y la ternura ocultos que nunca tuvi
mos la oportunidad de dejar salir en nuestras vidas. Un
hijo representa la ilusión de lo que no pudimos ser,
nuestra mejor o nuestra peor parte, la oportunidad de
reparar los daños de que fuimos obje to en nuestra pro
pia infancia por la negligencia, el abandono o el abuso
de los mayores, y de no volver a repetirlos. Un hijo nos
da un título que jamás caduca: el de mamá o papá, más
valioso que c ien diplomas académicos; nos impone una
2 1 5
función, un papel en la sociedad, y nos da un trabajo
vitalicio y de t iempo comple to al que por nada en el
mundo querríamos renunciar aunque a veces nos exa
cerba, nos limita o nos esclaviza.
Padres e hijos están unidos por un amor incondicio
nal que no se da en ninguna otra relación y que consti
tuye un motivo, el motivo para vivir de la gran mayoría
de los padres. El vínculo entre una madre y un hijo,
para bien o para mal, es inextinguible. Por un hijo se es
capaz de renunciar a las poses iones más valiosas, c o m o
la salud o la vida. Así una familia se componga de c inco
hijos, cada uno de ellos es único, diferente e irremplaza-
ble, y el consue lo que les ofrecemos a los padres al
decirles "afortunadamente te quedaron cuatro más" es
inválido porque ese , el que murió, deja un espacio vacío
imposible de llenar.
S U M U E R T E R E P E N T I N A
Cuando la muerte del hijo irrumpe de manera inespera
da, súbita, es casi imposible aceptarla: un día estaba rien
do, jugando o conversando con nosotros, l lenando con
su energía el espac io vital, y al día siguiente, tras la
not icia . . . el apagón afectivo de su muerte y ya no está.
El choque , la resistencia a admitirlo, la parálisis que nos
deja c o m o atornillados a la silla, atontados por el golpe,
nos roban la energía para reaccionar y actuar. El piyama
doblado, la cama sin deshacer, la casa tan vacía c o m o el
corazón de los padres. . . vivirlo y aceptarlo es una tarea
titánica que todos sienten superior a sus mermadas fuer
zas. El dolor es indescriptible; es soledad, es el silencio.
El h e c h o de no haberse podido despedir, de haber
sido asaltados por la noticia del accidente o de la muer-
2 1 6
te violenta, de la muerte de cuna o del suicidio, lentifi-
can el inicio del duelo porque el estado de choque es
más largo. Además, si hay diligencias legales que demo
ran la entrega del cadáver y por tanto el funeral, la si
tuación se hace más crítica y dolorosa. Tanto que la
ausencia de reacción, causada por el choque , es confun
dida con una entereza y un autocontrol "admirables" de
unos padres que tienen cabeza hasta para organizar el
entorno familiar y social.
S U M U E R T E A N T I C I P A D A P O R E N F E R M E D A D
Otras veces , la muerte de un hijo había sido contempla
da c o m o una posibilidad, c o m o eventual desenlace de
alguna enfermedad grave. En estos casos, la reacción es
diferente. El dolor es el mismo pero quizás la sorpresa
es menor, a pesar de que hasta el último instante no se
deja de esperar el milagro, la droga eficaz o la señal de
vida que nos devuelva la esperanza.
El duelo anticipatorio, esa odiosa pero saludable ta
rea de ir hac iéndonos a la idea de perderlo, de atrever
nos a imaginar c o n terror c ó m o serán su final y el
"después" sin él, nos ayuda a aceptar con el dolor del
alma la realidad de su muerte, la impotencia y la injusti
cia. También ayuda a enfrentar un futuro vacío - l u e g o
del entierro y las visi tas- ya sin aquel ser a quien cuidar.
Los recuerdos de los momentos de dolor, de esperanza,
de triunfo, junto con la decepc ión de la recaída, son
c o m o una película que se repite una y otra vez y que en
ocasiones, aunque estemos inconsolables, nos hacen son
reír con ternura y orgullo hacia ese hijo valiente.
La muerte de un hijo plantea una crisis de propor
c iones mayores. El mundo ordenado y confiable se rom-
2 1 7
pe en pedazos, e l orden del universo se desmorona, e l
sentido de la vida, el significado, el para qué se pierden
temporalmente en un remolino confuso de rabia, dolor;
desesperación y ansiedad. Con frecuencia también apa*
rece culpa por lo que se hizo o se dejó de hacer y
porque la misión parental de proteger al hijo "fracasó".
Algunas personas logran, a pesar de su inmenso dolor,
vivir estos momentos de manera muy particular. La es*
critora Isabel Allende lo descr ibe así:
Una lucidez gloriosa me permitió vivir esas horas a pleni
tud, con la intuición despejada y los cinco sentidos y otros
cuya existencia desconocía, alertas, las llamas cálidas de
las velas alumbraban a mi niña, su piel de seda, sus hue
sos de cristal, las sombras de sus pestañas durmiéndose
para siempre.
Y D I O S . . . ¿ D Ó N D E E S T A B A ?
¿Por qué? ¿Dónde estaba Dios en ese momento?, se pre
guntan los padres creyentes. ¿Cómo pudo permitir que
ocurriera esta desgracia si El más que nadie sabía de la
felicidad y el amor que la presencia de ese hijo aportaba
a nuestras vidas? ¿Por qué? Ese porqué atormenta a los
padres las 24 horas del día, sin encontrar respuesta satis
factoria, y lleva a muchos al escept icismo, a la amargura
y a levantar los hombros en un gesto de impotencia y
desengaño. La búsqueda de respuesta expl ica que algu
nos padres desesperados por saber dónde y c ó m o está
su hijo o hija recurran a la magia, a lo improbable , al
consue lo que ofrecen las especulac iones sobre el más
allá, las regresiones a otras vidas, el contac to con mé
diums que ofrecen reconfortantes respuestas y que más
2 1 8
que todo hacen e c o a lo q u e los dolientes desean oír. El
espiritismo y la magia negra o blanca son alternativas
que intentan mitigar de alguna manera la dura realidad
de que el hijo se fue sin retorno, y que ahora sólo vive
en el corazón y en los recuerdos. Cuando en lugar de
cancelar la relación presencial y remplazaría por una de
ausencia se el igen otras opc iones que en apariencia per
miten seguir conec tados con el hijo muerto - p e r o vivo
en el d e s e o - , e l duelo toma un curso diferente, que no
conduce a acomodarse a la vida ya sin él s ino a cons
truir un espac io donde él perdure de una u otra forma:
una relación secreta y misteriosa en la cual el anhe lo
universal de ser inmortales y eternos aparentemente se
convierte en realidad. Se trata de una solución peligrosa
porque en el fondo no se está avanzando en el duelo y
la aceptación de la realidad, sino que se instaura una
forma de negar la muerte, de hacer cuenta que la sepa
ración no es final y definitiva sino temporal y que, en
algún plano, la relación subsiste.
Para aquellas personas c o n creencias espirituales só
lidas, la relación con Dios es una fuente de fortaleza, un
valioso recurso al cual recurrir para encontrar, en medio
del caos que suscita la muerte de un hijo, un significa
do, un sentido, una prueba, un designio divino. La espe
ranza de volverse a reunir en la vida eterna reconforta y
anima al doliente religioso a seguir viviendo.
LA PAREJA: D O S COPAS VACIAS
Si b i en es cierto que para muchas parejas la muerte de
un hijo representa un factor de unión, pues implica
compart i r el do lor y el c rec imien to personal y espiri
tual, numerosos estudios reportan, de forma alarmante,
2 1 9
que entre 6 0 % y 7 0 % de los matr imonios que pierden
un hijo se rompen. Esto es más frecuente en aquel las
parejas que antes de la muerte del hijo tenían dificulta
des conyugales , que e l pode roso estrés que desata es te
even to vuelve inmanejables . Aun en los casos más afor
tunados la pareja se ve amenazada por el due lo y d e b e
realizar esfuerzos reales y ser consc ien te del r iesgo que
corre . Se debe tomar en cuenta la pos ib le neces idad de
solicitar ayuda profesional para prevenir la separación
o el divorcio.
Entre los factores que expl ican la crisis de la pareja
está que si bien ambos, padre y madre, perdieron el
mismo hijo o hija, tal pérdida representa cosas muy dife
rentes para cada uno: el n iño puede ser para la madre
su más viva fuente de ternura y gratificaciones amoro
sas, y para el padre una proyección de sus expectativas
insatisfechas de superación personal. Ambos sufren una
profunda frustración con la muerte pero esta es cualitati
vamente distinta, ya que lo que cada uno había deposi
tado en su relación con el hijo muerto - e n términos de
amor, devoción, dedicación, interés, t iempo y sacrif icios-
no es igual.
De otra parte, los patrones familiares de cada u n o
acerca de lo que es un buen duelo, de las conductas
que se permiten o exaltan - ta les c o m o la fortaleza o la
en te reza - y las que se consideran indeseables - p o r ejem
plo, llorar o aislarse-, varían enormemente . Conciliar es
tas dos pos ic iones , a veces opuestas , ex ige un gran
esfuerzo que los padres, exhaustos por su pena, pueden
no sentirse dispuestos a realizar. Así mismo, las necesi
dades de cada uno suelen no coincidir: cuando él quiere
ir al c ine o invitar amigos a la casa, ella quiere estar
aislada y tranquila; cuando ella quiere hablar y compar
tir sus sentimientos, él no; cuando él quiere ver las fotos
2 2 0
del niño, ella quiere llorar; cuando él busca un acerca
miento sexual, ella lo rechaza, quizá porque en el fondo
se siente culpable de sentir placer en un m o m e n t o en el
que sólo debe existir dolor.
En el fondo, cada uno se siente vacío, y ninguno de
los dos puede llenar al otro. Pueden presentarse, ade
más, reproches e inculpaciones mutuas en torno, por
ejemplo, al abandono o ausencia del padre en los cuida
dos del niño enfermo en su fase final; o él puede repro
charle a ella su irritabilidad o su dedicación excesiva al
enfermo, que interpreta c o m o un abandono . Al e sposo
puede resentido la inconsolable tristeza de ella, o ella
puede resentirse por la aparente fortaleza y autocontrol
de él y entenderlos c o m o indiferencia, distanciamiento y
frialdad.
Este panorama, muy frecuente, se agrava y sobrecar
ga con la presencia de los otros hijos, que a su vez
t ienen también sus estilos particulares de vivir la pena y
que demandan atención, cuidado y tolerancia a sus re
acciones , todo lo cual puede llevar a los padres a res
puestas ans iosas , d e s c o n c e r t a n t e s y exp los ivas q u e
transmiten su sensación de no poder más con la carga.
Como vimos en la primera parte, nuestra sociedad le
asigna a cada género algunas respuestas fijas, "espera-
bles", en el duelo, y censura otras. Así, al hombre se le
permite ser de mal genio, agresivo, irritable y más reser
vado en la expresión de su dolor; además, se espera que
se recupere y se reinserte a la vida laboral y social rápida
mente. A la mujer se le concede más t iempo para el due
lo y se le toleran la tristeza y el llanto, pero no la rabia.
Se puede afirmar que la pérdida de un hijo altera para
siempre el curso de la vida de los padres y también la
relación de pareja. Finalmente, cuando ya sienten con
alivio que la herida ha cicatrizado, es posible que el dolor
221
vuelva ante un estímulo determinado - v e r niños jugando
en el parque, el grado en el colegio, la imagen de un
pequeño enfermo en una película, el llanto infantil-, como
si el camino no hubiera sido recorrido. Aun años después
de muerto un hijo, cuando aparentemente los padres se
han acomodado a la idea de no tenerlo, pueden volver
ocasionalmente episodios de tristeza e inconformidad aso
ciados a imágenes vividas de recuerdos.
Es importante que los padres se tengan infinita pa
ciencia, que sean conscientes de sus necesidades (de
compañía o soledad, de llenar el t iempo, de protestar,
de llorar, de ver fotografías, de hablar de él o estar en
si lencio) , que se involucren en experiencias enr iquece-
doras y actividades placenteras - p e q u e ñ o s regalos para
el alma herida-, que comprendan y disipen la culpa com
partiéndola, que acepten la rabia y la soledad, que cons
truyan un nuevo mundo y una nueva identidad c o n
intereses y tareas diferentes. Estas constituyen medidas
paliativas que buscan proporcionar alivio y hallar una
sana salida al duelo por la muerte de un hijo.
Algunas personas han encontrado en la escritura una
alternativa creadora a su dolor. Tal c o m o bel lamente lo
ha expresado la poetisa Amparo Molina:
He vuelto a los libros, hijo mío, pero con el horizonte inmenso que dejaste en mí. Ahora leo muchísimo, porque tú, mi biblioteca ambulante, ya no estás aquí. Pero el libro de tu vida y de tu ser permanecerá siempre abierto. ¡Gracias por existir!
Preguntas y respuestas
¿Por qué me da la impresión de que siempre el hijo o hija que se muere era el mejor, el favorito?
2 2 2
Es triste decirlo, pero la verdad es que en algunos casos
- n o s i empre - e l hijo que muere es visto c o m o el mejor,
el favorito. En ocas iones esta sensación surge de los pa
dres y corresponde a la idealización, es decir, la tenden
cia a hacer de quien murió un ídolo, un ideal perfecto.
Los otros hijos resienten m u c h o esta actitud y la inter
pretan c o m o una subvaloración de ellos. En otros casos,
sencil lamente la realidad es esa: el que murió era el o la
hija especial , y es difícil para los padres manejar esto
con acierto y cuidado ante los demás hijos.
Tengo dos preguntas para usted: ¿es normal que me haya
vuelto excesivamente sobreprotectora con mis dos hijos
de 14 y 18 años luego de la muerte de nuestra hija de 13
años, atropellada por un bus? Y la segunda: me inquieta
ver que mis sobrinos de 6 y 7 años reaccionaron "como
si nada" ante la noticia, y sólo a ratos hablan de ella.
Cuando la muerte sobreviene repentinamente, sin dar
t iempo para prepararse, tal c o m o sucede en el caso de
un accidente, uno teme inconscientemente que "eso" vuel
va repetirse y cuida en e x c e s o a los otros hijos, a veces
hasta desesperarlos con un cambio de conducta total
que los adolescentes pueden interpretar c o m o descon
fianza exagerada, aunque comprens ib le . Es necesar io
aprender a controlar esa tendencia sobreprotectora para
no asfixiar o invalidar a los hijos.
En cuanto a sus sobrinos, los niños t ienden a hacer
su duelo en forma discontinua, aun cuando quien murió
fuera una persona tan querida c o m o sus propios padres.
Pueden llorar un rato y salir a jugar "como si nada"
hubiera ocurrido, ser cariñosos y consolar al papá o a la
mamá por c inco minutos, para luego guardarse del do
lor en su cuarto y poner música a todo volumen, ver
2 2 3
televisión por horas o reírse con los amigos c o m o si lo
sucedido no importara. En ocas iones los adultos espera
mos de los niños respuestas emociona les semejantes a
las nuestras y los descalificamos cuando se comportan
en forma diferente, reclamándoles su falta de sentimien
tos o de solidaridad. A veces , en forma irrespetuosa, les
imponemos el modelo de lo que un "buen hijo" debe
hacer ante el dolor de la madre, l lenándolos de culpa e
inhibiendo su espontaneidad y su deseo de evadir por
momentos el ambiente hogareño, demasiado teñido por
el luto o la tristeza.
Nuestra hija murió hace cinco meses de una leucemia.
Su cuidado y atención recayeron en mí, como su madre,
y no me arrepiento de haberlo hecho así. Pero no tengo
consuelo: estoy emocionalmente aislada, sola y desbara
tada. Todo fue un infierno, se puede decir, cuando miro
a los últimos tres años de lucha. ¿Qué me puede decir?
El recorrido que debe vivir una familia ante la enferme
dad grave de un hijo t iene m u c h o de lo que usted bien
define c o m o "infierno". Ante el diagnóstico, es imposi
ble creer que ese niño, sano hasta ayer, pueda estarse
muriendo. Toda la energía se dedica en principio a anu
lar e se dictamen y luego a buscar el "mejor" tratamiento
posible . Aunque la enfermedad ya se acepte en algún
grado, emociona lmente subsiste hasta el final alguna for
ma de esperanza, aunque sea de un milagro.
Si se requieren hospitalizaciones, el dolor para el
n iño y para los padres, por la separación, es muy inten
so. La protesta ¿por qué mi niño?, ¿por qué a él? invade
a los padres sin encontrar respuesta. La rutina se altera.
Los períodos de remisión y recaída marcan c o m o un
termómetro la temperatura emociona l de la familia.
2 2 4
Cuando la enfermedad va debilitando al niño, él se
convierte en el centro de la vida del grupo, lo que afec
ta, expl icablemente , el suministro de afecto, tranquilidad
y recreación para los otros hijos, que viven muchas pér
didas reales y simbólicas a la vez sin que nadie dispon
ga del t i e m p o y el án imo para compar t i r las . Están
próximos a perder al hermano enfermo, pero además
han perdido la vida confiable del hogar, el equilibrio
afectivo de los dos padres - trastornados, tristes y quizás
irritables-, el de recho a la alegría, a hacer ruido, a las
ce lebrac iones de Navidad o cumpleaños , a recibir un
regalo cuando las finanzas están golpeadas. Y la madre
que provee los cuidados, c o m o lo hizo usted, se agota
sin solución y se debate entre el inconcebib le deseo de
que todo termine ya para eliminar el "infierno" y su
compromiso incancelable con el hijo enfermo, que le
exige dedicación y esperanza. Muerto el niño, se experi
menta el enorme vacío que él deja, pues era el centro
del funcionamiento familiar. Sobrevienen, amalgamados,
sentimientos de alivio, de pesar, de derrota, de rabia, de
vacío, de carencia de rumbo en la vida. . .
Es, en tonces , más que comprensible su estado luego
de c inco meses de la muerte de su hija. Le recomendaría
buscar, si puede, una buena psicóloga de duelos o un
grupo de autoayuda c o m o Lazos, en Colombia; Renacer,
en Chile y Argentina, o Compassionate Friends, en Esta
dos Unidos, que son una invaluable ayuda, pues permi
ten compartir una pena similar y percibir la respuesta
empática y solidaria de los otros.
¿Por qué no ponerle el mismo nombre a otro hijo?
Porque el nombre hace diferente a cada persona, y cuando un hijo muere no se lo puede remplazar. Sus recuer-
2 2 5
dos y su memoria están ligados a su nombre y a su historia vital, aunque haya sido breve. El n iño que nace
luego y rec ibe el nombre del he rmano muerto trae sobre sus hombros la pesada carga de resucitar, de devol
verle la vida en parte al que ya se fue y la alegría a sus padres. Los afectos son únicos e irrepetibles, y cada re
lación genera los propios.
¿Por qué recomienda usted a Lazos en Colombia, a
Renacer en Chile o en Argentina, o sea, los grupos de
autoayuda entre padres cuyos hijos han muerto?
Porque cuando se muere un hijo, cuando perdemos súbita
mente el significado de la vida, cuando nada tiene sentido,
necesitamos compartir nuestros sentimientos y hablar de la
persona amada y de la falta que nos hace. No hay forma
(sana) de evitar el sufrimiento. No podemos hacerle el quite
al dolor. Hay que caminar a través de él como entre niebla;
a veces más densa, a veces más clara. Pero es mucho más
difícil si nos lo guardamos dentro. Recordar, compartir, dis
poner de un hombro en el cual apoyar nuestro desvali
miento, ayudan enormemente en el proceso de elaboración
de un duelo. Los grupos de autoayuda ofrecen esa posibili
dad y miles de padres hoy recuerdan con gratitud el apoyo
y la cercanía tolerante de las parejas que conformaban el
suyo. Si en su ciudad no existen estos grupos piense en
iniciarlos en un futuro, porque es un hecho que ayudan.
Busque un psicólogo comprensivo que entienda de duelos,
o un amigo que no le dé la espalda a su dolor.
Hace un año perdí a mi hijo de 1 año y 8 meses y no
siento que avanzo en mi duelo. ¿Quépuedo hacer?
Indudablemente, buscar ayuda profesional para aclarar por qué siente que no ha avanzado. Sin embargo, en muchos
2 2 6
casos de personas que hemos atendido en la Fundación
Omega por esa queja, ha sido sorprendente para ellas
descubrir con la psicóloga que sí han avanzado, y mucho,
aunque no les parezca. A veces en el duelo se progresa
sin darse cuenta, c o m o en esas cintas sin fin que hay en
los aeropuertos para avanzar hasta un punto sin moverse.
Pero además de que la cinta, o sea, el t iempo, general
mente sí hace avanzar, es mucho mejor el resultado cuan
do en lugar de pararme estática en un punto y dejarme
llevar, me comprometo conmigo misma, hago un esfuer
zo, e c h o a andar y me ayudo, siendo consciente de que
la responsabilidad de recuperarme es mía.
Revise si el dolor de hoy t iene la misma intensidad
del de hace un año, si ya hay más ratos buenos que
malos, si a veces logra olvidar su pena y distraerse, si
empieza a ser capaz de recordar sin tanto dolor, si se ha
reconectado gradualmente con el mundo: con sus otros
hijos si los tiene, con su pareja, con su trabajo, con sus
amigos, con su comunidad, con su paz interior, con su
crecimiento espiritual. Si no pasa el examen pida una
cita profesional. Téngase paciencia, es posible que usted
sí haya progresado, aunque no lo perciba, y que inclusi
ve haya crecido emociona lmente luego de esa experien
cia tan dolorosa. ¡De hecho , ha sobrevivido 365 días, un
día a la vez!
Perdí un hijo hace casi cinco años y lo he superado gra
cias a Dios. He seguido casi en su totalidad los pasos
explicados pero ahora, hace dos meses, perdí a mi padre,
y creo que se me está como derrumbando todo otra vez.
¿Será normal?
Sí, porque un duelo hace revivir duelos anteriores, pero
temporalmente. A veces uno acaba l lorando por el pa-
2 2 7
dre, por el hijo muerto hace c inco años, por un fracaso
amoroso previo, en fin... por muchas pérdidas; esa or
ganización es natural y transitoria. Pienso que si pudo
elaborar bastante bien el duelo por su hijito, esa expe
riencia le servirá c o m o buena referencia para el duelo
actual.
Desde que murió mi hija de 30 años en un accidente,
me ha dado por escribir. Le mostré a una cuñada, escri
tora de verdad, mis manuscritos, y le encantaron. ¿Será
que canalicé mal mi duelo, o que lo tapé?
La exper iencia de un duelo, con el enorme monto de
energía (amor, dedicación, interés) que la pérdida deja
libre, t iene en la creatividad una de sus mejores salidas.
Tras muchas obras personales hay oculta una persona
cuya pérdida promovió la creación. La energía, en lugar
de quedarse atascada o dispersarse, se organiza en torno
a un proyecto o a una ilusión que no habían podido
concretarse antes. Pintores, escritores, poetas, escultores
y gestores de proyectos altruistas hablan de un dolor
ligado al origen de su creatividad. Escribir es , entonces ,
una salida productiva y enr iquecedora a su duelo, que
no obstaculiza e l p roceso s ino que pos ib lemente sea re
sultado del mismo.
Tengo un problema y confío en que usted me pueda ayu
dar a resolverlo: nuestra hija de 10 años lleva casi cinco
meses hospitalizada. Los médicos nos hablaron claro, que
no debíamos engañarnos, que la niña cada día estaba
más débil y no respondía a tratamientos, que no hay
nada más para hacerle. Lo peor es que ella, Marta Ma
ría, sabe todo y habla de eso. Mi esposo no lo resiste, yo
2 2 8
sí. Mi hijo Eric, de 13 años, le dice que no se ponga a
pensar en esas cosas. Ella me pidió a mí y a mi mamá,
que la cuidamos, que cuando esté muy enfermita no la
llevemos a la casa, que ella quiere irse adonde Papá Dios
pero en el hospital, donde las enfermeras, los médicos y
las monjas la adoran. Yo quería cuidarla en mi casa y
nos la queremos llevar. ¿Qué dice usted?
La solicitud de Marta María merece ser respetada. Aun
que generalmente se dice que el ideal es morir en casa,
no lo es para todo el mundo. Quizás ella, después de
tantos meses , sea un p e q u e ñ o "personaje" en el hospi
tal. Niños, así, tan valientes, tan sufridos y tan maduros,
hacen que el personal de salud se enamore de ellos.
Hable con el director del hospital, y coménte le el caso;
seguramente podrán complacer a la niña en su último
deseo y garantizarle que no estará sola, que quienes la
han cuidado la acompañarán hasta el final, en su cama.
Llévele sus muñecas o dibujos para que su espacio se
vuelva más personal, y cuando le anuncien que se acer
can esos momentos no se desprenda de ella, consiénta
la, dígale cosas lindas y asegúrele que siempre vivirá en
el corazón de todos ustedes.
2 2 9
6 "Perder" un bebé
Deliberadamente utilizo la expresión "perder un bebé" ,
que es la forma popular utilizada para referirse a la muerte
de un niño recién nacido o que no alcanzó a nacer, y
que en términos científicos se c o n o c e c o m o muerte pe -
rinatal. Y lo hago porque esta expresión designa de ma
nera muy precisa lo que sucede a miles de padres cuando
el hijo o hija que esperan con anhelo se "pierde": no
vuelven a saber de ellos ni saben a dónde fueron a
parar sus diminutos cuerpos de pocas semanas de exis
tencia gestante, c ó m o eran, a quién se parecían, qué
tenían o por qué no sobrevivieron.
Muchos padres han vivido la muerte de un b e b é en
cualquier momen to del embarazo, en el parto mismo o
p o c o s días después del nacimiento. Sin embargo, la ma
yoría de ellos ven su pérdida disfrazada tras la justifica
ción científica del obstetra o del pediatra, tras la fachada
de "fue un sabio acto de la naturaleza" o la divina e lec
c ión de un angelito más. Han tenido que optar, enton
ces , por guardar (sufrir) su pérdida en si lencio y en
secre to porque la sociedad no r e c o n o c e c o m o una pena
válida la muerte de un b e b é .
Los abortos espontáneos durante el primer trimestre
del embarazo son comunes debido muchas veces a razo
nes desconocidas e inexploradas por la ciencia, y aparen-
2 3 0
temente no deberían dar lugar a un duelo ni a la inquie
tante sensación de haber sido traicionadas por su cuerpo,
que tienen muchas madres; por tanto, estos sentimientos
deben permanecer ocultos. La magnitud del duelo depen
de en parte de la dimensión de la pérdida, y para muchas
madres un aborto es un bebé , un hijo que murió.
En ocas iones , cuando el b e b é nace durante e l se
gundo trimestre, no se les permite observarlo por temor
a su reacción emocional , aunque darles la posibilidad de
conocer lo equivale a permitirles validar su fugaz existen
cia. Cuando el embarazo alcanza el final de la gestación,
usualmente el temor a la muerte del b e b é desaparece y
florece la ilusión. Sin embargo, problemas de la placenta
o el cordón umbilical, infecciones o defectos congéni tos
ocas ionan la muerte de muchos b e b é s "ya a término", y
estos duelos t ampoco t ienen reconocimiento ni lugar en
nuestra sociedad: no se acostumbra realizar funerales,
misas o ceremonias religiosas, poner avisos en la pren
sa, vestir luto o hacer visitas de pésame. A pesar de esta
masiva negación cultural, para los jóvenes padres la muer
te de su b e b é es una verdadera desgracia, una pérdida
mayor que da lugar a un duelo y, con frecuencia, a
dificultades en la pareja.
En muchas oportunidades he recibido en consulta a
la madre sola o a la joven pareja desconcertada, desola
da, asustada y, c ier tamente . . . sola en su pena. No es
frecuente, al menos en Colombia, que el obstetra o el
especialista aconseje a los dolientes buscar ayuda profe
sional. Más bien al revés: el méd ico suele recomendarles
a los padres no sobredimensionar el evento y más bien
comprender lo c o m o un suceso frecuente que con un
próximo y feliz embarazo quedará olvidado.
Mi exper iencia c o m o psicoterapeuta es muy diferen
te: las personas no olvidan la muerte de su b e b é . La
2 3 1
guardan oculta y en silencio, somet iéndose a las e x p e c
tativas y los mandatos sociales predominantes. Incluso,
en algunos casos de aborto provocado, años después la
herida persiste aún sin cicatrizar y con cierta recurrencia
vuelve a doler si no ha sido adecuadamente reconocida
y tratada. Recuerdo el caso de una muy cercana amiga,
a quien tras veinticinco años de ocurrida la muerte de
su b e b é recién nacido, y a pesar de haber dado a luz
después a dos hijos sanos, aún se le humedecían los
ojos cuando recordaba haber estado aquel día en una
habitación llena de flores, de la clínica, l lorando ante la
cuna vacía de un b e b é que nunca c o n o c i ó porque cuan
do despertó de la anestesia él ya no estaba allí, confor
me al acuerdo entre el médico y su esposo, a quien
correspondía el papel de "fuerte", del que consuela sin
poder sentir.
De todos los sentimientos propios de un duelo por
la muerte de un bebé , destaco tres que casi s iempre
están presentes, no importa las particularidades del caso:
rabia, culpa y tristeza, acompañadas de una invalidante
sensación de fracaso. Si era el primer b e b é o el quinto,
si t omó m u c h o t iempo o esfuerzo conseguir el embara
zo, si era el único hijo, si se prevén problemas para un
futuro embarazo o es factible la recurrencia de defectos
genét icos, quedan latentes varias preguntas sin respues
ta: ¿Por qué? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué a mí? ¿Por
qué a mi bebé?
El duelo subsiguiente es cualitativa y cuantitativamen
te diferente en el padre y la madre. En principio, porque
en el cuerpo vacío de ella, en sus senos llenos de leche,
en el recuerdo vivido de ese ser en su vientre, quedó un
rastro. Si el padre participó muy intensamente en el tiem
po de embarazo y compartió la ilusión en forma cercana,
la noción de pérdida será más dolorosa. Además, a través
2 3 2
de todo el proceso para establecer el vínculo afectivo con
ese bebé , que precede aun a su concepción, las fantasías
del futuro llenan en la vida de cada uno un importante
espacio. Los padres se habían preguntado continuamente
c ó m o sería ese bebé , anticipando muchos de los aconte
cimientos de la infancia: su primera sonrisa, el primer
diente que asoma, la primera palabra, el primer día de
jardín... Cuando el bebé muere, como no tuvieron la opor
tunidad de conocerse , muchas de estas fantasías se ideali
zan y quedan grabadas en la memoria ; en tonces se
fantaseará con dar a luz a aquel b e b é que crecerá sano,
inteligente, creativo, valiente. . . y siempre mejor que no
sotros. Se pierde así no sólo al b e b é real sino al de los
sueños, el anhelado, el que la habría de convertir en mamá,
un diploma que enorgullece y da sentido a la existencia.
Se pierden las esperanzas de futuro, se pierde mucho, y
por todo eso hay que hacer un duelo, un duelo que se
enfrenta a una sociedad cerrada, a unos abuelos frustra
dos que exigen valor y resignación a la joven pareja, a un
grupo de amigos que disfrutan -e l los s í - del nacimiento,
la lactancia y la crianza de niños sanos.
C o m o es habitual, al hombre se le impone mantener
bajo control la situación de crisis. Con la mujer se es
más tolerante, pero por pocas semanas, al c a b o de las
cuales se espera que ella reanude sus labores "como si
nada" y que próximamente dé a luz un niño que ya
viene al mundo señalado con una precisa misión: repa
rar la herida emociona l de sus padres. Recordemos que
en nuestras culturas latinoamericanas, al hombre le es
permitida la rabia y a la mujer la tristeza. Esta arbitraria
asignación de las respuestas afectivas por géneros , ade
más de injusta, impone a cada miembro de la pareja un
molde que precalifica sus reacciones c o m o buenas o ma
las, aceptables o reprobables , permitidas o prohibidas.
2 3 3
Preguntas y respuestas
¿Cree usted que es bueno saber con exactitud la causa de
la muerte de un bebé, o será mejor olvidarse y mirar el
futuro con esperanza, y no "llorar sobre la leche derra
mada "?
Sí. Definitivamente es muy importante saber, hasta don
de sea posible, cuáles fueron las causas de la muerte del
b e b é . En aquellos casos en que no son claras clínica
mente para el médico, incluso creo conveniente realizar
una autopsia. Q u e los padres conozcan la verdad y ten
gan acceso a una versión tan detallada c o m o lo requie
ran les ayuda a iniciar sanamente su duelo, a construir
una expl icación satisfactoria para un h e c h o tan absurdo
y a despejar fantasías sin límites que genera lmente los
culpabilizan es tableciendo relaciones causa-efecto entre
la muerte del b e b é y errores, fallas y "pecados", c o m o
deseos de venganza o rechazos iniciales al embarazo.
Mi esposo y yo hemos perdido ya dos bebés en el tercer
mes de embarazo. Mis suegros viven con nosotros y nun
ca nos han permitido hablar de eso. Mi esposo es hermé
tico al respecto y yo... siento rabia hacia él, hacia ellos,
hacia las otras mamas en los parques infantiles, hacia
los almacenes de ropa para embarazadas. Estoy muy con
fundida. Por favor, dígame algo.
Infortunadamente muchos miembros de la familia, y a
veces los amigos, no r econocen la magnitud de esta pér
dida; les es difícil imaginar un duelo por un b e b é a
quien nunca vieron o que quizás disfrutaron tan só lo
algunos días. C o m o además en muchas familias la muer
te es un tema tabú del que no se debe hablarse, y su
esposo parece provenir de una con ese s i lencioso man-
2 3 4
dato, usted se está sintiendo aislada, incomprendida e
ignorada en sus necesidades emocionales . De ahí pro
viene en gran parte su rabia, que si b ien es expl icable
c o m o reacción, debe buscar la forma de manifestar, de
sacar y de hablar. De no hacerlo, se puede lesionar se
riamente su relación de pareja, c reándose un abismo en
tre ambos cada día más grande, una incomunicación y
un resentimiento muy peligrosos. Aunque no es frecuen
te encontrar ps icólogos interesados en el c ampo de tra
bajo de los duelos, busque uno, o en su defecto un
sacerdote, sus propios padres o hermanos o alguna ami
ga con quien pueda compartir, sin ser juzgada, sus senti
mien tos repr imidos y la comprens ib l e sensac ión de
envidia con respecto al resto de la humanidad, que sí
puede completar felizmente lo que para usted, hoy por
hoy, es una frustrada tarea inconclusa.
Cuando nació muerta María Lucía, yo pude tenerla en
mis brazos mucho rato. Pude cantarle y la bautizamos.
Antonio y Mauricio, de 5 y 4 años, vinieron a la clínica y
la vieron también. Inclusive tengo una foto de los cinco
reunidos. Yo la bañé y la vestí con su mejor vestido. Todo
eso me ha dado mucha paz estos ocho meses y ahora pen
samos encargar otro bebé. Díganos su opinión. Le quiero
contar que el obstetra y la preparadora fueron en eso ad
mirablemente respetuosos. Yo soy odontóloga y mi esposo
es profesor de filosofía.
Ojalá más familias pudieran vivir de la manera c o m o uste
des lo han hecho la triste experiencia de la muerte de un
pequeño bebé . Ustedes hicieron algo muy sano: ponerle
un nombre a la bebé , vincular a toda la familia al evento,
compartir la tragedia, permitirles a los hermanos conocer
a su hermanita y quizás verlos y oírlos a ustedes realizan-
2 3 5
do una hermosa aunque triste ceremonia ritual de despe
dida. Puede estar segura de que sus niños de c inco y
cuatro años estarán tristes por la experiencia pero no trau
matizados, porque ustedes le dieron significado y cons
truyeron un pequeño baúl de recuerdos de María Lucía
que será para todos inolvidable y, c o m o usted lo dice,
fuente de paz. Seguramente un nuevo embarazo permiti
rá a la familia reunirse en torno a la ilusión del próximo
bebé , que no será ya María Lucía, sino su hermano o
hermana.
Cuando después de tres meses de tormento para nuestro
bebé y para nosotros dos, los médicos decidieron desco
nectarle los soportes vitales, las enfermeras nos hicieron
salir. Lo vi luego desde lejos, amoratado, hinchado, des-
gonzado. famas podré olvidar esa escena. Mi esposo, cre
yendo hacer lo mejor, me dijo: "Debemos irnos ya y
contarle a la familia" y yo, como una autómata, asentí.
Soy psicóloga, y cuando miro hacia atrás recordando esa
experiencia tan cruel, siento que yo sí hubiera querido
tener cerca a alguien que me hubiera aconsejado, per
mitido, sugerido o acompañando a alzarlo y abrazarlo,
a consentirlo y a cantarle, como una vez le escuché a
usted, doctora Isa, haberlo hecho en un caso. Si pudiera
devolver el tiempo lo mecería, lloraría con él y les diría a
las enfermeras que se salieran ellas y no yo. No es una
pregunta, es un comentario que hago para que al leerlo
usted, anónimo, otras personas tomen conciencia.
Gracias por compart ir c o n este auditorio su exper ien
cia, que tanto ilustra y enseña , mil gracias. ¿Sabe? Yo
s iempre digo que esos m o m e n t o s son breves e irrepeti
bles y que a los padres se les d e b e facilitar el decidir
qué quieren hacer, pe ro señalándoles que t ienen op -
2 3 6
c iones hoy y no pasado mañana . Q u e pueden elegir si
ven o no a su b e b é , si hacen o no algún tipo de rito de
despedida, si se c o n c e d e n un rato o algunas horas para
conoce r lo , acariciarlo, mirarlo, contarle; decidir si le po
nen ropa especia l o no, si l laman a los hermanos , si le
toman una foto, recortan un m e c h ó n de pe lo o guar
dan su huella plantar para poder luego disponer de un
recuerdo. Todas esas son alternativas que el personal
preparado de la cl ínica d e b e ofrecer a los padres y que
seguramente harán después una eno rme diferencia en
la calidad del duelo y en la nitidez del recuerdo del
b e b é , quien no será una e spec ie de p e q u e ñ o fantasma
en el l imbo bor roso de la memoria .
Soy enfermera y trabajo en el servicio de obstetricia de
una prestigiosa clínica de la ciudad. ¿Qué puedo hacer
para que cambien las costumbres ya establecidas, donde
rara vez le mostramos el mortinato o el feto a la partu
rienta?
En primer lugar, tomar conciencia de la importancia de
cambiar, leer e instruirse sobre las pérdidas y los duelos
por la muerte de los b e b é s recién nacidos. Para mí es
más cálida esa expresión que la muy técnica "mortinato"
o "feto". Luego, comentar lo con otras compañeras del
servicio, y quizás asistir a un curso breve sobre el duelo.
Y, finalmente, insistirles a las directivas de la institución,
a través de una carta o en una reunión, sobre la impor
tancia de actualizarse en estos temas y de incluir dentro
de la capacitación, además de los aspectos físicos, clíni
cos y puramente médicos, aquella otra dimensión: la emo
cional, la parte psicológica de la madre y el padre que
sufren por la muerte de su b e b é . C o m o enfermeras, po
drán ofrecer los muy valiosos primeros auxilios emoc io -
237
nales en el duelo, que consisten bás icamente en favorecer en ese momen to actuaciones saludables y en facilitar la expresión de los sentimientos y emoc iones concomitantes sin descalificarlos.
Como obstetra con ocho años de experiencia en un hos
pital del Estado, tengo que admitir que siento que al sa-
lirme de mi papel de médico y ponerme a consolar y a
conversarles a mis pacientes con embarazos interrumpi
dos, pierdo puntos en mi imagen y en mi respetabilidad.
Considero que cada profesión tiene sus funciones y no
estoy de acuerdo con acabar de psicólogo amateur. Quie
ro su opinión.
No se trata de acabar e jerciendo la psicología en detri
men to de su eficiencia c o m o obstetra o de su imagen de
credibilidad y respetabilidad ante los pacientes; no c reo
que lo uno implique lo otro. De lo que sí se trata es de
humanizar la práctica médica y comprender que quien
se enfrenta a la muerte de su pequeño hijo o hija es un
ser humano, una mamá o un papá l leno de miedos o
dudas sin respuestas. A veces , tras la fachada de un
profesionalismo distante y frío e scondemos nuestros pro
pios temores, nuestra impotencia, nuestra incapacidad
para tolerar y recibir el dolor, el sufrimiento y la reac
ción emociona l de los padres ante la noticia. Un médico
afable, empát ico y considerado no lo es menos que uno
cortante y s eco en su trato con los pacientes. Por el
contrario, el impacto traumático de la muerte puede ser
suavizado en algo, y el dolor mitigado, por un profesio
nal que de manera no prevenida se permite - c o n lími
tes, claro e s t á - compartir la tristeza y la frustración de su
paciente.
2 3 8
¿Cree usted que las personas con creencias religiosas es
tán en ventaja en los momentos de prueba en la vida?
Sí. Una persona que dispone de una sólida fe religiosa y
de una gratificante relación con Dios encuentra muchas
veces más fácilmente el consuelo a sus penas y la fortale
za para recorrer el camino del duelo porque sus creencias
le otorgan un significado, un sentido a la muerte y a los
momentos tristes de la vida. La muerte, para el creyente,
es un tránsito hacia la vida eterna - c o m o premio, general
mente- ; para quien no cree, es simplemente el final.
Perdí a mi bebé hace tres meses, faltando sólo dos sema
nas para completar el embarazo. Tuve que regresar a
casa al día siguiente y atender a mis tres hijos varones
de 7, 5 y 3 años. No he tenido ni un minuto para hacer
el duelo, como dice usted. Además, mi esposo planeó va
caciones quince días después y todos descansaron menos
yo. ¿Que me aconseja?
Me imagino que, además de estar exhausta, debe sentir
que tiene una tarea pendiente por hacer. En su pregunta,
usted insinúa su malestar e inconformidad con la forma
en que ha vivido estos tres meses. Concédase un t iempo
y un espacio para usted y para su duelo por el bebé .
Catalogue esa labor c o m o una prioridad tan importante
c o m o preparar la comida, ayudar a sus hijos en las tareas,
revisar la ropa, ser buena esposa y además generosa anfi-
triona con todo el mundo durante las vacaciones.
A muchas personas les enseñaron que pensar, recor
dar, sentarse a llorar, descansar o dormir una siesta son
s inónimos de perder t iempo, y que estar activa es lo
más encomiable . Quizás uno de los muchos aprendiza
jes que usted debe hacer ante la dolorosa experiencia
de la muerte sea aprender a cuidarse y a valorar sus
2 3 9
necesidades, no solamente las de los demás. También a
pedir, a poner límites justos ante las demandas de los
otros y a decir "no puedo", "ahora no" o "estoy cansada"
sin sentirse culpable. Eso no la hace una mala mamá.
Busque unos ratos para usted y defiéndalos de las intru
siones de los demás. Consiéntase, regálese, converse con
alguien querido, desahogúese , pida ayuda y verá que
hasta sus niños la sorprenderán con caricias, cuidados y
respeto por sus sentimientos.
Estoy casada hace diez años. Luché durante cinco años
por conseguir un embarazo sano y tuve tres abortos. Por
fin llegó Mariana, una bebé hermosa que consolidó nues
tra relación de pareja, ya averiada por tantas frustracio
nes, y nos dio toda la alegría, la recompensa que la vida
nos debía. Hace tres semanas nos pasó la peor de las
tragedias: salí del país a acompañar a mi esposo en un
viaje de trabajo y, en manos de la niñera, Mariana se
ahogó con un caramelo. Nos llamaron, regresamos de
urgencia sin poderlo creer y... aquí estamos: sin vida y
sin esperanza para seguir adelante. ¿Quépodríamos ha
cer, doctora?
Su pena me parece infinita. Comprendo lo intenso de
sus sentimientos y las mil preguntas que deben plantear
se a raíz de la muerte tan absurda de quien era el pre
mio merecido por ustedes. ¿Qué hacer? Con todo el dolor,
con el alma partida... irlo aceptando. Comprender el
porqué es imposible; no hay expl icac iones para seme
jantes errores del destino o para tan incomprensibles
designios divinos, c o m o prefieran llamarlos. No pode
mos cambiar la realidad, y en casos c o m o este lo único
que podemos hacer es l lenarnos de paciencia y de amor
por nosotros mismos - q u e deben traducirse en cuidados
2 4 0
de orden e m o c i o n a l - para lentamente recuperarnos, aun
que el corazón nos quede lastimado para siempre.
Vivan su dolor, protesten, hab len o guarden silen
c io , hagan lo que vayan neces i tando. Aunque u n o no
lo crea, los seres humanos t enemos recursos de scono
cidos que aparecen en m o m e n t o s de emergenc ia para
ayudarnos a res tablecernos . No dejen de hablar de Ma
riana, de recordar e se p e q u e ñ o gran milagro que la
vida les regaló por tan p o c o t iempo. Con su recuerdo y
su amor por ella quizás puedan más tarde reconstruir
su m u n d o y encontrar otro mot ivo de ilusión. Téngan
se toda la pac ienc ia . . . Si les es pos ible , acudan a una
consul ta profesional o a un grupo de autoayuda para
padres que viven s i tuaciones parecidas. El amor y la
solidaridad que emergen espontáneamente en estos gru
pos son fuerzas poderosas q u e v ienen al rescate de
quienes , c o m o ustedes, viven hoy en la desesperanza.
Seguramente dentro de un t iempo habrá de nuevo en
sus vidas proyectos e i lusiones para compartir.
241
El doble duelo de los abuelos
El abuelo que pierde aquel nieto que lo oía, lo acompa
ñaba y le demostraba admiración, o la abuela que pier
de a la nieta cariñosa y cercana, ¿con quién pueden
exteriorizar sus sentimientos cuando toda la familia está
rodeando y atendiendo a los padres y hermanos y se
olvida de los viejos?
Siempre me ha l lamado la atención la frecuencia con
que cae en el olvido la pena de los abuelos por la muer
te de un nieto. Desde luego que la magnitud del duelo
depende en gran parte de la dimensión de lo perdido, y
es un h e c h o que no todos los nietos son cercanos a sus
abuelos, y viceversa. Además, hay abuelos y abuelos.
Para muchos el duelo será doble: por una parte, el del
nieto que nunca llegará a ser adulto y cuya muerte con
tradice obviamente las leyes de la naturaleza, según las
cuales los menores deben sepultar a sus mayores, y por
otra parte, el duelo que sufren por su hijo o hija que
vive un dolor inmenso para el cual no existe consue lo
posible.
Muchas veces los abuelos son mudos testigos de una
tragedia familiar que viven con impotencia y culpa, pues
sienten que habría sido más lógica y esperable su muerte
y no la de un adolescente en un accidente de moto, la de
una pequeña escolar con leucemia o la de un b e b é que
2 4 2
muere de manera súbita. También puede suceder que el
abuelo haya tenido que enfrentar la muerte de uno o
varios de sus hijos, experiencias que suelen revivirse ante
la nueva desgracia. Por otra parte, hay que tener en cuen
ta que los t iempos han cambiado, y con ellos la tasa de
mortalidad infantil y la conciencia acerca de la importan
cia de los duelos. Como hace cincuenta años el luto se
llevaba en forma pasiva y en silencio, con solemnidad y
entereza, el abuelo puede desconcertarse ante las expre
siones de dolor, rabia, tristeza, culpa y todas las emocio
nes que hoy en día se recomienda sentir y expresar. Es
más, internamente puede haber un choque generacional
irreconciliable entre las nuevas recomendaciones y postu
lados de los psicólogos de duelos y las creencias - p o r
décadas incuestionables-, actitudes y patrones culturales
ante la muerte y el dolor provenientes de las familias de
origen de los abuelos. A veces este choque se hace mani
fiesto en una desaprobación explícita o velada de las con
ductas o formas de enfrentar el dolor que asumen su hijo,
nuera o yerno.
Preguntas y respuestas
Mi hija perdió a sus mellizos en el parto. Yo sé el dolor que
ella siente pero disimula ante mí, por no agravar las co
sas. No puedo acercarme porque siempre está con amigas.
Busque una oportunidad para decirle que quiere conver
sar con ella a solas. Para su hija va a ser un alivio descu
brir que puede contar con alguien para hablar la verdad
de sus sentimientos. Abrirse las dos, compartir la pena,
confiarse mutuamente el dolor que sienten, y que ella vea
su preocupación, les hará bien. Sin invadir sus territorios,
2 4 3
y con mucha prudencia y respeto, manifiéstele que usted
está disponible siempre: para hablar, para llorar, para acom
pañarla en silencio o para que, con confianza, ella pueda
decirle "quiero estar sola" o "no vengas" sin que esto
acarree resentimientos.
Cuando murió mi nieta en un accidente de tránsito fui
la última en saberlo. Mi esposo no puede perdonarle eso
a mi nuera y se ha creado una situación muy tensa en
la familia, nos han dejado de lado.
Sería bueno buscar un puente, un acercamiento con su
hijo, así sea por escrito, y reiterarle su decisión de estar
ahí, de estar cerca. Quizás pueda aclarar con su nuera la
razón por la cual prefirieron no avisarles sobre el acci
dente. Es posible que descubran malentendidos; quizás
detrás de eso estaba la intención de protegerlos del dolor,
pues ellos creyeron que era más acertado manejarlo así.
2 4 4
8
2 4 5
Los niños, la muerte y el duelo
La primera y más importante afirmación sobre el tema
de la muerte y los niños es, indudablemente, esta: los
niños sí viven el duelo. Un niño o niña, en cualquier
momento de su infancia, percibe y registra la muerte de
alguien afectivamente cercano, y sufre por ella. Los ni
ños, al igual que los adultos, s ienten dolor, tristeza, ra
bia, miedo, ansiedad y muchas otras emoc iones cuando
enfrentan un duelo por la muerte de uno de sus padres,
de un hermano o hermana o de otro ser querido.
Por supuesto, sería preferible que la primera con
frontación de un niño con la muerte se diera con peque
ñas muertes previas c o m o la de un mosco , una lombriz,
un cucarrón o una ranita. En esos momentos es más
fácil responder a sus preguntas que cuando el niño t iene
que enfrentarse, de la noche a la mañana y sin aviso
previo, a la catástrofe emociona l de una mamá o un
papá muerto. Pero aun en aquel los casos fáciles y favo
rables para iniciar lo que se c o n o c e c o m o educación
para las pérdidas, al niño no le basta con oír que "todo
lo vivo debe morir". El quiere saber por qué todo lo
viviente eventualmente morirá, c ó m o se siente "estar
muerto", qué les pasa al cucarrón, al pajarito y al abue
lo. Se pregunta a dónde van los muertos o su alma, si la
ranita tenía alma y por qué no, por qué Dios "mata" a
las criaturas que crea y que quiere, por qué María Clara,
su compañera , murió ahogada en una piscina o por qué
a Mariela, su pequeña vecina, se le murió la mamá.
Cuando un niño es tablece un vínculo afectivo con
un animal domést ico que inevitablemente ha de morir,
los adultos subestiman el impacto dramático que tiene
para él la muerte de su canario, perro o gatito y rempla
zan rápidamente a la mascota por otra igual, c reyendo
ahorrarle un sufrimiento al niño. Pero con esta actitud
negamos su duelo, ignoramos su dolor y le transmitimos
mensajes no verbales c o m o "los afectos son remplaza-
bles", "estar triste no es bueno" o "no se debe llorar por
tonterías", en lugar de ayudarle a comprender que las
separaciones duelen y que el duelo es inevitable y triste
pero saludable para poder seguir adelante en la vida
emocional .
Además, en esta era de comunicac ión electrónica y
no solamente personal, los niños rec iben desde su más
tierna infancia cientos de mensajes de muerte no desci
frados, o por descifrar. No es posible protegerlos de la
muerte, ni c o m o idea o concep to ni c o m o realidad. Y
menos en Colombia, donde la sobreexpos ic ión a imáge
nes y testimonios demoledores sobre la muerte triste
m e n t e forman parte inevi table de la vida cot idiana,
planteando a los niños pequeños angustiantes y confu
sos interrogantes acerca del valor de la vida, el respeto
por ella y la sensación de seguridad y confianza en el
mundo que les rodea.
Ante esta realidad, el n iño no necesi ta que le expli
quen en incomprensibles peroratas de adulto el c o n c e p
to de muerte, sino que le oigan sus inquietudes, que le
escuchen sus temores y fantasías y, si se trata de la muerte
de alguien cercano, que se le asegure que no será aban
donado, que será cuidado y protegido, que él no tuvo
2 4 6
ninguna culpa, que no necesar iamente todos los seres
significativos indispensables para su supervivencia van a
morir pronto, que alguien consistente -prefer iblemente
el padre o la madre sobreviviente- , ce rcano y sensato,
estará afectivamente disponible para responder a sus pre
guntas, para abrazarlo fuerte cuando tenga miedo, para
acurrucado cuando se sienta desamparado y para conso
larlo cuando esté triste.
A L G U N A S D E F I N I C I O N E S PARA FAMILIARIZAR
A L O S N I Ñ O S C O N EL T E M A
• Morirse: sucede cuando el cuerpo deja de funcio
nar. Es dejar de estar vivo.
• Estar muerto: es no poder volver a vivir. Es no
respirar, no sentir dolor, no moverse , no hablar, no tener
hambre ni frío.
• Ataúd: se trata de una caja especial , usualmente
de madera, en la que se co loca el cuerpo del muerto.
• Cementerio o jardines de reposo: son los lugares
donde se deja el ataúd que tiene el cuerpo del muerto.
• Cadáver: es el cuerpo muerto.
• Cremación: es cuando por la acc ión del fuego se
quema el cuerpo muerto - e n un lugar e spec i a l - hasta
que se vuelve cenizas.
« Entierro o funeral: es una reunión de familiares y
amigos en la casa, la iglesia, la sinagoga, el templo o el
cementer io , con el fin de recordar a quien murió, hacer
le un homenaje , despedirse de él y consolarse unos a
otros en su tristeza.
• Duelo: comprende todos los sentimientos y las c o
sas raras que sentimos después de que alguien muy im
portante para nosotros ha muerto. La persona puede
2 4 7
sentirse brava, triste, sola, asustada, con remordimiento
o avergonzada, y todo ello es normal.
• Culpa: sentimiento que nos hace creer que de al
guna manera somos los causantes de algo que pasó, o
que hemos hecho algo malo.
• Homicidio o asesinato: es el acto de matar a una
persona. A veces la gente mata porque tiene mucha ra
bia, miedo, deseo de venganza u otros problemas y por
que se olvida de que la vida de un ser humano es muy
importante y que, aunque no lo queramos, no podemos
quitársela. Hay muchas otras formas de solucionar los
problemas antes de llegar a herir o agredir a alguien,
por ejemplo, hablando o tomando distancia.
• Suicidio: es quitarse la vida uno mismo, matarse.
La gente llega a esto cuando tiene graves enfermedades
en su mente y no puede pensar bien, o cuando siente
que no hay ninguna otra salida para sus problemas, que
le parecen gigantescos. La persona siente que no quiere
vivir más ese momento. En estos casos, siempre es posi
ble pedir ayuda profesional o de alguien conocido y de
confianza que le pueda brindar apoyo y lo acompañe a
buscar soluciones que le permitan seguir viviendo.
SEÑALES N O R M A L E S D E D U E L O E N L O S N I Ñ O S
• Trastornos del sueño: pesadillas, insomnio, dormir demasiado.
• Contar una y otra vez eventos acerca de su ser querido y / o de su muerte.
• Sentir que quien murió de alguna forma está presente, o quizá a veces "le habla".
• Soñar con quien murió, extrañarlo y echarlo de menos.
2 4 8
• Presentar dificultades para concentrarse en el estudio.
• Algunas veces, aparentemente, "no sentir nada". • Mostrarse interesado en temas de enfermedades o
preocuparse excesivamente por su salud.
• Sentir miedo a quedarse solo. • Llorar con frecuencia por tonterías y en los mo
mentos menos esperados.
• Orinarse en la cama, perder el apetito o comer
desaforadamente.
• Idealizar a quien murió.
• Comenzar a hacer gestos, conductas o tics pareci
dos a los de quien murió, o tratar de imitar su forma de
hablar.
• Hacer payasadas en la casa o en el colegio.
• Sufrir frecuentemente de dolor de estómago, de
cabeza, de garganta, etc.
• Rechazar a sus amigos de antes, hacer rabietas o
pataletas, aislarse de los amigos y compañeros .
• Cambios en su actividad habitual: dejar de jugar,
rechazar distracciones que antes le gustaban.
Todo esto es normal y esperable. Cuando los síntomas
perduran, o cuando coexisten muchos, hay que consultar
con el especialista oportunamente para prevenir la apari
ción de bloqueos en el desarrollo emocional. Para una
evolución emocional saludable, un niño en duelo debe:
COMPRENDER
El niño debe entender, de acuerdo con su edad y su
nivel de desarrollo emocional, que la muerte es univer
sal, que todo lo que hoy está vivo morirá algún día y
que no es culpa de nadie que esto ocurra, que la muerte
es parte de la vida y que lo que está sin vida no siente,
no sufre, no necesita, no respira. Y además, indepen-
2 4 9
dientemente de las creencias religiosas que su familia
profese, debe saber que los aspectos físicos de la muer
te son irreversibles y permanentes .
Cuando estos concep tos básicos se aplican a un caso
específico, por e jemplo la abuelita, un primo, un herma
no pequeño o uno de los padres, el n iño debe poder
entender en palabras sencillas lo que ocurrió - u n a en
fermedad, un accidente u otra circunstancia- , y es nece
sario responderle todas sus preguntas y escucharle sus
comentarios.
REACCIONAR
Muchos de los sentimientos enlazados con la sensación
de pérdida y duelo, tales c o m o sentirse despojado de
algo o alguien valioso o que algo se rompe inevitable
mente, deben poderse manifestar sin ningún impedimen
to. Especialmente la tristeza, la rabia, la culpa y los otros
sentimientos inherentes a cada situación particular. El niño
tiene derecho a sentirlos, experimentarlos y expresarlos
sin temor, c o m o parte natural y válida de su reacción de
duelo, y debe sentirse respaldado para ello.
Si la muerte ocurrió en condic iones traumáticas, el
niño puede reaccionar si lenciándose, sin sentir, aparen
temente, nada por un t iempo. En tales casos, para él o
ella se hace m u c h o más difícil expresar lo que siente.
Sin embargo, esta aparente falta de respuesta no debe
ser interpretada equívocamente por los adultos c o m o se
ñal de que el niño no está afectado o de que está to
mando muy bien las cosas .
RECORDAR
El niño necesita ayuda y "permiso" para recordar a quien
murió, tanto en sus facetas positivas c o m o en las negati-
2 5 0
vas. Para ello requiere la ayuda comprensiva de los adul
tos que en lugar de evadir los recuerdos - fotos , evoca
ciones , e t c . - , facilitan ratos amables , aunque tristes, en
los que se habla de qu ien murió.
Conmemorar es también saludable emocionalmente ,
y los pequeños rituales inventados por el mismo niño
son de gran importancia para la sana elaboración de su
duelo. En algunas ocas iones los niños desean hacer una
pequeña ceremonia en el co legio para conmemorar la
muerte de un compañe ro y se encuentran, sorprendidos,
con que la familia del amigo muerto expresa su firme
renuencia a el lo. En tales casos , a un nivel grupal más
pequeño , un profesor sensible puede ayudar a los pe
queños a realizar un evento privado, pero s imból ico y
significativo, que no ofenda el deseo familiar.
SEGUIR ADELANTE
El niño debe saber que un día volverá a sentirse bien,
alegre, comunicat ivo, y que va a poder volver a jugar y
a concentrarse en los deberes escolares, luego de este
"terremoto temporal" del duelo. Pero que seguir adelan
te o avanzar no significa olvidar al hermano que murió
de leucemia o que fue víctima de un accidente, sino
encontrar o construir un sitio interno, en el alma, para el
amor y los recuerdos de esa persona que vive en su
corazón y que ocupará s iempre un lugar en su mundo
vital.
LA I N F L U E N C I A DE LA FAMILIA
Las respuestas del niño ante las pérdidas y la muerte de
ben ser vistas siempre dentro del contexto familiar. La
2 5 1
reacción posterior a un evento tan doloroso como la muerte
de uno de sus miembros presenta -y a veces i m p o n e -
normas de comportamiento que influyen poderosamente
en el pequeño. En el trabajo terapéutico con duelos es
frecuente encontrar diversos tipos de familias, y es impor
tante reconocerlas para determinar el ambiente que rodea
al niño y que condiciona en gran parte su estilo personal
del duelo. Algunas de ellas son:
• Familias para las cuales la muerte es un tabú, en
las que nunca se abordan ni se discuten temas c o m o el
dolor, las pérdidas o las enfermedades. Con la idea de
proteger la inocencia del niño, estas familias cierran en
forma permanente las puertas que conducen a los m o
mentos tristes sin dar a cce so a los menores .
• Familias en las que siempre tiene que existir un
culpable, y en cuyas conversaciones se escuchan conti
nuamente frases c o m o "¿quién fue el que hizo esto?", "¿de
quién es la culpa?" y "¡tú fuiste!" Con frecuencia, los pa
dres son inflexibles, demandantes, perfeccionistas y mu
chas veces se sienten víctimas en la relación con los hijos,
sobre cuyos hombros colocan una pesada carga llamada
culpa, que permanece y determina en gran parte los vín
culos afectivos dentro de la familia.
• Familias frías y distantes en las que, seguramente a
raíz de las experiencias infantiles de los padres, no exis
ten momentos para consolar, ni para cercanía amorosa, ni
para las respuestas afectivas que tranquilizan.
• Familias donde "todo debe seguir c o m o antes" y
los miembros enfrentan la muerte y el dolor sin permitir
sus manifestaciones. Para poder encajar en este patrón,
los hijos deben renunciar a reaccionar y a dejar ver su
sufrimiento. "Aquí no ha pasado nada" es la consigna.
• Familias en las que las pérdidas desencadenan el
caos latente de discordia entre sus miembros. Surgen la
2 5 2
agresión, la hostilidad, los problemas conyugales y fra
ternales. . .
• Familias en las que las penas se comparten con
espontaneidad, comprendiendo la validez de las diferen
cias individuales en la percepción del hecho doloroso y
la reacción ante él. Son familias donde las cosas se pue
den hablar, donde hay tolerancia ante las reacciones del
otro, donde la rabia, la tristeza y el miedo se pueden
sentir, sin anular por ello la importancia de establecer
límites que con amor acojan o contengan las reacciones
desbordantes y explosivas. Son familias en las que se
acepta la importancia de separarse para crecer, aunque
esto duela, y se r e c o n o c e que la imperfección y la frus
tración son e lementos ineludibles de todo vínculo amo
roso. En ellas el n iño vive la muerte con dolor pero
aprende que con paciencia y con sus recursos puede
enfrentar adecuadamente los momentos de deprivación
y tristeza para crecer a partir de ellos, descubriendo su
riqueza oculta.
Preguntas y respuestas
El instinto materno o adulto de protección hacia los ni
ños lo lleva a uno a sacarlos del escenario de la muerte
cuando ha fallecido un familiar. ¿Qué opina usted?
Sí, la tendencia hasta ahora ha sido separar a los niños
de sus padres o de las personas cercanas y "distraerlos"
o alejarlos mientras pasan el entierro y los primeros días
de dolor intenso. Pero este ocultamiento del h e c h o les
causa mucha ansiedad, confusión y desconcier to . Tarde
o temprano ellos se dan cuenta, si es que no lo saben
ya, y no comprenden el deseo de "protegerlos"; más
bien resienten el haber sido hechos a un lado, subesti-
2 5 3
mando su capacidad de participar en los momentos de
dolor familiar.
¿Usted cree que un niño debe asistir al funeral de su her
mano o de su padre, por ejemplo?
Sí, s i empre y c u a n d o se le haya e x p l i c a d o cu idadosa
m e n t e lo q u e va a p re senc i a r y el p o r q u é del ataúd,
de la c e r e m o n i a , del l lanto y de las otras manifes ta
c i o n e s de tristeza, y se lo haya p repa rado para des
pedi rse é l t amb ién de qu ien mur ió . Esta c o n v e r s a c i ó n
privada y pe r sona l c o n el n iño d e b e l levarla a c a b o
el adul to sensa to y c a r i ñ o s o más c e r c a n o a él afect i
vamen te , po r e j e m p l o , e l padre sobrev iv ien te , o en
su de fec to un h e r m a n o mayor, una tía o abue la , q u e
no só lo le e x p l i q u e lo ocur r ido s ino q u e lo e s c u c h e y
le permi ta decidir, sin forzarlo, a c e r c a de su asis ten
cia al funeral. Si va, no d e b e dejárse le ais lado; hay
q u e l levarlo de la m a n o para irle e x p l i c a n d o el senti
do de lo q u e va p r e s e n c i a n d o . De otra manera , e l
en t ie r ro se conver t i rá para é l en una act ividad cruel ,
macab ra y a terror izante .
¿Cómo puede un niño despedirse de su mamá, que mu
rió en la clínica y ya la están velando?
En primer lugar, háblele de la necesidad de decir adiós,
de despedirse. Cuéntele qué pasó con su mamá, acla
rándole que ella no se fue voluntariamente, abandonán
dolo, y expóngale varias alternativas para que él elija y
pueda sentir que tiene algo de control en un momen to
tan triste: por ejemplo, podría ir con el padre al velorio
y mirar el ataúd -previa expl icación, c l a r o - desde lejos,
o sentarse cerca. Permítale decirle a la mamá muerta lo
que él quiera: que la va a recordar siempre, que la echa-
2 5 4
rá m u c h o de menos , que va a estar triste unos ratos, que
la llevará en su corazón y que cada vez que cierre los
ojitos la sentirá cerca, acompañándolo , cuidándolo, aun
que sabe que no estará en persona. O puede escribirle
una "carta secreta" si ya sabe escribir, hacerle un dibujo
o poner le flores, un osito, un pe luche o cualquier objeto
significativo para él dentro del ataúd, para que mamá
también se lleve algo suyo.
Al regresar a casa, s iempre que él esté de acuerdo,
puede pedirle al papá que enc iendan una vela especia l
un rato durante cada día o cada semana y se reúnan a
pensar en mamá y a recordar anécdotas de su vida con
ella. Estos senci l los rituales ayudan a confrontar la rea
lidad de la muerte c o m o definitiva, a recordar y a sen
tir que , aunque esa persona ya no está c o n nosotros ,
sigue s iendo especia l y no se olvida.
¿Debe un niño ver el cadáver de su madre, por ejemplo?
¿No se asustará o guardará un mal recuerdo de por vida?
Aunque no recomiendo forzarlos cuando ellos no quie
ran nacerlo, ver el cuerpo de quien murió sí es muy
importante tanto para los adultos c o m o para los niños
porque confiere una innegable sensación de finalidad,
de realidad, a la muerte. La mayoría de los niños que
vieron muerto a su ser querido se sienten bien de haber
lo podido hacer. Si los adultos no les transmitimos la
impresión de algo feo, morboso o degradante, ellos no
lo verán así y quizás este h e c h o les ayudará a responder
muchas incógnitas que la muerte plantea y que ellos no
se atreven a preguntar y a nosotros nos da temor con
testar. Esa puede ser una valiosa oportunidad para oírlo,
conversar con él y disipar sus dudas.
2 5 5
Hace poco tiempo, un niño cercano a nuestra familia
me preguntó si morirse duele. ¿Podría usted orientarme
sobre la manera acertada de responde a los niños sobre
estos temas de la muerte, que resultan difíciles de abor
dar aun para nosotros, los adultos?
Le diría la verdad: yo no sé porque no me he muerto,
pero también sé que en los casos de enfermedad grave
existen médicos muy hábiles y muy buenos medicamen
tos para suprimir o controlar el dolor, que hacen que las
personas puedan morirse tranquilas en su casa o en una
clínica y que nos permiten a los familiares, que las que
remos, acompañarlas y consentirlas hasta el final.
¿Deben los niños participar en la acción de deshacer la
habitación de quien murió, o es mejor que al llegar del
colegio ya haya pasado todo y la habitación esté cambia
da, convertida en un lugar para otro uso, como un cuarto
de costura o televisión? A mí me parece que se les ahorra
un mal momento, ¿no cree?
Los niños deben saber qué va a pasar, cuándo y c ó m o
con la habitación y los objetos del ser querido. Se les
debe tomar en cuenta y consultarlos hasta cierto límite,
por e jemplo preguntarles si están de acuerdo en arreglar
la habitación un domingo, para que ellos participen, o si
prefieren que se haga un día de la semana, cuando ellos
están en el colegio . En cualquier caso, debe preguntár
sele al n iño qué cosas le gustaría guardar c o m o recuer
dos o "tesoros muy especiales" de todo aquello que tenía
el abuelo, la mamá o el ser querido, y si esta petición es
razonable, acceder. Por e jemplo, una niña de 5 años
puede querer el escritorio de su he rmano de 8, su osito
de pe luche o una prenda de vestir, la lámpara de la
mamá, o quizás quiera conservar unos aretes o un c o -
2 5 6
llar; un hijo podrá desear retener una o varias chaquetas de su padre, la billetera, unos d iscos . . .
¿Es conveniente llevar a los niños en las visitas al cemen
terio? ¿Con qué frecuencia?
Algunos niños no quieren volver al cementer io luego de
saber que lo que allí reposa es el resto sin vida de su ser
querido. A otros, en cambio , les agrada limpiar la tumba
y decorarla con flores. Este es un asunto muy personal
en el que las preferencias y gustos del niño o niña de
ben ser respetados.
Mi niño de 9 años me hace mil preguntas diarias sobre
la muerte de su hermana de 15 años. Yo no sé verdade
ramente qué responderle y a veces tengo que inventarle
algo para que se calme y deje de preguntar. ¿Eso está
mal?
No tema decirle a un niño en duelo la verdad. Si usted
no sabe la respuesta a una pregunta nunca le invente
cosas , ni diga algo que al c a b o de c inco o diez años
tendrá que admitir que es falso. Dígale la verdad de
acuerdo con el nivel de madurez de él y, si no lo sabe,
hágaselo saber con honestidad y aconséje le que formule
esas preguntas a un sacerdote, al ps icólogo del colegio
o a un pariente que sepa. Un niño de 9 años t iene aún
muchos interrogantes sin resolver, y al calmarlo o silen
ciarlo usted está inhibiendo su natural curiosidad.
¿Es normal que mi hija le pregunte todo a su papá y no a
mí, sobre la muerte de nuestro pequeño vecino de 6 años?
Sí, los niños pueden sentirse más cómodos preguntán
dole al padre y no a su madre, o dejándose ver tristes o
2 5 7
l lorando en presencia de alguno de los dos; esto no
debe hacerla sentir mal. Usted podría hablar delicada
mente de esto - s i se siente cómoda a l h a c e r l o - cuando
estén los tres reunidos, para que la niña vea que usted
no les t eme a esos temas.
¿Cómo manejar delante de los niños el llanto de uno de
los padres en duelo? ¿O es mejor llorar solos?
Los niños pueden asustarse mucho si es la primera vez que
ven llorar así a sus padres. Pero también es una oportuni
dad para abrazarlos, tranquilizarlos y mostrarles que es nor
mal y sano que los adultos lloren también. A la vez es un
permiso, una autorización para que cuando ellos quieran o
sientan la necesidad puedan llorar sin sentir vergüenza.
Ahora bien, es muy frecuente que la tolerancia de
un niño ante el llanto de los padres sea limitada; puede
decirle a la mamá "bueno, ya no más", o "no resisto
verte l lorando todo el día". Ese niño puede estar sintien
do m u c h o miedo de ver desmoronarse a su padre o a su
madre, hasta en tonces pilares de fortaleza, y también
sentirse muy impotente al no encontrar recursos para
devolverle la alegría.
Si el padre o la madre se hallan tan deprimidos que
no pueden funcionar en la forma en que los n iños
están acos tumbrados , sería r e c o m e n d a b l e buscar ayuda
profesional que , sin invalidar su tristeza, les ayude a
manejarla de tal manera que no inunde exces ivamente
la vida familiar, generando actitudes comprens ib les de
rechazo o evasión en los hijos.
Nuestro niño de 3 años, el único varón entre cuatro ni
ñas, y de veras un niño muy especial, murió de leuce
mia. ¡Nuestra pena ha sido infinita! Yo estoy inconsolable
2 5 8
y en los últimos días he visto que las niñas como que
resienten mi dolor. ¿Eso es normal?
Sí. Todo lo que está ocurriendo en su familia cabe dentro
de lo esperable en un duelo tan difícil c o m o el que viven.
La reacción de las niñas es comprensible, ellas tienen que
afrontar la muerte del hermano, además del cambio tan
triste y drástico en la conducta de sus padres y en la
rutina familiar. En esos momentos algunos niños se mues
tran celosos de la atención y de la idealización del hijo
muerto, y no se sienten queridos ni importantes para sus
padres. La reacción es entendible; usted tendrá que hacer
un esfuerzo y dedicarles un rato amable y agradable a las
pequeñas, explicándoles que cada día será un p o c o me
nos malo, aunque usted misma en este momento abrigue
muchas dudas.
Mi hija de 14 años tenía un caballo al cual prodigaba
cuidados y cariños, casi más que a cualquiera de noso
tros. Había ganado campeonatos de salto con él. Hace dos
meses tuvieron que matarlo porque se cayó por un ba
rranco y se descaderó. Quisiera saber si es normal hacer
duelo por las mascotas, pues ella ha llorado intensamente.
Sí. Tanto adultos c o m o jóvenes y niños establecen, en
ocas iones , relaciones afectivas muy importantes con los
animales (el caballo, el perrito, un canario, un gat i to . . . ) ,
y su muerte deja un duelo que puede ser sorprendente
mente intenso y agudo para quienes no comprenden el
amor por estas criaturas. Permítale a su hija que llore,
que lo recuerde, que se lamente de lo ocurrido y que
proteste por ello. Es conveniente sentir rabia y, si es
posible, enterrar al animalito muerto. Pasado un t iempo
prudente, se puede adquirir otro y darle un nombre dis
tinto.
2 5 9
9 La muerte,
los profesores y el colegio
A lo largo de es tos años de contac to profesional directo
con familias en crisis por la muerte, próxima o ya ocurri
da, de uno de sus miembros, he observado que los ni
ños son los grandes olvidados en estos momentos de
duelo y trauma. Si b ien algunas instituciones han realiza
do esfuerzos insistentes para crear concienc ia en las c o
munidades escolares acerca de la importancia de incluir
el tema de las pérdidas y la muerte en sus prioridades
educativas, la respuesta ha sido muy pobre .
Hace varios años le e scuché decir a un gran amigo,
el doctor Robert Stevenson, ps icólogo escolar nor teame
ricano dedicado a estos programas, que entre los africa
nos existía este proverbio: "Hablar de un enemigo le
confiere más fortaleza", y él sentía que una reflexión de
este tipo subyacía al si lencio de los colegios en lo relati
vo a la muerte y el trauma. Analizando con él nuestras
costumbres, estuvimos de acuerdo en la validez del pro
verbio contrario: "Hablar de un enemigo nos fortalece
para poder afrontarlo", el cual, apl icado a la muerte y el
morir humanos, t iene que ver con aceptar el tema, po
nerle un nombre a lo que se siente, enfrentar lo miste
rioso y atemorizante. Hablar sobre todo esto nos lo hace
más manejable, menos secreto y, por ende, menos temi
b le y peligroso.
2 6 0
En Colombia, y muy seguramente en otros países
lat inoamericanos, aún se cree que la preparación para
las crisis no es efectiva y que no es tarea de los colegios
prevenir las compl icac iones que en la vida emociona l
puede dejar un duelo mal orientado en un niño, o los
efectos desatendidos de una muerte vivida a temprana
edad. Es c o m o si los niños y jóvenes no necesitaran
aprender acerca de las pérdidas y la muerte, puesto que
por muchos años estas experiencias no serán parte de
su vida. En algunos casos ext remos he l legado a oír
comentar ios provenientes de profesores o del personal
educativo en el sentido de que su renuencia a tomar en
cuenta estos temas o b e d e c e al temor de que incluirlos,
enseñarlos y discutirlos pueda generar en los jóvenes el
efecto contrario, es decir, un incremento de la idea suici
da, de la violencia o de la depresión, antes que ayudar a
prevenirlas o a enfrentarlas cuando ocurran.
Un evento traumático produce una herida o un cho
que emoc iona l que puede causar daños duraderos a ni
vel físico y / o ps icológico. Las comunidades escolares
deberían estar preparadas para enfrentarlos, en la misma
forma en que disponen de un servicio de enfermería y
de primeros auxilios para atender los accidentes even
tuales y llevan un cuidadoso registro médico de la salud
física de los estudiantes para prevenir en lo posible la
enfermedad individual o las epidemias. ¿Y qué de la
salud emocional , de la preparación para afrontar las in
evitables exper iencias de pérdida y dolor que la vida
lleva? ¿No estaremos, con ese rechazo selectivo de los
temas de la muerte y el trauma, dejando ver nuestra
propia incompetencia , nuestra ignorancia y nuestros te
mores? ¿No será esta una prioridad para la salud mental
estudiantil, máxime en un país que, c o m o Colombia, pre
senta cifras absurdas de muertes violentas por año y en
261
el que diariamente los noticieros de radio y televisión
invaden los hogares con tan tristes noticias?
La apatía, el escept ic ismo y el e scaso compromiso
de muchos de nuestros jóvenes con las circunstancias
actuales de nuestro país, ¿no serán fruto de, entre otros
factores, la impotencia inducida a través del peligroso
silencio de los adultos que tienen en sus manos la res
ponsabilidad de educar dentro de valores éticos que orien
ten sanamente las luchas y los ideales de la juventud?
¿Se nos podrá acusar en un futuro a nosotros, maestros
y formadores de conciencias , de usar la negligencia y la
negación c o m o mecan ismos de defensa generalizados
que ignoran y erradican lo doloroso y triste para no
darle la cara al dolor?
Las r eacc iones de los n iños a la violencia y a la
muerte varían eno rmemen te . En ellas influyen m u c h o s
e lementos , entre el los lo permit ido en el hogar y lo
facilitado en el co leg io . En mi opinión, nuestros hijos
necesi tan, desde pequeños , aprender a afrontar la se
paración, el dolor, la culpa, la rabia y el t emor al futu
ro. Esto es lo que en los pa í ses de vanguardia en
tanatología se c o n o c e c o m o educación para la muerte
y las pérdidas - q u e en el fondo es educac ión para la
v i d a - y que debiera ocupar en los co leg ios un lugar
importante, con e l mismo auge que h a c e dos décadas
c o b r ó la educac ión sexual . Esta formación d e b e iniciar
se prefer iblemente antes de que la exper ienc ia doloro-
sa de la muer te de u n o de los padres, un h e r m a n o o
un c o m p a ñ e r o de co leg io irrumpan en la vida infantil.
En los m o m e n t o s de crisis, genera lmente no p o d e m o s
darnos el lujo de d isponer de t i empo para pensar, pla
near, reflexionar, evaluar y capaci tar a los profesores y
al personal del co l eg io para intervenir oportuna, ade
cuada y se renamente .
2 6 2
No existen vacunas contra el dolor emocional , y aun
que es cierto que ningún programa educativo podrá evi
tar la pena que causa una pérdida, sí es posible - e n una
comunidad educativa preparada de antemano para afron
tar sanamente las exper iencias de pérdida y de t rauma-
reducir los efectos nocivos y las secuelas emociona les
prevenibles del contac to directo con la muerte en cual
quiera de sus formas: accidental, natural repentina o an
ticipada, suicidio u homicidio. Tengamos siempre presente
que "hablar del enemigo nos da poder y fortaleza para
enfrentarlo".
Preguntas y respuestas
¿Los padres deben siempre informar al colegio acerca de
la enfermedad grave y/o muerte vivida en el hogar?
Sí. Lo mejor que los padres pueden hacer es informar en
el colegio que sus hijos han sufrido una pérdida significa
tiva, bien sea una enfermedad grave, la muerte o la sepa
ración de uno de los padres. Un profesor bien informado
puede ser un gran apoyo para un niño en duelo.
En 1996 en nuestro colegio se suicidó una alumna ado
lescente, en 1997 se presentaron dos casos de suicidio y
otro camuflado tras la fachada de un accidente automo
vilístico. Estamos comenzando a alarmarnos y a temer
otros desenlaces fatales que se constituyan en un mal
ejemplo de esa acción cobarde como solución a los pro
blemas. ¿Qué nos aconseja hacer?
Obviamente, se trata de una situación escolar alarmante y
muy preocupante que exige un cuestionamiento reflexivo
del profesorado acerca de lo adecuado ó inadecuado del
2 6 3
manejo que hasta ahora se le ha dado. Quizás también sea esta la oportunidad de recurrir a ayuda profesional para establecer un plan de acción ante la crisis que involucre a todos los estamentos escolares. Además, es importante reconocer en este momento la magnitud del problema y afrontarlo. ¿Qué piensan los estudiantes del suicidio de sus compañeros? ¿Qué sienten? ¿Lo han podido hablar o ventilar entre ellos? ¿Se les ha escuchado? ¿Se ha creado un espacio cálido, receptivo y no juzgador para atender sus inquietudes al respecto? ¿Hay alguno o algunos alumnos que por su comportamiento, su relación con los chicos muertos, su preocupación excesiva, su depresión o sus alusiones frecuentes al tema del suicidio, estén en riesgo de convertirse en futuras víctimas? ¿Se les ha atendido eficaz y oportunamente, o se ha preferido ignorarlos para no crear la sensación de crisis escolar y no alarmar a los padres? No podemos olvidar que en casos de suicidio todo indicio debe ser tomado en serio, y que la vergüenza por sobrerreaccionar no puede impedir la oportuna acción preventiva que evite otra muerte.
Cuando muere un niño de tercer año de primaria, ¿qué
debe hacerse en el colegio?
Ante todo, no ignorar el h e c h o pensando que el atraer
la atención del a lumnado hacia la muerte puede romper
el equilibrio escolar o la inocencia de los niños y niñas
y traerles compl icac iones de difícil manejo. Todo lo con
trario: asignarle a la muerte del niño la cuota de "sano
desequilibrio" que tiene es poner de presente el inmen
so valor de una vida humana y la tristeza de la comuni
dad escolar que siente el dolor, la falta, la sensación de
injusticia de la vida, el temor a aceptar que otros niños
podrían morir, etc. En forma sucinta podría formular al
gunas recomendaciones :
2 6 4
• Por unos días, deje en el salón el pupitre vacío del
n iño que falleció. No elimine de un día para otro sus
fotos, sus pertenencias, sus recuerdos.
• Expl ique a los niños lo ocurrido con honestidad y
al nivel que ellos lo requieran.
• Si fue una muerte súbita, que los tomó sorpresiva
mente, ayude a que cada compañero se despida. ¿Cómo?
Escribiendo una carta, compartiendo recuerdos de él, re
cordándolo por sus virtudes y defectos, haciéndole un
recordatorio (no un altar) o un panel en la sala de clases.
• Realice - c o n asesoría de un psicólogo experto en
due los - un ritual s imbólico en memoria del niño para
que su ausencia no pase inadvertida: celebrar una misa o
ceremonia grupal, plantar un árbol, poner una banca con
su nombre en el jardín, hacer un panel expuesto para
que todos puedan expresar en él, a través de dibujos o
escritos, su homenaje al niño muerto.
• Pasadas unas semanas, vuelva a conversar con los
a lumnos sobre el tema de la muerte: c ó m o se sienten,
qué temores tienen, qué preguntas o incógnitas han sur
g ido. . .
Los padres de un alumno de 14 años fallecieron en un
accidente. En el colegio hemos creído que lo mejor es no
convertir a ese niño en un "niño diferente" sino tratarlo
igual que a los demás, sin hacer ninguna excepción. ¿Está
usted de acuerdo?
Ese a lumno cuyos padres murieron no es ni será un
ch ico c o m o todos los demás. No se trata de estigmatizar
lo, pero sí de r econocer la gravedad de lo que le ha
ocurrido. Permitir que los profesores y compañeros le
manifiesten su apoyo, su solidaridad, su compañía , su
tolerancia ante los esperables cambios en su estado de
ánimo o alteraciones en el rendimiento escolar inheren-
2 6 5
tes a un duelo de esta magnitud, es reconfortante y psico lógicamente saludable. Si pre tendemos que el niño "siga c o m o si nada", él va a percibir nuestras expectat ivas y a reprimir su duelo. En términos de salud emoc io nal es m u c h o más peligrosa la actitud de un niño que luego de una pena sigue "como si nada" que la de uno que se permite reaccionar, sentir, preguntar y protestar.
Tengo dos hijas mellizas de 11 años y un hijo de 19 que
está prestando el servicio militar obligatorio. Últimamen
te, con las noticias tan graves de orden público, las niñas
sufren de pesadillas en las cuales lloran por la "muerte
de su hermano asesinado". He optado por no llevar el
periódico a casa ni mirar los noticieros de televisión, pero
siguen igual. Debo admitir que yo sufro espantosamente
por él. ¿Qué puede usted decirme acerca de cómo mane
jar esta situación?
Aunque usted no compre la prensa ni e scuche la radio,
las noticias de atentados a poblac iones donde el ejército
debe hacer frente a las fuerzas del desorden, se filtran
en cualquier momento . Usted no puede colocar a sus
niñas en una burbuja de cristal, c o m o quisiera. Puesto
que el peligro es real, y no imaginado por ellas, c reo
que a las tres ( n o me cuenta usted del padre) les hace
más b ien hablar de eso que callarse: compartir y expre
sar el miedo, la inseguridad y la angustia por el herma
no es mejor que guardarse esos sentimientos. Explíqueles,
hasta donde sea posible, el porqué de esta guerra. Ojalá
que la situación de su hijo no sea tan peligrosa c o m o
ellas la ven, por e jemplo, que no esté asignado a una
zona de orden público. Pero si así fuera, lo único que
puedo recomendarle es que no se aislen entre ustedes,
que compartan tanto los miedos c o m o la esperanza y las
buenas noticias cuando llegan cartas del joven, y si us-
2 6 6
ted es creyente, que recen juntas cada n o c h e para que
Dios lo proteja, luego de lo cual conviene leerles un
cuento o conversar sobre otros temas antes de irse a
dormir. Resaltarles el valor de su hermano y el orgullo
de tener en la familia un valiente soldado y permitirles
que le escriban cartas y dibujos, las ayuda a no sentirse
tan distanciadas e impotentes afectivamente.
Soy profesora de una escuela pública y siempre me han
preocupado las consecuencias que esta guerra de narco
tráfico y guerrilla puede dejaren los niños. Personalmente,
soy madre de dos niños. Quisiera saber cómo poder ayu
darles a mis niños que llegan a clase con unas historias
espantosas de lo que ha ocurrido a sus familiares o cono
cidos, o de lo que han visto en la televisión. Gracias.
Respondo a su inquietud r ecog iendo varias r ecomendac iones que ya he compar t ido al respecto , pe ro c reo que nunca es exces iva la p reocupac ión que c o m o adultos d e b e m o s tener por el presente y el futuro e m o c i o nal de nuestros niños. Ante todo, abra un espac io fijo, quizás semanal , para permitirles a los a lumnos intercambiar información sobre las noticias trágicas, hablar sobre c ó m o se sienten, q u é les preocupa , qué temores registran, y reaccionar . Trate de cerrar esa clase o ref lexión permit iendo que cada n iño exprese su censura ante los h e c h o s y diga cuáles son los valores que siente que están s iendo atropellados. Concéda le un lugar a la esperanza: ayúdeles a plantear so luc iones a su alcance , no importa qué tan realistas sean: sembrar un árbol a manera de p e q u e ñ o ritual a favor de la vida y en contra de la destrucción, rezar por las víctimas y sus familias, escribir o dibujar lo que sienten, llevar a su casa preguntas o comentar ios , mirar el p róx imo notic iero y traer análisis sobre sus reacc iones , hacer diaria-
2 6 7
mente un minuto de s i l enc io . . . Estas s o n algunas de las
actividades a las cuales usted puede recurrir para sensi
bilizar a los n iños posi t ivamente sobre la realidad. En
otras palabras, c o m o no está en manos suyas ni de
el los evitar esta guerra, se trata de contrarrestar c o n
semillas de fe los sent imientos de impotenc ia y deses
peranza y la pos ib le amargura, ayudando a afianzar la
sensac ión de control q u e le devuelve a u n o el asumir
una pos ic ión crítica de censura, más la exper ienc ia de
poder reacc ionar sol idariamente ante el dolor a jeno y,
a pesar de los hechos , rescatar los valores que forman
hombres de bien.
Mi hijo de 10 años no ha cambiado para nada en la
casa luego de la muerte de su hermano gemelo, que se
ahogó en un río durante un paseo familiar. Pero otras
personas, fuera de la casa y aun en el colegio, lo han
visto muy cambiado. ¿Qué le estará pasando?
En ocasiones un niño puede presentar un fenómeno lla
mado duelo desplazado, que se observa en ambientes y
situaciones que no corresponden a las del hogar en due
lo. Por ejemplo, el niño puede volverse hostil y agresivo
con sus amigos o, al revés, muy pasivo en el colegio,
rebelde con las figuras de autoridad, presentar problemas
escolares y académicos, buscar oportunidades para ini
ciarse en el consumo de bebidas alcohólicas o sustancias
estimulantes o en comportamientos sexuales precoces ,
mientras que en la casa se comporta normalmente. En
tales casos es indispensable buscar ayuda profesional opor
tuna; los padres también deben consultar para detectar
posibles comportamientos o actitudes que refuercen en el
niño la necesidad de estar perfectamente bien en su casa,
sin poder compartir su sufrimiento.
2 6 8
10 La muerte de un hermano
Aunque en años recientes la respuesta de un niño ante
una pérdida mayor ha sido abordada científicamente, muy
p o c o se ha escrito acerca del impacto emociona l que
genera la muerte de un hermano o hermana. La doctora
Betty Davies es quizás la profesional que con más cui
dado y dedicación ha estudiado las secuelas de esta pér
dida. A partir de 1 9 8 3 ha propues to y c o m p r o b a d o
interesantes hipótesis clínicas al respecto. En su publica
ción de 1991 Los niños y la muerte (Children and Dea-
th), ella presenta cuatro consideraciones, derivadas de
sus múltiples investigaciones, que considero útil com
partir.
• Los niños se afectan profundamente con la muerte
de un hermano o hermana, lo cual se refleja en múltiples
y evidentes variaciones de su conducta. Durante los tres
años siguientes a la muerte, tanto los mismos niños c o m o
sus familiares, profesores y amigos, atribuyen tales altera
c iones a la pérdida de su ser querido.
• Los estudios clínicos corroboran que la muerte de
un he rmano en la infancia t iene implicaciones a largo
plazo, hasta por siete y nueve años después.
• La muerte de un hermano no es un h e c h o aislado
que los niños olvidan en p o c o t iempo. Al contrario, es
un evento destacado que deja secuelas en su desarrollo
2 6 9
posterior. Adultos que vivieron la muerte de un herma
no en la infancia reportan que los efectos de la pérdida
han sido más o menos permanentes a través de su vida
adulta.
• Las respuestas de un niño ante la muerte de su
hermano están influenciadas por las características de la
relación entre ellos y por las del entorno familiar. Entre
más fuerte y cercana haya sido la relación, mayores se
rán los efectos.
En el 6 0 % de los n iños estudiados tres años des
pués de ocurrida la muerte , se observaron estos tres
rasgos de conducta : nerviosismo, preferencia por la so
ledad y án imo triste con tendencia a la depresión. Tam
bién se presentan reacciones de tipo psicosomático c o m o
dolores de cabeza , có l icos y quejas frecuentes sobre
diversos malestares y dolores , y desórdenes en el dor
mir, incluidos p rob lemas para conci l iar el sueño , pesa
dil las y hab la r o c a m i n a r d o r m i d o s . De los n i ñ o s
estudiados, 2 5 % presentaban ansiedad y dificultades en
el rendimiento escolar . Estos resultados demuestran la
invalidez de la c o m ú n afirmación según la cual p o c o
t iempo después de una muerte la conduc ta del n iño
vuelve a ser "normal". En la gran mayoría de los casos
lo que ocurre es que no se da un seguimiento c l ínico
riguroso más allá de unos p o c o s meses . Entre siete y
nueve años más tarde, los j óvenes reportaban la persis
tencia de una cierta sensac ión de soledad - s i b ien no
per turbadora- asociada a la falta del he rmano muerto.
Esta se expl ic i taba en af i rmaciones c o m o "si mi herma
no estuviera vivo hoy, quizás mi personal idad sería di
ferente, más segura, más extrovertida".
Sin embargo, vale la pena resaltar que el mismo es
tudio demostró que experimentar la muerte de un her
m a n o n o s ó l o de ja c o m o resu l t ado p r o b l e m a s d e
2 7 0
conducta: muchos reportaron haber crecido emocional -
mente y haber adquirido mayor madurez y una visión
psicológica de la vida y del sufrimiento mucho más am
plia que la de jóvenes que no habían sufrido ninguna
pena mayor en su infancia. Muchos adultos, al referirse
a la muerte de sus hermanos en la infancia, consideran
que esta madurez adquirida a la fuerza, c o m o conse
cuencia de la pérdida, iba acompañada de tal seriedad
frente a la vida que no les dejó espacios para disfrutarla
o para percibirla de una manera más liviana y menos
trascendental durante la adolescencia , lo cual incidió en
su tendencia al aislamiento y la introversión.
271
11
Para el padre o la madre sobreviviente, invadido e m o
cionalmente por el propio duelo ante la muerte de su
pareja, se plantea una situación sumamente difícil que
ex ige infinita paciencia, tolerancia y amor. Se trata de
encontrar un ba lance adecuado entre su dolor, que lo
puede conducir al aislamiento, y los requerimientos de
los hijos, que demandan su presencia participativa en la
vida cotidiana; entre su necesidad de espacios persona
les para su duelo y las expectativas de sus hijos de que
él o ella pueda llenar los vacíos afectivos y desempeñar
las tareas de quien ya no va a volver. Conciliar sus nece
sidades de doliente con las de sus hijos de diferentes
edades y estilos de reacción es una tarea titánica, más
aun cuando d e b e poder responder adecuada y ecuáni
memente a las presiones familiares y sociales sobre c ó m o
manejar su pena y reorganizar su vida, que llegan a
amenazar - m á s de lo que ya e s t á - su frágil equilibrio
emociona l y el de su familia.
Otro h e c h o adicional que complica la situación es la
frecuente reacción agresiva de los niños, que se ponen
bravos, exigentes e irritantes con este padre o esta ma
dre, c o m o reclamándole o reprochándole - e n forma in
comprensible para él o e l l a - el estar vivo, o tal vez el no
haber sido quien murió, y manifestando en esta forma la
2 7 2
añoranza por la madre o el padre muerto. Víctima de su
dolor y confundido por el tratamiento injusto de que es
obje to por parte de los niños, el sobreviviente cae en la
trampa de también él agredirlos.
Al perder uno de los padres, el mundo hasta enton
ces seguro y confiable del n iño se es t remece y se des
p loma. En la expe r i enc ia cl ínica ps icoterapéut ica es
posible observar las secuelas emociona les que quedan
en la personalidad tras la muerte de uno de ellos y apre
ciar la eno rme dimensión del duelo que debió haberse
e laborado y que, al no encontrar circunstancias favora
bles, se congeló en el tiempo. La experiencia de la muerte,
con todas sus pérdidas simbólicas asociadas, puede vol
ver a despertarse durante el p roceso terapéutico previs
to, en un espacio amoroso y receptivo, lo que permite
elaborar por fin e se duelo reprimido y cronificado. En
muchos casos, aunque la persona es consciente de sus
síntomas y de sus dificultades para vivir bien, sólo me
diante su relación con el terapeuta consigue comprender
la conex ión interna entre su orfandad temprana y la pro
blemática que afronta en el presente.
Cuando el n iño pierde a uno de sus padres no sólo
pierde a su papá o a su mamá c o m o persona, s ino que
también experimenta deprivación amorosa, inseguridad,
desprotección y falta de apoyo, pues la persona que
falleció era fuente de esos suministros afectivos. Con fre
cuencia , al morir el padre, la madre -ob l igada a trabajar
para produci r - se distancia involuntariamente del cuida
do permanente y reasegurante del niño, lo cual implica
para él una doble pérdida. Cuando es la madre quien
muere, la familia busca afanosamente personas c o m o tías,
niñeras, vecinas o abuelas, que rotan en la vida del niño.
Esta multiplicidad genera en él dificultades para estable
cer conex iones afectivas estables.
2 7 3
La muerte de uno de los padres para el niño
La edad que t iene el n iño en el m o m e n t o en que
ocurre la muerte establece importantes diferencias: el b e b é
que no comprende aun el concep to de pérdida perma
nente ciertamente responde a la muerte de su figura
primaria con reacc iones que una persona estable y afec
tuosa puede ayudar a mitigar. Los niños más grandecitos
buscan y exploran en el ambiente y los sitios donde
habitualmente estaba papá o mamá, esperando encon
trarlos, y pueden presentar llanto, trastornos del sueño,
rabietas, pataletas y regresiones a la seguridad de épo
cas anteriores: medialengua, mojarse en la cama, juegos
repetitivos de buscar y encontrar o de buscar, no encon
trar y llorar con desconsuelo .
En los pr imeros años , los n iños t i enen un c o n c e p
to más o m e n o s c laro de muer te , mas no así de su
irreversibil idad y pe rmanenc ia , lo cual les h a c e impo
sible asimilar q u e "mamá ya nunca volverá" . A v e c e s
los cuentos infantiles al imentan la idea de que la muerte
es revers ible , pues al final a lgún even to m á g i c o o sal
vador les devue lve la vida a qu i enes han muer to: el
cazador a Caperuci ta Roja, el b e s o del pr ínc ipe a la
Be l l a Durmien te . Y los persona jes de las tiras c ó m i
cas , c o m o el ga to Silvestre, amigo de Piolín, o el Co
y o t e , q u e p e r s i g u e a l C o r r e c a m i n o s , r e c o b r a n su
vitalidad s egundos de spués de h a b e r s ido aplas tados ,
q u e m a d o s , e tc .
Más adelante, con el t iempo y la experiencia, el con
cepto de muerte universal e irreversible es más asimilable
para el niño y sus respuestas emocionales, aunque inter
mitentes, tienen más similitud con las del adulto. De for
ma simplista, se califica de "difícil" la conducta de un
niño que expresa rabia e irritabilidad permanentes, aun
hacia el padre o madre sobreviviente. Y hay casos en que
se refuerza, con reconocimiento y aprobación, la aparente
2 7 4
ausencia de reacción de duelo, por resultarnos admirables la madurez, cooperación y sensatez del chico.
Preguntas y respuestas
Aunque mi esposo falleció repentinamente hace ya tres
meses, apenas en estos últimos días me he dado cuenta
de que he atendido mucho más el dolor de mi hijo de 12
años que el de mi niñita de 7. Por favor, aconséjeme qué
puedo hacer, pues ahora, encima de mi dolor, siento mu
cha culpa por esto.
Afortunadamente, los padres t enemos una nueva opor
tunidad cuando somos conscientes de haber comet ido
errores con nuestros hijos: la de reparar. Antes de ilus
trar con algunos e jemplos sencil los las posibilidades de
reparar su involuntaria omisión, la invito a tratar de en
tenderse a la luz de lo que ha estado viviendo. Tres
meses son muy p o c o t iempo para evolucionar en un
duelo tan difícil c o m o el de la muerte del cónyuge, más
aun cuando hay niños por atender. La situación de una
viuda joven con hijos es muy difícil, pues debe balan
cear la satisfacción de las necesidades y demandas que
su nuevo estado le impone c o m o mamá-papá, c o m o mu
jer sola, c o m o viuda - u n a nueva identidad que causa
temor- , con la necesidad de permitirse o salvaguardar
un espacio personal para vivir su dolor, para enfrentar
su mundo trastornado, su vacío, su miedo, su nostalgia.
Semejante tarea expl ica por qué ha desatendido a su
hija menor, a quien tal vez usted ha visto más serena y
centrada que los demás.
Para reparar esto le sugiero, si ya se siente lista, ha
blar con su pequeña hija y explicarle en términos com
prensibles de lo q u e usted se ha dado cuenta y lo
2 7 5
preocupada que está. Puede proponerle que se ayuden
mutuamente en estos momentos tan difíciles. Tal vez
usted podría explorar qué cosas le harían sentir bien a
ella y planear conjuntamente algunos sencil los actos ri
tuales c o m o hablar de y con papá, recordarlo por lo
b u e n o y por lo malo también, o disponer de un t iempo
a la semana para llenar un álbum de recuerdos, visitar la
tumba y permitirle que ella escoja las flores y las arregle,
encender una vela blanca con el be l lo s imbolismo que
tiene la luz y el fuego y reunirse un momen to cada día
del mes en el que conmemoren la muerte. También pue
den conversar sobre c ó m o se sienten, qué extrañan, qué
cosas les están s iendo más difíciles de sobrellevar y en
qué otras sienten que la herida cicatriza.
2 7 6
12
2 7 7
Otras pérdidas, otros duelos
A veces un niño o niña debe hacer duelo por el papá o
la mamá antes de que efectivamente mueran. Enferme
dades c o m o el Alzheimer, un derrame cerebral masivo,
algunos casos de esclerosis múltiple o patologías psi
quiátricas agudas c o m o melancolía o esquizofrenia, obli
gan al n iño a adaptarse a un padre que, aunque vivo, en
algunos aspectos ya dejó de vivir: no puede moverse ,
no habla, no reconoce , no sonríe o se comporta agresi
vo u hostil, distante o frío, pero en todo caso muy dife
rente a c o m o era antes.
Quizás uno de los duelos menos atendidos es el del
niño que por alguna circunstancia, en lugar de poder
disfrutar de una infancia alegre, segura, confiada y pro
tegida, debe cuidar y proteger a uno de sus padres o
seres queridos y además aprender a cuidarse él solo. Es
el caso de padres a lcohól icos o drogadictos, de una ma
dre débil mental o deprimida con conductas autodes-
tructivas, de un padre abandonador e i r responsable ,
abusador o violento. Esto significa la pérdida de la in-
- fancia, del derecho a ser niño y s implemente niño, a
jugar y reír, para verse obligado a crecer prematuramen
te y asumir tareas que no le corresponden, convertirse
en seudoadulto y afrontar desde muy temprano la cruel
dad, el abuso y el lado duro de la vida.
Muchas veces estas pérdidas tempranas (o quizás ca
rencias) dan lugar a personalidades desapegadas afecti
vamente, o redentoras, que siempre cuidan, protegen y
redimen, con una exagerada tendencia a tolerar el sufri
miento en la vida. No habiendo conocido nunca el amor,
la seguridad ni la confianza, no se sienten con derecho
a buscarlas, ni menos a exigirlas en sus relaciones ulte
riores. ¿Cómo puede confiar un niño en un mundo tan
incierto, en el que pasan cosas tan crueles? ¿Cómo pue
de creer que vale la pena vivir cuando está expuesto a
abusos, abandonos o tratos degradantes?
T E S T I M O N I O
Mi padre fue un diplomático reconocido, pero así mismo
muy distante en sus afectos. Murió en un accidente auto
movilístico cuando yo tenía 6 años. A raíz de eso y de la
soledad, mi madre se alcoholizó. Yo tuve que cuidar a
mis dos hermanos mellizos de 3 años y al bebé de un
año. Nunca recuerdo nada feliz en mi infancia: sólo de
sastres, miedo, angustia y rabia hacia papá por haberse
ido. Tenía que esconderle a mamá las botellas de trago y
las llaves del automóvil porque le daba por conducir em
briagada, llevando atrás a todos los chicos, aterrados. Dos
veces tuvo accidentes en los que milagrosamente termina
ba en una clínica y yo... cuidando a todo el mundo.
Nadie me cuidó a mí.
Hoy, luego de una psicoterapia de tres años, com
prendo que como nunca sentí que lo bueno podría ser
para mí, tampoco se lo reclamé a la vida. Me casé con un
alcohólico y drogadicto a quien tuve que cuidar hasta
hace dos años, cuando nos separamos, y siempre he tole
rado el abuso en mi vida.
2 7 8
Mi duelo, o mejor, mis interminables duelos, apenas
hace poco han podido esclarecerse. Hoy también com
prendo que si a una no le enseñaron desde pequeña que
era digna de amor, siempre aceptará el desprecio, la hu
millación, como el pan imprescindible de cada día. Libe
rarse de esa cárcel emocional ha sido la batalla más dura
y despiadada que he librado..., pero se puede. Se puede
ser libre.
2 7 9
ANEXO
Algunas instituciones que prestan ayuda en momentos de crisis en Argentina,
Chile, España, México, Paraguay y Uruguay
ARGENTINA
Hospitales e instituciones en Buenos Aires que brindan terapias psicológicas a pacientes tratados en sus servicios
HOSPITAL MUNICIPAL DE O N C O L O G Í A MARIE CURIE
Tratamientos de cuidados paliativos para pacientes oncológicos para preservar la calidad de vida. Apoyo terapéutico a pacientes y familiares. Dirección: Av. Patricias Argentinas 750 Teléfonos: 4982-1731/1831
FUNDACIÓN APOSTAR A LA VIDA
Asistencia al Paciente Oncológico. Apoyo psicológico a pacientes y familiares Dirección: Av. Rivadavia 2774. Piso 6. Depto. O. Teléfonos: 4863-6785
INSTITUTO DE O N C O L O G Í A ÁNGEL H. R O F F O
Dirección: Av. San Martín 5481 Teléfono: 4580-2801/2804
HOSPITAL GENERAL DE NIÑOS RICARDO GUTIÉRREZ
Servicio de Oncología Dirección: Gallo 1330 Teléfono: 4962-7910
HOSPITAL DE PEDIATRÍA DR. P E D R O GARRAHAN
Servicio de Salud Mental Programa de soporte psicosocial al paciente oncológico tratado en el hospital
2 8 1
Dirección: Combate de los Pozos 1881 Teléfono: 4308-4300
Pacientes con sida
ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA
Fundación de la Hemofilia. Servicio de Psicología Adultos Dirección: Soler 3485 Teléfonos: 4963-1755
HOSPITAL GENERAL DE INFECCIOSOS DR. FRANCISCO JAVIER MUÑIZ
Apoyo psicológico al paciente con sida, internado en hospital Dirección: Uspallata 2272 Teléfonos: 4304-2180
Dónde acudir en momentos de crisis
TELEAMIGO
Orientación y ayuda a personas en crisis Dirección: Estados Unidos 1273 Teléfonos: 4304-0061/62/63
SUICIDA
Centro de Asistencia al Suicida Teléfonos: 4962-0660/0303
RENACER
Grupo de ayuda para padres de hijos fallecidos Teléfonos: 4825-7206/4622-8023
CHILE
RENACER
Acogida a padres en duelo Teléfono: 223 1455, Providencia
2 8 2
CORPORACIÓN DE VOLUNTARIAS DE ONCOLOGÍA INFANTIL - DAMAS DE CAFÉ
Asistencia a menores con cáncer Teléfono: 235 0942, Providencia
CORPORACIÓN CASA ACOGIDA - CA.
Ayuda a niños enfermos de cáncer Teléfono: 555 9608, San Miguel
CORPORACIÓN AMOR Y ESPERANZA PARA EL NIÑO O N C O L Ó G I C O
Atención a niños con cáncer Teléfono: 681 6464, Santiago
COAYUDA, CORPORACIÓN DE A Y U D A A NIÑOS C O N CÁNCER-HOSPITAL
R O B E R T O DEL RÍO
Ayuda a niños con cáncer Teléfono: 695 7760, Santiago
FUNDACIÓN SANTA CLARA DE Asís Casa Santa Clara de Asís para Niños con sida Teléfono: 551 0205, Santiago
COASAM, COMUNIDAD D E A P O Y O A LA SALUD D E LA MUJER
Atención a la mujer con cáncer-Hospital San Borja-Arriarán Teléfono: 273 5786 (recados), Las Condes
LIGA CHILENA CONTRA EL CÁNCER
Hogar para enfermos terminales oncológicos de escasos recursos Teléfono: 205 1056, Ñuñoa
LIGA CHILENA CONTRA EL CÁNCER
Hogar para enfermos terminales de cáncer y policlínico para la mujer Teléfono: 205 1056, Ñuñoa
FUNDACIÓN LAURA RODRÍGUEZ
Programa de apoyo solidario a personas viviendo con sida Teléfono: 269 0937, Ñuñoa
CORPORACIÓN NACIONAL DEL CÁNCER
Asistencia integral al enfermo de cáncer Teléfono: 737 5520, Providencia
2 8 3
H O G A R DE CRISTO
Cuidados paliativos a enfermos terminales Teléfono: 859 5000 Anexo 284, San Bernardo
HOSPITAL DE ENFERMEDADES INFECCIOSAS P R O F . DR. LUCIO CÓRDOVA
Asistencia al enfermo Teléfono: 551 8013 Anexo 2213, San Miguel
FRENASIDA, ASOCIACIÓN CHILENA D E PREVENCIÓN DEL SIDA
Apoyo sicológico y social a portadores del VIH-Sida Teléfono: 697 3711, Santiago
CAPVIH, CENTRO D E A P O Y O A PERSONAS VIVIENDO C O N VIH Apoyo a personas con sida Teléfono: 638 6762, Santiago
CARITAS - DEPARTAMENTO D E SALUD
Programa nacional de asistencia y prevención del sida Teléfono: 697 2203, Santiago
FUNDACIÓN GENTE PARA UN AMOR N U E V O
Sida: Acogida y promoción Teléfono: 635 1760, Santiago
ESPAÑA
SOCIEDAD ESPAÑOLA DE CUIDADOS PALIATIVOS
Presidente: Antonio Pascual López Dirección: Calle Castelló, 128, Io 28002 Madrid Teléfono: 91-7820034 Fax: 91-5615787
ASOCIACIÓN D E R E C H O A MORIR DIGNAMENTE
Presidente: Salvador Pániker Vicepresidenta: Joana Teresa Betancor Dirección: Portal del Ángel, 7, 4o B 08003 Barcelona Teléfono: 93-4123203 Fax: 93-4121454
ASOCIACIÓN D E R E C H O A MORIR DIGNAMENTE
Dirección: José Ortega y Gasset, 77, 2o A 28006 Madrid Teléfono: 91-4022312 Fax: 91-403204
2 8 4
ASOCIACIÓN D E R E C H O A MORIR DIGNAMENTE - G R U P O DMD EUSKADI
Dirección: Av. De Batzán, 4 entio. Izda 20012 San Sebastián Teléfono: 94-3291822 Fax: 94-3286702
FUNDACIÓN INTERNACIONAL DEL D O L O R
Dirección: Calle Oña, 3 piso 2o 3 28050 Madrid Teléfono: 91-7668931 Fax: 91-7671708
ASOCIACIÓN DE FAMILIARES Y AMIGOS DE NIÑOS O N C O L Ó G I C O S
Dirección: Calle Pere Serafi, 41 08012 Barcelona Teléfono: 93-2377979 Fax: 93-2376698
FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE PADRES DE NIÑOS C O N CÁNCER
Dirección: Calle Pedraforca, 13 08571 San Vicenc de Torelló (Barcelona) Teléfono: 93-8504735
A P O Y O POSITIVO - ASOCIACIÓN PARA ENFERMOS DE SIDA
Coordinador: Fernando Martín Olalla Dirección: Av. Llano Castellano, s/n 28034 Madrid Teléfono: 91-3581444
Asistencia profesional psicológica al duelo
ASOCIACIÓN DE VOLUNTARIOS DE ENFERMOS SANABLES Y G R U P O DE
A Y U D A MUTUA PARA EL D U E L O
Presidenta: Adela Torras Solet Dirección: París, 206 08008 Barcelona Teléfono: 93-2171150
GRUPO DE A Y U D A MUTUA PARA EL D U E L O
Coordinadora: Begoña Ruiz Dirección: Músico Sarasate, 4, 2o B 48014 Bilbao Teléfono: 94-4752834
GRUPO DE A Y U D A MUTUA PARA EL D U E L O - FUNDACIÓN VERDE
ESMERALDA
Coordinadora: Julia López Orozco Dirección: Av. Maisonnave, 27, 3o D 03003 Alicante Teléfono: 62-9049551
2 8 5
G R U P O DE A Y U D A MUTUA PARA EL D U E L O
Coordinador: Jordi Dirección: Calle Bruc, 127, entio. 2a 080240 Manresa (Barcelona) Teléfono: 93-8736769
G R U P O DE A Y U D A MUTUA PARA EL D U E L O
Dirección: Autovía de Tarragona, 2 Edif. Murillo 163 43840 Salou (Tarragona) Teléfono: 97-7384924
ASOCIACIÓN RENACER, GRUPOS DE A Y U D A PARA PADRES Q U E PERDIERON
HIJOS
Responsables: Rosa María y Juan Vladimir Dirección Apartado Correos N° 87 08380 Malgrat de Mar (Barcelona) Teléfono: 91-7613045
MÉXICO
ASOCIACIÓN MEXICANA D E TANATOLOGÍA, A . C
Dirección: Insurgentes Sur N° 1 1 6 0 3o piso Teléfono: 5554-6522 Dr. Alfonso Reyes Zubiria (Presidente y Fundador) Dicta cursos, seminarios y diplomados, así como apoyo a los hospitales de la ciudad.
Hospitales que cuentan con un área de tanatología, los cuales dictan cursos y conferencias, así como proporcionan el
apoyo al paciente y al familiar.
MÉDICA SUR
Dirección: Puente de Piedra N° 150 Col. Toriello Guerra Teléfono: 5606-2277 5606-6222 ext. 4212
HOSPITAL ANGELES DEL PEDREGAL
Dirección: Camino a Santa Teresa N° 1055 Col. Héroes de la Padierna Teléfono: 5652-2011 ext., Club de Médicos
2 8 6
HOSPITAL INGLÉS ABC
Dirección: Sur 136 N° 116 Col. Las Américas Teléfono: 5230-8000 5596-6747
HOSPITAL ESPAÑOL
Dirección: Av. Ejército Nacional N° 613 Col. Granada Teléfono: 5266-9600
Hospitales que dan servicio de apoyo a los pacientes familiares por parte del área de psicología
HOSPITAL MOCEL
Dirección: Gelati N° 29 Col. San Miguel Chapultepec Teléfono: 5278-2300
HOSPITAL DE M É X I C O
Dirección: Agrarismo N° 208 Col. Escanden Teléfono: 5516-9900
HOSPITAL METROPOLITANO
Dirección: Tlacotlalpan N° 59 Col. Roma Sur Teléfono: 5265-1800
INSTITUTO MEXICANO DE TANATOLOGÍA, A . C .
Directora Lic. Teresita Tinajero F. Dirección: Av. Universidad 1589 Col. Exhacienda de Guadalupe Chimalistac Delegación Alvaro Obregón CP. 01050 Página en internet: Htpp://w.w.w.tanatologia.org.mx/
2 8 7
URUGUAY-
R E N A C E R
Grupo de Ayuda para Padres que Perdieron Hijos Dirección: Niña 2011- Montevideo Teléfono: 3229433
PARAGUAY-
R E N A C E R
Grupo de Ayuda para Padres que Perdieron Hijos Dirección: Villa Guaraní-Asunción Teléfono: 603410
2 8 8
Bibliografía recomendada
American Thoracic Society. "Withholding and Withdrawing Life-sus-taining Therapy", Annals of ínter nal Medicine, Vol. 115, N° 6, 1991, p. 478.
ANNAS, G. J . "Informed Consent Cáncer And Truth in Prognosis", The New England Journal of Medicine, Vol. 330, N° 3, 1994, p. 223-
ARIES, P. Western Attitudes toward Death, Johns Hopkins University Press, 1974.
ATTIG, TH. HOW We Grieve, Relearning the World, Oxford University Press, 1996.
BEJARANO, P. e I. JARAMILLO. Morir con dignidad: fundamentos del cuidado paliativo, Editorial Amazonas, 1992.
BRAINSKY, S. Psicoanálisis y sufrimiento, Tercer Mundo Editores, 1988.
BYOCK, I. Dying Well, The Prospect for Growth at the End of Life, Riverhead Books, 1997.
"When Suffering Persists", Journal of Palliative Care, 10:2, 1994, pp. 8-13.
CASSEL, E. "The Nature of Suffering and the Goals of Medicine", New England Journal of Medicine, Vol. 306, N° 11, 1992, p. 639.
DOYLE, D. Domiciliary Terminal Care, Churchill Livingston, 1987.
De Brigard, A. Comunicación personal, 1997.
European Journal of Palliative Care, Artificial Hidration for People Who are Terminally III, 1997.
CPR for People Who are Terminally III, 1997.
FALLOWFIELD, L. The Quality of Life, the Missing Measurement in Health Care, Souvenir Press, 1990.
2 8 9
GRF.GORY, D. "The Myth of Control: Suffering in Palliative Care", Journal ofPalliative Care, 10:2, 1994, pp. 18-22.
JARAMILLO, ISA FONNEGRA DE. "Death in Colombia", en Encyclopedia on Death and Dying, Morgan, 1998.
Encuesta nacional sobre la muerte, El Tiempo, Napoleón Franco & Cía., 1998.
"El cuidado paliativo", en Sánchez Torres (ed.), La eutanasia, Academia Colombiana de Medicina, 1997.
El médico frente al sufrimiento de paciente que enfrenta su muerte, Publicaciones Omega, 1997.
Introducción al proceso de morir y la muerte: última etapa del proceso de desarrollo humano, Publicaciones Omega, 1996.
El sufrimiento como factor deteriorante en la calidad de vida del paciente con cáncer en la fase terminal. Ponencia presentada al VI Congreso de Actualización en Cáncer, Medellín, 1993.
Asistencia psicológica al paciente terminal, Publicaciones Omega, 1992.
¿Cómo enfrentar la muerte de un familiar?, Revista Colombiana de Ciencia y Tecnología, Vol. 7, N° 3, 1989.
El duelo anticipatorio. Ponencia presentada al IV Congreso Colombiano de Psicología Clínica, Barranquilla, 1989.
Aproximación psicológica al mundo del paciente terminal. Ponencia presentada al I Simposio Internacional sobre Cuidado Integral a Pacientes Terminales, Bogotá, 1988.
Cuando se muere el ser querido, Publicaciones Omega, 1988.
"Un acercamiento a la realidad de la muerte", Texto y Contexto, Universidad de los Andes, Bogotá, 1988.
"Cómo informar el diagnóstico", en Rodríguez, R. (ed.), Medicina del dolor y cuidados paliativos, Universidad Libre de Cali, 1977.
"Los duelos y el médico", en Rodríguez, R. (ed), Medicina del dolor y cuidados paliativos, Universidad Libre de Cali, 1977.
KASTENBAUM, R. Death, Society and Human Experience, McMillan Pu-blishing Co., 1991.
KÜBLER-ROSS, E. On Death and Dying, McMillan Publishing Co., 1969-
2 9 0
KÜNG, H. y W. JENS. Morir con dignidad, un alegato a favor de la responsabilidad, Editorial Trotta, 1997.
LEAL QUEVEDO, F. y MENDOZA VEGA, J. Hacia una medicina más humana, Editorial Médica Internacional, 1997.
LLANO, A. S. J. "La bioética, ¿para qué?", Bio-vínculo, Federación Latinoamericana de Instituciones de Bioética, 1998.
MORIN, E. El hombre y la muerte, Kairos, 1974. NULAND, SH. How WeDie, Reflections on life's Final Chapter, Alfred A.
Knopf, 1994.
PARKES, C. M. "Psychological Aspects" en Saunders (ed.), The Management of Terminal Disease, Edward Arnold, 1978.
QUILL, T. A Midwife Through the Dying Process, Johns Hopkins Uni-
versity Press, 1996.
Death and Dignity. Making Choices and Taking Charge,
W. W. Norton & Co., 1993.
QUILL, T, C. CASSEL y D. MEIR. "Physician Assisted Suicide", New En-gland Journal of Medicine, Vol. 327, N° 19, 1993, p. 1381.
RODRÍGUEZ, R. (ed.), Medicina del dolor y cuidados paliativos, Universidad Libre de Cali, 1977.
ROSEN, ELLIOT. Families Facing Death, Lexington Books, 1990.
SAUNDERS, C. (ed.). The Management of Terminal Disease, Edward Arnold, 1978.
STRACK, S. (ed.). Death and the Quest for Meaning, Jason Aronson, 1997.
WASS, H., F. BERARDO y R. NEIMEYER. Dying: Facing the Facts, Hemis-phere Publishing, Corp., 1988.
291
Contenido
De la autora 9
PARTE I ANTE LA MUERTE
NUESTRAS COSTUMBRES, NUESTRA CULTURA 19 El colombiano y la muerte 22
1. MUERTE NATURAL 25 Muerte natural repentina 25 Muerte natural anticipada 27 Las decisiones médicas 30
Preguntas y respuestas 31
2. HOMICIDIO 33
Preguntas y respuestas 37
3. MUERTE ACCIDENTAL 42 Qué tan "esperable" era la muerte 43
Qué tan previsible era la muerte 43
Preguntas y respuestas 44
4. SUICIDIO 50 Población de alto riesgo suicida 54 Preguntas y respuestas 54
PARTE II EL MORIR HUMANO
ASUMIR NUESTRA MUERTE 61
1. LA MUERTE Y LA PRACTICA MEDICA 63
2 9 3
Preguntas y respuestas 67
2. DECISIONES DE VIDA O MUERTE 69 ¿A quién corresponde decidir? 71 Consentimiento informado 73 Áreas que plantean dilemas difíciles 75
3. PRINCIPIOS ÉTICOS 78 Autonomía 78 Hacer el bien y no dañar (beneficencia, no maleficencia) . 79 Justicia 80 ¿Y qué es la bioética? 81
4. CALIDAD DE MUERTE: DIFERENTES OPCIONES 84 Muerte digna 85 Eutanasia pasiva 86 Eutanasia activa voluntaria 88 Suicidio asistido 89 Distanasia 89 Abandono 90
^.Cuidados paliativos: morir viviendo 91
Preguntas y respuestas 94
* 5 . EL PACIENTE TERMINAL. VIVIR MURIENDO: LA ENFERMEDAD FATAL 96
^ 6. DECIR U OCULTAR 99
Preguntas y respuestas 103
>7 . LA ESPERANZA 105 Temores del enfermo terminal 106
* 8. CALIDAD DE VIDA 108
Preguntas y respuestas 110
A 9. DOLOR Y SUFRIMIENTO 115 Derechos del enfermo terminal 119
Preguntas y respuestas 120
•< 10. ETAPAS DEL PROCESO DE MORIR SEGÚN KÜBLER-ROSS 126
7< 11. ¿DESPEDIRSE? 129
< 1 2 . ¿DONDE MORIR? 131
Preguntas y respuestas 133
2 9 4
El último capítulo de la vida: una oportunidad para crecer interiormente 135 Testimonio 138
13. EL APOYO PSICOLÓGICO ANTE LA INMINENCIA DE LA MUERTE 140
x 14. LA FAMILIA DEL PACIENTE PRÓXIMO A MORIR 142 La muerte y el ciclo vital familiar 145 La familia se prepara para la muerte 148 El duelo anticipatorio 151
Preguntas y respuestas 154
PARTE III PERDIDA, D O L O R Y RECUPERACIÓN
COMPRENDIENDO EL DUELO 161 Los vínculos afectivos 162 Tipos de pérdidas 163 "Hacer un duelo" 165
Preguntas y respuestas 167
1. EL DOLOR DE LA AUSENCIA 171 Shock, aturdimiento y anestesia emocional 172 Enfrentando la ausencia: fase aguda 173 Volver a la vida: cambio, reorganización y restablecimiento 175
2. LAS SEIS R 178 Qué ayuda 180 Qué no ayuda 180 Factores que incrementan el riesgo de complicaciones en un duelo 182 ¿Cuándo se complica un duelo? 182
3. VIUDEZ, LA MUERTE DE LA PAREJA 185 La relación 186 ¿Qué se pierde? 186 Diferentes momentos en la relación, diferentes pérdidas . . 188 ¿Cuándo ocurre la muerte? 19° El vacío de la ausencia 191 Duelos secretos 193
Preguntas y respuestas 194
2 9 5
4. LA MUERTE DE UNO DE LOS PADRES PARA EL ADULTO 197
Preguntas y respuestas 202 Testimonio 211
5. LA MUERTE DE UN HIJO 214 Su muerte repentina 216 Su muerte anticipada por enfermedad 217 Y Dios... ¿dónde estaba? 218 La pareja: dos copas vacías 219
Preguntas y respuestas 222
6. "PERDER" UN BEBE 230
Preguntas y respuestas 234
7. EL DOBLE DUELO DE LOS ABUELOS 242
Preguntas y respuestas 243
8. LOS NIÑOS, LA MUERTE Y EL DUELO 245 Algunas definiciones para familiarizar a los niños con el tema 247 Señales normales de duelo en los niños 248 La influencia de la familia 251
Preguntas y respuestas 253
9. LA MUERTE, LOS PROFESORES Y EL COLEGIO 260
Preguntas y respuestas 263
10. LA MUERTE DE UN HERMANO 269
11. LA MUERTE DE UNO DE LOS PADRES PARA EL NIÑO . . 272
Preguntas y respuestas 275
12. OTRAS PERDIDAS, OTROS DUELOS 277 Testimonio 278
Anexo 281 Bibliografía recomendada 289
2 9 6
La n u i e i l e . L i n i o l,i
i p i i e n e s a m a i i H i v e s t.¡
y s i n e m b a í d o no l i a ; ere
e l l a n i n o s p i o p a r a n i o s ; \
i )c rnid a ¡a nuí\'n< ¡
f í e n t e c o n o s l a d o í e e e e
p u e d e i l e g a l a s e r un . ' ,
ap i ' e i n ¡ f i n o s a a s i ¡ m i ¡ ! . . i
i n iMi ia l do la \ ni i. I H n a n n
ha a c o m p a ñ a d o a pn i - >
m o n i ' , a s u s l a m i l l a s \ a •
l a p e r d i d a , de nn MI I , ¡ .
c á l i d o \ i i es t ;a i n ( | •' •
(i e M 1 * .. s!, i \ ! ¡ •» • i . ,
S e e " a . en o: e - : '•'<
s o l ) ¡ c e l u n ' do 1
l o s í i l l ! O o | n de (•' |)i 'O, ;
í ¡ m i l i n í o \ d¡ i Ma i.
p o s i h i c S<-^IIII adei .e•. .
Q Editorial Andrés B<
ISA FONNEGRA DE JARAMILLO
Cómo afrontar las penas, el dolor y la muerte
para vivir plenamente
E d i t o r i a l A n d r é s B e l l o