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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS * Por Ramón Scheines ** * Este trabajo fue realizado durante el segundo cuatrimestre de 2011 en el marco de la materia “Problemas de Historia Argentina. Violencia política y social en Argentina 1955-1983”, a cargo de Ernesto Salas, en la Facultad de Filosofía y Letras – UBA. * * Estudiante de Historia - UBA 1

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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines

DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES.EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS

FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS

*

Por Ramón Scheines**

* Este trabajo fue realizado durante el segundo cuatrimestre de 2011 en el marco de la materia “Problemas de Historia Argentina. Violencia política y social en Argentina 1955-1983”, a cargo de Ernesto Salas, en la Facultad de Filosofía y Letras – UBA.** Estudiante de Historia - UBA

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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines

LOS HECHOS: EL SECUESTRO, LA TORTURA, LA DESAPARICIÓN, EL JUICIO Y LA ACUSACIÓN DE TRAIDOR1

Roberto Quieto fue detenido un domingo 28 de diciembre de 1975 pasada las 19hs por

fuerzas de seguridad en la playa “La Grande”, ubicada en Martínez, mientras compartía un

momento con su familia. Muchas personas asistían allí los fines de semana, por lo que lo

creía un lugar seguro. Ya había estado ahí mismo la semana anterior. Lo prefería al Parque

Pereyra Iraola donde, en caso de tener que escapar, podrían acorralarlo.

Pasada las 19hs la gente comenzaba a irse cuando llegaron los últimos familiares de

Roberto: July -su cuñada- con su hijo Manuel -actual cantante de La Mancha de Rolando-

que no había ido antes porque estaba resfriado aunque lo había visto a la mañana en una

plaza de Belgrano. Roberto alzó feliz a su sobrino y fue en ese momento cuando

aparecieron unas diez personas armadas que llegaron disparando ráfagas al aire ordenando

“cuerpo a tierra” a todas las familias que estaban alrededor. A Roberto se le desdibujó el

rostro: sabía muy bien qué significaba que lo hubiesen descubierto. Aparentemente había

policías de civiles entre los concurrentes, que se sumaron al grupo que entraba. Se acercó a

Roberto quien dirigía el operativo. Quieto le pidió que se identificara. Dijo que era el

inspector Rosas, de la Policía Federal, y le ordenó que lo siguiera, pero su esposa Alicia

Testai se interpuso. Uno de los policías, un grandote con lentes espejados, se les fue

encima. Alicia agarró el caño de su arma y le dio una patada en los testículos. “Te voy a

quemar”, dijo el grandote, pero el supuesto inspector Rosas lo cortó: “no vas a quemar a

nadie, quedate tranquilo”. Inmediatamente después, Roberto intentó zafarse de los captores,

tirando patadas y golpes. Corrió hacia un árbol pero lo redujeron violentamente con

culatazos en la cabeza, lo arrastraron hasta un Torino rojo y se lo llevaron.

Los familiares quedaron estupefactos. Pronto recordaron las instrucciones que Roberto

les había dejado por si alguna vez sucedía esto. Fueron a denunciar el caso a un juez y a

los diarios2. Ya a las 11 de la noche del día 28 la noticia vio la luz a través del noticiero de

Radio Colonia. A la mañana siguiente salió en El Cronista Comercial, en Clarín, y luego en

Crónica y en los diarios vespertinos. Hubo una multitud de entrevistas con legisladores y

dirigentes políticos, cartas al Papa y a líderes e intelectuales de distintos países. Una gran

cantidad de solicitadas fueron publicadas durante los días siguientes. Montoneros hizo valer

sus contactos internacionales. Figuras como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paco

1 Este apartado se reconstruye a partir de la información que puede extraerse de GILLESPIE, R., Soldados de Perón. Los Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1987; VIGNOLLÉS, A., Doble condena. La verdadera historia de Roberto Quieto. Secuestrado por los militares y acusado de traición por los montoneros, Buenos Ares, Sudamericana, 2011; PASTORIZA, L., “La traición de Roberto Quieto: treinta años de silencio”, en Lucha armada en la Argentina, Año 2, n°6, 2006.2 Según cuenta Pastoriza, la denuncia la hicieron en la Comisaría de Martínez y después se contactaron con abogados, periodistas y políticos. Esa misma noche, Alicia habló en el Hotel Savoy con el senador radical y expresidente Carlos Perette, quien al día siguiente denunció lo ocurrido en el Congreso, reclamando la legalización de la detención.

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Ibañez, Pierre Vilar y Alain Touraine entre otros, firmaron una solicitada para su aparición

con vida3.

Desde el lunes 29 Montoneros organizó una campaña para exigir la legalización de la

detención de Quieto y su liberación, algo que nunca se consiguió. Los militantes hicieron

pintadas en los barrios: “Que aparezca Quieto, secuestrado por las FFAA gorilas”, “Quieto

preso por el Ejército gorila”4. El 3 de enero de 1976 se organizó una movilización al centro

de la ciudad, donde hubo incidentes. Pero ese mismo sábado 3, según Pastoriza, comenzó

a circular internamente en Montoneros la versión de que Quieto estaba dando información.

Pocos podían creer esos rumores, pero enseguida llegó la “información oficial” de que

durante la noche siguiente a su desaparición habían caído dos bases conocidas por Quieto

con valioso material y después vinieron una serie de secuestros, detenciones y pérdida de

infraestructura que no hicieron dudar de la delación. En una semana todo había cambiado:

del líder preso, del héroe guerrillero, a traidor. Inmediatamente la CN ordenó levantar la

campaña por su aparición. Ahora se ordenaba pintar “Quieto traidor”5. La Conducción

Nacional de Montoneros (CN) solicitó al Consejo Nacional de Montoneros que iniciara un

Juicio Revolucionario por “incumplimiento del deber revolucionario en su caída en manos del

enemigo. El día 19, ante las evidencias de que ha proporcionado información al enemigo,

pidió que también se lo juzgase por el delito de delación”6. Se iniciaba, así, el juicio en

ausencia del acusado, que “encontrado culpable ´de deserción en operación y delación´, fue

condenado a ´degradación y muerte”7. Actualmente Quieto está desaparecido. Se sabe que

estuvo detenido en el centro clandestino que funcionaba en Campo de Mayo, donde fue

torturado.

3 De acuerdo a Vignollés, Quieto era conocido por la intelectualidad francesa a partir de un viaje que realizó a Cuba en diciembre de 1966 con el objetivo de recibir indicaciones para unirse al grupo del Che en Bolivia, pero previamente pasó por París, donde aprovechó para establecer estos contactos: “de allí que cuando lo secuestraron, a instancias de la madre de Quieto, dirigentes políticos franceses firmaran la solicitada pidiendo su liberación. Aunque hay que reconocer también que los cubanos movieron todos sus contactos internacionales con idéntico objetivo…” (VIGNOLLÉS, A., op. cit., 123p.)4 GILLESPIE, R., op. cit, 267p.5 VIGNOLLÉS., A., op. cit. 307p.6 PASTORIZA, L., op. cit., 13p.7 GILLESPIE, R., op. cit., 269p.

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ESTADO DE LA CUESTIÓN

Antes de proseguir con el análisis de las circunstancias en que se produjo el secuestro y

la acusación de traición a Quieto, haremos una breve caracterización de los principales

materiales bibliográficos con que contamos para la tarea. No es mucho lo específico que se

ha escrito sobre el tema: un libro de Alejandra Vignollés y un artículo de Lila Pastoriza en la

revista Lucha armada. También contamos con dos libros más generales sobre la historia de

los Montoneros que aluden a este episodio: el ya clásico de Richard Gillespie y Montoneros.

Final de cuentas de Juan Gasparini (1988). Utilizaremos, también, el libro de Pilar Calveiro

Política y/o violencia (2005). Por último, incorporaremos dos libros que si bien no tratan el

caso específico de Quieto ni la historia general de los Montoneros, lo mencionan por

distintos motivos: Traiciones…, de Ana Longoni (2007), y Sobre la violencia revolucionaria,

de Hugo Vezzetti (2009), lo que nos permitirá reflexionar sobre diversas cuestiones que

dispara este caso. En este apartado sólo nos detendremos en los textos de Gillespie, de

Vignollés y de Pastoriza, puesto que son los que abordan el tema de nuestro artículo de

manera más sistemática.

Comencemos por el libro de Gillespie. Este autor introduce el caso Quieto para

ejemplificar la imagen negativa que estaba empezando a tener la organización en un

momento donde se le hacía muy difícil sumar militantes, pues hasta los simpatizantes

“…debían de sentirse a veces desconcertados ante la forma de vida sobrehumana exigida a los

combatientes. Convertirse en un guerrillero profesional suponía, a menudo, no sólo romper con la

familia y los amigos y con los medios de subsistencia no dependientes de la organización, sino

también comportarse conforme al fantástico mundo heroico que las publicaciones y comunicados

guerrilleros procuraban ofrecer continuamente. La severa respuesta disciplinaria a aquellos cuya

conducta no estaba a la altura del código montonero, aunque vital a largo plazo en lo tocante a la

seguridad, no contribuía precisamente a dar una buena imagen de la organización…”8.

En este marco, Gillespie aborda también el caso de Fernando Haymal, un estudiante de 26

años ejecutado por la propia organización el 26 de agosto de 1975, acusado de delatar

luego de haber aguantado 4 días de tortura9. A diferencia de Quieto, Haymal estaba

presente en el juicio y pudo defenderse, aduciendo que había sido torturado, pero el

Tribunal sostuvo que la tortura era perfectamente soportable y que no se trataba de un

problema de resistencia física sino de seguridad ideológica. De esta manera, según

Gillespie, los Montoneros defendían su existencia no como una organización revolucionaria

sino como un Ejército, pues Haymal no era un enemigo infiltrado. En este sentido, compara

su caso con el de Carlos Roth, “…quien se convirtió realmente en un traidor y que fue con

las fuerzas de seguridad por las calles de Córdoba señalando a todos los militantes que

8 Ibídem, 265p.9 La información que había brindado hizo que 10 compañeros fueran torturados, entre ellos Marcos Osatinsky, uno de los líderes, quien fue asesinado, además de haber perdido armas y dinero y de obligar a pasar a la ilegalidad a varios militantes.

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reconocía. Sin embargo, los dos recibieron la misma condena”10. La muerte de Haymal abrió

el lugar para las reflexiones en torno a la tortura, los criterios de la organización, etc. por

parte de los militantes, que se intensificaron luego con lo sucedido con Roberto Quieto.

El libro de Gillespie tiene el mérito de que en pocas páginas plantea lo central del caso y

deja la pregunta que será, en buena medida, el eje central en el libro de Vignollés y en el

artículo de Pastoriza: “¿pudo sólo el dolor, en sólo 24 horas, haber derrumbado a Roberto

Quieto, un hombre que, a pesar de todo su ´individualismo´, había experimentado la vida de

presidio en dos ocasiones anteriores?”11. Tras la lectura del libro de Gillespie no quedan

dudas de la necesidad de analizar más profundamente las circunstancias que condujeron a

la caída de Quieto, inscribiendo el caso en el contexto de la época, de la organización a la

que perteneció y de la etapa represiva que enfrentaba, considerando también la influencia

de las relaciones familiares.

En este sentido, el libro de la periodista Alejandra Vignollés es en buena medida deudor

de los planteos y los interrogantes que establece Gillespie, como lo reconoce la propia

autora. En su investigación recorre la vida de Quieto desde su nacimiento en la Capital

Federal, su infancia en San Nicolás, su militancia universitaria, su decisión de adoptar la

lucha armada para tomar el poder, hasta las circunstancias de su detención y las hipótesis

sobre su muerte. Según cuenta la autora, fue en el libro de Gillespie donde se encontró con

datos sobre Quieto que la condujeron a emprender la investigación para saber qué había

pasado con él. La cuestión del libro de Gillespie que, como hemos dicho, le parecía que

había que profundizar era, fundamentalmente, la dificultad de congeniar el hecho de que

Quieto era visto por sus compañeros como un “gigante revolucionario” y aceptar, a la vez,

que en tan sólo en 24hs se desmoronasen sus convicciones.

Vignollés recogió testimonios especialmente para su libro, entre los que destacan las

entrevistas con la mujer, los hijos, los hermanos y amigos de Quieto, Roberto Perdía,

Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo y ex compañeros de militancia. Al tiempo

que indaga sobre el caso de Quieto, Vignollés afirma que persigue con su libro otros

objetivos:

a) Rescatar el valor de la militancia política y resaltar que los militantes de los ´60 y ´70

tenían un proyecto de país para el cual creían que tenían que tomar el poder por la lucha

armada, aún a sabiendas que podía encontrarlos la muerte.

b) Analizar la realidad interna de una organización armada como Montoneros. El caso

Quieto, dice la autora, “…puso en blanco sobre negro la doble faz de la ideología de los

grupos armados, que hacia fuera mostraban que la revolución era un acto de compasión,

bondad y compromiso en pos de una sociedad más justa, mientras que en su interior

10 GILLESPIE, R., op. cit., 266p.11 Ibídem, 271p.

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primaba la crueldad hacia todo aquel que se animara a salirse de sus esquemas de hierro

así como la muerte para los posibles disidentes. Rigidez que se manifestaba también en la

negativa a ver a los militantes como a personas de carne y hueso, con debilidades y

contradicciones, y pasibles de quebrarse en la tortura”12.

c) Intentar romper con la idea que Quieto era un dogmático y un militarista, algo que lo

diferenciaba con los otros jefes montoneros, en especial Firmenich.

d) Recuperar la historia de amor que lo unía con su esposa, que no aceptó unirse a la

organización, lo cual generó que la vida de Quieto estuviera dividida en dos: la pasión por la

política y el amor por su familia. Una muestra de ello es que de las tres veces que cayó

preso, dos fueron por ver a sus hijos, la segunda de las cuales, además, le costó la vida.

e) Poner énfasis en que los secuestros, torturas y desapariciones no comenzaron el 24 de

marzo de 1976 sino que, como lo muestra el caso de Quieto, ya durante el gobierno de

Isabel se implementaban estos métodos que modificaban la manera de la represión.

Un punto oscuro en su libro es que si bien en el inicio señala la centralidad del secuestro

de los hermanos Born, que tuvo a Quieto como su responsable y cerebro, lo cierto es que

cuando trata ese asunto más adelante no aparece fundamentada esa importancia. Sí queda

explicado lo sustancial que fue para la organización el cobro de ese secuestro (unos 60

millones de dólares), que le permitió a Montoneros pasar a fabricar sus propias armas, pero

no se fundamenta en qué incidió en la posterior detención de Quieto y la acusación que

pesó sobre él de traición por delación.

Más allá de ciertas simplificaciones históricas, se trata de un libro que aporta desde los

testimonios y que, tratándose del único en su materia, constituye una lectura ineludible para

adentrarse en el conocimiento del caso, aún cuando lo central de sus argumentos ya estén

contenidos en las seis páginas que a este tema le dedica Gillespie en su libro.

El artículo de Lila Pastoriza nos parece mejor cualitativamente. Ex-militante montonera,

su escritura combina prolijamente el rigor histórico y académico con la pasión por la política

y el recuerdo del compañero. Lo primero que remarca la autora de Quieto es su condición

de víctima de la represión, pero inmediatamente menciona su doble ausencia: desaparecido,

por un lado, y cargando el rótulo de traidor con el que lo estigmatizó la conducción de

Montoneros, por otro. Dado que “los desaparecidos no tienen más tumba que la memoria”13,

su artículo busca reconstruir la historia de Quieto con el objetivo principalmente de terminar

con ese silencio nunca roto que fue la caracterización de traidor. En este sentido, el artículo

puede ubicarse dentro de los combates por la memoria y la apropiación de los sentidos,

luchas que se libran desde el presente y por tanto tiene un carácter político indisimulable.

12 VIGNOLLÉS, A. op cit., 17p. Como veremos luego, de alguna manera esto también está presente en el libro de Gillespie.13 PASTORIZA, L., op. cit.,4p.

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Creemos que hay un motivo más que guía la escritura de Pastoriza, más personal tal

vez, pero que la autora sólo menciona al pasar en una nota al pie y que se desprende del

testimonio que da Alicia Testai en el libro de Vignollés. Según relata Alicia, cuando

Montoneros decide abandonar la campaña por la legalización de la detención de Quieto y

sus pedidos para que lo liberaran, y le hace el juicio por el que lo condena a muerte, la citan

para informarle de esta resolución -que según Pastoriza también incluía la interrupción de

todo vínculo con la familia para intercambiar información y por control de seguridad, sobre

todo de los hijos- a un lugar en el que estaba presentes varias personas, entre ellas el

hermano de Quieto -Carlos- y Lila Pastoriza: “todos ustedes se pueden ir a la puta madre

que los parió, les dije cuando me comunicaron la sentencia del juicio revolucionario […] le

pegué a Carlitos porque defendía el veredicto, igual que Lila Pastoriza”14. Tal vez Pastoriza,

quien de todos modos sostiene que nunca compartió la imagen de “Quieto traidor” y que

siempre mantuvo la indagación del caso como una asignatura pendiente, e incluso refiere

que se negó a ser ella quien le comunicara la sentencia a la familia, pidiéndole a Paco

Urondo que lo hiciera, sienta le necesidad personal de expiar una culpa de juventud, lo que

no le resta solidez y riqueza a su artículo. Es decir, no se trata de acusar a Pastoriza de

haber consentido activamente la decisión. Indudablemente no estaba de acuerdo. Lo que

nos parece es que, de alguna manera, en su artículo puede entreverse una construcción en

espejo: Pastoriza se ve reflejada en las disyuntivas y tensiones que enfrentaba Quieto al

aceptar el mandato de la organización y las decisiones que se bajaban desde la Conducción

aún cuando no concordara con ellas.

Por otra parte, para Pastoriza el caso Quieto presenta aspectos que luego se

visualizarían decisivos en la capacidad de la militancia de resistir la represión de las FFAA:

“la supremacía del mandato ideológico, la confianza irrestricta en la victoria final, el reemplazo de

la política por el accionar militar, el cerrojo de las opciones binarias -héroes o traidores, valientes o

cobardes-, la preeminencia de las lógicas bélicas son, entre otros, algunos de los elementos

estrechamente vinculados al ciclo de caída, tortura sin límites, delación, cita cantada y nuevas

caídas que signó el camino de exterminio implementado en los centros clandestinos

concentracionarios”15.

Para Pastoriza, si lo sucedido con Quieto no se hubiera encerrado en el callejón sin salida

del “ideologismo y del deber ser” y se hubiera analizado reflexivamente, se podrían haber

extraído conclusiones que hubieran permitido modificar la magnitud de la derrota. Pero la

CN siguió el camino del militarismo. Según remarca, “no se trata de buscar ´malos´ y

´buenos´ sino de graves errores políticos compartidos, impuestos, consentidos. En este

marco tiene sentido saber qué pasó con Quieto y cuál fue su supuesta ´traición´”16.

14 VIGNOLLÉS, A., op. cit., 208p.15 PASTORIZA, L., op. cit., 6p.16 Ibídem.

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Como ya fue mencionado, también en el artículo de Pastoriza uno de los ejes

centrales que recorre el texto es la búsqueda por entender cómo alguien como Quieto llegó

a la situación que generó su caída, no sólo por lo ya dicho acerca de la necesidad de romper

el silencio sino también por la relación que esto pueda tener con la mayoría de los

desaparecidos.

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DEL HÉROE AL TRAIDOR

Para poder abordar todas las problemáticas que se abren a partir del caso de Quieto,

son ordenadoras las cinco hipótesis que trabaja Pastoriza en su artículo:

a) el punto de partida es comprender que Quieto era un militante político y es esta

dimensión la que orientó su vida y la que, mientras funcionó, le permitió sostener los

problemas personales irresueltos. De ahí desprende Pastoriza “…la prioridad de examinar e

indagar los indicadores de acuerdos y diferencias políticas y, sobre todo, de su grado de

confianza en el proyecto político en el período anterior a su detención (elementos que

aparentemente no fueron considerados en el juicio que realizó Montoneros)”17;

b) la situación que originó su caída debe enmarcarse en un cuadro político-personal

complejo donde deben analizarse todas las variables y cómo estas se entrelazaron;

c) la imposibilidad que veía Quieto de que Montoneros modificase su rumbo militarista y las

dificultades para discutir internamente determinaron una crisis política que se expresó en su

pesimismo y preocupación creciente;

d) fue en este marco, al que se sumaba el producido por el aumento de la ofensiva represiva

que obligaba a una mayor exigencia/sacrificio en cuanto a clandestinidad y mantenimiento

de las normas de seguridad, con la consiguiente separación de la familia, que los problemas

afectivos familiares irresueltos se vieron potenciados;

e) así y todo, no abandonó su “puesto de lucha”, pero ya sin el sostén que brindan las

convicciones políticas y la confianza en un proyecto. Esa situación se le hizo inmanejable y

fue en ese contexto que se produjo su detención.

Volvamos al momento de la detención. Comparando los autores no queda claro cómo

se enteró la CN. Tanto Vignollés como Pastoriza refieren que en la playa había un militante

montonero, Miguel, que vio todo lo sucedido y que avisó inmediatamente a Jorge Lewinger,

quien transmitió el mensaje a la CN. Pero la propia Pastoriza, sin notar la contradicción,

refiere que los miembros de la CN se enteraron a las once de la noche a través del noticiero

de Radio Colonia -que era habitualmente escuchado por ellos-, en el mismo momento que

se enteraban todos los otros miembros de la organización y el público en general. No es un

dato menor. Unas horas podían ser determinantes. Según refiere Vignollés, a Quieto lo

torturaron inmediatamente para que dijera todo lo que sabía, que era mucho, como veremos

luego.

Detengámonos ahora en el juicio porque allí están condensadas todas las aristas del

caso Quieto, tanto por lo que se dice como por lo que se oculta. El Tribunal Revolucionario

se constituyó en febrero y el día 14 dictó la sentencia. En el juicio se lo encontró culpable de

los delitos de deserción en operación y delación, con los agravantes producto del rango del

acusado, la importancia de los datos revelados y la rapidez con que los había facilitado, por

17 Ibídem, 7p.

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el hecho de que no estuviera armado al momento de producirse la caída, por la pasividad

con la que había resistido, condenándolo a degradación y muerte18. Para el Tribunal, Quieto

había violado el canon montonero: “no entregarse vivo, resistir hasta escapar o morir en el

intento”. Fue condenado por permitir su captura puesto que, aunque resistiera la tortura,

había que abandonar la infraestructura que conocía y adoptar medidas de protección para

los militantes en peligro. Y fue acusado también por delación, sin considerarse un atenuante

la presunción de tortura porque la experiencia demostraba que era posible guardar silencio.

Las causas que el Tribunal encontró para justificar el comportamiento de Quieto fueron

de tipo ideológicas: “…los delitos del acusado sólo podían atribuirse a su ´conducta liberal e

individualista´ observada anteriormente en las ´malas resoluciones de problemas de su vida

familiar, su primera detención y su no asunción a fondo de todas las implicaciones de la

clandestinidad´”19. Se mencionaba también el hecho de que su vida matrimonial andaba mal

pues su esposa no había aceptado unirse a la organización y asumir una vida clandestina20.

Se habían casado en 1964, luego de 9 años de noviazgo, pero hubo un problema que nunca

pudieron resolver: Alicia no consentía que su marido se comprometiera en la lucha armada,

y menos aceptaba sumarse ella. A fines de 1965 él le anunció que iba a ir a pelear con el

Che a Bolivia: “todo cambiaría a partir de entonces y la vida de Roberto quedaría escindida,

ya la familia nunca sería compatible con su actividad política”21. Para Pastoriza, el quiebre se

produjo tras caer preso en 1971, fugarse de Rawson y regresar al país teniendo que vivir en

la clandestinidad, y se intensificó con su lugar en la CN y el fin de la “primavera” de 1973. El

punto más alto de esta difícil coexistencia se dio con la vuelta a la lucha armada, el pasaje a

la clandestinidad en septiembre de 1974 y el traslado de la CN a Córdoba. Quieto viajaba

todos los meses a Capital y aprovechaba para visitar a sus seres queridos. La CN dijo no

estar al tanto de estos encuentros y en el juicio daban por separada a la pareja desde hacía

tiempo, pero según Pastoriza no parece creíble pensar que supusieran que no veía a sus

hijos.

Para el Tribunal, tales problemas no eran atenuantes sino, por el contrario, confirmación

de su “extremo liberalismo”, “…de su mala disposición a aceptar los sacrificios personales

de la guerra revolucionaria”22. Al creer que podía violar las normas se pensaba a sí mismo

como una excepción, olvidando que el protagonista del proceso revolucionario es el pueblo y

no los dirigentes individuales. Había sido la presencia de la ideología enemiga la que había

18 Véase GILLESPIE, R., op. cit., 268p., PASTORIZA, L., op. cot., 13, 14p. y VIGNOLLÉS, A., op. cit., 209, 210p.19 GILLESPIE, R., op. cit., 268p.20 Según Vignollés, durante los últimos meses Quieto había entablado una relación con una militante mucho más joven, Cristina Lennie. Y antes había tenido un romance con militante de las FAR que estaba casada con un compañero. De acuerdo a los testimonios que recoge Vignollés, para irse a vivir con una pareja o para tener un hijo había que pedir autorización a un superior en la organización.21 VIGNOLLÉS, A., op. cit., 118p. Por el contrario, Perdía y Firmenich vivían con sus familias, según refiere Pastoriza.22 GILLESPIE, R., op. cit., 269p.

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conducido a Quieto a priorizar su vida personal por sobre la de la organización, y eso en su

máxima expresión lo condujo a la delación23.

La caída de Quieto conmocionó a la militancia. Los testimonios hablan de un líder con

fuerte llegada a las bases, respetado y querido, carismático, admirado por su trayectoria

política y su destreza militar. Quienes lo trataron más de cerca, además, señalan su

humildad y su permanente preocupación por el otro como características que lo

diferenciaban de otros líderes como Firmenich. Muchos le llamaban cariñosamente el

“Negro Roberto”. Pero su detención, señala Pastoriza, fue un duro golpe no sólo por estas

cuestiones más personales que hacían a su idiosincrasia -que hasta podrían ser

caracterizadas por cierto dogmatismo como pequeño-burguesas-, sino también porque se

trataba de un jefe, por lo que “para muchos militantes implicó entrever por primera vez la

posibilidad de que la organización no fuera indestructible, para otros que ya planteaban

cuestionamientos empezó a tomar cuerpo el fantasma de la derrota”24. El impacto inicial se

pobló de interrogantes: ¿cómo podía ser que habiéndose prohibido el contacto con

familiares, uno de los integrantes de la CN se encontrara en plena luz del día con su familia?

¿Y la CN? ¿Avalaba que Quieto anduviera sin custodia y desarmado? El juicio a Quieto,

sostiene Gillespie, terminó produciendo críticas en los militantes montoneros hacia la propia

organización: ¿cómo podía ser que se lo haya considerado un jefe hasta el momento mismo

de su traición? En Evita Montonera se afirmaba que si se les había escapado el

“individualismo” de Quieto era por el individualismo, el liberalismo y el burocratismo de la

propia organización, y ello se debía a una ausencia de crítica y a la no participación de los

militantes en las instancias de decisiones.

Al modo en que Quieto había caído -violando todas las normas de seguridad que él

mismo había impuesto y cayendo vivo- se sumaba la acusación de delación, lo que era

inadmisible en una organización que pregonaba el culto al heroísmo, el sacrificio personal y

la exaltación del hombre nuevo. La tortura no era excusa: desde el punto de vista de los

Montoneros se aguanta. Ese era el mandato. Y más un jefe. Pero a partir de este hecho y de

los evidentes cambios operados en los métodos de la represión con el establecimiento del

Operativo Independencia y el “decreto de aniquilamiento” en febrero de 1975, que

instauraron una nueva modalidad represiva de secuestro, tortura sin límite y desaparición,

hubo militantes que empezaron a plantear la necesidad de rediscutir el tema de cómo actuar

en la tortura. Ya en el documento original de la sentencia Pastoriza nota ciertas

contradicciones en torno a esta cuestión: primero se menciona que la información que dio

Quieto produjo caídas a partir de las 24hs y luego, al referirse a la tortura, que Quieto habló

antes de las 24hs. Por eso en la reproducción que salió en Evita Montonera se resolvió la

23 Véase PASTORIZA, L., op. cit., 16p.24 Ibídem, 7p.

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contradicción indicando la rapidez con la que había hablado. Esta “desprolijidad”, según

Pastoriza, responde a que ya se venía debatiendo en la militancia la conveniencia o no de

fijar plazos para no hablar en la tortura. Para las bases no alcanzaba ya con decir que se

aguanta y que todo dependía de la seguridad ideológica.

Para Juan Gasparini, las cantadas en la tortura no se deben a debilidades ideológicas

sino a la combinación de un recrudecimiento de la represión con la desaparición de la

creencia en la victoria posible. Es decir, la explicación reside en la falta de confianza en el

proyecto político, en el cambio de los métodos represivos en un contexto de derrota, algo

con lo que Pastoriza concuerda: lo ideológico, para la autora, por más importante que sea

en una militancia que demandaba un sacrificio personal absoluto, no puede suplantar a la

política.

Hay algunos hechos que fueron ignorados en el juicio y por la prensa montonera. En el

momento de su detención, Quieto además de ser uno de los principales dirigentes

Montoneros25 era el responsable militar en todo el país, lo que implicaba conocer todo el

arsenal con el que contaba la organización, cada munición, cada casa operativa, cada

integrante del área militar, las operaciones hechas, las por realizar, el lugar donde se

falsificaban los documentos, domicilios de militantes y el lugar donde se guardaba el rescate

cobrado por el secuestro de los hermanos Born26. Como reconoció luego Fernando Vaca

Narvaja: “Quieto no colabora, canta y algo, después de las 24hs […] El Negro tenía

muchísima información: si hubiera colaborado, si se hubiera pasado de bando habría hecho

estragos. Está claro que cantó algo”27. Es decir, es mucha la información que Quieto no dio

a los represores. El local donde se reuniría la propia CN al día siguiente cayó pasadas las

24hs de su secuestro, aplicándose las medidas de seguridad correspondientes y evitándose

así ser apresados. El propio Firmenich, cuenta Vignollés, siguió viviendo 10 días en la

misma casa. A esto se suma que Quieto sabía que su captura tendría rápida difusión,

porque fue visto por miles de personas y porque él mismo había dejado instrucciones a su

familia de cómo actuar, y como hemos visto lo aplicaron al pie de la letra.

Según Gillespie, ni la traición ni la sentencia concordaban con el imaginario de lo que

debía ser la guerra revolucionaria. La revista Evita Montonera comenzó a difundir ejemplos

de heroísmo e intransigencia y a condenar todo tipo de individualismo: “el individualista no

es un héroe sino un traidor en potencia”, decía en sus páginas. Para Gillespie, la crítica al

individualismo encerraba una hipocresía, pues ese individualismo que ahora se condenaba

25 La creencia generalizada era que ocupaba el 2° lugar en la CN, en tiempos recientes Firmenich y Perdía han sostenido que era el n°3 por el tipo de representación acordada en la fusión FAR-Montoneros (por cada 2 de Montoneros uno de FAR).26 Quieto era uno de los pocos que sabía dónde se guardaba buena parte del dinero cobrado por el secuestro de los hermanos Born (40 de los 60 millones de dólares). Un militante entrevistado por Alejandra Vignollés que habitaba la casa operativa donde guardaban el dinero, cuenta que recién el lunes 29 a la mañana pudo trasladar esos millones a un lugar seguro, de lo que se desprende que Quieto no dio ese dato a sus torturadores.27 Fernando Vaca Narvaja, en PASTORIZA, L., op. cit. 16p.

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tajantemente era precisamente el que había permitido que jóvenes provenientes de hogares

acomodados rompieran con sus familias y se volcaran a la lucha armada. Lo que los

Montoneros querían era que sus militantes fueran el Hombre Nuevo que hablaba el Che,

que su conducta no se rigiera por el egoísmo y la competencia que imponían las

condiciones materiales del capitalismo. Pero, para el autor, terminaban cayendo en posturas

estalinistas, que desestimaban la complejidad del carácter humano. Tampoco advertían la

fuerza de la institución familiar en nuestro país: una cosa era atraer jóvenes y otra era sumar

a personas maduras, con hijos: “no era casualidad que la mayoría de ellos se hallasen entre

los 20 y los 30 años, y especialmente en el grupo comprendido entre los 23 y los 27. Quieto

tenía 37. Su negro pelo empezaba ya a grisear”28. Gillespie, además, cuestiona que quienes

se erigieron en jueces de Quieto hubiesen alcanzado esa categoría de Hombre Nuevo:

varias personas aseguran haber visto a Firmenich en las carreras de Palermo: era un

“burrero”. Vignollés señala, a su vez, que algunas versiones indican que cuando Firmenich

fue detenido durante 4 días el 17 de marzo de 1974, estaba manejando un auto en estado

de ebriedad.

Estaba claro que las explicaciones dadas por la CN no habían convencido a todos.

Nadie dudaba, dice Pastoriza, de que Quieto debía ser sancionado por el modo en que

cayó, más siendo un jefe, y más si había delatado. De todos modos, se sabía que mucho de

lo que conocía Quieto no había caído y no se estaba seguro de que por su delación se

habían producido las bajas de las que se lo acusaba. Se acordaba que un miembro de la CN

no podía actuar de ese modo, pero muchos dudaban de que sea un traidor. Cuando la

delación abría paso a la figura del traidor, dice Pastoriza, empiezan las dudas: ¿acaso no le

puede pasar a cualquiera? Parecería ser que para escapar del estigma había que no caer

vivo: “ya comenzaba a atisbarse que la ´solución´ para que la organización no fuera

destruida, no pasaría por modificar la política: residiría en la pastilla de cianuro”29.

Precisamente, en un reportaje reciente, Firmenich, además de continuar justificando la

condena de la misma manera que hace 3 décadas, menciona la causa de la introducción de

la pastilla de cianuro, reconociendo que no hay moral revolucionaria que pueda garantizar el

silencio:

“Nuestra fuerza en su ideología tenía como un elemento significativo el tema del hombre nuevo

[…] Se suponía que los militantes revolucionarios tenían que aproximarse o ser casi ese hombre

nuevo […] ¡Cómo era posible que aquél que tenía que ser el hombre nuevo pudiera cantar en la

tortura! Este fue el problema. Nosotros establecimos a partir de ahí dos cosas. Por un lado, un

juicio en ausencia a Quieto, que tenía un valor realmente simbólico. Sabíamos que no tendríamos

ningún rastro de él30. Era un juicio que en definitiva implicaba establecer jurisprudencia para la

28 GILLESPIE, R., op. cit., 271p.29 PASTORIZA, L. op. cit., 12p.30 Montoneros ya había tenido una reunión secreta con Harguindeguy, jefe de la Policía Federal, para tener a Quieto y poder hacer el juicio con él presente, pero este negó tenerlo en su poder. Para Pastoriza, a la entrevista fue Norberto Habberger; para Vignolles, Habberger la gestionó pero acudió Perdía.

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conducta ante la represión que se avecinaba […] aunque las torturas puedan ser muy tremendas´

[…] A raíz de ese proceso, nosotros decidimos establecer que los medios de conducción no tenían

que ofrecer el margen de la delación en la tortura. Y la única forma de evitar eso -nadie puede

garantizar antes de pasar por la tortura que no va a hablar- era morir antes de la tortura. Y allí fue

que se estableció para los miembros de la conducción la obligatoriedad de la pastilla de cianuro,

para no entregarse vivo […] la conducción recibió una crítica generalizada de la organización, que

consistía en decir que se establecía un privilegio para lo miembros de la conducción. Los

miembros de la conducción teniendo pastillas de cianuro tenían el privilegio de no ir a la tortura y el

resto de los militantes no tenían esos privilegios. Y allí fue entonces que se decidió generalizar la

pastilla de cianuro para evitar la delación en la tortura”31.

De acuerdo a Vezzetti, Firmenich defiende la generalización del uso de la pastilla

utilizando un argumento democrático. Además, sostiene que “la pastilla venía a corregir una

inicial sobrevaloración de la capacidad de resistencia de los combatientes apresados […] El

suicidio quedaba situado, ordenado incluso, como un acto de combate […] en el motivo

heroico, el individuo cuenta menos que la causa, o la certeza en la victoria final, que se

adueña de la vida ofrendada”32. Desde la lógica del sacrificio como deber moral, la pastilla

era el acto final de la vida heroica. Claro que para Vezzetti nadie sabe cómo cada uno de

estos hombres de carne y hueso asumió la muerte más allá de las apropiaciones a posteriori

y los relatos hagiográficos.

Volvamos al secuestro y al juicio de Quieto. Lo que los militantes querían saber era

cómo había llegado a esa situación. Nuevamente el interrogante planteado por Gillespie: los

cambios no pudieron haberse producido de la noche a la mañana. Analicemos el contexto

político y el rumbo elegido por Montoneros. Según Pastoriza y Vignollés, Quieto había

empezado a dudar del camino que tomaba la organización, pero esto fue ocultado en el

juicio Esto es fundamental, pues hemos dicho que en Quieto fueron las convicciones

políticas las que orientaron su vida y las que le habían permitido sostener los problemas

personales irresueltos. Si bajó la guardia, dice Pastoriza, es porque estaba golpeado por

algo más que sólo problemas personales: se estaba erosionando “…lo que siempre lo

sostuvo: su pasión por la política, su confianza en que el proyecto político de Montoneros iba

por buen camino”33.

Juan Gasparini, en una nota al pie de su libro, relata el caso Quieto y dice que este pidió

en 1975 alejarse de la CN por diferencias y problemas personales, pero en su lugar lo

bajaron del número 2 al 3. Sin embargo, hemos dicho que tanto Firmenich como Perdía

indicaron que Quieto siempre había sido el n°3 por cómo se había dado la fusión FAR-

Montoneros. Perdía, en el testimonio que recoge Vignollés, reconoce que Quieto planteaba

31 Reportaje a Mario Firmenich realizado por Felipe Pigna, en www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/f/firmenich.php32 VEZZETTI, H., Sobre la violencia revolucionaria, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, 148p.33 PASTORIZA, L., op. cit., 21p.

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diferencias en la CN pero terminaba aceptando las decisiones de la mayoría, al tiempo que

niega que Quieto haya pedido irse de la organización.

Por otro lado, sabemos que Montoneros alentaba el golpe de Estado apoyándose en la

“teoría de la hecatombe” del “cuanto peor, mejor”, afirmando que el gobierno de Isabel no

permitía visualizar claramente al enemigo. Parece que en este debate Quieto buscaba

fortalecer la oposición civil al gobierno, intentando adelantar las elecciones, “…lo que

suponía poner el eje en la política y no en la acción militar que favoreciera el advenimiento

del golpe”34. Según los testimonios, Quieto planteó la cuestión de la política en las reuniones

de la CN pero su posición no lograba imponerse. En la última reunión de 1975, Gasparini

cuenta que “el militante responsable de organizarla […] y que no participaba en el evento,

relató que durante un intervalo y mientras caminaba por uno de los pasillos, Quieto, a quien

conocía hace rato, le pasó un brazo por el hombro y por lo bajo le dijo: ´Bichito, acá nos

matan a todos´”35. En esa reunión de octubre, se había aprobado el Código Penal de Justicia

Revolucionario, que entraría en vigencia en enero de 1976. Más allá de que a principios de

1975 Montoneros había desarrollado el Partido Auténtico, lo cierto es que la militarización

iba en aumento desde su pasaje a la clandestinidad en setiembre de 1974 -con la idea de

construir un Ejército Popular- que expuso a todos los militantes territoriales. Como sostiene

Calveiro, “…a medida que la práctica militar se intensificó, el valor efectista de la violencia

multiplicó engañosamente su peso político real; la lucha armada pasó a ser la máxima

expresión de la política primero y la política misma más tarde”36.

Vignollés refiere la charla que Quieto mantuvo con varios militantes que venían de las

FAR durante la Navidad de 1975, que pasaron en una quinta por la orden de no arriesgarse

a ponerse en contacto con sus familiares, orden que fue redactada, según Gillespie, por el

propio Quieto, quien 3 días después sería encontrado a plena luz del día en una playa con

su familia. Según Vignollés, dicha noche Quieto expuso su preocupación por el militarismo

creciente que los alejaba de la aceptación popular, algo irónico, según la autora, pues

Quieto era admirado precisamente por sus virtudes militares.

Podríamos seguir trayendo testimonios o dando ejemplos, pero creemos que no caben

dudas que su cuestionamiento al creciente militarismo y a la retirada de la política señalan

una falta de confianza en el proyecto político, lo que erosiona la moral de cualquier militante.

La pregunta que podemos hacernos es por qué siguió en la organización, o, de manera más

general tomando a Longoni, por qué persistieron los militantes que ya tenían cierta

conciencia sobre la indefectible derrota militar y, por ende, sobre su propia muerte. En la

búsqueda por ver la construcción cultural que sustentó y sustenta la estigmatización como

traidores a los sobrevivientes de la represión, Longoni cree necesario indagar los códigos

34 Ibídem.35 GASPARINI, J., Montoneros. Final de Cuentas, Buenos Aires, Puntosur, 1988, 139p.36 CALVEIRO, P., Política y/o violencia, Buenos Aires, Editorial Norma, 2005, 128, 129p.

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culturales de la militancia, valiéndose para ello de los escritos íntimos de los militantes. La

autora da tres respuestas a la pregunta de por qué persistieron que, sin descartarlas

plenamente, las considera insuficientes. Una explicación se centra en la distorsión de la

realidad que provoca la pertenencia a una organización política cerrada que crea un

microclima de secta, pero la autora ve que había cierto cuestionamiento al triunfalismo. Otra

respuesta es que más allá de que la derrota sea inexorable, era necesario dar el ejemplo a

las generaciones venideras. Otra explicación posible es la que da Calveiro, que descarga la

responsabilidad en las conducciones por no haber protegido a las bases. La desinserción en

los sectores populares condujo a un militarismo y a un organizativismo (resolución de cada

crisis política por medio de reorganizaciones administrativas), que se combinaron con un

verticalismo que no dejó margen para el disenso. Los que se atrevieron a cuestionar fueron

expulsados o incluso recibieron la orden de fusilamiento. Desde enero de 1976 regía el

Código Penal Revolucionario que aplicaba fuertes sentencias a las deserciones y

delaciones. No era tan fácil irse.

Para Longoni, la respuesta se halla en lo que denomina la “moralidad de la violencia”.

Para los militantes, el temor por la propia vida era una expresión de individualismo pequeño-

burgués. En la lógica de los grupos armados, indica Pastoriza, tendían a sustituirse las

relaciones de compañerismo por la autoridad y la disciplina, llegándose a una

despersonalización típicamente militar, cuyos efectos se agudizaban al intensificarse la

militarización y reforzarse las medidas de seguridad. Como sostiene Longoni, “el modelo de

militancia que se impuso en aquellos que optaron por el pase a la clandestinidad extendió

como mandato moral incuestionable el renunciamiento a la vida privada, a los ámbitos de

pertenencia y de actividad específicos y terminó convirtiéndose, al entrar en una cruenta

lógica bélica, en una disposición resignada a perder la vida”37. Había una incapacidad ética

de retroceder sin ser considerado un traidor. Esta lógica de la política entendida como

renuncia y de la militancia concebida como sacrificio se caracteriza por varios elementos,

entre los que destacamos: a) la muerte del guerrillero alimenta la vida de la revolución; la

muerte individual se resignifica como vida en el colectivo; b) cuando la muerte está próxima

no hay marcha atrás. Hay una ética que impone que hay que morir para ser dignos de los

que ya murieron, aún cuando no haya expectativas de triunfo. Querer reservarse es un

rasgo de individualismo y de traición; c) la noción del Hombre Nuevo explica este desprecio

por la muerte, porque el guerrillero debía ser un asceta, un sacrificado que renunciara hasta

a su propia vida. Para Carnovale, que analiza a los combatientes del ERP, también la

explicación reside en que fueron en camino del hombre nuevo, fundando una comunidad de

sangre donde se estaba en deuda con el compañero caído. Como decía el Che, hay un

37 LONGONI, A., Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Buenos Aires, Norma, 2007, 181p.

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deber moral: en toda revolución “se triunfa o se muere cuando es verdadera”38. Así, indica

Vezzetti, sólo la muerte garantiza la fidelidad a la causa. Esto lo vemos en el caso de

Quieto. En una entrevista que Vignollés realiza a Enrique Rodríguez, compañero de

militancia universitaria de Quieto, este refiere que en los últimos días antes de su secuestro

le preguntó si no pensaban que estaba perdiendo y Quieto le respondió que “podían perder

o no pero que él no tenía otro destino que seguir adelante […] me contestó que nunca se iría

y que asumiría su responsabilidad como conducción”39.

Para Pastoriza, Quieto no abandonó la organización porque no cuestionaba el proyecto

montonero en su totalidad sino sólo algunos puntos como la relación entre lo político y lo

militar, y seguía buscando canales orgánicos para torcer el rumbo, contactándose sólo con

compañeros de confianza, la mayoría provenientes de las FAR. Claro que siempre

preservando a la organización, sabiendo que en una etapa de recrudecimiento de la

represión no había que abrir fisuras internas. En ningún momento buscó erigir una

propuesta política alternativa; no se contactó con la columna Norte y la de La Plata, que en

esa misma época manifestaban críticas.

Ahora bien: ¿qué ocurre cuando ese mandato sacrificial se rompe, cuando ya es

evidente que la propia vida no modifica el rumbo de la historia? En este marco, Vezzetti

alude al caso de Quieto cuando describe los dos sentidos del sacrificio: uno cuando se da la

vida creyendo en la victoria final y otro cuando se muere sin creer en la causa pero por

distintos motivos no se pudo o no se quiso desertar. Este, dice el autor, es el caso de

Quieto: está derrotado antes de ser apresado. No se trata estrictamente de un sacrificio, o

es un sacrificio de otra naturaleza. Quieto, así, constituye un ejemplo de “…la contrafigura

de esa confianza en el curso de la revolución. Tampoco habría allí una ofrenda sacrificial

personal: si se admite que ya no creía en la victoria, que la revolución no operaba como mito

movilizador, más que un sacrificio ofrendado habría una muerte anunciada y absurda para

quien la sufría. La mayor tragedia personal es creer que se muere por nada”40.

Para Longoni, la ruptura del mandato sucedía al traspasar la frontera del campo de

concentración. Pero hemos visto que podía ocurrir antes, como en el caso de Quieto. Para

Longoni, “cuando la derrota provoca que la decisión de morir por la revolución carezca de su

sentido totalizador previo, aparecen otros horizontes (mínimos, menos gloriosos) que

justifican conservar la propia vida”41: son los afectos, los familiares, los amigos, toda esa

dimensión de la vida mutilada previamente que da fuerza para sobrevivir. No es que no

estuviese antes; siempre hubo fisuras en el mandato sacrificial, pero ahora la revalorización

38 CARNOVALE, V., Los combatientes, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, 222p.39 Enrique Rodríguez, en VIGNOLLÉS, A., op. cit., 203p.40 VEZZETTI, H., op. cit. 146p.41 LONGONI, A., op. cit., 190p.

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de la vida personal implicaba una toma de distancia de esa moralidad de la violencia, de la

ética del sacrificio que impedía volver atrás aún cuando por delante sólo estuviera la muerte.

El caso Quieto es un claro ejemplo de todo esto. El mandato estaba roto antes de entrar

al campo. La clandestinidad imponía la necesidad de mayores rigores y sacrificios

personales a un hombre que comenzaba a dudar sobre el rumbo adoptado por la

organización. ¿De dónde sacar la fuerza para seguir si ya no se tenía la misma convicción

en el proyecto político, ese que había motorizado toda su vida y que le había permitido

mantener esa “doble vida”? Por eso la necesidad cada vez mayor de buscar el afecto de los

amigos y la familia, refugiarse en las relaciones personales por tanto tiempo postergadas.

Esta combinación de factores puede explicar la baja de guardia que provocó su caída. Pero

no explica la delación. El mandato estaba roto pero no totalmente. Estaba en crisis.

Respecto a la delación, hemos dicho que según Pastoriza y Vignollés todas las acusaciones

son incomprobables. Lo que es seguro es todo lo que calló. Pero aún cuando haya cantado

algo, eso no lo convierte en un traidor. Ya Pilar Calveiro ha señalado las estrategias

individuales y colectivas que se ponían en juego en los campos de concentración y que

definían una “zona gris” o una “zona de colores” donde el deseo de vivir no llevaba

necesariamente a la traición sino a implementar estrategias de resistencia: “tanto las

actitudes heroicas, de quienes resistieron enormes sufrimientos sin entregar ningún tipo de

conformación, como la de aquellos que se convirtieron en colaboradores directos e

incondicionales de los militares, fueron excepcionales […] la actitud promedio de los

militantes consistió en entregar algo que les permitiera prestar una colaboración parcial, a

veces más simulada que real, y detener la tortura”42. Las posibilidades eran diversas: dar

sólo una parte de la información, dar datos que sabían que era inútiles, etc.

Actualmente Quieto está desaparecido. Se sabe que estuvo detenido en el centro

clandestino que funcionaba en Campo de Mayo, donde fue torturado. Vignollés es la única

que aborda el problema de cómo encontraron a Quieto y las hipótesis sobre su muerte.

Respecto a lo primero, repasa tres teorías sin adherir a ninguna: a) por un trabajo de

inteligencia de las fuerzas de seguridad; b) la teoría conspirativa que afirma que fue

entregado por la propia organización; c) la versión de un policía que dice haber hablado con

colegas que aseguran que fue de casualidad. Respecto a la muerte, según su investigación

hay sobrevivientes de la ESMA que afirman que allí iba un civil del Ejército que se

presentaba como el interrogador de Quieto en Campo de Mayo y que para octubre de 1976

este les decía que Quieto estaba vivo, lo cual de todos modos es incomprobable. Otra

versión que trae Vignollés la recoge del juicio a Santiago Omar Riveros -un represor que

quedó a cargo de la Zona IV del Primer Cuerpo del Ejército- donde un conscripto -Miguel

Ángel Hayt- asegura verlo visto en abril de 1976 en un “vuelo de la muerte”. Por último, otro

42 CALVEIRO, P., op. cit., 183, 184p.

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testimonio que cita es de César Calcagno -uno de los abogados que lo defendieron cuando

fue detenido en 1971- que cuenta que un amigo de Quieto le dijo que lo evisceraron pero no

dio detalles sobre si fue arrojado al mar. En el artículo de Lila Pastoriza se mencionan dos

libros que, al pasar, dan dos versiones distintas que de todos modos son inaceptables. Por

un lado, en el libro de Viviana Gorbato Montoneros, soldados de Perón ¿Soldados de

Menem?, Humberto Roggero, un peronista de base que fue funcionario menemista, sostiene

que Quieto está vivo en EE.UU. Por otro lado, en el libro de Gabriela Saidón, La Montonera,

en una nota el pie de página la autora afirma sin citar ninguna fuente que Quieto había sido

asesinado por los propios Montoneros en 1975. En realidad, menciona la autora, fueron las

propias fuerzas de seguridad las que hicieron correr al principio el rumor de que Quieto

había sido capturado por sus propios compañeros.

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REFLEXIONES FINALES

La memoria colectiva de un pueblo constituye la base de la conformación de su

identidad. Por eso creemos que este trabajo sobre Roberto Quieto se inscribe en los

combates actuales por la memoria, que son batallas políticas por el sentido del imaginario

social.

De acuerdo a los testimonios recogidos por Pastoriza, Vignollés y Gasparini, no caben

dudas las críticas que había comenzado a manifestar Quieto respecto al rumbo que estaba

asumiendo la organización, lo que le provocó abatimiento y desazón. La intensificación de la

ofensiva represiva lo obligaba a un mayor sacrificio en cuanto a los grados de clandestinidad

y cuidado de las normas de seguridad, lo que lo alejaba de sus hijos y de su mujer, haciendo

que los problemas familiares irresueltos se vieran potenciados. De todos modos, siguió en

su puesto de lucha, pero ya sin el sostén de las convicciones políticas. En ese marco se

produjo su detención.

Si bien las críticas a la CN existían, no podemos saber con precisión el detalle de las

mismas. Quieto manifestaba posiciones disímiles a las de Firmenich, pero es un riesgo que

es deseable evitar y en el cual es fácil caer, el de crear un Quieto absolutamente opuesto a

la CN que encarnase todo lo contrario a lo que se rechaza de los otros líderes guerrilleros,

para cuestionar el destino trágico y tener la esperanza de que otro pudo haber sido el final.

Claro que no todo sería una mera invención en el plano de lo imaginario, sino que hay

fundamentos históricos y materiales que avalarían tal construcción. Es precisamente todo lo

que desconocemos lo que se presta a suposiciones y refuerza enormemente la imagen de

un Quieto absolutamente irreductible a la CN, a punto tal de olvidar que ese hombre que se

planteaba como la “salida política”, era el responsable militar de la organización en todo el

país, admirado precisamente por las dotes en este terreno, responsable de las principales

operaciones de la organización como fueron la Operación Mellizas (secuestro de los

hermanos Born) y el asesinato de Rucci, entre otros. Como sostiene Pastoriza, “quizá como

contrapartida a la sustracción de lo político, en algunos sectores de las bases militantes

quede una imagen de Quieto depositario-adalid de muchas causa perdidas: el rechazo al

pase a la clandestinidad, el desacuerdo con el enfrentamiento con Perón, la oposición al

reemplazo de la política por lo militar… (posiciones que ni se sabe si propició o no)”43.

Nadie puede dudar de la irresponsabilidad que significó la forma de su caída. Pero no

estamos aquí para juzgar desde una torre de marfil sino para comprender y recuperar todo

lo posible de esta historia para el presente. Vivimos una época en la cual se ha recuperado

el sentido de la política como herramienta de transformación de la realidad. Miles de jóvenes

-que hace una década exclamaban “que se vayan todos”- se vuelcan hoy masivamente a la

militancia. Es en este contexto que el caso que hemos analizado aquí cobra gran dimensión.

43 PASTORIZA, L., op. cit., 20p.

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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines

Más allá de que la sociedad de hoy no tenga el tipo de violencia de los ´70 que es inherente

al caso de Roberto Quieto, hay cuestiones que exceden esa temporalidad y que, sin caer en

anacronismos, pueden ser de gran utilidad para estos nuevos tiempos. En rigor, esto se

debe a que muchos de los temas aquí tratados no son exclusivos de las organizaciones

armadas sino que forman parte de cualquier organización política. Sólo que en los grupos

armados, tal vez, se vean manifestados de manera más explícita y que en tiempos de

clandestinidad alcancen su punto más alto. Nos referimos, fundamentalmente, a las

prácticas de militancia, a los criterios de construcción política, a lo moral de los militantes, a

la relación entre el individuo y la organización, entre lo personal y lo colectivo, entre la vida

personal y el mandato sacrificial. Este trabajo, creemos, permite reflexionar sobre estas

problemáticas.

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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines

BIBLIOGRAFÍA

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GILLESPIE, R., Soldados de Perón. Los Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1987

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PASTORIZA, L., “La traición de Roberto Quieto: treinta años de silencio”, en Lucha armada en la Argentina, Año 2, n°6, 2006.

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FUENTES

Montoneros-Consejo Nacional, Código Penal de Justicia Revolucionario, 4 de octubre de 1975

Reportaje a Mario Firmenich realizado por Felipe Pigna, en www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/f/firmenich.php

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