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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAABRIL 2012 496 ISSN: 0185-3716 Además UN TEXTO DE GABRIEL ZAID y UNA APOLOGÍA DEL LIBRO ELECTRÓNICO Hacer el mal Lo bueno siempre ha sido un juego fácil para los filósofos, más fácil que lo malo o lo feo JONATHAN RÉE

DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAABRIL 2012 · materia; con precisión y abundantes ejemplos, Amadeo Estrada lleva el concepto del mal a la escena biológica para practicarle una vivisección

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D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � A B R I L 2 0 1 2

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Además UN TEXTO DE

GABRIEL ZAID y UNA APOLOGÍA DEL LIBRO

ELECTRÓNICO

Hacerel mal

Lo bueno siempre ha sido un

juego fácil para los fi lósofos,

más fácil que lo malo o lo feo

—J O N AT H A N R É E

2 A B R I L D E 2 0 1 22

D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A

496E D I TO R I A L

Pocas cosas pueden golpear más al entendimiento que la idea del mal. Aunque no lo padezcamos directamente, su mera existencia ha sido desde hace siglos un revulsivo de todo tipo de creencias, sea porque deja muy mal parado a un posible dios, sea porque socava cualquier imagen optimista de la naturaleza humana. Hemos dedicado buena parte de este número a abordar, desde tres ópticas muy diferentes pero inevitablemente relacionadas, la reacción que gobiernos, fi lósofos y científi cos han tenido al confrontarse con el mal.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue, y lamentablemente sigue siendo en gran medida, un intento retórico por erradicar los ultrajes que pueden padecer las personas. Su apasionante gestación es el tema deUn mundo nuevo, libro de Mary Ann Glendon que pusimos a circular hace unos meses y que aquí es reseñado por un diplomático de carrera. Otra novedad, El mal en el pensamiento moderno, de Susan Neiman, sirve para descentrar el modo en que suele entenderse la historia de la fi losofía; en este libro el mal sirve como eje en torno al cual se exponen las doctrinas de algunos de los pensadores que han husmeado en las cloacas del comportamiento humano. Cierra la porción dedicada al mal un sugerente ensayo sobre lo que las ciencias naturales tienen que decir en esa materia; con precisión y abundantes ejemplos, Amadeo Estrada lleva el concepto del mal a la escena biológica para practicarle una vivisección.

Sin ironía alguna, llevamos en seguida al lector hacia el mundo de la economía. Circula desde fi nales del año pasado uno de los pocos estudios, teóricos y prácticos, de la industria del ahorro y el préstamo por goteo, obra de Beatriz Armendáriz y Jonathan Morduch: su Economía de las microfi nanzas es una voz que deben escuchar quienes actúan en ese sector. Para fi nalizar esta sección, Gabriel Zaid rescata un artículo que dejó fuera de la reciente edición de La economía presidencial y que, más de tres lustros después de ser escrito, sigue describiendo una contradicción que restringe el crecimiento del país.

Cerramos con un texto sobre Wislawa Szymborska, que a comienzos de febrero, como anticipaba en “Nada en propiedad”, ya liquidó la deuda entregándose a sí misma. Más que una nota necrológica, Rafael Vargas rastrea la lenta llegada de su poesía a nuestra lengua, y en particular a nuestro país. Contra el mal, nada mejor que el lúcido optimismo de una poeta que con alegría da vuelta a las cosas.�W

S U M A R I O

GALOPE Salvador Elizondo 0 3 LA REVOLUCIÓN DE LA SEÑORA ROOSEVELT  Brian Urquhart 0 7UN PARÁSITO MISERABLE Y SIN RAÍCES  Jonathan Rée 1 1JOAQUÍN GUTIÉRREZ HERAS, 1927-2012  Martí Soler 1 2EL MAL VISTO DESDE LAS CIENCIAS NATURALES Amadeo Estrada 1 3 AUGE Y RETOS DE LAS MICROFINANZAS Janina León C.  1 6AHORRO SIN INVERSIÓN Gabriel Zaid  1 8NOVEDADES DE ABRIL 1 9CAPITEL 1 9LOS LIBROS ELECTRÓNICOS NO SE QUEMAN Tim Parks 2 0WISLAWA SZYMBORSKA EN MÉXICO Rafael Vargas 2 2

Joaquín Díez-Canedo Flores

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Alejandro Cruz Atienza

J EFE D E R EDACCI Ó N

Ricardo Nudelman, Martí Soler,

Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles

Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza,

Juan Carlos Rodríguez, Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Juana Laura Condado Rosas, María Antonia

Segura Chávez, Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

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es una publicación mensual editada por el Fondo

de Cultura Económica, con domicilio

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de Contenido 6080, expedidos por la Comisión

Califi cadora de Publicaciones y Revistas

Ilustradas el 15 de junio de 1995.

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es

un nombre registrado en el Instituto Nacional

del Derecho de Autor, con el número 04-

2001-112210102100, el 22 de noviembre de

2001. Registro Postal, Publicación Periódica:

pp09-0206.

Distribuida por el propio

Fondo de Cultura Económica.

ISSN: 0185-3716

P O RTADA

León Muñoz Santini

Foto

gra

fía:

LEÓ

N M

OZ

SAN

TIN

I

A B R I L D E 2 0 1 2 3

P O E S Í A

Campo claro quietud de alba serena

el caballo al galope la brisa empecinada

cristal ala inmutable

ruinas del camposanto que corroe el desierto

ya no cantan las cosas

cohibido pulso contra la cegadora

claridad del espejo

esta pasión tan clara tan serena

se ha quedado prendida

en el abrojo de las viejas cosas.

Voz de musgo albor contra el caballo

la rosa ha fl orecido en las almenas;

como un rayo de espuma reventada

lanza el airón esquirlas de granada

y se queda girando lentamente

en la quietud mongólica del vaso.�W

Autor de una obra reducida pero sustanciosa, Elizondo se permitió algunas excursiones por el mundo de la lírica (más de uno dirá que toda su prosa en realidad es eso). Este mes comienza a circular Contubernio de espejos, un pequeño tomo que reúne los poemas que escribió entre 1960 y 1964; de entre los muchos sonetos y otros textos sin métrica, hemos

escogido uno que ejemplifi ca su deseo de atrapar lo fugaz

GalopeS A L V A D O R E L I Z O N D O

Foto

gra

fía:

LEÓ

N M

OZ

SAN

TIN

I

4 A B R I L D E 2 0 1 2

D O S S I E R

Quienes conocieron los horrores de la segunda Guerra Mundial construyeron un

dique ético contra el mal: la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Quienes han refl exionado sobre el mal conocen lo espinoso del asunto: con ellos

puede narrarse una historia paralela de la fi losofía. Quienes hurgan en el

comportamiento de los seres no humanos saben que ahí, donde están ausentes

las consideraciones morales, el mal no existe

HACER EL MAL

A B R I L D E 2 0 1 2 5

6 A B R I L D E 2 0 1 2

A B R I L D E 2 0 1 2 7

Los horrores de la segunda Guerra Mundial inspiraron dos importantes declara-ciones de fe: la Carta de las Naciones Unidas (1945) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Ambas nacieron en el inter-ludio, breve y políticamen-te tibio, que se dio entre los

últimos meses de lucha y el inicio de la Guerra Fría. Como ocurre con la mayoría de las declaraciones de fe, quienes las fi rman —gobiernos la mayoría— a me-nudo no las cumplen, aunque casi todos afi rmen que aceptan el código de conducta básico que tales decla-raciones expresan. Por un lado, tanto los gobiernos como los individuos (especialmente en tiempos de paz) pueden sentirse desilusionados con las Naciones Unidas; por otro, abominables atrocidades continua-mente parecen burlarse de la Declaración Universal de Derechos Humanos; y sin embargo estos dos docu-mentos han establecido los parámetros de una socie-dad tolerable para el planeta. El esfuerzo constante por alcanzar y mantener dichos estándares constitu-ye la frontera entre civilización y barbarie.

Para aquellos que acababan de pasar por seis años de guerra, sin duda ambas declaraciones tenían sen-tido: con más de 45 millones de muertos, miseria y ruina inimaginables, ¿quién podía estar en desacuer-do con estos párrafos del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, escritos, según se dice, por Jan Smuts y Archibald MacLeish?: “Nosotros los pueblos de las naciones unidas resueltos […] a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Hu-manidad sufrimientos indecibles […] a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad.”

Y después de las “marchas de la muerte” y el Holo-causto, ¿quién podría protestar contra las primeras lí-neas de la Declaración Universal de Derechos Huma-nos?: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalie-nables de todos los miembros de la familia humana.”

En un tiempo en que el clima internacional estaba en constante deterioro tal vez el logro más sorpren-dente haya sido la creación y aprobación de la Decla-ración Universal de Derechos Humanos. La redacción del borrador entre 1947 y 1948 planteó problemas fi-losóficos, sociales, religiosos, legales y políticos fun-damentales de una complejidad extraordinaria. Para los gobiernos preocupados por la reconstrucción y la crisis política de la posguerra —Palestina, el bloqueo de Berlín o Cachemira—, los derechos humanos pu-dieron haber parecido una distracción menor, algo que sin duda podía esperar hasta que llegaran tiem-pos más tranquilos. Afortunadamente, y dado que los tiempos en realidad siguieron empeorando con rapi-dez, los obstáculos no detuvieron al extraordinario

equipo que redactó la declaración. El libro de Mary Ann Glendon, Un mundo nuevo, es un recuento intros-pectivo de estos logros, fascinante y sorprendente-mente personal a la vez.

De no ser por el liderazgo y la visión de Eleanor Roosevelt, es poco probable que se hubiera podido ter-minar la Declaración Universal y que la aceptaran casi todos los gobiernos. Durante aquellos primeros años de posguerra, la señora Roosevelt ocupó un lugar in-comparable en la escena internacional: no sólo era la viuda de un gran presidente sino que por derecho pro-pio se había transformado casi en una fuerza de la na-turaleza, una figura majestuosa de sabiduría y senci-llez. Glendon cita la descripción que de ella hizo E. J. Kahn: “una persona de elevadísima generosidad”; esta cualidad por sí sola ya la hacía diferente de los penden-cieros estadistas de la época.

Cuando abordó el Queen Mary en enero de 1946 como miembro de la delegación estadunidense para la primera sesión de la Asamblea General de las Nacio-nes Unidas en Londres, Eleanor Roosevelt se embarcó en una nueva empresa en la que ni ella ni el Departa-mento de Estado tenían mucha confianza. Es cierto que tanto en público como en privado se había involu-crado mucho más en la política y en los asuntos inter-nacionales que la esposa de cualquier otro presidente moderno (por ejemplo, fue ella quien sugirió la inclu-sión de consejeros negros en la delegación norteame-ricana que asistiría en 1945 a la Conferencia de San Francisco); sin embargo, no tenía experiencia diplo-mática formal y se le asignó el comité de la Asamblea General para asuntos sociales porque los funcionarios del Departamento de Estado pensaron que para ella sería una tarea más sencilla que la de los comités po-líticos. Pronto quedó demostrado que tales inquietu-des eran infundadas. Ralph Bunche, otro integrante de la delegación, no tardó en percibir que, del grupo conformado además por el secretario de Estado Ja-mes F. Byrnes, John Foster Dulles y el senador Arthur Vandenberg —quienes estaban acostumbrados a los juegos políticos—, la señora Roosevelt era la única con un verdadero sentido de la responsabilidad: ella sí es-cuchaba a sus consejeros y hacía la tarea a conciencia.

Pronto quedaron en el olvido las suposiciones de que la señora Roosevelt sería incapaz de lidiar con los delegados extranjeros más complicados; su dignidad, su maestría en los temas a debatir, su cortesía y, de ser necesario, su firmeza inamovible, derrotaron hasta a los oponentes más temidos. Recuerdo vivamente sus encuentros posteriores con Andréi Vyshinski para discutir el destino de los refugiados de guerra euro-peos: Vyshinski, el mordaz fi scal de los procesos so-viéticos de la década de 1930, era un orador abusivo y casi imparable; tenía un arremolinado cabello blan-co y una tez pálida de apariencia poco saludable que cambiaba a un rojo vivo cuando estaba decepcionado o se enojaba. “Señor Vyshinski —le dijo la señora Roo-sevelt en el tono maternal de quien corrige a un niño travieso—, aquí en las Naciones Unidas tratamos de impulsar ideas de amplio alcance, ideas que primero

tomen en cuenta los derechos de los hombres, aquello que los haga más libres; se trata de los hombres, señor Vyshinski, no de los gobiernos.” Vyshinski, rojo como un tomate, por primera vez se quedó sin palabras.

Una cualidad de la señora Roosevelt que sobresale en el libro de Glendon es su sentido común: siempre insistió en que la declaración debía estar escrita en un lenguaje fácil de entender para la gente común y que debía ser lo suficientemente general como para dar a los diversos países y culturas la flexibilidad necesa-ria para interpretar y llevar a la práctica sus disposi-ciones. Aunque existía una presión considerable —del delegado británico, por ejemplo— para dar prioridad a acuerdos de carácter legal obligatorio que incluso po-drían incluir mecanismos para su ejecución, la señora Roosevelt se mantuvo escéptica ante tales propuestas. Estaba convencida de que había que dar prioridad a una declaración de principios que preparara el cami-no para acuerdos posteriores y que sirviera como un instrumento para medir y hacer públicas las violacio-nes a los derechos humanos. Sin olvidar que el propio Senado de los Estados Unidos, tan sólo 25 años antes, se había negado a ratificar el Tratado de la Sociedad de Naciones, Roosevelt sabía bien lo difícil que podría ser obtener su aprobación en materia de convenciones in-ternacionales obligatorias.

En esto Eleanor Roosevelt resultó clarividente: dos de las convenciones de derechos humanos que suce-dieron a la declaración —una sobre derechos políticos y civiles, otra sobre derechos económicos, sociales y culturales— sólo se firmaron en 1966 y pasaron diez años más para que recibieran las firmas suficientes para entrar en vigor. En 1992 Estados Unidos por fin ratificó la convención de derechos políticos y civiles; la segunda declaración aún está pendiente. China hizo lo propio con la segunda convención el 28 de febrero de 2001, sólo un día después de que la entonces embaja-dora de las Naciones Unidas para los Derechos Huma-nos, Mary Robinson, visitara el país.

Glendon muestra en su libro que la señora Roose-velt se involucraba, palabra por palabra, en pormeno-rizadas discusiones en torno al texto de la declaración. En medio de la larguísima controversia sobre el uso de la palabra hombre para describir a la raza humana, la señora Roosevelt sostuvo que, aunque ella se conside-raba a sí misma como feminista, también aceptaba el uso tradicional de la palabra para hacer referencia a la raza humana en general. Por otro lado, sabía de ante-mano que la Unión Soviética se mantendría hostil en el asunto y que, cuando mucho, podría persuadir a los soviéticos de no sabotear la declaración y de abstener-se en la votación final. “Era sencillamente imposible —comentó en algún momento— tener una conversa-ción franca y privada con los funcionarios rusos.”

Sin duda ya existían otras declaraciones naciona-les de derechos, como la Carta de Derechos inglesa de 1689, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776, seguida más tarde por la Carta de Derechos, y la francesa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. No obs-

H AC E R E L M A L

La revolución de la señora Roosevelt

B R I A N U R Q U H A R T

R E S E Ñ A

Para acotar las atroces manifestaciones del mal que la humanidadconoció durante la segunda Guerra Mundial, la comunidad

internacional quiso dotarse de un instrumento que reconociera unmínimo de derechos a todo ser humano. Un mundo nuevo es el recuento

del proceso por el cual un grupo capitaneado por Eleanor Rooseveltdio forma al documento en que se cimentan las ideas actuales

sobre derechos humanos

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tante, la declaración de las Naciones Unidas no podía tomar sólo un modelo para su redacción porque debía incluir a todas las sociedades y culturas del mundo. Para muchos, los horrores de la guerra, y en especial los recientemente liberados campos de concentración nazis, exigían una declaración internacional de dere-chos; pero antes de la Conferencia de San Francisco el tiempo para esbozarla o para determinar el lugar que ocuparía en el nuevo sistema internacional había sido escaso.

La Carta de las Naciones Unidas firmada en San Francisco en 1945 hacía numerosas referencias a los derechos humanos; sin embargo, el artículo 2(7) los limitaba sobremanera: impedía específicamente a las Naciones Unidas intromisión alguna “en asuntos de jurisdicción interna de cualquier estado”. La pregun-ta acerca de cuándo es legítima, si es que puede serlo, la intervención internacional en materia de derechos humanos permanece sin respuesta hasta el día de hoy. En San Francisco se decidió que la primera tarea de la futura Comisión de Derechos Humanos de las Na-ciones Unidas sería la creación de una carta universal de derechos. Así, durante su primer reunión en 1946, la comisión instituyó un comité para esbozar y poste-riormente aprobar una carta de derechos, y se nom-bró a la señora Roosevelt como su presidenta.

Aunque la señora Roosevelt era sin lugar a dudas la líder del comité, los principales autores de la decla-ración fueron un profesor canadiense de derecho, un experto francés en derecho constitucional, un cate-drático, poeta y dramaturgo chino y un filósofo liba-nés que pertenecía a la iglesia ortodoxa griega. Hoy es difícil imaginar a un grupo tan exótico a cargo de una tarea tan importante o capaz de ponerse de acuerdo en tan poco tiempo sobre un documento que tendría que alcanzar la aceptación general de los gobiernos de todo el mundo.

John Humphrey, un profesor de leyes canadiense de 40 años, proveniente de la Universidad de McGill y director de la división de derechos humanos en la Se-cretaría de las Naciones Unidas, resultó fundamental para el grupo de trabajo. Humphrey había perdido un brazo en un accidente durante su infancia y, puesto que había quedado exento del servicio militar, esta-ba decidido a contribuir a la paz. Durante la guerra se hizo amigo en Montreal de Henri Laugier, un refugia-do francés que entonces no hablaba inglés y que tiem-po después se convertiría en secretario general asis-tente para asuntos sociales de las Naciones Unidas y llamaría a Humphrey para dirigir la oficina de dere-chos humanos en Nueva York.

El comité de la señora Roosevelt pronto descubrió que el debate filosófico, apasionado y de alto nivel, no era la mejor forma de empezar a trabajar en el borra-dor de la declaración. A principios de 1947, mientras tomaban té en el departamento de la señora Roose-velt en Washington Square, varios miembros del co-mité pidieron a Humphrey que preparara un amplio borrador preliminar. Así, durante los cuatro meses siguientes, él y su equipo prepararon un documento de 400 páginas que contenía la revisión de los princi-pios fundamentales y más ampliamente compartidos que habían surgido de toda reflexión histórica sobre la libertad humana, así como extractos relacionados con derechos humanos provenientes de varias cons-tituciones y otros instrumentos legales. Incluyeron además textos de otras fuentes, como una declaración de derechos humanos que H. G. Wells escribió en 1939 para ayudar a “aquellos que desean conocer con más detalle la razón de nuestra lucha”. Para ponerlo en pa-labras de Humphrey, el documento incluía “cualquier derecho imaginable que el Comité de Redacción pu-diera querer discutir”.

Con todo este material el comité le pidió a su miem-bro francés, René Cassin, que a partir del documento

redactara un primer texto de la declaración sobre el cual pudieran trabajar. Cassin era un veterano de la primera Guerra Mundial, discapacitado, judío; había sido condenado a muerte in absentia por el régimen de Vichy y había escapado de la ocupación francesa en 1940 después del llamado de Charles de Gau-lle desde Londres, y era ahora el principal ase-sor legal del propio De Gaulle. En su calidad de presidente del Consejo de Estado en su país durante 1947, Cassin se había convertido en el abogado más destacado y comprometido con el restablecimiento del sistema administrati-vo y judicial francés: redactó un borrador de la declaración a partir del documento de Hum-phrey, con un elocuente preámbulo seguido de principios generales bien definidos. Según dijo a sus colegas, durante la redacción del do-cumento partió de dos consideraciones fun-damentales: por un lado, el derecho de todo ser humano a ser tratado igual que cualquier otro ser humano, y por el otro, el gran princi-pio fundamental de la unión de todas las ra-zas de la humanidad, un principio que había sido violado descaradamente durante la gue-rra. En 1968 Cassin recibió el Premio Nobel de la Paz por su trabajo en Europa en pro de los derechos humanos, y luego sería conocido como el padre de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, algo un poco injusto para Humphrey y sus otros colegas.

La señora Roosevelt y Cassin ya eran en-tonces sexagenarios; Charles Malik, un filósofo tomista de apenas 40 años, libanés y griego ortodoxo, jugó un papel importante en la redacción del documento y en conseguir que se aprobara. Como representante de Lí-bano, Malik se hallaba inmerso en la crisis palestina. Había sido, a finales de 1930, pupilo de Alfred North Whitehead en Harvard y era un intelectual sumamente dedicado que nunca se sintió apto para la política o la di-plomacia; no toleraba la superficialidad de las ideas de los otros y tendía a sermonearlos. “Cuando hablamos de derechos humanos —dijo a sus colegas en la primera reunión del comité de redacción—, nos enfrentamos a la pregunta fundamental: ¿qué es el hombre?, ¿es sólo un ser social?, ¿es sólo un animal?, ¿es sólo un ser económi-co?” Esto los llevó a lo que otro integrante del comité después llamaría “un laberinto ideológico” y del que sólo saldrían al asignar a Humphrey y su equipo la tarea de preparar el amplio borrador preliminar de la de-claración.

Sin embargo, la infatigable pasión de Malik por expli-car, debatir y analizar, por más que a menudo irritara a sus colegas, generó también la fuerza intelectual que les permitió sacar adelante el texto de la declaración. Un colega suyo aseguraba que su apariencia de profeta del Antiguo Testamento —cabeza enorme, inmensa nariz aguileña, centelleantes ojos negros, erizados rizos y tu-pidas cejas negras— lo convertían en una figura que lla-maba siempre la atención en las Naciones Unidas.

El otro fi lósofo del comité, el chino Zhāng Péngchūn, fue quien le dio un sentido más universal a la declara-ción. En 1947 y 1948, con Mao a punto de tomar Pe-kín, también a él le preocupaban los acontecimientos de su país, así como la aparente indiferencia de Occi-dente ante el futuro de China. En su juventud Zhāng se benefi ció de la ayuda de los Estados Unidos, único país que había dedicado una parte de las cuantiosas indemnizaciones provenientes del levantamiento de los bóxer en 1898 a becas para estudios avanzados de alumnos chinos; fue así como en 1921, bajo la tutela de John Dewey, Zhāng se doctoró en fi losofía por la Uni-versidad de Columbia. Cuando Japón invadió China en 1937, Zhāng, entonces un reconocido maestro, dra-maturgo y crítico literario, huyó disfrazado de mujer

a la Universidad Nankai y se convirtió en un diplomático con la misión de di-fundir en Europa y Estados Unidos las atrocidades cometidas por los japone-ses en China, así como de promover la comprensión de su cultura.

Las ocasionales discusiones entre Malik y Zhāng, ambos grandes perso-nalidades, fueron importantes para el desarrollo y equilibrio de la declara-ción; según Glendon, “Se debieron en parte a sus dos fuertes personalidades, a las diferencias entre sus puntos de vista sobre la religión y el mundo secu-lar, y a los desacuerdos sobre qué tan pragmático se podía ser respecto a las concesiones de los países sin poner en riesgo la verdad y, en consecuencia, la universalidad necesarias para que és-tas fueran aprobadas. Malik pensaba que la declaración debía anclarse más explícitamente en la ‘naturaleza’; Zhāng pensaba que sería mejor dejar que cada cultura explicara las raíces fi losófi cas de los derechos humanos.”

La solidaridad intelectual del equi-po redactor de la señora Roosevelt en-frentó la prueba defi nitiva en el otoño de 1948, en París, cuando el comité de asuntos sociales de la Asamblea Ge-neral dio señales de que prefería ne-gociar una vez más el texto completo

de la declaración. La señora Roosevelt presentó el texto como una declaración de principios que es-tablecía “un ideal común para todos los pueblos y naciones” y exhortó a los integrantes del comité a no caer en distracciones “por buscar la perfección absoluta”; era de suma importancia que todos los gobiernos sintieran que habían participado en el nacimiento de algo tan relevante como la decla-ración. En su calidad de presidente del Comité de Asuntos Sociales de la Asamblea General, Charles Malik se las arregló para permitir que todos los in-tegrantes opinaran y, a la vez, que la duración de sus discursos fuera razonable; aun así, fueron ne-cesarias 80 reuniones y 170 correcciones para que el comité aceptara el borrador. En la votación fi nal de la Asamblea General, 23 de los 30 artículos reci-bieron apoyo unánime; de los 58 países miembros de las Naciones Unidas, ocho se abstuvieron, entre ellos Arabia Saudita, que se opuso entre otras cosas a la igualdad de derechos en el matrimonio; Sudá-frica, que con la nueva legislación del apartheid te-nía objeciones sobre los principios de igualdad, y el bloque soviético, que afi rmó que la declaración ca-recía de respeto por la soberanía de cada Estado.

La declaración suscitó comentarios negativos a ambos lados de la Cortina de Hierro; según Vyshins-ki, la Asamblea General de París de 1948 pasaría a la historia de la onu como aquella en que la mayoría, encabezada por el bloque angloamericano, había ig-norado la soberanía de los Estados miembros y ha-bía tratado de interferir en los asuntos internos de “ciertos países” —esto no evitó, sin embargo, que los líderes soviéticos utilizaran la denuncia de violacio-nes a los derechos humanos como un arma durante la Guerra Fría.

Frank E. Holman, presidente de la principal aso-ciación de abogados en Estados Unidos, se burló de la declaración y afirmó que “fomentaría el socialis-mo de Estado y hasta el comunismo en todo el mun-do”. A media noche, al salir del salón de asambleas después de la votación, la señora Roosevelt se pre-guntaba si “una simple declaración de derechos sin obligación jurídica alguna sería capaz de alentar a

H AC E R E L M A L

UN MUNDO NUEVOEleanor

Roosevelt y la Declaración Universal de los Derechos

Humanos

M A R Y A N N

G L E N D O N

política y derecho

1ª ed., Comisión de

Derechos Humanos

del Distrito Federal-

Universidad

Panamericana-fce,

2011, 428 pp.

978 607 16 0790 4

$270

“DE NO SER POR EL LIDER AZGO Y LA VISIÓN DE ELEANOR ROOSEVELT, ES POCO PROBABLE QUE SE HUBIER A PODIDOTERMINAR LA DECLAR ACIÓN UNIVERSAL Y QUE LA ACEPTAR AN CASI

TODOS LOS GOBIERNOS. DUR ANTE AQUELLOS PRIMEROS AÑOS DE POSGUERR A, LA SEÑOR A ROOSEVELT OCUPÓ UN LUGAR INCOMPAR ABLE

EN LA ESCENA INTERNACIONAL

Por otro lado, la Declaración Universal constituye el texto base y la inspiración de algo que ni la señora Roosevelt ni sus colegas anticiparon: el auge de las orga-nizaciones no gubernamentales, que ahora han tomado la delantera en la denuncia de violaciones a los derechos humanos y en la movilización de grupos de activistas por todo el mundo. En 1961 se fundó Amnistía Interna-cional, cuyo propósito original era proporcionar ayuda a los “presos de conciencia”; Helsinki Watch fue una co-misión que se organizó rápidamente en Europa y Esta-dos Unidos en 1975 con el fin asegurar el respeto a las disposiciones establecidas en los Acuerdos de Helsinki, y de la que surgió Human Rights Watch. Su Informe anual cubre decenas de países, incluyendo el Reino Uni-do y los Estados Unidos, y sus programas abarcan una amplísima gama de temas relacionados con los dere-chos humanos, que incluyen la tortura, los niños solda-dos, las minas terrestres y la libertad de cátedra. Este tipo de defensa, respaldada por una investigación ex-haustiva y una eficaz divulgación, genera presión e inte-rés público activo no sólo en lo que respecta a las viola-ciones de los derechos humanos, sino también en lo re-ferente a escenarios futuros como, por ejemplo, el lugar que los derechos humanos han de jugar durante el pro-ceso de la globalización. Eleanor Roosevelt habría sen-tido gran satisfacción al saber que ese tipo de organiza-ciones se han multiplicado y que actúan como voz de la conciencia de los políticos.

Aunque la Unión Soviética desapareció hace más de dos décadas y la expansión de la democracia pro-duce gran satisfacción, la mediación internacional en defensa de los derechos humanos es todavía un asun-to muy polémico. Las acciones de la otan en Kosovo, una de las más extremas en esta materia, no fueron ni pudieron haber sido autorizadas por el Consejo de Se-guridad ni por otro órgano gubernamental de la onu. Para el Consejo, los principios de soberanía nacional y el subsecuente rechazo a la intervención externa sue-len convertirse en el factor de peso en el momento pre-ciso en que el desastre aún podría evitarse. Más tarde, en retrospectiva, es muy común que muchos de los que impidieron la acción condenen la subsecuente in-acción. No se han hecho esperar las denuncias ante el fracaso de la onu para impedir el genocidio en Ruan-da; en las condiciones políticas del momento, dicha acción no hubiera podido aprobarse con sufi ciente an-telación como para evitar del todo la tragedia. Muchos años pasarán antes de que la mediación en asuntos de derechos humanos sea la regla y no la excepción.

Por lo pronto, se han hecho otros progresos en la pro-tección de los derechos humanos; los tribunales penales internacionales para la ex Yugoslavia y para Ruanda no sólo abrieron un nuevo camino, sino que se estableció la Corte Penal Internacional para procesar a acusados de genocidio, de crímenes de guerra y de crímenes con-tra la humanidad —crímenes entre los que ya se inclu-

ye la violación—. Por primera vez en la historia, los gobernantes criminales y asesinos no pueden vivir impunes, aunque, como ha señalado Human Rights Watch, las dimensiones de los problemas actuales en materia de derechos sobrepasan por mucho la ca-pacidad de atención de las instituciones mundiales.

La Declaración Universal de Derechos Humanos desató una gran revolución; en sus primeros cin-cuenta años su progreso fue irregular y a menudo se enfrentó con obstáculos; no obstante, los proyectos e ideas de una magnitud tal que involucra cambios radicales en el comportamiento humano tienden a avanzar despacio. Las palabras de Abraham Lincoln —citadas por Mary Ann Glendon— acerca de la De-claración de Independencia de Estados Unidos en relación con la igualdad entre los hombres describen con detalle este proceso: los redactores de la Decla-ración de Independencia “no querían suscribir una rotunda falsedad: que todos gozaban de esa equi-dad, ni tampoco que la otorgarían inmediatamente. […] Simplemente quisieron declarar ese derecho, de tal manera que su aplicación se llevaría a cabo tan rápido como lo permitieran las circunstancias.

”Quisieron establecer el máximo nivel posible para una sociedad libre, que fuera familiar para to-dos: sin perderla de vista, que se trabajara constan-temente para su realización; en consecuencia, que se difundiera y profundizara constantemente en su influencia; que aumentara la felicidad y el valor de la vida de todos los pueblos, de todos los colores, en todo lugar.”

Eleanor Roosevelt y su pequeño equipo aprove-charon un momento crítico en la historia y dieron forma y vida duradera al concepto de derechos hu-manos universales; establecieron un criterio que más tarde se convertiría en algo “familiar para to-dos”. Para las generaciones futuras este logro podría ser uno de los más benevolentes y trascendentes de la historia de la humanidad.�W

Tomado de The New York Review of Books, con autorización. © 2001 Brian Urquhart. Traducción de Dennis Peña.

Brian Urquhart fue alto funcionario de la ONU. Ha escrito libros sobre esa organización y sobre la paz mundial.

los gobiernos a asegurarse de que esos derechos fue-ran respetados”. Hasta el día de hoy ésa sigue siendo la pregunta clave.

Hace algunos años, Michael Ignatieff citó en un artículo la descripción que Kofi Annan hiciera de la Declaración Universal como “el parámetro con el que medimos el progreso humano”;1 pero, ¿en realidad qué tanto ha contribuido la declaración a ese progre-so? Como tantas declaraciones anteriores, la Decla-ración Universal ha sido citada muchas veces y viola-da muchas más; no obstante, el concepto de derechos humanos ha ganado terreno en la imaginación de las personas y en el comportamiento de las naciones.

Es indudable, por otro lado, que en ocasiones la De-claración Universal ha sido empleada hipócritamente. Se la ha usado como argumento para legitimar luchas de independencia o de liberación, y muchos de los re-gímenes que la enarbolaron, una vez establecidos, ac-tuaron como si no existiera. Las constituciones de 19 Estados africanos recientemente independi zados ha-cen referencia a la declaración, la cual también sirve de modelo para las disposiciones en esta materia de otras 70 constituciones; no obstante, en los conflictos internos de África y de otras regiones —en especial cuando los gobiernos perdieron su autoridad—, los conceptos de derechos humanos y de libertad políti-ca han desaparecido casi por completo. En este sen-tido, el Irak de Saddam Hussein resulta a todas luces un caso señero, pero incluso numerosos Estados que justifican sus acciones a partir de razones culturales, políticas o religiosas, incurren en evidentes violacio-nes a la declaración.

Como organización intergubernamental, hasta hace poco la onu se había mantenido renuente a cen-surar en materia de derechos humanos a sus miem-bros más poderosos. Con la excepción de Europa y su Tribunal Europeo de Derechos Humanos, las ac-ciones concretas aún dependen de las decisiones que tome cada gobierno. En este sentido, el establecimien-to de tribunales para crímenes de guerra por parte de las Naciones Unidas en La Haya y en Arusha, Tanza-nia, fue un logro histórico. Aunque los tribunales no se desprenden directamente de la Declaración Uni-versal, sí reflejan una preocupación por los “actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humani-dad” e insisten en que “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradan-tes”. En estos tribunales confluyen los principios de la Declaración Universal con el creciente trabajo hu-manitario que realizan las Naciones Unidas, así como con la constante revisión de las leyes que rigen las guerras y el trato a los prisioneros.

1� “Human Rights: The Midlife Crisis”, en The New York Review of Books,

20 de mayo de 1999.

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Un parásito miserable y sin raíces

El mal puede asociarse a lugares: de Sodoma y Gomorra a Auschwitz e Hiroshima. Para Susan Neiman, un sitio que en el

siglo XVIII Condensó la idea de mal en Europa fue Lisboa, sacudida por un devastador terremoto en 1755. En El mal en el pensamiento moderno

se parte de ese trágico acontecimiento para presentar, de manera “no convencional”, las posturas de diversos pensadores sobre

este incómodo temaJ O N A T H A N R É E

R E S E Ñ A

Lo bueno siempre ha sido un juego fácil para los filósofos, más fácil que lo malo o lo feo. Aunque lo bueno puede ser elusivo si se mira desde un punto de vista práctico, desde una perspectiva con-ceptual es relativamente dócil. Platón sostenía que el bien sólo tiene una forma, e

incluso si se equivocaba, ciertamente lo bueno es más simple que las incontables variedades de lo malo. Si lo bueno mejora, entonces termina muy bien, pero cuando lo malo degenera termina peor que mal; es decir, lo malo lleva el discurso hacia una zona donde sólo hay palabras de aspecto anticuado y significado no negociable, como pecado, corrupción o maldad.

El léxico del oprobio absoluto siempre ha pues-to incómodos a los aspirantes al racionalismo. Hay mucha palabrería metafísica a su alrededor; se ape-la demasiado a lo indescriptible, por no mencionar el fuego infernal y la condena perpetua. Los conceptos de pecado, corrupción y maldad están tan empapa-dos de teología que son una vergüenza incluso para los teólogos y, con excepción del lado más salvaje de la política, han caído en desuso. No obstante, aunque ya no se usen no han sido olvidados: causan molestias a la moral moderna como si se tratara de un miembro amputado que aún hormiguea.

Desde la segunda Guerra Mundial, la discusión de abominaciones vergonzosas se ha desplazado de los conceptos generales a los topónimos históricos: primero Hiroshima y luego, después de un giro del caleidoscopio histórico, Auschwitz. Sin embargo, la inclusión de singularidades geohistóricas en la dis-cusión de principios universales no es del gusto de los filósofos más austeros; en la tradición a la que ellos pertenecen un lugar es un lugar y no un ar-gumento digno de atención; los únicos lugares que ellos reconocen son el Reino de los Fines, la Ciudad Ideal y otros condominios exclusivos de la Tierra de Ninguna Parte.

Uno de los muchos aspectos interesantes del libro de Susan Neiman El mal en el pensamiento moderno es su recordatorio de que la filosofía ya se había en-contrado antes en este punto y que esa experiencia la cambió radicalmente. El primero de noviembre de 1755, mientras la gente de Lisboa celebraba el Día de Todos los Santos, un terremoto sacudió su extensa y majestuosa ciudad: arrasó con casi todas las iglesias y destruyó alrededor de 12 mil edificios. Los ciuda-danos más afortunados murieron bajo una cascada de vigas y escombros, y los que no, fueron arrastra-dos por el maremoto que vino en seguida, o murieron quemados en un incendio que tardó seis días en ex-tinguirse. Alrededor de 60 mil personas perecieron. En toda Europa Lisboa se convirtió en sinónimo de un mal totalmente inconcebible, en la viva encarna-ción de malum y malitia, das Böse y das Übel, le ma-linand le mal. De acuerdo con Neiman, Lisboa repre-sentaba Auschwitz e Hiroshima juntos.

Sin duda —se puede argüir— hay una enorme dife-rencia entre un desastre natural como el de Lisboa y las atrocidades cometidas por el hombre en Aus-chwitz e Hiroshima. Con toda seguridad la hay, y esta distinción conduce al punto central del razonamien-to de Neiman: la necesidad de una separación clara entre sufrimiento fortuito y mal doloso —sostiene Neiman— es una obsesión peculiarmente moderna y, en concreto, es una de las cicatrices filosóficas que el terremoto de Lisboa nos dejó. Dicho evento ocurrió en una época en que las nociones de misterio divino y pecado original estaban perdiendo todo su atractivo y los filósofos comenzaban a apreciar el mundo natu-ral como la exquisita obra de un dios agradable y be-névolo. En 1710 Leibniz publicó su Teodicea, un ejer-cicio de piedad desembozada que tenía como fin de-fender al creador contra la acusación de que proveía una porción diaria de males innecesarios antes que la ración mínima de pan para sobrevivir. Si Dios era tan sabio y poderoso como enton-ces se creía, los hechos daban cuenta de su malicia; o por lo contrario, si sus intencio-nes eran buenas, entonces era débil o es-túpido, o ambas cosas a la vez. Como argu-mento de la defensa, Leibniz negó la vera-cidad del crimen: la verdad —según él— es que no existe el mal; el mundo que Dios gentilmente creó es el mejor posible y si no nos convence es porque no tenemos el privilegio de verlo desde su perspectiva, o como dijera Alexander Pope en 1734: “contra el orgullo y la errada razón / sólo hay una verdad: ‘lo bueno, bueno es’.”

Por supuesto, el optimismo filosófico tiene su lado oscuro: la seguridad de que el nuestro es el mejor de los mundos po-sibles poco reconforta si en realidad sig-nifica que no existe nada mejor; es difí-cil alegrarse ante la idea de que el mundo tal como lo conocemos no puede mejorar. Aun así, un gran número de pensadores del siglo xviii, entre los que se incluyen Voltaire, Rousseau y Kant, hallaron con-suelo en el optimismo leibniziano, o al menos hasta que sintieron las réplicas del primero de noviembre de 1755. Desde luego, tal suce-so no resultaba una refutación de la teodicea, más po-derosa que lo que antes fue Sodoma y Gomorra o que las tribulaciones de Job; si Leibniz hubiera seguido vivo habría insistido en que “la imperfección de una parte es necesaria para un mayor perfeccionamiento del todo”, y Pope habría repetido su máxima: “Toda la naturaleza no es sino arte, para ti desconocido; / todo azar tiene un sentido que tú no puedes ver.” No obs-tante, a pesar de que Lisboa fue cualquier cosa menos un argumento deductivo, aun así asestó un golpe te-rrible a la filosofía.

El viejo y próspero Voltaire estaba desconcertado: “Lisboa yace en ruinas —escribió— y aquí en París bailamos.” Rousseau, molesto por la autocomplacen-cia del anciano, respondió dejando clara su distinción

entre un mundo natural, lleno de imprevistos que es imposible calificar de buenos o malos, y el ámbito moral, cuyos rigores se hallan confinados a la histo-ria de la humanidad. El terremoto fue un inocen-te fenómeno físico, pero los males que provocó se le pueden imputar a la civilización, en especial a su cos-tumbre de amontonar gente en las ciudades.

Según Neiman, las maniobras conceptuales de Rousseau señalan el inicio de la concepción moderna del mal y podría decirse que de la modernidad mis-ma. En 1762, cuando Emilio o de la educación vio la luz, molestó tanto a los filósofos por su religiosidad como a la iglesia por sus blasfemias; y si hoy no podemos apreciar su carácter innovador es porque hace ya mu-cho tiempo que se volvió parte de nuestro panorama conceptual.

Para Neiman, el pensamiento de Rousseau entró en el inconsciente filosófico a través de Immanuel

Kant; ella misma es autora de un excelen-te libro que señala la presencia del desali-ñado libertario en el remilgado mundo de la filosofía crítica. En The Unity of Reason [La unidad de la razón], de 1994, Neiman alude a la afirmación de Kant sobre el descubrimiento efectuado por Rousseau de una “ley escondida” entre el aparente caos de los sucesos históricos, similar al descubrimiento de Newton de un orden racional en la vasta diversidad de la natu-raleza. “Después de Newton y Rousseau —escribió Kant en 1765— podemos justi-ficar a Dios y por lo tanto la tesis de Pope es cierta.” No obstante, aquel optimismo que Kant obtuvo de sus héroes intelec-tuales estaba a años luz de la complacen-cia cósmica de Leibniz; era un asunto de fe más que de conocimiento. Si Newton había podido ver actuar a la razón den-tro de la naturaleza era sólo porque en un principio él mismo la había plantado ahí; cuando Rousseau construyó su noción de humanidad sólo extendía la conjetura de Newton al afirmar que ella es la autora —así sea poco confiable— de su propio destino. Newton y Rousseau coincidie-

ron en la concepción kantiana de la razón como una búsqueda compulsiva del alma humana: es un logro dudoso, un inquieto y riesgoso anhelo de orden en un mundo al que probablemente ni siquiera le importe.

Para Neiman el tema característico de la moder-nidad es lo que podríamos llamar la brecha moral: la  idea kantiana de que lo moral necesita apoyarse en la esperanza antes que atarse a la experiencia. A través de una serie de retratos intelectuales, Nei-man ofrece una historia de esta brecha y contrapone a los filósofos modernos canónicos con la teodicea y el problema de mal. Kant pensaba que las leyes de la naturaleza y las de la libertad humana iban por carri-les paralelos y, por lo tanto, separados, mientras que Hegel y Marx, cada uno a su manera, las imaginaban encontrándose en la etapa final de la historia. Hume,

EL MAL EN EL PENSAMIENTO

MODERNOUna historia no

convencionalde la fi losofía

S U S A N N E I M A N

filosofía

Traducción de Felipe

Garrido

1ª ed., 2012, 445 pp.

978 607 16 0880 2

$260

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M I R A L A L I T E R AT U R A

Joaquín Gutiérrez Heras, 1927-2012M A R T Í S O L E R

J oaquín Gutiérrez Heras y Elsa Cecilia Frost se conocieron cuando ambos eran alumnos del Colegio Alemán y más tarde coincidieron en el

Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica que dirigía nuestro querido Joaquín Díez-Canedo. Conocí a Quinos cuando entré a trabajar en el Fondo allá por el año de 1959 y seguía manteniendo una estrecha relación con la editorial. Una muestra de ello es que Joaquín Díez-Canedo le encargó la traducción de un libro que seguramente el propio Quinos sugirió

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U N PA R ÁS I TO . . .

Sade, Schopenhauer, Nietzsche y Freud, por otro lado, antes que el fin de la historia prefirieron el fin de la ilusión, alimentados por el aire fresco y vigori-zante del absurdo moral. Sin embargo, para Neiman los despreocupados pesimistas son tan poco con-vincentes como los sombríos progresistas y al final recurre a la única pensadora que, además de Kant, cuenta con todo su apoyo: Hannah Arendt.

Si el terremoto de Lisboa fue un golpe para la teo-dicea clásica, entonces Auschwitz, tal como lo enten-día Arendt, resultó una amenaza contra las doctri-nas clásicas de progreso. Difícilmente puede enten-derse la maquinaria burocrática de los campos de concentración como una mera etapa en una dialéc-tica positiva; la única alternativa obvia es considerar tal suceso como el resultado de una depravación mo-ral sin precedentes enraizada en las fétidas profun-didades de la psique nacional alemana. Sin embargo, Arendt no coincidía con esta gastada tesis y en su es-tudio Eichmann en Jerusalén expone que, mientras las acciones de los asesinos nazis no tuvieron par, sus intenciones no eran especialmente malignas: los agentes de la Solución Final eran cobardes ordina-rios y no virtuosos opositores a la moral; el mal que hicieron no provenía de un odio trascendental sino de una deprimente banalidad.

Cuando este análisis vio la luz en 1963 se encon-tró con un furioso y hostil recibimiento; sin embargo, Arendt no se retractó y en una carta a Mary McCar-thy aceptó haber llegado a sus conclusiones “duran-te un extraño estado de euforia”: sabía que eran pa-labras severas (“la prueba definitiva de que no tengo alma”), pero después de muchos años aún se sentía “aliviada por lo que toca a ese asunto”. Neiman apo-ya a Arendt sin reservas y cita una carta enviada a Gershom Scholem en la que describe el mal como algo esencialmente superficial: no es un gran roble, sino un parásito miserable y sin raíces que se espar-ce con apabullante velocidad para luego desaparecer tan rápido como apareció. Según Neiman, Arendt en-contró una forma de enfrentarse a Auschwitz que no requería perder el gusto por la existencia; como Kant, Arendt construyó algo similar a una teodicea: “un sistema que nos ayuda a encontrar nuestro lugar en el mundo sin sentirnos demasiado cómodos en él”.

Sin duda, ésta no es una teodicea en sentido leib-niziano, pero Neiman trabaja como un músico ima-ginativo: su “historia no convencional de la filoso-fía” está diseñada para explorar temas que otros intérpretes no han explotado. Nos invita a escuchar la filosofía de los últimos tres siglos como una me-ditación extendida sobre el problema del mal y no a través de la ya conocida lucha entre escepticismo y ciencia. El problema del mal, tal como ella lo ve, es “fundamentalmente un problema de la inteligibi-lidad del mundo”, no necesariamente se relaciona con Dios o con la religión y va más allá de cualquier plegaria teológica especial. Una respuesta atenta re-quiere que investiguemos a fondo el ya familiar con-traste entre naturaleza objetiva y subjetividad mo-ral, y la consecuente distinción entre accidentes des-afortunados y malicia deliberada. Si Neiman está en lo correcto, entonces el espacio que habitaba el Dios de Leibniz antes de huir sólo se puede llenar con el tipo de apuestas trascendentales sugeridas por Kant.

Neiman admira todo de Kant menos la suposición de que razón y sistema son dos caras de la misma moneda. Tal como ella la entiende, la racionalidad se manifiesta en puntos y no en líneas, secciones y frag-mentos antes que estructuras completas; Neiman no sólo es una analista de primer orden, también es una aguda estilista, brillante y disciplinada —algo muy raro en un filósofo—. Si en ocasiones sus saltos son difíciles de seguir, contemplarlos siempre resulta emocionante. Según ella, “es una lástima que la filo-sofía, al igual que tantas personas, al aproximarse a la madurez se haya conformado con aceptar el abu-rrimiento a cambio de la certeza”, y termina elogian-do la terquedad de los niños que se rehúsan a caer en las garras del hosco derrotismo intelectual de los adultos. La insistencia infantil en que el mundo debe encontrar lugar para la razón, sin importar lo que venga, es lo único que podrá librarnos del mal.�W

Traducción de Dennis Peña.

Jonathan Rée se describe a sí mismo como un filósofo e historiador freelance. Es colaborador del Times Literary Supplement y el London Review of Books, donde apareció este texto; agradecemos al autor el permiso para reproducirlo aquí.

para su publicación en el Fondo (719 páginas en formato mayor). Se trataba de la Historia trágica de la literatura del escritor suizo Walter Muschg, que seguramente representó un esfuerzo que a la vez le procuró placer y un arduo camino que recorrer, y que habría de aparecer hasta 1965. Estamos hablando, pues, de una edición publicada diez años más tarde que la propia edición alemana. Lo que para la época, por lo demás, era absolutamente normal.Mis recuerdos de Joaquín Gutiérrez Heras (que en este caso son de segunda mano, a través de Elsa) incluyen el dato de que estuvo estudiando en Alemania auspiciado (no sé si incluso prácticamente becado) por el entonces director del Colegio Alemán, Peter Brechtel padre, lo que le permitió ser un buen conocedor de la lengua alemana y del latín (lengua que era entonces obligatoria para todos los estudios en Alemania). Su conocimiento del latín era innegable, como podríamos demostrarlo si se hubieran conservado las galeradas de un libro de Eduardo Nicol (Los principios de la ciencia, publicado en 1965) en las que el fi lósofo catalán y Joaquín intercambiaron notas ¡en latín! acerca de algún problema que observó éste en la redacción del texto. ¿Por qué en latín? Supongo que Eduardo Nicol, que fue quien inició el intercambio, trataba de impresionar a quien fuera que se atrevía a enmendarle la plana. Joaquín fue un contendiente a la altura y Nicol aceptó de buena gana, supongo, al fi nal, la corrección. Se trata de notas al aire cuya única pretensión es confi rmar los muchos intereses y los amplios conocimientos de Quinos y su inicial preparación como editor en nuestra casa editorial, nuestra “universidad”. No hace mucho que nos reunimos todos aquellos traductores de esa época (y aquí va un recuerdo para Francisco González Aramburo, otro de los viejos colaboradores del Fondo) que todavía andábamos por estos mundos en una comida de remembranza auspiciada por Consuelo Sáizar. Ésa fue la última vez que convivimos y conversamos largo, aunque todavía alcanzamos a vernos en alguna otra ocasión.�W

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Resulta habitual que incluso aquellos que no tienen una religión concreta pero sí un pensamiento místi-co, esotérico, religioso, traten a menudo la naturale-za como un remplazo de la deidad, con todas las ca-racterísticas de equilibrio, sabiduría y perfección que se le dan al dios cristiano.

La biología nos muestra realidades muy distintas, acaso opuestas. La naturaleza jamás está en equili-brio, sino en constante cambio, muchas veces gradual y otras veces brusco. Sabemos que la noción de equili-brio traería consigo fines abruptos para la vida. La sa-biduría sólo se puede asignar a la consciencia; la natu-raleza, como entidad abstracta y conjunción de seres mayoritariamente inconscientes, no tiene semejante atributo y, de manera constante, encontramos mues-tras en la misma de todo lo que normalmente llama-mos imperfecto e irregular.

En tanto que juicio moral, el concepto del mal, cambiante de una a otra cultura, es difícil de abor-dar para la ciencia; sin embargo, las ambiciones científicas por hacer de cualesquiera eventos obje-tos de estudio han llevado en ocasiones por el ca-mino tortuoso de tocar el tema. Para revisar el sig-nificado del mal en la ciencia habrá que dilucidar tres cuestiones: i] ¿contempla la ciencia en su ac-tuar la noción del bien y del mal?, ii] ¿trata la cien-cia el mal como objeto de estudio?, iii] ¿existen el bien o el mal en la naturaleza?

Respecto del primer punto, recordemos que la ciencia se lleva a cabo de acuerdo con una serie de normas éticas, en la búsqueda de un actuar justo y dentro de indagaciones que frecuentemente nos proporcionan dudas, en particular en la ciencia de frontera. También, estas indagaciones éticas pro-

A la naturaleza comúnmente se le atribuyen caracterís-ticas de perfección, al tiem-po que se tildan de moral-mente reprobables nume-rosos actos naturales del hombre. Esta contradic-ción separa al ser humano de su mundo, aunque se explica a través del pensa-

miento moral. La tradición religiosa llevaría a pensar que todo lo natural es obra de dios, con la consecuente carga de perfección equilibrada, de sabiduría, que asocian frecuentemente las religio-nes a las deidades, todo ello puesto en un objeto que, en realidad, no tiene conciencia y es una abs-tracción tan amplia como difusa: la naturaleza.

H AC E R E L M A L

El mal visto desde las ciencias naturales

A M A D E O E S T R A D A

A R T Í C U LO

¿Es posible asomarse al mal desde las ciencias? En este sugerente artículo, un biólogo plantea al lector tres posibles situaciones en las que el pensamiento científi co se enfrenta

con el mal. Lejos de zanjar la discusión con sus métodos y sus resultados, la ciencia muestra la riqueza de un tema que suele quedarse en la torre de marfi l de los

fi lósofos morales

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“LA IDEA DE DEVELAR A LOS CRIMINALES A PARTIRDE MÉTODOS BIOLÓGICOS SEDUCE A MUCHOS, SI BIEN ES UN CAMINO

ÁRIDO E INCOMPLETO, QUE NECESITA ASUMIR Y EXAGER AR LASREPERCUSIONES DE LAS HORMONAS, LOS NEUROTR ANSMISORES Y

OTROS FACTORES BIOLÓGICOS, TANTO COMO EL INTENTO DE EXPLICAREL ENAMOR AMIENTO, EL AFECTO O EL ENOJO

”vienen de la necesidad de inhibir actos que social-mente deploramos y se asimilan al mal, como ocurri-ría con asesinatos y experimentaciones hechas por científicos sin escrúpulos; por ejemplo, las que Joseph Mengele llevó a cabo con los presos judíos en la Ale-mania de la segunda Guerra Mundial.1 El interés del médico alemán era descubrir los patrones de trans-misión genéticos, así como la manipulación de  las características, y sobre todo se planteaba el tema de la clonación, con indicios de ello en los estudios so-bre hermanos gemelos homocigotos. Si bien el asun-to podía ser novedoso a finales de la década de 1930 e inicios de la de 1940, sus procedimientos no observa-ban parámetros morales ni éticos. El resultado fue-ron torturas y muertes. La ciencia no avanzó un mi-límetro con los trabajos de Mengele: lo que realizó son crímenes. La clonación se logró por vez primera en los años noventa, bajo la observación de procedi-mientos no dañinos, con una oveja. De igual manera, en Estados Unidos se hicieron experimentos con in-dígenas, con embarazadas, con enfermos mentales y con otros grupos poblacionales durante treinta años —entre 1940 y 1970— para revisar los alcances y da-ños de la radioactividad, y también se probaron sus-tancias nuevas con convictos.2

Hoy, la discusión sobre el uso de transgénicos que desplazan variedades locales y están ligados al uso de pesticidas —cuyos efectos sobre la salud huma-na y de otros animales se desconocen—, o que obli-garían en un futuro muy cercano a los campesinos a depender del pago de patentes por algo que no han pedido, es también motivo de discusiones éticas en las que la ciencia no permanece ni pulcra ni desco-nectada. Por tanto, la comunidad científica se plan-tea fines aunque siempre exista una discusión sobre sus medios. En el tema de los transgénicos, por ejem-plo, sigue habiendo una polémica entre el pragmatis-mo y la prevención de daños claros en algunos casos y potenciales en otros.

Respecto de la segunda pregunta —si la ciencia ha tratado el mal como objeto de estudio— se regis-tran sólo escasas ocasiones. En tanto que juicio mo-ral sujeto a variables sociales, culturales, históricas e incluso individuales, no resulta un tema particu-larmente asible. Las pocas formas de abordarlo han sido los estudios sobre los criminales jurídicamente probados, estudios que se realizaron muchas veces en las cárceles. Desde la neurología y desde la psi-quiatría se ha estudiado la violencia o la falta de em-patía que puede tener cierto tipo de criminales. Por tanto, sí: el tema ha sido abordado por la ciencia, qui-zás a partir de una visión tangencial.

Un científico notable del siglo xix, sir Francis Galton, primo de Charles Darwin, incursionó en muy diversos temas. Pionero del uso de la estadísti-ca aplicada a la biología, se interesó en la transmi-sión de caracteres y la discusión de temas evolutivos, entre otros, y, de forma singular, en la inteligencia y en la dilucidación del origen de los comportamientos criminales.3 Galton defendía que la esencia conduc-tual existe desde que nacemos y que nos conforma, en contraposición con la idea de un conjunto de con-ductas que se van moldeando con el tiempo y con las experiencias —no negaba que el ambiente tuviera efectos en la conducta, pero defendía que lo más im-

1� Gerald L. Posner y John Ware, Mengele: The Complete Story, McGraw-

Hill, 1986.

2� Harvey Wasserman, Killing Our Own: The Disaster of America’s

Experience with Atomic Radiation, Delacorte Press, 1992; Eileen Welsom,

The Plutonium Files: America’s Secret Medical Experiments in the Cold

War, The Dial Press, 1999.

3� Francis Galton, Hereditary Genius: An Inquiry into its Laws and

Consequences, Nabu Press, 2010, y Essays in Eugenics, University Press of

the Pacifi c, 2004.

portante, la esencia del comportamiento, no cambia-ba en gran medida por el medio ni la educación: era un esencialista—. Sobre el tema de la conducta acuñó la oposición “nature vs. nurture” (una traducción lite-ral sería “naturaleza contra cuidados”, pero acaso sea mejor entenderla como “herencia vs. ambiente”). Aun si Galton dedicó años de estudio a esta cuestión y se le ayudó con el establecimiento de laboratorios antro-pométricos, recursos y acceso a criminales —con el propósito de encontrar los rasgos y medidas que indi-carían que alguien sería un criminal—, no llegó a pro-ducir resultados relevantes. Respecto de la conducta, la discusión sobre los alcances de la genética —lo que hoy es uno de los principales componentes y estudios de la nature de Galton— sigue siendo motivo de estu-dios y de debates.

Muchos han querido atribuir a los genes la responsa-bilidad de distintas conductas criminales, sin que tam-poco se alcance con ello mayores logros. Lo mismo ha ocurrido con otros comportamientos que nada tienen que ver con el bien ni con el mal, como los sexuales —ex-cluyendo las violaciones—. Las conductas responden a una rica cantidad de factores, desde la conformación del cerebro de cada uno —algo siempre individual— hasta las distintas experiencias personales —costumbres cul-turales, educación o reflexiones, entre otros aspectos—. Sin embargo, el fuerte determinismo que perseguía Galton tuvo y aún mantiene numerosos seguidores.4

La lucha conceptual en biología continúa hasta hoy y es en la genética donde encontramos mayores car-gas y defensores del determinismo. La antropometría, que introdujo Galton, es una herramienta endeble, pero se usa hasta nuestros días, e incluso la policía echa mano de ella. La idea de develar a los criminales a partir de métodos biológicos seduce a muchos, si bien es un camino árido e incompleto, que necesita asumir y exagerar las repercusiones de las hormonas, los neu-rotransmisores y otros factores biológicos, tanto como el intento de explicar el enamoramiento, el afecto o el enojo. Resulta a menudo trivial la ciencia que depau-pera variables y objetos de estudio.

En relación con la última pregunta, la principal que habríamos de respondernos —¿existen el bien o el mal en la naturaleza?—, vale la pena insistir en que el bien y el mal son juicios morales; a excepción del psicópa-ta, estos juicios existen, con certeza, en el comporta-miento humano. Otros animales gregarios y con cierto grado de consciencia —gorilas, bonobos, chimpancés, orangutanes, cánidos o cetáceos, por citar algunos— propician ciertos comportamientos al tiempo que re-chazan otros que, en particular, se relacionan con sus vínculos y con aquello que los beneficia o los perjudi-ca. Ahí hay inicios de códigos éticos.

Un individuo puede defender a otro del ataque de un tercero, por ejemplo, y posiblemente esto se dé por un sentido de pertenencia y por la posible referencia a lo justo y lo injusto. Un tema poco abordado pero que vale la pena explorar —aquí lo hago muy en breve— es el vínculo entre esos inicios morales y los afectos —nuestra capacidad de establecer relaciones estre-chas—. Moral y afecto no son temas inconexos si se considera que lo más cercano de los códigos éticos hu-manos se encuentra entre los animales gregarios que sostienen relaciones estrechas con sus afines. Los có-digos éticos primarios parecerían basarse en la com-pasión y la empatía.

Todos los principales comportamientos que encon-tramos en distintas culturas, morales o religiones, y hasta en la mayoría de las éticas individuales o en las leyes en los más diversos países, existen en la natura-leza. Los ejemplos abundan: desde el infanticidio de

4� Resulta paradójico que fue el propio Darwin quien introdujo los mayores

argumentos sobre el indeterminismo en biología.

los leones, cuya repercusión es la entrada inme-diata de la madre en fertilidad, lo que la vuelve re-ceptiva para aparearse con ese macho —la biología evolutiva ve la ventaja del infanticidio para el ma-cho y la desventaja para el que no se comporta de dicho modo, con lo cual es de esperar, y puede ve-rificarse, que casi todos los leones tengan esa con-ducta—, o el fratricidio en los pájaros bobo, lo cual repercute en que todos los recursos de los padres sean asignados sólo al hermano sobreviviente. Hay indicios de secuestros, sobre todo en primates,5 y también existen violaciones sexuales, asesinatos sin propósitos de nutrición ni de sobrevivencia, sino de aumento de privilegios o de jerarquía, como entre los chimpancés o los cánidos. Los chimpan-cés son capaces de organizar guerras y, junto con una numerosa cantidad de otras especies, incluido el ser humano, pueden ser caníbales. El canibalis-mo es un comportamiento mucho más común de lo que normalmente se asume.

Hay estudios que muestran que la fertilidad de las mujeres, respecto de la que tienen con sus pare-jas, crece de manera importante ante la violación;6 aunque moral y emocionalmente el ataque sea de-plorable, existe una parte biológica que lo favorece-ría, y con ello la aparición de algunos hombres más violentos, si esa capacidad de ejercer violencia llega a heredarse.7 Algunos de estos comportamientos son instintivos y no parece existir una elaboración consciente ni tampoco una distinción ética en ellos; éstos se benefician de procesos evolutivos que care-cen de relación con el bien o con el mal. En los ani-males no conscientes sólo existen los beneficios de sobrevivencia o de reproducción, no las reflexiones morales. El mismo principio nos lleva a explicar el origen de los comportamientos asimilados con el bien. En la naturaleza, numerosas especies tienen conductas altruistas; sin embargo, las visiones de los ecólogos denotan que en éstas subyace un bene-ficio en términos de selección natural, con la mejor sobrevivencia y consecuente reproducción de miem-bros cercanos de un clan.8�W

Amadeo Estrada, melómano confeso, es profesor de Filosofía e Historia de la Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM.

L E C T U R A S R E C O M E N D A D A S

Aristóteles, Parva naturalia. Breves tratados de fi losofía natural, traducción de Jorge A. Serrano, Madrid, Alianza Editorial, 1993.

Darwin, Charles, El origen de las especies, México, Planeta-De Agostini, 1992.

__, El origen del hombre, Madrid, Biblioteca Edaf, 1989.

__, La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, México, Alianza Editorial, 1988.

5� Hal Herzog, “A Scientifi c Mystery: Do Wild Baboons Kidnap

Puppies for Pets? Do wild Baboons Really Keep Puppies for Pets?”,

Animals and Us, 21 de diciembre, 2011.

6� David Buss, The Evolution of Desire, Basic Books, 2003.

7� Es difícil que sólo una disciplina explique un comportamiento tan

complejo, pero es importante resaltar algunos datos producidos por la

biología.

8� En una conferencia dictada en la Facultad de Ciencias de la unam,

sobre un trabajo en proceso acerca del posible origen de las capacidades

morales en comportamientos biológicos, la doctora Rosaura Ruiz y el

doctor Ricardo Noguera mencionaron, a modo de conclusiones, que

existen elementos para pensar que el origen de las capacidades para

producir morales se encuentra en la biología, si bien queda claro que

el tema debe explicarse por factores culturales, sociales, educativos,

históricos o individuales, entre otros.

H AC E R E L M A L

H ablar hoy de microfi-nanzas nos conduce in-mediatamente a la idea de los créditos peque-ños, microcréditos a mi-croempresas, pequeños productores y a familias pobres. Pero tam bién el término microfinanzas evoca rápidamente la pu-

blicidad y algunas noticias recientes sobre los pro-gramas de gobierno y de instituciones privadas, in-cluidos bancos y uniones de crédito, entre otras, inte-resadas en ofrecer tales microcréditos. Más aún, es-tas instituciones ofrecen no sólo microcréditos, sino también servicios de ahorro, seguros, factoraje, etcé-tera, como parte de sus servicios de microfinanzas. ¿Cómo entender esta aparente paradoja? En otras palabras, ¿qué significan las microfinanzas hoy en día, y desde cuándo se transformaron? ¿Y son así de modernas en todo el mundo, en especial en los países en desarrollo?

Justamente estas preocupaciones sobre las micro-finanzas y su significado para la economía y la socie-dad son parte de las motivaciones que han llevado a Beatriz Armendáriz y Jonathan Morduch a prepa-rar Economía de las microfinanzas, editado en espa-ñol por el fce y el cide. Como indican los autores, las microfinanzas se han transformado en los años recientes, multiplicando el número de sus usuarios —mayormente mujeres—, así como los montos invo-lucrados, lo que ha llevado además a nuevas ideas y debates, planteados en gran medida en el libro.

Los autores empiezan su obra con una invitación a repensar la banca a partir de experiencias como la del Banco Grameen, administrado por Muhammad Yunus en Bangladesh, ganador del Premio Nobel de la Paz en 2006, exitoso por sus microcréditos grupa-

les a mujeres rurales; también se mencionan expe-riencias de Bolivia, Kenia e India. Luego de referir el fracaso de la banca de desarrollo y de postular la ex-periencia del Grameen como el inicio de las microfi-nanzas, Armendáriz y Morduch postulan que son las fallas de mercado asociadas a falta de información las que han limitado su desarrollo. De ahí que se re-quiera intervenir en los mercados de crédito, a fin de tener un manejo adecuado de las asimetrías de infor-mación y de los costos asociados a los diversos ries-gos, a los problemas de agencia y al posible daño mo-ral; también hace falta diseñar contratos adecuados —en los que se incluyan las ta-sas de interés— e incluso explorar víncu-los con organismos o mecanismos locales.

Definitivamente las microfinanzas han cambiado mucho desde sus albores como canales usualmente informales de crédito (Rotating Saving and Credit Associta-tions, es decir asociaciones locales de cré-dito y ahorro rotativo, conocidas como roscas por sus siglas en inglés) para mi-croproductores rurales, pasando por orga-nizaciones locales y colectivas —incluidas cooperativas de ahorro y crédito—, bancos de desarrollo y organismos no guberna-mentales, hasta la diversidad actual de formas organizacionales entre las micro-financieras. Armendáriz y Morduch iden-tifican justamente a las roscas y a las coo-perativas de ahorro y crédito como las raí-ces de las microfinanzas, y exponen de manera interesante los alcances y límites de estas organizaciones locales para su expansión a mayor escala, así como sus leccio nes para el mejor diseño de organi-zaciones y productos. Como muestra la li-teratura existente sobre la diversidad de

experiencias en América Latina y el resto del mundo en desarrollo —por ejemplo, el libro preparado por Dale W. Adams, Claudio González Vega y J. D. von Pischke, Crédito agrícola y desarrollo rural: la nueva visión (The Ohio State University, San José de Costa Rica, 1990)—, no hay modelos o rutas únicas en la ex-periencia de modernización de las microfinanzas.

Los autores analizan los servicios financieros que han sido incorporados gradualmente hacia los po-bres, a partir de los préstamos grupales —a los cua-les les dan gran importancia por las experiencias re-

feridas, en especial en Bangladesh—, para incluir experiencias recientes que ofre-cen préstamos individuales, según las lo-calizaciones y condiciones de operación. Identifican la experiencia de Grameen como aquélla que amplió el concepto de microcrédito para incluir en las microfi-nanzas también a los microahorros y mi-croseguros. El diseño y administración en la oferta de estos nuevos productos fi-nancieros para poblaciones pobres son discutidos ampliamente por Armendáriz y Morduch, quienes critican los temores aparentemente infundados de algunas microfinancieras para no ofrecer aún mi-croahorros y microseguros.

Con gran pragmatismo, los autores abordan las tensiones asociadas a la posi-ble disyuntiva que enfrentan actualmente las instituciones de microfinanzas entre la búsqueda de ganancias y la provisión de servicios financieros a los pobres. Por ello incluyen en esta edición (que se basa en la segunda edición en inglés) un capí-tulo específico sobre la comercialización de las microfinanzas, en el que se definen indicadores de desempeño financiero, así

Auge y retos de las microfi nanzas

J A N I N A L E Ó N C .

R E S E Ñ A

Excluidos del sistema fi nanciero convencional, los pobres del mundo han solido carecer del punto de apoyo económico que los ayudaría a mover su mundo. Desde hace algunas

décadas, sin embargo, existen instituciones que ofrecen créditos, opciones de ahorro y seguros en microescala. A las microfi nanzas está dedicado este libro, mitad estudio teórico, mitad exposición de casos prácticos; confi amos en que su lectura estimulará esta industria

ECONOMÍA DE LASMICROFINANZAS

B E AT R I Z

A R M E N D Á R I Z

Y J O N AT H A N

M O R D U C H

economía

Traducción de

Roberto Reyes

Mazzoni

1ª ed., fce-cide,

2011, 484 pp.

978 607 16 0779 9

$390

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como estimaciones de los mismos para diversas insti-tuciones, con el ánimo de llegar a ciertas conclusiones sobre los diferentes costos y el manejo de tasas de in-terés, el financiamiento y el apalancamiento, dado un marco regulatorio. Y aunque no hay una comparación de resultados, el libro incluye una discusión sobre los alcances y límites de los subsidios en la sostenibili-dad de las instituciones de microfinanzas. En capítulo aparte se discute, a la luz de las experiencias presen-tadas, la importancia y las características de una ge-rencia efectiva de las instituciones microfinancieras.

Por último, se aborda lo que podríamos denominar dimensiones del alcance de la población atendida por las microfinanzas. Mención especial merece la discu-sión que los autores plantean sobre la amplia partici-pación de las mujeres: el significado empírico de tal participación, su potencial para cambiar las normas sociales para las mujeres y el efecto de esta participa-ción en la eficiencia de las instituciones. Más allá del tema de género, es innovadora la discusión de los au-tores sobre los efectos de las microfinanzas, al incluir recientes temas de discusión sobre sesgos de selección y posibles aspectos y métodos de evaluación de impac-to entre los clientes.

Economía de las microfinanzas de Armendáriz y Morduch es definitivamente una referencia excelen-te y obligada para todo aquel interesado en esta pu-jante industria. Es un libro actual que de manera ágil permite, tanto al lego como al experto, entrar en los diversos aspectos y dimensiones de las microfinan-zas. La presentación del contenido es adecuada, per-mitiendo leer toda la obra de manera continua o bien acceder a sus capítulos de manera independiente, sin problemas de comprensión; es muy amigable para un público amplio, sean autoridades de política, practi-tioners, cooperantes, académicos o público en gene-ral. Mención especial merecen los ejercicios prácticos que se ofrecen al final de cada capítulo, que ayudan a

los interesados a profundizar analíticamente en cada tema. Será, por todo ello, un libro de referencia obliga-da. En su contenido, descrito con detalle en párrafos anteriores, destacan temas claves como microahorros y microseguros, e incluso temas polémicos como co-mercialización e impacto.

Quedan como parte de una agenda pendiente as-pectos de las microfinanzas no discutidos en la obra, referidos a la experiencia de América Latina, en es-pecial la explicación de por qué varios de estos paí-ses (Perú, Ecuador y Colombia) han sido calificados en los últimos años y a nivel mundial como los mejo-res ambientes para la actividad microfinanciera. As-pectos específicos referidos al marco institucional, al rol del Estado y a las políticas específicas —inclui-da la naturaleza de la regulación— implementadas en estos países parecen haber influido centralmente en el desarrollo de sus microfinanzas. Otro aspecto que ha cobrado relevancia actual es el vinculado a la es-tructura de los mercados de microfinanzas y al tipo de competencia en tales mercados, por su papel en la determinación de las tasas de interés y el nivel de ac-tividad. Innovaciones financieras recientes parecen reflejar nuevos cambios organizacionales. Para fina-lizar, las crisis financieras de los últimos tiempos nos han mostrado que las microfinanzas responden ante diferentes contextos macroeconómicos y que estas respuestas ameritan ser analizadas también. La com-prensión de estos y otros aspectos recientes permiti-rán procurar mejoras sustanciales para tener microfi-nanzas sostenibles que ofrezcan servicios financieros a una población mayor.�W

Janina León C. es catedrática de la Pontificia Universidad Católica del Perú, adscrita actualmente a la Universidad Iberoamericana.

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nómico. El keynesianismo vulgar recetó el gasto pú-blico, aunque fuera improductivo, excesivo y basa-do en créditos del exterior o la simple impresión de papel moneda, no para superar el colapso, sino para acelerar el crecimiento a largo plazo. Los resultados fueron desastrosos: inflación, corrupción, endeuda-miento, desperdicio de recursos, un Estado sofocan-te, un desarrollo desigual y, finalmente, poco creci-miento. La industrialización latinoamericana empe-zó antes que la asiática, pero se quedó atrás, porque nuestros economistas creyeron que un país subdesa-rrollado no podía exportar manufacturas. Si no había salida externa, sólo quedaba el mercado interno: sólo quedaba el gasto público.

Los desastres del keynesianismo vulgar desembo-caron en un antikeynesianismo vulgar: lo importan-te es la estabilidad de precios, aunque termine en un déficit comercial monumental y en el colapso de la producción interna. Así pasamos de la quiebra de una economía protegida a la quiebra de una economía desprotegida. Por eso, ahora están polarizados los ar-gumentos (frente a los cuales opino entre paréntesis):

1. No estábamos ni estamos preparados para la apertura comercial: no somos competitivos. (Somos competitivos en muchísimas cosas. Lo criticable de la apertura es que no empezó como una política de comercio y fomento industrial, sino como una polí-tica antiinflacionaria, lo cual fue tomar el rábano por las hojas.) La contracción actual es destructiva. (Es verdad: en la medida en que se les pasó la mano. Extrañamente, nuestros monetaristas no siguen el buen consejo de Friedman: no usar la política mone-taria ni para acelerar la economía, ni para frenarla, porque es difícil atinar.

2. Lo primero es la estabilidad de precios. (No a costa del colapso. Aun si tuviéramos la seguridad ab-soluta de lograr una estabilidad permanente, sería destructivo lograrla a costa de la amputación inne-cesaria de órganos sanos. Pero la estabilidad de pre-cios desaparece con facilidad, como se ha visto repe-

Un conocido microempre-sario (carpintero) criticó el ahorro sin inversión hace dos mil años. Según san Mateo (25, 14-30), dijo a sus discípulos: Un hombre que tenía dinero se lo encargó a tres sier-vos. Al volver, encontró que dos habían hecho

inversiones y le entregaron el doble, por lo cual les dio más. Pero el tercero hizo un hoyo en la tierra, es-condió el dinero y se lo devolvió intacto, por lo cual lo corrió.

En su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), Keynes distingue entre el ahorro y la inversión. Se supone que el ahorro es bueno, porque el sacrificio del consumo produce más para consu-mir después. Pero nada garantiza que el ahorro se convierta en inversión. Si el dinero que no se gasta en comprar ropa tampoco se gasta en máquinas de coser para hacer ropa, la contracción del mercado es per-manente. El ahorro sin inversión disminuye el con-sumo y la producción, ahora y después.

Muchos estadistas, desde José en Egipto hasta Bernardo Reyes en Nuevo León, intervinieron en la economía para evitar el colapso, antes de 1936. El mérito de Keynes fue descubrir las conexiones del circuito macroeconómico y explicar cómo el ahorro no invertido desactiva la producción. Hay gente que necesita ropa pero no puede comprarla, hay máqui-nas de coser pero no se usan, hay quienes saben coser, pero están sin trabajo, todo porque el dinero está en un hoyo, en vez de circular.

Keynes no se propuso estabilizar los precios (aun-que lo consideraba importante), sino el mercado glo-bal, evitando su colapso. Tampoco se propuso el cre-cimiento a largo plazo, sino la reactivación. Pero su explicación fue tan brillante que se extendió por el mundo como si fuera una teoría del desarrollo eco-

tidamente, y hay que volver a empezar. ¿Hasta que no haya nada que amputar?) Lo demás se arreglará solo. (¿A qué costo? Por supuesto que la sociedad se está moviendo sola, con gobierno o sin gobierno. Pero, en caso de incendio, es bueno tener líderes que vean claramente y hagan ver claramente hacia dón-de está la salida.)

La salida para reactivar el mercado interno está en el mercado externo. El ahorro es la diferencia en-tre la producción y el consumo; pero, en una econo-mía cerrada, reducir el consumo reduce la produc-ción, y así sucesivamente, hasta el colapso, porque el ahorro resultante de consumir menos no se pue-de invertir en construir fábricas para un mercado que consume menos. Afortunadamente, el ahorro es también la diferencia ente las exportaciones y las importaciones: el déficit comercial es lo mismo que el ahorro externo, el superávit es lo mismo que el ahorro interno. En una economía abierta, el ahorro sí se puede invertir en fábricas, capital de trabajo y empleos para exportar. Y el sector exportador, como cualquier otro, pone en circulación dinero en el res-to de la economía.

No está claro para el gobierno. Tan no está claro que subraya lo negativo, en vez de lo positivo, contra todas las normas del liderazgo. Aunque el ahorro in-terno y el superávit externo son lo mismo, dice: hay que fregarse, porque tenemos que ahorrar; en vez de decir: hay que salir a conquistar el mercado externo, porque tenemos que reactivar la producción.�W

Gabriel Zaid es un híbrido intelectual: ingeniero de formación, poeta, articulista político, patólogo de la sociedad y el mundo de la cultura.

Ahorro sin inversiónG A B R I E L Z A I D

A R T Í C U LO

El ahorro no es bueno en sí mismo. Sus frutos sólo son jugosos cuando se convierte en inversión, cuando el capital no se amodorra sino que se multiplica. En este artículo sobre

algunos de los peligrosos dogmas que rigen la economía —escrito en 1995 y no incluido en la reciente reedición de La economía presidencial—, Zaid propone un giro conceptual y de

actitud para que el ahorro sea trampolín de nuestras exportaciones

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en que nacimos, es un acto de amor y conocimiento. […] Amar una ciudad es necesario y fatal. Igualmente odiarla…”

vida y pensamiento de méxico

1ª ed., fce-unam, 2011, 226 pp.

978 607 16 0783 6

$165

AMÉRICA EN EL PENSAMIENTO DE ALFONSO REYES

A L F O N S O R E Y E S

Como parte de nuestra Biblioteca Universitaria de Bolsillo, que procura ofrecer libros esenciales a bajo costo, lanzamos este volumen en el que José Luis Martínez —uno de nuestros grandes humanistas del siglo xx mexicano, director de esta casa editorial entre 1977 y 1982— seleccionó, en el hoy lejano 1965, distintos textos alfonsinos cuyo denominador común es la refl exión en torno a la historia e identidad de América Latina. Conformada por siete ensayos (“El presagio de América”, “Entre España y América”, “Valor de la literatura hispanoamericana”, “Notas sobre la inteligencia

AMOR DE CIUDAD GRANDE

V I C E N T E Q U I R A R T E

Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, poeta, investigador de la unam y errabundo profesional de la Ciudad de México, Quirarte presenta en esta obra una colección de impresiones, recuerdos, referencias literarias y reconstrucciones de la gran urbe y sus personajes. El recorrido se inicia con la llegada de Miguel de Cervantes Saavedra al Anáhuac o, mejor dicho, de los primeros ejemplares de El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha a la capital novohispana, para concluir con una visita polifónica a la Universidad Nacional y su historia. En medio, decenas de referencias a monumentos, personajes (Maximiliano, Francisco Zarco, Alfonso Reyes, Edward Weston, Elena Poniatowska, por mencionar algunos), calles, historias y refl exiones sobre lo que signifi ca habitar, amar y odiar una ciudad. Basta leer la entrada al volumen para comprender el espíritu que guía al poeta y ensayista al redactar estas páginas: “Leer una ciudad, particularmente aquella

americana”, “Atenea política”, “Homilía por la cultura” y “Posición de América”), la obra ofrece una aproximación única sobre las ideas y valoraciones que este distinguido miembro del Ateneo de la Juventud tenía sobre el continente y su ininterrumpida redefi nición, determinada por la naturaleza de su conquista y la diversidad de su cultura y raíces. Resulta un excelente complemento de América, el tomito que apareció en la serie Biblioteca Alfonsina, con prólogo de David Brading.

biblioteca universitaria de bolsillo

Prólogo y selección de José Luis Martínez

1ª ed., 2012, 202 pp.

978 607 16 0874 1

$90

CÓMO CAMBIAR HISTORIASLo que podemos hacer los individuos, las empresas y las organizaciones sin fi nes de lucro por la educación en México

A R M A N D O C H A C Ó N

Y PA B L O P E Ñ A

México posee un rezago educativo de gran calado: así lo indican las

No importa que aún no haya dicciona-rio que reconozca el verbo tuitear: ya existen normas para citar lo que viaja ligero como el canto de un pa-

jarillo. A comienzos de marzo se generó un modesto y saludable revuelo por la propues-ta de la Modern Language Association (mla) de un modelo para citar, en publicaciones académicas, el contenido de los breves men-sajes que circulan por Twitter. No es ocioso confeccionar un ropaje estandarizado para esta cháchara en apariencia fugaz, pues en al-gunos contextos estas miniemanaciones tex-tuales han adquirido ya la trascendencia que durante siglos sólo se reconoció a las fuentes impresas —el manido ejemplo de esta nueva importancia podemos verlo en las moviliza-ciones sociales del norte de África durante 2011, en que noticias y convocatorias circu-laban por este ya no tan novedoso canal—. Hace no muchos años la irrupción de fuentes en línea suscitó el desarrollo de criterios de citación para todo tipo de sitios electrónicos, que no se han asentado tanto como los que se emplean para referir a libros, revistas y pe-riódicos, aunque sí se han generalizado prác-ticas sanas como la de señalar el url exacto —aunque resulta innecesario transcribir co-sas como el http:// inicial— y la fecha en que se tuvo acceso a él.

Las normas de estilo de la mla tienden a la simplicidad y prefi eren el uso de puntos por encima del más extendido entre nosotros, que hace de la coma

la bisagra perfecta para pasar de un campo a otro. Su sistema consta de dos partes: la mención en el texto y la lista de obras cita-das. Por supuesto, la primera no se modifi ca por el hecho de remitir a un “tuit”, pero la segunda ahora debe adaptarse a este medio. Según la mla, debe empezarse con el verda-dero nombre del autor y, entre paréntesis, su nombre de usuario (en caso de que sean idén-ticos puede omitirse la segunda aparición; si se desconoce quién es el emisor, habrá que consignar sólo al usuario); tras un punto se reproducirá completo el texto tuiteado, en-tre comillas y sin modifi car nada (ortografía, puntuación, uso de mayúsculas y minúscu-las); la entrada se cerrará con fecha y hora del mensaje y, punto mediante, la palabra Tweet (la mla ya venía prescribiendo el uso de Print para los materiales impresos). Así, y usando como ejemplo el aviso que el Presidente de la República dio a conocer poco después del temblor con que estrenamos la primavera hace unas semanas, la referencia tendría esta facha:

Calderón Hinojosa, Felipe (FelipeCalderon).

“No se reportan hasta el momento daños gra-

ves por sismo de 6.6 grados según sismológico

nacional, epicentro en Ometepec, Gro.” 20 de

marzo, 2012, 12:27 p.m. Tweet.

De tweetsy Apps

DE ABRIL DE 2012

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A fi nales de enero, poco después de recibir el premio literario Costa que se otorga en Ingla-terra, el novelista Andrew Miller afi r-mó en una entre-vista que si bien la mayor parte de la

narrativa popular seguramente se lee-rá pronto en pantalla, él cree y espera que la narrativa literaria continúe le-yéndose en papel. De igual forma, en su discurso de aceptación del Man Booker Prize el pasado mes de octu-bre, Julian Barnes hizo su propio lla-mado a la supervivencia de los libros impresos. Jonathan Frazen ha decla-rado, a su vez, profesar el mismo cre-do. Y en la universidad donde trabajo algunos profesores, viejos y jóvenes, muestran gran desaprobación ante la simple idea de que alguien lea poesía en un Kindle. Es un sacrilegio.¿Tienen razón todas estas personas?

Si de practicidad se trata, defender los libros electrónicos es sencillo. Uno puede comprar un texto instantánea-mente en cualquier parte del mundo. Pagamos menos por ellos. No utilizan papel ni necesitan espacio de almace-namiento. El sistema inalámbrico del Kindle permite marcar la página en que vamos, incluso si abrimos el libro en otro lector electrónico. Podemos modifi car el tamaño de la tipografía para ajustarla a nuestras capacidades visuales o a la luz del entorno en que leemos. Podemos cambiar la fuente según nuestro gusto personal. Cuan-do estamos hacinados en el metro, se puede dar vuelta a la página hacien-do un ligero movimiento del pulgar. Cuando se lee en la cama, ya no necesi-tamos usar ambas manos para mante-ner abierto un gordo volumen.

Pero quiero ir más allá de los aspec-tos prácticos y ocuparme de la expe-riencia misma de leer, la relación del lector con el texto. ¿Qué es lo que toda esta gente de letras teme perder en caso de que en efecto ocurra el fi n de la novela impresa en papel? Sin duda no lamentarán la pérdida de las portadas, que suelen tener imágenes engañosas y halagos promocionales tan exagera-dos como tediosos. Defi nitivamente no se tratará del placer de recorrer con

los dedos o con la vista un papel de alta calidad, situación que rara vez modifi -ca el hecho de que leamos a Jane Aus-ten o a Dan Brown. (Ojalá que no sea la calidad del papel lo que determine la forma en que apreciamos los clásicos.)

¿Acaso se relaciona con el hecho de que los libros electrónicos ponen en entredicho nuestra capacidad de ubi-car pasajes específi cos a partir de su posición en la página? ¿O con nuestra afi ción a escribir comentarios (elogios o insultos) en los márgenes? Es cierto que desde la primera vez que leemos un libro electrónico nos damos cuenta de que no podemos conservar algunos de nuestros hábitos, habilidades desa-rrolladas a lo largo de los años que ahora parecen carecer de importan-cia. Ya no es tan fácil asomarse para ver dónde termina un capítulo o para sa-ber si un personaje morirá pronto o no. En general, los libros electrónicos no se pueden hojear y, aunque haya una barra al pie de la pantalla que muestra el porcentaje ya leído y que nos permi-te saber aproximadamente dónde nos encontramos en el libro, ya no conta-mos con la reconfortante sensación que produce el peso físico de la cosa (¡recordemos el orgullo que siente un niño al terminar su primer libro grue-so!), tampoco el placer numérico de la paginación (“Papá, hoy leí cincuenta páginas”). Lo anterior podría también ser un problema para los académicos: es difícil dar una referencia precisa si no se cuenta con números de página.

Sin embargo, ¿son imprescindibles estos viejos hábitos? ¿No será que, en los hechos, nos distraen de la pa-labra escrita? ¿Acaso no había place-res específi cos de la lectura en rollos de pergamino que desconocemos por completo y sin los cuales hemos vivi-do felizmente? Sin duda hubo quienes lamentaron la pérdida de la caligrafía cuando la imprenta convirtió las le-tras en algo impersonal. Y hubo quie-nes creían que los lectores serios pre-ferirían que los libros serios fueran co-piados a mano.

¿Cuáles son, entonces, las carac-terísticas esenciales de la literatura como un medio y como un arte? A di-ferencia de la pintura, no hay una ima-gen física que admirar, nada que se nos grabe en la mirada siempre que se ob-serve desde el mismo punto de vista.

A diferencia de la escultura, no hay un objeto que podamos rodear y tocar. No hace falta viajar para ir a ver literatu-ra. Tampoco hay que hacer colas, ni estar entre la multitud, ni preocupar-se por tener un buen lugar para pre-senciarla. A diferencia de la música, no hay que respetar tiempos ni amoldar-se a una experiencia con una duración fi ja. No es posible bailar la literatura, ni cantar a coro con ella, ni tomarle fo-tos o grabarla con un teléfono celular.

La literatura está hecha de pala-bras. Habladas o escritas. Si son habla-das, el volumen, la velocidad y la ento-nación pueden variar. Si son escritas, las palabras pueden estar compuestas en distintos tipos de letra, impresas sobre cualquier material y con cual-quier disposición sobre la página. Pero Joyce sigue siendo Joyce en Baskervi-lle o en Times New Roman. Y podemos leer sus palabras con cualquier rapidez e interrumpir la lectura cuantas veces queramos. Una persona que lea el Uli-ses en dos semanas no ha leído más ni menos que alguien que tarda en termi-narlo tres meses, o tres años.

Lo único que debe permanecer in-alterado es el orden de las palabras. Podemos cambiar todo en un texto menos las palabras y su orden. La ex-periencia literaria no radica en un mo-mento de percepción o en un contacto físico con un objeto material (mucho menos en la “posesión” de hermosas ediciones bien ordenadas en nuestros libreros), sino en el ejercicio mental de seguir una secuencia de palabras del inicio al fi nal. Más que cualquier otro arte, la literatura es material mental puro, lo más cercano que tenemos al pensamiento mismo. Memorizado, un poema es igual de literario en nuestra mente que en la página impresa. Si de-cimos las palabras en el orden correc-to, aunque sea en silencio y sin abrir la boca, tendremos una experiencia literaria —quizás incluso más inten-sa que cuando lo leemos directo de la página—. Es cierto que ser dueños del objeto en sí —Guerra y paz o Moby Dick— y colocarlo junto a otros clási-cos en orden cronológico y por país de origen nos da la ilusión de tener cierto control, como si hubiéramos “adquiri-do”, “digerido” y “acomodado” un tro-zo de cultura. Quizás esa sensación sea la que tanto gusta a la gente. Pero sa-

bemos bien que, una vez que la secuen-cia de palabras termina y cerramos el libro, lo que poseemos es algo difícil, muy difícil de describir, una maravi-llosa riqueza (o, a veces, cierta moles-tia) que no tiene nada que ver con el ta-bique de papel en el librero.

El libro electrónico, al eliminar to-das las variantes de aspecto y peso del objeto material que tenemos en nues-tras manos, y al descartar todo menos la atención que ponemos al estar en un punto concreto de la secuencia de palabras (la página leída desaparece, la siguiente página está por aparecer), puede ser que nos acerque, incluso más que el libro de papel, a la esencia de la experiencia literaria. Ciertamente, el libro electrónico ofrece, en contras-te con el libro de papel, una relación más directa y austera con las palabras que aparecen y desaparecen delante de nosotros, sin que nos proporcionen ningún tipo de satisfacción fetichis-ta al tapizar las paredes con nombres célebres. Es como si uno se liberara de todo lo ajeno y distractor que rodea al texto para así poder concentrarse en el placer de las palabras. En este sentido, la transición del libro impreso al elec-trónico no dista mucho de aquélla que experimentamos al cambiar los libros infantiles llenos de ilustraciones por los libros para adultos que sólo tienen texto. El libro electrónico es un medio para gente ya crecida.

Sumemos a ello la facilidad para transportar un libro electrónico, su vo-cación internacional (¿la Cortina de Hierro habría impedido el paso de los li-bros electrónicos?), su indestructibili-dad (los libros electrónicos no se que-man), la promesa de que todos los títu-los estarán siempre disponibles y, mejor aún, con precios razonables, entonces se vuelve más difícil de entender por qué los hombres de letras no dan una mejor acogida a este fenómeno.

Tomado de The New York Review of Books blog, NYRblog (www.nybooks.com/blogs/nyrblog) con autorización. © 2012 Tim Parks. Traducción de Ana Teresa Hernández Sarquis.

Tim Parks, autor de ensayos y novelas, es profesor de literatura y traducción en la Libera Università di Lingue e Comunicazione de Milán.�W

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Los libros electrónicos no se queman

T I M P A R K S

A R T Í C U LO

Superemos los lacrimosos lamentos por la posible pérdida del libro en papel. Aquí, un lector tradicional, nada renuente al cambio tecnológico, indaga en el que tal vez sea el mayor mérito

del libro electrónico: al liberarse los textos de todo velo tipográfi co, de todo oropel de diseño, nos enfrentamos a la nuda literatura. ¿Será que el e-book, además de no estar expuesto a los

rigores del fuego, mejora nuestra percepción literaria?

A R T Í C U LO

fuego, mej

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atravesado por la indagación ontológica, la aproximación histórico-cultural e incluso la interpretación psicoanalítica, contraponiéndolo a la relevancia que posee el acto de la protesta y del decir no. Hoy que menudean las expresiones de repudio a todo tipo de regímenes —de la primavera árabe a los ocupadores de Wall Street—, apologías como ésta dotan de un denso contenido a la protesta.

filosofía

Traducción de José Andrés Ancona Quiroz

1ª ed., 2012, 167 pp.

978 607 16 0873 4

$160

LA PEQUEÑA CIENCIAUna crítica de la ciencia política norteamericana

J O S É L U I S O R O Z C O

Como reacción a la teoría política surgida en la Europa de posguerra o a la luz de las revoluciones sociales que marcaron el globo desde los inicios del siglo xx, en Estados Unidos surgió una línea de pensamiento que buscaba teorizar al margen de las ideologías; es decir, construir una ciencia política anclada en la estadística y la abstracción para garantizar su objetividad. En esta obra, editada por primera vez en 1978 y ahora enriquecida con un epílogo del propio autor y un prólogo de Héctor Zamitiz, Orozco despliega una crítica inteligente en la que examina los orígenes, fuentes y fundamentos de esta pretendida “ciencia auténtica”, mostrando sus límites y falsas promesas. Además de este título, existen en nuestro catálogo tres obras más del autor con referencia a la historia y pensamiento estadunidenses: por un lado, en Breviarios, Benjamin Franklin y la fundación de la república pragmática y Henry Adams y la tragedia del poder norteamericano; por otro, en Colección Popular, Razón de Estado y razón de mercado: teoría y programa de la política exterior norteamericana.

política y derecho

2ª ed., 2012, 485 pp.

978 607 16 0866 6

$260

Simple y clara, esta estructura tiene la singularidad de que la fi cha es más extensa que el objeto fi chado, pues lo contiene íntegramente —es como un

mapa más grande que el terreno que repre-senta—. Contrasta de manera favorable con otras propuestas que habían estado en circu-lación; por ejemplo, la American Psychologi-cal Association venía desde hace un par años sugiriendo la mera adaptación de su criterio para sitios electrónicos, con lo cual el men-saje presidencial quedaría como sigue (con muchas letras sólo dirigidas a un cerebro de silicio):

FelipeCalderon (2012, 20 de marzo). No se re-

portan hasta el momento daños graves por sis-

mo de 6.6 grados según sismológico nacional,

epicentro en Ometepec, Gro. [Twitter post].

Consultado en https://twitter.com/#!/Felipe-

Calderon/status/182171468589826048

Habas electrónicas se están cociendo por doquier. En la reciente Feria del Libro Infantil de Bolonia se abrió por vez primera la categoría digital en su

Premio BolognaRagazzi, que busca promover la producción de Apps —otro centauro lin-güístico: parte apocope, parte anglicismo, par-te insinuación de una marca de cachivaches electrónicos—. Otorgado en conjunto con la estadunidense Children’s Technology Review, el premio recayó en una editorial francesa, con menciones a otras dos, de Estados Unidos y Brasil. Hay varios asuntos sobresalientes en esta iniciativa. Uno es que, a diferencia de la mayor parte de los otros reconocimientos a “libros”, un lector mexicano puede de inme-diato hacerse con un ejemplar de los ganado-res. Otro, medular, es lo que tácitamente se está reconociendo como valioso en los nuevos soportes de lectura.

El ganador es Dans mon rêve, de Stépha-ne Kiehl, publicado por la “maison des éditions numériques” e-Toiles, que ya había merecido un reconocimiento en

el Salón del Libro Juvenil de Montreuil. Esta App permite al usuario formar ilustraciones y microrrelatos a partir de la combinación de tres fragmentos, tal como ocurre con el Animalario universal del Profesor Revillod, la reciente obra para iPad de Javier Sáez Cas-tán, autor de las camaleónicas ilustraciones, y Miguel Murugarren, autor de los textos, que publicamos a fi nales de 2011. (Siguiendo la ló-gica de su predecesor en papel, aquí se pueden combinar las partes de 18 animales —divididos en cabeza, torso y cola— para formar más de cuatro mil bichos imaginarios, cuyo rugido, o graznido, o barrito, se conforma también mez-clando lo que cada animal por separado habría proferido.) Con trazos sencillos y coloridos, y frases que por momentos se tiñen de un sa-broso surrealismo, esta App gala es práctica-mente interminable —hay potencialmente ocho mil dibujos y textos distintos—, aunque pronto puede resultar tediosa; un mérito por lo que respecta a la lectura es que para sacarle todo el jugo es necesario atender el texto, leí-do por el actor Tom Novembre.

Sorprende en cambio que haya mere-cido una mención The Numberlys, un producto de Moonbot Studios, que ya habían dado a conocer The Fantastic

Flying Books of Mr. Morris Lesmore, pues es algo más cercano al videojuego y el cine de ani-mación que a la lectura. Hay, sí, un relato —un grupito de rebeldes que, en un mundo donde sólo existen los números, crean el alfabeto—, pero lo medular de esta App es jugar un ratito, tal vez no para cambiar de nivel pero sí para pasar de una letra a la otra. Que en el principal encuentro mundial de autores, ilustradores y editores de libros para niños y jóvenes se des-taque un producto en el que la lectura resulta prescindible es una mala señal para el futuro de los libros infantiles.�W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

estadísticas en cuanto al nivel de deserción escolar, los índices de analfabetismo, los problemas estructurales que enfrentan alumnos y profesores. Frente a dicha problemática se han planeado políticas públicas que, aún insufi cientes, apuntan a la mejora de los insumos educativos. Lejos de este tipo de soluciones, Chacón y Peña presentan en este volumen una aproximación al tema desde un fl anco poco estudiado en nuestro país: el del papel que la sociedad en su conjunto (el sector privado, los individuos por sí mismos o todo tipo de organizaciones) puede jugar para superar esos grandes obstáculos, poniendo “énfasis en la motivación, la información y las aspiraciones de los estudiantes”. Así, ofrecen un estudio relevante que contribuirá a enriquecer el debate en nuestro país y abrirá nuevas perspectivas para superar el marasmo en el que se encuentra nuestra educación nacional. Suma de casos aislados, este volumen dista de ser un recetario de soluciones, pero sin duda puede inspirar acciones y sugerir alternativas. Que el prólogo sea de uno de los economistas más iconoclastas de las últimas décadas confi rma el deseo de la obra de romper paradigmas.

educación y pedagogía

Presentación de Alejandro Ramírez

Prólogo de Gary Becker

1ª ed., 2012, 143 pp.

978 607 16 0929 8

$120

ENSAYO SOBRELA DIFICULTAD DE DECIR NO

K L A U S H E I N R I C H

En las democracias modernas protestar está permitido, e incluso es algo valorado. ¿Pero qué ocurre en nuestras sociedades que, lejos de llevar esta prerrogativa a sus últimas consecuencias, se sumen en la indiferencia?, ¿qué hay detrás del no (como actitud refl exiva, como postura ética y política) que ahuyenta a los individuos?, ¿de dónde viene y de qué se nutre esa forma de vida inauténtica, en la que se desdibuja el yo y se pierde el poder del lenguaje? En este libro, el fi lósofo, sociólogo, teólogo e historiador Klaus Heinrich (a quien la Academia Alemana de la Lengua y Literatura otorgara el Premio Sigmund Freud a la prosa científi ca en 2002) analiza el fenómeno de la indiferencia desde un enfoque multidisciplinario,

EL CUADERNO DELAS PESADILLAS

R I C A R D O C H ÁV E Z

C A S T A Ñ E D A

Quince relatos conforman este inquietante cuaderno: quince historias en las que los sueños, o mejor dicho los miedos que los habitan, cobran vida gracias a la escritura de Chávez Castañeda, miembro de la llamada Generación del Crack y quien tiene ya una importante trayectoria dentro de la literatura infantil —en paralelo con su nutrida producción para adultos—. En esta obra se encuentran las pesadillas más profundas, aquéllas que nacen del temor a la muerte, al abandono de los padres, a la enfermedad; pesadillas que muchas veces se callan y que seguramente son compartidas por muchos pequeños. Así, desde el primer relato el lector se sumerge en un universo onírico que cautivará a los jóvenes lectores, ofreciéndoles un refl ejo de sus temores y un conjunto de narraciones extraordinarias. El volumen posee además excelentes imágenes con las que Barrón potencia la riqueza narrativa de los cuentos, presentando un mundo sobrecogedor que bien alimentará nuevas pesadillas. En afortunada simbiosis, palabras y trazos se hermanan para darle una vuelta de tuerca al espanto: estas pesadillas terminan dando gusto.

los especiales de a la orilla del viento

Ilustraciones de Israel Barrón

1ª ed., 2012, 77 pp.

978 607 16 0863 5

$125

N OV E DA D E S

por otro, en ar, Razón de

mercado: teoría política exterior

2 2 A B R I L D E 2 0 1 2

A comienzos de febrero falleció Wislawa Szymborska, cuya Poesía no completa apareció en 2002 bajo el sello del Fondo, en la serie dedicada a los ganadores

del Premio Nobel. Estos mínimos apuntes sobre la recepción de su obra en México son nuestro responso por la gran escritora polaca que desde la singularidad

de su escritura obliga al lector a mirar los otros mundos que hay en éste

Wislawa Szymborska

en MéxicoR A FA E L VA R G A S

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A B R I L D E 2 0 1 2 2 3

y Rita Murúa tradujo una breve muestra de poesía polaca en la cual incluyó un poema de Szymborska: “Vietnam”.

De manera que, de la veintena de poemas traducidos al español que Beltrán y Mur-cia calculan en su nota, casi una tercera parte fue publicada en México, que entonces vivía mucho más atento que hoy a la resonancia de la poesía nacional e internacional, como lo prueba, entre otros indicadores, el considerable número de poemas que cir-culaban a través de las publicaciones culturales periódicas de la época.

IVDoce años antes de que Krystyna Rodowska y Rita Murúa publicaran sus traduc-ciones, Jan Zych (1931-1995), poeta polaco avecindado en la Ciudad de México, ya traducía a Szymborska. Zych, traductor profesional (dominaba el francés, el búlgaro y el serbio, entre otros idiomas) vino a nuestro país a comienzos de los sesenta para estudiar literatura hispanoamericana en la unam, y en el curso de esa década vertió al polaco obras de Neruda, Paz, Rulfo, Nicolás Guillén y García Márquez. Llevado por su deseo de dar a conocer las letras de su patria entre noso-tros, pronto se convirtió en un activo difusor de la literatura polaca.

Zych tradujo los siete primeros libros de Szymborska, de quien fue amigo, pero murió antes de concretar su publicación. Desafortunadamente, sus versiones se han mantenido inéditas; sólo pudo dar a conocer cuatro textos en las páginas de la revista Plural, en cuyo número de enero de 1981 aparecieron “La mujer de Lot”, “Elogio de mi hermana”, “Elogio de la mala opinión que tienen sobre sí mismos” y “Todas mis muertes”.

Pero fue a través de esas versiones que el poeta mexicano Gerardo Beltrán —entonces un joven con 23 años de edad, reconocido hoy como uno de los ma-yores conocedores de la obra de Szymborska— entró en contacto con esa poesía.

VComo es bien sabido entre los lectores hispanohablantes de Wislawa Szymbors-ka, Gerardo Beltrán es uno de sus mejores y más asiduos traductores. Otro es el poeta catalán Abel A. Murcia, con quien Beltrán tradujo el impresionante vo-lumen Poesía no completa (publicado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Tezontle en el año 2002), que es en realidad, a pesar del título, la más completa reunión de poemas de Szymborska en nuestra lengua, un verdadero te-soro para todos aquellos que comprenden la inmensa riqueza de esa obra.

Es en verdad una fortuna contar con los talentos translativos de ambos poe-tas, porque siempre han sido muy escasos los hispanohablantes que traducen directamente de lenguas eslavas. En México, en tiempos recientes, sólo Sergio Pitol, Rita Murúa y Juan Manuel Torres han traducido autores polacos. Y la lite-ratura polaca (especialmente su poesía) es de una riqueza extraordinaria, como lo sabe cualquiera que haya leído a sus narradores, poetas y ensayistas mediante traducciones al inglés o al francés. De hecho, no pocas veces ha sido inevitable recurrir a la traducción indirecta (mayormente desde el inglés) para compartir con otros lectores el entusiasmo que suscita tal o cual cuento o poema. Así lo hizo José Emilio Pacheco en agosto de 1987, cuando publicó en las páginas de su “In-ventario”, en la revista Proceso, el poema “Autonomía”, perteneciente al cuarto libro de Szymborska, Si acaso (1972).

Beltrán, quien desde hace buen tiempo vive en Varsovia, en cuya universidad trabaja, se ha convertido en un gran especialista en literatura polaca, y es mucho lo que cabe esperar de su trabajo. Por lo pronto debemos agradecerle a él y a Abel A. Murcia la oportunidad de leer el conjunto de la obra de Szymborska en nuestro idioma. Su poesía es una lámpara en esta época de oscuridad.

Como ha señalado una de las más inteligentes lectoras de poesía de nuestro tiempo, la crítica norteamericana Helen Vendler, todo en la obra de Szymbors-ka parece ligero, comenzando por la brevedad de sus poemas y de sus versos (y su singular sentido de la ironía contribuye a ello), pero la densidad de lo que dice es enorme y la fuerza de su crítica es en realidad devastadora. Al cuestionar des-de una óptica siempre novedosa e implacable nuestro entorno, las cosas que da-mos por sentadas como sociedad y como individuos, nos brinda una posibilidad de mirar el mundo —y de mirarnos— bajo una nueva luz y comprender un poco mejor quiénes somos. Su palabra es al mismo tiempo transparente y enigmáti-ca. Leerla es como tener una hermana mayor inteligente que nos señala nuestros errores y nos ayuda a disfrutar el hecho excepcional que es vivir.�W

Rafael Vargas experimentó una epifanía al leer por vez primera los versos de Szymborska; desde entonces, buen sabueso de la poesía, ha seguido el rastro de las traducciones de su obra.

Antes del 3 de octubre de 1996 se había publicado no más de una veintena de traducciones de poemas de Wislawa Szymborska —a quien ese día se le otorgó el Premio Nobel de Literatura— en toda el área de la lengua española. Un promedio aproximado de un poema por país, por expre-sarlo de alguna manera.” Con estas palabras comienzan Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia su “Nota de los traduc-tores” en Poesía no completa, el espléndido volumen que agrupa sus versiones de 175 poemas de la distinguida poeta polaca, una de las voces —no sólo femeninas, haga-

mos hincapié— más inteligentes y admirables de la poesía de nuestro tiempo.En efecto, hasta que le fue otorgado el premio Nobel, Wislawa Szymborska era

una autora prácticamente desconocida en el ámbito de habla hispana. En Méxi-co, sin embargo, había empezado a tener un pequeño grupo de lectores, gracias a dos brillantes mujeres, Krystyna Rodowska y Rita Murúa, también poetas, que en 1978 dieron a conocer un puñado de traducciones a través de diversos medios impresos, casi con seguridad las primeras que se hicieron en nuestra lengua.

IIEn septiembre de 1974, con 37 años de edad, Krystyna Rodowska, poeta polaca, lle-gó a México para hacer estudios de posgrado en letras hispanoamericanas en la Fa-cultad de Filosofía y Letras de la unam. No sólo era una muy atenta lectora de litera-tura mexicana, sino que ya había empezado a convertirse en su traductora: en 1970 había vertido al polaco Dormir en tierra, uno de los grandes libros de cuentos de José Revueltas, a quien buscó y entrevistó al poco de llegar a la Ciudad de México.

Después de un año volvió a Polonia, pero en 1977 regresó a México y trabajó in-tensamente, tanto para trasladar al polaco algunos libros mexicanos, como para dar a conocer en México a muchos de los poetas de su país. Una de las primeras cosas notables que logró en este sentido fue la publicación de un cuadernillo (el número 31) de la serie Material de Lectura —publicada por la Dirección de Di-fusión Cultural, también de la unam, en mayo de 1978—, dedicado a siete poetas polacos contemporáneos: Miron Bialoszewski, Stanislaw Grochowiak, Zbigniew Herbert, Jaroslaw Iwaszkiewicz, Julian Przyboá, Tadeusz Rozewicz y Wislawa Szymborska. Fue la primera vez que se publicó en México una pequeña mues-tra de la poesía de esta última, compuesta por cuatro poemas: “Nada dos veces”, “Dos monos de Brueghel”, “Bajo una estrella” y “Utopía”.

“Nada dos veces” es un poema muy representativo de su obra (tanto, que la Aca-demia Sueca lo citó en el boletín de prensa con el que dio a conocer la concesión del premio) y, junto con el también emblemático “Bajo una estrella” (“Perdona, azar, que te llame necesidad”), llamó poderosamente la atención de los lectores, para quienes fue evidente que se trataba de una poeta de pensamiento muy denso, estrechamente emparentada con la filosofía. Parte de ellos, a partir de entonces, comenzó a leer la obra de Szymborska a través de versiones en inglés y en francés.

También a Rodowska se debe la edición número 48 de La Semana de Bellas Ar-tes (1º de noviembre de 1978) dedicada por entero a la poesía polaca contemporá-nea. La selección de poemas, la presentación y la traducción fueron obra de ella.1 De Szymborska incluye una vez más el poema “Bajo una estrella”.

IIINacida en 1937, al igual que Krystyna Rodowska, Rita Murúa tuvo una presen-cia relevante en la vida literaria mexicana de los años sesenta, década en la que, además de publicar poemas, cuentos, ensayos y notas bibliográficas en revistas y suplementos literarios, fue administradora y redactora de la Revista Mexicana de Literatura (dirigida por Tomás Segovia primero y luego por Juan García Ponce), y redactora de la Revista de Bellas Artes, encabezada por Huberto Batis.

En 1970, precisamente cuando concluyó su trabajo en la Revista de Bellas Ar-tes, se marchó a Polonia para estudiar letras en la Universidad de Varsovia. De allá volvió dos años más tarde con la posesión del idioma, que le permitió tradu-cir a diversos narradores y poetas, ensayistas y dramaturgos de aquel país. En agosto de 1978, también por obra de la energía y entusiasmo de Rodowska, la re-vista Plural dedicó su edición número 83 casi por entero a la literatura polaca,

1� La Semana de Bellas Artes —creada y dirigida por Gustavo Sáinz en el periodo en el que encabezó la Dirección

de Literatura del inba (1977-1982)— era, como su nombre lo indica, un hebdomadario, de 16 páginas, con

tiraje de casi 300 mil ejemplares, que aparecía los miércoles y se distribuía gratuitamente como encarte en

diversos periódicos. Increíblemente, la única colección completa a disposición del público es la que conserva la

Hemeroteca Nacional, a cuyo jefe de Servicios de Información, Arnulfo Inesa, agradezco por su ayuda.

“TODO EN LA OBR A DE SZYMBORSKA PARECE LIGERO, COMENZANDO POR LA BREVEDAD DE SUS POEMAS Y DE SUS VERSOS

(Y SU SINGULAR SENTIDO DE LA IRONÍA CONTRIBUYE A ELLO),PERO LA DENSIDAD DE LO QUE DICE ES ENORME Y LA FUERZA

DE SU CRÍTICA ES EN REALIDAD DEVASTADOR A