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DERIVA A LA ESTÁTICA Paco Inclán. Editor, escritor y agitador socio-cultural. El pasado sábado invertí el proceso: se trataba de permanecer doce horas en un hórreo. Al fin y al cabo el juego situacionista permite la alteración del reglamento. Me impuse esta nueva misión: prefiero misión a acción, por su contenido épico, una inexplicable fe, una búsqueda de sentido a lo que no lo tiene; amigos, potenciales lectores de estas trastabilladas notas, no encuentro otra manera de embaucarme en estas frikadas que reconocerme como un misionero explorando territorios inmateriales en búsqueda de improbables reflexiones sobre la belleza de las relaciones sociales. Lo decía Debord (cito de desmemoria): el terreno en el que nos adentramos es tan desconocido que cualquier acción-misión puede contribuir a la experimentación situacionista. Esta vez sería un peregrinaje inerte, de 10 a 22 horas en el hórreo de Alg-a Lab, convertido en eso que llaman TAZ, transformado en un chill-out campestre. Corrió la voz por los bares y las casas colindantes. Nadie aseguró venir a verme. Las visitas serían aleatorias, también las consecuencias. Pasear sin moverse, desnortarse en un espacio cerrado, desperdiciar el tiempo, imaginé que estaba a bordo de una rústica nave a punto de iniciar el despegue. Esperar al interlocutor desconocido que se prestase a compartir ese espacio-tiempo de la vida cotidiana transformada en escenario. Comenzaron a llegar vecinos, al principio extrañados por la acción, “¿se puede saber qué carallo estás haciendo”?, pero, con el paso de los minutos (entendiendo la terquedad de mi des-propósito), se convirtieron en testigos y acompañantes de mi inútil hazaña, de mi récord sin notario. Doce horas seguidas sin bajarme del hórreo. Alguien me comparó con un brujo africano, otro con San Campio (el santo que siempre está tumbado) y otro, entendiendo las profundas ramificaciones invisibles de mi cometido, dijo que no me molestasen, que estaba trabajando. Con las gentes llegaron historias, comida, vino y objetos, entre ellos, un orinal prestado por un vecino preocupado por mis posibles necesidades fisiológicas. También la prensa, siguiendo los consejos de Guy, que recomendaba la utilización de los medios para la propagación de las acciones situacionistas. He aquí una paradoja, otra más: una deriva estática con intenciones situacionistas convertida en producto al servicio del espectáculo, del consumo cultural, del entretenimiento masivo. A media tarde, que yo estuviera subido en el hórreo dejó de resultar notorio. Era una pieza aceptada en el decorado. Se generaron nuevos espacios relacionales, una situación construida alrededor de una absurda permanencia en el interior de un hórreo. Inhalé la atmósfera, me sentí satisfecho. Cuando todos se fueron, llegaron dos señoras mayores que regresaban de misa de ocho. Les habían dicho que allí estaba pasando algo, pero no lo tenían muy claro. Traté de explicárselo, pero no sé si llegaron a entenderlo. Se quedaron un rato. Me contaron historias de fantasmas, apariciones demoniacas y curas zombis. Al anochecer, se marcharon frotándome las rodillas para que no tuviera miedo (ahondaré en la búsqueda de algún simbolismo al respecto). Cuando quedaban cinco minutos para acabar mi misión, otras dos vecinas me trajeron la cena. Ellas fueron las que me obligaron a bajar cuando pasaban tres minutos de las diez. Si por mí fuera me hubiese quedado más rato. Es lo que tienen las derivas, también las estáticas: cuesta arrancarlas, pero una vez en proceso resulta complicado salirte de esa percepción extrasensorial del ambiente. Pasé la noche extrañado, como si, en lugar de un hórreo, hubiese abandonado un útero o una apacible burbuja donde todo estaba bien, todo en su sitio, nada resultara realmente importante. En: http://campoadentro.es/blog/2011/09/16/deriva-a-la-estatica/

DERIVA A LA ESTÁTICA

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Este ensayo habla acerca del Urbanismo

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DERIVA A LA ESTÁTICA

Paco Inclán. Editor, escritor y agitador socio-cultural. El pasado sábado invertí el proceso: se trataba de permanecer doce horas en un hórreo. Al fin y al cabo el juego situacionista permite la alteración del reglamento. Me impuse esta nueva misión: prefiero misión a acción, por su contenido épico, una inexplicable fe, una búsqueda de sentido a lo que no lo tiene; amigos, potenciales lectores de estas trastabilladas notas, no encuentro otra manera de embaucarme en estas frikadas que reconocerme como un misionero explorando territorios inmateriales en búsqueda de improbables reflexiones sobre la belleza de las relaciones sociales. Lo decía Debord (cito de desmemoria): el terreno en el que nos adentramos es tan desconocido que cualquier acción-misión puede contribuir a la experimentación situacionista. Esta vez sería un peregrinaje inerte, de 10 a 22 horas en el hórreo de Alg-a Lab, convertido en eso que llaman TAZ, transformado en un chill-out campestre. Corrió la voz por los bares y las casas colindantes. Nadie aseguró venir a verme. Las visitas serían aleatorias, también las consecuencias. Pasear sin moverse, desnortarse en un espacio cerrado, desperdiciar el tiempo, imaginé que estaba a bordo de una rústica nave a punto de iniciar el despegue. Esperar al interlocutor desconocido que se prestase a compartir ese espacio-tiempo de la vida cotidiana transformada en escenario. Comenzaron a llegar vecinos, al principio extrañados por la acción, “¿se puede saber qué carallo estás haciendo”?, pero, con el paso de los minutos (entendiendo la terquedad de mi des-propósito), se convirtieron en testigos y acompañantes de mi inútil hazaña, de mi récord sin notario. Doce horas seguidas sin bajarme del hórreo. Alguien me comparó con un brujo africano, otro con San Campio (el santo que siempre está tumbado) y otro, entendiendo las profundas ramificaciones invisibles de mi cometido, dijo que no me molestasen, que estaba trabajando. Con las gentes llegaron historias, comida, vino y objetos, entre ellos, un orinal prestado por un vecino preocupado por mis posibles necesidades fisiológicas. También la prensa, siguiendo los consejos de Guy, que recomendaba la utilización de los medios para la propagación de las acciones situacionistas. He aquí una paradoja, otra más: una deriva estática con intenciones situacionistas convertida en producto al servicio del espectáculo, del consumo cultural, del entretenimiento masivo. A media tarde, que yo estuviera subido en el hórreo dejó de resultar notorio. Era una pieza aceptada en el decorado. Se generaron nuevos espacios relacionales, una situación construida alrededor de una absurda permanencia en el interior de un hórreo. Inhalé la atmósfera, me sentí satisfecho. Cuando todos se fueron, llegaron dos señoras mayores que regresaban de misa de ocho. Les habían dicho que allí estaba pasando algo, pero no lo tenían muy claro. Traté de explicárselo, pero no sé si llegaron a entenderlo. Se quedaron un rato. Me contaron historias de fantasmas, apariciones demoniacas y curas zombis. Al anochecer, se marcharon frotándome las rodillas para que no tuviera miedo (ahondaré en la búsqueda de algún simbolismo al respecto). Cuando quedaban cinco minutos para acabar mi misión, otras dos vecinas me trajeron la cena. Ellas fueron las que me obligaron a bajar cuando pasaban tres minutos de las diez. Si por mí fuera me hubiese quedado más rato. Es lo que tienen las derivas, también las estáticas: cuesta arrancarlas, pero una vez en proceso resulta complicado salirte de esa percepción extrasensorial del ambiente. Pasé la noche extrañado, como si, en lugar de un hórreo, hubiese abandonado un útero o una apacible burbuja donde todo estaba bien, todo en su sitio, nada resultara realmente importante. En: http://campoadentro.es/blog/2011/09/16/deriva-a-la-estatica/