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DESAPAR De pronto, Ramos Sucre, cubre la intemperie: "Yo recuerdo la aldea de mi nacimiento. En sus colinas ári- das agonizaba la retama de Leopardi". Lo que oigo me encandila, borra la flor amarilla de Pérez Bonalde, que crece demasiado real, demasiado flor. "Yo he estado aquí", me digo. La apariencia que extrañaba -y entrañaba- al doli- do de "vajías tinieblas", tiene seme- janza leopardiana en los cerros de tiza y en el sarmiento más hirsuto. La blancura se come el resto en su guari- da de las doce, aquí, en el país duro, donde la llovizna y la lluvia extreman la palidez de la sed. Miro, una vez más, lo que ha dicho Ramos Sucre: allá si- gue igual, por la carretera de San Pa- blo; allá la aridez ha dejado un delga- do resto de nada. Es extraño que la voz de Proust se oiga en estos yermos hablándome de 'la sensación del blan- co a lo lejos, sin que sepamos si es roca o reflejo de sol"; pero lo que refiere el ojeroso del Tiempo Perdido me mira en Reverón desde la costa cada vez más delgada y lo que finge de follaje, de playa, es efímero, sucede como lo desértico en todo: esa ruina de la figu- ración, esa suntuosidad de lo extinto. El sepia y el ocre sustentan, fundan en el vacío. El blanco, entre ellos, cede sólo ante la hilacha de la rama espi- nosa y la cosa corva, que es sombra nuestra o cardo en la muda duración de un tiempo y en la lentitud de la tie- rra sobre lo que intentamos ser entre tanta desfiguración y tanta palabra trunca, como yabo, como cují yaque o, en la tierra achispada de pringas, or- tiga, retama de Leopardi. Es eso, vuelvo a decirme: en la apariencia, en el límite de vacío y bor- de, la escritura no tiene con qué sos- tenerse: la página también aridece. Lo que leemos no se ve, se presiente. Me acerco a Rodolfo Moleiro. Me dice " No se oyen las brisas, son huellas" y tam- bién me dice que la tarde nos lleva "a la distancia manifiesta y perdida". Su campo, su otredad, es "reiteraciones de bosque", aunque "súbito, el llano" nos curva con ventaja sobre nuestra sombra que es un punto en lo inmen- so donde Alberto Arvelo Torrealba se pregunta "¿Será el inmóvil el potro/ o la fugaz la llanura?". ¿Cómo hablar, entonces, en la ingrimitud y en el raso? ¿De cuál pared o de qué orilla pretenderse el asiduo? ¿De dónde el follaje que nos res- tituye la voz y el mirar explícito? Yo leo en Keats que "en la gran- deza de un verso mesurado vemos el ondular del pino en la montaña". ¿Qué pájaro canta en el vacío que vuelve su trino silencioso? Fernando Paz Castillo lo llama "pájaro melancólico y raudo". Más tar- de hay una la luz de último día entre los árboles -el viejo- por sabio- poeta del 18 lo detiene en la frase más bre- ve, remedo de su tamaño de jilguero dentro de la gran hoja del Avila y ob- serva atento su desaparición en la rama: "La sombra fiel/que pesa cada día, sobre el pino/agudo y lento/ -que miro desde mi ventana/ha tanto tiem- po-, hoy me pareció/ más ligera/ y fue que un pájaro, escondido entre ella, me reconcilió con su silencio". Y hay un muro, "El muro de la tarde-atardecido en nuestra tarde-, (que es) apenas una línea blanca jun- to al campo/y junto al cielo". ¿Y siempre es verano, la hora pro- picia en que se espiritualiza?-¿O pali- dece?-lo real. Si a las doce enmudece, si el mediodía calla, el fin de la luz-de la blancura en lo blanco-es la hora de Lazo Martí y "Desde lejos/la nostalgia te acecha. Tu camino/se borrará de súbito en su sombra" o es "la luz de conejos" en que se despierta Vicente Gerbasi; y más luego, cuando vuelve a atardecer en "los espacios cálidos", se escucha "esta monótona melanco- lía de la paloma torcaz, escondida,/ aquí junto al río, más allá, no se sabe dónde/junto a la muerte". Y siempre es paisaje borrado: entrañado. Aquel momento de Ramos Sucre, en que la colina rural con reta- ma de Recanati, reclama ahora la ima- gen canicular que nomine-que vuelva idioma - lo que entorno es espejismo. Cierta entretierra- la del paisaje, la de la escritura-hace elusivo y alusivo lo real. Si no, ¿a qué otra lectura per- tenecen las pastorales de Rafael José Muñoz, esa coítora que no se ve, "esa perola temblando sola en medio de la fábula, esta chicharra (que) canta ha- cia adentro"... "Ella, que surge del pai- saje como una uña"? La misma conducta crepuscular se tiene a principios de luz y ha de soplar el viento soleado o de lo inter- minable, en medio de lo sordo y lo ten- dido. A la intemperie de Barinitas y de misma ha salido Enriqueta Arvelo Larriva porque "Toda la maña- na ha hablado el viento/ una lengua extraordinaria". Pero el afuera, en la poetisa de Poemas de una pena, es "una extensión llena de luz oscura", un "parado mediodía en la seca llanu- ra". O tal vez es aquella curva de un ciprés que trazó José Ramón Medina, lejos, y la sombra sobre la pared y des- pués de nosotros, se adelgaza hasta la frase ensimismada. En lo que llevo dicho el blanco y la blancura -el color físico, material y su resplandor, su espiritualidad- no han hecho sino acentuar la desfigura- ción del paisaje. Elige las doce, la luz oblicua de la tarde, la luz recta de la mañana, el borde y el aire sobre los cuales se para el pájaro desaparecido, como el que se espanta del trigal de Van Gogh o los que oye Eugenio Montejo en su Terredad. "Debo estar lejos porque no oigo los pájaros", me confiesa, antes de proseguir de una ciudad a otra, de una errancia a otra errancia, vestido de parque y de aldea entre las calles y los aeropuertos. La poesía del paisaje que leo, cada vez más, en la fulguración, se adivina, en la página que limpia- has- ta desertizarlo- el motivo. Antes, he- mos de aprender el habla de Ramón Palomares para dibujar el verdor, co- lorear pueblos, usar niebla, adornar lo sombrío con eneldo y flores de tapia y aguas de piedra y frío entre el voce- río de los inocentes y los solitarios que cantan hasta en el lloro, que ríen has- ta en la amargura, que celebran has- ta en el enlutamiento, de esta índole

DESAPAR - UCservicio.bc.uc.edu.ve/multidisciplinarias/tuna/n36/36-01.pdfva el tucusito rodando su corazón de magia/ y lanzando en tijera, en pico, en agradable pluma/ sobre un sueño

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  • DESAPARDe pronto, Ramos Sucre, cubre

    la intemperie: "Yo recuerdo la aldeade mi nacimiento. En sus colinas ári-das agonizaba la retama de Leopardi".Lo que oigo me encandila, borra la floramarilla de Pérez Bonalde, que crecedemasiado real, demasiado flor. "Yo heestado aquí", me digo. La aparienciaque extrañaba -y entrañaba- al doli-do de "vajías tinieblas", tiene seme-janza leopardiana en los cerros de tizay en el sarmiento más hirsuto. Lablancura se come el resto en su guari-da de las doce, aquí, en el país duro,donde la llovizna y la lluvia extremanla palidez de la sed. Miro, una vez más,lo que ha dicho Ramos Sucre: allá si-gue igual, por la carretera de San Pa-blo; allá la aridez ha dejado un delga-do resto de nada. Es extraño que lavoz de Proust se oiga en estos yermoshablándome de 'la sensación del blan-co a lo lejos, sin que sepamos si es rocao reflejo de sol"; pero lo que refiere elojeroso del Tiempo Perdido me miraen Reverón desde la costa cada vezmás delgada y lo que finge de follaje,de playa, es efímero, sucede como lodesértico en todo: esa ruina de la figu-ración, esa suntuosidad de lo extinto.El sepia y el ocre sustentan, fundanen el vacío. El blanco, entre ellos, cedesólo ante la hilacha de la rama espi-nosa y la cosa corva, que es sombranuestra o cardo en la muda duraciónde un tiempo y en la lentitud de la tie-rra sobre lo que intentamos ser entretanta desfiguración y tanta palabratrunca, como yabo, como cují yaque o,en la tierra achispada de pringas, or-tiga, retama de Leopardi.

    Es eso, vuelvo a decirme: en laapariencia, en el límite de vacío y bor-de, la escritura no tiene con qué sos-tenerse: la página también aridece. Loque leemos no se ve, se presiente. Meacerco a Rodolfo Moleiro. Me dice " Nose oyen las brisas, son huellas" y tam-bién me dice que la tarde nos lleva "ala distancia manifiesta y perdida". Sucampo, su otredad, es "reiteracionesde bosque", aunque "súbito, el llano"nos curva con ventaja sobre nuestrasombra que es un punto en lo inmen-so donde Alberto Arvelo Torrealba sepregunta "¿Será el inmóvil el potro/ ola fugaz la llanura?".

    ¿Cómo hablar, entonces, en laingrimitud y en el raso?

    ¿De cuál pared o de qué orillapretenderse el asiduo?

    ¿De dónde el follaje que nos res-tituye la voz y el mirar explícito?

    Yo leo en Keats que "en la gran-deza de un verso mesurado vemos elondular del pino en la montaña".

    ¿Qué pájaro canta en el vacío quevuelve su trino silencioso?

    Fernando Paz Castillo lo llama"pájaro melancólico y raudo". Más tar-de hay una la luz de último día entrelos árboles -el viejo- por sabio- poetadel 18 lo detiene en la frase más bre-ve, remedo de su tamaño de jilguerodentro de la gran hoja del Avila y ob-serva atento su desaparición en larama: "La sombra fiel/que pesa cadadía, sobre el pino/agudo y lento/ -quemiro desde mi ventana/ha tanto tiem-po-, hoy me pareció/ más ligera/ y fueque un pájaro, escondido entre ella, mereconcilió con su silencio".

    Y hay un muro, "El muro de latarde-atardecido en nuestra tarde-,(que es) apenas una línea blanca jun-to al campo/y junto al cielo".

    ¿Y siempre es verano, la hora pro-picia en que se espiritualiza?-¿O pali-dece?-lo real. Si a las doce enmudece,si el mediodía calla, el fin de la luz-dela blancura en lo blanco-es la hora deLazo Martí y "Desde lejos/la nostalgiate acecha. Tu camino/se borrará desúbito en su sombra" o es "la luz deconejos" en que se despierta VicenteGerbasi; y más luego, cuando vuelvea atardecer en "los espacios cálidos",se escucha "esta monótona melanco-lía de la paloma torcaz, escondida,/aquí junto al río, más allá, no se sabedónde/junto a la muerte".

    Y siempre es paisaje borrado:entrañado. Aquel momento de RamosSucre, en que la colina rural con reta-ma de Recanati, reclama ahora la ima-gen canicular que nomine-que vuelvaidioma - lo que entorno es espejismo.

    Cierta entretierra- la del paisaje, lade la escritura-hace elusivo y alusivolo real. Si no, ¿a qué otra lectura per-tenecen las pastorales de Rafael JoséMuñoz, esa coítora que no se ve, "esaperola temblando sola en medio de lafábula, esta chicharra (que) canta ha-cia adentro"... "Ella, que surge del pai-saje como una uña"?

    La misma conducta crepuscularse tiene a principios de luz y ha desoplar el viento soleado o de lo inter-minable, en medio de lo sordo y lo ten-dido. A la intemperie de Barinitas yde sí misma ha salido EnriquetaArvelo Larriva porque "Toda la maña-na ha hablado el viento/ una lenguaextraordinaria". Pero el afuera, en lapoetisa de Poemas de una pena, es"una extensión llena de luz oscura",un "parado mediodía en la seca llanu-ra". O tal vez es aquella curva de unciprés que trazó José Ramón Medina,lejos, y la sombra sobre la pared y des-pués de nosotros, se adelgaza hasta lafrase ensimismada.

    En lo que llevo dicho el blanco yla blancura -el color físico, material ysu resplandor, su espiritualidad- nohan hecho sino acentuar la desfigura-ción del paisaje. Elige las doce, la luzoblicua de la tarde, la luz recta de lamañana, el borde y el aire sobre loscuales se para el pájaro desaparecido,como el que se espanta del trigal deVan Gogh o los que oye EugenioMontejo en su Terredad. "Debo estarlejos porque no oigo los pájaros", meconfiesa, antes de proseguir de unaciudad a otra, de una errancia a otraerrancia, vestido de parque y de aldeaentre las calles y los aeropuertos.

    La poesía del paisaje que leo,cada vez más, en la fulguración, seadivina, en la página que limpia- has-ta desertizarlo- el motivo. Antes, he-mos de aprender el habla de RamónPalomares para dibujar el verdor, co-lorear pueblos, usar niebla, adornarlo sombrío con eneldo y flores de tapiay aguas de piedra y frío entre el voce-río de los inocentes y los solitarios quecantan hasta en el lloro, que ríen has-ta en la amargura, que celebran has-ta en el enlutamiento, de esta índole

  • ION DEL PAISAJE ENtan antigua, tan de la próxima inocen-cia: "Pajarito que venís tan cansado/y que te arrecostás en la piedra a be-ber/ Decime: ¿No sos Polimnia?"

    Efusivo, selvoso, el paisajeguayanés de Jesús Sanoja Hernándeztermina por transformarse (¿pordesaparecerse?) en delirio comparati-vo, en juego verbal que enumera lapajarería del sur y le pone adjeti-vaciones literarias y rústicas comoadorno de plumaje y silbo: "Allá va elazulejo entre montes y aparejos,/ elminué muerte en su ala es aguja, fi-bra pequeña/ de su canto maltrata in-sectos silvestres, pinas de color./ Alláva el tucusito rodando su corazón demagia/ y lanzando en tijera, en pico,en agradable pluma/ sobre un sueñoque choca, gongorino, en el verano./Allá rasga el perico gorgorán de cielo,falsifica/ sombras para lanzas de es-carmiento, verdes amores".

    Dentro de poco concluirá, paraconfirmar su intención de apurar lamudanza de lo figurativo a extrañezao a abstracción: "Allá va lo elevado,latido de los ángeles, más, más/inqui-na en el espacio/ invento del tiemposobre matas/ para instalar ritmos pordetrás, arriba, en las señales/mien-tras la música troza corolas y ponefuegos y perfumes". Muy cerca deSanoja se halla Teófilo Tortolero. Ha

    elegido un pájaro sin fama en los mon-tes de Nirgua para disipar su forma ylas colinas yaracuyanas. Prefiere elpasado para referir lo que no ha deja-do nunca de acontecer en el presente:"Llegó hasta mi puerta un gorrión/ yhablándome el dialecto de los nomeol-vides/ dijo a mis ojos: 'quiero que sa-quen lágrimas/ de mis apuestas/ cadavez que pierda mis pasos/ en el vientomás salado del mar; deseo que uste-des besen las espumas/ por más queellas mueran un instante/ pues volve-rá naciendo/ en las ondulaciones delagua/ que no acaba de beberse' / Bajóhasta mi ventana un temblor de espi-nas/ y hablándome en la lengua de sustristes crótalos/ dijo a mi frente: 'an-helo un polvo un galope un terreno/donde mi nacimiento sea encontrado/sin mayores pesares/Tocó las bisagrasde mi casa el viento;/ miró mis ojos so-licitando la llaga perfumada/ Tocó re-pitió insistente/ pero ya no estaban nimis pupilas/ ni mi ser".

    Todavía irrumpe gente afantas-mada en los montes y caminos quedescribe Francisco Pérez Perdomocuando "Al pie del árbol del misterio/un humo, una cosa/ comienza a levan-tarse". Del mismo trasmundo, pai-sajista de ruinas y baldíos, Rafael JoséAlvarez asevera que "estas paredes yano existen/ y aún ocupan su lugar/.Cruzamos puertas, soportes, solares/y aún los colores desaparecidos/ estánallí con los derrumbes del tiempo".También de escombros (¿o son másbien deconstrucciones de la figuraciónen la imagen y en la memoria?) tratacon insistencia la motivación de Alber-to Hernández. En un poema de Nortes,el IX, se vale de la propia escriturapara reconstruir lo que el tiempo y elser han escombrado: "Desde este tex-to las puertas y ventanas te inventan/Al bajar la pendiente, la hoguera delas voces/ adheridas a la casa/ Cadaalcoba es un decir/ Cada recámara unerror".

    Otra casa frecuenta César Seco,la del grito, la de la lengua mordida.Acaso el poema suple su geografíainhallable, reúne su ilusoria interio-ridad. Ha cesado de ulular, ha acom-pasado la respiración; es ella, la nin-guna, la nunca habitable, en la que vi-

    vimos: "Allá arriba está una casa encuya piedra/ la cal y el musgo encuen-tran dicha./ Casa donde caen las na-ranjas y nadie las recoge./ Casa deallá. Casa muda./ Bajo mis pies lajasy terrones se desmoronan. Casa don-de Dios se asoma y me alumbra el pre-cipicio./ Un cuaderno abierto me es-pera allá en el cuarto./ Las líneas desus páginas viajan en silencio./ Viveen la sombra mi cuaderno./ Vive unpájaro en su margen./ Cuaderno blan-co de mi sueño./ Si lo abro pasa un río".

    José Barroeta pareciera respon-derle con la entonación amarga dequien señala el adentro del muro, laotra hondura, la nuestra y su pareci-do con lo que nos derriba "Las casasviejas no son lo que dicen./ Las casasviejas están contra la vida/ me acunany pasean con la muerte".

    La herida de la averiguación, lalastimadura de encontrarse desde y enel paisaje para hacer de él idioma to-talizador, lengua de tierra en el ritoconstante de buscarse en el nacimien-to físico e iniciático, sustentan mi acer-camiento -es verdad, parcial, porquees de neófito- a El libro de la tribu deSantos López. No voy a transcribirlo:es un poema vertebrado, cuyas liga-duras formales impiden cualquierfragmentación.

    Contraviniendo tal prohibicióncopio, sin embargo, el inicio del LadoI: "Silbo en las espinas/Y la brisa abresus lujos en la hierba/ (Frutos y reli-quias/ Colman una brillante despen-sa)/ grito las espinas/ Y en mi boca seremueven enteras cortezas/ (¿Qué tan-to afila/ El gavilán/ Contra su presa?)

  • LA POESÍA VENEZOLAfSEl sol hunde sus anzuelos/ Y yo sigojugando en las espinas/ lanzado/ Ha-ciéndome una estaca".

    Visual, detenida en transcribirtransmutando, progresa otra poesía deintemperie, donde el parecido de lasgarzas y el idioma que las señala des-criben indistintamente el vuelo y susemejanza con el castellano por los cie-los de la Trinidad de Arauca en la es-critura de Tierranegra de Igor Barretoy alguien ha muerto dentro de unapequeña elegía en medio de la inmen-sidad. El alma se alzaba poco, casi nose iba: "Sólo una tarde emprendió elcamino/y encontró una torcaza de tonoazulado/ llena de enigmas". En tantoque Ángel Eduardo Acevedo regresa-ba a iguales orígenes de boca de río,de pecho de sabana y "Eran los roblesdel abismo/ las cabeceras de la san-gre".

    Más hacia acá, más declarativoen su motivación, es cierto poema deEnrique Mujica, la punta de un másvasto horizonte desde el que ha traídopoesía y prosa (ésta, memorable) devaquero y de ingrimo en la travesíade ese y aquel sendero, visible apenas,apenas la carroña de la huella, dondela cabalgadura y la nada trochan porel mismo rumbo: "Se me murió/ el ca-ballo entre las piernas/ Se me escu-rrió/ y se me fueron poniendo/ gran-des las piernas/ Se me fueron yendolos pies/ sentí que bajaron/ y tocaronfondo/ Después ya no sentí más/ lospies/ que pesaban más/ que mi caba-llo muerto".

    Más encerrado en la inmensidad,raro en el nombrar, porque lo que nom-bra es lo otro, no lo que, con engaño,se asoma, Efraín Hurtado dejó inte-rrumpido, Escampas. Aquí está su poe-sía llena de secretos, del otro lado delalambre y del confín: "No me asomenlejanzas/ porque se van mis ojos./ nome silbes tan bajito perdiz/ por lasbocas del monte/ para no andartrasteando estos campos de solo".

    Como Hurtado, Adhely Riveroprivilegia lo que la llanura humanizamenos con la presencia de hombre que

    con el nombramiento del vivir sobreel tendido, reuniendo en el palpito, queno en la sien, cuanto estuvo aquí paraquedarse y que ahora borra el trillodel verano o el simple gesto de rudezade pastor y palabra tragada: "Cuandollueva estaremos llegando/ al hueso/de subir agua/ a la tanquilla que elviento/ vacía/ Siempre falta un aminal/que la tierra cobra en los lamederos/Dios es tan ínfimo/ en la soledad deun hombre/ que silba/ con la bocaseca".

    Pero nadie se ha expuesto tantotiempo a la intemperie como Alejan-dro Oliveros, nadie ha quedado tan aldesamparo ante la fatalidad de per-manecer inmóvil en su erranciakavafiana por el mundo con Valenciaen los sentidos. Por eso será que con-fiesa, que declara el desasosiego (eldesencanto) de la región que lo asuela,cuidando con minucia extrema el dejode los grandes atristados: "a un añode sus cuarenta y cinco, sin campos/ni ciudad, Fabio contempla las dismi-nuidas aguas/ del Cabriales de su in-fancia. Musgoso, torpe,/dirige sus tris-tezas más allá de los sauces./ A estepobre río, a su curso sin grandezas,/pregunta por la derrota de su alma,/la ausencia imborrable, la huida deprisa/ entre los naranjos: ¿qué norteconoció su extravío?/A destiempo, casien ruinas, ausculta la turbia/ superfi-cie moribunda, el pasado de polvo ycañaverales,/ las voces humeantes so-bre pocilios de peltre,/ el anón lumi-noso que ahora es fatiga y desampa-ro./ Retirado en la provincia calurosa,Fabio busca en el río/ una palabra quelo nombre, una vocal, un sustantivo.

    No voy a olvidar a Aly Pérez. Eltiene una casa, una casa llena de pre-guntas. En ella su hijo crece con el jar-dín y cuando sus amigos visitamos sulibro bajo la maporaS de Villa de Cura"permanecemos atados al misterio/ deesas sombras/ que caen en la soledaddel cerro".

    Y debo cuidarme de silenciar aEfren Barazarte. ¿Cómo podría apar-tarme de su bosque? En él "Desciendela luz en la arboleda/Y un canto tiene

    de cerca/ un ala. El pájaro vuela./ Elcamino de llamarse aire".

    Canta otro pájaro; no allá afue-ra, no en la falacia, sino en el poemade José Antonio Yépez Azparren: "Así,el pájaro de este poema/ se posa arri-ba/ en el árbol del verso que leí".

    He llegado a Reynaldo Pérez So.Pronuncio su palabra blanca, su decirprivado por el sol: "no debemos mirar-nos/ si nos sentimos abajo/ en el fon-do/ allá hundidos donde los caballos/son de yeso/ las viejas casas derrum-badas/ la muerte no debe/ ser ese ca-ballo blanco/ que nos sigue". He aquísu casa, seca, sin casa, como su poe-sía, sin lugar fijo, sin aquí: "mi casaestá como un muerto/ sola/ nadie sino yo sobre una silla/ el viento soplasobre/ el patio/ la casa no responde/ niyo/ sobre la silla. Y, finalmente, estees él, Pérez-So, en ayer, en siempre:"Como un pastor de cabras/ así de ido/iba y el alma tan chica no cabía/ otropoco/ no hablaba no sentía/ el alma erasólo el alma sola/ mientras mi cora-zón estaba pálido/ las cabras bajabansubiendo por la ladera/ adentro".

    He llegado también a HarryAlmela. Yo amo su puro estilo de bo-rrar, de interrumpir, de decir en lapausa el paisaje, lo apaisado en uno.Podría citar a Muro en lo blanco, sulogro mayor, mas me contenta verloaquí, en el poema de Frágil en el alba,extinguir lo visible, exacta, rotunda-mente, con la imagen tan frágil, a losumo el símil: "mírame cuando regre-so/ por tu puerta/ angosta/ vengo mal-trecho/ evocando/ la confusa orilla/donde he vivido/ alejado/ sin saber/ dela suave canoa/ que eres/ detrás de tusojos".

    De tal familia paisajista son lospoetas más recientes. Yo no puedomenos que comenzar con quien desig-na al árbol entre la madera y nuestroser, toca la niebla y es cuerpo vivo,mira y es toda la tierra elevándosedesde nosotros "hasta las hojas y elpájaro. Yo hablo de Antonio Trujillo,de su escritura de Vientre de árboles.Es un religioso que reza con rabia a

  • Aun Dios que acepta y combate y queno tiene nombre porque es hierba deabismo, silbo escondido, árbol por na-cer, madera vieja. Prefiere lo secreto,lo escrito en voz baja, al tratar con lodesmesurado. Y la advertencia miste-riosa al final del poema: "Abajo viveel naciente/Allí debes beber/ como lospájaros/ De lo contrario/ El camino/ esotro". En su libro de hace unos días,en Taller de Cedro, la mención y lamotivación señalan, reiteradamente,al árbol, pero esta vez el afuera semuda al recuerdo de un oficio y de suoficiante; hierros y madera tratan conun idioma de culpa y de inocencia. Diosy la garlopa hacen de la madera elverbo y de nosotros el que clama en laniebla de San Antonio de los Altos, lamano en la flor del árnica: "Su fulgor/olvida los barrancos/ apenas/ el díahabla/ gira hacia el único/ astro quela gobierna/ nunca/ hay un pájaro/ ensu tallo/ demasiado fuego la sostiene".

    La costa boscosa, de desemboca-duras y afrontamientos de playa y es-pesura desvela la memoria de CarmenVerde. El padre es ese costado de tie-rra roja y resguardo de orillas. A me-dida que ahonda en su vivencia, de-canta y corrige las confesiones inicia-les de la infancia en busca de una nue-va pureza, bien que aún se presientaen su última escritura la desnudezpropiciatoria de quien usa su cuerpopara suspenderse sobre sí y hace elrecuento de una ceremoniaencantatoria y terrenal: "Mis pies/danzaban en la tierra húmeda/ Loseucaliptos/ iban hacia el lugar desnu-do/ El viento/ me amaba con violen-cia/los pájaros/venían cansados de loprofundo..."

    La voz se achica, la escritura.Admiro todavía la parquedad con queSonia González (ya, en 1984) testifi-caba para expresar así la otra elocuen-cia, en un libro, De un mismo pájarolanzada, que acaso ella misma olvida:"Que puerta soy/ mi mano abierta enel cerrojo/ más adentro/ escondida enla grieta" O es Tatiana Escobar, hacepoco, en La Clavadura, que murmu-ra, tensa: "lo que más puya del día/ escuando acaba/ y se mancha de negro/

    Luis Alberto Crespolo que miro/ todo se vuelve cierto/ sinalambre/parado allí/me duele lo quie-to/ su sonido". Y se alcanza la exacti-tud, el entendimiento entre la eviden-cia y el enigma, cuando AlejandroSuárez Atencio concluye en Cancióndel difunto "Poco a poco todo se calla/Afuera truena/ Tan rápido como des-pedirse en la esquina a tiros/pero hayrecuerdos que no se acaban/ como lased/ la vida es hambre/ Más que lamuerte/ brilla una espina por dentro/No hay enemigo si duele".

    Ya en el filo de esta lectura unpoema de Alfredo Herrera insiste enmirar detrás de los párpados, en decircon la palabra más delgada: "Quizásme enredo el bosque/ un árbol subehasta m'í/ Oigo los próximos días/ elrepentino invierno/ la lluvia/ es unapersona delgada que conozco".

    El final de lo que he leído es sucomienzo: la borradura del paisajeacentúa su definitiva presencia, ladesaparición de su perfil es herenciareveroniana vivida con seguido fervory a lo mejor sin saberlo. O es gracia ocamino del éxtasis y de la desespera-ción. Insistimos en su regla de oro einquirimos por la persistencia de loreal en la blancura, esa unicidad delser y el mundo.

    POEMAS

    CASCADAS

    ¿A dónde irán?¿Cuál arcángel les roba la alegría?¿Qué sustancia evapora los enigmas?

    Oh tempestades finísimas del aire...

    Serán acasoamores que duermen para siempreo bandadas de poemas diluyéndose

    en el alma.

    YERMAR

    A vecesel azul nos queda distante.

    La luna se deshace, se hundeen el oscuro abanico de diamantes.

    A vecesafortunadamente la melancolíaes un estado anímico inconstante.

    LOS AMANTES

    Huellas de cristal iluminan el rostroeclipsando la respiración.

    Mientras se adora la carnehasta el disparo de ballestas.Los amantes que se mezclan

    admirablespenetran armaduras con fragancia

    ilimitada.

    Allá en el centro de la madrugadala primavera les fluye como por

    ensalmo.

    David Fernández Fernández