32
DINAMICA DE LA PACIENCIA l. ¿QUE ES LA PACIENCIA? El evangelista Lucas nos ha dejado en sus páginas inspiradas una frase que esboza todo un itinerario caracterológico-espiritual: «con vuestra pa- ciencia poseeréis vuestras almas» (1). Ante este programa surge inmedia- tamente nuestra pregunta: ¿Qué es la paciencia? San Agustín supo dar a la paciencia del hombre una definición vibrante y segura. Afirma el obispo de Hipona, que «la paciencia humana, cuando es recta, laudable y digna de este nombre, es aquella virtud por la que toleramos con igualdad de ánimo los males para no abandonar con iniquidad de ánimo los bienes, bienes por los que hemos de alcanzar otros superiores (2). Y si alguien ha dicho que en el orden del espíritu no se puede proceder jamás a dar a luz sin dolor (3), podemos deducir con el mismo Henri de Lubac que el único medio de ser feliz (4), es el de no ignorar el sufrimiento, de no huirle, sino, por el contrario, aceptar su transfiguración, porque «tristia vestra vertetur in gaudium». Pero ¿cuál es el equilibrio entre el sufrimiento, la superación y el com- (1) Lc 21, 19. (2) SAN AGUSTÍN, De patientia. Obras de San Agustin. BAO, 1954, t. XII, c. II, p. 437. (3) HENRI DE LUBAC, SJ, paradoxes, suivi de nouveaux paradoxes. Paris, 1959, p. 148. (4) LUBAc, D. c., p. 137.

DINAMICA DE LA PACIENCIA

  • Upload
    others

  • View
    20

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINAMICA DE LA PACIENCIA

l. ¿QUE ES LA PACIENCIA?

El evangelista Lucas nos ha dejado en sus páginas inspiradas una frase que esboza todo un itinerario caracterológico-espiritual: «con vuestra pa­ciencia poseeréis vuestras almas» (1). Ante este programa surge inmedia­tamente nuestra pregunta: ¿Qué es la paciencia? San Agustín supo dar a la paciencia del hombre una definición vibrante y segura. Afirma el obispo de Hipona, que «la paciencia humana, cuando es recta, laudable y digna de este nombre, es aquella virtud por la que toleramos con igualdad de ánimo los males para no abandonar con iniquidad de ánimo los bienes, bienes por los que hemos de alcanzar otros superiores (2). Y si alguien ha dicho que en el orden del espíritu no se puede proceder jamás a dar a luz sin dolor (3), podemos deducir con el mismo Henri de Lubac que el único medio de ser feliz (4), es el de no ignorar el sufrimiento, de no huirle, sino, por el contrario, aceptar su transfiguración, porque «tristia vestra vertetur in gaudium».

Pero ¿cuál es el equilibrio entre el sufrimiento, la superación y el com-

(1) Lc 21, 19. (2) SAN AGUSTÍN, De patientia. Obras de San Agustin. BAO, 1954, t. XII, c. II,

p. 437. (3) HENRI DE LUBAC, SJ, paradoxes, suivi de nouveaux paradoxes. Paris, 1959,

p. 148. (4) LUBAc, D. c., p. 137.

Page 2: DINAMICA DE LA PACIENCIA

520 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

bate en sus relaciones con la serenidad, la tranquilidad y la paciencia? Bernardo de Claraval y Jerónimo de Estridón pueden contestarnos. El primero pone en boca de Cristo estas palabras: «es necesario que te ama­nezca el dia de la paciencia, para que abraces todas las cosas ásperas y duras con una conciencia silenciosa ... » (5). Y San Jerónimo recuerda a Juliano, a propósito de las calamidades, como «todo esto, si lo mirás en ti, son cosas enormes; pero en un luchador fuertísimo, no pasan de juego y sombra de combate» (6). Por esto podemos concluir que la paciencia es fruto de una serena visión de la aspereza de la vida, padecida inteligen­temente por el luchador o atleta de las epístolas paulinas. De este modo el padecimiento es ya dinámico. La paciencia esencialmente es una virtud que transforma la acritud que el carácter humano pueda tener frente a los duros acontecimientos y las pequeñas contrariedades, dando al hombre una razón lo suficientemente equilibrada para superar la tristeza y nO' su­cumbir en ella (7). Así, casi siempre, paciencia y fortaleza formarán un binomio inseparable y el esfuerzo que hace el fuerte para soportar-sufrir, se hará en la paciencia. De este modo la megalopsiquÍa de la fortitudo, es decir, la paciencia de la fortaleza, será base principal de la moral del que la ejercita.

Pero ¿cuál es la dinámica de la paciencia en la existencia real-actual del hombre? Los hombres deben vivir en la paciencia porque ella llega a ser base de toda actividad existencial. San Pablo, analizando la contrarie­dad, afirma: « ... en todo mostrémonos como ministros de Dios, con mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias» (8) y en la «perseverancia de vuestra esperanza» (1 Tes 1, S). Y precisamente si la «espera», raíz de toda esperanza, pertenece a la constitución misma de la existencia humana (9), necesariamente podemos creer que la pacien­cia, matiz constitutivo de la espera, logra en el hombre aquel clima ne­cesario para estructurar progresivamente su edificio caracterológico de do­minio y serenidad. El salmista no oculta su admiración por el hombre, maestro de sí mismo, cuando canta: «mejor que el fuerte es el paciente; el que sabe dominarse vale más que el que conquista una ciudad» (10). Pero seguramente encontraremos el núcleo del dinamismo de la paciencia al analizar la misma actitud humana de existir como lucha para superar y asimilar las pruebas. El Libro de la Sabiduría dice concretamente «pro­bémosle con ultrajes y tormentos y veamos su resignación y probemos su paciencia» (11). La vida en sí misma es prueba. Pronto frente a los em­bates y frente al ritmo creciente de dificultades que acompañan el cami­nar de un adolescente hacia la madurez de su vivir, puede preguntarse el hombre si dará solución al siguiente dilema «o la vida es prueba o la vida es absurda» (12). Inicialmente el hombre se resiste al dolor; la técnica que

(5) SAN BElRNARDO, Obras completas. BAC, 1953, t. 1, p. 306. (6) SAN JERÓNIMO, Cartas. BAC, 1962, t. II, p. 405. (7) SANTO TOMÁS, II - II, q. 136, a. 1. (8) 2 Cor 6, 4. (9) PEDRO LAÍN ENTRALGO, La espera y la esperanza. Madrid, 1958, p. 591. (10) Sal 16, 32. (11) Sab 2, 19. (12) LAÍn, o. C., p. 593.

Page 3: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 521

ha brotado de su inteligencia puede encontrar, durante algún tiempo, fuer­zas ocultas que dominan al mal físico, pero llega un momento en el que «asimilar» aquel dolor y en la aceptación del mismo puede, el hombre me­dianamente inteligente, comprender que el sufrimiento no es absurdo, a pesar de su apariencia de antinatural. Lo mismo podemos decir de la con­trariedad, que lleva consigo la evasión, antes de ser aceptada en toda su amplitud.

Ya la visión bíblica de la existencia cotidiana se formuló en el Eclesiás­tico con esta sabia sentencia: «todo lo que te llegue acéptalo y en las vi­cisitudes de tu pobre condición, muéstrate paciente» (12 bis). Este con­cepto de aceptación de lo difícil como forma de vida, hace surgir espon­táneamente en el hombre la resignación y, sobre todo, la paciencia. Un filósofo de la existencia, Gabriel Marcel (13), ha mostrado cómo la pacien­cia, consiste en «dar tiempo» a lo real, es decir, en esperar en el fruto con la confianza profundamente enraizada en la realidad y siempre, en prin­cipio, esta realidad merece «crédito».

De este modo, al enfrentarse el hombre con la realidad intuye en ella algo nuevo, preludio siempre de cosas inesperadas, que le hacen templar su ánimo en una paciencia radical, dispuesto a tolerar y hasta a abrazar lo duro para llegar al final. A este hombre le califica el Libro de los Pro­verbios diciendo que «la doctrina de un varón se conoce por su paciencia y su valor reside en el olvido de la ofensa» (14).

a) Insensibilidad estoica como stlpemción del mal anímico-físico

Enunciando el sentido real de la paciencia como virtud humana y como realidad ética de la serenidad del individuo, que, según la visión bíblica, debe «esperar pacientemente» o «soportar pacientemente» (15) para llegar a su plenitud, sentimos en seguida la necesidad de comparar esta paciencia con la impasibilidad estoica.

La base de la moral práctica de los estoicos es la distinción entre las cosas que dependen de nosotros y aquellas que no dependen de nosotros. Toda la exposición estoica de Epicteto y de Marco Aurelio, por ejemplo, se fundamenta siempre en esta teoría esencial. Y cuando el hombre ha aprendido a hacer con seguridad esta discriminación, puede ya rechazar todas las causas de nuestros males (16).

De este modo, los acontecimientos diarios, desde los más crónicos a los

(12 bis) Eclo 2, 4. (13) LAÍN, o. C., p. 594. (14) Prov 19, 11. (15) A. GAUTHIER, OP, La fortaleza, en "Iniciación Teológica". Barcelona, 1959,

t. II, p. 727. (16) ArMÉ PUECH. Prefacio a Marco Aurelio. Pensées. Paris, 1925.

9

Page 4: DINAMICA DE LA PACIENCIA

522 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

más fugaces, al estar sometidos a una continuada legislación del Logos, no pueden ser considerados como bienes ni como males. Ahora bien, si el hombre llega a comprender que para adquirir el bien y alejar el mal, es inútil toda lucha contra este último elemento, sólo entonces habrá apar­tado todas las causas de sus males.

Un texto de Epicteto nos puede hacer comprender plenamente el sen­tido de la pasividad estoica. Dice así:

«si, pues, no tienes aversión sino por lo que es contrario a la naturaleza, en aquello que depende de ti, no caerás en nada de aquello por lo que sientes aversión. Pero si tienes aversión por la enfennedad, la muerte o la pobreza ser¡Ís desgraciado» (17).

Esta moral estoica sumerge a sus seguidores en un mar de calma por la aceptación callada de todo cuanto es natural, ya que nada es malO' en sí ni puede serlO'. Marco Aurelio añade: «cuanto ocurre es necesariO' y con­tribuye al interés general del universo, del que eres parte» (18), puesto que cuanto le ocurre al hombre se lo Ü'torga la naturaleza universal «y le es útil en el momento en que se lO' reporta» (19). Por esto lo que el hombre vulgar, según el estoico, llama «desgracia», no le podrá a él, sabio de la naturaleza universal, alterar su «pathos» de plena adecuación con el de­venir cósmico.

Así surge la «apatheia» proclamada en su dura logicidad y por tal ra­zón, obrando en consecuencia, Marco Aurelio agradecerá a Sexto «nO' haber presentado nunca ni la apariencia de cólera u otra pasión alguna, sino ser en todo absolutamente insensible».

Precisamente también le es a Séneca grato el afirmar que la última nota que caracteriza definitivamente al hDmbre es un tomar conciencia, mediante la razón, de su propia indigencia y fragilidad (20), pues el hom­bre al sentirse inmerso en su debilidad puede exclamar con Marco Aurelio: «si no hay un vicio que me sea personal, ni el efecto de un vicio que me sea igualmente personal, y si la comunidad no sufre de él, ¿por qué in­quietarme? ¿y qué podría dañar a la comunidad?» (21).

Nunca esta insensibilidad será lucha contra la adversidad para supe­rarla en la serena visión de la misma limitación de lo molesto. El mismo Marco Aurelio nos dirá que «en ocasión de cualquier dolor basta con de­cirse: no es vergonzoso, no lesiona a la inteligencia gobernadora», y tam­bién insiste afirmando: «quien teme los dolores, teme lo que debe ocu­rrirle en el mundo, y esto es impío» (22). Toda la impasibilidad estoica, con rigor, proclama una total insensibilidad a través del aniquilamiento personal.

Séneca, estoico del «tercer período», matiza más humanamente la im-

(17) EpICTETO, Ench. Ir, 1. Citado en Séneca y los estoicos, de JUAN C. GARCÍA-BORRÓN MORAL. Barcelona, 1956, p. 138.

(18) MARCO AURELIO, Ir, 3, 2. (19) MARCO AURELIO, X, 20-21. (20) JOSÉ ARTIGAS, Séneca: la filosofía como forjación del hombre. Madrid, 1952,

p. 14. (21) JUAN GARCÍA-BoRRóN MORAL, O. c., p. 139. (22) JUAN GARCÍA-BoRRÓN MORAL, O. c., p. 140.

Page 5: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 523

pasibilidad. Advierte que «el ánimo del sabio es semejante al estado del cielo (mundo sobrenatural) en eterna serenidad». En su obra De tranquilli­tate estudia concretamente el tema de la insensibilidad y así escribe: «lo que deseas es algo grande, altísimo, próximo a Dios, esto es, el no ser con­movido. A esta insensibilidad de ánimo llaman los griegos euthymia ... , yo la llamo tranquillitas» (23). No llega a la rigidez estoica de otros pe­ríodos y por esto puede proclamar que «ante las afecciones que la vida provoca, es lícito sentir no precisamente turbación, pero sí una muta­cióm> (24).

Para Séneca el dominio paciente sobre el engranaje, muchas veces desarticulado, de las pasiones humanas y de los acontecimientos que nos rodean, consiste esencialmente en un imponer, a través de una autocom­paración, la propia superioridad del individuo. El hombre «se impone» cuando supera al mundo de los bienes y de los males. Estos, si le llegaran a dominar, truncarían la personalidad de su dignidad natural, convirtién­dola en un juguete de los acontecimientos. Así, de un modo negativo, el hombre triunfará cuando no se deje vencer por el dolor, las desgracias, los disgustos y las tribulaciones. En este «no dejarse» está la raíz de la «apatía» (25).

Esta «apatía» condujo a Séneca a lograr, en un paralelo lleno de in­teresantes coordinadas con la paciencia cristiana, una profunda idea de lo que debía ser el dominio de sí mismo. El autodominio será para Séneca base necesaria para reencontrar la coherencia del ser, viviendo como si en cada instante estuviera condensada la existencia entera. Para obtener una verdadera uniformidad es necesario, según Séneca, el adherirse a aquella parte racional del alma que está exenta de todas las fructuaciones y que permanece inalterable (26). Todo esto llevará a los hombres a en­contrarse a sí mismos.

En su obra De tranquillitate animi recalca cómo la «apatía» es prin­cipalmente «señorío», «dominio», desligándose bastante del concepto es­toico de indiferencia-insensibilidad. Se logra en gran parte este dominio procurando, con frecuencia, el recogimiento dentro de sí, porque el con­tacto continuo con personas muy diversas turba el equilibrio interior, en .. ciende las pasiones y provoca nuestra enfermedad y debilidad (27). El recogimiento y una cierta indiferencia, no tan radical como los estoicos de la primera escuela, formarán al individuo para que viva según «la mejor proporción, que consiste en sentir el daño sufrido y dominarlo» (28), «no dejando de sentir el dolor, sino venciéndolo» (29), logrando entender cómo el sumo bien es el ánimo con el cual se mira con superioridad a lo fortuito,

(23) SÉNECA, De tranquillitate, II, 3. (24) SÉNECA, Epístola LVII, 6. (25) JUAN GARCÍA-BoRRÓN MORAL, O. C., p. 171. (26) LUIGI STEFANINI, Il problema morale nello stoicismo e nel cristianesimo.

Torino, 1933, p. 83. (27) SÉNECA, De tranquillitate animi. c. XVII, en la edición de Luigi Stefanini,

o. c., p. 108. (28) SÉNECA, Aa. Helv. XVI, 1. (29) SÉNECA, De Proviaentia. II, 1.

Page 6: DINAMICA DE LA PACIENCIA

524 LORENZO ALCLNA ROSELLÓ

contento. con su virtud o, lo que es lo mismo, «con una invicta fuerza de alma» (30).

Vemos cómo toda la «apatía» senequista está dirigida a la afirmación de la personalidad a través del dominio que constituye al hombre en sobe­rano de sí mismo y de su propia vida, pero esta personal conquista del «personal señorío» arranca de Séneca la. afirmación de la superioridad humana sobre el mismo Dios (31). El dominador de sí mismo será el «vir fortis», que ha alcanzado la sabiduría de sí mismo, obligado casi por su dignidad de varón, más que de ser humano,puesto que Séneca opondrá plenamente el «vir» a todo afeminamiento, pues «¿qué otra cosa hay tan baja y mujeril como dejarse consumir por el dolor? (32).

Se ha dicho que esta concepción de la vida hace de la ética de Séneca una ética de voluntad, de fuerza, de lucha y de victoria y naturalmente esta concepción está opuesta a toda ética de aceptación, de serenidad y de ecuanimidad, ya que nos dice el mismo Séneca: «somos golpeados, heridos de un modo inevitable, pero debemos mantenernos invictos» (33). Con todo, buscando la raíz última del «ascetismo» senequista, de su es­píritu de lucha y de su combatividad por el autodominio, nos encontramos con una concepción moral de la vida demasiado triste, casi agónica e irre­misiblemente polémica. Y el núcleo de esta visión de la vida tal vez se encuentre en las epístolas de Séneca. Por ejemplo, Séneca le escribe a Lucilio:

«Te daré una breve fónnula con la cual podrán medirte y advertir si has alcanzado la perfección: tendrás tu bien cuando entiendas que los más infelices son los felices» (34).

¿Por qué? Simplemente porque los disgustos, adversidades y fatigas proporcionan el campo en el que el «varón fuerte» se mide a sí mismo para obtener su propio conocimiento y «saber lo que puede», conociendo de este modo el verdadero drama de la. existencia humana. Así el sene­quismo intentará ser una respuesta al problema del hombre, aunque le fue imposible resolverlo. Su única solución cree haberla hallado en el esfuerzo para no desmayar en el camino sin dejarse abatir, a pesar de que nunca el «vir fortis» someterá al adversario. Lentamente, a través de su autodominio, el hombre, el sabio, llegará a la muerte, que será para él «la faz más clemente del destino», su consuelo y la compensación de todas sus anteriores crueldades (35).

La espiritualidad cristiana del Nuevo Testamento nos aporta una visión paralela, pero con una matización completamente distinta en la aceptación de la adversidad; San Pablo afirma que «los frutos del espíritu son : cari­dad, gozo, longaminidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templan­za» (36), frutos que se han adquirido en la alegre aceptación de la tribu-

(30) SÉNECA, De vito IV, 2. (31) JUAN GARcfA-BoRRÓN MORAL, o. C., p. 175. (32) SÉNECA, Ad Polo VI, 2. (33) SÉNECA, Nat. Quaest. 1I, 59, 3. (34) SÉNECA, Epist. CXXIV, 24. (35) VALENTÍ FIOL, Medea y Fedra. Introducción. Barcelona, 1950, p. 32. (36) Gál 5, 22.

Page 7: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 525

lación, como enseña el mismo apóstol. Y el autor de la Epístola a los He­breos añade: «porque tenéis necesidad de la paciencia, para que cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa» (37). Para Séneca esta promesa se transforma en la posesión de la «tranquillitas», que es simplemente la felicidad que podemos tener al conocernos a nosotros mismos. Y esta tran­quillitas es ya un modo de poseer el Sumo Bien, que es a la vez una «ar­monía» y una «concordia» (38). Esta armonía puede, a su vez, desplegarse en una inmensa gama de matices muy variada, desde el gozo a la insensi­bilidad, pasando por la serenidad, la paciencia, etc., aunque todo estabili­zado en <<una tranquila posesión de sí mismo ... , esperando el mañana sin inquietud» (39). Esta tranquilidad senequista está completamente unida a la razón, pues allí en donde ésta domina, pronto se establece el equilibrio entre las· diversas tendencias que dividen al hombre. De este modo cada acontecimiento se reduce a su justa medida, engendrándose en el individuo la tranquilidad, la paz y el rigor, el gozo y la seguridad (40).

Con todo, estos estados de ánimo no salen de un cuadro de indiferencia interior, de no-emoción y de no-temor, colocando la felicidad casi al nivel de una indiferencia muerta, aunque ésta sea presentada como verdadera tranquilidad, esencia de la sabiduría.

Una última cuestión podemos proponernos en torno a la «tranquillitas» senequista. ¿Acaso la paciencia senequista admite una felicidad en sí mis­ma o simplemente la adquisición del autodominio de un modo accidental otorga la felicidad?

Manifiestamente los textos senequistas parecen querer ignorar que se p1lleda honestamente buscar la felicidad. Séneca rechaza de la virtud toda suerte de «placeres» y la misma buena conciencia de haber obrado recta­mente. En De vita beata escribe «hasta la misma felicidad que nace de la virtud, aunque ella sea un bien, no pertenece al Bien Absoluto, mucho más que la alegría y la tranquilidad, por muy buenas que sean las causas que las producen, ya que no son bienes, sino que son la consecuencia y no la cuhninación del Soberano Bien» (41).

Como no se puede suprimir definitivamente la felicidad por el puro goce del propio dominio, ésta sale de nuevo a flote con la «tranquillitas», aunque tampoco ella en sí sea razón de felicidad, pues junto con el gozo y la serenidad se instala en el terreno de lo sensible (42).

Séneca sólo quiere ofrecer en su doctrina, como sustrato de la tranqui­lidad, las bases para la superación de la sensibilidad, por esto la beatitud senequista se opone a toda manifestación natural humana. Analizando la tranquilidad, que es en sí valor ético, al ser desligada de todo valor sen­sible la vemos purificada según las exigencias racionales de una vida recta, a pesar de que separe al hombre de todo temor de ultratumba o de toda esperanza de recompensa eterna.

(37) Heb 10, 36. (38) ANDRÉ DE BOVIS, La sagesse de Séneque. Paris, 1948, p. 96. (39) SÉNECA, Epístola a Lueilio. 12, 9. (40) BOVIS, o. e., p. 97. (41) SÉNECA, De vita beata. 15, 2. (42) BOVIS, o. e., p. 105-6.

Page 8: DINAMICA DE LA PACIENCIA

526 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

b) Realidad bíblica de la paciencia

Frente, o mejor, paralelamente, a la insensibilidad estoica, debemos intentar el análisis bíblico de la paciencia como realidad existencial de un pueblo que había sido forjado en una espiritualidad de éxodo y, por tanto, de privaciones y sufrimientos. De hecho la paciencia en el Antiguo Tes­tamento estaba incluida en la esperanza (4.'3). En medio de las tribulacio­nes y las pruebas el justo del Antiguo Testamento se refugiaba en Yahweh, se confiaba a El y esperaba, sin prisas, su socorro y al mismo tiempo lo soportaba todo con paciencia. Pero su esperanza preparada, animaba y fortificaba su paciencia, hasta tal punto que no se buscaba noción distinta entre esperanza y paciencia, siendo su paciencia su esperanza y su espe­ranza su paciencia.

También en el Nuevo Testamento la espera paciente se confunde con la misma esperanza. Por ejemplo, Santiago, hablando de la espera en la Parusía, llama bienaventurados a los que supieron esperar, recordando así: «sabéis la paciencia de Job y el fin que el Señor le otorgó, porque el Señor es compasivo y misericordioso» (44). También encontramos muchos ejem­plos en San Pablo; en su segunda epístola a los tesalonicenses les dice: «y nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las Iglesias de Dios, por vuestra paciencia y vuestra fe en todas vuestras persecuciones» (45).

Se soporta porque se espera y en la «espera paciente» del Antiguo Tes­tamento hemos de reconocer la virtud moral de la paciencia distinta en su matización y enfoque de la esperanza, aunque tengan una raíz común. En el Nuevo Testamento la paciencia aparece ya plenamente elevada al rango de virtud (46). El evangelio proclama su necesidad. La herencia del Antiguo Testamento resuena en cada una de las palabras del Nuevo Tes­tamento y por esto cuando hablamos de la paciencia cristiana lo hacemos recogiendo el eco profundo de lo que fue la paciencia para el pueblo de Israel.

El pueblo judío buscaba su felicidad definitiva en la Tierra Prometida. Todos sus sufrimientos físicos y morales los resumía, al sublimarlos en función de su búsqueda, con estas palabras: soportar, tener paciencia y esperar (47). Esto nos explica cómo Israel, a través de horas duras de opre­sión, se liga casi indisolublemente a la paciencia y la esperanza; de este modo la paciencia del justo era siempre prenda de promesa divina.

Por un lado el evangelio nos ofrece la parábola del sembrador como

(43) R. A. GAUTHIER, OP, Magnanimité. Paris, 1951, p. 199. (44) Sant 5, 11. (45) 2 Tes 1, 4. otros ejemplos: Tit 2, 2; 1 Tim 6, 11; 2 Tim 3, 10; 2, Tes 3, 5. (46) GAUTHIER, o. C., p. 200. (47) C. SPICQ, OP, YPOMONE, patientia: Revue des Sciences philosophiques et

théologiques 19 (1930) 100.

Page 9: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 527

realidad difícil de las muchas dificultades con las que tropieza la palabra de Dios para fructificar; finalmente, siguiendo la narración, unas semillas caen en buena tierra ... y aquellos que guardan la palabra de Dios, produ­cen frutos en la paciencia (48).

Por otro lado, Jesús, días antes de su pasión, advierte a, los discípulos: «entonces os entregarán a los tormentos y os matarán y seréis aborrecidos de todos los pueblos a causa de mi nombre» (49). La conclusión es radical: «mas, el que habrá sido paciente hasta el fin, será salvo» (50). Para el Nuevo Testamento la perseverancia es simplemente el soporte paciente de los males presentes en la espera, paciente también de los bienes futuros. Esen­cialmente la paciencia en el Nuevo Testamento es un combate de acepta­ción y asimilación (Heb 12) de las tribulaciones (Rom 5, 3; 12, 12), de las pruebas (Sant 1, 2, 3), de los sufrimientos (2 Cor 1, 6). Las cartas paulinas nos ofrecen sin cesar una lista completa de todo lo que es objeto de la paciencia: cárceles, fatigas, aflicciones, azotes, vigilias, ayunos, etc., y la suprema culminación de esta dura letanía será la cruz, perfección de toda paciencia.

El autor de la epístola a los Hebreos nos afirma cómo el sufrimiento es útil porque Dios nos instruye a través de él (51). También el Nuevo Testamento indica que es necesario soportar pacientemente la prueba para recibir el premio de la vida (52).

A diferencia de la impasibilidad estoica, en la que el «ejercitante» de la misma está constantemente introvertido hacia sí buscando sólo su auto­dominio, la paciencia cristiana tiene un enfoque de «extraversión imita­tiva», puesto que el cristiano sufre pacientemente con Cristo para reinar con El (2 Tim 2, 12). También todo es soportado en la esperanza de Je­sucristo (1, Tes 1, 3) con los ojos fijos en El, que después de habernos dado ejemplo de paciencia, nos ha precedido en el cielo (Heb 12, 2; 6, 20), y en el amor de Dios todo se soporta pacientemente (1 Cor 13, 7). El cristiano, dentro de este sentido neotestamentario de su perseverancia en el sufri­miento de lo difícil, no tiene en cuenta la amplitud de sus fuerzas, pues se sabe débil, y sabe igualmente que la medida de su paciencia la encuen­tra sólo en la amonestación que le dirige la epístola a los Hebreos: «tenien­do, pues, nosotros tal nube de testigos que nos envuelve, arrojemos todo el peso del pecado que nos asedia, y por la paciencia corramos al combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, Je­sús ... » (52 bis).

La doctrina de la paciencia del Antiguo Testamento y del Nuevo Tes­tamento se complementan en una armoniosa visión de la aceptación de la prueba. El Libro del Eclesiástico nos presenta en su segundo capitulo un verdadero himno a la paciencia, que es la síntesis de la paciencia es­peranzada de los dos testamentos. Dice así:

(48) Le 8, '15. (49) Mt 24, 9-11. (50) Mt 24, 13; Me 3, 9-17. (51) Heb 12, 7. (52) Heb 10, 36. (52 bis) Heb 12, 1-2.

Page 10: DINAMICA DE LA PACIENCIA

528 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

«Hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación. Ten recto corazón y soporta con paciencia y no te impacientes en el tiempo del infortunio.

Adhiérete a El y no te separes, para que tengas buen éxito en tus postrimerías. Recibe todo cuanto El mande sobre ti y ten buen ánimo en las vicisitudes de la prueba, pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a Dios, en el crisol de la tribulación.

Confíate a El y El te acogerá, endereza tus caminos y espera en El» (53).

El Nuevo Testamento acentúa más el sentido de esperanza paciente que el Antiguo Testamento. El pueblo judío se encontraba, a la venida de Cristo, en una actividad de paciente espera. San Lucas nos dice que «todo el pueblo estaba esperando» (54). Es un estado colectivo de ánimo. San Pablo, para indicar claramente cómo no se puede desligar la paciencia de la esperanza, también pide que se obre en la constancia probada que engendra esperanza: « ... nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedo­res de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, una virtud probada y la virtud probada la esperanza» (55).

Los mismos apóstoles insisten sin cesar, cuando escriben a las comu­nidades probadas para darles ánimo, y así crear un estado colectivo de esperanza en la paciencia de la prueba. Así: San Pedro: «pues, ¿qué mé­rito tendríais si, faltando y castigados por ello, lo soportáis? Pero si por haber hecho el bien padecéis y lo lleváis con paciencia, esto es lo grato a Dios» (56). Igualmente San Pablo escribe a los Colosenses diciendo: «co­rroborados en toda virtud por el poder de su gloria, para el ejercicio alegre de la paciencia y de la longaminidad en todas las cosas» (57).

En cambio, Santiago relaciona la paciencia con la fe: «tened, herma­nos míos, por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, conside­rando que la prueba de vuestra fe engendra paciencia» (58). Por esto no es extraño que las virtudes que forman la tríada, fe, caridad y paciencia, sean mencionadas conjuntamente en las epístolas paulinas, puesto que las tres son necesarias para el combate, aunque la paciencia crea una tal disposición de ánimo, que asegura el triunfo. Así se le es indicado a Ti­moteo: «pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre» (59).

El sentido bíblico de la paciencia presenta una complejidad de ma­tices que hacen de la paciencia más que una virtud, un verdadero estado de ánimo, una nueva estructuración de la vida del alma, que bien podría

(53) Eelo 2, 1-6. (54) Le 3, 15. (55) Rom 5, 4. (56) 1 Pe 2, 20. (57) Col 1, 11. (58) 1, 2-3. (59) 1 Tim 6, 11.

Page 11: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 529

definirse como <<una actitud de espera paciente y perseverante en medio de las pruebas» (60).

Podemos concluir las características de la paciencia bíblica recalcando cómo la paciencia está enraizada en la esperanza y en su actuación forma como un binomio: sustinere y aggredi, soportar y acometer el combate. La paciencia dentro de la energía de la esperanza será para San Pablo igual a un puro dinamismo, mientras que para San Juan será una espera confiada y serena. Pero es Santiago quien recapitula para el nuevo Israel, la Iglesia, la paciencia de la Antigua Alianza declarando: «bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman» (61).

n. LA PACIENCIA EN LA LITERATURA PATRISTICA

a) Padres Apostólicos

El Padre Spicq, OP ,afirma que en alto grado la primitiva Iglesia hizo de la paciencia una doctrina de vida que es toda una espiritualidad. Los primeros testimonios de esta «espiritualidad de la paciencia» los tenemos, naturalmente, en la literatura cristiana de los Padres postólicos. Antes de analizar algunos autores de la época patrística, conviene recordar a aque­llos que estuvieron en contacto con los Apóstoles.

El anónimo autor de la D'idajé, en su alegoría de los caminos, destina al camino de la muerte a aquellos que «están lejos de la mansedumbre y de la paciencia, poniéndoles a la misma altura de «los amadores de la va­nidad» (62).

San Clemente Romano en su 1 epístola a los Corintios nos muestra a San Pablo diciendo cómo «por la envidia y la rivalidad enseñó Pablo el galardón de la paciencia» (63) y añade que «después de haber adoctrinado a todo el mundo la justicia y de haber llegado hasta el límite de Occidente y dando testimonio ante los príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de paciencia» (64).

(60) SPICQ, O. e., p. 104. (61) Sant 1, 12. (62) DANIEIL RUlz BUENO, Padres Apostólicos. BAC, 1950. Doctrina de los Doce

Apóstoles. (Didaié), c. 5, n. 2. (63) CLEMENTE ROMANO, 1 Cor 5, 5. Padres Apostólicos. BAC. (64) CLEMENTE ROMANO, 1 Cor 5, 7. Padres Apostólicos. BAC.

Page 12: DINAMICA DE LA PACIENCIA

530 LORENZO ALCINA RO SELLÓ

En la misma epístola, hablando de las virtudes y de la ascética, coloca entre los principales estados del alma a la paciencia, cuando dice: <<nada, en efecto, dejamos sin tocar acerca de la fe y de la penitencia, del legítimo amor y de la continencia, de la templanza y la paciencia ... » (65). .

Por último, todo el capítulo 64 de esta misma epístola es un himno a la serenidad paciente. Siguiendo la exposición paulina de una tríada integrada por la paciencia, escribe que «el Dios que todo lo ve ... conceda a toda alma que invoca su magnífico y santo Nombre, fe, amor, paz, pa­ciencia ... »

La famosa carta de Bernabé, afirma que «auxiliares de nuestra fe son el temor y la paciencia ... » (66), pero las epístolas de los Padres Apost& licos más llenas de la «espiritualidad de la paciencia» son las de San Ig­nacio de AntioquÍa. Así escribe a Policarpo: «vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas ... » (67). A los esmirniotas les desea: « ... que la gracia sea con vosotros; la misericordia, la paz y la paciencia en todo momento» (68). Elogia a los tralianos dicién­doles: «me he enterado cómo tenéis una mente irreprochable e incom­movible en la paciencia ... » (69). Igualmente a los efesios perseguidos por la fe se les declara su «condiscípulo» (sic) y afirma: «yo soy, antes bien, el que debiera ser ungido como un atleta por vosotros con fe, amonestación, paciencia y longaminidad» (70).

Para terminar estos testimonios de la Iglesia Primitiva podemos re­cordar la doctrina del anciano obispo San Policarpo. Escribe a los fili­penses: «seamos, pues imitadores de su pasión (de Cristo) y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle. Porque ese fue el decha­do que El nos dejó en su propia persona yeso es lo que nosotros hemos creido (71). Más adelante insiste de nuevo: «os exhorto, pues, a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aque­lla, por cierto, que vÍsteis con vuestros propios ojos, no sólo en los bien­aventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros entre vosotros mismos y hasta en el mismo Pablo y los demás Apóstoles» (72). Por último, anuncia el envío de las cartas de Ignacio de AntioquÍa, recomendando que «de ellas podréis grandemente aprovecharos, pues están llenas de fe y paciencia y de toda edificación que conviene a Nuestro Señor» (73).

(65) CLEMENTE ROMANO, 1 Cor LXII, 2. Padres Apostólicos. BAC. (66) Carta de Bernabé, 2, 2. Padres Apostólicos. BAC. (67) IGNACIO DE ANTIOQUÍA. Ad PoI. 6, 2. Padres Apostólicos. BAC. (68) SAN IGNACIO, A los esmirniotas, 12, 2. Padres Apostólicos. BAC. (69) SAN IGNACIO, A los tralianos, 1, 1. Padres Apostólicos. BAC. (70) SAN IGNACIO, A los efesios, 3,' 1. Padres Apostólicos. BAC. (71) SAN IGNACIO, A los filipenses, 8, 2. Padres Apostólicos. BAC. (72) SAN POLICARPO, A los filipenses, 9, 1. Padres Apostólicos. BAC. (73) SAN POLICARPO, A los filipenses, 13, 2. Padres Apostólicos. BAC.

Page 13: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 531

b) Tertuliano, San Cípríano y San Agustín

Tres Padres de la Iglesia se han caracterizado por su atención pro­funda al problema de la paciencia. Los tres la plantean en su doble diná­mica de soportar y combatir, formando así un binomio lleno de variados matices.

Tertuliano encabeza la producción literaria sobre la paciencia. Se ex­cusa al principio de su obra de tener que tratar precisamente él este tema, diciendo: «así yo, miserable pecador, como siempre estoy ardiendo en la fiebre de la impaciencia, es fuerza que hable, que discurra y suspire por la salud de la paciencia que me falta» (74).

Para Tertuliano la paciencia tiene su origen y su modelo en el Creador, .que bondadosamente concede su luz igual a justos que a pecadores. Pero Cristo nos da un ejemplo aun mayor, pues en El la paciencia divina apa­rece públicamente entre los hombres y su actitud es, en principio, el no apagar la mecha que todavía brillaba (75), y sin despreciar a nadie, no abrió la boca durante su sacrificio (76). La impaciencia es la madre de todos los vicios, no siendo el mal otra cosa que la impaciencia del bien, mientras que la paciencia precede y sigue a la fe. Abraham, padre de los creyentes, es luminoso modelo. Finalmente, Cristo, Señor y Maestro de la paciencia, como graciosamente le llama Tertuliano, cuando El viene a este mundo une la paciencia y la gracia de la fe y promulga el precepto principal de la paciencia, resumiéndolo así (77): amad a vuestros ene~ migos, bendecid a los que os maldicen, pedid por vuestros perseguidores a fin de ser verdaderamente los hijos de vuestro Padre que está en los cielos (78).

En la vida ordinaria hay muchas ocasiones de ejercitarla; por ejemplo, en la pérdida de los bienes, en las provocaciones e insultos, en las cala­midades y en los mismos deslices propios.

La raíz de la impaciencia proviene generalmente del deseo de ven­ganza, mientras que la paciencia lo excluye plenamente (79). En premio a la superación de estas desviaciones, tendremos felicidad, puesto que la paciencia es fuente de felicidad. Al mismo tiempo la paciencia es madre de' toda paz, por esto no se nos es permitido el pasar un día sin pacien­cia (80). Finalmente, la paciencia fortalece el cuerpo y le capacita para sobrellevar con absoluta firmeza la continencia y el martirio. Los dos

(74) TERTULIANO, Liber De patientia. P. L. t. 1, c. 1, p. 1250. (75) Mt 12, 19-20. (76) 1s 53, 7. (77) TERTULIANO, P. L. t. 1, c. 6, p. 1260. (78) Mt 5, 44. (79) TERTULIANO, t. 1, c. 10, p. 1264-65. (80) L. BAYARD, Tertullien et Saint Cyprien. Paris, 1930, p. 70-71.

Page 14: DINAMICA DE LA PACIENCIA

532 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

Testamentos nos presentan numerosos ejemplos, como Isaías y Esteban, que testimonian el cico reflejo de la divinidad en el sufrir paciente. Ter­tuliano en el capítulo 15 (81), llega a afirmar que «allí donde está Dios, se encuentra también la hija que El alimenta y ésta es la paciencia. Cuando desciende el Espíritu del Señor, la paciencia le acompaña sin separarse de El». De este modo Dios mismo es el depositario fiel de la paciencia.

El capítulo 16, que es el último, compara la paciencia cristiana a la paciencia pagana, que, según Tertuliano, es perseverancia en el mal, ter­minando con la siguiente exhortación: «offeramus patientiam spiritus, pa­tientiam carnis, qui in resurrectionem carnis et spiritus credimus» (82). Este tratado de Tertuliano está escrito entre los años 200 y 203 Y la prin­cipal finalidad del autor fue el describir al cristiano ideal, modelado en la paciencia (83).

Cincuenta años más tarde un obispo, africano como Tertuliano, com­puso otro tratado sobre la paciencia intitulado De bono patientiae. Este tratado del obispo de Cartago se basa plenamente en el de Tertuliano y su composición revela una acusada dependencia ideolOgico-literaria (84). La introducción misma pone de relieve que se trata de un sermón. Con ironía indica que la instrucción catequética «no puede ser eficaz más que escuchando con paciencia» (85). Cipriano ensalza con énfasis la paciencia cristiana contra la indiferencia estoica. Para los cristianos es la paciencia un distintivo especial que poseen en común con Dios, siendo El, el mismo origen de esta virtud y los hombres pacientes son imitadores constantes de Dios Padre. La perseverancia en la paciencia, afirma Cipriano en la segunda parte de su obra, nos lleva a superar las pruebas, y en esta su­peración encuentra el hombre la verdad y la libertad, que tienen su base en la fe y la esperanza, ambas basadas en la paciencia. Y nosotros sólo podemos esperar por la paciencia (Rom 8); igualmente afirma Cipriano que no sólo es la paciencia la salvaguarda de nuestras virtudes, sino que ella rechaza también los ataques de los enemigos y la misma caridad sin la paciencia es planta sin raíces y perece miserablemente. Llama a la pa­ciencia con el título de «paciencia victoriosa», pues solo con ella e lhombre es capaz de superar las incomodidades de la carne, las enfermedades y los sufrimientos corporales. Sólo «in patientia» es posible moderar la ca­lera, refrenar la lengua, gobernar la inteligencia, mantener la paz, regular las costumbres, rebajar las pasiones, reprimir el orgullo, extinguir el odio, moderar la riqueza y aliviar la pobreza. Todavía continúa San Cipriano este himno a las ventajas de la paciencia añadiendo que es sólo ella quien conserva a las jóvenes en la virginidad, a las viudas en la castidad y hace perservar, a las personas casadas, en la indivisible caridad. Ella nos hace humildes en la prosperidad, fuertes en la adversidad. Enseña a soportar con dulzura las injurias y las afrentas, a perdonar las ofensas; a orar lar-

(81) TERTULIANO, P. L. t. r, c. 15, p. 1271-72. (82) TERTULIANO, P. L. t. r, c. 16, p. 1274. (83) JOHANNES QUASTEN, Pat1'Ologia. BAC, 1961, t. r, p. 579. (84) QUASTEN, o. c., t. I,' p. 635. (85) Edición Latino-francesa. ABBÉ THIBAUT, Histoire et oeuvres complétes de

Saint Cyprien. t. II. Tours, 1869, p. 355.

Page 15: DINAMICA DE LA PACIENCIA

(. ','

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 533

gamente cuando caemos en pecado y a resistir a la misma tentación, abra­zando las persecuciones ... Finalmente, ella sola da a la esperanza su su· I blime crecimiento, dirigiendo nuestros actos tras las huellas de Cristo,' perseverando en la dignidad de hijos de Dios por la imitación de la pa­ciencia de Dios Padre (86). !

La quinta y sexta parte del De bono patientiae~ las dedica Cipriano a exponer cómo debe adquirirse la paciencia en la continuada espera de la manifestación del Señor (Sab 3) y a la recompensa, fruto de esta espera, que se realizará en la actuación del Juez Supremo, que vengará a su Iglesia y a todos los justos perseguidos desde el origen del mundo.

Por último, un tercer padre africano plantea a los cristianos el problema· en un sermón pronunciado seguramente hacia el año 417 (87). La idea madre de este sermón-tratado está centrada en el hecho de la paciencia de los justos y de los verdaderos mártires, que para el autor es simplemente un don de la gracia (88).

La paciencia la presenta San Agustín como virtud objetiva, don de Dios, por tanto, ya en los buenos como en los malos, aunque tratándose de una virtud enraizada en el individuo, no se puede prescindir del aspecto sub­jetivo y formal de la misma. Por la misma naturaleza de la paciencia, hay que distinguirla en su aspecto de paciencia verdadera y recta y en su segundo aspecto de paciencia falsa o torcida, que también es paciencia. La verdadera paciencia está unida a la caridad y a la fe, como indica el mismo San Pablo, de lo contrario sería una paciencia estéril.

El De patientia del obispo de Hipona está dividido en 29 capítulos. En ellos, partiendo de la paciencia de Dios como base de comprensión de esta virtud, San Agustín analiza la rectitud de la paciencia y afirma que igualmente los impíos tienen paciencia (c. 3), es decir, recalca cómo la humanidad que vive de espaldas a Dios o por codicia, o por ambición o por vanos honores, es capaz de sufrir a fin de alcanzar pacientemente sus objetivos. Por esto distingue San Agustín los motivos de la paciencia que la convierten en verdadera o falsa. La paciencia recta se manifiesta en una tendencia esperanzada hacia la propia posesión para poder lograr la realidad evangélica de la posesión paciente de nuestras almas (89), con­siderando que «si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo espe­ramos» (90).

La paciencia es virtud de alma, pero igualmente lo es del cuerpo y «cuando nos obligan a sentir penas malas, aunque no a consentir en obras malas, se posee el alma por la paciencia» (91). La paciencia es el eje de la tolerancia, por lo que «es preciso tolerar con paciencia lo queno puede suprimirse por la violencia», dice en el capítulo 10. Examinando la pacien­cia en los males externos exalta a Job, el patriarca bíblico de la paciencia, y exhorta a los justos a sentir con la Escritura, «aceptando todo lo que te

(86) THIBAUT, Saint Cyprien, o. C., p. 381. (87) SAN AGUSTÍN, P. L. t. XL, col. 611-626. (88) E. PORTALIÉ, Saint Augustin. Dietionnaire de Théologie Catholique. t. I,

p. 2, p. 2, 304. (89) Le 21, 19. (90) Rom 8; 25. (91) SAN AGUSTíN, Obras, o. e., BAC, t. XII, c. 8, p. 443.

Page 16: DINAMICA DE LA PACIENCIA

534 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

sobrevenga, aguantando en el dolor y teniendo paciencia en la humil­dad» (92), recordando siempre que la paciencia es un don de Dios, ya que «a Dios vive sumisa mi alma, porque de El procede mi paciencia» (93). Termina, después de un estudio de las fuentes de la paciencia, de la gra­cia y de la misma paciencia en los cismáticos, concluyendo su tratado por medio de un exaltación del sublime premio de la paciencia y pidiendo «que seamos pacientes con liberal amor, no con servil temor» (94). Afirma también que la paciencia no perecerá en la eternidad, a pesar de que no habrá nada que tolerar, pues todos los trabajos de la paciencia no serán estériles, ya que «no pondrá término a la sempiterna felicidad quien otorga la paciencia temporal a la voluntad, porque ambos dones son entregados a la regalada caridad».

IIl. EL SENTIDO DE LA PACIENCIA EN LOS AUTORES ESPIRITUALES

A través de los siglos en los que la vida espiritual cristiana se ha ido manifestando en la daptación constante a todos los tiempos y necesidades, ya de la Iglesia, ya de las almas, siempre el sentido dinámico de la pa­ciencia como virtud ha sobresalido, sin olvidar nunca su profundo matiz, puesto definitivamente en relieve por el apóstol Santiago cuando del si­guiente modo exhorta: « ... la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Mas tenga obra perfecta la paciencia para que seáis perfectos y cumplidos, sin faltar a cosa alguna» (95). Este alumbramiento de la paciencia a través de la tentación se compenetra plenamente con la idea paulina, ya expuesta, de «correr al combate por la paciencia», por esto la paciencia como exi­gencia vital en el combate ha sido cantada siempre, y creo que el mejor modo de penetrar en esta sensibilidad de «10 paciente» a través de los siglos cristianos, es presentar una pequeña antología del pensamiento de algunos autores espirituales en el mismo ritmo de la existencia de la es­piritualidad cristiana, aunque en modo alguno logremos una vision globa~ puesto que el material es inmenso.

Dos monjes de Oriente pueden dar la pauta. Evagrio el póntico en su Tmtado de la oración nos dice en el capítulo 19: <<toda pena que tu acep­tarás con sabiduría, tú encontrarás su fruto en el tiempo de la oración» (96), es decir, que todo acto de paciencia en él identificada con la misma sabi­duría tendrá su feliz repercusión sobre la oración, suprema meta de los

(92) SAN AGUSTÍN, Obras, o. e., BAC, t. XII, e. 11-12, p. 447-49. (93) Sal 61, 6. (94) SAN AGUSTÍN, Obras. o. e., BAC, t. XII, e. 29, p. 471. (95) Sant 1, 3-4. (96) 1. HAUSHERR, SJ, Les legons d'un contemplatif. (Le traité de l'Oraison d'Eva­

gre le Pontique). Paris, 1960, p. 35.

Page 17: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 535

ideales de la vida de Evagrio. San Juan Clímaco, el célebre abad del Mo­nasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, exponiendO' cuáles son las grandes virtudes del monje, pone en tercer lugar, tras la obediencia y la humildad, a la paciencia, porque «la guerra de los demonios contra nos­otros nace de las tres causas siguientes: del placer, de la soberbia o de la envidia que nos llevan los mismos diablos, felicísimos estos últimos y des­graciadísimos los segundos... Pero existe un sentimiento O' más bien un hábito, que quien se ha revestidO' de él, no teme más a cualquier fatiga, ni rehusa a trabajo alguno, y éste se podría llamar paciencia. Las almas de los mártires estuvieron llenas de esta virtud, soportandO' sus tormentos con facilidad... (97).

San Juan CrisóstO'mO' afirma que el agraviado, armado de paciencia, estará «preparado para obrar filosóficamente, (y) pensará no haber sufridO' injuria alguna» (98) e igualmente «nO' sólo en los golpes, sinO' también en el desprendimientO' de los bienes, quiere el Señor que mostremos heroica paciencia» (99). San Benito, con la serena sensatez que caracteriza a su Regla, enseña que «el cuarto gradO' de humildad es que en esa misma obediencia, en cosas duras y contrarias y aun ante cualesquiera injurias, se abrace calladamente en su interior con la paciencia, y soportándolo todo no se canse ni desista, pues dice la Escritura: el que perseverare hasta el fin, se salvará» (100). Y San Gregorio Magno, el biógrafo de San Benito y discípulo de su Regla, preguntándose qué cosa es la paciencia, declara cómO' «la posesión del alma se atribuye a la virtud de la paciencia, porque la paciencia es raíz y guardiana de todas las virtudes... por la paciencia poseemos nuestras almas, porque ya hemos aprendido a vencernos, co­menzamos a ser dueños de lo que somos. Ahora bien, la paciencia con­siste en soportar ecuánimes el mal que nos causan los otros y no murmu­rar queja alguna contra quien nO's hace el mal» (101).

Aurelio Prudencio tiene una visión casi apocalíptica de la paciencia que bien podría encabezar por su estilo los tratados espirituales-alegóricos a los que tanto se dio la edad media. Así en su obra alegórica Psychoma­chía nos presenta a la paciencia como una dama atacada por los pecados capitales de los hombres: «He aquí que la Paciencia, modesta y grave en su semblante, permanecía tranquila en medio de todos los combates, de los tumultos y de las heridas y contemplaba con pacientes ojos las entrañas de los combatientes, abiertas por los dardos. Contra ella se lanza la Ira, hinchada, férvida y respirando fuegO' ... » (102). «Así, pues, permanece la Paciencia tranquila contra tO'da la nube de dardos del monstruo airado sobremanera ... »; «llega la Paciencia junto a ella (la Ira) y dice: hemos vencido al confiadO' vicio con el arte acostumbrado, sin exponer a peligro algunO' la sangre ni la vida. Mi naturaleza tiene esta fO'rma de combatir: agotar con la resistencia las furias, el pelotón de todos los males y los

(97) SAN JUAN CLIMACO, Scala Paradisi. Corona Patrum Salesiana. Torino, 1941, t. II, p. 160.

(98) SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras. BAG, 1955, t. 1, p. 370-71. (99) SAN JUAN GRISÓSTOMO, O. C., p. 376. (100) SAN BENITO, Regla. BAG, 1954, c. 7, n. 35, p. 381-82. (101) SAN GREGORIO MAGNO, Obras. BAG, 1958, p. 727. (102) AURELIO PRUDENCIO, Obras completas. BAG, 1950. Psychomachia, p. 315s.

Page 18: DINAMICA DE LA PACIENCIA

536 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

esfuerzos de la rabia. La sinrazón es el mayor enemigo de la misma, se mata ella sola con furor, y la Ira, encendida, se atraviesa con sus propios dardos». «Disuelve la Paciencia todos los ejércitos del campo de batalla, recorriéndol0' intacta en medio de una lluvia de saetas; a todos se une como compañera y presta su auxilio decidido la fuerte Paciencia. Ninguna otra virtud traba el combate incierto sin esta virtud, pues todas las demás son inválidas sin la cooperación de la Paciencia.»

La edad media también recordó la paciencia en sus intuiciones espiri­tuales. Así San Bernardo de Claraval asevera que aquel que «no conserva la pacien,eia, perderá la justicia, es decir, perderá la vida, o sea, perderá el alma» (103), aunque igualmente añade que «para la salvación es su­ficiente sobrellevar con paciencia las molestias del cuerpo, mas daremos hasta el culmen si las abrazamos libremente con el fervor del espíritu» (104). Del mismo modo indica que los pacientes necesitan una triple providencia, es decir: «en 10' que padeces en tí, debes aceptarlo voluntariamente; en lo que padeces del prójimo, debes sufrirlo pacientemente; y en lo que pa­deces de Dios, debes sostenerlo sin queja y con acción de gracias» (105).

San Francisco de Asís, entre sus avisos espirituales da el siguiente con­sejo: «no puede conocer el siervo de Dios los quilates de la paciencia y humildad cuando todo sale a medida de sus deseos. Pero cuando llega el tiempo en que los obligados a contestarle y satisfacerle le contrarían, la humildad y paciencia que entonces demuestra, ésa tiene y no más» (106). Y su compatriota, la dulce Santa Catalina de Siena, habla repetidas veces de la paciencia, poniendo en boca de Cristo su doctrina sobre esta virtud. Dice así: «el árbol de la caridad se nutre en la humildad, haciendo surgir de sí el retoño de la verdadera discreción. El meollo del árbol, es decir, del afecto de la caridad que hay en el alma, y de que el alma está unida á mí» (107). Y continúa: «esta paciencia es como una reina que habita en el alcázar de la virtud de la fortaleza. Vence, sin ser jamás vencida, sino acompañada de la perseverancia. Es el meollo de la caridad y la que da a entender si este vestido de la caridad es o no vestido nupcial. Si está desgarrado por alguna imperfección, se manifiesta inmediatamente por la falta de paciencia (108).

El beato Humberto de Romains, Maestro General de la Orden de Pre­dicadores, examinó en el siglo 13 en una «carta encíclica» a la Orden lo que era la virtud de la paciencia. Exhorta a sus frailes indicando cómo «jamás nadie podrá alcanzarnos si nosotros no hemos comenzado a librar interiormente un combate contra nosotros mismos «por medio de la pa­ciencia, pues el hombre paciente sabe sacar miel de la misma hiel, cam­biar el mal en bien, saborear la amargura como si fuera leche y dar a las penas el gusto de las alegrías eternas. A lo largo de esta carta resume cuáles son las bases para una verdadera práctica de la paciencia: «jamás

(103) SAN BERNARDO, Obras completas. BAC. t. 1, p. 673-74. (104) SAN BERNARDO, o. e., t. 1, p. 1018. (105) SAN BERNARDO, o. e., t. 1, p. 691. (106) SAN FRANCISCO DE ASÍS, Obras. BAC, 1949. Avisos espirituales. e. 13, p. 44. (107) SANTA CATALINA DE SIENA, Obras. El diálogo. BAC, 1955, p. 199. (108) CATALINA DE SIENA, o. e., p. 364-65.

Page 19: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 537

dar mal por mal; no resistir a los malos; soportar las adversidades; paci­ficar al que nos insulta; amar a nuestros enemigos; hacer bien al que nos hace mal; aceptar alegremente las injurias; estar de antemano preparado para sufrir; dar gracias a Dios en medio de la tribulación y desear, por amor de Dios, las pruebas ... » (109).

San Buenaventura, Ministro General de los Frailes Menores, enseña las virtudes que «son necesarias para conseguir el reino:' paciencia estable, confianza levantada y perseverancia animosa. Y nacen unas de otras, como se dice en el capítulo 5 de la epístola a los Romanos:. «sabedores de que la tribulación produce la paciencia, la paciencia la virtud probada, la vir­tud probada la esperanza y la esperanza no quedará confundida... Prime­ramente, pues, para conseguir el reino es necesaria la paciencia estable, porque escrito está en el capítulo 14 de los Hechos de los Apóstoles: por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el Reino de los Cielos. Esto lo dijo San Pablo, y nótese que la palabra «oporteb> suena no a congruen­cia, sino a necesidad» (110).

Ya en el siglo 16, Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, escribe: «mucho es hacer obras buenas, pero más es sufrir las malas ... (y) no hay otra señal más grande de amor como es padecer por el amado, porque la paciencia obra perfecta tiene» (lB). En 1515 en Barcelona se imprimió por primera vez un curioso tratado alegórico de la vida interior. Su autor, Fray Miguel de Comalada, OSH, dedicó por completo tres ca­pítulos de su obra, el Spill de la vida religiosa, a presentar alegóricamente el camino del alma hacia la unión con Dios concretizado en el «Camí-de Paciencia», camino ordinario hacia la contemplación: desierto sin árboles, sin belleza y sin agua, a través del cual el alma viajará ciegamente, aunque iluminada por la esperanza. Comalada recalca, mediante frases y diálogos de encendida elevación, cómo la comunión de lo temporal con lo eterno se realiza en la paciencia y cómo sólo en la paciencia se puede iniciar la ascensión mística (112). La espiritualidad española del siglo 16 es rica en alusiones a la paciencia. Entre sus maestros podemos recordar a Fray Luis de León, OSA, que ensalza el sentido del sufrimiento paciente «porque no está el buen sufrir en no sentir, antes lo firme y lo fino de la paciencia es cuando el dolor abrasa y el agravio y desafuero se ponen ante los ojos del que padece, y cuando la carne verdaderamente afligida, desatándole el dolor la lengua, estar la razón con Dios, firme y constante» (113). Y el mismo Fray Luis de León, hablando de Santa Teresa de Jesús, engrandece su figura a través de la visión de su espíritu de paciencia, ya que Dios «ejercitóla asimismo en paciencia, que según fue recia la cura y los acci­dentes que de ella quedaron ... , fue cosa señalada lo que padeció y la igua­lidad de ánimo con que ]0 padecía; que como los que bien edifican, a la proporción del edificio que han de levantar, ahondan siempre y hacen

(109) HUMBERT DE ROMAINS, OP, La vertu de la patience: La Vie Spirituelle t. 10 (1924) 455-62.

(110) SAN BUENAVENTURA, Obras. BAO, 1947, t. III, p. 701. (111) SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA, OSA, Obras. BAO, 1952, p. 530. (112) LORENZO ALOINA, El Spill de la vida religiosa de Miguel de Comalada, OSH:

Studia Monastica, t. III (1961) 379-80. (113) FRAY LUIS DE LEÓN, OSA, Obras completas castellanas. BAC, 1951, p. 844-45.

10

Page 20: DINAMICA DE LA PACIENCIA

538 LORENZO ALCINA RO SELLÓ

fuerte el cimiento. Así Dios, porque levantaba en esta santa alma un so­berano edificio, los cimientos que son de paciencia y humildad, quiso que fuesen grandísimos» (114). Por esto la santa de Avila podía cantar en versos famosos las excelencias de esta virtud (115).

San Ignacio de Loyola pedía «hacer más cuenta de la paciencia que del gusto de la devoción» (116). Y hasta la misma búsqueda de lo verdadero lo apoya en esta virtud, cuando él afirma que «con mucha paciencia da­remos razones para declarar la verdad» (117). Otro gran espiritual español, Fray Luis de Granada, OP, estructura tres grados en la paciencia: 1.0, llevar los trabajos con paciencia, siendo el modelo Job; 2.°, desearlos por amor de Cristo, imitando a los mártires, y 3.°, alegrándose en ello por la misma causa, siguiendo a los apóstoles, que se gloriaban en las tribulaciones (Rom 5, 3) (118).

Fray Alonso de Madrid, OFM, con su prosa rica, en la que siempre expone principios del gobierno de sí mismo con claridad meridiana, escri­be: «Creed que, pues Dios determinó que la paciencia fuese la poseedora, faltando ella queda el ánima como en punto de perdición: porque de parte de Dios no se le dará otro poseedor (de las almas), si éste deja perder, ni ella por sí misma le puede haber que sea bueno, y así queda muy en pe­ligro de ser presa de quien quiera; y el león bramante nunca duerme, siem­pre cerca y muchos traga, pero no a los poseedores y guardadores de la paciencia» (119). Otro gran escritor franciscano del siglo 16, Fray Bernar­dino de Laredo, enseñaba que «si el ánima se aveza a estribar sobre aques­tos dos estribos de paciencia y humildad, mil veces podrá, como caballero diestro, lanzar a su enemigo la lanza, esto es, lanzar de sí su inclinación natural, que es de responder por sÍ...» (120).

Un ilustre representante de la escuela francesa de espiritualidad del si­glo 17, Jean Jacques Olier, fundador de la Compañía de San Sulpicio, de­fine que «la paciencia es una virtud que nos hace llevar en paz las penas y los sufrimientos y que. nos da el gozo en las tribulaciones que place a Dios enviarnos», y la raíz cristiana de la paciencia está en mirar a Dios, con los ojos de la fe, como al Autor de todos los sufrimientos y de todas las persecuciones que nos llegan. Para Olier tres son también los grados de la paciencia: 1.0, sufrir en paz, con resignación y con sumisión a las órdenes de Dios, las penas que nos llegan, estando marcado este primer grado por estas palabras: bienaventurados son aquellos que sufren perse­cución por la justicia ... ; 2.°, desear ardientemente el sufrir, siguiendo a Santa Teresa de Jesús, que dice: o sufrir o morir; 3.°, sufrir con placer y gozo, para ser dignos de Cristo, tras las huellas de los apóstoles y de los mártires.

(114) FRAY LUIS DE LEÓN, o. e., p. 1333. (115) SANTA TERESA DE JESÚS, Obras completas. BAC, 1962. Poesía 30, p. 492. (116) SAN IGNACIO DE LOYOLA, Obras completas. BAC, 1952, p. 878. (117) SAN IGNACIO DE LOYOLA, O. e., p. 576 (5). (118) FRAY LUIS DE GRANADA, OP, Obras completas. De las virtudes cardinales.

BAG, 1952. Libro JI, e. 66, p. 603. (119) FRAY ALONSO DE MADRID, OFM, Arte para servir a Dios, en Místicos fran­

ciscanos españoles. BAG, 1948, t. I, p. 150. (120) FRAY BERNARDINO DE LAREDO, OFM, Subida al Monte Sión, en Místicos

franciscanos españoles. BAG, 1948, t. JI, p. 107.

Page 21: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 539

Por esto «la paciencia es una marca por la cual se conoce que el alma está íntimamente unida a Dios y que ella está establecida en la perfec­ción» (121).

San Francisco de Sales, que ha sido llamado el Doctor de la paciencia, recuerda cómo «no es contando con la fuerza de mi espíritu ni con nin­guna ciencia, sino con la paciencia, como yo he descendido a la are­na» (122). Así sintetiza los efectos de la paciencia: «el efecto de la pa­ciencia es el más perfecto, la posesión del alma se hace más excelente, y la paciencia es tanto más perfecta cuando menos mezclada está de in­quietud e interés» (123). Igualmente, entre los efectos de la paciencia, San José de Calasanz afirma que «con gran paciencia se puede esperar gran recolección, más aún, con la paciencia se puede obtener todo. Sin pacien­cia, el educador no puede hacer nada, siendo ésta la manifestación práctica de la caridad ... (y) la paciencia crea aquella atmósfera espiritual sin la que sería difícil toda actividad educativa» (124).

El siglo 17 italiano nos ofrece la presencia de un gran autor espiritual, el cardenal Giovanni Bona, O. Cist, que en una de sus más interesantes obras, el Corso di Vita Spirituale, estudia la paciencia, que, forma para él, un trinomio con la longaminidad y la ecuanimidad. Cree que «la pa­ciencia es la virtud con la cual soportamos con ánimo tranquilo los males de esta vida evitando el turbarse o entristecerse por su causa, no come­tiendo externamente algunas acciones menos honestas o decorosas ... La longaminidad es una parte de la paciencia y fortifica el ánimo contra la molestia que se siente ante la dilación de las cosas esperadas... También la ecuanimidad no es una virtud distinta de la paciencia, aunque en ella se pone especial interés en el tolerar aquellas molestias que derivan de la pérdida de los bienes externos ... La materia próxima, en torno a la cual actúa la paciencia, es la aflicción del alma y la tristeza por los males ... Por esto las principales acciones son: soportar todos los males ... con im­perturbabilidad, voluntariamente, con gozo y acción de gracias, y sin nin­guna murmuración y lamento ... Siendo los indicios de la paciencia: el so­portar sin turbarse la imperfección de los demás ... , no huir de la compañía de aquellos que infligen los males, sino buscarles, amarles y pedir por ellos; en cualquier enfermedad rogar a Dios para que acreciente los do­lores ... » (125).

Por último, podemos recoger el testimonio de un hombre activísimo y virtuoso que vivió dentro del marco de la paciencia: San Juan Bosco. El escribió para sus maestros: «trabájese con celo, sí, échese mano de cual­quier ocasión para prodigar el bien, pero siempre con modales apacibles, suaves, pacientes ... , pues el vocablo paciente se deriva de pati, que sig­nifica padecer, sufrir» (126).

(121) JEAN JACQUES OLIER, lntrocluction a la vie et aux vertus· chrétiennes. Pa-ris, 1661, c. 9, p. 237-251.

(122) SAN FRANCISCO DE SALES, Obras selectas. BAC, 1954, t. II, p. 863. (123) SAN FRANCISCO DEl SALES, O. c., p. 636. (124) SAN JosÉ DE CALASANZ, Obras. BAC, 1956, p. 90. (125) GIOVANNI BONA, O. CIST., Corso di vita spirituale. Roma, 1951, p. 359-61. (126) SAN JUAN Bosco, Obras. BAG, 1955, p. 495-96.

Page 22: DINAMICA DE LA PACIENCIA

I1

"

540 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

IV. PACIENCIA Y CARACTER

A cualquier persona le será imposible utilizar plenamente sus capaci­dades, si no cuenta en su estructura caracterológica con la posibilidad real de una paciencia reguladora de su actividad. En todo individuo hay sin cesar un continuo cambio; una gama de ideas, impulsos, pensamientos, de­seos y hábitos hacen de este individuo un objeto capaz de toda clase de desequilibrios. Por esto la paciencia en el hombre puede ser fácilmente auto control, serenidad en la ordenación de sus inclinaciones y hasta una forma de conducta que le llevará a sufrir «ordenadamente» sus mismas limitaciones, originadas por el dinamismo nervioso de su propia persona­lidad.

El auto control es necesario si se quiere asegurar la estabilidad y la adap­tación de un individuo (127), pero cuando este autocontrol se convierte en un abrazar, muchas veces dolorosamente, toda la propia actividad, con una conciencia segura de las dificultades, cansancios y disgustos propios de todo activismo humano, entonces el hombre adquiere el dominio pací­fico de sí mismo y a este carácter, fruto de este dominio, se le llamará «paciente».

Muchas veces la desintegración de la personalidad proviene de la falsa disposición de abrazar el sufrimiento, faltando completamente el renuncia­miento, y sin tener en cuenta las circunstancias que nos toca vivir en cada momento determinado. Por esta razón, la paciencia adquiere, para el in­dividuo, una serena visión de sus ~ctuaciones, dándoles uniformidad. El pedagogo norteamericano Hughes dice que <da paciencia es una gran con­servadora del ordeID>, y afirma igualmente que la renuncia al dominio propio es el camino más seguro para también perder el dominio sobre los demás.

El vencimiento propio forja el carácter, dando progresivamente al ado­lescente que avanza hacia la madurez una seguridad en sí mismo. Esta seguridad implica la necesidad de que uno de los primeros pasos que de­berá dar será el lograr creerse capaz de resistir, pues para conseguir un sentimiento de seguridad se precisa primeramente cierto respeto tranquilo de su propio poder (128), que siempre será la misma capacidad de acep­tación de lo que limita al hombre.

Por esto, para la formación del carácter de los adolescentes, nada será más pernicioso que un maestro irascible. Faltará plenamente el sereno equi-

(127) ROBERTO ZAVALLONI, OFM, Educación y personalidad. Madrid, 1958, p. 83. (128) JEAN PIERREl SCHALLER, Dirección espiritual y medicina moderna. Sala­

manca, 1960, p. 204.

Page 23: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 541

libriO' del verdaderO' orden, y él mismO' será la verdadera imagen de aquella incO'ntrO'lada irregularidad que habría de cO'mbatir en sus enseñanzas (129). El educadO'r debe fO'rmar a sus discípulO's en el autO'dO'miniO'. Ya desde lO's primerO's añO's escO'lares el carácter cO'mienza a ser mO'ldeado y las cO'nse­cuencias de este perÍO'dO' influyen plenamente en el futurO'. También hay que tener presente que la fO'rmación de un carácter paciente, lO' que equi­vale a decir sereno y mesuradO', está prO'fundamente influida pO'r el reflejO' de lO's padres, que, al igual que IO's educadO'res, sO'n mO'delO' para el adO'les­cente y el niñO' en fO'rmación, puesto que la paciencia es virtud O'bjetiva, imitativa y que mO'ldea en gran parte a través del reflejO' externO'.

CO'n urgente necesidad, en el cO'mienzO' de su fO'rmación, el adO'lescente debe asimilar el valO'r del silenciO' en el sO'pO'rtar pacientemente las cO'ntra­riedades. Esta tranquilidad ejercitada irá dando al carácter un mínimO' aplO'mO' físicO', una mínima firmeza moral, que es imprescindible para el equilibrio elemental de la personalidad (130). Una de las bases de esta firmeza moral, frutO' de la serenidad, es seguramente la realización de la siguiente regla caracterO'lógica: «conócete a ti mismo y acéptate a ti mismo, pO'rque no puede haber eficiencia para ti fuera de lO's caminos y los lími­tes que te han sido asignados». En otros términos, aclara agudamente el mismO' Emmanuel Mounier, «no intentes saltar pO'r sobre de tu som~ bra» (131). Esta es ciertamente la regla áurea de la fO'rmación del propio carácter, enmarcado en el saber cO'nocerse, sufrirse, sentirse y, si es nece­sariO', llO'rarse, porque pacientemente se espera en la superación, porque ciertamente el sereno conO'cimientO' de sí mismo se convierte invariable­mente en una sensatez actuante y una opción sobre el propio destinO'. Este destinO' o trayectoria de vida, una vez cO'nocido, necesita de unas bases para «guiar a buen puerto a esta mezcla de descubrimientO' y edificación de sí mismO'», como bien indica también Emmanuel Mounier, evitando la no aceptación de sí mismo, que sería simplemente la huida ante la realidad O' un pretextO' para abstenerse de obrar, a causa del sentimientO' amargO' de nuestras limitaciO'nes que nos exigen el saberlas sufrir.

De este modo la crisis de la adolescencia oscila entre la afirmación exasperada de sí mismo y una exacerbada impaciencia ante las restriccio­nes y barreras (132). Inmediatamente esta impaciencia puede llevar al individuo a una verdadera evasión enraizada en el miedO' a obrar, precisa­mente porque se ha soñado en unas inmensidades ilimitadas y nunca se ha intentado aceptar pacientemente las prO'pias limitaciO'nes, que fO'rjarán una serena grandeza de la personalidad.

La perfección ética ha de hacerse en el tiempo y con el tiempO' y nues­tros proyectos se forjan también en el tiempO', siendO' la perfección cuali­tativamente diferente a lO' largo de lO's añO's, constituyendo la «experiencia de la vida» una experiencia de tiempo vivido (133). Por esto, el miedo a obrar en una cO'ntinuidad, puede destruir tO'dO' esbozo personal de perfec-

(129) FRmnRICH WILHELM FOERSTER, Scuola e carattere. Brescia, 1961, p. 335. (130) EMMANUEL MOUNIER, Tratado del carácter. Buenos Aires, 1955, p. 742-743. (131) EMMANUEL MOUNIER, O. c., p. 774. (132) EMMANUEL MOUNIER, o. C., p. 777. (133) JoSÉ LUIS ARANGUREN, Etica. Madrid, 1959, p. 196.

Page 24: DINAMICA DE LA PACIENCIA

542 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

ción ética y nunca podrán ser aceptados unos deseos, en la formación de la propia línea moral, que no lleven a una activa construcción de esta per­fección. Para lograr esta meta, San Francisco de Sales escribía: «saber que la virtud de la paciencia es la que nos asegura mayor perfección,

. y que si es menester emplearla con los demás, también es preciso valerse de ella para consigo mismo ... Debemos sufrir nuestra propia imperfección para lograr la perfección» (134). Dentro de este panorama de autoconstruc­ción, suenan a esperanza las jugosas palabras de Teilhard de Chardin: <da mejor manera de hacer triunfar una actitud es el vivirla lo más fielmente posible» (135). Así, esta renovación continuada de una perfección, que siempre busca nuevas alturas, se transformará en la misma diaria fidelidad, que culminará en la perfección del hombre maduro. Esta fidelidad nos ma­nifiesta un auténtico sentido de lo posible y de cómo «la paciencia es todo», según dice Aranguren (136); y también que la perfección del viejo, lento acontecimiento tras la madurez, es bendición universal y decir un gran sí de arrepentimiento, aceptación y fidelidad a cuanto se ha sido, pues la ancianidad «lograda» lleva consigo posesión segura de los talentos fruc­tificados en su más amplia perspectiva.

De este modo la modelación del carácter adquiere la grandeza de un sacrificio que en su progresivo ofrecimiento nos revela todos los grados del deseo y de la actividad humana (137), que han sido asimilados en una tarea moral en los «días contados» de una existencia finita, tanto más va­liosa cuanto más aprovechada.

Por último, cabe destacar cómo el carácter se aprehende, cómo es des­cubierto por el individuo en la repetición de los actos en los cuales el hombre puede percatarse paulatinamente de la tremenda seriedad de su existencia y «elegirse» (138), siendo esta elección una verdadera aceptación en la que el hombre se proyecta y propone a sí mismo, disponiendo de un tiempo limitado para «hacerse» en y para sí mismo, y por esto el individuo queda plenamente situado en un tiempo que no es ni reversible ni unifor­me, sino esencialmente cualitativo y en su velocidad, pacientemente, ocurre la cuasi creación del carácter de cada hombre concreto. Así, sin dejar de mantener firmemente al carácter en su orientación fundamental por la afir­mación del valor del sufrimiento, se llegará igualmente a comprender y aceptar el carácter de los otros, puesto que es el mejor camino para que­brantar el propio egocentrismo y establecer los fundamentos duraderos de la vida social (189), logrando en esta proyección la auténtica realización dinámica del binomio «paciencia-carácter», creando, al mismo tiempo, un clima de serenidad en el que las cualidades y posibilidades de los demás, inmersas antes en la bruma de la impaciencia, brillarán ahora, haciendo eficaz la colaboración común.

(134) SAN FRANCISCO DE SALES, Carta a Mlle. de Suffour en 22-VII-1 603, en E. LE COUTURIER, Lettres de direction et Spiritualité de Saint Frangoís de Sales. Lyon, 1952, p. 108.

(135) HENRI DEl LUBAC, SJ, La pensée religieuse du Pere Teilhard de Chardin. Paris, 1962, p. 328.

(136) ARANGUREN, o. C., p. 197. (137) M. C. D'ARCY, SJ, La double nature de l'amour. Paris, 1947, p. 254. (138) ARANGUREN, o. C., p. 191. (139) EMMANUEL MOUNIER, O. C., p. 784.

Page 25: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 543

V. PACIENCIA Y VIDA INTERIOR

Toda vida se caracteriza necesariamente por una exigencia de expan­sión y, al mismo tiempo, por una capacidad interna de crecimiento. La paciencia determina en el hombre una disposición casi natural, a modo de hábito, en su renovación. Para adquirir esta renovación, conviene quitar todos los obstáculos que se oponen a la manifestación de una verdadera paciencia y mobilizar todas las fuerzas en vistas a esta manifestación. Un sencillo acto de paciencia produce una mayor facilidad y prontitud para llegar a poseer el futuro clima en el que el individuo serenamente podrá encuadrar o ambientar su vida interior. Por esta razón, en el orden de la paciencia, se efectúa el movimiento espiritual hacia la perfección. Pero esta progresión de la paciencia está enraizada en la vida de la esperanza, puesto que ésta aporta la necesaria confianza para sufrirse a sí mismo y esta actitud la determinó ya Job diciendo: «tú tendrás confianza en la esperanza» (140).

Del mismo modo la confianza está profundamente matizada por su as­pecto personalista, pues se tiene confianza «en alguiem>; así la confianza será una seguridad que, traspuesta al orden teologal, conecta directamente al hombre con Dios, su Protector (141). y es en este clima de paciencia­esperanza-confianza en el que podemos buscar· un real desarrollo de la vida interior, pues en razón de la unidad de la vida espiritual, el creci­miento de la paciencia repercute lógicamente sobre el conjunto del com­portamiento del hombre, y la transformación espiritual toma el aspecto de una irradiación de la dinámica de la paciencia y de la esperanza sobre toda la actividad humana.

Bajo la influencia de la paciencia, el cre~imiento de la vida interior refuerza, por un lado, más y más en los individuos el conocimiento propio, y el sufrimiento de la propia limitación profundamente gustada engendra, por otro lado, la pobreza espiritual suficiente para producir una disposi­ción moral de humildad que, aun pareciendo una paradoja, da a luz a la fortaleza y al gozo propios del alma que conoce, por la paciencia, el choque en su vida interior de la pequeñez humana y de la grandeza del dinamismo del espíritu.

La paciencia en su papel equilibrador de la vida interior busca, antes que otra cosa, la perfección y el desarrollo total de la personalidad y de la grandeza Íntima de los individuos, pero también busca, a título secun-

(140) Job 11, 18. (141) Ch. A. BERNARD, SJ, Théologie de l'espérance, selon Saint Thomas d'Aquin.

Paris, 1961, p. 121.

Page 26: DINAMICA DE LA PACIENCIA

544 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

dario, la grandeza exterior que puede hacer de muchos hombres ayuda para muchísimos otros y decididos dirigentes de movimientos que nunca, hombres carentes de equilibrio, podrían encabezar. Por esta razón la pa­ciencia es una virtud de acción que lanza a la misma vida interior del in­dividuo a ser proyectada en una dimensión social, puesto que el autosu­frimiento transformado en dominio de sí inicia una etapa de confianza y serenidad, de firmeza contra toda tentación de desesperanza, y la propia esperanza se torna más racional y vigorosa. Así esta esperanza racional y este entusiasmo no ciego, dispuesto a la acción, al sufrimiento, a la bús,­queda, al esfuerzo y a la conquista, es ciertamente una verdadera pasión motriz que recibirá el nombre de paciencia, que en su auténtico dinamismo es también virtud de agresividad, preparada al ataque pacífico, a la con­quista por el sufrimiento, como hemos insistido, de valores superiores y de nuevos climas para el espíritu, ya individualmente ya colectivamente.

Finalmente, como la esperanza, la paciencia no se contenta con iniciar la acción positiva del «sustinere» que engendra dinamismo para ampliar el mismo radio de actuación, sino que ella fortalece a la misma actividad, llevándola a su término. Pero la paciencia no sólo inicia, sino que igual­mente completa; por esto lo es todo a la vez, virtud de grandes iniciativas y virtud de felices culminaciones; en una palabra, ella es en toda su am­plitud la virtud de la acción.

Concretando este ancho margen del crecimiento espiritual basado en la paciencia estudiaremos algunas facetas o matices de la vida interior co­nectada con la paciencia misma.

a) Paciencia y fortaleza

Los filósofos paganos juzgaron severamente la fortaleza de los mártires cristianos, porque no reconocían en ella la fuerza de los sabios. La forta­leza de estos últimos se basaba en una convicción razonada, la fuerza del mártir en una fe irrazonada, nos dice Epicteto. Las características esen­ciales de la fortaleza del sabio son la «gravedad» sin tristeza, sin gozo, y una fría impasibilidad, ya que el sabio no espera en otro ni en una nueva vida. En cambio, el mártir tiene una fuerza «teatrab>, pues se prepara para un nuevo escenario en otra vida. Esto es lo que piensa Marco Aurelio (142). Por estas razones, frente a una fortaleza fría, impasible y sola en su se­guridad, la fortaleza del cristiano contiene un germen de auténtica bra­vura que hace de los débiles fuertes, de los huidizos serenos testigos y que en la era de las persecuciones forjarían con su fortaleza las características de la espiritualidad cristiana para un futuro en el que los fieles iniciasen un verdadero cultivo de la vida interior. El eslabón entre la fortaleza de los mártires y la fortaleza de las nuevas generaciones, libres de persecu-

(142) R. A. GAUTHIER, OP, O. c., p. 209.

Page 27: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACmNCIA 545

Clon, será la paciencia que un Pontífice descubre a sus fieles en pública homilía. San Gregorio Magno animó con estas palabras a sus cristianos: «nosotros también podemos, sin hierro, ser mártires, si verdaderamente custodiamos en nuestra alma la paciencia» (143). Ahora bien, ¿qué clase de nueva fortaleza proporciona la paciencia? Esta ya había sidO' esbozada en la mitad del siglo segundo por un pacífico laico cristiano, cabeza de familia también, que escribió la conocida obra «El Pastor», llamado de Hermas. Varios patrólogos modernos colocan la obra entre los apocalipsis apócrifos y se puede afirmar que es labor de uno de los últimos «profetas». Su fin es eminentemente práctico: llamar a la penitencia y fortificar los corazones decaidos por las persecuciones y carcomidos del espíritu mun­danal, tan bajo en aquel preludio de la agonía del imperio romano.

Pues bien, en su libro de los preceptos dedica el quinto a la iracundia y a la paciencia, dando con su doctrina pauta segura para el ejercicio de la paciencia practicada en la vida ordinaria de los cristianos.

Entre sus bien cortadas frases, dice así: «la paciencia, en cambio, es grande y fuerte y tiene gran poder, firme y vigoroso, y estriba en una am­plia base. Ella es alegre, gozosa, despreocupada y glorifica al Señor en todo instante; no contiene en sí amargura, siendo siempre suave y quieta. Esta paciencia, pues, vive con los que tienen una fe perfecta». «Apártate tú de la ira, que es un espíritu pésimo, y revístete de la paciencia» (144). La elevación mística de estos preceptos, que le manda escribir al autor el Angel de la Penitencia, manifiestan la profunda idea que tenía el mismo autor acerca de aquellos que saben sufrir en la serenidad: «Sé paciente, me dijo, y comprensivo; entonces dominarás todas las obras malas y cum­plirás toda justicia. Porque si eres paciente, el Espíritu Santo que habita en ti, permanecerá puro y no será entenebrecido por otro espíritu malvado, sino que viviendo en espaciosa morada se llenará de gozo y se regocijará con el vaso que habita, y servirá a Dios con gran alegría, teniendo en sí toda abundancia... El Señor mora en la paciencia; por el contrario, en la ira el diablo ... Ahora ves cuánto más dulce que la miel es la paciencia y provechosa al Señor que habita en ella ... PerO' la ira es amarga y estéril. y si la ira se mezcla con la paciencia, la paciencia se mancha y la oración de ella es inútil delante de Dios» (145).

Aunque sean largas estas citas, creO' que nos pueden presentar muy bien el auténtico clima en el que se desarrolla la fortaleza, que es, a su vez, engendrada por la paciencia, siendo ambas como una llamada para «lanzarse» a actuar con audacia perfectamente cristiana y dinámica, por otro lado absolutamente necesaria, prosiguiendo siempre con paciencia y constancia la obra emprendida (146). Proseguir «en el tiempo» la dimen­¡;ión de esta audacia, ¿no es acaso el propio martirio de la paciencia, como nos ha recordado San Gregorio Magno? La fortaleza no es otra cosa que la firmeza del alma en el cumplimientO' del deber, practicado hasta en los

(143) SAN GREGORIO MAGNO, Homilia 35. P. L. t. 76, p. 1263. (144) SIGFRIDO HUBER, Los Padres Apostólicos. Buenos Aires, 1949. El Pastor de

Hermas. p. 417. (145) SIGFRIDO HUBER, O. C., p. 416. (146) GUSTAVE THILS, Santidad cristiana. Salamanca, 1962, p. 311-312.

Page 28: DINAMICA DE LA PACIENCIA

. 1

546 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

momentos más difíciles, dando al hombre intrepidez frente a todo peligro. De este modo la fortaleza que surge de la paciencia se manifiesta esencial­mente por el propio dominio que lanza al individuo a la dureza del com­bate diario (147). Esta diaria renovación del testimonio de la fidelidad, de la confianza, de la serenidad y del sufrimiento, hacen de la fortaleza el mejor exponente de la virtud bíblica de la paciencia, que lo soporta todo porque sabe que por medio del sufrimiento Dios nos instruye (Heb 12, 7) y en la paciencia nos lleva a obtener la felicidad que nos ha prometido, cumpliendo su voluntad (Heb 10, 36), sirviéndose de lo más valioso que posee el hombre, pues «el paciente es rico de inteligencia, mas el iracundo manifiesta su necesidad, como dice el Libro de los Proverbios» (148). Por último, conviene recordar como para Santo Tomás la paciencia es una parte de la fortaleza a la que está unida como una virtud secundaria a otra principal, en cuanto que a la paciencia le compete el soportar cual­quier clase de males, hasta lograr una verdadera indiferencia ante los mis­mos males causados por los demás hombres. Así la paciencia, verdadera potencialidad de la fortaleza, prepara a ésta para superar aquellas difi­cultades que bordean la misma muerte. Por esto el hombre paciente, seglÍn Santo Tomás, es digno de alabanza, porque sabe saborear la tristeza sin que esto sea factor de desorden en su personalidad (149) .

b) Paciencia y esperanza

El objeto de la esperanza debe ser grande y difícil y Santo Tomás lo califica así: «arduum et difficile» (150). Pero lo grande y lo difícil bien pueden hacer nacer en nosotros la esperanza, aunque también pueden pro­vocar la desesperanza. Hacen nacer la esperanza si se nos presentan como posibles a alcanzar, pero hacen surgir la desesperanza cuando adquieren la proporcion de lo imposible. Con todo, el auténtico objeto de la espe­ranza es lo posible, a pesar de la grandeza de 1a dificultad, que se refleja así por ser un bien no poseido. Por esto la esperanza es la pasión de lo grande y de lo difícil.

La comprension de lo difícil y de lo arduo se realiza en el hombre a través de la búsqueda de su propio bien, y como normalmente el hombre no desea solamente con un deseo natural su bien, pronto busca su per­fección, que necesariamente está ligada a «lo arduo». Pero lo arduo no es algo que supera nuestras fuerzas, ni tampoco un ejercicio fácil, sino que reclamándonos un esfuerzo excepcional, nos eleva al plano de la espe-

(147) V. OBLET, Force, en Dictionnaire de Théologie Catholique, t. VI, p. 1, p. 537. (148) Prov 14, 29. (149) THOMAS PEGUES, OP, Commentaire !rangais littéral de la Somme Théolo­

gique de Saint Thomas d'Aquin. Toulouse, 1919, t. XIII, q. 136, a. IV, p. 182. (150) GAUTHIER, o. C., p. 321.

Page 29: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 547

ranza, convirtiendo ya nuestra actuación en una poseSlOn adelantada de este futuro que en una paciente espera va siendo poseido.

La naturaleza de este binomio «paciencia-espera», consiste precisamen­te en la pasión de lo grande y lo difícil, porque la desesperanza y el re­troceso que podrían conducir a enfrentarse con lo arduo a espíritus des­provistos de capacidad de sufrimiento o carencia de serenidad, quedan superados por un dinamismo audaz que impele hacia el futuro por el ca­mino de la esperanza. Por esto, el principal movimiento que alimenta un auténtico apetito de superación a través del dolor y de las dificultades, es la esperanza que supone siempre el amor y el deseo, a causa de las con­diciones mismas de su objeto, que llevarán lentamente a la culminación de un gozo sentido, pues vencida la dificultad en un auténtico «pati», la dulzura de la propia posesión nos hace penetrar en un mundo nuevo.

Entre las múltiples irradiaciones de la esperanza en la actividad del paciente, tal vez la más renovadora es el entusiasmo. El sufrimiento acep­tado en su variada gama de matices lleva a la asimilación de todos los obstáculos, que se ven transformados en energía nueva, animando el ins­tinto de sereno combate, iniciándose una verdadera dilatación de horizon­tes, pues el alma aspira mejor a la grandeza del bien que su autodominio le muestra. Esta «erectio animi» (151) es el trabajo propio de la esperanza como guía de la paciencia, ya que suscita la audacia, buscando la solución global más allá de las dificultades y dolores, dando el gusto por la novedad misma que implica la ascética del momento, gusto que es gozo, grandeza, seguro entusiasmo, que modela los corazones en su auténtica vibración humana.

Todo nos lleva a comprender cómo la grandeza del hombre y el des­arrollo total de la personalidad humana en su voluntad, inteligencia, alma y cuerpo, se manifiestan claramente en la misma evolución de su poten­cialidad del deseo de perfección, íntimamente ligado a la expectación diaria y continuada de la superación de la propia limitación, en un ritmo pare­cido al que abiertamente enseña el Antiguo Testamento (152).

Ya que verdaderamente siempre «el hombre paciente espera su tiem­po, pero al fin triunfa» (153).

c) Paciencia: consolación y paz

La impaciencia puede ser originada por la ausencia de una justa no­ción de las inmensas dificultades de la vida espiritual y también de la misma vida intelectual, como consecuencia de una separación radical del mundo (154), que nos enseña con su dureza a valorar nuestra limitación,

(151) GAUTHIER, O. C., p. 333. (152) Eclo 22, 19-20; 34, 9-10. (153) Eclo 1, 2-9. (154) FRÉDERIC-WILLIAM FABER, CO, Progres de l'dme dans la vie spirituelle.

Paris, 1856, p. 136-37.

Page 30: DINAMICA DE LA PACIENCIA

548 LORENZO ALOINA ROSELLÓ

evitando el caer en un infantil angelismo. Junto a la impaciencia nace en seguida la aflicción, fruto de la desproporción que se descubre entre la grandeza de la empresa espiritual y la poquedad de las propias fuerzas y sólo en la paciencia perseverante se obtiene el consuelo verdadero, una vez que la limitación haya sido aceptada con todo su dolor.

La más antigua ascética cristiana, recogida en las Sentencias de los Pa­dres del Desierto prescribe al monje afligido la quietud, la paciencia, la repeticion de aquellos mismos actos que éste había aborrecido por encon­trarlos aparentemente sin sentido. Casiano enseña que «muchos caminos conducen a Dios, (y) que cada uno prosiga, pues, hasta el fin por aquel que ha empezado una vez, y siga irrevocablemente la dirección primera. Sea cual fuere la profesión que haya elegido, tendrá en ella la oportunidad de hacerse perfecto» (155). En esta perseverante paciencia se logra la di­mensión espiritual, en la que cualquier hombre o mujer superará toda po­sible impaciencia, y en este rebasamiento serán igualmente engendradas la consolación y la paz. Las rutinarias y aburridas actuaciones cotidianas son transfiguradas por el consuelo, moviendo a cualquier vulgar existencia hacia nuevas metas de amplia proyección. De esta forma, por la paciente aceptación de las propias limitaciones, por la simple permanencia en lo comenzado, se alcanza el anhelado consuelo de la paz. Del horno de fuego de la impaciencia y de la aflicción nace el cántico de alabanza de todas las criaturas que serenamente descubren al Transcendente. El consuelo abre el camino de la vida futura y la aflicción cierra el retorno a la pa­sada: «por eso Dios condujo al pueblo de Israel cuarenta años a través del desierto, dijo un anciano monje, para que, acordándose de las tribula­ciones del camino, no quisiera volver atrás» (156), pues el dolor asimilado impele siempre adelante.

Inmediatamente la consolación y la paz conducen al hombre a encon­trar, casi siempre dificultosamente, el equilibrio de su persona en una cons­tante búsqueda de la unidad por una Íntima colaboración del pensamiento con sus acciones. De lo contrario, el hombre, dividido en sí mismo, lo está también en relación a los demás hombres y por la ausencia de esta unidad personal siente, muchas veces, la necesidad de afirmarse contra los otros hombres, de separar lo que debe permanecer unido (157), aniquilando toda realidad de consolación y paz.

Como conclusión de la línea que la dinámica de la paciencia traza en aquellos que se identifican con ella, podemos insistir en el aspecto norma­tivo de la misma vida, que es logrado por la consolación y la paz, frutos maduros de la paciencia.

Esencialmente la dulce tranquilidad producida por la paciencia, ya en el mismo organismo físico, ya en el espíritu, a pesar de las dolorosas sacudidas de la lucha, actúa a modo de un impulso enérgico, destinado a provocar y facilitar un acto continuado, que naturalmente se transformara en hábito. Lentamente este hábito se polarizará en una triple dimensión:

(155) CASIANO, Collatio 14, 6. P. L. t. XLIX, p. 960. (156) MAURO MA'l."l'HEI, OSB, Aflicción y consuelo en los Padres del Desierto:

Studia monastica t. 5 (1963) 24-25. (157) ROGER SCHUTZ, L'unité, espérance de me. Taizé, 1962, p. 22.

Page 31: DINAMICA DE LA PACIENCIA

DINÁMICA DE LA PACIENCIA 549

suavitas, delectatio y dilectio, que deberá ser gustada positivamente para ser verdaderamente consolado su gustador y a su vez transformarse en con­solador (158).

El hombre paciente transformado en consolador, manifiesta en sí mis­mo el gozo pacífico que dilata su personalidad y, como acertadamente dice Bergson, esto ocurre «anunciando siempre que la vida ha logrado ganar la plaza fuerte, alcanzando una victoria» (159). Por esto el gozo pacífico de la consolación ayuda a mortificar la carne, vencer las pasiones, a llevar elegantemente las dificultades de la vida, renunciando muchas veces a la propia voluntad, para sentirse más impelidos a las necesidades de la co­munidad y de la sociedad. Y en esta línea todas las mezquindades, las en­vidias, los celos, los odios y todas las miserias humanas, aparecerán en toda su ridiculez, dejando florecer el gozo a través de la misma sonrisa de toda debilidad superada, puesto que el mismo gozo pacífico necesita, para ma­nifestarse en su autenticidad, de la prueba del sufrimiento paciente, en el que encuentra su fuente más profunda, como lo proclama la liturgia del Viernes Santo, al afirmar sin titubeo, que «por la cruz ha nacido el gozo para todo el universo» (160).

De este modo la dinámica de la paciencia, canalizada por la enérgica fidelidad, nos situará en todo momento en el punto exacto donde converge, providencialmente, sobre nosotros el innumerable haz de fuerzas interiores y exteriores del mundo; es decir, en el único punto en que puede realizarse en un determinado instante, para nosotros, el MedioDivino (161).

r.1:,., ~,:·-~tf~~~~ l' i" 1~"'·l,-ol~. ' "I,~ 1" "!¡'),f~j ¡ji' 1

1!THlt1i",¡' [1, r;:Ji! :!]l~r[li],

BIBLIOGRAFIA

AGUSTIN, SAN, Enchiridion de fide, spe Bt caritate. P. L. XL, col. 231-290. ARANGUREN, JosÉ LUIS, Etica. Madrid, 1959. BERAN, E., Stoiciens et sceptiques. Paris, 1927. BOISSIER, Y., Le christianisme de Séneque: Revue des deus mondes. 1871. BONGlANNI, Motim della speranza: Gíomali di metafisica. t. 3 (1948) n. 1. BOULANGE, Y., La place de r.espérance dans la me chrétíenne. Lille, 1956. CAl, Speranza e esperienza: Vita cristiana (1955) 99-116. CLÉMENT D' ALEXANDRIE, Exhorfation ti la Patience. Ed. Stiihlin. t. IlI. DEWAILLY, L. M.; G. GOURBILLON, ETC., Force chrétienne: Col. Cahiers de la Vie Spi­

rítuelle. Paris, Cerf, 1943. FESTUGIERE, A. Y., YPOMONE dans la Tradition grecque: Recherches de Science Re­

ligieuse, t. 21 (1930) 477-486. FESTUGlERE, A. Y., La Sainteté. París, 1942. GAUTHlER, R. A., Magnanimíté: l'idéal de la grandeur dans la philosophie pa'ienne et

dans la théologie chrétienne. París, 1951.

(158) LOUIS POULLIER, SJ, Consolation spirituelle. Dictionnaire de Spiritualité t. II, p. 1623.

(159) HENRI BERGSON, L'energie spirituelle. Paris, 192912, p. 24. (160) MAx THURIAN, L'homme moderne et la vie spirituelle. Paris, 1961, p. 47-48. (161) PIERRE TEILHARD DE CHARDIN, El Medio Divino. Madrid, 1962, p. 159.

Page 32: DINAMICA DE LA PACIENCIA

550 LORENZO ALCINA ROSELLÓ

GRENTRUP, Hoffen und Vertrauen. Würzburg, 1948. KNocHE, ULRICH, Magnitudo animi. Untersuchungen zur Entstehung und Entwicklung

eines rornischen Wertgedankens. Philologus, Supplement Band. XXVII, Heft 3, Leip­zig, 1935.

LAGRANGE, M. J., La religion des sto'iciens avant Jésus-Christ: Revue Thomiste (1928) 62s.

LAÍN ENTRALGO, PEDRO, La espera y la esperanza. Madrid, 1958. LETTER, DE, Hape and Charity: The Thomist (1950) 204-248; 316-352. MARCEL, GABRIEL, Homo viatar. Paris, 1944. MARCO AURELIO ANTONINO, Ricordi dell'#nperatore Marco Aurelío Antonino. Note di

Luigi Ornato. Firenze, 1867. MOLLARD, Le probléme de l'unité de l'espérance: Revue Thomiste t. 17 (1935) 196-210. NOBLE, Confiance. Art. Dictionnaire de Spiritualité. Col. 1405-1410. NORMANDIN, R., La place de l'espérance dans la vie chrétíenne. MARC AURELE, Pensées. Traduction Trannay. Coll. Budé. RODIER, La cohérence de la moral sto'icíenne. Etudes de philosophie grecque. Paris, 1926. SENECA, LUCIUS ANNEUS, Opera Omnia. Ed. E. Ern. Ruhkopf. Augustae Taurinorum,

6. v. 1828-1833. SÉNEQUE, De constantia sapientis. Cornmentaires par Pierre Grimal. Paris, 1953. SÉNECA, Dialogorum libri IX-X. De tranqllillítate anímí. De brevitate vitae. Recensión

de L. CastigUioni. Madrid, 1949. SPICQ, c., Bénigníté, mansuétude, dOllceur, clémence: Revue Biblique t. 54 (1947)

321-339. TILLY, LE, L'Inquiétude humaine et l'espérance dívine: La Vie SpirituelIe t. 30 (1932)

23-35. , VILLER, M., Martyl'e et perfection: Revue d' Ascétique et de Mystique t. 6 (1925) 3-25. VILLER, M., Le martyre et l'ascese: Revue d'Ascétique et de Mystique t. 6 (1925)

105-142. VILLER, M., Le Martyre, Bibliotheque catholique des sciences religieuses. Paris, 1930.

LORENZO ALCINA ROSSELLÓ