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DIOSAS JOSEPH CAMPBELL ATALANTA

Diosas. Joseph Campbell

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DIOSAS

JOSEPH CAMPBELL

A T A L A N T A

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I MAG INAT IO V ERA

ATALANTA

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JOSEPH CAMPBELL

DIOSAS

TRADUCCIÓN

CRISTINA SERNA

MISTERIOS DE LO DIVINO FEMENINO

ATA L A N TA2015

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En cubierta: Ishtar como diosa de la fertilidad (ca. 2000 a.C.)En guardas: fases de la luna, Creative Commons

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo ex cepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Repro gráficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento

de esta obra.

Todos los derechos reservados.

Título original: Goddesses. Mysteries of the Feminine Divine© 2013, Joseph Campbell Foundation (jcf.org)

© De la traducción: Cristina Serna© EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-943770-4-4Depósito legal: Gi.-1298-2015

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Í N D I C E

Prefacio de Safron Rossi13

IntroducciónA propósito de la Gran Diosa

17La Diosa en la Edad de Piedra antigua

19Magia femenina y masculina: conflicto y acuerdo

21La Diosa de los primeros agricultores

22La degradación de la Diosa

30Su Regreso

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Capítulo IEl mito y lo divino femenino

41La Diosa en las culturas del Paleolítico

41La Diosa como naturaleza

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Capítulo IIDiosa-Madre creadora

67Neolítico y Edad de Bronce antigua

67De la piedra al cobre: Anatolia y Europa antigua

67Del cobre al bronce: Creta

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Capítulo IIILa influencia indoeuropea

111Espadas y Lenguajes

113Túmulos y satis

119Micenas122

Capítulo IVDiosas sumerias y egipcias

131El Campo abstracto: el nacimiento

de la civilización131

La influencia semítica: Sargón y Hammurabi148

Egipto153

El mito de Isis y Osiris160

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Capítulo VDiosas y dioses del panteón griego

169El número de las diosas

169Ártemis180Apolo190

Dioniso201Zeus204Aresx210Atenea213

Capítulo VILa Ilíada y la Odisea

221Regreso a la Diosa

221El Juicio de Paris

222La Ilíada234

La Odisea245

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Capítulo VIIMisterios de transformación

271La Diosa del pasado y del futuro

271Cultos mistéricos

284El rapto de Perséfone

296Dioniso y lo divino femenino

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Capítulo VIIIAmor: lo femenino en el romance europeo

331La Virgen María

347La corte del amor

349El Renacimiento de la Diosa

367El despegar

384

ApéndicePrólogo al libro El lenguaje de la Diosa,

de Marija Gimbutas387

Notas391

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Estudios sobre la Diosa403

Bibliografía de Joseph Campbell407

Créditos de las imágenes412

Índice onomástico y conceptual414

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Prefacio

Das Ewig-Weibliche

Zieht uns hinan.

[El eterno femenino

Nos impulsa hacia lo alto.]

Goethe, Fausto

Estas palabras del Fausto de Goethe son el hilo de orodel volumen que el lector tiene en sus manos. Entre 1972y 1986 Campbell pronunció más de veinte conferencias eimpartió numerosos talleres acerca de las diosas. En ellosexploraba las figuras, funciones, símbolos y temas de lodivino femenino, siguiéndolos a través de sus transforma-ciones como Teseo guiado por el hilo de Ariadna en el la-berinto del tiempo y la cultura. Este volumen traza elflorecimiento de una Gran Diosa en las muchas diosas dela imaginación mítica, y aborda lo divino femenino a par-tir de los estudios de Marija Gimbutas acerca de la ViejaEuropa neolítica, la mitología sumeria y egipcia, el poemaépico de Homero la Odisea, el culto griego mistérico deEleusis y las leyendas artúricas de la Edad Media, hastallegar al neoplatonismo del Renacimiento.

Al enfrentarme con todo este material me encontré conun gran desafío: el profundo compromiso de Campbellcon ciertos motivos y temas, que en algunos casos apare-cen con mayor detalle en otras de sus obras. Uno de sus

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temas favoritos es la transformación y resistencia de lospoderes simbólicos arquetípicos de lo divino femenino, apesar de los dos mil años de tradiciones religiosas patriar-cales y monoteístas que han intentado excluirlos. Tuve lasuerte de tener acceso a las conferencias en las que pro-porciona de manera sumamente clara la estructura narra-tiva mediante la cual exploró los entresijos de la GranDiosa. Estas conferencias indagan en temas simbólicos,mitológicos y arquetípicos de lo divino femenino en símismo. Para Campbell, los principales temas relacionadoscon la Diosa son: la iniciación en los misterios de la inma-nencia experimentada a través del tiempo y el espacio, ylo eterno; la transformación de vida y muerte; y la cons -ciencia energética que informa y anima toda forma de vida.

Las conferencias sobre la Diosa que integran este vo-lumen surgen del trabajo de Campbell en su HistoricalAtlas of World Mythology. Una obra de varios volúmenes(que comenzó a publicarse en 1974) en la que se tejen losdiversos hilos étnicos y culturales del mito y la tradiciónsagrada, configurando un tapiz que muestra la influenciade las raíces universales y arquetípicas de la psique en ma-nifestaciones culturales concretas. En el transcurso de suinvestigación, Campbell encontró la brillante y pioneraobra de Marija Gimbutas acerca de la Gran Diosa delmundo neolítico de la Vieja Europa (7500-3500 a.C.).Gimbutas hizo que Campbell se reafirmase aún más en suprimera intuición: la Gran Diosa constituía la figura di-vina esencial en la primera concepción mitológica delmundo, y los poderes descritos por Gimbutas se hallabanen el origen de los que él mismo había observado en mi-tologías y tradiciones posteriores. Las diosas del Paleolí-tico proporcionaron un eje fundamental al HistoricalAtlas. Campbell contextualiza la obra en el ámbito del de -

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sarrollo y la manifestación de la imaginación mítica. Deeste modo, entreteje las profundas intuiciones y el ambi-cioso trabajo de Gimbutas sobre la Gran Diosa con las raí -ces más antiguas de la mitología y la cultura, para ofreceruna historia más amplia y aún por terminar de la evolu-ción de la imaginación humana.

La exploración y el estudio de la mitología de la Diosahan progresado significativamente desde que Campbellpronunció estas conferencias hace más de tres décadas. Es-pero que este volumen contribuya a matizar la percepciónde que Campbell tan sólo tenía interés en los héroes y noera sensible a las diosas ni a sus mitologías, ni a las cues-tiones y preocupaciones de las mujeres que intentan en-tenderse a sí mismas mediante estas historias. El diálogocaracterístico de mediados del siglo pasado del que surgeeste volumen representa un esfuerzo por comprendercómo nos vemos y entendemos a nosotros mismos de ma-nera individual y colectiva. Las conferencias muestran lasensibilidad de Campbell hacia la naturaleza única de laforma femenina en la mitología, así como lo que esto po-dría significar para las mujeres. Es más, Campbell enten-dió y respetó la importancia vital del espíritu femenino ysu potencial para transmitir el significado de las experien-cias femeninas de manera mítica y creativa. Supo verlocomo un don y un desafío para nuestra era y respetó elpapel de las mujeres a la hora de vislumbrar y dar forma aese viaje.

En el momento de estructurar este trabajo elegí seguirel orden histórico, tal y como se hace en sus conferencias.Las ilustraciones son las mismas que utilizó Campbell,muchas de las cuales pueden encontrarse en otros de sus li-bros publicados, lo que confirma la importancia de lasimágenes y mitologías de las diosas en el conjunto de su

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obra. El método empleado para la compilación de este ma-terial incluye el recurso a los estudiosos en cuya obra sebasó el propio Campbell, entre los que destacan Jane Ha-rrison, Marija Gimbutas y Karl Kerényi. Las notas al textoson de dos tipos: por un lado están las citas de aquellosautores en cuyo trabajo se basó Campbell, y por otro lasreferencias a los estudiosos post-campbellianos que hanproseguido la investigación de este material mitológico,religioso y cultural en las décadas posteriores a su muerte.La lista de obras de referencia incluye a estudiosos cuyotrabajo resulta clave en este campo y altamente recomen-dable para profundizar en este tema. Espero que ello nospermita ver la continuación del diálogo que se inició enlos primeros años de la década de 1980 y la labor deCampbell al integrar la tradición de lo divino femenino ensistemas mitológicos más amplios –y que ahora sabemosque eran anteriores.

El presente libro rinde homenaje al legado de Camp-bell y Marija Gimbutas, que no deja de inspirarnos y desa-fiarnos. Este proyecto no habría sido posible sin RobertWalter, presidente de la Joseph Campbell Foundation,quien me lo encargó con el mismo espíritu con el que a élle fue encomendada la publicación de la obra póstuma deHeinrich Zimmer. Por último, este libro está dedicado alo divino femenino que nos impulsa hacia lo alto en todossus nombres y gracias.

Safron RossiSanta Bárbara, California

24 de mayo de 2013

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IntroducciónA propósito de la Gran Diosa1

Muchas de las dificultades a las que hoy en día se en-frentan las mujeres derivan del hecho de que están aden-trándose en un campo de acción que antiguamente estabareservado a los hombres y para el cual no existen modelosmitológicos femeninos. Así, la mujer se encuentra en unarelación competitiva con el hombre, y ello puede hacerleperder el sentido de su propia naturaleza. La mujer poseeuna entidad propia y tradicionalmente (a lo largo de unoscuatro millones de años) su relación con lo masculino nose ha experimentado y representado como una competi-ción directa, sino como una cooperación de mutuo apoyoen la experiencia compartida de la vida. El papel que teníabiológicamente asignado era el de dar a luz y criar hijos. Elpapel masculino estribaba en apoyar y proteger. Ambosroles son biológica y psicológicamente arquetípicos. Perolo que ha ocurrido ahora –como resultado de la invenciónmasculina de la aspiradora– es que, en cierta medida, lasmujeres se han liberado de su tradicional esclavitud en elhogar. Se están adentrando en el territorio y la selva de

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la búsqueda individual, del logro y de la auto-realización,para los que no existen modelos femeninos. Por otra parte,al desarrollar sus respectivas carreras, las mujeres emer -gen progresivamente como personalidades diferenciadas,dejando atrás el viejo acento arquetípico en el rol bioló-gico –si bien sus psiques se hallan todavía constitucional-mente ligadas a este rol–. La sombría súplica de LadyMacbeth antes de su crimen, «¡Despojadme de mi sexo!»,2

es un grito acallado y profundamente sentido por muchasde las nuevas competidoras en la selva masculina.

Sin embargo, no hay tal necesidad. El desafío del mo-mento –y hay muchas que lo enfrentan, lo aceptan ytratan de ofrecer una respuesta no a la manera de loshombres, sino de las mujeres– reside en florecer como in-dividuos, no como arquetipos biológicos ni como perso-nalidades que imiten lo masculino. Y, repito, en nuestramitología no existen modelos para la búsqueda individualde una mujer. Tampoco hay ningún modelo para un varóncasado con una mujer individualizada. Estamos juntos enesto y podemos resolverlo juntos, no con pasión (que essiempre arquetípica), sino con compasión, velando pa-cientemente por el crecimiento de unos y otras.

En un viejo curso de chino leí lo siguiente: «¡Ojalá naz-cas en un momento interesante!». El actual es un momentomuy interesante: no existen modelos para nada de lo queestá sucediendo. Todo está cambiando, hasta la ley de lajungla masculina. Se trata de un período de caída libre enel futuro, y cada uno debe afrontarlo a su manera. Los vie-jos modelos ya no funcionan; los nuevos aún no han apa-recido. De hecho, somos nosotros mismos los que ahoraestamos dando forma a lo nuevo al modelar nuestras inte-resantes vidas. Y tal es el sentido (en términos mitológi-cos) del desafío presente: somos los «antepasados» de una

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edad por venir, los generadores involuntarios de los mitosen los que se sustentará esa nueva edad, los modelos míti-cos que inspirarán a las vidas venideras. En un sentidomuy real, por lo tanto, el actual es un momento de crea-ción, pues como dice el Nuevo Testamento: «Y nadie echavino nuevo en odres viejos; de otra manera el vino hará re-ventar los odres, y el vino se perderá, y perecerán tambiénlos odres: mas debe echarse el vino nuevo en odres nue-vos» (Marcos 2:22). Nos vamos a convertir, por así decir,en los precursores de los odres nuevos para un nuevo yembriagador vino –que ya hemos comenzado a probar.

La Diosa en la Edad de Piedra Antigua

En el arte de la Edad de Piedra Antigua, desde el pe -ríodo de las pinturas rupestres del Paleolítico en el sur deFrancia y el norte de España, que datan de entre el 30.000y el 10.000 a.C., esas pequeñas figuras de «Venus», que tanbien conocemos hoy, representan la hembra simplementedesnuda. Su cuerpo es su magia: invoca al macho y almismo tiempo es el receptáculo de la vida humana. Por lotanto, la magia de la mujer es primaria y natural. Por elcontrario, el macho aparece siempre representando algúnpapel en concreto, desempeñando cierta función o activi-dad. (De hecho, todavía hoy seguimos acercándonos ycontemplando a la mujer en función de parámetros de be-lleza y al hombre en función de lo que es capaz de hacer,de lo que ha hecho, de cuál es su trabajo.)

La vida en aquella época consistía en cazar y propor-cionar comida a la tribu: las mujeres recolectaban raíces,bayas y otros alimentos de poca enjundia, mientras quelos hombres se enfrentaban a la peligrosa caza mayor, ade-

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más de defender a sus mujeres e hijas de los saqueadores –pues, como es sabido, las mujeres constituyen un botínvalioso, al tiempo que interesante–. El arco y la flecha aúnno se habían inventado. La caza y la lucha se realizabancuerpo a cuerpo. Y los animales eran enormes: mamuts la-nudos y rinocerontes, osos gigantescos, manadas de gana -do y leones. Ésas fueron las circunstancias que prevale-cieron durante cientos de miles de años –de hecho, fuebajo esas condiciones cuando los cuerpos que hoy habita-mos evolucionaron y se adaptaron a sus funciones– y pro-piciaron el desarrollo de una escisión radical entre losmundos e intereses de mujeres y hombres. No sólo hubouna selección biológica de las funciones, sino también unentrenamiento social en dos direcciones totalmente dis-tintas.

Las pequeñas figuras femeninas no se han hallado enlas grandes cuevas pintadas, donde se celebraban los ri-tuales masculinos, sino en las moradas donde habitabanlas familias. Nadie vivió jamás en las profundas, oscuras,húmedas y peligrosas cuevas. Éstas se reservaban para losrituales de magia masculina: en su interior, los niños seconvertían en hombres valerosos y eran instruidos en ritosde caza, que incluían el modo de apaciguar a las bestias, yen cómo restituir sus vidas de una manera mágica al úterode la madre de todos nosotros, esta Tierra, al oscuro, pro-fundo y conmovedor útero de la propia caverna, para surenacimiento. Las hermosas formas animales dibujadas enlas paredes de roca de estos templos primigenios de la hu-manidad (úteros de la Madre Tierra, al igual que las cate-drales lo serían más tarde de la Madre Iglesia) constituyenla semilla de las manadas de animales que hay sobre la su-perficie de las llanuras animales del mundo exterior. Re-sulta sorprendente cómo, al bajar a esas cuevas sumidas en

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la más absoluta oscuridad, se pierde el sentido de la orien-tación y la luz del mundo exterior se convierte en un pá-lido recuerdo, en un mero mundo de sombras. La realidadestá ahí abajo. Los ganados y todas las vidas de la superfi-cie se vuelven secundarios: es de ahí de donde derivan yes ahí adonde deben regresar. En algunas de las cavernas demayor tamaño podemos contemplar los retratos de losmaestros de ceremonias –chamanes, brujos o quienquieraque hayan sido–. Y no se nos muestran simplemente depie y desnudos, como las pequeñas figuras de Venus, sinovestidos, enmascarados, enfrascados en cierta actividad. Elmejor ejemplo lo constituye el llamado Mago de la cuevaconocida como Les Trois Frères. Pero hay otros. Y siem-pre aparecen enmascarados con formas semianimales, ocu-pados en su calidad de magos de la caza mayor.

Magia femenina y masculina: conflicto y acuerdo

Existen evidencias de que, entre ambos aspectos mági-cos, el masculino y el femenino, de las etapas de la vidaprimitiva consagrada a la caza y la recolección, no sólohabía tensión sino incluso, en ocasiones, estallidos de vio-lencia física. En las mitologías de buen número de socie-dades primitivas (los pigmeos del Congo, los indios Onade la Tierra del Fuego, etcétera) hallamos el siguiente tipode leyenda: en el origen, todo el poder mágico residía enmanos de las mujeres; entonces los hombres las mataron atodas y mantuvieron con vida tan sólo a las más jóvenes,a las que nunca enseñaron lo que sus madres sabían, pueslos hombres se reservaron ese conocimiento para sí mis-mos. En uno de los grandes santuarios paleolíticos delsur de Francia (en Laussel) se encontraron varias figuritas

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femeninas rotas en el suelo, lo que sugiere que en algúnmomento podrían haber sido destrozadas intencionada-mente.

Por regla general, allí donde hay una leyenda masculi -na de este tipo y una sociedad masculina de ritos secretos,las mujeres son claramente intimidadas por un panteón defantasmas que, creados a propósito, aparecen enmascara-dos mientras se celebran esos ritos. Sin embargo –y ésta esla gran sorpresa–, según nos explica Colin Turnbull,3 tam-bién se celebran ceremonias rituales masculinas en las queparticipan las mujeres, aunque en contadas ocasiones decarácter especialmente sagrado. Entonces se revela la ver-dad secreta de que en realidad las mujeres son conoce dorasde todo acerca de los rituales masculinos, y de que son re-conocidas todavía como las poseedoras del poder supremoy esencial. El otro sistema de creencias resulta secunda -rio, no sólo con respecto a la naturaleza sino también alorden social, y los miembros de ambos sexos lo acuerdanen un juego sofisticado, socialmente útil, de fantasía.

La Diosa de los primeros agricultores

En una época muy tardía de la historia de la humanidadse desarrolló el arte de la agricultura y la domesticación delos animales, lo que produjo un cambio de autoridad: laecuación biológica pasó de lo masculino a lo femenino.Las grandes preocupaciones ya no eran la caza y la ma-tanza de animales, sino la siembra y la recolección; ypuesto que la magia de la Tierra y la de las mujeres son lamisma –pues ambas dan la vida y la alimentan–, no sólo elpapel de la Diosa pasó a ser de capital interés para la mi-tología, sino que también aumentó el predicamento de las

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mujeres en los poblados. Si alguna vez ha existido algo pa-recido al matriarcado (algo que dudo), debió de ser enalguno de los primeros centros de la agricultura, que ori-ginalmente parecen haber sido tres:4

1. en el sudeste asiático (Tailandia, etcétera), hacia elaño 10.000 a.C., o quizá antes;

2. en el sudeste de Europa y Oriente Próximo, tambiénhacia el año 10.000 a.C.;

3. en América Central y Perú, alrededor de cuatro ocinco mil años más tarde.

La gran pregunta acerca de las posibles influencias entreun territorio y otro no ha encontrado respuesta. En cual-quier caso, existe un mito ampliamente difundido a lolargo del sudeste asiático, las islas del Pacífico y las Amé-ricas que debió de ser central en muchas de las primerasculturas agrícolas.

Las plantas cultivadas en la zona del sudeste asiático,donde parece haberse originado este mito, como el ñame,la malanga y el sagú, no se reproducen por medio de se-millas sino a partir de brotes y esquejes. Los animales eranel cerdo, el perro y las aves de corral, habituales en elhogar. Los episodios del mito se producen en una épocamitológica, la Edad de los Antepasados, en la que no habíaninguna distinción entre hembra y macho, ni siquieraentre seres humanos y bestias. Una época indiferenciada,de ensueño, que fluía hasta que, llegado cierto momento –el momento final–, se cometió un asesinato. En algunosmitos, el grupo entero da muerte a la víctima. En otros essólo un individuo el que mata a otro. En todos ellos se des-cuartiza el cuerpo y se entierran los pedazos, de los quenacen las plantas comestibles que sostienen la vida humana

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en el mundo presente. Es decir, vivimos de la sustancia delcuerpo del dios sacrificado. Además, en el momento delsacrificio, cuando en el mundo apareció la muerte y, conella, el discurrir del tiempo, se produjo también la separa-ción de los sexos; de modo que, junto con la muerte, lle-garon asimismo la procreación y el nacimiento.

Así pues, las parejas de opuestos, macho y hembra,muerte y nacimiento (posiblemente también el conoci-miento del bien y el mal, como vemos en la versión bíblicade este mito tan extendido), aparecieron en el mundojunto con el alimento al final de la Edad Mitológica, gra-cias a un asesinato mítico, a raíz del cual emergieron eltiempo y la diferenciación. Y los grandes ritos por mediode los cuales este mundo temporal se mantiene vivo, losritos sacramentales, son en general el cumplimiento de unsacrificio que recrea este Acto Mitológico. De hecho, si lointerpretamos de modo simbólico, incluso el sacrificio enla cruz de aquel «cuya carne es comida verdadera» y «cuyasangre es bebida verdadera» (Juan 6:55) constituía un mis-terio en el sentido (espiritualizado) de este tema mitoló-gico. La cruz como signo astronómico de la Tierra (♁).Cristo en la cruz, Cristo en el regazo de su madre en laimagen de la Pietà, y el sacrificio enterrado en el útero dela diosa-madre Tierra son símbolos equivalentes.

La luna muere en el sol cada mes, para volver a nacer deél, del mismo modo que el cuerpo del primer sacrificiomurió en la tierra para volver a nacer como alimento. Portanto, en esta mitología primitiva, centrada en la Diosa, elsol, al igual que la tierra, es femenino. O bien, de acuerdocon otra imagen, la luna masculina se engendra a sí mismaen el sol: el fuego creador del sol y el fuego creador de la

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matriz y de la sangre menstrual son, pues, equivalentes.Como también lo es el fuego del altar del sacrificio.

Nuestras primeras imágenes de la Gran Diosa de lasmitologías de las culturas agrícolas no proceden del sud-este asiático, sino de Europa y Oriente Próximo, y datanaproximadamente del período 7000-5000 a.C. Entre ellasse cuenta una pequeña figura de piedra hallada en un asen-tamiento conocido como Çatal Hüyük, en el sur de Ana-tolia (el sur de Turquía, como la conocemos hoy en día),que ilustra a la perfección el papel mítico de la hembra enese contexto. Se la representa espalda contra espalda con-sigo misma: por un lado, abraza a un varón adulto y, porel otro, sostiene un bebé. Ella es la transformadora. Re-cibe la semilla del pasado y a través de la magia de sucuerpo la proyecta hacia el futuro, mientras que el varónrepresenta la energía así transformada. Por lo tanto, unhijo varón lleva adelante la vida –o, como se diría en laIndia, el dharma, el deber y la ley– de su padre. Y la madrees la vasija por medio de la cual se produce el milagro.

El animal que suele simbolizar el poder del sol es elleón; el poder de la luna lo representa el toro, cuyos cuer-nos sugieren la fase creciente. También en Çatal Hüyük sehan encontrado unas figuritas de cerámica en las que laDiosa, sentada en su trono, flanqueada y soportada porleones, da a luz; de Roma, seis milenios posterior, es unaimagen de mármol de la misma diosa anatolia (llamadaahora Cibeles), que asimismo aparece sentada en su tronoy flanqueada por leones. En otra imagen procedente deÇatal Hüyük (un bajorrelieve en la pared de una capilla)

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volvemos a ver a la Diosa dando a luz, aunque esta vez nonace un niño sino un toro. La luna muere en el sol: el toroes destrozado por el león. La luna es el signo celestial delsacrificio: el toro es el animal sacrificado sobre la tierra enel altar de fuego, la contrapartida terrestre del sol, asícomo del fuego de la matriz. De manera análoga, en el sa-crificio los cuerpos de los muertos o bien son enterradosen las entrañas de la tierra, o bien entregados a la pira fu-neraria para su renacimiento.

En una de las primeras Upaniṣads hindúes, que dataaproximadamente del año 700 a.C., se enumeran los doscaminos espirituales que pueden seguir tras la muerteaquellos cuyos cuerpos son quemados en la pira funera-ria: el camino del humo y el camino de la llama.5 El pri-mero conduce a la luna, a la esfera de los Padres, pararenacer; el segundo conduce al sol, a la puerta de oro solarque se abre a la eternidad y la liberación de los límites deltiempo, es decir, para no regresar jamás. De modo que laGran Diosa, bajo la forma del sol, que vierte en el mundode los fenómenos la energía y la luz que lo trajeron a lavida y lo sostienen, de repente puede convertirse también,para aquellos que (como afirman las Escrituras) lo han en-tregado todo al fuego del amor, en el mensajero y el por-tal dorado de la Perfección de la Sabiduría.

Así, se cuenta que, a los treinta años de edad, el príncipeGautama Śākyamuni se hallaba sentado en el Punto In-móvil, al pie del Árbol Bo del despertar, cuando se leacercó el Señor de la Ilusión de la Vida, cuya magia mueveel mundo y cuyos nombres son Kāma (Deseo), Māra(Muerte: el Miedo a la Muerte) y Dharma (Deber y Ley).Kāma le envió a sus tres voluptuosas hijas, pero Gautamapermaneció inmóvil. Māra lanzó contra el príncipe todaslas armas de su demoníaco ejército, pero Gautama perma-

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neció inmóvil. Entonces, Dharma retó al que estaba ab-sorto en su meditación a que probara su derecho a sentarseen el Punto Inmóvil; el yogui se limitó a tocar la tierra conlos dedos de su mano derecha, y así ordenó a la Gran Diosaque atestiguara su derecho a sentarse donde estaba. Ella lohizo con cien, con mil, con cien mil bramidos, su voz loatestiguó y el elefante sobre el que cabalgaba Dharma cayóde rodillas en señal de obediencia al futuro Buda.

La Serpiente Cósmica, Mucalinda, que vivía debajo delÁrbol Bo, en una amplia cavidad entre sus raíces, saliópara venerarlo. Y cuando se desató una enorme tormentaacompañada de un vendaval helado y una oscuridad terri-ble, la gran serpiente enroscó siete veces los anillos de sucola alrededor del cuerpo del que estaba sentado absortoen la meditación, para protegerlo, al tiempo que extendíala enorme caperuza sobre su cabeza, y así permaneció du-rante siete días hasta que el cielo se hubo despejado. En-tonces relajó los anillos de la cola, adoptó la forma de unagradable joven, se inclinó para venerar al Iluminado y re-gresó a su guarida.

El primer período importante del reinado, el poder yla gloria de la Diosa coincidió con el nacimiento de la ci-vilización en el valle del Tigris y el Éufrates, y en el delNilo. En ambas regiones, sus imágenes más antiguas (quedatan de entre el IV y el III milenio a.C.) muestran a unamadre de pie con su hijo en brazos; y en las mitologíasaparece bajo varias formas y aspectos que representan suuniversalidad como facilitadora de las transformaciones yaya envolvente, protectora y acogedora del crecimiento.

En Egipto surge muy pronto como la diosa con cabezade vaca del horizonte envolvente, Hathor, la «Casa [hat]de Horus [hor]». Ella es la Vaca Salvaje cuyas cuatro patasconstituyen los pilares de los cielos y cuyo vientre está sal-

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picado de estrellas. O bien se trata de la dominante diosaceleste Nut, que tiene la cabeza y los brazos en el hori-zonte de occidente y las piernas y los pies en el este. Sucónyuge en esta mitología es la Tierra –el dios de la Tierra,Geb o Keb.

En la región del Tigris y el Éufrates, esas posicionescósmicas están invertidas: el macho se halla encima, comoel cielo, y la hembra debajo, como la Tierra. Según se noscuenta, en el principio emergió una montaña cósmica delas profundidades del océano primigenio. El nombre delmar era el de una diosa, Nammu, y el nombre de la mon-taña, An-ki, «Cielo y Tierra». An («encima») engendrócon Ki («debajo») al dios del viento Enlil, quien los separóy empujó al Cielo, su padre, hacia lo alto. Encontramosun relato similar en Hesíodo (Teogonía, 153 y sigs.) a pro-pósito de Urano, Cielo, que es separado de Gaia, la diosade la Tierra, por su hijo Cronos. La misma historia apa-rece entre los maoríes de Nueva Zelanda (en la esfera de lamatriz agrícola del sudeste asiático): el padre-cielo, Rangi,estaba tan pegado a Gaia, la Tierra, que sus hijos, los dio-ses, no podían salir del útero de su madre, hasta que Tane-mahuta, el dios del bosque, plantó los pies sobre su madrey empujó a su padre hacia lo alto. En Egipto, el separadorno es el hijo sino el progenitor de la pareja cósmica: Shu,el dios del aire, esposo de Tefnut, una diosa con cabeza deleón que en ocasiones se identifica con Sejmet, que tam-bién tiene cabeza de león y personifica el poder feroz ydestructivo del sol, si bien es la consorte de Ptah, el dios-momia de la noche oscura de la luna.

Toda vida y acción, tanto del género humano como delos dioses, se producía durante estas civilizaciones tem-

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pranas, bajo la égida y los límites de dichas personificacio-nes femeninas de la naturaleza cósmica. Los faraones delas primeras dinastías, venerados como encarnaciones deOsiris, «el que llena el horizonte», llevaban en señal de susoberanía un cinturón ornamentado por delante, por de-trás y por ambos lados con unos medallones con la caravacuna de Hathor del Horizonte; además, de la parte tra-sera del cinturón colgaba la cola del toro-luna, su esposo,que se engendra a sí mismo. Horus, el hijo de Osiris concabeza de halcón, a quien se identificaba con el disco solar,atravesaba los cielos en su periplo diario por el vientre dela diosa Nut, pues al ponerse el sol se introducía en su bocapor el oeste y al amanecer nacía de su matriz por el este,como si se autoengendrase en un alumbramiento virginal.

Y no sólo lo abarcaban todo: las diosas también eranlos agentes de toda transformación. En la leyenda funda-mental de la muerte y la resurrección de Osiris, el primergran faraón fue asesinado, encerrado en un ataúd y arro-jado al Nilo tras haber sido seducido por Neftis, la esposade su hermano Seth. Y en virtud de la lealtad de su esposaIsis, fue después buscado y resucitado para reinar a partirde entonces en el inframundo como Juez y Señor de losMuertos. Se trata de un relato largo y fantástico, pero po-demos resumirlo así: cuando encontró el cuerpo de su es-poso, Isis se tendió sobre él muy afligida y concibió al diosHorus, que asumió el papel de faraón en el mundo de losvivos. El trono de Osiris en el inframundo es custodiadoy protegido conjuntamente por Neftis e Isis; el trono deHorus, el faraón de los vivos, es el cuerpo de la propiaIsis. Al igual que María, ella es la Madre de Dios, con elSalvador entronizado sobre sus rodillas. De ahí que a losfarao nes se les represente en ocasiones mamando de supecho.

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La degradación de la Diosa

Mientras que por toda la Media Luna Fértil y desdeAsia Menor hasta los Balcanes los pueblos, ciudades y ci-vilizaciones de la Gran Diosa obtenían su sustento princi-palmente de la agricultura, en las grandes regiones vecinasdel sur y del norte –el desierto sirio al sur, las llanuras eu-ropeas y del oeste asiático al norte– vagaban tribus nóma-das que criaban ganado: en el sur, pastores semitas deovejas y cabras que, con el tiempo, acabarían domesti-cando el camello; y en el norte, varias razas indoeuropeasdispersas, gentes que luchaban con hacha y pastores de ga-nado que en el IV milenio a.C. fabricaron armas de bronce,en el III domesticaron los caballos para más tarde inventarel carro de guerra, en el II se hicieron con el hierro y haciafinales del I milenio a.C. dominaban ya toda Europa y eloeste de Asia, desde el mar de Irlanda hasta Ceilán. Estastribus guerreras no estaban formadas por pacientes cam-pesinos sino por jinetes nómadas, y sus principales diosestutelares provocaban los truenos, casi como ellos mismos:entre los semitas encontramos a Marduk, Ashshur yYahvé, por ejemplo, y entre los indoeuropeos a Zeus,Thor, Júpiter e Indra.

Ahora bien, la tendencia general cuando los pueblosguerreros llegaban a un nuevo territorio era que sus dio-ses indoeuropeos se casaran con las deidades femeninas lo-cales. Ésa es una de las razones por las que Zeus tuvotantas aventuras: es completamente normal que en estevalle contraiga matrimonio con una diosa y en aquél conotra, de modo que para cuando la civilización empieza aunificarse el dios ya ha acumulado un importante currí-culo de enredos amorosos. Podría decirse que en la histo-ria mitológica todo es accidental.

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El otro sistema es el de los semitas. Llegan arrasándolotodo a su paso desde el desierto sirio-árabe hasta Canaány Mesopotamia, en oleadas sucesivas, aproximadamenteen la misma época en que los indoeuropeos avanzabandesde el norte. Puede observarse un paralelismo y una sin-cronicidad muy interesante y singular entre las tradicio-nes mitológicas que surgen de los indoeuropeos y las quesurgen de los semitas. No obstante, los semitas eran con-siderablemente más despiadados que los indoeuropeos ala hora de anular a las diosas locales.

El primero de los grandes reyes semitas en Mesopota-mia fue Sargón de Acad, hacia el 2350 a.C. La famosa le-yenda de su nacimiento en secreto de una madre de clasehumilde, que lo metió en una canasta de juncos sellada conbetún y lo arrojó al río, se convertiría un milenio y mediomás tarde en el modelo de la leyenda del nacimiento y ex-posición de Moisés (Éxodo 2:1-3). «El río me arrastró»,dice la leyenda de Sargón, «y me condujo hasta Akki, elaguador, quien me sacó del río, me adoptó como hijo y mecrió. Él me enseñó su oficio de jardinero; y cuando yo erajardinero, la diosa Ishtar me concedió su amor. Despuésejercí la realeza.»6

Hammurabi de Babilonia (ca. 1750 a.C.) fue el segundode estos ilustres reyes guerreros semitas. Se ha sugeridoque podría tratarse del monarca al que el Génesis (10:8-12) se refiere como Nimrod, «un vigoroso cazador ante elSeñor». Del período de su reinado data la epopeya babi-lónica del dios solar Marduk, cuya victoria sobre Tiamat,la antigua diosa del océano primigenio, marca el momento

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en el que en esa parte del mundo se produjo el decisivopaso de transferir hacia una variedad de dioses tribales po-líticamente establecidos la anterior lealtad a la diosa uni-versal de la naturaleza.

Marduk era el dios tutelar de Babilonia, ciudad quehabía engrandecido Hammurabi. Los dioses más antiguosdel viejo panteón eran presa de un miedo abyecto ante laidea de enfrentarse a la tatarabuela de todos ellos, pero en-tonces el nuevo y joven héroe-dios, incomprensible y di-fícil de mirar (pues tenía cuatro ojos y otras tantas orejas,y al mover los labios despedía fuego por la boca), salió alencuentro de Tiamat. Ésta profirió gritos agudos y salva-jes, tembló y se sacudió hasta lo más profundo de su ser,luego pronunció un hechizo mientras avanzaba hacia él.Sin embargo, Marduk extendió su red y la atrapó, y cuan -do la diosa abrió la boca por completo, le soltó en la caraun viento maligno que llenó el vientre de ella. EntoncesMarduk le disparó una flecha que le cortó las entrañas yatravesó su corazón, y así fue como la venció y le arrancóla vida.

Después le aplastó el cráneo con su maza inmiseri-corde, y con su cimitarra la partió en dos mitades como aun pescado. De una mitad hizo la cubierta para el cielo, afin de que las aguas no pudiesen escapar, y colocó la otrasobre las profundidades abisales. Cuando hubo concluidoeste trabajo de creación, asignó un lugar a los dioses: aunos el Cielo, a otros la Tierra y el Abismo. Por último,creó al Hombre para que sirviese a los dioses, de modoque éstos reposaran a su gusto.7

¡Qué interesante! En la visión más antigua, la diosaUniverso estaba viva, ella era orgánicamente la Tierra, elhorizonte y los Cielos. Ahora está muerta, y el universo yano es un organismo, sino un edificio donde los dioses re-

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posan en medio del lujo: no como personificaciones de lasenergías según su manera de operar, sino como inquilinosde lujo, que requieren criados. Y el Hombre, en conse-cuencia, ya no es un niño nacido para florecer en el cono-cimiento de su propia porción eterna, sino un robotdiseñado para servir.

La importancia espiritual de esta victoria total del prin-cipio masculino sobre el femenino se hace evidente en lasegunda gran epopeya babilónica de la época de Hammu-rabi: la leyenda del héroe-rey Gilgamesh, quien, presa delmiedo a la muerte, se puso en camino para alcanzar la in-mortalidad. Tras diversas aventuras, oyó hablar de la exis-tencia de la planta de la vida eterna en las profundidadesdel océano primigenio, se sumergió para buscarla y la en-contró, pero estaba tan cansado después de hallarla que,cuando alcanzó la orilla, se quedó dormido con la plantaa su lado, sin llegar a ingerirla. Una serpiente que pasabapor allí se la comió, y ésa es la razón por la que las ser-pientes pueden mudar su piel –igual que la luna su som-bra– para renacer, mientras que el Hombre debe morir.

Sargón I fue amado por la Diosa y ésta fue asesinada porel Marduk de Hammurabi. En la siguiente gran crónica delos reyes guerreros nacidos en el desierto, será maldecida.

Pues, como ya sabemos, cuando Dios nuestro señordescubrió que el hombre creado para trabajar en su jardínhabía sido tentado por su esposa y por una serpiente paraque comiese el fruto del árbol de la ciencia del bien y delmal, que se reservaba para sí, maldijo a la serpiente y lacondenó a arrastrarse sobre el vientre, mientras que a la

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mujer la condenó a parir con dolor y a su desobedientejardinero a ganarse el pan «con el sudor de su frente» enuna tierra maldita de polvo que produciría espinos y car-dos. Y entonces leemos: «Ahora, pues, que no alargue sumano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y vivapara siempre. Y lo sacó Yahvé del huerto del Edén […] ypuso al oriente del huerto del Edén querubines, y una es-pada encendida que se revolvía en todas direcciones, paraguardar el camino del árbol de la vida» (Génesis 3).

Está claro (y puede demostrarse) que los dos árboles encuestión constituyen aspectos del Árbol Bo del despertary de la Vida Eterna, al pie del cual se sentó el príncipeGautama, bajo el que vivía la Serpiente Cósmica Muca-linda y ante el que la Diosa (aquí en una forma reducidacomo mensajera de la serpiente, Eva) atestiguó el derechodel Hombre a acceder al conocimiento de la Luz hastaahora prohibida.

Su Regreso

Uno tiende a preguntarse por qué los hebreos, entretodos los pueblos de la hermosa Tierra, le dieron la espaldacon tanta decisión a la Diosa y a su glorioso mundo. Latierra con la que se creó a Adán es polvo («Polvo eres y alpolvo volverás», Génesis 3:19). La diosa de los vecinos ca-naneos es tildada de «abominación» (2 Reyes 23:13). Dehecho, «no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel» (2Reyes 5:15), y ese Dios, por supuesto, no puede ser otroque el Yahvé tribal local: «¡Nuestro Dios es el Único!».

Una actitud y una opinión totalmente contrarias apa-recen en los sistemas mitológicos del otro gran complejode tribus guerreras que en aquellos siglos brutales, del IV

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al I milenio a.C., invadían los pueblos y ciudades que sededicaban a la agricultura. Al igual que los beduinos deldesierto, eran también un pueblo ganadero patriarcal,cuyos dioses tribales eran dioses guerreros, que aun asíacababan siendo dominados por el poder de la naturalezay, más allá de éste, por la rueda o ritmo del Destino, laMoira, una diosa a la que incluso Zeus estaba sometido.

Cuando las tribus indoeuropeas llegaban con sus diosesa territorios nuevos, no acostumbraban a eliminar las di-vinidades y los cultos locales, sino que los reconocíancomo dioses y diosas de la naturaleza con otros nombresy con formas propias. El proceder indoeuropeo consistíaen dejar que sus dioses se hiciesen cargo de los altares lo-cales, contrajesen matrimonio con las diosas del lugar e in-cluso asumiesen los nombres y roles de las divinidadesprecedentes. De ese modo los bárbaros dioses del truenode los panteones invasores progresivamente se fueron sua-vizando y habituando a las maneras domésticas de una ci-vilización, en el sentido propio del término, basada en laagricultura.

Freud se pregunta en su obra Moisés y el monoteísmopor qué justo cuando los demás pueblos del Mediterráneooriental estaban aprendiendo a leer sus mitos poética-mente, los judíos se reafirmaron más que nunca en su ma-nera concretista (Freud la llama «religiosa») de interpretarsu idea de Dios.8 Me atrevería a afirmar que la razón obviaes que ni ellos ni su divinidad tribal advirtieron que lasaguas de las Profundidades (tehom) sobre las que Elohimiba y venía en los dos primeros versos del Génesis no eransimplemente agua, sino la antigua diosa babilónica del océ-ano primigenio en persona, Tiamat (ti’amat), y que en esaincapacidad de apreciar su presencia poética se halla elorigen de que no comprendiesen en absoluto ni siquiera

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su propia tradición. Era a ella, su esposa cosmológica, aquien él debería haberse vuelto a escuchar, ocasionalmen -te, cuan do se vio obligado a arrojar el Libro contra susdesobedientes hijos.

Resulta maravillosa la manera en que, tanto en la Indiacomo en Grecia, la presencia del poder de la Diosa recu-peró gradualmente su autoridad a raíz de los devastadoresestragos que causaron en ambas regiones las invasiones in-doeuropeas (a mediados del II milenio a.C.). Hacia el sigloVIII a.C. tenemos en Grecia la Odisea –que Samuel Butlercreía escrita por una mujer–, en la que se explica cómo laninfa Circe, la de hermosas trenzas, capaz de transformara los hombres en cerdos, introdujo al guerrero Odiseo enlos misterios no sólo de su propio lecho, sino también, ysobre todo, del mundo de los muertos y, posteriormente,de la Isla del Sol, su padre. En la misma época aparece enla India la importante Kena Upaniṣad, en la que la diosaUma, hija del Pico Nevado, el Himalaya, introduce a tresde los principales dioses del panteón védico indoeuropeo(Agni, Vayu e Indra) en el misterio de lo trascendente-inmanente, brahman, del que ellos mismos eran sin saber -lo agentes.

En Grecia, en Eleusis, el antiguo templo de los miste-rios de Deméter y Perséfone se convirtió en un santuarioclásico de enorme influencia; el oráculo de Delfos, de laPitonisa, fue igual de importante. Y en la India el culto delos numerosos nombres y formas de la diosa cósmica Kali(Tiempo Negro) se fue tornando progresivamente en la re-ligión dominante y más característica del país.

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En el año 327 a.C. Alejandro Magno llegó al Punjab, ylas puertas que separaban el Este y el Oeste se abrieron.Para entonces el rey macedonio ya había conquistado todoOriente Próximo, y los cultos y misterios de Egipto, Gre-cia, Anatolia e Irán caminaban de la mano en un vasto mo-vimiento de ideas sincréticas. Hacia el año 100 a.C. la ViejaRuta de la Seda (como se ha dado en llamarla) ya funcio-naba entre Siria, la India y China, y en el año 49 a.C. JulioCésar ya había sometido la Galia. De modo que, en laépoca del nacimiento de Cristo, ya había un intercambiotanto de dioses como de ideas y creencias a través delmundo civilizado.

En todo Oriente Próximo, el principal templo de laDiosa en esos tiempos se hallaba en Éfeso, en la actual Tur-quía, donde había adquirido el nombre y la forma de Ár-temis; y fue allí, en esa ciudad, en el año del Señor de 431,donde se declaró que María era lo que la Diosa había sidoantes de la primera marca del tiempo: Theotokos (Madrede Dios).

Coda

¿Es posible que, después de tantos años y milenios defor mas y condiciones cambiantes, sea capaz todavía de ha -cer comprender a sus hijas quiénes son en verdad?

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Figura 1: Tetis y Peleo (kylix de figuras rojas, Clásico, Grecia, s. V a.C.).

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Imaginatio vera

Según James Hillman, «nadie en nuestro siglo –ni Freud, ni ThomasMann, ni Lévi-Strauss– ha traído el sentido mítico del mundo y sus eter-nas figuras de vuelta a nuestra consciencia diaria como Joseph Camp- bell». Sin embargo, aunque su vasta obra comprende el amplio espectrode to das las mitologías del mundo, nunca escribió un libro sobre las dio-sas, a pesar de que tenía mucho que decir al respecto. Ahora, gracias ala esmerada labor de la profesora Safron Rossi, que ha rescatado y edi-tado adecuadamente todo el material de las conferencias que Campbellimpartió entre 1972 y 1986 en torno a este tema, podemos ac ceder a susiluminadoras explicaciones sobre el simbolismo y la función de lo divinofemenino en las diferentes culturas de la Antigüedad, desde las divini-dades paleolíticas, neolíticas y de la Edad de Bronce hasta las diosas mi-cénicas, sumerias y egipcias; desde el gran Panteón olímpico y los cultosmistéricos helenos hasta la devoción medieval por la Virgen María, elamor cortés y el florecimiento del paganismo durante el Renacimientoitaliano.

Joseph Campbell (Nueva York,1904-Honolulú, 1987) fue junto a Mir-cea Eliade el mitólogo más importante de la segunda mitad del siglo XX.Profesor emérito de literatura en el Sarah Lawrence College de NuevaYork, fue un reconocido escritor y conferenciante de temas de mitologíay religiones comparadas. Entre sus numerosos libros, merecen desta-carse: El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito (Fondo de CulturaEconómica, 1959), Las máscaras de Dios (4 vols., Alianza, 1991), Lasextensiones interiores del espacio exterior (Atalanta, 2013), Imagen delmito (Atalanta, 2012), Transformations of Myth Through Time (1990), AJoseph Campbell Companion: Reflections on the Art of Living (1991),Mythic Worlds, Modern Words: On the Art of James Joyce (1993), ThouArt That: Transforming Religious Metaphor (2001), Myths of Light:Eastern Metaphors of the Eternal (2003) y The MythicDimension: Selected Essays (1959-1987), de próximaaparición en Atalanta.